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COLECCION «MONOGRAFJAS,., NUM.

98
Para Franfoise

Primera edición, noviembre de 1988


© CENTRO DE INVESTIGACIONES SOCIOLOGICAS
Pedro Teixeira, 8, 4." 28020 Madrid
En coedición con
© SIGLO XXl DE ESPAÑA EDITORES, S. A.
Calle Plaza, 5. 28043 Madrid
Primera edición en francés, 1986
© Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, París
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY
Impreso y hecho en España
Prínted and made m Spam
Diseño de la cubierta: Carlos Sendm
NIPO: 004-88-009-2
ISBN: 84-7476-115-8
Depósito legal: M. 40.979-1988
Fotocomposición EFCA, S. A.
Avda. Doctor Federico Rubio y Galí, 16. 28039 Madrid
Impreso en Closas.Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa
ParacucUos de Jarama !Madrid)
INDICE

l. LA HIPOTESIS DE CONTINUIDAD .................................................... .

U na perspectiva clausewitziana ..................................................... .


Una herencia objetivista ................................................................ . 5
Movilizaciones y jugadas................................................................ 9
La dimensión estratégica de las movilizaciones.............................. 16
La visión instrumental de las movilizaciones.................................. 21
Las crisis como transformaciones de estado................................... 26
Una intención comparativa............................................................ 30

2. TRES ESPEJISMOS DE LA SOCIOLOGIA DE LAS CRISIS POLITICAS ........ 34

El espejismo etiológico ................... .'............................................... 35


La postura etiologista, 37.-La •teoría de la curva en J•,
39.-Tensiones y momentos críticos en el enfoque de D. Eas-
ton, 43.
El espejismo de la historia natural.................................................. 47
El estudio comparativo de las •grandé; revoluciones,., 48.-La
lógica del "método regresivo•, 51.-Naturaleza y sentido co-
mún, 57.-Las variantes en árbol, 59.
El espejismo heroico...................................................................... 65
·' . La localización de la opción y de la decisión, 66.-Crisis y op-
ciones racionales, 68.-(Cómo distinguit¡ las diferentes fases?,
72.-La indiferencia ante los aspectos estructurales de las crisis
políticas, 75.-El problem.~ i!e la conversión de los enfoques y
el stat11s de las variables, 7'.
Indice IX

3. LA PLASTICIDAD DE LOS SISTEMAS COMPLEJOS................................ 83 6. ALGUNOS EFECTOS EMERGENTES TIPICOS ...................................... . 193

U nas lógicas sociales específicas .................................................... . 85 Las soluciones institucionales ........................................................ . 193

87 La hipótesis de estrechamiento de la arena política ....................... . 200


La captación de los cálculos sectoriales ......................................... .
La objetivación de las relaciones sectoriales .................................. . 89 Las estrategias carismáticas: De Gaulle y Mendes France ............. . 208

La autonomía de los sectores .................... ;.................................... 94


Transacciones colusivas y consolidación ....................................... . 96 7. LA REGRESION HACIA LOS HABITUS ............................................... . 219

Sectores y arenas ........................................................................... . 98 Habitus, hábito y •efervesc~ncia creadora• ................................... . 219


Habitus y coyuntura ................ :.................................................... . 222
Lógicas de las posiciones, lógicas de las disposiciones y confianza
en el habitus .................................................................................. . 227
'4. LAS COYUNTURAS FLUIDAS.............................................................. 105
Localización coyuntural de los actores y aparición de polos de es-
Una crítica del modelo de Almond - Flanagan .............................. 105 trucruración ................................................................................... . 233
Una adaptación de la teoría de las coaliciones, 106.-Las varia-
ciones coyunturales del •peso,. de las arenas, 112.-¿Una diná- 8. CRISIS POLmCAS Y PROCESOS DE DESLEGITIMACION ..................... . 240
mica de intensificación?, 118.
El paradigma tradicional ............................................................... . 241
Los componentes elementales de la fluidez política....................... 124
Efectos de des legitimación inducidos y legitimidad estructural ..... . 247
La desectorización coyuntural del espacio social, 124.-La in-
certidumbre estructural, 133.-Los procesos de desobjetiva- Crisis de las transacciones colusivas y economía política del consen-
ción, 137. timiento ......................................................................................... . 254
Elementos de discusión ................................................................. . 141
CONCLUSIONES .................................................................................. . 264 .t;J

5. LA INTERDEPENDENCIA TACTICA AMPLIADA.................................. 155 Bibliografía .................................................................................... . 270

El juego tenso imperfecto.............................................................. 157 Indice de autores ......................... -'················································ 284

Juego tenso y juego relajado, 157.-Los elementos de imper- Indice de materias .......................................................................... 2~
fección, 160.
Estigmatizaciones y política simbólica........................................... 168
Escaladas y escalas de escalada, 168.-Las marcas de la existen-
cia, 172.
Las competiciones para la definición de la realidad ....................... . 175
Percepciones y definiciones, 176.-EI funcionamiento de los sa-
lientes situacionales, 180.-Las variaciones del volumen de ac-
tividad de definición, 183.
Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) una lengua impo-
sible en la que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y
cada rama tuviera un nombre propio; Funes planeó una vez una
lengua anáJoga pero la rechazó porque le parecía demasiado ge-
neral, demasiado ambigua. En efecto, Funes no sólo recordaba
cada hoja de cada árbol de cada bosque, sino cada una de las
veces que la había visto o imaginado. Decidió reducir cada uno
de sus días vividos a unos setenta mil recuerdos, que designaría
mediante cifras. Pero fue disuadido por dos consideraciones: la
conciencia de que la tarea era intermínable, y la conciencia de
que era inútil. Pensó que en el momenro de su muerte no ha-
bría terminado de clasificar todos sus recuerdos de la infancia.

Jorge Luis BORGES, Funes o la memoria.

¿Qué hace entonces el comisario Bauer, enfrentado con su mie-


do y con el pánico general? ¿Qué se hace cuando uno se en-
cuentra preso en una pesadilla que resulta ser real? Pues el co-
misario Bauer hace su trabajo. Intenta crear una pequeña zona
de orden y de sangre fría en medÍo de un caos en irremediable
descomposición. Y por roda Alemania hay millones y millones
de pequeños funcionarios aterrorizados que piensan exactamen-
te como yo. Hora tras hora, hacemos como si el mundo estu-
viera normal. Por la mañana, a las ocho menos cuano, estamos
sentados sobre nuestros traseros, dictando una carta que no tie-
ne ningún sentido a una Fraulein Dorst que sabe que esa carta
no tiene ningún sentido y que nadie la leerá y que tanto ella
como la cana quizá arderán antes incluso de que sea mecano-
grafiada en cinco copias como dice el reglamento.

Igmar BERGMAN, El huevo de la serpiente.


l. LA HIPOTESIS DE CO!'·rTINUIDAD

Este libro trata de los procesos de crisis política. Está más concreta-
mente consagrado a una categoría particular de crisis, aquéllas que es-
tán asociadas a las movilizaciones que afectan simultáneamente a va-
rias esferas sociales diferenciadas de una misma sociedad. Su ambi-
ción es determinar la dinámica de estas crisis; una de sus tesis cen-
trales es que esto se puede hacer, siempre que se tenga plenamente
en cuenta, en el análisis, esta diferenciación «estructural• de las so-
ciedades contemporáneas. El conjunto de los análisis desarrollados
en los siguientes capítulos responde a determinadas opciones inicia-
les que no todas son, ni mucho menos, puras y simples decisiones de
método 1•

UNA PERSPECTIVA CLAUSEWITZIANA

La primera de estas opciones podrá parecer paradójica. Nos ocupa-


remos de fenómenos cuyas definiciones habituales giran en torno a
la idea -y ésta es una buena definición provisional, pero sólo pro- -~'i
1
Durante la elaboración de esta obra he contado con ese inestimable ingrediente
que es el •arma crítica•. Mi agradecimiento en primer lugar a Jean Leca, en quien he
tenido la suerte de encontrar no sólo exigentes consejos -anotó cada una de las pá-
ginas manuscricas que constituyeron los primeros balbuceos de este libro--, sino ijm-
bién una disponibilidad, una cultura y un interés nunca defraudados; asimismo expre-
so mi agradecimiento a Vincent Merle, por sus observaciones a la vez incisivas e in-
ventivas; también a todas aquéllas y a todos aquéllos que, de diferentes modo5 y eh
diferentes momentos, me han ayudado· a llevar a buen término este proyecto, y, es-
pecialmente, a Elisabeth Bautier-Castaing, Roger Bautier, Jacqueline Blondel, Luc Bol-
tanski, Fram;ois Chazel, Serge Hurtig, Jacques Lagroye, Juan Linz, Marce! Merle, Mi-
reille Perche, Pierre Vialle y Arutide Zolberg; por último a Bernard Lacroix, de quien
fui alumno, por las conversaciones amistosas, estimulantes, y de una rara fecundidad,
de las que este trabajo se ha beneficiado constantemente. Que todos ellos me perdo-
nen por no haber sabido, podido o -con demasiada frecuencia- querido tener en
cuenta sus numerosas sugerencias. '
~
2 .MicheJ Dobry La hipótesis de continuidad 3

visiona!, de estos fenómenos- de prdtesos sociales que conducen, o También se parece a ella en otra de sus opciones que, en cierto
pueden conducir, a rupturas en el ÍUJ:'\cionamiento de las institucio- modo, representa la vertiente positiva de los que acabamos de indi-
nes políticas, no necesariamente legítimas, propias de un sistema so- car. Se trata de la reinserción sistemática, en el análisis y en la expli-
cial y que parecen amenazar la persistencia de estas instituciones. En cación de las crisis políticas, de la actividad táctica de sus protago-
otras palabras, nos fijaremos en fenómenos percibidos y analizados, nistas. Supone, en general, procurarse los medios para comprender el
tanto por los propios actores de las crisis como por sus observadores lugar que les corresponde, tanto en la aparición como en el desarro-
«externos•, como discontinuidades que intervienen en el flujo «nor- llo de estos procesos, a las movilizaciones que estos protagonistas lle-
mal .. de las rutinas o de los intercambios políticos. Nuestra. primera van a cabo en el curso de las competiciones y los enfrentamientos
opción es, contrariamente a esta imagen, la de una hipótesis de con- que constituyen la trama de las relaciones políticas, tanto en las co-
tinuidad. E¡ efecto, en el punto de partida de este estudio, no pos- yunturas rutinarias como en las que lo son menos.
tularemos ~e la interpretación de este tipo de fenómenos se debe Es como decir que la hipótesis de continuidad corresponde tam-
buscar necesariamente en «factores•, «variables,. o configuraciones bién a un desplazamiento del interés teórico hacia lo que se juega en
casuales radicalmente diferentes de aquéllas a las que recurren el po- los propios procesos de crisis, en la sucesión de jugadas (échange de
litól()$.O o el historiador para explicar los juegos políticos de las co- coups) que tienen lugar, en detrimento de las «Causas•, «determinan-
yun~ más rutinarias. Desde este punto de vista, «Continuidad• tes» o «precondiciones» de las crisis, que supuestamente lo explican
quiere decir simplemente que los resortes sociales de las crisis polí- todo y, eventualmente (aunque ambas pueden sumarse), en detrimen-
ticas no se sitúan exclusivamente, ni siquiera, sin duda, de forma pri- to de los resultados o de los subproductos de estos procesos, como,
vilegiada, en la patología y los «desequilibrios» sociales, en las de- por ejemplo, la caída de un régimen, la guerra civil, el compromiso
cepciones o las frustraciones (por muy «relativas» que sean), en las que conduce a un «reequilibrado,. del sistema político o incluso, por
desviaciones psicológicas ni tampoco en los «arranques• de irracio- supuesto, el «cambio», una de las categorías-saco (donde cabe todo)
nalidad, individuales o colectivos. En este sentido, la problemática más acogedora de que dispone la ciencia política. Y como se verá, se-
aquí esbozada puede legítimamente relacionarse con toda una serie ría un error, por lo que se refiere a estos resultados y subproductos,
de trabajos vinculados a la perspectiva de la movilización o de la «ges- decidir demasiado apresuradamente que resumen, reflejan o repre-
tión de los recursos» 2 • sentan de alguna manera «lo que ocurre» en el propio desarrollo de
la crisis.
2
Entre los más típicos de estos trabajos se debe citar: W. Garnson, Power and dis- Así pues ¿este desplazamiento del interés nos condena a retomar
content, Homewood, Ill., Dorey Press, 1968; A. Oberschall, Social conflict and social , por nuestra cuenta, a nuestro modo, las categorías de percepción, los
TTWVements, Engicwood Cliffs, Prenrice-Hall, 1973;J. D. McCarthy, M. N. Zald, •Re-
sourcc mobilization and social movements: A parúal theory•, Americanjournal of So-
cwlogy, 82 (6), mayo de 1977, pp. 1 212-1 241; Ch. Tilly, From mobilizatíon to Revo- menos y se ocupa principalmente de investigar cómo se crean, se intercambian y se
lutíon, Reading, Mass., Addison Wesley, 1978; M. N. Zald, J. D. McCm:hy, comps., administran esos escasos bienes que constituyen lós recursos políticos. A ia primera
The dinamia of social movements, Cambridge, Winthrop, 1979. Muchos de estos tra- orientación le correspondería un especial interés por los factores constitutivos de la so-
bajos encuentran su inspiración, sin que los autores -parece-- sean perfectamente lidaridad de los grupos y por los instrumentos que hacen posible la acción colectiva,
conscientes de ello, en ciertos análisis ajenos a esta perspectiva, como por ejemplo los mientras que la segunda orientación da más importancia a la competición por los re-
de F. G. Bailey, Les regles du jeu politíque, París, PUF, 1971 (trad. de Stracagems and cursos, al grado de sustituibilidad de los •productos• (ecología y ·liberación de la mu-
spoils. A soaal anthropology of politia, 1969) y de W. F. Ilchrnan, N.T. Uphoff, The jer•, por ejemplo), a las curvas de demanda y a la actividad de promoción de los bie-
politu:aJ economy of change, Berkeley, Cal., University of California Press, 1969. En- nes políticos o también a las carreras de los •empresarios del movimiento social• y a
tre los trabajos vinculados a la perspectiva de la movilización de los recursos, Charles los modos de remuneración de la actividad de sus miembros. Esta distinción, por in-
Perrow ha sugerido oponer dos orientaciones -o dos sensibilidades- distintas, que teresante que sea, apenas sí afecta a nuestro tema (véase C. Perrow, • The sixties ob-
no nos parecen en absoluto incompatibles: una, más •política•, calificada de •modelo served• en M. N. Zald, J. D. McCarthy, comps., The dynamics of social movements,
de proceso político•, relaciona las movilizaciones, las acciones colectivas, los movi- ob. cit., pp. 199-205). Con toda razón Perrow observa que la primera orientación pue-
mientos sociales con su función y sus efectos en el juego político; la otra, más •eco- de ser calificada de cclausewitziana• en un sentido bastante similar al que nosotros da-
nomícísta•, permanece más bien indiferente entre la dimensión política de estos fenó- mos aquí a este término (p. 199).
4 Michel Dobry La hipótesis de continuidad 5

dilemas, las racionalizaciones, los conceptos, incluso las «teorías,. in- res del enfoque de la «movilización de los recursos». Su mérito in-
dígenas, es decir las de los actores de las crisis? No lo creemos así. discutible es el de haber rehabilitado de algún modo la dimensión tác-
Ciertamente éstos representan uno de los materiales de enseñanza más tica del comportamiento de los actores individuales y colectivos en
ricos con los que vamos a trabajar. Sin duda constituyen asimismo la explicación de los movimientos sociales, de las confrontaciones in-
una parte importante de la propia realidad que vamos a examinar. ternas «violentas•, de los fenómenos revolucionarios y, en general de
Pero su papel termina ahí, pues el «enigma• a resolver 3, o si se pre- los procesos de movilización y de conflicto. Pero también se han
fiere, el «puzzle,. propio de este estudio, no tienen nada que ver con equivocado al creer que podían sacar de ello la consecuencia de que
los problemas pragmáticos o «teóricos• nacidos de la actividad prác- esto sólo podía hacerse a costa del abandono de toda reflexión sobre
tica de los actores. Lo primero que llamará nuestra atención en las los diferentes estados que puede conocer un sistema social y sobre las
movilizaciones serán las relaciones que éstas mantienen con sus con- variaciones de estos estados.
textos «estructurales,. -término tan delicado de manejar como el de Tratemos de precisar la divergencia, ya que afecta al propio nú-
«crisis». Estos contextos los consideraremos variables, sensibles justa- cleo de nuestro sistema de hipótesis. Reside en la manera de concebir
mente a las movilizaciones que pueden tener lugar en ellos. Nos los procesos que son a la vez generadores y constituyentes de las «cri-
orientaremos aquí hacia una especificación de los diversos tipos de co- sis,., a saber, las movilizaciones. El análisis choca, en este sentido,
yunturas, entre las cuales se hallan las coyunturas críticas, en tanto con dos escollos opuestos, el del objetivismo y el de una visión ma-
que estados particulares de los sistemas políticos afectados. nipuladora o instrumental de las movilizaciones y de los recursos po-
Estas opciones hacen que los análisis y las hipótesis presentados líticos, visión que suele aparecer con mucha frecuencia en los autores
en el marco de este estudio correspondan ante todo a una perspecti- que defienden la perspectiva de la movilización de los recursos·.
va clausewitziana. Perspectiva clausewitziana sí, pero despojada de
toda tentación de tomar la continuidad en términos teleológicos o ins-
trumentales, es decir, en particular, por la aplicación del esquema UNA HERENCIA OBJETIVISTA
«medios-fines» 4 • Y también, segunda calificación, perspectiva articu-
lada según otro punto de vista, durkheimiano, si se quiere -la dis- Para lo esencial de las corrientes dominantes de la ciencia política en
tinción de estados orgánicos y de estados críticos de una misma so- los años sesenta, la noción de movilización apenas tiene relación con
ciedad 5- , punto de vista éste exento de toda referencia a cualquier la actividad táctica de los actores sociales. En cambio se establece una
patología social y sin ninguna relación con el organicismo socioló- asociación muy estrecha entre movilización y «modernización,., o o'i':
gico. «desarrollo político,., de sociedades más o menos tradicionales. Así,
Esta última opción separa muy sensiblemente la problemática aquí para Karl Deutsch --que no se ocupa, sin embargo, más que de la
esbozada de algunos de los postulados planteados por los promoto- movilización «social»- la mo':'\lización designa un «proceso general
3 Th. S. Kuhn, La strncture des révolutions scientifiques, París, Flammarion, 1972,
de cambio,. en sociedades en transición entre modos de vida ttdi-
pp. 54 ss. [La estruct11ra de las revoluciones científicas, México, FCE, 1971 ].
cionales y modos de vida modernos. Este proceso se caracteriza, a
4 Esta es precisamente una de las grandes debilidades de la interpretación astuta, grandes rasgos, por una secuencia histórica del tipo «integració,n-
pero, muy a menudo, frágil, que propone R. Aron del Vom Kn'ege de Clausewitz, la desintegración-reintegraci6n,. (recommitment), que ve desmoronarse o
de rebatir la hipótesis de continuidad con este esquema finalista {R. Aron, Penser la hundirse los compromisos sociales, económicos y psicológicos, de-
guerre. Cla11sewítz, t. I, L'age e11ropéen, París, Gallimard, 1976); para una crítica de jando de este modo a los individuos, liberados de sus vasallajes tra-
este descafeinamiento del pensamiento de Clausewitz, véase M. Dobry, ·Clausewitz
et l'"entre-deux", ou de quelques difficultés d'une recherche de paternité légitime•, Re-
dicionales, disponibles para nuevos modelos de socialización y de
'tme Fran~aise de Sociologie, 17 (4), octubre-diciembre de 1976, pp. 652-664. comportamiento 6 •
5 Sobre esta distinción, véase B. Lacroix, Durkheím et le politique, París, Mon-

treal, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, Presses de l'Univer- 6


K. W. Deutsch, ·Social mobilization and political development•, The American
sité de Montréal, ! 981, especialmente pp. 272 ss, Política/ Science Revzew, 55 (3), septiembre de ~61, pp. 493-514.
6 Mü:hel Dobry La hipótesis de continuidad 7
~
Para Deucsch, esta movilización «.social• conlleva, sin embargo, como un proceso por el cual una unidad social adquiere un control
efectos propiamente políticos, como, por ejemplo, fuertes presiones significativo sobre unos recursos (assets) que no controlaba antes 9 ,
hacia un aumento de las capacidades gubernamentales, una creciente este autor no tiene ningún inconveniente en establecer que los pro-
partícipación política o una transformación de las formas y los flujos cesos de movilización no tienen por qué confundirse necesariamente
de la comunicación política. L.os índices empíricos que usa para me- con la «modernización,. de una sociedad. Hay, por ejemplo, movili-
dir esta movilización (la exposición a los medios de comunicación de zaciones que tienen efectos de «bloqueo» de una modernización, asi-
masas, la urbanización, la renta per cápita, la tasa de alfabetiza- mismo hay movilizaciones más específicamente ..:contrarrevoluciona-
ción, etc.) muestran el objetivismo de su método. Su característica rias» que no son «modernizadoras», si no más bien todo lo contra-
fundament~ es que son absolutamente ajenos a la actividad táctica rio 10 • Un elemento significativo: Etzioni quiere claramente reaccio-
de los acto~s sociales y, sobre todo, son ajenos al trabajo de la mo- nar contra el objetivismo de la escuela desarrollista y centrar, en cam-
vilización observable en el curso de las confrontaciones políticas que bio, el análisis sobre la propia acción de.Jos actores. Cree elaborar de
han podido tener como objetivo o tema central la «modernización,. este modo una concepción «voluntarista» de los procesos de movili-
de las sociedades tradicionales 7 • zación: éstos supondrán un «pilotaje» (steering) por parte de ciertas
1\Jes concepciones sólo presentarían en la actualidad un interés subunidades sociales, en otras palabras, por parte de ciertos actores
puramente arqueológico si no fuera porque han marcado por mucho colectivos como un gobierno, la dirección de una organización o un
tiempo y en profundidad los hábitos intelectuales de politólogos, so- consejo regional. Por lo tanto sería erróneo ver en los movimientos
ciólogos e historiadores y, de paso, el conjunto de los debates rela- simples subproductos no intencionales de la interacción entre varias
tivos a estos procesos de movilización política. Podríamos mostrar unidades sociales o de una multiplicidad de micro-decisiones. Desde
como prueba las dificultades que, en el plano del análisis, encontra- este punto de vista, la noción de movilización pertenece a la misma
mos en Etzioni, uno de los críticos más perspicaces, sin embargo, de familia de conceptos que las nociones de decision-making, planifica-
las confusiones engendradas por la escuela «desarrollista» y a quien, ción social o política pública. La dificultad está en que Etzioni, en la
por otra parte, se refieren sistemáticamente los teóricos dé la «movi- misma línea de los trabajos desarrollistas, concibe aún las moviliza-
lización de los recursos». En efecto, Etzioni fue quien rompió, si- ciones como cambios sociales 11 y también en las implicaciones del
guiendo la expresión de Chazel 8, el vínculo «quasi umbilical·,. que uso que hace de la noción de «control».
unía movilización y moderniZación. Definiendo la movilización Por supuesto, está fuera de toda duda negar la frecuente relación
existente entre movilizaciones y transformaciones sociales, ya que lo
que le interesa en primer lugar a Etzioni son los cambios en «la es-
7
La relación entre movilización y modernización aparece, aunque indudablemen- tructura de control» de los recursos, es decir, los que afectan al «mo-
te con matizaciones, en otros trabajos, como los de Lemer y, con un uso mucho más .
circunscrito y técnico de la noción de movilización, en la conceptualización de David
delo,. de reparto de ese control entre los diversos tipos -jerarquiza-
Apcer (donde la movilización tan sólo es analizada en tanto que principal caracterís- dos- de unidades sociales 12 • Pero de este modo, Etzioni solamente
tica de un tipo concreto de sistem;;is sociales modernizadores) o también en la de Nettl, excluye del campo de fenómenos que debe cubrir la noción de mo-
quien, sin embargo -sin que sea útil entrar aquí en detalles sobre una teoría tan fa- vilización las fluctual!iones menores y las fluctuaciones no arnmulati-
rragosa- ha intentado encontrar una concepción •inducida· o, para decirlo más sim-
plemente, voluntarista, de los procesos de movilización (esta vez de movilización •po-
lítica-); véase D. Lerner, The pauing of traditional society, Nueva York, The Free
9
Press, 1958; D. E. Apter, The politics of modernization, Chicago, The Univer.;ity of A. Etzioni, The active society. A theory of societal and política/ processes, Nueva
Chícago Press, 1%5 [Estudio de la modernización, Buenos Aires, Amorronu, 1970]; York, The Free Press, 1968, p. 388 [La socied.id activa. Una teoría de los procesos so-
J. P. Nettl, Politü:al mobilization, Londres, Faber and Faber, 1967. Sobre lu relacio- netales y políticos, Madrid, Aguilar, 1980].
10
nes de estas concepciones con la per.;pectiva del desarrollo político, véase B. Badie, Le !bid., pp. 418-421.
1
développement polit;que, París, Economica, 1978. ' l bid., pp. 389-390.
12
8
F. Chazel, •La mobilisation politique: problemes et dimensions•, RefJue Fram;ai- Etzioni observa que este tipo de proceso afecta también a las ·fronteras» de las
se de Science Politíque, 25 (3), junio de 1975, pp. 502-516. diversas unidades sociales jerarquizadas que toman parte en él.
8 Micbel Dobry La hipótesis dt continuitLul 9

vas de este control de los recursos 13 • En otras palabras, se excluyen dad social movilizadora a sus componentes más bajos-- que Etzioni
las variaciones constitutivas de la actividad táctica, día a día, de los atribuye al conjunto de los procesos de movilización 15 •
protagonistas de los conflictos, que normalmente ni siquiera llegan a
modificar substancialmente, al menos a corto plazo, los «modelos•
de reparto del control de los recursos. En este sentido, el error ob-
jetivista es aquí similar al que frecuentemente aparece en los trabajos MOVILIZACIONES Y JUGADAS
de los historiadores que dan más importancia al «período largo• a ex-
pensas de lo que se juega o se «trama• en el acontecimiento. A pesar El conjunto de las consideraciones hechas hasta ahora conduce, pues,
de su intención «voluntarista•, el análisis de Etzioni se ve, así, des- hacia una definición rigurosa de la noción de movilización. Esta es
plazado de lo que «ocurre• en las confrontaciones a sus meros resul- una de las condiciones de la integración efectiva de la dimensión tác-
tados y ello sólo cuando estos resultados se estabilizan en forma de tica de las confrontaciones políticas en el análisis de los procesos de
«modelos,. duraderos de reparto de los recursos. En cuanto a la idea crisis. Sólo hablaremos de movilización cuando unos recursos dados
de control, el gran inconveniente de su inserción en la definición de se inserten en una línea de acción, o mejor, en una jugada (coup,
los procesos de movilización es que lleva consigo la imagen de la ad- move), y ello únicamente en un contexto conflictivo. Esta perspecti-
quisición por parte de una unidad social o un actor de un potencial va, sin duda poco habitual en la sociología política contemporánea,
de acción equivalente a los recursos acumulados. Desde ese momen- necesita varias observaciones:
to, el investigador se ve obligado, bien a considerar dentro de la mis-
ma categoría este tipo de proceso y la •actualización•, la puesta en l. En primer lugar hay que subrayar la función que desempe-
práctica de este potencial en las confrontaciones, o bien a dejar de ñan las «jugadas•. Esta función es decisiva. Precisamente por medio
lado la «actualización• en aras de la observación de los meros pro- de ellas la actividad táctica de los protagonistas de los conflictos se
cesos de adquisición de los potenciales de acción (lo que está, por sitúa de golpe en el núcleo del análisis de los procesos de moviliza-
otra parte, más próximo al enfoque efectivo de Etzioni) 14• Subsidia- ción. Pero está asimismo claro que es precisamente en este punto don-
riamente, la idea de control implica asimismo el carácter centrado de de la perspectiva que acabamos de exponer se aparta más de las de-
la movilización en tomo a una unidad o subunidad «central•, punto finiciones objetivistas de estos procesos. Por lo que se refiere a las
éste que, como se verá, crea precisamente más dificultades para el aná- propias «jugadas,., entenderemos por este término los actos y los
lisis de las movilizaciones y, concretamente, de las movilizaciones comportamientos individuales o colectivos que se caracterizan por
multisectoriales que nos ocuparán más adelante, que la dirección des- afectar bien a las expectativas de los protagonistas de un conflicto Jj'.;
cendente (downward process)-<lesde la «elite• o «cúspide> de la uni- con repercusiones en el comportamiento de los otros actores, bien a {:
lo que Goffman llama su «situación existencial,. (es decir, en líneas
13 /bid., p. 389; señalemos en este mismo sentido la exclusión de todos los meca- generales, las relaciones entre estos actores y su entorno), o también,
nismos sociales de •mantenimiento• del sistema y, en general, la neta frontera que tra- por supuesto, a ambos simultáneamente, ya que la modificación&Pe
za Etzioni entre lo que corresponde al •mantenimiento• y lo que es constitutivo de esta situación existencial va casi siempre acompañada por una trans-
las movilizaciones, es decir, y dentro de esta perspectiva, del cambio (p. 390). formación de las expectativas y las representaciones que los diferen-
H Por ejemplo, p. 391, con e! problema de la medida de la movilización. Convie-
ne subrayar que Etzioni deja particularmente impreciso el coñjunto de la discusión de
tes actores se hacen de la situación 16• Desde esta perspectiva, disol-
ese punto, al utilizar una analogía termodinámic2, por ejemplo: cThe concept of ~o­
15
bilization answers the analytic question: what is the source of the energy for societal F. Chazel, •La mobilisation politique: problemes et dimensions-, art. cit.,
action? As the iibido is "mobilized· by the various mechanisms of the personality to p. 507.
energize its actions and the works of these mechanisms, ~o are the assets of members 16 Tomamos la noción de •iugad2• de los teóricos de la •interacción estratégica•
of sub-units united from the unit's viewpoint, made 2va1lable though the process of (o teoría de la decisión interdependiente), especialmente de Th. Schelling, Tbe strategy
mobilizatio~ to energize (or cover the "costs" of) the actions and controls of the units• of conflict, Cambridge, Harvard University Press, 1960, y E. Goffman, Strategic ín-
(p. 392). teraction, Oxford, Basil Blackwell, 1970, pp. 90 s¿. La amplitud que damos aquí a esta

"'
10 Michel Dobry La hipótesis de continuidad 11

' '
ver la Asamblea Nacional, invadir la se~e del gobierno general en Ar-
.
nistas del conflicto. Sólo que esta actividad podrá muy bien no ser
gel, Ó una subprefectura en Finisterre; levantar barricadas en el ba- más que lo que el lenguaje común llama «simbólica», en el sentido
rrio Latino, anunciar una candidatura a la alcaldía de París (o, por su- de que ciertos actos pueden simbolizar otros actos, por ejemplo más
puesto, a la de Lyon o la de Nueva York) o entrevistarse_ con los al- «duros», El encuentro del general De Gaulle con los altos mandos
tos mandos militares en Baden-Baden, todos ellos consatuyen ver- militares en Baden-Baden el 29 de mayo de 1968, que fue percibido
daderos ejemplos de .. jugadas» en el sentido que acabamos de enu- como un «derrapaje• de los •acontecimientos», no representó, evi-
merar, a pesar de las muy notables diferencias que hay entre estos ac- dentemente, el equivalente a una utilización efectiva de las tropas fran-
tos en cuanto al papel que desempeñan en su desarrollo las normas, cesas estacionadas en Alemania. Pero no por ello deja de constituir
las instituciones o los recursos coercitivos 17 • · una jugada, no por ello deja de ser interpretado como una amenaza
2. Si b°)n cla movilización no (siempre) es la guerra,., al menos fácilmente descifrable por los protagonistas de esta confrontación, no
coincidirá siempre, desde el punto de vista adoptado aquí, con una por ello deja de modificar sus expectativas y sus cálculos. Sin embar-
•jugada•, es decir con una actividad táctica por parte de los protago- go, el alcance de esta observación va mucho más allá del caso parti-
cular de las amenazas o incluso, esta vez más general, del juego de
!:fi permite soslayar el problema inútilmen~ em~arazoso d e 1as .~1uga. das• d"1~unu-
. las tácticas disuasorias. Pues de lo que se trata es de la noción de «po-
noción
ladas o invisibles. Véase, asimismo, para una d1scus1ón de esta noc1on, ~ Arch1b~d, tenciaL., de la que hemos hablado hace unos instantes. Indudable-
comp., Strategic inmaction and conflict, Berkeley, Instirute of I~te;naao~al Srud~es, mente, y sería absurdo ignorarlo aquí, los actores --en sus anticipa-
Uruversity of California Press, 1966; M. Dobry, •Note sur la theone de 1mteracuon ciones y cálculos, así como en las interpretaciones que hacen de las
scratégique,., Ares, 1, 1978, en particular pp. 58-60-_ . , . . situaciones a las que se enfrentan-- tienen en cuenta recursos que no
17 Se sabe también que, desde este punto de vista. la •Jugada• esta d1SOC1ada ?e
cualquier voluntad de especificar una •solución de~enninada• a un •!u~o•, es dear, son directamente utilizados, que no entran directamente en juego con
que se deja así de lado lo que constituye el modelo mtelecrual caractensoco de la •teo- el conflicto. Constituiría el mismo error olvidar que la «realidad» de
ría de los juegos•. Este punto precisa algunas explicaciones. En co~tra -~e una :e~den­ estos recursos da lugar a fenómenos de misperception; podría ocurrir
c1a muy extendida entre los sociólogos y politólogos, la autonom1zac1on analmca de incluso que, en las coyunturas que nos interesan, las percepciones
las .jugadas• -<:mprendida bajo registros y en terrenos empí~cos fenomenalmente de
«adecuadas» fueran de una frecuencia muy limitada 18 • Pero esto no
lo más diversos por Thomas Schelling y, más tarde, por Ervmg Goffman- marca de
hecho una rupcura con la perspectiva de la •teoría de los ju~gos:•. al_ menos c_on las es lo más importante. Lo que importa es que, por encima de ese tó-
más ortodoxas formulaciones de éstas (cf A. Joxe, •Le pouvo1r m1litatre et le s1mula- pico sociológico que consiste en oponer potencial y acto (o, utilizan-
cre nucléaire•, Traverses, 10, 1978, pp. 139-145). En el plano técnico, la •jugada~ tal do registros parecidos, «poder latente» y «poder manifiesto», «po-
como es entendida por Schelling no representa. de hecho, más que el paso de un •JUC- tencia» y «poder» o «movilización» y «actualización» o, a veces, «par-
go• dado, de una matriz de retribuciones, a otro .juego•, es decir_a una ~atriz de re-
tribuciones diferentes. Así pues, por lo que respecta a las categonas de •¡ugad;¡s• es- ticipación») 19 , la única cuestión realmente fecunda, para la sociolo-
tudiadas por Schelling-por ejemplo el compromiso (commitment), el hecho de •atar- gía política es la de los diferentes modos de explotar los recursos. Di-
se las manos- se trata de un paso a unas matrices que restringen considerablemente cho de otro modo, esta perspectiva orienia la atención hacia las tác-
las opciones dejadas a mi adversario por el mero hecho de haber desaparecido ciertas" ticas mediante las cuales pueden entrar en juego la latencia y el po-
opciones que yo tenía abiertas antes de la .jugada•. que acabo de hac.:'.. Se tra.ta de la
intervención de un elemento ajeno a la •teoría de ¡uegos• en un senado estncto: en
tencial y hace suponer que los destinos -los pesos coyunturales-
los hechos la introducción de las .jugadas• tiene el efecto de devolver a los confl_ictos
su dimensión temporal, de restaurar el carácter de secuencia de la •Sucesi_ón de ¡uga-
das•, de poner de relieve la evolución del juego -aquí •juego• ya no aene e~­ u Cf R. Jervis, The /ogic of images in intemational relatíom, Princeton, Prince-
mente el mismo sentido- en función de las tácticas realmente adoptadas por los ¡u- ton University Press, t 970; Perception and misperception in 0ternational politics, Prin-
gadores. En resumen, como hace notar Rapoport, todo ~que~lo_ que la teoría ~e los ceton, Princeton University Press, 1976.
juegos quería justamente eliminar al presentar de _golpe smcromcament~ el con¡u_mo 19
Esta es la orientación de la definición propuesta por Etzioni (The active socíety,
de las retribuciones en una matriz (la forma considerada •normal• de ¡uego). Vease ob. cit., p. 388); véase también, en lo referente al •poder., R. Aron, •Match, power,
sobre este punto, T. Schelling, Tbe strategy of conflict, o_b. cit., P: 99, y la intervención puissance: prose démocratique ou poésie démoniaque?•, Etudes Politiques, París, Ga-
de K . .Archibald, comp., Strategíc interactíon and conjlict, ob. cit., p. 165. llimard, 1972, pp. 171-194.
12 Michel Dobry La hipótesis de continuidad 13

