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EL ÚLTIMO SUPREMO.
(3ª edición)
Editorial El Lector,
Asunción-Paraguay
INDICE
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO IX: EL RUBIO Y TÍO SAM// La mano de Ike // La venida de Nixon // La era
de las drogas // La irrupción de Kennedy // Johnson y el golpe militar en el Brasil //
Un gesto con Goulart // El Rubio en Washington // Nixon y el comienzo del fin del
idilio // La respuesta a Rockefeller // Los héroes de la heroína // La odisea de
Ricord // Adiós a Nixon // Ford asume y Stroessner reprime // El caso Letelier //
Carter y los derechos humanos // El refugio de White // La llegada del cowboy // El
comienzo de la decadencia de Stroessner // Guerra abierta // Agresión al
embajador Taylor
CAPÍTULO XX: RODRÍGUEZ, GOLPE Y FINAL// Los duros comienzos // La carrera del
poder // La decadencia irreversible // El laberinto de Stroessner // La apertura // El
último adiós
ANEXOS
ANEXO DEL CAPÍTULO VII: DEL PEQUEÑO PUERTO A CIUDAD DEL ESTE // El padre
Guido Coronel
BIBLIOGRAFÍA
PRÓLOGO
Aquel capitán de 28 años que tan buena impresión causaba a sus instructores, y
no solamente a los brasileños, estuvo siempre obsesionado con su carrera militar.
Astuto, con una actitud pragmática y meramente instrumental frente a las
personas con las cuales establecía relaciones políticas, hábil conspirador, siempre
supo que las fidelidades y las traiciones son apenas dos caras de la misma
moneda de la vida.
Alfredo Stroessner fue un hijo de su tiempo, de ese violento y polarizado siglo XX,
que dejó a EE.UU. como único imperio. Eric Howsbawn, historiador británico, lo
denominó el de los grandes extremos. Con ideologías enfrentadas en guerras
calientes y frías, fue también la centuria de la destrucción atómica, con casi un
genocidio por década, según el periodista polaco Rudyard Kapucinski; de la
superproducción de alimentos en un planeta donde cada día mueren 30.000
personas por razones vinculadas al hambre. Pero también fue el siglo de la
penicilina, de la renovación de la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II (1962-
1965), del cine como arte masivo por excelencia, le la conquista del espacio y de
la minifalda. Y por supuesto, de los Beatles, que se imaginaban un planeta en
paz, aspiración quimérica en este mundo hobbesiano donde el hombre sigue
siendo el lobo del hombre.
Bernardo Neri Farina, con la pasión del observador que acumula datos,
informaciones, anécdotas y entretelones de personajes y acontecimientos, y el
oficio del periodista, nos lleva de la mano para desentrañar las aristas que
pueden responder a esa pregunta.
Dolorosa porque nos dibuja con precisión un Paraguay que no pudo o no supo
escapar del subdesarrollo y la autocracia, agobiante porque nos detalla los
pliegues internos y las intimidades de una dictadura que nos dejó como una de
sus huellas una tremenda dificultad para hacernos ciudadanos, y necesaria
porque nos enfrenta al espejo de nuestros fracasos, temores, cobardías y
obsecuencias pero también a la historia heroica e inmensamente humana de
quienes supieron resistir a tanta arbitrariedad: desde las ligas agrarias hasta los
intentos armados, pasando por estudiantes, dirigentes partidarios que, en
algunos casos, sufrieron un castigo de sevicia sin límites, como los comunistas.
Bernardo Neri Farina propone un hilo conductor como hipótesis del sistema
stronista. Fue una autocracia antes que una dictadura militar. Es decir, el régimen
que se inició en 1954 tuvo como vector central a la figura del general Stroessner.
Así, en los capítulos 5 y 6, el golpe de 1954 y los primeros años, el lector podrá
percibir cómo aquel militar de poco más de 40 años, iba hilvanando su propia
centralidad en el poder a través de purgas tanto en el Partido Colorado como en
las Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que controlaba, reprimía y cooptaba a los
movimientos estudiantil y obrero.
Este logrado esfuerzo de Bernardo Neri Farina de contarnos las cosas tal como
fueron, sin perder la visión crítica de un observador que tiene una visión
abiertamente comprometida con la aventura de la libertad, será de
extraordinaria ayuda para entender por qué en esta transición nos ha costado
tanto despojarnos de la herencia del dictador derrocado en febrero de 1989.
Hoy es siempre todavía, nos recuerda Antonio Machado. Esa es la sensación que
nos deja este cautivante libro. Pese al dolor y al agobio que deja la lectura de la
excelente inmersión en los entresijos de nuestra historia cercana que nos
propone Bernardo Neri Farina, persiste la opción radical por la esperanza, porque
alguna vez, desentrañando nuestros caminos de ayer, podamos construir un
Paraguay libre y justo.
CARLOS MARTINI
INTRODUCCIÓN
Desde 1954, Alfredo Stroessner impuso otra rutina al país. El caos y la anarquía
eran un signo vital, un modus vivendi, estigmas a los que había que desterrar.
Entonces desterró paraguayos. El destierro se hizo más rutinario porque había
sido siempre una rutina en la historia del Paraguay.
Entendió que los militares y los dirigentes del partido que lo sustentaban, el
Colorado, no eran leales a la persona, sino a los beneficios que les brindara esa
persona. Y los corrompió con la posibilidad de la riqueza fácil, dejándoles robar
impunemente al Estado o a quienes se ganaban la vida trabajando dura y
honradamente. La corrupción se convirtió en rutina.
Todo se hizo tan rutinario que el mismo Stroessner pasó a ser una rutina
nacional, una costumbre enraizada muy fuertemente, una necesidad perentoria
para que nada cambiara, para que todo siguiera igual.
A ese estado de cosas, Stroessner llamó paz. A esa paz agregó otro factor
esencial: progreso. Y el progreso fue real, innegable. Tangible como las
persecuciones, la corrupción, la tortura, las vejaciones que la salvaje Guardia
Urbana infligía a la ciudadanía; los destierros, las delaciones de los pyragüe, los
robos al erario, los asesinatos en Investigaciones y las elecciones sin ningún dejo
de democracia.
El progreso se hizo constante sobre todo entre los años 60 y 70: Asunción
adquirió aspecto de ciudad y se sobrepuso, en 1959, a la vergüenza de ser la
única capital sudamericana sin agua corriente. Se desarrolló el Este del país,
floreció la agricultura (sobre todo en algodón y soja), se construyeron obras
públicas sustanciales, aumentó el comercio exterior, se acrecentó la entrada de
divisas, se organizó la economía (a instancias de los organismos internacionales
que imponían obligaciones para continuar desembolsando préstamos) y hubo
mayor dinamismo general.
Se aprovechó de esa debilidad sicológica tan propia de una buena parte de los
paraguayos de obnubilarse ante un individuo que sabe demostrar su fuerza, más
aún si este individuo es militar. Stroessner o manda kuaa (Stroessner sabe
mandar), repetían con un dejo de admiración personas que ante otros
mandatarios habían sido ariscos, levantiscos, contestatarios y hasta golpistas.
Entre los civiles, su poder militar hizo posible que se ganara para sus propios
intereses al Partido Colorado, que estaba a punto de sucumbir en sus casi
insalvables divisiones hasta que apareció Stroessner y la junta de gobierno de la
ANR, presidida por Tomás Romero Pereira, se prendió de su saco. Propició y
protegió una unificación del coloradismo que tuvo un sentido más de tregua
interna que de unidad real.
De ningún modo puede considerarse una dictadura militar al régimen que duró
entre 1954 y 1989. No fueron las Fuerzas Armadas como corporación las que
tuvieron la supremacía, aunque sus componentes hayan accedido a privilegios
casi inauditos. Esa fue una dictadura enteramente autocrática, de un solo
hombre. Fue la dictadura de Alfredo Stroessner y nada más. Los militares hacían
lo que Stroessner ordenaba y punto. Todos hacían lo que Stroessner ordenaba y
punto.
Stroessner siempre mandó solo. Para ello se valió del más asombroso sistema de
"inteligencia" desarrollado en el Paraguay desde los tiempos de José Gaspar
Rodríguez de Francia: los pyragüe, los informantes que muchas veces lo eran por
simple vocación. Mozos de restaurantes, músicos, docentes, estudiantes,
periodistas, locutores, empleadas domésticas, jardineros, almaceneros, choferes,
taxistas, prostitutas, peluqueros, chiperas, lustrabotas, desocupados y un sinfín
de tipos de personajes oficiaban de correveidiles de Stroessner a través de fieles
intermediarios estratégicamente ubicados en la función pública.
Por otro lado, ningún gran negocio se podía hacer sin su anuencia o su
conocimiento, por lo que estaba en condiciones de enterarse del patrimonio
económico de todos los potentados y manejar eso políticamente. Un opositor no
tenía la más mínima posibilidad de hacer fortuna. Para ganar plata había que
alinearse o, en último caso, estar prescindente de ayudar política y
financieramente a los adversarios de Stroessner. Si hubo excepciones a esta
regla, en verdad fueron bien pocas y en tal caso tuvo que haber algún tipo de
arreglo bajo cuerda.
Las voces que desde fuera del país gritaban que eso era una aberración, apenas
eran oídas. Primero porque nadie confiaba en que esas voces antiestronistas
fueran de gente que realmente obraría distinto a Stroessner si hubiera llegado a
instalarse en el poder, y segundo porque las voces internas que cantaban las
trilladas loas al único Líder oficiaban como eficaces sordinas ante los reclamos
opositores.
