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Las sociedades peninsulares viven en los siglos finales de la Edad Media una crisis
que manifiesta sus primeros síntomas a mediados del siglo XIII y que señala el paso de la
plenitud a la decadencia del mundo medieval. En cuanto a su periodización y fases, García
de Cortázar señala su instalación hacia 1270, su agravamiento hacia 1320, su mayor
profundidad entre 1320 y 1390, los primeros indicios de su alejamiento entre 1390 y 1410,
y los síntomas de su recuperación entre 1410 y 1430. Se han dado muchas interpretaciones
sobre el carácter de la crisis. Tal vez la más acertada sea la de Julio Valdeón, que considera
que ésta tiene una dimensión social y estructural, y que no es suficiente explicarla en
función de factores externos. Las malas cosechas, con su secuela del hambre, la Peste la
guerra inciden en una sociedad con graves desajustes sociales y económicos. La constante
de la historia política serán los problemas dinásticos y las guerras civiles.
Pero la crisis tuvo matices diferentes en los distintos reinos peninsulares, como ha
señalado Salrach, en función de las características previas de cada uno de los Estados.
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Cortes para pagar a los poderosos. Castilla saldrá también ante de la crisis y con los
Trastámara se convierte en el estado hegemónico de la Península. Pero las estructuras
señoriales sobre las que se monta, serán un lastre para la evolución económica y social
futura del país.
En la Corona de Aragón, Cataluña tuvo hasta mediados del siglo XIV una actividad
próspera basada en la exportación de su producción y en la compra de los productos de los
que era deficitaria. En este período empiezan a aparecer las primeras crisis de subsistencia.
A medida que los mercados se cerraban, la crisis afectó profundamente a Cataluña en la
segunda mitad del siglo XIV, no recuperándose a lo largo del siglo siguiente. La
conflictividad social derivada de la mala situación económica se traducirá a mediados de
aquella centuria en sublevaciones campesinas y guerra civil.
Así pues, podemos decir que los núcleos cristianos de la Península Ibérica
experimentarán importantes transformaciones en los siglos XIV y XV. La expansión
demográfica, económica y militar de los siglos anteriores quedó detenida, dando paso a una
etapa de crisis general que alcanza su culminación a mediados del XIV. La incorporación al
dominio cristiano de todas las tierras peninsulares sometidas al poder islamita, pactada una
y otra vez por los monarcas castellano y aragonés, no pudo consumarse, lo que permitió la
pervivencia del reino nazarita de Granada, en medio de conflictos entre diversos reinos
cristianos y luchas sociales, desde las remensas catalanas hasta los irmandiños gallegos,
con intensidad inusitada. Pero a través de la crisis se alumbraron soluciones nuevas, como
la reconstrucción agraria del siglo XV, el fortalecimiento de los poderes monárquicos, etc.
La depresión, por otra parte, no afectó con la misma intensidad a todos: Castilla pudo
recuperarse con prontitud del bache, mientras que Aragón sufre el desplome de Cataluña,
no compensado por el auge espectacular del reino de Valencia.
Al mismo tiempo, durante este período se irán forjando buena parte de los
caracteres culturales propios de la personalidad de cada uno de los reinos.
2– Población.
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XIV, acusaron una elevada mortandad y dejaron una huella profunda en la sensibilidad de
la época: se producirá, como en otros puntos de Europa, toda una "cultura de la muerte".
Numerosos lugares son abandonados. Pero hoy en día se considera que la fractura
demográfica no fue consecuencia de las epidemias directamente, sino que la regresión
comenzó antes, expresión de un desequilibrio entre los efectivos y la producción global de
alimentos. Las pestes actuarán sobre una población ya debilitada.
En Castilla, hacia el 1300 habría unos 4,5 millones de habitantes, lo mismo que a
finales del XV. Datos que, por otra parte, rebajan extraordinariamente las estimaciones que
el censo de Quintanilla del 1482 efectuaba, suponiendo la existencia de unos 7 millones de
habitantes.