de los potenciales «activados• y de los que permanecen «dormidos,. tan central a una representación demasiado teleológiéa, y en este sen-
quizá no sean completamente iguales 20 • tido ingenua, de la actividad táctica de los actores y de lo que la en-
3. La exclusión de las situaciones de cooperación pura, por su gendra.
parte, no supone ninguna dificultad. Pero implica lógicamente que, 4. Se habrá observado asimismo que, desde este punto de vista,
cuando hablemos de movilización, nunca nos estaremos refiriendo a no hay ninguna razón para considerar que las movilizaciones son lle-
fenómenos absolutamente unilaterales, sin movilizaciones opuestas o vadas a cabo por «descontentos», «opositores», «subyugados» o «as-
antagónicas. En cambio, las situaciones que corresponden a lo que a pirantes,., y que sólo pueden estar dirigidas contra las autoridades o
menudo se ha denominado juego de intereses o de motivos mixtos, contra el orden político o social existente. La oposición del juego de
es decir, las situaciones donde coexisten componentes de coopera- las «agencias de control social,. por un lado, y de las movilizaciones
ción con componentes de conflicto, constituyen, aunque sea una tri- por otro, así como la de la actividad táctica de los dominantes y la
vialidad el constatarlo, la mayoría de las situaciones con las que se de los dominados, representa una de las opciones más discutibles de
encuentra todo análisis de los procesos políticos 21 • Sin embargo, pro- las concepciones elaboradas por algunos de los promotores de la pers-
bablemente ganaríamos en rigor analítico si sustituyéramos la expre- pectiva de la movilización de los recursos 22 • Esto no quiere decir
sión «motivos mixtos» o la de «intereses mixtos• por una formula- que no haya distancia entre los stocks de recursos y los «repertorios
ción menos imprudente en lo que respecta a los resortes sociales de de acción• de los unos y los otros; y esta distancia es, con frecuen-
este tipo de situaciones. No sólo, y principalmente, porque estos pro- cia, realmente impresionante, incluso en numerosos sistemas demo-
tagonistas de las confrontaciones políticas están con demasiada fre- cráticos 23 • Es tal que, a menudo, se puede ver en ella -más bien
cuencia condenados a tácticas de negación del componente coopera- que en «gustos,. bastante dudosos, en disposiciones o en inclioacio-
tivo, especialmente con respecto a su propio «campo,. (véase sin más nes de los dominados por la sumisión- la principal fuente y la ló-
el ejemplo de los esfuerzos desplegados por el partido comunista en gica social del «Consentimiento• que estos últimos dan a lo que les
mayo de 1968 para intentar imponer una interpretación distinta de puede parecer, según la expresión de Barrington Moore, del orden
su actuación cooperativa con las autoridades, ejemplo que está lejos de lo «inevitable• 24 • Pero sería un error deducir de esta distancia una
de constituir un caso excepcional), ni tampoco porque la imputación diferencia de «naturaleza,. entre movilizaciones de oposición y acti-
de un interés o de un motivo a un actor es una de las operaciones vidad táctica de los agentes de control social. Pues supondría estar cie-
más peligrosas del «Oficio del sociólogo». Sino por una razón más
22
fundamental: porque, lejos de estar siempre, como querrían las di- Cf A. Oberschall, Social conflict and social movements, ob. cit., p. 28. Otras
versas «sociologías de la acción,., en el principio de los actos -aquí, oposiciones como, por ejemplo, las de la acción colecúva y la represión, apuntan cla- .f'.;
ramente en la misma dirección y se acercan, en esto, a las perspecúvas teóricas de las
de las «jugadas»-, los motivos, intereses, fines, envites y objetivos que trata de distanciarse la escuela de la movilización de los recursos, como la distin-
perseguidos por los actores resultan con mucha frecuencia zarandea- ción que hace Smelser entre acciones institucionales y comportamientos colectivos (Cf
dos, tambaleados, transformados, descubiertos u olvidados en (y por) M. Dobry, •Variation d'emprise socia.le et dynamique des représentaúons: remarques
la propia sucesión de jugadas, (échange de coups), es decir, en la di- sur une hypothese de Neil Smdse1-. en G. Duprat eral., Analyse de l'idéologíP.faris,
Galilée, t. I, en particular pp. 209-212).
námica propia o, si se prefire, autónoma (con respecto a los motivos 23
Ningún politólogo serio sostiene hoy en día la ídea de que las •poliarquías• exis-
o intereses de los actores) del conflicto. Por esta razón aquí vamos a tentes -sí es que se admite su existencia efectiva -funcionan de otro modo que no
preferir hablar de conflicto de dinámica mixta antes que conceder a sea dejando fuera del juego a amplios segmentos de la sociedad. De la misma manera
priori, aunque no sea más que en cuanto a la terminología, un lugar que los economistas clásicos se acostumbraron al frecuente surgimiento de un •equi-
librio• global del subempleo, los más acérrimos partidarios de la perspectiva poliár-
quica han acabado por admitir el funcionamiento de sistemas pluralistas de • subrre-
20 W. A. Gamson, Power and discontent, Homewood, lll., The Dorsey Press, presentación estable• (véase, en particular, R. Dahl, cPluralism revisited•, Cnmpara-
1968, pp. 98-99. tive Politics, 10 (2), enero de 1978, pp. 191-203).
21 Por lo que se refiere a los juegos de intereses o motivos •mixtos• véase antes H B. Moore ar.), ln¡ustíce, The social bases of obedience and revolt. Londres y

que nada Th. Schelling, The strategy of conflict, ob. cit., pp. 99-118. Basingstoke, Macmillan, 1978, pp. 458 ss.
Micbel Dobry La hipótesÍJ de continuidad 15
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go ante la similitud de los mecanismos sociales que· actúan en los dos pues, especialmente para Tilly 27, la movilización de una unidad so-
tipos de procesos. La oposición de ambos es tanto más sorprendente cial se realiza por medio de diversos mecanismos que se reducen a
cuanto que los teóricos de la movilización de los recursos no dudan una especie de llamamiento de recursos emitido por una dirección,
en absoluto en resaltar, a veces imprudentemente, el papel del cálcu- cuando siente la necesidad de ellos. A esta concepción no le falta, des-
lo «racional:., de la evaluación de los costes y de los beneficios de de luego, una cierta pertinencia descriptiva. En primer lugar esto es
una participación en la acción colectiva en el comportamiento efec- cierto para movilizaciones en contextos fuertemente institucionaliza-
tivo de los actores 25 • Evidentemente sería absurdo admitir que este dos, y se podría incluso sostener que la actividad rutinaria de las gran-
tipo de cálculo no interviene jamás en las «agencias de control so- des instituciones burocráticas modernas debe una parte de su eficacia
cial» y qtJt la sanción a la defección o qu~ el fomento de la l:~tad a la puesta en marcha, más o menos explícita, de mecanismos socia-
no se convierten, a veces, por ejemplo, en ciertas coyunturas cnucas, les de este tipo. Este es, por otra parte, el análisis que propone Tilly
en «problemas» tan cruciales en ellas como puedan serlo en los «mo- de la «lealtad .. en estas organizaciones, .concebida corno compromiso
vimientos sociales•. Evitar esta trampa nos conduce asimismo a en- de entregar ciertos recursos en caso de llamamiento de la «direc-
con~ en ella otra, de hecho muy similar~ la propiedad •esencial» ción,. 28 • Y funciona asimismo, de hecho, en ciertas situaciones me-
de~ fbs •movimientos sociales• no es el surgir solamente en las zonas nos «estructuradas•. Tenemos una buena ilustración de ello en las tác-
poco estrUcturadas del espacio social. También surgen en el seno mis- ticas declaratorias mediante las cuales «notables morales,. intentan a
mo de las «agencias de control social» 26 y más adelante veremos veces iniciar movilizaciones eludiendo o modificando la división ha-
cómo esta localización de ciertas movilizaciones en esferas sociales bitual del trabajo político -estarnos pensando concretamente en los
fuertemente institucionalizadas constituye uno de los elementos de- llamamientos de recursos como el «llamamiento a los trabajadores»
cisivos para la comprensión de la5 coyunturas críticas y su ~árnica. del Comité de Vigilancia de intelectuales antifascistas, del 5 de mar-
5. Por último, la perspectiva aquí esbozada no toma partido so- zo de l 9J4, o el del 6 de septiembre de 1960 con vistas a legitimar
bre los modos particulares de surgimiento y propagación de las mo- la insurrección de los cl2h 29 • A pesar de estas referencias empíri-
vilizaciones. Nos encontramos aquí con otra de las dificultades a las cas, la concepción centralista de los procesos de movilización no deja
que nos enfrentan las concepciones, a menudo ligadas al enfoque de de constituir una constante fuente de confusionismo. En primer lu-
la movilización de los recursos, que atribuyen a las movilizaciones gar porque el llamamiento de recursos resulta ser, en el análisis, sim-
un carácter centralizado. Estas concepciones suponen que las movi- plemente una jugada particular entre otras jugadas posibles o ya he-
liz~ciones consisten ante todo en una activación, por medio de un chas: ni aquello en lo que consiste -se trata de un acto que supone
«centro•, una «dirección• o una «autoridad», de ciertos recursos, por costes particulares, recursos invertidos, al menos «simbólicos», ries-
ejemplo de los compromisos con una organización o con un «p~­ gos, etc.-, ni sus efectos propios, especialmente sobre las anticipa-
trÓn» o incluso de los lazos étnicos, con vistas a alcanzar deferrru- ciones y los cálculos de los actores, lo distinguen de las demás cate-
nado; fines colectivos o determinados objetivos de acción, definidos gorías de actos tácticos. Además, el llamamiento de recursos, contra-
unos y otros por ese «centro», esa «dirección» o esa •autoridad•. Así riamente a lo que parece creer Tilly, no tiene una anterioridad ero-

27
Ch. Tilly, From mobilization to revolution, ob cit., p. 69. El hecho de entender
2~ Véase por ejemplo el cmodelo• en que desembocan los análisis de.T~y en From la •entrega• de los recursos en términos de probabiiidades estadísticas no atenúa lo
mobilization to revolution, ob. cit., especialmente pp. 138-142. Este es as1m1smo el fun- más mínimo la representación de las movilizaciones como procesos iniciados por un
damento de la extensión propuesta por Oberschall de las hipótesis de Mancur Olson centro.
28
sobre la participación en la acción colectiva (Socíal confüct and social m011ements, JbiJ., pp. 70 SS.
29
ob. cit., pp. 113-145). . . Véase, en especial, N. Racine, •L'Association des écrivains et anistes revolu-
26 En el mismo sentido véase M. N. Zald, M. A. Berger, ·Social movements mor- tionnaires (AEAR)•, le Mouvement Social, 34, enero-mano de 1966, pp. 44-46; H. Ha-
ganizaaons: Coup d'Etat, insurgency, and mass movements•, Tbe Amencan ]ournal mon, P. Rotman, Les porteurs de valise. La rémtance fram;aíse ala guerre d'Algéne,
of Soaology, 83 (4), enero de 1978, pp. 823-861. París, Albin Michel, 1981 (J.• ed., 1979), pp. 277-281, 307-312 y 393-396.
16
Michel Dobry La hipótesis de contim,idaJ 17

nológica en las movili~aciones y ~n .la concatena~ión de jugadas, ni ta sean sólo puros artefactos formales. Así pues, buscar, para todas
mucho menos una particular antenondad causal. Sm embargo, la con- las configuraciones de formación de «multitudes,. o de «manifesta-
cepción centralista de las moviliza~iones res~lta inap.ropia~~ por otr~ ciones públicas,., unos umbrales cuantitativos cuyo paso garantice el
razones de peso: porque no consigue explicar la ~1.me~~1on estrate- «despegue,. o la ccristalización,. de un movimiento e, indirectamen-
gica y el carácter disperso de los procesos de movihzac1on. te, el éxito de una movilización, constituye no sólo un objetivo inútil
de investigación, sino también la prueba de que no se ha compren-
dido el papel de la modelización en el proceso científico 31 • El his-
toriador, por su parte, comete un burdo contrasentido al despreciar,
LA DIMENSION ESTRATEGICA DE LAS MOVILIZACIONES en el desarrollo de los «acontecimientos» de mayo de 1968, el núme-
ro de estudiantes, reducido cen sí mismo,. (4 000 ó 5 000), que en la
La· dimensión estratégica de l~ movilizaciones nos remite al ~echo mañana del 6 de mayo, es decir mucho antes de la manifestación «ofi-
de que la «activación de los recursos,. es un proceso en el qu~ mter- cialmente• convocada para últimas horas de la tarde, se lanzan a la
viene la mediación de los cálculos por parte de los actores sociales. Y calle en el barrio Latino. Y comete otro error cuando no destaca la
esto ocurre incluso en los «aparatos• más cerrados y apremiantes. importancia numérica real de los participantes en la manifestación
Desde luego estos cálculos están lejo~ .de co:r~sponder a la ~~agen «republicana,. del 28 de mayo de 1958 (sin duda alguna bastante más
del horno economicus de los economistas das1cos -y tambien del de 200 000 personas) simplemente porque sabe, a posteriori, que no
hamo politiws de algunos de los cabecillas de la e~~uela de la. «mo- · · tuvo «consecuencias•. En ambos casos, los números cuentan, por su-
vilización de los recursos-. Se trata de otra cuestion. De momento puesto que hay «umbrales,., incluso umbrales cuantitativos, que !-os
basta con indicar, para poder hacerse una idea de estos cálculos, q~e protagonistas de la confrontación tienen en «cuenta•. Pero estos um-
éstos no operan, salvo en muy raro.s contextos sociale~, por m:dio brales solamente tienen sentido para ellos, y siempre partiendo de los
de las herramientas intelectuales foqadas para sus propias necesida- efectos prácticos, en función de sus propias «culturas,., de la estruc-
des por los economistas o l?s matemátic~s. ?e llevan a cabo, en si- turacíón del grupo o de los grupos movilizados 32 , y por encima de
tuaciones susceptibles devanar, con otros md1ces, otros puntos de re- todo, en función de la propia historia de la movilización, de su tra-
ferencia, otros tests o signos, otros instrumentos de evaluación, liga- yectoria anterior (concretamente de su extensión a lugares sociales
dos a las reservas culturales de una sociedad, de un grupo o de una fuera de los emplazamientos de su «despegue,. inicial). Así pues es-
esfera de actividad a las rutinas y a las «reglas del juego,. de las ins- tos umbrales reales pertenecen, normalmente, al orden de lo arbitra-
tituciones presente~, y también -y esto, como se v~~á, es ~~más im- rio histórico y situacional y, por tanto, no pueden, de una manera .-t:
portante para la comprensión de los procesos de cnsis pohuca- a la seria, ser objeto de una deducción' a partir de ciertos postulados me-
propia evolución de los juegos, es decir de los conflictos 30 • Estas mo- canicistas sobre la racionalidad de los actores y la suma de las estra-
dalidades, estas lógicas de los cálculos son tantas que hay muchas pro- tegias individuales. En suma, hay'que sustituir la pregunta ¿«cuán-
babilidades de que la mayoría de los «modelos» elaborados en nues- tos?,. por la pregunta ¿«cómo,.?: ¿cómo surgen estos umbralesl
tra parcela de investigación y que hemos optado por no tener en cuen- ¿cómo actúan en las situaciones reales?, ¿cómo son identificados por
los actores?, ¿cómo se sirven éstos de ellos en sus cálculos y en sus.
Jo El hecho de que el análisis de las movilizaciones tenga en cuenta su _di?1ensión
estratégica no significa sin embargo que, en la i:nprovi~ac!ón o en el surg111~1ento de
31
los comportamientos -incluidos los comportarmentos tacucos-, todo •functone•, de Véase en p:micular M. Granovetter, • Theshold models of conflictive behavior,.,
alguna manera, de acuerdo con los •cálculos• de lo~ actores: sobre los contextos so- The American]oumal of Sociology, 83 (6), mayo de 1978, pp. 1420-1443.
ciales que dispensan a los actores del cálculo explí~ito, contextos ~n los qu~ ha~ un
32
Por ejemplo, de la distribución de los estudiantes entre facultades geográfica-
·dominio práctico• de las situaciones, véase en particular P. Bourd1eu'. Esquuse. d u~e mente dispersas, de su compartimentación por disciplinas o incluso de factores más
théorie de la pratique, Ginebra, Droz, 1972, pp. 204 ss., y Le sens pratu¡ue, Pans, M1- complejos, como la antigüedad del estudiante en la universidad, la visibilidad de la ho-
nuit, 1980, en particular, pp. 102-109. mogeneidad social del reclutamiento de ciertas unidades, etc.
~
Mi.che/ Dobry la hipótesis de continuidad 19
\;
tácticas? y también, ¿cómo a veces re~ultan prisioneros de su apari- que acabamos de ver. Es por «razones,., por «motivos», o por •in-
ción? tereses» heterogéneos o, mejor, sin la actuación de series causales o
Esta dimensión estratégica de las movilizaciones quizá nunca sea de «determinismos,. ampliamente independientes unos de otros, por
tan visible como «en negativo•, cuando sectores enteros de ciertas ins- lo que en emplazamientos sociales distintos, los grupos o los indivi-
tituciones -es decir, por supuesto, los agentes de estas institucio- duos se ven incitados a sumarse a movilizaciones lanzadas por otros,
nes-- oponen su inercia o su "política de espera• a los llamamientos a investirlas de otras significaciones y a darles así, mediante su «en-
de recursos más legítimos. Todo hace pensar que fue con fenómenos trada en el juego:o, otras trayectorias históricas. Dicho de otro modo,
de este tipo con los que se tuvieron que enfrentar los gobiernos de las movilizaciones no se realizan necesariamente, ni mucho menos,
Daladier la tarde del 6 de febrero de 1934, de Pflimlin en mayo de en tomo a cuestiones, objetivos o perspectivas estratégicas idénticas
1958 o, di1t años después, el de Pompidou, al menos en la semana para todos los actores y segmentos sociales movilizados. Por eso,
del 24 al 30 de mayo de 1968 33• En todos esos niveles de las jerar- como ya hemos sugerido, es tremendamente imprudente relacionar
quías que forman los «aparatos del Estado», los cálculos de los agen- prioritariamente los procesos de movilizaeión con la persecución de
tes de estas instituciones, ajustándose y jugando con lo que, en esos determinados fines colectivos o de determinados valores colectivos.
montentos, se veía como probable, los condujeron a un gran número Nos será difícil encontrar perspectivas estratégicas (o incluso defini-
de ellos, con los registros más diferenciados, a no comprometerse con ciones del tema central de la confrontación) comunes al conjunto de
gobiernos cuya precaria posición era «conocida•. los actores de los motines del 6 de febrero de 1934, aunque pudiera
En resumen, el punto de vista adoptado rechaza firmemente la resultar tentador para cualquier historiador un poco sofisticado mos-
idea según la cual las instituciones o, más ampliamente, las esferas so- trar que el conjunto de los amotinados, desde los realistas de Acción
ciales fuertemente institucionalizadas «funcionarían•, según la expre- Francesa y los miembros «de base» de las Croix de Feu a los simpa-
sión de Raymond Aron, «co.mo un solo hombre,. 34 • Esto también tizantes comunistas de la ARAC, comparten un interés puntual-y so-
es válido, por supuesto, para movilizaciones menos legítimas y me- bre todo tácito- en que la manifestación se transforme en tumul-
nos estructuradas frente a jerarquías institucionales que las situacio- to 36 • A decir verdad, encontramos una dispersión análoga en casi to-
nes que acabamos de mencionar, como se puede ver por ejemplo con das las «jornadas,. que han «tenido peso en el curso de los aconteci-
la política de espera que practicaron numerosos oficiales en Argelia mientos», como dicen los historiadores. Buscaríamos en vano en el
cuando la intentona de golpe militar en abril de 1961; espera que 13 de mayo de 1958 en el Forum de Argel un proyecto político que
constituyó, con toda evidencia, una de las principales causas del rá- reuniera a los diversos protagonistas de esta «jornada,., ya que los ac-
pido hundimiento de la empresa con la que estos oficiales simpatiza- tivistas de la extrema derecha argelina, los miembros de los diversos
ban y con la cual, por otra parte, estaban «comprometidos• 35• «complots» 37, los militares o los pocos gaullistas presentes en Argel
La dispersión de las movili,zaciones está directamente ligada a lo se encuentran sumidos en una inextricable e incontrolable situación
de competencia. Este es también el caso del _,13 de mayo de 1968, don-
~ 3 S. Berstein, Le 6 févríer 1934, París, Gallimard-Julliard, pp. 199-211; J.-R. Tour-
noux, Secrets d'Etar, París, Union Générale d'Editions, 1%2 (l.' ed. 1960), pp. 268
36
ss., y pp. 280-283; J. Chapsal, La vie politiqueen France depuis 1940, Puís, PUF, 1969 Véase S. Berstein, Le 6 février 1934, ob. cit., pp. 148-150 y 176-178.
37
(2.' ed.), p. 323; A. Dansette, Mai 1968, París, Pion, 1971, p. 291; E. Balladur, L'arbré Aunque, por supuesto, no pueden •explicar• acontecimientos tales como, por
de mai. Chronique altemée, París, Atelier Marce! Julfun, 1979, pp. 271-336. ejemplo, la caída de la IV República y aunque conviene desconfiar de todas las •teo-
34
R. Aron, Pens~ la guerre, Clausewitz, t. 2, L 'age pLmétaire, Puís, Gallirnard, rías• conspirativas o policiales de la historia, hay que subrayar, sin embargo, que los
p. 229. complocs, corno modos y estilos de acción particulares (y corno modo de representa-
.
35
Cf P.-M. de La Gorce, La république et son arnúe, Puís, Fayard, 1%3, p. 660; ción de la acción), existen y la sociología política debería examinarlos más de cerca,
J. Planchais, Une histoire politique de l'armée, París, De Seuil. 1%7, vol. 2, p. 361; especialmente porque este modo de acción le es familiar a toda una serie de grupos
J. S. Ambler, Tbe French Army in politics, Colurnbus, Oh., Ohio State Uníversiry sociales -no necesariamente los más desprovistos de recursos políticos-- y porque,
Press, 1%6, pp. 259-261; J. A. Field, Th. C. Hudnut, L'Algérie, De Gaulle et l'armée, en parte, las representaciones correspondientes a ellos no carecen absolutamente de
París, Arthaud, 1975, pp. 177-189. efecto sobre los juegos políticos •reales•.
20 Michel Dobry La hipótesis de continuidad 21

de, a pesar de existir peticiones puntualmente convergentes y un mí- sociólogos, especialmente debido a la exigencia puramente académica
nimo de coordinación "sobre el terreno,. entre los organizadores de de presentación «sintética,. del acontecimiento. Estas rutinas condu-
la manifestación, la presencia de la CGT y del Partido comunista al cen a buscar y a asignar un sentido unitario a fenómenos --especial-
lado de un «movimiento estudiantil,., el mismo obsesionado por un mente las movilizaciones constitutivas de las «crisis- que sólo en-
enfrentamiento político interno, no se puede evidentemente explicar cuentran sus (a menudo) inciertas y (siempre) fluctuantes fronteras
por un objetivo estratégico común. en el «desarrollo,. de los acontecimientos, es decir en el intercambio
Si bien se aprecia casi experimentalmente en los cortes sincróni- de jugadas, en sus resultados y sus efectos. Aunque es cierto que toda
cos que ofrecen al observador las .. jornadas,. de este tipo, ello no quie- definición de los procesos de movilización no podría tener otro pun-
re decir que la dispersión de las movilizaciones se limite exclusiva- to de partida que no fuera la convergencia -tanto intencionada como
mente a ellas. También se puede apreciar situándose en un punto de no intencionada-- de los efectos de las jugadas llevadas a cabo por
vista diacrónico, examinando el desarrollo histórico de las moviliza- actores individuales o colectivos distintos, el historiador muy rara~
ciones y, más concretamente, los momentos sucesivos de la «entrada veces se da cuenta, cuando considera el objetivo «teórico» de la de-
en el juego,. de sus protagonistas, por ejemplo de los grandes actores terminación del «sentido,. (o de la «significación histórica,., etc.) de
colectivos. Es, por otra parte, en estos momentos cuando se plantean un movimiento social, de un conflicto o de una crisis, de que, en ese
con mayor agudeza los problemas prácticos del control de las movi- «sentido,., hay también -hay antes que nada, deberíamos decir- de-
lizaciones por sus propios iniciadores -por ejemplo, para los «acon- limitación, inclusión y exclusión, de que lo que está en juego es ante
tecimientos» de 1968, la extensión de la movilización de los estudian- todo el control de la movilización, o de sus frutos, mediante la im-
tes al mundo obrero, con las ocupaciones de empresas a partir del 14 posición de aquello que adquiere el carácter de su significación iegí-
y 15 de mayo, y después con la acentuación deliberada de esta ex- tima (huelga «reivindicativa• o huelga «política,., «reforma• o «revo-
tensión en los días siguientes por iniciativa de las direcciones sindi- lución•, etc). Y de que -ahora lo podemos formular más rigurosa-
cales 38 • Y es aquí donde se sitúa el principal origen de todas las «trai- mente-- la imposición de «sentido,. no es, en realidad, en los juegos
ciones» (De Gaulle respecto al movimiento argelino, el partido co- sociales de los que nos estamos ocupando aquí, más que una variante
munista respecto al movimiento estudiantil), y también el de las nu- particular, y particularmente interesante, de jugada o, la mayoría de
merosas «desviaciones,. de los acontecimientos y, por supuesto, de las veces, la resultante de una sucesión de jugadas 39 •
las innumerables e inagotables querellas, indígenas o científicas, so-
bre el auténtico «sentido,. de estos episodios históricos. Por último,
esta cuestión del «sentido» es la que constituye uno de los resortes
de la indiscutible atracción, y de la relativa plausibilidad, de que aún LA VISION INSTRUMENT Ac DE LAS MOVILIZACIONES
gozan a los ojos de algunos investigadores las concepciones centra-
listas de los procesos de movilización. Estas últimas no sólo se apo- Ahora nos queda por examinar algunas de las implicaciones de la Yi-
yan sobre las racionalizaciones de los actores. De hecho son sustitui- sión instrumental de las movilizaciones. Esta visión instrumenta~s
das por las rutinas intelectuales de los especialistas, historiadores o muy simple. Los recursos movilizados son considerados como sim-

39
38Hay que añadir que la dispersión evidentemente no es sólo propia de las mo- Una ilustración, entre ias muchas que hay, a propósito de los •sucesos• de mayo
vilizaciones •espectaculares• --como las que acabamos de citar- y sobre todo que, de 1968: P. Dubois et al., Greves re1:endicatives ou grevcs politiques. Acteurs, prati-
al lado del aspecto que podríamos llamar horizontal de la dispersión, las movilizacio- ques, sens du mouvement de mai, París, Anthropos, 1971. Es evidente que ciertas dis-
nes sufren una dispersión vertical, en la que los polos de la movilización se pueden tinciones •conceptuales•, como la de •crisis• y •conflicto•, una, confrontación expre-
localizar en los estratos o lugares más bajos de las unidades o de los segmentos socia- siva, y otra, más bien instrumental, conducen directamente a esta interrogante sobre
les afectados, o también en las zonas menós especializadas en un trabajo específico de el sentido, constituyendo, por tanto, serios inconvenientes para la comprensión de los
movilización (esto se ve muy bien cuando se vuelve a lo espectacular, por ejemplo con procesos de movilización (véa.se concretamente A. Touraine, Le communtsme uropi-
la historia de la extensión de las huelgas de 1936, 1953 Ó 1968). que. Le mou-vement de ma1 1968, París, Le Seuil,~972 (l.' ed. 1968), pp. 229-231).
22 Michel Dobry ú hipótesis de continuídad 23

ples medios uúlizados por los actor¡;s't. con vtstaS


. a alcanzar d ete_rm1-
.
mercados, por lo demás un tanto idealizados por necesidades de la
nados fines (independientemente de cuáles sean los fines, muy diver- causa teórica. La ignorancia o la ocultación del carácter relacional de
sificados, que los investigadores asignen a las movilizacione~). La con- los recursos lleva a muchos politólogos a no tener en cuenta que los
secuencia más inmediata de esta visión instrumental consiste en ver recursos políticos sólo tienen propiedades estables con relación a cier-
en estos recursos enúdades con una realidad aislable de los contextos tas lógicas sociales particulares y a líneas de acción que autorizan o
sociales en los que tienen lugar y «operan», o, en otros términos, «Co- definen estas lógicas. Así pues, estos recursos no son muy fácilmente
sas en sí mismas». Partiendo de esto, las características de los recur- transferibles o «Convertibles» de un lugar del espacio social a otro 42 •
sos movilizados se perciben como ampliamente independientes de las Al RPF no le fue posible, en 1947, «convertir» su fulgurante triunfo
relaciones sociales en las que estos recursos están inmersos y, de ma- en las elecciones municipales en recursos eficaces en la escena parla-
nera aún ftás decisiva para nuestro tema, de las transformaciones co- mentaria, del mismo modo que no es fácil para el Partido Comunista
yunturale~ que estaS relaciones pueden conocer. Británico «convertir» su influencia real en· el movimiento sindical en
Tilly, por ejemplo, incluso habla, de manera reveladora, de «ca- audiencia electoral y en peso político en el sistema parlamentario. Y
racteres intrínsecos» de los recursos movilizables 4-0. Pero no hay que por poco que se disienta de la absurda idea de que el Estado «fun-
~dirse: evidentemente no se trata de negar aquí la realidad físi- ciona como un solo hombre», se podrán ver serios problemas de con-
ca estable de algunos de estos recursos. Los armamentos y los bille- versión justamente en el temor que frecuentemente -y con razón-
tes de banco existen incontestablemente como objetos dotados de sienten algunos partidos políticos que han ganado las elecciones y
propiedades físicas duraderas e identificables (pero ya no ocurre exac- han «tomado el poder», que han .,formado» gobierno, a no ser ca-
tamente lo mismo, como se puede imaginar, con «recursos» como la paces de transformar estos recursos adquiridos en el terreno electoral
«legitimidad .. o el «carisma»). ~Pero hablar de caracteres intrínsecos en políticas efectivas (en el sentido del término anglosajón de policy),
no es olvidar un poco que tales propiedades sólo pueden empezar a es decir, una actividad de las burocracias que constimyen el Estado.
interesar a la sociología política a partir del momento en que son re- Es dudoso, por otra parte, que la cuestión de la convertibilidad o la
traducidas en ciertas relaciones sociales, a partir del momento en que transferibilidad tenga incluso algún sentido definido para recursos
vuelven a transcribirse según la lógica de las relaciones en las que ope- como el derecho de disolución de una asamblea parlamentaria (más
ran estos recursos? (es decir, volviendo a tomar el ejemplo de lamo- adelante tendremos ocasión de ver cómo la interpretación del dere-
neda, según las lógicas de los contextos sociales en las que este billete cho de disolución varía en función de la transformación de sus con-
de banco es algo más y algo distinto de un papel impreso, donde es textos de «funcionamiento», como lo atestigua, en la crisis francesa
aceptado, incluso impuesto, para determinado tipo de transac- de 1968, el uso que se hizo de él como elemento de negociación tá-
•,
c1on, etc. ) 41 . cita entre los gobernantes y los «aspirantes») .
De aquí proviene asimismo, en gran medida, el espejismo según La visión instrumental de las movilizaciones y la substancializa-
el cual los recursos políticos (entre otros) se intercambiarían ~ ope- ción de los recursos ligada a ella conducen a5Í a una concepción erró-
rarían del mismo modo que lo hacen los bienes económicos en los nea, por lo ingenua y economicista, de lo que constituye la eficacia,
o el «valor», de los recursos movilizados. Este valor resultaría, en la
'°Ch. Tilly, from mobilization to revolut1on, ob. cit., p. 69. visión instrumental, del juego de la oferta y la demanda en un «mer-
H La idea de •caracteres intrínsecos• de !Os recursos está también presente en los
intentos i:axonómicos qUe tienen por objeto explícito y específico conceprualizar las va- 42
La hipótesis de esta convertibilidad es desarrollada especialmente por S. C. Fla-
riaciones del valor de los recursos. En este senudo, James Colcm;in piensa que hay nagan en un marco teórico sobre el que volveremos a insistir más ampliamente más
que oponer los recursos importantes •en sí mismos• (o que tienen un valor intrínse- adelante (véase S. C. Flanagan, cModels and methods of analysis• en G. A. Almond
co) a aquéllos que permiten engendrar otros recursos (y cuyo ~alar depen~e de su et al., Crisis, choice, and change, Boscon, Little Brown, 1973, en particular p. 73; véa-
combinación con ouos recursos); véáseJ. S. Coleman, ·Race relauons and social chan- se también W. F. Ilchman, N.T. Ufhoff, The political economy of change, ob. cit.,
ge• en J. Katz, P. Gurin, Race and the social changes, Nueva York, Basic Books, 1969, pp. 59 y 84-85, que asocian la convertibilidad de los recursos a la existencia, postula-
pp. 275-277. da, de ·liquideces políticas•).
24 Michel Dobry la hipótesis de continuidad 25

cado político» o en «arenas,. que funcionarían con unos mecanismos este valor está sometido a fluctuaciones amplias y bruscas 46 • Por el
idénticos o similares a los de los mercados económicos. En este sen- contrario, las variaciones -del «Valor• de los recursos políticos, varia-
tido resultaría posible medir, gracias a una evaluación del «valor mer- ciones que, como se verá más adelante, son uno de los componentes
cantil» de los stocks de recursos bajo el control de un actor político, fundamentales de las coyunturas de crisis política, no tienen ningún
su poder (Ilchman y Uphoff) o el nivel de la movilización que puede mecanismo comparable. La ausencia, en otros emplazamientos socia-
suscitar (Tilly) 43 • Esta orientación del análisis del valor de los recur- les, de un equivalente informacional del •precio" en el mercado eco-
sos conduce a un verdadero callejón sin salida por la siguiente razón nómico hace que el valor y las variaciones del valor, especialmente
decisiva: las lógicas sociales que funcionan en muchos emplazamien- de los recursos políticos, corran el peligro de no quedar reflejados ins-
tos sociales no se pueden reducir en ningún caso a la lógica del--o de tantáneamente, por sí mismos, por el juego autónomo de los meca-
los-- mercado(s) económico(s). Es más, se diferencian radicalmente nismos sociales «naturales,., ante los actores allí localizados. En suma,
de él en varios aspectos fundamentales, pero aquí nos vamos a limi- los mecanismos mediante los cuales los actores obtienen la informa-
tar a hablar del más sobresaliente. Consiste simplemente en la ausen- ción sobre el valor de los recursos políticos, así como el acceso a esta
cia de un equivalente de lo que representa la moneda para los inter- información, se diferencian sensiblemente, al menos en tiempo ordi-
cambios económicos «modernos•. Aunque aceptáramos la hipótesis nario (y todavía más, como se verá, en las coyunturas críticas), de lo
según la cual sería posible descubrir en otros emplazamientos socia- que llamaremos la transparencia métrica hacia la que tienden, más o
les distintos del mercado económico «liquideces" -lo que Ilchman menos, los mercados económicos modernos 47 • ¿Hay que añadir que
y Uphoff, inspirándose principalmente en los trabajos de Karl esta diferencia, absolutamente elemental, tiene sin embargo, una in-
Deutsch 44 , llaman «liquideces políticas- la especificidad del mer- cidencia nada despreciable sobre los comportamientos estratégicos·de
cado económico bajo este aspecto permanecería intacta. En efecto, los actores políticos? ¿sobre su manera de calcular? ¿sobre la forma-
hay que constatar que estas «liquideces políticas,. -las amenazas y ción de sus anticipaciones? ¿sobre sus percepciones de lo posible, de
el apoyo, en el sentido que da a este segundo término Easton, repre- lo probable y de lo inevitable? es decir, ¿sobre la concepción que se
sentarían entonces las liquideces correspondientes a la fuerza y a la debe tener de su racionalidad 48 ?
legitimidad 45- tienen problemas para cumplir la función de medida
del valor de los recursos políticos. Además, la moneda «Opera•, nor- •
6
Aunque sin extraer las consecuencias indispensables, llchman y Upboff se dan
malmente, con esa importante propiedad de intervenir, en tanto que perfecta cuenta de ello cuando escriben: cA political currency is analogous in functÍon
medium de estos intercambios, comunicando a la vez la información to money in economics: it may serve as a medium of exchange, a store of value, astan-
sobre el valor de los bienes intercambiados, y ello incluso cuando dard of deferred payment, a measure of value or sorne combination of these functions.
In our model unfortunately, i:he last function mentioned is the least concrete.• (lbíd.,
p. 54.) Para una discusión interesante sobre lo que diferencia, desde el punto de vista
de la •liquidez•, a los recursos individuales de los colectivos, véase D. H. Wrong, Po-
• 3 W. F. Ilchman, N.T. Uphoff, The política! economy of change, ob. cit., pp. 30 wer, its fonns, bases and uses, Oxford, BáSil Blackwell, 1979, pp. 130 ss. -
7
y 59; Ch. Tilly, From mobilízation to revolutíon, ob. cit., p. 69; el nivel alcanzado por • Véase A. L. Stinchcombe, Constructing social theories, Nueva York, Harcrn'1:
la movilización resulta según Tilly de la siguiente ecuación: Brace and World, 1968, pp. 165 ss.
•B Otra diferencia significativa entre la lógica del mercado económico y las lógicas

sociales de otros emplazamientos sociales radica en que la relación entre el •valor• de


nivel de h
movilizoción = sumo
\/ [ valormcrc~~til de ~n factor ] [ probabilidod de entrego] ) los recursos poüticos y las funciones de oferta y demanda de estos recursos es, en la
Je p:oducc1on nommolmente X coso de lbnurniento
boio d control del grupo mayoría de los emplazamientos, una relación más bien vaga. Las nociones de oferta y
demanda de los recursos, por muy cómodas que resulten, pueden simplemente no ser
adecuadas para describir lo que sucede con los recursos poüticos y la manera de ope-
« K. Deutsch, The nerues of govemment: model of política! communication and rar de estos recursos. Tomemos un ejemplo límite que, evidentemente, resulta emba-
control, Nueva York, The Free Press, 1963, pp. 117-118 [Los nervios del gobierno, Bue- r:i.zoso para los promotores de la •economía política•, el de los recursos coercitivos.
nos Aires, Paidós, 1970]. Según Ilchman y Uphoff (que han optado por denominar •poder• al valor de los re-
.s \Y/_ F. llchmann, N.T. Uphoff, ob. cit., pp. 72 y 78. cursos políticos que desde su punto de vista equiv.tle al precio tal comq aparece en el

"'
26 Michtl Dobry La hipótesis de continuidad 27

~
LAS CRISIS COMO TRANSFORMACIONE,S DE ESTADO ¿Qué diferencias? Seguramente habrí.a resultado seductor enun-
ciar la hipótesis de continuidad con una fórmula que parafrasea a
En resumen y más claramente, ni el «Valor» o la eficacia de los re- Clausewitz: «La crisis {política) es la continuación de las relaciones
cursos políticos, ni sus •propiedades:. -por muy «intrínsecas• que políticas por otros medios.,. ¿«Otros,. medios? Ni siquiera esto es se-
sean--, ni los cálculos o incluso las manipulaciones de que sean ob- guro: no hay nada que nos permita afirmar que los medios utilizados
jeto pueden ser tomados independientemente de sus relaciones con en las coyunturas de crisis son radicalmente «Otros», radicalmente di-
los contextos sociales en los que se inscriben las movilizaciones y, so- ferentes de los que actúan en coyunturas más estables. Las diferen-
bre todo, por lo que se refiere a las crisis políticas, de las conmocio- cias -ya que la hipótesis de continuidad no significa que no haya di-
nes que puedan sufrir estos contextos. ferencias entre coyunturas crí.ticas y rutinarias- conviene buscarlas
En este }unto es donde divergen el enfoque aquí adoptado y la en otra parte que no sean los medios. Establecer estas diferencias su-
perspectiva de la «movilización de los recursos». Ha sido necesario pone que se toman como objeto y como problema las modificacio-
emprender, en el espacio delimitado por la hipótesis de la continui- nes que puedan sufrir las «estructuras• de los sistemas sociales por
dad, algo sobre lo que esta última permanecía muda: establecer las efecto de las movilizaciones que tienen lugar en ellos. La principal in-
difen(ncias existentes entre las coyunturas rutinarias y las críticas .. 9• flexión que este enfoque tiende a aportar a la manera que tiene la pers-
pectiva de la movilización de recursos de considerar las crisis políti-
mercado económico): •[... ] TI1e power conferred by possesing a cena.in resource is a cas, reside en lo siguiente: se trata de considerar las crisis a la vez
funcúon of the extent to which anothcr wishes to havc the resource and wbat it stands como movilizaciones y como transformaciones de estado -pasos a
for; or, if the resource is negaúvely valued, as are violence or coercion, power is a func- estados críticos- de los sistemas sociales. Aquí se trata, a la inversa
úon of the extent to whicb another wishes to avoid receivíng the resource• (ob. cit.,
de todas las formas de cosificación de las instituciones, de abordar
p. 5-4). La idea de un valor negativo de los recursos podría parecer interesante. Disi-
mula mal, sin embargo, el hecho de que la •Oferta• de recursos coercitivos correspon- las «estructuras», «Organizaciones• o «aparatos» teniendo en cuenta
de en este caso al uso efectivo de estos recursos o, como mínimo, a la amenaza de re- su sensibilidad a las movilizaciones, a la sucesión de jugadas, a la ac-
currir a este uso. Se trata, por lo tanto, para retomar la meúfora económica, de una tividad táctica de los protagonistas de las crisis. Pero al mismo tiem-
oferta sm demanda. En efecto, en este caso, sería difícil localizar la ·demanda• en otra po se trata de descifrar las lógicas de situación que, en tales contex-
parte que no fueran los accores que •ofrecen• estos bienes o en sus aliados y nos ·guar-
daremos muy bíen de sacar la conclusión de que d cvalor• de los recursos coercitivos
tos, tienden a imponerse a estos actores y a estructurar sus percep-
tenderá a bajar siempre que se produzca una siruacíón similar. ciones, sus cálculos y sus comportamientos.

