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TEMA 31.

LOS REINOS PENINSULARES EN LOS


SIGLOS XIV Y XV. CONFLICTOS SOCIALES.
DIVERSIDAD CULTURAL.
Versión a

1.- INTRODUCCIÓN: CRISIS Y RENOVACIÓN EN LOS SIGLOS XIV Y XV.


2.- POBLACIÓN.
3.- ECONOMÍA Y SOCIEDAD.
4.- ACONTECIMIENTOS POLÍTICOS Y SOCIALES.
A) CASTILLA
B) NAVARRA
C) LA CORONA DE ARAGÓN
5.- IGLESIA, CULTURA Y NUEVAS MENTALIDADES
6.- EL REINO NAZARÍ DE GRANADA.
7.- LA UNIÓN DINÁSTICA
8.- BIBLIOGRAFÍA

1– Introducción: Crisis y renovación en los siglos XIV y XV.

Las sociedades peninsulares viven en los siglos finales de la Edad Media una crisis
que manifiesta sus primeros síntomas a mediados del siglo XIII y que señala el paso de la
plenitud a la decadencia del mundo medieval. En cuanto a su periodización y fases, García
de Cortázar señala su instalación hacia 1270, su agravamiento hacia 1320, su mayor
profundidad entre 1320 y 1390, los primeros indicios de su alejamiento entre 1390 y 1410,
y los síntomas de su recuperación entre 1410 y 1430. Se han dado muchas interpretaciones
sobre el carácter de la crisis. Tal vez la más acertada sea la de Julio Valdeón, que considera
que ésta tiene una dimensión social y estructural, y que no es suficiente explicarla en
función de factores externos. Las malas cosechas, con su secuela del hambre, la Peste la
guerra inciden en una sociedad con graves desajustes sociales y económicos. La constante
de la historia política serán los problemas dinásticos y las guerras civiles.

Pero la crisis tuvo matices diferentes en los distintos reinos peninsulares, como ha
señalado Salrach, en función de las características previas de cada uno de los Estados.

La Corona de Castilla sufre más tempranamente los problemas, agravados por el


desequilibrio entre una ganadería, predominante, y una agricultura poco tecnificada, y por
la importancia de las oligarquías, especialmente la nobleza. Se produjo un quebrantamiento
del poder monárquico y el ascenso de la aristocracia laica que se convierte en hegemónica
después de la guerra civil. Los señoríos territoriales y jurisdiccionales de la nobleza crecen
de forma espectacular, se enajenan bienes de realengo y se aprueban enormes subsidios en

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Cortes para pagar a los poderosos. Castilla saldrá también ante de la crisis y con los
Trastámara se convierte en el estado hegemónico de la Península. Pero las estructuras
señoriales sobre las que se monta, serán un lastre para la evolución económica y social
futura del país.

En la Corona de Aragón, Cataluña tuvo hasta mediados del siglo XIV una actividad
próspera basada en la exportación de su producción y en la compra de los productos de los
que era deficitaria. En este período empiezan a aparecer las primeras crisis de subsistencia.
A medida que los mercados se cerraban, la crisis afectó profundamente a Cataluña en la
segunda mitad del siglo XIV, no recuperándose a lo largo del siglo siguiente. La
conflictividad social derivada de la mala situación económica se traducirá a mediados de
aquella centuria en sublevaciones campesinas y guerra civil.

En la misma Corona, el Reino Aragonés, con una economía basada en al agricultura


y la ganadería, resistió mejor los efectos de la crisis y en la segunda mitad del siglo XIV y
primera del XV sustituirá a Cataluña en la dirección política de la Confederación, cuando
los aragoneses impusieron en el trono a Fernando de Antequera.

El reino de Valencia, con importantes recursos mineros y agrícolas, superó las


dificultades del siglo XIV y se convirtió en la segunda mitad del XV en el más importante
de la Corona de Aragón en el plano económico.

Así pues, podemos decir que los núcleos cristianos de la Península Ibérica
experimentarán importantes transformaciones en los siglos XIV y XV. La expansión
demográfica, económica y militar de los siglos anteriores quedó detenida, dando paso a una
etapa de crisis general que alcanza su culminación a mediados del XIV. La incorporación al
dominio cristiano de todas las tierras peninsulares sometidas al poder islamita, pactada una
y otra vez por los monarcas castellano y aragonés, no pudo consumarse, lo que permitió la
pervivencia del reino nazarita de Granada, en medio de conflictos entre diversos reinos
cristianos y luchas sociales, desde las remensas catalanas hasta los irmandiños gallegos,
con intensidad inusitada. Pero a través de la crisis se alumbraron soluciones nuevas, como
la reconstrucción agraria del siglo XV, el fortalecimiento de los poderes monárquicos, etc.
La depresión, por otra parte, no afectó con la misma intensidad a todos: Castilla pudo
recuperarse con prontitud del bache, mientras que Aragón sufre el desplome de Cataluña,
no compensado por el auge espectacular del reino de Valencia.

Al mismo tiempo, durante este período se irán forjando buena parte de los
caracteres culturales propios de la personalidad de cada uno de los reinos.

2– Población.

La desesperante escasez de documentos demográficos hacen que no sea posible


más que una aproximación resultado de generalizar las escasísimas fuentes disponibles. Si
esto es así para todo el medioevo hispano, durante los siglos que historiamos
afortunadamente disponemos de más documentación que respecto a los precedentes,
gracias a los padrones diversos (esencialmente fiscales, pero también militares) de tipo
general o local. Durante el siglo XIV se produce una acentuada regresión demográfica: las
epidemias letales, y sobre todo la terrible Peste Negra, que se difundió a mediados del siglo

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XIV, acusaron una elevada mortandad y dejaron una huella profunda en la sensibilidad de
la época: se producirá, como en otros puntos de Europa, toda una "cultura de la muerte".
Numerosos lugares son abandonados. Pero hoy en día se considera que la fractura
demográfica no fue consecuencia de las epidemias directamente, sino que la regresión
comenzó antes, expresión de un desequilibrio entre los efectivos y la producción global de
alimentos. Las pestes actuarán sobre una población ya debilitada.

Las estimaciones globales acerca de la población no indican que los efectivos


demográficos alcanzados en la segunda mitad del siglo XIII retrocedieron globalmente en
el siglo XIV, para recuperar en el XV las cotas iniciales. No obstante, hubo excepciones a
esta regla. Si Cataluña, por ejemplo, no se recuperó del bache demográfico del XIV,
Valencia fue testigo, durante el siglo XV, de un notable incremento de población. Por otra
parte, la aparición de abundantes despoblados supuso la concentración del total de los
habitantes de un menor número de lugares: en el siglo XV los núcleos urbanos
experimentaron en la mayor parte de los casos un incremento considerable de sus efectivos
demográficos.

En Castilla, hacia el 1300 habría unos 4,5 millones de habitantes, lo mismo que a
finales del XV. Datos que, por otra parte, rebajan extraordinariamente las estimaciones que
el censo de Quintanilla del 1482 efectuaba, suponiendo la existencia de unos 7 millones de
habitantes.

Las tierras meseteñas, a cambio de lo que sucederá después, albergan la mayor


concentración humana; más sin duda que las regiones periféricas del norte o del sur.
Lugares de Tierra de Campos como Mayorga, Villalón o Paredes de Nava son ejemplo de
esa concentración humana, mayor a las villas de la costa cantábrica. Pero a partir del siglo
XIV asoman los primeros síntomas de una recesión demográfica, fortaleciéndose la
población cantábrica y de la Andalucía Bética (también consecuencia del proceso
repoblador). En el Señorío de Vizcaya se ha estimado una densidad de unos 30 habitantes
por Km2 a finales del XV, lo que resulta muy elevado para la época.
A principios del XIV comienzan las mortandades masivas. La Crónica de
Fernando IV, exagerada, habla de una mortandad de aproximadamente una de cada cuatro
personas, motivo por el que muchas poblaciones piden una rebaja de sus obligaciones
fiscales. Pero el azote principal fue la Peste Negra, que al parecer se difundió entre 1349 y
1350, y de la que moriría incluso el rey Alfonso XI. Pero también se producen nuevos
brotes de peste en 1363, 1373, 1380... A las epidemias se debió el abandono de numerosos
lugares (hasta un 20% del total según el obispado de Palencia), aunque en ocasiones el
despoblado obedecía al abandono de unas tierras que se cultivaban en difíciles condiciones
o al atractivo de las ciudades.

La epidemia más grave que sufrió nuestro país, primera de otras que se propagaron
durante los siglos XIV y XV será en efecto la Peste Negra o peste bubónica (en alusión a
los bultos purulentos o "bubas" que salen a los afectados), que según algunas hipótesis se
habría difundido desde Crimea a Génova. La mortandad fue elevada, y el impacto causado
en los contemporáneos fue enorme, a juzgar por los angustiados testimonios que nos han
transmitido los documentos de la época. Las Cortes de Valladolid de 1351 describen un
panorama desolador: despoblados, discriminación del campesino, carestías, alzas de
precios y salarios... que se tratan de remediar mediante el Ordenamiento de "menestrales y
posturas."

