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Incansable aspersor

Cuando tu mente se activa en todas


direcciones

Madeja mental
Publicado el 25 noviembre, 2016

Nuestra mente (o nuestro cerebro para los más objetivistas) es una suerte de madeja con diversos grados y formas de
complejidad, tanto en su estructura como en su funcionamiento. A medida que crece la misma las dificultades de
gestión se multiplican. Una mente altamente compleja puede ser extraordinariamente productiva si se encuentra en
“estado de flujo” como decía Mihaly Csikszentmihalyi. En la analogía, si se encuentra desmadejada.

Ahora bien, cuando esa misma mente se encuentra en un estado de ofuscación, obcecación, obsesión o cualquier otro
estado de enredo, se comienzan a producir auténticos “nudos” mentales que enturbian la visión clara de las cosas,
disminuye nuestra capacidad de discernimiento y las respuestas a estímulos se vuelven mecánicas, torpes y en
ocasiones peligrosas. Seamos conscientes o no de nuestro estado y del resultado de esa reactividad desbocada. Una
misma mente compleja, de esas que da gusto observar en acción, se transmuta en una mente complicada, cerrada en
sus propias disquisiciones, discusiones y confrontaciones, proyectando hacia fuera el malestar interior producto de la
ausencia de disciplina. Además, en ese estado de genuina nesciencia resulta hasta peligroso advertirlo porque la mera
señalización se convierte, en esa madeja mental, en un ataque al sistema con la correspondiente creación de barreras
cognitivas, emocionales o incluso físicas que impiden el acceso normalizado a la situación. O, peor aún, con la reacción
agresiva ante la supuesta amenaza.

Una mente muy compleja vendría a ser como tener una autopista de ocho carriles. En ese escenario, si la cosa va fluida,
el espectáculo es maravilloso, pero a poco que un vehículo se desvíe de su ruta y se meta en otra, o frene, se puede
producir un monumental atasco.

Una idea recurrente que nos obsesiona es una modalidad de enredo producido por lo que denomino “pensamiento
nesciente”, un tipo de pensamiento que tenemos todos. Son vehículos automáticos, sin conductor, que van transitando
por esa autopista a toda leche, pero con la peculiaridad de que se reproduce una y otra vez.

Algunos ejemplos cotidianos nos ayudarán a fijar la idea:

Ejemplo 1: Alguien hace un comentario general. Tú lo lees y sospechas que va por ti. Elaboras múltiples explicaciones
sobre las razones que le llevan al otro a nombrarte son hacerlo. Das veinte mil vueltas y te enfadas con esa persona.
Puedes dejarle de hablar.

Sin embargo, esa persona no se dirigía a ti ni pensaba en ti, pero tú te has enredado sin remedio y tus sentimientos son
muy negativos.

Ejemplo 2: Enviamos un mensaje a alguien por el móvil. Hoy en día es habitual. No nos responde rápidamente. Le
damos vueltas al asunto. ¿Le habrá molestado el mensaje? ¿Le ha pasado algo que no responde? ¿Se siente incómodo
con tanto mensaje? Y así sucesivamente. Se agolpan cientos de preguntas sin respuesta. Nos agobiamos, nos sentimos
mal, creemos haber cometido un error y queremos pedir perdón. Entramos en bucle. Nos desgastamos
emocionalmente. Pasado un largo rato, que se nos hace interminable, el interlocutor responde. “Hola, me he quedado
sin batería y acabo de ver tu mensaje”. OMG!

Y con esta imagen se anclará aún más:

En este punto es bueno recordar que lo simple se opone a lo complejo y lo sencillo a lo complicado. Que complejo
alude a la estructura o forma y complicado apunta al efecto de una acción. No siempre van juntos. Una mente simple
(etimológicamente “un-pliegue” o “pliegue único”) puede complicarse, enrocarse, obsesionarse o enredarse
fácilmente. No es patrimonio exclusivo de las mentes complejas. Además, esto es como un continuo que depende
también de los diferentes perfiles. No se trata de bloques (mente simple vs mente compleja). Pero se entenderá
fácilmente que una mente compleja se enredará de modos mucho más retorcidos ya que tendría más “hilos” para
poder enmadejarse.