Así se fue perdiendo el sentido crítico y se desmontó el resto del criterio político
de la masa. Era mejor rendirse a la voluntad de Stroessner porque así las cosas
irían mejor, se construiría un país rico y progresista, habría paz, no se sucederían
ya las tan destructivas revoluciones y golpes de Estado; las madres ya no
llorarían a sus hijos muertos en las aventuras propiciadas por políticos
desquiciados. El mensaje era rotundo. No dejaba de tener un buen porcentaje de
razón, por otro lado, sobre todo refiriéndose a la anarquía y a la tilinguería de
tantos políticos que no hacían otra cosa más que conspirar y conspirar para
terminar inclusive conspirando contra sí mismos.
Stroessner engendró aquella frase de "No hay que ser café con leche; hay que
ser café o leche". Y ser café o leche significaba en términos simples, sufrir o
gozar con Stroessner. Dependía del sometimiento. No había gradaciones en ese
sometimiento. Era someterse o no. Café o leche.
Porque eso sí, había reglas de juego por más que fueran tramposas. Uno sabía
quién era quién; dónde estaban los blancos y dónde los negros; quién mandaba y
quién obedecía; hasta dónde servía la ley y a partir de dónde era letra muerta. La
sinrazón estaba escrupulosamente ordenada.
Después de El Rubio, ido el Líder, quedó una inmensa caterva de ubicuos que
decidieron reorganizar cada uno por sí mismo el andamiaje para el robo que
había dejado el general Stroessner. Todos querían barajar el mazo a su manera y
a su conveniencia. Y entonces se perdió la brújula. Mandaban todos y no
obedecía nadie.
Por eso hay quienes piensan que luego de Stroessner se robó mucho más que
antes del 89. No, de ninguna manera. Sólo que al irse el gato que regulaba las
dentelladas al queso, todos los ratones entraron a mordisquear sin esperar turno
ni orden.
EL ÚLTIMO SUPREMO
¿Qué habría motivado al Ejecutivo del país más poderoso del mundo a recibir al
presidente de un pueblo pobrísimo, perdido en el corazón sudamericano y
sumido en el más inmejorable subdesarrollo?
Para atisbar una respuesta habría que tener en cuenta las muy peculiares
condiciones de aquel año: 1956. Muchos historiadores lo recuerdan como El año
del miedo. Fue un año caliente, como paradójicamente fueron en su generalidad
los años de la Guerra Fría.
Ese año, también, los soviéticos aplastarían con crueldad los levantamientos
anticomunistas en Polonia y Hungría.
Los pyragüe no sabían a quién temer más: si a los comunistas o a la ley que les
obligaba a actuar con mano sumamente dura ante cualquier indiciado de ser
simpatizante del comunismo.
Algunos memoriosos políticos señalan que el proyecto había sido elaborado por
Guillermo Enciso Velloso, embajador paraguayo en Washington. La ley tenía
fuertes resabios maccarthistas aunque el senador Joseph Raymond McCarthy,
aquel perseguidor de comunistas en los Estados Unidos, había sido cesado por un
voto de censura de sus propios colegas en 1954.
LA MANO DE IKE
LA VENIDA DE NIXON
Un gesto indudablemente importante de Eisenhower hacia Stroessner fue la
visita al Paraguay, el 4 de mayo de 1958, del vicepresidente de los Estados
Unidos de América, Richard Nixon, quien pese a las críticas recibidas por parte de
la prensa regional, quedó "satisfecho" de su breve periplo por Asunción.
Tras esa visita y dada la presión norteamericana para una apertura institucional,
Stroessner permitió que el domingo 27 de julio de 1958 el Partido Liberal llevara
a cabo una convención abierta en el Teatro Municipal. El problema fue que los
liberales exiliados no pudieron ingresar al país para el acto, pese al pedido
elevado para el efecto al Ministerio del Interior. Esta convención no hizo más que
crear resentimientos entre los liberales desterrados y los que permanecían aquí.
En 1959 el Presidente dio unos pasos, entre ellos el levantamiento del estado de
sitio, que parecían encaminados a una verdadera apertura institucional. Dichos
pasos, empero, fueron abortados cuando Stroessner endureció totalmente su
Gobierno al cerrar el Poder Legislativo y enviar al exilio a varios de sus miembros,
todos componentes del sector más crítico del Partido Colorado.
En los años sucesivos, el tema de las drogas quedaría opacado por otro que a los
norteamericanos les parecería por entonces más urgente enfrentar: el
comunismo.
LA IRRUPCIÓN DE KENNEDY
El día anterior a la llegada del enviado de Kennedy, Stroessner expulsó del país a
tres notorios líderes opositores: el febrerista Rafael Franco, el liberal Carlos
Pastore y el democristiano Jorge H. Escobar.
Como método disuasivo, se les permitió a éstos una actividad más abierta;
incluyendo reuniones y hasta bailes partidarios donde se tocaba la legendaria
polka 18 de Octubre, símbolo musical de los seguidores del liberalismo
paraguayo.
Un sector bastante importante del Partido Liberal tenía desde 1956, luego del
fracaso del intento de golpe conducido por el coronel Alfredo Ramos, el
pensamiento de que el camino de la lucha armada estaba definitivamente
cerrado. Por eso mismo, la cúpula partidaria no acompañó en forma corporativa
el intento guerrillero del movimiento 14 de Mayo, que fue totalmente batido a
comienzos de 1962.
Aquel sector liberal se avino a participar en las elecciones de 1963, mediante las
cuales Stroessner lograría su segunda reelección con el ingrediente de que hubo
"oposición", con lo que respondería a los reclamos de Washington. El candidato
liberal fue el doctor Ernesto Gavilán, cuya "derrota" electoral fue contundente.
Pero quizá la herencia más trascendente de John Kennedy a nivel continental fue
la Escuela de las Américas. Creada en julio de 1963 e instalada en Panamá, fue el
más importante centro de adiestramiento de militares latinoamericanos para la
lucha contra el comunismo. Allí, los hombres de armas de nuestro continente
(varios de nuestro país) aprendían a pensar y a actuar como lo haría un
norteamericano. No pocos acusaron a la Escuela de las Américas de ser un
instituto donde se enseñaban depuradas y sistematizadas técnicas de tortura.
Por ese mismo hecho, en el Brasil había sectores muy fuertes que deseaban el
alejamiento de Goulart, considerado un presidente "muy permisivo y
manipulable". Los sectores más racionales querían que se optara por una salida
constitucional y no por un golpe militar. Entre quienes pensaban así se
encontraba el ex presidente Juscelino Kubitschek, quien consideraba a Goulart un
peligro para la democracia por su debilidad ante la anarquía, que iba ganando
espacio en el enorme país. No previó, pese a todo, que la democracia acabaría
por mucho tiempo en el Brasil tras el golpe que pegaron los militares.
Goulart había sido el primer presidente brasileño con quien Stroessner habló de
la posibilidad del aprovechamiento hidroeléctrico conjunto en los Saltos del
Guairá, que años más tarde concluiría con la construcción de Itaipú. Eso ocurrió
el 19 de enero de 1964, poco antes de la caída de aquél, cuando ambos
mandatarios se reunieron en una estancia del Pantanal, propiedad de Goulart,
para tratar la crisis de los Saltos.
Pero quizá recordando aquel acercamiento con Goulart, Stroessner tendría años
después un gesto realmente llamativo con él. El ex presidente brasileño vivía
exiliado en el Uruguay tras su derrocamiento y temiendo por su vida dada la
serie de asesinatos políticos en la región, decidió ir a vivir a Inglaterra. Sin
embargo, la falta de pasaporte le impedía viajar. El gobierno militar brasileño le
negaba sistemáticamente el documento. En 1973, Alfredo Stroessner en persona
le invitó a visitar Asunción y en una cena en Mburivicha Roga le entregó un
pasaporte paraguayo. Goulart pudo así salir del continente y ponerse a salvo de
un posible atentado.
EL RUBIO EN WASHINGTON
Como muestra de su adhesión incondicional a Washington, Stroessner envió en
1965 un contingente militar que se plegó a la llamada Fuerza Interamericana de
Paz, durante la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana.
Norteamérica invadió aquella nación y pidió ayuda a otros países del continente
para apoyar a la junta Militar que usurpaba el poder dominicano tras derrocar al
presidente Juan Bosch, en 1963. Se aludía el peligro de que el comunismo lograra
otro importante enclave en el continente.
Nunca se supo la razón concreta por la que Stroessner lo sacó de los cuadros
activos de las fuerzas armadas y lo castigó tan severamente.
Nixon, oriundo del estado de California, era quizá el político más odiado por la
prensa de su país. Tanto, que ésta incluso le retaceó legitimidad por el muy
escaso margen de su victoria: 43,4 por ciento contra el 42,7 por ciento del
demócrata Hubert Humphrey, ex vicepresidente de Johnson, en unas elecciones a
las que concurrió un muy bajo porcentaje de electores. Nixon no ganó en una
sola ciudad importante.
LA RESPUESTA A ROCKEFELLER
Muy poco tiempo después de asumir la presidencia de los Estados Unidos, Nixon
envió a Sudamérica a un representante oficial suyo, el entonces gobernador de
Nueva York Nelson Rockefeller.
Esa era una época de gran sensibilidad en la gente joven. La mezcla que
configuraban el centelleante rock sicodélico, la subcultura hippie, el pacifismo, la
rebeldía ante la injusticia, la ansiedad de protestar contra todo lo impuesto, el
reflejo de las cada vez más fuertes reacciones contra la guerra de Vietnam en la
propia Norteamérica, había dejado su influencia en una dirigencia estudiantil
paraguaya sumamente combativa y altamente concientizada de su papel dentro
de la sociedad.