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La repoblación andaluza vive al mismo tiempo un período álgido: la aldea de
Albacete se convierte en villa en 1375, los duques de Feria repueblan Extremadura, etc.
También en el Señorío de Vizcaya se fundan villas (Bilbao en 1300, luego Portugalete,
Guernica, etc.). Si bien el otorgar el carácter de villa no siempre implicaba un incremento
notable de población, sino un deseo de concentrar a la misma para evitar robos.

Durante el XV existirá una recuperación, sin que falten mortalidades momentáneas


de gran importancia, como las de 1434–1438. Peor la tónica fue de crecimiento, que llegará
a buscar nuevos espacios de cultivo. En Castilla, las más beneficiadas de este incremento
son sin duda las ciudades: Valladolid, estancada durante el siglo XIV, tuvo un movimiento
expansivo, naciendo barrios de extramuros como el de San Andrés. Jerez creció entre 1409
y 1415 un 15%, mientras Sevilla pasó entre 1384 y 1484 de 3.000 a 7.000 vecinos.

En Aragón el comportamiento es singular. La población desciende en Aragón,


Valencia y Mallorca durante el siglo XIV debido a las epidemias, guerras y crisis agrarias,
pero se recuperó en el XV, superando sus efectivos anteriores. En Cataluña, en cambio, la
regresión se acentuó en la centuria siguiente: en 1300 había el doble de población que a
fines del XV. En la primera mitad del XIV, la Corona de Aragón tendría aproximadamente
un millón de habitantes, de los que más de medio correspondían a Cataluña, 200.000 a
Aragón, 200.000 a Valencia y unos 50.000 a Mallorca. A finales del siglo Aragón tiene
unos 250.000 habitantes, Valencia más o menos los mismos, Mallorca unos 55.000, y
Cataluña apenas 300.000. A partir de 1333, el mal any primer, se produce la carestía de
alimentos, hambre y mortandad, siendo la primera calamidad la Peste Negra, difundida por
el Mediterráneo: llega a Mallorca en el 1348, saltando luego a Barcelona y extendiéndose
en pocos meses a Valencia, desde donde penetraría a Aragón. En Barcelona murió la mayor
parte del Consell de Cent. El efecto sobre Cataluña fue sin duda mayor, en parte por la
mayor concentración de la población. Así lo reflejan los fogatges, o censos de "fuegos".
Barcelona contaba con unos 7.000, lo que significan unas 30.000 personas, en 1365,
mientras que en 1378 ha descendido a unos 5.000, bajando aún más el conjunto de
Cataluña: en 1497 apenas cuenta con 300.00 habitantes.
El caso de Navarra es más parecido al castellano: descenso en el siglo XIV,
especialmente a causa de la Peste Negra de 1348, y recuperación posterior, especialmente
en ciudades como Estella, teniendo hacia 1480 la misma población aproximadamente que
antes de las pestes: unos 100.000 habitantes.

3– Economía y sociedad.

Con la tecnología disponible en el siglo XIII cada vez era más difícil un aumento de
recursos alimenticios, pese a que la población sigue creciendo: el equilibrio se romperá en
el siglo XIV, con una crisis económica, política, social y cultural, hasta que a finales del
XV se establezcan en toda Europa monarquías autoritarias.

La crisis agraria de la primera mitad del siglo XIV pudo ser ocasionada por una
disminución de la producción de trigo al preferir los señores feudales dedicar tierras a
cultivos comerciales (vino, aceite, plantas tintóreas) o materias primas industriales (lana).
También influyen catástrofes climáticas, las luchas contra los señores, el bandolerismo.
Así, la Peste Negra de 1348–51, o las epidemias de 1363 y 1371 tardarán 150 años en
superarse en zonas como Cataluña: despoblamientos campesinos, intensificación del
bandidaje, falta de cargos públicos, aumento de los salarios agrícolas y urbanos, etc.

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Durante la primera mitad del siglo XIV, la Península vivió unos años de adversas
condiciones climáticas, que, al igual que en la segunda mitad de la centuria anterior,
siguieron provocando periódica crisis de subsistencia, y, por consiguiente, mortandades.
Numerosas noticias recogidas en los cuadernos de Cortes o en la documentación monástica
mencionan la falta de hombres para hacer frente a las cargas tributarias. En Castilla, la
Crónica de Fernando IV recoge la primera "gran mortandad", consecuencia de la sequía y
el hambre, a la que siguieron otras en 1311.

En Castilla fue especialmente duro el período de 1331–1333, así como los años
1443–1446. Navarra vivió malas cosechas y hambre entre 1311 y 1318 y en la Corona de
Aragón la situación no fue distinta. Cataluña conoció su "primer mal año" en 1333, con una
terrible crisis agraria y hambre, a la que siguieron muchos más en los años siguientes, ya
que se sumaron las catástrofes de los terremotos.

Pero lo más grave fue une los años de peste, malas cosechas, crisis de subsistencia
y hambres fueron una constante a lo largo de la centuria. Los precios de los alimentos
como el trigo sufrieron violentas caídas. En relación con el trigo, Valdeón ha estudiado
cómo en los años de malas cosechas los precios subían desproporcionadamente para luego
bajar bruscamente, aunque afirmándose una tendencia alcistas que llevó a la monarquía a
devaluar la moneda. La escasez de mano de obra produjo una subida de los salarios que, a
su vez, repercutieron en el alza de precios de los productos manufacturados. La falta de
hombres hizo también que se abandonaran las tierras menos fértiles y que se produjeran
numerosos despoblados. En líneas generales, la población abandonó el campo y se fue a las
ciudades, y esto provocó que los campesinos, menos afectados por la epidemia, fuesen los
más perjudicados por la falta de hombres para trabajar y que los conflictos campesinos
fueran los que primero estallaron. La nobleza a su ve se vio perjudicada por la pérdida de
rentabilidad e sus tierras sin trabajar, por la inflación que se produjo por la caída de sus
rentas.

La convivencia entre las distintas comunidades se vio afectada por una ola
antisemita que cobró más fuerza al hacer responsables a los judíos de la epidemia: será el
origen de muchos "pogroms" o expediciones antisemitas del siglo XIV.

El panorama se agravó cuando a las epidemias y a las crisis de subsistencia se sumó


la guerra, que fue también un mal endémico durante estas dos centurias: guerra civil,
conflictos entre los estados peninsulares, enfrentamientos con carácter internacional,
sublevaciones nobiliarias y lucha de bandos feudales.

En el campo, la solidaridad entre los campesinos lleva a una mutua ayuda para
sobrevivir. En las ciudades, las Órdenes Mendicantes de Dominicos y Franciscanos van a
realizar una gran labor de asistencia social entre los cada vez más numerosos marginados.
Aparecerán nuevas formas de piedad y la creación de la Cofradías, especialmente por parte
de los seguidores de San Francisco.

La rápida expansión territorial castellana de los siglos precedentes y la falta de


elementos humanos (especialmente tras la propagación de la Peste) impidió la explotación
de los espacios ocupados. Pero aún más incidencia tuvo el desequilibrio a favor de la
ganadería, lo que provocó una disminución de productos alimentarios básicos, con la
consiguiente subida de sus precios cuando esta escasez se agudice por las malas cosechas.

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Los esfuerzos de Alfonso X y sus sucesores por evitar la importación de productos
de lujo y las exportaciones de materias primas fueron ineficaces, creándose profundos
desequilibrios en la economía.

En Aragón, la expansión por el Mediterráneo permitió a la Confederación


desarrollar un activo comercio que evitó, de momento, acusar los síntomas de la crisis.

La economía contaba con un artesanado activo que satisfacía la demanda interna y


un próspero sector comercial, en el que a veces participaba la nobleza. El comercio
internacional tenía como principales puntos de partida Barcelona, Palma de Mallorca y
Valencia. Pronto los mercados catalanes se impusieron en la Corona de Aragón y fueron
desarrollando el comercio sobre las posiciones que los reyes habían ocupado. Barcelona se
convirtió en el gran emporio comercial de la Península.

Se consolidaron diversas rutas:

– La del Mediterráneo central con Sicilia y Cerdeña


– La del Mediterráneo oriental y las islas griegas.
– La del Norte de África con Túnez y Argel.
– La de las especies con Egipto y Siria
– La ruta del Atlántico.

Los productos intercambiados eran muy variados: agrícolas, ganaderos, tejidos y


especias.

En contraste con la situación de crisis política que vivió Castilla en la primera mitad
del siglo XV, la economía empezó a mostrar síntomas claros de recuperación. Se
empezaron a cultivar nuevas tierras y la producción agraria se adaptó a la demanda de los
mercados urbanos y del comercio internacional. Destaca en este sentido el aumento de los
viñedos y del olivo.
La ganadería ovina, siguiendo la tendencia de épocas anteriores, fue en aumento,
controlada por los grandes señores interesados en la exportación de la lana y fomentada por
la Corona que obtenía importantes ingresos del cobro de los impuestos de tránsito del
ganado.

En la Corona de Aragón también hubo una recuperación del campo. La agricultura


del reino de Valencia fue especialmente próspera por la riqueza de sus tierras y por su
tradición islámica: se cultivaban cereales, viñedo, frutales, hortalizas, arroz y plantas
industriales. En Aragón la orientación fue fundamentalmente cerealícola, aunque en la vega
de los ríos existían prósperos cultivos de regadío, heredados de la época musulmana.
Cataluña, deficitaria en trigo, orientó su producción hacia los cultivos textiles y el azafrán.

