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TRABAJO PRÁCTICO

HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Materia: Historia de la Lengua Española

Docente: Martínez, Natalia

Tema: Evolución histórica del Latín, Conquista Romana de la Península Ibérica,


Primera Etapa de desarrollo de la lengua Española, Conquista Musulmana de la Península
Ibérica e Influencia del Árabe en el desarrollo de la lengua Española.

Bibliografía:

Lapesa, Rafael. (1981). Historia de la Lengua Española.

Cano Aguilar, Rafael. (1992). El Español A Través de los Tiempos

Año Lectivo: 2019

Carrera: Profesorado de Educación Secundaria en Lengua y Literatura.

Curso: 1°

Institución: Instituto Superior de Formación Docente N°51 – Pilar, Buenos Aires.

Alumnos:

Baucero, Gabriela Fabiana (22.577.561)

Bobrowski, Cintia Ester (42.515.061)

Guaraz, Joel Esteban (41.067.891)

Talavera, Camilo Sebastián (41.075.349)


Respuestas:

1)

Como una lengua viva, el latín se fue desarrollando hasta degenerar en lo que hoy se
conocen como las lenguas romances. Durante este proceso, el latín puede diferenciarse en dos
vertientes distintas que corresponderán, de cierta forma, a la lengua oral y a la escrita; así, se
puede distinguir como latín “clásico” o “culto”, correspondiente a la lengua escrita y latín
“vulgar” a la oral.

El latín culto se desarrollaba principalmente en las escuelas y los ámbitos literarios; era
el aspecto más refinado que la lengua podía alcanzar, y alcanzó elevadísimos niveles de
refinamiento con escritores como Cicerón, Horacio o Virgilio.

Por otro lado, el latín vulgar era empleado en la conversación de las gentes medias y de
las masas populares, y si bien se estacionaba en modismos antiguos, a su vez iba progresando al
desarrollar tendencias nuevas e innovadoras que eran repudiadas o parcialmente aceptadas por
la literatura.

Las diferencias entre un idioma y otro se fueron ahondando durante el Imperio, dado
que el latín culto se estacionó en su gramática mientras que el latín vulgar continuó
evolucionando y sufriendo alteraciones.

Una de las diferencias más destacables entre ambas vertientes del latín puede ser
percibida en el orden de las palabras: mientras que el latín clásico admitía en su construcción
frecuentes transposiciones, entre dos términos ligados por el sentido y la concordancia podían
interponerse otros (los poetas hacían un gran uso de esta libertad, pero estas formas resultaban
ajenas al habla normal); el latín vulgar prefería situar junas las palabras modificadas y las
modificantes. El hipérbaton que ejercían los poetas era poco o nada frecuente en la lengua
hablada, que tras un lento proceso termino por desaparecer completamente de ésta.

A su vez, en el latín clásico las palabras determinantes solían quedar en el interior de la


frase, mientras que en el latín vulgar propendía a una marcha en que las palabras se sucedieran
con arreglo a una progresiva determinación. Durante el declive de la era imperial el orden
vulgar se abriría paso incluso a la lengua escrita.

Otra diferencia apreciable se encuentra en la estructura morfológica del latín: en el latín


clásico cada palabra llevaba en su terminación los signos correspondientes a las categorías
gramaticales. No obstante, éstas desinencias no bastaban para expresar con precisión las
diferencias asignadas a cada una, entonces se daba lugar al uso de preposiciones especificadoras
que auxiliaban a la interpretación de cada intención diferente.

Sumado a esto, la supresión fonética de determinados morfemas al final de los términos


hizo que se eliminasen las distinciones entre vocales largas y vocales cortas, lo que llevó a una
equiparación de ciertas desinencias en distintos casos. Como consecuencia, la oposición entre
singular y plural (que no contaba con más instrumento que la diferenciación de desinencia) llevó
a que el latín vulgar se fuera limitando progresivamente hasta oponer una única forma de
singular a otra forma única de plural.
Un rasgo único del latín vulgar, que era completamente inexistente en el latín culto, era
la aplicación del artículo determinante. El lenguaje coloquial daba amplio margen al elemento
deíctico o señalador, característica que permitió al latín vulgar hacer un gran empleo de los
demostrativos.

En el caso del aspecto léxico, el latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico,
con lo cual se borraron diferencias de matiz que la lengua expresaba con palabras distintas.