9
Lo cual, por supuesto, no quiere en absoluto decir que los teóricos vinculados Una vez llegados a este punto fijemos algunos elementos de ter-
a la perspectiva de la •movilización de reciirsos• quieran ignorar completamente los minología. Llamaremos sistemas sociales complejos a los sistemas que 1'
aspectos •estrucrurales• de las movilizaciones. Al contrario, se sabe que se trau de
están diferenciados en esferas sociales autónomas, fuertemente insti-
uno de sus principales aportes a la sociología de las movilizaciones. Dos ejemplos sig-
. nificacivos: 1. A. Oberschall muestra así; contrariamente a la •teoría de la sociedad de tucionalizadas, y dotadas de lógicas sociales específicas; sectores son
masas• (especialmente Komhouser), que no solamente los primeros núcleos de las mo- las esferas sociales autónomas cuyas características detallaremos más
vilizaciones tienden a estar formados por individuos que gozan de una buena i!lser- adelante. Por otra parte, llamaremos movilizaciones mllltisectoriales
ción social, sino que, además, los procesos de movilización tienden a constituirse más a las movilizaciones localizadas en varias de estas esferas al mismo
bien mediante reclutamientos o movimientos de bloques sociales --entonces estos re-
clutamientos y estos movimientos están normalmente mediaúzados por las organiza- ··
tiempo; y movilizaciones restringidas a las emplazadas en una sola de
cienes preexistentes a las movilizaciones-- que por suma o adición de individuos ato-
mizados (A. Oberschall, Social confüct and social movements, ob. cit., especialmente resulta ni mucho menos convincente) (Ch. Tilly, From mobilization to rroolution, ob.
cap. IV). 2. En una dirección parecida, Charles Tilly, tomando como objeto de análi- cit., pp. 151-156). Añadiremos que la fecundidad de este punco de vista se verifica tam-
sis los repertonos de acción colectiva de los grupos sociales, sugiere -usando nuestra bién en esas formas tan particulares de movilización que son las movilizaciones en las
terminología- que el universo de las líneas de acción que úene disponibles un deter- conúendas electorales (Cf M. Offerlé, cMobilizaúon électorale et invention du cito-
minado actor colectivo, es a la vez un universo de escasez y un universo de rigidez yen. L'exemple du milieu urbaín fran~ais a la fin de XIX' siecle•, en D. Gaxie et al.,
variable pero real (aunque la hipótesis central de Tilly, según la cual serian los reper- Explication du vote, París, Presses de la Fondarion Naúonale des Sciences Politiques,
tonos de los grupos más organizados los que gozarían de una mayor flexibilidad, no 1985, pp. 148-174).
28 Michel Dobry La hipówis de continuidad 29

estas esferas. Y no resultará nada sorprendente constatar que las los que se ocupa activamente en la actualidad la ciencia política y
"grandes» crisis políticas, como por ejemplo, en la reciente historia cuyo interés «intrínseco• es, desde luego, real. De igual modo, la
política de Francia, las de 1947-1948, 1958-1962 o la de 1968, corres- cuestión de las relaciones entre las crisis económicas y las crisis po-
ponden todas ellas a movilizaciones multisectoriales. Más adelante .líticas, la de la «crisis,. del Welfare State y la de la «crisis fiscal del
tendremos ocasión de ver que no son las únicas, ni mucho menos. Estado,., o la de la repentina y, a decir verdad, un tanto sospechosa
Llamaremos finalmente, por razones que esperamos resulten cla- «Crisis de ingobernabilidad,. de los sistemas democráticos, quedarán
ras más adelante, coyunturas políticas fluidas a la clase de coyunturas fuera del campo de nuestras preocupaciones 52 • Y hay que subrayar
críticas que corresponde a transformaciones de· estado de los siste- que sólo se trata de unas cuantas ilustraciones y no de una lista que
mas complejos cuando estos sistemas se ven sometidos a moviliza- pretensa ser exhaustiva.
ciones multisectoriales. Estas coyunturas fluidas se caracterizan por El orden de exposición que vamos a seguir, lejos de obedecer a
una dinámica social y unos juegos tácticos estructuralmente defini- una lógica de la investigación o- del análisis, tiene como único objeto
dos originales, es decir, qué no se reducen a la lógica binaria del sen- facilitar el acceso a unos problemas que no siempre lo son. En pri-
tido común sociológico, a la oposición entre rutina y estabilidad po- mer lugar nos esforzaremos por precisar el marco y los instrumentos
lítica por un lado, y desintegración social e imperio de la violencia de análisis, el •paradigma-. que presupone la orientación cuyas líneas
por otro. Es precisamente sobre estas coyunturas fluidas sobre lo que de fuerza acabamos de trazar. Esta tarea, de hecho, ya la hemos ini-
trata el sistema de hipótesis desarrollado por este libro, y justamente ciado en este primer capítulo. Su importancia radica en que tales ins-
a través de la identificación de las propiedades tendenciales que ca- trumentos, especialmente los conceptos, solamente podrían recibir
racterizan a estas coyunturas intentaremos explicar numerosos aspec- definiciones eficaces --es decir, ante todo, productivas de conóci-
tos de los procesos de crisis políticas asociados a ellas o, más exac- miento-- en función de un determinado «programa,. de investigación
tamente, indisociables de ellas. . y de una determinada orientación teórica y, además, teniendo en
En las páginas siguientes apenas si nos apartaremos de la orien- cuenta la relación de unos con otros 53 • Las siguientes etapas estarán
tación de investigación que acabamos de definir. Por ello dejaremos consagradas a exponer las principales transformaciones «estructura-
de lado numerosos problemas, preguntas u objetos empíricos que es- les" que caracterizan a las coyunturas fluidas (cap. 4) y las estructu-
pontáneamente se podrían considerar más o menos. ligados a las «cri- ras de interdependencia que condicionan el juego táctico de los ac-
sis políticas». Así ocurrirá, por ejemplo, con lo esencial de la temá- tores sociales en este tipo de coyunturas (cap. 5). Una vez sentada
tica en torno a la cual --como reacción a una concepción que, por esta matriz teórica --otros la llamarían «construcción del objeto,.-,
lo excesivamente integrista de los sistemas sociales, se ha atribuido, intentaremos mejorar su fecundidad examinando algunas de sus im-
con bastante razón, a Parsons 50- se desarrolló hacia finales de los plicaciones empíricas en terrenos más familiares para los politólogos:
años cincuenta una estimulante «Sociología de los conflictos» que abordaremos, de hecho, junto a una reflexión exploratoria sobre el
daba mayor importancia a la formación de los «grupos de conflicto,., juego de las disposiciones interíórizadas por los individuos en \os
a los efectos de la superposición de las dicotomías sociales, los de las contextos críticos (cap. 7), algunos de los topoi clásicos de la socfb-
afiliaciones múltiples y a las «funciones positivas» de los conflictos 51 •
Y lo mismo ocurrirá, en otras direcciones, con ciertos problemas de
Ch. Mironesco, La logique du conflia. Théories et mythes de la sociologie polirique
contemporaine, Lausana, Pierre-Marce! Favre, 1982.
so Cf F. Chazel, La théorie analytique de la société tLzns l'reuvre de Talcott Par- 52
Sobre este último punto, ver, como buenos ejemplos de la orientación seguida
sons, París-La Haya, Mouton, 1974, pp. 164-165. por la investigación, R. Rose, • The nature of challenge• en R. Rose, comp., Challen-
51 L. Coser, The functions of social conflict, Nueva York, The Free Press, 1956 ge to got•emance. Studies in overloaded polities, Beverly Hills, Ca., Londres, Sage,
[Las funciones del conflicto social, México, FCE, 1961]; R. Dahrendorf, Classes et con- 1980, pp. 5-28; M. Croz1er, •Les démocraties européennes deviennem-elles ingouver-
jlicts de classes dans la société industn.elle, París-La Haya, Mouton, 1972 (l.' ed. aiem., nables?. en J. L. Seurin, comp., La démocratze pluraliste, París, Economica, 1981.
53
1957) [Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial, Madrid, Rialp, 1962]; Cf C. G. Hernpel, Fundamentals of conceptfonnation ín empincal saence, Chi-
véase también, para una reciente discusión de varíos ternas propios de estos trabajos, cago, The University of Chicago Press, 1972 (l.'~., 1952), en particúlar, pp. 47-50.
30 J.fichel Dobry LA hipótesis de continuidad 31
~
logía poütica como, por una parte, los. fenómenos carismáticos y los Pero esto no debe disimular lo esencial: el esquema teórico esbo-
mecanismos de negociación y de resolución de los conflictos (cap. 6) zado en las páginas siguientes constituye un esquema comparativo,
y, por otra parte, los procesos de deslegitimación (las ccrisis de legi- tanto por su modo de construcción como por la formulación de sus
timidad,.) observables en las coyunturas de crisis y que afectan a los proposiciones 54 • Está, según la expresión de Sartori, destinado a e via-
regímenes y a las «autoridades» políticas (cap. 8). Pero previamente jar• 55 , lo que quiere decir que se debe contar con que las propieda-
a todo esto (cap. 2), habrá una discusión -que el lector que tenga des de las coyunturas fluidas aisladas pueden observarse en los siste-
prisa podrá pasar por alto- cuya función en esta obra es muy par- mas políticos «más diferentes• 56 con tal de que éstos no se aparten
ticular: servirá para repasar algunos de los procesos que han· condu- demasiado de los rasgos «estructurales» que caracterizan a las socie-
cido a las ºl?.f. iones y a la problemática anteriormente planteadas. Es- dades «complejas», quedando así expuestos al tipo de movilización
tará consagifda al análisis de los obstáculos, esos espejismos especí- ya mencionada.
ficos con los que uno se encuentra inevitablemente desde el primer Es decir, que la intención teórica de este trabajo -y quizá éste
momento en que se centra en los procesos de crisis política y en los sea el único sentido válido del térm1no «teórico» en nuestra discipli-
cuales reside la dificultad que encuentran politólogos e historiadores na- consiste en arrancar a la historicidad y a la singularidad de las
parar'liscribir en la realidad de su trabajo, de su método, la exigencia distintas crisis algunos fragmentos de conocimiento de orden nomo-
de la duda metodológica que, por otra parte, pueden suscribir sin nin- lógico. A pesar de ello, estamos de acuerdo en que adoptar esta pos-
guna reserva en el plano abstraéto de los principios. tura de investigación representa siempre, más que un trabajo (ya que
no es necesariamente así, si, por suene, se consigue llegar a determi-
~ Sobre las dificultades a las que se expone, en este sentido, el método compara-
UNA INTENCION COMPARATIVA úvo con el uso, en apariencia perfectamente anodino, de nombres propios, véase es-
pecialmente A. Przeworsld, H. Teune, The logíc of comparative social inquíry, Nueva
En el plano empírico, la estrategia que hemos adoptado comporta York, John Wiley and Sons, 1970, pp. 17-30.
55
dos aspectos. Hemos preferido, siempre que ha resultado útil, llevar G. Sanori, cConcept misinfonnation in comparative politics•, The American
Political Science Review 64 (4), dicíembre de 1970, pp. 1 033-1 036. Sobre los proble-
la discusión crítica de otras problemáticas y conceptualizaciones a sus mas del .análisis comparativo, dentro de una literatura superabundante, quizá una de
propios terrenos empíricos. Sin embargo, no hay que ver en ello una las mejores iniciaciones, muy práctica, es la que representa el magnífico libro de P. Vey-
simple cuestión de fair play con respecto a los autores discutidos. ne, Le paín et le cirque. Sociologie historique d'un pluralisme politíque, París, Le Seuil,
Esta forma de debate comporta asimismo un trasfondo más serio: se 197(.. Para una visión general de los recíentes debates a que han dado lugar algunos
trata de lograr introducir las discusiones en un universo circunscrito de estos problemas, ver, por ejemplo, en lo referente a las relaciones entre la construc-
ción de esquemas teóricos y la historia comparatÍva, los artículos de V. E. Bonnel,
-un depósito-- de casos histórico~ diferenciados o mejor cparadig- • The uses of theory, concepts and comparison in historical sociology., y de Th. Skoc-
máticoS» (ésta es, por ejemplo, una de las inesperadas virtudes de las pol, M. Somers, « The uses of comparatíve history in macrosocial inquiry• en Com-
crisis italianas y alemanas del período de entreguerras) que faciliten parative Studíes in Society and History, 22 (2), abril de 1980, pp. 156-173 y 174-197;
la comprensión de problemas teóricos significativos para todo un sec- sobre los problemas que se plantean con las comparaciones regionales, las reflexiones
de J. Leca, •Pour una analyse comparatÍve des systemes politiques méditerranéens•,
tor de la comunidad científica. Por otra parte, hemos intentado en-
Revue Franraíse de Science Politique, 27 (4-5), agosto-octubre de 1977, pp. 557-581.
riquecer este método ahondando bastante en las crisis políticas que Véase, por último, como útiles introducciones generales, A. Grosser, L 'explication po-
ha •experimentado» la sociedad francesa en el último medio siglo y litique, Paris, Presses de la Fondation Nationale de Sciences Politiques, 1972, así como
que a menudo representan -aunque «sucesos,. como los de 1934, M. Dogan, D. Pela;¡sy, Sociologie politique comparative, París, Economica, 1982.
56
1958 ó 1968 tienen dificultad para pasar, a causa de sus resultados, a A. Przeworsky, H. Teune, The logic of comparative social inquiry, ob. cit.,
pp. 34 ss.; sin embargo, debemos destacar que las similitudes entre los sistemas •más
las taxonomías más corrientes- crisis «extrañas•, es decir particular- diferentes•, en el caso de las sociedades •complejas•, no se sitúan, como desearía la
mente interesantes. Esta última opción sólo está justificada, no obs- estrategia comparativa (<most different systems• design) que discuten estos autores, en
tante, por la relativa facilidad de un control detallado del desarrollo un nivel infra-sistemático.
de estos episodios históricos.
32 Michel Dobry La hipótesis de continuidad 33

nados resultados, si bien apenas esbozados, al menos congruentes con las coyunturas fluidas- pueden dar lugar a observaciones a otros ni-
esta visión), una especie de apuesta y, en este sentido, no son en ab- veles, por ejemplo, para ir a lo más simple, al nivel microsociológico
soluto ilegítimos los frecuentes debates sobre la misma posibilidad de de la identidad del individuo o de sus cálculos tácticos.
este tipo de conocimiento del mundo social. Nos gustaría simplemen- La «estrategia» de investigación que hemos adoptado respecto a
te sugerir que el escepticismo a priori que a veces resulta de buen estos problemas presenta algunas ventajas en comparación con otras
tono adoptar ante esta posibilidad es probablemente una de las for- «estrategias• posibles. En primer lugar, esta estrategia permite neu-
mas más restrictivas y más perniciosas de la sel[ defeating prophecy, tralizar el espejismo por el cual todos los casos de crisis que se pre-
donde la imposibilidad de avanzar se explica por fa ausencia de cual- sentarán aquí serían, por todos sus aspectos, igualmente importantes,
quier esfuerzo por avanzar. igualmente «decisivos• para el desarrollo de un modelo comparati-
Sartori, que no está alineado precisamente entre los «derrotistas», vo 59 • En efecto, según los problemas y las propiedades observadas,
asume, aunque con matizaciones, la idea de que toda ganancia en ge- algunos casos son más decisivos, y por ello más discriminatorios que
neralidad y ·en abstracción parece llevar consigo, implícita, una pér- otros: cuando se trate de explicar los fenómenos de deslegitimación,
dida de precisión, de información' y, sobre todo de comprobación 57• aprenderemos más del examen de los «Sucesos,. de mayo de 1968 que
La cuestión es importante pero ·evidentemente no se puede abordar de los de mayo de 1958, los cuales ofrecen muy pocas posibilidades
satisfactoriamente en unas pocas líneas. Debemos poner de relieve de separar procesos de pérdida de legitimidad que se presentan; cuan-
que quizá la dificultad sea menor de lo que parece a primera vista. do se trate de evaluar la problemática de la .. historia natural,., vere-
Todo depende, de hecho, de la imagen de «Comprobación» que adop- mos como un caso •negativo,. como el de la «inacabada,. Revolución
temos y de lo que se espere de un sistema teórico. Se puede pensar boliviana de 1952 cuenta más, por su peso demostrativo, que toaos
que un conjunto de hipótesis debe «verificarse» una tras otra, cada los casos «positivos,. que pudiéramos encontrar. En segundo lugar,
una independientemente de la anterior, incluso concepto tras concep- y no por ello menos importante, esta estrategia evita, a la investiga-
to. (aunque aquí se roza sin duda el absurdo: ¿cómo se va a «Verifi- ción, la vertiginosa tentación de una restitución del conjunto de en-
car» de hecho un concepto?); desde este punto de vista es cierto que cadenamientos propios de uno o de varios casos históricos particu-
la dificultad puede resultar realmente insuperable. . lares, incluso de una reconstrucción lógica de la totalidad de un fe-
Pero la cosa cambia si, en lugar de esta visión segmentada y des- nómeno de este tipo.
hilvanada de la «validación,., nos dedicamos a evaluar el alcance em- Esto equivale a decir, de otra forma, que la orientación de la in-
pírico y explicativo de un sistema teórico en razón de su fecundidad,
es decir de la amplitud, de la variedad de sus implicaciones y de la
vestigación anteriormente definida conduce, condena incluso, a aban-
donar una gran parte de la riqueza y de la complejidad fenoménica
.•..
posibilidad de que esas implicaciones o algunas de ellas puedan dar de los procesos sociales reales. Esta selectividad, de hecho, parece ine-
pie a tests críticos 58 o, al menos, que puedan ser observadas. Enton- vitable. Pero lejos de constituir un obstáculo para la comprensión de
ces, no sólo desaparece la «Contradicción,. abstracción-comprobación estos procesos, representa sin ducfa una de sus condiciones indispep-
(al menos cuando el esquema resulta fecundo), sino que esta segunda sables. Nada es más absurdo, en nuestra disciplina y, más concrelit-
perspectiva permite comprender, además, por qué proposiciones for- mente, en el terreno empírico en el que nos moveremos en los si-
muladas a un nivel macrosociológico --como será concretamente el guientes capítulos, que la tentación totalitaria -la explicación total
caso de las principales proposiciones relativas a las propiedades de de toda la réalidad de un «acontecimiento• como pueda ser una cri-
sis política--, por lo que, mutilando esta realidad es como tenemos
alguna posibilidad de añadir una plusvalía de conocimientos al stock
57
G. Sartori, ob. cit., pp. 1 041-1 o«. de lo que los actores sociales ya saben.
58
P. Bourdieu, J.-C. Chamboredon, J.-C. Passeron, Le métier de sociologue, Pa-
rís-La Haya, Mouton, 1973, pp. 89-91 [El oficio de sociólogo, Madrid, Siglo XXI,
59
1976], así como R. Boudon, F. Bourricaud, Diaionnaíre critique de la sociologíe, Pa- H. Eckstein, Support for regimes, theories /znd tests, Princeton, Princeton Uni-
rís, PUF, 1982, p. 6. versity Press, Center of lnternational Studies, 197~, p. 11.
2. TRES ESPEJISMOS DE LA SOCIOLOGIA DE LAS CRISIS Tres espejismos de la sociolcgía de las crisis políticas 35
POLITICAS 't
junto de la inmensa literatura referente a los procesos de crisis polí-
tica •. En cambio, esperamos que se dé cuenta, gracia a la discusión
de ciertos elementos de trabajos citados, de alguna manera en razón
de su representatividad, que los obstáculos más frecuentes en este te-
rreno de investigación son «activos», cualesquiera que sean las pro-
blemáticas, escuelas o «paradigmas• a que pertenezcan estos trabajos.

El •Caudal de errores,. 1 existente en la sociología de las crisis políti-


cas ya no se s~a en la dirección que supondría cualquier lector en- EL ESPEJISMO ETIO~OGICO
tendido. Desde luego, ni los poderosos esquemas del organicismo so-
ciológico 2 • ni los presupuestos de orden directamente ideológico han Nada más legítimo a primera vista que relacionar las crisis y los fe-
desaparecido completamente de los trabajos contemporáneos. Pero nómenos similares a ellas con sus «determinantes», sus «fuentes his-
están, dfsde hace mucho, perfectamente identificados y, si se quiere, tóricas•, sus «orígenes», sus «Condiciones de surgimiento» o de pro-
se pueden más o menos evitar. Las verdaderas dificultades son de otra ducción, en suma y para usar una terminología médica, con su etio-
naturaleza. Son más difusas, más sutiles, más resistentes, más arduas logía. ¿Explicar un fenómeno del tipo del que nos interesa aquí no
de sortear, más delicadas de dominar. Los obstáculos que a continua- es, ante todo, enunciar la o las .ccausas»? Este es el primer movimien-
ción examinaremos --el espejismo etiológico, el espejismo de la «his- to --el primer reflejo, deberíamos decir- del investigador, y esto es
toria natural•, el espejismo heroico- tienen relación con las decisio- también lo primero que espera su público.
nes de método más importantes y, a menudo, menos conscientes que En este sentido, y por lo que respecta a las crisis políticas, la co-
se tiene que plantear el investigador: ¿qué se debe explicar y en qué secha parece excepcionalmente rica. Las hipótesis etiológicas impre-
Jebe consistir la explicación cuando se quiere explicar una «Crisis po- sionan por su variedad 5 . En un artículo resumen ya antiguo, H.
lítica,.? Eckstein se esforzó por poner un poco de orden en las más utiliza-
Así pues, el objetivo que se persigue en este capítulo es única- das de estas hipótesis. He aquí los resultados resumidos. Por ejem-
mente examinar, brevemente, aquello a lo que debe ceñirse la elabo-
ración de la orientación de la investigación designada por la «hipó-
tesis de' continuidad». Por consiguiente, el lector no encontrará una Press, t 969; véase asimismo D. H. Fisher, Historian's fallacies. T owards a lcgíc of his-
torical thought, Londres, Roudedge and Kegan Paul, 1971 (le debo a Alfred Grosser
nomenclatura general de los prejuicios, atolladeros o errores clásicos el conocimiento de esta última obra).
de la ciencia política 3 , ni siquiera un vistazo o una evaluación del con- " Señalemos, a este respecto, algunas recientes revisiones cñticas, normalmente cen-
tradas sobre los procesos revolucionarios: R. Aya, • Theoric:s of rcvolution reconside-
• G. Bachelard, Le rattonalisme appliqué, París, PUF, 1966 (t.• ed. 1949), p. 48. red. Contrasted models of collective violence:., Theory and Society, 8(1), julio de 1979,
2
Incluso Brinton, a pesar del ostensible uso que hace de la metáfora médica, re- pp. 39-99¡ [ ·Reconsideración de las teoñas de la revolución•, Zona Abierta, 36-37,
.:haza explícitamente cualquier analogía entre sociedad y organismo: • We find it con- pp. 1-80]. H. Eckstein, • Theoretical approaches to explaining collective political vio-
veníent w apply to certaín changes in a given society a conceptual scheme borrowed lence,,, pp. 135-166 en T. R. Gurr, Handbook of political conflict, theory and research,
from pathology. We should find it inconvenient and misleading to extend that con- Nueva York, The Free Prees, 1980; J. A. Goldstone, cTheories of revolution: The
ceptual scheme and talk of a body politic, wid1 a soul, a general will, hcart, nerves, third generation•, World Politícs, 32(3), abril de 1980, pp. 425-453; E. Zimrnermann,
and so on.• (C. Brinton, The .i.nathomy of revolutzon, Nueva York, Vintage Books, Political violence, crises and revolutions. Theory and research, Cambridge, Mass.,
1965 (l.' ed. 1938), p. 17) [Anatomía de la revolución, Madrid, Aguilar, 1958]. Para Schenkman, 1983, y ante todo el arúculo de F. Chazcl, •Les ruprures révolutionnai-
una discusión útil del organicismo sociológico, véase P. Birnbaurn, La fm du politi- rcs• en M. Grawitz, J. Leca, Traité de science politú¡ue, París, PUF, 1985, t. 2, pp. 635-686.
que, París, Le Seuil, 1975, cap. IV. ~ Tal acumulación constituye quizá en sí misma un particular obstáculo en este te-
1
Un buen ejemplo, al que no le falta ni interés ni sabor: M. J. Levy, •Üoes Ít mat- rreno de investigación ya que conduce a grandes empresas sincréticas o •sintéticas•
ter, if he's naked? Bawled the child,,, pp. 87-109, en K. Knorr, J. N. Rosenau, comps., (véase, como ejemplo reciente, E. Zirnrnermann, Political violence, crises and revolu-
ÜmtenJing approaches to intemational politícs, Prínceton, N.J., Princeton University tions. Theories and researchs, ob. cit.)
36 Michel Dobry Tres espejismos de la sociología de las crisís polítícas 37

plo, en la sección titulada «factores intelectuales», Eckstein hizo fi- La postura etiologista
gurar las hipótesis sobre la «alienación» o el «Cambio de vasallaje» de
los intelectuales y sobre los «Conflictos de mitos sociales» en el seno Este obstáculo se presenta principalmente por la postura de investi-
de la misma sociedad. Bajo el título «factores económicos», encon- gación a que conduce la preocupación etiológica. El enigma a resol-
tramos tanto la creciente pobreza como el rápido progreso económi- ver, lo que hay que buscar, se reducirá, de hecho, en esta postura, a
co y la hipótesis de una mejoría económica de gran duración seguida la identificación de «factores•, «variables,. o fenómenos situados an-
de una brusca inversión de la coyuntura. Bajo el título «hipótesis que tes de los fenómenos o sucesos a explicar. Dado que las crisis y los
subrayan determinados aspectos de la estructura social,., la hipótesis fenómenos emparentados con ellas son concebidos de entrada como
de una cerrazón de las elites se opone a la de su amplio reclutamien- transparentes, sin misterio, en otras palabras, sin verdadero interés
to, que rompe su unidad; y la hipótesis de la anomia procedente de para el investigador, lo esencial de la atención se debe dirigir hacia
una movilidad social demasiado grande se opone a la «frustración» las «Causas». Después de todo eacaso no «sabemos» cómo se desa-
producida por una movilidad demasiado reducida. Finalmente -hay rrollaron los motines del 6 de febrero de 1934? o ¿cómo los enfren-
muchos más- bajo el título «factores políticos» encontramos el ale- tamientos entre estudiantes y fuerzas del orden del 6 al 11 de mayo
jamiento de las elites (estrangement) Jd resto de la sociedad al lado de 1968 en París desembocaron en una confrontación social y polí-
de las divergencias internas de los gobiernos o de la hipótesis de out- tica mucho más amplia? En el mejor de los casos ¿no es éste un tra-
puts inadecuados de los gobernantes a las demandas que se le diri- bajo que se puede dejar a los cronistas y a los testigos de los sucesos,
gen, etc. 6 . El lector podrá prolongar esta lista sin dificultad nada más mientras que el investigador tiene vocación de asomarse a lo que e~tá
con que profundice en las innumerables -y a menudo surrealistas- más allá de la «superficie,. de las cosas y que se supone -no po<le-
«explicaciones» de los sucesos de Mayo de 1968 en Francia. mos por menos que, de paso, poner esto de relieve-- está siempre,
Si se toman de una en una, indudablemente ninguna o casi nin- desde este punto de vista, del lado de las causas? Lo «invisible,. no
guna de las hipótesis etiológicas del tipo de las que acabamos de men- serán los actos de los protagonistas de las crisis, no será «lo que está
cionar (ni las que citaremos más adelante) es realmente absurda. Lo sucediendo,., no serán las características internas del fenómeno que
que tratamos de cuestionar en ellas es su pretensión de explicar y, se está explicando, no será aquello en lo que la «crisis,. consiste. Será,
más concretamente, lo que su búsqueda impide ver. Y, desde este por el contrario, lo que es ajeno y anterior a ella: la degradación de
punto de vista, si se puede hablar de un sesgo o incluso de un ver- las condiciones materiales y del status social de las clases medias en
dadero espejismo etiológico, es porque el primer movimiento del in- los años treinta, los accesos cada vez más difíciles al mercado de tra-
vestigador -ir a las «causas" de las crisis, dilucidar su etiología- re- bajo de los estudiantes en vísperas de 1968 o la «frustración,. de los
presenta con mucha frecuencia, en el estado actual de nuestros cono- militares franceses tras la guerra de Indochina, cuando se trata de ex-
cimientos, un obstáculo tanto más peligroso cuanto que parece estar plicar la crisis de mayo de 1958...
precisamente por encima de toda sospecha metodológica. La postura etiologista no se fünita, sin embargo, a esta orientf:-
ción del interés teórico. Puede también revestir un aspecto más in~
dioso, el de su adhesión, raramente consciente y explícita, pero tre-
mendamente frecuente, al postulado de la heterogeneidad fundamen- ·
tal de las «causas,. y de sus supuestos «productos», las crisis. Tam-
bién bajo este punto de vista, las prenociones se apoyan sobre las evi-
dencias inmediatas: la distancia entre las expectativas que crean --<le
6
H. Eckstein, •Ün the eciology of interna! wars•, History and Theory, 4(2), 1965, forma muy fluctuante en la realidad- el sistema universitario y el es-
pp. 133-163. Eckstein se interesa en realidad por una categoría concreta de crisis po-
líticas, las •guerras internas•, de las que sin embargo da una definición bastante am- tado del mercado de trabajo no pertenece al mismo tipo de hechos
plia: • The term interna! war denote any ressort to violence wirhin a polirical order to sociales que los que se supone tienen qtie explicar la «violencia co-
change íts constitution, rulers or policies.• lectiva» y el uso de ciertos recursos abi~arnente coercitivos. Y es
38
,. Michd Dobry

cierto, al menos a pricri, que considerar a determinantes y a produc-


Tres espejismos de la sociología de las crisis politicas

rías etiológicas parecen tener como característica suplementaria una


39

tos como heterogéneos no parece tener; en sí mismo, nada de escan- falta total de curiosidad teórica por las concatenaciones causales en
daloso en el plano metodológico. Nada salvo una cosa: al proceder d seno de los procesos de crisis analizados.
así, las perspectivas etiológicas limitan considerablemente el espacio
de las relaciones de causalidad movilizables para la explicación de los
procesos de crisis. Se privan, de este modo y frecuentemente sin ape- La ~teoría de la curva en]'°
nas dudarlo, de toda posibilidad de entrever una eventual continui-
dad entre los productos -las crisis-- y sus determinantes. Se· prohí- Probablemente los efectos del espejismo etiológico nunca sean tan vi-
be, al mismo tiempo, toda pregunta sobre los elementos que pueden sibles como cuando tienden a proyectar el conjunto de la explicación
tener en comln productos y determinantes (lo que constituye asimis- de una «crisis,. o de un fenómeno similar sobre las motivaciones
mo, como se ·habrá notado, una excelente vía para no identificar al- -conscientes o no conscientes-- de los individuos o de los grupos
gunas de sus discontinuidades). Es de este componente de la postura que van a entrar en acción. En este sentido, la «teoría de la curva en
etiologista de donde proviene la frecuente tentación de olvidar, entre J» de James Davies presenta una virtud paradigmática inigualable 7•
los d*rminantes anteriores a las crisis políticas, los factores •polí- , Esta •teoría» intenta, en principio, explicar las revoluciones. Su
ticos,., los que se refieren a las competiciones y a los ternas más di- principio central enuncia lo que Davies considera una generalización
rectamente políticos. de ciertas intuiciones tomadas de Tocqueville y Marx 8 :
El último componente importante de la postura etiologista reside
en la ausencia del más mínimo esfuerzo para sacar a la luz todo el Revolutions are most likely to occur when a prolongued period of objective
espesor de mediaciones causales entre los determinantes anteriores a economic and social development is followed by a short period of sharp re-
las crisis y las características particulares del producto. Dicho de otro versa!. The ali important effect on the mínds of the people in a particular so-
modo, esto significa que quizá no está totalmente fuera de lugar plan- ciety is to produce, during the fonner period, an expectation of conrínued
tear ante la postura etiologista cuestiones tan elementales como és- ability to satisfy needs -which continue to rise- and, during che latter, a
mental state of anxiety and frustration when manifest reality breaks away
tas: ¿toda degradación del status social o de las condiciones materia- from anticipated reality 9 •
les de las clases medias produce hechos análogos a los «acontecimien-
tos,. de febrero de 1934? ¿Toda frustración en las expectativas de los
licenciados tiene como consecuencia una «revuelta estudiantil,. del
7
tipo de la de Mayo de 1968 en Francia? ¿Toda frustración de los mi- J. C. Davies, •Toward a theory of revolution•, The American Sociological Re-
litares' conduce a una crisis de régimen corno la de mayo de 1958, view, 1, febrero de 1962, pp. 5-19, reproducido en J. C. Davies, comp., When men
revolt and why, Nueva York, The Free Press, 1971, pp. 134-147 (trad. al francés en
etc.? A decir verdad la objeción parece trivial. Sin embargo aporta P. Bimbaum, F. Chazel, Sociologie politique, París, Colin, 1971, t. 2, pp. 254-284); véa-
una dimensión específica a la postura etiologista. Más bien una doble se asimismo, del mismo autor: • The J-Curve of rising and declining satisfactions as a
Jimensión. Por una parte, no es necesariamente fácil identificar una ca_use of revolucion and rebellion•, pp. 415-436 en H. G. Graham, T. R. Gurr, comps.,
concatenación causal con un mínimo de precisión sin interesarse tam- ~1olence m Ameríca. Historical and comparative perspectroes, Beverly Hills, Ca., Lon-
dres, Sage, 1979, y sobre todo sus •Comments•, en respuesta a algunas de las críticas
bién por las propiedades internas ·de lo que se supone constituye los de su •teoría•, The American Sociologícal Review, agosto de 1974, pp. 607-610.
productos de las «Causas,. invocadas. Por otra parte, y es igual de gra- 8
Si bien aquí está fuera de lugar la cuestión de saber qué debe realmente la •teoría
ve, en esta ausencia de pasar la teórica entre los determinantes y-las de la curva en J• a las concepciones de Tocqueville y de Marx, quizá no esté de más
características de los productos reside otra cuestión: la exclusión fue- señalar que resulta difícil encontrar en estos autores una representación de la causali-
dad de los procesos revolucionarios tan simple como la que les atribuye Davies (véase
ra del campo de las hipótesis imaginables de una posible autonomía
R. Aya, •Theories of revolution reconsidered. Contrasted modds of collective violen-
de los procesos de cri~is con relación a las «causas• que intervienen ce., ob. cit., p. 91, n. 54 ).
9
antes de las crisis (y que pueden, en parte, explicar las movilizacio- J. C. Davies, •Toward a theory of revolution• en}. C. Davies, When men revolt
nes iniciales que dan lugar a estas últimas). En otros términos, las teo- and why, ob. cit., p. 136.
40 Michel Dobry TrtS espejismos de la sociologÍA de las crisis politicas 41

La proposición es menos trivial de lo que parece. Tiene el mérito


de romper con una visión ingenua de los fenómenos revolucionarios:
no es la desposesión en sí, la desposesión «absoluta», lo que permi-
tirá explicar quién se va a rebelar contra el orden social establecido. Satisfacción prroista de hs n e - / Margen intolerable
cesiáades entre lo que la gente
Al poner el acento sobre la dinámica de las representaciones del fu-