La ganadería lanar, importante en Cataluña y Aragón, no alcanzó sin embargo el


grado de desarrollo que en Castilla. En relación con las actividades artesanales, destacan
Cataluña y Valencia. En la primera se siguieron desarrollando sus industrias tradicionales
del cuero, forjados, vidrio, coral, cerámica, platería, construcción naval y textil, pero éstas,
y especialmente la producción de tejidos, se vieron muy afectadas por la crisis del
comercio y no se recuperaron en el siglo XV. En Valencia, por el contrario, esta centuria
fue fundamental para su despegue industrial. Se desarrolla la industria textil, de curtidos,

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de muebles, cerámica y tintorería.

Castilla, gran productora de lana, perdió sin embargo la oportunidad de crear una
industrial textil próspera. Se convirtió en un país exportador, en función de los intereses de
los señores, pero no en productor. Contribuyó también a este hecho el proceso de
aristocratización que vivieron las oligarquías urbanas, que las llevó a abandonar las
actividades productivas. Las actividades artesanales crecieron y se diversificaron, pero
tuvieron un carácter local.

El desarrollo de las ciudades, en las que se advierte la recuperación demográfica,


provocó en la segunda mitad del siglo XV la proliferación de mercados locales que
satisfacían la demanda interna.

En relación con el comercio a larga distancia, las diferencias entre Cataluña y


Castilla se invirtieron. El comercio del Principado no sólo no se recuperó, sino que se vio
afectado aún más por el avance turco en el Mediterráneo desde 1450. Castilla, sin embargo,
vivió un importante desarrollo de los intercambios orientados principalmente hacia el
Atlántico: Flandes, el oeste de Francia, el sur de Inglaterra y los Países Nórdicos fueron
fundamentalmente las zonas hacia las que se dirigió esta actividad. Se formó un importante
eje comercial entre Burgos y la zona costera del País Vasco. El otro eje importante unía
Sevilla y la costa atlántica de Andalucía, zona que adquirirá gran desarrollo con la llegada
de los nuevos tiempos.

4– Acontecimientos políticos y sociales.


Las últimas décadas del siglo XIII y las primeras del XIV constituyen esa etapa a la
que antes se ha aludido que va desde la instalación de la crisis hasta el momento de su
agravamiento. En Castilla coincide, aproximadamente, con los reinados de Sancho IV
(1284– 1295), Fernando IV (1295–1312) y la minoría de Alfonso XI (1312–1325). En
Aragón, los reinados de Pedro III (1276–1285), Alfonso III (1285–1291) y Jaime II (1291–
1327). En Navarra, la etapa final de la casa de Champagne, desde Felipe IV el Hermoso
(12884) hasta la renovación de la casa Evreux con Felipe I (1329)
En el siglo XIV, dentro de una tónica general de violencia, cada grupo adquirió
conciencia de sus intereses económicos de clase. Asistimos a un extraordinario desarrollo
del fenómeno de señorialización. Ante la muerte de muchos de sus campesinos–vasallos y
el despoblamiento de sus tierras, los señores se encontraron con una dura disminución de
sus rentas, apoderándose en compensación de los señoríos que algunos reyes
comprometidos con los nobles les otorgan (Enrique I). Buena parte de la burguesía
mercantil y banquera invertirá su dinero en la compra de tierras.

A– CASTILLA

Para la Corona de Castilla estos años han sido calificados por diversos autores
como tiempos turbulentos. Sancho IV, tras la guerra civil provocada por la sucesión al
trono, consolidó el poder real con el apoyo de las ciudades, a las que en los años del
conflicto había permitido la creación de las hermandades, y eliminó al principal
representante del sector de la nobleza que le habían sido rebeldes, Lope Díaz de Haro.

Los años iniciales del reinado se vieron marcados por las incursiones de los
benimerines en el valle del Guadalquivir. El monarca reanudará la Reconquista y

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conquistará Tarifa en 1292, paso importante para el dominio del estrecho. Su temprana
muerte y la minoría de su sucesor, Fernando IV, dejó al reino bajo la regencia de la reina–
madre María de Molina y del infante Enrique. Surgió de nuevo la cuestión sucesoria,
protagonizada por los Infantes de la Cerda, agravada por la ilegitimidad del infante
Fernando, dado que sus padres se habían casado sin licencia eclesiástica por ser parientes
cercanos.

La anarquía se extenderá por todo el país, y las revueltas de los nobles, que
buscaban nuevos privilegios y dominios a costa del realengo, fueron constantes. De nuevo
la regente tuvo que recurrir a las ciudades, a las que permitió la creación de hermandades, a
la convocatoria de Cortes.

Al llegar a su mayoría de edad (1301), Fernando IV puso fin al conflicto con


Aragón (que defendió los derechos dinásticos de los infantes de Cerda) con la concordia de
Ágreda de 1304 (y la Sentencia arbitral de Torrellas), por la que Jaime II incorporaba a la
Corona aragonesa la zona de Alicante a cambio de devolver el reino de Murcia a Castilla.
Por otra parte, para solucionar el problema de los infantes de la Cerda, se le concederá a su
primogénito Alfonso de la Cerda un inmenso señorío.

La paz interna y con Aragón permite relanzar la Reconquista, con la toma de


Gibraltar.

La muerte del rey castellano en 1312 abrió de nuevo una larga regencia que durará
hasta 1325. Al iniciarse la minoría de Alfonso XI, se encomendó el gobierno del reino a los
infantes don Juan y don Pedro, y la custodia del rey a su abuela María de Molina.

Castilla entró en un tremendo caos. A las sublevaciones de la nobleza dividida en


bandos e intentando conseguir las mayores concesiones se unió la división entre los dos
tutores, que actuaron independientemente el uno del otro. Las ciudades se dividieron y el
reino se empobreció, produciéndose las primeras reacciones de los campesinos.

Ante esta situación, las ciudades formaron diversas hermandades locales y se


agruparon en una Hermandad General en las Cortes de Burgos de 1315, pera defensa del
rey y de sus intereses.
La época de las turbulencias, entre 1282 y 1325, es la del apogeo de las
hermandades y Cortes. Los concejos, que años antes ya habían firmado acuerdos de
hermandad para mejorara sus relaciones económicas o sociales, se organizan frente a la alta
nobleza ante la situación de debilidad de la monarquía y el desorden del reino. A través de
Hermandades y Cortes, como ha señalado José Mª Mínguez, expresaron sus
reivindicaciones de defensa de la autonomía concejil perdida en la etapa anterior: respeto a
sus fueros y costumbres, limitación al fortalecimiento de la jurisdicción regia a costa de la
municipal, rechazo al nombramiento de alcaldes regios, prohibición de repartir impuestos
sin el consentimiento de la Cortes y exclusión de los clérigos de determinados juicios, de la
administración y del sello real.

Cortes y Hermandades reflejaron de forma distinta la resistencia de las ciudades


frente a la unificación de los sistemas jurídicos y político. Pero la defensa de las libertades
realizada por los concejos suponía la defensa de las oligarquías urbanas que se había
apropiado de la institución concejil y la habían convertido en un señorío propio. Fuera
quedaban los vencidos, el común, que no intervenían en las que también les afectaban.

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En su actuación para evitar los "desafueros", las oligarquías no actuaron contra el
poder real, sino que trataron de limitar este poder por vía del pacto político, trataron de
obtener un "contrato de gobierno" para la gestión conjunta d la soberanía real.

La restauración de la autoridad monárquica con Alfonso XI pondrá fina a este


período de esplendor de Hermandades y Cortes, y las aristocracias urbanas renunciaron a
las supresiones pactistas con las que se habían querido vincular a la monarquía.

Con la mayoría de edad (1325) Alfonso XI, que había sucedido a su padre cuando
tenía un año de edad, impuso la paz en el reino. Debido a las circunstancias vividas durante
su minoría de edad, Alfonso XI desarrolló una política de restauración de la autoridad
monárquica, y para ello se impuso a sus tutores y suprimió la Hermandad General.

Un objetivo prioritario de su política fue la apertura del estrecho de Gibraltar, y


para ello pactó la operación con el rey de la Corona de Aragón Alfonso IV, el Benigno
(1327– 1336). La ofensiva se inició en 1330 con poco éxito, perdiéndose Gibraltar. La
situación cambió con la victoria del Salado (1340) en la que participaron también los
portugueses, a la que siguió la del río Plamone y la toma de Algeciras (1344). Este hecho
tuvo gran importancia para el futuro de Castilla: a partir de entonces pudo controlar la
comunicación entre el Mediterráneo y el Atlántico.

En su afán de pacificación del reino llegó a acuerdos con los nobles, y les
recompensó económicamente por sus servicios en la corte y en el terreno militar. Para
realzar el prestigio social de la Caballería, creó la Orden de la Banda, primera en Europa de
este estilo. Se trata de una orden de caballería, instituida en 1330, para dar una prueba de la
magnificencia real a los grandes señores de sus cortes y alentarles a defender la religión
católica. Sólo eran admitidos en ella los hijos de las familias más ilustres. Pero bastaba que
cualquiera usase la banda y saliese victorioso del duelo o desafío que dos caballeros de la
orden se encargaban de sostener, para que le admitiese en la misma. Será abolida por los
Reyes Católicos.