La epidemia más grave que sufrió nuestro país, primera de otras que se propagaron
durante los siglos XIV y XV será en efecto la Peste Negra o peste bubónica (en alusión a
los bultos purulentos o "bubas" que salen a los afectados), que según algunas hipótesis se
habría difundido desde Crimea a Génova. La mortandad fue elevada, y el impacto causado
en los contemporáneos fue enorme, a juzgar por los angustiados testimonios que nos han
transmitido los documentos de la época. Las Cortes de Valladolid de 1351 describen un
panorama desolador: despoblados, discriminación del campesino, carestías, alzas de
precios y salarios... que se tratan de remediar mediante el Ordenamiento de "menestrales y
posturas."
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La repoblación andaluza vive al mismo tiempo un período álgido: la aldea de
Albacete se convierte en villa en 1375, los duques de Feria repueblan Extremadura, etc.
También en el Señorío de Vizcaya se fundan villas (Bilbao en 1300, luego Portugalete,
Guernica, etc.). Si bien el otorgar el carácter de villa no siempre implicaba un incremento
notable de población, sino un deseo de concentrar a la misma para evitar robos.
3– Economía y sociedad.
Con la tecnología disponible en el siglo XIII cada vez era más difícil un aumento de
recursos alimenticios, pese a que la población sigue creciendo: el equilibrio se romperá en
el siglo XIV, con una crisis económica, política, social y cultural, hasta que a finales del
XV se establezcan en toda Europa monarquías autoritarias.
La crisis agraria de la primera mitad del siglo XIV pudo ser ocasionada por una
disminución de la producción de trigo al preferir los señores feudales dedicar tierras a
cultivos comerciales (vino, aceite, plantas tintóreas) o materias primas industriales (lana).
También influyen catástrofes climáticas, las luchas contra los señores, el bandolerismo.
Así, la Peste Negra de 1348–51, o las epidemias de 1363 y 1371 tardarán 150 años en
superarse en zonas como Cataluña: despoblamientos campesinos, intensificación del
bandidaje, falta de cargos públicos, aumento de los salarios agrícolas y urbanos, etc.
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Durante la primera mitad del siglo XIV, la Península vivió unos años de adversas
condiciones climáticas, que, al igual que en la segunda mitad de la centuria anterior,
siguieron provocando periódica crisis de subsistencia, y, por consiguiente, mortandades.
Numerosas noticias recogidas en los cuadernos de Cortes o en la documentación monástica
mencionan la falta de hombres para hacer frente a las cargas tributarias. En Castilla, la
Crónica de Fernando IV recoge la primera "gran mortandad", consecuencia de la sequía y
el hambre, a la que siguieron otras en 1311.
En Castilla fue especialmente duro el período de 1331–1333, así como los años
1443–1446. Navarra vivió malas cosechas y hambre entre 1311 y 1318 y en la Corona de
Aragón la situación no fue distinta. Cataluña conoció su "primer mal año" en 1333, con una
terrible crisis agraria y hambre, a la que siguieron muchos más en los años siguientes, ya
que se sumaron las catástrofes de los terremotos.
Pero lo más grave fue une los años de peste, malas cosechas, crisis de subsistencia
y hambres fueron una constante a lo largo de la centuria. Los precios de los alimentos
como el trigo sufrieron violentas caídas. En relación con el trigo, Valdeón ha estudiado
cómo en los años de malas cosechas los precios subían desproporcionadamente para luego
bajar bruscamente, aunque afirmándose una tendencia alcistas que llevó a la monarquía a
devaluar la moneda. La escasez de mano de obra produjo una subida de los salarios que, a
su vez, repercutieron en el alza de precios de los productos manufacturados. La falta de
hombres hizo también que se abandonaran las tierras menos fértiles y que se produjeran
numerosos despoblados. En líneas generales, la población abandonó el campo y se fue a las
ciudades, y esto provocó que los campesinos, menos afectados por la epidemia, fuesen los
más perjudicados por la falta de hombres para trabajar y que los conflictos campesinos
fueran los que primero estallaron. La nobleza a su ve se vio perjudicada por la pérdida de
rentabilidad e sus tierras sin trabajar, por la inflación que se produjo por la caída de sus
rentas.
