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Y FILIPINAS
Autores
M. L. BELLIDO GANT, G. ESPINOSA SPÍNOLA, L. GILA
MEDINA, R. GUTIÉRREZ VIÑUALES, R. LÓPEZ GUZMÁN, A.
RUIZ GUTIÉRREZ Y M. A. SORROCHE CUERVA
GRANADA
2005
Reservados todos los derechos. Está prohibido reproducir o transmitir esta publicación, total
o parcialmente, por cualquier medio, sin la autorización expresa de Editorial Universidad de
Granada, bajo las sanciones establecidas en las leyes.
uno de los factores que más se señalaron como necesarios la realización de manuales
especializados destinados a las universidades españolas con la finalidad de consoli-
dar el tema en los ámbitos académicos. Ello fue para nosotros demostrativo de que la
tarea que estamos desempeñando goza de una vigencia absoluta y novedosa.
Estos «materiales didácticos» pretenden presentar un panorama de la evolución
de la arquitectura, la pintura, la escultura y otras manifestaciones artísticas en Ibero-
américa desde la perspectiva de su integración en el proceso histórico de la evolu-
ción cultural del continente. Si bien es cierto que la «mestización cultural» se desarrolló
también entre las civilizaciones precolombinas, donde particularmente los imperios
mesoamericanos y andinos integraron diferentes facetas y manifestaciones de otras
etnias dominadas, hemos optado en este tomo III por desarrollar las trayectorias
artísticas desde el momento en que se produce el denominado «Encuentro de dos
mundos» a finales del siglo XV, ya que a lo Prehispánico, como se indicó, se dedica
un volumen específico.
Una de nuestras aspiraciones en estos «materiales didácticos» es la de mostrar en
lo posible un equilibrio entre lo que ha significado el aporte hispánico y de otras
procedencias en la cultura americana, analizar los procesos de adaptación y cambio
que esos aportes tuvieron y, a la vez, volver a insistir en las peculiaridades propias
de las culturas del Nuevo Mundo en sus diversas manifestaciones. La inserción de la
cultura americana en el contexto de la historia del mundo occidental significó un
fuerte impacto recíproco, pues si bien la presencia europea alteró definitivamente el
carácter de las antiguas culturas regionales y les dio conciencia de unidad continen-
tal, también el nuevo escenario mundial modificaría hábitos y costumbres en los paí-
ses centrales, ya que el oro y la plata de América posibilitaron la construcción del
imperio ecuménico de la casa real de los Austrias.
En la transculturación inicial es posible entender el proceso de consolidación de estas
manifestaciones artísticas. En el centro emisor de la cultura donante-dominante se produ-
cen procesos de selección y síntesis que proyectan en la cultura de conquista un imagina-
rio diverso al de la propia fuente emisora. El español debió seleccionar y sintetizar los
elementos que integraban su bagaje cultural, de tal manera que, de las múltiples lenguas
que se hablaban en España, a América solo pasó una: el castellano. Integración, sincretis-
mo, mímesis, transgresión, son formas habituales de expresión de esta nueva cultura ibero-
americana, a la que se agregarán poco después los componentes africanos y los renovados
aportes de otras procedencias europeas desde el siglo XIX.
El despotismo ilustrado, en la segunda mitad del XVIII, trasladó a América un
creciente control que se manifestó con la creación de las Academias de Bellas Artes,
desarticulando el aceitado sistema gremial que había prevalecido hasta entonces. Las
academias sometieron a las artes a unas disciplinas rígidas y en buena medida intras-
cendentes para el continente. Esta ruptura con las prácticas que eran habituales en la
época virreinal, continuó su proceso entrado el XIX. Las guerras de la Independencia
favorecieron el paso del mecenazgo de las artes desde la Iglesia a los nuevos poderes
políticos; será el inicio de una línea de la cual derivarían testimonios tan variados
como los retratos de los héroes de la emancipación y otros próceres de las nuevas
naciones, las pinturas de temática histórica o los monumentos conmemorativos, basa-
mento fundamental, estos últimos, en la conformación de un nuevo escenario urbano.
INTRODUCCIÓN 9
CAPÍTULO PRIMERO
TEMAS ICONOGRÁFICOS Y TÉCNICAS ARTÍSTICAS
AMERICANAS
Carlos V circula por Europa, a modo de exposición itinerante, los tesoros enviados
por Hernán Cortés se suceden los elogios. Interesante para nuestro ámbito es la
opinión de Alberto Durero que conoce estos objetos en Bruselas: «Mas en toda mi
vida nada he visto que tanto me haya regocijado el corazón como estas cosas. Por-
que allí he visto cosas extrañas de arte y que he quedado asombrado del sutil ingenio
de los hombres de tierras lejanas».
Diversidad estética, técnica y temática que, a modo de sugerencias, nos permiten
caminar por la plástica virreinal, dotada de indiscutible originalidad y creatividad
sincrética donde la asimilación de lo autóctono y el ingrediente foráneo no se suman
sino que se mezclan en una nueva experiencia que es, en suma, la expresión cultural
de América.
les, denominadas la Reina Grande y la Reina Chica, toman caminos opuestos hacia el
sur andino y en dirección a Ayacucho en busca de limosnas. Otro ejemplo sería la
Virgen de Montserrat (1693) que sitúa el pintor Francisco Chihuantito en el paisaje
natural y urbano del pueblo de Chincheros (Urubamba, Cuzco) del que es patrona.
Esta ubicación en espacios peruanos de temáticas religiosas se refiere no sólo a
referencias del paisaje sino también de entornos urbanos concretos. Así en el ciclo
que hace sobre la Vida de San Agustín el pintor Basilio Pacheco para el Convento de
San Agustín de Lima (1742-1746), sitúa en la Plaza de Armas de Cuzco el entierro del
santo que debiera corresponderse con la ciudad de Hipona (Argelia). Se puede ob-
servar en la pintura perfectamente el frente de la plaza con las iglesias del Triunfo y
Sagrada Familia, la Catedral y el pósito.
En paralelo, la otra opción plástica posible se refiere a la «copia fiel» que represen-
ta a los distintos personajes mediante la escultura o pintura que origina la devoción.
Son numerosísimos los existentes. Por ejemplo, la escultura del Cristo de los Temblo-
res de la catedral de Cuzco perfectamente ubicado en su hornacina del retablo del
siglo XVII.
También hay que reseñar, en este sentido, aquellas esculturas que son, a su vez,
relicarios, lo que permite una devoción directa hacia el santo representado sin inter-
mediarios. Aunque, en ocasiones, el original tiene valores milagrosos constatados.
Así, el obispo Manuel de Mollinedo y Angulo encargará la famosa talla de la Virgen
de la Almudena (1686) al escultor indio Tomás Tuyru Tupac, a la vez que le hace
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llegar una astilla del original madrileño al tallista que la integra en la cabeza de la
nueva escultura. Esta devoción del obispo estaba relacionada con su paso como
párroco por la iglesia de la Almudena de Madrid.
Ese valor taumatúrgico directo, sin filtros, permite a los santos titulares de cada
parroquia cuzqueña trasladarse en procesión, para participar como espectadores pri-
vilegiados en relación con su rango, a la catedral que los alberga como «palacio
sacro» durante los festejos del Corpus Christi.
Entramos aquí en el universo social. La obra de arte permite a través de referencias, no
tan secundarias como podría sugerir una primera lectura, penetrar en los ámbitos públicos,
vida cotidiana y valores morales de la sociedad virreinal. Así se entienden los cuadros de
la serie del Corpus de Cuzco, posiblemente patrocinada por el obispo Mollinedo (1673-
1699) para la iglesia de Santa Ana, que permiten un número elevado de representaciones
de lo cotidiano, de personajes que esbozan la jerarquía social con su presencia y cualidad.
Esa sociedad con sus rasgos representativos vuelve a estar presente en episodios puntua-
les, en momentos de fisuras históricas, como el terremoto de Cuzco de 1650 que da lugar
a una procesión cuya plasmación queda refrendada en el cuadro con la procesión del
Cristo de los Milagros (ahora de los Temblores) de la Catedral. Allí la tragedia convierte a
la capital incaica en la principal protagonista del cuadro, relegando la procesión a un
segundo plano; pero, en definitiva, configurando a Cuzco como la ciudad de Dios que
acabará siendo representada e incluida en una capilla de la catedral, a modo de exvoto por
el milagro sucedido y la protección segura de futuro frente a los sismos, convirtiendo al
Cristo de los Temblores (Taitacha Temblores) en el centro de la religiosidad cuzqueña.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 17
siglo XVII, aunque sí las relaciones sexuales desde un principio. Luego, estas pinturas
de castas venían a ordenar y visualizar la realidad poblacional que tenía ya dos siglos
de existencia. Además, estos cuadros constituían series, generalmente de 16 obras,
que no eran más que el mantenimiento de las pinturas programáticas de carácter
religioso o los sistemas de imágenes seriadas del periodo de catequización. Cada
cuadro utiliza dos figuras (masculina y femenina) más un hijo fruto de la unión de
ambas. Se integran en un espacio doméstico o productivo y con unas vestimentas
que nos hablan de su situación económica. Un texto explica el contenido: «De espa-
ñol y de india, produce mestiza» o «De español y mulata, morisco» son dos casos.
Datos, en su conjunto, que muestran la imagen de la sociedad virreinal que, a veces,
se completan con frutas o arquitecturas autóctonas que nos amplían la información.
Este tema pictórico que nos acercaba a la pintura profana y costumbrista fue
practicado por los mejores pintores. Se conocen series atribuidas a artistas como Juan
Rodríguez Juárez, José de Ibarra, Luis Berrueco, José de Páez y Miguel Cabrera. En
cuanto al territorio fueron más frecuentes en Nueva España pero también aparecen
en el Perú como la magnífica serie de 20 cuadros que el Virrey Amat envía en 1770
para el Gabinete de Historia Natural del Príncipe de Asturias (el futuro Carlos IV) y
que se conserva en el Museo de Antropología de Madrid. Estos cuadros tienen, sin
duda, un interés científico: dar a conocer en España y en la Corte las particularidades
etnográficas del virreinato del Perú. Si los retratos de nobles, tanto incas como crio-
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 21
El arte plumario desarrollado en México se conoce bien por las citas de los cronis-
tas (Fray Bernardino de Sahagún o Fray Bartolomé de las Casas) que nos revelan las
técnicas e, incluso, cierta clasificación. Existían dos centros productores principales:
el barrio de Amantla en la capital y Michoacán en relación con la Escuela de Artes y
Oficios de Tiripetío. Del primer centro deriva el nombre de «amantecas» utilizado para
los artesanos de este oficio.
Esta técnica pervivió a todo lo largo de los siglos virreinales y supuso la creación
de obras, muchas de carácter religioso, que fueron, incluso, exportadas a la Península
Ibérica y conservadas en sus lugares de destino como obras maestras. Debemos citar,
en este sentido, el grupo de siete mitras que se conservan en la actualidad, entre las
que sobresale la existente en la Catedral de Toledo, o los numerosos cuadros de
carácter religioso que encontramos en museos americanos y europeos, destacando la
colección del Museo de América de Madrid.
Como ya hemos señalado cambiaron las temáticas y los objetos. De la vestimenta
ritual prehispánica (mantos, jubones, penachos, abanicos y escudos) se pasó a solu-
ciones de carácter cristiano para ornamentos sagrados. Técnicamente se procedía a la
selección de plumas de las aves más variadas posibles, atendiendo a tamaños y colo-
res. Más tarde sobre un soporte variado iban superponiéndose mediante nudos, ama-
rres o pegamentos.
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gar están más en relación con las obras conservadas que con documentos que lo
atestigüen. Podemos concretar, en el caso de Nueva España, la zona de México-
Tlaxcala (en la sacristía del convento de San Francisco de esta última población se
conserva uno de los Cristos crucificados más monumentales) y la región del Lago de
Pátzcuaro (Michoacán) relacionando la producción, en este caso, con las iniciativas
del obispo Vasco de Quiroga. Además en esta zona podemos documentar a dos
escultores de origen español, Luis y Matías Cerda, que utilizaban estas técnicas en el
siglo XVII.
Pero también se trabajó la técnica en el virreinato del Perú. De hecho la escultura,
según la leyenda donada por Carlos V, del Cristo de los Temblores de la Catedral de
Cuzco responde, en realidad, a esta conceptualización técnica. Es más, si esta técnica
tenemos que suponerla prehispánica, ahora se mantiene y adapta a una nueva reali-
dad iconográfica y devocional, ya aceptada por un artista como Bernardo Bitti que
resuelve el primer retablo para los jesuitas de Cuzco con relieves extraordinarios
como el San Sebastián, la Magdalena o el San Ignacio de Antioquia (actualmente
conservados en el Museo Regional de Cuzco).
A nivel técnico, de forma genérica, se utilizaba un alma de madera o maguey. A
partir de aquí trabajaba con la médula de la caña de maíz que cortada en pequeños
trozos mezclados con cola y agua permitía ir generando las formas de la escultura.
También se podía utilizar para modelar yeso y tela, incluso, papel para cerrar las
uniones. A la estructura modelada se le aplicaba una capa ligera de estuco que al
secar se pulía. De inmediato se procedía a aplicar el color, o sea, el encarnado propio
para la imagen.
La pintura mural, pese a coincidir con modas europeas, tiene raíces en el pasado
prehispánico. Esta pintura se realiza sobre un soporte de barro cubierto con varias
capas de cal de diferente grano para terminar con un fino revestimiento de enlucido
sobre el que se aplicaba una última capa de pigmentos aglutinados con pegamento
animal. Finalmente se bruñía la superficie para hacer desaparecer las uniones entre
cada color.
Esta rápida definición tiene numerosas excepciones desde el soporte que podría
extenderse a paramentos con elementos vegetales (bahareque), telas encoladas, ladri-
llo e, incluso, piedra. Así como la técnica de aplicación del color que podría ser al
temple (más utilizado en América del Sur) y, excepcionalmente, al fresco (importada
de Europa y con pocos ejemplos conservados).
En lo que se refiere al origen de los pigmentos la preferencia es para los de origen
mineral y a veces animal, como es el caso de la cochinilla, pigmento usado en la
época prehispánica y que brilló durante la época virreinal siendo, en ocasiones, su
cultivo la base económica de amplias zonas geográficas por su demanda en el viejo
continente.
Así los paramentos se convertían en grandes espacios donde se integraban temá-
ticas precisas con decoraciones procedentes de grabados, de la naturaleza inmediata
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 27
Quizás la práctica artística prehispánica que mantuvo durante el siglo XVI una mayor
continuidad con su pasado, en el caso novohispano, fue la de aquellos pintores, denomi-
nados «tlacuilos», dedicados a la realización de Códices. Estos fueron utilizados por la
nueva administración colonial para el conocimiento de la geografía americana, historia,
aspectos sociales y culturales de los vencidos. Su actividad fue animada, incluso, por las
autoridades españolas, manteniendo sus técnicas sobre papel de amate o pieles de anima-
les bien curtidas y plegadas en forma de biombo, mostrando aspectos de interés para los
conquistadores y la última imagen de su concepto cosmogónico, de una visión de la
realidad que se perdía a pasos agigantados. Incluso a nivel técnico comenzaron a utilizar-
se otros soportes como el papel europeo o americano y la tela de algodón, lo que llevó, en
este último caso, a la denominación de «lienzos».
En la actualidad se conservan aproximadamente unos 500 códices mexicanos
repartidos por distintos países, custodiados por instituciones públicas o privadas.
Posiblemente el grupo más importante es el consignado en la Biblioteca Nacional de
Antropología e Historia de México que asciende a 140.
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Entre los documentos conservados tenemos siempre que destacar el Códice Men-
doza, realizado a instancias del virrey Don Antonio de Mendoza para ser enviado a
Carlos V, compuesto en 72 hojas de papel europeo y depositado en la Universidad
de Oxford. Divide su información en tres apartados: la historia de las conquistas
aztecas, un registro de tributos e información relativa a la vida de los indios. Señale-
mos, también, el lienzo de Tlaxcala, desaparecido y sólo referenciado a través de
copias del siglo XVIII. El objetivo del mismo era solicitar a la corona española una
serie de ventajas atentas a la ayuda prestada a Cortés por los tlaxcaltecas en la
conquista del imperio azteca. Destacar, por último, el Códice Florentino, que incluye
las pinturas correspondientes al texto náhuatl de los indios de Tlatelolco que infor-
maron a Fray Bernardino de Sahagún para su relación de la conquista. En esta obra
se recogen imágenes de los oficios que se practicaban en aquel momento reflejando
como los naturales van asumiendo formas europeas como pueda ser la columna,
obras de plata dedicadas al culto religioso como el botafumeiro, construcciones de
arcos de mediopunto, etc.
Otros documentos realizados por tlacuilos conservados actualmente se refieren a
aquellos que acompañaron las denominadas Relaciones Geográficas de Felipe II o
bien otros sueltos que se adjuntaron a pleitos, sobre todo de tierras, y que fueron
utilizados como documentos explicativos de los litigantes.
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Ahora bien, la ruptura entre los dos espacios aludidos (Zócalo y Alameda) per-
miten suponer la pérdida de algunas hojas o, incluso, que se tratara de dos biombos
que formarían un juego, ya que la cenefa perimetral unifica los dos referentes urba-
nos.
Esta obra reúne en ocho cuadros otras tantas castas propias de la Nueva España,
las cuales aparecen perfectamente caracterizadas en su ámbito socioeconómico con
las vestimentas y algunas actividades propias. Incluso, textos en la base de cada
grupo especifican la casta correspondiente. Pero, además, este cuadro presenta una
gran naturaleza muerta en la parte inferior con la reproducción de un número impor-
tante de frutas y productos vegetales novohispanos, numerados y explicados que
nos remiten a la riqueza de esta tierra.
38 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
La información del lienzo se completa en la parte superior con dos escenas que
representan, a la derecha, la laguna de México y, a la izquierda, el santuario de la
Virgen de Guadalupe cuyo retrato centra y preside la composición. No olvidemos
que en 1746, fecha cercana a la realización de esta pintura, la Virgen de Guadalupe
había sido nominada como Patrona principal de la Nueva España. Es más, se añadió
a sus representaciones el texto del salmo 147, 20 que alude a la particularidad de esta
tierra para la Virgen: «Non fecit taliter omni nationi» (No ha hecho así con ninguna
de las naciones).
Este cuadro forma parte de la denominada Serie del Corpus de Santa Ana, parro-
quia donde estuvieron originalmente ubicados. Se han atribuido tradicionalmente a
Diego Quispe Tito, aunque no hay documentos probatorios. De hecho, la estética de
Quispe Tito puesta de manifiesto en la serie del Zodiaco que está firmada en 1681,
difiere considerablemente de la serie del Corpus. Es mas probable que el autor o
autores de esta serie estén en el grupo de pintores que trabajan para el obispo
Mollinedo (1673-1699), ya que éste aparece representado en los cuadros que inician
y terminan la serie. El triunfo del culto a la Eucaristía tiene su máxima expresión en la
fiesta del Corpus. Así dentro de las campañas de extirpación de la idolatría se produ-
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APÉNDICE DOCUMENTAL
1. MESA GISBERT, Teresa. El Paraíso de los Pájaros parlantes . La Paz, Plural Ediciones,
1999, Págs. 249-251.
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Para la fiesta del Corpus Christi, Cuzco se convierte en un gran teatro donde las
imágenes recrean un «juego de títeres» durante nueve días; en este tiempo, la gente
canta, danza y hace música, amén de comer en la plaza principal el famoso «chirui-
cho» regado con chicha. El plato consiste en el conejillo de indias bien adobado,
acompañado de maíz tostado y algas, tradición que parece provenir del tiempos del
incario.
La serie de lienzos que consagra la Procesión de Corpus fue encomendada por el
Obispo Mollinedo, hacia 1680, al pintor Basilio de Santa Cruz y su taller. Doce
lienzos están en el Museo Virreinal de Cuzco y tres en Santiago de Chile.
En la América Andina existen pocos documentos tan interesantes como esta larga
serie que nos presenta toda una sociedad reunida en un evento que da testimonio de
sus aspiraciones religiosas, problemas políticos y estratificación social.»
CAPÍTULO SEGUNDO
LAS ARTES PLÁSTICAS EN LA NUEVA ESPAÑA I
1. INTRODUCCIÓN
alto. Aquí, en los ángulos y en pequeños nichos como en Epazoyucan, nos encontra-
mos con temas alusivos a la Pasión de Cristo, introduciendo el artista en el del Calva-
rio a San Agustín orando al pie de la cruz, mientras en los muros laterales y en su
bóveda son grandes paneles decorativos de tema vegetal y geométrico, algunos de
clara ascendencia serliana. Finalmente, y como ejemplo de virtuosismo formal y
técnico, en el pequeño convento de Charo, en el Estado de Morelia, tenemos a lo
largo de los cuatro pandas de su claustro un complejo ciclo dedicado a exaltar a la
orden agustina, tanto en su rama femenina como masculina.
Dentro de la pintura simbólica-humanística un caso singular lo constituyen las
pinturas de la Casa del Deán de Puebla de los Ángeles, pues nos muestra como ese
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 51
ambiente culto y refinado propio del Renacimiento había calado en ciertos sectores
de la sociedad novohispana. Construida en el último tercio del siglo XVI por el que
fuera tercer deán de la catedral angelopolitana, D. Tomás de la Plaza, solamente nos
han llegado a la actualidad dos grandes salas. Una de ellas está dedicada a las sibilas
o profetisas de la antigüedad que anunciaron al mundo pagano la misión redentora
de Cristo —aunque son doce, aquí aparecen sólo nueve, formando un largo cortejo
de jóvenes muchachas, con ricas vestiduras, sobre caballos lujosamente enjaezados y
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3. LA PINTURA DE CABALLETE
Se trata de una serie de artistas que constituirían una segunda generación. Oriun-
dos de España, su producción presenta una serie de rasgos difíciles de explicar, a
partir de un aprendizaje enteramente hispano, pues aparecen algunos elementos au-
tóctonos del ámbito mexicano. Entre ellos destacamos a Alonso Vázquez, Baltasar de
Echave Orio y Pedro de Urrúe.
Alonso Vázquez, natural de Ronda, se formó en Córdoba con Pablo de Céspedes
y César Arbasia, a quienes debe su afición por los cuerpos musculosos. Con Pacheco,
quien nos informa que fue un buen bodegonista, realizó la serie de la vida de San
Pedro Nolasco para el convento de la Merced de Sevilla. Buen dibujante, colorista y
amigo de los escorzos, compone sabiamente, aunque las vestiduras de sus figuras
resultan artificiosas. Llega a Nueva España a comienzos del Seiscientos en el séquito
del Marqués de Montesclaros, falleciendo pronto, por lo que su obra no sería muy
extensa, si bien gozó de un enorme prestigio por su gran preparación teórica. De
entre su obra tenemos una serie de cuadros de la Virgen con el Niño, muy elegante-
mente compuestos, como la Virgen de las uvas (colección particular). El Museo Na-
cional de Historia de México guarda de este pintor un Martirio de San Hipólito.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 57
Hasta hace poco, las décadas a caballos entre los siglos XVI y XVII —casi hasta la
llegada de Sebastián López de Arteaga, en 1640—, eran tenidas, injustamente, por
poco novedosas. Y es que este periodo se ha estudiado superficialmente y, en conse-
cuencia, no se ha valorado el buen hacer de una serie de artistas que, en definitiva,
fueron los que realizaron la transición del manierismo al barroco. Además, este grupo
de pintores, en parte ya autóctonos, empiezan a sentir la historia de la Nueva España
como algo propio. Es decir, ya tienen conciencia de que, cultural y espiritualmente,
son algo diferentes al español de la Península, lo que influirá en el campo del arte y
en la conformación de una serie de características que definirán la pintura barroca
novohispana.
La primera figura a destacar es Luis Xuárez. Activo entre 1609 y 1639, el hecho
de que en algunas ocasiones firme sus obras como Luis Juárez de Alcaudete nos
lleva a pensar que proceda de esta localidad jiennense. Discípulo tal vez de Alonso
Vázquez y de Echave Orio, su expresión artística es ya claramente la de un pintor
novohispano hasta el punto que se le considera uno de los mejores cultivadores de
esa suavidad y amabilidad tan privativa de la pintura del México Virreinal, desempe-
ñando, además, un papel clave en la fijación y divulgación de temas y motivos icono-
gráficos.
Artista muy prolífico, fue origen de una significativa dinastía de pintores, que
culminará, a finales del Seiscientos y primer tercio del Setecientos, con sus bisnietos
Nicolás y Juan Rodríguez Juárez. En su producción, muy dispersa por museos e
iglesias, en general, se puede advertir una gran nobleza, sinceridad y exquisito realis-
mo, a veces falto de fuerza y profundidad, por lo que resulta algo monótono, aunque
siempre con un gran decoro. Como obras a señalar tenemos: la Oración en el huerto
—muy próxima iconográficamente a la de Echave Orio—, los Desposorios Místicos
de Santa Catalina, las tablas de San Miguel y el Ángel de la Guarda —aquí nos deja
uno de los más encantadores retratos infantiles del momento—, o la imposición de la
casulla a San Ildefonso, todos en el Munal. En el Museo de Querétaro tenemos varios
cuadros destacando por su monumentalidad y valentía la Asunción de Cristo y en la
Parroquia de Atlixco los Desposorios de la Virgen.
Baltasar de Echave Ibía, hijo de Echave Orio y padre, a su vez, de Echave Rioja,
aún hoy, es bastante desconocido, al quedar ensombrecido entre la avasalladora
figura del padre y el arte grandilocuente y dramático del hijo. Artista ecléctico por
excelencia, en su arte tiene cabida tanto el trazo firme y correcto como la pincelada
desenfadada, el interés por lo pequeño y la eliminación de lo accesorio. En su escasa
obra conocida dominan los amplios paisajes y el color azul, de ahí que haya sido
llamado «Echave el de los azules». Como trabajos significativos señalaremos: en el
Munal dos versiones de la Inmaculada, una Conversación de San Pablo y San Anto-
nio ermitaños, los cuatro evangelistas —excepto San Mateo que se encuentra en el
Museo de Querétaro— y el magnífico retrato de una Dama, con sus magistrales vela-
duras, y en el Museo de la Basílica de Guadalupe un hermoso lienzo dedicado a San
Francisco de Paula y dos láminas de tema mariano —la Anunciación y la Visitación—
atribuidas hasta hace poco a Alonso Vázquez—.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 61
4. ESCULTURA Y RETABLOS
Como adelantamos, también la escultura, desde los comienzos, jugó un papel auxi-
liar clave en la labor evangelizadora de los religiosos. Incluso, en un principio fue
preferida con respecto a la pintura, dado que por su más fácil comprensión llegaba
mejor al indígena, usualmente acostumbrado a ver personificados sus dioses prehispá-
nicos.
64 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
canzó su cenit en el siglo XVII, siendo obras señeras, el Cristo del Cacao o el del
Veneno de la Catedral de México, aparte de los numerosos ejemplos exportados a
España, como el Ecce Homo de las Descalzas Reales de Madrid. Incluso, pronto los
artesanos españoles aprendieron e hicieron suyo este procedimiento, destacando en
sobremanera la familia de los Cerda.
Por lo que respecta al retablo, el número de los conservados es muy limitado.
Deben, no obstante, ser tenidos como piezas singulares del Renacimiento novohispa-
no, oscilando estilísticamente desde un primer renacimiento, como puede ser el de
Tecali, hasta un manierismo vignolesco, como sucede con el de Xochimilco. Su es-
quema arquitectónico se desarrolla verticalmente en pisos, partiendo de un banco,
donde se suelen colocar los Apóstoles, los Evangelistas o los Padres de la Iglesia
Occidental —en clara alusión a su papel como fundamento de la Iglesia— y coronan-
do los distintos pisos un ático, ocupado por un Calvario completo y el Padre Eterno
bendiciendo en el remate. Horizontalmente son varias calles, la central, a partir del
sagrario, suele presentar en escultura los santos titulares del templo para terminar con
el citado Calvario, las entrecalles, en pintura, los pasajes claves de la vida de Cristo,
68 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Nueva España. Tal sería el caso del retablo de la Capilla de la Orden Tercera, en
Texcoco, el de una capilla posa del convento de Calpan o uno de la nave de la
iglesia de Xochimilco.
72 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Dentro de este capítulo, que tan alto desarrollo alcanzó en el Quinientos, especial-
mente dentro de los complejos ámbitos conventuales, lo que condicionará, en gran
medida, su finalidad, gran interés y valor artístico tienen las de este cenobio agustino,
—fundado por Fray Andrés de Mata, en 1546, a quien se le atribuyen también las
trazas—, debió ser obra de varios artistas avezados, que manejaron con soltura diver-
sos repertorios de grabados y tratados de arquitectura.
Cuatro son los ámbitos con pinturas murales: en primer lugar la gran escalera, en cuya
caja nos encontramos con el más completo programa iconográfico de exaltación de la
orden de San Agustín: sus cuatro muros perimetrales van divididos en varios frisos hori-
zontales, decoradas con ricos grutescos, el escudo de la orden, el anagrama de Cristo y de
María, etc. A su vez en cada franja, y dentro de unos arcos de medio punto rebajado,
aparece un afamado fraile agustino, rematando el conjunto la Magdalena, la Virgen y un
santo ermitaño —en alusión a la oración, base del buen religioso—.
En la sala de profundis, donde se velaba a los religiosos fallecidos, tenemos la
Tebaida o lo que es lo mismo los orígenes míticos de la Orden Agustina, resuelto a
través de un encantador paisaje, poblado de religiosos ocupados en las más diversas
labores. En la portería un gran mural nos presenta a San Agustín como protector de
la Orden —su gigantesca figura abre sus brazos para acoger a los representantes más
conspicuos de la rama masculina y femenina de la Orden— y por ende de los que allí
se acerquen y por último la capilla abierta nos brinda un amplio programa iconográ-
fico dedicado a exaltar la bondad del catolicismo a través de pasajes claves del
Antiguo y del Nuevo Testamento.
una inmensa nube, cuyo centro se abre para dejarnos ver la Jerusalén celestial, un
gran rectángulo, totalmente regular, con doce puertas, tres por cada lado, defendidas
por un ángel, en alusión a los apóstoles, emergiendo en el centro un cerrete, donde
resplandece el Cordero —símbolo de Cristo—, según se relata en el capítulo 21,
versículos, 12-14.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 75
Dentro del culto litúrgico propio de las catedrales, el desarrollo del oficio divino es
fundamental. Como elemento auxiliar imprescindible están los libros corales que, si-
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tuados sobre el facistol en el centro del coro, recogen las oraciones y textos corres-
pondientes a tal fin. Realizados en grandes hojas de pergamino, que se encuadernan
con gruesas tapas, suelen ir ricamente iluminados —miniaturas— con escenas alusi-
vas a la festividad que se va a celebrar y grandes cenefas ornamentales en todo su
perímetro.
En la Nueva España en la transición del siglo XVI al XVII, no podemos obviar este
olvidado capítulo, en especial por los magníficos conjuntos de libros corales que
guardan las catedrales de Ciudad de México, Puebla de los Ángeles y Nueva Ante-
quera —Oaxaca—, obra de los Lagarto, Luis —el padre, oriundo de Granada— y
Andrés y Luis —sus hijos—, estudiados por Guillermo Tovar. Las deliciosas láminas
destacan por su dibujo preciosista, su exquisita sensibilidad, su refinada fantasía y
pulcro colorido. Buenos ejemplos son la Virgen del Rosario con Sta. Catalina de
Siena y la Anunciación en el Munal, obra de Luis, o la Inmaculada del Museo Bello
y Zetina de Puebla, obra de sus hijos Andrés y Luis.
En el caso de los Desposorios de la Virgen y San José, temple sobre pergamino
firmado por Luis Lagarto, el padre, y fechado en 1619, la escena, que ocupa el centro
de la composición, se desarrolla delante de un elegante pórtico renacentista, mientras
en todo su entorno, dentro de unas delicadas orlas, que nos recuerdan cueros recor-
tados manieristas, nos encontramos una serie de santos y santas muy comunes en la
devoción popular del momento. Así, comenzando por el ángulo superior izquierdo y
siguiendo la dirección de las agujas del reloj, tenemos a Santo Domingo de Guzmán,
Santa Úrsula y las once mil vírgenes, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina, San
Lorenzo, San Jacinto de Polonia, el Ángel de la guarda, San Pedro, mártir de Verona,
San Juan Bautista y Santa María Magdalena. El predominio de santos propios de la
Orden de los Dominicos nos lleva a pensar que tal miniatura, hoy en una colección
privada, debe proceder de algún convento dominico.
México, aparte de los numerosos ejemplos exportados a España, como el Ecce Homo
de las Descalzas Reales de Madrid. Incluso, muy pronto los españoles aprendieron
este procedimiento, destacando la familia de Matías de la Cerda, que aportarían un
aire de elegancia y distinción renacentista a su producción.
Por lo que se refiere en concreto al Cristo del Cacao se trata de una excepcional
obra anónima de este género. De tamaño casi natural, en un principio estuvo situado
en el atrio de la catedral metropolitana, y el nombre le viene porque las gentes
humildes depositaban a sus pies granos de cacao como limosna para con su venta
ayudar a las obras de la catedral. En realidad la iconografía repite el modelo muy
andaluz y granadino, en concreto, de un Santo Cristo de la Paciencia. Es decir el
momento en que Cristo, una vez azotado y vejado en su realeza divina, espera sen-
tado en una piedra del Gólgota el momento de su Crucifixión. Reclina la cabeza en
su mano derecha, en la izquierda porta una caña de maíz —mofa de cetro real, al igual
que el manto que viste— corona su cabeza con ricas potencias de plata —entendi-
miento, memoria y voluntad— y lo que es más importante nos mira con una entraña-
ble y profunda tristeza y ternura a fin de arrancar en el fiel creyente nobles sentimientos
de piedad y arrepentimiento. A ello hay que sumar su excepcional modelado, así
como su pulcra carnación de un blanco lechoso, interrumpida por las largas e agudas
manchas de sangre, que se expanden por todo el cuerpo, acentuando el dramatismo
de su pasión, todo lo cual, en suma, nos confima que estamos ante una obra y un
artista sumamente excepcional.
las entrecalles y calle medial, excepto el gran Calvario del ático—. Para culminar con
el gran frontispio que lo corona dedicado al Padre Eterno y la presencia de Santa
María Magdalena y Santa María Egipciaca, en banco de las calles laterales, en clara
alusión e invitación a la oración y al arrepentimiento, a lo que nos convoca también
los dos tondos con San Pedro pidiendo perdón a Cristo y Jesús Nazarenos que
rematan las calles laterales.
Por todo ello, como conclusión, diremos que estamos ante una obra cumbre en su
género, tanto por la calidad de sus pinturas, si bien es defícil deslindar lo que es de
Pereyns de lo de Andrés de la Concha, de sus hermosas esculturas y relieves, así
como por su excepcional policromía, con unos soberbios y magistrales estofados.
80 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
APÉNDICE DOCUMENTAL
«En la muy noble, insigne, y muy gran Ciudad de México Tenustitlan de esta
Nueva España de las Indias del mar Océano a treinta días del mes de abril de la del
Nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo, de mil, y quinientos, y cincuenta y siete
años. Estando juntos en el Cabildo, según lo han de uso, y costumbre en las casas del
ayuntamiento de esta dicha ciudad, los muy Magníficos Señores Justicia, y Regimien-
to de esta dicha Ciudad, por presencia de mí Miguel López de Legaspi scribano
mayor de dicho ayuntamiento por su majestad. Los dichos señores Justicia, y Regi-
dores, = dijeron que por parte de algunos oficiales del oficio, y arte de pintores, que
en esta Ciudad residen, les fue hecha relación que para que el oficio, y arte de
pintores se hiciese, y usase como convenía al bien, y provecho de la República, era
necesario, que las personas que lo hubiesen de usar, fuesen hábiles, y suficientes, y
maestros examinados para ello, que hubiese orden, y ordenanzas conforme a las
cuales usasen el oficio, habiendo visto que lo que así fue pedido es muy justo y en
bien de esta República y para que el dicho oficio se use como debe usarse, y cesen
muchos engaños, y fraudes, que podría haber en el uso del dicho oficio habiendo
muchas veces tratado, y practicado en el caso, y habiendo tomado parecer de perso-
nas de confianza sabedores del dicho oficio quienes acordaron de hacer, e hicieron
las Ordenanzas, que de suso uso serán contenidas para con ellas ocurrir al ilustrísimo
señor don Luis de Velasco, Visorrey, y Gobernador por su Majestad en esta Nueva
España para que su Señoría Ilustrísima las mande ver, y examinar y haga merced a
esta Ciudad de mandarlas aprobar, y confirmar, y que se guarden, y cumplan, y se
pregonen públicamente. Y las ordenanzas son las siguientes.
Primeramente ordenamos, y mandamos que ningún pintor, imaginero, ni dorador
de tabla, ni pintor de madera, y de fresco, ni sargueros, así los que al presente están en
esta Ciudad, como los que de aquí adelante fueren, y vinieren a ella, ellos, ni otra
persona alguna no pueda tener, ni poner tienda de los dichos oficios, y arte de
pintores sin que primero sea examinado con los oficiales veedores de dicho oficio,
cada uno de ellos delante del que supiere, porque dizque algunos pintores del dicho
arte han puesto, y cada día ponen tienda, e usan los dichos oficios sin ser examina-
dos, no siendo hábiles, y suficientes para lo usar, por lo que se ha seguido y sigue
daño del bien común de esta Ciudad e República, e gran inconveniente, porque por
defecto de no ser los dichos oficiales tan sabidores en el arte, como de razón debrían
ser, han dañado muchas obras, e se hacen imperfectas, por ende queriendo remediar,
y proveer lo susodicho, ordenamos, y mandamos que de aquí adelante ningún pintor,
imaginero ni dorador de tabla ni pintor de madera ni de fresco ni otra persona alguna,
1. VICTORIA, José Guadalupe. Pintura y sociedad en Nueva España. Siglo XVI. México,
Universidad Autónoma, 1986, Págs. 152-158.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 81
no pongan ni puedan poner ni asentar en esta dicha Ciudad tienda de los dichos
oficios ni de alguno de ellos, sin que primeramente sean examinados con los alcaldes
y veedores de los dichos oficios maestros sabedores en los dichos artes, los cuales
nos para ello elegimos, para que examinen a la persona, o personas que hubieren de
usar el dicho oficio de pintores, para que hayándolos hábiles, y suficiente los traigan
ante nos para que nos los aprobemos e dende en adelante los hallamos por maestros
examinados del arte en que se examinaren. Y puedan tomar obreros para hacer las
dichas obras, e con este nuestro mandamiento puedan poner tiendas, e usar del dicho
oficio, e no en otra manera alguna e si alguna persona pusiere tienda e usare el dicho
oficio sin ser examinado incurra en pena de veinte pesos de oro de minas los cuales
aplicamos la tercia parte para la cámara y fisco de su magestad, y la tercia parte para
esta ciudad, y la tercia parte para el denunciador, y Juez que lo sentenciare, y todavía
le sea alzada y quitada la dicha tienda, y mandamos, que paguen los que así fueren
examinados cuatro pesos de oro común, los cuales se repartan por los dichos exami-
nadores.
Otro sí ordenamos, y mandamos, que por el día de año nuevo de cada un año se
junten todos los maestros de dicho oficio de pintores, y elijan entre sí dos buenas
personas hábiles, y suficientes para que sean alcaldes, y veedores, que sean sabios en
todas las cuatro cortes de pintores, y si no lo hubiere elijan en cada un arte uno, y
después de así elegidos sean confirmados por todos y sean traídos al Cabildo, y
Regimento de esta ciudad, para que a1li se reciba de ellos el juramento, que usarán
bien, y fielmente del dicho oficio de alcaldes, y veedores, y esto hecho tenga poder,
y facultad para requerir las casas, y tiendas de los pintores e guadamacileros, que
pintan encima de guadamecíes al óleo, advocaciones de santos, e imaginería, y esto se
ha de remitir a los oficiales examinados de la imaginería del óleo y las obras, que no
se hallaren hechas conforme a las ordenanzas las tomen, y determinen conforme a
estas ordenanzas, sin dar lugar a pleito salvo la verdad sabida.
Otro si ordenamos y mandamos que los oficiales imagineros que quisieren poner
tienda en esta Ciudad de México, o su tierra, o tomar obra por sí, que no lo puedan
hacer, sin que primeramente sea examinado por los alcaldes, y veedores, y otros dos
oficiales del dicho arte, que para ello fueron nombrados han de ser examinados desde
principio del aparejo, que las piezas han menester para provecho de la obra, y asimis-
mo en la obra de la tabla, y del dibujo dé buena cuenta, e que estos tales, que se
hubieren de examinar sean artizados (sic por artesano?) e muy buenos dibujadores e
que sepan dar muy buena cuenta así del dibujo como del labrar de los colores, y sepa
relatar el dicho dibujo, y dar cuenta, que ha menester un hombre desnudo, y el trapo,
y pliegue, que hace la ropa, y labrar los rostros, y cabellos, muy bien labrados de
manera, que el que hubiere de ser examinado del dicho oficio de imaginero ha de
saber hacer una imagen perfectamente e dar buena cuenta así de práctica como de
obra a los dichos examinadores; y asimismo sea práctico el que fuere examinado en la
imaginería de lejos, y verduras, y sepa quebrar un trapo e si todas las cosas susodi-
chas, y cada una de ellas no supiere hacer, que no sea examinado, y que aprenda
hasta que lo sepa, que sea buen oficial, porque no se aprende en poco tiempo, y si
alguno usare el dicho oficio de imaginería sin ser examinado según de suso se contie-
ne, pague de pena veinte pesos del dicho oro de minas aplicados según dicho es.