Pero su labor más importante fue el fortalecimiento del poder real y la


centralización administrativa. Para ello, con el beneplácito de las oligarquías urbanas a las
que recompensó con privilegios económicos, sociales y políticos, intervino directamente en
los gobiernos municipales, con el nombramiento de alcaldes del rey la implantación del
sistema de regimiento desde 1345, fecha en la que se crea el de Burgos. En sustitución de
los concejos de gobierno abiertos, se crea un órgano municipal compuesto por un número
reducido de vecinos que, con los alcaldes, merino y escribano, forman el Ayuntamiento.
Cada concejo contaría cono un número fijo de regidores nombrados por el rey entre las
personas propuestas por la ciudad.

El Ordenamiento de Alcalá de 1348, válido ara todo el reino, es un paso importante


para la unificación legislativa. En el orden de prioridad en la aplicación de las leyes, se
estableció la primacía del derecho de la Corona, lo que supone afianzar la autoridad del rey.
Estableció asimismo una política fiscal basada en los impuestos indirectos, entre los que
destaca la alcabala, que graba el 10% de todas las compraventas. La política económica de
Alfonso XI favorecía especialmente a las actividades de los grupos ciudadanos, mientras
nobles y campesinos veían cómo disminuían los ingresos provenientes de la tierra.

En el orden cultural, Alfonso XI recuperó la pasión historiográfica de su bisabuelo

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Alfonso X, promoviendo entre otras la finalización de la Estoria de España, con la llamada
"Crónica de los tres reyes". También dedicó sus escritos a la montería y cetrería.

Alfonso XI morirá de peste en marzo de 1350 mientras sitiaba Gibraltar, que había
sido tomada por los musulmanes. De su matrimonio con María de Portugal tuvo dos hijos:
Fernando y Pedro, que le sucedió por haber muerto el primogénito.

Durante el tramo central del siglo XIV existe una lucha entre el rey y la nobleza,
prolongada en el tiempo: sólo los Reyes Católicos lograrán controlar el creciente poder de
ésta, formando un Estado con fronteras perfectamente delimitadas. Para contentar a la
nobleza, ha de "ganársela" ofreciéndola cargos públicos palaciegos generosamente
remunerados. Ya antes, en Castilla, Pedro I (1350–1369) impuso un centralismo
administrativo y depuró violentamente a parte de la vieja nobleza, por lo que ésta se
levantará para poner en su lugar a su hermanastro Enrique I. Pero éste finalmente
controlará a la nobleza, dominará las ciudades (corregidores) y a las Cortes. Enrique II era
hijo de Alfonso XI y de su manceba Leonero de Guzmán. Apenas murió Alfonso XI en
1350, comenzará junto con sus hermanos a promover alborotos contra el rey Pedro de
Castilla, entonces muy joven, y llegaron hasta coligarse con la reina viuda que había
mandado matar a Leonor de Guzmán.

En conflicto entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara desembocará en


una guerra civil entre 1366 y 1369, cuando ambos protagonizaron enfrentamientos armados
en tierras castellanas con la ayudad e mercenarios extranjeros.

Esta grave crisis, que marcó profundamente los años centrales del siglo XIV y que
posibilitó el acceso de la dinastía Trastámara al poder, tiene una triple vertiente: la
dimensión política, que se centra en la oposición nobleza–monarquía; la dimensión
peninsular: la Corona de Castilla y Aragón se enfrentan por la hegemonía peninsular; la
dimensión internacional, al convertirse el episodio en uno más de la Guerra de los Cien
Años:

– Dimensión política. Pedro I (1350–1369) sucedió a Alfonso XI, muerto por la peste.
Inició su reinado siguiendo la misma política de su antecesor tendente a reforzar el poder
monárquico. Para conseguir este objetivo y remediar los desastres económicos y sociales
de la peste, gobernó al margen de la Cortes y se apoyó en el grupo de juristas, mercaderes,
judíos y en la nobleza de segunda fila. En las Cortes de Valladolid de 1351 logrará aprobar
una reglamentación de precios y salarios. Asimismo mandó redactar un catastro, el Becerro
de Behetrías, sobre la situación de las mismas (una behetría es una aldea en la que los
campesinos podían elegir libremente a su señor), medida que se enmarcaba en su política
de reorganización de la hacienda, y no permitió que los nobles las usurparan,
transformándolas, como pretendían, en señoríos jurisdiccionales.

La política del monarca encontró pronto una oposición de los nobles castellanos
entre los que se encontraban el privado Juan Alfonso de Albuquerque y los bastardos de
Alfonso XI, encabezados por Enrique de Trastámara, quienes se sublevaron contra el rey.
Pedro I, con el apoyo de las ciudades, la pequeña nobleza y los judíos, venció militarmente
a la nobleza en 1353, 1355 y 1356; nobleza a la que a continuación. Ante las ejecuciones,
castigos y confiscaciones de bienes, muchos nobles se refugiaron en Aragón, donde
recibieron apoyo de Pedro el Ceremonioso (1336–1397).

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– Dimensión peninsular. Durante el largo período que se inicia en 1356 y concluye en 1369
se desarrolla la guerra castellano–aragonesas, llamada "de los dos Pedros", en la que se
entremezcla asimismo el conflicto nobleza–monarquía.

En la lucha se libraba la hegemonía peninsular, y en ella quedó patente la


superioridad castellana y los intereses comerciales de Castilla, aliada de Génova contra los
catalanes.

Pedro I aprovechó un pequeño incidente en Sanlúcar para ocupar la zona de


Daroca, Catalayud, Alicante, y atacar el litoral levantino e incluso la misma Barcelona
(1359)

Pedro IV de Aragón recurrió a la ayuda de Enrique Trastámara, a los períodos de


tregua y al apoyo internacional para sobrevivir, pero tuvo que firmar la paz de Murviedra
(1363) que significaba la derrota de Aragón, con la pérdida de Calatayud, Tarazona, y
Teruel, y la huida de Enrique a Francia.

Pero las hostilidades entre los dos monarcas continuaron, y ambos buscaron aliados
para proseguir su lucha. En es momento en que la península se convierte en escenario de
un episodio más de la Guerra de los Cien Años.

– La dimensión internacional. Francia se propone desplazar del trono castellano a Pedro I,


que se había acercado a Inglaterra tras abandonar a su mujer Blanca de Borbón, y ver cómo
su contrincante se refugiaba en Francia. SE formó un frente formado por Pedro el
Ceremonioso, Enrique de Trastámara, Francia y el Papado.

En 1366 Enrique entró en la Península con las Compañías Blancas de mercenarios


franceses e ingleses, dirigidos por Beltrán de Du Guesclin, convirtiendo el enfrentamiento
con su hermano en una guerra civil. Pronto recuperó las plazas aragonesas antes ocupadas
por Pedro, y entró en Castilla, donde fue proclamado rey en Burgos.

El rey castellano, desde su refugio de Bayona, firmó un acuerdo con el heredero


inglés Eduardo de Gales, el "Príncipe Negro", a quien ofreció Vizcaya a cambio de ayuda
militar. Así consiguió recuperar el trono, tras la victoria de Nájera (1367), donde fueron
derrotadas las Compañías Blancas y los seguidores del rey Trastámara. La ruptura de Pedro
con el Príncipe Negro por el incumplimiento de los pactos llevó a Enrique a invadir de
nuevo Castilla, tras haber firmando con el rey Carlos V de Francia un acuerdo en Toledo
(1368), que selló la alianza con Francia y será clave la futura colaboración de ambos
países.

Pero fue capturado y asesinado en Montiel (1369) por su hermano. Finalizaba así la
guerra civil con la victoria, por una parte, de la nobleza frente a la centralización de la
autoridad monárquica y, por otra, con la victoria de Francia, beneficiara de la alianza con
Castilla.

El resultado de la guerra civil, según indican Valdeón, Suárez Fernández, Ladero y


otros historiadores, supuso el triunfo de la nobleza. Enrique II de Trastámara, iniciador de
la dinastía regia de dicha familia, tuvo que compensar con donaciones de tierras, rentas,
derechos jurisdiccionales y cargos a los que le habían ayudado. Se produjo entonces la
sustitución de la "nobleza vieja", en expresión de Moxó, por la "nobleza nueva", "la

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nobleza de servicio", que acaparó los cargos y los órganos de la administración hasta el
final de la Edad Media. Además de la nobleza, el nuevo monarca se apoyó también en la
jerarquía eclesiástica y en la propaganda antijudía. Continuaba, además, con el apoyo de la
Corona de Aragón y de Francia.
La Iglesia, según Valdeón, apoyó también al primer Trastámara. La alianza con
Francia, que se consolidó en este momento, obligó a Castilla a intervenir en la guerra de los
Cien Años ya proporcional ayuda naval a aquel país, obteniendo la victoria de La Rochela
(1372) contra los ingleses.