"
desea y lo que tiene
turo, sobre las esperanzas, las expectativas, Davies sugiere que no son
necesariamente los individuos y los grupos más desprovistos los que Necesidad
constituirán los elementos activos de las moviliza·ciones.
No obstante, lo que le interesa a Davies está evidentemente situa-
do mucho más atrás que los fenómenos revolucionarios que intenta - } Margen tolerable
explicar. Lo que le preocupa es la posibilidad de identificar detrás de
estos fenómenos alguna frustración ligada a la distancia entre las ex-
pectativas (la satisfacción prevista·de determinadas necesidades) y la
realidad vivida (la satisfacción re.al de esas necesidades). El centro de Tiempo
su investigación lo ocupa un «estado de ánimo», un «humor•, •:lo
que pasa en la cabeza de la gente» antes de que entre en movimien- nua-- y ha sido esencialmente en este aspecto en el que ha sido dis-
to 10 • Como estas dimensiones psicológicas son difícilmente observa- cutida la «teoría• de Davies.
bles y mesurables, Davies propone descubrirlas a partir de indicado- ¿Cuál es el alcance empírico de la •teoría de la curva en J•? Ob-
res más tangibles, especialmente la evolución del bienestar económi- servemos en primer lugar que la formulación de Davies parece bas-
co (índices de evolución de los ingresos, de los precios, etc.) y, en tante prudente: no afirma ni mucho menos que las revoluciones ten-
general del bienestar social (por ejemplo, las disposiciones jurídicas gan lugar •siempre» que aparezcan las condiciones enunciadas en al-
relativas a las libertades individuales concretas como, antes de la Re- guna sociedad. Pero esta prudencia es un puro formalismo. Las des-
volución rusa de 1917, las expectativas nacidas de la abolición de la viaciones mencionadas por Davies -la inexistencia de estas condi-
servidumbre). . ciones en China en 1949 o en Hungría en 1956-- son explicadas ...
Esta característica de la construcción de Davies aparece claramen- mediante datos insuficientes o no seguros 11 • Por otra parte, el alcan-
te en el gráfico que ha dado nombre a, la «teoría,. (véase en la página ce explicativo de la •curva en J• parece sobrepasar ampliamente las .~·;
siguiente). revoluciones propiamente dichas. Davies cuenta concretamente que
Solamente la curva de la satisfacción real de las necesidades (línea fue con ocasión del estudio de la huelga Pullman en la región de Chi-
continua) puede ser objeto de una observación efectiva: la curva de cago en 1894 cuando se impuso como explicación a la hipótesis de la
la satisfacción prevista es, al menos en los trabajos de Davies, pro- «curva en J,. y es de destacar el que Davies compare esta huelga, qi¡e
ducto de una inferencia a partir de la curva de la satisfacción real. La fue rota con una intervención «musculosa• de las tropas federale't,
línea de invalidación propuesta es, pues, la de una verificación de la con el episodio de la Comuna de París de 1871. Esta ubicuidad de la
existencia de un aumento de las esperanzas durante un largo período «curva en J•, que es ante todo un índice de la indiferencia de Davies·
seguido de un brusco derrumbamiento -ambos en la línea conti- hacia el «contenido,. de las «revoluciones• o «violencias,. que intenta
explicar, es tanto más molesta en cuanto que Davies elude sistemáti-
1º La teoría de Da vi es pretende ser psicológica y está especialmente ligada a las con-
camente la dificultad que plantea la siguiente cuestión: ¿en qué me-
ceptualizaciones conductistas de la •frustración• y de la agresión. Davies se refiere
dida los comportamientos reunidos bajo el título de «revoluciones•
más concretamente a la teoría de la jerarquía de las •necesidades humanas• elaborada o de «Violencias• constituyen, para utiliz~r la terminología de la psi-
por Abraham Maslow ( • The Jurve ... •en H. G. Graham, T. R. Gurr, Violence in Ame-
11
rica ... , ob. cit., pp. 417-418). J. C. Davies, •Comments•, art.. cit., p. 609. "
Michi:l. >obry Tres espejismos d · la sociología de las crisis políticas

cología conductista a la que se refiere el"autor, respuestas adec11adas tra la comuniolad negra, «frustración» que tiene lurar tras un largo
o adaptadas a los problemas existenciales, a las frustraciones c.' e los período de m< jora de las condiciones de vida (emrkos, educación,
actores sociales sometidos a los efectos de la «Curva en J,.? ¿Se trata derechos civiles y seguridad física) iniciado tras la guerra de Sece-
simplemente de la consabida descarga de agresividad, lo que hara en- sión 14 •
trar al conjunto de enfrentamientos que tienen como origen una •cur-
va en J,. de las satisfacciones, en la categoría de lo que Coser llama
cconflictos no realistas» 12 ? ¿O se trata, por el contrario, de re~pues­ Tensiones y ml mentos críticos en el enfoq11e de D. E,zston
tas racionales cuya dinámica consistiría en el realineamiento de :as sa-
tisfacciones reales sobre las aspiraciones frustradas? Ya hemos suge:ldo anteriormente que estas dificult; des no son ex-
La imprecJ!ión caus:J no proviene ~nicament~ de estos _esla )Ones clusivas de la "ceo ría de la curva en J". En realidad, las volvemos a
que faltan. Tenemos que volver al gráfico antenor. ¿Que tenemos encontrar en ca;i todos los trabajos etiológicos centrados en fenóme-
que hacer para conocer la diferencia que separa ~l margen de insatis- nos como la df:cepción en las expectativas, la «priv< ción,. y la «de-
facción tolerable del margen intolerable, generador de los fenómenos privación» relativa o, naturalmente, la «frustración» 15 • Y son igual-
revolu~l?narios? Si seguimos a Davies, también ésta hay que inferir- mente identificables, aunque de manera más signific, tiva, en las pro-
la, ex post, de lo que ha tenido lugar, es decir de los movimientos so- blemáticas etiológicas más alejadas de las hipótesis psicológicas, en
ciales que se expresan a través de la «violencia• o de la «revolución•. las más macrosociológicas. Un breve ejemplo bastar; para mostrarlo,
De hecho, la demostración se condena a una circularidad total. En un ejemplo muy diferente de la construcción concf ptual de Davies,
un primer tiempo, una «Violencia» cualquiera puede conducir al paso el de la perspectiva sistémica propuesta por David 2aston 16 • Se ob-
del margen de una distancia tolerable entre aspiraciones y satisfac.,. servará que, de forma bastante similar a lo que se ha visto con el mar-
ciones reales a una distancia intolerable. Y, en un segundo tiempo, la gen intolerable en la «teoría de la curva en Ji., el espejismo etiológico
existencia así inferida de un margen intolerable autorizará una impu- afecta incluso a la consistencia lógica y a la estrucn ra explicativa de
tación de causalidad, Q decir «explicará» la violencia observada. En las herramientas intelectuales especialmente creadas ·>ara hablar de los
otras palabras, existe siempre el peligro de hacer verdadera la explica- procesos de crisis de los sistemas políticos.
ción mediante la definición, haciendo de la «violencia• o de la «re- Contrariamente a una leyenda tenaz 17 , Easton 1.0 ignora absolu-
volución» la prueba de la insatisfacción. De este modo la explicación
se convierte en irrefutable y rrivial, pues supone la eterna búsqueda ,. J. C. Davies, ~The J-Curve ... • en Graham y Gurr, Vi< /e¡m: in America ... ,
de una distancia cualquiera, no especificada, entre aspiraciones y sa- ob. cit., en especial, pp. 429-434.
tisfacciones realc:s u_ Y allí donde los índices económicos resultasen u Especialmente, a pesar de su •estructura causal. m:á; compleja, los de
manifiestamente inadecuados, bastará con señalar otro tipo de trans- T. R. Gurr, •A causal model of civil strife; a comparative analysis using ncw indices.,
Tbt: American Political Science Review, 62( 4), diciembre dé 1%8, pp. 1104-1124 y Why
formaciones coyunturales. Así, por ejemplo, para explicar la irrup- men rebe/, Princeton, N.J., Princeton University Press, 1970. En muchos aspectos,
ción en' la escena política americana de los movimientos radicales ne- existen dificultades análogas en los trabajos que recurren a varíantes estrictamente so-
gros de los años sesenta, Davies localizará la distancia entre satisfac- ciológicas -morfológicas- de las hipótesis de la frustración o de la decepción de las
ciones reales y aspiraciones en la reaparición de la violencia física con- expectativas; por ejemplo: R. Boudon, ·Mai 68: crise ou conflit, aliénation ou ano-
míc?-, L'Année Sociologique, 1968, pp. 223-242, y P. Bourdicu, •Classement, déclas-
sement, reclassement•, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 24, noviembre de
11
El conflicto no realista viene definido por el carácter no instrumenul del com- 1978, pp. 2-22.
porumíento conflictivo de uno de sus prougonistas (el comportamiento no represen- 16
D. Easton, A systems analysis of política/ life, Chicago y Londres, The Univer-
ta un medio para alcanzar un fin). Ver L. Coser, The functions of social conjlia, Nue- sity of Chicago Press, 1979 (l.' ed. 1965; trad. al francés bajo d tirulo Analyse du syste·
va York, Thc Free Press, 156, pp. 48-54 (Trad. cast., México, FCE, 1961]. me politique, París, Colin, 197~).
u Véase sobre este punto las observaciones congruentes con las notas de 17
Véase por ejemplo, C. Polin, ·David Easton ou ies difficultés d'une certaine so-
D. Snyder, C. Tilly, ·Hardship and collective violence in France, 1830 to 1860•, Ame- ciologie politique•, Revue Franraise de Socíologíe, 11-12, número especial, 1970-1971.
nc.Jn Sooologícal Rt?'l11ew, octubre de 1972, p. 520. Para una puesta a punto útil en lo que se refiere a este aspecro del enfoque de Easton,
Miche/ Dobry Tres espejismos de iz sociología de w crisis políticas 45

tamente los fenómenos conflictivos. En la conceptualización de los cientes o, por el contrario, en situación de sobrecarga, en razón del
sistemas políticos que propone, la categoría de análisis pertinente es laxismo de los gate-keepers en su entrada) 23 ; c) la erosión del apoyo
la de tensión (stress) 18 • Merece la pena citar la definición de tensión: con que cuenta el sistema político 24 ; d) las divergencias sociales,
fuente de tensión difícil de distinguir de la erosión del apoyo, y que
[ ... ] These two distinctive features -the allocation of values for a society and quizá sería más riguroso, incluso desde el punto de vista de Easton,
relative frequency of compliance with them- are the essencial variables of presentarla como una variante de esta última 25 •
política! life [ ... ] One of tLc important reasons for identifying these essencial Las diversas fuentes de tensión remiten claramente a la concep-
variables is that they give us a way of establishing whe~ and how the dis- ción desarrollada por Easton de las relaciones entre todo sistema po-
turbances acting upon a system threaten to stress it. Stress wíll be said to oc-
lítico y su entorno: estas relaciones son descritas como flujos de in-
cur when there is a danger tha~ the essencial variables will be pushed beyond
tercambios y transacciones que. atraviesan las fronteras del sistema.
what we may designate as their critical range 19•
'· ..
· El punto débil que nos interesa señalar en esta construcción con-
ceptual 26 se refiere precisamente a la «Zona crítica• de las «variables
Como se ve, el dispositivo conceptual es aquí de los más clásicos:
esenciales». En efecto, no hay ningún elemento preciso que nos per-
al lado de las dos «variables esenciales• de la vida política (variables
mita averiguar dónde está situada esta «zona crítica• más allá de la
que, según Easton, distinguen a los sistemas políticos de los demás ti..:
cual el sistema político está sometido a una tensión que amenaza su
pos de sistemas sociales) 20, existe la idea de una perturbación que ac-'
persistencia. A menos, desde luego, que nos contentemos con cons-
túa sobre el sistema político. La perturbación, sin embargo, no se con-
tatar, a posteriori, después del suceso, el momento en el que el siste-
funde con uno de sus posibles efectos, el stress, ya que determinadas
ma «Se vino abajo,. y con llamarle, para atender a las necesidades de
perturbaciones pueden ser positivas o favorables a la pervivencia del
la causa sistemática, «zona crítica•. Ahora bien, esto es precisamente
sistema, y otras pueden ser neutras a este respecto 21 • Sería inútil para
lo que tiende a hacer Easton.
nuestro propósito inmediato entrar en el detalle de los diversos pro-
He aquí el ejemplo de la tensión que tiene como origen una ero-
cesos --que Easton llama «fuentes» de las tensiones- mediante los
sión del apoyo:
cuales las perturbaciones pueden desencadenar una tensión en el sis-
tema político. Recordemos únicamente que pueden estar en el origen
de las tensiones: a) las demandas dirigidas al sistema político (en fun-
ción de su contenido, de su volumen, de su ritmo de aparición espe- ciencia de los outputs producidos por el sistema político (outputs failure) para hacer
frente a las demandas que le son formuladas.
cialmente) 22 ; b) los canales de transmisión de las demandas (insufi- 23
/bid., pp. 120-121.
H /bid., pp. 220-229. Volveremos en detalle sobre la cuestión de la erosión del ~po­
yo en el capítulo 8.
véase P. Favre, ·Remarques pour une défense critique d'Easton-, Annales de iLz Faculté
25
lbíd., pp. 230 ss. Véanse sobre este'punto las observaciones de J. W. Lapie!Je,
de Droit et de Scíence Politique de Clermont-Ferrand, 11, 1974, p. 313. L 'analyse des systemes politiques, París, PUF, 1973, pp. 146 ss. f.Z
26
18 Para una discusión teórica más profunda de la noción de •stress• nos remitire- Dejaremos aquí de lado la cuestión, por lo demás ya de sobra conocida, del no-
mos a D. Easton, A framework for politícal analysís, Englewood Cliffs, N.J., Prenti- minalismo de Easton, que sin embargo ilustra muy bien, por lo que se refiere a la
ce-Hall, 1965, caps. VI y VII, especialmente pp. 90-101 [Esquema para el análisis polí- •zona crítica•, el párrafo siguiente: ·Zones of transition probably intervene in most.
tico, Buenos Aires, Amorrortu, 1969]. cases, and durign them, the imput of support may be radically altered for better or
19
D. Easton, A systems analysis ... , ob. cit., p. 24. worse from the point of view of survival of the object. But even though this is true,
20 /bid., D. Easton, A framework ... , ob. cit., p. 96. at sorne point, even if it can be established only ex post fact, when the decline in mp-
21
D. Easton, A systems analysis ... , ob. cit., p. 22; A framework ... , ob. cit., p. 91. port will have decisivdy fallen below its minimal leveh (A systems analysís . ., ob. cit.,
No olvidaremos aquí el problema de la distinción entre perrurbaciones externas y per- pp. 223-224, subrayado por M. D.) Sobre el nominalismo de Easton, véanse B. La-
turbaciones internas de los sistemas políticos, problema al que Easton aporta respues- croix, •Systémisme ou systémystification•, Cahíers lnternatíonaux de Sociologie. 58,
tas en conjunto poco convincentes. enero-junio de 1975, pp. 97-i22; M. Riglet, •Note".critique• {a propósito de B. B~die,
22
D. Easton, A systems analysis ... , ob. cit., pp. 60-69. Easton incluye en esta ca- R. Dubreuil, •Analyse systémique d'une crise: le Front populaire-), Revue Franr:;aíse
tegoría de fuentes de tensión las situaciones caracterizadas por el fracaso o la insufi- de Scíence f'olitíque, 24(1), febrero de 1974, pp. to1f-110.
46 Michel Dobry Tres espejismos a ~ la sociología de las crin poliricas 47

At given moments in history, even if w~had measures of support, ic might tión del paso ·le las causas atribu das a las crisis a ¡ us productos, es
turn out chat we could not be certain wh~n che minimal poinc had been rea- decir las prop as crisis. La posttra etiológica concluce aquí, de he-
ched. We are frequently confronced with recalcicrant siruations in research
cho, a desinten sarse de las movili !aciones de las que surgen estos pro-
chac defy analyses in black and whitc terms. We may not know whether we
do or do not have minimal support since it may fluctuate rapidly around a ductos y que snn también, en es :e sentido, materi¡¡i de estudio 28 •
neighborhoo<l of bare adequacy. In many historical circumstances, for ex- Pero lo que 1emos intentado ;uestionar aquí no es en ningún cas(:
tended period of time it is virrually impossible to forecast the outcome wich la legitimidad d ~ cualquier estuc .io de las crisis en términos de cau ·
respect to che survival or change of an existing political object 27 • salidad. Además cuando se trat:. de ver de qué se nutren las movil; -
zaciones con ant !rioridad a las :risis, algunos de }, )S factores indic:i.-
Pero no hay que confundirse: contrariamente a lo que parece su- dos por las hipótesis etiológica! (especialmente los factores de ord1:n
gerir East~, no se trata de una simple cuestión de operacionaliza- morfológico, cuando dan form 1 a anticipaciones dtsmentidas por hs
ción o de medida empírica. Efectivamente una objeción de este tipo resultados), resu'.tan adecuado ;. El problema está, por el contrario,
no sería de recibo. Una teoría, por poco fecunda y coherente que sea, hay que repetirlo una vez má.5, en un concepción e emasiado estri1 ta
puede muy bien permanecer mucho tiempo· fuera del alcance de una de la causalidad: la idea de qi .e los determinantes <1e una crisis p1 e-
pm,Pa empírica decisiva. Pero la imprecisión de las formulaciones re- den ser identificados mediant•.: procesos intelectuale, o, más ingem .a-
lativas a la «zona crítica» es absolutamente sorprendente: el nivel mí- mente aún, mediante infereni:ias estadísticas, indept ndientemente de
nimo de apoyo se define como una zona «bastante ancha•, «Unos lim- cualquier esfuerzo por comf render qué «son• las e risis y por ha ;er
bos en los que el sistema puede permanecer durante un período bas- inteligible de lo que están l1echas. Y la idea, en rt sumidas cue1 tas
tante largo». En realidad, nos parece que estas formulaciones alam- complementaria, de que la 1:xplicación de lo que, er el análisis, ! ólo
bicadas traducen una verdadera renuncia a toda especificación teórica representa ciertos aspectos limitados de la génesis c. e una movil za-
de los umbrales mínimos de la famosa «zona crítica•. Aún así, el apo- ción implica la del conjum l del fenómeno en que e~ ta moviliza< íón
yo mínimo "ºº siempre aparece como una condición específica en está inscrita.
un momento dado o como un punto en la escala que separa la su-
per\rivencia del hundimiento• del sistema político. Aunque se acep-
tara, ¿por qué no?, la idea de un contmuum (pero entonces ¿por qué
EL ESPEJISMO DE LA HISTORIA NATURAL
hablar de «zona .. o de «umbral» crítico?), se impone la conclusión
de que, al menos en este punto -verdaderamente capital para el aná-
Para avanzar no basta, sin embargo, con sustituir la búsqueda de las
lisis de los procesos de crisis política- el dispositivo conceptual de
«Causas» por una focalización del interés sobre los resultados de los
Easton no es ni siquiera capaz de llegar a una mínima indicación pre-
procesos de crisis. El examen de la trampa que representa la ten ta-
cisa. En otras palabras y de modo más directo, este dispositivo en la
ción de la historia natural nos va a permiéir comprenderlo. Este .;e-
práctica no sirve para nada, aparte de la posibilidad que nos ofrece
gundo espejismo recurrente de la sociología de las crisis políticas 1 o-
de dar un nombre, distinto y ex-post, a los acontecimientos vividos
rresponde, también, a una categoría precisa de objetivos de inves ti-
por los actores sociales como rupturas en sus sistemas políticos.
gación: recrear la concatenación temporal particular de las diversas a-
Desde luego, para la comprensión del juego del espejismo etioló-
gico, no resulta indiferente el hecho de que el tipo de dificultades de
28
las que acabamos de hablar se manifieste, dentro de la conceptuali- Es significativo, a este respecto, que Easton sólo pueda explicar las situacio1·es
zación de Easton -pero lo mismo ocurría en la «teoría» de Davies- especiales que corresponden a transformaciones bruscas de la división del trabajo f o-
lítico -cuando las demandas dirigidas a las autoridades se hacen directas, no med.a-
justamente en el lugar en el que el investigador se enfrenta a la cues- tizadas por los gate-keepers del sistema político- a costa de un abandono de heóo
de su conceptualización, que es sustituida por una especie de razonamiento, o n .ás
27
bien de retórica, de la •excepción• (D. Easton, A systems analysis ... , ob. cit., pp. 88
D. Easton, A systems analysis ... , ob. cit., p. 223. y 89, especialmente nota 3).
48 Michel Dobry Tres 1:spejismos dt: la sociologÍ4 de /,.s crisis polítÍCJJJ

ses o etapas que conducen a un determinado tipo de resultado --que sucesión de las diferentes fases parece estar organizada de acuerdo
a partir de ahora llamaremos «fenómeno-efecto»- por ejemplo, una con una analogía paramédica. Los primeros momentos, la gestación
revolución, una oleada de huelgas, un escándalo político, el hundi- de una revolución, serían identificables gracias a una serie de «Sínto-
miento de un régimen autoritario o la toma del poder por un partido mas,. típicos: un crecimiento económico acelerado, un aumento de
fascista. Esta tentación de la historia natural descansa sobre una creen- las expectativas asociado a este crecimiento, divisiones sociales agu-
cia fundamental bastante simple. Se trata de la idea de la existencia das (Brin ton habla de «antagonismo de clases,.) alimentadas por este
de ciertas regularidades en la «marcha de la historia», cuyo ordena- crecimiento, el cambio de vasallaje de los intelectuales 31 , la pérdida
miento secuencial se ofrece al historiador o al sociólogo como prin- de confianza en sí misma de las antiguas clases dirigentes, la mani-
cipio de desciframiento de la realidad allí donde otros ordenamientos fiesta ineficacia de la maquinaria gubernamental y, al menos en tres
de los hechos parecen fuera de lugar. De este modo, el modelo de la de los cuatro casos, serias dificultades en las finanzas públicas. Estos
historia natural está indisolublemente asociado a una intención com- rasgos, sin embargo, sólo c'onstitu"yen los «pródromos,. y los signos
parativa, a una voluntad --con la que, por supuesto, sólo cabe sim- de· la «fiebre• que vendrá más tarde 32 • La primera fase de la revolu-
patizar- de alejarse de otro espejismo, más histórico y mucho más ción propiamente dicha conoce una toma del poder por los revolu-
común, el de la irreductible singularidad de cada fenómeno de «cri~ cionarios. Esta toma del poder se efectúa después de un doble fraca-
sis,.. Sin embargo, la historia natural no puede por menos que ser se- so; por una parte, el de las demandas formuladas por los grupos so-
riamente impugnada desde este punto de vista, el punto de vista com- ciales movilizados; por otra parte, el de las tentativas de uso de la re-
parativo, y ello en el mismo núcleo de su lógica intelectual. presión física por las autoridades contra aquéllos. Pero esta toma de!
poder, subraya Brinton, se realiza más bien "ª la chita callando,., sin
grandes efusiones de sangre y, sobre todo, beneficia a los revolucio-
El estudio comparativo de las «grandes revoluciones> narios «moderados,.. Son los grupos más abiertos al compromiso 33 ,
girondinos, presbiterianos, mencheviques, los que se apoderan de la-;
El terreno clásico de la «historia natural», donde mejor podemos cap- posiciones gubernamentales. Sin embargo no son capaces de detener
tar su lógica, es el del estudio comparativo de las «g~andes revolu- el desarrollo de una situación de «doble poder,. 34 • A esta fase de "fie-
ciones,.. Aunque Crane Brinton no es el inventor de este modelo 29 , bre» le sucede la fase más aguda del proceso revolucionario, la fase
el estudio que consagró a la visión de cuatro «grandes revoluciones» de la «crisis,.. En esta fase, los «moderados,. son apartados del po-
sigue siendo indudablemente el modelo más acabado. Brinton se cen- der. Nos encontramos, desde el punto de vista de Brinton, con un
tró en las revoluciones inglesa, americana, francesa (1789) y rusa. In- desplazamiento favorecido por poderosas «presiones objetivas•, en
tentó extraer de su comparación las «uniformidades,. que estos epi- especial intervenciones militares extranjeras que amenazan al nuevo
sodios históricos tenían en común. Consideró que estas «uniformi- régimen y, sobre todo, por el hecho de que los «moderados• serían

influenc~~
dades,. podían articularse en etapas claramente diferenciadas, recu-
rrentes en uno y otro episodio y que, a sus ojos, justamente carac- 31
Estas concepciones han tenido considerable, que se puede apreciar in- l
terizaban el fenómeno «revolución» 30 • cluso en las recientes •re-escrituras•, a veces bastante ideologizadas, de la Revolución
de 1789 (aunque Edwards y Brinton parecen, al menos en Francia, si no ignorados,
El esquema que forman estas «uniformidades,. se ha convertido al menos, por obscuras razones, indignos de ser citados). Estas concepciones pueden,
en familiar incluso para aquéllos que jamás han leído a Brinton. La por otra parte, compararse legítimamente con la forma en que Gramsci consideraba el
lugar y el papel de las diferentes fracciones de intelectuales en los procesos revolucio-
narios (véase sobre este punto, H. Portelli, Gramsci et le bloc historiqut, París, PUF,
29
Cf, especialmente el prefacio de Morris Janowitz a Edwards (P. Lyford), The 1972). .
32
natural history of revol11tÍon, Chicago, The University of Chicago Press, 1970, pp. !X- C. Brinton, The anat¿my of re1Jolurion, oh. cit., cap. 2.
XII (!.' ed. 1927). J) !bid., p. 133. -
30
C. Brinton, The anatomy of revolution, Nueva York, Vintage Books, 1965 (!.' 3
~ O, más concretamente, de .doble soberanía•, y2 que Brinton tiene sin duda en
ed. 1938). mente el modelo de la Dvovúst1A de la Revolución rut¡t de 1917 (ibid., pp, 132-137).
50 Mü:htl Dobry Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 51

incapaces -por naturaleza, parece penlar Brinton Js_ de establecer cio» en el verano de 1976 38 • Lo mismo ocurre con las diferentes fa-
el gobierno fuerte y centralizado que las·.circunstancias «exigen». Tie- ses del proceso revolucionario. La insurrección del 9 de febrero de
n~ lugar entonces el «reinado de los radicales• y, a la vez, el surgi- 1979 viene precedida por un período de política errática de las auto-
mte~~o de un hombre fuerte, la monopolización de la acción y de las ridades, que oscilan entre concesiones que sus adversarios conside-
pos1c1ones gubernamentales por grupos políticos relativamente res- ran insuficientes y el recurso a una represión que, a partir de enero
tringidos (independientes, jacobinos, bolcheviques) y, también, la or- de 1978, y más aún en septiembre del mismo año, se revelará, a pesar
ganización del terror. Finalmente viene una última fase, «termidoria- de su ostensible brutalidad, manifiestamente ineficaz frente a las múl-
na», característica por la vuelta a un statu-quo soportable, una fase titudes movilizadas. La toma del poder por los revolucionarios ad-
de «Convalecencia» de la sociedad, que ha recobrado un cierto equi- quirirá también la forma de un gobierno «moderado,., el de Bazar-
librio despu~ de la «enfermedad• 36• gan, que se mostrará impotente ante la rápida desaparición, de he-
Tardaremos en darnos cuenta del esquematismo y de la ingenui- cho, de todo monopolio de la violencia organi,zada 39 • Con la desti-
dad de este cuadro. En primer lugar porque, como veremos más ade- tución de Bazargan, en noviembre de 1979, se hará manifiesto el mo-
lante, la lógica intelectual que preside el modelo de la historia natural vimiento hacia un gobierno de los «radicales•. El movimiento coin-
está p_re~ente, a menudo bajo formas irreconocibles,· en un gran nú- cidirá con una intensificación de la confrontación con el •enemigo ex-
mero~ estudios de los fenómenos críticos. Pero también porque se- terior» (la ocupación de la embajada de los Estados Unidos se pro-
ría absurdo ignorar que su virtud descriptiva puede resultar a veces duce el 4 de noviembre) -40 y a continuación se alimentará con la gue-
absolutamente sorprendente. Así pues no se ha dudado en aplicarlo rra contra Irak. Así pues no hay nada que impida ptnsar que, tarde
a otros casos distintos a los tratados por Brinton, como por ejemplo o temprano, esta fase de «crisis» desembocará en un período de con-
a la Revolución iraní de 1978-79 37• valecencia, de estabilización de la situación interna de Irán y de •<nor-
Los síntomas de la revolución en ciernes están con toda evidencia malización,. de su situación internacional.
presentes en la sociedad iraní antes de 1978. Nos encontramos, desde En estas condiciones ¿por qué mostrarse reticente ante un esque-
luego, con un crecimiento económico rápido, ligado, en este caso, a ma que «funciona» tan bien? ¿En qué puede estorbar la comprensión
la renta petrolífera, y la acentuación correlativa de las diferencias en- de los procesos revolucionarios, y más en general, de las coyunturas
tre los diversos grupos sociales toma concretamente la forma de 'un de crisis, la historia natural, que parece poder explicar perfectamente
alejamiento de aquéllos que gozan de un modo de vida «consumis- episodios históricos tan alejados en el tiempo y tan opuestos por las
ta», a lo occidental, del resto de la población. Los demás «pródro- áreas culturales a que pertenecen las sociedades afectadas?
mos,. están también en su sitio, desde el cambio de vasallaje de los
intelectuales -sin duda reforzado por las indecisas tomas de posición
de la administración americana en inateria de derechos humanos-- La lógica del «método regresivo ...
a la pérdida de confianza en sí mismos de los grupos dominantes
que, por ejemplo, ven cómo el régimen «declara la guerra al benefi- La respuesta a esta cuestión remite principalmente al modus operandi
~ropio de la historia natural, cualquiera que sea, por otra parte, el
tipo de fenómeno al que se aplique el esquema de la historia natural.
El elemento que determina una gran parte de la lógica intelectual
Js • The Moderates by definition are not grear harers, are not endowed widi the
dfcctive blindness which keeps men like Robespierre and Lenin undisrracted in their
de la historia natural reside en el particular método histórico a que
nse to power [ ... ] The Moderates, then do not really believe in the big words they
h•ve to use. They are ali for compromise, common sense, toleraúon, comfort.» (Ibiá.,
• Ja ':éase entre otros muchos, P. Vieille, • Transformacion des rapports sociaux et
~J~) .
_,,, IbuJ., especialmente pp. 235-236. revoluuon en Iran•, Peuples méditerrannéens, julio-septiembre de 1979, pp. 25-58.
39
M. M. J. Fisher, ob. cit., p. 223.
,
17
Véase especialmente M. M. J. Fisher, lran, from religious dispute to revolution,
iO f biJ., pp. 234 SS.
Cambndge, Mass., Harvard University Prtss, 1980, p. 239.
52 Michel Dobry Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 53

conduce (casi) inevitablemente todo objetivo de investigación del tipo -por ejemplo de las «revoluciones- para intentar remontar la ca-
que se ha fijado Brinton, es decir la exposición de una secuencia de dena de determinaciones, llegará a un verdadero callejón sin salida.
sucesos, etapas, uniformidades o, eventualmente, precondiciones, se- En efecto, se encontrará ante una imposibilidad lógica -y sobre todo
cuencias que se supone tienen que desembocar en un tipo determi- práctica- de percibir tanto las diferencias como las similitudes entre
nado de fenómcnos, en este caso las «revoluciones». Para esclarecer la categoría de los fenómenos así recortados y la de las demás con-
la discusión, es útil coger la variante considerada como más rigurosa catenaciones históricas, eventualmente similares, pero que habrán te-
de la historia natural, la que se apoya en el «método regresivo». Co- nido la poca delicadeza de haber desembocado en resultados no coin-
rresponde a uno de los precursores desconocidos .de la historia natu- cidentes con la definición dd fenómeno-efecto que ha servido de pun-
ral, el sociólogo francés Arthur Bauer, el haber formulado, en su Es- to de partida del análisis. f-1 historiador sólo podrá esperar identifi-
sai sur les révolutions, publicado en 1908, de la manera más clara y car diferencias y ciertas similitudes en el seno del conjunto restrin-
sin duda más cruda, los principios de este «método regresivo»: gido de los casos históricos que delimita la definición, escogida por
1
él, del fenómeno-efecto (en este sentido, la definición del fenómeno
•Les révolutions sont des changements tentés para la force dans la constitu- de «revolución• utilizada por Bauer, dado que se extiende también a
tion des sociétés.,. Te! est le fait social dont il s'agit de découvrir les causes. los intentos de cambio por la fuerza, selecciona un conjunto de he-
Pour cela il faut user de la tnéthode régressive: partir de l'effet et remonter. chos notablemente más extenso que la definición, ampliamente im-
jusqu'aux causes initiales, en prenant soin de parcourir toute la série des cau- plícita por lo demás, de Brinton). ·
ses interrnédiaires 41 •
Dicho de otro modo, todo recorte de los hechos históricos que
obedezca a esta lógica constituirá inevitablemente un importante obs'
Ahora bien, todo esto no es ni mucho menos tan evidente como
táculo para el método comparativo. Impedirá incluso lo que la pers-
parece. Este «método regresivo,., unido, cuando subraya Bauer, a una
pectiva de la historia natural intenta en principio, la identificación de
definición del fenómeno-efecto, está, en el terreno que aquí nos ocu-
los eventuales rasgos originales de la clase de fenómenos que se ha
pa, en el origen de serias equivocaciones.
tomado como objeto de estudio y, más aún, la identificación de h
En primer lugar, el recorte de la realidad, de los «hechos» histó-
eventual especificidad de las secuencias históricas cuyo «efecto» ele-
ricos pertinentes, a que conduce el «método regresivo». Este recorte
gido como punto de partida del análisis se supone que es el produc-
tiene una doble dimensión. Opera en la profundidad histórica de cada
to. Así pues, y es triste tener que subrayarlo, no se pueden precisar
caso observado, mediante la selección de determinadas clases de he-
los elementos por los cuales estas secuencias históricas podrían dife-
chos en función, volveremos sobre ello, de la «intriga• 42 que crea
renciarse --0 no-- de otros procesos que han conducido a otros re-
cada variante de la historia natural. Pero el recorte a que conduce el
sultados y que, por esta razón, han quedado fuera del campo de com-
«método regresivo» traza también las fronteras del conjunto de los
paración.
casos históricos que se han considerado comparables, es decir de los
No hay, por lo demás, ninguna-razón para pensar que, bajo este ..
casos que presentan a grandes rasgos las características elegidas para
punto de vista, cualquier relajación del «método regresivo,., o inclu-l
la definición del fenómeno-efecto.
so su abandono en aras de una comparación intuitiva --0, eventual-
La consecuencia sin duda más inesperada y, curiosamente, muy
mente, «inductiva,. 43- de las «uniformidades,., podría modificar
raramente comprendida, de esta manera de proceder es que el histo-
riador (o el politólogo), por casualidad comparativista, que siga las 43
De lo que Brinton er.1 perfectamente consciente: • The popularization of Baco-
indicaciones de Bauer y que parta tranquilamente de los «efectos,. nian ideas on induction is probably the chief source of the erroneous norion that the
sciemist <loes :iothing to the facts he laboriously and virtuously digs up, except to !et
•• A. Bauer, Essai mr les révolutions, París, Giard et Briere, 1908, p. 1 t. them fall neatly into a place they make themselves. Facts themselves are not just •out
there• and we should be "';l!ing to accept L. J. Handerson"s definition of "fact" asan
42
Sobre la noción de •intriga•, véase P. Veyne, Comment on écrit l'histoire. Essai
d'épistémologie, París, Le Seuil, 1971, pp. 45-62 [Cómo se escribe la historia, Madrid, empirically verifiable statement about phenomena in !erms of a conceptual scheme. •
Fragua, 1972]. (ob. cit., p. 9.}
M ichel Dobry
Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 55
"'
sustancialmente esta lógica del recorte. Si\T}plemente éste, que se se-.
b~az.ad? ~ue queda el ~?epto de la hi~toria natural ante este episo-
guiría haciendo a partir de una definición del "fenómeno-efecto,., no
dio h1stonco. Con relac1on a la secuencia descrita por Brinton, la Re-
cargaría ya con la exigencia de localización de los vínculos causales
volución boli:Viana de 1952 se caracteriza por su estado incompleto,
entre las «uniformidades,. o las etapas mencionadas 44 • El esquema
par la ausencia del reinado de los radicales y de la reacción tennido-
~e la ~storia natural pierde, en estas condiciones, ambición explica-
tiva sm, por otra parte, ganar nada -lo contrario hubiera sido sor-
n:mª· En cambio, los otros estadios de este episodio parecen coinci-
dir enteramente con el esquema de la historia natural 48 • Fijémonos
prendente-- en el plano comparativo.
pára nuestro propósito en que la toma del poder por los moderados
Lo mismo sucede, a nuestro entender, con la recuperación de la
-el MNR de Paz Estenssoro- va acompañada por la desaparición de
definición del esquema secuencial de Brinton que se ha propuesto a
roda monopolización de la violencia física organizada 49 • En las zo-
veces para con~lidar este tipo de enfoque 45 • Extender la definición
nas mineras e incluso en algunos sectores rurales nacen milicias au-
del fenómeno «revolución,. al conjunto de las «uniformidades,. iden-
tónomas de las nuevas autoridades centrales y, sóbre todo, los radi-
tificadas por Brinton sólo conduciría a restringir, esta vez explícita-
~es ~o están ausentes d~ la_ escena polí~ica: son especialmente acti-
mente, la cantidad de casos históricos legítimamente comparables a
vos e mfluyentes en los smd1catos, especialmente en los de las minas
las «grat{des revoluciones» mencionadas anteriormente 46 •
d~ estaño 50• Y, sin embargo, la «revolución,. sigue en este punto do-
Este impasse de la historia natural lleva consigo un segundo as-
mmada por los moderados, el MNR, pero ni mucho menos estabili-
pecto, que se refiere a las relaciones causales que supuestamente ac-
zada, hasta la intervención de los militares en 1964. Permanecerá,
túan en las concatenaciones de las fases históricas identificadas. Sirva
como
. dirán de manera reveladora sus comentaristas , «inacabada» ,
de ejemplo la «Revolución» boliviana de 1952, es decir los sucesos
cmco°'.plet~'"· ¿Qué se puede hacer por lo tanto, desde la perspectiva
que han pasado a la historiografía contemporánea bajo esta denomi-
de la histona natural, con esta «revolución»? ¿Merece realmente esta
nación 47• En primer lugar es fácil imaginar lo extremadamente em-
denominación? Si siguiéramos la pendiente de la historia natural -al
menos en la variante clásica de Brinton- no deberíamos considerar
++ Conviene resaltar que este descubrimiento de los vínculos causales, remontán-
dose desde los •efectos• a las •causas•, no es tan fácil como parece creer Bauer, prin- es:e ~a~o ni comparar los enfrentamientos políticos bolivianos de
c1palmenti: porque supone la puesta en práctica de un esquema teórico que permita, pnnc1.p10s de los años cincuenta con el desarrollo de las «grandes re-
al menos, deducir cuáles son los •hechos• suscepúbles de consútuir las •causas• ... A voluc10nes,.. O entonces, y aquí es donde surge el aspecto causal del
falta de esto, remontarse desde los efectos a las causas se reduce a invesúr la selección ~-p_asse de la •?istoria n.atural,., habría que intentar salvar algo de su
de estos hechos de toda la imaginería causal de la sociología espontánea, y conduce,
por tanto, a borrar cualquier diferencia entre el •método regresivo• así practicado y
log1ca, como hizo Huntmgton, atribuyendo el «fracaso» de esta «re-
su abandono puro y simple (como es el caso del método del propio Bauer: el empleo volu~ión» --es decir para este autor, como para muchos otros, la au-
de_ la fuena _-cara_ccerístic~ de las •revoluciones- cdepende• de los agentes que lo sencia de. una f:ise radical- a su carácter «pacífico». Según Hunting-
uuhzan -+ estos siempre aenen una •razón• para haberlo hecho (ideas, sentimien- ton, la v10lenc1a en el proceso revolucionario teng¡ía dos tipos dis-
tos, etc.).:...+ ¿de dónde vienen estas •razones•? del partido revolucionario (y así con-
tÍnúa); Emu sur les révolutíons, ob. cit., pp. 12-15).
• 5 G. Nade!, •The logic of che A11atomy of Revolution with reference to che Net-
. V'ease, ~oncretamente, sobre los •pródromos. de la revolución (cambio de va-
•B