82 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Otro sí ordenamos, y mandamos, que los pintores del dezado (sic por dorado?)
sean examinados en las cosas que conviene al dezado desde el principio del aparejo
del tiempo, y con sazón, y que tengan conocimiento de las temples de los engrudos,
y estos engrudos los sepan hacer cada engrudo para su cosa según lo han menester,
que se entienda templa en engrudo para el yeso vivo, y templa para el yeso mate, y
templa para el yeso bol, y el oficial, que se hubiere de examinar del estofado, y
dorado, entiéndese que se ha de examinar en un bulto dorado, y estofado de todos
colores así al temple como al óleo, que le convenga, y menester sean al dicho bulto, y
ésto ha de hacer en casa de uno de los alcaldes que están señalados del dicho arte
donde le fuere señalado con juramento que lo ha de hacer él y no otro por él.
Otro sí ordenamos, y mandamos que los oficiales, que hubieren de labrar al fresco
sobre encalados, que sean examinados en las cosas siguientes de lo Romano, y de
follajes, y figuras, conviene que sea dibujador, y sepa la temple que requiere la cal, al
fresco porque no se quite después de pintado aunque se lave.
Otro sí ordenamos, y mandamos que los pintores que hubieren de pintar sargas
sean examinados en una sarga blanca, y de colores, y que sepan dar los aparejos a la
sarga conforme a lo que le conviene, que es darle antes de pintarla su talvina y los
colores y si labraren en la dicha sarga se han de templar con su templa de engrudo
conforme se hace en los Reinos de Castilla, y no con cacotle porque es falso, y toda
la obra que se pinta con cacotle no permanece.
Otro sí ordenamos, y mandamos por cuanto somos informados, que muchos oficia-
les pintan sargas, y lienzos de imágenes en lienzos viejos, y los venden por nuevos
no declarando que son viejos lo cual es en perjuicio de la República de aquí adelante
el que hubiere de vender las dichas imágenes sean pintadas en lienzo nuevo de la
pieza so pena, que el que labrare en lienzo viejo pierda las dichas sargas, y mas pague
de pena diez pesos del dicho oro aplicados como dicho es.
Otro sí ordenamos, y mandamos, que ningún oficial que no fuere examinado no
pueda tener en su compañía obrero, ni otro oficial examinado de un oficio queriendo
él usar dél, no siendo examinado sin que use del que fuere examinado, y que no
busque achaques para defraudar las dichas ordenanzas, so las penas de suso conte-
nidas si tal hiciere.
Otro sí, ordenamos, y mandamos, que cada, y cuando que aconteciere que alguna
obra se pusiere en almoneda para haberse de rematar, que no pueda hablar en ella
salvo el que fuere examinado en el arte de la dicha obra so pena de diez pesos del
dicho oro aplicados como dicho es.
Otro sí por cuanto hay muchos obreros que están uno o dos años con un oficial,
y después se ponen con otro a ganar dineros, y no saben bien el dicho oficio, y
dañan la obra, que cae en sus manos lo cual es en perjuicio de la República por ende
ordenamos, y mandamos, que cada, y cuando que algún oficial tomare obrero sin que
primeramente sea examinado en el arte que lo tomare para labrar ésta será causa para
que los aprendices trabajen, y de ser buenos oficiales, e haya muy buenos oficiales lo
cual es honra de la República porque en poco tiempo no se alcanza este arte, que es
mucho, entiéndese en los oficiales, que ganan dineros, so pena que el que lo contra-
rio hiciere incurra en las penas susodichas en el Capítulo, que dice que ningún foras-
tero no pueda tomar obras ningunas, queriéndolas al natural por el tanto decimos,
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 83
que nos parece injusto, y damos lugar que siendo buen oficial examinado pueda
tomar todas las obras, que quisiere sin le ir nadie a la mano, aunque sea extranjero de
fuera del Reino por ser provechoso de la República que haya muchos oficiales, como
sean buenos.
Otros sí ordenamos, y mandamos, que todos los oficiales que se hubieren de exa-
minar del dicho arte de pintar y dorado, imaginario, y sarguero, y pintar del fresco,
que desde el día, que estas ordenanzas fueren pregonadas se examinen dentro de un
mes primero siguiente, y desde el día que las dichas ordenanzas se pregonaren se
cierren las tiendas de los españoles que lo usan, no siendo examinados hasta que lo
sean y se les dé su Carta de examen.
Otro sí ordenamos, y mandamos a los dichos oficiales que cada, y cuando que
fueren llamados por los alcaldes y veedores por sus cabildos, que vengan so pena
que, el que no viniere o no diere justo impedimento, que pague de pena una libra de
cera para la fiesta de Corpus Christi y que todos se junten, y hagan la fiesta como
más honradamente pudieren juntándose en el Cabildo donde le fuere señalado.
Otro sí ordenamos, y mandamos, que el dicho oficio de doradores, que estos tales
maestros no puedan tomar ni tomen ninguna obra de dorado donde hubiere cosa de
pintura de imágenes así de pincel como de bulto porque las semejantes obras convie-
ne que no intervengan sino los oficioles más sabios para la dicha obra, y más artífices
aquellos, que más estudiaron, y trabajaron en el dicho arte porque así las dichas obras
fuesen dadas a oficiales doradores, que no aprendieron más que a dorar sería defru-
dar las dichas ordenanzas, y sería daño a las obras por no las tomar diestros maestros
de imaginería por tanto los doradores no tomen ni puedan hacer la tal dicha obra
salvo, que dichos doradores puedan hacer, y tomar obras de sagrarios custodias, y
foletera, y ciriales do no hubiere figuras y florones, ni cosa de dorado de tabla, y de
otras muchas menudencias, que en el dicho oficio se suelen hacer, y asimismo sean
examinados de granos muy bien y de saber esgrafiar de buenas obras, que para el tal
arte conviene; y asimismo ha de saber dar los colores sobre el oro para que sea bien
engrafiado, y salga muy vistoso, sin daño del oro so pena que el que lo contrario
hiciere incurra en las penas susodichas.
Item ordenamos, y mandamos que ningún maestro venido de la comarca de esta
Nueva España, ni de los Reinos de Castilla no puedan poner tienda en esta Ciudad
ni en otras partes sin ser en el dicho arte que usare examinado so pena de diez pesos
del dicho oro de minas aplicados como dicho es.
Item ordenamos, y mandamos, que ningún pintor sobre madera ninguna, ni sobre
lienzo no pueda gastar oro partido porque es daño de la república porque la obra es
falsa so pena de diez pesos de dicho oro aplicados como dicho es.
Item ordenamos, y mandamos, que ningún batioja no pueda batir plata si no fuere
de copela que sea fina conviene que sea fina, y allende que sea fina conviene que
sea el caire lleno, y crecido de la dicha plata fina porque lo hacen a medio crecer, y
es daño para los que lo compran, y el oro que batieren los dichos batiojas ha de ser
de quilates y no de ensayes, ni oro bajo porque es daño para las iglesias, esto es para
sus obras, y asimismo sea del caire lleno con el dicho oro porque conviene para los
dichos compradores, y que el batioja no pueda batir estaño para pintores porque
somos informados que lo baten y muy gran daño es, y perjuicio para todas las obras
84 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Velasco, Visorrey Gobernador por su Magestad en esta Nueva España hechas por el
Cabildo, Justicia, y Regimiento de esta Nueva España, y Ciudad de México en treinta
de abril de este presente año, sobre lo tocante a los oficios de pintar, que están
escriptas en cinco fojas firmadas de dicho Cabildo Justicia y Regimiento y de Miguel
López scribano atento a que por las dichas Ordenanzas consta, y que parecen ser
útiles, y convenientes. = Dijo que en nombre de su Magestad aprobaba, y aprobó,
confirmaba, y confirmó, las dichas Ordenanzas, y cada una de ellas con limitación, y
declaración, que por el exámen no se puede llevar, ni lleve más de tres pesos de oro
común, y con que las dichas Ordenanzas, ni alguna de ellas no se entienda con los
naturales de esta tierra porque a estos se les ha de dar el orden, que han de tener, y
con los veinte pesos de oro de minas de pena a el que usare el oficio sin ser exami-
nado sean veinte de Tipusque, y con que asimismo en lo tocante a los oficiales de
doradores sobre el dorar guarden y cumplan, lo que por Su Magestad y su señoría en
su Real Nombre está proveído, y mandado y, so las penas que están puestas, y
adelante se proveyere sobre este caso y con estas limitaciones, y declaraciones se
guarden, cumplan, y ejecuten las dichas ordenanzas, y cada una de ellas. Y así para
que se tenga noticia de lo en ellas contenido, se pregonen públicamente. = Don Luis
de Velasco. = Por mandado de su señoría Antonio de Turcios».
86 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 87
CAPÍTULO TERCERO
LAS ARTES PLÁSTICAS EN LA NUEVA ESPAÑA II
Durante la segunda mitad del siglo XVII y a lo largo del XVIII las artes plásticas
en la Nueva España alcanzan un alto desarrollo tanto en calidad como en cantidad
de artistas y obras. No obstante, este largo y fecundo periodo se puede dividir en dos
etapas, claramente definidas: del pleno barroco al rococó y el Neoclasicismo. Por un
lado observaremos la lógica evolución desde el periodo anterior y, en las postrimerías
del siglo XVIII, asistiremos a la imposición de los ideales clasicistas defendidos por la
recién fundada Academia de San Carlos.
A partir del segundo tercio del siglo XVII se van a producir una serie de cambios
que nos ingresan decididamente en el ámbito del barroco. Este periodo artísticamente
es considerado como uno de los más brillantes y originales de toda la época virreinal.
Así, en el campo de la pintura, que sigue siendo el más significativo, del manierismo
algo artificioso se pasa a una pintura totalmente distinta, de acuerdo con las nuevas
influencias que llegan de la metrópoli en particular —el toque recio y austero de
Zurbarán, la suavidad y la gracia de Murillo y el vigor plástico y cromático de Valdés
Leal—, y de Europa en general, especialmente el arte fastuoso y rico de Rubens.
Excepto el último, cuya influencia llegaría básicamente a través de los numerosos
grabados que se hicieron de su obra, todos son sevillanos, siendo pues esta importan-
te escuela la que habría de tener una mayor incidencia en el arte novohispano, bien
con importación de obra o por la llegada de artistas.
Por lo que toca al retablo se impone y con fuerza a partir del mayor de la Catedral
de Puebla la columna salomónica, si bien en alternancia con las tradicionales o canó-
nicas, aunque el fuste en su parte inferior —el imoscapo— presenta motivos en zig-
zag mientras el resto se cuaja de temas vegetales, destacando figuras como Tomás
Xuárez, Juan de Rojas o Salvador de Ocupan, grandes ensambladores y escultores
—la escultura sigue formando parte de ese gran conjunto que es el retablo, y todo
88 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
bajo el control de un polifacético y complejo taller—. Así mismo también serán ellos
los encargados de materializar otra serie de bienes muebles, sumamente necesarios,
tales como las sillerías corales, las cajoneras de las sacristías o las cajas de los órganos.
del manto que resalta el cuerpo de Cristo desnudo, muy bien definido, radiante de
energía y eje de la composición al separarse del apretado grupo de apóstoles del
entorno. Entre otras obras de interés señalaremos: una Virgen con el Niño y un
90 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
ra Francisco de la Maza, uno de sus primeros estudiosos: «pasa de las alturas del
genio a las bajezas del burdo artesano, asemejándose también mucho a Valdés Leal».
Mas, a pesar de ello, es el pintor más importante del barroco novohispano y en un
momento también del mundo hispano, una vez que han muerto los grandes maestros
—Ribera, Zurbarán, Cano, Velázquez, Murillo, Coello, etc.— Maneja el pincel con
gran maestría, regalándonos un legado pictórico exuberante en el color y en las
formas, aunque evidentemente tan amplia y extensa producción no se puede enten-
der sin la ayuda de un activo y prolífico taller con numerosos aprendices y oficiales.
Estudiar su obra nos llevaría a recorrer el País entero —iglesias, catedrales, con-
ventos, museos y colecciones particulares—, mas para tener un aproximado conoci-
miento de su buen hacer, tal vez nos baste con acercarnos a la sacristía de la Catedral
Metropolitana de México, donde tenemos algunas de sus composiciones más gran-
diosas. Fechadas, en la octava década del siglo XVII, son de inspiración rubensiana y
muy similares a las realizadas por Pedro Ramírez y Echave Rioja, en Guatemala y
Puebla de los Ángeles, respectivamente. Son cuatro grandes lienzos: la Iglesia Mili-
tante y la Triunfante, el Triunfo de la Religión, la Aparición de San Miguel y la Mujer
Apocalíptica, donde tenemos la más bella, heroica e impetuosa imagen que, en toda la
Nueva España, se pintara del Arcángel San Miguel y el triunfo de San Miguel. Traba-
jó en numerosas ocasiones para la Compañía de Jesús, tanto para la Profesa, donde
realizó una serie dedicada a la Pasión de Cristo, como para el noviciado de Tepotzo-
tlán, ahora centrado en la Vida de San Ignacio. Igualmente lo hizo para los dominicos
y franciscanos. Otra obra excepcional, que nos permite valorar su hábil manejo de los
94 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
debido a la gran remodelación que sufrió la estructura del retablo a mediados del
siglo XIX, a fin de adaptar el modelo montañesino a los gustos neoclásicos. Incluso,
la Virgen de la Defensa, que ocupa el tabernáculo del banco, absurdamente vestida,
es en el fondo una Inmaculada muy sevillana y muy montañesina. Aquel primer
retablo del que se conserva un magnífico grabado de 1651, obra de J. de Noort,
tuvo que ser un buen ejemplo del pleno barroco —la imaginería no se vio alterada
en nada— y tuvo una amplia difusión en su entorno y en su época —una copia
muy lejana en el tiempo, pues pertenece ya al siglo XVIII, es el retablo de la Parro-
quia de San José de Chiapa, también en el Estado de Puebla, localidad donde
residió algún tiempo el Obispo Palafox—.
Muy próximo estilísticamente al primer retablo poblano es el mayor del Convento
de Santo Domingo, obra de Pedro Maldonado. Con banco, tres calles y dos entreca-
lles, en la medial destaca el gran tabernáculo eucarístico, así como el que todo son
esculturas de santos de las órdenes mendicantes. La salomónica ocupa el primer
piso, mientras en las restantes son soportes clásicos, presentando las del penúltimo
piso el fuste con molduras en zig-zag, de tanta fortuna a posteriori en portadas y
soportes de iglesias.
Por estas fechas —último tercio del Seiscientos—, una vez prácticamente acabada
toda la fachada de la catedral metropolitana —México—, se realizan gran cantidad
de retablos para sus distintas capillas —la de San Pedro, San Miguel, San Cosme y
San Damián, la Soledad, etc.—, destacando por su singularidad los dos primeros,
realizados en el taller del polifacético artista Tomás Xuárez, si bien el segundo se
perdió en un incendio. El dedicado al Príncipe de los Apóstoles, donde excepto la
imagen de vestir del titular, domina la pintura, presenta banco, tres pisos y calles,
alternan las salomónicas con las corintias, incluso en el último cuerpo y en su calle
medial, que queda libre para acoger la ventana, utiliza grandes estípites antropomor-
fos. Al buen hacer de Xuárez, cuya actividad llega hasta principios del siglo XVIII, se
deben también dos interesantes retablos de Tlamanalco —el principal, con un magní-
fico conjunto escultórico, y otro menor lateral dedicado al Nazareno—, así como la
sillería de coro de la Catedral de Durango, curiosamente con su imaginería policroma-
da.
En cuanto a los artífices, muchos son los maestros escultores y ensambladores,
dueños de activos talleres, que podríamos traer a colación en estos momentos, mas
solamente citaremos a Salvador de Ocampo y a Juan de Rojas, cuya actividad, rebasa
también con creces el Seiscientos. El primero, yerno del anterior, es autor de uno de
los retablos más hermosos del arte barroco novohispano: se trata del mayor del con-
vento agustino de los Santos Reyes de Meztitlán. Compuesto de banco, tres calles,
dos pequeñas entrecalles y ático, se combina la escultura y la pintura, siendo ésta
obra de Nicolás Rodríguez Juárez. En su taller se hizo la gran sillería del antiguo
Convento de San Agustín de la Ciudad de México, por fortuna conservada, aunque
bastante mermada, sobresaliendo una serie de relieves con temas claves del Antiguo
Testamento, inspirados en grabados de Juan de Jáuregui. Al segundo de los artistas
mencionados, Juan de Rojas, aparte de numerosos retablos, le debemos la sillería de
coro de la Catedral de México, en parte rehecha al verse afecta por el incendio de
1967.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 101
2.1. La pintura
En primer lugar señalaremos que pronto se percibe en los lienzos una sensibilidad
refinada y exquisita, muy distinta a la del siglo anterior, con un predominio, a la vez,
de las formas suntuosas y opulentas, llenas de movimiento y colorido a la manera
rubensiana. Es pues, una nueva manera de expresarse, tanto en lo pictórico como en
lo decorativo, de acuerdo con las nuevas condiciones sociales del virreinato, que
parecen traslucir esa sensación de optimismo social, causante, en última instancia, de
que se multipliquen los encargos por parte de la cada vez más próspera y amplia capa
burguesa, poseedora de un alto nivel económico.
No obstante, siguen vigentes una serie de aspectos tradicionales, ahora ya bastan-
te negativos, a los que no escapan ni los grandes maestros. Por ejemplo, la monotonía
temática, con un claro predominio de lo religioso, aunque asuntos poco cultivados
hasta aquí, a partir de ahora adquieren un gran incremento. Tal sucede con la pintura
de género con los cuadros de castas, —para mostrar la gran variedad étnica del
territorio novohispano, fruto del cruce de blanco, negro e indio—, el bodegón —
como expositores de la riqueza natural del territorio— y sobre todo el retrato, desta-
cando como algo casi peculiar el de las monjas coronadas. Esa monotonía temática
tipo religioso es también de color, pues la gama cromática sigue siendo bastante
limitada, existiendo un abuso del rojo, el azul, el blanco y el negro.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 105
colorido, se nos ofrecen con gran emotividad, ternura y delicadeza. Por lo que ha
sido considerado el introductor de ese estilo amable, devoto, superficial de ascenden-
cia murillesca, e incluso, algunos lo tuvieron como iniciador de la decadencia pictóri-
ca en el México virreinal, como injustamente, en algún momento del siglo pasado, fue
valorada la pintura del siglo XVIII. Cuando, en realidad, su obra es el puente entre la
exuberante fuerza y energía de los pinceles de finales del siglo XVII —Villalpando y
Correa—, y el arte sosegado, agradable, relajante y ligero que habrían de practicar los
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 107
artistas del segundo tercio del siglo XVIII. Tampoco debemos olvidar su faceta como
gran retratista, sobresaliendo su innovador autorretrato, donde nos dejó a un mestizo
de pelo largo y lacio, en escorzo y de tres cuartos, que mira desafiante al espectador,
el del arzobispo Lanciego y Eguiluz y especialmente el del virrey Duque de Linares,
revestido de toda su pompa y boato de cara a la galería. Finalmente, junto con
Cabrera e Ibarra, será un gran cultivador del tema de las castas, dejándonos series
—generalmente 16 lienzos— de una gran calidad.
Entre otros muchos artistas que colaboraron activamente en este cambio estético
tenemos a Antonio de Torres (1666-1731), primo de los dos anteriores, es también
figura sobresaliente, y prueba de ello es que participó en el reconocimiento que se le
hizo, en 1714, a la Virgen de Guadalupe. Dueño de un activo taller, realizó grandes
series claustrales de vidas de santos fundadores, especialmente para carmelitas y
franciscanos. Como la de San Francisco para San Luis de Potosí o la de la Vida de la
Virgen del antiguo Colegio de Guadalupe en Zacatecas. Precisamente aquí, en la
sacristía se conserva su San Francisco de Asís ante el ángel, que le ofrece la redoma,
buen ejemplo de su maestría en el manejo del dibujo y del color, aunque generalmen-
te sus series mas auténticamente originales están pensadas y hechas para satisfacer la
piedad de los comitentes.
En la Parroquia del antiguo pueblo de Tacuba se guarda un Apostolado de vigo-
rosas figuras, obra del aún desconocido jesuita Padre Manuel. Igual de desconocido
es aún Juan Francisco de Aguilera, formado con los hermanos Rodríguez Xuárez,
quien, en 1720, firma el magnífico cuadro El Patrocinio de la Inmaculada sobre la
Compañía de Jesús —hoy en el Munal—, de un fuerte acento idealista de corte
murillesco. Precisamente en el Museo de Guadalajara hay una serie suya dedicada a
la Vida de San Francisco, que durante mucho tiempo se tuvo por obra de Murillo.
Otro fraile-pintor fue el agustino Fray Miguel de Herrera, autor de una extensa pro-
ducción de tema religioso, aunque también cultivó con fortuna el retrato, como el de
Sor Juana Inés de la Cruz, inspirado en el de Juan de Miranda, el de la joven María
Josefa Aldaco y Fagoaga y el del obispo Palafox y Mendoza. Por último, Francisco
Martínez, menos original como pintor, aunque muy activo y polifacético, fue también
ensamblador y dorador —el doró los retablos balbasianos del Perdón y de los Reyes
de la Catedral de México—. Fue además un solicitado retratista, sobresaliendo los de
monjas coronadas por la minuciosidad con que trata todo el aparato que envuelve a
la religiosa.
Con él llegamos a la que con toda justicia denominados la Gran Generación. Se
trata de una serie de artistas, cuya actividad llena, y con fortuna, los dos primeros
tercios del siglo XVIII novohispano. La primera gran figura es José de Ibarra (1685-
1756), pintor de grandes recursos, oriundo de Guadalajara, debió pasar muy joven a
México, siendo sus maestros Juan Correa y Juan Rodríguez Xuárez, sucesivamente.
De una vida personal muy compleja y azarosa —por sus tres casamientos y su nume-
rosa descendencia— también él, en 1751, junto con otros artistas, efectuó un segun-
do reconocimiento a la Virgen de Guadalupe, siendo su parecer sobre la Virgen de
una gran candidez. Incluso al mismo añadió un texto dedicado a los pintores del
pasado, que, andado el tiempo, sería aprovechado y publicado, en 1756, por Miguel
Cabrera en su obra: Maravilla americana y conjunto de raras maravilla observadas
108 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
con la dirección de las Reglas del Arte de la Pintura en la prodigiosa imagen de Ntra.
Sra. de Guadalupe de México. Fue también pieza clave de aquella asociación de
artistas, génesis y origen de la futura Academia de San Carlos. Por lo que atañe a su
obra, pese a que documentalmente sabemos que fue muy extensa, en realidad se ha
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 109
conservado bastante poco y además muy dispar. Tal sucede con sus cuatro grandes
tablas sobre el tema de las Mujeres del Evangelio, de pobre dibujo, monótono colo-
rido y personajes aún amanerados. Mejores son la serie de ocho láminas de cobre,
también en el Munal, sobre la Vida de la Virgen, siendo la dedicada a la Virgen del
Apocalipsis de una gran popularidad —las restantes son el Nacimiento de la Virgen,
Pentecostés y la Asunción—. Para 1732 había finalizado sus cuatro grandes lienzos
de los laterales del coro de la Catedral de Puebla —La Asunción, la Coronación del
Niño Jesús, La Adoración del Santísimo Sacramento y El Patrocinio de la Virgen
sobre la Ciudad de Puebla, donde aparece San Miguel y San José—, sin duda de lo
mejor de su obra, donde, dentro del gran barroquismo, consigue un equilibrio, difícil
de encontrar en otros trabajos salidos de su mano o de su taller.
Es ahora, cuando el culto a San José, como protector, alcanza un gran desarrollo.
En varias ocasiones Ibarra afrontó su vida y beneficioso patrocinio, siendo buenos
ejemplos los lienzos que, hacia 1738, pintó para su capilla de la iglesia jesuítica de
Tepotzotlán. En esta misma línea está el cuadro con los donantes de la escalera del
Excolegio de Guadalupe en Zacatecas. También, a mediados del siglo XVIII se difun-
de la Inmaculada Apocalíptica, siendo él uno de sus mejores definidores a partir del
desaparecido modelo rubensiano de la antigua pinacoteca de Munich. Muy signifi-
cativa en su momento tuvo que ser su Virgen Apocalíptica del Munal, modelo para
otros muchos artistas posteriores como Cabrera, José Páez, Francisco Antonio Vallejo
o Diego de Cuentas. Finalmente, sus grandes dotes como retratista fueron muy valo-
rados la alta sociedad de su momento, que pidieron posar para él, sobresaliendo el de
D. Pedro de Villavicencio, Duque de la Conquista o el del Virrey Conde de Fuenclara,
Pedro Cebrián Agustín. Incluso, en esta parcela hay que destacar sus retratos de
donantes, que aparecen en algunas de sus obras de tema religioso.
Miguel Cabrera (¿1695?-1769), es, sin duda la figura más compleja y polifacética
de todo el Setecientos. Pintor, diseñador de retablos, túmulos funerarios, etc, y due-
ño, en definitiva, de un gran taller, desconocemos, con total precisión, tanto su lugar
como su fecha de nacimiento. Tradicionalmente se viene afirmando que debió ser en
Oaxaca y hacia 1695, acaso de padres indígenas que le abandonaron al nacer. Según
el cronista Luis González Obregón, hacia 1719, con 24 años, se avecindó en México,
donde casó y fue padre de una amplia descendencia. Su agradable carácter y dotes
artísticas le posibilitaron mantener excelentes relaciones tanto con la Iglesia —el
arzobispo Miguel Rubio Salinas, su protector, lo nombró su pintor particular y la
Compañía de Jesús lo tuvo por su casi único pintor—, con el gobierno virreinal, así
como la nobleza y enriquecida burguesía novohispana, que le hicieron grandes en-
cargos, bien de tipo religioso, retratos, bodegones, series de castas, etc.
Prueba de su valía y reconocimiento social es que, también él, junto a otros pinto-
res, examinó el cuadro de la Virgen de Guadalupe. Causa y origen de su trabajo ya
citado la Maravilla Americana... Hombre de una gran cultura, pues, aparte de conocer
el latín, poseía una basta biblioteca, donde junto a libros religiosos los había de Histo-
ria e incluso de arte como Los cuatro libros de la simetría. .. de Alberto Durero o el
Museo Pictórico de Antonio A. Palomino. Asimismo, tuvo parte muy activa en la
fundación de la frustrada academia de pintores, germen de la actual Academia de San
Carlos.
110 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Analizar su obra, resulta bastante complejo, pues no resulta fácil deslindar lo que
es suyo personal, de la obra de taller que, aunque controló personalmente, palidece
en muchos casos. Es más, tradicionalmente se le han adjudicado algunos cuadros,
que ya está comprobado que tienen otra paternidad. Organizaremos para su estudio
la obra por temáticas.
Sin duda la mas sobresaliente es la pintura religiosa, donde también incluimos los
lienzos de vanitas —representación de objetos hueros con fines moralizantes—. Es el
capítulo más numeroso, incluso comparativamente con todos sus coetáneos. La pintura
religiosa del Setecientos gracias a él está muy dignamente representada, aunque debemos
puntualizar que Miguel Cabrera, que tenía todas las cualidades necesarias para ser un
gran pintor, en muchas ocasiones, no llegó a serlo, pues su afán virtuosista chocaba con la
urgencia y rapidez en cumplir los compromisos contraídos. Este dilema será el que, en
definitiva, le obligó a crear un gran taller, donde trabajaban algunos de sus compañeros de
oficio, aparte de muchos discípulos y aprendices. En líneas generales, en sus telas hay un
excesivo número de figuras, sobre todo angelitos de fisonomías anodinas y sin un estudio
de las estructuras anatómicas, lo que también se advierte en algunos santos y vírgenes.
Este mismo condicionante —la existencia de complejos contratos a cumplir en poco
tiempo— hace que en muchos cuadros su dibujo tenga una pobre factura y que el estudio
del cuerpo humano esté bastante descuidado. Sus figuras, en especial aquellas que for-
man grupo, son de una belleza cándida y se repiten los modelos con frecuencia, por lo que
pueden venir de un mismo repertorio. En cuanto al color se destaca por su tono cerúleo
—azul del cielo despejado de alta mar o de los grandes lagos—, como fondo, aunque
empleo una interesante gama de colores, predominan el rojo, el azul, el blanco y el negro,
con sus diversas tonalidades.
No es en sus grandes series donde está lo mejor de su obra, mas de todas las que
hizo para las órdenes religiosas sobresalen las que pintó para los jesuitas de Tepotzo-
tlán y Querétaro o para los dominicos de la Ciudad de México, dedicadas a la vida de
San Ignacio y Santo Domingo, respectivamente. Gran interés tiene la que comienza,
a partir de 1755, para la Iglesia y la sacristía de Taxco. Dedicada, fundamentalmente,
a la Vida de la Virgen, aparte de otros lienzos como San Miguel, protector de las
almas, y los martirios de Santa Prisca y San Sebastián, titulares de la Parroquia, lo
acreditan como un gran pintor de temas marianos, aunque a veces sigue muy de
cerca estampas rubensianas. Sus dos grandes lienzos de la escalera del Excolegio de
Guadalupe-Zacatecas —Virgen del Apocalipsis —donde para San Miguel sigue muy
de cerca el de Villalpando de la sacristía de la Catedral de México— y el Patrocinio
de la Virgen de Guadalupe sobre los franciscanos—, nos dan una idea de cómo
cambiaba las figuras en función de los encargos. Precisamente, aquí, en Guadalupe-
Zacatecas tenemos una de sus mejores series dedicada a la Vida de la Virgen, en
pequeños lienzos ovalados.
Autor también de una extensa obra suelta, sobresale por su delicadeza la Virgen
del Apocalipsis —en el Munal—, de inspiración rubensiana, o Nuestra Señora de los
Siete Gozos, de 1756, donde combina sabiamente los colores en la composición y el
dinamismo de las figuras, así como su magnífica serie de santos —San Anselmo o San
Bernabé—, que son considerados como retratos a lo divino, y el entierro de Cristo,
1761, del Museo Regional de Querétaro.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 111
En el campo del retrato no tuvo rival, pues no se reduce sólo a aplicar las recetas
tradicionales sino que nos proyecta sus individualidades. Buen ejemplo de ello son el
que realiza a Sor Juana Inés de la Cruz, en el Museo Nacional de Historia, —inspira-
do en el que, en 1713, le realizara Juan de Miranda, a su vez basado en otro coetáneo
a la muerte de la religiosa, en 1695—, o el de Sor Francisca Ana de Neve en la
sacristía de Santa Rosa de Querétaro, donde hace un canto a la belleza femenina, a
sus dotes intelectuales y a su rica vida interior. Dentro del campo civil sobresale el de
D. Francisco de Güemes y Orcasitas, de 1755, donde si por un lado nos muestra el
carácter enérgico del gobernante, por el otro se recrea en el tratamiento de las ricas
vestiduras que engalanan y enaltecen su figura. En diversas ocasiones pintó a su
protector el arzobispo Manuel Rubio y Salinas, mientras que la elegancia y la riqueza
que caracterizó a la sociedad criolla novohispana del Setecientos queda muy bien
reflejada en el que hizo a Dª. María de la Luz Padilla Cervantes —en el Museo de
Brooklyn—, que puede competir con lo mejor de la Europa de su momento por el
mimo y entrega con que trata los brocados, las alhajas y sobre todo su rostro, sin
falsear nada su imagen.
Dentro de la pintura que podemos denominar como costumbrista, sobresalen sus
series de castas, dedicadas a dar a conocer la gran variedad étnica de la sociedad
novohispana, con destino fundamentalmente a la metrópoli, donde el tema era total-
mente desconocido. Su serie del Museo de América de Madrid es un singular mues-
trario de los ricos y variados vestuarios, así como de las jugosas frutas del país, por lo
que constituyen a veces verdaderos bodegones.
No queda aquí totalmente reflejada la fecunda trayectoria profesional de Cabrera,
sino que abarcó otros campos. Así por ejemplo sabemos que diseñó los soberbios
retablos de la cabecera de la iglesia jesuítica de Tepotzotlán, que serían materializados
por el ensamblador Higinio Chávez, así como algunos túmulos funerarios como el de
las honras fúnebres de su protector, el mencionado arzobispo Rubio y Salinas.
Para completar el panorama pictórico del Setecientos, debemos incluir aquí una
sería de pintores coetáneos de Cabrera, —algunos, incluso, trabajaron para él—, que
fueron destacados miembros de la Academia de San Carlos. Del primero, Juan Patricio
Morlete Ruiz (1713-1772), discípulo tal vez de José de Ibarra, se conservan numero-
sos dibujos. En su pintura religiosa, imbuida de ese espíritu delicado y refinado pro-
pio del siglo XVIII, sobresalen su San Luis Gonzaga, en el Munal, o su Inmaculada
Apocalíptica defendiendo la fe, del Museo Virreinal, donde aparecen ciertas notas
tremendistas. También cultivó con notable acierto el retrato, como el del Marqués de
Croix, D. Agustín de Ahumada Villalón. Mas lo realmente novedoso son sus vistas de
puertos franceses, hechas a partir de grabados de las pinturas originales de C. J.
Venert, conservadas en la Valetta, Malta, donde también se guardan dos interesantes
vistas de las plazas del Zócalo y del Volador de la Ciudad de México.
Francisco Antonio Vallejo (1722-1785) hijo de una pintora, gozó de gran fama y
prestigio en su época. Fue uno de los que, en 1756, analizó la Virgen de Guadalupe,
llegando, incluso, a ser teniente de pintura de la Academia de San Carlos. Autor de gran-
des series, como la dedicada a San Elías y Santa Teresa, en la Iglesia del Carmen de San
Luis de Potosí, en su obra se advierte unos acentuados contrastes de luz, además de
enriquecer sus fondos grandes conjuntos arquitectónicos, de franca inspiración neoclási-
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 113
ca. Entre sus cuadros de tema religioso sobresalen su Sagrada Familia atendida por ánge-
les y un Pentecostés, ambos en la sacristía de la iglesia del colegio jesuítico de San Ildefon-
so y fechados en 1756. Su capacidad para crear grandes lienzos queda bien manifiesta en
el denominado Glorificación del dogma de la Inmaculada Concepción, que formaba parte
de una serie que cubría las paredes de la Universidad —hoy en el Munal— y que tenía
como fin conmemorar la autorización del Papa Clemente XIV a Carlos III para incluir en las
letanías lauretanas la advocación Mater Inmaculata. Concebido en dos registros, en la
parte inferior están, entre otros, los retratos del Rey y del Papa, en cuestión. Fue esta —la
de retratista—, otra de sus grandes facetas, siendo un buen ejemplo de ello el que dedicó
al Virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa.
José de Alzíbar, oriundo de Texcoco, debió tener una larga vida, pues su primer
cuadro conocido es de 1751 y falleció en 1803. Artista muy prolífico, fue autor tanto
de cuadros sueltos o de series temáticas en especial para retablos. Entre su produc-
ción religiosa sobresale el Patrocinio de San José a los Filipenses —hoy en la Profe-
sa—, y la Bendición de la Mesa —en el Munal— con unos encantadores angelillos y
hermosas guirnaldas de flores, de una exquisita y refinada elegancia. Gran cultivador
de retratos, en especial el de las monjas coronadas, obra maestra por su extraordinario
barroquismo es el de la madre Sor Ignacia de la Sangre de Cristo, monja profesa del
Convento de Santa Clara de la Ciudad de México, fechado en 1777 —en el Museo
Nacional de Historia—. En algún momento cultivó la escultura, —se le atribuye la
Dolorosa del Sagrario Metropolitano—, incluso la retablística, siendo suyo el retablo
de la iglesia del Hospital de San Juan de Dios. Por todo ello, alcanzó una gran fama,
llegando a ser «teniente de director de la Academia de esta Nueva España».
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 115
La cantidad y calidad de los retablos que nos han llegado a la actualidad del
Setecientos es algo realmente excepcional, de ahí que, con relación a las centurias
anteriores, la retablística sea uno de los capítulos de más entidad, siendo, incluso, el
elemento artístico donde mejor se integran y desarrollan las artes plásticas. Mas, no
solamente la mayor cercanía temporal ha jugado positivamente en su favor, sino que
ayuda a ello la febril actividad artística generada por la misma Iglesia que buscaba
con ello un rejuvenecimiento de sus templos y capillas a base de sustituir sus viejos
retablos, pequeños, estropeados, y no acordes con las coordenadas estilísticas del
momento o las nuevas devociones, por otros más monumentales y actuales, incluso,
en otras ocasiones, la búsqueda de esa mayor monumentalidad y grandeza, había
llevado a construir un nuevo templo y capillas, que evidentemente había que amue-
blar. Todo ello, fruto de la gran bonanza económica que vive el territorio novohispa-
no, por lo que, en definitiva, ambos aspectos son la mejor expresión de la grandeza
de México.
Ahora, más que nunca, son obra, de un prolífico taller, propiedad de un arquitecto-
ensamblador, quien con mentalidad de empresario, aglutina especialistas en trabajar
la madera, la pintura y el policromado, etc. Por lo que, una vez más, la escultura,
aunque vaya dotada de unos rasgos singulares, forma parte de ese gran proceso
constructivo que a fin de cuentas es la fabricación de un retablo. Es verdad que en
1705 los escultores piden a la autoridad correspondiente, y lo consiguen, ser consi-
derados como un gremio independiente con ordenanzas propias, mas, aun hoy, pese
a que la investigación histórico-artística ha avanzado bastante, conocemos muy po-
cos nombres de escultores.
Son muchos los artistas-empresarios de la retablística que, desde el último cuarto
de la centuria anterior, proyectan su actividad en las primeras décadas del Setecien-
tos —Mateo de Pinos, Tomás Xuárez, Manuel de Nava, Francisco Rodríguez de
Santiago, etc. —. Mas sus retablos siguen siendo grandes estructuras reticulares, con
la columna salomónica como elemento articulador por excelencia y una gran prolife-
ración del ornato. Los retablos de la Capilla de los Arcángeles de la catedral primada
de México, obra de Manuel de Nava —las pinturas de los laterales pertenecen a
Correa—, son un buen ejemplo de lo que acabamos de exponer. Si esto acaece en
1713, tres años antes había quedado desierto el concurso convocado a fin de realizar
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 117
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Dentro de la extensa producción pictórica del gran pintor novohispano del primer
barroco José Xuárez por su ajustado dibujo, logrado colorido y profundidad psico-
lógica de los rostros de los niños, sobresale este excepcional cuadro, de gran forma-
to, dedicado a los hermanos, santos mártires alcalaínos de la época de Diocleciano,
Justo y Pastor.
Concebido como una típica apoteosis sevillana —los ecos de Roelas, de Francisco
Herrera, el Viejo o de Zurbarán son evidentes—, la obra está dividida en dos regis-
tros. En la inferior, los dos dos niños, de pie y cogidos de la mano reciben las coronas
de flores que dos ángeles colocan sobre sus cabezas. La escena se desarrolla en el
centro de un espacio oscuro —un estrado propio del Seiscientos— y por eso sus
diminutas y encantadoras figuras se destacan y recortan frente a un gran muro perfo-
rado por dos grandes ventanas donde se nos ofrecen las dos escenas previas a su
martirio y triunfo. A la izquierda el momento en que comparecen ante la autoridad
romana y son azotados para que abjuren de su fé y a la derecha cuando, una vez ya
decapitados, sus infantiles cabecitas son mostradas al pueblo asistente al acto.
Un delicioso angelito, en un escorzo sabiamente dispuesto, les arroja flores y sirve
punto de unión con el registro superior. Ahora, nos aparece la Gloria, representada a
través de una serie de ángeles —de ascendencia zurbaranesca— y pequeños angeli-
tos que, formando una media circunferencia, echan flores y adoran al Córdero, símbo-
lo por excelencia de Cristo Eucaristía, que ocupa el centro y dirige su mirada a los
Santos Niños, que, en su más tierna infancia, han dado su vida por Él.
Juan Correa, junto con Villalpando, ocupa un puesto de honor dentro de la pintu-
ra barroca española. Estricto coetáneo, trabajando incluso al mismo tiempo en un
mismo proyecto, como pudo ser la decoración pictórica de la sacristía de la Catedral
de México, su producción es mucho más amplia, pues aparte de la pintura religiosa,
abarcó el retrato, así como otros géneros hasta ahora poco conocidos, tal puede ser el
que nos ocupa: la decoración de biombos, donde da rienda suelta a su imaginación
en temas tan novedosos como son la historia, la naturaleza, la mitología o en defini-
tivo todo aquello que redunde en el cultivo humanismo.
Procedentes del extremo oriente estas mamparas movibles de madera, formadas
por distintos paneles de madera, cuero, tela, etc. que a veces se solían decorar, alcan-
zaron un alto desarrollo en el barroco novohispano para las grandes mansiones de la
nobleza laíca o eclesiastica o la alta burguesía criolla. El que nos ocupa, de seis
paneles y cuya fuente de inspiración según Santiago Sebastián pudo ser la Metamor-
fosis de Ovidio, está incompleto, pues sólo tenemos la representación del Aire y de la
Tierra, por lo que en otras piezas debieron estar representados el Agua y el Fuego.
En el carro de la Tierra, tirado por dos bueyes blancos, desfila triunfante Cibeles,
protectora de la agricultura, llevando en su mano izquierda una gran pala, mientras
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 127
en los ejes de las ruedas aparecen los signos zodiacales de Leo, Escorpión y Virgo.
Mucho mejor resuelta es la estampa del carro del Aire, tirado por dos pájaros, que
simbolizan este elemento, la diosa Cloris o Flora, sentada lleva en su mano izquierda
un gran ramo de flores y ahora en las ruedas tenemos los símbolos de Géminis, Tauro
y Capricornio.