La propaganda antijudía en la que se basó su enfrentamiento con el rey Pedro


propició numerosos asaltos a las juderías del norte, y creó un ambiente de antisemitismo
que estallará más tarde.

El monarca tenía claro su proyecto de gobierno, basado en una nobleza fuerte y en


una monarquía también fuerte. Por eso, inició una política de fortalecimiento de la
monarquía que se reflejó en la regulación de la Audiencia y en la organización de la
Cancillería. Pera mejora la Hacienda regia, creó Contadurías como órganos superiores de
gestión fiscal.
Su sucesor, Juan I (1379–1390) continuó la política de consolidación de la
monarquía con el respaldo de la nobleza. Las dificultades más importantes de su reinado se
derivaron de su relación con Portugal. Su matrimonio con Beatriz de Portugal, heredera del
trono, provocó la reacción de la burguesía, representada por el Maestre de Avís. Alegaba
también tener derecho a heredar la corona portuguesa el Duque de Lacantes, antiguo
partidario del rey Pedro. La intervención militar del rey Juan, aliado de Francia, que
contaba con el apoyo de la nobleza portuguesa, convirtió aquel país en un nuevo escenario
de la Guerra de los Cien Años.

La Guerra de los Cien Años es la contienda bélica entre Inglaterra y Francia con
repercusiones en Castilla y en Flandes, que tienen lugar entre 1337 y 1453. Es reflejo de la
crisis que se vive en Europa en el siglo XIV y en ella se engloba no sólo en enfrentamiento
bélicos entre los distintos reinos, sino también las revueltas campesinas y urbanas que se
producen en el interior de cada uno. El detonante del enfrentamiento entre Francia e
Inglaterra es la cuestión dinástica francesa, producida por la muerte de los últimos reyes
Capetos sin sucesión y la pretensión de Eduardo III de Inglaterra al trono francés. La
guerra se divide en dos períodos: el primero se extiende desde 1337 hasta 1380,
coincidiendo con la muerte de Carlos V de Francia, y el segundo de 1380 a 1553, acaba
con las expulsiones de los ingleses de Francia.

El frente burgués derrotó a las tropas castellanas en Aljubarrota (1385) y el Maestre


Avís fue proclamado rey de la nueva dinastía nacional portuguesa.

Juan II realizó importantes avances en la política de centralización estatal, entre los


que destacan la creación del Consejo Real en las Cortes de Valladolid de 1385, institución
estudiada por S. de Dios. En un primer momento el Consejo estaba formado por 4 prelados,
4 caballeros y 4 ciudadanos, y tenía la misión de representar a los estamentos para asesorar
de forma permanente al monarca en todas las cuestiones relacionadas con el gobierno del
reino. Pero tras esa finalidad genérica, puede que Juan II buscara el apoyo de este órgano
colegiada para controlar los ingresos y los gastos regios de la Hacienda regia o atender las
necesidades de guerra.

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En las Cortes de Briviesca de 1387, las ciudades pidieron al rey que se excluyera a
los nobles del Consejo, solicitud que no atendió y provocó la sustitución de los
representantes ciudadanos por cuatro letrados. Esta decisión ha sido considerada como un
testimonio de la burocratización de esta institución, que fue un poderoso instrumento en el
proceso centralizador llevado a cabo por los Trastámara.

Las dificultades políticas de los sucesores de Juan II (Enrique IV y posteriormente


Isabel I) provocaron la decadencia de este órgano.

Juan II consolidó también la Audiencia; estableció su composición y número de


miembros y, en 1390, fijó su sede en Segovia, localidad reemplazada posteriormente por
Valladolid, en 1441. Este órgano, encargado de administrar la justicia suprema del rey,
requirió la presencia de una burocracia especialidad, con lo que los letrados irán afianzando
su papel cada vez más importante en la sociedad. Asimismo, fue un instrumento
fundamental al servicio de la centralización monárquica, pues, poco a poco, con fuertes
tensiones frente a las jurisdicciones particulares, se fue imponiendo la jurisdicción del rey.

La repentina muerte de Juan II y la minoría de su hijo Enrique IV (1390–1406),


inició otra etapa de inestabilidad. La nobleza de servicios consolidará su posición frente a
los parientes del rey, los "epígonos Trastámaras", que se extinguieron o fueron desplazados
por miembros de la familias Mendoza, Velasco, Guzmán, Manrique, Zúñiga o Enríquez,
linajes que se enfrentarán entre sí en lo sucesivo por el gobierno de Castilla. Su minoría de
edad fue muy borrascosa; el arzobispo de Toledo, el duque de Benavente y el conde Gijón,
sus dos tíos y su tía Leonor, reina de Navarra, agitaban el reino con sus intrigas y se
enriquecían vergonzosamente a expensas del tesoro público, mientras el rey carecía de lo
necesario. Enseñado por la adversidad, Enrique el Doliente se declaró mayor de edad a los
14 años, disolvió el consejo de regencia y convocó las Cortes. Los regentes promovieron
sublevaciones y Enrique, después de vencerlos, les perdonó y les hizo devolver lo que
había usurpado. Sostuvo afortunadas guerras contra los portugueses y los corsarios
africanos. Se casó con Catalina de Lancaster, descendiente de Pedro de Castilla, y destruyó
así las aspiraciones de nuevas disputas. Durante su reinado fueron descubiertas las
Canarias.

Las ciudades y villas de realengo que habían sido donadas por el rey a la nobleza,
protagonizaron movimientos de carácter antiseñorial: trataban de impedir el avance de los
señores, dueños ya de dominios territoriales y jurisdiccionales que formaban verdaderos
"estados". Con el objeto de incrementar el control sobre los gobiernos municipales, el rey
extendió el régimen de Corregidores.

En esta situación estallaron los "pogroms" antijudíos de 1391, provocados incluso


desde los púlpitos, e iniciado en la judería sevillana. Rápidamente se extendieron por toda
la Península y muchos judíos murieron o cambiaron de religión, comenzando el problema
de los conversos.

En el terreno internacional, Enrique IV apoyó las campañas de Juan de Bethencourt


en Canarias, base de la expansión marítima castellana.

La minoría de edad de Juan II (1406–1454) había favorecido los enfrentamientos


nobiliarios. A la tradicional lucha nobleza–monarquía se unió el problema de la presencia
en Castilla de los infantes de Aragón. Fernando de Antequera fue nombrado regente y

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capitaneó uno de los grupos en pugnan por el poder. Como señala Valdeón, desde 1419 en
que el rey Juan fue proclamado mayor de edad, la corona de Castilla vivió un complejo
conflicto protagonizado por los infantes de Aragón apoyado por el sector de la nobleza
fortalecido por los primeros Trastámaras, y el partido "monárquico" dirigido por el valido
Álvaro de Luna, que apoyaban la línea política representada por la monarquía autoritaria.
La privanza de Álvaro de Luna había ocasionado un gran descontento, y una noche el rey
fue arrebatado por los infantes de Aragón; pero pudo fugarse y formó causa a los rebeldes,
a quien sin embargo perdonó en 1425. Éstos volvieron a las armas, y arrastraron a la lucha
a los reinos de Navarra y Aragón, obligando por fin al rey a desterrar al condestable. Pero
se trataba de una exigencia que no pararía el afán de poder de los aragoneses, lo que
inevitablemente condujo a un enfrentamiento bélico.

La batalla de Olmedo (1445) se saldó con la derrota de la nobleza rebelde y los


Infantes de Aragón.

Enrique IV (1454–1474) intentó nuevamente la recuperación y el fortalecimiento


del poder monárquico. Se rodeó de miembros de la nobleza de segunda fila, de letrados,
conversos, y buscó el apoyo de los concejos. La reacción nobiliaria fue violentísima y
culminó en la "Farsa de Ávila" (1465) en la que los nobles rebeldes depusieron al rey. Las
ciudades constituyeron una Hermandad General para su defensa, si bien el rey, apoyado en
un sector de la nobleza entre el que se encontraban los Mendoza, venció a los rebeldes en
la segunda batalla de Olmedo (1467).

En estos años alcanzó su momento más crítico la conflictividad social. En el


transcurso del siglo XV las ciudades se convirtieron en escenario de la lucha de bandos, en
la que participaron las oligarquías urbanas. La otra constante fue la resistencia antiseñorial
del campesinado y del común contra los nobles y el patriciado. Enrique IV intensificó la
política de concesiones de bienes de realengo a la alta nobleza, que provocó la protesta de
los procuradores de ciudadanos ante las Cortes de Ocaña de 1469.

En Galicia, en los mismos años en que se formó la Hermandad General, se produjo


la revuelta antiseñorial más importante de la Corona de Castilla: la segunda guerra
"irmandiña". El precedente de este movimiento se sitúa en 1431, cuando se produjo una
rebelión de carácter campesino en los dominios de la familia de los Andrade. Después,
entre 1467 y 1469, el movimiento antiseñorial se convirtió en una guerra civil que se
extendió por todas las comarcas y en la que, al lado de los campesinos, se encontraban
nobles de segunda fila, clérigos y miembros de las capas sociales inferiores de las ciudades.