Por otra parte, Rockefeller no fue la mejor elección de Nixon como un enviado
suyo a América Latina y específicamente al Paraguay. Rockefeller sonaba a
Standard Oil, a explotación, a culpabilidad por la Guerra del Chaco.
No se habían apagado aún los ecos de aquellas jornadas de junio del 69, cuando
se gestó el primer gran caso que crisparía las relaciones del Gobierno de
Stroessner con el norteamericano, hasta ese entonces bastante afables.
Adams afirmaba que Rodríguez, "quizá el general más poderoso del Paraguay,
también era socio anónimo de TAGSA, servicio de taxis aéreos cuyos pilotos
trabajaban horas extraordinarias como correos de la organización criminal".
LA ODISEA DE RÍCORD
El 15 de marzo de 1971, el gran jurado federal de Nueva York acusó formalmente
a Ricord por el tráfico de drogas a los Estados Unidos.
El Rubio también buscó aquietar las aguas para que el incidente adquiriera un
cariz netamente procesal. Sabía que el tema embarraba a varios hombres de su
entorno más cercano.
Ricord nombró como abogado a Roberto Velázquez Escobar, hombre muy cercano
a varios jerarcas del Gobierno, y consiguió que el 31 de diciembre de 1971 el juez
Bedoya denegara el pedido de extradición porque el Tratado del 26 de marzo de
1913 entre ambas naciones no contemplaba el caso de los narcotraficantes.
Pero Nixon sabía los límites del aguante del régimen paraguayo. Agotadas todas
las instancias formales, las presiones, y sabiendo que era directamente
Stroessner y no el juez quien decidía en el ámbito judicial, lanzó su estocada
final.
Quizá para tapar las apariencias, Gross habló también con el canciller Sapena
Pastor y con el presidente de la Corte Suprema de Justicia.
ADIÓS A NIXON
Ese año de 1974 habría un impacto que sacudiría el núcleo del poder paraguayo.
En noviembre se frustró el primer intento formal de asesinar a Alfredo Stroessner.
Fueron detenidos los miembros del comando que protagonizó la operación,
aunque el líder del mismo, el doctor Agustín Goiburú, consiguió escapar
temporalmente porque después sería secuestrado en la Argentina y muerto en
Asunción en el marco del Operativo Cóndor.
La presidencia de Ford coincidió con una de las más terribles épocas de represión
colectiva instaurada por el régimen de Stroessner, entre los años 1975 y 1976.
En febrero del 75 se dio el repulsivo asalto de tropas militares al mando del
coronel Grau a la colonia San Isidro de Jejuí, estrechamente ligada a las Ligas
Agrarias. El sacerdote que trabajaba con la comunidad, padre Braulio Maciel,
recibió una herida de bala. Con la denuncia de que ahí se estaba forjando un
núcleo comunista (imputación totalmente delirante), Stroessner hizo desmantelar
aquel emporio de gente laboriosa y los militares que "cumplieron la misión"
fueron más allá de las órdenes: a más de apresar a cuanta gente podían, robaron
también todo lo que pudieron.
EL CASO LETELIER
Fue en los últimos meses del Gobierno de Ford cuando ocurrió el ominoso
asesinato del ex canciller chileno del régimen de Allende, Orlando Letelier, en
pleno barrio diplomático de Washington, episodio en el cual alguna injerencia
paraguaya estuvo a punto de haber.
Augusto Pinochet había pedido a Stroessner un "favor especial" con miras a que
le consiguiera pasaportes paraguayos falsos a dos agentes de la DINA chilena
(Michael Tonwley y Armando Fernández Larios) quienes debían viajar a
Washington para matar a Letelier.
A raíz de aquel suceso, las relaciones del Gobierno paraguayo con la Embajada,
quedaron seriamente heridas.
Con Carter arribó la política de los derechos humanos como consecuencia del
Acuerdo de Helsinki, cuya finalidad principal era evitar que continuaran las
espantosas violaciones en los países comunistas.
Desde la fecha citada, nunca más se tuvo información oficial sobre el paradero de
Goiburú, aunque algunos ex presos políticos aseguran haberlo visto sumamente
golpeado en el Departamento de Investigaciones, donde presumiblemente murió
a causa de las torturas.
EL REFUGIO DE WHÍTE
Pese a que Reagan era muchísimo más conservador que Carter, y ante la
desilusión de Stroessner (que admiraba al sheriff de las pantallas y pensaba que
sería su "amigo" desde la Casa Blanca), el gobierno norteamericano siguió
apretando el torniquete sobre el Paraguay en el tema de los derechos humanos.
A pesar de estar cada vez más aislado por su sistema autocrático, el gobierno de
Stroessner continuó acrecentando su persecución a elementos opositores. Entre
1981 y 1982 fueron expulsados del país Luis Alfonso Resck, Augusto Roa Bastos y
Domingo Laino.
EL COMIENZO DE LA DECADENCIA DE STROESSNER
Dicha decadencia se inició en 1982, con una crisis económica derivada del fin de
las obras civiles de Itaipú y la consiguiente disminución del flujo de dinero fácil
que entraba al país. El guaraní fue sacudido y por primera vez durante toda la
era de Stroessner, el dólar comenzó a subir vertiginosamente en su cotización,
acabándose para siempre la mítica tasación de 126 guaraníes por unidad. Murió
el dólar'i tan loado en otros tiempos. Stroessner comenzó a ser derrocado en ese
año de 1982 por una razón muy simple: la plata ya no alcanzaba para todos los
corruptos.
Pero dada la crisis económica que se cernía sobre los paraguayos, en 1982 el
embajador Arthur Davis requirió a la AID que reconsiderara su decisión de
suspender la cooperación bilateral con Asunción.
GUERRA ABIERTA
La DEA en un momento dado estuvo dispuesta a actuar con mano dura contra
jerarcas paraguayos (entre ellos el propio hijo del Presidente, coronel Gustavo
Stroessner, según lo admitiría años más tarde Clyde Taylor), pero el Embajador
impidió que se llegara a extremos de manera a no echar más leña al fuego que
consumía la antigua amistad paraguayo-norteamericana.
Fuerzas policiales comandadas por el coronel del Ejército Víctor Machuca Godoy
hostigaron desde temprano a la gente que llegaba para la recepción
(representantes de varios gobiernos europeos) y a la que se encontraba frente a
la casa cantando consignas contra el Gobierno y vivando las actitudes de Taylor.
En el apogeo del ágape, cuando estaban reunidas unas 100 personas, la policía
lanzó granadas lacrimógenas contra los presentes que se hallaban en el patio.
Una de dichas granadas explotó a los pies de la esposa del diplomático, quien
ante el cariz grave que tomaba el asunto llamó a los marines de la Embajada,
bajo cuya protección pudo salir ileso de la frustrada recepción.
CAPITULO XI
Tras la purga de 1966 se constituyó una nueva cúpula represiva. Sabino Augusto
Montanaro fue nombrado ministro del Interior en lugar de Edgar L. Ynsfrán; el
general Alcibíades Brítez Borges sustituyó a Ramón Duarte Vera como jefe de
Policía, y Pastor Milciades Coronel llegó a jefe de Investigaciones.
El nuevo titular policial, Brítez Borges, tomó el cargo gracias al decreto Nro.
18.589 del 20 de mayo de 1966. Este personaje sería uno de los hombres más
corruptos del régimen de Stroessner. Se volvió legendario por comprar casas y
más casas en Asunción. Tenía una inmensa fortuna merced a que manejaba la
mafia que proveía a la Policía de todos los elementos, insumos y mercaderías en
general, sobrefacturados discrecionalmente. En la mayoría de los casos, Brítez
Borges cobraba y no entregaba los productos.
Pastor Coronel, por su parte, se convirtió de oscuro funcionario administrativo del
Ministerio de Educación, en el más temido represor de la segunda era de terror
de Stroessner al frente de su pandilla de torturadores de Investigaciones.
Coronel fue un verdadero poder dentro del juego de poder. Tenía vuelo propio y
en la realidad dependía directamente de Stroessner, aunque para mantener las
apariencias de respeto a la línea jerárquica, enviaba puntualmente sus informes
al jefe de Policía.
PAZ Y TRANQUILIDAD
"En tiempos de Stroessner vivíamos más tranquilos", es una frase muy común
que tiende a dar carta de realidad al mito de la "paz y la tranquilidad" durante los
casi 35 años dé régimen stronista.
Sin embargo, la ciudadanía corría otro tipo de riesgo: el asalto de los poderosos
empotrados en el Gobierno. Esto se hizo más sistemático aún en la segunda
etapa del gobierno de Stroessner, luego de 1966.
En muchos barrios los vecinos eludían transitar por la vereda del domicilio de la
víctima de la detención por temor a que los pyragüe vigilantes pensaran que
eran amigos o cómplices. El detenido y su familia quedaban en el más absoluto
abandono.
Uno de los casos más patéticos en ese sentido, fue el de Juan José Farías, un
hombre muy humilde, de 38 años de edad, que trabajaba vendiendo helados en
la localidad argentina de Clorinda. Era militante del Partido Liberal Radical y fue
detenido el 7 de marzo de 1969 en el resguardo policial de Puerto Sajonia cuando
retornaba, alrededor de las 18, de sus labores en la vecina villa fronteriza.
Este crimen, aunque fue judicializado por presión de la dirigencia liberal, nunca
fue esclarecido debidamente. El jefe de Investigaciones de la Policía, Pastor
Coronel, que en el proceso abierto fue defendido por el doctor Julio César
Vasconsellos, adujo que Farías era un elemento comunista y que cuando fue
capturado traía en su carro de helados documentos del PCP. Explicó que la
muerte del heladero se produjo a raíz de una dolencia. Lo más probable fue que
le dolieran en demasía las torturas.
