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“La biblioteca, como institución, sigue siendo el sitio donde mejor se puede
aprender a ser un lector pleno y avisado, un sitio no tanto para darse
respuestas como para aprender a formularse preguntas” (Graciela
Montes).
De higiene mental
Nuestra concepción de la lectura, de los libros, de los lectores, de los efectos de
la lectura, de la cultura, de las bibliotecas, no es neutral ni aséptica.
No sólo depende de la propia formación específica que hayamos recibido de
dichos conceptos y términos, sino, también, de un corpus terminológico que tiene que
ver sobre la propia existencia, la política, el sexo, la felicidad y, por supuesto, de la
opinión que tengamos formada de la enseñanza y aprendizaje de la lengua y de la
literatura y de la misma idea que tengamos del niño, del hombre y de la mujer.
¿Qué papel pueden desempeñar las bibliotecas públicas, sean, también, de aula
y de centro en el desarrollo de la competencia lingüística y, más en concreto, en el
desarrollo de la competencia lectora y en otro tipo de desarrollos apetecibles,
comportamientos democráticos, éticos y humanistas?
Es una cuestión que siempre estará ahí, como el dinosaurio de Monterroso, y
nunca se irá de nuestra mirada inquisitiva, porque en cada tiempo y en cada época se
resolverá en función del complejo cultural en que se inscriba la sociedad donde se
haga esa pregunta.
El desarrollo de esta competencia lectora-lingüística, ¿debe ser un objetivo
específico de las bibliotecas públicas?
Resultaría muy preocupante que las bibliotecas públicas se dedicaran a
desarrollar tareas vicariantes y complementarias del aprendizaje escolar, donde el
saber es un saber burocrático, reglamentado… algo, en principio, que nada tiene que
ver con una lectura lejos de cualquier pragmatismo y resultado mediato o inmediato y
que busque satisfacer una planificación académica que no ha contado con el lector.
Entiendo, por tanto, que las bibliotecas públicas en la medida que pretendan
imitar lo que se hace en la escuela o en el instituto estarán condenadas al fracaso y a
producir el mismo aburrimiento en aquellas personas cuya predisposición hacia los
libros se resuelve en tonos de repugnancia instintiva.
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Por tanto, es muy difícil que, de la noche a la mañana, se intenten transformar las
bibliotecas escolares, donde las haya, en el sancta sanctorum de todos los
aprendizajes habidos y por haber, incluido, por supuesto, el desarrollo de la
competencia lectora. O, como se dice de forma un tanto grandilocuente, transformar
la biblioteca en el motor del aprendizaje escolar. Ahora, y por decreto, planes de lectura
y bibliotecas tienen que ir asociados en lazo indisoluble. ¡Cuando ni siquiera existe la
figura del bibliotecario funcionando con todos los derechos y deberes del mundo!
En este contexto, lo primero que convendría es guardar cierta cautela a la hora
de atribuir a la biblioteca funciones y efectos milagrosos, como hacen la mayoría de
las instituciones oficiales, pero no sólo.
Hablar, por ejemplo, de que las bibliotecas constituyen la mejor reserva de la
identidad colectiva de los pueblos, de que son un factor esencial de cohesión,
integración e inclusión sociales mucho más que una buena renta per cápita; de que
son la gran palanca del desarrollo de la democracia y del capitalismo, y todo un
blablablá más o menos ilustrado, es hablar demasiado y sin mucho sentido.
Mientras no exista un planteamiento interdisciplinar de los aprendizajes los
resultados han de ser necesariamente magros y héticos, es decir, de poca sustancia,
que diría Mateo Alemán.
A pesar de eso, el uso de las bibliotecas, sin sacralizarlas, pueden servir para
llevar adelante múltiples proyectos, cuya finalidad vendría auspiciada por el desarrollo
de la competencia lectora.
Cambio de mentalidad
Se necesita, en primer lugar, un cambio de mentalidad del profesorado y del
sistema.
Algo tan complicado como difícil de conseguir. La mayoría del profesorado ni es
lector, ni considera que las bibliotecas sean necesarias para el desarrollo particular del
curriculum en el que está inmerso.
Si algo falla en el sistema, es la falta de visión interdisciplinar de los aprendizajes.
El profesorado de ciencias sigue sin enterarse de que para impartir sus áreas tienen
que echar mano de la ortografía, de la semántica y de la sintaxis. Y, por supuesto, del
pensamiento hipotético deductivo.
Para colmo, la rigidez de horarios y de estructuras hace casi imposible cualquier
proyecto global que se precie. Muchas posibles experiencias ni siquiera se inician
porque los horarios están elaborados como las entradas y salidas de los trenes, pero
no con criterios pedagógicos. La mayoría de ellos son inflexibles.
Quienes mejor lo tienen son los de Educación Primaria, todavía nada expertos
en las podredumbres estructurales que embargan de tristeza la Secundaria.