herland Revolt-, Comparative Studies in Society an History, 2(4) julio de 1960, salla¡e de los mtelectuales, división y .alejamiento• de las elites o cambio brusco de
las co.runturas económicas) y sobre la utilización errática de la fuena por parte de las
pp. 473-484.
44> El i:aso americano, y Brinton se dio perfecta cuenta de ello, presenta algunas
autondades, J. M. Malloy, The uncompleted revolution, ob. cit., pp. 64 ss., 71, 81,
323-324, 327-328 y 330.
dificultades muy serias a este respecto (C. Brinton, The anatomy of revolution, ob.
<9 !bid., pp. 179-1284.
cit., especialmente p. 254). 50
• 7 Véase especialmente: J. M. Malloy, The uncompleted revolution, Pittsburgh,
Por lo que se refiere a las relaciones coyunturales variables entre concretamen-
Umvcrncy od Pittsburgh Press, 1972; J. M. Malloy, R. S. Thom, comps., Beyond de ~· los grupos que se definen como •marxistas» (PIR y POR) y la Cent:al obrera boli-
revolution: Bolivia smce 1952, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1971; o tam- YJana (COB), y entre los •radicales• y los •moderados• de esta última, véase ibid.,
~~· 283-290; so~re las muy radicales e Tesis de Palacayo• adoptadas por la COB, véase
bién, para una presentación rápida, M. Niedergang, Les 20 Amériques latines, París,
Le Seuil, 1969, pp. 60 ss. ib1d., p. 147, asa como G. Lora, A history the Bolivian labour Movemerit - 1948-1971
C•mbridge, Cambridge University Press, 1977, pp. 246-252. '
56 Miéhel Dobry Trrs espejismos de la sociología de las crisis políticas 57
l <
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tintos de consecuencias. En primer lugar la violencia tendrfaJa «fun- enumeradas obedece, en todos los casos de utilización del esquema
ción,. de permitir la eliminación de determinadas tendencia$ rivales de la historia natural, a que estas uniformidades parecen organizadas
en competencia por la dirección del proceso revolucionarió;-ahora mediante vínculos de causalidad. Esto está presente tanto en la idea
bien, la competencia subsistirá e incluso cobrará mayor vigor hasta que tiene Brinton de lo que puede oponer a los «tipos humanos,. del
la caída de Paz Estenssoro. En segundo lugar, la violencia ést<Uia en radical y del moderado, en su idea de la dinámica necesaria de una
el origen de un cansancio que constituiría el resorte más efitaz para situación de «doble poder» 53 como en las reflexiones de Huntington
una vuelta al orden termidoriano 51 • En conjunto,_ el argumento de sobre las ·:funciones» de la violencia en los procesos revolucionarios.
Huntington resulta bastante soprendente, pues, como destacaron de En realidad, la dificultad no reside aquí, y está muy cerca de lo que
manera absolutamente explícita los fundadores de la historia natural hemos dicho del impasse comparativo a que conduce la historia na-
de las revoluciones, las fases iniciales de las «grandes revoluciones,. tural: ¿cómo saber si, en otros episodios históricos distintos de los
son, como en el caso de la Revolución boliviana, relativamente «pa- seleccionados, las mismas causas o las mismas configuraciones cau-
cíficas,.. Así pues, el «salvamento,. no consigue su fin, ya que el es- sales (por ejemplo, la defección de los intelectuales) no producen efec-
caso nivel de violencia no ha impedido en modo alguno la ulterior tos más o menos diferentes 54 --<:orno parece ser el caso de la Revo-
evolución de estos episodios históricos hacia su fase de «crisis•. lución boliviana de 1952? La falta de certeza de estas concatena-
Así pues, al problema del recorte se suma la dificultad de un con- ciones causales resulta aquí indisociable de la selección de los hechos
trol mínimo de las relaciones causales que, más o menos explícita- históricos a partir de ciertos tipos de «resultados•. En este sentido,
mente, según los autores, explican las concatenaciones de las diferen- poco importa que estos «resultados'" sean revoluciones «políticas», o .
tes fases distinguidas. Por lo tanto, es injusto reprochar, como se ha revoluciones «desde arriba,., «golpes de estado,. o «revoluciones so-
hecho a veces, a la historia natural su falta de interés por las causas ciales•.
de las revoluciones (T. Skocpol ha hecho del interés por los vínculos
de causalidad, la línea de demarcación entre el enfoque de la historia
natural y el «análisis histórico comparativo», que es su propio enfo- Naturaleza y sentido común
que 52 ). Ahora bien, la relativa plausibilidad de las «uniformidades»
Veamos ahora brevemente dos últimas dificultades, a decir verdad
51S. Huntington, Political order in changing societies, New Haven, Yale Univer- bastantes comunes en el terreno del conocimiento político, pero que
sity Press, 1976 (l.' ed. 1968), pp. 327-328 [El orden político en las sociedades en cam- afectan al núcleo del enfoque de la historia natural. La primera se re-
bio, Buenos Aires, Paidós, 1968]. fiere al mismo objetivo de este enfoque: la determinación de secuen-
52 Th. Skocpol, States an social revolutions. A comparative analysis of France, Rus-
cias históricas supuestamente características de un determinado tipo
sia and China, Cambridge, Cambridge University Press, 1979. Esta demarcación pro-
puesta por Skocpol es, desde este punto de vista, mucho menos clara de lo que desea- de fenómeno-efecto. Consiste en que _!!Ste objetivo está necesariamen-
ría este autor. Destaquemos, sin embargo, que los trabajos del tipo de la tesis de Skoc- te presidido por una representación muy particular de los procesos l
pol se esfuerzan claramente por controlar las concatenaciones causales comparando los sociales sometidos a investigación, representación de la marcha de la
casos seleccionados, por ejemplo ·las revoluciones sociales•, con otros casos que co-
rresponden a .efectos• finales diferentes, y también que Skocpol no se interesa dema-
53
siado por el propio ·desarrollo• de los procesos revolucionarios, a diferencia justa- Esta es la razón por la que no hay que conceder demasiada importancia a la ana-
mente de un Brinton (pero esto ya hay que ponerlo en el pasivo del análisis histórico logía paramédica que Brinron ha pretendido tomar como esquema conceptual organi-
comparativo). Por último, estos trabajos buscan sus •uniformidades• causales mucho zador: ninguna de las relaciones causales que sugieren las •uniformidades• extraídas
más profundamente en el pasado de las sociedades estudiadas (otro buen ejemplo de podría compara:-se con ella con cierta plausibilidad (el único caso discutible, a este res-
este enfoque, aparte de los trabajos pioneros de Barrington Moore, está en E. K. Trim- pecto, parece ser el de la ·frustración• asociada a las •esperanzas• producidas por el
berger, Revolution from above. Military bureaucrats and development in Japan, Tur- crecimiento económic9; véase, sin embargo, para una interpretación opuesta, G. Na-
key, Egypt and Peru, New Brunswick, N. J., Transaction Books, 1978, especialmente de!, •The logic of The Anatomy Reval11tion ... • art. cit.).
p. 19, para una comparación de las trayectorias de las •revoluciones desde arriba• con 54
Cf J. Rule, Ch, Tilly, •1830 and the unnatural history of revolution•, Thefo11r-
las de los casos descritos por Brinton). nal of Soci.al lssues, 28(1), 1972, p. 52. °' ,
Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 59
58 Michel Dobry

historia q~e c~nstituye el horiz~nte teórico de todo enfoque similar


ral ~~?en todas!~ p~~babilidades de no representar más que una re-
peuc1on, una uuhzac1on o, en el mejor de los casos, una sistematiza-
~ de la histona natural. Para comprender bien esta dificultad, con-
ción de los recortes inscritos en las categorías del lenguaje ordinario.
viene tener presente no sólo un tipo de fenómeno-efecto sino varios
de ellos simultáneamente. La perspectiva de la historia n~tural se re-
Por supuesto, estas categorías -«revolución,., «crisis política», «mo-
Ún», ."revuelta,., colea?~ de huelg~,., «escándalo político», etc.-
duce entonces, en líneas generales, a la idea, muy simple, de que a
c~nstttuyenyara el politologo materiales extremadamente preciosos.
cada uno de los diferentes tipos o clases de fenómenos-efectos --re-
Tienen s~ntzdo para los actores, estructuran sus percepciones, sus in-
voluciones», «crisis políticas .. , «escándalos•, «révueltas•, «motines•,
terpretac1o?es, sus ~~culos. Constituyen a menudo los objetos de su
etc.- le corresponden cipos de procesos históricos particulares y di-
competencia, cond1c10nan sus actos e incluso sus afectos. En todo
ferentes a los procesos propios de otras clases de fenómenos-efectos
esto, participan plenamente en la propia realidad social. Una vez plan-
o de ltsultados. En este preciso sentido cada tipo de fenómeno-efec-
teado .esto, _hac~~ de estas categorías el instrumento más importante
to tendría una naturaleza particular. La ambición última de la histo-
de la 10vesugac1on, su armazón, el principio para la selección de los
ria natural, normalmente inconfesada, consiste en mostrar que, desde
«hechos», y para la selección de las concatenaciones causales, es sin
su nacimiento, el proceso estudiado está dotado de una substancia
duda mucho más peligroso -ya que no sólo es improductivo, sino
r.Jque se vuelve a encontrar, que se cumple plenamente en el resultado
que es. contraproducente- de lo que a menudo se ha considerado.
en que desemboca y que lo orienta justamente en la dirección de ese
~o peligroso, a este respecto, es olvidar que, si bien «sabemos intui-
resultado.
t~vamente que esto es un~ revolución y aquello no es más que un mo-
El historicismo propio del enfoque de la historia natural está así,
un [.:-], no sabemos dectr qué son motín y revolución: hablamos de
de entrada, ligado al interés, determinante en la lógica de este enfo-
ello sm saber re~m~?te lo q~e son». Pero, añade Paul Veyne, tenien-
que, por los resultados de los procesos conflictivos. La historia na-
do de ellos «la tlus1on de la mtelección» !>s. Y, sobre todo, hablamos
tural no es capaz de admitir que la deriva de un fenómeno hacia un
de ellos toma~do_ del lenguaje corriente lo que éste tiene de más vago,
f~nómeno de otro tipo no pueda, al menos en ciertos casos, produ-
sus fronteras mctertas, sus esquemas implícitos, sus taxinomías con-
ctrse más que al margen. Tiene dificultades para admitir la idea de
fusas, con la ilusión suplementaria --que a menudo sirve de coarta-
que deslizamientos locales o transfonnaciones de poca amplitud pue-
da- de tener de este modo a nuestra disposición, sin mucho esfuer-
dan tener a veces •grandes efectos•, puedan dar la vuelta a tenden-
zo, un _vo~abulario observacional eficaz. Es decir que, desde luego,
cias de mucho peso. Aquí evidentemente no estamos cuestionando la
no~~ s1gmendo _e~ c~ino de la historia natural como la sociología
po~~ra dete:rninista, la del determinismo metodológico -la asimi-
políuca consegmra aislar eventuales secuencias recurrentes presentes
lac1on que ~un se hace a veces entre esta postura y el historicismo re-
en los procesos reales.
vela, no lo ignoramos, una actitud estrictamente ideológica-, sino la
visión panicular de la historia natural. La atención de esta última a
los res~ltados. de los procesos sociales traiciona su incomprensión de
Las variantes en árbol
la commgenc1a de estos resultados, su incomprensión del hecho de
que estos últimos provienen de conjunciones relativamente aleatorias
¿~a ~escartado _d:fin~tivamente la sociología de las crisis políticas los
de múltiples series de determinaciones, de cadenas causales separadas
Objetivos y la log1ca mtelecrual de la historia natural? Aunque a ve-
o autónomas las unas respecto de las otras.
ces.se haya.~ensado que sí, no es absolutamente seguro. Sin duda la
Circunstancias agravantes: como ha hecho presentir todo lo ex-
variante ongmal de este enfoque ya no cuenta con el entusiasmo de
puesto ante.riormente (es esto lo que explica las comillas que llevan
los investigadores, al menos en el mundo anglosajón. Pero, si mira-
a veces nociones como •revolución»), esta posición parece tanto más
mos un poco más atentamente, esca observación sólo es válida en la
insostenible cuan te;> que las definiciones de los fenómenos-efectos, las
fronteras que supuestamel)te los separan y, más globalmente, la or- 55
P. Veyne, Comment on écrit l'histo1re, ob. cic., pp. 161-162.
ganización del campo de los fenómenos que supone la historia natu-
60 Michel Dobry Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 61

estrechísima parcela del estudio de los fenómenos revolucionarios. Ya El interés inmediato de estos trabajos, en nuestro caso, reside en
que los elementos fundamentales de la historia natural resurgen, bajo dos características que tienen en común. Por una parte, en ambos ca-
formas por otra parte bastante clásicas, en terrenos y a propósito de sos, la búsqueda de una o de varias secuencias de etapas que serían
56
objetos tan diferentes como los de las «teorías» de los conflictos y específicas de los procesos de crisis estudiados constituye el eje en tor-
aquellos, quizá más inesperados, de las «crisis» propias, por sus tra- no al cual se organizan los enfoques seguidos 61 • Por otra parte, tam-
yectorias particulares, de ciertos sistemas culturales o de ciertas «cul- bién en ambos casos, esta orientación y este objetivo se conjugan con
turas políticas» 57 • una anunciada voluntad de contar con los medios para comprender
Sin embargo, lo más interesante es que est9s objetivos y estas ló- las bifurcaciones que pueden producirse en tales procesos. Este rela-
gicas dejan su huella allí donde el enfoque del investigador ha inten- jamiento del esquema de la historia natural está orientado a evaluar
tado explícitamente emanciparse de ciertos presupuestos de la histo- la parte que les corresponde a las actuaciones de los protagonistas de
ria natural 58 • En nuestro terreno de investigación demuestran ser es- las. crisis en el curso que han podido tomar los acontecimientos 62 •
tos trabajos tan distintos por sus estilos teóricos como el conjunto Tiende a dar a la concatenación de las sucesivas fases que estos au-
de estudios que Linz, Stepan y otros consagraron a las crisis y rup- tores han distinguido una estructura en árbol, cuyas ramificaciones
59
turas experimentadas por los sistemas políticos democráticos y marcan las diversas vías que, al menos en ciertas fases de estos pro-
como el análisis desarrollado por Poulantzas de las crisis que lleva- c~sos, se habrían presentado en la «marcha de los acontecimientos ...
ron a la toma del poder por los partidos fascistas en Italia y Alema- En líneas generales, Linz atribuye a las etapas de los procesos de
nia 60 • «ruptura,. producidos en la vida de los regímenes democráticos la si-
guiente secuencia: surgimiento de «problemas» insolubles/ «erosi~n,.
56 Véase especialmente los intentos para encontrar secuencias recurrentes supues-
o cpérdida,. del poder de las autoridades / vacío de poder (power va-
tamente características de conflictos sociales a partir de •relecturas• de los clásicos de
la socíología de los conflictos, por ejemplo, por lo que se refiere a Dahrendorf y Co-
cuum) / transferencia del poder a la oposición antidemocrática o in-
ser, J. Turner, ·A strategy far reforrnulating the dialectical and functional theories of clinación de la situación hacia la guerra civil 63 • Así pues, en esta se-
conflict., Social Forces, 53(3), marzo de 1975, pp. 433-444; o también, más ecléctico, cuencia, una de las ramificaciones se situaría después de la fase de pér-
J. S. Colcman, Community conflict, Nueva York, The Free Press, 1957. dida del poder. El que el proceso de crisis se oriente hacia un «ree-
57 Este es concretamente el esquema central que propone Michel Crozier de la des-
quilibrado» del sistema, hacia la cooptación de la oposición «desleal,.
cripcíón de las crisis (y de la alternancia de los perí?dos de ru_tina ~ crisis) que conoce
periodicamente la sociedad francesa; véase M. Croz.1er, Le phenomene bureaucrat1que, -una «revolución legal- o hacia una guerra civil, depende, de~de
París, Le Seuil, 1971 (!.' ed. 1963), pp. 174-227, 301-304 y, sobre todo, 340-347 [El este punto de vista, de las maniobras de los diversos actores y, espe-
fenómeno b11rocrático, Buenos Aires, Amorrortu, 1969]; para una forrnula~ión de esta cialmente, de las de los líderes políticos progubemamentales 64 •
perspectiva, véase W. R. Schonfeld, Obedience and revolt, French behaviour toward .. :, Poulantzas, por su parte, cuando describe las diversas etapas del
autbority, Beverly Hills, Sage, 1976, pp. 118-133, 142-167 (por lo que se refiere a las
•proceso de fascistización» en Italia y en Alemania, hace una distin-
crisis de 1958 y 1968). .
5s Incluso e! esquema del .valor añadido•, elaborado por Smelser para explicar el
surgimiento de diversos tipos de comportamiento colectivos -véase N. J. Smelser,
61
l
Theory of collective behavior, Nueva York, :11e Free Press, 196_2-;- no escapa a esta Por ejemplo: •¿se pueden determinar, en el marco general de la crisis política,
tentación (e[ sobre este punto, M. Dobry, Elements po11r 11ne theone des con1onct11res especies diferentes y partículares de crisis, que desemboquen cada una en formas de
politiq11es fluides, tesis para el doctorado en ciencias políticas, París, Instituto de Es- régimen de excepción -bonapartismo, dictaduras militares, fascismo-- específiczs de
tudios Políticos, enero de 1984, pp. 28-35). la forma de Estado de excepción?. (!bid., p. 60; véase también J. J. Linz, Crisis, break-
s9 J. J. Linz, A. Stepan, comps., The breakdown of democratic regimes, Baltimore down and reequilibration, ob. cit., p. 4).
62
y Londres, TI1e Johns Hopkins University Press, 1978, 4 vals., de los cuales ~l vol. 1 De lo que no está en absoluto ausente la preocupación, más directamente prag-
O. J. Línz, Crisis, breakdown, and reequilíbration) presenta la perspectiva teónca glo- mática, de buscar-y denunciar ciertas •responsabilidades históricas•.
bal de este impresionante proyecto colectivo. .
61
J. J. Linz., Crisis, breakdown, and reequilibration, ob. cit., especialmente pp. 4
60 N. Poulantzas, Fascisme et dictadure. La troisieme lntemationale fece au fams- y 51.
64
me, París, Maspero, 1970 [Fascismo y dictad11ra. La Il/ Internacional frente al fascis- !bid., pp. 75-80. Más adelante (capítulo 6) tendremos ocasión de discutir más
mo, Madrid, Siglo XXI, 1971]. en detalle ciertos aspectos de los procesos de •revolución legal•.
4,
Tres espejismos de la sociología de las crisis politicas 63
62 Mú:hel Dobry
lisis la idea más o menos elaborada de lo que tienen en común, y de
ción, que pretende ser muy dara,l'entre el período que prec:de a lo lo que les diferencia, cienos resultados que se han producido de he-
que él llama el «punto de irreversibilidad.,. del proces~, es decir el pe- cho en Italia y Alemania en el período de entreguerras, en la España
ríodo durante el cual éste es reversible, puede aún «bifurcarse,., Y las posterior a 1934-36 y en la Francia de 1958. .
etapas en las que el proceso se hace cinel~ctable» e irresistible. Este Sin duda, en estos enfoques «en árbol,. hay una nada despreciable
punto de irreversibilida? se si~a, de segu~ a Poulantzas, en el i;i~­ ventaja con relación a las variantes clásicas de la «historia natural»,
mento en el que el partido fasc1Sta, revesodo ya con las caractenso- la ganancia comparativa que procura la hipótesis de un parentesto en-
cas de un partido de. masas, obtiene abiei:ament~ 1s
resp,aldo de los tre procesos que han tenido resultados claramente distintos en el pla-
círculos de las altas fmanzas y de la gran mdustna . . no de los fenómenos. Pero, simultáneamente hay que constatar que
. Ahora bien, este relajamiento, y éste es el punto al que nos m~e­ la inserción de las «ramificaciones• en los esquemas de las historia na-
resa lleg!f, quizá no tenga todo el alcance que ~inz y ~oulantzas quie- tural no es en absoluto incompatible con la imputación a cada tipo
ren darM. Más concretamente, queremos decir que mcluso una mo- de fenómeno-efecto, a cada tipo de resultado, de una trayectoria his-
dificación en apariencia tan radical del esquema d~ .la ~storia natural tórica que le es específica ..
como es el hecho de introducir estos tipos de «ramif1cac1ones» no bas- Y como las mismas causas producen, aquí al menos, efectos si-
~\Para sacar el análisis de los procesos de crisis de las presiones y las milares, esta lógica de la selección «regresiva,. a partir de los resulta-
trampas intelectuales de este enfoque.. , . . dos tiene molestas consecuencias por lo que se refiere a las relaciones
La vuelta no disimulada de las vanantes en arbol al oh1eovo cen- causales seleccionadas.
tral de una identificación de secuencias típicas de fases de «aconteci- Una dificultad -<:aracterística de las variantes «en árbol»-, di-
mientos» no es cuestionada, ni mucho menos,' solamente por esto. ficultad que constituye una buena indicación de los límites del viejo
Pues los recortes de la realidad que llevan a cabo estas variantes, así «método de la diferencia», proviene en este sentido del hecho de que,
como las imputaciones de causalidad a que son conducid~, obedc:- cuando un historiador o un politólogo, que tiene que explicar resul-
cen, de hecho, a la misma lógica de la retrodicció~ teleológu:a a P.amr tados diferentes, intenta atribuirlos a diferencias existentes en las se-
de los resultados de los procesos estudiados, lógica que es la 1msma cuencias históricas que supuestamente han conducido erróneamente
de la historia natural de las revoluciones. También aquí son los fe- a esos resultados, si es un poco astuto no tiene problemas para des-
nómenos-efectos, «guerra-civil», «revolución legal•, c:eequilibrado», cubrirlas. Este es el fundamento de la imprudencia, por lo demás bas-
tomas de poder por los partidos fascistas, los ~ue gobiernan la ascen- tante sofisticada, que consiste en explicar el recurso a una interven-
sión «regresiva> de las etapas y de las ca~salidades: son ellos, so- "'! ción abierta del ejército en la España del Frente Popular por la au-
bre todo, -y esto sin duda no es tan fácil de percibir- los que de- sencia de una «generación de la guerra• que pudiera, como en Italia
terminan la localización de las «ramificaciones» y de los cpuntos de o Alemania, proporcionar, junto con los estudiantes, un cuadro mi-
irreversibilidad». litante sólido para los movimientos fascistas 66 • Esta explicación pre-
El objetivo propio de la historia natural, incl~so el de ~a relajada,
se traduce en el caso de las variantes en árbol en ciertas opciones «me-
todológicas» y ciertas operaci.on~s •técnica::· Estas ~pciones y estas
66
J. J. Linz, Crisis, breakdown, and reequilibration, ob. cit., p. 56. La historio-
grafía de la Francia contemporánea nos proporciona lo que debería considerarse como
operaciones responden a la siguiente cuesoon: ¿Que hay _que hace_r
el caso extremo, caricaturesco, de este tipo de razonamiento, cuando hace derivar del
para identificar las diferentes «ramas» de un proceso cen arb?l~? 51, fracaso de las •ligas•, en los años treinta, las •causas• de este fracaso, es decir: la de-
vistos desde una ramificación, «revolución legal», «guerra c1v1l», Y bilidad política de los dirigentes de las •ligas•, la inconstancia de sus programas, la au-
.. reequilibrado,. del régimen democrático paree~~ vías abiertas a l.os sencia de toda estrategia coherente o incluso, •causa• inevitable para todo pensamien-
procesos de crisis, es porque hay muchas probabilidades d': que el hi~­ to perezoso, su •naturaleza• específica y diferente de la(s) de los fascismos italianos o
alemanes. No nos atrevemos ni a pensar todo lo que este tipo de •explicación-, por
toriador o el politólogo haya tomado como punto de partida del ana- comparación implícita o explícita, debería, de la misma forma, poder deducir de los
éxitos de los fascismos en Italia y en Alemania.
6$ N. Poulantzas, Fascisme et dictadure ... , ob. cit., p. 67.
64 Mü:hel Dobry Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 65

supone no sólo una visión un tanto manipulativa del juego poütico ve, por lo demás, para los trabajos citados de Linz et al.), pero cuya
-los grupos políticos sólo muy raramente tienen posibilidad de op- acumulación impresionista no deja prácticamente lugar a una refle-
tar de esta forma entre un tipo de «solución» y otro tipo-, sino tam- xión sistemática sobre lo que une entre sí a estas características y so-
bién que el desarrollo de un partido fascista sólido hubiera necesa- bre el «valor añadido,. que aportan al proceso analizado. Citemos en-
riamente inhibido toda veleidad de intervención abierta de los mili- tre los rasgos supuestamente específicos del «proceso de fascistiza-
tares como institución estatal. Y esto tampoco parece evidente. ción,., la «crisis de hegemonía• 70, la de la representación de los par-
De manera más común en ciencia política, las relaciones causales tidos 71 , el surgimiento de una •crisis ideológica generalizada,. 72 , o
permanecerán normalmente de lo más ambigu.as dentro de este mar- la coincidencia de la «crisis poütica de la burguesía• con una estra-
co de análisis. Volvamos a Poulantzas. Este enuncia de forma muy tegia ofensiva de esta última... • 73 •
distinta la secuencia de etapas que, a su entender, constituye la tra- Dicho de otro modo, el estudio de Poulantzas, como todos los
yectoria histórica particular que conduce al triunfo de los partidos estudios en árbol, parece deri_var aquí hacia la identificación de lo que
fascistas y que singulariza á ésta con respecto a las trayectorias de Nadel, hablando de la variante clásica de la historia natural de las re-
otros tipos
. de crisis políticas 67 • Se trata, en resumen, de la siguiente
. voluciones, ha llamado un «síndrome,., es decir un modelo dirigido
secuencia: más bien a procurarse los medios para un diagnóstico que para una
explicación 74 •
- una etapa caracterizada por una serie de derrotas de la clase Esto es, sin duda, lo máximo que la sociología de las crisis polí-
obrera tras una «ofensiva» de ésta; ticas puede razonablemente esperar de todo estudio que siga la lógi-
- una etapa de «estabilización relativa,., pensada por Poulantzas ca intelectual de la historia natural y, en general, la lógica de Ja re-
en términos de •guerra de posiciones•; trodicción, incluso comparativa, a partir de los resultados de los pro-
- una etapa de •ofensiva de la burguesía,., constitutiva, parece, cesos conflictivos estudiados.
del «proceso de fascistización• en sentido estricto 68 •

Lo que en cambio se ve menos es que simultáneamente Poulant- EL ESPEJISMO HEROICO


zas renuncia, de hecho, a toda identificación de una concatenación
causal que explique la especificidad de esta trayectoria. Este objetivo Llamaremos «espejismo heroico• al que procede de la idea de que
es sustituido por una descripción de un conjunto de rasgos, de «Ca- los períodos de crisis política se oponen a las coyunturas rutinarias .t:
racterísticas particulares•, dice Poulantzas 69, que a menudo repre-
sentan, hay que subrayarlo, observaciones o intuiciones de gran va- 70
N. Poulantzas, Fascime et dü:tature ... , ob. cir., p. 72.
lor para la sociología de las crisis políticas (la misma observación sir- 71
!bid., p. 73.
n !bid., p. 78. _,
73
Ibíd., pp. 79-84; los rasgos que acabamos de citar no represenran más ele las
67
En especial las que conducen a dictaduras militares, al ·bonaparrismo•, pero •caracrerísticas• relativas a los grupos sociales dominantes y son completados con otros
también a •situaciones revolucionarias•; véase por ejemplo, N. Poulantzas, Fascisme rasgos propios en principio de otras fuerzas sociales. El conjunto de estos rasgos debe
et dictadure ... , ob. cit., p. 65. ser a su vez completado con las •características• de las crisis políticas que no son ·es-
68 pecíficas de los •procesos de fascistización• y que se distribuyen de la misma manera
Ibíd., pp. 80-84.
69
lbíd., p. 59. Las •Características• corresponden en la perspectiva de Poulantzas entre las diferentes clases sociales. Se puede encontrar otra enumeración de las •carac-
a los ·efecros pertinentes• mediante los cuales divenos grupos sociales aparecen, o no terísticas• de las crisis políticas en general en •Les transfonnarions actuelles de l'Erat,
aparecen, como fuerzas sociales, en una dererminada coyuntura, y mediante estos la crise politique et la crise d'Etat•, pp. 19-58 en N. Poulanrzas comp. La crise del'E-
•efectos pertinentes• resultaría .descifrable• la diversidad de las coyunturas. N. Pou- tat, París, PUF, 1976 [La crisis del Estado, Barcelona, Fonranella, t 978].
7
lamzas, Pouvoir politique et classes sociales, París, Maspero, 1968, especialmenre • G. Nade!,• The Logic of The anatomy of revolution ... •, arr. cit., p. 476 (•in em-
pp. 81-82 [Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid. Siglo XXI, bargo Nade! aplica este término al conjunto de· la secuencia histórica establecida por
1972]. Brinton más que a las •uniformidades• que caracrerizan a una determinada erapa).
4,
66 Michel Dobry
Tres espejismos Je la sociología Je las crisis polúicas 67

o estables en que aquéllos son P\Pducto en mayor medida que éstas


de un análisis decisional, análisis <;:entrado en la opción y, en general, las perspectivas fenomenológicas o decisionales. Ocurre así, el ejem-
en la acción de los individuos o de los grupos. La lógica de este es- plo es típico, en la explicación propuesta por Chalmers Johnson de
pejismo -y es por lo que representa un obstáculo- conduce a una los fenómenos revolucionarios, que se sitúa en la línea del estructuro-
descalificación a priori de todo examen de los procesos de crisis en funcionalismo de inspiración parsoniana 77 • Johnson, por más que
términos de «estructuras», cualquiera que sea el contenido preciso concibe los sistemas sociales en tém1inos de «equilibrio homeostáti-
que se dé a esta noción. co,., por más que concibe sus desequilibrios en términos de «disfun-
ciones,. que afectan a las «variables,. fundamentales del equilibrio --es
decir, en líneas generales, a los valores de una sociedad y a la divi-
La localización de la opción y de la decisión sión del trabajo que conoce- desde el instante en el que hay que ex-
plicar los momentos críticos, deja simplemente de lado este marc.o
De helo ya nos hemos encontrado no hace mucho con el espejismo conceptual. Desde esr.! instante, John~on va a establecer una oposi-
heroico. En las variantes en árbol de la historia natural, las «ramifi- ción entre el funcionamiento no intencionado de los cambios resul-
caciones» --que siempre corresponden a fases agudas de los proce- tantes de mecanismos homeostáticos propios de las coyunturas ruti-
c.fPS de crisis analizados- se consideran de entrada como momentos
narias y las acciones conscientes e intencionadas que, según él, ocu-
en los que las opciones tácticas de los actores resultan determinantes pan el lugar de esos mecanismos cuando el sistema social se desequi-
en la marcha de los acontecimientos. Se trataría -tomamos de los his- libra:
toriadores esta terminología, cuanto menos, gráfica y reveladora- de
«puntos nodales», de .. puntos de bifurcación», de «momentos en los In these cases, the concem of the actor, as well as of the analyst, is not wíth
homeostatic processes but with concious polícies and of policies formation ...
que la hiscoria duda» 75 • No dudarán en recordar, en este sentido, las
Structure changing policies are needed precisely because sorne sudden or un-
raíces griegas del término •crisis .. , krisis, discriminación o decisión, familiar situation has exceded the capacities of costumary homeostatic prac-
y krineín, examinar y decidir 76 • Por lo demás, son estos momentos tices 78 •
los que hacen posible la representaci~n de todas las «posibles vías l~­
terales•, de todos los destinos colecnvos abortados que no han tem- Esta importancia repentina que se concede --cuando se trata de
do lugar -entonces nunca es difícil encontrar la explicacion- debi- coyunturas críticas- a la acción, a la consciencia de los actores, a su
do justamente a las opciones tomadas por los actores de las crisis. intencionalidad, sin duda también afecta a una cuestión más amplia
En los capítulos siguientes tendremos ocasión de entrever las ra- que la que aquí abordamos. En efecto, no es fácil darse cuenta de
zones por las cuales el espejismo heroico está, en, cierto modo, «bien que esta importancia tiene mucho que ver con la concepción que ten-
fundamentado,., en el sentido de que la «estructura del juego» en las ga el investigador de la «consistencia,., si se nos permite utilizar este
coyunturas críticas tiene todas las probabilidades de encerrar a los ac- término, de las «estructuras sociales». Más concretamente, el espejis-
tores, y a los testigos, en este tipo de representaciones. Por el mo- mo heroico parece ir unido, casi siempre: a una aceptación de la opo-
.mento, limitémonos a verlo funcionar. sición -Poulantzas dice «distinción radicah--, por una parte, de las
Primero en su forma clásica. Esta forma es trivial, pero lo que lo «estructuras,. o de los «sistemas» sociales y, por otra parte, de las
es menos es que se encuentra incluso en los trabajos más objetivistas, «prácticas» o de la «acción». Y la cosificación de las «estructuras»,
en los más macrosociológico~, en los más alejados, en principio, de que indudablemente lleva consigo toda visión de este tipo, sigue ne-
cesariamente estando vigente, se quiera o no, siempre que, sobre la
75 Por ejemplo, E. Le Roy Ladurie, •La crise et !'historien., Communications, 25,
1976, p. 29.
7 • Cf R. Stam, ·Hiscorians and crisis•, Past anJ Present, 52, agosto de 1971, n Ch. Johnson, Revolutionary change, Boston-Toronto, Linle, Brown, 1966, y
pp. 3-22 (lraducido al francés en Commumcations, 25, 1976}. Revolution anJ the social system, Hoover Instirution Studies, 1964.
78
Ch. Johnson, Revolutionary change, ob. cit., p. 57.
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.,.