La convivencia entre las distintas comunidades se vio afectada por una ola
antisemita que cobró más fuerza al hacer responsables a los judíos de la epidemia: será el
origen de muchos "pogroms" o expediciones antisemitas del siglo XIV.
En el campo, la solidaridad entre los campesinos lleva a una mutua ayuda para
sobrevivir. En las ciudades, las Órdenes Mendicantes de Dominicos y Franciscanos van a
realizar una gran labor de asistencia social entre los cada vez más numerosos marginados.
Aparecerán nuevas formas de piedad y la creación de la Cofradías, especialmente por parte
de los seguidores de San Francisco.
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Los esfuerzos de Alfonso X y sus sucesores por evitar la importación de productos
de lujo y las exportaciones de materias primas fueron ineficaces, creándose profundos
desequilibrios en la economía.
En contraste con la situación de crisis política que vivió Castilla en la primera mitad
del siglo XV, la economía empezó a mostrar síntomas claros de recuperación. Se
empezaron a cultivar nuevas tierras y la producción agraria se adaptó a la demanda de los
mercados urbanos y del comercio internacional. Destaca en este sentido el aumento de los
viñedos y del olivo.
La ganadería ovina, siguiendo la tendencia de épocas anteriores, fue en aumento,
controlada por los grandes señores interesados en la exportación de la lana y fomentada por
la Corona que obtenía importantes ingresos del cobro de los impuestos de tránsito del
ganado.
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de muebles, cerámica y tintorería.
Castilla, gran productora de lana, perdió sin embargo la oportunidad de crear una
industrial textil próspera. Se convirtió en un país exportador, en función de los intereses de
los señores, pero no en productor. Contribuyó también a este hecho el proceso de
aristocratización que vivieron las oligarquías urbanas, que las llevó a abandonar las
actividades productivas. Las actividades artesanales crecieron y se diversificaron, pero
tuvieron un carácter local.
A– CASTILLA
Para la Corona de Castilla estos años han sido calificados por diversos autores
como tiempos turbulentos. Sancho IV, tras la guerra civil provocada por la sucesión al
trono, consolidó el poder real con el apoyo de las ciudades, a las que en los años del
conflicto había permitido la creación de las hermandades, y eliminó al principal
representante del sector de la nobleza que le habían sido rebeldes, Lope Díaz de Haro.
Los años iniciales del reinado se vieron marcados por las incursiones de los
benimerines en el valle del Guadalquivir. El monarca reanudará la Reconquista y
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conquistará Tarifa en 1292, paso importante para el dominio del estrecho. Su temprana
muerte y la minoría de su sucesor, Fernando IV, dejó al reino bajo la regencia de la reina–
madre María de Molina y del infante Enrique. Surgió de nuevo la cuestión sucesoria,
protagonizada por los Infantes de la Cerda, agravada por la ilegitimidad del infante
Fernando, dado que sus padres se habían casado sin licencia eclesiástica por ser parientes
cercanos.
La anarquía se extenderá por todo el país, y las revueltas de los nobles, que
buscaban nuevos privilegios y dominios a costa del realengo, fueron constantes. De nuevo
la regente tuvo que recurrir a las ciudades, a las que permitió la creación de hermandades, a
la convocatoria de Cortes.
La muerte del rey castellano en 1312 abrió de nuevo una larga regencia que durará
hasta 1325. Al iniciarse la minoría de Alfonso XI, se encomendó el gobierno del reino a los
infantes don Juan y don Pedro, y la custodia del rey a su abuela María de Molina.
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En su actuación para evitar los "desafueros", las oligarquías no actuaron contra el
poder real, sino que trataron de limitar este poder por vía del pacto político, trataron de
obtener un "contrato de gobierno" para la gestión conjunta d la soberanía real.
Con la mayoría de edad (1325) Alfonso XI, que había sucedido a su padre cuando
tenía un año de edad, impuso la paz en el reino. Debido a las circunstancias vividas durante
su minoría de edad, Alfonso XI desarrolló una política de restauración de la autoridad
monárquica, y para ello se impuso a sus tutores y suprimió la Hermandad General.