De cualquier modo cabe indicar que, mientras el profesorado no se decida a
utilizar la biblioteca, sea como recurso pedagógico, o como se quiera conceptualizar
su presencia en la institución escolar, y el equipo docente no sienta la necesidad de
vincular la enseñanza y el aprendizaje con la biblioteca, nada o muy poco obtendremos
de dicha relación.
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Un libro te puede gustar por muchas razones psicológicas que nada tienen que
ver con la estética. El animador debe ser capaz de aprovecharse de esas
identificaciones psicológicas para dar el salto al análisis estético.
Cuando alguien dice que “X” personaje le gusta, es pertinente preguntarle el
porqué. Seguro que, si describe sus valores o sus ideas, veremos que coinciden con
los que el lector tiene. Estupendo. A partir de ese momento, el animador puede dar el
segundo paso y pedirle al lector que describa cómo hace el autor para que ese
personaje se le aparezca tan bueno. Entonces, con toda seguridad este lector
comenzará describir los planos y las tramas en que se mueve dicho personaje,
sirviéndose el autor para ello del uso del lenguaje. El aprendizaje estético acaba de
empezar si, a partir de ese momento, la dialéctica compartida lectora entra en acción.
De este modo, se educará el gusto. Porque este también se educa. Y si se educa
en dialéctica con el gusto de los demás, mucho mejor.
No basta, pues, con decir que “esta novela me ha gustado”, sino que es necesario
argumentar el propio gusto. No para criticarlo ni censurarlo, sino para converirlo en
plataforma de una dialéctica que aclare los criterios lingüísticos, estéticos, ideológicos,
psicológicos en que se basa.
Y, desde muy niños, hay que ir aprendiendo a fijar estos perfiles interpretativos
como esquemas operativos de la mente. Aprendizaje que se hace, aunque no lo
parezca, desde preescolar.
b. Nivel interpretativo
Ser capaz de transmitir lo que dice el texto que hemos leído. De reelaborar el
sentido del texto siendo fiel al relato lo más posible. No se trata de inventar nada, sino
se mostrar eficazmente que comprendo e interpreto el texto de un modo coherente.
Y, desde luego, no hace falta hacer miles de preguntas para conseguirlo.
Normalmente, cada libro despierta en cada uno de nosotros unas preguntas
determinadas. Son las que conviene tomar como preguntas interesantes para una
dialéctica.
Resulta lamentable que alguien haga preguntas para los otros cuando, en
muchos casos, ese alguien no se ha leído siquiera el libro sobre el que versan las
preguntas. Eso es posible porque las preguntas que se hacen son preguntas
estándares, canónicas, las de siempre, es decir, las que no sirven para hacer una
lectura interpretativa que emocione, conmueva o te haga pensar.
Al final de la lectura de un libro, lo habitual es que nadie se haga preguntas, ni se
dedique a escribir lo que acaba de leer. Solo lo hacen los profesores en el aula, porque
piensan que si no hacen preguntas, los lectores no comprenden, no interpretan y, para
decirlo, resueltamente, no se han enterado de nada. Grasiento error.
Los objetivos de leer un libro son múltiples y variados y, desde luego, no está
entre ellos hacerse diez preguntas al terminar de leerlos. Pero, cuando un grupo lee la
misma obra, merece la pena, ciertamente, que sean los miembros del mismo grupo
quienes expongan qué preguntas les ha revoloteado la menta mientras leían el libro.
Y con esas preguntas entablar una amable o acalorada discusión.
c. Nivel crítico
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Proyectos de escritura
"Me gustaría que las mejores bibliotecas se convirtieran no
solamente en espacios donde se pueden explorar libros, escuchar
dramatizaciones o leer en voz alta, sino también en espacios
donde se favorezca una expresión escrita, porque yo no quiero que
la posibilidad de expresarse por escrito sea privilegio de unos
pocos" ( E. Ferreiro, 1997).
No se trata, como pudiera parecer a primera vista, escribir lo que uno quiera y le
apetezca. Así, rara vez se aprende a escribir.
Los proyectos de escritura tienen que estar mucho más estructurados,
atravesados todos ellos por la huella de la consciencia.
Se escribe, porque se quiere comunicar algo con una intención determinada y
con una coerción formal determinada.
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Si lo que queremos comunicar tiene que ver con las propias lecturas que
hacemos, el profesorado debe ofrecer al alumnado un método que haga posible dicha
comunicación textual.
Porque hablar de lo que uno lee, no es fácil si se hace con rigor y exactitud. Basta
lee las críticas que aparecen en los suplementos literarios de los periódicos para saber
de qué estamos hablando cuando hablamos de hacer crítica con exactitud y rigor.
Hoy día disponemos de muchos medios y sistemas para hacer llegar a los otros
nuestros comentarios personales sobre las lecturas que hacemos.
Una biblioteca, sea de aula o de la institución, tendría que disponer de un diario
de lecturas, escrito por sus usuarios, siempre disponible para que los demás leyesen
los comentarios de otros lectores de la misma edad. Nada aconseja más la lectura que
las opiniones de quienes están a la propia altura intelectual de uno.