Asimismo, la hostilidad hacia los conversos que se fue gestando desde el mismo
momento en que los judíos abrazaron la religión católica se desataron también a mediados
del siglo XV. Ejemplo de esta situación fue la sublevación que se desarrolló en Toledo en
1449, en la que los viejos cristianos solicitaban la exclusión de los oficios públicos de los
cristianos nuevos.

Un año después, Enrique IV firmó con la princesa Isabel, su hermana, el pacto de


los Toros de Guisando, por el que el rey la reconocía heredera del trono de Castilla en
prejuicio de su hija Juana "la Beltraneja". El rey, apodado el Impotente, no logró tener
descendencia en su primer matrimonio, y sí en el segundo con Juana de Portugal, que dio a
luz una niña llamada después "la Beltraneja" por creerse que era hija de Beltrán de la
Cueva, el favorito de la reina. La actitud confusa del monarca en los años posteriores, no

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contento con el matrimonio entre su hermana y Fernando de Aragón, le llevó a rectificar
determinados acuerdos (pese a hacer las paces con Isabel en la entrevista de Segovia de
1473, dejó testamento a favor de su hija Juana como heredera del reino, anulando cuanto
había dispuesto en su contra), lo que provoca que a su muerte en 1474 se iniciase una
guerra entre la proclamada reina Isabel y Juana "La Beltraneja".

B– NAVARRA.

Navarra vivió años conflictivos como consecuencia de su vinculación a Francia. ya


desde la época de Teobaldo (1234–1253) habían surgido problemas con la nobleza,
organizada en Juntas y Hermandades, descontenta por el intervencionismo de los
consejeros procedentes de Champagne y por el incumplimiento de los fueros navarros.
Ante la imposibilidad del rey de cumplir su voto de ira la Cruzada pro la revuelta
nobiliaria, tuvo que pactar las obligaciones del monarca con sus súbditos: el Fuero Antiguo
de Navarra regulará las relaciones nobleza–monarquía. Tras morir Teobaldo I sin
descendencia, los navarros nombraron entonces para ocupar el trono a Enrique I, su
hermano. Castellanos, aragoneses y franceses intentaron crear un partido favorable a sus
intereses, dado que el rey no tenía hijos varones: en 1274 estallará una guerra civil, yendo a
parar el trono a su hija, que se inclinará por el heredero de Francia Felipe IV. Esto explica
la influencia francesa cada vez más acusada, frente a la que se sublevará Navarra. El propio
rey de Francia intervendrá para someter a los navarros, convirtiendo dicho reino en un
protectorado del rey de París, y hasta la entronización de la dinastía de Evreux en 1328, los
reyes de Francia lo serían también de Navarra.

La llegada en 1424 al poder de Blanca I de Navarra (1424–1464), hija del infante


de Aragón, Juan II, supuso un momento de crisis interna para la corona. En virtud del
Tratado de Toledo de 1436 contrajo matrimonio con el príncipe de Asturias, el futuro
Enrique IV, quien la repudió 13 años después. Se alió con su hermano Carlos de Viana
contra su padre Juan II en la guerra civil navarra (1450–1455) y fue desheredada en favor
de su hermana Leonor. La muerte en 1461 de Carlos hizo que, en virtud de una cláusula del
testamento de su madre y de su hermano, la corona navarra pasara legalmente a Blanca.
Sin embargo Juan II, opuesto a las pretensiones de su hija, la llevó consigo por la fuerza,
cuando se desplazó al Salvatierra (Álava) para concluir una alianza con Luis XI. Ésta
temerosa de lo que pudiera ocurrirle, hizo renuncia de sus derechos en favor de su antiguo
marido Enrique IV de Castilla. En Salvatierra, Juan nombró de nuevo heredera a Leonor.
Blanca fue encerrada por orden de su padre en el castillo de Artés (Barcelona) y
posteriormente en el de Lescar, donde murió.

C– LA CORONA DE ARAGÓN.

La situación en Aragón en el siglo XIV es muy dependiente de los sucesos que


habían acaecido durante el último cuarto del siglo anterior.

Estos reinos peninsulares también vivieron problemas de equilibrio en la relaciones


de la nobleza con la monarquía. La situación aquí fue algo distinta a la castellana, pues los
síntomas de la crisis aparecieron un poco más tarde y los logros en el Mediterráneo y en el
Norte de África, así como la prosperidad de algunos sectores de la economía paliaron la
situación de tensión entre la monarquía y los estamentos.
El reinado de Pedro el Grande (1276–1285) fue especialmente crítico en cuanto a
las sublevaciones nobiliarias. Su política de fortalecimiento del poder monárquico que le

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llevaría a cobrar algún impuesto sin autorización de las Cortes, provocó dos importantes
revueltas nobiliarias. Los problemas en relación el Papado por la conquista de Sicilia,
dificultaron su posición frente a las insurrecciones interiores. El rey, casado con Constanza
de Sicilia, aprovechó la sublevación de la población siciliana contra los Anjou en 1282 para
desembarcar en la Isla y ser proclamado rey, lo que provocará su excomunión y una
cruzada contra Aragón: para aglutinar a su alrededor a la nobleza y ciudades, se vio
obligado a otorgar muchas prebendas. Su sucesor, Alfonso III el Liberal (1285–1291)
fracasó también en su intento de imponerse a la nobleza y deberá aceptar el privilegio de la
Unión aragonesa, conjunto de nobles agrupados en una hermandad para defender sus
privilegios y libertades. También luchará contra su hermano, rey de Mallorca. Además de
tener que luchar con Felipe el Hermoso, rey de Francia, a quien venció, se enfrentará
Sancho IV de Castilla. Los privilegios otorgados a los aragoneses hacían del país una
especie de república, y serán abolidos por Pedro IV en 1328.

Su hermano Jaime II (1291–1327), que llegará a ser rey de Aragón, Nápoles y


Sicilia, siguió la misma política de concesiones a los nobles, a los que necesitaba para su
amplio plan de campañas militares: ello suponía una limitación al poder regio, que se
concibió como fruto del diálogo con los estamentos. En este momento las Cortes se
convirtieron en una institución con capacidad legislativa y de gobierno.

Pero en general puede decirse que el reinado de Jaime III representa un momento
de clara hegemonía de la Corona de Aragón. Los tratados de Anani (1295) y Catabellota
(1302) sellan la paz con el Papado y los Anjou. El reconocimiento de los derechos del rey
Jaime sobre Córcega y Cerdeña abrieron las puertas a la expansión catalano–aragonesa.
Estas islas fueron ocupadas posteriormente entre 1323 y 1324.

El Tratado de Monteagudo (1291) y de Torrellas ((1304) después de solucionados


los problemas fronterizos permitieron a los catalano–aragoneses consolidar sus posiciones
en Túnez, Bujía y Tremecén, zona de su influencia según el acuerdo firmado con Castilla, y
en el territorio de Alicante.

Fundó la Universidad de Lérida, e instituyó la orden militar de caballería de


Nuestra Señora de Montesa, para luchar contra los musulmanes. Al final de su reinado, en
1325, las Cortes reunidas en Zaragoza acordaron la supresión del tormento.

La ocupación de los almogávares (mercenarios que habían luchado al servicio de


los aragoneses en Sicilia) de los ducados de Atenas y Neopatria tras su enfrentamiento con
el Emperador bizantino por la muerte de Roger de Flor, favoreció también el comercio
catalano–aragonés, y permitió que más tarde esos territorios pasaron a la Corona (1379).

El sucesor de Jaime II será su hijo Alfonso IV, que reinará entre 1327 y 1336, se
casará con Leonor de Castilla, la hermana de Alfonso XI: conseguirá que el rey otorgue
tantas donaciones de fortalezas a su hijo, el príncipe Fernando, que dio lugar a protestas de
sus Estados, llegando a levantarse en armas el reino de Valencia, que también quería la
reina fuera concedido al príncipe. Finalmente ganarán la lucha los partidarios del otro
infante, Pedro, opuestos a dichas pretensiones de Leonor de Castilla. Se iniciaba un período
de relativa estabilidad.
A partir de 1380 los efectos de la crisis serán notorios, lo que se tradujo en
numerosos cambios en el rumbo de la economía y en la aparición de numerosos problemas
sociales. Durante el reinado de Juan I (1387–1396) empezó a tambalearse gran parte de la

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confederación castellano–aragonesa en el Mediterráneo, con la consiguiente repercusión en
la economía. El malestar social era patente y tuvo como válvula de escape la violencia
contra los judíos. En relación con el Cisma, Juan I, a diferencia de su antecesor, reconoció
al Papa de Aviñón.

Martín el Humano (1396–1410) vivió problemas parecidos a los del rey Juan, a
pesar del esfuerzo que realizó por consolidar la confederación aragonesa y frenar la crisis
económica. Su muerte sin herederos planteó un problema sucesorio. Hubo varios aspirantes
al trono, si bien los que se presentaban con más posibilidades eran Luis de Anjoy, el Conde
de Rugen. Fernando de Antequera, regente de Castilla, alegó sus derechos por ser nieto del
rey muerto, siendo elegido por los votos de Valencia. Fue un anticipo de la unión de las dos
coronas, al encontrarse al frente de ambas miembros de una misma familia. Fernando II
(1412–1416) realizó una política expansionista en el Mediterráneo.