Por la otra cara, en sus seis paneles, aparecen figuradas otras tantas Artes Libera-
les, a saber, la Gramática, la Astronomía, la Retórica, la Geometría, la Aritmética y la
Música —únicamente falta la Dialéctica—. Sin duda estamos ante la mejor represen-
tación de las Artes Liberales del arte hispánico. Los modelos de Juan Correa son
jóvenes elegantes y hermosas, ataviadas a la manera clásica, envueltas en elegantes
paisajes, llevando a sus pies una cartela con circo versos explicativos de su función
y esparcidos por distintos lugares sus atributos personales —la Gramática: un libro
abierto y una tabla con el alfabeto; la Astronomía: una esfera zodiacal, un astrolabio
y una brújala; la Retórica: un iman con alfileres sobre su cabeza y un libro; la Geome-
tría: un compás y unas plomadas; la Aritmética: un ábaco y la Música: dos partituras
musicales.
En el cultivo del retrato Cabrera no tuvo rival, pues no se reduce sólo a aplicar las
recetas tradicionales sino que nos proyecta la vida interior del retratado. Buen ejem-
plo de ello es el que proponemos, cuyo punto de referencia es el que, en 1713, le
hiciera a la religiosa jerónima Juan de Miranda, realizado a su vez a partir de otro
coetáneo a la muerte de Sor Juana, en 1695.
Encargado por sus hermanas de religión, las monjas del Monasterio de San Jeróni-
mo, de la Ciudad de México, esta obra resulta excepcional por sus diversos significa-
dos, sobre todo en un momento en que la mujer en general no era objeto de especial
consideración social. Este retrato de la Décima Musa como era conocida en Europa
por su proverbial sabiduría nos muestra a la religiosa en su estudio, sentada delante
de su mesa de trabajo y volviendo la cabeza para mirar al espectador. Su figura de
una sublime belleza con la mano izquierda intenta pasar la hoja del libro que lee y
con la otra sujeta el rosario, con ello está significando el drama de su vida, que se
debatió entre el intelecto y la religión, disyuntiva que de nuevo se vuelve a represen-
tar entre la escribanía de la izquiera y la cruz que pende sobre su hombro. Como
telón de fondo una librería, repleta de títulos, de los más variadas materias, y un gran
reloj, a modo de elocuente vanitas, para recordarle la finitud de las cosas terrenales.
Otros muchos elementos y atributos nos muestra el cuadro, más en ninguna manera
distraen la atención del espectador que queda inmediatamente cautivado por la gran
nobleza de esta mujer poetisa y sabia, que por una serie de razones muy normales en
su época se vió abocada a entrar en religión, cuya mirada profunda y penetrante se
convierte en el centro de la composición. En la parte inferior una larga leyenda nos
da importantes noticias de su vida, de su especial consideración social de que fue
objeto, para terminar Cabrera afirmando que este retrato está sacado puntualmente
128 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
de la copia fiel que ... las religiosas guardan celosamente en el convento... , evidente-
mente es así, más es obvio que lo supera con creces y ya no sólo por sus excepciona-
les dotes como pintor sino, en este caso, por la admiración personal que sentía por la
retratada, de cuyo fallecimiento ya se había cumplido el medio siglo.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 129
APÉNDICE DOCUMENTAL
Con lo dicho hasta aquí me parece haber cumplido, según el caudal de mis cortas
fuerzas, con la declaración que se me mandó hacer, y confieso con toda ingenuidad,
que me ha costado tanto trabajo formar estos cuadernos, cuanto juzgo costaría a un
escritor nada versado en los pinceles, ejecutar con ellos una imagen. Así pues, como
concibo nada pagado de su obra a el que sin saber manejar los colores se hubiese
introducido a pintar, a este modo me confundo yo cuando reflejo sobre mi mal escri-
ta, pero muy verídica declaración. Vale que tengo la disculpa, que ya dije, de haber
sido mandado, lo que espero también me servirá para proseguir con el diseño que
prometí hacer de la maravillosa Imagen de Guadalupe.
Tiene, pues, el portentoso lienzo en toda su altura, dos varas y un doceavo, y de
ancho poco más de vara y cuarta; y este alto y ancho hacen los dos lienzos añadidos
de que se compone. Quédale la costura perpendicular, sin tocar a el bellísimo rostro;
están cosidas las dos piernas o lienzos de la venturosa Tilma con aquel frágil hilo de
algodón de que hablé en el parágrafo primero.
Es la sagrada y bien dispuesta estatura de nuestra Reina, de los tamaños y propor-
ciones que dijimos hablando de su dibujo; representa en su retrato la edad de catorce
o quince años, como también queda dicho. Conque sólo nos resta en este diseño dar
señas individuales de nuestra maravillosa Imagen.
Es su amabilísimo rostro de tal contextura, que ni es delgado ni grueso. Concurren
en él aquellas partes de que se compone una buena pintura, como son su hermosura,
suavidad y relieve. Déjanse ver en él unos perfiles en los ojos, nariz y boca tan
dibujados (esto es, con tal arte) que sin agravio de las tres partes dichas le agregan tal
belleza que arrebata los corazones a cuantos logran verle. La frente es bien propor-
cionada, a la que le causa el pelo, que es negro, especial hermosura, aun estando en
aquel modo sencillo, que nos dicen, usaban las indias nobles de este Reino. Las cejas
son delgadas y no rectas; los ojos bajos y como de paloma, tan apacibles y amables,
que es inexplicable el regocijo y reverencia que causa el verlos. La nariz en bella, y
correspondiente proporción con las demás partes, es linda. La boca es una maravilla;
tiene los labios muy delgados, y el inferior, o por contingencia o misteriosamente le
cayó en una marra o nudo del ayate, que elevándolo un tanto cuanto, le da tal gracia,
que como se sonríe embelesa. La barba corresponde con igualdad a tanta belleza y
hermosura. Las mejillas sonrosean y el colorido es poco más moreno que el de perla.
La garganta es redonda y muy perfecta; y en fin es este benéfico rostro un compen-
dio de perfecciones, pues aquella amabilidad atractiva tan respetable que se experi-
menta al verla, creo que resulta de aquel conjunto de divinas perfecciones que en él
residen.
representa su dibujo, sino también en las alas, que teniéndolas a medio recoger, pare-
ce que ya suspendió su vuelo, también lo da a entender el que no carga con la ala
derecha para sostener. Tiénelas matizadas en un modo que hasta ahora no se ha visto
ejecutado por pintor alguno; porque las plumas de una y otra se dividen en tres
clases u órdenes, de manera que los dos encuentros son de un azul finísimo a que se
sigue un orden de plumas amarillas y las de el tercer orden, encarnadas, aunque estos
colores no son tan vivos o subidos como suelen pintarlos.
Tiene por respaldo nuestra Guadalupe Reina un sol que hermosamente la rodea, el
que se compone de ciento y veintinueve rayos: sesenta y dos por el lado derecho y
sesenta y siete por el siniestro, tan lucidos y bien ejecutados que da que admirar su
buena disposición. Hay igual distancia entre unos y otros, son unos un tanto cuanto
serpeados, como que centellean, y los otros, rectos, están colocados en este orden:
uno recto y otro serpeado. Sírvele de fondo a este luminar el campo que se deja ver
entre sus rayos en un modo extraño, porque en el contorno de la Señora es tan
blanco, que parece estar reverberando. A éste se le introduce un color amarillo algo
ceniciento y se concluye por el contorno de nubes con un colorido poco más bajo
que rojo. Terminan los rayos en punta hasta casi tocar en las nubes y éstas haciendo
un rompimiento le forman a nuestra Reina un nicho u orla en cuyo centro está su
Real Persona.
Este es el breve diseño que he podido trasladar a estas mal formadas líneas, y éste
es el mayor prodigio que se ha visto en esta línea: y en fin, esto, con todo lo que he
manifestado, me ha hecho decir que aunque alguno ignorara su origen y tradición,
sólo con verla la confesaría por sobrenatural, según entiendo.
Ya la verdad, ¿quién podrá dudar lo portentoso de esta Pintura si con atención
refleja en la incorrupción maravillosa del lienzo, cuando a cada paso experimentamos
en otros de mejor calidad su destrucción, aun estando con aquellas previas disposi-
ciones que les sirvan de mucho resguardo? En lo ordinario y desproporcionado del
lienzo, donde se deja ver tan hermosa como bien acabada. En la falta total de aparejo
tan necesario en las pinturas de esta especie, pues aun en el género más suave y más
fina seda no se excusa de alguna disposición a fin de hacer tratable la superficie y de
que los colores no se transporten a el reverso de el lienzo. En la fidelidad de su
dibujo no menos raro y exquisito cuanto primorosamente ejecutado, pues no le han
podido imitar los más excelentes pintores. En la variedad de cuatro especies o estilos
de pintar tan diversos, que jamás se han visto unidos; y aquí no sólo se unen, sino
que todos conspiran a la formación del más bello todo que puede concebir la fanta-
sía. En el singularísimo dorado, que se puede decir que es otra especie de pintura,
pues admira a todos los peritos su extrañez, su apacibilidad de color, su impresión,
con todo lo demás que queda dicho.
Por eso juzgo que aunque no hubiera a favor de lo milagroso de esta pintura las
indubitables circunstancias que nos la persuaden sobrenatural y milagrosamente pin-
tada, como son la inmemorial tradición de padres a hijos sin haber variado en lo
substancial ni en un ápice entre los españoles ni aun entre los indios; el juramento
que hicieron el año de 1666 los más célebres médicos y protomédicos de esta ciudad
a favor de la milagrosa incorrupción de la Imagen Guadalupana; el que el mismo año
hicieron los más excelentes pintores a fin de hacer patente lo milagroso de esta
136 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Pintura. Aunque faltara, digo, todo esto, sólo la vista de esta celestial maravilla eficaz-
mente persuade, y más a los inteligentes, que toda es obra milagrosa, y que excede
con clarísimas ventajas a cuanto puede llegar la mayor valentía del arte: el lienzo por
sí y por lo que es pintura, es el más auténtico testimonio de el milagro, en un modo
tan soberano e incomprensible, que no se puede explicar con la materialidad de
nuestro estilo.
Y el habernos dejado nuestra Dulcísima Madre esta milagrosa memoria, bellísimo
retrato suyo, parece que fue adaptarse a el estilo o lenguaje de los indios; pues como
sabemos, ellos no conocieron otras escrituras, sílabas o frases más permanentes que
las expresiones simbólicas o jeroglíficas, del pincel; si no es que diga (lo uno y lo otro
sería) que quiso la Soberana Princesa honrar en estos Reinos el arte de la pintura,
franqueándonos no en una sola, sino en cuatro especies de pinturas, repetidos los
milagros que comprueban su verdad y la maternal misericordia para con todo este
Nuevo Mundo, dejándonos a los pintores motivo de una santa vanidad en su pere-
grina pintura. Vivamos, pues, agradecidos a tan gran beneficio, no sólo por el esplen-
dor y nobleza que de aquí resulta a la pintura sino mucho más, porque semejante
favor hasta hoya ninguna otra nación se ha concedido».
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 137
CAPÍTULO CUARTO
PINTURA EN EL NUEVO REINO DE GRANADA Y
AUDIENCIA DE QUITO
como Alonso Chacha, Cristóbal Naupa, Francisco Gocial, Francisco Guijal, Francisco
Vilcacho, Jerónimo Vilcacho, Juan José Vásquez y Sebastián Gualoto, entre otros.
En éste, como en muchos otros casos, existió una relación directa con Colombia.
El padre Bedón trabajó en Tunja, estableció, al igual que en Quito, la cofradía del
Rosario y dejó pinturas en el refectorio del convento dominicano. Fue alumno de
Bernardo Bitti y Angelino Medoro, ambos italianos.
La llegada a Quito, a través de México, de artistas españoles como Juan de Illes-
cas, Luis de Rivera y Diego de Robles junto con el pintor napolitano Angelino
Medoro, contribuyó al desarrollo pedagógico y artístico de la Escuela de San Andrés.
Dos figuras dominarán el panorama del siglo XVII: Miguel de Santiago (1633-
1706), quiteño, y Gregorio Vásquez Ceballos (1638-1711), de Bogotá. Tanto Quito
como Bogotá representarán los centros más importantes de producción durante el
siglo sin olvidar otros lugares de importancia en donde se desarrollaron talleres de
pintores anónimos.
Miguel de Santiago representa el espíritu doctrinal de la época. Su obra, una de
las más extensas y complejas del mundo del barroco americano, incluye esta visión
global, un «compendio doctrinario». En sus ocho cuadros para San Francisco de
Quito observamos mandamientos, peticiones del Padre Nuestro, sacramentos, obras
de misericordia, vicios y virtudes que el pintor tuvo que relacionar dentro del
espacio pictórico de forma asequible para un público medianamente erudito. La
utilización de ángeles, alegorías femeninas o figuras de obispos le sirven como
«presentadores» de los mensajes bíblicos. También realizó los Artículos de Fe, para
la catedral de Bogotá, y otro grupo de once obras dedicadas al Ave María destina-
da a la iglesia de San Francisco de la misma ciudad, que expresa el vínculo entre
Quito y Bogotá.
Este pintor representó la mayoría de temas del repertorio iconográfico. Las series
de las vidas de los santos de las diversas órdenes fueron una constante en los con-
ventos, recoletas y monasterios de Nueva Granada y Quito. La conocida Vida de San
Agustín del convento del mismo nombre en Quito, nos sirve para señalar la importan-
cia de la obra grabada de Schelte Bolswert. Miguel de Santiago siguió su modelo
bastante fielmente, manteniendo incluso el fondo paisajístico original, cosa distinta a
lo que haría el pintor cuzqueño Basilio Pacheco con la misma serie como modelo para
la obra que hizo para el convento agustino de Lima, al incorporar la catedral y la
plaza de Cuzco.
El gusto de Miguel de Santiago por el paisaje se aprecia en una serie de madu-
rez, los Milagros de la Virgen de Guápulo (1700) en el santuario de Guápulo en
Quito. Existe un dominio extraordinario de la técnica, especialmente destacada por
un pincel muy suelto, una abstracción bastante marcada sobre todo en el tratamien-
to del paisaje y un gran conocimiento de la perspectiva aérea, junto con una desta-
cada resolución en el tratamiento anatómico y en la composición general de las
obras.
Entre sus discípulos destaca Javier de Goríbar (1665-1736) que continuó su
tradición pictórica y en la Asunción de la Virgen, del convento de Guápulo, recrea
la escena central y pinta un retablo alrededor, con sus calles y casas correspon-
dientes.
A él se han atribuido, en medio de una gran polémica, que nunca quedó defini-
tivamente resuelta, los dieciséis profetas de la Compañía de Jesús de Quito que
haría con motivo de la terminación de la gran obra de restauración de la iglesia. Sus
curiosas poses manieristas y drapeadas, se explican a partir del hecho de que fue-
ron parcialmente copiadas de grabados del Parmigianino. Santiago Sebastián cree
que la composición recuerda al Apostolado del flamenco Martin de Vos, grabado
por Wierix y editado por Gerard de Jode.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 143
y español, propio de la escuela sevillana, con una mística más formal que profunda,
que desarrolla lo que había entrevisto su progenitor y su abuelo del mismo nombre,
pero su paleta es más cálida y su pincel más vigoroso.
Figueroa denota la influencia indirecta de Zurbarán, como tantos otros pintores
americanos de su tiempo, y es uno de los epílogos provinciales del pintor de los
monjes, sobre todo en lo que atañe a aspectos externos de iluminación. Supo sacar
provecho de los efectismos del claroscuro en numerosas obras y al respecto fue uno
de los primeros en hacerlo no sólo en Nueva Granada, sino en América. Pero no es en
la técnica, sino en el aspecto general de sus personajes, donde Baltasar de Figueroa
deja la huella de su peculiar modo: hay en la faz de las mujeres que pintó y especial-
mente de las santas (rostros serenos, impávidos, de facciones finas) una gracia espe-
cial. El conjunto de jóvenes figuras en la Muerte de Santa Gertrudis, del Museo de
Arte Colonial de Bogotá, es buena prueba de ello.
Durante el siglo XVII, surgen una serie de pintores interesados en asimilar las
soluciones técnicas europeas con los problemas renacentistas y con las orientaciones
de la Contrarreforma. En este contexto podemos destacar la obra del criollo Gregorio
Vásquez Ceballos. Entre 1638 y 1711 transcurrió su vida en Santa Fe de Bogotá.
Se trata de uno de los pintores más fecundos de la América virreinal con más de
quinientos cuadros documentados y distribuidos entre el Museo de Arte Colonial de
Bogotá, que guarda cerca de 150 trabajos; en la capilla del Sagrario de la Catedral;
en la iglesia de San Ignacio; en el Seminario Mayor; y en conventos y colecciones
particulares. Fuera de Bogotá encontramos sus obras en las iglesias de Monguí (Bo-
yacá), Tenjo y Funza (Cundinamarca) y Medellín, Cali, Caracas y París. Esta concen-
tración de las pinturas de Vásquez en la capital de Colombia ha impedido una mayor
difusión y un estudio comparativo de su labor, aunque en años recientes se han
hecho meritorios adelantos como ocurrió con la exposición de sus obras que se hizo
en el Museo de Bellas Artes de Sevilla en 2002.
De las que se conocen, la obra más antigua está fechada en 1657 y se encuentra
en la capilla de Santa Clara, de Tunja: reproduce uno de los temas tratados años
antes en un tablero del retablo mayor de San Francisco de Bogotá y posiblemente de
ella está tomada La huída a Egipto. Vásquez pudo inspirarse en la extensa colección
de cuadros que poseía el capitán Murillo, primogénito del pintor sevillano, que se
había trasladado hacia mediados del siglo XVII a Nueva Granada, apareciendo como
corregidor de Ubaque en 1679; allí dedicó un cuarto de siglo a los cuidados agrícolas
en su hacienda de Fagua, donde murió en 1700. Es muy posible que también cono-
ciera los tableros con temas diversos del convento de San Francisco, las pinturas
flamencas de Gérard de Lavallée en la misma iglesia o las del taller de Rubens.
Es también muy interesante la colección de 106 dibujos que guarda el Museo de
Arte Colonial de Bogotá, y que eran usados como modelos de donde tomar compo-
siciones completas o fragmentos de cabezas de santos, manos, pies, ángeles, anato-
mías, paños y figuras enteras.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 145
Los pintores más importantes de esta centuria fueron Bernardo Rodríguez y Manuel
Samaniego (1765-1824). Estos artistas se vieron influidos por la serie de las Virtudes y
defectos de los pueblos europeos que realizó Paul Decker (1685-1742). La extraña serie
parece expresar el espíritu ilustrado. El cotejo de las naciones tenía como fin demostrar
que las diferencias entre los seres humanos radicaban no precisamente en el aspecto
racional, sino más bien en sus costumbres, como había expresado Feijoo.
Existían, entonces, atisbos por trasladar al arte un espíritu más científico. La actual
Colombia parece haber cedido con mayor facilidad y espontaneidad ante estos
nuevos vientos. La Academia como tal fue fundada en Quito en 1849, entre tanto
existía la necesidad de una mayor sistematización y para ello a falta de un centro de
estudios, el mismo Samaniego escribió su Tratado de Pintura. Samaniego, y supone-
mos que otros colegas del momento, empezaron a solicitar que se le reconociese una
cantidad por el «diseño», tal como se aprecia en un contrato de principios del siglo
XIX para las pinturas de la catedral de Quito.
recogió las enseñanzas de los principales maestros y consignó sus experiencias per-
sonales en el citado Tratado de Pintura. Sus principales influencias fueron Juan de
Arfe y Francisco Pacheco, el Libro de Pintura, escrito en lengua flamenca por Karl
van Mander, Pablo de Céspedes y Juan de Brujas.
148 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
En esta amplia tela, el pintor elige la escena predilecta de los artistas sobre la vida
del santo militar del siglo IV: aquella en que, a caballo, rompe su capa para compartir-
la con un mendigo. Lo más probable es que Figueroa la tomara de un grabado
inspirado en el conocido cuadro de Van Dick, fuente de otros pintores del siglo XVII
que trataron el mismo asunto, o de cumplir encargos de fieles del obispo de Tours. En
el caso del cuadro santafereño, el comitente fue el licenciado José de la Barrera,
abogado de la Real Audiencia.
Este lienzo se atribuyó durante algún tiempo a su hijo Baltasar, lo mismo que
sucedió con parte de su producción. No debe descartarse la colaboración de su hijo
en muchas de sus obras, cosa corriente en el trabajo de taller y más tratándose de
familiares que vivieron juntos y siguieron las mismas tendencias. Incluso, a la muerte
de Gaspar, existen documentos que atestiguan la terminación de cuadros por Balta-
sar que quedaron inconclusos. Gaspar de Figueroa murió el 12 de diciembre de 1658.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 155
156 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
En esta obra, del Museo de Arte Colonial de Bogotá, Vásquez Ceballos recoge el
momento en que San Idelfonso recibe la casulla de manos de la Virgen, mientras un
grupo de ángeles observa la escena. Esta obra nos sirve para admirar su gran capaci-
dad como dibujante pues logró una sólida firmeza de trazo sin recurrir a la utilización
de medias tintas ni de sombras.
APÉNDICE DOCUMENTAL
1. VARGAS, José María. Manuel Samaniego y su Tratado de Pintura. Quito, Pontificia Uni-
versidad Católica, 1975, Págs. 7-11.
160 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
fisonomía general, que varía de acuerdo con el sexo, condición social y diversidad de
sentimientos. Considera, además, los vestidos con sus prendas peculiares, según la
condición de los personajes. Con el nombre de celajes señala, por fin, el fondo que
ambienta la composición y destaca el protagonista o personajes que integran el gru-
po.
Un análisis prolijo de los encarnes citados en el «Tratado de pintura» comprende,
42 para la figura humana, 18 para ropajes y vestidos y ocho para los celajes. En
cuanto a los colores, para el primer grupo se señalan proporcionalmente: sobra parda
(50 veces), amarillo (40), ocre quemado (32), prieto (32), almacre (32), encorca (27),
carmín (24), rosado (23), vermellón (22), azul (22), verde terrae (19), albayalde rosado
(12). En la sombra parda, verde y rosado señala algunos matices que se obtienen con
colores combinados.
Para las ropas y paños disminuye el número de colores en relación con el encarne
de la figura humana. Se enumeran el carmín con sus matices (20 veces), encorca (10),
ocre con variantes (8), prieto (8), blanco (5), vermellón (5), amarillo (5), almacre (4) y
azul con sus matices de puro, de prusia, claro y celeste. En el acápite de ropas dedica
un párrafo al terciopelo. (...)
Después de describir la preparación y uso de los colores, indica Samaniego el
modo de organizar la composición y darle colorido. Escribe al respecto: «Si quieres
pintar, bien, has de perfilar el dibujo, meter el encarne bien parejo, no en parte carga-
do y en partes flaco; ensolver y meter la media tinta con la advertencia ya dicha del
encarne parejo, uniendo con el encarne sin dejar señal determinada, dejando con
lucimiento el resto de la media tinta, y así se va graduando las tintas. Después de bien
colocadas las medias tintas, enteras y encarnes, se ensuelve procurando no salir del
dibujo, antes si hubiere faltado o pasado enmendar con la ensolbedora, y después
como quien no quiere la cosa ir buscando sombras y altos procurando masisar, no
perdiendo el brio de la suavidad sino en los medios, o digámoslo así, en lo más claro
del encarne, hondeando la sombra sin dejar raya niguna. En todo caso, aunque en
rostros no sea, en edificios, celajes, perspectivas, estatuas, ropas, terruños, o sea en lo
que fuere, se debe sombrear, meter medias tintas, unir y ensolver. Después de hechas
estas diligencias, se va golpeando los claros y hondeando los oscuros, sin perder el
lucimiento de las medias tintas, de suerte que en cada cosa se muestre la gracia y
sutileza del artífice».
2. VALLÍN, Rodolfo. Imágenes Bajo Cal y pañete. Pintura mural de la colonia en Colombia.
Santafé de Bogotá, El sello editorial, 1998, Págs. 37-40.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 161
rrollo pictórico en la región andina, pues abarcó temas similares en lugares muy
lejanos, y aseguró la persistencia de técnicas y valores a través del tiempo.
La enorme cantidad de decoraciones de gran calidad encontradas en América,
evidencian cómo esas obras, integradas al entorno arquitectónico, representan el
interés de los españoles por imponer su cultura y especialmente su religión, pero
manifiestan al mismo tiempo una continuidad del mundo prehispánico. Debido a que
los nativos habían desarrollado ampliamente la pintura mural, ya sentían un sincero
gusto por este tipo de ornatos, lo cual creó un terreno abonado para el apogeo de
esta expresión estética.
Así, las representaciones fueron cubriendo los más importantes espacios, como las
capillas abiertas, las naves de las iglesias o los claustros. Los retablos de los muros
testeros y los arcos torales, los coros altos y bajos, las jambas e intradós de puertas y
ventanas, al igual que los corredores y muros, eran pintados con imágenes y adornos,
que generaban una novedosa composición ornamental.
Una circunstancia similar se verifica en la arquitectura doméstica. En 1956, el célebre
historiador Martín Soria calificó la Casa de Juan de Vargas, de Tunja, como obra única en
América, a cuya importancia estética y arquitectónica era fundamental añadir su valor
como documento histórico y cultural. Lamentaba Soria la carencia de otros ejemplos
semejantes, con excepción de la Casa del Deán en Puebla, México. Hoy, las noticias de
hallazgos de pinturas en las casas de Santafé de Bogotá, Quito, Trujillo o Cuzco, no
causan tanta sorpresa. Han transcurrido más de 40 años y el inventario de moradas colo-
niales con pintura mural ha crecido enormemente. Sin embargo, el conjunto de casonas de
Tunja continúa siendo único por su antigüedad y singularidad temática.
Las decoraciones se fueron difundiendo y haciendo imprescindibles para los re-
cién construidos templos, conventos y casonas en la Nueva Granada, hasta alcanzar
un floreciente y profuso desarrollo a lo largo de la Colonia. El pintor y su obra se
hicieron tan indispensables para la edificación como el arquitecto o el alarife para la
construcción arquitectónica.
Las expresiones más antiguas de pintura mural colonial corresponden al siglo XVI,
cuando se inicia el proceso de trazado y urbanización de pueblos, generado por un
plan de la Corona española para implantar su cultura y religión, cuyo reflejo va a
encontrarse en las profusas ilustraciones de templos y capillas doctrineras. Tunja fue
uno de los centros donde comenzó aquella expresión estética y devocional en la
Nueva Granada, que constituyó el modelo del arte para la salvación.
El Consejo de Indias en España proyectó la política urbanística y arquitectónica,
que sería la base de la unificación de sus colonias. Si bien este proceso se llevó a
cabo con enormes tropiezos, debido a las grandes distancias existentes, hay una
semejanza tanto en los pueblos y en el diseño de la arquitectura doméstica, como
también en la aplicación de modelos comunes en la construcción de iglesias, monas-
terios y claustros de las distintas órdenes religiosas que se establecieron en la Nueva
Granada, como los dominicos, franciscanos, agustinos y jesuitas. El convento de San
Agustín en Tunja es un modelo inequívoco de la arquitectura española del Nuevo
Mundo. En el campo decorativo, aunque los motivos fueron los mismos, al intervenir
la mano de obra local con su aporte de la visión nativa, se introdujeron variaciones
ricas en representaciones propias del entorno.
162 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
(...) Proceden de la más honda tradición europea que abarca, en este caso, a Grecia
y Roma antiguas, Portugal, Alemania, Flandes, Holanda, Francia, Italia y España. De
Grecia los dioses representados: Júpiter, Minerva y Diana; de Roma el estilo pompe-
yano; de Portugal el rinoceronte regalo del rey Manuel I; de Alemania el grabado en
madera de Durero de este animal; de Flandes, Ioannes van der Straet, Ioannes Co-
llaert y Philippus Galle, quienes inventaron, grabaron y publicaron, respectivamente,
la lámina que sirvió para los elefantes; de Flandes, también Vredeman de Vries, cuyo
grabado inspiró la cartela de almizate; de Holanda, Leonard Thiry, inventor de los
3. SORIA, Martín. La pintura del siglo XVI en Sudamérica. Buenos Aires, Instituto de Arte
Americano e Investigaciones Estéticas, 1956, Pág. 17.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 163
modelos para los grutescos de los dioses, quien los pintó en Francia, y los compuso
en el famoso estilo de la Escuela de Fontainebleau inspirado en los diseños de Mi-
guel Ángel, Giulio Romano y Parmigianino, y entrenado por Rosso Fiorentino, artis-
tas italianos todos; de España el doble sentido religioso y caballeresco, que colocó al
lado de los nombres de Jesús, María y José, el gran escudo hidalgo del propietario de
la casa. Algún detalle se copió de un grabado del francés Marc Duval. Para indicar el
alcance mundial de los frescos diremos que el rinoceronte era, en este caso que
veremos, oriundo de la India Oriental y los elefantes de África.
164 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 165
CAPÍTULO QUINTO
LA PINTURA EN EL ÁREA PERUANA
1. INTRODUCCIÓN
La pintura del ámbito andino es fiel reflejo del complejo devenir de la socie-
dad peruana durante el período virreinal. Manifiesta, como ninguna otra de las
prácticas artísticas, el lento proceso de gestación de un arte netamente america-
no que se enmarcará primero en las culturas artísticas del manierismo y el barro-
co, para renovarse después bajo la mirada ilustrada, pero en el que siempre
persistirán, con mayor o menor fuerza, las tradiciones autóctonas. La imbrica-
ción de este sustrato social y cultural prehispánico con el europeo —variado y
complejo a su vez cada uno de ellos— permitirá el desarrollo de diversas co-
rrientes y escuelas pictóricas, en las que emergerán lecturas iconográficas y
sistemas de representación nuevos, que responden tanto a deseos de diferen-
ciación social como al proceso de sincretismo cultural y religioso que caracteri-
za a la sociedad americana del momento.
Se dibuja, por tanto, un rico y complejo panorama artístico, en el que difícilmente
se pueden aplicar los parámetros de análisis de estilos y épocas característicos de la
historia del arte, que responden a una concepción claramente eurocéntrica, si bien
aún no se ha establecido una alternativa válida y común que nos permita un estudio
claro y riguroso de la pintura andina. Estilísticamente se pueden diferenciar tres eta-
pas: el manierismo, que abarcó desde el último tercio del siglo XVI hasta fines del
primer tercio del siglo XVII y que se caracteriza por la fuerte influencia de la pintura
italiana del momento, gracias a la presencia en suelo peruano de tres pintores transal-
pinos, Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro. Es una etapa en la
que se gesta la pintura en este virreinato, no sólo por la estética impuesta por estos
maestros que se expandirá desde Lima a otros centros de América del Sur, sino
también por la recepción de novedades estilísticas procedentes de Europa, tales como
el naturalismo y la pintura flamenca, interpretados de forma diversa y originando, a la
postre, el surgimiento de las escuelas virreinales.
166 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
un período en el que el dinamismo de los propios talleres peruanos, entre otras cau-
sas, ralentiza el tráfico comercial de pinturas desde el puerto hispalense, si bien toda-
vía se hacen encargos de importancia ligados a las corrientes más vanguardistas del
barroco peninsular, como por ejemplo la serie de la Vida de San Ignacio de Juan de
Valdés Leal para la iglesia de San Pedro de Lima, o la serie de la Vida de San Francis-
co Javier atribuida al también sevillano Matías de Arteaga, y que se encuentra en la
iglesia limeña de San Marcelo.
Ahora bien, sobre todas estas aportaciones los artistas peruanos construirán su
discurso estético, en el que comienzan a tener cada ver mayor importancia las raíces
que entroncan con las culturas prehispánicas, tanto en lo que se refiere a la construc-
ción del lenguaje pictórico propiamente dicho como a la elaboración del imaginario
visual de la sociedad virreinal, ya mestizada y fuertemente jerarquizada. Especialmen-
te significativo, en este sentido, es el sincretismo religioso que permitió la asimilación
del cristianismo por medio de su adaptación a creencias, ritos e imágenes precolombi-
nas, dando lugar a las nuevas iconografías que estudiaremos a continuación.
Procesos similares se observan en otras lecturas e interpretaciones temáticas, como
es el caso de las vistas urbanas, los retratos de nobles, tanto criollos como indígenas,
los árboles genealógicos de los caciques incas o los cuadros de la Serie de Mestizaje
del Virrey Amat, todos los cuales nos ponen en contacto con los diversos estamentos,
la vida cotidiana y los valores morales de esta sociedad. En conclusión, este periodo
se caracteriza por un proceso de sincretismo cultural a gran escala, en el que se
generan lenguajes, técnicas y temáticas propiamente americanas, peruanas en este
caso concreto, debido a la imbricación de los aportes europeos y autóctonos que
hemos comentado.
do incluso a sustituir numerosos retablos y pinturas murales de este estilo por otras
obras más acordes con sus concepciones puristas y académicas. Su actividad se
centró fundamentalmente en el ámbito eclesiástico ya que llegó a Lima en el séquito
del Arzobispo González de la Reguera, realizando la galería de retratos de los arzo-
bispos de Lima y los murales de la consagración, todas estas obras para la catedral
limeña, así como la serie de la Vida de Cristo de la casa de ejercicios espirituales del
convento de San Francisco.
El valor de las tradiciones artísticas autóctonas es el rasgo que mejor define la pintura
cuzqueña en oposición al carácter marcadamente cosmopolita de la escuela limeña. Esta
es una consecuencia lógica si tenemos en cuenta la rica tradición cultural y artística de los
pueblos peruanos, centralizada en los años inmediatamente anteriores a la llegada de los
españoles en Cuzco, capital del Tawantinsuyo. Su escuela de pintura, partiendo de in-
fluencias ya conocidas, es decir, la de los maestros italianos de fines del siglo XVI, de la
escuela Sevillana y de los grabados flamencos, logra configurar su propia plástica al
peruanizar sistemas de representación y temáticas iconográficas, tal como empieza a esbo-
zarse en la etapa anterior. Sin embargo, será bajo el mecenazgo del obispo Manuel de
Mollinedo y Angulo (1673-1699), cuando la pintura cuzqueña obtenga el impulso defini-
tivo y desarrolle su momento más creativo.
Entre la amplia nómina de maestros y artesanos —tanto criollos como indígenas— que
trabajan durante este periodo, destacan las obras de dos artistas indios: Diego Quispe Tito
(1611-1681?) y Basilio de Santa Cruz Pumacallao (activo entre 1661-1700). Ambos son
buen ejemplo del peso que en esta escuela tienen las fórmulas autóctonas, logrando
imponerse por encargos y prestigio a los artistas criollos de su generación.
Pocos datos conocemos con certeza del maestro Diego Quispe. Al parecer era
oriundo de la parroquia de San Sebastián, ya que en este templo se conserva gran
parte de su obra. Ésta toma como referencia para las composiciones los grabados
flamencos, pero Quispe los altera añadiéndole ángeles y un paisaje idealizado lleno
de criaturas que parecen identificarse con la fauna local. Además, su dibujo es muy
fino, su pincelada ágil y llena de un vivo colorido. De su producción destacan los
lienzos realizados sobre la Vida de Cristo de la iglesia de San Sebastián pero, sobre
todo, la Serie del Zodíaco de la Catedral de Cuzco (1681), realizados sobre grabados
de H. Bol, en los que los signos se acompañan de parábolas y escenas evangélicas.
Basilio de Santa Cruz Pumacallao fue el pintor predilecto del obispo Mollinedo,
realizando una serie de lienzos que decoran el crucero y trascoro de la catedral
cuzqueña, y en los que se impone una temática plenamente contrarreformista tanto
en el santoral representado como en la predilección por el misterio de la Eucaristía.
Son obras en las que se revela el influjo de Rubens y su escuela, pero también de la
pintura española contemporánea, especialmente la madrileña que conoció a través de
la colección del propio obispo, por medio de grandes composiciones de carácter
triunfal, luminoso y fuerte colorido, y un ampuloso movimiento de paños. Es el caso
de los lienzos de La aparición de la Virgen a San Felipe Neri y La casulla de San
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 175
Ildefonso, en los que dominan las diagonales, un fondo arquitectónico muy bien
pintado y un cuidado colorido. Igualmente destacan los cuadros del coro que repre-
sentan a la Virgen de Belén, en que aparece un retrato de Mollinedo como orante, y
la Virgen de la Almudena, en los que los orantes son el rey Carlos II y su esposa,
revelando de esta forma la política visual de su mecenas.
A esta misma política visual responde, sin duda, la Serie del Corpus de Santa Ana,
posiblemente encargo pictórico del propio Mollinedo, pues aparece representado en
176 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
dos de los cuadros, y cuya autoría se relaciona con el círculo inmediato de seguidores
de Santa Cruz. La serie, formada por 15 cuadros, representa la procesión del Corpus
que se desarrollaba por las principales calles de Cuzco, mostrando una imagen ideal
del acontecimiento, en el que participan las distintas clases sociales de la ciudad, con
especial significación de los nobles indígenas, cuyas aspiraciones de prestigio social
son hábilmente canalizadas de esta forma por las autoridades eclesiásticas. Igualmen-
te en el círculo de Santa Cruz destacan pintores de primera fila como Juan Zapata
Inca y Antonio Sinchi Roca, quienes transmiten su estética pero también la de Quispe
Tito, convirtiéndose en el vínculo entre esta generación y la de los pintores de la
siguiente centuria.
El siglo XVIII es el período de máxima expansión y demanda de la pintura cuzque-
ña que, gracias a la intensa actividad de sus talleres y a la consolidación de un
vocabulario artístico específico, exportará sus lienzo por toda la región andina pero
también hacia Lima, el Alto Perú, Chile y norte de Argentina. Este éxito se fundamen-
ta en tres aspectos básicos: renovación formal, invención iconográfica y renacimien-
to inca, todos ellos fruto de la asimilación y reelaboración de las diferentes aportaciones
pictóricas de las centurias precedentes.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 177
Desde un punto de vista formal, la pintura de este periodo se caracteriza por una
serie de convencionalismos, algunos claramente arcaizantes, como son el abandono
del naturalismo, optando por personajes estereotipados y paisajes idealizados, en los
que abundan animales exóticos o la flora y fauna local, representados bien de forma
plana bien con perspectivas arbitrarias e ingenuas. También se generaliza el empleo
del «estofado» o «brocateado», es decir, se aplica oro sobre la pintura para realzar los
halos de santidad, vestiduras y cortinajes. En cuanto a la iconografía, proliferarán las
imágenes de piedad, como la Virgen con el Niño, la Sagrada Familia y los santos
patronos, con obras significativas como por ejemplo la Virgen del Rosario de Pomata
del Monasterio de Santa Clara de Ayacucho, protectora de indígenas y negros, que
se dota de símbolos andinos; El Cristo de los Temblores, símbolo de la ciudad de
Cuzco y representación pictórica de una imagen de bulto redondo sobre sus andas,
modalidad muy difundida también durante este período; y las diferentes representa-
ciones de Santa Rosa de Lima, entre las que podemos destacar la Sagrada Familia
con la Familia de la Virgen y Santa Rosa de Lima, estos dos últimos lienzos conserva-
dos en la Pinacoteca del Banco de Crédito del Perú.
Otras iconografías religiosas que alcanzan gran predicamento en este momento
son los arcángeles arcabuceros y las trinidades trifaciales e isomórficas. La primera es
una iconografía muy peculiar de este virreinato, que representa a estos mensajeros
divinos ataviados como oficiales armados con mosquetes, y cuyas actitudes parecen
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 179
corresponder con las posiciones para el manejo de armas de fuego en tratados fla-
mencos de arcabucería. Su origen y significado aún no está claro, así para algunos
investigadores se trata de un proceso de sincretismo creado por los misioneros que
sustituyeron los cultos cosmológicos andinos por el de estos arcángeles. En cambio,
otras interpretaciones ponen el acento en que fueron imágenes realizadas para recor-
dar el poder militar hispano, pues en el imaginario indígena Illapa, antiguo dios del
trueno, con quien se asociaban las armas portadas por los arcángeles, había interveni-
do a favor de los españoles en el drama de Cajamarca. En cuanto a la Trinidad, la
trifacial muestra a un dios cristiano con tres cabezas idénticas, mientras la isomórfica
representa a las tres personas de la Trinidad como tres figuras humanas semejantes.
Tanto una como otra fórmula, prohibidas expresamente por la iglesia católica, tenían
un sentido eminentemente didáctico, pues permitía explicar de forma más directa a la
población autóctona este complejo misterio cristiano.
Pero esta renovación iconográfica también fue un vehículo de expresión de los
Curacas, descendientes de la nobleza inca, que a través de la imagen reafirmaban su
prestigio social y sus valores culturales, no solo ante la masa de la población indígena
sino también ante los diversos estamentos del poder virreinal, propiciando lo que se
ha llamado «renacimiento inca», que alcanzó a la poesía, teatro, pintura y artes sun-
tuarias. En pintura se realizaron numerosos retratos de los reyes incas y coyas o
princesas andinas, así como del resto de la élite local, siempre ataviados con vestimen-
tas y atributos prehispánicos; muchas de estas obras fueron destruidas tras reprimirse
la rebelión de Tupac Amaru en 1780, pues fueron consideradas muestras de la resis-
tencia autóctona a la autoridad de la Corona.
En cuanto a los artistas de este siglo XVIII en Cuzco debemos mencionar por la
calidad de sus obras a Basilio Pacheco (activo entre 1738 y 1752) y Marcos Zapata
(activo entre 1748 y 1773). Pacheco destaca por la Serie de la vida de San Agustín,
que se conserva hoy en el convento de la misma orden de la ciudad de Lima, y que
está formada por treinta y ocho lienzos cuya composición, aunque depende de gra-
bados flamencos, introduce notas autóctonas como el paisaje urbano de Cuzco. Por
su parte Zapata, el pintor más afamado de esta centuria, realizó la serie de las Letanías
Lauretanas de la catedral de Cuzco, compuesta por cincuenta lienzos en los que
domina la pincelada rápida y una policromía en base de azules y rojos. Por último,
destacaremos a Tadeo Escalante, heredero de Marcos Zapata, y autor entre otras
obras de los murales de la iglesia de Huaro (1802), en los que muestra una tendencia
a la miniaturización y unas perspectivas ingenuas. Su lenguaje se mantendrá en
manos de artistas anónimos hasta la llegada de la República, a través de obras de
pequeño formato y de una iconografía religiosa popular.
