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Universidad del Rosario

Escuela de Ciencia Humanas


Filosofía de la mente
José David Navas Gómez
EL LIBRE ALBEDRIO
El problema del libre albedrío es uno de los problemas recurrentes de la filosofía, y si
hablamos de la filosofía de la mente es ineludible. El filósofo estadounidense John Searle
tiene el propósito de hacer un estudio sobre cómo funciona la mente y la conciencia, y por
esto en su texto se dedica a analizar cómo la cuestión del libre albedrío, que es el tema de
esta ponencia.
Antes de empezar veo importante mencionar que en los capítulos anteriores se ve al autor
como un partidario de la causación, pero para tratar este problema necesitamos analizar no
solo la causación sino también la naturaleza de la conciencia y lo que los datos científicos
nos han dicho hasta ahora. Sin embargo, el mismo Searle afirma que esta cuestión (el libre
albedrío) lo rebasa, por lo que se dedica a plantear las cuestiones y las posibles soluciones
que tiene este tema.

Lo primero que hace el autor es establecer que existen dos convicciones inconciliables entre
sí, por un lado, la primera es que todo hecho en el mundo tiene causas suficientes
antecedentes, estas causas bastan para determinar la ocurrencia de lo que sucede en el mundo,
y al decir que son suficientes Searle afirma que estas ocurrieron porque debían ocurrir. De
esta forma, nos basta con conocer hechos previos relacionados entre sí para determinar el
porqué de sus causas, a esto se le llama determinismo, y nosotros hemos creado una visión
determinista del mundo para explicar hechos físicos. Por otro lado, experimentamos la
libertad, si entendemos libertad por elegir entre varias opciones a nuestra disposición. Searle
explica que el sentimiento que tenemos es que las razones de nuestras decisiones, si las
expresamos como las causas de nuestro actuar, siguen siendo insuficientes para determinar
nuestro comportamiento. Por lo que concluye que hay una distancia entre las causas y las
acciones, este lo podemos interpretar un como intervalo que sucede entre el motivo de la
acción, y la acción que se toma. Siendo que no es propio de un fenómeno ya analizado por
Searle como lo es la experiencia visual, que basta con que exista una causa en el mundo físico
que corresponda con el estado mental para satisfacer la experiencia visual.

Para Searle se podría decir que lo que sentimos entre intención y acción son tres intervalos
o tres fases de un mismo intervalo. Siendo el primero conocimiento de las razones para
llevar a cabo la acción, lo que se traduce, como el evaluó de las razones, así como su número.
El segundo sería que una vez tomada una razón, se tomaría la decisión de iniciarla, sin
haber todavía actuado, pues mera decisión no fuerza la acción. El tercer y último intervalo es
el del empezar a actuar en consecuencia a la decisión tomada, y luego terminar hasta la
conclusión de esta acción, teniendo en cuenta que, en un curso complejo de acciones
consecutivas, como tomar la decisión de aprender un nuevo idioma, no basta con solo
empezar con la acción escogida, puesto que hay que seguir un número indeterminado de
pasos para que dé por cumplida.
Ahora bien, Searle quiere aclarar que la percepción puede tener cierto intervalo para
determinar la figura que se ve, un buen ejemplo son las ilusiones ópticas, en donde también
media cierta distancia hasta que logramos ver algo. Aun con lo anterior, Searle no le dedica
mucho tiempo, pues depende de la intención ver el objeto de una forma u otra. Tampoco se
concentra en decisiones impulsivas, tomadas por emotividad u otras razones. No, el problema
del autor es el libre albedrío y afirma que nuestra creencia de ser libres proviene de la
experiencia del intervalo ya mencionado, que crea una división entre la causa y el efecto,
cosa que no sucede con objetos del mundo físico sometidos a la causalidad. Esta es la cuestión
a abordar, pues Searle afirma que aun las personas más convencidas de que el libre albedrío
es una ilusión no podrían desempeñarse de esta forma en su vida cotidiana, pues cuando se
les presente la toma de una decisión estas actuaran como si la decisión dependiera de ellos y
no de un mundo ya determinado. Por lo tanto, aparenta ser imposible deshacernos de la
convicción de nuestra propia libertad, aunque concluyamos que teóricamente es errónea. Esto
porque si no tomamos las decisiones presuponiendo la libertad estas decisiones serían
ininteligibles desde el punto de vista subjetivo, que el autor menciona (en capítulos
anteriores) como una propiedad de la conciencia.

 Requerimos darle sentido a los fenómenos que se nos presentan, mediante la


representación de los mismos. De lo contrario, la vida pierde el sentido y todo se vuelve
etéreo.

Después de explicar la raíz del problema, se intenta dar posibles soluciones, la primera
solución es el compatibilismo. El compatibilismo afirma que el libre albedrío es compatible
con determinismo, siendo también llamado determinismo blando. Este afirma que la
libertad no necesariamente se contrapone a causas anteriores ¿Dios? En otras palabras, al ser
una doctrina determinista afirma que todo efecto tiene una causa, incluyendo la libertad.
Siendo que la libertad sería un efecto determinado por cierto tipo particular de causas. Para
el compatibilismo la decisión libre no se opone a lo determinado, más si a lo obligado o
forzado, es decir, si se coacta a un individuo que de otra manera sería libre a tomar cierta
decisión este individuo dejaría de ser libre, un ejemplo sería actuar bajo amenaza de una
banda criminal.