En su afán de pacificación del reino llegó a acuerdos con los nobles, y les
recompensó económicamente por sus servicios en la corte y en el terreno militar. Para
realzar el prestigio social de la Caballería, creó la Orden de la Banda, primera en Europa de
este estilo. Se trata de una orden de caballería, instituida en 1330, para dar una prueba de la
magnificencia real a los grandes señores de sus cortes y alentarles a defender la religión
católica. Sólo eran admitidos en ella los hijos de las familias más ilustres. Pero bastaba que
cualquiera usase la banda y saliese victorioso del duelo o desafío que dos caballeros de la
orden se encargaban de sostener, para que le admitiese en la misma. Será abolida por los
Reyes Católicos.
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Alfonso X, promoviendo entre otras la finalización de la Estoria de España, con la llamada
"Crónica de los tres reyes". También dedicó sus escritos a la montería y cetrería.
Alfonso XI morirá de peste en marzo de 1350 mientras sitiaba Gibraltar, que había
sido tomada por los musulmanes. De su matrimonio con María de Portugal tuvo dos hijos:
Fernando y Pedro, que le sucedió por haber muerto el primogénito.
Durante el tramo central del siglo XIV existe una lucha entre el rey y la nobleza,
prolongada en el tiempo: sólo los Reyes Católicos lograrán controlar el creciente poder de
ésta, formando un Estado con fronteras perfectamente delimitadas. Para contentar a la
nobleza, ha de "ganársela" ofreciéndola cargos públicos palaciegos generosamente
remunerados. Ya antes, en Castilla, Pedro I (1350–1369) impuso un centralismo
administrativo y depuró violentamente a parte de la vieja nobleza, por lo que ésta se
levantará para poner en su lugar a su hermanastro Enrique I. Pero éste finalmente
controlará a la nobleza, dominará las ciudades (corregidores) y a las Cortes. Enrique II era
hijo de Alfonso XI y de su manceba Leonero de Guzmán. Apenas murió Alfonso XI en
1350, comenzará junto con sus hermanos a promover alborotos contra el rey Pedro de
Castilla, entonces muy joven, y llegaron hasta coligarse con la reina viuda que había
mandado matar a Leonor de Guzmán.
Esta grave crisis, que marcó profundamente los años centrales del siglo XIV y que
posibilitó el acceso de la dinastía Trastámara al poder, tiene una triple vertiente: la
dimensión política, que se centra en la oposición nobleza–monarquía; la dimensión
peninsular: la Corona de Castilla y Aragón se enfrentan por la hegemonía peninsular; la
dimensión internacional, al convertirse el episodio en uno más de la Guerra de los Cien
Años:
– Dimensión política. Pedro I (1350–1369) sucedió a Alfonso XI, muerto por la peste.
Inició su reinado siguiendo la misma política de su antecesor tendente a reforzar el poder
monárquico. Para conseguir este objetivo y remediar los desastres económicos y sociales
de la peste, gobernó al margen de la Cortes y se apoyó en el grupo de juristas, mercaderes,
judíos y en la nobleza de segunda fila. En las Cortes de Valladolid de 1351 logrará aprobar
una reglamentación de precios y salarios. Asimismo mandó redactar un catastro, el Becerro
de Behetrías, sobre la situación de las mismas (una behetría es una aldea en la que los
campesinos podían elegir libremente a su señor), medida que se enmarcaba en su política
de reorganización de la hacienda, y no permitió que los nobles las usurparan,
transformándolas, como pretendían, en señoríos jurisdiccionales.
La política del monarca encontró pronto una oposición de los nobles castellanos
entre los que se encontraban el privado Juan Alfonso de Albuquerque y los bastardos de
Alfonso XI, encabezados por Enrique de Trastámara, quienes se sublevaron contra el rey.
Pedro I, con el apoyo de las ciudades, la pequeña nobleza y los judíos, venció militarmente
a la nobleza en 1353, 1355 y 1356; nobleza a la que a continuación. Ante las ejecuciones,
castigos y confiscaciones de bienes, muchos nobles se refugiaron en Aragón, donde
recibieron apoyo de Pedro el Ceremonioso (1336–1397).