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Esta obra, junto con la Virgen con el Niño del altar mayor de esta misma iglesia,
son dos de las mejores expresiones del arte pictórico de Bitti. El artista se ha centra-
do de forma exclusiva en la representación de la figura humana, reduciendo a la
mínima expresión el paisaje y los detalles accesorios necesarios para enmarcar el
acontecimiento. Cristo aparece semidesnudo representado con un suave contrapos-
to, cubierto con un paño de pureza blanco y manto rosa, portando en una de su
manos la banderola de la redención. Otros de los rasgos definidores del arte de Bitti
que podemos señalar en esta obra son: la fuerza del dibujo, el canon alargado, el
dulce y bello rostro de Cristo, los exagerados y angulosos pliegues de los ropajes
que le cubren, y el empleo de suaves tonos que no buscan grandes contrastes pictó-
ricos sino mover al espectador hacia la espiritualidad religiosa.
Jaramillo es el pintor más sobresaliente que trabaja en Perú en las primeras décadas
del siglo XVII, estando documentada su presencia primero en la ciudad de Trujillo en
1619 y luego en Cajamarca en 1632, para establecerse en Lima en 1636. Su obra es
el mejor exponente de la convivencia de lenguajes que caracteriza la pintura de este
momento, pues en ella se funden el gusto italianista todavía imperante en la Ciudad
de los Reyes, con un tratamiento claroscurista de ciertos personajes, concretamente
del santo titular. La escena es presentada al espectador por un ángel, situado en
primer plano y hacia la izquierda, enmarcándose dentro de una estructura arquitectó-
nica. También a la izquierda de la composición, la Virgen impone la casulla a San
Ildefonso, mientras que a la derecha una gran comitiva de santos se ubica en la nave
del templo, todo acompañado por un rompimiento de gloria con ángeles músicos. Las
figuras son de canon alargado y poses un tanto forzadas, con un rico colorido en
carnaciones y telas, donde alternan tonalidades frías y cálidas.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 185
186 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Esta obra forma parte de la serie que realizó Diego Quispe Tito para la catedral de
Cuzco en 1681. El grupo de pinturas relacionaba simbólicamente las parábolas de
Cristo con los signos del zodíaco. Su origen estaba en la serie denominada Emblema-
ta Evangélica firmada por Hans Bol que fue grabada en Amberes en 1585, difundién-
dose por Europa y América.
Aries corresponde al mes de marzo e inicia la serie correspondiéndose con la
llegada de la primavera y, en paralelo, con el comienzo de la vida de Cristo. El cuadro
representa a José y María en busca de posada en Belén. El cordero zodiacal de Aries
en la parte superior del cuadro alude, también, al Cordero Pascual. El texto inferior
alude al evangelio de San Lucas, capítulo 2.
El cuadro se aleja en la composición y en las imágenes de las constantes de la
pintura cuzqueña apareciendo paisajes y tipos flamencos, arquitecturas y puerto de
Amberes y, por tanto, muestra una dependencia total de las fuentes gráficas que
inspiraron a Quispe Tito.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 187
Situada en el coro alto del convento constituye una de las versiones más monu-
mentales conservadas de esta temática al enclavarse dentro de un marco-retablo con
puertas talladas y doradas.
El culto a la Virgen de Pomata surge en el entorno del lago Titicaca en el pueblo
del mismo nombre cuya significación en lengua aymara está relacionada con un
puma feroz. Introducido su culto por los dominicos, pronto se asimiló como protecto-
ra de indígenas y negros. En origen se trata de una Virgen del Rosario que se dota de
símbolos andinos como son los tocados de plumas multicolores tanto del niño como
de la madre. También es significativo el halo luminoso que podría relacionarse con el
sol. En el cuadro de Ayacucho se representa el altar con la imagen original donde la
trascendencia se concreta con la presencia de ángeles que retiran el cortinaje para
permitir la visión del espectador y que sostienen la cartela autentificadora de la
devoción. Los jarrones y cenefas de flores completan el espacio pictórico. La icono-
grafía de la Virgen de Pomata se fijó en torno a 1670 y con muy escasas variantes se
extendió por todo el virreinato. El éxito estuvo ligado a los numerosos grabados que
circularon de la imagen.
APÉNDICE DOCUMENTAL
Hoy se sabe que Zurbarán inició sus contactos con América en la década de los
años 1630-40, no sólo por seguir una costumbre habitual en los artistas de Sevilla,
sino por contactos familiares que por aquellos años tenía en las Indias. No fue su
relación con América obligada por la disminución de sustanciosos contratos artísticos
que se aprecian en Sevilla a partir de 1640 con motivo de las guerras en las que se
enfrascó España y la mala gestión económica del Conde-Duque de Olivares, que
revertieron gravemente en Sevilla; según los documentados estudios de Domínguez
Ortiz. Zurbarán estaba en el apogeo de su arte cuando comienza sus tratos america-
nos; a diferencia de los artistas no competitivos de la ciudad y que se habían especia-
lizado en remitir pinturas para América (casi en cantidades industriales y como si
fueran mercaderías, caso de Miguel Güedes por ejemplo), lo cierto es que Zurbarán,
nombrado pintor del rey en 1635 ó 1636, tenía un prestigio en Sevilla y no se dedicó
a enviar grandes lotes de lienzos de escasa calidad para clientes poco exigentes. El
profesor Stastny considera que debió animarle «...la extensión de su fama a tierras
lejanas, más que la retirada a una provincia escondida».
La documentación aportada por López Martínez, y María Luisa Caturla demues-
tran que los envíos al Nuevo Mundo fueron siete, iniciados en 1636-37 llegan hasta
1659, pero pudieron ser más, dada la costumbre de confiar cuadros a capitanes de
barcos para que los vendieran en las Indias, y luego, al regreso del viaje, les pagasen
a los artistas descontando la correspondiente comisión. De los siete envíos hechos
por Zurbarán cuatro fueron para Lima, según la actual documentación, y uno sólo se
hizo bajo contrato previo, el del monasterio de la Encarnación con diez historias de
la vida de la Virgen María y veinticuatro Santas Vírgenes... No es despreciable el
número de pinturas de Zurbarán en Lima antes de 1650 y no es de extrañar que la
temática por él desarrollada, así como su estilo solemne y sencillo a la vez, dejase
huellas en la pintura religiosa. Además los pintores de Sevilla influidos directamente
por las maneras de Zurbarán, unos discípulos y otros imitadores, no dejaron de expor-
tar cuadros en esos mismos años, todo lo cual contribuyó a conformar ese gusto
artístico, quizás más apreciable en México, pero también en Perú. En Lima se hicieron
copias de estas obras para la ciudad y distintas iglesias o conventos del interior; en
Cuzco varios maestros incorporaron a sus creaciones las actitudes pausadas de los
personajes del Maestro, tanto en santos itinerantes como en ángeles y crucificados,
lo que se extendió a remotos lugares de la dilatada geografía andina. ...En el siglo
XVIII limeño, pintores como Francisco Martínez y Urreta todavía imitaban conscien-
temente el estilo de Zurbarán, considerado entonces, quizá, como expresión artística
de una época de prestigio o por pertinaz empeño de la clientela. Fueron, en fin,
evidentes los influjos que produjo en la pintura virreinal el arte del Maestro de
Hacia 1690 comienza Santa Cruz la decoración de los muros del transepto de la
Catedral del Cuzco. Son una serie de cuadros de gran tamaño y diversos temas,
encargo del Obispo Mollinedo en un esfuerzo enorme y fructífero que ha dejado en
este monumento un verdadero museo de las obras del indio pintor.
Por la firma de dos de los cuadros, uno en cada lado del transepto, se puede
identificar toda la obra como de Basilio de Santa Cruz, obra que por otro lado
corresponde al estilo de este maestro. Seguramente el Obispo Mollinedo deseó dar a
su iglesia catedral el esplendor que le correspondía y que había visto realizado en las
grandes catedrales españolas, cuya decoración luce majestuosa y bella aún hoy día.
En carta de 8 de junio de 1696, Mollinedo, orgulloso, avisa al rey que ha llenado la
iglesia con pinturas de marcos de cedro, tallados y dorados, con coronación y rema-
tes de lo mismo. Salvo las catedrales de México, el resto de las hispanoamericanas
han sido bastante desmanteladas en siglos posteriores y es la del Cuzco la única que
conserva la decoración completa en sus naves y capillas.
Como es sabido, la catedral se había concluido y consagrado en 1668 con gran
esfuerzo de todos los prelados anteriores a esa fecha y en la época en que Mollinedo
llegó al Cuzco aún no debía estar totalmente decorada . La realización de las pinturas
del transepto, a juzgar por las fechas, duró desde 1691 hasta 1693, o sea cerca de tres
años. El conjunto consta de catorce lienzos.
Los temas se dividen en los dos brazos del crucero de la siguiente manera: brazo del
evangelio; en el testero, Santa Bárbara y Éxtasis de Santa Catalina de Siena; al centro del
mismo El Buen Pastor con los evangelistas; junto a éste Santa Tecla y Transverberación
de Santa Teresa. En los costados del brazo del evangelio: Aparición de la Virgen a San
Felipe Neri, y La Virgen entregando la casulla a San Ildefonso.
Sin lugar a duda, los dos mejores lienzos de este conjunto son los dos mayores: el
San Felipe Neri y el San Ildefonso. En ambos se observa la buena mano del pintor
que nos asombra con estas enormes composiciones del mejor barroco triunfante.
Ambas escenas se desarrollan sobre fondo de arquitectura, muy bien pintado, con la
típica división de dos pisos tan característica de la época, destinada la parte superior
al rompimiento de gloria. En la casulla de San Ildefonso las mejores figuras son sin
duda alguna la de María y las santas Vírgenes que la acompañan. Una viejecita que
asoma por la izquierda constituye un armonioso toque de gracia y donosura. Otro
tanto podemos decir del cuadro de San Felipe Neri, cuyas mejores figuras son el
calidad tanto en el dibujo como en el colorido que los ángeles músicos confortando
a la Magdalena.
San Cristóbal, el típico San Cristobalón de todas las catedrales hispánicas, defensa
contra el mal y la peste, se yergue desmesurado en el lienzo de Basilio de Santa Cruz.
Quizá por la proporción y el carácter mismo del tema medieval y no barroco no pasa
de ser este cuadro una realización discreta. El episodio del demonio anacoreta en su
cabaña del río recuerda algo al de la Comunión de Santa María Egipciaca. El colorido
y la tonalidad en verde y tierra sombra en que se halla realizado el cuadro le dan
cierta sensación de severidad. Enfrente de San Cristóbal está un gran lienzo consa-
grado a San Isidro Labrador, patrón de la ciudad de Madrid, de la que fue oriundo el
Obispo Mollinedo; es lógico pensar que Mollinedo quisiera tener a la vista en su
catedral el santo patrono de su villa. Sin embargo, su pintor de cámara Basilio de
Santa Cruz no estuvo tan feliz en esta oportunidad, debido quizá al grabado que le
entregaron. Es una composición arcaizante que dispone la figura del santo labrador
en forma central, rodeándolo de medallones con escenas alusivas a su vida. Esta
rigidez arcaizante que suponemos se debe al grabado, se traduce en toda esta pintu-
ra, que fue la última realizada por Basilio de Santa Cruz para el monumental conjun-
to, pues se halla firmada Basilio fecit 1693. No podemos negar la maestría con que se
halla pintado el caballero que viste a la usanza de la época de Felipe III y que
personifica al amo de San Isidro, ni la viril y bella cabeza del santo. Pero el conjunto
desmerece de algunos cuadros como los de santas anacoretas y el de la Casulla de
San Ildefonso. El total de la obra realizada por Basilio de Santa Cruz, en los brazos
del transepto de la catedral cuzqueña es realmente digno de encomio; nos muestra al
mejor pintor del Cuzco en el siglo XVII junto a Quispe Tito. El grupo de pinturas es
el mejor de todo el virreinato por su calidad.
No termina la obra de Basilio de Santa Cruz en la catedral con el conjunto del
crucero. Tiene además un par de cuadros en los costados del coro. Sus temas son la
Virgen de Belén y la Virgen de Almudena. El primero relata un milagro acaecido con
Celenque, rico vecino del Cuzco, el hallazgo milagroso de la imagen en el Callao y su
destino providencial para la ciudad de los incas y dentro de ella para la parroquia de
Belén. Lo más importante del cuadro, además de los episodios que se hallan pintados
en forma un tanto arcaizante y la vista de la iglesia de Belén, es el retrato orante del
Obispo Mollinedo que ocupa el sitio de honor del lienzo junto a la imagen de la
Virgen de Belén. El retrato vale todo el cuadro. Es obra capital de la pintura cuzque-
ña y prototipo de los otros retratos de Mons. Mollinedo que se hallan esparcidos por
el Cuzco. La cabeza del retratado de 3/4, de noble y viril porte es de lo mejor que ha
salido del pincel de Santa Cruz.
En el lado opuesto del coro se halla el cuadro de la Virgen de la Almudena, de
quien era muy devoto el Obispo Mollinedo por haber sido párroco en Madrid de la
citada feligresía. El cuadro, fechado en 1698, indica que el obispo había traído la
imagen de la Almudena desde Madrid, habiéndole dedicado una parroquia en el
Cuzco. La hizo copiar en el cuadro y a sus pies colocar los retratos de Carlos II y su
esposa. Son retratos tan buenos que podrían haber sido pintados en España. Debie-
ron ser copia de los traídos por Mollinedo desde Madrid y que firmara Herrera Bar-
nuevo.
196 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 197
CAPÍTULO SEXTO
LA ESCULTURA EN LA REGIÓN ANDINA
La escultura en el virreinato del Perú, aunque con una calidad y ejecución des-
igual tanto en la forma como en los temas tratados, fue máxima expresión del barroco,
por su sincretismo cultural y religioso. Las imágenes recibieron un trato individual y
casi humano, borrando los límites entre la ficción y la realidad, fusionando las creen-
cias y costumbres prehispánicas y la influencia europea.
En el virreinato la realización de las imágenes adquirió una característica peculiar
pues éstas eran la representación de la divinidad pero también, siguiendo la influen-
cia prehispánica, eran la propia divinidad pues adquirían su esencia. Por tanto, la
imagen es una representación, pero al mismo tiempo es lo representado en sí. Esto
explica que algunas imágenes, como la Virgen de Copacabana, se hayan repetido
tantas veces y que se realizaran pedidos de esta advocación durante años.
Esta identificación entre la divinidad y su representación plástica llegó a su punto
más alto en el siglo XVIII, momento en el que las esculturas alcanzaron tal grado de
verosimilitud que se llegaron a utilizar en representaciones religiosas y autos sacra-
mentales, haciéndose para ello imágenes articuladas que conseguían trasmitir esa sen-
sación de realidad.
Fue muy significativa la importación de piezas talladas y policromadas españolas
a lo largo de todo el periodo virreinal, pero particularmente en la segunda mitad del
198 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
siglo XVI y la primera del XVII. Estas obras sirvieron de modelos a los escultores
indígenas, pues desde un principio se formaron talleres de escultura que trabajaron
en técnicas peculiares de la región como la escultura en maguey-pasta-tela encola-
da.
Es muy importante la llegada de escultores y entalladores españoles al virreinato,
particularmente los sevillanos que estuvieron activos en Lima en la primera mitad del
XVII. Las imágenes sevillanas procedían, en general, del taller dirigido por Roque de
Balduque, maestro flamenco activo en el segundo tercio del siglo XVI y que se
conocía como «el imaginero de la madre de Dios».
Podemos destacar las de Juan Martínez Montañés, como sus cristos y otras figuras
del retablo de San Juan Bautista de la catedral de Lima o el San Jerónimo de la
Sacristía de la Compañía en Cuzco. Vale la pena mencionar a la Dolorosa y al Ecce
Homo de Pedro de Mena, existentes en la iglesia de San Pedro de Lima.
Participaron también artistas italianos como Bernardo Bitti, autor junto a Pedro de
Vargas, de los relieves del antiguo retablo de la Compañía en Cuzco, entre los que
destacan San Sebastián y Santiago, hoy en el Museo Histórico Regional de Cuzco, y
de los retablos de la Asunción (1584) de Juli y Challapampa, obras de Bitti y Ange-
lino Medoro, este último autor del Cristo firmado en 1600 en Yotala, Chuquisaca. Las
figuras de Bitti se caracterizan por actitudes elegantes y canon alargado, alcanzando
gran difusión en todo el sur andino gracias a los constantes desplazamientos de este
artista. Ejemplo de obra importada en este caso de Italia, es la imagen en mármol de
Santa Rosa de Lima, encargada en 1669 al escultor italiano Melchor Caffá, seguidor
de Bernini.
Escultores indígenas muy importantes de ese periodo pertenecieron al taller de
Copacabana, en el lago Titicaca. Francisco Tito Yupanqui, autor de la famosa Virgen
de Copacabana y de muchas otras réplicas que le fueron encargadas y que fueron
llevadas a sitios muy distantes, como la de Cocharcas. Tito Yupanqui, de sangre real,
era descendiente directo de los Reyes Incas. Nació en Copacabana y en el escudo de
armas que le concedió el Emperador Carlos V a sus antepasados tenía el lema «Ave
María». Se conoce poco de su vida anterior a la confección de la imagen de la
Candelaria sólo que se formó en el taller del maestro Diego Ortiz. Otro escultor
importante es Sebastián Acosta Tupac Inca, autor del primer retablo mayor de Copa-
cabana (1618). Este realizó, para el convento de San Agustín de Cuzco, las imágenes
de la Virgen de la Candelaria (1642) que se encuentra hoy en la capilla de Jesús,
María y José. También elaboró otra imagen de la Virgen, parcialmente mutilada, que
se encuentra en el convento de Santa Teresa de esa misma ciudad.
La escultura del barroco se puede diferenciar por dos claras tendencias. La prime-
ra caracterizada por un barroco mesurado próximo al realismo y verosimilitud de las
imágenes de la escuela sevillana; y la segunda, un barroco más dinámico que culminó
en un cierto hiperrealismo del barroco mestizo.
Dentro de la primera tendencia podemos destacar, en territorio boliviano, a Gaspar
de la Cueva, nacido en Sevilla en 1589 y fallecido en 1640. Trabajó primero en Lima
y desde 1632 estuvo en Potosí hasta su muerte ocurrida alrededor de mediados de
siglo. El mismo ejecutaba las tallas y luego las doraba y policromaba. Dejó un buen
número de obras de gran calidad, como un San Bartolomé en el Departamento de la
200 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Paz, una Trinidad de la que sólo queda el Padre Eterno, y las figuras del retablo
mayor de San Agustín, y una Santa Teresa. En 1632 firmó un Ecce Homo que está en
el convento franciscano de Potosí. En San Lorenzo se conservan dos magníficas
obras suyas, el Cristo Crucificado y el Cristo atado a la columna. Al parecer su última
obra fue el Cristo de Burgos (h. 1650) de San Agustín.
Otros escultores de la misma tendencia fueron el jerezano Luis de Espíndola que
también trabajó en Lima, en la Plata y Potosí entre 1638 y 1646. Son de él los relieves
del retablo de San Antonio de Padua del convento franciscano de Potosí: un San
Juan Bautista y un San Juan Evangelista del Museo Charcas en Sucre. Otro escultor
del grupo fue Luis de Peralta que firmó el Cristo del Asilo de Ancianos, antes capilla
de San Roque en Potosí. De estilo vinculado con la escuela granadina son dos imá-
genes de Cristo recogiendo sus vestiduras, una en San Miguel de Sucre y otra en el
Museo Nacional de Arte de la Paz, mientras que de influencia castellana se conserva
un San Francisco de Asís en la catedral de Sucre, y el San Juan Bautista de San
Miguel, también en la misma ciudad. Imitadores y seguidores del arte de Gaspar de la
Cueva fueron el maestro de San Roque y el maestro de Santa Mónica, llamados así
por obras que de ellos quedan en los respectivos templos potosinos.
Trás la desaparición de artistas españoles el arte de la escultura quedó totalmente
en manos de artistas indígenas y mestizos, la mayor parte anónimos, que realizaron un
arte barroco mestizo, exuberante e hiperrealista. Dentro de esta tendencia podemos
destacar las esculturas procesionales del artista cuzqueño Melchor Guamán Mayta,
siendo las más logradas y conocidas las imágenes de San Cristóbal, de la iglesia
parroquial de ese nombre en Cuzco, la imagen de Santo Domingo (1698) de la iglesia
de ese nombre y las de San Sebastián y San Jerónimo, de los respectivos pueblos
muy cercanos a esa ciudad. Guamán extremó la tendencia realista en sus imágenes
procesionales. Sus figuras, con cuerpos de maguey y tela encolada, se caracterizan
por una estética efectista propia del momento.
Durante el siglo XVIII se produce una pervivencia de los modelos y tendencias
anteriores, aunque debe destacarse por su calidad e importancia, la imagen de la
Muerte arquera, de principios del siglo XVIII, obra del escultor limeño Baltasar Gavi-
lán, que se encuentra en la sacristía de San Agustín de Lima. Se atribuye al mismo
artista la escultura ecuestre de Felipe V que coronaba el arco levantado sobre el
puente del río Rímac, obra destruida durante el terremoto de 1746.
Para algunos historiadores, habría que identificar a Gavilán con el escultor mestizo
Baltasar Meléndez, autor documentado de la estatua orante del virrey arzobispo
Diego Morcillo y Rubio de Auñón (1743), en su capilla funeraria de la catedral, al
igual que de otra efigie similar del conde de Santa Ana de las Torres.
Capítulo aparte son los escultores indígenas de las misiones jesuíticas de Moxos y
Chiquitos, que sin la tradicion escultórica de los indios del altiplano, pero con in-
fluencia de la escultura misionera de Argentina y Paraguay, formaron talleres de
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 203
4. LA ESCULTURA QUITEÑA
En general, la escultura quiteña del siglo XVI se caracterizó por cierta simplicidad
no exenta de rigidez, y, en el caso de muchas pequeñas tallas, se advierten hasta
tosquedades y vacilaciones. Cabe pensar que sus autores completaban aún su forma-
ción en talleres y obradores. De entre ellos y sus discípulos saldrían los maestros que
iban a dar esplendor a la escultura quiteña de los dos siglos siguientes.
En la segunda mitad de dicha centuria floreció en Quito la escultura en madera
policromada muy apegada a los modelos sevillanos. Con el tiempo se añadieron
novedades como la incorporación de un encarnado de color delicado y brillante en
rostros y manos. Vinculado a ellos hay que destacar la importación de esculturas
sevillanas de Gaspar del Águila, Jerónimo Hernández y del taller de los Vásquez. Un
capítulo muy importante tuvieron las obras de Juan de Mesa, como la Dolorosa de la
catedral metropolitana de Quito, y la presencia de creaciones de Alonso Cano.
A finales del XVI destaca la presencia del escultor Diego de Robles que fue encar-
gado de copiar la Virgen de Guadalupe en Extremadura. La Virgen denominada en
Quito de Guápulo fue encarnada y estofada con la ayuda de Luis de Rivera. Pocos
206 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
altares y retablos de los siglos XVI y XVII sobreviven debido a los terremotos. Pode-
mos destacar el retablo del claustro bajo de San Francisco, en la Merced y el altar de
San Antonio en la recoleta de San Diego, todos en Quito.
El esplendor del barroco quiteño se encuadra entre 1730-1830. Durante este pe-
riodo podemos hablar de la «escuela quiteña» que englobaría la producción barroca
y rococó, y que abarcaría los poblados de la sierra con su centro principal en Quito y
subcentros de producción y distribución tales como Popayán, Riobamba y Cuenca.
El tipo de esculturas que se demandaban desde Quito están vinculados en buena
medida a las temáticas de Calvarios y Nacimientos. También obras pequeñas de san-
tos diversos, ángeles vestidos de romanos, vírgenes de advocaciones no locales y
Cristos crucificados. Tampoco es raro encontrar obras quiteñas de tamaño natural en
iglesias y conventos importantes. Los seres alados fueron de especial interés para la
Escuela de Quito y además de Vírgenes se representaron arcángeles y ángeles vesti-
dos de romanos con faldellín y sandalias.
Algunas características de esta escuela son: la marcada influencia oriental en la
policromía, gestos y posturas de las imágenes; una producción serena, grácil y delica-
da que recuerda a las figurillas de marfil oriental; un repertorio iconográfico limitado,
y aquello que se ha considerado propiamente quiteño: inmaculadas aladas o vírgenes
de Quito resultan siempre tener un antecedente en los grabados que siguen fielmen-
te. En Quito el grupo escultórico es escaso y se centra en dos temas: el belén y el
calvario.
Hay que destacar la presencia de la Inmaculada Concepción de China que sirve
de modelo para la Inmaculada alada o apocalíptica. Este ejemplo constituye una
muestra de la capacidad que tuvo el escultor quiteño en combinar una iconografía
base de occidente, completar el ciclo de Inmaculada-Asunción y resumir en los gestos
y la postura todas aquellas enseñanzas venidas de oriente. Esta vinculación asiática
hay que entenderla dentro de las relaciones comerciales que existieron entre América
y Filipinas.
Durante el siglo XVIII destacamos a Sor María de San José, nacida en 1725, monja
desde 1742 y muerta en 1801. Realizó todas las imágenes del Carmen Moderno —su
monasterio—, a excepción de la del Señor de la Sangre de Cristo; su hermana menor,
sor Magdalena, hizo el Señor de la Resurrección y Santa Teresa veneradas en el
mismo monasterio, y muchas otras efigies de varias iglesias de Quito.
Los grandes maestros de la estatuaria quiteña del XVIII fueron Bernardo Legarda
y Manuel Chili, llamado Caspicara.
Bernardo Legarda (1700-1773), que con su hermano Juan Manuel, formó un taller
junto al convento de San Francisco de Quito, destaca por la versatilidad de las piezas
que realiza: esculturas de madera, bronce y estaño, marfil y cera, lienzos, estampas,
moldes de yeso, trabajos en cristal y espejos, madera talladas. Entre 1748 y 1751
dibujó y talló el retablo mayor de La Merced. Realizó también el retablo central de la
capilla de Cantuña y el retablo mayor de la iglesia del Carmen Moderno. Con estos
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 207
retablos aportó decisivamente la personalidad del retablo quiteño del XVIII con su
sentido de ritmo y especial equilibrio en el juego de los elementos compositivos.
En el citado retablo del Carmen Moderno, se mezclan el bloque central y el cuerpo
superior decididamente barrocos con las columnas salomónicas de los dos bloques latera-
les del cuerpo inferior imprimiendo un vuelo arquitectónico a las columnas del retablo.
Otras obras suyas fueron el dorado del altar mayor de La Compañía, con las tribunas de los
lados del presbiterio y la talla de mamparas para debajo de los coros.
Pero donde destacó especialmente es en sus esculturas de bulto redondo. Calva-
rios como el del retablo central de Cantuña, la Santa Rosa que se guarda en el Museo
de Arte Colonial de Quito, y grupos del Nacimiento con los Reyes Magos. Sus obras
se caracterizan por el sereno dinamismo y por trascender el objeto religioso en favor
de la obra de arte. Ninguna de las tallas de Legarda se convirtió en objeto de culto.
La obra más representativa del escultor fue su versión de la Inmaculada con alas.
La Virgen, que tiene por peana la luna, pisa a la serpiente y se levanta de la tierra con
un movimiento helicoidal, al que añaden ligereza la pierna y los dos brazos un poco
levantados. Completan la impresión de movimiento los pliegues del manto, que pare-
ce agitado por un aire suave.
Su importancia social se vio recompensada cuando en 1762 se le eligió síndico del
gremio de escultores y pintores, y en el Libro nuevo de Recibo de la Cofradía de
Nuestra Señora del Rosario consta su nombre como uno de los veinticuatro notables
de la ciudad, junto a marquesas y marqueses, condesas y condes.
Tras la muerte de Legarda surgió otro artista que pondría colofón al siglo XVIII e
inauguraría el XIX. Se trata de Manuel Chili, llamado Caspicara. Poco conocemos de
208 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Junto con Bernardo Legarda, el otro gran creador de la escuela quiteña es Manuel
Chili llamado Caspicara « piel de palo», «cáscara de palo» o «cáscara de madera» en
una clara alusión a su oficio.
Entre sus obras podemos destacar este grupo escultórico que es encuentra en la
catedral de Quito y que recoge el momento en que el cuerpo sin vida de Jesús, está
siendo envuelto en la sábana santa para ser enterrado. El grupo compuesto por
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 219
APÉNDICE DOCUMENTAL
I. LA ESCULTURA EN EL PERÚ1
En su Nueva crónica y buen gobierno, escrita a comienzos del siglo XVII, Felipe
Guamán Poma de Ayala recomendaba el cultivo de las artes entre los indígenas por
su manifiesta utilidad para la buena marcha del virreinato. No encontró mejor ejem-
plo que la escultura, y allí mismo dibujó a dos artífices nativos policromando un
Cristo crucificado. Con ello demostraba no sólo la pertinencia de estos oficios, sino la
importancia crucial que las imágenes de culto iban adquiriendo en la cristianización
del Perú. En apoyo de esta idea, aseguraba el cronista que «viendo las santas hechu-
ras nos acordamos del servicio de Dios». Y por tanto, era un privilegio que los
cristianos del Nuevo Mundo se concertaran para la hechura y semejanza de Dios.
Tras varias generaciones de trabajo artístico incesante, las representaciones escultóri-
cas de Cristo, la Virgen y los santos presidían por entonces todas las iglesias del país
y habían arraigado con gran fuerza en el imaginario andino.
Es reveladora la mención simultánea que hace Guamán Poma de los oficios de
entallador, pintor, escultor y bordador. Sus palabras confirman que, lejos de ser un
género aislado, la escultura dependía de una compleja mixtura de oficios complemen-
tarios. Sin duda, la lenta adaptación de esas viejas ocupaciones artesanales a las
necesidades del medio, constituye un capítulo crucial en la historia del arte america-
no. La onmipresencia de la escultura se pondría de manifiesto en las diversas funcio-
nes que cumplió a lo largo del virreinato, adscrita a retablos, sillerías y portadas,
incorporada a estructuras efímeras, o venerada en forma de imágenes procesionales y
devociones privadas.
1.
WUFFARDEN, Luis Eduardo, «Escultura. retablos e imaginería en el virreinato», en Perú
indígena y virreinal , Madrid, Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, 2004, Pág. 88.
2.
KENNEDY, Alexandra, «La escultura quiteña», en Historia del Arte Iberoamericano, Bar-
celona, Lunwerg, 2000, Pág. 108.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 221
Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, Boliva constituyó, con unos límites más
amplios que los actuales, la Audiencia de Charcas que formó parte del Virreinato
3. MESA, José de; GISBERT, Teresa, Escultura virreinal en Bolivia, La Paz, Academia Nacio-
nal de Ciencias de Bolivia, 1972, Págs. 13-15.
222 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Peruano hasta el año de 1776, en esta fecha se fundó el Virreinato de Buenos Aires
y la Audiencia fue desmembrada del Virreinato del Perú para pasar a formar parte del
nuevo Virreinato, hecho que jurídicamente duró hasta 1811. Los fenómenos artísticos
que tienen lugar en la Audiencia de Charcas no pueden ser estudiados sin tener en
cuentra este hecho ya que el estudio, forzosamente, debe considerar zonas que hoy
no dependieron hasta fines del siglo pasado del Obispado de La Paz y cuyo arte se
halla indisolublemente ligado a la zona.
Otro aspecto que necesariamente deberá tenerse en cuenta es la fuerte migración
de artistas, sobre todo en el siglo XVI y comienzos del XVII, no solo de peninsulares
que venían a Charcas a establecerse, sino el ir y venir de éstos de norte a sur y de sur
a norte trayendo y llevando estilos y formas de trabajo. El traslado de los artistas y
artesanos no fue exclusivo de los españoles, pues criollos e indios hacen lo mismo.
Este factor obliga, muchas veces, siguiendo a los artífices y siguiendo las obras de
arte determinantes, referirse a centros que no están en Bolivia; Lima, los pueblos
ribereños del Lago Titicaca en la zona del Perú, Cuzco y aún Buenos Aires son
puntos de referencia obligados. El arte dentro de los límites de cada virreinato tiene
que considerarse como un todo, como algo continuo e indivisible.
El trabajo de los escultores dependía de los templos que se edificasen. En el siglo
XVI el trabajo fue casi uniforme en el virreinato salvo en centros grandes como Lima,
donde la magnitud de la ciudad exigía mayor concentración de artistas. A partir de
1580 en que se asienta la vida ciudadana en todo el territorio y en que las órdenes
religiosas y parroquias de indios edifican en todo el Perú, paulatinamente se va rali-
zando una especie de ordenamiento del trabajo que lleva a los escultores de acá para
allá en un continuo deambular que sale de la costa y lleva hacia las tierras altas patar
terminar en Potosí y Chuquisaca donde la aventura económica y la permanencia de
las tradiciones estéticas eran propicias para los artistas ya maduros y aferrados a su
credo artístico. Durante el siglo XVI el viaje pan-virreinal es obligado para todos
aquellos hombres que cultivan el arte en cualquiera de sus manifestaciones: Becerra
recorre desde Lima a Cuzco; Bitti viaja y pinta en todo el virreinato; a los Hernández
los hallamos desde Lima, pasando por el Cuzco hasta Potosí y Chiquisaca. Como
queda dicho no sólo se mueven los artistas españoles o europeos, también los indios
que se dedican al arte, viajan y cambiar de lugar. Basta mencionar la peregrinación
de Francisco Tito Yupanqui: Copacabana, Potosí, Chuquisaca, Ayo-ayo, La Paz, Co-
pacabana, para poder afirmar nuestro aserto.
Hacia comienzos del siglo XVII la peregrinación artística continúa, así sucede con
escultores y pintores que van de un sitio a otro aunque el radio de desplazamiento es
menor en la mayoría de los casos. La ruta usual es Cuzco, Lago Titicaca, La Paz,
Potosí, Chuquisaca, que es recorrida en ambos sentidos por muchos maestros, algu-
nos de ellos indios. No faltan, sin embargo los artistas que siguen viniendo de Lima a
las tierras altas, el mejor ejemplo de ellos es Martín de Oviedo que llega de México a
Lima y de allí va a parar a Potosí.
Avanzado el siglo el grupo de escultores de ascendencia sevillana que trabaja en
Lima, después de la puja de la Sillería del Coro de la Catedral de Lima se dispersa y
una parte del mismo emprende el camino del desengaño, que parece conducir de la
brillante corte limeña a las inhóspitas tierras del gran Potosí, donde quizás se busca
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 223
más la oportunidad de medro que la práctica del arte. Sin embargo los derroteros
artísticos de los maestros escultores de la calidad de Gaspar de la Cueva, Espíndola,
Fabián Gerónimo Alcocer, dejan lo mejor de su obra en Potosí y Chuquisaca. Hacia
1650 desaparecen los últimos maestros de esta generación que se pueden llamar la de
los emigrantes.
No se puede separar de la obra integral del artista tal o cual escultura porque hoy
los límites de las naciones no sean los mismos que en el siglo XVII. Esto es lo que nos
obliga a estudiar la producción escultórica de estos maestros en lugares tan alejados
de la Audiencia de Charcas como Lima y Trujillo. Tal es el caso de Cueva y Espíndo-
la. Más aún, las corrientes artísticas de los siglos XVI y XVII se desarrollan primero en
las ciudades de la costa para subir luego a la tierra alta. No sucede lo mismo con el
estilo mestizo del siglo XVIII que producido en Arequipa, el Lago Titicaca y Potosí,
extenderá su influjo a los sitios costeros.
Otra de las razones que hacen que el estudio de la escultura rebase los estrictos
límites de la nación boliviana es la importación de obras de arte. Desde tempranos
días de la conquista algunos centros del virreinato se constituyeron en productores
de arte. Recordemos el caso de la pintura cuzqueña que en el siglo XVIII, exporta
cuadros a Lima, Santiago y la Audiencia de Charcas. Fenómeno similar sucede con la
escultura desde el Cuzco. Escultores que trabajan en el Cuzco viajan a Chuquisaca
especialmente contratados. Valga el ejemplo de Giménez de Villarreal que hace la
sillería del Convento de San Francisco de Chuquisaca.
A su vez el Collao y en especial el Lago Titicaca son en determinado momento un
centro de gran producción de escultura. Los maestros indígenas como Tito Yupanqui
y Sebastián Acosta Topa Inca son los creadores de un círculo de escultores indios
que llevan su arte no sólo al interior de la Audiencia sino que desde Copacabana se
exportan esculturas a Lima, Tucumán (Argentina), Cocharcas, y aún hasta la lejana
Sevilla (España) en donde se encuentra una imagen indígena de la Virgen India del
Lago.
224 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 225
CAPÍTULO SÉPTIMO
ARTE EN EL BRASIL DEL BARROCO A LA ACADEMIA
1. INTRODUCCIÓN
Las artes plásticas en Brasil, durante los tres siglos de soberanía portuguesa, están
ligadas a los programas arquitectónicos y artísticos que desarrollaron las órdenes religio-
sas que emprendieron la evangelización de este extenso territorio. Dichas órdenes fueron:
la Compañía de Jesús, que fue la primera en establecerse en 1549, los franciscanos que lo
hicieron en 1585, los carmelitas en 1586, y los benedictinos que llegan a esta zona en
1592. Además, hay que añadir las aportaciones de las órdenes terceras, de hermandades y
cofradías que, en determinados lugares y momentos históricos, patrocinaron importantes
conjuntos artísticos, incrementando el rico patrimonio de este país.
Ahora bien, si el arte brasileño es fundamentalmente religioso, su estudio y com-
presión no es posible sin tener en cuenta una serie de condicionamientos históricos
de gran trascendencia. En primer lugar, cabe señalar la ausencia de importantes cul-
turas precolombinas que desarrollan programas arquitectónicos y artísticos, tales como
las culturas azteca o maya en la región mesoamericana o la inca en Sudamérica, y
que, consiguientemente, proporcionan un sustrato artístico y una mano de obra espe-
cializada que permitiera afrontar, desde una perspectiva netamente americana, las
nuevas creaciones artísticas virreinales. En segundo lugar, durante este período los
centros artísticos brasileños fueron variando o adquiriendo mayor o menor importan-
cia en función, lógicamente, de los diferentes condicionantes políticos, económicos y
religiosos que marcaron el devenir histórico de esta zona durante el dominio portu-
gués. Así, durante los siglos XVI y XVII la población se concentró en la franja litoral,
en los actuales estados de Pernambuco, Bahía, Espíritu Santo, Río de Janeiro y São
Paulo. En el siglo XVIII, irá movilizándose hacía el interior gracias a la explotación de
importantes recursos mineros, por lo que los centros artísticos de mayor significación
los encontraremos en Minas Gerais, Río de Janeiro —que se beneficiará del comercio
minero y se convertirá en capital virreinal en 1763—, Bahía y Pernambuco, que
mantendrán el prestigio de las centurias precedentes.
226 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
ción con el mecenazgo del rey Don João V. Este es un estilo de clara influencia
italiana con retablos estructurados mediante columnas salomónicas berninianas, em-
pleo de atlantes en las bases de los soportes, y fragmentos de frontones y doseles en
los coronamientos.
Por lo que respecta a la escultura rococó se define por retablos con una policromía
en la que se alternan el dorado y el blanco, y en los que el motivo ornamental
fundamental es la característica rocalla; este color blanco también predomina en los
fondos claros de las pinturas de los cielos rasos de las bóvedas, contribuyendo todo
a la búsqueda de luminosidad, rasgo que define a los templos de este período. En
estos retablos se insertan imágenes de gran elegancia y dulces rostros, concebidas la
mayoría de las veces mediante perfiles de líneas sinuosas.
En cuanto al arte pictórico, como ya hemos apuntado, destacan los ciclos barrocos
que recubren las paredes de los templos mediante paneles figurados delimitados por
marcos de talla dorada, así como los casetones de las cubiertas en los que se aprecian
tanto pinturas ornamentales como figurativas. A partir de 1730, y durante más de un
siglo, se impuso la pintura de los cielos rasos de los templos con fondos arquitectóni-
cos en perspectiva siguiendo los modelos que Andrea Pozzo presentó en su tratado
Perspectiva pictorum et architectorum (1693-1698) y en la bóveda de la nave de la
iglesia de San Ignacio de Roma.
2. BAHÍA
Salvador de Bahía, capital virreinal hasta 1763 y prospera ciudad portuaria, gracias a la
exportación de azúcar, tabaco y café, se erigió en uno de los centros artísticos más sobre-
salientes, conservándose en ella algunas de las obras más antiguas de la escultura brasile-
ña. En la Catedral, antigua iglesia de los jesuitas, existe un interesante retablo, procedente
de la primera iglesia jesuítica de Salvador, de rotunda estructura arquitectónica, con un
primer cuerpo dividido en nichos que acogen bustos relicarios de factura arcaica y acen-
tuado hieratismo. Estas características también definen las obras del escultor benedictino
de origen portugués fray Agustín de la Piedad, cuya actividad desarrollada en el convento
de San Benito de Salvador está documentada desde 1620 a 1661. De su imaginería,
realizada en barro cocido, merecen especial mención la serie de bustos relicario de dicho
convento y la escultura de la Virgen de Montserrat que actualmente se encuentra en el
Museo de Arte Sacro de Bahía, esta última obra firmada y fechada por el artista, hecho
insólito en la estatuaria de este momento.