PROTESTAS ESTUDIANTILES
Pero el ambiente ya venía caldeado porque el caso Juan José Farías había
impactado en la ciudadanía toda, así como la represión contra los movimientos
estudiantiles independientes que pugnaban con los jóvenes colorados por el
dominio de los respectivos centros de estudiantes en las facultades
universitarias.
Ese año movido de los revolucionarios 60 que se iban, estuvo marcado por el
terror a la persecución feroz, pero al mismo tiempo fue signado por la audacia de
una juventud que supo vencer su propio miedo para expresar lo que sentía.
Alguien dijo que Encarnación, la apacible ciudad sureña a orillas del río Paraná,
tuvo dos ciclones. El primero fue el gran fenómeno atmosférico que destruyó la
comunidad el 21 de setiembre de 1926. El otro se llamó Domingo Robledo, alias
Sombrero hu (sombrero negro, en idioma guaraní), intendente municipal en la
década de los 60 y comienzos de los 70.
El grupo que iba a ejecutar la acción estaba liderado por el doctor Agustín
Goiburú, médico colorado que tuvo que exiliarse en la Argentina tras denunciar
en 1959 los rastros de tortura que presentaban los detenidos que iban a ser
tratados en el Policlínico Policial. Se constituiría con el tiempo en un tenaz
enemigo de Stroessner.
Los demás miembros eran: Evasio Benítez Armoa (Nono), Rodolfo Ramírez
Villalba (Tato), Benjamín Ramírez Villalba, hermano del anterior; Carlos Mancuello,
Amílcar Oviedo, Gilberta Verdún Vda. de Talavera, cuyo papel sería la de una
vendedora de chipa en cuya canasta estaría instalado el detonador del explosivo
con que se pensaba cometer el magnicidio. Hubo más implicados como Aníbal
Abbate Soley, sindicado como el número dos de la organización detrás de
Goiburú; una persona a la que llamaban Tony, varios miembros del MOPOCO
(aunque la directiva de este movimiento no estaba de acuerdo con la eliminación
física de Stroessner) y algunos más cuyos nombres no trascendieron.
Benítez Armoa quedó a cargo del operativo y recurrió a oficiales corruptos del
Cuerpo de Defensa Fluvial de la Armada Nacional, que frecuente y
clandestinamente vendían explosivos a la famosa organización Triple A, que
liquidaba comunistas en la Argentina bajo el mando de López Rega (el
descubrimiento posterior de estas ventas ilegales de material de la Marina
originó la destitución del comandante de la unidad, contralmirante Hugo
González, tío de quien luego sería el presidente Luis Ángel González Macchi).
LA VENGANZA DE STROESSNER
Pastor Coronel anunció por medio de la prensa que se había desbaratado una
célula terrorista que pensaba secuestrar a autoridades nacionales y sembrar el
caos en la república. Incluso se publicaron en los periódicos fotos de una
supuesta "cárcel del pueblo" descubierta en los alrededores de Asunción. La
policía jamás dijo de manera oficial y pública que la intención real del grupo era
matar a Stroessner. Tal vez la sola idea asustaba a los propios popes policiales.
Ninguna de estas personas tuvo nada que ver con el intento de magnicidio, pero
varias de ellas pasaron años en prisión.
Dos que sufrieron horrores debido al tema fueron Roberto Grau Vera (quien
entonces tenía 62 años de edad) y su esposa, Agripina Portillo de Grau. A ambos
los apresaron el 28 de noviembre de 1974 en el consultorio odontológico de
aquél, en Bertoni casi Denis Roa, barrio Herrera de Asunción.
Ella murió el 13 de julio de 1980, a los 70 años de edad, en la más infausta de las
indigencias. El Comité de Iglesias corrió con los gastos del sepelio que se hizo en
el cementerio de Fernando de la Mora.
EJECUTADOS
Evasio Benítez murió bajo torturas presumiblemente pocos días después de ser
capturado. Un informe firmado por el inspector general Abelardo Burgos señalaba
sin embargo que el mencionado había fallecido tras un enfrentamiento con la
policía, mientras otro documento (D-3) de la Policía, fechado el 26 de noviembre
de 1974, describía cómo fue capturado Benítez en la guardia del Cuerpo de
Defensa Fluvial. ¿Cómo pudo haber muerto en un enfrentamiento si estaba
detenido?
Amílcar Oviedo, Carlos Mancuello y los hermanos Ramírez Villalba fueron llevados
desde un principio al Departamento de Investigaciones, donde estuvieron
absolutamente incomunicados y sometidos a los más horrorosos tormentos,
según testimonios de otros presos que los vieron en esa dependencia policial.
Sólo tras la caída de Stroessner y en el proceso que inició Esteban Oviedo, padre
de Amílcar, por la muerte de su hijo en manos de la policía, se supo la verdad en
base a una declaración hecha por el torturador Lucilo Benítez.
Desde 1959, el doctor Agustín Goiburú, el ideólogo principal del fallido atentado,
se constituyó en un obstinado enemigo de El Rubio. Contra el parecer de la
cúpula del MOPOCO, movimiento al cual pertenecía, tenía la idea de que la única
forma de librarse de Stroessner era eliminándolo físicamente.
Luego de huir del país en setiembre de 1959, Goiburú (que estaba casado con
Elba Elisa Benítez, hija del general Rogelio Benítez, uno de los que posibilitó el
retorno del coloradismo al poder en 1947) se instaló en Posadas, Argentina, con
su familia.
Ahí fue secuestrado por primera vez el 24 de noviembre de 1969. Traído al
Paraguay, estuvo tres meses en un sótano de la Marina para luego ser derivado a
la temida Comisaría 7º donde protagonizó un espectacular escape (situación
inédita hasta entonces en dicha inexpugnable sede policial) el jueves 13 de
diciembre de 1970 para asilarse ese mismo día en la embajada de Chile. Luego
viajó nuevamente a la Argentina.
Desde la década de los años 60, bastante antes que comenzara el Operativo
Cóndor por iniciativa de Chile, ya funcionaba a plenitud lo que podría llamarse el
Mercosur del terror, con la Argentina, el Brasil, el Paraguay y el Uruguay
desplegando una mutua cooperación para perseguir opositores que cruzaran las
fronteras.
Tras su detención, Mongelós, Stumpfs, Abbate y Cabral fueron llevados por tierra,
en un viaje que duró 32 horas, a Brasilia y luego a otro lugar del estado de Goiás,
donde permanecieron presos e incomunicados en el Departamento de Policía
Federal, durante 29 días.
EL CÓNDOR VUELA
En Asunción, los enlaces militares con Cóndor serían el general Alejandro Fretes
Dávalos, jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, y el coronel
Benito Guanes Serrano, jefe de la D-2 (Inteligencia militar).
Con esta alineación internacional se acabó en forma definitiva para los opositores
la posibilidad de escapar a la persecución política en su país simplemente
cruzando la frontera, tal como se hizo durante decenas de años. Mediante
Cóndor, Stroessner extendió su brazo represor hasta la Argentina, el Brasil,
incluso Chile, para castigar a sus enemigos.
Hubo muchos paraguayos, entre los tantos, que fueron apresados en la Argentina
y traídos al Paraguay en el marco de Cóndor: Domingo Rolón, Esteban Cabrera
Maíz, Nercio Stumpfs, Daniel Campos y Herminio Stumpfs. Todos ellos terminaron
en Emboscada.
Stroessner le tenía un odio especial a Remigio Giménez, pues había sido el único
que logró escapar a un exterminio de guerrilleros acaecido en la Nochebuena de
1960 en la localidad brasileña de Paranhos, estado de Mato Grosso. En ese
entonces, Giménez y otros siete compañeros suyos estaban presos en poder de
autoridades locales, que fueron sobornadas por enviados del gobierno paraguayo
para que fusilaran a los prisioneros simulando, un intento de escape.
LA OPM
La OPM fue el único movimiento de ese tipo que llegó por lo menos a intentar
organizarse en el país. Surgió en torno a un pequeño núcleo asunceno
estudiantil, pero en el curso de su crecimiento contactó con grupos de las Ligas
Agrarias Cristianas, fundamentalmente de la zona de Misiones, cuya adhesión
consiguió.
El siguiente tiroteo fue en la madrugada del 5 de abril, en una casa del barrio
Herrera de Asunción, donde abatieron el jefe de la OPM, Juan Carlos Da Costa. En
las fuerzas policiales terminó gravemente herido el comisario Alberto Cantero,
quien luego sería jefe de la sección Política del Departamento de Investigaciones
en sustitución de Francisco Bogado.
Dos miembros del grupo sedicioso, Mario Schaerer Prono y su esposa, Guillermina
Kannonikoff, trataron de huir tras la refriega y se refugiaron en la iglesia de San
Cristóbal cuyo párroco, el padre Raimundo Roy, los entregó luego a la policía.
Ambos fueron conducidos a Investigaciones. Schaerer tenía una herida leve de
bala en una de las piernas, pero poco después murió. Pastor Coronel informó
oficialmente que el fallecimiento se produjo a raíz de las heridas recibidas por el
detenido durante el choque con las fuerzas de seguridad. En realidad, Schaerer
murió a consecuencia de las torturas que le propinaron en Investigaciones.