Su sucesor, Alfonso V el Magnánimo, tuvo que luchar con el intento de limitación


de la autoridad real. Inició de nuevo la expansión mediterránea, llegando a conquistas
Nápoles (1452), donde se instaló el monarca (el primero en usar el título de "Príncipe de
Gerona"), siendo una ciudad donde se desarrolló un foco cultural humanístico. El
imperialismo militar por el Mediterráneo sólo podía sostener con gravosos impuestos, que
contribuyen aún más a acelerar el declive catalán.

La oligarquía aragonesa dejó de emprender aventuras arriesgadas y mostró su


interés por las inversiones a renta fija. Los dominios peninsulares, abandonados por el
monarca, vivieron una época de graves conflictos, como ha estudiado José Luis Martín,
especialmente en Cataluña, donde los campesinos, organizados en un sindicato remesa,
protagonizaron importante sublevaciones contra los señores. En 1455, el monarca, que
estuvo siempre a favor de los sublevados, aprobó una sentencia arbitral que abolía las
servidumbres rurales.

Por su parte, Barcelona vivió un grave conflicto entre los ciudadanos honrados y los
grandes mercaderes que formaban el patriciado, aglutinados en la Biga, y por otra los
maestros de oficios y pequeños mercaderes organizados en torno a la Busca. Ésta pretendía
acabar con el monopolio del patriciado en el gobierno municipal. García al apoyo del
gobernador general de Cataluña, Galverán Requesens, la Busca accedió al gobierno de
Barcelona en 1453.

La muerte sin herederos de Alfonso el Magnánimo hizo que la sucesión recayera en


su hermano Juan II (1458–1479), rey de Navarra por su matrimonio con Doña Blanca,
lugarteniente de Cataluña desde 1454 y persona con grandes propiedades en Castilla,
donde había participado en las luchas civiles contra Álvaro de Luna.

Su reinado estuvo marcado por la guerra civil, que se desarrolló entre 1462 y 1472
y que ha sido considerada como consecuencia de la situación vivida años atrás. La lucha
entre la Busca y la Biga por ocupar el gobierno de Barcelona, el levantamiento de los
pageses de la remensa y el enfrentamiento entre la postura "pactista" defendida por el
patriciado y la que propugnaba un fortalecimiento del poder regio.

El apoyo final de Castilla, después del matrimonio de Isabel con el heredero de


Aragón Fernando I, hizo posible que la guerra terminara con una victoria del rey, a la que
se llegó por compromiso: por la Capitulación de Pedralbes, Juan II obtuvo la obediencia de

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sus súbditos, pero a cambio de hacer importantes concesiones.

5– Iglesia, cultura y nuevas mentalidades.


La vida del espíritu de los reinos cristianos de la Península se vio afectada pro
importantes transformaciones. La unidad de la Cristiandad occidental amenazaba con
romperse. La escolástica, esclerotizada, se mostraba inadecuada para hacer progresar el
pensamiento. La visión sacralizada del mundo retrocedía, dando paso a un incipiente
espíritu laico. La crítica de las autoridades, la confianza en las potencialidades del hombre
y la vuelta a las fuentes primigenias de la cultural occidental, anunciaban la irrupción del
humanismo y del renacimiento. Las grandes construcciones intelectuales del siglo XIII se
resquebrajaban, pero sobre sus ruinas crecían vigorosas las plantas de un mundo del
espíritu nuevo que tenía en el hombre a un auténtico eje.

El Cisma de Aviñón tiene como coordenadas el choque entre la realidad de una


Iglesia desgarrada, un clero indigno y una religiosidad popular sensiblera, por una parte, y
la conveniencia de proceder a un saneamiento profundo, por otra La presenta a partir de
1378 de dos cabezas al frente de la Cristiandad, una en Roma y otra en Aviñón, se tradujo
inmediatamente en una división de las naciones europeas: los reinos hispánicos se
declararon en favor de Clemente VII, Papa de Aviñón. El cisma constituía un escándalo que
era preciso zanjar. Con esa finalidad se pusieron en práctica los más diversos métodos,
pero, uno tras otro, fueron fracasando. En 1398 Castilla sustrajo la obediencia a Benedicto
XII (era el aragonés Pedro de Luna, papa de Aviñón desde 1394) para lograr que ambos
papas dimitiesen y se reunificase el cetro. Pero ante la falta de resultados, volvió a su
obediencia. Benedicto XII había encontrado en la Corona de Aragón, adonde había
trasladado su residencia en 1409, un sólido baluarte para la defensa de lo que él
consideraba sus legítimos derechos. Pero ante su negativa a renunciar para solucionar el
cisma, los reinos hispánicos dejaron de apoyarle.

Los males que aquejaban a la Iglesia hispánica eran profundos. Los obispos, que se
reclutaban fundamentalmente entre los miembros de la alta nobleza, estaban más
interesados en conservar su preeminencia política y social que en atender los aspectos
espirituales de sus diócesis. En el siglo XV fueron bastante frecuentes los obispos
intrigantes y mundanos, del tipo del toledano Alfonso Carrillo. Algunos prelados apenas
aparecían por sus diócesis. En absentismo alcanzaba en ocasiones cotas inimaginables,
como en el caso del obispo de Vic, Lope Fernández de Luna, que no llegó a pisar la
diócesis durante tres años.

El bajo clero tampoco ofrecía una imagen saludable. Sus deficiencias en cuanto a
preparación eran notables, pero quizá dejaba más que desear su catadura moral. El obispo
de Segovia Pedro de Cuéllar hubo de redactar en 1325 un catecismo en romance destinado
a los numerosos clérigos de su diócesis que ignoraban el latín. La relajación de costumbres
era la tónica dominante, tanto en el clero secular como en buena parte del regular. Las
barraganas de clérigos (especie de "esposa" con todos los derechos correspondientes de
los clérigos), de las que con tanta insistencia se habla en los cuadernos de las Cortes
castellanas, están a la orden del día.

La crisis de la Iglesia, unida a las catástrofes, incidió en la religiosidad popular, que


discurrió por caminos no sólo proclives a la emotividad y al intimismo, sino incluso
próximos a la superstición. Sin duda la corriente mística se acentuó en esta época. Pero al

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mismo tiempo triunfaban aquellas manifestaciones religiosas en las que la masa popular
entraba en contacto con lo sagrado (reliquias) o asistía a predicaciones vibrantes.
Aumentaba en interés por al vidas de los santos ya había una cierta complacencia en los
aspectos morbosos y patéticos de la religiosidad. En uno tiempos dominados por la muerte
y la angustia, no se extraño que el pueblo común, víctima de la tragedia del cisma,
desasistido de un clero inculto y corrompido, y él mismos poco formado, tratará de buscar
ansiosamente una tabla de salvación, que a veces encontraba en la superstición y la
brujería.

Los reinos hispánicos no escaparon a la penetración de corrientes heréticas:


beguinos, pero sobre todo los herejes del Duranguesado vizcaíno, que pretende una
interpretación nueva de los textos bíblicos, defendiendo la comunidad de bienes y de
mujeres, negando la presencia real de Cristo en la Eucarística.

Al tiempo, es preciso señalar la presencia de una tendencia urbana y secularizadora,


que se expresará en lenguas vernáculas. Pero estas ideas deben ser matizadas
cuidadosamente. La Iglesia continuaba con su papel rector: las Universidades estaban bajo
su control, con métodos aferrados al tradicionalismo.

Los centros del saber, las Universidades, alcanzaron en los siglos finales de la edad
Media una notable expansión en Aragón: en 1300 se fundó la Universidad de Lérida; Pedro
el Ceremonioso fundó en 1349 el Estudio General de Perpiñán, en 1354 se fundó la
Universidad e Huesca. En la corona de Castilla había dos Universidades la de Salamanca,
sin duda la más importante, y la de Valladolid, procedente del Estudio palentino trasladado
a la ciudad del Pisuerga. Ambas databan del siglo XII. También había un Estudio en
Sevilla, pero poco activo.

Sin embargo, sí se producen cambios importantes: retrocede el monopolio eclesial,


abriéndose camino el humanismo. En aquellos territorios donde la burguesía tenida escasa
relevancia social, como sucedía en Castilla, las manifestaciones culturales estaban teñidas
de un sentido aristocratizante. La cultura de las elites de Castilla se reducía a los círculos
de la alta nobleza. En cambio, en Aragón y sobre todo en Cataluña, la burguesía tuvo una
presencia bastante más destacada en la vida de la cultura, aunque de hecho quedara
limitada a las capas altas, es decir, al patriciado: se acentuó el individualismo y el
naturalismo, aspectos que contrastaban con la artificiosidad y el manierismo típicos de la
mentalidad aristocratizante.

El Infante Juan Manuel, el Arcipreste de Hita (Libro del Buen Amor), López de
Ayala, son buenos exponentes de la cultura del siglo XIV, que en el XV se poblará de un
espíritu más humanista, notable en Juan de Mena o el Marqués de Santillana, y llevado a
sus últimas cotas en Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre).