La iglesia del convento de San Francisco de la Orden Primera, construida entre 1686 y
1756, posee un rico programa artístico que responde al tipo de «iglesias recubiertas de
oro», ideal surgido en Lisboa y Goa a finales del siglo XVII, y que en Brasil inaugura la ya
mencionada capela dourada (capilla dorada) de la Orden Tercera de San Francisco de Asís
en Recife. La profusa decoración obra del hermano fray Luis de Jesús, recubre íntegra-
mente los muros del edificio, realizada a base de motivos vegetales y figuras antropomór-
ficas, mientras que la dotación retablística responde al tipo nacional portugués. Igualmente
destacan el artesonado de la iglesia, con paneles octogonales y cuadrados, y la decora-
ción de azulejos, la más importante de Brasil, con paneles en la capilla mayor realizados en
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 229
Lisboa en 1737 por Bartolomeu Antunes de Jesús, en el claustro que datan de 1746-48, y
en la antesala y sacristía, confeccionados en torno a 1805.
Nuestra Señora de la Concepción de la Playa, iglesia comenzada en 1739 y fina-
lizada en 1820 con sillares importados de Portugal, es un conjunto decorado con oro
sobre fondo blanco, cuyo altar mayor se debe al entallador Juan Moreira del Espíritu
Santo quien lo realizó entre 1765 y 1773, formado por un retablo de columnas salo-
mónicas, dosel y atlantes. Pero esta basílica destaca especialmente por la pintura en
«quadratura» del techo, obra de José Joaquim da Rocha (activo entre 1764 y 1807),
considerado el pintor más importante de la colonia. En el techo de la nave crea un
espacio arquitectónico ilusionista a través de la combinación de entablamentos, co-
lumnas, arcos y balcones entre los que se insertan personajes bíblicos y figuras alegó-
ricas, reservando el espacio central para la glorificación de la Inmaculada, flanqueada
por las alegorías de los cuatro continentes.
230 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
La calidad y maestría de la que hace gala José Joaquim da Rocha en esta obra la
encontramos en los cielos rasos de la iglesia de Santo Domingo y la iglesia de Nues-
tra Señora de la Palma, que también le son atribuidos. Con este artista se crea una
auténtica escuela en la región de Bahía, cuya influencia alcanzó hasta la región de
Paraiba, donde hay que hacer referencia al techo del convento de San Antonio en
João Pessoa. Entre los discípulos de Rocha, destacan Veríssimo de Souza Freitas, José
Teófilo de Jesús y Antonio Joaquim Franco Velasco, este último autor de la pinturas
de la nave de la iglesia de Nuestro Señor de Bonfim en Salvador fechadas entre 1818
y 1820, donde aplica ya esquemas compositivos neoclásicos.
Por último, en Salvador de Bahía, hay que hacer mención a la colección de escul-
turas del Museo de Arte Sacro de esta ciudad, antiguo monasterio de monjas carme-
litas descalzas de Santa Teresa, entre las que se encuentran las realizadas por Manuel
Inácio da Costa (1762-1857), cuyo lenguaje sobrio de expresiones dramáticas, repre-
sentado por su Cristo flagelado, va incorporando dulces facciones y vestimentas de
pliegues sinuosos, propios del rococó, en otras obras como el grupo del Señor Resu-
citado con María Magdalena.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 231
3. PERNAMBUCO
En esta región, y tras la ocupación holandesa producida entre 1606 y 1654, sus dos
principales ciudades Recife y Olinda, de gran esplendor económico gracias a la produc-
ción y comercio del azúcar, afrontaron importantes programas artísticos en estilo barroco
y rococó. La escultura en madera es especialmente significativa por la calidad del dorado
y la policromía que recubre tanto las tallas ornamentales y el mobiliario como la imaginería,
esta última con excelentes trabajos de estofado.
Especialmente paradigmático en este sentido es el convento franciscano de San Anto-
nio en Recife y la capilla de la Orden Tercera a él vinculada, conocida popularmente como
la capela dourada y que, como ya hemos mencionado, inaugura en Brasil el tipo de
«iglesias recubiertas de oro». El templo presenta un completo programa decorativo, cons-
tituido por paneles de azulejos en la capilla mayor, los cuales se extienden también sobre
la cúpula con motivos florales y geométricos, retablo dorado con un crucificado de tama-
ño natural, púlpito, coro y cubierta de madera en la nave donde se representa la aparición
del Niño Jesús a San Antonio de Padua, obra del pintor Sebastián Canuto da Silva Tava-
res. La capilla de la Orden Tercera, sencillo espacio cuadrado de dos pisos, presenta una
cubierta de madera con bóveda rebajada en la que se combinan pinturas y casetones. Su
interior está decorado con el típico zócalo de azulejos portugueses, y el resto de las
paredes con cuadros, esculturas y relicarios.
Igualmente en Recife hay que mencionar las iglesias de la Concepción de los
Militares y la de San Pedro de los Clérigos. La primera posee una cubierta en la que
se combinan la talla ornamental de forma vegetales con pinturas alegóricas de la
Inmaculada Concepción, y cuya cronología se puede establecer entre 1750 y 1760.
En la iglesia de San Pedro de los Clérigos, la cubierta de la nave es obra del pintor
más importante de la región, João de Deus Sepúlveda, ejecutada entre 1764 y 1768,
representando el habitual triunfo celestial del santo titular.
Por su parte, en la ciudad de Olinda, se conservan magníficos retablos dentro del
lenguaje rococó. De gran interés es el retablo mayor de la iglesia conventual de San
Benito, fechado hacia 1783, y que se convierte en cabeza de serie de otros retablos de la
región, destacándose por una decoración en rocalla abundante y de gran volumen, así
como por dinámicos frontones conseguidos por la combinación de perfiles curvos y
contracurvos. Igualmente son reseñables el retablo mayor de la iglesia de la Misericordia
y el altar mayor del Crucificado de la Seo, ambos templos también en Olinda.
Tanto en São Paulo como en Río de Janeiro, en esta centuria, destaca la labor de
escultores benedictinos, como fray Agustín de Jesús y fray Domingos da Conceição.
La obra del primero, realizada en barro cocido, busca la expresividad en los rostros y
cierto movimiento en el plegado de los ropajes, tal como ilustra la Virgen con el Niño
que se conserva en el Museo de Arte Sacro de São Paulo, así como las esculturas de
San Benito y Santa Escolástica del convento benedictino de la misma ciudad.
En Río de Janeiro, las artes plásticas muestran una fuerte influencia del arte metro-
politano portugués, destacando por su mayor «erudición», en contraposición con el
carácter más popular visto en São Paulo, o en otras regiones como Pernambuco o
Minas Gerais. En el convento de San Benito es donde trabajó el segundo de nues-
tros escultores benedictinos, fray Domingos da Conceição, activo entre 1669 y 1717,
y dedicado a la escultura de madera tallada y policromada. Encargado del diseño y la
ejecución de la ornamentación primigenia de la iglesia de este conjunto, sustituida en
la segunda mitad del siglo XVIII por la del escultor Inácio Ferreira Pinto ya de estilo
rococó, si se conservan de su mano las imágenes de Santa Escolástica y San Benito
de la capilla mayor, obras de indudable calidad a pesar de su hieratismo y frontalidad,
y la Virgen de Montserrat del camarín, figura de un mayor naturalismo. El programa
artístico de la iglesia se completa con las aportaciones del escultor portugués Simão
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 233
da Cunha y el artista local José da Conceição, quienes realizan la talla de las imáge-
nes de la nave, del escultor Ferreira Pinto que realiza el retablo mayor y el retablo de
la capilla del Santísimo, y del pintor José de Oliveira Rosa, quien ejecutó dos paneles
pictóricos de gran calidad ya de inspiración rococó.
La iglesia de la Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia también presenta
en su nave pinturas en perspectiva siendo con las comentadas del Convento de San
Benito, los dos únicos ejemplos en Río de Janeiro. Iniciada su construcción en la
segunda mitad del siglo XVII, adquirió su configuración definitiva en pocos años, lo
cual la dota de una gran unidad en su concepción arquitectónica y decorativa, traba-
jando en ella los artistas más sobresalientes de la ciudad. Su interior esta revestido
totalmente de talla, que fue dorada por Caetano da Costa Coelho, quien también
realizó la pintura en perspectiva del techo de la nave, una de las primeras de Brasil y
concluida en el año de 1740. Los entalladores de origen portugués Manuel de Brito
y Francisco Xavier de Brito, realizan los trabajos de talla y el mobiliario que reviste la
iglesia, con una ornamentación que se vincula al estilo de Don João V, ilustrando las
fuertes vinculaciones ya apuntadas de la plástica de Río de Janeiro con la portugue-
sa del momento.
El panorama artístico de esta ciudad se completa con tres importantes obras: el
convento do Carmo, la Iglesia de la Orden Tercera el Monte do Carmo, y la iglesia de
Nuestra Señora de la Gloria de Outerio. La iglesia del convento do Carmo se inició
en 1761, destacando en ella las pinturas realizadas por el alemán fray Ricardo do
234 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Pilar, cuya obra el «Señor de los Martirios», ocupa el retablo barroco de la sacristía.
La iglesia de la Orden Tercera do Carmo, comenzada en 1755 e inaugurada en 1770,
aloja los trabajos de talla del escultor mulato Valentim da Fonseca e Silva, conocido
como «Mestre Valentim». En ellos combina elementos del repertorio joanino, como la
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 235
5. MINAS GERAIS
El rico panorama artístico que vive la región de Minas Gerais durante el siglo
XVIII es fiel reflejo de su esplendor económico, iniciado en el año 1693 cuando
fueron descubiertos yacimientos auríferos cerca de la actual ciudad de Belo Horizon-
te. Se inicia entonces un proceso en el que simples campamentos mineros se convier-
ten en ciudades, como Ouro Preto, Mariana, Sabara o San Juan del Rey, y cuya
transformación exigió una importante actividad arquitectónica y artística. Se estable-
cen en la zona maestros procedentes de otros centros artísticos, especialmente de la
metrópolis portuguesa, como es el caso de los escultores Francisco Xavier de Brito,
que ya hemos mencionado trabajando en Río de Janeiro, y Francisco Vieira Servas, el
pintor José Soares de Araujo, o el arquitecto Manuel Francisco de Lisboa, padre de
Aleijadinho, creando un ambiente cultural en el que destacarán artistas ya nacidos en
la región, como el propio Antonio de Lisboa o el pintor Manuel da Costa Athayde.
La capilla de Nuestra Señora de la O en Sabara iniciada en el año 1719, a pesar de sus
reducidas dimensiones, es un precioso ejemplo del arte anterior al apogeo de la arquitec-
tura minera. Su interior esta completamente revestido de madera dorada combinada con
pinturas de factura anónima, que representan escenas diversas de la vida de la Virgen y la
infancia de Cristo. Destacan los arcos que dan paso a la capilla mayor donde estas pintu-
ras presenta un carácter oriental, a imitación de las lacas chinescas.
En la ciudad de Mariana destacan la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción y
la iglesia de Nuestra Señora del Rosario. La primera se inició en el año 1713 y hasta
finales del siglo XVIII se realizaron obras de carácter estructural y decorativo. De
estas últimas, son de especial interés el retablo de la capilla de Nuestra Señora de la
Concepción, realizado entre 1744 y 1751 por el escultor José Coelho de Noronha, en
el que limita los excesos decorativos a favor de una estructura más arquitectónica y
monumental, al igual que las pinturas de la capilla mayor realizadas en 1761 por
Manuel Rebelo e Souza, donde figuras eclesiásticas se insertan entre elementos ar-
quitectónicos, todo a base de una policromía de fuerte contraste entre los tonos
claros y oscuros. En la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, las obras más importan-
tes son los retablos realizados por Francisco Vieira Servas a partir de 1770, escultor
de origen portugués, los cuales poseen gran dinamismo gracias al perfil sinuoso de
los remates y a rocallas llameantes, mientras que los soportes son columnas rectas
estriadas.
236 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
En Tiradentes, la iglesia matriz de San Antonio fue una de las primeras iglesias
barrocas de Minas Gerais, iniciándose su construcción en 1710. Su interior, de gran
riqueza ornamental, destaca por los retablos de Nuestra Señora de la Concepción y
San Miguel, fechados entre 1727 y 1732 respectivamente, así como el retablo mayor,
los cuales ejemplifican la progresiva asimilación de los elementos ornamentales del
estilo joanino en la plástica de Minas Gerais. De importancia son igualmente el coro
realizado en 1740 por Pedro Monteiro de Souza y que presenta estípites dorados, y
la bella balaustrada rococó atribuida a Salvador de Oliveira.
En Ouro Preto, capital de la región hasta 1897, son varias las obras de interés,
destacando fundamentalmente aquellas ligadas al más importante escultor brasileño,
Antonio de Lisboa (1738-1814), apodado el Aleijadinho (significa «deformadillo»,
debido a una enfermedad que le deformó los miembros). Sus obras más sobresalientes
son la iglesia de San Francisco de Asís en la propia Ouro Preto, y el santuario do
Senhor Bom Jesús de Matozinhos, en Congonhas do Campo. Sin embargo, antes de
ocuparnos de la obra de Aleijadinho, es necesario comentar la obra del escultor
Francisco Javier de Brito en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar de esta ciudad, ya
que ejerció una notable influencia sobre la plástica del gran maestro. Brito realizó el
retablo de la capilla mayor entre 1746 y 1751, pieza de gran importancia por incorpo-
rar un nuevo repertorio formal ligado a la plástica joanina de moda en esos momen-
tos: columnas salomónicas, fragmentos de frontón curvo, doseles y grupos escultóricos
—en este caso la Santísima Trinidad— en el ático.
La iglesia de San Francisco de Asís se inició en 1765, atribuyéndose su diseño a
Antonio de Lisboa quien, además de escultor, fue un magnífico arquitecto. Ahora
bien, las obras ciertas de Aleijadinho que se encuentran en esta iglesia son: las escul-
turas del púlpito, el diseño de la portada de la tribuna del altar mayor, el retablo de la
capilla mayor y las figuras de los altares colaterales. Especialmente destacable es el
retablo de la capilla mayor, inmerso en el lenguaje rococó de ascendencia europea,
incorporando también algunos de los elementos vistos en Francisco Javier de Brito,
como el grupo de la Santísima Trinidad en el ático. Manuel da Costa Athayde (1762-
1830), el otro gran maestro de la región minera, completó el programa decorativo de
la iglesia con las pinturas de la nave, realizadas entre 1801 y 1812, y cuya arquitec-
tura es construida por medio de arcadas y arcos triunfales entre los que se insertan
balcones con angelillos y púlpitos con los doctores de la iglesia, reservando el espa-
cio central para la representación de la Virgen rodeada de ángeles músicos.
En Congonhas do Campo se conserva otro de los grandes programas artísticos de
Aleijadinho, el Santuario do Senhor Bom Jesús de Matozinhos. El santuario fue
comenzado en 1757, en lo alto del Cerro de Marañón, pero su definición como Sacro
Monte se debe a nuestro artista, quien desarrolló un complejo programa escultórico,
formado por los grupos escultóricos de las seis capillas que se localizan en la cuesta
que conduce al templo, obras de taller pero en las que la mano del maestro es eviden-
te en las figuras de Cristo, y que son: la Cena, Cristo en el Monte de los Olivos, el
Prendimiento, la Flagelación y Coronación de Espinas, Cristo con la cruz a cuestas, y
la Crucifixión. Concluidas estas obras, en 1800 se inician las esculturas de los profe-
tas, que se localizan en el atrio del santuario. Son doce figuras monumentales realiza-
das en «piedra-sapo», esteatita de color azul o verdoso muy utilizada en esta región,
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 237
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Las obras del conjunto conventual de San Francisco se realizaron entre 1686 y
1756. La iglesia de planta de cruz latina con tres naves y crucero poco profundo,
configura un gran espacio escenográfico modulado por una profusa decoración de
talla dorada realizada por el hermano fray Luis de Jesús. En la capilla mayor sobresa-
le el retablo presidido por la escultura del abrazo de Cristo con San Francisco, que
está formado por gruesas columnas salomónicas y una profusa ornamentación a base
de niños que juegan con racimos de uvas, querubines, pámpanos, roleos y demás
242 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Las obras de este hermoso convento franciscano se iniciaron a principios del siglo
XVIII, consagrándose su iglesia en el año de 1734. Presenta un atrio decorado con
paneles de azulejos con escenas de la pasión, azulejos que también se aplican en la
franja que separa los dos pisos del claustro. El templo, de una sola nave y gran
luminosidad, destaca por la pintura en «quadratura» de la bóveda de madera, con
forma de medio punto rebajado, la cual es atribuida por el investigador Carlos Ott al
pintor José Joaquim da Rocha, mientras que Miriam Ribeiro la considera obra de
algún seguidor de su estilo. Se deba o no al maestro, este cielo raso es comparable al
triunfo de la Inmaculada de la cubierta de la iglesia de Concepción de la Playa en
Salvador de Bahía, obra de Rocha. Un rico programa de arquitectura en perspectiva,
formado por entablamentos y arcos, es el escenario que acoge las representaciones
de los padres de la iglesia, papas, arcángeles trompeteros y ángeles con guirnaldas de
flores, combinados con medallones con escenas de la vida de San Francisco. En el
centro de la bóveda aparece el triunfo del padre seráfico bajo la protección de la
Virgen María, rodeado de santos y mártires de su orden.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 243
244 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
APÉNDICE DOCUMENTAL
mos, especialmente en el estudio de las cabezas, tanto en las barbas abundosas como
en los turbantes de gusto oriental; Bazin señaló también que los adornos de las orlas
de los mantos no son del estilo decorativo del siglo XVIII, sino de la moda renacen-
tista. Sebastián, por su parte, indicó que el Aleijadinho pudo conocer la serie de Jode
y especialmente los profetas de Carel de Mallery, anteriores a 1635.
Ahora, subamos la escalinata y veamos de cerca de los profetas de Congonhas;
leamos su mensaje a nivel iconográfico. En el inicio aparecen frontalmente Isaías y
Jeremías, apoyados en grande filacterias, a manera de pilastras y escudos: ellos están
guardando la puerta mística de la representación alegórica. Isaías es el primero de los
profetas mayores que hizo el anuncio clarividente del Mesías; la inscripción alude a
la llamada de Isaías al ministerio profético, por tanto, debe de purificar sus labios con
un carbón ardiente, tomado del altar del templo por un serafín. Jeremías es el segundo
de los profetas mayores y por sus trabajos y dolores fue considerado el profeta de la
Pasión, en su filacteria alude al anuncio de la cautividad y se lamenta del desastre de
Judea y de la ruina de Jerusalén. Significativa fue la colocación de tales profetas en
el umbral de la terraza: uno se lamenta de la ruina del pueblo elegido, que no quiere
ir hacia Dios, y el otro siente con ardor su misión profética. Al pie del primer tramo,
con escalera en dos sentidos, tenemos a Ezequiel (derecha) y a Baruc (izquierda). El
primero muestra su rostro de hombre iluminado de acuerdo con la visión que tuvo de
la gloria de Dios, que se le apareció en un carro triunfal de fuego, tirado por cuatro
animales alados. Baruc está en posición frontal, además de predicar la Encarnación
de Cristo, anuncia el fin del mundo, según dice la filacteria. Al llegar la escalinata al
adro, ya frente a la puerta de la iglesia están Daniel (izquierda) y Oseas (derecha). La
colocación del primero en lugar tan estratégico está bien pensada, ya que su mismo
nombre indica es el teóforo, y los teólogos vieron en él una prefigura de Cristo;
Daniel anunció la Crucifixión y por ello es el más próximo a la cima del monte y a
una iglesia dedicada a la Pasión. A sus pies está el atributo del león, como recuerdo
del foso, escena que se interpreta como el triunfo de Cristo sobre la muerte, y a tal
pasaje alude la inscripción precisamente. También la colocación de Oseas pudiera
tener un significado ya que la inscripción alude al matrimonio del profeta con la
prostituta, lo que San Isidoro de Sevilla ya interpretó como una prefigura de la unión
de Cristo con la Iglesia.
Ante el adro y a los extremos tenemos dos profetas similares por su carácter
anunciadores del fin del mundo: Jonás (izquierda) y Joel (derecha). El primero es uno
de los pocos que tiene atributo, la ballena, en cuyo vientre estuvo tres días y tres
noches, que es el tiempo que Cristo estuvo en el sepulcro. En cuanto a Joel es el
profeta del Juicio Final, y en su filacteria se alude a la plaga de langosta y se hace
una exhortación a la penitencia ante la inminencia del supremo juicio. Al extremo
izquierdo de la terraza están los profetas Amós y Abdías; el primero, según la inscrip-
ción, antes de ser profeta fue pastor, y su mensaje conlleva la idea de la conversión
ante la venida del Hijo de Dios. Abdías señala la ruina por sus crímenes, por ello
levanta el brazo derecho para indicar que llegará el día de Yavé cuando los malvados
serán castigados. Finalmente, al extremo derecho de la terraza están los profetas
Nahum y Habacuc, el primero recuerda en su inscripción la ruina de Nínive, cuyos
crímenes recuerda en versos grandilocuentes, e invita a la conversión y a la peniten-
248 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
cia. Habacuc, que levanta su brazo para señalar en los cielos a Dios, cuya providen-
cia gobierna en el mundo, incluso a los sabios caldeos, de los que habla en la filacte-
ria.
Todo lo dicho responde a una lectura iconográfica, mas el conjunto parece obede-
cer a una idea más profunda. Parece ser que en Congonhas do Campo, como en otras
creaciones de la Contrarreforma está clara una huella de tipo místico, ya que las artes
plásticas de este periodo muestran generalmente la evolución del pensamiento espiri-
tual. Poco sabemos del mecenas, el minero portugués Feliciano Mendes, que se había
enriquecido con las minas de oro; en 1757 se encuentra gravemente enfermo y deci-
de tomar el hábito de ermitaño para consagrar el resto de su vida a la construcción de
un santuario; en su mente tiene el modelo portugués de Bom Jesús de Matozinhos,
pero la muerte le sorprendió en 1765. Parece esbozarse la hipótesis de que en Con-
gonhas do Campo se trató de reflejar un aspecto importante de los grados de la vida
mística, lo que fue habitual en tantos tratados de la Contrarreforma, que presentan la
vía unitiva como la gran victoria del alma que sigue a Cristo en su Pasión. Es una
forma especial de la vida espiritual, la vida reparadora, propia de los perfectos, que
buscan la unión con Dios a través del sufrimiento y de la oración.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 249
CAPÍTULO OCTAVO
LAS APORTACIONES ARTÍSTICAS DE FILIPINAS
El relevante papel que jugaron las artes plásticas en el proceso de formación del
archipiélago filipino, está íntimamente vinculado con la aparición de la ruta transpa-
cífica del Galeón de Manila desde el año 1565 y hasta 1815. No obstante su análisis
ha de prolongarse hasta el fin de la presencia española en las islas en 1898, ya que
serían numerosos los episodios de intercambio que se producirían en esos últimos 83
años.
Al hablar de las aportaciones artísticas del archipiélago filipino debemos dirigir
nuestra atención a la época de mayor esplendor que conocieron las islas, coinciden-
tes con el establecimiento de la línea del Galeón de Manila, también conocido como
la Nao de China. Filipinas no era un territorio rico en piedras preciosas ni en oro, a
diferencia de otras posesiones españolas, pero en cambio era un enclave privilegiado
en cuanto a su situación estratégica en el Pacífico, en el que confluían algunas rutas
comerciales del sudeste asiático.
Este intercambio al que se encontraba expuesto el archipiélago, a partir del siglo
XVI no se limitó exclusivamente a la presencia de lo asiático. La inserción de Filipi-
nas en la ruta más amplia que unía a éstas con España a través de América, repercutió
en el enriquecimiento de las influencias a las que se vieron expuestas. Durante más
de trescientos años el Galeón de Manila fue una prolongación de la ruta de la Carre-
ra de Indias que garantizaba el contacto comercial entre América y Europa. En ese
sentido, Acapulco acaparaba la llegada de productos desde Asia y a través de la ruta
interior que la comunicaba con la ciudad de Veracruz, éstos se incorporaban al con-
junto de puertos caribeños que abastecían los mercados del Viejo Continente.
Todo ello nos lleva a plantearnos la cuestión de cuáles fueron los intereses espa-
ñoles en las islas, teniendo en cuenta el coste tan elevado que suponía su manteni-
miento, lo cual no hubiera sido posible sin la aportación de recursos humanos desde
Nueva España. En primer lugar no debemos olvidar que la comunidad religiosa con-
sideraba necesario continuar con la labor catequizadora iniciada en el Nuevo Conti-
nente, no tanto en el archipiélago filipino como en la vecina China, para lo cual
250 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
arribaron a las islas, que eran el perfecto trampolín para su aventura asiática, aunque
ésta, a pesar de las constantes incursiones de los misioneros españoles nunca se hizo
realidad.
En segundo lugar, la nueva ruta creada por el gobierno del Galeón de Manila,
aunque no pretendía, como hemos comentado antes, explotar económicamente los
recursos inexistentes del archipiélago, si fue un medio indispensable para el enrique-
cimiento de las arcas españolas gracias al comercio de objetos exóticos orientales
que estaban tan de moda en Occidente, y de los vecinos de Filipinas, concretamente
de Manila, pues estaba estipulado por ley que los únicos que podían desembarcar las
mercancías eran los que habitaban allí, oriundos o no, siempre que llevaran un tiempo
de unos diez años en la islas, para evitar la picardía de los comerciantes.
La importancia del Galeón de Manila va más allá del nuevo medio en el que se
convirtió de intercambio de productos de primera necesidad y objetos artísticos, ya
que permitió difundir la religión católica gracias a los contingentes de misioneros que
llegaron desde el comienzo. La evangelización del archipiélago fue iniciada por los
agustinos en 1565, ya que el descubridor de la tornavuelta, viaje de regreso desde el
archipiélago a América por el Pacífico, Andrés de Urdaneta, pertenecía a esta orden.
Fue continuada por los franciscanos en 1578, que no se limitarían a la simple evange-
lización de Filipinas, sino que lo intentaron en China, lo que les costó el martirio de
aquellos que encabezaron las distintas expediciones. Posteriormente se les unieron
los jesuitas en 1581, y en 1587 los dominicos, incorporándose en 1606 los agustinos
recoletos. La labor misional fue llevada a cabo por un alto número de religiosos,
siendo aproximadamente 2830 agustinos, 2694 franciscanos, 2318 dominicos, 1623
recoletos de San Agustín y 718 jesuitas.
Las cinco órdenes eclesiásticas tenían en Manila su convento principal, donde
vivían los religiosos de cada congregación, desde donde irradiaron la evangelización
a todo el archipiélago creando sus Provincias religiosas. La de los agustinos se llama-
ba del Santísimo Nombre de Jesús, la de los franciscanos era la de San Gregorio
Magno, y por último la de los dominicos denominada del Santísimo Rosario.
No sólo fue la influencia religiosa primordial en la formación de un arte filipino autóc-
tono, sino que el origen asiático de los objetos, preferentemente de China y Japón, que
viajaban en las naves que llegaban principalmente a Manila, incentivó a que muchas de
las piezas elaboradas en Filipinas tuvieran un alto componente orientalizante que vere-
mos más adelante en el análisis de las mismas. De hecho los artesanos que ejecutaban los
encargos españoles desde el inicio de la presencia española en Filipinas fueron chinos,
conocidos como sangleyes. El término se piensa que procede o bien de la expresión china
shanglai «los venidos a comerciar», o del término sengli, que significa «comercio» en el
dialecto minnanhua de Fujian. También pudiera derivar de la expresión china changlai, es
decir, «los que vienen con frecuencia».
Los sangleyes imitaban las formas que veían en los grabados y estampas que
llegaban de manos de los misioneros españoles aunque adaptándolas a una estética
eminentemente asiática.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 251
2. PINTURA
No son pocos los autores que señalan el carácter religioso de la pintura filipina
hasta el siglo XIX, en clara alusión a su función como instrumento adoctrinador que
jugaría desde los primeros momentos de la presencia española. En este sentido, las
decoraciones de los interiores de iglesias se convertirían en uno de los capítulos más
interesantes de los que por desgracia nos han llegado pocos ejemplos, en algunos
casos gracias a sucesivas restauraciones o reelaboraciones que nada tienen que ver
con sus iniciales programas.
En líneas generales podemos decir que la tendencia pictórica en los interiores de
iglesias filipinas es a ocupar toda la superficie. Los motivos decorativos tienden a
crear programas unitarios que tienen por objeto recrear grandes escenografías, claro
complemento a los desarrollos de la liturgia en estos interiores.
En uno u otro caso se copiaron los modelos que llegaban desde América y España a
través del galeón, para lo que se emplearon en algunos casos lienzos que funcionaban
como referente visual directo, tanto compositivo como cromático, además de los grabados
254 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
que al ser en blanco y negro dejaban mayor libertad al artista para adaptar cada uno de los
elementos al gusto, técnica, fantasía y tradición de la isla. En este aspecto, de nuevo
tenemos que tener en cuenta, que parece ser que los primeros en ser los elegidos para
adaptar estos motivos a los interiores filipinos, básicamente por su capacidad de trabajo y
de asimilación de los nuevos elementos, serían los sangleyes. A éstos los sustituirían los
filipinos que acabarían definiendo una escuela en la que las características pictóricas se
definirán por su frontalidad, estatismo y una expresividad ciertamente medieval en la que
importará más lo que se representa que el cómo se hace.
Desde un punto compositivo debemos hablar de la creación de verdaderas qua-
draturas, que ocuparan tanto las paredes, techos y bóvedas de las iglesias como solo
los paramentos verticales, definiendo espacios que serán ocupados por todo un re-
pertorio iconográfico cristiano destinado al adoctrinamiento del fiel. Los edificios
con cubiertas de madera ofrecen una mayor continuidad en el elemento decorativo,
mientras que los escasos ejemplos en los que se puede percibir un interior de fábrica,
la articulación del mismo favorece composiciones compartimentadas no solo pictóri-
camente sino también de un modo físico.
Los ejemplos que podemos destacar en pintura decorativa son los de la iglesia de
San Agustín en intramuros, siendo ejecutado el proyecto por los escenógrafos italia-
nos Giovanni Alberoni y Cesare Dibella en el siglo XIX, siguiendo la técnica del
trompe-l´oeil, que se refiere a la ilusión óptica creada de modo que parezca real lo
que esta simplemente pintado.
Ejemplos de techumbres en madera los podemos encontrar en la iglesia de San
Miguel en Argao, construida en 1738 y en la que hallamos una magnífica bóveda
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 255
3. ESCULTURA
Sin duda dentro del conjunto de las artes plásticas filipinas va a ser en el campo
de la escultura donde se conserven los ejemplos más bellos y reveladores del arte
filipino, destacando la escultura en marfil por su delicada talla, aunque no nos pode-
mos olvidar de los ejemplos de escultura en madera, tanto la exenta como los conjun-
tos retablísticos.
Una de las primeras imágenes que inspiraron modelos posteriores va a ser la en-
contrada por Legazpi en 1565 cuando se establece en la isla de Cebú. Se trata de la
conocida como Santo Niño de Cebú, escultura que llevaron los expedicionarios al
mando de Magallanes. Su hallazgo se consideró por tanto un hecho milagroso, ya
que se había conservado durante todo este tiempo, al cuidado de los habitantes de la
isla.
Muy pronto los sangleyes comenzaron a tomar referentes de las imágenes que
llegaban a Filipinas, aunque modificando el material en el que trabajaban. Tallaban en
marfil en lugar de en madera, lo que condicionó la pieza en cuanto a movimiento,
detalle y estatismo.
Además tomaron las historias bíblicas que predicaban los sacerdotes, para reinven-
tar la imaginería cristiana aportándoles matices orientales, surgiendo así unas imáge-
nes de vírgenes parecidas a las deidades femeninas de Kuan Yi e incluso la imagen
del Buen Pastor como la representación de la primera meditación de Buda.
El marfil llegó a Filipinas fundamentalmente desde África e India, fundamental-
mente. Los galeones de Manila transportaban los colmillos de elefante a Acapulco,
introduciendo así este material a los escultores americanos, en un momento en el que
incluso el mismo se extenderá por Japón para la realización del netsuke, especie de
tope que se utiliza atado a un cordón para suspender de la cintura todo tipo de
pequeños objetos tales como la bolsa de monedas, la pipa de fumar, etc.
Hay que aclarar que fueron los chinos los que iniciaron la producción de imágenes con
iconografía cristiana a mediados del siglo XVI para los portugueses en Macao o Cantón.
Cuando los españoles en 1565 llegaron a Filipinas comenzaron a comerciar con los mer-
caderes chinos de las costas de Fujian, mostrándoles para realizar las tallas grabados
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 261
europeos, de tal forma que los primeros marfiles procedían directamente de China hasta
que pronto se formó la colonia china de Manila, los conocidos como sangleyes, que
iniciaron la producción de objetos en manos chinas pero en suelo filipino.
La realización de estas esculturas de marfil por parte de los sangleyes, les daba a
estas singulares piezas un particular aspecto orientalizante, normalmente traducido
en los ojos achinados de gruesos párpados superiores, narices achatadas en el extre-
mo en dos gruesas aletas, pequeños pliegues en el cuello y los pies más rechonchos,
a la par que la aparición de nubes voluptuosas y redondeadas en las peanas, una
influencia que se aprecia sobre todo en las obras del siglo XVI y principios del XVII.
Más avanzadas cronológicamente, en los siglos XVII y primera mitad del XVIII,
aparecen piezas con rasgos occidentalizantes que se aprecian en el excesivo movi-
miento de sus vestiduras, las fosas nasales perfiladas, desaparecen los ojos tan rasga-
dos y aparecen con mayor policromía.
A finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, se comienzan a superponer ele-
mentos como las pelucas, ojos de cristal, bordados, excesiva coloración de los labios
en color carmín, etc; para darle una mayor sensación de vida, a lo que se suma el
hecho de que aumente el tamaño de las esculturas.
Finalmente también se aprecia la influencia de la escultura andaluza, centrada
principalmente en la obra de Juan Martínez Montañés, que pasó a Nueva España y
de ahí a Filipinas, donde encontraremos imágenes de Niños Jesús sorprendentemente
parecidos a los de este escultor, principalmente del que se conserva en el Sagrario de
la Catedral de Sevilla.
La temática que se representa en estas piezas de marfil hispanofilipinas, está ínti-
mamente relacionada con la iconografía cristiana. El crucificado es el principal de
ellos, ya que es el eje de la fe católica. Muchos aparecen en el momento de la
Expiración, con los brazos extendidos en horizontal sobre la cruz y cubiertos por un
paño de pureza que o bien se sujeta con un pliegue remetido en medio de la cintura
o se realizan como una especie de delantal sujeto por dos moñas a los lados. Sus
modelos pudieron ser los grabados flamencos de Martín de Vos.
El modelo de los Cristos Moribundos, también muy abundantes en la eboraria filipina,
habitualmente son de talla fina y delicada, con la cabeza baja y sin corona de espinas,
mostrando una fisonomía más delgada que los expirantes y un desnudo más tenue. Su
paño de pureza difiere según el ejemplar, pero habitualmente presentan la clásica decora-
ción con color dorado cobrizo. En algunos casos las cruces se decoran con enconchados
o mejor dicho con el makie japonés, que es de donde se piensan vienen estas cruces que
quizás fueran realizadas por japoneses asentados en Filipinas.
Una de las manifestaciones de Cristos más populares fueron las virinas, palabra
procedente del término español vitrina, realizadas con figuras muy delgadas, con
pelucas y demás ornamentos, metidos dentro de un recipiente de cristal.
El arte filipino repudia lo sangriento y la violencia, evitando por ejemplo numero-
sas representaciones de Calvarios, y si se representan lo hacen solo con Cristo, la
Virgen y San Juan. En cambio las figuras marianas en marfil constituyen uno de los
apartados más interesantes de la historia del arte filipino. Aparecen distintas advoca-
ciones, destacando generalmente la de la Virgen con el Niño o la Inmaculada, en las
que sobresale la policromía de sus mantos.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 263
En general todas las imágenes marianas presentan el entalle que recoge hacia la
espalda los vuelos del manto por detrás, cuya interpretación más o menos esquemá-
tica depende de la cronología en la que se documente la pieza. El tipo iconográfico
mariano más interesante es del siglo XVIII: son Vírgenes cubiertas por un corto velo
separado del rostro hacia atrás, cuyos mantos se enrollan a sus cuerpos de forma
angulosa y cubren su superficie de motivos florales.
La representación del Niño Jesús tiene en general carácter devocional debido a la
escasez de noticias evangélicas sobre la infancia de Cristo. Fue un tema muy querido
en el barroco que vio en la niñez desvalida del Salvador uno de los motivos de
meditación, frecuente en la mentalidad contrarreformista.
El Niño en pie como Salvador del Mundo quizá tuvo su origen en la devoción al
Niño de Cebú, pero en su evolución posterior presenta una clara influencia del Niño
del Sagrario montañesino, del que llega una copia a Ternate, en Filipinas, desde
Acapulco en 1663.
La interpretación del Niño Jesús dormido o de cuna, desnudo o vestido, con los
ojos abiertos o cerrados, generalmente sin pelo y rollizos, fue más común en el área
portuguesa y su influencia llegó a Filipinas a cuyo arte corresponden piezas de
extraordinaria belleza encontradas en España.
Sin duda el santo que aparece con mayor énfasis es San Miguel, al ser símbolo del
triunfo de la Iglesia sobre la herejía. Junto a él destaca San Sebastián como santo
sanador contra la peste, lo que propició que apareciera en la eboraria filipina, San
Juan Evangelista con su tradicional iconografía tomada de modelos europeos con un
vestido de pieles y un cordero a sus pies. Incluso Santiago Matamoros, gozó de una
gran veneración en Filipinas, pues simbolizaba la protección contra los piratas musul-
manes que siempre amenazaban a los cristianos.
También son muy comunes las representaciones de los santos de las distintas órdenes
religiosas que se asientan en Filipinas, siendo innumerables las de San Francisco, Santo
Domingo, San Ignacio de Antioquia, etc. Son muy bellas igualmente las representaciones
de Santa Rosa de Lima, con hábito de dominica y corona de espinas.
La escultura hispanofilipina no domina el arte de la composición por lo que es raro
encontrar grupos de figuras exentas antes de finales del XVII y XVIII, cuando se
occidentaliza la eboraria filipina, apareciendo conjuntos de Sagradas Familias y algu-
nos belenes. Otras obras de gran interés son los trípticos o altarcillos con relieves en
los que se muestran los temas más complejos en la interpretación doctrinal y en la
consecución de sus composiciones. Estos temas abarcan desde los evangélicos como
el Nacimiento y otros, hasta el Juicio Final, pasando por los de contenido teológico
como la Trinidad o el de Barca de la Iglesia.
En esta tipología de tallas hay que destacar las esculturas que llevan marfil en su
composición pero solo en algunas zonas, por un lado se emplea la madera con ros-
tros, manos y pies de marfil y por otro las imágenes de vestir, aspecto que ya hemos
comentado en el apartado de la escultura en madera.
En las imágenes de vestir, que precisamente fueron las primeras que se realizaron
en Filipinas, destaca la Virgen del Rosario de los dominicos de Manila. La técnica
debió continuar limitada a la obtención de figuras procesionales, como es el caso de
un nazareno que se encuentra en el Museé de la Picardie en Amiens (Francia).
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 265
MANOS.
4. ARTES INDUSTRIALES
4.1. Bordados
El continente asiático no sólo fabricaba excelentes sedas, sino que además las
adornaba con una gran diversidad de bordados, propios de las prendas de exporta-
ción, puesto que para la población china, era impensable adornarse con sedas tan
coloristas y llamativas.
En un primer momento estos complementos se fabrican en Cantón, predominando
la seda bordada y las piezas de vestidos bordados. Estas se transportaban a Manila,
desde donde se extendían al continente americano y a la metrópoli. Con el tiempo los
comerciantes chinos se establecieron en San Fernando (Filipinas), desde donde se
centralizó el mercado de la seda bordada hacia Occidente.
No en vano realizan encargos los numerosos misioneros españoles que están ubi-
cados en Filipinas, dando lugar a la aparición de casullas, dalmáticas, capas pluviales,
etc., bordadas con escudos de las diferentes órdenes religiosas. Los bordadores chi-
nos no pudieron abarcar toda la producción por lo que es muy probable que enseña-
ran la técnica a los filipinos, que con el tiempo realizarían un bordado más grueso,
voluminoso y tosco característico y resultado del cambio de los hilos para bordar las
sedas. En la actualidad los siguen realizando las experimentadas manos de las borda-
doras filipinas.
Los ejemplos más significativos de las producciones bordadas en seda van a ser
fundamentalmente los ornamentos litúrgicos vinculados a la doctrina cristiana y los
mantones llamados de Manila, sin duda con matices más populares.
4.2. Orfebrería
Por lo que respecta a la orfebrería es un campo aún desconocido del arte filipino
no sólo por la dificultad en su localización y documentación, sino además por la
similitud estilística con piezas novohispanas.
Las mínimas referencias a un gremio de plateros en Filipinas nos provocaban interro-
gantes sobre los artesanos y el origen de las piezas, aunque existen documentos revelado-
res con respecto a este tema, como el Informe acerca de la conveniencia o no de la
expulsión de los sangleyes chinos, que residen en Filipinas, redactado el 20 de junio de
1682 en Manila, en el que se comenta lo siguiente: «(...) Todo lo que trabajan es comenda-
do y entregándoles por delante la plata, no por cuenta sino pesada, y las obras que hazen
(excepto Philigranas) demas de ser tosquísimas. Entre los indios ay mui buenos Plateros
[...] ala Philigrana la hazen más delicada primorosa y firme».
268 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
TACLOBO.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 269
Es evidente por tanto que aunque los sangleyes iniciaron este oficio fueron los
filipinos nativos lo que lograron una mayor perfección en técnicas como la de la
filigrana.
Finalmente hemos de señalar la presencia de unas curiosas almejas gigantes que
aunque en Filipinas no tenían una funcionalidad estética a su llegada a España se
convirtieron en objetos presentes en la liturgia cristiana. Estos taclobos como se les
conoce en Filipinas, se utilizan aquí como pilas de agua bendita, y se encuentran en
la actualidad repartidas por diversas iglesias de España, como en el Santuario de la
Virgen de la Montaña en Cáceres, en la Parroquia de San Vicente Mártir en Vitoria,
en Nuestra Señora de Gracia en Granada, Santa María de Carmona y Santa Cruz de
Écija entre otras.