68 Michel Dobry Tres espejismos de la socíología de las crisis políticas 69

base de esta oposición, se atribuya a los actores un «abanico de op- portante «muestra,. de crisis políticas combinando varios modelos
ciones», una «libertad de acción,. o un «margen de opción• dentro teóricos distintos, pero que se consideraban adecuados para el análi-
de los «límites• o de las «restricciones,. impuestas por las «estructu- sis de este tipo de procesos 81 •
ras» o los «Sistemas,. 79 • Las trayectorias de las crisis estudiadas fueron divididas en varias
En realidad el espejismo heroico de los politólogos e historiado- fases distintas cada una (véase cuadro de p. 70). Los autores hicieron
res quizá no está tan lejos de ciertas representaciones y de ciertas ra- corresponder a cada una de estas fases una perspectiva teórica con-
cionalizaciones «indígenas,., las de los propios actores sociales, tal creta, «mejor adaptada,. que las otras, según ellos, a los problemas
como aparecen concretamente en forma de «reéetas,. prácticas en los teóricos específicos de la fase en cuestión 82 •
manuales de estrategia revolucionaria. La operación intelectual me- La fase I y la fase IV representan el sistema político antes de h cri-
diante la cual los procuradores de las revoluciones modernas hacen sis y después de ésta. En principio, la descripción de estas dos «fa-
de las crisis objetos de una actividad organizada consiste, en efecto, ses,., el sistema político precedente y el sistema político resultante de
en una división de la realidad social en dos bloques, en dos conjun- la crisis, debería permitir evaluar la amplitud del cambio aparecido
tos distintos, los «factores obje,tivos» y los «factores subjetivos,.. De en el curso de los episodios históricos seleccionados. Así pues, a es-
hecho, esta oposición es perfectamente comparable a la imaginería tas dos fases se les aplicó, principalmente, la perspectiva del estruc-
científica que acabamos de mencionar: los «factores objetivos» co- turo-funcionalismo 83 • Al menos en las concepciones iniciales de los
rresponden a lo que parece proceder de determinismos sociales fuer~ autores, estas dos fases deben manifestar ciertas propiedades que per-
tes, a lo que escapa, por tanto, al dominio de los actores, mientras mitan identificarlas. La más importante de estas propiedades es b sin-
que los «factores subjetivos,., por el contrario, corresponden a la ac-
tividad de la onranización revolucionaria, a su orientación conscien- 81
G. A. Almond, S. C. Flanagan, R. J. Mundt, comps., Crisis, choice and change:
te, a los objetivos que sé P'"ºPon"··ª su estrategia 80 • No es extraño hiJtorical studies of politic.ll development, Boston, Little, Brown, 1973; los epiwdios
que el tiempo de la crisis sea percibido y racionálizado como el de estudiados son los siguientes: las crisis británicas de 1832 y 1931, el nacimiento de la
la especial eficacia política de los «factores subjetivos». III República en Francia (1870-75), la formación de la República de Weimar, la •res-
tauración• Meiji y la crisis mexicana (1935-1940) e India (1964-1967). El proyecto del
grupo de Stanford constituyó una de las dos empresas más importantes para revisar
Crisis y op~ones racionales el modelo desarrollista frente a las críticas, a decir verdad decisivas, de que ésta fue
objeto en los años sesenta. La segunda de estas tentativas fue realizada en el marco
::i...
del • Committee of Comparati\'e Politics• de! Social Science Research Council en Es- ·"!'•
Una forma más refinada del espejismo heroico va a permitirnos des- tados Unidos y consistió asimio;mo, en parte, en dar mayor protagonismo a las crisis po-
montar el mecanismo. Se trata de 4na variante de tipo metodológico: líticas en la explicación (véase L. Binder et al., Crises and sequences in politícal deve-
el equipo de investigadores reunidos en Stanford en torno a G. Al- lopment, Princeton, Princeton University Press, 1971, obra sustituida por una serie de
estudios de casos en R. Grew, comp., Qnses of polit1cal development in Europe 1rnd
mond intentó explicar la irrupción, desarrollo y resolución de una im- The United Stafes, Princeton, Princeton Universíty Press, 1971). Sobre el lugar cp~ le
corresponde al espejismo heroico en este proyecto, véase M. Dobry, Eléments por une
79
Véase, por ejemplo, N. Poulantzas, Pouvoir politu¡ue et dasses sociales, ob. cit., théorie des conjonctures polinques fl111des, ob. cit., pp. 94-118.
pp. 91-93, 99-100 y 103 (sobre la noción de •campo de indeterminación») así como 82
G. A. Almond, ·Approaches to developmental causation• en Crisis, choice an'd
M. Crozier, E. Friedberg, L 'acteur et le S)'Steme, París, Le Seuil, 1978, por ejemplo change, ob. cit., p. 25; la lógica inicial del proyecto está expuesta en G. A. Almond,
p. 25. ·Determinacy, choice, srability, chance: sorne thoughts on contemporary polemics in
"º Por ejemplo: V. l. Lenin, •Le marxisme et l'insurrection• en <Euvres completes, political theory•, Govemment and Opposition, 5(1), invierno de 1969-1970 ("éase,
París, Editions Sociales Internationales, 1930, t. XXI, pp. 240-245 [El marxismo y la in- para una presentación muy clara del proyecto, J. Leca, •Quelques théories explicati-
surrección, Madrid, Akal, 1976); A. Neuberg, L'insurrection armée, París, Maspero, ves des crises• curso multicopiado, Université des Sciences Socieales de Grenoble (o;.d. ),
1970 (l.' ed. franc., 1931; se trata de un •manual• redactado por un grupo de expertos pp. 10-13).
83
del Komintern, entre ellos Toukhatchevsky, Ho Chi-Minh y Wollemberg) [La insu- Perspectiva denominada •system-functionalism• por Almond. que intenta su-
rreción armada, Madrid, Akal, 1977]; L. Trotski, Les problemes de la guerre cívile, brayar así la utilidad de las metáforas sistémicas para el análisis de los sistemas sociales
París, Maspero, 1971 (!.' ed., 1936). (Crzsis, choice and change, ob. cit., pp. 6 y 7). ~
Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 71
70 Micbel Dobry
Esta identificación no fue tan fácil como pensaban los autores: no fue
F.ues Componentes de las fases Tipos de enfoques posible iniciar el estudio de algunos casos históricos (el surgimiento
de la III República francesa o el del régimen de Weimar, por ejem-
Fase 1: Características del entorno Esuucturo-
el sistema anteeedente y de las actuaciones de lo funcionalismo
plo) con la descripción de un estado, ni siquiera aproximado, de sin-
político cronización 85 •
La segunda fase es la que conduce a una desincronización entre
1SJNCRONIZACION 1
·:·...................................................................i ............................................................ la demanda y la distribución de los bienes políticos. Esta desincro-
Cambios soc1oeconónúcos nización proviene de cambios exógenos, es decir exteriores a la es-
¡ . tructura política. Estos cambios pueden ser tanto internacionales
Cambios en el entorno Agentes de la movilización Cambios en
internacion.U de la demanda la actuación
como internos. También pueden, eventualmente, derivar de amplias
modificaciones en las características de la estructura política 86 • El en-
1 1 dd gobierno
foque que se consideró más apropiado para las características de esta
Fase 11: Polarización de la demanda
cambios en d entorno y/o fase --que afectan principalmente a las relaciones entre cambios en
en las actuaciones f DESINCRO}IZACION 1 el entorno y la estructura de la demanda política- fue el de la «mo-
Aceleradores de la crisis
vilización social,. (K. Deutsch o D. Lemer).
······························--···································~···························································· Finalmente, la fase lll corresponde a la crisis política propiamente
crris dicha, a los cambios que se producen en la propia estructura política.
El análisis se centra aquí sobre las estrategias de los actores, las op-
Fase 111: IRUPTIJRAI Teoria de las
formación de una coalición (conseguida o mtentada) coaliciones ciones que se les presentan eri los diferentes momentos de esta fase,
y resolución de b crisi3 las alianzas que forman y los beneficios que pueden esperar de ellas.
Coalic1on ! .
._ y onent.ac1'6n •Teoría• del
política resultante leadership
El esfuerzo teórico se dirige a identificar varias línaA" '1c acción pu-
······································································!-·····························-'···························· sibles para caqª uno deJoe·p-n:11:agonistas·cré· la crisis, rompiendo así
Cambios estructurales con las concepciones «deterministas» de los procesos de cambio po-

Fase IV:
i
Cambios en la distribución
lítico. Por eso, el mejor instrumento para explicar la fase III, momen-
aíuste y sistema resultante de los recursos to de la ruptura 87 de los sistemas políticos, es, para el grupo-de Stan-
Estructuro-
Cambios e! el entorno funcionalismo
~ pondería a nada observable en el plano empírico y no se prestaría a una definición uní-
f RESINCRONIZACION ! voca (S. C. Flanagan, ·Models and methods of analysis•, en Crisis, choice and change,
ob. cit., pp. 46 y, sobre todo, 47, nota 3).
Las diferentes fases de las crisis y sus correspondientes enfoques (adaptados en la fi- 85
G. A. Almond, •Approaches to development~I causation•, ob. cit., p. 25; véase
gura H.2, Scon. C. Flanagan, cModels and methods of analysis•, en Almond et al.,
asimismo Almond y Mundt, ·Sorne tentative conausions•, pp. 619-620. Observarán
Crisis, cbange and choice, ob. cit., p. 49). que incluso la •crisis• británica de 1931 provocó dificultades análogas, D. A. Kava·
nagh, •Crisis management an incremental adaptatíon in British politícs: the 1931 cri-
sis of the British pany system• in Crisis, choice and cbange, ob. cit., por ejemplo
cronización entre la estructura de la demanda política procedente del p. 183.
86
S. C. Flanagan, cModels and methods ... • art. cit., pp. 52-55 y 58-67.
entorno del sistema político, y la estructura de distribución de los bie- 87
La •crisis sistémica• que caracteriza a esta fase de ruptura se define de la si-
nes, estatus y recompensas procedente de la "estructura política» 84 • guiente forma: ·Systemic crisis is a challenge to the amhority of the consticued deci-
sion makers expressed through extralegal means of protest on a scale sufficient to threa-
ten the incumbent ability to maintain order and continued occupancy of authority ro-
... Se trata de una adaptación del esquema del •huele sistémico-, considerado clá- les. In other words a crisis becomes visible when noncompliance or the inminent ex-
sico en ciencia política desde los trabajos de Easton, donde se prefiere el término de pectatlon of noncompliance to the authorized rules and procedures for processing de-
•sincronización• al de •equilibrio:o, ya que este último, según los autores, no corres-
72 Michel Dobry Tres espejismos de Lt sociologÍ4 de Lts crisis políticas 73

ford, una versión original de la «teoría de las coaliciones,. 88, com- Tomemos esta cuestión desde un lado menos abstracto: si quere-
pletada, cuando se considera útil, por un recurso, que no pasa de tí- mos aplicar el sistema propuesto por el grupo de Stanford, tenemos
mido, a las teorías del liderazgo 89 • que introducir cortes cronológicos en los episodios históricos anali-
La principal objeción que se puede oponer a este esquema teóri- zados. Para los períodos situados antes y después de determinados
co reside precisamente en este cambio de perspectiva en cada fase de umbrales cronológicos, debemos escoger tal perspectiva teórica me-
los procesos descritos. Por lo demás, los propios autores parecen ha- jor que tal otra. Por ejemplo, tomemos los cortes que delimitan el pe-
ber presentido, vagamente, algunas de las dificultades con las que se ríodo de la ruptura del sistema político (fase III) en el estudio que Ritt-
encontrarían al aplicar sus opciones 90• Pero la reorientación esboza- berger consagra al nacimiento de la República de Weimar 91 • El ini-
da, que consiste en utilizar simultáneamente el conjunto de los enfo- cio de la fase de ruptura se sitúa, grosso modo, en julio de 1917, mo-
ques seleccionados, sólo se sugiere para el análisis de las fases supues- mento del abandono definitivo del Burgfrieden 92 • El final de la fase
tamente estables, las fases 1 y IV, pero no para las demás. Lo que in- de ruptura se identifica manifiestamente con la puesta en marcha, su-
dica los límites de este remordimiento metodológico. Esto muestra puestamente efectiva, de las instituciones de Weimar. Lo cual parece
sobre todo que el aspecto central de estas dificultades no se ha per- consagrado por los resultados de las elecciones de marzo-junio de
cibido ni, menos aún, dominado. En efecto, no es una casualidad el 1920, marcadas por un sensible retroceso de los socialistas mayorita-
que la fase III (que constituye, de hecho, el punto central de sus in- rios y una cierta polarización hacia los extremos 93 • Así pues, entre
vestigaciones) esté desde un principio concebida como el lugar natu- estas dos fechas, entre estas dos cesuras cronológicas, el análisis del
ral de la opción, del cálculo, de la decisión de los actores, por oposi- comportamiento de los actores deberá tener como principio explica-
ción a las otras fases, en las que, de diversas maneras, son las pers- tivo los cálculos estratégicos de éstos, sus opciones racionales prin-
pectivas «deterministas» las que se supone tienen que explicar clo que cipalmente. El esfuerzo empírico del investigador se centrará, por tan-
pasa,.. to, en la evaluación cuantitativa de los diversos stocks de recursos po-
líticos a disposición de los protagonistas de la crisis, en la estimación
de la variación coyuntural del valor de estos stocks y en la distancia
¿Cómo distinguir las diferentes fases? entre los diferentes protagonistas en lo referente a los problemas más
agudos del período (armisticio, reforma constitucional, tratado de
El cambio de perspectiva teórica en cada «fase,. de los episodios his- paz) 94 . A partir de estas diversas evaluaciones será posible identifi-
tóricos analizados hace difícil la observación de eventuales disconti- car las mejores alianzas sobre la base de la teoría de las coaliciones,
nuidades entre las diferentes fases. Es una consideración absoluta- un poco revisada, como ya hemos señalado. De esta manera el mo-
:t.:
mente elemental: estas discontinuidades sólo puede aparecer si se an- delo teórico intentará explicar por qué al final de la crisis sólo van a
cla el conjunto, es decir, el estudio de las cuatro fases distinguidas, surgir, como !Soluciones•, tres coaliciones --de las ocho posibles-:
en un enfoque preciso. Sólo con este «punto fijo,. hay alguna proba- una coalición «reaccionaria• (burocracia estatal, altos manos milita-
bilidad de que aparezcan diferencias significativas. res, DNVP y DVP con la Asociación nacional), una coalición «radicM•
(que integra a los socialistas «independientes• en el bloque social-
mands and affecting change threaten the incumbents' constituion.• (Flanagan, ·Mo-
centrista) y finalmente la alianza de los partidos del centro con las eli-
dels and methods .... , art. cit., p. 48). tes institucionales -muy coyunturalmente-- «lealistas ... También de
88
S. C. Flanagan, cModels and methods ... • art. cit., pp. 55-56 y 67 ss.
S<J Entre los trabajos citados a este respecto, se tendrán sobre todo presentes los " V. Rinberger, ·Revolution an pseudo-democratization: the formation of the
de E. H. Erikson, Young man luther, Nueva York, Norton, 1958, y Gandhi's Truth, Weimar Republic• pp. 285-391, en G. A. Almond, et al., Crisis, choice and changl!,
Nueva York, Norton, 1969. ob. cit.
90 92 !bid., p. 323.
G. A. Almond, •Approaches to developmental causation•, art. cit., pp. 25 y 27.
Los diversos estudios de casos han seguido siendo tributarios de la opción metodoló- 93
Jbíd., especialmente pp. 336-337.
9
gica inicial. • /bid., pp. 361-363.
74 Michel Dobry
Tres espejismos de la sociología de las crisis politicas 75
esta manera se intentará explicar ~r qué, de las tres coaliciones, será
la tercera la.que triunfe 95 • · distancia entre los actores en el período que sigue a 1920? ¿Debemos
Pero este análisis_en el m~co d~ la teoría de las coaliciones se para pensar que a partir de esa fecha el comportamiento de los actores ya
en 1?20, en el corte introducido entre la fase III y la fase siguiente. A no responde a los recursos de los que disponen ni a las percepciones
partir de este corte cronológico ya no se recogen los mismos «he- que tienen de sus mutuas relaciones? ¿Debemos admitir a priori que
chos•, ya no se intenta dar el mismo tipo de explicación. Los stocks a partir de la censura de 1920 -¿pero por qué razón había de ser
d·e recursos, las ~stancias entre los actores pasan a segundo plano y así?- lo que más cuentan son los determini~mos «estructurales»? ¿Y
ya n~ se determm~ sobre esas bases las estrategias de 'llianza más que el funcionamiento del régimen de W eimar está desde entonces
ventajosas para explicar la formación efectiva de determinadas coali- desconectado de los cálculos estratégicos, de las decisiones y de las
ciones cyl fracaso de su formación. opciones «racionales• de los diversos protagonistas de la vida políti-
Aun4ue el período 1920-1923 parezca a veces, sin que esto sea ver- ca alemana? Sin duda, los autores no han querido decir esto necesa-
daderamente explícito, entendido como proceso de «ajuste• 96, desde riamente, pero el proceso seguido hace completamente indecidible el
el corte de 1920, la descripción de las estructuras sociales, económi- conjunto de estos puntos. Una vez más, no se pueden comparar los
c,~s. y ~líticas del sis~ma resultante de la crisis, y la descripción de períodos así cortados, ni medir la diferencia entre ellos --dado que
llit re~a.c~ones d~ es~e sistema con el entorno internacional sustituyen ésta es la ambición proclamada por el grupo de Stanford- si se cam-
al anállSls en termmos de opciones racionales. El resultado de este bia de instrumento de referencia en cada fase de la crisis.
desplazamiento metodológico es inevitable: no se puede saber si-ni En estas condiciones, ¿cómo podemos estar ni siquiera seguros
en qué-- el sistema posterior a 1920 (o incluso a 1923) debe sus ca- de que la inestabilidad del valor de los recursos es mayor entre 1917
racterísticas a una estabilización del valor de los recursos de los di- y 1920 que después de la cesura de 1920? Los enfrentamientos polí-
versos act?res colectivos, l~ cual sería un camino posible, aunque ticos del año 1923, o incluso los de los años que preceden al fin del
poco convu~cente, para explicar la «aparente» estabilización del régi- régimen de Weimar, autorizan algunas dudas sobre este punto 98 • ¿Es
men de W e1mar entre 1924 y 1930, o si debe estas características a necesario añadir, por último, que estaS reflexiones sobre un aspecto
variaciones en las configuraciones de estos stocks y en las distancias concreto de la división de las fases podrían muy bien hacerse exten-
entre lo_s actore~ ~ • Puede que la censura de 1920 sea significativa,
7
sivas al conjunto del modelo? La cuestión <le los umbrales cronoló-
¿pero como dec1d1rlo, si no sabemos nada seguro sobre las variacio- gicos evidencia de qué modo los autores de Crisis, choice and change
nes del valor de los stocks de recursos y sobre las variaciones de la realizaron la división en distintas fases de los episodios estudiados.
Tendieron claramente a hacerlo de forma intuitiva, a partir de las pro-
95
piedades más evidentes de la intriga histórica y especialmente del paso
!bid., pp. 361-363 ..Más adelante, en el capítulo 4, volveremos más ampliamente de ciertas soluciones institucionales a soluciones percibidas como di-
sobre este detalle del conjunto de procedimientos relativos a la fase de •ruptura•.
,
96
!bid., p. 366. Si se quiere hacer justicia al estudio, por lo demás muy sutil, de ferentes.
Rmberge~, h:y que señal.ir algunos de estos dilemas. En efecto, ese.: autor parece en-
contrarse mcomodo dentro de la armadura metodológica discutida y no consigue des-
preocuparse del codo de lo que ocurre con los stocks de recursos y con las distancias La indiferencia ante los aspectos estructurales de las crisis políticas
emre los protagonistas de la confrontación en las fases posteriores a ésta. Pero estos
puntos no bastan sin embargo para poner en práctica procedimientos de evaluación
que permitan pasar, en fases ulteriores, a una aplicación efectiva de la teoría de las coa- El espejismo heroico, del mismo modo que hace imposible, como aca-
lióones. No aparecen más que de una forma alusiva y no parecen denotar más que bamos de ver, comprender en qué medida los períodos supuestamen-
una mala conciencia metodológica del autor. te estables y sincronizados deben, eventualmente, quizá sólo en par-
97
lndud.iblemente es en esta dirección en la hay que buscar, al menos en parte,
la explicación de las características •imperceptibles• de esa secuencia que Dahrendorf
98
llama de manera significativa período de •misleading scabilir:y. (R. Dahrendorf, So- Véase especialmente K. D. Bracher, Tht German dictatorshíp. The origins, struc-
a~ty and democracy in Gennany, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1968, p. 399). ture and consequences of national socialism, Hardmondsworth, Penguin Books, 1978
(t.• ed. alem., 1969), pp. 204-227 [La dictadura alem.ina, Madrid, Alianza, 1974].
78 Mdel Dobry
Tres espejismos de la sociología de las crisis políticas 79
~
ba,. 103 . De todas formas, estas breves reflexiones dejan entrever el in-
terés de una exploración comparativa de estas •estructuras de crisis,.
El problema de la conversión de los enfoques y el status
que el espejismo heroico impide concebir y que indudablemente echa-
de las variables
ría a perder la visión (leninista) clásica que aún hoy se tiene de la «dua-
La aplicación de un enfoque específico a cada fase de los procesos de
lidad de poden•.
crisis estudiados expuso a los autores de Crisis, choic~ and chang~ a
. Añadamos que para ilustrar nuestra visión hemos elegido a pro-
una última dificultad asimismo característica de la lógica del espe¡1s-
pósito un ejemplo de «estructura de crisis• muy conocido por los
mo heroico. Se trata del problema de la conversión de un enfoque en
propios actores políticos. Pero hay otras direcciones de investigación
otro. Esta operación de conversión intenta encontrar, a pesar de l~s
que se han explorado menos, aunque en ellas seguramente resultaría
obstáculos que acabamos de señalar, un vínculo causal entre las di-
igual d~ecunda la atención a las •estructuras de crisis•. Otro ejem-
ferentes fases. Conduce, de hecho, a una confusión sistemática entre
plo para terminar de momento con este punto: la posible aparición,
la conversión formal, hecha por el autor, de un enfoque teórico en
el brusco surgimiento, en los períodos de crisis política intensiva y,
otro enfoque teórico, y la «conversión» efectiva, en la realidad, de
a veces, la desaparición, también repentina, de grupos sociales, es de-
un hecho social en otro hecho social iOó. Como se puede ver en el
~- de entidades sociales dotadas de propiedades núnimas -símbolos
cuadro de la página siguiente, por ejemplo, con el paso de la fase 11
de identidad, autoidentificación, posesión de instrumentos de acción
(desincronización) a la fase IlI (ruptura), la conversión de las teorías .
colectiva, etc.- para que se pueda hablar sin abuso de «autores co-
de la movilización social en teoría de las coaliciones equivaldr1- __,_
lectivos». Estos grupos, en cuya formación son difíciles de encontrar ., d l . 1.-.1- «t:Strucrura y
los rasgos necesarios para que las rutinas de los historiadores o de seguimos a los autores, a la conversion e -~ vai;•~ d · bl dºs
.. , d l d d ,.
compos1c10n e a em3.11 ¡¡, ..Po 1·~·---
-~u·una sene e vana es i -
los sociólogos les permitan incluirse en las clases sociales dentro del
conjunto de la estructuración de una sociedad (el esta rus, los recur-
.
ttntas d ,,___._, v...
, -..-1TT"<oTá--preterencia
.. . ·
de los actores, sus recursos, etc.
Gracias a esta conversión, las vanables depen?1entes. -lo qu~ ca a
d
sos, el lugar en las relaciones de producción o de dominación), pa- modelo debe explicar- se convertirían en van~bl~s independientes,
recen, por el contrario, definirse en primer lugar con relación a los que supuestamente deberían determinar las vanac1ones de otras ;a-
«acontecimientos», y son definidos por éstos, es decir por la propia . riables -llamadas dependientes- en el marco de otro modelo e m-
crisis política. Probablemente lo más riguroso sería ver desde este án- . . do en otra rase 101.
tervmien _
1
gulo la incansable «sans-culotterie» de la Revolución francesa, la Tanto es así que la conversión lleva a este extrano_ ~esultado: las
•lumpen-aristocracia» de la Revolución de Meiji 10\ o incluso el me- variables no son fas mismas en todas las fases de la cnsis. Resultado
dio de los •guardias de la Revolución» de la Revolución iraní de 1979, que sin duda sigue siendo coherente con los presupuesto~ ,de la pro-
aunque los conocimientos necesarios tienen aún muchas lagunas a blemática de conjunto del grupo de Stanford .. Pero tam~1en resulta-
este respecto 105 . do que precisa una aclaración sobre qué s~n dichas «Vanables». ¿Son

106 Por ejemplo, G. A. Almond, ·Approaches to developmental causation-, art.


cit., p. 35. . d h
107 No creemos que R. Sandbrook ni B. Barry estén aut~nza os. para reproc ar a
103
Por e¡emplo, E. K. Trimberger, Revolution from above, ob. cít. Sin embargo, este esquema teórico el que no comporte •variable dependiente•. S1 bien, sobre este
esie autor ha notado perfectamente la presencia en ei proceso revolucionario de la •res- punto, estas críticas han pasado al lado de lo esencial'. conviene sin e~bargo subrayar,
tauración M.:iji• de una estructura de •soberanía múltiple• (p. 16). con ellos, que codo esto tiene poco que ver con •vanable~· que senan de alguna for-
104
Cf especialmente B. Moorc, Les origines sociales de la di.ctature et de la dé- ma representativas de un cdesarrollo político•; lo cual, ciertamente no. es tan gra:V7•
mocratie, París, Maspero, 1969, pp. 200 ss. (l.' ed. amer., 1966) [Los orígenes sociales dado el carácter extremadamente impreciso de esta noción (R. Sandbr?ok, • The cnsis
de la dictadura y la democraaa, Barcelona, Edicions 62, 1973]. in political development srudies•, The joum_al of D_e~elopm.ent Srud1es, 12(2), enero
105
Para utro e¡ernplo de este tipo de surgimiento, véanse M. Ferro, •La naissance de i976, pp. 171-172; B. Barry, •Rev1ew amele: Cns1s, choice and change•, parte l.
du systeme bureaucracique en URSS•, Annales ESC, 2, 1976, pp. 243-267. Bntish joumal of Political Scíence, 7, enero de 1977, p. 101).
82

,do se cambia de fase y que, por ~nto, se ignore absolutamente el po-


sible impacto de estas variables sobre los procesos estudiados. Mien-
tras que, y estarán de acuerdo con ello, la conversión •real», en los
procesos sociales efectivos, de las «variables independientes» en «Va-
riables dependientes» (por ejemplo la de las transformaciones del en-
torno internacional en recursos políticos, etc.), tiene lugar en cada
fase de los procesos de crisi:..
En resumen, el espejismo heroico lleva a perder en ·dos tableros
a la vez, en el del conocimiento de las «estructuras:o. propias de las
coyu~ras críticas y en el de la comprensión de la «acción», de la
actividid táctica, de los cálculos de los protagonistas en las crisis.
156 Michel Dobry
'~
·¡~~
i•Uni<f"mú,.a,.
¡
<Ja"" •mp/1'J• 157

mitarse exclusivamente a este tipo de objetivo de investigación. En ·.; ÉL JUEGO TENSO IMPERFECTO
realidad, a la sociología política no le beneficia nada el restringir la
explicación de las lógicas de situación a la sólida teoría que propone :~i Para los primeros pasos de esta exploración, nos serviremos de una
Popper, la de la «explicación objetiva,. y que, tratando de no atribuir ·,~ herramienta bastante rudimentaria y que tal vez el kctor encuentre

l
un lugar indebido en la explicación de los comportamientos a los fac- :>J~•.. simplificadora en exceso. Se trata ~e una construcción :oncep~~ ela-
tores psicológicos, consiste principalmente, según los términos del ~ , horada por E. Goffman para ~xph~ar los procesos de ,mteracc10n es-
propio Popper, en intentar mostrar en qué medida las acciones de los ; : tratégica 2; su principal venta1a reside en que es l~ mas el_aborada de
individuos son •objetivamente apropiadas,. a las ·situaciones en las ; las rarísimas tentativas que se han hecho para e~phcar,el upo~~ pro-
que actúan. Independientemente de las dificultades que plantea toda -,~ blemas con que aquí nos encontramos. En realidad solo la ut!hzare-
idea de adecuación entre acciones individuales y contextos de acción, :''.tilos como hilo conductor del análisis, intentando mostrar que :arac-
la extensión que vamos a dar a la noción de lógica de situación evi- ::terísticas absolutamente originales distingue a lo~ context?s de mter-
tará que nos perdamos en el venerable (pero quizá menos fecundo de dependencia táctica ampliada de otras configurac1?nes de mterdepen-
lo que a veces se dice) debate entre «individualismo metodológico,.
y «holismo,.. Ya que este debate pasa normalmente al lado, más bien
a ambos lados, de lo esencial, del hecho de que la operación «técni-
ca,. fundamental, que es la condición necesaria de toda demostración
deductiva en términos de finalidades, de intereses y cálculos indivi-
duales, es la descripción, en un plano que ya no tiene estrictamente
l
·M¡
dencia identificables, justamente las que ha descnto Goffman.

.,,.
'
1.
J;¡,

~;Juego tenso y juego relajado


.

j El fundamento de esta construcción,conceptual es la distinción qu.~


nada de «individual,., de las propiedades de un contexto de acción o ,!i Goffman estable~e entre ~os categ?nas de !ug~das, que por_ c~mod1
de un sistema institucional, es decir de las reglas de juego propias de ~. dad llamaremos ¡ugadas directas y ¡ugadas md1rectas o _mediatiz~das.
un mercado, de una arena política o incluso de esas competiciones, ~t El principio de esta distinción es tremen?,amente senc1~lo .. Las 1uga-
del tipo de juego del chicken, en las que los jugadores están conde- das directas corresponden a líneas de_ acc1on q~e, p~~ s1 mismas, por
nados -a no ser que corran el riesgo de perder la cara- a lanzar \: el simple hecho de tener lugar, modifican la s1tu~c1on de los prota-
uno contra otro sus coches sin ser el primero en saltar. En otras pa- \ gonistas de una interacción dada --en el pensamiento de Goffman,
labras, que incluso cuando el objetivo sea buscar la reconstrucción ~' se trata de su situación estrictamente física. Los ejemplos que pone
de las finalidades «objetivas» individuales, las hipótesis decisivas para ~; se limitan a contextos de cara a cara entre dos protagonistas y a jue-
la explicación se refieren en primer lugar a las propiedades de los con- "'t· d r ·
, gos contra la naturaleza de un actor único . .1:- pesar e esta m~ita-
3

textos de acción 1• ';'.!.< ción, tendremos que admitir aquí una extenswn que repre~:ntara un
1{. cambio significativo, en primer lugar, de escala, pero tamb1en, y vol-
1 Véase concretamente sobre estas cuestiones: K. Popper, « The logic of the social
'·~ veremos sobre ello, de «estructura de juego». Por lo tanto, cuando
sciences• en Th. W. Adorno et. al., The positivist dispute in Gennan socíology, Lon-
dres, Heinemann, 1976 (l.' ed. alem .• 1969), pp. 102-103 [La disputd del positivismo
i' los manifestantes se apoderan, el 13 de mayo ?e
1958 en A~ge~, de la
en la sociología alemana, Barcelona, Grijalbo, 1973]; véase asimismo la interesante dis- ~' sede del. gobierno general, cuando los huelguistas de una fabnca ae-
cusión de este aspecto de la concepción popperíana de las lógicas de situación de
F. H. Eidlin, The logic of •Nonnalization•. The Soviet interoention in Czechoslova-
kía of 21august1968 and the Czechoslovak response, Nueva York, Columbia Uni-
f;
'S:i·
tre muchos otros, J. Agassi, ·Methodological indivi~ualism• en J. O'Neil, comp., Mo-
des of índividualism and collect1V1Sm, Londres, Hem_emann, 1973, PP· 185-212.
versity Press (distr.), 1980, especialmente pp. 17-22. Sobre los lazos que se admiten ha- .J~i; 2 E. Goffman, Strategic interact1on, Oxford, Bas1l Blackwell, 197?, fP· 85-145._
bitualmente entre la noción de lógica de situación y el individualismo metodológico, .( 3 Evidentemente, sólo en el primer tipo de situación se da el surg111:1ento de la in-
véase especialmente, en lengua francesa, R. Boudon, Effets peroen et ordre socíal, Pa- teracción estratégica, esa especie de estimación recípr~ca a que s~ dedican los pro:a-
rís, PUF, 1977, y, para elementos de crítica, P. Favre, •Nécessaire mais non suffisante: gonistas de la interacción sobre la base de sus conoc1m1entos previos de las percepcio-
la sociologie des effets pervers de Raymond Boudon•, Re-rme Fram;aise de Science Po- nes, cálculos y conocimientos previos de su(s) adversano(s) (e[. .E. Goffman, Strategrc
litzque, 30 (6), diciembre de 1980, especialmente pp. 1 243 ss., así como en inglés, en-
interactlon, ob. cit., p. 99).
158 Michel Dobry

ronáutica de Bougenais, cerca de Nantes, secuestran, el 14 de mayo


1 ú ;,..,,J.p<ndmW W~••mpu.J.
~{ rasgo discriminante entre los dos tipos de juego. Lo que los diferen-
159