De hecho, las mentes altamente complejas tienden, por descuido personal, hacia la complicación. De ahí se deriva una
alta reactividad (excitabilidad) física, emocional o mental que se retroalimenta, convirtiendo los sentimientos
naturales en (re)sentimientos intelectualizados. El único modo de manejar esta peligrosa situación es tomar conciencia
de hacia dónde está derivando y tomar luego las riendas, regresando a la sana sencillez.

Conclusión
La idea general que quiero transmitir es la importancia de reducir al máximo los pensamientos nescientes cargados
emocionalmente, vehículos sin control que entran en el “canal de flujo” de nuestra autopista e interrumpen,
entorpecen o ralentizan el tráfico habitual. Para lograrlo hay que tomar perspectiva, claro. Salir del coche consciente
que vayamos conduciendo e irte fuera de la autopista. Desde lejos se distingue mejor el tráfico y se puede regular o
gestionar. El desapego no consiste en otra cosa que en tomar distancia entre el objeto y tú. Lo sigues experimentando,
pero no te ves arrastrado sin remisión por él. Esto es más difícil de lograrlo que de pensarlo, lógicamente. Hay que
entrenarlo, solos o con ayuda. Pero por nuestra salud, considero que es es un buen ejercicio que genera enormes
beneficios personales.

Este ejercicio es el clásico γνῶθι σεαυτόν (gnóthi seautón), nosce te ipsum, conócete a ti mismo. Un modo de cultivo
interior que no solemos poner en práctica por diversas creencias -pensamientos nescientes en los que vivimos- que
nos sirven de excusa para la inacción: falta de tiempo, falta de conocimiento de cómo hacerlo, falta de habilidad para
manejarlo, etc. La introspección, el yoga, la meditación, el mindfulness y otras técnicas pueden ayudarnos a la hora de
salir del vórtice, tomar distancia, enfocar la mirada a la autopista al completo sin verse arrastrados por su enorme
tráfico. Nada de esto es sobrenatural ni esotérico. Nada de esto está fuera de nuestro alcance.

Para finalizar, os dejo un pasaje de Jiddu Krishnamurti que podría ayudar a desmadejar esas mentes complejas que se
han complicado.

“Cuando vemos algo, el ver origina una respuesta. Vemos una camisa verde, o un vestido verde, y el acto de ver despierta
la respuesta. Entonces se produce el contacto. Luego, a causa del contacto, el pensamiento crea la imagen de uno con esa
camisa o ese vestido, y entonces surge el deseo. O uno ve un automóvil detenido en el camino; tiene hermosas formas, un
pulido perfecto, y detrás de ello se percibe muchísimo poder. Entonces uno camina alrededor del auto, examina el
motor… El pensamiento crea la imagen de uno mismo que entra en el automóvil, enciende el motor y, poniendo los pies
en los pedales, lo maneja. Así es como comienza el deseo; el origen del deseo es el pensamiento que crea la imagen; hasta
llegar a ese punto, no hay deseo. Están las respues​tas sensorias, que son normales, pero luego el pensamiento crea la
imagen y desde ese instante se pone en marcha el deseo.

Ahora bien, ¿es posible que no surja el pensamiento creando la imagen? Esto es aprender acerca del deseo, lo cual es, en
sí mismo, disciplina. Disciplina es el aprender acerca del deseo, no el controlarlo. Si aprendemos verdaderamente acerca
de algo, ello se ha terminado. Pero si decimos que debemos controlar el deseo, nos encontramos en un terreno por
completo diferente. Cuando ustedes capten la totalidad de este movimiento, descubrirán que el pensamiento con su
imagen habrá dejado de interferir. Tan sólo verán, experimentarán la sensación; ¿qué hay de malo en ello?”

Jiddu Krishnamurti, La madeja del pensamiento


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