270 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Dentro de los estilos en los que se suele dividir la producción de santos filipinos,
está el popular, conformado por toda aquella producción de artistas no profesionales
que adquiere la categoría de informal, por cuanto presentan unas reglas compositivas
en las que dominan la asimetría, ciertos anacronismos que buscan ante todo hacer
reconocible a la imagen y una clara tendencia a la desproporción de los cuerpos.
San Juan Bautista se representa con el cabello peinado hacia atrás, barba y bigote,
y con una tonalidad de piel que nos habla de la asimilación por parte de la población
filipina de este santo como uno más de su raza.
La vestimenta nos muestra esos anacronismos propios del estilo popular, ya que
no trasciende nada de la personalidad del personaje. Éste aparece con un vestido
ceñido por un cinturón y una túnica roja que sujeta a éste que cae desde el hombre
derecho, sujetándola con el brazo.
APÉNDICE DOCUMENTAL
En la ysla de çubu de la felipinas del poyente de su mag.d a diez e seys dias del
mes de mayo de myll e quinientos y sesenta e cinco años el muy yllustre señor
myguel lopez de legaspi governador e capitan general por su majestad de la gente e
armada de descubrimiento de las yslas del ponyente por ante my fernando rriquel
escribano de gobernación de las dichas yslas, dixo que por quanto el dia que los
españoles entraron en esta dicha ysla e pueblo de çubu que fue el sabado veynte e
ocho de abril deste presente año después de aver desvaratado los naturales de este
pueblo y que lo dexaron desmamparado y que se fueron huyendo la tierra adentro
en una de las casas de las mas pobres moderadas e umildes y pequeña y de poco
aparato donde entro juan de camuz natural de bermeo marinero de la nao capitana
hallo en ella una ymagen del nyño Jesús en su caxeta de madera de pino y con un
gorron de flueco belludo de lana colorada de los que hazen en flandes y su camysita
de bolante y los dos dedos de la mano derecha alçados como quien bendize y en la
otra izquierda su bola Redonda su cruz y su collarico de estaño dorado al cuello la
qual dicha caxuela e ymagen del niño Jesús esta metida en otra caxa de madera de
las desta tierra y liada con un cordel por encima y luego que la obo hallado llevando-
la en las manos con su caxeta…
CAPÍTULO NOVENO
LA PINTURA DE TEMÁTICA HISTÓRICA
1. INTRODUCCIÓN
Otro aspecto de gran desarrollo en las primeras décadas del XIX fue la utilización
de alegorías, independientes o incorporadas a una escena histórica. A esta vertiente
también le cupo la doble mirada, académica y popular. Una de las representaciones
que aparece con mayor profusión es aquella en que se reconocía a América, una
indígena emplumada, con carcaj de flechas y faldellín de plumas como atributos más
salientes, sentada por lo general sobre un caimán y a veces acompañada de un cuer-
no de la abundancia, sobre todo utilizado en la época de la Independencia para
vincular las nuevas historias de las naciones nacientes a la idea de riqueza y de
progreso. Esta imagen de América, que veremos aparecer también en varios monu-
mentos públicos dedicados a Cristóbal Colón, fue adaptada a los ámbitos nacionales
convirtiéndose en la imagen de México o, como muestra una lámina de Melchor
María Mercado, en Bolivia, de cuya cabeza el Mariscal Sucre hace nacer las ciencias
y las artes (1841).
Entre las alegorías militares, surgidas a posteriori de las batallas, es habitual ver en
las mismas elementos como tambores, bayonetas, banderas, estandartes, ruedas de
carros de combate, etc., que simbolizaban las victorias. Esto es frecuente no solamen-
te en las escenas de época, sino también en las pinturas de historia realizadas a finales
del XIX sobre hechos pretéritos, lo cual demuestra la infiltración y continuidad de
estas alusiones en el arte de las academias americanas en su momento de mayor
esplendor. Existen representaciones militares en las cuales, dentro de un marco ale-
górico-simbólico, se integran las efigies de los generales vencedores, a manera de
medallones, reservándose lugar de preminencia a los más importantes. Es el caso del
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 285
En el caso de la pintura los ejemplos son harto frecuentes. Bajo tintes populares
podríamos señalar, en Colombia, La muerte de Santander (1841) pintada por Luis
García Hevia, obra que se encuentra expuesta habitualmente en el Museo Nacional
de Colombia, en Bogotá, y en donde el héroe aparece en su lecho de muerte rodeado
por sus subalternos, amigos y autoridades civiles y religiosas; cada uno de estos
personajes aparece perfectamente individualizado, inclusive uno de ellos, de perfil,
manifiesta la marcada inclinación del artista por la caricatura, rasgo bien conocido.
En el mismo país, Pedro José Figueroa fue autor de una singular obra, La muerte de
Sucre (1835), en cuya escena incluye la figura de un leopardo a manera de velada
denuncia, tomando partido en un crimen no del todo aclarado, y que Figueroa inter-
pretó crípticamente representando con ese animal a quien el consideraba sospechoso,
José María Obando, llamado «El tigre de Berruecos», tal como apuntó la historiadora
Beatriz González.
Como hemos expuesto, el gran momento de la pintura de historia en Iberoamérica
fueron las tres últimas décadas del siglo XIX y los primeros años de la centuria
siguiente. Esta temática, ligada directamente a la actividad académica, se potenció
desde los centros europeos en donde junto a otras temáticas como la llamada «pintu-
288 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
3. LA CONQUISTA
En los párrafos introductorios de este capítulo habíamos señalado como los temas
de la conquista habían estado presente en el arte virreinal, a través de obras como los
«enconchados» de Miguel González en México. En el XIX este periodo histórico
como tema de representación plástica alcanzará nuevas cotas de importancia, vincu-
lado al nuevo horizonte nacionalista mexicano en el que sobre España y lo hispano
planeó durante las décadas que siguieron a la Independencia mexicana una verdade-
ra leyenda negra. Se escribieron entonces historias de México en las que directamen-
te se pasaba del período de inicios de la conquista a la Emancipación, dejando de
lado y sin efecto alguno los largos siglos de «edad oscura» que habían significado la
presencia española en América.
Las visiones negativistas del período de la conquista contrastaban con una mirada
idealizada y no exenta de directa vinculación al clasicismo mitológico, que se aplica-
ba al pasado prehispánico. En México, y algo menos en Perú, lo precolombino como
temática de la pintura de historia alcanza una entidad propia y de fuste comprobado.
Esta visión potenciadora de una historia lejana, fue construida con una clara inten-
cionalidad de subjetivizar un pasado llamado a servir como modelo a los nuevos
rumbos políticos. Obras como El Senado de Tlaxcala (1875) de Rodrigo Gutiérrez, o
El Descubrimiento del pulque de José María Obregón, nos traen reminiscencias de
una época pretérita que en cierta medida debía reinventarse con nuevas interpreta-
ciones visuales.
Enfrentado a ello, las dramáticas visiones de la conquista que quedan ejemplifica-
das en obras como el dantesco Episodios de la conquista (1877) de Félix Parra o El
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 291
4. LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA
mento. Respecto de los venezolanos, podemos señalar en concreto el caso del citado Tito
Salas, que en sus pinturas llevadas a cabo para el Salón Elíptico del Panteón Nacional,
representa en varias escenas la vida de Bolívar, y curiosamente el prócer aparece en casi
todas ellas, independientemente de la época en que se produjeran, con la misma fisonomía;
esto responde a la concepción de que los grandes hombres debían representarse con la
edad correspondiente al momento culminante de sus actos heroicos, transmitiendo una
imagen vigorosa de los mismos.
5. LA CONTEMPORANEIDAD
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Nacido en 1840, Cándido López se desempeñó desde temprana edad como pin-
tor y fotógrafo (realizó sobre todo retratos al daguerrotipo), realizando varios itine-
rarios dentro la provincia de Buenos Aires. Estas labores le permitirían adiestrar
una mirada fotográfica, en tanto minuciosa, cuyas consecuencias estarían presentes
en sus obras más destacadas, las que realizó sobre la Guerra del Paraguay a partir
de apuntes a lápiz tomados directamente sobre el terreno. De sus primeros años se
conocen muy pocas obras, entre ellas el retrato que le hizo al general Bartolomé
Mitre en la ciudad de Mercedes, poco después de haber sido elegido presidente de
la Nación. Al comenzar la guerra, se alistó en el ejército de la Triple Alianza (Brasil,
Argentina y Uruguay) con el grado de teniente segundo en el batallón de volunta-
rios de San Nicolás, participando en varias batallas donde tomó los citados apun-
tes. En septiembre de 1866, en la batalla de Curupaytí, una granada le hirió la mano
derecha con tal gravedad que fue necesario amputarle el brazo. Años después, y
habiendo educado el brazo izquierdo, comenzó a pintar sus obras reconstruyendo
las batallas, los campamentos, los paisajes en los cuales le había tocado actuar. La
representación de las vicisitudes de la guerra fue de tal fidelidad que el propio
Mitre no dudó en afirmar que «sus cuadros son verdaderos documentos históricos
por su fidelidad gráfica y contribuirán a conservar el glorioso recuerdo de los
hechos que representan».
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 297
José Guadalupe Posada fue una de las figuras más sobresalientes e influyentes del
arte mexicano contemporáneo. Inició estudios de dibujo con Antonio Varela, colabo-
rando luego como aprendiz de litografía en el taller de grabado de Trinidad Pedrozo
(1870). En el semanario El Jicote, dirigido por Pedrozo, publicó sus primeros anuncios e
ilustraciones satíricas, definiendo gradualmente un estilo de características singulares.
Dictó clases de litografía en las Escuelas de Instrucción Secundaria de León, Guanajua-
to (1884). Instalado en México, abrió taller propio en 1888 editando e ilustrando el
periódico La Patria Ilustrada, e incorporándose al año siguiente a la editorial de Antonio
Vanegas Arroyo trabajando en el departamento de grabado, actividad que llevó a cabo
hasta su muerte. Su producción se calcula en unos 20.000 grabados, realizados la
mayoría de ellos sobre zinc, técnica que introdujo en 1895. Entre sus motivos sin duda
fueron las «calaveras» las más afortunadas, alcanzando gran difusión popular en el
último cuarto de siglo, describiendo gráficamente a través de las mismas, vidas de san-
tos, leyendas, milagros, corridos y caricaturas de la sociedad de su momento. Realizó
láminas para la llamada Biblioteca del Niño Mexicano, estampas destinadas a introducir
a los escolares en los conocimientos de la historia de su país, rescatando hechos y
personajes desde la época prehispánica. En las dedicadas a los tiempos de la conquista
manifiesta su más acendrada crítica a la acción de los españoles, en consonancia con las
corrientes antihispánicas que, en el caso de la pintura, mostraron inequívocos testimo-
nios como Escenas de la conquista (1877) de Félix Parra o El suplicio de Cuahtémoc
(1894) de Leandro Izaguirre. La estampa que muestra a Fray Bartolomé de las Casas
como protector de los indios es una de las escasas visiones positivas de aquella época y
manifiesta su vinculación a una de las pinturas más conocidas de Parra, realizada sobre
el mismo tema en 1875.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 299
La Fundación de Buenos Aires, obra paradigmática del español José Moreno Car-
bonero, fue encargada por el gobierno de dicha ciudad, siendo expuesta en 1910
durante la Exposición del Centenario argentino. El plazo de ejecución con el que
contó el artista fueron muy limitados y las premuras le impidieron ahondar, como era
lo acostumbrado, en el estudio histórico previo. Años después, en 1922, Moreno
Carbonero solicitó al municipio de Buenos Aires permiso para rehacer su obra ale-
gando la posesión de nueva información producto de exhaustivas investigaciones.
El pedido fue aceptado y la obra le fue enviada a España donde realizaría su labor de
corregir las deficiencias históricas. Reconocía como fallas e imperfectos principales el
efecto de la luz solar, la ausencia de indios y, sobre todo, el polémico retrato del
fundador Juan de Garay «cuya figura culminante no está representada en mi obra
como debía ser». La versión definitiva de La fundación de Buenos Aires habría de
convertirse en una de las imágenes con mayor fortuna de la historia argentina.
300 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
APÉNDICE DOCUMENTAL
1. HABER, Alicia. «Juan Manuel Blanes. La formación de un artista americano». En: AA.VV.
El Arte de Juan Manuel Blanes. Buenos Aires, Fundación Bunge y Born, 1994, Págs. 42-52.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 301
2. AGÜEROS, Victoriano «El artista mexicano señor Don Félix Parra». En: RODRÍGUEZ
PRAMPOLINI, Ida. La crítica de arte en México en el siglo XIX. Estudios y documentos III
(1879-1902). México, Universidad, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1997, Tomo III, Págs.
165-166.
302 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
...Estudio para una gran alegoría, firmado en junio de 1898 un mes antes de su muerte,
es una de las últimas obras de Michelena y la culminación de su pintura histórica. Reúne
a los próceres de la Independencia en escenografía de inspiración neoclásica, romántica y
académica, en el peristilo de un templo de orden corintio, teniendo por fondo El Ávila.
Ubica a Bolívar en el centro, en la única silla, a la entrada del Panteón, y a su alrededor
Francisco de Miranda y Antonio José de Sucre. En forma simbólica, el ejército libertador
es la amazona que en brioso corcel pisa al león vencido, el ejército español. En primer
plano a la derecha, la joven con la bandera, es el símbolo de la naciente República. Varios
grupos, por ser aún más estudiados, representan a los jefes de las grandes batallas. Adelan-
te y de frente, José Antonio Páez apoyado al pedestal de la estatua, cerca José Félix Ribas
con el gorro frigio, y Manuel Piar. En la parte superior izquierda destaca Luisa Cáceres de
Arismendi, de brazo con Juan Bautista Arismendi; abajo a la izquierda, entre los intelec-
tuales, Andrés Bello, el Canónigo Madariaga, Vicente Salias, y Donjuán Germán Roscio,
que usaba peluca blanca, entre otros. Negro Primero está sentado a la derecha del pedes-
tal. Más atrás, una llama viva y el humo que flota en el aire, y al centro, una Victoria,
alegoría de la gloria, detrás de El Libertador. El Panteón de los Héroes compendia la
pintura histórica venezolana hasta su momento Al igual que para la iglesia católica lo han
hecho los pintores religiosos, dar figura a los personajes para hacerlos conocidos de todos,
Michelena, siguiendo las iconografías de Juan Lovera y de Tovar y Tovar, ubica a los
héroes en un Panteón, fuera de las categorías de tiempo y lugar. Partes del cuadro queda-
ron abocetadas, especialmente rostros La muerte se llevaba a Michelena y él lo sabía, por
eso firmó el cuadro sin terminarlo.
La pintura histórica del siglo XIX en Venezuela, contribuyó a formar lo imaginario,
a desarrollar una ideografía, a tomar conciencia de ser nación y por tanto, a confor-
mar la identidad nacional. Así, Arturo Michelena, pintor, fue a la vez historiador,
educador y hagiógrafo.
Sólo tenía 35 años. A la edad en que muchos empiezan ya había triunfado. Pudo
hacer mucho más. Pero, en 1898 la tuberculosis no tenía remedio. La enfermedad del
siglo romántico, la misma que mató a su amigo Cristóbal Rojas, y al Libertador Simón
Bolívar, con sus fiebres y sudores, con su tos incontrolable, debilitó al hombre cuya
meta era clara, cuya voluntad era férrea, cuya estrella lo guió a la gloria, cuyo destino
fue el triunfo. Donde enviaba un lienzo recibía un premio. No es que los jurados
fueran comprados, que Michelena fuese adulante, como algunos han querido decir,
no, era un hombre de talento superior, de inteligencia aguda, de sensibilidad finísima,
que siempre supo lo que quiso y trabajó para conseguirlo.
Sus restos están en el Panteón Nacional. Su recuerdo está en nosotros. Su esposa
Lastenia, fervorosa guardó su memoria, e hizo de su vida el culto a una obra. El
último gran cuadro inconcluso, donde él no se colocó, le reserva un puesto. Entre las
cabezas abocetadas de El Panteón de los Héroes está la de Arturo Michelena, el
pintor de la Venezuela romántica y heroica de fines del siglo XIX.
Bien pertrechado para emprender la obra, ya me sentí más fuerte. Un breve parén-
tesis de reposo, me sirvió para organizar otra serie de estudios con los grupos de
modelos vivientes. Vestí a los modelos con trajes de aquel tiempo. Trajes auténticos
no había; pero, con la ayuda de un sastre experto y especialista en la materia, hice
confeccionar para cada modelo el traje adecuado a cada personaje. Mi estudio se
convirtió en un pequeño Congreso. Los grupos de modelos se ubicaban de acuerdo
4. ALICE, Antonio. «Los Constituyentes del 53» en la sesión nocturna del 20 de abril.
Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática, 1935, Págs. 26-28.
304 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
con la composición y los hacía mover y accionar y hablar como sí, en realidad, estu-
vieran actuando seriamente, en carácter de diputados, en aquella célebre noche del
20 de abril. Puse, del lado derecho, a los oradores Huergo, Gutiérrez, Zapata, Zavalía,
Gorostíaga y Lavaisse, que hablaron para oponerse al aplazamiento del proyecto,
debatiendo para que la sanción de éste fuera casi inmediata.
Más allá se destaca Facundo Zuvíría, presidente de la Asamblea, que dejó el sitial
al vice 2º, general Ferré. Zuvíría aparece en actitud meditativa, en el instante en que
habla Juan Francisco Seguí —el «poeta de la Constitución»—, cuya oratoria vibran-
te, sonora y decisiva convence a los más reacios y obtiene la mayoría que consagra la
sanción del proyecto.
He colocado a los diputados de modo que pueda vérseles de frente, presentándo-
seme el hermoso motivo pictórico del contraluz, feliz contraste que destaca los pla-
nos en que están las figuras. Al presidente lo he colocado de espaldas, dando así al
espectador una impresión sugestiva y una nota artística de interpretación original. He
roto con el viejo molde que se ve con frecuencia en cuadros de esta índole: la
costumbre de ubicar los sitiales de honor al frente y en el fondo; costumbre que
obliga al pintor a sacrificar a los demás personajes de su argumento, colocándolos de
espaldas, divididos en dos grupos laterales por un camino central que llega, en pers-
pectiva, basta el estrado de la Presidencia. Yo no he querido sujetarme a ese amane-
ramiento porque considero que es la asamblea la que está en acción y que son los
diputados los que deben verse en sus actitudes y en sus gestos, mientras el presiden-
te se concreta a escuchar. Naturalmente que esto me colocó delante de una tarea
terrible, capaz de poner a prueba al pintor retratista, prueba que, con modestia pero
con el orgullo natural de quien justifica su esfuerzo, creo haber dominado. Si muchas
dificultades se me presentaron, me parece que la etapa final, la de los retratos, fue la
más ardua y la más difícil de vencer.
No menos dificultosa me resultó la búsqueda de modelos. Necesitaba tipos de
semejanza fisonómica y también de idéntico volumen. Encontré algunos de parecido
tan notable con mis héroes, que, a veces, vestidos a la moda de su tiempo, asombra-
ban por su semejanza. Pero la tarea de la selección fue también fatigadora y a la vez
delicada. Podría contar muchos casos, acerca de las peripecias que debí correr para
encontrar modelos. Contaré un episodio… Iba yo en un tranvía cuando, de pronto,
encontré a un señor desconocido, cuyo aspecto me asombró por su extraordinaria
semejanza física con uno de los personajes de mi cuadro. El caballero descendió del
tranvía y yo seguí tras él para estudiarlo un rato más. Marchaba rápidamente y yo
discretamente lo seguía. Entró en una casa. Lo esperé. Salió y al salir observó mi
presencia, creyendo, sin duda, que fuera algún sujeto sospechoso. Me fui. Al poco
tiempo, por una rara casualidad, este caballero me fue presentado. Le expliqué el
motivo de mi «persecución». De más está decir que tuve en este caballero un modelo
excelente, pues posó desinteresadamente para el cuadro… Era el ingeniero Antonio
Restagno, de gran parecido con Facundo Zuviría.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 305
CAPÍTULO DÉCIMO
LA ESCULTURA CONMEMORATIVA Y LA NUEVA
IMAGEN URBANA
1. INTRODUCCIÓN
zaba la figura del representado —no era habitual incluir en los mismos palabras sobre
el artista a quien le había cabido la materialización de la estatua—, como asimismo los
homenajes que se realizaban en torno a los mismos en las fechas indicadas en espe-
cial los aniversarios, marcaron una de las pautas de la historia social de las nuevas
naciones.
Fueron pues los gobiernos quienes planificaron estos discursos históricos a través de
la erección de estatuas; ya citamos el ejemplo venezolano, pero indudablemente hay que
señalar como el más destacado el Paseo de la Reforma, en México, cuya monumentaliza-
ción fue promovida en el último cuarto del XIX por el presidente Porfirio Díaz. El conjunto
no se planteó como una narración cerrada sino proclive a ser incrementada con el paso del
tiempo, como concretamente ocurrió a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días. En una
primera fase se fueron sucediendo, de rotonda en rotonda, una serie de personajes signi-
ficativos, unidos a través de una doble línea de personajes representativos de los distintos
Estados del país, a dos por Estado, ubicados a lo largo del Paseo. Las rotondas fueron
ocupadas, en dirección a Chapultepec, por la estatua ecuestre de Carlos IV (hasta su
traslado al emplazamiento actual, frente al Museo Nacional de de Arte), Cristóbal Colón y
Cuauhtémoc, inaugurándose en 1910 la Columna de la Independencia. Para Porfirio el
discurso, según señala la historiadora Verónica Zárate, tenía su punto culminante en el
Castillo de Chapultepec, residencia del propio presidente, como si la historia de México
alcanzase su cenit en él mismo. En el siglo XX, y en dirección contraria, fueron erigiéndose
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 307
La consolidación de las historias nacionales, en las que las obras de arte jugaron
un papel fundamental sobre todo desde un punto de vista didáctico, hurgó en el
pasado prehispánico para sentar las bases de una evolución que llegaba a su punto
culminante en la contemporaneidad. El proceso no fue igual en los diferentes países,
ni por la importancia que se dio en algunos respecto de otros, ni en la cronología de
los emplazamientos. México, sobre todo, y Perú, los dos grandes centros del mundo
prehispánico, tomaron la delantera de un proceso que tuvo su correlato en otros
países como Chile o Uruguay, por citar solamente dos casos.
En el caso mexicano, aquella postura definida por algunos historiadores tras la
Independencia, de ligar el pasado precolombino con la emancipación, «olvidando»
los tres siglos de dominación hispánica como si se tratase de un oscuro paréntesis,
potenció la creación de iconografías basadas en aquellas épocas lejanas. El momento
más singular habría de ocurrir, en cuanto a los monumentos, con la inauguración de la
estatua de Cuauhtémoc (1887) en el Paseo de la Reforma, obra del escultor Miguel
Noreña, donde lo más destacado fue indudablemente la arquitectura del pedestal
realizado en estilo neoprehispánico según diseño del ingeniero Francisco M. Jimé-
nez, consolidando este estilo historicista propiamente americano. En la obra trabaja-
ron otros artistas, entre ellos el escultor Gabriel Guerra, autor del relieve del suplicio
de Cuauhtémoc que años después serviría de referencia a Leandro Izaguirre para su
pintura homónima.
En otros países se erigieron monumentos de temática similar, por lo general más
modestos en cuanto a su significación artística, como el Caupolicán realizado por
Nicanor Parra en Chile, las estatuas de los indios Zapicán y Abayubá, obras de
Nicanor y Juan Luis Blanes, respectivamente, en el Uruguay, y la que vendría a ser la
contrapartida de Cuauhtémoc en el Perú, el monumento a Manco Capac, obra de
David Lozano, inaugurada en Lima en 1926, ubicada también sobre pedestal neo-
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 309
re, los encargos que reciben van en líneas contrarias a la expuesta; recién será con la
siguiente generación, con Victorio Macho, autor del Sebastián de Belalcázar ecuestre
(1938) en Popayán (Colombia), pero sobre todo con Enrique Pérez Comendador,
autor del Pedro de Valdivia en la Plaza de Armas de Santiago de Chile y del relieve
de Martínez de Irala (1965) en los muros de la Catedral de Asunción (Paraguay) entre
otras obras, cuando esta situación varíe sustancialmente.
manifestaba su interés por pasar a la posteridad con los mayores honores, bajo un
concepto que alguien sintetizó en la idea «vivir de segunda, pero morir de primera».
En lo que respecta a las esculturas de mausoleos, podemos esbozar aquí algunas
claves para su entendimiento. En primer lugar señalar que muchas de las composicio-
nes escultóricas que se hallan en los cementerios americanos son copias de obras que
se encargaban a través de catálogos de empresas europeas sobre todo, que circula-
ban con profusión en América. Esto permitía obtener buenos panteones estándar a
precios asequibles, sobre todo para aquellas familias que no tenían los medios sufi-
cientes para hacer un encargo original y único a un artista de prestigio. De ahí que
varios conjuntos tumbales resulten copias de los que se hallan en los grandes cemen-
terios europeos, en especial el Staglieno de Génova (Italia) o el Père Lachaise de
París, entre otros.
Son pues quizá los más interesantes aquellos que fueron realizados por encargo a
reconocidos escultores europeos, primeramente italianos y franceses, sumándose en
torno a finales del XIX algunos españoles como los citados Querol, Benlliure y Blay.
Estas comitancias dieron orígenes a singulares conjuntos como el Cementerio de
Colón, en La Habana (Cuba), al que se define como un «mar de mármol» por la
ingente cantidad de cenotafios realizados en este material, y en un espacio tan exten-
so, que realmente deja en el visitante esa sensación. Otros cementerios importantes
por sus obras artísticas en el continente son el de la Recoleta, en Buenos Aires, y el
Presbítero Maestro en Lima (Perú), el cual ha sido convertido en «Museo» hace
escasos años, testimoniando el creciente interés por este patrimonio.
322 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Los concursos entre artistas fueron el medio que las autoridades civiles consideraron
más acertado a la hora de decidir quién debía encargarse del diseño y construcción de los
monumentos. Uno de los principales problemas que se suscitarían en los certámenes ame-
ricanos fue la ausencia de los artistas más cualificados debido a que en muchas ocasiones
los miembros del jurado, elegidos por aquellas, no reunían la suficiente capacitación para
establecer juicios estéticos como políticos y militares, siendo reducido habitualmente el
cupo reservado a los hombres de artes y letras. En Argentina, Groux de Patty señalaba ya
en 1874 que «Los inconvenientes que se temía encontrar en los concursos eran sobre
todo: por parte de la administración, de no ver figurar en ellos los arquitectos oficiales y
por consiguiente tener tal vez que confiar trabajos de una ejecución difícil a dibujantes
hábiles pero sin experiencia práctica; y por parte de los arquitectos de la administración,
de ver producirse competencias temibles y concurrentes capaces de ser reconocidos
aptos para ocupar dignamente y útilmente su puesto». Otra opinión recogida de un perió-
dico de Buenos Aires en 1897 sentenciaba: «Los concursos, en principio, son excelentes;
pero en la práctica dejan mucho que desear, y suelen ser a menudo causa de que se
adopten obras sin mérito, cuando no mamarrachos. Si en ellos tomaran parte los artistas
más notables, y decidieran sobre el valor de lo presentado, jueces de verdadera competen-
cia —infalibles por su número y su saber— el concurso sería el medio más seguro de no
comprar gato encerrado, y de adquirir, si no obras maestras, por lo menos su aproxima-
ción». Quizá por motivos como los mencionados, muchos de los concursos se llevaron a
cabo íntegramente en Europa, donde a veces la presencia americana en la organización se
limitaba a la intervención de las autoridades consulares para convocarlo, dar las instruc-
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 325
ciones y, en todo caso, dar lugar a personalidades de nuestros países en los jurados. Esta
era una manera de asegurar la participación de renombrados artistas, que acudían ya fuera
por el lógico deseo de perpetuarse artísticamente en otro continente, o en muchos casos,
debido a los jugosos emolumentos que su realización les supondría.
Junto a las figuras de los héroes del pasado, comenzaron a hacerse cada vez más
frecuentes las estatuas erigidas en homenaje a personajes contemporáneos, y ya no
solamente procedentes del campo de la política o de las armas, sino también de las
letras, las artes, las ciencias, la religión y otros personajes de presencia social y colec-
tiva como las madres, los trabajadores, intelectuales y tipos costumbristas. Esta «de-
mocratización» monumentalista del espacio público se ha venido manifestando en
Iberoamérica a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Podríamos
simbolizar lo señalado con la plaza dedicada a John Lennon en La Habana, en pleno
corazón del Vedado, que incorpora un banco con la estatua del Beatle invitándonos
a sentarnos junto a él. Ahora cuenta con cuidador permanente tras los continuos
robos de sus clásicas gafas redondas. Así pues, la vena conmemorativa se disparó y
quedó abierta a cualquier ciudadano proclive a adquirir la categoría moral suficiente
como para ser inmortalizado a través de un monumento. Inclusive asistiremos un
tanto perplejos a iniciativas como el monumento a Ubre Blanca, la «vaca sagrada» del
castrismo, que se elevó en su lugar de nacimiento, la Isla de la Juventud (Isla de
Pinos, Cuba); fallecida en 1985, la vaca era capaz de producir 110,9 litros de leche en
tres ordeños, motivo por el cual entró en el libro Guinness de los récords.
326 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
APÉNDICE DOCUMENTAL
¿Cuántas veces uno se detiene, con tiempo y espíritu analítico, a observar los
elementos materiales que contribuyen a determinar el perfil de la ciudad en la que
vive? El ritmo vertiginoso en el que transcurre nuestro devenir cotidiano pocas ve-
ces nos otorga tales permisos. Y es así como, por lo general, nos desplazamos y
paseamos por los espacios de la ciudad sin percibir concientemente la multiplicidad
de imágenes que nos rodean: carteles indicadores, publicidad gráfica, esculturas or-
namentales, edificios, monumentos... símbolos, diferentes, que remiten por consiguien-
te a distintos objetivos e intencionalidades. Poder decodificarlos permite comprender
más cabalmente aspectos referidos a nuestro pasado, y por ende, a nuestro presente
inmediato.
Espacios, símbolos, poder... Nos detendremos aquí, específicamente, en el análisis
de los monumentos conmemorativos; obras escultóricas emplazadas en los espacios
públicos de nuestra ciudad que —como veremos a lo largo de estas páginas— tienen
su razón de ser más allá de la belleza o el puro ornato.
Cuál es el sentido de la existencia de monumentos? Cuántas veces nos hemos
detenido a pensar por qué están allí y no en otro lugar, qué intentan comunicarnos,
cuál es su significado? (…)
Aboquémonos ahora a nuestro objeto de análisis, es decir a los monumentos con-
memorativos y su emplazamiento en el espacio urbano. Más allá de los valores esté-
ticos aportados o, las más de las veces, de la ausencia de novedades estilísticas que
éstos proponen, el estudio del hecho monumental conmemorativo se justifica amplia-
mente por su significativa actuación en la construcción de la identidad nacional.
Desde el comienzo y a lo largo de la historia da la humanidad, se puede apreciar la
necesidad de las diferentes civilizaciones y culturas de erigir obras que —indepen-
dientemente de la escala utilizada— se caracterizan por un deseo de permanencia,
destinadas a recordar hechos significativos de su historia. Se trata, de la generación
de monumentos conmemorativos; se trata en definitiva, de la formación y plasmación
material de símbolos propios, plausibles de lograr una identificación inmediata y dura-
dera tanto por sus contemporáneos como por las generaciones venideras.
A partir de su emplazamiento en el espacio público las obras conmemorativas conlle-
van un objetivo muy claro, relacionado con el fin de los que generaron su advenimiento:
la mayoría de los monumentos responde a pedidos o encargos oficiales y, por esta razón,
pasan a constituirse en elementos discursivos claramente pertenecientes a un medio polí-
tico. Y aún aquellos que no surgen del seno del oficialismo tienen un rol fundamental al
entablar el diálogo en la esfera de lo político y lo ideológico.
mento a José Miguel Gómez incluía referencias multirraciales en los relieves broncí-
neos, lo cual sin duda es un avance, pero a pesar de ello, por su autoría italiana y su
aparatosidad, la Federación llegó a solicitar la paralización de las obras y un nuevo
concurso entre artistas locales. Un ejemplo más: la satisfacción mostrada en la revista
Arquitectura en 1942 porque la criba en los sucesivos concursos del monumento a
Martí y la Plaza cívica hubiese dejado como finalistas a proyectos con participación
cubana, entendiendo con ello que se conseguiría el tono ambiental, carácter y mati-
ces deseados.
Así pues, la demanda resulta clara y continua, pero en la práctica los monumentos
se siguen adjudicando a italianos o españoles. Esta aparente contradicción se resuel-
ve al constatar que en la primera fase de la República en realidad no hay escultores
cubanos capaces de competir en nivel de calidad con los que vienen de fuera. Su
presencia en los concursos es muy reducida y escasamente competitiva en relación a
los artistas extranjeros con mayor prestigio.
En conclusión, la independencia reclamaba una identidad nacionalista que se irá
plasmando en proyectos monumentales, pero realizados a partir de modelos foráneos.
La situación es comprensible, pues los autores en definitiva usan el lenguaje que
conocen. Han de satisfacer una demanda con pretensiones e ideas muy concretas, a
las que dan respuesta reproduciendo esquemas que ya han sido ensayados con éxito
y saben que pueden ser fácilmente asumidos por las comisiones o jurados constitui-
dos al efecto. Utilizan pues un lenguaje ecléctico, convertido en internacional a partir
de su repetición en el entorno europeo desde fines del XIX: de ahí que se reciban sin
problemas dioses, héroes, virtudes y alegorías de origen occidental que por extensión
han derivado en universales.
De todo este entorno se desprende también la falta de renovación que acusa el
género monumental. La escultura de pequeño y medio formato permite un mayor
nivel de experimentación; el artista la crea libremente en su estudio y aunque no
tenga siempre la garantía de una adquisición final, sus dimensiones y menor costo al
menos le permiten su exposición publica sin tener que someterse necesariamente a
una aprobación previa. La escultura monumental sin embargo no admite audacias, o
lo hace en mucha menor medida. Los proyectos habrán de obtener la aprobación de
un jurado por lo general muy conservador, que se afirma en lo conocido y probado,
y que no desea polémicas con su laudo. Las élites políticas y culturales que sustentan
estas iniciativas tampoco suelen apartarse de similares líneas de actuación. (…)
Los monumentos conmemorativos han de homenajear a los héroes nacionales,
presentados en actitudes airosas, elocuentes o reflexivas, y han de narrar su vida y
hazañas, por lo que se harán indispensables los relieves ilustrativos de concepción
clara y lenguaje realista.
Pero aun siendo esto cierto, hay que tener en cuenta que a la voluntad de narración
realista, hay que sumar un contenido alegórico que no siempre está en consonancia con
esa finalidad didáctica. Con el deseo de enaltecer la conmemoración, se introducen en el
conjunto elementos trascendentes, mitológicos y simbólicos habituales en el mundo occi-
dental, pero que en realidad forman parte de un lenguaje en clave cuyo significado perma-
nece en gran medida ajeno al conocimiento general. Basta con leer las memorias de
anteproyectos presentados en algunos de los principales concursos monumentales o
332 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
para poder valorar realmente el alcance y las repercusiones del personaje, sin dejarse
llevar por la inmediatez y la popularidad entre los contemporáneos.
Con todo, los políticos seguirán ocupando parques y plazas, ataviados con levita, en
actitud reflexiva y con mirada intemporal. Pero no sólo ellos son los protagonistas; el
abanico se abre a destacados personajes del mundo de la cultura, la medicina o profesio-
nes con cierta proyección social. Y también a la conmemoración de hechos históricos
significativos, valorados en un determinado entorno político (véase el monumento a las
víctimas del Maine). Todo forma parte de un mismo ámbito de referencias, aunque el
tiempo determine cuáles son cuestionables y cuáles realmente válidas. Hasta que en fe-
chas ya muy avanzadas la escultura ambiental sin fines conmemorativos se abra camino, el
circuito por el cual las élites proponen los temas y la población los asume seguirá repitién-
dose como mecanismo eficaz y prioritario en el ámbito monumental. (…)
La prensa suele tener un papel importante en la gestación de la idea, difundiendo
una iniciativa que parte de un periodista, pensador u hombre de estado con peso en
la vida política, social o cultural. El siguiente paso será la constitución de un comité
o junta de homenaje, que se formaliza legalmente con la elección de una junta direc-
tiva. Sus miembros habrán de ser personajes conocidos y destacados de la vida
pública, pues su propio nombre debe generar cierto poder de convocatoria, además
de tener capacidad gestora para mover con eficacia los múltiples resortes que se
ponen en marcha. La comisión nombra para prestigiar la empresa una presidencia
honorífica, generalmente el propio Presidente de la República, y actúa en la práctica
con un director o presidente ejecutivo, un secretario, un tesorero y diversos vocales.
La convocatoria se hace pública a través de la prensa y cartas informativas conve-
nientemente dirigidas. Una cuenta bancaria o un punto de depósito recibe las canti-
dades que administrará el tesorero, estimando un presupuesto que toma como referencia
anteriores iniciativas, con un margen amplio de actuación en función de la respuesta
popular. Recaudada la cantidad prevista o al menos suficiente, se convoca un con-
curso público de adjudicación en términos que luego ampliaremos. Un jurado deter-
mina el ganador y durante la ejecución se irán librando los recursos según criterios
pactados. Con la inauguración de la obra, frecuentemente varios años después, la
comisión se disuelve, cerrando una actuación no siempre exenta de polémica.
3. Comisión Nacional de Monumento al General Rivera. Bases del concurso para la erección
del monumento con las enmiendas introducidas. Montevideo, Imprenta «El Siglo Ilustrado»,
1955, Págs. 3-8.
334 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Pero habrá que esperar hasta 1853, cuando se materializa en Roma la apertura del
concurso patrocinado por la Legación Peruana para el monumento. Concurrieron 64
escultores, entre ellos dos asociados de Canova, Tadolini y Rinaldi, y un colaborador
de Tenerani, Filippo Guacarini. Sus proyectos se impusieron en el conjunto, y como
tal se les invitó a presentar el respectivo diseño. Se formó un pasticcio o lío:
«Tadolini preguntó si podía hacer el modelo un poco más grande; el cónsul de la
Academia de San Lucas le respondió que no, habiendo sido prescrita la misma medi-
da para todos los concurrentes. Tadolini ejecutó dos bocetos en la medida prescrita:
uno con el caballo a trote, y otro al galope, o sea de corveta, como dicen los caballe-
rizos.
«Al llevar los bocetos a casa del cónsul, encontró que los otros concursantes
habían hecho sus modelos el doble de la medida. En cualquier otro certamen hubie-
ran sido descartados, pero en este caso no ocurrió así; y se supo que habían actuado
de común acuerdo con el cónsul.
«La misma mañana siete profesores de la Academia acudieron a la casa del cónsul
donde estaban expuestos los cuatro bocetos. Después de un examen escrupuloso,
4. PINEDA, Rafael. Las estatuas de Simón Bolívar en el mundo, Caracas, Centro Simón
Bolívar C. A., 1983, pp. 78-79.
336 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
fue elegido el caballo al galope de Tadolini y también el pedestal por su justa propor-
ción (como se lee en el acta respectiva), elegancia y la correcta situación de los
bajorrelieves. Pero el cónsul propuso a los jueces recomendar a uno de los concu-
rrentes para hacer el pedestal de Tadolini», o sea Guaccarini.
Seis años más tarde, en 1859, fue develado el monumento en Lima. (…)
Los pormenores del monumento y de la inauguración los trae El Comercio de
Lima:
«En 1853 el doctor Bartolomé Herrera, Ministro Plenipotenciario del Perú en la
Corte Romana, fue el encargado de mandar a construir una estatua ecuestre de
Bolívar, cumpliendo así una ley aprobada en 1825. Herrera convocó por los periódi-
cos a un concurso de artistas para la confección de la estatua y del pedestal, obte-
niendo la preferencia la obra del escultor italiano Adán Tadolini, quien hizo el modelado
en yeso por la cantidad de 4.500 pesos. Luego se contrató con el alemán Müller,
superintendente de la fundición de Munich, la fundición de la estatua en 11.000
pesos y los bajorrelieves en 800. El contrato quedó en suspenso hasta que por
supremo decreto del 30 de marzo de 1857 se autorizó al Ministro del Perú en Lon-
dres para que renovara con Müller la contrata de la fundición, quien se comprometió
a entregar la estatua en el puerto de Amsterdam por a dicha suma de 11.800... La
estatua pesó 230 quintales y tuvo 5 varas desde el pie del caballo hasta la cabeza del
jinete...
«El pedestal de mármol fue obra del artista romano Felipe Guaccarini, al cual le
dieron 5.500 pesos por ello. Tiene tres gradas. Los relieves representan: el de la
derecha, la Batalla de Ayacucho; y el de la izquierda, la de Junín. En el mismo
pedestal están incrustados dos relieves en bronce. El de adelante tiene la siguiente
inscripción: A SIMÓN BOLÍVAR LIBERTADOR DE LA NACIÓN PERUANA AÑO
MDCCCLVII. El de atrás tiene el Escudo Nacional. La altura del pedestal es de 5
varas, su largo 6 y su ancho 3, no contando las gradas... El costo total de la estatua,
incluidos los gastos de conducción y colocación, fue de 22.251.
En 1965 un bárbaro cercenó en el relieve de Junín la cabeza y la espada de
Bolívar, como lo refirió Trinidad Moran (Leonardo Altuve Carrillo) en El Nacional del
1/7/1965, y en Elite del 1/4/1967. Bruno Campaiola lo repuso, y luego copió dos
veces los dos relieves, pero en bronce. Son los mismos que hoy están en el Panteón
de los Próceres de Lima, y en el Museo de Quinua (Ayacucho).