;¡:,: cía son sus sistemas de ejecución (enforcement system), los proces?s
de 1968, a varios miembros de la dirección de su empresa, o cuando
~';· que producen el intercambio de juga~as f que estructuran el pro~10
los conejos de las ·ligas,. y de excombatientes convergen, en la tarde
del 6 de febrero de 1934, ante la Cámara de Diputados y se enfren-
tan al dispositivo policial que la protege, estamos, dentro de esta acep-
.
i:.~. intercambio: en un caso son las propias ¡ugadas, por sus carac:ens-
h ticas físicas, las que constituyen una gran parte del sistema de eJ~c~-
ción; mie~tras q_ue en el ~tro, la «ejecuc~Ón~ es~á, serarada Y se SltUa
ción amplia de la noción de jugada directa, ante aproximaciones vá-
lidas a este tipo de situaciones que tienden a ser definidas en térmi-
nos principalmente físicos. Pero esto sólo es cierto localmente, lo cual
tiene va1ias implicaciones decisivas.
En el caso de las jugadas indirectas o mediatizadas, entre la juga-
da y su resultado se interpone la pantalla de una .:agencia de ejecu-
1 ; en el func1onam1ento autonomo de una mstnucton .
~ . Por medio de esta posición ideal entre juego tenso y jueg? rela-
. : jado, Goffman intenta comprender, ante todo, qué es_lo que_ d1feren-
~ ~ja a la interacción estratégica, en tanto que categona p~uc.~lar _de
: interacción, del intercambio de información, de la comuntcac1on, tn-
f• :<;luso tácita, entre los protagonistas de la int~racción .. El argum_ento
ción .. que retraduce y re-evalúa --en función, diríamos, de su propia
"'. de Goffman a este respecto es convincente: s1 se admite que la tnte-
lógica- la jugada mediante la cual un actor ha intentado m~difi.c~
".'racción estratégica se caracteriza por la secuencia (estimación {asse-
la sicuación en su propio beneficio. Cuando yo recurro a la Jusuc1a
'_.'ment] por los protagonistas de su situación, decisión [ el~~ción de u~a
y le confío, por medio de mi abogado, algunos documentos impor-
~:-línea de acción], puesta en práctica de esta Ünea de acc10n y, por ~l­
tantes de mi asunto, entre mi jugada y el resultado que obtendré ha-
!J~: timo, retribución [resultado}) 6 , entonces se debe constatar que ~m­
brá todo un proceso de transformación ampliamente independiente
~> guno de estos elementos esta hecho fu.ndamentaln;ente de c~~umca­
Je la materialidad de mi jugada, de su consistencia física y, al menos
á,. ción. La estimación de cada protagomsta se efectua en func1on de lo
en tiempo ordinario, más bien fuera del alcance de mi capacidad para
actuar directamente sobre él. Está claro que nos volveremos a encon-
j• .que éste piensa. ~ue es la estimación del otro, pero no su~one más
rrar aquí, en este efecto de la pantalla de una «agencia de ejecución»,
jf) que la observacton de los actos ?~l otro, del aspecto exp~es:vo de su
·'1;· comportamiento, y una evaluac1on de las opciones o:ob¡euvas: que
con algunos elementos de las lógicas sectoriales. Pero, de momento,
se le presentan para elegir: por lo que respect~ ~_este punto, el ¡uego
este punto sólo nos interesa por un aspecto más limitado: la jugada
ff{ tenso como construcción ideal, ofrece la pos1b1lidad de comprender
mediatizada se caracteriza porque la relación entre la jugada y el re-
fa, lo má~ claramente posible por qué, en la interacción estr~tégica, la co-
sultado se relaja -el término es de Goffman- cuando interviene la
pantalla de una e agencia de ejecución» 4 • La eficacia de la jugada, su
~· municación entre los actores sólo es, como mucho, residual 7•
«peso,., su cvalor», sus efectos sobre los demás protagonistas del jue-
go tienden entonces a depender de las rutinas, calendarios, procedi- I·
l'i1_·(_'_·- - - -
mientos, reglas de juego, intereses y relaciones de fuerzas internas de
;~; .
5
Apane del entorno físico de los protagonist~·- en el sis.tc.m:i de eje~ución p~opio
la «agencia de ejecución».
Llamaremos juego tenso (úght game) a todo contexto de interac-
ir-'.- '~_.:,.' _'· dd juego tenso participan elementos corno la coacc1on a paruc1par en d ¡uego (la .mac-
" ción se convierte entonces en una opción táctica), el carácter estructurado del ¡uego
ción en el cual las jugadas intercambiadas --conjugadas con los di- E• (un número limitado de opciones tácticas discretas y netamente diferenciadas) Y el co~­
versos elementos del contexto físico inmediato de la interacción- de- ~•.-.fr,','.· promiso de las partes en las jiu gadas hedch'.15. (la .imposibilidlaad d: volv_erdsobreaun::~­
terminen directamente las transformaciones de la situación de los pro- •."' gada ya iniciada), siendo el e emento ec1s1vo ¡ustarnent~ exmenc1a e un ·~ . -
~~~ bución intrínseca• (intrinsic pay off) ínseparable de la ¡ugada llevada a cabo (1b1d.,
tagonistas, y juego relajado (loose game) a los contextos en los que lj: pp. 114-115). . .•
las «agencias de ejecución» se interpongan entre las jugadas y sus re- ·1 6
/bid., p. 120; por otra parte, no es apenas necesano aceptar la re~r~e?tac1on de
sultados. Así pues, es la relación entre jugada y su resultado --0 más ~11~ la acción que lleva consigo esta secuenci~, al fin y al cabo muy ~dec.1~10n1Sta•, para
bien el resultado del intercambio de jugadas- la que constituye el -~ lleg~ a la misma conclusión sobre e! limita~~ papel ~e. la comu111cac1on en las mte-
J"..- racc1ones con fuerte componente de mteracc10n estrateg1ca.
~.·: 7
/bid., pp. 99, 101 y, sobre todo, 143-144.
• Ibui., p. 115.
160

Los elementos de imperfección


Michel Dobry I' l• im,,J,prn,J,nW. "'"'" •mp/iaJ,,

~,~ nómenos de inhibición táctica que, como ya habíamos sugerido, pue-


161

:~~ den constituir, en tales contextos, una componente muy importante


Sin embargo, el interés que presenta para el estudio de la interdepen- :í'¡! del «estilo,. o del «clima,. de la confrontación (y pueden coexistir per-
dencia ampliada, la distinción entre juego tenso y juego relajado no ( ~:~~:aj~nte con una percepción ampliamente extendida de la ur-
reside únicamente en esta oposición entre los fenómenos de interac-
ción estratégica y los procesos de comunicación. Reside asimismo, y Así pues, las diferencias entre juego tenso y contextos de inter-
quizá más, en el hecho de que, desde determinados puntos de vista, dependencia ampliada no se limitan a un simple cambio de escala. De
las coyunturas fluidas tienden.ª situar a los protagonistas de las con- hecho, las interacciones a distancia, que encontrarnos en el segundo
frontaciones en situaciones similares a los contextos de juego tenso. caso, no obedecen a las mismas leyes que las interacciones de proxi-
Pero esto sólo es cierto desde determinados puntos de vista, por lo . ~. mi dad física. Esto ocurre sobre todo con las relaciones que se esta-
que,· sin duda, es más riguroso ver en los contextos de interdepen- .::.· blecen entre las jugadas y sus resultados, relaciones que pierden en
dencia surgidos de la desectorización coyuntural del espacio social el caso de la interd.ependencia ampliada una parte notable de su ca-
un tipo de juego particular que llamaremos juego tenso imperfecto, rácter directo o «tenso», al menos para los actores que no están in-
aunque estas imperfecciones le distinguen tanto del juego relajado mersos en un contexto local de interdependencia física directa.
como del juego tenso. Por lo que respecta a las jugadas, ello quiere decir que, en estos
El primer elemento de imperfección proviene del propio marco :::r1~ casos de interdependencia que surge a escala multisectorial, los acto-
de la interacción. Existen a este respecto algunas evidencias claras que \~~i res no están todos, al mismo tiempo, uniformemente condenados por
hay que recordar. En primer lugar, este marco no se reduce, como ·· sus propios contextos situacionales a «jugar,. solamente con jugadas
ocurre en el caso del juego tenso ideal, a un espacio en el cual todos .~ directas. Otro de los componentes de los .. climas,. particulares de las
los protagonistas de la interacción están inmersos en relaciones de ~~.' coyunturas fluidas es precisamente la simultaneidad de jugadas direc-
proximidad física inmediata. No se trata de una especie de interac- ~Y tas y de jugadas mediatizadas (justamente esta simultaneidad hace de-
ción de cara a cara generalizada, en la que cada actor individual re- ...,, licado el mantenimiento de esta distinción, al menos en su definición
sultaría interdependiente, en cuanto a su «destino,., de cada uno de ~: estricta). El análisis de los procesos de crisis nunca concederá la su-
los demás actores individuales (este tipo de contexto de interacción .r. ficiente importancia al hecho de que, y fijándonos de nuevo en la ilus-
parece difícilmente concebible en la escala de las sociedades que es- ~i tración canónica de los motines del 6 de febrero de 1934, los enfren-
í~~
tamos tratando, salvo como una pura ficción metodológica) 8 • Asimis- ·· tamientos físicos coexisten en sincronía con la discusión, en la Cá-
mo, nada nos autoriza a suponer que la ampliación del espacio de con- ;.fl_·.~.:mara de Diputados, de las interpelaciones de los diputados conser-
frontación, que define a las coyunturas fluidas, pueda imponer uni- f vadores y con la votación de la moción de confianza presentada por
formemente al conjunto de los actores afectados la obligación -de ju- f.: Daladier.
gar: al lado del sentido de la urgencia que podemos observar espe- Esto significa que, si bien es útil acúdir parcialmente al esquema
cialmente en los momentos de «derrapaje" de ciertas crisis 9 , hay fe- del juego tenso para explicar ciertos aspectos centrales de la interde-
pendencia ampliada, sólo se puede hacer de una manera absolutamen-
8
Lo cual no impide en absoluto, como se verá más adelante, que, en contextos de
te rigurosa concibiendo los espacios en los que se intercambian las
fluidez, relaciones en las que todo se desarrolla en el •cara a cara. se introduzcan en jugadas directas como regiones, o mejor, como islotes de juego tenso;
relaciones sociales de las que estaban institucionalmente separadas en coyuntura ordi- islotes más o menos inestables, en un entorno menos marcado por la
naria, fenómeno que no debe confundirse con la configuración de interacción no ob- interdependencia propiamente física de los protagonistas de la inte-
servable que acabamos de mencionar.
9 racción. La desectorialización coyuntural del espacio social y la apa-
Sobre la irrupción de estas extrañas sensaciones coiectivas que traduce el famoso
O ora mai piu -ahora o nunca- de Pareto la víspera de la marcha sobre Roma, véase rición de la interdependencia ampliada asociada a ella no equivale, en
J. J. Linz, •Time and regime change• ponencia presentada en el congreso de Edim- ningún caso, a una generalización, en el conjunto de los sectores afec-
burgo de la IPSA, agosto de 1976, pp. 7-8. tados por las movilizaciones multisectoriales, de los rasgos que ca-
.
'

162 Michel Dobry

racterizan al juego tenso. Pero, por esto mismo, los lazos _que, en el
juego tenso unían las jug~das_ con sus resultados,. se m_~difican y _lo
esencial de este punto reside JUstamente en la aruculac1on de los 1s-
''
'
. ".
~..
·.' ...

~,'.
$J.
~:,~.:
H
~;
'

La interdependencia táctica ampliada

tos de interdependencia ampliada, la eficacia de las jugadas tenderá,


de hecho, a ser el producto de la inserción de la jugada, y de su re-
sultado directo, en la red constituida por las demás jugadas llevadas
163

loces de juego tenso con su entorno.


a cabo y sus eventuales resultados locales. Aquí es precisamente don-
Esto se puede apreciar muy bien en las particularida?es que ca-
i.··. de se encuentra el elemento de relajamiento, la distanciación entre la
racterizan al relajamiento existente en los contextos de mterdepen-

1
jugada y su resultado -la retribución posi~va o negativa q.ue proc.u-
dencia ampliada. Pues éste no puede ser descrito como relajamiento
rará al actor- propia de los contextos de mterdependenc1a amplia-
del juego tenso, al menos en el sentido que Goffman da a este tér-
da. La diferencia con las coyunturas ordinarias aparece aquí cI:rra-

l
jj~'.
mino y que nosotros ya hemos explicitado. La mediación que tiene
mente, por poco que se admita la equivalencia aproximada, ~ntenor­
lugar entre las jugadas y sus resultados no está representa~a por la .
mente sugerida, entre coyunturas rutinarias y .conte~os. de juego r:-
intervención de una pantalla institucional. Las transformaciones de j
lajado. Mientras normalmente en las coyunturas rutmanas la e~c~c1a
estado que sufren entonces los sectores afectados por las moviliza-
de las jugadas intercambiadas se establece de acuerdo con, l~s log1cas

1

ciones mulcisectoriales tienen aquí una fortísima incidencia: en efec-
to, no se puede atribuir la eficacia -por lo demás, como se sabe,
,-.- sectoriales y con las definiciones de situaciones que estas logicas con-
llevan, en las coyunturas fluidas, la eficacia resultará de un proceso
muy fluctuante- de las juga?as institucionales_ a l~ es_tabilid~d y al ~'.; más complejo en el plano analítico; proceso en el cual no sólo se co!1-
dominio de las lógicas sectonales. La pantalla msaruc1onal aend~ a
~· frontarán directamente recursos y líneas de acción habitualmente ais-
no interponerse con el mismo espesor de objetivación de las relacio- t~-' lados los unos de los otros, sino, sobre todo, en el que se tenderá a
nes sociales, no goza de la misma autonomía que en las coyunturas
descifrar y a apreciar las jugadas las unas con respecto a las otras, en
rutinarias, no impone con el mismo grado de coacción sobre los ac-
las relaciones que el orden de aparición establece entre ellas.
tores sus definiciones de las situaciones, sus reglas de juego y sus re-
Aquí radican, desde luego, algunos problemas tácticos con los que
penorios de jugadas posibles. El «relajamiento» (entendido ahora en
se encuentran los actores en las coyunturas críticas. Ya hemos habla-
un sentido completamente distinto) se refiere más bien al estado de
do de uno de estos problemas: el del control por parte de los actores
las pantallas institucionales que a las relaciones entre las jugadas y sus
resultados. del significado y del alcance de las jugadas que ellos mismos han ~ro­
tagonizado. Las dificultades que encuentran a este respecto ~on_sutu­
¿Podemos seguir hablando, en tales condiciones, de un relaja-
yen, junto con la incertidumbre estructural, uno de los prmc1~ales
miento propio de los contextos de interdependencia ampliada y, si es
factores de la prudencia que demuestran a veces. Esta rrudenc1_a se
así, ep qué consiste? La respuesta a esta cuestión exige 9ue intro~uz­
traduce en primer lugar en la sorprendente escasez de 1ugadas irre-
camos en el análisis, al menos por lo que respecta a los islotes de 1ue-
versibles 10 ; de lo cual da testimonio, por ejemplo, el hecho de que,
go tenso, un elemento suplementario, la distinción entre el resu~tado
durante la crisis de mayo de 1958, en el campo _gubernamental no se
local de una jugada y lo que denominaremos su resultado amplio. El
hiciera ninguna jugada irreversible, hasta la investidu:a. del gene:al
resultado local tiene un «Vínculo intrínseco» con la jugada llevada a
De Gaulle, mientras la negociación tácita de una defimc1ón «legalis-
cabo: en este sentido, en los islotes de juego tenso, la interacción se
ta» de la situación con los militares argelinos ofrece una ilustración
aproximará a lo designado con la noción de juego tenso. En estos con-
típica de una actividad táctica que evita toda irreversibilidad_ (pero
textos locales -y los ejemplos anteriormente citados de los enfren-
;} que también renuncia a la ventaja de i:re~entarse a sus adversano.s ha-
tamientos del 6 de febrero de 1934 o de la torna del gobierno general
de Argel en 1958 son pertinentes- serán las definiciones estrictan:ien-
~- biendo «quemado sus naves»); caso similar, aunqu~ e~ otro reg1s_tro,
te físicas de las situaciones, las que se impondrán a los protagomstas
'~t
,;· -
a la parálisis táctica que parece haber sufrido el movimiento estudian-
':·''
locales y las que tenderán a coaccionarlos a jugar, salvo que desapa- ;\.

rezcan -también localmente- como actores. Pero los efectos de una


1o Es decir de los compromisos (commitments) en el sentido que da Schelling a esta
jugada, su eficacia, no se reducirán a este resultado local. En contex- noción (cf. T. Schelling, The strategy o[ conflict, ob. cit., pp. 121-123).
164 Michel Dobry 1
l l4 interdependencia táctica ampliada 165

til en las jornadas, percibidas no obstante como decisivas, del 29 y Jf llamamiento,. 14 • Su carácter «poco afortunado,. 15 debe as1m1smo
30 de mayo. También lo encontramos en las menos sorprendentes ~~: at~buirse a la concatenación de jugada~ ei: la q~e tiene l~gar este men-
configuraciones que pueden tomar, en tales contextos, ciertas estra- ·,:&. saje, es decir, concretamente: a) su comc1denc1a, fortuita, con un re-
tegias carismáticas, como las de un De Gaulle en 1958 o la un Men- i,; surgimiento del movimiento que materializa la manifestación más vi-
des France en 1968, punto que veremos detalladamente más adelante. l'" gorosa, sin ninguna duda, que hubo en los sucesos de mayo_; _b) el
Un segundo tipo de problemas, de hecho bastante similar, pro- ({· tipo de solución que proponía (el ref~r~ndu_m, cuya «aceptab1lida?"
viene de la manera en que la «retraducción,. propia del juego tenso ~. es, como se verá más adelante, muy debtl --este es un punto que d1s-

II;'
imperfecto afecta a la credibilidad de los actos, mensajes, amenazas ~; tingue radicalmente a las alocuciones del 24 y del 30 de mayo--);
o promesas de los que son vectores 11 . Allí donde un reflejo substan- : c) la n~gociaci~n iniciada p~ralelamente,.: incluso haciéndole l_a com-
cialista lleva al observador a buscar los principios de esta credibilidad . : petenc1a, con vtstas a otro tipo de soluc1on, en el terreno social.
primeramente en los «caracteres intrínsecos,. de los actos «performa- si
·, · Todo esto implica asimismo que, bien la interdepe~denci~ am-
tivos,., en la «fuerza alocutoria,. de los discursos o en las cualidades • pliada se observa en primer lugar en. el plano de las relac10nes 1!1ter-
personales del locutor, por ejemplo .su carisma, la comprensión de sectoriales y en el de l~s transformaciones que sufre~. estas relac10nes
esta retraducción incita a una mayor prudencia, es decir, más concre- f!,· en las coyunturas flmdas --entre ellas, muy especialmente, la des-
tamente, a la consideración paralela de las estructuras de plausibili- ~~.' compartimentación tendencia! de los espacios de confrontación ? are-
dad de las jugadas -tomamos esta noción de Berger y Luck- ·~~.' nas sectoriales-, no sólo se reduce a esto, y comporta como dimen-
mann 12- en sus redes de aparición. Tal es así que, para apoyarnos .y sión indisociable la de los cálculos y, en general, la de la actividad
en un ejemplo muy comentado, la amenaza que intenta transmitir la i~. interpretativa de los actores. En otras palabras, no es posible aceptar
alocución pronunciada el 30 de mayo de 1968 por el general De Gau- i'i~ aquí, por lo que se refiere a los resultados amplios de las jugada~ in-
Ile quizá deba su credibilidad tanto a los efectos de halo de algunas f: tercambiadas, la distinción propuesta por Goffman entre la estima-
otras jugadas, la desaparición de De Gaulle, su entrevista con el alto
mando militar en Alemania, los movimientos de carros blindados a
w· ción de la situación por los protagonistas de la confrontación, por
· una parte, y, por otra parte, un sistema de ejecución productor de re-
las puertas de París o, incluso, la manifestación progubernamental sultados que sería perfectamente ajeno a las estimaciones, a la activi-
que le siguió (que sin duda contó con la alocución como elemento dad interpretativa de los actores. La .-estimación», en los contextos de
de coordinación táctica), como a su -incontestable-- perfil de «dis- ': juego tenso imperfecto, fonna pa,rte de los sistemas de ejecución y no
curso-llamamiento» 13 • Del mismo modo, el fracaso de la alocución i,!.:_.r•.• se localiza exclusivamente, como parece pensar Goffman, con an~e­
del 24 de mayo no se puede achacar exclusivamente a su aspecto hí- .. ~, rioridad a las líneas de acción puestas en práctica por los protagoms-
brido, ni verdadero «discurso-resumen,., ni verdaderamente «discurso- .~, tas de la interacción. Es decir, que en el juego tenso imperfecto tam-
bién nos encontramos ante una estructur;i de determinación de la efi-
:~.. cacia de las líneas de acción mucho má; compleja que las que carac-
11
Sobre la noción de credibilidad, véase sobre todo los trabajos ya citados de Sche- :-f
lling (The strategyc of conflict, caps. 4 y 5) y Goffman (Strategic interaction, ob. cit.,
pp. 102-113). 14
Cf por ejemplo, A. Dansette, Mai 1968, París, Pion, 1971, pp. 226 ss.; J. R.
12 ;,.
P. L. Berger, Th. Luckmann, The soeútl constructíon of reality, ob. cit., ';~ Tournoux, Le mois de mai du Général, París, Pion, pp. 143-151; J. Touchard, Le gau-
pp. 174-175. :i llisme. 1940-1969, París, Le Seuil, 1978, p. 281. La alocución comprende 633 palabras,
13
Sobre la distinción entre discursos-llamamiento y discursos-resumen veáse J. M. JJ: una media de 21.86 palabras por frase, 8 •yo• ... lo cual, evidentemente, no fue muy
Cotteret, R. Moreau, Le vocabulaire du général De Gaulle, París, Presses de la Fon- t decisivo (ver el texto de las alocuciones de los días 24 y JO de mayor en L 'Année Po-
dation Nationale des Sciences Poiitiques, 1969, pp. 19-37 (obra que no analiza las alo- ·~., litique 1968, París, PUF, 1969~ pp. 379 y 381).
cuciones de los días 24 y 30 de mayo de 1968). La alocución del 30 de mayo está for- 15 Sobre las condiciones sociales de la enunciación poco afortunada, ver el estudio
mada por 455 palabras, 20,54 palabras por frase y 11 veces el pronombre •yo• (la lon- clásico de J. L. Austin, Q11and dire c'est fazre, París, Le Seuil, 1970 (trad. de How to
gitud media de los discursos-llamamiento del general De Gaulle es, según Cotteret do thíngs with words, 1962), pp. 47-56 [Palabras y acciones; cÓm? hacer cosas con pa-
y Moreau, de 801 palabras). labr,zs, Buenos Aires, Paidós J.
166 LA intmlependenCÍ4 táctica ampliada 167
Michel Dobry ~·
'f>"

terizan a los otros dos tipos de interdependencia táctica. Esta estruc- ·:t' mental, resalta de forma sorprendente en el episodio, minúsculo en
tura puede analizars.e, au~9ue también se trate de una simplificación, ~: los hechos, si nos atenemos a sus dimensiones físicas, del «desembar-
como _una doble ~;tzculacu:n de las jugadas intercambiadas, dado que ·;; co» en Córcega del 24 de mayo de 1958. Este «desembarco• repre-
toda lmea de accton se aruc.ul~ en ?os planos a la vez. El primer pla- J.~' senta, sin dudad alguna, el pudnto debiilinfldexión de la confrontación, ya
no es el que acabamos de distmgutr, el de la red de circunstancias en •. que entonces esaparece to a posi · · ad de mantener la definición
que ~e inserta la línea de acción. Los resultados de las jugadas se de- fi.i:. leg:Jis~a de la situación que, como ya se ha explicado, el gobierno
termm:m en este plano. Son los procesos que lo constituyen los que
h.acen moperantes todas las concepciones substanciaüstas de ia efica-
cia de los recursos '( de las diversas líneas de acción. Sin embargo
l ; Pfhmlm había negociado, no sin dificultades, más o menos tácitamen-
: te desde el 13 de mayo con los altos mandos militares argelinos. Este
~ es asimismo uno de los principales resortes de la eficacia que a veces

1.
-y ~sto es lo que dificulta el análisis- todo ocurre como si, al mis- pueden adquirir jugadas tan curiosas -al menos desde el punto de
mo tiempo, en un segundo plano, se debiera tener en cuenta un rol . yÍsta de las condiciones sociales en que tienen lugar y en que triun-
pani~ular de los intercambios de jugadas y de los resultados locales . ,'. fan-- como son las provocaciones; jugadas que siempre suponen la
~ intervención de este tipo de visión amplificadora de las interpretacio-

I
~ue tienen lugar en los islotes de juego tenso. ºDelimitar este rol par-
ticular supone volver sobre la incertidumbre estructural, uno de los nes sobre «Soportes» físicos normalmente de lo más reducidos 16 •
coi:iponentes fundamentales, como recordarán, de las coyunturas · Pero al decir esto, también hay que subrayar que, además de esta po-
~u1das. P~demos avan~ar la hip~tesis de que este rol de las jugadas :~- sibili?ad de efectos desproporcionados, sucede que las leyes de retra-
mtercarnb1adas en los islotes de Juego tenso se explica por el hecho "~f duc_c1ón no se pueden dominar fácilmente por parte de los autores de
de que, en tales coyunturas, en las que los actores tienden a carecer i;; las.Jugadas: si, en definitiva, las provocaciones con éxito parecen re-
d.e puntos de referencia, de instrumentos de evaluación de las situa- 1.. lauvamente escasas en las coyunturas críticas, es porque comportan,
c10~~s y ?e índices ligados a las lógicas sectoriales, sus percepciones, ~- por el hecho de esta retraducción, serios riesgos de no funcionar en
ant1c1pac10nes y cálculos no pueden evitar la dimensión física lama- !'.-' e1sentl.do d esead o por sus promotores (esta dificultad para controlar
fi·,
ten,ilidad de estos intercambios de jugadas y de sus resultad~s loca- l~s efectos de los actos tácticos es, como recordarán, una de las pro-
les. Est?s se .presentan .como puntos particularmente atraaivos para piedades generales de los contextos de interdependencia ampliada).
la actividad mterpretatlva de los protagonistas de la confrontación ,. Por último, los fenómenos de tensión a los que se enfrentan, en
como saliences situacionales, y más tarde veremos cómo el crecient; »~. algunos momentos, los protagonistas de las •grandes,. crisis políticas
peso c?~u!1_tural de lo~ saü~ntes situacionales en tanto que elementos ;~: obedecen también a mecanismos similares: esta tensión, que es indis-
de defm1c10~ de las s1tu.ac10nes es una propiedad general de las co- .~..-.·.~.~· . pensable distinguir de la «tensión,. del juego tenso, consiste precisa-
yunturas ~mdas. ~sto viene. a .deci~, sin embargo, que este rol partí- - mente en la separación, la distancia que los csistemas de ejecución»
cula~ re~1te tam~1en a la a~t1v1dad mterpretativa de los actores y que r propios del juego tenso imperfecto introducen entre las jugadas y sus
la eficacia de las ¡u.gadas d1rectas y de sus resultados locales no pue- -~ eventuales resultados locales, por una parte, y su-s resultados amplios,
Je, por tanto, considerarse como equivalente a su «contenido» estric- por otra. Se trata, en definitiva, de una consciencia difusa de esta se-
tamente físico, de gana~~ias y de pérdidas de recursos comprometi- parat:ión y, si se nos permite, de un funcionamiento no controlable
dos y del control coercmvo en que pueden desembocar. de la concatenacíón de las jugadas.
P~r otra parte, no podríamos explicar de otro modo la despro- ;

poroon que s~ obsen:a frecuentemente en l'!s coyunturas críticas en- ·4~·


":1~'
.:r-1·
tre el •co.ntemdo» físico extremadamente reducido de ciertas jugadas ~:;.;:,
·:{.;
y la amplitud de sus efectos, no sólo sobre las percepciones, sino sobre ,!;· 16
G. Marx, • Thoughts on a neglected category of social movement participant:
wdo sobre los comportamientos tácticos y las definiciones de las t?e agent provocateur and che ínformant•, American ]oumal of Sociology, 80 (2), sep-
~l1a~zas d;seable~~ de~os objeti~os ~~rseguidos y del propio motivo ·~ Uembre de 1974, pp. 402-429 (que, sin embargo, no aborda de frente la cuestión de
:,.,,:
~ ~~. 169
168 Michel Dobry . la interdependenc:Í4 táctica ampliada
"
'-'-:
""-;.,

ESTIGMATIZACIONES Y POLITICA SIMBOLICA

En un plano más general, encontramos los mismos rasgos en los pro-


.i' o del grado de recurso a los recursos coercitivos, donde cada uno de
esos escalones corresponde a líneas de acción particulares o a la pues-
18
ta en práctica de ciertas tecnologías institucionales • El segundo eJ:-

I
cesos de aparición de marcadores o estigmas que van ligados, en las
coyunturas críticas, a las situaciones y que se imponen, como ele-
~: ''
mento consiste en la idea de que la escalada representa una ascenswn
en la escala, independientemente de cuáles sean, por otra parte, las
mentos de definición de estas últimas, a las percepciones y a los cál- :' hipótesis sobre el «motor,. de esta ascensión y sobre la forma en que
culos de los actores. La gama de estos procesos, o más bien de los .
se efectúa 19 •
·~
estigmas que producen, es variada. Puede tratarse de la dirección, as- ~;~ · Esta concepción tradicional de la escalada, al menos por lo que
cendente o declinante -por ejemplo la escalada- de una confron- ,· ~'" respecta a los contextos de interdependencia ampliada, peca en ~n de-
tación. Puede tratarse de la postura, ofensiva o defensiva, de sus pro- fecto fundamental: atribuye a las escalas de escalada una realidad y
tagonistas. Pero estos procesos también pueden afectar a la propia un papel que éstas no podrían tener (y no tienen). Subrayaremos des-
existencia de los actores como unidades sociales discretas, como ac- de ahora que, para establecer una imagen aceptable de los procesos
tores colectivos o como partes. que ·cuentan en la confrontación, es de escalada, no basta con destacar que éstos no tienen ni mucho me-
decir con las que «hay que contar•. El análisis de estas estigmaciones '.nos el carácter de una ascensión monótona en la escala, ni incluso
nos hace entrar así en un terreno empírico particular, aún bastante que las ascensiones reales se saltan ciertos escalones, experimentan pa-
desconocido, pero que toda una corriente de la sociología política ha rones, .. dudas,., movimientos de «Vaivén,. 20 • Pues se seguirá estando
intentado distinguir y estudiar bajo etiqueta de «política simbólica» prisionero de la idea de que existe una escala que estructura los pro-
(esta etiqueta parece que se orienta fundamentalmente hacia las rela- cesos de escalada.
ciones recíprocas existentes entre las tácticas puestas en práctica en
· · 18 El modelo de referencia de esta concepción de la escalada sigue siendo, a pesar
las confrontaciones y competiciones políticas, por un lado, y las re- de su tema (la escalada en los conflictos internacionales en la era nuclear), la obra de
presentaciones, símbolos o stocks cognoscitivos de sus actores, por H. Kahn, De l'escalade. Métaphores et sdnarios, París, Calmann-Lévy, 1966 (l.' ed.
otro) 17• Nos limitaremos, en este sentido, a intentar delimitar el al- amer., 1965). Esta concepción también esú presente en la mayoría de las sistemati~a­
cance del sistema de ejecución propio de los contextos de interde- ciones objctivistas en las que los juristas intentan imaginar la dinámica de los conflic-
tos institucionales (véase, como un buen ejemplo de este enfoque, O. Duhamel, •La
pendencia ampliada. Constitution de la V.• République et l'altemance•, Pouvoirs, 1, 1977, pp. 47-71).
19 A menudo se tiende a situar este •motor•, tanto en lo que se refiere a los con-
flictos internos como a los internacionales, en el funcionamiento de las percepciones
Escaladas y escalas de escaladas recíprocas de los protagonistas de un conflicto (y, especialmente, e~ lo~ :"e~tual:s efe;-
tos de misperception) y, cosa que no carece por lo demás. de sofisti:ac1on m de 1~t:re~,
en las dinámicas competitivas propias de cada protagonista. por e¡emplo, las dmam1-
Tomemos el ejemplo, que acabamos de mencionar, de los procesos, cas que se organizan en torno a la dicotomía e.halcones.' palomas•; est~ último tip_o
a priori sin misterio alguno, de escalada de las confrontaciones en si- de hipótesis pudiendo desembocar concretamente en la idea de una posible •COm~~1-
tuaciones de crisis política. La concepción que nos propone la inves- cidad objetiva• de los halcones (o de las palomas) de cada campo y en la constatac1on
tigación contemporánea corresponde, más o menos explícitamente, a de que el motor de la escalada, por consiguiente, puede mur bien loca~z.arse fuera de
los tema!, de los fines, de los motivos o de los intereses mamfiestos u oficiales del con-
la combinación de dos elementos distintos. El primer elemento con- flicto (véase sobre todo, en lo que respecta a estos últimos puntos, M. Edelman, ·Es-
siste en un ordenamiento jerarquizado, y organizado en escala, de es- calation and ritualization of political conflict-, American Behavioral Saenwt, 13, sep-
calones (o de umbrales), en función de su intensidad, de su gravedad tiembre-diciembre de 1969, pp. 231-245).
2o Cosa que H. Kahn comprende muy bien (ob. cit., capítulo 2). Véas~ asimismo,
en lo que se refiere a las confrontaciones internas, Ph. B. Scranton, Escalatzon: a co"'.-
17 Véase especialmente N. Edclman, The symbolic uses of politícs, Urbana, Uni- parative study of three soci4l movements and the process of.conflzct development'. Um-
versity of Illinois Press, 1964; Politia as symbolic actíon, Chicago, Markham, 1971; versity of Pcnnsylvania, Ph. D., 1975, pp. 5-9 y 65-67 (un mtento de poner al d1a. una
Political language. Words that succeed and policies that fail, Nueva York, Academic •estructura del desarrollo• de los procesos de escalada, o, en otras palabras, su h1sto-
Press, 1977. ~ n~~~ .
·'
170 Michel Dobry
I.¡-
sr.·."
'
..

La interdependencía táctica amplidda 171

Y esto no es así. En primer lugar porque los escalones y umbra- l dos, de ciertos tipos de representaciones, de sus estructuras de plau-
le,s que aparecen en los procesos reales no son necesariamente pree-
~. sibilidad y de las estigmatízaciones en torno a las cuales se organizan
xistentes a las confrontaciones, y normalmente no son más que re-
s~ltados, efectos e~ergentes que sólo toman el significado de esca- i
~
~:.
estas estructuras 21 .
De hecho, las cristalizaciones de estos tipos de representaciones
lon, en las percepc10nes de los actores, en función de la concatena- -m; parecen sufrir, debido a su dependencia de las concatenaciones de ju-
ción concret~ de jugadas intercambiadas. Por ejemplo, si el «desem- gadas, de una gran precariedad y, al menos en los períodos de amplia
barco» en Corcega, el 24 de mayo de 1958, funciona como signo de fluidez política, la imposición de una imagen de escalada se convier-
una escalada, no es por su intensidad, por la violencia que conllevara te, para los actores que tienen un interés coyuntural en ello, en una


o por s~ resultado letal. Desempeña ese papel, además de por lo que maniobra de las más delicadas de realizar. Esta es, para poner un
s_e ha dicho antes (la desaparición que ocasiona de la ficción de lega- ejemplo negativo, una de las principales razones, justamente porque
h_dad), por el hecho de que ese «desembarco• materializa una exten- ( rio se consiguió imprimir a la situación los estigmas de la escalada,
s1ó? geográfica, indica una dirección (Córcega está situada entre Ar- por lo que el intento de golpe militar de abril de 1961 se hundió, por
gelia y la metrópoli) y objetiva un resurgimiento de la confrontación.

1
; decirlo de alguna manera, por sí solo, sin que en realidad se produ-
Su papel es comparable en esto al que tienen, en los «sucesos• de .
22
jera ninguna derrota decisiva, en el sentido militar del término • Un
mayo ~e 1_968, las manifestaciones del 24 de mayo, desde luego mu- · excelente ejemplo en sentido inverso -pero sin duda un ejemplo lí-
cho mas v10lentas, pero que deben su valor de escalón mucho menos ' mite- lo constituye el período que precede, durante la crisis italiana
a esa violencia que al hecho de que también ellas materializaron una
extensión -el paso de la orilla izquierda a la orilla derecha, abun-
dantemente comentado-- y, como ya hemos visto, un resurgimiento
..l'f'.
W!
~.~-.-.· de 1919-1922, a la marcha sobre Roma y que ve a las escuadras fas-
cistas «Conquistar», en oledas sucesivas, ciudad tras ciudad y región
traS región, e imponer, progresivamente, la imagen de un avance te-
del movimiento. · 23
~· rritorial irresistible .
Y lo que hemos dicho para los escalones sirve, con mayor moti- \·'?';.
vo, par~ las escalas de escalada: el éxito de la imposición en contex-
t?~ de mterdependencia táctica ampliada de una imagen de la situa-
c10n co~o «ascensión hasta los extremos» no supone en absoluto que
21 Sería interesante destacar que las tácticas de ordenamiento jerarquizado de las
el escalon alcanzado en un momento dado de la confrontación sea lo-
jugadas --cosa en la que los actores piensan con frecuencia-- no suelen intervenir con
caliza~le en _una escala de escalada preconstruida. En los hechos, son eficacia más que en contextos de una deflación de la fluidez politíca, como es el caso,
las es~1gmac1ones ~el tipo de las que acabamos de mencionar las que por ejemplo, de la notable maniobra de •normalización• que, durante los sucesos de
permiten, al ocurnr en concatenaciones concretas, hacer creíbles las 1968, sigue al viraje del 30 de mayo y cuyas estigmatizaciones se ordenan cronológi-
amenazas de escalada, que, para los actores, sólo tienen sentido en camente en torno a esos símbolos del •movimiento• que son las fábricas de coches en
Flins y Sochaux (que viven entonces los últimos •coleuzos de huelga-) y después, en
relación c~n las jugadas_ :levadas a cabo. Si la amenaza que constituye un segundo momento, el teatro del Odeón y la Sorbona de París. Es significativo que
la operac1on "re~~rrecc1on» en mayo de 1958 tiene, para los actores, la •recuperación• de estos últimos lugares simbólicos se realizara prácticamente sin vio-
val,or ~e «ascens1on hasta los extremos», es porque se suma a las an- lencia (se sabe que esta •recuperación•, ordenada por el general De Gaulle a su regre-
uc1pac1ones producidas por el «desembarco» en Córcega; las escalas so de Rumanía, el 19 de mayo, se vio paralizada por una resistencia conjunta del pre-
de escalada, cuando surgen como representación de la dinámica de fecto de policía de París, Grimaud, y de la facción del primer ministro; véase M. Gri-
maud, En mai,fais ce qu'il te plait, París, Stock, 1977, pp. 194 y 208-215).
la~ conf~ontacione.s, est~ producidas por los mismos procesos, los 22 Véase, por ejemplo, P. Viansson-Ponté, Histoire de la République gaullienne,
m1sm_o~ _mrercamb1os de ¡ugadas que sus escalones. Por consiguiente, París, Fayard, 1970, t. 1, pp. 359 ss.;J. A. Field, Tu. C. Hudnut, L'Algén'e, De Gaulle
el analis1s de los procesos de escalada ve desplazarse su objeto de la et l'armée, París, Arthaud, 1975, pp. 182 ss.
23 La mejor reseña de este proceso sigue siendo la obra de A. Tasca, Naissance du
coristrucczón de un artefacto, de una jerarquización objetivista de las
¡ugadas_ hechas o por hacer en función de su «gravedad», hacia la ex- a
fasasme, l'ltalie de l'armistice la marche sur Rome, París, Gallimard, 1967, (!.' ed.
1938), especialmente, pp. 131-150, 225, 240-252 [El nacimiento dd faKismo, Barcelo-
plorac1on de los procesos de surgimiento, mucho más desordena- na, Ariel, 1983].
172 173
Michel Dobry

las marcas de la existencia f'lºl.


I~ ""ª1~1"~;!4'"'
.,,
!:!

Desde este punto de vista, sin embargo, las dificultades que encuen- ~uopi:!~Á -~1-1 ! _.,, 1 '"'
tran los actores en el dominio de las tácticas de mercado no parecen ro.i;uqo so¡n:UJ:J "'
:>.1.
exclusivas de los procesos de escalada. Podemos hacer observaciones
~? SOJ~qo
2 1 11 1 ¡ - ! i 1 1 1 11 1 l,I I ""' 1 00
similares a propósito de otros tipos de estigmatizaciones, algunas de ¡lf· SOleJ!PU!S
N

las cuales presentan gran interés para el análisis de las crisis políticas. iJ!;
Este es concretamente el caso de los problemas que se le plantean a f'\
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so.n¡ndod
~P'P!SJJA~fl
1i 111 ¡ !-1111 1 1 1 1 1 1 J ! 1 11
los protagonistas de las crisis cuando intentan afirmar sus posiciones, ~ •' son~ Á
o incluso, simplemente, su existencia. En determinadas configuracio- so.n¡ndod
1 1 1 1 11 1 1 1 2
""°'º!l'l!ll
nes tácticas que aparecen en contextos de interdependencia ampliada,
esto puede exigir elevadísimos costes. Uno de los tipos de configu- un11n:J ~

ración más significativos a este respectó está constituido por los con-
textos de gran densidad de jugadas directas, entre los que se pueden
so¡n:uo

sns;unwro Á
mS!ftPO'
1111111111 111111111
ª
} ,. ro¡n:up ,( PU"!='S
señalar dos ejemplos muy diferentes: por una parte, las ocupaciones
de empresas industriales durante las huelgas de mayo-junio de 1936 omny; OJJOOOS
-~ 111-11111
y, sobre todo, de mayo-junio de 1968 (en este último caso, la direc- >p "P'!"'OOS

ción de la CGT buscó sin ninguna duda el efecto de saturación); por ;~·

'
otra parte, las «gestas,. y «expediciones de castigo,. de los fascistas, .. mnsodwc
.r.2n· "'1~~11~1 00
'"' ~ 111111'"''"'1
!~
especialmente a finales del año 1920 y principios de 1921, que apa-
recen en el cuadro de la página siguiente. Normalmente, esto supo- - ~~.., S"e.t\pUxfOO:J ....
o

ne, para el actor, un recurso a jugadas directas, cosa que no está al


alcance de todos los actores y que, además, presenta serios peligros ci.
Q.

de pérdida del control de sus efectos (o de sus resultados amplios).


Desde esta perspectiva es desde la que creemos conviene interpretar ... 1 1-N
esos sutiles ballets de manifestaciones que definen, como ilustra cla-
ramente el caso de la semana del 24 al 30 de mayo de 1968, los con- _.., 1 1... - 111111--1
tornos de los diferentes actores, de sus alianzas y de sus diferencias
estratégicas 24 (se observa un fenómeno análogo, pero con un nivel

i< Algunos episodios significativos: el 24 de mayo, la CGT organiza desíiles inde-


pendientes de la manifestación estudiantil, desfiles que se disuelven cuando empieza
esta última; el 27 de mayo, el movimiento del 22 de marzo (al menos su principal ten-
dencia) se separa del resto del movimiento no participando en la concentración de