Hubo gente que condenó la actitud del padre Roy y este sacerdote canadiense
quedó muy afectado espiritualmente tras conocer el destino de Schaerer. Sin
embargo, se puede afirmar que él, proveniente de una nación del Primer Mundo,
actuó con los parámetros que regirían en un país civilizado: entregar a un
perseguido a la Policía en un marco de institucionalidad. Sólo que no tuvo en
cuenta que se trataba de la policía paraguaya, que no era una institución pública
al servicio de la comunidad, sino un brazo cuasi criminal de la estructura
autocrática.
El padre Roy tuvo que recibir ayuda profesional de una sicóloga para recuperarse
del shock emocional que le causó lo ocurrido.
Esa misma madrugada del 5 de abril de 1976 cayeron también Diego Abente
Brun y su esposa, Estela Maris Rojas, y Miguel Ángel López.
La OPM le dio al régimen de Stroessner la oportuna excusa para una decisiva ola
represiva que hacía tiempo se venía incubando. En 1975 les había tocado a los
comunistas. En 1976, a los jóvenes de la Organización Político Militar. Lo más
nefasto fue que la represión no sólo se cebó en los integrantes de la
organización, sino que se fue extendiendo hasta alcanzar a gente que no tenía
nada que ver con el grupo. Muchos inocentes pagaron sin culpa alguna.
Y conste que Arzamendia ni tan siquiera había tenido lejano conocimiento de que
existiera algo denominado OPM.
LA PASCUA DOLOROSA
En plena Semana Santa de 1976 envió a Misiones a uno de sus más tenebrosos
torturadores, Camilo Almada Sapriza. Éste instaló su cuartel general en Abraham
Cue, San Juan Bautista, y desde allí ejecutó una represalia aberrante que la
historia recogió como la Pascua Dolorosa. El procedimiento se extendió hasta
setiembre del referido año y fueron detenidas más de 600 personas que sufrieron
las más atroces torturas que un ser humano pudiera imaginar.
personas.
La Conferencia Episcopal emitió en junio del 76 una Carta Pastoral titulada Entre
las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, en la cual denunciaba toda
la barbarie que había desatado el Gobierno.
El desamparo de los presos políticos y la necesidad de asistencia a sus familiares,
llevó a la Iglesia Católica a unirse a dos pequeñas iglesias protestantes: Los
Discípulos de Cristo, de origen norteamericano, y la Iglesia Evangélica del Río de
la Plata, de ascendencia alemana, para conformar en junio de 1976 el Comité de
Iglesias para Ayudas de Emergencia (CIPAE), uno de los bastiones en la lucha por
los derechos humanos en el Paraguay.
Las Ligas Agrarias Campesinas se crearon con la idea de que los productores
agrícolas paraguayos tuvieran una organización propia a fin de aprovechar mejor
la cooperación proveniente de la Alianza para el Progreso que instauró John F.
Kennedy.
Hacia finales de los años 60, interpretando el mensaje del Vaticano II y, sobre
todo, de Medellín, la Iglesia se acercó más al campesinado. Los jesuitas y los
franciscanos comenzaron a trabajar directamente en la concienciación social de
los labriegos y gran parte de las Ligas Agrarias Campesinas pasaron a
constituirse en Ligas Agrarias Cristianas.
Una noche de febrero de 1975, una fuerza militar de 2.000 efectivos a cuyo
mando estaba el teniente coronel José F. Grau, atacó la comunidad rural de San
Isidro de Jejuí, en el departamento de Concepción.
Dicha comunidad, centro de la coordinación de las Ligas Agrarias del norte, era
para el régimen nada menos que un "campamento guerrillero" y fue
salvajemente desmantelada por el ejército. En el ataque hirieron de bala el
sacerdote Braulio Maciel, que servía en el asentamiento, y arrestaron a un obispo
norteamericano, monseñor Roland Bordelon, que trabajaba para Cáritas. Otro
norteamericano capturado ahí fue Kevin Cahalan, representante residente en el
Paraguay de la Catholic Relief Service. Ambos sufrieron tratos inhumanos en
prisión.
Otro hecho que acentuó el terror fue el saqueo que llevaron a cabo las fuerzas
militares en Jejuí. Desaparecieron unos 8 mil dólares que habían sido donados por
Cáritas y se llevaron animales (15 vacas lecheras, 20 cerdos y 600 gallinas),
frutos de la cosecha y hasta los enseres, herramientas, muebles y utensilios
domésticos. Las casas fueron arrasadas y todos los labriegos expulsados. Tiempo
después, el Instituto de Bienestar Rural vendió las tierras a otra gente. La
experiencia comunitaria agrícola de Jejuí sucumbió destrozada.
Pocas semanas después, la barbarie hizo lo mismo con otras colonias: Acaray, en
Alto Paraná, y Tuna, en Santa Rosa, Misiones. Tres pobladores de la primera
murieron torturados en Investigaciones. En la segunda, varios misioneros
españoles que enseñaban en la escuelita del lugar se vieron obligados a irse del
país bajo un consabido cargo: comunistas.
LA MASACRE DE CAAGUAZÚ
Estaban desesperados y querían llegar hasta la oficina regional del IBR para
buscar solución al hostigamiento permanente que recibían de parte de militares
que querían expulsarles de sus tierras.
A pocos kilómetros del lugar del incidente, los agricultores decidieron abandonar
el ómnibus, atemorizados por las consecuencias que podría tener lo ocurrido. Ya
el ejército y milicianos colorados estaban tras sus pasos.
Uno de los pocos que logró escapar fue Victoriano Centurión, que se convirtió en
el hombre más buscado del país. Basándose en su gran instinto de conservación
y ayudado por algunos políticos opositores, escapó del cerco militar-policial y
consiguió refugio en la embajada de Venezuela, en Asunción.
En el otro grupo de fugitivos, varios cayeron detenidos, entre ellos tres criaturas:
Apolonia y Arnaldo Flores y Apolinario González. Ninguno sobrepasaba los 13
años de edad. Apolonia tenía 12 y además sufrió una herida de bala. Todos ellos
estuvieron presos durante 6 meses bajo la imputación de ser guerrilleros que
habían asaltado un ómnibus.
Éste fue el último gran capítulo represivo sangriento del gobierno de El Rubio.
EL MOVIMIENTO INDEPENDIENTE
Con el reflejo del caso OPM en 1976 y en la tesitura de desintegrar cualquier tipo
de grupo que tuviera una postura crítica frente al régimen, las huestes de Pastor
Coronel se mantuvieron vigilantes y expeditivas.
En julio de 1977 se desató otra fuerte ola represiva, esta vez contra un
conglomerado de jóvenes que integraban lo que se dio en llamar Movimiento
Independiente, agrupación conformada para que "en el marco del respeto a la ley
pudiera tener presencia en la vida política del país", según la definición de uno de
sus miembros, el doctor José Nicolás Morínigo, más conocido como Pepito, que
debido a ese caso fue violentamente detenido en su domicilio, el 21 de julio.
A todos los detenidos, entre los que se hallaban el doctor Ursino Barrios, el poeta
Jorge Canese, Ricardo Canese, Juan Félix Bogado Gondra, Emilio Pérez Chaves,
Oscar Rodríguez Campuzano, Antonio Pecci, Adolfo Ferreiro, Eduardo Arce
Schaerer y José Carlos Rodríguez, los trasladaron posteriormente al campo de
concentración de Emboscada, donde estuvieron recluidos por poco más de un
año.
Junto con su esposa, Celestina Pérez, Almada había fundado en la ciudad de San
Lorenzo el Colegio Juan Bautista Alberdi, en el que se promovía un tipo de
educación autogestionaria que priorizaba los intereses comunitarios y
ciudadanos más que los de los centros de poder que querían imponer un
currículum educativo desfasado de la realidad circundante de los educandos.
Esa noticia fue el más tremendo golpe que sufrió filmada en prisión. En setiembre
de 1976 lo trasladaron al campo de concentración de Emboscada, de donde salió
en libertad en setiembre de 1978.
Todo lo que Martín Almada sufrió, tuvo su origen en el deseo de que la educación
en el Paraguay se saliera de los moldes impuestos por el stronismo. La crítica se
pagaba con el terror.
La obsesión del régimen stronista era ejercer un absoluto control sobre todas las
actividades ciudadanas, hasta las más íntimas. Y en esos años 70 mucho más,
dados los sucesos políticos y represivos ocurridos en su transcurrir y pese a que
la bonanza económica esparcía sus beneficios sobre muchos sectores del país,
especialmente a finales de la década.
Esa bonanza hacía que la noche asuncena, con sus variados lugares de
espectáculos, sobre todo musicales, estuviera en su esplendor.
El propio Pastor Coronel vio la posibilidad de emplear una buena táctica policial:
disfrazar a policías de pancheros. Una nueva forma de ejercer control.
EL FIN DE LA ERA MÁS DURA
En 1980 se cerró la década de los años 70, la más violenta de la era stronista. La
represión con estilo de masacre ocurrida en Caaguazú fue la última de
características extremadamente sangrientas que cometió el régimen.
En las sesiones de tormentos, Mella lanzó los nombres de otros periodistas a los
que luego apresaron, tales como el argentino Hernando Sevilla, Eduardo Rolón,
Rolando Chaparro y Juan Andrés Cardozo. Todo duró hasta que ni la propia Policía
pudo justificar ya la irracionalidad de su procedimiento.
El atentado contra Somoza, perpetrado por un comando extranjero que entró con
sospechosa facilidad al país con su propio armamento, hizo comprender a
Stroessner que su tan mentado sistema de seguridad no era nada seguro y que
su anquilosada policía política no estaba capacitada para pelear contra enemigos
realmente potentes y organizados como el grupo que reventó literalmente al ex
presidente de Nicaragua.