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– Dimensión peninsular. Durante el largo período que se inicia en 1356 y concluye en 1369
se desarrolla la guerra castellano–aragonesas, llamada "de los dos Pedros", en la que se
entremezcla asimismo el conflicto nobleza–monarquía.
Pero las hostilidades entre los dos monarcas continuaron, y ambos buscaron aliados
para proseguir su lucha. En es momento en que la península se convierte en escenario de
un episodio más de la Guerra de los Cien Años.
Pero fue capturado y asesinado en Montiel (1369) por su hermano. Finalizaba así la
guerra civil con la victoria, por una parte, de la nobleza frente a la centralización de la
autoridad monárquica y, por otra, con la victoria de Francia, beneficiara de la alianza con
Castilla.
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nobleza de servicio", que acaparó los cargos y los órganos de la administración hasta el
final de la Edad Media. Además de la nobleza, el nuevo monarca se apoyó también en la
jerarquía eclesiástica y en la propaganda antijudía. Continuaba, además, con el apoyo de la
Corona de Aragón y de Francia.
La Iglesia, según Valdeón, apoyó también al primer Trastámara. La alianza con
Francia, que se consolidó en este momento, obligó a Castilla a intervenir en la guerra de los
Cien Años ya proporcional ayuda naval a aquel país, obteniendo la victoria de La Rochela
(1372) contra los ingleses.
La Guerra de los Cien Años es la contienda bélica entre Inglaterra y Francia con
repercusiones en Castilla y en Flandes, que tienen lugar entre 1337 y 1453. Es reflejo de la
crisis que se vive en Europa en el siglo XIV y en ella se engloba no sólo en enfrentamiento
bélicos entre los distintos reinos, sino también las revueltas campesinas y urbanas que se
producen en el interior de cada uno. El detonante del enfrentamiento entre Francia e
Inglaterra es la cuestión dinástica francesa, producida por la muerte de los últimos reyes
Capetos sin sucesión y la pretensión de Eduardo III de Inglaterra al trono francés. La
guerra se divide en dos períodos: el primero se extiende desde 1337 hasta 1380,
coincidiendo con la muerte de Carlos V de Francia, y el segundo de 1380 a 1553, acaba
con las expulsiones de los ingleses de Francia.
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En las Cortes de Briviesca de 1387, las ciudades pidieron al rey que se excluyera a
los nobles del Consejo, solicitud que no atendió y provocó la sustitución de los
representantes ciudadanos por cuatro letrados. Esta decisión ha sido considerada como un
testimonio de la burocratización de esta institución, que fue un poderoso instrumento en el
proceso centralizador llevado a cabo por los Trastámara.
Las ciudades y villas de realengo que habían sido donadas por el rey a la nobleza,
protagonizaron movimientos de carácter antiseñorial: trataban de impedir el avance de los
señores, dueños ya de dominios territoriales y jurisdiccionales que formaban verdaderos
"estados". Con el objeto de incrementar el control sobre los gobiernos municipales, el rey
extendió el régimen de Corregidores.
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capitaneó uno de los grupos en pugnan por el poder. Como señala Valdeón, desde 1419 en
que el rey Juan fue proclamado mayor de edad, la corona de Castilla vivió un complejo
conflicto protagonizado por los infantes de Aragón apoyado por el sector de la nobleza
fortalecido por los primeros Trastámaras, y el partido "monárquico" dirigido por el valido
Álvaro de Luna, que apoyaban la línea política representada por la monarquía autoritaria.
La privanza de Álvaro de Luna había ocasionado un gran descontento, y una noche el rey
fue arrebatado por los infantes de Aragón; pero pudo fugarse y formó causa a los rebeldes,
a quien sin embargo perdonó en 1425. Éstos volvieron a las armas, y arrastraron a la lucha
a los reinos de Navarra y Aragón, obligando por fin al rey a desterrar al condestable. Pero
se trataba de una exigencia que no pararía el afán de poder de los aragoneses, lo que
inevitablemente condujo a un enfrentamiento bélico.