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 337
CAPÍTULO UNDÉCIMO
PAISAJE, COSTUMBRES E INDIGENISMO
paisajes caribeños potenciaría la luz de tal manera, diluyendo las formas de la natura-
leza hasta dar lugar a «grandes masas de vibraciones blancas» al decir del crítico
Alfredo Boulton. Manuel Cabré sería autor de interesantes series inspiradas en el
Monte Ávila que se convirtió en uno de los hitos paradigmáticos del paisaje venezo-
lano, como lo fueron en los mismos años la sabana en Colombia, el Illimani en Bolivia
(representado en numerosas ocasiones por Arturo Borda), o las sierras de la provincia
de Córdoba en la Argentina (siguiendo el magisterio del ya citado Fader).
En las corrientes pictóricas nacionalistas, y en especial en las vinculadas al cos-
tumbrismo, no debe soslayarse el papel jugado por las crecientes exposiciones de
arte europeo, sobre todo español, francés, inglés e italiano, que comenzaron a suce-
derse en las capitales americanas de más renombre, como Buenos Aires, Santiago de
Chile, Río de Janeiro, La Habana o México, de lo que son testimonio las amplias
colecciones de pintura de esas procedencias que se hallan en colecciones públicas y
privadas del continente. Si bien el pocentaje de obras «innovadoras» adquiridas en
aquellas épocas no fue demasiado alto, sirvieron al menos de referencia directa para
los artistas en formación. Exposiciones como las celebradas en 1910 en Buenos Aires,
Santiago o México, conmemorativas de los centenarios de la Independencia, permi-
tieron la presentación de conjuntos más variados y novedosos llegados desde Euro-
pa, y la posibilidad de aclarar más aun el panorama y «ponerse al día».
Así, modalidades como la «pintura regionalista» española, con artistas como Igna-
cio Zuloaga, Fernando Alvarez de Sotomayor, Antonio Ortiz Echagüe, los Zubiaurre
o José María López Mezquita, entre muchos otros, permitieron el acceso a un lengua-
je estético sobre la base del cual artistas como Jorge Bermúdez en la Argentina, José
Sabogal en el Perú, Cecilio Guzmán de Rojas o Saturnino Herrán en México, dejarían
testimonio de los tipos costumbristas y las tradiciones del hombre americano. La
huella estética de los españoles en América, asi como la labor de americanos en la
Península, serán temas que se abordarán en capítulo posterior. Las temáticas, en cual-
quier modo, variaron de país en país: en la mayor parte de los mismos se impuso la
imagen del indígena como tipo paradigmático, aunque en casos como el de la Argen-
tina, fue el gaucho, personaje legendario por antonomasia, el que ocupó un protago-
nismo, alcanzando el punto más álgido con la obra de Cesáreo Bernaldo de Quirós.
En Brasil, hacia mediados de la segunda década de siglo, un grupo de literatos y
artistas comenzó a hacer hincapié en la necesidad de definir una conciencia nacional
que se viese reflejada en sus producciones. El escritor Oswald de Andrade publicó en
São Paulo el significativo texto titulado En pro de una pintura nacional (1915), a lo
que sucedió, dos años después, la recordada exposición de Anita Malfatti, quien a
través de obras de clara inclinación fauvista traídas desde Nueva York, marcó el
camino de la renovación. El «modernismo» brasileño se afirmó cuando ambos, junto
a Emiliano Di Cavalcanti, Victor Brecheret, y Vicente do Rego Monteiro entre otros
artistas llevaron a cabo en el Teatro Municipal de São Paulo la llamada «Semana de
Arte Moderno» en 1922. Con esta celebración, coincidente con el Centenario de la
Independencia del país, estos artistas declaraban la «Independencia cultural del Bra-
sil», siendo su intención crear nuevas vías de expresión capaces de mostrar la diver-
sidad cultural del país a través de una síntesis de las mismas, y que éstas marcaran, a
través de las manifestaciones artísticas, una idea de progreso.
344 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Esta ideología tuvo continuidad poco después cuando Andrade escribió el Mani-
fiesto Pau-Brasil, proponiendo la revalorización de lo brasileño a través de claves del
arte contemporáneo. La obra de Vicente do Rego Monteiro ya mostraba su interés
en la búsqueda de las raíces nativas, lo mismo que la paradigmática figura de Tarsila
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 345
(1929) realizado por el escultor Manuel Piqueras Cotolí es uno de los ejemplos culmi-
nantes de la arquitectura neoprehispánica. En torno de Sabogal crecieron numerosos
artistas que habrían de lograr consolidación en los años 30 como Julia Codesido,
Enrique Camino Brent, Jorge Vinatea Reinoso, Camilo Blas o Alejandro Gonzáles
«Apurímak», seguidores de la temática indigenista a la que renovaron estéticamente.
El indígena y su mundo como motivo de inspiración, si bien vivió sus momentos
más álgidos en la primera mitad del XX, gozó de continuada presencia en la produc-
ción de numerosos artistas contemporáneos. En tal sentido es insoslayable la obra
del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, que reivindicó la figura del indígena en series
tan esenciales como La Edad de la Ira, de marcado carácter social y compromiso
político, que ejecuta a partir de los años sesenta. Años antes había pintado unos
geometrizados paisajes aéreos de Quito, característicos por la fuerza telúrica que de
ellos emanaba. Asimismo, debemos señalar como rasgo de importancia la presencia
del tema indígena en la fotografía, no solamente a través de tomas de tinte antropoló-
gico sino también de otras que se valieron de la figura del habitante americano para
crear mundos estéticos de gran espiritualidad como se refleja en las obras del guate-
malteco Luis González Palma.
Artistas de varios países americanos orientados e integrados a corrientes de la
vanguardia internacional como el Surrealismo recurrieron a la tradición indígena para
dar un sesgo propio a sus obras. Dicha tendencia comenzó a tomar vuelo a finales de
los años treinta y durante los cuarenta, distinguiéndole un interés por rescatar los
vestigios de las culturas precolombinas. Un hito destacado fue la Exposición Interna-
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 349
cional del Surrealismo (1940), organizada en México por el francés André Breton, el
austríaco Wolfgang Paalen y el peruano César Moro. La misma significó punto de
partida para el movimiento en el citado país, uniéndose posteriormente otros artistas
extranjeros como los españoles Benjamín Péret y su mujer Remedios Varo en 1940, y
la inglesa Leonora Carrington en 1943. La obra de Frida Kahlo, quien conoció a
Breton en 1938, suele ser encuadrada dentro del Surrealismo, al igual que la de María
Izquierdo, aunque ambas son deudoras del arte popular mexicano. En fotografía
debe señalarse la labor de Manuel y Lola Alvarez Bravo. A partir de su acercamiento
al surrealismo evolucionarán dos de los artistas más notables del continente, el chile-
no Roberto Matta, autorde numerosas obras en las que se evidencia la impronta
precolombina, y el cubano Wifredo Lam, quien indaga en la tradición afrocubana
dejando notar el influjo de Picasso.
Finalmente, la escultura será otro de los caminos para la consolidación del indige-
nismo. Desde las primeras décadas del XX el éxito de los muralistas mexicanos provo-
có un interés por parte de cultores de este género, de afirmar las raíces americanas. A
partir de la segunda mitad de la centuria se producirá un encuentro entre esos conte-
nidos telúricos y los lenguajes artísticos contemporáneos, destacando creadores como
la argentina Alicia Penalba con sus figuras totémicas, la boliviana Marina Núñez del
Prado, empeñada en desentrañar el cerrado espíritu del Altiplano, y la chilena Marta
Colvin, autora en 1964 de la Puerta del Sol inspirada en la homónima de Tiahuanaco
(Bolivia).
350 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
La historiografía del arte peruano del siglo XIX suele incluir a Johann Moritz
Rugendas, no obstante su corta estancia en el país andino, como uno de los «artistas
viajeros» y «costumbrista» de mayor significación entre los que pasaron por allí. De
este período quedan numerosas obras destacándose la Plaza de Armas de Lima, fe-
chada en 1843, donde el artista alemán recrea los personajes típicos de la Lima
contemporánea, las tapadas, los señores con sombrero de tarro, la provinciana de la
sierra, el chalán, el religioso, el criollo y el mestizo, el moreno y su morena, el merca-
chifle callejero, etc., en una confusión que simboliza la heterogénea mezcla social
heredada por Perú de la época virreinal. No está exenta esta obra de cierta teatrali-
dad, con muchos de los personajes dirigiendo su mirada al espectador. La Catedral
limeña, el balcón colonial y el cartel anunciando la corrida de toros, amen de las
variadas indumentarias descritas, hablan a las claras de la vigencia del pasado hispá-
nico.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 351
Escribía Molina Campos en 1951, refiriéndose a su obra: «Yo no hago más que
expresar la realidad, exagerando ciertos rasgos —como si los viera a través de un
lente deformador— de personas y animales. Pinto al gaucho, el que he visto en años
lejanos, cuando aún existían verdaderos gauchos, porque los conozco y los compren-
do. Dentro de poco, aventados por el progreso y el cosmopolitismo, será tarde co-
piarlos del natural. El gaucho se va convirtiendo a toda prisa en el ‘peón’ sin
características raciales, así como el ganado criollo se ha ido transformando en pacífi-
cos ‘puros de pedigree’ de todas las razas. Simplemente quiero captar y perpetuar en
mi obra todo lo que hay de interesante y pintoresco en ese gauchaje que pronto será
sólo un recuerdo, una leyenda». El lechero ejerce uno de los oficios de ya larga
tradición en el campo argentino y no solamente se lo conoció en la campaña sino que
aun hoy se lo ve en algunas ciudades del interior. En el cuadro son notables tanto la
cara de vasco que tiene, como sus floridas alpargatas; inclusive no falta la boina que
recuerda a su tierra. También la usa el dueño de «las casas» que saca un poco de
leche con su jarrito para ir llenando la olla de la patrona que espera detrás. Así lo hará
hasta llenar el recipiente. Luego el hombre cargará un jarro para él que el vasco le
dará como «yapa».
352 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
«...La revista Mexican Folkways (1925-1937), fue editada por la estudiosa norte-
americana Frances Toor. Interesada en un principio en hacer una investigación sobre
las artes plásticas, al conocer después la cultura de los indígenas, se apasiona por ella
y se propone formar una revista donde se dé a conocer el folklore de estos grupos.
Como ella lo indica, ‘El Mexican Folkways es una consecuencia de mi gran entu-
siasmo y gusto de andar entre los indios y de estudiar sus costumbres.». Y más
adelante nos dice: «es mi esperanza que Mexican Folkways pueda ser útil, en muchas
escuelas superiores y universidades, a los estudiantes de español, como material para
el estudio del fondo social que da mayor discernimiento al de la literatura y del
lenguaje, y a aquellos también que están interesados en el indio y en el folklore
mismos’».
(SANDOVAL PÉREZ, Margarito. Arte y folklore en Mexican Folkways. México,
UNAM, 1998, Págs. 29-30).
356 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
APÉNDICE DOCUMENTAL
Extraña ocurrencia escribir una autobiografía, siendo pintor y nada más. ¿Qué
podré decir que no haya pintado? Y si no se me entiende en mis cuadros, ¿qué podré
decir que equivalga a una explicación?
Todos los que nacen para ser grandes se aislan totalmente. Son solitarios en medio
del tumulto de los centros poblados y se hacen intolerables de orgullo, al decir de la
gente. Y son solitarios en medio de la espantosa grandeza de la cordillera, porque no
se ven sino a sí mismos, mirando del llano hacia las cumbres heladas que se visten con
las nubes en su vuelo y mirando de la cumbre hacia la pampa, que en el horizonte es
esposa del cielo.
Ellos son cordillera, pampa y cielo.
Y yo soy de esos: de los grandes.
Me he remontado, lentamente para mí, rápidamente para los demás, que se queda-
ron a ras de tierra.
Sé, pues, de la tristeza de la plena luz, que es sol, porque es grande. Y todo lo
grande es profundamente triste. Y sé de la alegría de las nubes, que son hijas del sol
y que son alegres porque empequeñecen la luz y que, al patinar de sus sombras sobre
las faldas de las montañas, son sensuales por excelencia, al determinar formas que sin
ellas serían siluetas.
Vivo en un país de ensueños, donde todo lo soy yo: donde la religión es la
creencia en mí, donde la ley es sinceridad conmigo, donde la justicia no existe por
inútil, y donde la bondad es la suprema felicidad. Hermoso país, desde donde todo se
ve grande y simple, donde nada está de más y donde cada cosa tiene sus justas
proporciones. País que no tiene otro almanaque que el pasar de los años, que son
segundos y siglos y cuyo tiempo es tan variable como el estado de ánimo mismo, que
engendra las fuerzas misteriosas de la evolución ininterrumpida y donde las visiones
determinan la labor febriciente y donde el trabajo material es un placer...
Como no es posible planear eternamente y abarcarlo todo sin volver la cabeza, me
place vivir en un rincón de la sierra de Córdoba, como antes en medio de la cordillera.
Mis casas son ranchos blancos, que a la hora del crepúsculo recogen los últimos
rayos de luz para irradiarlos luego del modo más fantástico, como una flor que al
agonizar exhala su más íntimo perfume.
En la larga paja de los lechos juega el viento como con la cabellera de una mujer
querida... En los nogales anidan carpinteros y reyes del bosque, que son mis canto-
res, y en otoño los perales visten túnica roja de cardenal... Los higos maduran obscu-
ros entre hojas que son platos de verde esmalte.
Mi taller luce un piso que es tierra y en las chimeneas arden en las noches de
invierno troncos de coco y quebracho. El mantel de mi mesa lo forman las manchas
3. «Reportajes del momento. Con el pintor Fernando Fader». Caras y Caretas, Buenos Aires,
14 de abril de 1917. Repr.: GUTIÉRREZ VIÑUALES, Rodrigo. Fernando Fader. Obra y pensa-
miento de un pintor argentino. Santa Fe-Buenos Aires, Instituto de América-CEDODAL, 1998,
Pág. 432.
360 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
de sol que filtran a través del filigrano follaje de un robusto algarrobo... En la quebra-
da, que dicen «del remanso», cae un hilo de agua que en invierno llena las enormes
copas de granito con cristal líquido, y en verano es como el lento rodar de una
amarga lágrima de madre... En el patio de la casa juegan Raúl y César; no saben que
la vida es dura como el pan que cada ocho días nos traen, porque estamos lejos del
pueblo, lejos, muy lejos. Allá pinto y el sol y el aire me broncearon. Tengo un jardín
y una huerta que de mi cuidado viven.
Dos veces al arlo bajo a ésta; y nada nuevo me llevo.
Antes mis automóviles me parecían indispensables y ahora voy a pie. Me despoja-
ron de mis bienes y de los de mi familia en pleno día y a la sombra de la justicia, que
de ser Justicia no diera sombra. Mi pobre madre, que es anciana, sufre aún por
ello...Tengo mi camino y voy a pie. De todas maneras el que debe llegar, llegará lo
mismo... y me sonrío…
4. OROZCO, José Clemente. Autobiografía, México, Ediciones Era, 1971, Págs. 58-60.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 361
París que fue, hasta antes de esta guerra, «totalitaria» y que parece no volverá a ser
jamás. Todas esas escuelas o maneras no eran necesariamente francesas, por supues-
to. París fue una especie de bolsa de valores artísticos de toda Europa y, sobre todo,
un mercado. Fueron los comerciantes los que en buena parte contribuyeron al desa-
rrollo y expansión de la llamada «Escuela de París», formada con aportaciones del
mundo entero, hasta mexicanas, como lo atestigua el aduanero Rousseau, que había
sido soldado del ejército invasor de Bazaine en suelo mexicano.
La pintura mural se inició bajo muy buenos auspicios. Hasta los errores que come-
tió fueron útiles. Rompió la rutina en que había caído la pintura. Acabó con muchos
prejuicios y sirvió para ver los problemas sociales desde nuevos puntos de vista.
Liquidó toda una época de bohemia embrutecedora, de mixtificadores que vivían una
vida de zánganos en su «torre de marfil», infecto tugurio, alcoholizados, con una
guitarra en los brazos y fingiendo un idealismo absurdo, mendigos de una sociedad
ya muy podrida y próxima a desaparecer.
Los pintores y los escultores de ahora serían los hombres de acción, fuertes, sanos
e instruidos; dispuestos a trabajar como un buen obrero ocho o diez horas diarias. Se
fueron a meter a los talleres, a las universidades, a los cuarteles, a las escuelas, ávidos
de saberlo y entenderlo lodo y de ocupar cuanto antes su puesto en la creación de
un mundo nuevo. Vistieron overol y treparon a sus andamios.
362 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 363
CAPÍTULO DUODÉCIMO
PINTURA Y SOCIEDAD. DE LA ACADEMIA A LOS
TIEMPOS CONTEMPORÁNEOS
Europa, fue por el hecho de que a su regreso a los países de origen su futuro se
encontraba o bien en el ejercicio de la profesión docente, dentro de la cual debían
sujetarse a las normas académicas vigentes, o bien ganarse el sustento realizando
obras por encargo, en las cuales también se hallaban dependientes de las indicacio-
nes de los comitentes.
La intención que guió por lo general a quienes dedicaron sus afanes a realizar
obras de temática social fue la de pintar como los europeos de éxito, los que acapa-
raban las mayores atenciones y honores en los salones oficiales, y fue incentivado
entre otros medios por la circulación de tarjetas postales con reproducciones de las
obras de pintores franceses como William Adolphe Bouguereau o Ernest Meissonier.
Los citados artistas gozaron de una sólida posición económica y pudieron ir aspiran-
do gradualmente a mejorar su nivel de vida hasta convertirse en celebridades «bien
pagadas». El ascenso social de los artistas, producido junto al de la burguesía adine-
rada convertida en clientela, puede reflejarse perfectamente a través de Meissonier,
poseedor de una suntuosa vivienda, aunque también es verdad que muchos artistas
célebres como Honoré Daumier, Jean-François Millet, Vincent Van Gogh o Paul Gau-
guin, vivieron y murieron en la miseria.
La realización de pinturas de tinte social y «moralizante» traía aparejada para los
artistas la posibilidad de ser reconocidos en Europa y consagrados en sus países,
como ocurrió en varios casos. Al respecto es esclarecedora la frase del venezolano
Cristóbal Rojas escrita en París en 1888 refiriéndose a su obra El Plazo Vencido
presentada al Salón: «he puesto la madre con dos chiquitos y tres o cuatro hombres
que vienen a echar «los corotos» a la calle para obligarla de ese modo a salir. Vere-
mos como queda este nuevo proyecto, y si a fuerza de lágrimas y tristeza puedo
conmover a los Miembros del Jurado de Pintura y me dan de ese modo una meda-
lla...». Esta intención de «conmover» a los jurados, de lograr su benevolencia a la
hora de otorgar premios en los salones europeos, guió la labor de numerosos artistas
del continente americano, pudiéndose señalar obras como El granizo de Reims y El
niño enfermo realizadas por otro venezolano, Arturo Michelena, Sin pan y sin trabajo
del argentino Ernesto de la Cárcova y El almuerzo de los pobres de su compatriota
Pío Collivadino.
En Iberoamérica, el desarrollo de las actividades artísticas estuvo signado por la nece-
sidad de afirmación económica de los pintores, por lo general a merced de las fluctuacio-
nes del mercado y de los dictámenes del mismo. El marcado gusto por la pintura europea,
la elegida por los coleccionistas para decorar sus residencias y aumentar su prestigio
social, determinó la postergación de los artistas americanos quienes debieron ingeniárse-
las para dar continuidad a su vocación. Uno de los modos que adoptaron los artistas para
reducir gastos consistió en dejar la ciudad para trasladarse al campo, donde el costo de
vida era relativamente menor y en donde encontrarían innumerables motivos que se en-
cuadraban perfectamente en las corrientes nacionalistas en boga, en especial el paisaje y
las costumbres, analizadas en el capítulo anterior. Mientras, en Europa, muchos de los
366 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Los años treinta en el continente americano, y por ende sus manifestaciones artís-
ticas, tendrían como uno de sus factores determinantes el declive económico que, con
efecto dominó, afectó a los mercados internacionales tras el crack de la bolsa de
Nueva York en 1929. La decadencia no sólo dio origen a la caída de varios gobier-
nos, sino que sumió a buena parte de la población en una depresión monetaria acen-
tuada. Las consecuencias de ello serían recogidas por muchos artistas para la realización
de sus obras, pudiéndose señalar a esa década como uno de los momentos en los que
la pintura de temática social tomó un nuevo impulso. En la Argentina, Antonio Berni
ejecutaba grandes lienzos como Desocupados o Manifestación (ambos de 1934), que
reditaban con claves estéticas más avanzadas recorados lienzos como El camino de
los trabajadores, pintado por el italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo en 1898. Mien-
tras, los muralistas mexicanos gozaban en esos momentos de numerosos encargos en
los Estados Unidos, potenciando así el carácter internacionalista del movimiento y su
irradiación continental. Influido en parte por ellos, destacaría en Brasil la figura de
Cándido Portinari, inclinado en sus obras a representar al trabajador agrícola y a los
abusos que estos sufrían por parte de las clases dirigentes, como puede verse en su
paradigmática obra Café (1934).
Aun cuando París y otros centros artísticos siguieron marcando ritmos en las pro-
ducciones del arte americano, el deseo de comunicar lenguajes nacidos de la propia
experiencia fue haciéndose cada vez más patente, consolidándose en los años 30 y
40, en los que las vanguardias internacionales fueron perdiendo su vigor en favor de
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 371
una preocupación por el ser humano y el propio contexto social. Justamente esto se
manifiesta claramente en el caso brasileño, en el que, a la par del «fenómeno Portina-
ri», se incrementó en Brasil el número de artistas interesados por el expresionismo,
suceso acentuado por el deseo de resistencia a la dictadura de Getulio Vargas y por
la necesidad de denunciar los problemas sociales del país.
Indudablemente, una de las experiencias artísticas más notables de cuantas se
sucedieron en el continente dentro del arte de tinte social fue el Taller de Gráfica
Popular, surgido en México en 1937. Esta institución estuvo conformada por un
conjunto de artistas, entre los que podemos mencionar a Raúl Anguiano, Pablo O’Higgins
y Leopoldo Méndez, quienes se propusieron convertir al grabado en un medio de
combate del pueblo, complementando así la tarea que venía realizando el muralismo,
aunque de forma masiva a través de la multiplicidad de reproducciones. El propio
Méndez, con motivo de la publicación de un álbum con motivo de los doce años de
la agrupación, señalaba como objetivo el «que la clase trabajadora pueda ver que no
todo el arte ni todos los artistas le son ajenos. Que algunos artistas luchan fielmente
a su lado tratando siempre de poner su capacidad creativa al servicio del pueblo». La
iniciativa vino a reverdecer una tradición técnica en la que el grabador José Guada-
lupe Posada había descollado a finales del XIX y principios del XX.
En Argentina había sido para entonces notable la labor de los llamados «Artistas
del Pueblo», grupo surgido hacia 1913, y que en buena medida basaba su arte en el
mensaje social que pudiera contener, el compromiso con la realidad circundante,
inclinándose hacia las reivindicaciones del proletariado. José Arato, Abraham Vigo,
Guillermo Facio Hebequer y Adolfo Bellocq fueron sus integrantes, y las técnicas de
372 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
por un arte «revolucionario latinoamericano», buscando representar las figuras con una
visión voluminosa casi escultórica, y teniendo como uno de sus basamentos la fuerte
impronta del muralismo mexicano, como puede apreciarse en la obra de Ricardo Carpani.
En México rayó a gran altura la obra del dibujante José Luis Cuevas, quien inició allí la
«Nueva Figuración». Influido por José Clemente Orozco, su obra se caracterizó por un
marcado expresionismo en el que fueron centro de su atención las contradicciones y
opresiones que el aislamiento produce en el individuo.
La llamada «Nueva Figuración» alcanzó notable arraigo en Iberoamérica durante
los años sesenta. En líneas generales estuvo caracterizada por la insatisfacción esté-
tica y social, manifestándose en gran medida como una reacción de los artistas contra
el sistema impuesto por los gobiernos totalitarios extendidos a lo largo del continen-
te. En lo que a las técnicas se refiere, puede decirse que la libertad en el uso de
materiales no convencionales alcanzados en el desarrollo del Informalismo, sirvió
como base para el retorno a lenguajes figurativos. En la Argentina destacó el grupo
Otra Figuración (1961-1965) formado por Jorge De la Vega, Ernesto Deira, Rómulo
Macció y Luis Felipe Noé, que pasaron de la abstracción a la figuración a través de
la fragmentación y la desfiguración expresionista. La corrupción de los gobiernos
fue leit-motiv en la obra del venezolano Jacobo Borges, a la par que José Balmes, en
Chile, haría referencia a los desaparecidos durante el régimen militar.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 375
SELECCIÓN DE IMÁGENES
Desde finales del siglo XIX, en ciertos países americanos como Brasil, Argentina y
Uruguay, las corrientes inmigratorias europeas significaron un componente absoluta-
mente decisivo en la conformación de las sociedades modernas. En la plástica fueron
motivo de inspiración para numerosos artistas, en especial para aquellos que tenían
una relación directa con el fenómeno. Se mostraron en el lienzo las dos caras del
mismo: la emigración (visión desde Europa) y la inmigración (visión desde América).
Por lo general los pintores recurrieron para estas obras a lenguajes estéticos propor-
cionados por la academia, en especial la tradición del realismo social tan en boga en
los salones franceses del último cuarto del siglo XIX. Dentro de estos lineamientos
podemos mencionar a esta obra de Antônio Rocco, emigrante italiano radicado en
São Paulo (Brasil) en 1913, que muestra a un grupo de compatriotas, pertrechados
con sus escasas pertenencias, dirigiéndose al muelle para abordar un barco con des-
tino a América. En sus rostros se refleja la resignación que supone dar ese paso, en el
que el pesimismo es más fuerte que la esperanza de un futuro mejor. Dentro de la
misma temática podemos mencionar, también en Brasil, la obra Emigrantes (1939-
1941) de Lasar Segall, de origen lituano, la que muestra un barco en el que se hacina
un grupo de compatriotas huyendo de la guerra europea.
378 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Sabido es que la obra de los muralistas mexicanos tuvo su época de mayor esplendor
en lo que a la reivindicación social respecta, en las décadas de 1920 y 1930. En este último
decenio vivió un reconocimiento internacional con el encargo, a los artistas mexicanos y
por parte de varias instituciones de Estados Unidos, de numerosas obras destinadas a la
exhibición pública. La irradiación de las premisas estéticas e ideológicas del muralismo al
resto del continente americano no se haría esperar, encontrándonos diversos reflejos
como algunas obras de Cándido Portinari en Brasil, Miguel Alandia Pantoja en Bolivia o
Demetrio Urruchúa en Argentina, por citar tres casos aislados. En este último país, y
continuando con una estética social ya convertida en tradición, podemos mencionar la
obra de Ricardo Carpani, que desde finales de la década de 1950 comienza a representar
en sus obras las calamidades de la vida del obrero, asumiendo una clara posición de
«artista militante». Muralista y pintor de caballete, sus obras de aquella época destacan
por su composición esquematizada; «parecen recortadas en piedra» al decir del crítico
Rafael Squirru. La fuerza del dibujo en la obra de Carpani acerca sus expresiones a la obra
de los muralistas, mientras que la austeridad en los colores en dicho momento (azules,
grises y blancos) potencia el dramatismo de sus producciones.
380 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
John Alan Farmer, haciendo un repaso a la trayectoria del chileno Alfredo Jaar,
analiza: «...Ha producido obras utilizando diferentes técnicas, pero es conocido sobre
todo por sus instalaciones a base de cajas fotográficas que dan prioridad a la luz
mediante un juego de espejos. Su formación arquitectónica se refleja en el hecho de
que dichas instalaciones suponen un montaje industrial en un único sitio. A su vez, el
empleo en ellas de imágenes iluminadas dispuestas de una manera que recuerda el
montaje cinematográfico, da fe de sus estudios de cine. A nivel visual, estas obras
evocan los objetos minimalistas creados por artistas como Robert Morris y Donald
Judd. Sin embargo, el contenido de las imágenes fotográficas y la disposición estraté-
gica de las cajas de luz sobre las que aquéllas se proyectan permiten al artista plan-
tear cuestiones sociales y políticas que a menudo faltan en las críticas minimalistas de
la institución del arte. Investigando las injusticias ocasionadas por la fabricación de
una oposición entre los llamados Primer y Tercer Mundos, ha aborado temas como
los apuros de los mineros de oro de la región brasileña llamada Sierra Pelada, la
emigración ilegal de latinoamericanos a Estados Unidos, la exportación de materiales
tóxicos a Koko, Nigeria, por los países industrializados, y el arresto de refugiados
vietnamitas en Hong Kong...».
(En: RASMUSSEN, Waldo (coord.). Artistas latinoamericanos del siglo XX. Ma-
drid, Tabapress, 1992, p. 352).
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 381
APÉNDICE DOCUMENTAL
1. DA ANTONIO, Francisco. Textos sobre arte. Venezuela 1682-1982. Caracas, Monte Ávila
Editores, C.A., 1980, Págs. 114-118.
382 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
2 . LÓPEZ ANAYA, Jorge. Historia del arte argentino. Buenos Aires, Emecé Editores, 1997,
Págs. 167-168.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 383
socialista sólo encontrará su valor universal en cada país si hunde sus raíces en las
realidades concretas, nacionales, de la tierra que emana».
4. NOÉ, Luis Felipe. «Carta solemne a mí mismo». En: Continente sul Sur, Porto Alegre, Nº
6, noviembre de 1997, Págs. 255-258.
386 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Al principio, en 1960, el caos era para usted la atmósfera general romántica de una
pintura neofigurativa, donde todo se fundía. Yo le dije entonces que pintar una
pareja no es pintar a los individuos que la forman sino la fusión de ambos. Eso fue así
hasta que me di cuenta, precisamente, que ese clima atmosférico general en una obra
de arte hoy en día es una falsedad, puesto que el elemento esencial de la sociedad
contemporánea es la tensión y la oposición entre cosmovisiones divergentes, la con-
vivencia de atmósferas opuestas.
Después usted trató de oponer su propia atmósfera subjetiva a lo objetivo de la
vida cotidiana. Fue entonces cuando le dije que pintar dos amantes en una cama no
es pintar dos amantes y la cama sino pintar dos amantes en una cama. Más tarde, en
1962, se empeñó en proponer la pintura dividida, rompiendo el concepto de unidad
y con una multiplicidad de atmósferas; pero con frecuencia esto quedaba disuelto en
la temática expresionista. Fue entonces que dije, «Luis Felipe Noé es un pintor litera-
rio cuya única virtud es aprovechar su propia torpeza». Pero afortunadamente, en
1964, usted empezó a interpretar el problema como una multiplicidad de imágenes en
mayor escala, y como una acumulación indiscriminada. Fue entonces que le di el
nombre de «visión quebrada». Inmediatamente, y siguiendo mi consejo usted enfren-
tó el problema como si se tratara de resolver una estructura espacial, ya que la opo-
sición de planos en una pintura plana ya no tenía sentido.
Ahora, le aconsejo que trate de envolver al espectador en un desorden de imáge-
nes, porque en tanto él tenga una perspectiva desde la cual observar la obra, todo
quedará ordenado una vez más. Por otro lado, entiendo perfectamente su necesidad
de una imagen del hombre, puesto que él es sujeto del caos, pero sucede que esto lo
une a usted siempre a la actitud expresionista, pues su imagen no es fría sino que
muestra al hombre viviendo su caos. Su expresionismo es un peligro para su búsque-
da. Mientras su obra siga teniendo una unidad temática, usted no encontrá el caos
que está buscando. Pero no quiero que mis teorías enfríen su pintura, el caos esterili-
zado no tiene sentido. Continúe con su expresionismo, pero no se quede allí, detesto
a los artistas que especulan con su mundo subjetivo.
No creo, como usted, que el arte es expresión, sino que a partir de una necesidad
expresiva el artista se objetiva a sí mismo en la búsqueda de una imagen del mundo
que lo rodea y que al mismo tiempo se le escapa continuamente como a un aprendiz
de brujo. Pero, tal vez, ambos acertamos, especialmente cuando estamos tan próximos
uno del otro. El hecho de que los dos seamos una sola persona puede ser útil; pero
mejor sería que usted no interfiriera en mi trabajo de teórico y que yo aprendiera a
aprovechar su experiencia. Además, sin interferir en su trabajo de pintor, debo conti-
nuar siendo su conciencia lúcida, porque si bien usted es más sensible y entiende mas
de pintura que yo, yo soy más inteligente y entiendo más sobre el proceso creativo
contemporáneo que usted. Sé que este proceso le es extraño en tanto individuo, pero
usted no es ajeno a él: sino que forma parte del mismo.
Bueno, ¿basta esto como introducción?
¡Viva el caos porque es lo único que está vivo!
(1966)
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 387
CAPÍTULO DECIMOTERCERO
EL HISPANISMO EN LA PINTURA AMERICANA
A partir de 1898, año en que España perdió las últimas posesiones de ultramar
(Cuba, Puerto Rico y Filipinas), se acentuó la consolidación en la Península, de una
corriente de pensamiento tendente a propiciar una «reconquista espiritual de Améri-
ca», es decir un acercamiento tras el largo paréntesis decimonónico, sustentado en el
plano cultural y artístico. Si ya autores como Ángel Ganivet –muerto en situación
trágica ese paradigmático año- había hecho hincapié en la necesidad de un acerca-
miento a América, literatos de la después llamada «Generación del 98» en especial
Miguel de Unamuno a través de sus columnas en el diario La Nación de Buenos
Aires, harían factible el deseo.
En lo que a la pintura respecta, hacia finales del XIX se activó un interesante
mercado para el arte español que fue llevando en forma paulatina a la conformación
de colecciones públicas y privadas de notable enjundia. De ello son demostrativos
acervos de pintura española fundamentales como los que poseen los museos nacio-
nales de bellas artes de La Habana, Buenos Aires, Santiago de Chile y, en menor
escala, los de Río de Janeiro y Montevideo, sin contar las colecciones reunidas por el
magnate Archer M. Huntington en la Hispanic Society of America de Nueva York.
Esto habría de ser uno de los basamentos para la recuperación de las vinculaciones
entre España y América en la faz artística, sembrando una semilla que habría de dar
muy pronto sus frutos.
En 1897, en Buenos Aires, el marchante José Artal iniciaba su andadura como
mercader de pintura española en aquella capital, con un suceso de público y ventas
inusitado, potenciado año tras año. Más adelante imitarían el modelo otros como José
Pinelo y Justo Bou. Este éxito comercial sin precedentes, que tendría reflejo en otras
capitales americanas, aunque sin alcanzar el suceso argentino, sentaría las bases de
un sólido coleccionismo de arte de tinte hispánico, primero en el ámbito privado pero
luego con huella decisiva en las colecciones públicas. La fortuna de la pintura espa-
388 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
ñola tendría pronto influencia directa en la labor pictórica de los artistas locales que,
por lo general impedidos de hacer buenas transacciones con el repetido paisaje o
escena costumbrista rioplatense, se vieron obligados a veces a copiar el modelo pe-
ninsular recurriendo a una pintura donde las majas con sus mantones de Manila,
escenas de flamenco, toreros y bandoleros fueron vías de representación para tentar
a los coleccionistas.
Las primeras exposiciones llevadas por Artal y Pinelo tenían la impronta decimo-
nónica, marcada en especial por el preciosismo fortunysta, el paisaje veneciano a lo
Martín Rico, la escena costumbrista andaluza a lo Jiménez Aranda, y los efluvios
orientalistas de Pérez Villaamil. Iniciado el siglo XX, se irían incorporando en forma
paulatina el imaginario producido por las primeras vertientes del «regionalismo» es-
pañol y obras, por lo general menores, de artistas consagrados como Joaquín Sorolla.
Ignacio Zuloaga y Hermen Anglada Camarasa, que completarían junto al valenciano
una trilogía a través de la cual puede entenderse el arte español en tierras americanas,
recién aparecerían en la escena de Buenos Aires con la Exposición Internacional del
Centenario en 1910 en donde fueron dos de los artistas más representados y premia-
dos. Para dicha muestra España se esmeró en tener una presencia meritoria, certifica-
da con la estancia en la capital argentina de la Infanta Isabel de Borbón, y, en el
campo de las artes, con una muestra artística de indudable valor que además propició
que quedaran definitivamente en el país del sur lienzos como Las brujas de San
Millán de Zuloaga. La calidad de las obras presentadas entonces abrió los ojos a
muchos coleccionistas, advirtiéndoles que mucho de lo que habían adquirido en los
últimos años no eran cuadros de primera línea sino los remanentes de los talleres de
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 389
los artistas españoles o las obras que no habían tenido comprador en España. A partir
de ese momento, los marchantes se vieron en la obligación de presentar conjuntos de
mayor calidad o de bajar el precio de aquellas que se vieron, no eran «obras maes-
tras».
Además de las exhibiciones colectivas debemos mencionar la realización de expo-
siciones individuales por parte de artistas peninsulares que no solamente asistían
personalmente a esas puestas en escena sino que también decidieron radicarse tem-
poral o definitivamente en esos países. Debe hacerse referencia aquí nuevamente a la
Argentina, que fue la nación que, por su prosperidad y apertura, se convirtió en la
piedra angular del Hispanismo propiciado desde España. Entre esos artistas españo-
les puede citarse a los pintores Julio Vila i Prades, Gustavo Bacarisas, Ernesto Valls,
Anselmo Miguel Nieto, Antonio Ortiz Echagüe o los escultores Torcuato Tasso y
José Cardona. Se propició así una influencia directa ejercida por éstos en el ámbito
argentino.
En este sentido, indudablemente el ejemplo más destacado lo tenemos en Chile
donde el gallego Fernando Álvarez de Sotomayor fue contratado para activar la
enseñanza de la pintura en la Academia de Bellas Artes haciéndolo entre 1908 y
1915, en que retornó a España. En ese lapso se produjo la exposición del centenario
chileno (1910) que, al igual que la homónima argentina, contó con una importante
390 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
presencia del arte español, como ocurrió asimismo en la Exposición de Arte Español
e Industrias decorativas realizada en México ese mismo año. Junto a Sotomayor se
formó un conjunto de artistas jóvenes como Arturo Gordon, Alfredo Lobos o Alfredo
Helsby que siguieron las pautas del «regionalismo» español señaladas por el maestro,
que cristalizaron la huella de lo peninsular en una parcela importante del arte chileno.
En Chile surgió asimismo la figura de Benito Rebolledo Correa, posiblemente el
máximo exponente del «sorollismo» en el continente.
las temáticas «españolas» como parte de su trayectoria artística, desde los mexicanos ya
mencionados, hasta los argentinos Jorge Soto Acebal y Rodolfo Franco, los chilenos
Alberto Orrego Luco y Alfredo Lobos, el colombiano Miguel Díaz Vargas, el venezolano
Tito Salas, o inclusive el joven cubano Wifredo Lam, de padre chino y madre mulata
(descendiente de españoles y africanos) y que habría de alcanzar su consagración como
intérprete contemporáneo de la cultura afro-cubana, en la misma senda del mestizaje.
Las pautas estéticas aprehendidas en la Península, a la par que estos pintores regresa-
ban a sus naciones de origen, en muchos casos fueron el basamento artístico para abordar
temas propios de sus países. El ciclo del mestizaje artístico se completaba con esta nueva
realidad, que mostraba una franja del arte de América como si ésta fuera una región
estética vinculada al regionalismo español. Si en 1929 el ya citado Díaz Vargas realizaba
en Granada un lienzo de importantes dimensiones cuyo motivo eran las gitanas sacro-
montanas, años después, ya en Colombia, pintaba un conjunto de Ceramistas de Ráquira
cuyo color local mucho debía al rojizo y amarronado cromatismo que había marcado a
artistas como Zuloaga, Ortiz Echagüe, Sotomayor, López Mezquita o Rodríguez Acosta.
La cuestión podría sintetizarse en la confluencia de tema americano con estética española.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 393
ciones históricas del pasado colonial de Buenos Aires, las Misiones Jesuíticas y los pue-
blos del Alto Perú, de gran influencia y presencia en los libros escolares; la educación
primaria fue determinante en la difusión de una historia donde el pasado virreinal y las
tradiciones hispánicas fueron puestas positivamente en valor.
396 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
El interés de los artistas iberoamericanos por Mallorca, pues, se había ido acen-
tuando gradualmente hasta alcanzar su punto culminante durante los años veinte.
Respecto de esta atracción por la isla, el crítico español José Francés señaló: «esta
sugestión pictórica de Mallorca sobre las cualidades visuales y sensuales de los ame-
ricanos, y más concretamente de los argentinos, acaso dañe tanto como la otra suges-
tión literarizante de Vasconia sobre las cualidades sensoriales, a la cabal identificación
emocional, al justo conocimiento etnográfico de España...».
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 401
SELECCIÓN DE IMÁGENES
se habían conocido en Granada dos años antes. Se trataba de una visión panorámica
de la ciudad, desde el mirador de San Nicolás, que abarcaba un arco de 360º. En la
actualidad esos murales fueron repintados, perdiéndose su calidad original aunque
conservan los motivos pictóricos.
Uno de los primeros artistas americanos que trabajó en la isla de Mallorca toman-
do como motivo de inspiración sus paisajes de mar y de montaña, jardines y persona-
jes típicos, fue el uruguayo Pedro Blanes Viale. Previamente al gran momento de la
llamada «escuela pollensina» que lideró Anglada Camarasa a partir de 1913 y en el
que la mayor parte de sus integrantes provenían de Argentina, otros artistas de este
país como Cesáreo Bernaldo de Quirós y Francisco Bernareggi habían seguido los
pasos de Blanes Viale; podríamos citar también al estadounidense John Singer Sar-
gent, de corta estancia en el año 1907. Quirós y Blanes Viale dejarían la isla coinci-
diendo con el estallido de la guerra europea, siendo una de las últimas telas pintadas
allí por el uruguayo la de los Almendros que muestran como fondo la bahía de Palma,
con su emblemático muelle y con dos siluetas significativas, la de la Catedral y la de
la iglesia de Santa Cruz, que son motivos de numerosas obras comprendidas en la
producción de estos artistas.
