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Lo primero que hace el autor es establecer que existen dos convicciones inconciliables entre
sí, por un lado, la primera es que todo hecho en el mundo tiene causas suficientes
antecedentes, estas causas bastan para determinar la ocurrencia de lo que sucede en el mundo,
y al decir que son suficientes Searle afirma que estas ocurrieron porque debían ocurrir. De
esta forma, nos basta con conocer hechos previos relacionados entre sí para determinar el
porqué de sus causas, a esto se le llama determinismo, y nosotros hemos creado una visión
determinista del mundo para explicar hechos físicos. Por otro lado, experimentamos la
libertad, si entendemos libertad por elegir entre varias opciones a nuestra disposición. Searle
explica que el sentimiento que tenemos es que las razones de nuestras decisiones, si las
expresamos como las causas de nuestro actuar, siguen siendo insuficientes para determinar
nuestro comportamiento. Por lo que concluye que hay una distancia entre las causas y las
acciones, este lo podemos interpretar un como intervalo que sucede entre el motivo de la
acción, y la acción que se toma. Siendo que no es propio de un fenómeno ya analizado por
Searle como lo es la experiencia visual, que basta con que exista una causa en el mundo físico
que corresponda con el estado mental para satisfacer la experiencia visual.
Para Searle se podría decir que lo que sentimos entre intención y acción son tres intervalos
o tres fases de un mismo intervalo. Siendo el primero conocimiento de las razones para
llevar a cabo la acción, lo que se traduce, como el evaluó de las razones, así como su número.
El segundo sería que una vez tomada una razón, se tomaría la decisión de iniciarla, sin
haber todavía actuado, pues mera decisión no fuerza la acción. El tercer y último intervalo es
el del empezar a actuar en consecuencia a la decisión tomada, y luego terminar hasta la
conclusión de esta acción, teniendo en cuenta que, en un curso complejo de acciones
consecutivas, como tomar la decisión de aprender un nuevo idioma, no basta con solo
empezar con la acción escogida, puesto que hay que seguir un número indeterminado de
pasos para que dé por cumplida.
Ahora bien, Searle quiere aclarar que la percepción puede tener cierto intervalo para
determinar la figura que se ve, un buen ejemplo son las ilusiones ópticas, en donde también
media cierta distancia hasta que logramos ver algo. Aun con lo anterior, Searle no le dedica
mucho tiempo, pues depende de la intención ver el objeto de una forma u otra. Tampoco se
concentra en decisiones impulsivas, tomadas por emotividad u otras razones. No, el problema
del autor es el libre albedrío y afirma que nuestra creencia de ser libres proviene de la
experiencia del intervalo ya mencionado, que crea una división entre la causa y el efecto,
cosa que no sucede con objetos del mundo físico sometidos a la causalidad. Esta es la cuestión
a abordar, pues Searle afirma que aun las personas más convencidas de que el libre albedrío
es una ilusión no podrían desempeñarse de esta forma en su vida cotidiana, pues cuando se
les presente la toma de una decisión estas actuaran como si la decisión dependiera de ellos y
no de un mundo ya determinado. Por lo tanto, aparenta ser imposible deshacernos de la
convicción de nuestra propia libertad, aunque concluyamos que teóricamente es errónea. Esto
porque si no tomamos las decisiones presuponiendo la libertad estas decisiones serían
ininteligibles desde el punto de vista subjetivo, que el autor menciona (en capítulos
anteriores) como una propiedad de la conciencia.
Después de explicar la raíz del problema, se intenta dar posibles soluciones, la primera
solución es el compatibilismo. El compatibilismo afirma que el libre albedrío es compatible
con determinismo, siendo también llamado determinismo blando. Este afirma que la
libertad no necesariamente se contrapone a causas anteriores ¿Dios? En otras palabras, al ser
una doctrina determinista afirma que todo efecto tiene una causa, incluyendo la libertad.
Siendo que la libertad sería un efecto determinado por cierto tipo particular de causas. Para
el compatibilismo la decisión libre no se opone a lo determinado, más si a lo obligado o
forzado, es decir, si se coacta a un individuo que de otra manera sería libre a tomar cierta
decisión este individuo dejaría de ser libre, un ejemplo sería actuar bajo amenaza de una
banda criminal.
Estas causas particulares que definen el curso de las acciones humanas serían los procesos
psicológicos internos, la deliberación, y las formas de razonar. La respuesta que da el
compatibilismo parece ser suficiente para determinar si los seres humanos podemos ser
encontrados responsables moralmente de nuestros actos, teniendo en cuenta que existe un
orden moral preestablecido. Sin embargo, esto es insuficiente para responder a las cuestiones
que plantea Searle, pues este quiere contestar si los actos humanos están determinados por
condiciones previas, es decir, la pregunta es ¿Las causas de cualquier acción son
suficientes para determinar qué ocurrirá esta y ninguna otra, por lo que sería imposible
pretender escoger otra acción a la ya determinada? Siendo para él una cuestión entre el
determinismo y el libertarianismo.