Se podría pensar, ante este panorama, que la represión en el Paraguay no fue tan
intensa si se la coteja con la de otros regímenes de la región. Sin embargo, hay
que tener en cuenta que Stroessner no tuvo frente a sí a una oposición realmente
organizada que recurriera a las armas con la estructura suficiente para vencerlo.
Entonces, no necesitó del genocidio.
En las dos épocas en que hemos dividido el terror en la era de El Rubio, se puede
notar claramente que una de las características del stronismo fue que tenía que
producir siempre una situación de antagonismo interno. Nunca debía tener
tregua el juego de conflicto y represión porque ése era el fuego vital del régimen.
CAPÍTULO XIV
STROESSNER INTIMO
Eligia era hija de don Anastasio Mora y de doña Eloisa Delgado. Los biógrafos y
panegiristas oficiales de Alfredo Stroessner no hablan de la fecha de su
casamiento con la estoica docente villahayense. Algunos familiares señalan que
probablemente el matrimonio se produjo en 1949, cuando sus dos primeros hijos,
Gustavo Adolfo y Graciela Concepción ya habían nacido. El primero, en el año
1944.
A doña Eligia le seducía la sencillez, la vida apacible y alejada de todos los
problemas, aunque la carrera castrense de su amado Alfredo siempre tuvo las
vicisitudes propias de una era de inestabilidad consuetudinaria. Sus aspiraciones
de mujer de pueblo no llegaban mucho más allá de ser una buena docente, una
excelente esposa y una madre vigilante de la crianza de sus hijos: Gustavo
Adolfo, Graciela Concepción y Hugo Alfredo (Freddy, quien fallecería poco
después del derrocamiento de su padre, como consecuencia de las drogas y el
alcohol, y cuya muerte le causaría a doña Eligia un dolor del que nunca se
repondría totalmente). Éstos eran los hijos oficiales del matrimonio Stroessner
Mora, a los que se debe sumar una hija adoptiva, María Olivia, más conocida
como Chelita.
Hay quienes afirman que doña Eligia Mora Delgado de Stroessner sufrió siempre
estoicamente tanto en el éxtasis como en la agonía del poder de su esposo, de
quien sabía tendría que separarse tarde o temprano, como luego sucedió, en el
cumplimiento de un destino que se precipitaría de manera inexorable.
Ella era una típica mujer paraguaya de esos tiempos que soñaba con un marido,
un hogar y los hijos. Ése era su mundo ideal que chocaba constantemente contra
la realidad de que todos los acontecimientos pasaban por encima de sus sueños
de vida afable y simple.
Doña Eligia era atenta ante los problemas ajenos. Se sentía feliz ayudando a la
gente aunque nunca hizo alarde de poder alguno cuando ayudaba. Lo hacía con
la sencillez que siempre la caracterizó. Tenía un grupo de amigas con las que se
reunía de tarde en tarde para jugar a las cartas, pero era sumamente discreta en
sus conversaciones. No le gustaba diseminar sus problemas con Alfredo, de quien
se sentía cada vez más alejada.
Ella terminó lejos de todo, especialmente de aquel joven de los primeros tiempos,
rubio, flaco y alto, espirituosamente militar y siempre acosado por la estrechez
económica. Aquel que se ilusionaba con solucionar los problemas del país y que
de adulto no encontraría mejor manera de intentarlo que sometiéndolo.
Stroessner, más allá de las incurables infidelidades que iban dejando cada vez
más abandonada a doña Eligia, solamente podía serle leal a su propia naturaleza.
Es posible que nunca haya amado realmente a nadie. Quienes sucumben ante su
propia vocación de poder, generalmente se niegan a sí mismos el acceso a ese
sentimiento demasiado humano para ser digno de un Alfredo Stroessner, el
bronce.
El capitán Federico Camilo Figueredo recordaría años más tarde que para
complacer a Stroessner algunos oficiales "hacían un verdadero torneo de
obscenidades que desprestigiaban a las fuerzas armadas" y que quienes no
participaban activamente de esos actos o no los aprobaban, eran mirados con
desconfianza.
SU CARÁCTER
Más allá del gusto por el whisky y las mujeres, muchos de quienes lo conocieron
de cerca coinciden en que Alfredo Stroessner era un hombre austero y de espíritu
casi espartano. Era un militar puro y se adaptaba mejor que cualquiera a las
circunstancias físicas que le rodearan.
Sobrio en sus maneras y en sus gustos, no le atraían los lujos ni el confort más
allá de lo indispensable. Esto se comprobó cuando tras el golpe de 1989 muchas
personas ingresaron a ver su dormitorio. Estaba muy lejos de la suntuosidad y
hasta el viejo aparato de aire acondicionado se hallaba descompuesto. Nadie
entraba a ese aposento fuera de ña Lola, su mucama. Era el lugar de sus
mayores secretos.
En el trato daba mayor preferencia a los militares sobre los civiles, aunque en los
primeros tiempos de su presidencia le gustaba mezclarse con la gente común y
conversar con ella. En esas situaciones hablaba en guaraní. Así cultivó amistades
llamativas, como la de Ña China, por ejemplo, una humilde chipera que tenía un
puesto en pleno centro asunceno. A Stroessner le fascinaba charlar con ella,
tanto que la llevó consigo en varios viajes oficiales al exterior.
Muchas veces, El Rubio tenía antojos que parecieran hasta inocentes. Iba a la
despensa Cabure'í, en la calle Garibaldi, donde compraba golosinas que después
regalaba a sus amigos o a sus subordinados. O adquiría frutas en el negocio de
don José Módiga, en Colón casi Estrella. También solía sostener prolongadas y
divertidas charlas con los hermanos Barchini, en el Hotel Guaraní.
Otras tardes las pasaba en Mburuvicha Roga jugando a las cartas con sus muy
elegidos amigos. Desde la década de los 80 esos juegos se hacían afuera. Los
martes y jueves se trasladaba hasta la residencia del coronel Francisco Feliciano
Duarte para jugar al tute, en partidas de las cuales participaban los generales
que gozaban de su mayor confianza: Germán Martínez, Johannsen y Ruiz Díaz,
éste último, comandante del Regimiento Escolta Presidencial.
No realizaba ejercicio físico más allá de las caminatas que cuando estaba sano y
fuerte solía hacer a la madrugada, antes de ir al Palacio, en el Jardín Botánico o
en el Parque Caballero. Algunas veces se enfrascaba en largas partidas de
ajedrez con el maestro Ronald Cantero o con otros buenos jugadores, ya que él
mismo tenía un alto nivel en el deporte ciencia.
También le gustaba el fútbol. Algunos afirman que llegó a jugar por el Libertad, el
club del cual era adicto y al que desde su cargo de Presidente de la República
ayudó en grado apreciable, tanto que el estadio lleva hasta hoy su nombre.
Ése sería durante el régimen stronista el único recinto donde la gente, los
domingos a la tarde, llegaría a gritar "¡Libertad, Libertad!" en presencia del
mismísimo El Rubio sin que éste se molestara en absoluto.
Pero la actividad recreativa que más le gustaba a Alfredo Stroessner era la pesca.
En sus primeros tiempos de Gobierno se iba al río Pilcomayo, en el Chaco; luego
instaló su centro de pesca en la isla Yacyretá, sobre el río Paraná. En sus últimos
años de presidente se trasladaba con frecuencia a Rosario, sobre el río Paraguay.
Sus compañeros preferidos en esas ocasiones eran el coronel Julián Miers, Ito
Barchini y los doctores César Nazer, Fratta Bello y Yaryes. Algunas veces también
iba el doctor Manuel Riveros, una de las personalidades más queridas y
respetadas por El Rubio.
Pero los infaltables en esas jornadas de pesca eran dos extraños personajes que
estaban siempre cerca de Stroessner en las circunstancias que fueran, tal como
amuletos imprescindibles.
El primero era el italiano Salvador Musmessi, más conocido como Turi. Nacido en
el seno de una familia de pescadores en Sicilia, en 1908, llegó al Paraguay en
1913. En 1960, don Vito Campos lo presentó al edecán del Presidente, coronel
José María Argaña, quien a su vez le hizo conocer a Stroessner.
No tardó El Rubio en invitarlo a Turi a visitar la isla de Yacyretá para pescar. Tanto
le gustó el lugar al italiano que decidió quedarse una semana luego de que todos
volvieran a Asunción. Un tiempo después se fue a vivir en la isla. Stroessner le
instaló ahí como una especie de gobernador al frente de 15 soldados.
Desde ese remoto lugar Musmessi ejerció un gran poder. Llegó a expedir una
placa para automóviles como si la isla Yacyretá fuera un municipio. La posesión
de esa placa era muy apetecida porque significaba para su titular la ostensible
cercanía al poder.
En Asunción, don Turi se construyó una casa con forma de barco. En la mañana
del jueves 2 de febrero de 1989, Stroessner pasó por allí para avisarle que
pensaba aprovechar el largo fin de semana que se avecinaba (el viernes 3 era
feriado) para ir a pescar. El programa sucumbió por fuerza mayor.
En los años 80, Soler trascendió del ámbito pesquero y se instaló al lado de
Stroessner como un compañero inseparable, incluso en el automóvil presidencial,
al que muy pocos accedían.
Otro hecho que a todos asombraba era que Stroessner visitaba constantemente a
Soler en su domicilio, ubicado en un barrio residencial de Asunción. Había días en
que El Rubio iba varias veces a la casa de ese inentendible individuo y se
quedaba conversando con él durante horas de temas intrascendentes, según
testimonio de familiares de Soler. Nadie lograba explicar esa relación de seres
presuntamente tan disímiles. Pero Stroessner tenía esas cosas extravagantes.