2)

Transformaciones morfológicas del latín al español:

a- La pronunciación de la /-m/ desaparece, ejemplo: patrium-patria


b- La /-u/ final se convierte en /-o/, ejemplo: templum-templo.
c- Las diferencias de pronunciación entre largas las vocales acentuadas que terminaban en
sílaba y breves las que acababan en consonante habrán sido menores en la zona de
Hispania, ya que la /e/, /o/ se modificaron a /ié/, /ué/, ejemplo: pie, nuevo.
d- La grafía ph se transformó en f, ejemplo: sphaeram-esfera.
e- El grupo /ns/ se simplifica a /s/, ejemplo: mensa, ansa-mesa, asa.
f- La /x/ se transforma en /j/, ejemplo: exemplum-ejemplo
g- Vocal postónica interna desaparece, ejemplo: nobilem-noble.
h- La /d/ intervocálica desaparece, ejemplo: cadere-caer
i- La /-e/ final tiende a desaparecer, ejemplo: florem-flor
j- La grafía y pasa a i, ejemplo: Aegyptum-Egipto.

3)

La conquista romana sobre la Península Ibérica puede brindar una gran perspectiva
sobre qué relaciones pueden encontrarse entre las ideas de poder, lenguaje, cultura y
dominación.

Es importante, para esto, comprender cómo se dio el proceso de latinización en


Hispania: Roma ejerció su poder no a través de coacciones, sino a través de su cultura.

En primer lugar, cabe destacar que la imposición de un Estado romano, como afirma
Lapesa en su texto Historia de la Lengua Española, “no representaba sólo garantías para el
individuo, sino que era objeto del servicio más devoto y abnegado. Al conquistar nuevos países,
Roma acababa con las luchas de tribus, los desplazamientos de pueblos, las pugnas entre
ciudades: imponía a los demás el orden que constituía su propia fuerza”, y esto es interesante ya
que nos revela una forma de dominación que se centra en características propias del, si se quiere
decir, “ciudadano romano” y no responde necesariamente, ni de forma directa, a la identidad de
una fuerza militar, sino que intenta, desde su primera forma de dominación, la integración y
unificación de los ciudadanos. Más adelante el autor repara sobre esta “identidad ciudadana”
que mantenía Roma al esclarecer ciertas cuestiones: “El sentido práctico de los romanos los hizo
maestros en la administración, el derecho y las obras públicas. Roma sentó la base de las
legislaciones occidentales. Calzadas, puertos, faros, puentes y acueductos debidos a sus técnicos
han desafiado el transcurso de los siglos.” El dominio romano significaba, entonces, una
conquista primero cultural. Cabe a esta idea los versos que, gratamente, Lapesa transcribe para
echar luz sobre esta idea:

“Tu regere imperio populos, Romane, memento


hæ tibi erunt artes, pacique imponere morem,

parcere subiectis et debellare superbos”

Por otro lado, hay que tener presente que Roma había absorbido la vida espiritual de
Grecia, sociedad que brindó ideas más abstractas y cercanas al espíritu de las cuales Roma
carecía en su momento. Esta espiritualidad de la que bebió la capital itálica fue llevada e
inculcada en las provincias de tal forma que hasta en estos tiempos pueden apreciarse restos de
esa antigua religión que fue limitándose a supersticiones regionales; “La religión de los
conquistadores, con sus dioses patrios y extranjeros que iba cobijando, convivió en la Península
con el culto a divinidades indígenas. La mitología clásica alzó templos consagrados a Diana,
Marte o Hércules, y pobló de ninfas los bosques hispanos. Aún hoy subsiste en Austrias la
superstición de las xanas, hermosas moradoras de las fuentes, que tejen hilos de oro y favorecen
los amores; xana es evolución fonética y semántica de Diana, la diosa virgen de los bosques y la
caza.

Otra de las imposiciones más importantes de Roma sobre Hispania fue la instauración
de la lengua latina, la cual, según Lapesa, “no hicieron falta coacciones; bastó el peso de las
circunstancias: carácter de idioma oficial, acción de la escuela y del servicio militar,
superioridad cultural y conveniencia de emplear un instrumento expresivo común a todo el
imperio”. La latinización de la Península no fue repentina, sino que fue larga y paulatina,
dejando paso a un tiempo de bilingüismo en el que los hispanos utilizaban el latín
exclusivamente para relacionarse con los romanos, pero con el tiempo las lenguas nativas fueron
desapareciendo hasta el punto de latinizarse toda la sociedad. El autor nos señala “En la época
de Augusto afirma Estrabón que los turdetanos, especialmente los de las orillas del Betis, habían
adoptado las costumbres romanas y habían olvidado su lengua nativa”. Cabe reparar en la
importancia de lograr que un pueblo olvide su lengua nativa, lengua que representaría, es de
creer, la identidad de un pueblo. De este razonamiento es lógico pensar que al latinizar
totalmente la Península, la identidad de ésta se haya vuelto totalmente servida al imperio; habría
que remarcar, entonces, el siguiente hecho que nos brinda Lapesa: “El derecho latino, y más aún
la ciudadanía romana, sólo eran otorgados fuera de Italia como honor o recompensa. Pero
cuando Hispania era ya –según Plinio- el segundo país del Imperio, Vespasiano extendió a
todos los hispanos el derecho latino.” Roma no sólo conquistó el territorio ibérico, sino que
también transformó toda su identidad a través de la imposición de su lenguaje y su cultura,
formas valiosísimas del poder y la dominación.