Asimismo, la hostilidad hacia los conversos que se fue gestando desde el mismo
momento en que los judíos abrazaron la religión católica se desataron también a mediados
del siglo XV. Ejemplo de esta situación fue la sublevación que se desarrolló en Toledo en
1449, en la que los viejos cristianos solicitaban la exclusión de los oficios públicos de los
cristianos nuevos.
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contento con el matrimonio entre su hermana y Fernando de Aragón, le llevó a rectificar
determinados acuerdos (pese a hacer las paces con Isabel en la entrevista de Segovia de
1473, dejó testamento a favor de su hija Juana como heredera del reino, anulando cuanto
había dispuesto en su contra), lo que provoca que a su muerte en 1474 se iniciase una
guerra entre la proclamada reina Isabel y Juana "La Beltraneja".
B– NAVARRA.
C– LA CORONA DE ARAGÓN.
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llevaría a cobrar algún impuesto sin autorización de las Cortes, provocó dos importantes
revueltas nobiliarias. Los problemas en relación el Papado por la conquista de Sicilia,
dificultaron su posición frente a las insurrecciones interiores. El rey, casado con Constanza
de Sicilia, aprovechó la sublevación de la población siciliana contra los Anjou en 1282 para
desembarcar en la Isla y ser proclamado rey, lo que provocará su excomunión y una
cruzada contra Aragón: para aglutinar a su alrededor a la nobleza y ciudades, se vio
obligado a otorgar muchas prebendas. Su sucesor, Alfonso III el Liberal (1285–1291)
fracasó también en su intento de imponerse a la nobleza y deberá aceptar el privilegio de la
Unión aragonesa, conjunto de nobles agrupados en una hermandad para defender sus
privilegios y libertades. También luchará contra su hermano, rey de Mallorca. Además de
tener que luchar con Felipe el Hermoso, rey de Francia, a quien venció, se enfrentará
Sancho IV de Castilla. Los privilegios otorgados a los aragoneses hacían del país una
especie de república, y serán abolidos por Pedro IV en 1328.
Pero en general puede decirse que el reinado de Jaime III representa un momento
de clara hegemonía de la Corona de Aragón. Los tratados de Anani (1295) y Catabellota
(1302) sellan la paz con el Papado y los Anjou. El reconocimiento de los derechos del rey
Jaime sobre Córcega y Cerdeña abrieron las puertas a la expansión catalano–aragonesa.
Estas islas fueron ocupadas posteriormente entre 1323 y 1324.
El sucesor de Jaime II será su hijo Alfonso IV, que reinará entre 1327 y 1336, se
casará con Leonor de Castilla, la hermana de Alfonso XI: conseguirá que el rey otorgue
tantas donaciones de fortalezas a su hijo, el príncipe Fernando, que dio lugar a protestas de
sus Estados, llegando a levantarse en armas el reino de Valencia, que también quería la
reina fuera concedido al príncipe. Finalmente ganarán la lucha los partidarios del otro
infante, Pedro, opuestos a dichas pretensiones de Leonor de Castilla. Se iniciaba un período
de relativa estabilidad.
A partir de 1380 los efectos de la crisis serán notorios, lo que se tradujo en
numerosos cambios en el rumbo de la economía y en la aparición de numerosos problemas
sociales. Durante el reinado de Juan I (1387–1396) empezó a tambalearse gran parte de la
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confederación castellano–aragonesa en el Mediterráneo, con la consiguiente repercusión en
la economía. El malestar social era patente y tuvo como válvula de escape la violencia
contra los judíos. En relación con el Cisma, Juan I, a diferencia de su antecesor, reconoció
al Papa de Aviñón.
Martín el Humano (1396–1410) vivió problemas parecidos a los del rey Juan, a
pesar del esfuerzo que realizó por consolidar la confederación aragonesa y frenar la crisis
económica. Su muerte sin herederos planteó un problema sucesorio. Hubo varios aspirantes
al trono, si bien los que se presentaban con más posibilidades eran Luis de Anjoy, el Conde
de Rugen. Fernando de Antequera, regente de Castilla, alegó sus derechos por ser nieto del
rey muerto, siendo elegido por los votos de Valencia. Fue un anticipo de la unión de las dos
coronas, al encontrarse al frente de ambas miembros de una misma familia. Fernando II
(1412–1416) realizó una política expansionista en el Mediterráneo.