Estas causas particulares que definen el curso de las acciones humanas serían los procesos
psicológicos internos, la deliberación, y las formas de razonar. La respuesta que da el
compatibilismo parece ser suficiente para determinar si los seres humanos podemos ser
encontrados responsables moralmente de nuestros actos, teniendo en cuenta que existe un
orden moral preestablecido. Sin embargo, esto es insuficiente para responder a las cuestiones
que plantea Searle, pues este quiere contestar si los actos humanos están determinados por
condiciones previas, es decir, la pregunta es ¿Las causas de cualquier acción son
suficientes para determinar qué ocurrirá esta y ninguna otra, por lo que sería imposible
pretender escoger otra acción a la ya determinada? Siendo para él una cuestión entre el
determinismo y el libertarianismo.

Otra forma de abordar el problema es mediante los aspectos psicológicos y neurobiológicos.


Pues estos determinan los estados mentales de las personas. El autor afirma que sabemos que
hay algún grado en que los aspectos psicológicos y neurobiológicos establecen el
comportamiento de los seres humanos. De lo anterior, ¿se podría afirmar que el
comportamiento es determinado solo por estos factores?

Searle comienza analizando el determinismo psicológico, preguntándose si son estos estados


suficientes para determinar las acciones. Para esto se tomó en cuenta todo lo que compone
nuestros estados psicológicos; siendo estos un conjunto de creencias, deseos, esperanzas,
temores, conocimiento de obligaciones que determinan compromisos. Para hacer el análisis
de forma correcta el autor afirma que solemos ver una diferencia en las actuaciones que
surgen por compulsiones psicológicas, como lo son las adicciones, de las actuaciones
cotidianas, pues se ve a la persona adicta como en una condición en la que no puede ayudarse
a sí misma. En este contexto la pregunta sería ¿Existe diferencia entre las decisiones que
se toman, o solo estamos influidos por otro tipo de compulso psicológico que nos obliga
a actuar de determinada manera, seamos o no conscientes de ello?

Para demostrar esto, es necesario poner a prueba la tesis determinista (psicológica). En el


texto aparece un experimento de hipnosis, en el que la persona que estaba bajo el trance se
comportó siguiendo lo que le dictaba el hipnotista, pero teniendo en cuenta que este creía
actuar bajo el influjo de su propia voluntad. En el ejemplo, lo que sucede es que el individuo
que actúa bajo trance hipnótico cree actuar de manera libre, incluso tiende a inventar una
motivación razonable para justificar por qué actúa de esa manera. De esto podemos afirmar
que es posible que creamos que actuamos de forma libre, cuando en realidad, no lo hacemos.
Aunque, cabe preguntar, ¿es cierto que todos nuestros actos ocurren de la misma manera?
Searle responde que efectivamente no tenemos forma alguna de saberlo. Pues no podemos
conocer nunca si efectivamente este tipo de actos se deban a algún influjo del que no tenemos
conocimiento. Pero, el autor responde a esta conclusión que parece haber una clara diferencia
entre los influjos psicológicos de un adicto o de alguien sometido a hipnosis, a los influjos
psicológicos cotidianos. Puesto que ni siquiera son iguales los influjos psicológicos entre la
persona que está en un trance hipnótico y la persona que padece adicciones. En el caso de la
persona que está en un trance solo actúa así en intervalos, y mientras en su psique es libre, su
actuar depende de una causa inconsciente que desconoce. Por el otro lado, la persona adicta
puede ser consciente de su condición, pero se ve preso de influjos psicológicos que no puede
controlar, cosa que no parece pasar con una persona con influjos psicológicos normales, que
los considera un motivo, más no un motivo suficiente para determinar su actuar. En resumen,
no podemos estar seguros si influjo psicológico es causalmente suficiente para determinar
nuestro actuar, pero para Searle, nada parece indicar que este sea suficiente, más allá de en
casos muy específicos, como los ya citados.

Ahora la pregunta es determinar si es verdadero el determinismo neurobiológico. Teniendo


en cuenta que capítulos anteriores Searle ya dijo que los estados psicológicos son
dependientes de los estados neurobiológicos, esto porque los estados del cerebro determinan
cómo se comporta la mente. También teniendo en cuenta que el autor ya ha dejado claro que
para él los estados conscientes son rasgos del sistema, y si el sistema es el cerebro, ¿sería
este una causa suficiente para explicar las acciones que se cometen? Esto teniendo en
cuenta que Searle ya afirmo que los estados conscientes ocurren en un nivel diferente en el
cerebro, por lo que no ocurren por una causa diferente.
Por lo anterior, Searle afirma que si la libertad es real, entonces los intervalos en que se basa
la libertad deben descender hasta el nivel cerebro, pero nos encontramos con el inconveniente
de que en el cerebro no hay intervalos, entonces no sabemos cómo es que se manifiesta la
libertad en este nivel del sistema. Con todo lo anterior, y con el objetivo de encontrar una
solución Searle debe presuponer que el determinismo es cierto y compararlo con un mundo
en el que el libertarianismo es verdadero, de esta forma espera dar con un resultado que pueda
ser convincente.