SUS GUSTOS MUSICALES
Otro de sus favoritos era Luis Alberto del Paraná, a quien apreciaba
sustantivamente por el hecho de llevar la música paraguaya a todo el mundo.
Incluso le perdonaba que actuara en ciudades de la Unión Soviética. Paraná, con
su radiante simpatía, le aseguraba a Stroessner que él iba a "coloradizar a todos
los comunistas de Rusia".
Otro de sus artistas admirados era Roquito Mereles, un rabelero (el rabel es una
especie de violín de tres cuerdas) casi indigente y ciego que se ganaba la vida
cantando tonadas populares compuestas por él mismo. Roquito era habitué del
Mercado N° 4 y para escucharlo mejor, El Rubio le hizo conceder un espacio
semanal en la radio del Estado.
En este aspecto, quizá Epifanio pagó así lo que él mismo, cuando estaba en el
poder, le hizo al maestro Carlos Lara Bareiro, el músico paraguayo de mejor
formación académica, a quien mandó al exilio. Claro está, Stroessner tampoco
permitió que Lara Bareiro regresara al país, por su condición de marxista.
Pero al comunista cuya difusión no pudo prohibir jamás Stroessner fue José
Asunción Flores, el creador de la guarania y máximo referente de la música
paraguaya. El castigo mayor para éste fue no permitir la repatriación de sus
restos tras su muerte en Buenos Aires en 1977.
SUS AMIGOS
Como todo hombre poderoso, Alfredo Stroessner tenía muy pocos amigos
verdaderos. Perdió a muchos en los caminos del afianzamiento en la hegemonía
del gobierno de la nación. Conforme fue ganando ascendencia sobre el país fue
creciendo su soledad. Aún así, tuvo amigos que le duraron, algunos, toda la vida.
Otro de sus grandes amigos de toda la vida fue el doctor Julio César Pompa, a
quien había conocido en plena guerra del Chaco. El caso de Pompa fue muy
distinto al de Robledo, pues aquél era un caballero y jamás utilizó la amistad del
Presidente para perjudicar a nadie. Quienes saben del tema afirman que Pompa
le enseñó a Stroessner a salir de la pobreza.
Otros amigos con los que después tuvo desencuentros fueron los doctores Fratta
Bello y Yaryes y con Alberto Planás, a quien destituyó del cargo de jefe de
Investigaciones cuando el escándalo con los alemanes Dieter Douring y Wolf
Erhard Kocubek, protagonizado por el jefe de Policía, Ramón Duarte Vera,
removido también de su puesto a raíz del caso que es tocado en otro capítulo de
este mismo libro.
Otra persona a la que apreció mucho fue don Nicolás Bo, con quien solía almorzar
los días jueves en la residencia de éste, en la avenida Félix Bogado.
Entre los militares, quienes de mayor confianza gozaron hasta los últimos
tiempos fueron el general Germán Martínez y los coroneles Miers y Bentos, todos
ellos del arma de Artillería y leales a Stroessner desde antes de su exilio en 1948.
Hubo más gente cercana, pero quizá no en el grado de los nombrados. El general
Andrés Rodríguez, a pesar del aprecio que le tenía Stroessner y de tener el grado
de pariente político (tanto que pasaron juntos el último Año Nuevo de El Rubio
como Presidente), no podía considerarse amigo en el más estricto sentido de la
palabra, pues entre ellos primaba la condición de jefe y subordinado.
Ñata vivía en el barrio Ita Pyta Punta, sobre la calle 20, detrás de la Facultad de
Filosofía de la Universidad Nacional. Hasta ese barrio ribereño y de calles oscuras
iba Alfredo a visitarla de noche en noche en un jeep militar a la vista de todo el
vecindario, saludado a su paso por los obreros y obreras de la firma textil Grau
S.A. (hoy ITASA), que abandonaban sus tareas para "ver pasar al Presidente".
El Rubio llevaba a Ñata a todas partes. Pasaban juntos algunos fines de semana
en la casa del kilómetro 4 a orillas del río Acaray, que le habían obsequiado al
Presidente; se instalaban en la granja de Zotti, en Barcequillo, o en la céntrica
casa de Virgilio Ramón Legal, en la calle Colón, frente al club Deportivo Colón.
Virgilio se valió de su condición de "cuñado" del Presidente para ser durante
muchos años delegado de Gobierno en los departamentos de Guairá y Caazapá.
Con Ñata, Stroessner tuvo dos hijas, María Teresita, quien llegó a recibirse de
doctora en Medicina, y María Estela, la mayor. Ambas nacieron en el sanatorio
Mígone y adoptaron el apellido de la madre. Estelita se casó luego con un
ciudadano norteamericano, constructor que trabajó en la Binacional Yacyretá,
Donald Red, apodado Franky, con quien se fue a residir a Estados Unidos.
Estelita, según cuentan, era la más grande debilidad filial de Alfredo Stroessner.
Su semblante cambiaba cuando la veía, todo en él se transformaba entonces. El
temido Presidente se convertía en un padre amantísimo cuando aparecía ante
sus ojos aquella belleza con claras reminiscencias físicas de su madre.
Ñata Legal no fue una simple amante más de Stroessner. No fue la otra ocasional.
Llegó a importar afectiva y efectivamente e incluso detentó prerrogativas
envidiables, casi como una Primera Dama en la sombra. En su casa se
solucionaban-aseguran algunas fuentes importantes- muchos temas de Gobierno,
especialmente aquellos que interesaban a ciertos grupos económicos.
De todos modos se las arregló para mantener en buena medida un perfil más
bien bajo y su relación con el intocable presidente de la República nunca
degeneró en un escándalo popularizado, ni mucho menos.
Su adicción al whisky y al sexo era renombrada desde mucho antes de que fuera
comandante en jefe. Ya en tiempos de Paraguarí tenía fama de bebedor y
mujeriego, tanto que se hacía llevar mujeres al cuartel para distracción propia y
la de sus oficiales.
Uno de sus romances más conspicuos fue el que sostuvo con Tina, una chica de
14 años de edad, natural de Acahay, criada por el teniente coronel Alejandro
Andreieff en Paraguarí. Stroessner la conoció en el año 1950. Andreieff fue uno de
los oficiales de la Artillería que el 2 de julio de 1946 exigieron al entonces
comandante en jefe, general Vicente Machuca, que Stroessner, tras ser relevado
por una intriga castrense, volviera a ser comandante del RA 1. Stroessner
apreciaba a este ruso blanco muy querido en Paraguarí por sus habilidades como
constructor. Tras su muerte, en un accidente de ferrocarril, El Rubio enamorado
llevó a Tina a Mbocayaty, jurisdicción de Escobar, a 9 kilómetros de Paraguarí,
donde la dejó al cuidado de la madre y la hermana de su guardaespaldas, el
sargento de Artillería Leandro Báez. Luego de dos años de permanecer ahí, Tina
fue traída a Asunción donde el general le pidió a su primo y amigo Eusebio Abdo
Benítez (hermano de Mario) que la tuviera por un tiempo en su casa, en las
cercanías de la iglesia de La Encarnación.
Tina quedó embarazada de Alfredo, pero el idilio fue muy tumultuoso porque la
doncella tenía veleidades de casquivana y le gustaban en demasía los
muchachos, tanto que cuando podía escaparse de la vigilancia que ejercía sobre
la casa de Abdo el guardaespaldas Báez, coleccionaba primorosos cuernos para
la testa del artillero corazón de acero.
Otra de sus "novias", Miryam, vivía cerca de los Arsenales, en el barrio Sajonia,
hasta que se mudó a las inmediaciones de la avenida San Martín. Con ella,
Stroessner tuvo una hija que a la caída del gobierno de su padre debía tener unos
17 años, según relatan fuentes conocedoras del tema. El idilio con Miryam se
acabó alrededor de 1974.
La última de sus amantes más conocidas, hasta poco antes del golpe de febrero,
fue una joven veinteañera llamada Blanca Gómez; quien había comenzado a
frecuentar a Stroessner cuando tendría unos 14 o 15 años (a El Rubio le
obsesionaban las jovencitas). Vivía con una tía en una casa de la calle General
Garay, de Villa Morra. Luego se mudó a otra ubicada sobre la avenida Sargento
Ovelar. Para sus ratos de intimidad, Blanca y Alfredo solían encontrarse en la
quinta que poseía el General en Zárate Isla, Luque.
La señorita Gómez, quien no tuvo hijos del Presidente, luego del golpe de febrero
se fue a vivir a los Estados Unidos.
Muchas de las conductas de Stroessner todavía son enigmáticas. Era sabido que
trataba con suma consideración a sus amantes, a muchas de las cuales luego las
hizo casar con personalidades de su Gobierno, sobre todo militares y jefes
policiales. Personaje que se casara con una ex amante de "mi" General sabía que
tenía la carrera asegurada.
En algunas circunstancias, esta conducta del Primer Amante del Paraguay podía
considerarse como una reminiscencia de los señores feudales que tenían el
Derecho de pernada, es decir, el derecho de iniciar sexualmente a una joven
recién desposada. En el caso de Stroessner, él "probaba" primero a las damas y
luego les buscaba marido entre los sujetos cercanos a él.
LA CASA DE POPOL
Popol era todo un caso. Stroessner lo había conocido en la Guerra del Chaco, de
la cual Perrier volvió con el grado de capitán de Infantería. Desde ahí se hicieron
amigos. Una hermana suya, Florentina, se casó con quien luego sería
todopoderoso comandante de la División de Caballería, Victoriano Benítez Vera, y
Popol, como cuñado de uno de los dueños del poder, tuvo su primera época de
gloria.