4)

En el año 711, grupos provenientes de Oriente y del norte de África (árabes, sirios y
beréberes), principalmente de religión musulmana, derrotaron al pueblo visigodo que habitaba
la Península para dar comienzo así, a una dominación árabe sobre casi toda la zona ibérica que
se prolongaría durante ocho siglos.

La conquista se dio con inusitada rapidez; en ocho años los árabes se habían hecho con
el poder de casi toda la península, a excepción de una pequeña franja de territorio al norte,
donde se asentaron los principales núcleos de resistencia (Oviedo, León, Burgos, Pamplona,
Barcelona, etc.) que rechazaban con desdén el intenso proceso de arabización cultural que se
estaba desarrollando en el resto de la zona ibérica. De este proceso de arabización cultural nace,
entonces, la sociedad musulmana que se llamó Al-Andalus.

Esta España islámica trajo una lengua de naturaleza muy distinta, el árabe, que se
impuso como lengua oficial y de cultura. La instauración de la organización y los modos de vida
árabes no se dieron sólo entre los conversos, sino también a los que permanecieron fieles al
cristianismo (mozárabes) quienes, incluso durante el desarrollo de la Reconquista, adoptarían
hábitos y costumbres de sus enemigos, seducidos por su refinamiento, su sensibilidad y su
cultura superior.

Resulta lógico entonces deducir que, al estar expuesta la península a una sociedad
islámica y arabizada durante un largo periodo, ésta quedó impregnada en su espíritu de huellas
culturales árabes muy profundas; visibles en grandes construcciones, sistemas de riego,
elementos filosóficos y religiosos, recetas culinarias, etc.

De la misma forma, la huella árabe resulta visible en la lengua. El árabe actuó como
superestrato del romance andalusí y como adstrato de los otros romances peninsulares. Sobre
todo, esta influencia se puede vislumbrar en el aspecto léxico del español, ya que las estructuras
internas de ambas lenguas se desarrollaron con casi total independencia.

No existe en el español ningún fonema que tenga relación con el árabe. Los sistemas
fonológicos de ambas lenguas resultaron impermeables el uno al otro. Sólo podría considerarse
como influencia árabe en el español la modificación de la frecuencia de ciertos tipos de
acentuación (como el incremento de las palabras agudas y esdrújulas), de ciertas distribuciones
fonológicas (aumentaron los casos de –r y –z finales: alféizar, almirez) y silábicas (introdujeron
numerosos polisílabos: almogávar, berenjena).

La estructura gramatical apenas sufrió influencias. Es destacable, quizás, el posible


arabismo del plural español “los padres” para referirse tanto al padre como a la madre, y no sólo
a los varones que concretamente son los “padres”; así como también la introducción de la
preposición “hasta”.

A diferencia del aspecto fonológico y gramatical de la lengua, el léxico español sí se vio


gravemente influenciado por el árabe, reconociéndose esta influencia casi en el 8% del
vocabulario total. Puede decirse que casi todos los campos de la actividad humana cuentan en
español con arabismos. Se destacan en el campo científico, dada la superioridad árabe en este
terreno durante la Edad Media, así, se destacan términos como “algoritmo” “guarismo” “cifra”
“algebra” “alcohol” “álcali” “alambique” etc.

En los romances hispánicos, a su vez, se destacan otros tipos de arabismos: los que
hacen referencia a la casa (zaguán, azotea, arriarle, alcantarilla, etc.), la ciudad (arrabal, aldea,
alcázar, alcazaba, etc.) las labores o tareas agrícolas (acequia, alberca, alquería, almazara), y las
plantas, frutos, etc. (alcachofa, algarroba, algodón, azúcar, alfalfa, aceituna, naranja, etc.) o las
flores (alhelí, azucena, jazmín, etc.), la artesanía y los oficios en general (alfarero, albañil,
badana, alfiler, etc.), el comercio (almacén, aduana, arancel, albalá, zoco, etc.), las instituciones
(alcalde, aguacil), juegos (ajedrez, azar, naipe) alimentación (albóndigas, fideos, almíbar,
ajonjolí), etc. Así, es apreciable cómo toda la vida cotidiana es retratada en la influencia árabe,
dando cuenta de cuán próximas fueron ambas culturas.

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