A mí me sorprende que, con la cantidad de cuentos, poemas y breves ensayos
que se escriben en una escuela y en un instituto, no se vean tales producciones por
ningún lado.
¿A dónde va a parar todo lo que escribe el alumnado?
Partiendo de esta disposición, no extrañará que el alumnado considere que su
escritura no sirve para nada y que no merece gran cosa emborronar una cuartilla.
Los adultos olvidamos que los niños y adolescentes son también muy vanidosos,
y necesitan que se les halague el ego, y, sobre todo, que se les tenga en cuenta. Por
eso, es muy difícil que el alumnado quiera escribir si el profesorado no valora lo que
aquél escribe. Y es que el profesorado corrige y evalúa, pero rara vez lee lo que
escriben sus alumnos.
Si lo que el alumnado escribe, sólo es motivo de evaluación por parte del
profesorado, luego no nos llamemos a engaño.
Las paredes de la biblioteca, del aula, de los pasillos, deberían estar durante el
año rebosantes de trabajos del alumnado.
Trabajos de investigación
A mí las bibliotecas me interesan mucho menos por la omnipotencia de sus
ofertas que por los objetivos y estrategias pedagógicas que se pueden proponer para
la formación de los lectores.
Pero para ello es necesario disponer de metodologías didácticas activas.
El proceso es bien sencillo de enumerar: búsqueda y recuperación de información
(hábitos de consulta); tratamiento (comprensión e interpretación), y comunicación
posterior (transformar la información en conocimiento personal).
Todo ello requiere un trabajo minucioso e interdisciplinar.
Mi mayor satisfacción es que el alumnado aprenda a realizar un proceso completo
de investigación, sirviéndose para ello de la biblioteca escolar.
De manera sencilla se podría decir que dicho proceso es bien elemental: cada
alumno o grupo de alumnos eligen un tema. A continuación, escriben un texto original
con sus ideas y con sus puntos de vista. Después, se contrasta y se compara con lo
que otras personas han pensado y escrito.
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BIBLIOGRAFÍA
Sobre la lectura
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Cooper, J. :Cómo mejorar la comprensión lectora, Visor, Madrid, 1990.
Monson, D.: Crear lectores activos. Visor, Madrid, 1990.
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- No es para tanto. Divagaciones sobre la lectura; Editorial Prames, Zaragoza, 2002.
- Leer para comprender; Departamento de Educación, Gobierno de Navarra,
Pamplona, 2003.
- Lectores competentes; Editorial Anaya, Madrid, 2004.
- Metáforas de la lectura; Editorial Lengua de Trapo, Madrid, 2005.
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Gobierno de Navarra, Pamplona, 2005.
- Recordar y Reconocer (I y II). Cuaderno de actividades para desarrollar la
competencia lectora. Destrezas básicas. Editorial Cénlit, Pamplona, 2006
- Interpretar (I y II). Cuaderno de actividades para desarrollar la competencia lectora.
Destrezas básicas. Editorial Cénlit, Pamplona, 2006
- Valorar (I y II). Cuaderno de actividades para desarrollar la competencia lectora.
Destrezas básicas. Editorial Cénlit, Pamplona, 2006.
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Sobre biblioteca
- Boletín de le Asociación andaluza de Bibliotecarios, La formación de usuarios
en las bibliotecas públicas españolas: análisis de las principales experiencias
desarrolladas, n° 65, Diciembre 2001, pp. 27-46.
- Camacho, J. A. “La Biblioteca del aula. Más que una biblioteca”, en
Comunidad educativa, 208 (1993).
- Cencerrado, Luis M. La formación de usuarios como difusora de los servicios
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- Chambers, Aidan, Conferencia pronunciada en el 25° Congreso Mundial de
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- Chartier, R. El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa
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Escardó i Bas, Mercè, La biblioteca, un espacio de convivencia (La Sombra
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- Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Formar usuarios en la biblioteca.
Programas desarrollados por el Área de Promoción de la lectura del Centro
Internacional del libro Infantil y Juvenil. Salamanca, 2001.
- Gobierno de Navarra. Biblioteca y aprendizaje autónomo. Guía práctica para
descubrir, comprender y aprovechar los recursos documentales Blitz-Serie Verde.
Departamento de Educación, Pamplona, 2002.
- Lerner, Delia Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario,
México. Secretaria de Educación Pública. Fondo de Cultura Económica, 2001.
- López, Pedro e Inmaculada Velosillo, Educación para la ciudadanía y biblioteca
escolar, Gijón, Trea, 2008.
- Revista de Educación, “La biblioteca escolar: centro de documentación,
información y recursos para la comunidad educativa. Un punto de vista documental”,
Número Extraordinario, “Sociedad lectora y educación”, Madrid, 2005.
Rosenblatt, L. La literatura como exploración, Fondo de cultura Económica,
2003.