Pero tras los sucesos del 9 de junio de 1946 que marcaron el definitivo
opacamiento de la estrella militar de Benítez Vera, éste se marchó a su exilio de
Buenos Aires y Popol se fue a sobrevivir a la ciudad argentina de Corrientes.
Paraba la olla con un poco surtido almacencito, hasta que pudo hablar con El
Rubio y reeditar con éste la amistad que habían comenzado en aquellos tiempos
de mozalbetes metidos a matar bolivianos en el Chaco.
Stroessner le dio la habilitación para que con Julio Valentino abriera un casino. En
verdad, ambos abrieron varias casas de juego, una de las cuales, de propiedad
exclusiva de Perrier, el Royal Park, sigue funcionando en su vetusto local de la
avenida Eusebio Ayala, frente al club Guaraní.
Esa sociedad se disolvió luego. Perrier siguió con una parte y Julio Valentino,
casado con Dora de Valentino, continuó su propio negocio. Pero don Julio murió y
su viuda se hizo socia y esposa de don Julio Domínguez.
Popol fue ganando más cercanía con Stroessner y por lo tanto más poder. Se
compró la casa donde criaba a sus muchachas y las entrenaba de modo que
desarrollaran las excelsas habilidades de Afrodita, para que con ellas
entretuvieran luego en sus momentos de ocio al El Rubio. Así, éste podría olvidar
por algunas horas los agobios que le producía mandar tan en solitario en el país.
Pero el Presidente era el Presidente y podía mandar desde donde quisiera, incluso
desde esa afiebrada casona donde se podía de pronto ver deambular en los
pasillos a exuberantes niñas cuyas erguidas turgencias disparaban sabia y
directamente su carga de deseo a los ojos de quienes iban a ver al jefe.
Algunas veces, Stroessner acudía a la casa de Popol en compañía de su "novia"
Ñata. El Rubio hizo costumbre eso de ir a lo de Popol para luego dirigirse al
Palacio. Y cuando no lo hacía, aquél entraba en un estado de angustia y
depresión como si el mundo estuviera a punto de destruirse solo.
Popol tuvo siete hijos con siete mujeres diferentes. Por lo menos reconoció a esa
cantidad de vástagos, porque en verdad tuvo otros hijos e hijas que finalmente
no llegó a reconocer como tales, según las malas lenguas.
Todo por unas miserables cuentas de luz, agua y teléfono. Pero Popol ya había
hecho su fortuna. Poco antes de morir, repartió entre sus hijos e hijas
reconocidos, sus incontables casas en diferentes barrios asuncenos. Así falleció
tranquilamente en 1985.
Con su esposa Eligia, Alfredo Stroessner tuvo tres hijos: Gustavo Adolfo, Graciela
Concepción y Hugo Alfredo. Además, fue reconocida oficialmente Olivia,
adoptada de niña por el matrimonio.
Gustavo Adolfo se hizo militar en el arma de Aviación. Se casó con María Eugenia
Heickel, una bella rubia más conocida como Pachi, excelente amazona, de quien
se separaría posteriormente en medio de un petit escándalo por la repartición de
los bienes, una vez que Stroessner hubiera sido derrocado e instalado en Brasilia.
Después del golpe del 89, como sería de esperar, a Gustavo Stroessner lo
despojarían de "su" canal, que pasó a ser propiedad de Gustavo Saba, yerno del
triunfante líder de la revolución, general Andrés Rodríguez. Seguiría apareciendo
como presidente del directorio Jorge Morínigo Escalante, hijo del creador del
Canal, Carlos Morínigo Delgado (primo de doña Eligia Mora Delgado y padrino de
casamiento del matrimonio Stroessner-Mora), pero sería Saba el que "cantaría la
precisa" en la conducción. En el mes de agosto del 2000, el canal fue arrendado a
un grupo empresarial extranjero.
Gustavo Adolfo fue siempre entre los hijos el más compañero de Alfredo
Stroessner y el que mayor preocupación por la unidad de la familia demostró.
Quienes lo conocieron de cerca afirman que siempre sufrió bastante por los
problemas íntimos de sus padres.
Alfredo Stroessner fue en su vida privada un "calavera" y quienes optan por este
estilo de existencia generalmente se quedan solos al final del camino. Gustavo
preveía esto y estuvo permanentemente al lado de su progenitor.
Se casó con Martha Rodríguez, una de las hijas del general Andrés Rodríguez, el
número dos en la escala de omnipotencias en el país. Con este matrimonio
parecería sellada una alianza indestructible entre los dos hombres más poderosos
del Paraguay: Stroessner y Rodríguez. Sin embargo, el tiempo diría otra cosa.
Freddy, alegre, vivaz, querible, terminó también sucumbiendo ante la vida
disipada y tuvo una muerte temprana tras el derrocamiento de su padre, quien
no pudo asistir a su sepelio. Alfredo Stroessner supo así lo que significaba que no
le permitieran a uno por razones políticas estar presente en el último adiós a un
ser querido. Probó su propia amarga "medicina".
DE DOMÍNGUEZ A STROESSNER
Ninguno de los hijos de Alfredo Stroessner con Eligia Mora Delgado de Stroessner
tuvo descendientes varones. Gustavo no concibió hijos con Pachi Heickel y Freddy
tuvo cuatro hijas en su matrimonio con Martha Rodríguez. Con eso el apellido
Stroessner quedaba cortado y no tendría continuidad, porque los hijos varones
extra matrimoniales de El Rubio no llevaban el apellido de su padre biológico. Por
su parte, Graciela tuvo tres hijos varones con Humberto Domínguez: Alfredo
Gustavo (Goli), Humberto y Diego, y los mismos, lógicamente, eran Domínguez
Stroessner.
Para que no se cortara el apellido del general, el mayor de sus nietos, Alfredo
Gustavo, decidió invertir el orden original de los suyos y adoptar oficialmente el
de Stroessner Domínguez, de manera que sus propios hijos fueran Stroessner y el
siglo XXI viera reflorecer el apellido del paraguayo más poderoso del siglo XX.
Alfredo Gustavo, desde luego, era una de las debilidades afectivas de su abuelo.
Éste le tenía adoración al rubio y apolíneo nieto quien a su vez le retribuía el
enorme cariño. Goli, como le llamaban sus íntimos, formaba parte de las
comitivas del Presidente en las giras oficiales, estaba presente en entrevistas con
otros mandatarios, jugueteaba en el despacho presidencial mientras Stroessner
atendía las cuestiones de Gobierno y arrancaba las raras sonrisas que aparecían
en el rostro del mandatario que iba acelerando su vejez.
El único que le ponía en vereda era Goli. Cuando el nieto del Presidente llegaba a
un local donde estaba el Gordo, éste huía despavorido.
EL INEFABLE HDD
El 12 de junio de 1977, HDD inauguró su diario, HOY. Tuvo como socio principal a
Ricardo Papi Salomón y como primer y efímero director a Oscar Paciello. Éste fue
conminado a renunciar pocos meses después de la apertura del periódico porque
le era imposible congeniar sus deseos de hacer un periodismo altamente
profesional con los arranques impetuosos de Humberto, quien deseaba utilizar su
diario como una lanza para embestir contra todos aquellos a quienes él no
apreciaba o que simplemente le molestaran.
Como era lógico pensar, el diario era afín al gobierno de Stroessner. HDD no
podía, de ninguna manera, tirarse nada menos que contra su suegro, el
Presidente.
Luego del explosivo exabrupto, Humberto tuvo una larga gira por Europa.
Alfredo Stroessner, como fruto de sus incontables aventuras amorosas, tuvo una
cantidad de descendientes extraconyugales imposible de cuantificar. Algunos de
sus hijos eran conocidos y reconocidos; otros, desconocidos y unos cuantos,
sospechados. Sobrevino un tiempo en que a cualquier personaje joven con el
pelo algo arrubiado y los labios carnosos se le endilgaba el ser hijo del Quetejedi.
Hubo quienes se desvivían por alimentar ese tipo de leyenda en torno a su propia
persona, aunque la especie disminuyó bastante luego de 1989, por razones más
que obvias.
EL CULTO A SU PERSONALIDAD
El locutor oficial hacía más engolada su voz cuando presentaba un discurso del
Presidente: ¡Atencioooooón, pueblo paraguayo, habla el General Alfredo
Stroessner! Era una fórmula copiada de aquella Atención, pueblo argentino, habla
el General Perón.
En los actos a los que asistía, luego del canto del Himno Nacional debía
interpretarse la polka Colorado y a continuación General Stroessner. Todos los
discursos oficiales, fueran civiles o militares, debían terminar con una elogiosa
alusión a su gestión de Gobierno.
Para que su nombre volara más alto aún, se convirtió en la denominación del
nuevo aeropuerto internacional. Tenía la ciudad que lleva mi nombre, tenía "su"
barrio, "su" plaza, "su" calle, "su" escuela, "su" colegio "su" aeropuerto.
LA ENTRONIZACIÓN DE LA MEDIOCRIDAD
UN EJEMPLO DE OBSECUENCIA
Bienvenido, mi General
Polka paraguaya
Dedico esta composición al Sr. Pte. de la República del Paraguay, Gral. de Ejército
Don Alfredo Stroessner.
Bienvenido, mi General,
Aquí estamos
ya reunidos
para darte
feliz bienvenida.
Al Altísimo
le pedimos,
Dios te bendiga,
mi General.
A pedido del padre Ramón Mayans. Año 1968. Esta música se canta en la Iglesia
Stella Marys y otras, cuando nuestro Gran Presidente es recibido para los
acontecimientos religiosos.