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¿Robots con inteligencia similar a la humana?

por Sergio Moriello*


10/06/2006 – Revista Noticias

Desde el 6 de enero y hasta el próximo 12 de febrero, se está llevando a cabo en Taipei, Taiwan,
una feria internacional de robótica. En esta oportunidad, el prototipo que más atrae la atención es
el androide llamado Actroid, que tiene una atractiva apariencia femenina, puede mantener una
conversación en cuatro idiomas (chino, inglés, japonés y coreano) y expresar gestos y emociones
gracias a sus avanzados sistemas mecánicos de gesticulación.
El robot, creado por la compañía japonesa Kokoro, puede engañar –a una distancia de 20
metros– al ojo del más avezado con sus movimientos naturales. No obstante, no fue diseñada
para poder caminar o movilizarse, sino para brindar información (como recepcionista o punto de
presencia). Al igual que cuando la máquina Deep Blue le ganó a Kasparov una partida de
ajedrez, Actroid seduce tanto como inquieta. Y se reflota el debate: ¿puede desarrollarse un robot
inteligente autónomo?
Un robot es un sistema complejo adaptativo que consiste en un controlador electrónico (cerebro)
que gobierna a una estructura mecánica articulada (cuerpo). Es “autónomo” si puede –por sí
mismo– interactuar con su entorno circundante (a menudo, dinámicamente cambiante). Por
último, es “inteligente” si puede ajustar su comportamiento a medida que va aprendiendo de sus
experiencias y en función de un objetivo especificado de antemano.
En consecuencia, un “robot inteligente autónomo” debe ser capaz de percibir, razonar y actuar.
Es decir, debe poseer adecuados sensores que le permitan recolectar la información proveniente
tanto de su medio interno como de su medio externo (función de percibir). Asimismo, tiene que
ser capaz de convertir esa información en conocimiento y poder utilizarlo para alcanzar sus
objetivos (función de razonar). Y debe disponer de apropiados efectores que le permitan
modificar dicho medio ambiente (función de actuar o accionar).
Adicionalmente, este tipo de máquinas necesita de una precisa estructura mecánica adaptable –
que le permitan cierta destreza física de locomoción y manipulación–, de sofisticados sistemas
de control, para llevar a cabo acciones correctivas cuando sea necesario, y de eficientes fuentes
de energía, para alimentar a todos sus módulos.
El desafío es complejo por donde se lo mire. Reproducir el “hardware” cerebral quizás sea lo
más fácil, aunque tanto las ciencias del cerebro como las tecnologías artificiales se encuentran
todavía en un nivel de elevada inmadurez. Aparentemente, y con la irrupción de la
nanotecnología, no parece ser un hito totalmente inalcanzable. Sin embargo, existen dos

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inconvenientes. Por un lado, se estaría considerando al cerebro como de naturaleza únicamente
eléctrica, sin tener en cuenta los efectos químicos que en él se producen. Por el otro, duplicar la
estructura de la materia gris no garantiza copiar exactamente la mente humana. A esto se suma el
hecho de que si al cerebro sintético se le adiciona un cuerpo, pueden aparecer problemas
ulteriores, como aquellos relacionados con la cinemática y la dinámica de sus estructuras, las
articulaciones y la resistencia de los materiales, la elección de los sensores y de los efectores, y el
equilibrio y balanceo del peso.
Desarrollar el intrincado “software”, en cambio, se torna más complicado, fundamentalmente
porque las Ciencias Cognitivas aún están escasamente desarrolladas. El inconveniente principal
es que, en la actualidad, no se sabe lo suficiente sobre cómo funciona la mente humana. En
consecuencia, la arquitectura de la máquina seguirá siendo –al menos, por el momento– incapaz
de reproducir muchas de sus funciones.
Por último, surge un problema económico y sociopolítico. Cada robot debería disponer del
espacio geográfico necesario en donde desarrollar una rica cultura, con una adecuada interacción
social entre un conjunto importante no sólo de otras entidades semejantes, sino también de
personas. Una vida en sociedad no sólo permite a sus integrantes la oportunidad de imitar los
comportamientos y descubrimientos útiles de los otros, sino que exige mucha innovación a fin de
resolver los delicados problemas interpersonales. Entonces, ¿qué inversor aportaría el capital
para la construcción de un enorme número de estas máquinas? ¿Y qué gobierno cedería parte de
su territorio para que formen una sociedad?
Por todos estos motivos, y haciendo una apretada síntesis, no parece probable que se desarrolle –
nunca– una máquina con una inteligencia exactamente igual a la humana. Aunque sí es posible
que se logre –en el largo plazo– un androide inteligente e, incluso, con una inteligencia de nivel
equivalente a la de un ser humano promedio. Actroid es apenas un eslabón más: las ferias de
robótica prometen seguir deparando sorpresas.

*Ingeniero en electrónica y periodista científico. Autor de “Inteligencia Natural y Sintética”


(Nueva Librería, 2005) y organizador de un grupo multidisciplinario en Inteligencia Artificial en
la Universidad Tecnológica Nacional (Facultad Regional Buenos Aires)– E-mail:
sergiomoriello@hotmail.com

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