Por su parte, Barcelona vivió un grave conflicto entre los ciudadanos honrados y los
grandes mercaderes que formaban el patriciado, aglutinados en la Biga, y por otra los
maestros de oficios y pequeños mercaderes organizados en torno a la Busca. Ésta pretendía
acabar con el monopolio del patriciado en el gobierno municipal. García al apoyo del
gobernador general de Cataluña, Galverán Requesens, la Busca accedió al gobierno de
Barcelona en 1453.
Su reinado estuvo marcado por la guerra civil, que se desarrolló entre 1462 y 1472
y que ha sido considerada como consecuencia de la situación vivida años atrás. La lucha
entre la Busca y la Biga por ocupar el gobierno de Barcelona, el levantamiento de los
pageses de la remensa y el enfrentamiento entre la postura "pactista" defendida por el
patriciado y la que propugnaba un fortalecimiento del poder regio.
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sus súbditos, pero a cambio de hacer importantes concesiones.
Los males que aquejaban a la Iglesia hispánica eran profundos. Los obispos, que se
reclutaban fundamentalmente entre los miembros de la alta nobleza, estaban más
interesados en conservar su preeminencia política y social que en atender los aspectos
espirituales de sus diócesis. En el siglo XV fueron bastante frecuentes los obispos
intrigantes y mundanos, del tipo del toledano Alfonso Carrillo. Algunos prelados apenas
aparecían por sus diócesis. En absentismo alcanzaba en ocasiones cotas inimaginables,
como en el caso del obispo de Vic, Lope Fernández de Luna, que no llegó a pisar la
diócesis durante tres años.
El bajo clero tampoco ofrecía una imagen saludable. Sus deficiencias en cuanto a
preparación eran notables, pero quizá dejaba más que desear su catadura moral. El obispo
de Segovia Pedro de Cuéllar hubo de redactar en 1325 un catecismo en romance destinado
a los numerosos clérigos de su diócesis que ignoraban el latín. La relajación de costumbres
era la tónica dominante, tanto en el clero secular como en buena parte del regular. Las
barraganas de clérigos (especie de "esposa" con todos los derechos correspondientes de
los clérigos), de las que con tanta insistencia se habla en los cuadernos de las Cortes
castellanas, están a la orden del día.
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mismo tiempo triunfaban aquellas manifestaciones religiosas en las que la masa popular
entraba en contacto con lo sagrado (reliquias) o asistía a predicaciones vibrantes.
Aumentaba en interés por al vidas de los santos ya había una cierta complacencia en los
aspectos morbosos y patéticos de la religiosidad. En uno tiempos dominados por la muerte
y la angustia, no se extraño que el pueblo común, víctima de la tragedia del cisma,
desasistido de un clero inculto y corrompido, y él mismos poco formado, tratará de buscar
ansiosamente una tabla de salvación, que a veces encontraba en la superstición y la
brujería.
Los centros del saber, las Universidades, alcanzaron en los siglos finales de la edad
Media una notable expansión en Aragón: en 1300 se fundó la Universidad de Lérida; Pedro
el Ceremonioso fundó en 1349 el Estudio General de Perpiñán, en 1354 se fundó la
Universidad e Huesca. En la corona de Castilla había dos Universidades la de Salamanca,
sin duda la más importante, y la de Valladolid, procedente del Estudio palentino trasladado
a la ciudad del Pisuerga. Ambas databan del siglo XII. También había un Estudio en
Sevilla, pero poco activo.
El Infante Juan Manuel, el Arcipreste de Hita (Libro del Buen Amor), López de
Ayala, son buenos exponentes de la cultura del siglo XIV, que en el XV se poblará de un
espíritu más humanista, notable en Juan de Mena o el Marqués de Santillana, y llevado a
sus últimas cotas en Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre).
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en Aragón.