1 cosa es la libertad de que una decisión conlleve al resultado querido, y otra cosa es que
el proceso mismo de tomar la decisión sea libre o no.
Para esto se pone un ejemplo bastante conocido en la cultura general, el juicio que hace Paris
sobre la belleza de las diosas Olimpo. La decisión final de Paris, como es bien conocido, es
dar por ganadora a Afrodita, entregándole la manzana de oro a la diosa del amor. Searle
analiza el ejemplo a la luz de teorías neurobiológicas. Para eso plantea el ejemplo de la
siguiente manera: en un momento t1 Paris tiene que tomar una elección, siendo consciente de
las razones para tomar la decisión y de la elección que toma. En otro momento posterior t2
Paris toma la decisión poco tiempo después (10s) y su cuerpo se mueve para actuar en
consecuencia. Este ejemplo supone que Paris no es influenciado por nada, más allá de su
elección desde el momento t1 a t2. En t2 Paris habrá tomado su decisión. Donde sí, es el
momento t1 suficiente para justificarlo, la decisión se tomaría antes de la ejecución de la
acción, por lo que, Paris, y todos los que tomemos decisiones bajo influjos neurobiológicos
similares, en otras palabras, todos nosotros, no seríamos libres.
No tenemos libre albedrío en el sentido de que si tomamos las mismas decisiones, vamos
a tener los mismos resultados, motivo por el cual dejamos de ser libres. Sin embargo, pienso
que definir la libertad como la posibilidad de cambiar los resultados que una intención puede
producir en el mundo, es buscar lo imposible, por cuanto consistiría en la desnaturalización
del mundo como hoy lo concebimos. Efecto que también resultaría, en mi opinión, poco útil.
El libre albedrío no es tener mismas decisiones con diferentes resultados, sino poder escoger
diferentes decisiones para obtener diferentes resultados. Es ser sueños de nuestro propio
camino.
Searle plantea una primera hipótesis y es la del determinismo, y el cerebro mecánico. Esta
consiste en suponer que el cerebro, como todo en el mundo es determinista. Su
funcionamiento podría ser explicado haciendo una analogía con un motor y la definición
clásica de estos. Aunque el mismo autor nos dice que lo mejor sería definir este órgano como
un hardware, que responde a como está programado, puede tener unos pocos programas
aleatorios o impredecibles (aunque yo prefiero decir que son difíciles de predecir ¿?), pero,
aun así, todo responde a un sistema determinado. Esta explicación concuerda con como
entendemos la naturaleza. Aunque, de ser cierta significaría que nuestra experiencia de
libertad no es más que una ilusión.
La única objeción que Searle encuentra es que está suponiendo que el desarrollo del intervalo
se da por causalidad evolutiva. Esto es difícil de aceptar para el autor, pues este implica un
gran gasto para el organismo, y le resulta arduo considerarlo algo parecido a un vestigio
evolutivo.
La segunda hipótesis debe responder que el cerebro es indeterminista. Esta afirma que
efectivamente el cerebro funciona según leyes de la naturaleza, pero la analogía de un motor
no es la adecuada, dado que de serlo sería determinista. Entonces ¿Cuál es la adecuada?,
¿Existe en la naturaleza algo que pueda justificar su indeterminación? Si existe ¿Qué sería?
La única opción que considera Searle es la mecánica cuántica. Si sabemos que el universo es
uno, conformado por partículas cuánticas, el universo sería cuántico, por lo que esto también
se aplica al cerebro.
Sin embargo, el autor no está convencido de esta hipótesis, para empezar este sería causal de
forma estadística, no determinista. Por lo que, esto presupondría azar, mas no libertad. Pero
hay una nueva cuestión que Searle pone sobre el tablero, y es que la aleatoriedad de los
procesos en el micronivel no implica una aleatoriedad de los mismos en un macronivel, pues
los procesos físicos a nivel macro no tienen esta aleatoriedad. Si los macroniveles no están
sujetos a la aleatoriedad lo mismo debería aplicar al cerebro. Por lo que Searle es renuente a
aceptar esta teoría.
Al final, Searle concluye lo que menciono al comienzo, que solo ha dado posibles soluciones
al problema, más indica que este sigue siendo un reto que plantea nuevos desafíos. Mas él no
aceptar la primera hipótesis; la que se refiere al funcionamiento del cerebro como un
dispositivo, complejo sí, pero determinado, al fin y al cabo; parece ser más por la propia
convicción de Searle de creer en la libertad y en su propio libre albedrío, pues él (y todos)
los experimentamos de esa manera.
Bibliografía:
Searle, John. La mente. Una breve introducción. Grupo editorial Norma. Bogotá. 2006.