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Hipertensión en el embarazo
Se denomina hipertensión al aumento en exceso de la presión arterial, es decir, de la
fuerza que ejerce la sangre contra el interior de las arterias. Durante el embarazo
pueden presentarse distintos tipos de hipertensión y los riesgos que conllevan para la
madre y el bebé son muy variables, llegando a ser, en algunos casos, muy graves. Por
eso se recomienda medir la tensión arterial a todas las embarazadas de forma mensual
durante la segunda mitad del embarazo.
Se considera hipertensión a una medida de la presión arterial superior a 140/90 mmHg
no esporádica. (medida tanto en la consulta médica como en condiciones normales de
la vida de la mujer). La hipertensión llega a afectar a cerca del 10% de las mujeres
embarazadas, aunque en algunos casos ya existía antes del embarazo.
Preeclampsia
Si se detecta que la presión arterial es alta en alguna de las visitas de control del
embarazo, se recomienda realizar una serie de mediciones para descartar que se trate
de una alteración aislada causada por un estado de excitación o nervioso inusual. Los
protocolos de la SEGO consideran que existe hipertensión cuando en dos o más tomas
separadas por seis horas la tensión sistólica es igual o superior a 140 mmHg y la
diástolica es igual o superior a 90 mmHg.
Una vez confirmado el diagnóstico de hipertensión, se realizará un análisis de orina
para descubrir si hay presencia de proteínas (proteinuria). Si en la orina de 24 horas
hay 300 mg o más de proteínas, se diagnostica preeclampsia.
Este trastorno se presenta en distintos grados. Se considera que la preeclampsia es leve
cuando la tensión arterial no supera los 160/110 mmHg y la proteinuria es inferior a 5
g en una muestra de orina de 24 horas. Por lo general, en estos casos no hay otros
síntomas.
La preeclampsia grave es aquella en la que la tensión supera los 160/110 mmHg antes
de iniciar el tratamiento y la proteinuria es superior a 5 g en la orina de 24 horas.
Además, puede tener otros síntomas asociados como dolores de cabeza fuertes o
migraña, problemas en la vista, dolor en la parte superior derecha del abdomen y
aumento súbito de peso. También hay otros indicadores médicos que se identificarán
mediante un análisis de sangre, como un número de plaquetas por debajo de 100.000
µl, un aumento de las transaminasas o distintos indicadores hepáticos. En muchos
casos, la preeclamsia lleva asociadas alteraciones que pueden afectar al feto,
especialmente una insuficiencia de la placenta que ocasionará un CIR o crecimiento
intrauterino retardado, es decir, que el bebé crece por debajo de lo que indica su edad
gestacional.
Si no se trata, la preeclampsia grave puede dañar los riñones, el hígado y el cerebro de
la mujer. En casos muy graves, aparecen convulsiones y entonces se denomina
eclampsia, enfermedad peligrosa que puede desembocar en un coma.
Afortunadamente, mediante la identificación de la preeclampsia y el seguimiento de los
protocolos adecuados, muy rara vez se llega a esa situación.
Tratamiento de la preeclampsia
Para tratar la preeclampsia, es importante diferenciar si ésta es leve o severa. En los
casos leves, el primer paso es la hospitalización de la madre con fines diagnósticos
puesto que hay preeclampsias que evolucionan muy rápido. Una vez que se confirma
que se trata del grado leve de la enfermedad, la mujer recibirá el alta y seguirá con su
vida normal, aunque se le recomendará que reduzca la actividad física y el estrés, y se
aconsejará por tanto una baja laboral. No es necesario el reposo en cama ni eliminar la
sal de la dieta. En cuanto a los hipotensores, su uso es controvertido: por un lado,
pueden prevenir daños cerebrales en la madre, pero, por otro, pueden provocar que el
bebé empeore porque disminuya el flujo sanguíneo que llega a la placenta. En todo caso,
los hipotensores que se administrarán deben ser de los tipos recomendados en el
embarazo (ver apartado de hipertensión crónica). Además estos hipotensores se
indicarán sólo cuando la tensión sea igual o superior a 150/100 mmHg y con el objetivo
de mantenerla alrededor de 140/90 mmHg.
El seguimiento de la paciente debe ser estricto a partir del momento en que se ha
detectado la preeclampsia leve, con un control periódico de la tensión arterial, el peso
y la proteinuria. Ésta última se medirá cada semana, y se realizará un análisis de sangre
para obtener el número de plaquetas, las enzimas hepáticas y la creatinina.
En cuanto al seguimiento del bebé, es importante que se haga un recuento diario de
movimientos fetales, una ecografía con valoración de biometría y doppler y que se
controlen el crecimiento fetal y el volumen de líquido amniótico cada tres o cuatro
semanas.
En caso de que la preeclampsia sea severa, la mujer debe ser hospitalizada de
inmediato. Se le administrarán hipotensores para mantener la tensión arterial por
debajo de 155/105 mmHg y se controlará su evolución. El resto de las acciones a seguir
dependen en gran medida de la semana de gestación en la que se encuentre.
El síndrome HELLP es una sigla inglesa que indica hemólisis, enzimas hepáticas
elevadas y bajo recuento de plaquetas. Se trata de una evolución de la preeclampsia que
no se caracteriza por convulsiones sino por alteraciones en la sangre y en el hígado y
que desarrollan alrededor de un 20 por ciento de las mujeres con preeclampsia grave.
Puede tener otros síntomas como náuseas y vómitos, cefaleas, dolor en la parte superior
del abdomen y malestar general y presentarse tanto durante el embarazo como en las
48 horas posteriores al parto. El tratamiento es similar al de la eclampsia, además en
algunas ocasiones requiere transfusiones de sangre.