Parece ser que Granada contaba con una agricultura pujante, una artesanía
especializada y un comercio exterior muy desarrollado. La agricultura basaba su relativa
prosperidad en al laboriosidad desplegada por los moriscos en el trabajo del campo y en la
maestría en el dominio de la técnica hidráulica. Los cereales, trigo, cebada y mijo se
cultivan preferentemente en la vega de Granada, si bien en años de malas cosechas se hacía
necesario importan granos del norte de África. El viñedo se localizaba en la vertiente sur de
la cordillera, mientras el olivo era menos importante. Pero un rasgo dominante era la
diversificación de los productos: de huerta, árboles frutales, caña, azafrán...
El reino nazarita tuvo durante sus dos siglos y medio de existencia una vida muy
azarosa. A las frecuentes disputas internas (la mayoría de los emires murieron asesinados o
fueron depuestos violentamente) había que añadir la permanente amenaza que, procedente
de los castellanos, se proyectaba sobre sus fronteras. Sólo en la segunda mitad del XIV
conoció una paz prolongada.
Muhamed I, que puso los cimientos del reino de Granada, no pudo evitar ni la
sumisión a Castilla ni la aparición en su reino de disputas nobiliarias, provocados por los
gobernadores de Málaga y Guadix. El poder real granadino se consolidó con Muhammad II
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(1273–1302) y Muhammad III (1302–1309). Los nazaritas pasan de ser tributarios de
Castilla a buscar alianzas para zafarse de la sumisión. Pero se verán debilitados por las
revueltas populares, coincidiendo con la batalla por el estrecho. Los infantes castellanos
don Pedro y don Juan penetraron hasta la vega de Granada, aunque allí fueron frenados. La
cruzada antigranadina fracasó. Pero la batalla del estrecho será ganada por los castellanos
tras la victoria del Salado en 1340 y la conquista de Algeciras en 1344.
Tras unos años confusos, Muhamad V logrará el máximo esplendor del reino,
basado en las estrechas relaciones con Pedro I de Castilla y luego con Enrique II, buscando
la amistad de los mamelucos egipcios: período coincidente con el apogeo del arte nazarí.
7– La unión dinástica.
En las postrimerías del siglo XV se producirá la unión, al menos nominal, entre la
Corona de Castilla y la de Aragón.
Desde el punto de vista social, fortalecieron las posiciones de la lata nobleza. Los
castigos ejemplares que impusieron a miembros destacados de la nobleza no contradice
esta idea, como tampoco las actitudes supuestamente antinobiliarias de las Cortes de
Toledo de 1480, en la que se revisan las mercedes de la época de máxima anarquía.
El matrimonio de Fernando con Isabel trajo como consecuencia la unión de las dos
coronas. En adelante, en los diplomas expedidos por la Cancillería el nombre de Fernando,
por ser varón, precedía al de Isabel, pero los títulos reales de Castilla y León irían por
delante del de Aragón. Cada uno de los monarcas tenía los mismos poderes que su cónyuge
en ambos reinos. Ahora bien, esa unión tenía un carácter dinástico, habiéndose establecido
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en la persona de los reyes. Hablar de unidad nacional puede resultar equívoco, porque no
se creó un estado centralista y unificado para el conjunto de los territorios. Tanto el reino
castellano-leonés como la Corona de Aragón mantenían sus instituciones propias, sus
respectivas Cortes, e incluso sus aduanas y su sistema monetario. En estas condiciones, la
personalidad de las diversas nacionalidades españolas (pensemos en Cataluña) pudo
preservarse: así, al morir la reina le sucede su hija Juana y no su marido Fernando en
Castilla.
Pero Castilla tenía más peso: por su extensión y dinamismo económico, y también
porque su modelo político (que arranca de Alfonso XI) cuadra mejor con la tendencia
semiabsolutista que pretenden los Reyes Católicos: creación de una segunda Chancillería
en Granada, creación de la Santa Hermandad, régimen de corregidores, etc. Pero estas
reformas afectan exclusivamente a Castilla, mientras en Aragón el carácter contractual del
poder monárquico dificultaba estas pretensiones.
8– BIBLIOGRAFÍA.
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