 1 cosa es la libertad de que una decisión conlleve al resultado querido, y otra cosa es que
el proceso mismo de tomar la decisión sea libre o no.

Para esto se pone un ejemplo bastante conocido en la cultura general, el juicio que hace Paris
sobre la belleza de las diosas Olimpo. La decisión final de Paris, como es bien conocido, es
dar por ganadora a Afrodita, entregándole la manzana de oro a la diosa del amor. Searle
analiza el ejemplo a la luz de teorías neurobiológicas. Para eso plantea el ejemplo de la
siguiente manera: en un momento t1 Paris tiene que tomar una elección, siendo consciente de
las razones para tomar la decisión y de la elección que toma. En otro momento posterior t2
Paris toma la decisión poco tiempo después (10s) y su cuerpo se mueve para actuar en
consecuencia. Este ejemplo supone que Paris no es influenciado por nada, más allá de su
elección desde el momento t1 a t2. En t2 Paris habrá tomado su decisión. Donde sí, es el
momento t1 suficiente para justificarlo, la decisión se tomaría antes de la ejecución de la
acción, por lo que, Paris, y todos los que tomemos decisiones bajo influjos neurobiológicos
similares, en otras palabras, todos nosotros, no seríamos libres.

 No tenemos libre albedrío en el sentido de que si tomamos las mismas decisiones, vamos
a tener los mismos resultados, motivo por el cual dejamos de ser libres. Sin embargo, pienso
que definir la libertad como la posibilidad de cambiar los resultados que una intención puede
producir en el mundo, es buscar lo imposible, por cuanto consistiría en la desnaturalización
del mundo como hoy lo concebimos. Efecto que también resultaría, en mi opinión, poco útil.

El libre albedrío no es tener mismas decisiones con diferentes resultados, sino poder escoger
diferentes decisiones para obtener diferentes resultados. Es ser sueños de nuestro propio
camino.

Searle plantea una primera hipótesis y es la del determinismo, y el cerebro mecánico. Esta
consiste en suponer que el cerebro, como todo en el mundo es determinista. Su
funcionamiento podría ser explicado haciendo una analogía con un motor y la definición
clásica de estos. Aunque el mismo autor nos dice que lo mejor sería definir este órgano como
un hardware, que responde a como está programado, puede tener unos pocos programas
aleatorios o impredecibles (aunque yo prefiero decir que son difíciles de predecir ¿?), pero,
aun así, todo responde a un sistema determinado. Esta explicación concuerda con como
entendemos la naturaleza. Aunque, de ser cierta significaría que nuestra experiencia de
libertad no es más que una ilusión.

La única objeción que Searle encuentra es que está suponiendo que el desarrollo del intervalo
se da por causalidad evolutiva. Esto es difícil de aceptar para el autor, pues este implica un
gran gasto para el organismo, y le resulta arduo considerarlo algo parecido a un vestigio
evolutivo.

La segunda hipótesis debe responder que el cerebro es indeterminista. Esta afirma que
efectivamente el cerebro funciona según leyes de la naturaleza, pero la analogía de un motor
no es la adecuada, dado que de serlo sería determinista. Entonces ¿Cuál es la adecuada?,
¿Existe en la naturaleza algo que pueda justificar su indeterminación? Si existe ¿Qué sería?
La única opción que considera Searle es la mecánica cuántica. Si sabemos que el universo es
uno, conformado por partículas cuánticas, el universo sería cuántico, por lo que esto también
se aplica al cerebro.

Sin embargo, el autor no está convencido de esta hipótesis, para empezar este sería causal de
forma estadística, no determinista. Por lo que, esto presupondría azar, mas no libertad. Pero
hay una nueva cuestión que Searle pone sobre el tablero, y es que la aleatoriedad de los
procesos en el micronivel no implica una aleatoriedad de los mismos en un macronivel, pues
los procesos físicos a nivel macro no tienen esta aleatoriedad. Si los macroniveles no están
sujetos a la aleatoriedad lo mismo debería aplicar al cerebro. Por lo que Searle es renuente a
aceptar esta teoría.

Al final, Searle concluye lo que menciono al comienzo, que solo ha dado posibles soluciones
al problema, más indica que este sigue siendo un reto que plantea nuevos desafíos. Mas él no
aceptar la primera hipótesis; la que se refiere al funcionamiento del cerebro como un
dispositivo, complejo sí, pero determinado, al fin y al cabo; parece ser más por la propia
convicción de Searle de creer en la libertad y en su propio libre albedrío, pues él (y todos)
los experimentamos de esa manera.

Bibliografía:

Searle, John. La mente. Una breve introducción. Grupo editorial Norma. Bogotá. 2006.

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