Las relaciones políticas con Italia convirtieron a Cataluña en un importante


vehículo de penetración del humanismo en la Península. De nada servía la actitud hostil de
las nuevas corrientes del fogoso predicador San Vicente Ferrer. A través del Principado
llegó la influencia de Dante y de Petrarca. Paralelamente, crece el interés por la traducción
de los clásicos. El más eminente representante de la literatura catalana de fines del
Medievo fue el valenciano Ausías March, que escribió en la primera mitad del siglo XV.
Abandonando los moldes trovadorescos, utilizó como medio de expresión una genuina
lengua catalana. Joanot Martorell fue el autor de Tirant lo Blanc, el libro profano más leído

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en Aragón.

6– El reino nazarí de Granada.


La expansión militar castellano–leonesa de los siglos XII al XIII no consiguió
liquidar el dominio islámico en la Península: el reino nazarita, con capital en Granada,
abarcaba todo el territorio andaluz situado entre las Cordilleras Subbéticas y el
Mediterráneo. Su génesis está vinculada a la descomposición del poder almohade en la
Península a raíz de la victoria cristiana de las Navas de Tolosa. Un cabecilla local, el señor
de Arjona Muhammad ibn Yusuf, se hizo en 1232 con el dominio de Guadix, Baza y Jaén,
incorporando luego Málaga y Almería, pero perdiendo Jaén a manos de Fernando II. El
primer emir del reino será Muhammad I. El relieve, la desunión de los cristianos, el
agotamiento cristiano en el siglo XIV, son bazas a su favor.

La población debió ser muy numerosa, creciendo a medida que muchos


musulmanes huyan de las tierras del sur a Granada (por ejemplo, con la rebelión mudéjar
de Andalucía y Murcia): tal vez alcanzaran los 350.000 habitantes. La población se dividía
en musulmanes y tributarios (cristianos y judíos): entre los musulmanes predominan los
beréberes, aunque también había sirios, eslavos, etc. Tampoco faltaban destacados
cristianos que tuvieron que huir de sus reinos, como el religioso herético Alonso de Mella.

Parece ser que Granada contaba con una agricultura pujante, una artesanía
especializada y un comercio exterior muy desarrollado. La agricultura basaba su relativa
prosperidad en al laboriosidad desplegada por los moriscos en el trabajo del campo y en la
maestría en el dominio de la técnica hidráulica. Los cereales, trigo, cebada y mijo se
cultivan preferentemente en la vega de Granada, si bien en años de malas cosechas se hacía
necesario importan granos del norte de África. El viñedo se localizaba en la vertiente sur de
la cordillera, mientras el olivo era menos importante. Pero un rasgo dominante era la
diversificación de los productos: de huerta, árboles frutales, caña, azafrán...

La fachada mediterránea ofrecía excelentes posibilidades para la pesca, poseyendo


también grandes recursos minerales, como el hierro, plomo, mármol blanco, etc.

El reino de Granada jugó un importante papel en el comercio mediterráneo de los


siglos finales del la Edad Media: conectó zona del mundo islámico con la Corona de
Aragón, experimentando también un crecimiento con el asentamiento de comerciantes
genoveses.

Al parecer, el reino granadino tenía una administración fuertemente centralizada,


localizada en el recinto de la Alhambra.

El reino nazarita tuvo durante sus dos siglos y medio de existencia una vida muy
azarosa. A las frecuentes disputas internas (la mayoría de los emires murieron asesinados o
fueron depuestos violentamente) había que añadir la permanente amenaza que, procedente
de los castellanos, se proyectaba sobre sus fronteras. Sólo en la segunda mitad del XIV
conoció una paz prolongada.

Muhamed I, que puso los cimientos del reino de Granada, no pudo evitar ni la
sumisión a Castilla ni la aparición en su reino de disputas nobiliarias, provocados por los
gobernadores de Málaga y Guadix. El poder real granadino se consolidó con Muhammad II

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(1273–1302) y Muhammad III (1302–1309). Los nazaritas pasan de ser tributarios de
Castilla a buscar alianzas para zafarse de la sumisión. Pero se verán debilitados por las
revueltas populares, coincidiendo con la batalla por el estrecho. Los infantes castellanos
don Pedro y don Juan penetraron hasta la vega de Granada, aunque allí fueron frenados. La
cruzada antigranadina fracasó. Pero la batalla del estrecho será ganada por los castellanos
tras la victoria del Salado en 1340 y la conquista de Algeciras en 1344.

Tras unos años confusos, Muhamad V logrará el máximo esplendor del reino,
basado en las estrechas relaciones con Pedro I de Castilla y luego con Enrique II, buscando
la amistad de los mamelucos egipcios: período coincidente con el apogeo del arte nazarí.

Al finalizar el siglo XIV se reanudaron las hostilidades entre Castilla y Granada.


Los combates fronterizos se hace más frecuentes: los castellanos toman Antequera en 1410.
Era el inicio de la crisis nazarí, agravada por la crisis de la familia Abencerraje. Enrique IV
de Castilla retomará la ofensiva, mediante una táctica de devastación.

7– La unión dinástica.
En las postrimerías del siglo XV se producirá la unión, al menos nominal, entre la
Corona de Castilla y la de Aragón.

Isabel accedió al trono de Castilla con muchas dificultades. En el interior de


Castilla una fracción de la alta nobleza acuadrillada por el marqués de Villena defendía los
derechos al trono de Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV. Isabel proclamada reina en
Segovia apenas muerto su hermano, contaba con el apoyo de otro sector de la nobleza,
encabezado por los Mendoza. Se planteaba además un problema internacional: el
matrimonio de Isabel y Fernando supone una alianza de Castilla con Aragón, lo que causa
inquietud en Portugal, que colaborará con la Beltraneja. pero tras unos progresos
espectaculares de los portugueses, que llegaron hasta Baltanás– la reacción castellana,
encabezada por Fernando, dio sus frutos, con la victoria de Toro de 1476 y la firma de la
paz de Alcaçobas en 1479 que liquida cuentas con Portugal.

La unión dinástica significó la superposición de dos núcleos don efectivos muy


diferentes; el reino castellano cuenta con 5 millones y Aragón apenas 850.000 hombres. La
economía tenía como pivotes la prosperidad de la ganadería lagar trashumante y la
exportación de materias primas. La agricultura, en cambio, se hallaba estancada, con alzas
frecuentes de precios. Los Reyes Católicos otorgaron numerosos privilegios a la Mesta, lo
que incrementa el desequilibrio.

Desde el punto de vista social, fortalecieron las posiciones de la lata nobleza. Los
castigos ejemplares que impusieron a miembros destacados de la nobleza no contradice
esta idea, como tampoco las actitudes supuestamente antinobiliarias de las Cortes de
Toledo de 1480, en la que se revisan las mercedes de la época de máxima anarquía.
El matrimonio de Fernando con Isabel trajo como consecuencia la unión de las dos
coronas. En adelante, en los diplomas expedidos por la Cancillería el nombre de Fernando,
por ser varón, precedía al de Isabel, pero los títulos reales de Castilla y León irían por
delante del de Aragón. Cada uno de los monarcas tenía los mismos poderes que su cónyuge
en ambos reinos. Ahora bien, esa unión tenía un carácter dinástico, habiéndose establecido

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en la persona de los reyes. Hablar de unidad nacional puede resultar equívoco, porque no
se creó un estado centralista y unificado para el conjunto de los territorios. Tanto el reino
castellano-leonés como la Corona de Aragón mantenían sus instituciones propias, sus
respectivas Cortes, e incluso sus aduanas y su sistema monetario. En estas condiciones, la
personalidad de las diversas nacionalidades españolas (pensemos en Cataluña) pudo
preservarse: así, al morir la reina le sucede su hija Juana y no su marido Fernando en
Castilla.

Pero Castilla tenía más peso: por su extensión y dinamismo económico, y también
porque su modelo político (que arranca de Alfonso XI) cuadra mejor con la tendencia
semiabsolutista que pretenden los Reyes Católicos: creación de una segunda Chancillería
en Granada, creación de la Santa Hermandad, régimen de corregidores, etc. Pero estas
reformas afectan exclusivamente a Castilla, mientras en Aragón el carácter contractual del
poder monárquico dificultaba estas pretensiones.

8– BIBLIOGRAFÍA.
IRADIEL, P. et al.: Historia medieval de España. Madrid, Cátedra, 1989.
MacKAY A.: La España de la Edad Media. Desde la frontera hasta el Imperio (1000–
1500). Madrid, Cátedra, 1981.
MARTÍN, J. L.: Reinos y condados cristianos. Vol 9 de la Historia de España de Historia
16. Madrid, 1995.
MÍNGUEZ, J. M.: La reconquista. Biblioteca de Historia 16, Madrid.
MOXÓ, S. de: Repoblación y sociedad en la España cristiana medieval. Madrid, Rialp,
1980.
VALDEÓN BARUQUE, J. et al.: Historia de España. Historia 16, Madrid, 1986.
VALDEÓN, J., et al.: Feudalismo y consolidación de los pueblos hispánicos (XI–XIV).
Barcelona, Labor, 1980 (tomo IV de la Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de
Lara).
VALDEÓN, J.: Castilla se abre al Atlántico. Vol 10. de la Historia de España de Historia
16. Madrid, 1995.

Ver Bibliografía de mi Tema 31PD (GRA).

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