404 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
APÉNDICE DOCUMENTAL
Artículos que llenan las columnas de los principales diarios mexicanos publicados
por aquellos días, dan cuenta minuciosa del efecto producido en la opinión por aquel
conjunto de «obras maestras», así las calificaban, del arte moderno. Si en las esferas
elevadas de la sociedad, por la facilidad de los viajes, era conocido y apreciado el
adelanto en que se encontraba la vida artística española, y aun esto de una manera
no muy completa, era totalmente desconocido en las clases medias y populares, don-
de de España sólo se tenía, por lo que á esto se refiere, el recuerdo antiguo. Fue tal el
éxito de nuestros pintores y escultores que, á los pocos días de la inauguración,
habían algunos vendido cuanto tenían expuesto, y caso se registra de haberse pedido
á España reproducción de la obra adquirida por algún aficionado diligente. No podía
el Gobierno mexicano, y menos en el caso actual, en que hubiera tenido que violen-
tarse para no hacerlo, permanecer indiferente á este movimiento de la opinión; y
formado el propósito de crear en la Escuela Nacional de Bellas Artes la Sección de
Pintura moderna, propuso al Comité, y éste aceptó, la adquisición de diez obras,
elegidas entre las allí enviadas por nuestros maestros modernos. (…)
Pero no es esto sólo, ni siquiera lo más importante. La comunidad de temperamen-
to y de costumbres, la afinidad y similitud de los medios de vida que existen entre la
República mexicana y España, principalmente en relación con sus regiones levantina
y andaluza, hacen que las creaciones artísticas españolas encajen preferentemente
en los gustos del pueblo mexicano; siendo triste confesar, que un tradicional aban-
dono en propagar y dar crédito á los productos de nuestra inteligencia y actividad,
haya mantenido á América aislada, casi por completo, de nuestra vida artística. Hoy,
gracias á las últimas Exposiciones americanas, debe felicitarse el Arte español de
haberse dado á conocer en todo el Nuevo Continente, tanto más dentro de la reali-
dad, en pro de sus futuros éxitos, cuanto por haber concurrido á la mayor parte, si no
á todos los Certámenes, con trabajos espontáneos, no preparados determinadamente
para un concurso, el triunfo corresponde á su producción natural y diaria, quedando
descartado el peligro de un desencanto, que siempre, y especialmente en el Arte
industrial y decorativo, suele traer aparejado el reproducir los primeros modelos, inte-
resadamente preconcebidos y expuestos.
Los escultores y pintores españoles, cuyo arte, por su propio relevante valer,
allana las fronteras y rinde complacidamente los espíritus, no han meditado seriamen-
te, ni mucho menos estudiado, el aspecto práctico de su obra. Se nos dirá, y es
comprobada observación, que no es frecuente encontrar en la historia de la Humani-
dad artistas preocupados del cálculo de interés, y que ni aun los tratadistas griegos
han llegado á descubrir el ejercicio del comercio en quien modeló la primera escultura
produce la propia contemplación de la obra de arte. Estos tres impulsos básicos del
coleccionismo moderno encuentran cumplido eco en la colectividad española resi-
dente en la ciudad, de forma tal que la posesión de piezas de la escuela peninsular se
convirtió en una forma de distanciamiento de otras colectividades y de identificación
con la propia, aparte de un estandarte de los nuevos hábitos burgueses adquiridos
con su nuevo estado económico.
Además las mismas sedes sociales de las colectividades asentadas en la ciudad
sintieron la necesidad o el placer de decorar sus salones con obras procedentes de la
producción nacional. No hemos encontrado en ninguna de las potentes sociedades
regionales o nacionales de Buenos Aires piezas que atestigüen cierto interés hacia la
plástica argentina, centrándose de manera exclusiva en lo español. La filosofía colec-
cionista de tales instituciones presenta la singularidad de centrarse en lo privativo de
su región: retazos costumbristas de las tierras gallegas en el Centro Gallego, caseríos
y vistas de San Sebastián en el Laurak Bat, hórreos y paneras en el Centro Asturiano
o temas de gitanas y majos en el Círculo Andaluz. Otra de las invariantes de tales
organismos vinculados a la inmigración española en Buenos Aires es el gusto marca-
damente orientado hacia el paisaje regional, la escena de costumbres locales y los
retratos de próceres de la institución o de la región de origen. La excepción a la regla
general del coleccionismo institucional sería el Club Español, centro de élite de la
colectividad peninsular en la capital, que actuó como un inversor selectivo de obras
de arte procedentes de diferentes regionalidades, a la par que llevo a la práctica
distintas muestras de pintura peninsular.
Puede afirmarse en definitiva que la comercialización y difusión del arte español
en Buenos Aires fue una de las consecuencias directas del proceso migratorio, pues
la colectividad española en la capital del Plata fue al tiempo cliente y valedora de la
escuela pictórica peninsular. En este trabajo se intenta desvelar las imbricaciones
entre la producción artística y la emigración, como otra de las facetas de intercambio
cultural mutuo que produjo la masiva partida de españoles hacía ultramar.
La fuerza del destino llevó al joven artista a tierras sudamericanas. En Chile (1908-
1915) consiguió el reconocimiento y valoración para con el olvidado arte español. La
cultura chilena fue durante la segunda mitad del siglo XIX -quizá como una reacción
en contra de la península después de tantos años de vida colonial- más permeable a
la fascinante cultura francesa. La labor docente del artista ferrolano en tierras chile-
nas tuvo gran importancia, porque, además de despertar el interés por la pintura
española, sus enseñanzas dejaron profunda huella en un grupo de pintores chilenos
que hoy se conocen como «Generación del Centenario» o «Generación del Trece».
Además del apostolado pedagógico que el pintor gallego realizó en Chile, como
profesor de Colorido y Composición y, posteriormente, como Director de la Escuela
de Bellas Artes de Santiago de Chile, le cupo un papel importante como gestor de la
idea y principal organizador de uno de los más significativos acontecimientos artísti-
cos ocurridos alguna vez en tierras chilenas, como fue la gran Exposición Internacio-
nal de Bellas Artes con que se dio brillo y realce a las celebraciones del Primer
Centenario de vida independiente de la República de Chile, acaecido en 1910.
En Chile se habla de la época de Sotomayor, señalando con ello un importante
período de la plástica nacional, en donde la pintura del país sudamericano se vio
influenciada por el arte de la Madre Patria. La Generación de pintores del Centena-
rio, llamada así por coincidir su actividad artística con la celebración de los primeros
cien años de vida independiente, es el primer grupo unido coherente que aparece en
la pintura chilena. Su arte representó anhelos de la más genuina raigambre hispánica.
Ello se tradujo en nuevas preocupaciones de los pintores chilenos, en enfoques
temáticos diferentes, en una renovación en el colorido, la composición y la técnica,
en un respeto por el oficio y sobre todo, en nuevas fuentes de inspiración. Entran a
los talleres de los pintores nativos los nombres inmortales de Goya, Velázquez y
Murillo, entre otros de la extensa galería de maestros españoles.
La pintura chilena republicana ha sido casi en toda su historia proclive al influjo
francés. Por ello la época de Sotomayor constituye una suerte de paréntesis de hispa-
nismo, que va desde la llegada del pintor, hasta la irrupción del grupo Montparnasse
en 1920, artistas éstos que ponen de moda nuevamente en Chile la tradición artística
francesa. Por estas razones, además del incuestionado mérito estético de su produc-
ción pictórica, la «Generación del Centenario» representa uno de los hitos más signi-
ficativos de la pintura nacional.
4. BRASAS EGIDO, José Carlos. «Notas sobre la actividad de artistas americanos y de espa-
ñoles en América en el primer tercio del siglo XX». En: Actas del V Simposio Hispano-Portu-
gués de Historia del Arte: Relaciones artísticas entre la Península Ibérica y América. Valladolid,
1989, Pág. 47.
410 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
CAPÍTULO DECIMOCUARTO
VERTIENTES GEOMÉTRICAS EN EL ARTE
LATINOAMERICANO
Las artes plásticas en el cono sur a partir de mediados de los años treinta y en especial
a partir de los cuarenta, estuvo marcado por la actuación decisiva, en el plano teórico y
plástico, del uruguayo Joaquín Torres García, luego de su regreso desde Europa en 1934.
Con este artista comenzó el afianzamiento del Constructivismo, tendencia que llegó a
tener honda repercusión en el arte rioplatense, primero, y luego en el resto del continente.
La trayectoria de Torres García está signada por su formación en Europa y su
dilatada trayectoria en ese continente. Fue en la localidad catalana de Mataró donde
recibió sus primeras lecciones de pintura y dibujo con Josep Vinardell en la Escuela
de Artes y Oficios. Pasó a Barcelona en 1892 donde se perfeccionó en la Academia
de Bellas Artes junto a Antonio Caba. Inspirándose en la estética de Puvis de Cha-
vannes, realizó en 1908 varias pinturas murales en Barcelona, destacando las del
Ayuntamiento, la iglesia de la Divina Pastora en Sarrià y los lienzos para la capilla del
Santísimo Sacramento de la iglesia de San Agustín. En 1918 Torres García formó parte
del grupo Courbet junto a los artistas Francesc Domingo, Josep Llorens-Artigas, Joan
Miró, Enric Ricart y Rafael Sala. Dos años después partió con destino a París y a
Nueva York, ciudad ésta donde permaneció hasta 1922 en que pasó a Italia. A partir
de 1926 se instaló en París donde su arte comenzó a experimentar cambios decisivos,
trabajando sobre estructuras constructivistas e incorporando lenguajes de signos,
tras lo cual se produjo su regreso al Uruguay en 1934.
Al año de retornar a Montevideo procedente de Europa, fundó la Asociación de Arte
Constructivo (1935) dentro de la que desarrolló una tarea pedagógica que tuvo continui-
dad en el Taller Torres García (1943). En aquellos años preconizó la teoría del Universalis-
mo Constructivo, mediante la cual proponía la creación de un arte americano de vigencia
universal. De destacada labor pedagógica, el uruguayo dejó sentadas las bases de su
412 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Invención (1946), Madi (1946) y el Perceptismo (1947) que mucho deben a tal influ-
jo. En Brasil se formaron los grupos Ruptura (1950) y Frente (1953); de éste último
se desprenderían artistas como Lygia Clark que, junto a Hélio Oiticica y Amílcar de
Castro, entre otros, fundarían el Neoconcretismo (1959).
Una vía de prolongación del Constructivismo será la Abstracción Geométrica, den-
tro de la cual sobresalen vertientes como el Arte Cinético, cuyos máximos exponentes
son los venezolanos Alejandro Otero, Jesús Rafael Soto y Carlos Cruz-Díez, y el argen-
tino Julio Le Parc, y el movimiento de Arte Generativo (1960) liderado en la Argentina
por Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal. Mientras aquellos perseguían a través
de pinturas y construcciones la búsqueda del movimiento óptico y las sensaciones de
vibración en donde el espectador juega un papel fundamental, los «generativos» logra-
ban con el movimiento y la convergencia de líneas circulares, horizontales y verticales,
originar secuencias ópticas y efectos de notable dinamismo. En muchos de los artistas
de esa generación subyace como intencionalidad la construcción de un mundo nuevo
sobre las ruinas del que había sido destruido por la guerra, orientando sus miradas, a
diferencia de Torres García, a las manifestaciones artísticas de Estados Unidos más que
a las europeas. Otros artistas sobresalientes dentro de la Abstracción Geométrica serían
los colombianos Edgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar quienes adoptaron en sus
obras escultóricas nuevas tecnologías al establecerse en Estados Unidos, como el uso
del aluminio y otros metales en el caso del primero. En pintura pueden citarse los
nombres del brasileño Alfredo Volpi, el peruano Fernando de Szyszlo, el mexicano
Gunther Gerszo, el cubano Mario Carreño, de larga trayectoria en Chile, y los argenti-
nos Ary Brizzi y Rogelio Polesello.
Tomás Maldonado fue el teórico más destacado del movimiento Arte Concreto
Invención, integrado entre otros por Lidy Prati, Enio Iommi, Raúl Lozza y Claudio
Girola. El grupo comenzó a reunirse en 1945 en residencias particulares para presen-
tar estas nuevas formas de expresión, las que marcaron uno de los más decididos
encuentros entre arte y ciencia. En 1946 la Asociación Arte Concreto Invención
expuso por primera vez públicamente en el Salón Peuser, difundiéndose asimismo el
Manifiesto Invencionista, que afirmó que «la era artística de la ficción representativa
toca a su fin». La Asociación se disolvió en 1948 al emprender Maldonado su primer
viaje a Europa, ya concentrado su interés en la arquitectura y el diseño. Varias déca-
das después Iommi afirmaría que «el grupo Concreto tuvo la visión: la imagen de un
cuadrado, un plano, un color, líneas puestas en el campo espacial de una tela, todos
estos elementos flotando en el plano. Porque la invención era el resultado de tales
problemas». Maldonado se instalaría en 1954 en Alemania, invitado por Max Bill,
desempeñándose como profesor de la Escuela de Diseño de Ulm. En 1971 se radicó
en Italia enseñando en la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán.
Otro de los grupos argentinos, Madi, realizó su primera exposición en 1946 en el
Instituto Francés de Estudios Superiores. Se lanzó el Manifiesto Madí, que en su
declaración de principios, asumía la ludicidad y pluralidad como valores expresivos,
asociados al dibujo, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la poesía, el
teatro, la novela, el cuento y la danza. Poco antes, en 1945, el grupo había realizado
dos exposiciones, la de Artconcret Invention y la organizada por la fotógrafa Grete
Stern en su casa, en las que los participantes ya combinaron las artes visuales con
representaciones musicales y recitales literarios. En su declaración de principios, Madí
confirmaba «el deseo del hombre de inventar objetos al lado de la humanidad luchan-
do por una sociedad sin clases que libera la energía y domina el espacio y el tiempo
en todos los sentidos, y la materia en sus últimas consecuencias». Entre sus partici-
pantes contaban Gyula Kosice, Carmelo Arden Quin, Martín Blaszko y Rhod Ro-
thfuss. Kosice fue iniciador en la Argentina de las experiencias cinéticas. En su obra
destacan las construcciones articuladas, con efectos lumínicos y una clara tendencia
al movimiento, en las que incorpora tubos de luz fluorescente y chorros de agua.
Madi, al igual que la Asociación Arte Concreto Invención, se fueron escindiendo en
forma gradual.
En 1947 Raúl Lozza postuló el Perceptismo estudiando el tema de la función
coplanaria que se daba entre la pintura y el contexto espacial que la contenía, dando
al muro el valor de fondo de la obra y plasmándose ahora la realidad en el plano
color. De este modo fueron tratadas nuevas problemáticas como la relación de ele-
mentos, colores, formas y líneas regidas por normas matemáticas y el marco recortado
de contorno irregular, que abandona el tradicional cuadro surgido en el Renacimien-
to como ventana abierta al mundo. La experiencia de Lozza representó una de las
posturas más radicales del arte concreto.
Al reconstruir las experiencias de artistas constructivos y concretos, nuestros rea-
lizadores aportaron nuevos elementos como las estructuras coplanarias y la pintura
escultura articulada. Este arte incitaba a la invención, era un arte presentativo, que se
declaró contrario a la «nefasta polilla existencialista o romántica». Las obras concre-
tas, aunque propiciaban un arte colectivo, un arte universal, dirigido contra las élites,
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 417
como Geometría Sensible. Ambos artistas, lo mismo que Pérez Celis, mostraron incli-
nación a los lenguajes geométricos que les proporcionaba el arte prehispánico ameri-
cano.
Otra vertiente derivada de la Abstracción Geométrica en la Argentina fue el llamado
Arte Generativo, movimiento que tuvo su origen en Buenos Aires en 1960, cuando el
crítico y coleccionista argentino Ignacio Pirovano propuso tal denominación a los pinto-
res Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal para definir su obra artística. El término
«Generativo» implicaba el hecho de engendrar secuencias ópticas a través del movimien-
to de líneas circulares, verticales y horizontales, tanto en obras bidimensionales como
tridimensionales. De esta manera, mediante la convergencia de líneas y la colocación
sucesiva de figuras geométricas dispuestas sobre determinados ejes de desarrollo, se llegó
a la creación de efectos de gran dinamismo. A las ideas propuestas por Mac Entyre y Vidal
se acercaron posteriormente sus compatriotas Ary Brizzi y Rogelio Polesello.
424 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
SELECCIÓN DE IMÁGENES
resabios de la pintura académica, fecha clave será el año 1922 cuando, coincidiendo
con la conmemoración del centenario de la Independencia del país, se lleve a cabo en
São Paulo la Semana de Arte Moderna. La mayor parte de los artistas participantes
propiciarán una «vanguardia con tradición», optando por no dar la espalda a las
propias raíces sino reinterpretándolas en clave contemporánea. Temáticas de arraigo
popular como las religiosas tendrán cabida en los renovadores brasileños, como se
aprecia en esta obra de Rego Monteiro, artista que esgrime una marcada geometriza-
ción en la cual el motivo queda subordinado a las pautas constructivas aprehendidas
de los europeos.
«En la colorida serie de Tejidos, Negret traduce su conmovida admiración por los
magníficos logros alcanzados en la industria textil por los aborígenes andinos, en
especial del área del Perú. Mediante dicha serie en homenaje a los textileros andinos
precolombinos quiere el escultor destacar la extremada complejidad de sus nudos y
entrelazamientos, la fantasía de sus motivos ornamentales, la variada riqueza de sus
diseños, la intuitiva sapiencia de sus técnicas y materiales, rasgos todos que siguen
sorprendiendo aun hoy día a los expertos. Con este espíritu de ferviente tributo,
elabora Negret en 1991 las tres primeras versiones de la serie de Tejidos, cada una de
ellas diferente por tratamiento y diseño compositivo: una como estrecha columna
vertical, otra como volumétrico retablillo horizontal, la tercera como achatado relieve
mural...
En directa referencia a las alargadas fajas funerarias incaicas, confecciona nuestro
artista el horizontalizado Tejido Nº 1. Un delgado, largo y bajo soporte violeta, cons-
tituido por cuatro módulos cuadrados, cada uno de ellos dividido en dos mitades,
serpentea por el suelo en débil zig-zag. En cada frente de la ‘faja’, los opacos ele-
mentos de la ‘trama’ subyacente (en sólido andamiaje ortogonal) se van entretejien-
do en rítmica alternancia con las estrechas franjas verticales de brillantes y policromos
motivos textiles en forma de equis y rombos...».
(SALVADOR, José María. Edgar Negret. De la máquina al mito . Caracas, Centro
de Arte Crisol, 1991, Pág. 44).
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 429
APÉNDICE DOCUMENTAL
El mundo es redondo; todos los saben. El mundo es una unidad. Por esto hay un
internacionalismo a pesar de las fronteras. Pero hay lo opuesto también, y esto por las
fronteras y otras cosas. Y aparte de todo, quiérase o no, hay diferencias impuestas
por la naturaleza. Como en todo, aquí trabaja lo opuesto, y de esto surge la vida. Esto
también es una ley.
De acuerdo con eso puede pensarse: América del Sur es como otra cualquiera
región del globo, pues es una parte de éste y, por lo tanto, allí pueden pasar las cosas
como en todas partes; y pasan. Es cierto; pero también es cierto que esas mismas
cosas pasan aquí de otro modo. Eso es innegable. Acontece como con las épocas:
todo viene produciéndose de igual modo en el mundo, pero... los siglos dejan su
característica. También eso es innegable.
Con referencia al arte, puede pensarse: algo es lo propio de hoy, un criterio esté-
tico determinado que debe marcar o marca evolución. No hay duda. Pero eso mismo,
¿tendrá lugar en todas partes con la misma modalidad? Indudablemente no. Domina
a una época un criterio de arte, pero, cuán diferentes son las obras según las tierras!
No hay más que ver la deformación que sufre todo estilo según los países.
Hay otro hecho: aquel de que tal o cual país da principio a un nuevo ciclo de arte.
Ciertos factores, que pueden ser muy diversos, ocasionan eso. Entonces ese país
influye sobre los otros. Sin querer impone un nuevo estilo Ahora bien, aparte de todo
eso, ¿pueden las ideas y un estado de conciencia de las cosas determinar que, en un
país dado, surja un movimiento de arte propio? Es probable. Si es o no resultado de
una madurez, sería otra cosa a examinar; pero que el hecho de llegar a la conciencia
de las cosas pueda determinar el arranque de proyecciones en un sentido dado, y que
éstas, al fin, tomando cuerpo sean algo definitivamente logrado y, por esto también,
constituyan diferencia esencial con respecto a otras, ya lo hemos visto. Un pueblo
cualquiera puede despertarse a la actividad y a la creación en cualquier momento. En
la tierra más insospechada puede darse ese caso. ¿Quién podrá afirmar, o negar, que
puede haber algo latente que, dada una causa ocasional cualquiera, determine ese
principio embrionario de arte? Punto de partida, cuyo desenvolvimiento o desarrollo
puede o no llegar a término, pero que ha tenido lugar. Nacimiento de algo.
De lo que haya dado esta parte de América, hasta el presente, poco puede impor-
társenos, porque ha sido un reflejo de lo de Europa y aun muy débil. En general no
se ha interpretado bien. Y lo propio no ha existido. Ni aun como involuntario acento
que pueda marcar un matiz cualquiera apreciable.
Nada, pues, sabemos de lo que Sudamérica puede dar. Nada, si se hace caso omiso
de lo folklórico que todo país y hasta cada región tiene. Se habla aquí de arte adulto,
de arte fruto de cierra evolución y por esto de depuración. Y la razón es clara, no ha
pasado el tiempo necesario. Pero hay que esperar que dará; eso es evidente. Y quizás
no esté lejano el día. Puede hablarse así, por el descrédito en que hemos entrado con
respecto a todo lo ensayado o realizado pensando en Europa. Y además la falta de
entusiasmo, de fe en el arte. Todo esto, a mi ver, es algo precursor del deseo de ir por
otro rumbo, quizás de encontrar camino propio, algo... Algo, sea lo que sea, que
vuelva a hacer renacer la fe. Así estamos.
Solos, pues, ¿qué debemos hacer? Atenernos a ciertas normas de arte que son
eternas y, de acuerdo con ellas, crear algo que responda a una necesidad de aquí.
Primero objetos, después ir elevándose, crecer. Algo común va a unificarnos: la fe en
una estructura. Y como se ha dicho, por ciertas normas que han regido siempre el
arte. Nada más.
No tenemos tradición, y tanto mejor, porque debe hacerse lo de hoy. Que no
quiere decir copiar lo de hoy, sino sólo dar su vibración. Pero ahora volvemos a lo
universal otra vez, y vemos que la humanidad es una. Y que así tenemos una tradi-
ción: la única, la de siempre (idea del HOMBRE), cultura, saber de todos los pueblos.
Entrados en un orden universal, lo individual y lo étnico desaparecen; y no pre-
guntamos ya quién hizo tal cosa y en qué tiempo.
Todas estas divagaciones, ¿de qué nos han servido? Primero: para no volver a la
dependencia, al reflejo de Europa. Y esto ya es mucho. Segundo: para partir de bases
bien concretas. Y ahora, situados en el plano de la plástica pura, ¿qué vamos a hacer?
Nada preconcebido, sino lo que tenga que salir. Lo que saldrá con la vuelta a la fe en
algo.
Con este nuevo espíritu hemos fundado aquí en Montevideo un laboratorio para
el estudio del arte plástico, que a pesar de su juventud ha ya realizado una exposi-
ción esperanzadora. Obras de escultura y pintura, objetos plásticos diversos, graba-
dos, proyectos..., porque, borrada la diferencia entre arte y arte aplicado, esto ha
dado lugar a diversas realizaciones en que jamás pudo pensarse. Y hoy miramos con
tanta complacencia una copa tallada en madera o un pequeño mueble como una
construcción plástica o una escultura en piedra o un cuadro. Porque en todo vemos
lo mismo proporción, ordenamiento, función de elementos, concepto puro de la for-
ma, ritmo, es decir, el elemento profundo que debe siempre regir el arte. Este nuevo
concepto de arte ha despertado el entusiasmo por el trabajo. Ha vuelto la esperanza.
Otra vez cada uno ha vuelto a creer en sí mismo. Y la alegría que esto ha producido,
ya se traduce en la producción de colores claros e intensos (libres de patinas), emo-
ción, espíritu, juventud.
A pesar de las precauciones, hay que confesar que todo esto tiene parentesco con
las últimas modalidades del arte constructivo europeo. Pero si tiene parentesco, ya no
es lo mismo. Tampoco es lo que tendrá que ser, dado el ambiente de aquí.
Es lógico que así sea. Sin el factor tiempo nada puede hacerse. Por eso es tempra-
no pedir más que el estar en una buena orientación; el haber llegado a un criterio
justo del problema. Además, hay quien ha tenido que renovarse por completo, rene-
gar de sus antiguas convicciones artísticas, abandonar todo el bagaje de conocimien-
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 431
tos adquiridos. Y en cambio, otros han tenido que adquirir rápidamente conocimien-
tos que no poseían y hasta cierta técnica.
Hasta el presente, todo medio material ha faltado. Ha sido ésta, pues, obra de
entusiasmo.
Aparte del criterio expuesto con respecto a resolver nuestro problema de arte con
independencia, hay otro: el de avanzar aún mis allá en la solución de los problemas
que debe plantearse hoy el arte, universalmente. Desde aquí se nos representa que,
actualmente en Europa, se están explotando las últimas fórmulas del arte, como vol-
viendo sobre ellas sin resultado. Por otro lado, que no se tiene en cuenta del todo,
que hoy el arte tiene que adoptar una posición con respecto a problemas sociales
que, en un sentido u otro, pueden hacerle perder la estabilidad de su base. Que se
está en algo indeciso en cuanto a eso. Y el problema nos parece, no sólo claro, sino
de fácil solución. Todo estriba en tener un criterio justo de lo que debe ser el arte
mismo. «Humanización», «deshumanización», «el arte al servicio de….», etc., todo
esto se ha estudiado minuciosamente. Y no existe duda sobre ello.
Enero de 1936.
Motivada por la revolución burguesa del 79 en Francia, una fuerte corriente natu-
ralista invade las artes, especialmente la pintura, a la que por largos años relegará a
una condición de máquina fotográfica.
Será necesario que surja un Cézanne, en el panorama plástico, con un concepto
tan pictórico que le permitió decir: «He descubierto que el sol es una cosa que no se
puede reproducir, pero que se puede representar»; o un Gauguin que escribió: «El
arte primitivo procede del espíritu y amplía la naturaleza. El arte que se hace llamar
refinado, procede de la sensualidad y sirve a la naturaleza. La naturaleza es la servi-
dora del primero y el amo del segundo. Convirtiéndolo en un servidor, haciéndose
adoptar por el artista, lo envilece. Así es como hemos caído en el abominable error del
naturalismo que comenzó con los griegos de Pénele...», para que, lentamente, la pin-
tura vuelva a sus viejas leyes, por tanto tiempo olvidadas. Esto se concretará en
1907, con la aparición del cubismo, con el cual cobrarán nuevamente todo su valor
en la creación del cuadro, las leyes de proporción, de colorido, la composición, y todo
lo relativo a técnica.
El cubismo será definido sucintamente por Guillaume Apollinaire en «LeTemps»
del 14 de octubre de 1914, refiriéndose al «Aspecto geométrico de esas pinturas,
donde los artistas habían querido restituir, con una gran pureza, la realidad esencial».
Y será este deseo de expresar la realidad de las cosas, lo que llevará la pintura a una
plástica cada vez más abstracta, pasando por el futurismo, hasta culminar en las
2. ROTHFUSS, Rhod. «El marco: un problema de la plástica actual». En: Continente sul Sur,
Porto Alegre, Nº 6, noviembre de 1997, Págs. 57-58.
432 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
Cuando uno habla del arte abstracto como cosa revolucionaria (y no he querido
referirme aquí al arte decorativo, a pesar de que algunos hayan querido explicar el
uno por el otro), inmediatamente se yergue desde la oposición una cantidad incon-
mensurable de culpas; y una de las más comunes es la de decir que no se trata de
nada nuevo. Y en efecto, la historia del arte abstracto data de unos cuantos años.
Pero ¿podríamos nosotros hablar de arte figurativo o realista, sin hacerlo retroceder
en la historia a unos cuantos milenios? Sin embargo, nadie discute su novedad cuan-
do un artista, sin cambiar el curso de la corriente tradicional, encuentra una expresión
novedosa u original. Yo quisiera fijar también en este mismo sitio, y para entrar de
3. OTERO, Alejandro. Memoria crítica. Caracas, Monte Avila Editores, 1992, Págs. 62-63.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 433
una vez en la cuestión, que cuando digo arte abstracto no me refiero al cubismo, ni a
la pintura de formas geométricas, hecha con o sin compás o tiralíneas. Esto sería
hablar de una fórmula. Me he querido referir al hecho nuevo, revolucionario en el
arte, de las posibilidades de una cierta pintura que no necesita, y que rechaza, todo
contacto imitativo de las formas del mundo exterior; y que va más lejos todavía,
porque las rechaza aun a través del mundo imaginativo, es decir, reinventadas, estili-
zadas o transformadas.
Tal sería hoy una definición precisa de esta gran transformación del arte abstracto,
que por dejarlo todo atrás, se nos presenta como una de las más grandes revoluciones
del arte, sin precedentes en la historia de la expresión humana.
Para el público, que viene siempre atrás, la aparición del arte abstracto no podía
ser menos que insólita y monstruosa insurgencia; y tras los epítetos menos edifican-
tes, no ha cesado, cada vez por razones diferentes, de promover una vuelta hacia
atrás, a la naturaleza. Tal «asepsia», se ha llegado a decir, no puede ser sino fruto de
alguno que otro hombre solo, cuyo hallazgo, por novedad, los otros quieren llevar a
la altura de lo útil y de lo que puede ser verdad para todos. ¿Pero no es, por el
contrario, uno de los actos de fe más extraordinario, éste del hombre que busca más
allá de las fórmulas concebidas que lo aprisionan, corriendo, inclusive, todo el riesgo
de lo que se le acusa, en busca de una libertad salvadora?
Es absurdo detenerse frente al aparente hermetismo del arte abstracto y juzgarlo
por esto pobre o indiferente. No es verdad que el contacto con lo social se haya roto,
y que no tenga significación humana. El arte visto desde este punto es, por el contra-
rio, más sano, más puro y humano, porque nace de su propia significación hecha
presencia directa en el hombre, y no de ideas y principios que le son exteriores.
Ordena y clarifica papeles; se engrandece en su propia órbita.
4. MORAIS, Frederico. Las artes plásticas en América Latina: del trance a lo transitorio. La
Habana, Casa de las Américas, 1990, Págs. 47-48.
434 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
CAPÍTULO DECIMOQUINTO
LA FOTOGRAFÍA, MEDIO ESENCIAL PARA LA
CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD CONTEMPORÁNEA
1. INTRODUCCIÓN
2. EL RETRATO
permanencia de la imagen del niño más allá de la muerte. Para los familiares, estas
fotografías funcionaban como «objetos transicionales», es decir, como entes mediado-
res que permitían poseer el cuerpo del ser amado ausente.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 439
Habría que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX, para que la fotografía,
dedicada hasta entonces casi exclusivamente a retratar a las clases acomodadas, se
interesara por documentar sectores sociales marginales urbanos, clases populares e
indígenas. En Brasil fue August Frisch el primero en documentar grupos indígenas
del Amazonas con sentido antropológico, aunque sin perder esa mentalidad europea
que incorporaba una visión exótica del individuo. Hacia 1866 Christiano Junior
fotografía negros e indios en su estudio utilizando telones con fondos de bosques
europeos. Estos personajes aparecen con los pies descalzos para demostrar su situa-
ción de esclavitud, la que en Brasil será abolida en 1888. Esta visión se alejaba
totalmente del carácter de denuncia social, al mostrar a los esclavos en contextos
irreales y con unos rostros que demostraban sumisión y obediencia. Interesantes
resultan también, poco antes del cambio de siglo, los trabajos de documentación
fotográfica que realiza entre las tribus indígenas del Paraguay el italiano Guido Bog-
giani, y que gozarán de gran difusión a través de la tarjeta postal. Esta labor no
estuvo exenta de un trágico final: Boggiani murió a manos de un indígena chamaco-
co en 1901.
Las comunidades indígenas seguirán siendo en adelante tema de preferencia. Para
Suárez Canal lo único que caracteriza a la fotografía iberoamericana hasta el primer
tercio del siglo XX respecto del lenguaje universal es el tema indígena: «Los temas de
arquitectura, las ciudades con sus acontecimientos sociales, el inicio de la revolución
industrial con la llegada de nuevos inventos, la llegada de la sociedad de consumo
442 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
con sus mercados, el paisaje y el retrato se tratan de la misma forma estética con
ligeras variaciones de tipo cultural». En este sentido, la fotografía documental que
realiza en México Hugo Brehme se preocupa por plasmar el pensamiento indígena en
contraposición con el hombre occidental que valora la riqueza material frente a otro
tipo de conceptos espirituales.
En un inicio no se trataba de una fotografía que buscaba una denuncia social, sino
que simplemente intentaba figurar la cruda realidad de estas clases desfavorecidas.
Paulatinamente, la fotografía fue captando otra vertiente de la marginalidad urbana,
la llegada de los inmigrantes y sus duras condiciones de vida y trabajo. Un tema
ampliamente documentado en Estados Unidos por Jacob August Riis y Lewis Wic-
kes Hine que se interesan por mostrarnos el mundo de los niños trabajadores y la
situación de los inmigrantes en la Ellis Island. Junto con esta fotografía de denuncia
social, también se captan distintos momentos de la cotidianidad: nacimientos, bauti-
zos, casamientos y defunciones quedaron registrados en mayor o menor grado desde
comienzos del siglo XX.
También dentro de la fotografía de denuncia podemos incluir a Manuel Alvarez
Bravo, mexicano, continuador de Hugo Brehme e influido por las visiones vanguar-
distas de Edward Weston y Tina Modotti y las del surrealismo. Su actividad junto a
los muralistas mexicanos lo ubica en una vanguardia militante y se desempeñará
entre 1943 y 1959 como fotógrafo del Sindicato de Trabajadores de la Producción
Cinematográfica. En 1935 hace su primera Exposición, junto con Cartier-Bresson, en
el Palacio de Bellas Artes de México y en 1980 formará el Museo de la Fotografía de
México.
El tema de la preocupación por los indígenas ha sido retomado en la segunda
mitad del siglo XX. Figuras como Juan Rulfo, Enrique Bostelman, Graciela Iturbide,
Ursula Bernath, Ruth Lechuga, Flor Garduño y Mariana Yampolsky revisaron su
problemática y profundizaron sobre la importancia del ritual y las formas de interre-
lación social de sus comunidades. También Claudia Andújar ha documentado la pro-
blemática especial de los indígenas del Amazonas y su creciente peligro de desaparición.
Otros fotógrafos brasileños como José Medeiros y Milton Gurán mostraron, unas
veces el desconcierto y otras una mezcla de sorpresa y admiración, en imágenes
confrontadas del indígena con los avances tecnológicos. Medeiros lo hizo a media-
dos de siglo con tribus del Mato Grosso, y Gurán en los noventa, entre los indios
yanomami. Era el adiós a la tergiversada imagen del indígena en estado de primigenia
absoluta.
Una de las figuras de la corriente social es el brasileño Sebastiao Salgado, miembro
de la agencia Magnum desde 1979. En sus primeros trabajos mostró las condiciones
de esclavitud de los trabajadores de las minas de oro de Sierra Pelada, Brasil. Ha
realizado numerosos reportajes que le han permitido abordar temas relacionados
como la guerra, el hambre, la modificación de los sistemas de producción, la contami-
nación y la utilización de las religiones como formas de control y de poder. Entre sus
series documentales podemos destacar Imágenes trágicas, máscaras de esperanza, Los
refugiados, Los sin tierra y Éxodos. En 1997 publicó su libro Terra con dramáticas
escenas sobre las comunidades agrícolas del Brasil, el éxodo rural y el hacinamiento
en la periferia de las grandes ciudades.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 445
4. FOTOGRAFÍA Y VANGUARDIA
5. FOTOGRAFÍA Y REVOLUCIÓN
SELECCIÓN DE IMÁGENES
«No son frecuentes en la Argentina del siglo XIX las fotografías armadas con
montajes. En este caso, el conocido fotógrafo Antonio Pozzo realiza esta caricatura
política sobre un dibujo original de F. Macías, en la cual señala la incomprensión e
incompatibilidad de los candidatos ascendiendo y cayéndose de una Torre de Babel,
en un intento de reflejar la candidatura de Aristóbulo del Valle a la gobernación de la
provincia de Buenos Aires. Al pie de la misma, el fotógrafo realizó una autocaricatura
de su trabajo con la cámara». Pozzo, nacido en 1829, ya hacia 1850 «actuaba como
‘fotógrafo municipal’ a la vez que poseía un estudio particular. Es reconocido por las
imágenes del general Urquiza en Palermo, en momentos inmediatamente posteriores a
la Batalla de Caseros (1852), y también como fotógrafo oficial del Ferrocarril del
Oeste y por los retratos realizados a numerosas personalidades de la política argenti-
na. Asimismo, la importancia de su labor radica en haber acompañado al General
Roca en su Campaña al Desierto registrando con esta serie la ocupación territorial de
la Patagonia...».
(En: Fotografía Latinoamericana. Colección CEDODAL. Buenos Aires, CEDO-
DAL; 2001, Pág. 56).
Dentro de las corrientes de rescate del arte prehispánico y sus aplicaciones en las
creaciones contemporáneas, un apartado de excepción lo suponen las obras teatrales
que escenificaron historias y leyendas de los tiempos pretéritos de América. Es indu-
dable, en el sentido señalado, el influjo que supusieron, en escenografías, vestuario y
otros aspectos, los ballets rusos exitosos en Europa. Del continente americano pode-
mos señalar las decoraciones del argentino Alfredo González Garaño para el ballet
Caaporá (1917) inspirado en una leyenda guaraní, con argumento de Ricardo Güiral-
des y música de Pascual de Rogatis, pero sobre todo, la presentación en el Teatro
Colón de Buenos Aires, en 1923, de la Compañía Peruana de Arte Incaico, que puso
en escena la obra Ollantay. Luis Valcarcel, catedrático del Cusco, realizó entonces
una disertación con vistas cinematográficas y música ejecutada al piano para explicar
los contenidos de estas obras. Los actores, indígenas cusqueños, posaron para el ya
prestigioso fotógrafo Juan Manuel Figueroa Aznar.
454 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 455
APÉNDICE DOCUMENTAL
1. FERNÁNDEZ, Horacio. «¡No se mueva más! Retratos, fotógrafos y tarjetas de visita». En:
Encantados de conocerse. Fotografía, retrato y distinción en el siglo XIX. Fondos de la Colec-
ción Juan José Díaz Prósper. Valencia, Museu Valencià de la Illustració i la Modernitat-MUVIM,
2002, Págs. 3-7.
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 457
los prominentes, el fotógrafo moverá las cortinas para disminuir la luz sobre el perfil.
Con los rostros redondos, siempre complicados, deberá iluminar un poco de lado y
otro poco desde arriba si no quiere que desaparezcan las líneas del rostro. Sabe que
está terminantemente prohibido iluminar desde arriba a los calvos y narigudos.
Mientras el fotógrafo compone la postura y la iluminación de su cliente en el
escenario de la galena, al lado un ayudante prepara la placa en un pequeño laborato-
rio casi a oscuras que huele a éter y alcohol. Primero, elabora el colodión, que es una
disolución de algodón pólvora en éter y alcohol. Luego coloca la placa de cristal en
posición horizontal, extiende sobre ella el colodión, y finalmente la inclina para que
el líquido, que es un poco espeso, forme una superficie uniforme sobre el cristal, con
cuidado de no mojar el reverso. A continuación, sumerge la placa durante medio
minuto en un baño de yoduro de plata, con lo que consigue sensibilizarla a la luz.
Luego la escurre, e inmediatamente después, la coloca en un chasis, un marco de
madera, que cierra herméticamente. La placa ya está lista.
Una vez sujeto e iluminado el cliente, el fotógrafo se coloca al otro lado de la
cámara, esconde su cabeza debajo del paño negro, mira por el objetivo, encuadra,
tapa el objetivo, coloca en la cámara oscura el chasis con la placa que le acaba de
traer el ayudante, lo abre, ordena al retratado que no se mueva, saca el reloj, destapa
el objetivo, mide el tiempo, que varía en función de la luz, y vuelve a tapar el objeti-
vo: la foto está hecha. Ahora sólo falta sacar la placa de la cámara, revelarla y des-
pués fijarla, lavarla, secarla y barnizarla. Un trabajo para los ayudantes, que también
hacen las copias por contacto sobre papel, que una vez secas, retocadas (sobre todo
en los ojos, ya que suelen salir en blanco o bizcos) y barnizadas, se recortan y pegan
sobre cartulinas del tamaño de una tarjeta de visita.
En la sala de espera de nuevo, el cliente recoge las tarjetas, paga y se va. Compara
las fotos que ha comprado con las que se ha hecho y piensa que la fotografía no es
una ciencia exacta, ya que él no ha quedado tan bien como las celebridades. Pero en
cuanto se encuentre en la calle con otro escaparate fotográfico, cosa que no tardará
nada, el paseante creerá que todo tiene solución, que en este caso además es muy
fácil; hacerse nuevas tarjetas de visita.
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464 RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Y MARÍA LUISA BELLIDO GANT
HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS 465
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN................................................................................................................7
16. BIBLIOGRAFÍA....................................................................................................459