Charléty, a la que la CGT replicará, justamente para desmarcarse de la operación de
Mendes France, con el desfile del 29 de mayo. A este último se unirán las tendencias
dominantes de los •comités de acción., que participaron en la concentración de Char-
léty, también para desmarcarse de ia operación Mendes France que está asociada a ellas
(pero no será éste el caso de la UNEF, que también estaba presente en Charléty): este
intento de estigmatización será, de forma reveladora, un fracaso. La extrema derecha
también había organizado varias manifestaciones, incluso antes del 30 de mayo, que
de violencia más alto, en los desfiles y motines del 6 de febrero de
Michel Dobry ';
f': ·
'~'·

:}.
ú interdependencia táctica ampliada

le creer con frecuencia, la ostentación de las demostraciones de fuer-


175

1934 y los días siguientes, donde el caso más significativo, a este res-
pecto, es el del partido comunista, el cual, habiendo participado, por ¡~ za, de los desfiles, de las adunate .. ., el despliegue de uniformes y b~­
medio de sus excombatientes reagrupados en la ARAC, en los moti- ~.:..:.~;:.' deras podrían no sólo representar la sfupedrficie, la ~spuma ~ e1 re~~­
nes del día 6, se vio forzado a «rectificar» en la calle --<:osa que fue , duo de fenómenos sociales más «pro un os» o mas «esencia1es» ·
;;,: Más concretamente, se puede decir que el recurso a lo que debe ser
muy costosa- las posiciones ambiguas, la confusión producida por
esta participación) is. A pesar de las apariencias, estos problemas de ~ considerado como un conjunto de .tecnología~ rudir:ient~rias de ob-
estigmatización de las posiciones y de la identidad no son mur dis- iL jetivación de ciertas relaciones sociales, de c1_e~ identidades o de
tintos de los que encuentra ese tipo especial de actores que son los ~¡'. 'ciertos grup~s (tipo de _fenón:enos qu~ I.a temauca. "~n~lle-lo-codo»
gobiernos cuando, en determinadas coyunturas críticas, tienen que .~:{ de la simbólica (o del s1mbohsmo) polmca no es m s1qu1era_ capaz de
afirmar su «existencia ... En efecto, la incapacidad que pueden tener \ . identificar) no es del todo ajeno al lugar que ocupan las tacucas de
los gobiernos --<:orno por ejemplo el de Pflimlin en mayo de 195S- '.< estigmatización en las definiciones ~e las s~ruaciones que se pro?u-
para imprimir a la situación este tipo de estigm~ es una de las prin-
cipales razones del posible surgimiento, en estos contextos, de una , :; no es, por otra parte, incompatible con la constatac1on que se puede
percepción de vacío político (percepción que la eventual dimisión del · ~ hacer, en ciertos casos -especialmente en los que acab~os de m~n­
gobierno no hace más que aumentar, objetivándola además) 26 • , ~ cionar-, de la supervivencia de estas tecnologías (debido, espe':1al-
, ,'. mente a su total institucionalización) en las coyunturas mas rutina-
Quizá no sea excesivamente temerario sugerir, para terminar con
es[e tipo de efectos del sistema de ejecución propios de los contextos ;/ rias que suceden a las crisis en las que han apareci~o ..P~ro, en c~­
de interdependencia ampliada, una comparación que plantea unas im- á bio, requiere que se tenga muy presen~e que los. pnnc1p1os de la ef1-
plicaciones y unas dificultades que no estudiaremos aquí. Se trata del ~'id[: cacia de estas tecnologías, y sus propias «func1on~s,., puede~ ~uy
parcnres.::o que se puede apreciar entre el papel particular de las ju- '1 bien no ser completamente idénticas -al menos mientras la h1pote-
gadas directas que encontramos en los procesos de estigmatización y fü;. sis que exponemos no sea desmentida- en todas las ~oyunturas, e.osa
las «puestas en escena,. y «simbolismos,. que, para referirnos a un que no parecen tener re~lmente en cuenta lo~ traba1os so.br~ ~I s1~­
ejemplo tópico, tanto han intrigado a los historiadores del fascismo, " bolismo político y especialmente sobre el nazismo. Esto s1gn1fica as1-
y, especialmente del fascismo alemán. Contrariamente a lo que se sue- ¡;,:. mismo, y hay que subrayarlo, que existen buen':5 razones para s~s­
~: · pechar que este tipo de fenómenos no es. e~cl~s1vamente c~racten~­
;t, tico de la Alema.nia nazi, de su cultura, m sal1qu1ei;a del «estiloh,. podh-
se desarrollaron todas ellas en la orilla derecha del Sena (ef., sobre este último punto, \1; rico propio de las empresas fascistas, 1as cu es, ciertamente, an e-
R. Ch1roux, l 'extreme droite wus la V.• République, París, LGDJ, 1974, pp. 168-173).
25
S. Bemeín, Le 6 février /934, París, Gallimard, 1975, pp. 158 y 235-245; M. Be-
;g; mostrado en este terreno, al menos en el período de entreguerras, un
.... saber hacer y una capacidad de innovación poco ~gmunes.
loff. • The sixch of February- en J. Joll, comp., The decline of the Third Republic, Lon-
dres, Chatto and Windus, 1959, pp. 9-35, así como, sobre las manifestaciones organi- f~<
~~-.
zadas por el pamdo comunista y la CGTU el 9 de febrero (y sobre las del día 12) A.
Prn;c. •Les manifestatíons du 12 févríer 1934 en provínce., Le Mouvement Social, 54,
enero-marzo de 1966, pp. 7-27. LAS COMPETICIONES PARA LA DEFINICION DE LA REALIDAD
6
' Véase, en la línea de los trabajos de K. D. Bracher sobre el advenimiento del
n•K1Unalsoc1alismo, J. J. Linz, Crnis, breakdown, and reequilibration, ob. cit., pp. 4,
66, 78-79 y 81. que, sin embargo, y como ya hemos señalado, considera el •vacío de
El conjunto de estas observaciones muestr.a, en. todo caso, hasta qué
poJcr• (power vacuum) sólo como una fase particular en una de las secuencias histó- punto la aparición de definiciones de las s1tuac1ones que estructuran
ncas típicas de las crísís de los sistemas democráticos (desde el punto de vista de Linz,
este •V•.:ÍO de poder• parece implicar sensiblemente el mismo fenómeno que el que
ha <lcnummado •estrechamiento de la arena política• y que examinaremos en detalle
27
Véase, sobre este punto, D. Pelassy, Le role ~es sign:s dam /~ dictature. ~tude
mas addantej. mr la symbolique nationale-socialíste, tesis en ciencias políacas, Pam, Insutud d Etu-
des Politiques, 1975.
1, .

'

'
.
176 Michel Dobry La interdependencia táctica ampÜ4tÚ 177
7.V•
~j.t,:···
las percepciones y los cálculos de los actores y, en general, su expe- ~:;·cuenta, que se tienda.a ver la definición de la situación sólo co~o un
riencia práctica, debe gran parte de sus características centrales al sis- ~- hecho cognoscitivo unilateral, propio de un actor ?• todo lo mas, de
tema de ejecución propio de los contextos de interdependencia am- '~i una categoría homogénea de actores, y que se de¡en de lado, en tal
pliada. Intentemos ahora observar más de cerca los procesos de esta ;,~~- recorte de la realidad, las interacciones que pueden tener lug~r, des?e
aparición. ,l.!-:
i!*.'\ ..éste
,. punto de vista, entre varios actores o varias unidades sociales d1s-

l.-Z.
~ ttntas.
'L tl:
~ ¡

Percepciones y de[miciones
:~~ de situaci.ones de decisión. Las
411-416. Este autor combinó tres •variables• que le penniten d.escribir och? tipos
tres variables a que hemos hecho alusión son las s1gu1en-

l
En primer lugar unas palabras sobre el uso que hace la ciencia polí- ~: la amplitud de la amenaza, el tiernf>o disponible para deci~ir y el gr~do d~ anti-
tica contemporánea de la noción de «definición de la situación». En ~pación (awarmes~) de la crisis. El •cubo situacional• reproduado a conanuac1ón ar-
efecto, este uso puede conducir a ciertas confusiones fáciles de pre- .acula estas tres vanables:
v.
venir. Las dificultades provienen precisamente de que, habitualmen- if..r.(
te, el politólogo entiende por «definición de la situación•. más bien .• l·· ..
: -c-1
el contenido de las representaciones y de las percepciones propias de
los. actores individuales o de las unidades sociales asimiladas a ellos
y, paralelamente a esto, aunque menos sistemáticamente, la manera
que tienen estas representaciones y percepciones de modelar los com-
portamientos de los actores, contribuyendo así a la producción de la
realidad social. .2
o.
Pero esta insistencia, por lo demás perfectamente justificada, so- E
<
bre el peso causal de las idealidades en el funcionamiento de las de-
finiciones tiende frecuentemente, en este tipo de recorte. de la reali-
dad, a dejar en la sombra algo que es central en la perspectiva aquí
desarrollada, a saber, las jugadas, las tácticas, la propia actividad de
definición o, más globalmente, los distintos procesos a través de los
cuales las definiciones de las situaciones surgen, se imponen a los ac-
tores, persisten o desaparecen.
Tanto es así, que en el uso del que nos queremos distanciar, lo
'
que más se valorará son las representaciones de los decididores, mien- ·-~+. @ / .. Crisis de Cuba
tras que el investigador se limita a describir de qué manera el o los .CI
U ¡'"" Lcv2nt2miento húng:iro 9
responsable(s) de una unidad política cualquiera percibe(n) la situa- A¡,;_•'---------------
Elevada Débil
ción a la que se enfrentan -por ejemplo, refiriéndonos a una con- AMENAZA
'
.:..
ceptualización que ha tenido una influencia considerable, la percep-
ción de la amenaza y de los riesgos que se corren, la del tiempo dis- 4; Los ocho vértices del cubo penniten localizar, según Hennann, cualquier situa-
ponible para actuar o la del grado de conocimiento previo de una con- +/; ción de decisión. Corresponden a las siguientes situaciones-tipo: a) situación de cri-
·';i: sis: grave amenaza, tiempo reducido, sorpresa; b) situación de innov.aci~n: grave a~e­
frontación 28 • De ello se deriva, sin que normalmente nos demos ' naza, tiempo amplio, sorpresa; c) situación de iner~ia: .amenaza débil, uem~o .amplio,
sorpresa; d) situación de oportunidad (circunstanaal ntuation!: amenaza ~eb1I, tle.~­
28
Ch. Hennann, • lnternational crisis as a situational variable• en J. N. Rosenau, . ·· po reducido, sorpresa; e) situación reflexiva: amen~za grave, u~mpo ~educ1d_o, ant1c~­
comp., lnternational politics and foreign policy, Nueva York, The Free Press, 1969, pación; f) situación deliberativa: grave amenaza, tiempo ampl10. ant1c1pac1on; g) s1-
t'.~

178
¡: La .
~~··
. ,. .
mterdependenaa tactica ampliada 179
Michel Dobry

Ahora bien, el olvido de la dimensión interactiva tiene evidente- ''~":ión de una definición concreta (que podremos llamar dominante en
mente consecuencias perjudiciales. Y sus inconvenientes son especial- ,'!; caso de que triunfe uno de sus protagonista_s),, sino también, y ello
-~· es absolutamente decisivo para la comprens1on de los contextos ~e
mente importantes sobre todo en los aspectos en los que este tipo de
enfoque podría conducir a hipótesis y resultados interesantes, como, ;~;. interdependencia ampliada, el de no reconocer la interde~endena:z
;:i entre varias definiciones distintas, así como la de sus propios destt-
por ejemplo, el mostrar que las situaciones pueden muy bien no ser
'f.t nos. Si volvemos al ejemplo elemental del «desembarco,. en Córceg~,
idénticas para los diferentes protagonistas de una confrontación, es
decir que pueden no ser definidas unilateralmente de la misma forma tf quiere decir simplement: que, cuando un actor c?nsigue definir la s1-
,1'l~: tuación de manera que el parece estar a la ofensiva, como es el caso
por estos últimos 29 -se trata de un aspecto de lo que Schütz llama
«realidades múltiples» 30 • Pues, además de la constatación, siempre i; del campo argelino con la fo~ac!ón
en Cór~~~a,
el 24 de
1958, de un comité de. s~l~d publica, l_a ap~c1on de esta defm1c1on
m~Y:º. ~e
útil, de la posible coexistencia de varias definiciones para una misma
realidad «objetiva .. dada, el uso corriente de la noción de definición
de la situación presenta no sólo el defecto de ignorar las confronta-
ciones que oponen, entre sí, a varias definiciones de una misma situa-
1 repercute sobre las def!Il1c1ones de la s_1tuac1on. que_ Ruedan elaborar,
. ~ «para sí mismos,., los_ demás protagomst~ _de la cns!s: . ,
, . Por último, este upo de uso de la noc10n de defm1_c10n hace que
la actividad táctica de los protagonis_tas de las inte_racc1ones se~ ~~n-
ción y las competiciones que pueden tener como objeto la imposi-
cebida sólo en forma de comportamientos producidos por defm1c10-
ruacíón administrativa: amenaza débil, tiempo reducido, anticipación. Sobre la influen- nes previamente elaboradas, es ~ecir com~ c_onsec~'et~cia de esas_ de-
cia de esta conceprualización en el terreno del análisis de las crisis internas, véase es- 'fl finiciones. Desde este punto de vista, la act1v1~ad tacuca pare~e stem-
pec1aimente M. Jinicke, ·Die Analyse des politischen Systems aus der Krisenperspek- :;; pre secundaria en relación con las representa~1ones y percepc~ones de
uve•, en M. Jinicke, comp., Poli.úsche Systanknsen, Colonia, Kieperhcuer und Witsch, ';;;,, los actores, y solamente en este estncto senudo esta perspecuva hace
1973, pp. 33-34, y K. Dohse, ·Das politische System in der Krise: Modcll cincr revo-
luuoniren Siruation• en M. Janicke, comp., ob. cit., especi:i.lmente pp. 113 y 130. Se-
I: referencia -indebidamente- a l?, que ~~rton ha ll_am~do :el teore-
~:;; ma de Thomas» y cuya formulac1on dec1s1va es la s1gu1ente . .,If men
ñalemos que el propio Hermann se ha negado a limitar la aplicación de su conceptua-
lización sólo a las crisis internacionales (véase concretamente C. Hermann, •Sorne con- ~·- define situacions as real, they are real in their consequences,. 31 • Ah_o-
sequences of crisis which limic che viability of organizations•, Administratroe Saence ra bien, si está obviamente fuera de cuestión negar los efectos que_ tie-
Qu.merly, 8 (1), 1%3, pp. 61-82).
nen sobre la «realidad» las representaciones de los actores -realidad
~ Por ejemplo, W. D. Eberweín, ·Crisis research. The Sute of thc An: A Wes-
,,z de la que son una componente indisociable-, también lo está_ el que,
temv1ew• en D. Frei, comp., lntemaúonal cnsis and msis management, Wescmead,
G. B.; Saxon Housc, 1978, pp. 126-142, que intenta reformular la conceptualización ::r desde el momento en que nos distanciamos de una perspect~va que
de Hermano introduciendo en ella una •variable objetiva., la aparición efectiva de cam- ~~- confina la definición de la situación únicamente a las percepciones y
bios en d entorno internacional; lo que le da la posibilidad de mostrar la aparición de ~:·representaciones unilaterales d~ l?s actores; resulte. neces_ari? ren~?­
•cns1s• que se denominarán :Jutistzcas (ausencia de cambío objetivo) y latentes (cam- :? ciar también al esquema mecamc1sta que solo concibe la art1culac10n
bw no percibido):
C.mbio <n ti mioma
(internacional)
JI R. K. Merton, Eléments de théorie et méthode socíologique'. ~arís, Pion,
pp. 140 ss. Es útil recordar las lúcidas advenenci3:5 foi:muladas por W1lham TI:om_as

¡ para que los análisis en términos de definición de S1C~ac1o~_es no abandonen en n~n?un


sí no
lmé'n.1za. presente crisis crisis
lnct:rprel..ioon caso lo que él llama los •elementos factual.es de las~tu.acton• _para cons_agrarse umca-
real a.utística
de la am<nau

•mcn.u.a. ;ausente
crisis
lacen ce
ausencia
de crisis
'*
" mente a las representaciones o a las situaciones sub¡euvas (~ease .especialmente W. l.
Thomas, D. S. Thomas, •Situations defined as real are real m thet~ ~onsequ.ences• en
.., G. Stone, H. Farberman, comp., Social psychology through s~~bollc mtern_ctw~, Walt-
1:~ ham, Ma., Xeros, 1970, p. 154; W. l. Thomas, • TI1e definmon of the s1tuauon• en
(Tomado de Eberwein, ob. cit., p. 137). · ' J. G. Manís, B. N. Meltzer, comps., Symbolic interaction, Boston, Allyn and Bacon,
30 1972, pp. 331-336; P. McHugh, Defining the s.uuat1on. The orgamzat1011 of meanmg
A. Schücz, •Ün multiple realities• en Collected Papers, La Haya, Nijhoff, 1962,
vol. 1, pp. 207-259. in soaal mteraction, Indianápolis, Bobbs-Meml, 1968, pp. 7-20).
180 Michel Dobry
,
:.t;¡;<.
.

~'.la interdependencia táctica ampliada 181

entre definición de la situación y las actividades tácticas no ideales :~:. lientes situacionales pueden estar representados por ~objetos,. tan di-
como sucesión y como determinación unívoca de éstas por aquéllas. ;g· versos como los estigmas antes mencionados, «hechos de cultura,.,
En resumen, parece preferible centrar el análisis sobre el conjun- ;~ acontecimientos e incluso, como se verá, individuos y procesos ins-
to de procesos sociales mediante los cuales se elaboran, se negocian ¡~' titucionales (cuya eficacia se deberá e11tonces más a su calidad coyun-
y surgen, en confrontaciones que nunca son puramente ideales y que t~ ~-ral de "P;.mtos _focal_es» que al do~inio de su _lógica soci~ .~tina­
desbordan la actividad cognoscitiva unilateral de los protagonistas, ~'. na). El caracter sztuaaonal de los salientes necesita upa prec1S1on. Al
las definiciones de las situaciones que presentan, para cada uno de !¡·lado de los salientes que sobresalen más visiblemente de los «detalles
ellos, ventajas normalmente muy desiguales. Por lo tanto no pode- 11.· cóncretos,. de la situación y que remiten a mecanismos como los de

l
mos considerar las definiciones de las situaciones como datos intan- :~. fas. estigmatizacion~~ o como, en otro registro completamen~e disti~­
gibles que determinan de manera unívoca los comportamientos, de tó~ los de la selecc1on de la «forma buena,., destacados y s1stemau-
forma que el análisis debe limitarse a aislar las determinaciones recí- zados por la psicología de la Gestalt, también se debe tener en cuen-
procas que se establecen entre ellos y que hacen que las propias de- ~ ta el fu~cionamiento situacional de l?s salientes que tienen s~s raíces
finiciones sean vulnerables a las jugadas intercambiadas, sean mol- ííll'. eh los sistemas culturales de una sociedad o de un grupo social y del
deadas por estas últimas o, mejor, sigan, también ellas, sus «leyes,.. l. que podemos ve~ ~n~ ilu~tración arquetípica en el us~ obs.ervable du-
'.ií. tante. I.a Re;olu~~on iram de 1978-1979 de calendanos, ntos y de la
f,i martmolog1a chutas 33 •
El funcionamiento de los salientes situacionales ~/.· -· Debemos atribuir esta atracción de los salientes a las condiciones

Una vez aclarado este punto, volvamos, para precisar su contenido,


a una propiedad ya mencionada, aunque muy brevemente, el crecien-
i;,
:\: de incertidumbre estructural, de desaparición de la eficacia de los ins-
trumentos rutinarios de evaluación y de interpretación de las situa-
Jf.: ciones que .~aract~r!zan a las coyunturas críti~as. ~rivados de p~~tos
te peso, la atracción que ejercen los salientes situacionales en las co- ;:f de referenc1a defmidos, en los contextos rutmanos, por las log1cas
yunturas marcadas por la fluidez política. Estos salientes constituyen sectoriales, los cálculos de los actores se hacen, en los contextos de
a la vez puntos de convergencia de las anticipaciones de los actores ., interdependencia ampliada, más dependientes de la disponibilidad de
de las crisis, y puntos de fijación o, si se prefiere, puntos de engan-
che de las interpretaciones, «estimaciones• y percepciones en la ac- {{' 33 • La duración del luto religioso se convierte espontáneamente en el ritmo del le-
tividad de desciframiento de la situación a que están obligados esos ~. vantamiento. No hay necesidad de hablar. Tras cada levantamiento, la gente se pre-
actores en ese tipo de contexto 32 • En torno a estos salientes situa- t;J:: para para el siguiente a los cuarenta días. Entretanto se confirma la cita en reuniones
'ji'±' de menor importancia, al tercer y séptimo día. El cuadragésimo día significa, pues,
cionales se organizan las definiciones eficaces de las situaciones, las
que se imponen, aunque sólo sea durante un período muy limitado,
r
é~' luto
para todo el mundo, reunión, conmemoración y continuación de la lucha, jornada de
y de cólera• (colectivo, lran, le maillon faible,- París, Maspero, 1976, p. 333, y
a los cálculos de los actores orientando su actividad táctica. Estos sa- '.~· para un análisis congruente con nuestras observaciones, Th. Skocpol, ·Rentier State
') and Shi"a Islam in the Iranian Revolution•, Theory and Society, 11 (3), mayo de 1982,
p. 274). También conviene relacionar con este funcionamiento situacional io que Smel-
32
Sobre el funcionamiento de los •salientes•, o •puntos focales•, en las interac- ser llama los factores de precipitación que contribuyen al surgimiento de •comporta-
ciones sociales, véase ante todo Th. Schelling, The strategy of conflict, oh. cit., espe- •· mientas coiectivos• y que, por lo tanto, al menos por lo que respecta a las coyunturas
cialmente pp. 73-74 y 90-115, quien señala la convergencia de sus reflexiones con las 1:. críticas, actuarían directamente como elementos de la estructuración cognoscitiva de
experiencias de la psicología de la •forma• (Gestalt) relativas a la percepción de las for- .;. las s'.tuaciones y no sóio a _través de las •creencias generalizadas• qu~: desde el p_u~to
mas físicas, experiencias que están siendo prolongadas actualmente por algunos estu- ~: de vista de Smelser, contnbuyen a conformar (sobre la estructurac1on cognosc1ttva,
dios de psicología cognoscitiva (véanse especialmente los trabajos de E. H. Rosch, por .~ véase N. J. Smelser, ·Collective behavior and conflict. Theoretical issues of scope and
ejemplo, •Ün the interna! structure of perceptual and semantic categories• en T. E. '. problems•, The Sodologícal Q11arterly, 5 (2), primavera de 1964, p. 120 y M. Dobry,
Moore, Cognítíve development and the acquísition of lang11age, Nueva York, Acade- •Variarion d'emprise sociale et dynamique des représentations; remarques sur une
mic Press, 1973, pp. 11-144, y el uso que hace de ellos Boltanski, Les cadres ... , ob. hypothese de Neil Smelser• en G. Duprat, comp., Analyse de l'idéologie, París, Ga-
cit., pp. 464 ss.). lilée, 1980, vol. 1, pp. 213-214).

!. 7
1
.~
•;
·, -~~-
.'
~f •..
182 Michel Dobry ~.' Li interdependencia táaica ampliadA 183
·gf
esos ..:salientes,. en sus stocks culfurales y, sobre todo -y este punto ~~: miento coyuntural de los salientes no presenta particulares difi~ulta­
es capital para el análisis de los procesos de crisis política- de su sur- ~~ des de comunicación entre los protagonistas de las confrontac10nes.
gimiento en la confrontación, en el propio intercambio de jugadas ~· Sin duda esas dificultades pueden aparecer con frecuencia en los in-
(los salientes siruacionales aparecen, por tanto, como resultados de :~;. tercambios de jugadas, ya que la comunicación abiena entre los ad-
una dinámica autónoma de las condiciones y factores iniciales que ~: versarios, por ejemplo, cuando sienten necesidad de ella, no es, de he-
han ..:producido,. las movilizaciones, y participan, a su vez, en esta .lf. cho, siempre fácil,
es decir reconocible ante el propio campo (ver la
automatización de la dinámica de la confrontación). ~- situación del gobierno Pflimlin o de los líderes socialistas en sus ne-
Es esta dependencia, o más exactamente su amplitud, lo que cons-
tituye el núcleo de la hipótesis anteriormente expuesta. Así pues, ésta
J· gociaciones con De Gaulle, o la de los dirigentes de la CGT y del PCF
e& frente al gobierno en mayo de 1968, todos ellos condenados, aunque
no presupone ningún interés común -ni siquiera tácito o coyuntu-
ral- a los diversos protagonistas de la confrontación para que expe-
rimenten la atracción de estos salientes. Esta dependencia no coinci- l. . ' algunos no lo consiguieran, a mantener en secre.to algunos de sus re-
.• ,' gistros, l_~s que consi~eraban esencial~). Pero éste no e~ el resorte de
fa atracc10n ~e l~~ salientes. Independ1entement~ de cuál sea el lugar
de n!'!cesariamente, pues, con los fenómenos de coordinación tácita,
no constituyendo la convergencia hacia el reconocimiento común de
un saliente, el carácter «mixto,. del conflicto, una condición social de
la existencia de esa propiedad en las coyunturas fluidas, aunque a me-
l de la comumcacton en los contextos que nos mteresan, los funda-
: mentos del particular funcionamiento de los salientes están principal-
; mente constituidos por los elementos de incenidumbre e~tru~tu~al
~ que ya hemos mencionado y que no son, desde _luego, ba~o n~ngun
nudo aparezcan convergencias similares. Además, la atracción de cier- .. ,~ punto de vista, actos de comunicación, es decir mtercamb1os t~ten­
tos salientes puede incluso imponerse a los cálculos y a las definicio-
nes de las situaciones de los actores que identifican sus intereses co-
.j" cionados de información. [Evidentemente nos encontramos aqm con
¡:.algunas
' de las conclusiones a las que intentó llegar _Goffman -~e­
yunturales con la desaparición de todo .. lenguaje común,., de todo te- "'' diante la autonomización metodológica de la interacción estrateg1ca
rreno de entendimiento, con sus adversarios. Un saliente puede de-
terminar sus cálculos, incluso cuando su aparición o su persistencia
w· como dominio empírico distinto del de los fenómenos de comunica-
ción.]
les compone claras retribuciones absolutamente negativas y quieran -!-..''
precisamente sustraerse a él mediante su actividad táctica, por ejem-
plo intentando eliminar este saliente en·tanto que saliente, es decir en ~i Las variaciones del volumen de actividad de definición
tanto que elemento inevitable de de.finición de la situación 34 • En esto,
el funcionamiento de los salientes representa uno de los elementos
centrales y específicos de la interdependencia ampliada.
I· La última _observació~ 9ue hay que formular se refiere a _una propi:-
~' dad analíttcamente d1stmta de la que acabamos de mencionar. Se st-
Por último, del mismo modo que no en todos los casos presupo- ~. gue tratando de las definiciones ~e las situaciones_que su.rgen en con-
ne un conflicto de «motivos» o de dinámica «mixta,., este funciona- ;~} textos de interdependencia ampliada, pero esta vez consideradas ?es-
··· de el punto de vista del volumen de actividad que los actores soc1~les
H A. Schelling, que, en realidad, cuando ha acudido a la noción de saliente, sólo consagran de manera más o menos difusa al modelado, a la «fabnca-
ha visto en ella fundamentalmente los conflictos de •motivos mixtos•, le es difícil se- ~- ción» de esas definiciones. Se trata de admitir, para empezar, que este
parar d func1onarnienco de los salientes de la presencia en la interacción de un com- i~~ volumen es susceptible de experimentar variaciones en un principio
ponente de cooperación o de coordinación táaica entre los prougonisus de la con- ~· coyunturales, o lo que es lo mismo, simplemente se trata.de no ocul-
fromac1cin (véase, por ejemplo, este párrafo, muy significativo a este respecto: cEven
when one racional player realizes that the configuracions of these deuils discriminates
j}· tar el decisivo hecho de q~e las definiciones de las situaciones no es-
"'· tán uniformemente disponibles para los actores en todos los contex-
:~: tos de interacción y en todas las coyunturas. Mientras que, en las co-
against hím, he may also rationally recognize that he has no recourse -tbat the other
player will rauonally expect him to submit to che discipline of the suggestions chat
emanare Írom che game's concrete detaiis and will take actions chat, on pa.in of mutual ~ yunturas rutinarias, las lógicas sectoriales proporcionai: a los ~ctores
d:amage, assume chat he will co-operate.• ob. cit., p. 108). :- un stock significativo de definiciones preformadas, d1spensandoles
184

con frecuencia de tener que construir estas definiciones mediante su


Micbel Dobry 1
•J',. ~ '

;~::·
/A ;,,,.,J,prnJ,.a. ""'"" •mpfuJ,,

Pero quizá sean las negociaciones las que constituyan el terreno


185

actividad, en otros contextos, y especialmente en las coyunturas crí- f de observación más rico en enseñanzas. En primer lugar debido a su
ticas, al propio surgimiento de esas definiciones supone un trabajo de ~; propia extensión, al lugar que ocupan en el desarrollo de las confron-
«reconstrucción:. del mundo social 35 o, si se quiere, una inversión o ;'J;· taciones, a los lugares en los que se localizan y a los actores que to-

:.
un coste especial. Resumiendo, en las coyunturas políticas fluidas que ~:; man parte en ellas.
ven cómo desaparece el dominio de las lógicas sectoriales, debemos :~ Inmediatamente pensamos en esas grandes negociaciones que,
esperar un considerable aumento del volumen de actividad de defi- fil.· como las de Matignon en junio de 1936 o las de Grenelle en mayo
nición de las situaciones, aumento apreciable tanto en el plano de los !
de 9_~8, oc~pan, para los actores de esos episodios históricos, una

1.
tests de posición, mediante los cuales los protagonistas de las con- · pos1c10n emmente y cuya puesta en escena ayuda, por otra parte, a
frontaciones intentan, a veces con grandes costes, situarse y situar a . reforzar esta imagen. Pero ésta debe ser subsidiariamente corregida,
los demás 36, como en la amplitud de las deliberaciones y en la apa- t no tanto porque estas negociaciones, que llamaremos centrales, no ha-
rición, frecuente en estos contextos, de órganos deliberantes 37, o, , : yan tenido importancia -<le hecho la tuvieron, aunque no fuera más

l
aunque más indirectamente, en lo que entonces se convierte en ob- que por la percepción de los protagonistas de las crisis-, sino por-
jeto de las deliberaciones y en los temas, que, en estas coyunturas, pa- . que tienden a ocultar la amplitud real que toman las negociaciones en
recen al alcance de la actividad táctica; de la «manipulación,. de los ' estos contextos y el lugar que ocupan en ellos estas negociaciones
actores. centrales. Podemos verificarlo desplazando el punto de mira desde
"5. las negociaciones centrales hacia las negociaciones que suelen tener
i~; su emplazamiento en los «actores colectivos» y en los propios «apa-
35
No debe confundirse esta reconstrucción con fenómenos ligados a ella pero cuyo $;,_ ratos». Tenemos una excelente ilustración de ello en el rechazo de la
lugar en los procesos de crisis es, a pesar de las apariencias, mucho más marginal, a
saber la reestructuración, más o menos generalizada, en el caso de ciertas •grandes•
~r ptopuesta de referéndum que había hecho el general De Gaulle, como
crisis políticas, de instrumentos técnicos de medida (como los •pesos y medidas», la l¡:: solución a la crisis, en su alocución del 24 de mayo de 1968. Por su-
moneda o los calendarios) y las institucionalizaciones que experimentan esos instru- ~; puesto hay que destacar el carácter abierto, y con frecuencia impe-
mentos (véanse especialmente las observaciones de A. Béjin, ·Crises des valeurs, cri- tuoso, de la hostilidad que encontró esta propuesta en las filas de la
ses de mesures», Communícations, 25, 1976, p. 40). Estos fenómenos que tienen a me-
. oposición de izquierdas y del movimiento estudiantil 38 • Pero esta
nudo lugar tras las confrontaciones y que tr:i.tan en principio de objetivar una ruptura
con un orden social antiguo, corresponden a una especie de repetición simbólica o ce-
remonial de procesos sociales más amplios, menos institucionalizados y menos con- ';.
_t¡;, hostilidad no fue el único factor de la poca «aceptación,.. de este in-
tento de solución, sin dud~; el más decisivo, al menos por lo que res-
trolados, procesos que, a veces, pueden ocultar debido al carácter espectacular de las
huellas que tienden a dejar.
36
Sobre los tests de posición, ver supra, capítulo 3. Estos tests a veces pueden re-
vestir el aspecto de una verdadera experimentación política •en caliente•, como ocu-
1 : pecta a la suerte que corno. Otro poderoso factor de su rechazo se
' sitúa en la multiplicidad de micronegociaciones que surgieron en el
~~ seno de los diversos servicios administrativos afectados (o que se con-
rrió con el episodio límite de la insurrección de Hamburgo de 1923, mediante la cual,
según las versiones más admisibles de este episodio histórico, ciertos sectores de la In- m: 38
El tono viene dado por Mendes France ~«~e plebiscite, on ne le discute pas,
, on le combat• (-el plebiscito no se discute, se combate.)-- que se aparta así, puntual-
ternacional Comunista parece que intentaron evaluar la •combatividad• del movimien-

'
~...·. dmente, de u~a estrategia hecha, comdo tendremos ocasalión fde ver, dde s il:nci~ ydde pi_u-
1
to obrero alemán (véase especialmente el •manual• de A. Neuberg, L 'insurrectíon ar-
mée, ob. cit., pp. 80-102). ·;:. encía. El referéndum fue denuncia o por las princip es uerzas e a 1zqu1er a -m-
37
Debemos señaiar que esto es a menudo cierto en los emplazamientos sociales ;; cluido el PCr- no sin cierta ambigüedad, ya que esta denuncia estuvo :icompañada,
más •endurecidos•, a saber los sectores militarizados. La aparición de tales órganos a '' en ese momento, por una petición de voto negativo, cosa que destacan además los ani-
~t
veces puede consistir, en esos casos, en una transformación coyuntural de las cfun- ~;, madores del movimiento estudiantil. Notarán que la denuncia pública del procedi-
ciones• que cumplen los •lugares de vida social• propios de la sociedad militar, clubs, 'i miento desbordó ampliamente las filas de la oposición de izquierda, especialmente con
asociaciones de antiguos ah!mnos o asociaciones recreativas y deportivas (por ejem- .. ,. las tomas de posición de los centristas, concretamente del grupo PDM o de organiza-
plo, A. C. Peixoto, •Le Clube militar et les affrontements au sein des forces armées
:..: ciones consideradas moderadas, como Fuerza obrera o incluso la FNEF, organización
(1945-1964)• en A. Rouquié et al., Les partís militaires au Brésil, París, Presses de la , : estudiantil rival de la UNEF (véanse ios textos de las diversas tomas de posición en Le
Fondation Nationale des Sciences Politiques, 1980, pp. 65-104). Monde, 26-27 y 28 de mayo de 1968).
'lf;
:,;

186 Michel Dobry ~


~-
'··.
La interdependencia táctica ampliada 187

sideraron afectados) por la puesta en práctica del procedimiento re- '.f Es el momento de abrir un paréntesis que, quizá, permita evitar
frendario y en el seno del propio equipo gubernamental. Estas mi- fa. algunos malentendidos. Hemos optado por dar mayor importancia
cronegociaciones convergieron, de forma clara, hacia la afirmación de r en esta discusión a las negociaciones más apropiadas para exponer y
la imposibilidad o de los riesgos de la organización material de las :::- explicar los problemas de estricta táctica política a que se enfrentan
operaciones de voto, ya que estos procesos van frecuentemente aso- los protagonistas de las crisis políticas. Pero la extensión de las ne-
ciados a una inercia que tiene la virtud de hacer que suceda, a la ma- ~: gociaciones en los contextos de interdependencia ampliada no se li-
nera de todas las self-fullfilling propheties, la realidad así anticipada. li· mitan a éstas: en realidad, las negociaciones y, mucho más, la accivi-
Como lo atestiguan numerosos testigos, esta verdadera imposición de i'.9 dad de definición de las situaciones, tienden a impregnar el conjunto
una definición de lo probable afectó muy negativamente a las relacio- '.~·. de las relaciones sociales en los emplazamientos afectados por las mo-

,l
nes entre Matignon y la presidencia de la República (es cierto, como ~ vilizaciones multisectoriales. Así entendida, esta extensión permite
se sabe, que la facción agrupada en torno al Primer ministro cjugó», ~ µna reinterpretación de un fenómeno frecuentemente observado, y
en el mismo período, una «solución> muy distinta, una negociación 1},; sistematizado por Michel Crozier, el paso brusco, durante las crisis
central con las confederaciones sindicales y, además, con el partido que ha conocido la sociedad francesa, de las relaciones sociales a re-

1
comunista, sin que ambas negociaciones fueran sin embargo, a prio- :: laciones de cara a cara que contrastan a veces con la fisonomía habi-
ri, incompatibles) 39 • Este caso no está de hecho muy alejado, al me- :f' ~al de esas relaciones. Recordemos el núcleo del argumento, cuyo
nos desde este punto de vista, de algunas otras configuraciones de ne- ; fundamento culturalista es evidente: los miembros de la sociedad
gociaciones internas de los .:aparatos,., concretamente de la configu- -: francesa habrían interiorizado, en el curso de los procesos de socia-
ración, ya mencionada, de la «resistencia,. manifestada por ciertas zo- ~~- lización a que están expuestos, un modelo cultural --o, más especí-
nas de los sectores estatales tras los motines del 6 de febrero de 1934, :lt· ficamente, un modelo de relaciones de autoridad- uno de cuyos ras-
resistencia que, a través de una imposición de una definición de lo ~ go~ fundamentales sería, j~nto con una "c.oncepción de la autoridad»
probable bastante similar por sus resortes sociales (se trató, en este ·~;,'i uruversal y absoluta, su «nuedo,. a las relaciones de cara a cara, su «ho-
caso, de una visión dramatizante de la irresistible escalada de los «dis- \:. rrorio a las relaciones personales directas " 1 • Pero en los períodos de
turbios"), llevó a la dimisión del gabinete Daladier, aunque había sido crisis (y dado que la crisis se concibe como el modelo específico de
investido la víspera con una confortable mayoría parlamentaria 40• adaptación, o de cambio, de la sociedad francesa) se observa, según
Por supuesto, no todas las negociaciones internas presentan necesa- :~. este autor, y esta observación parece tener fundamento, que el «ho-
riamente la misma apariencia dispersa o difusa, y algunas pueden in- <'k~; rror al cara a cara,. deja paso (muy misteriosamente, ya que esta ob-
cluso parecer configuraciones relativamente «estructuradas», es decir 111;\:_____
··~;

negociaciones respetuosas con las reglas de juego preestablecidas. 41


Ji>.;·; Véase M. Crozier, Le phénomene bureaueratique, París, Le Seuil, 1963, espe-
Pero, incluso en estos casos, el propio respeto tenderá a convertirse -~ cialmente pp. 262 ss. (El fenómeno burocrático, Buenos Aires, ,Amorrortu, 1969]. Por
en objeto y tema de las negociaciones. ~ lo que se refiere al •miedo al cara a cara•, el argumento de -Crozier se apoya en los
i:f." análisis que Jesse Pitts consagró a los valores tradicionales de la sociedad francesa, so-
'' Veanse, entre otros, A. Dansette, Afaí 1968, ob. cit., pp. 294-296; M. Jobert, Mé- •· bre todo a los que resultan de modos de socialización predominantes en las familias
moires d',JVemr, París, Gn.sset, 1974, pp. 48-49; E. Balladur, L'arbre de mai, París, .~,':. burguesas, en la escuela y en lo que esta última supuestamente engendra, el •grupo de
Julli.in, 1979. p. 291; así como, para las percepciones de otros míembros del gobierno, J camaradas• entendido como comunidad delincuente (para una presentación desarro-
J.-R. Toumoux, Le moís de mai du général, ob. cit., pp. 221-223, y Ch. Fouchet, Au ·'' liada de estos análisis, véase J.-R. Pitts, •Continuité et changement au sein de la Fran-
serc,1..-e du général de Gaulle, París, Pion, 1971, pp. 261-262. :~'. ce bourgeoise• en S. Hoffmann et al., A la recherche de la France, París, Le Seuil,
"'° Sobre d conocimiento previo de que iba a haber una escalada, suposición, con '.~ 1963, pp. 267-341). Es sorprendente comprobar cómo los promotores de la explica-
co<la evidencía, alimentada por los informes alarmistas de los servicios de policía, véa- ~'. ción del conjunto de la vida política francesa a partir de los rasgos culturales así ob-
se S. Berstein, Le 6 février 1934, ob. cit., pp. 206-210 (especialmente pan. la decla.ra- ;:; tenidos, en ningún momento han intentado averiguar -ni en el plano teórico ni en el
c1ón de Daladier ante la comisión de inveságación parlamentaria sobre las causas de ~'?: de la observación- por medio de qué estos rasgos habrían marcado al conjunto de
los sucesos del 6 de febrero) y M. Beloff, • The sixth of february• en J. JoU, comp., .,,·. los componentes de la sociedad francesa (cosa, por lo demás, absolutamente impro-
The Jecline of the Third Republic, ob. cic., pp. 28-29. ~'. bable}.
188 Michel Dobry ' ; La ;,,,.,¿,,,,.,,¡,.aa <Ja;rn •mplúd. 189

servac10n no es en absoluto compatible, en el plano lógico, con los


esquemas culturalistas '4 2) a su contrario y que las interacciones tien-
~. !.~ .: ~ tamente obvio, especialmente~ principio de su propia autoridad •
44

La prueba la podemos encontrar en su empleo del tiempo, en las vi-


den entonces a tomar la forma de relaciones de contacto, de relacio-
nes directas y personales.
w w

'''".
sitas "ª la base,., los contactos saltándose las jerarquías, o también en
las «rondas de comidas,. que constituyen, en contextos de fluidez,
Dejemos al margen la cuestión de la pertinencia de una caracte- ~f; una de las opciones tácticas más significativas para nuestro tema 45 •
rización del comportamiento del conjunto de los miembros de la so- R~; Si bien hay otras configuraciones de negociación que dan lugar a la
ciedad francesa con este rango cultural que es el «horror,. a las rela- -t~t'. aparición del cara a cara donde era, en las coyunturas rutinarias, ab-
ciones personales y que, como por encantamiento,-caracteriza tam- f( solutamente inhabitual -por lo demás la «necesidad,. de dar la cara

l '._
bién a las organizaciones burocráticas modernas H. En cambio nos in- ;;;,t puede apreciarse en negociaciones «externas•, absolutamente fuera de
teresa mucho el paso a las relaciones de «cara a cara,. en las coyun- las cadenas jerarquizadas 46- aparece así muy claramente que, en
turaS de crisis, en primer lugar porque' corrobora nuestros análisis,

I
los cuales; a su vez, perrriitett éxplicar al rrierios algunos de los resor-
tes de este fenómeno. En efecto, esta propiedad, en gran medida, no
·'"~ ~ Exist~· ciert~ un riesgo en explicar .las demostraciones de autoridad ~ue toman
· ;, la forma de interacciones de cara a cara independientemente de las características de
es otra cosa que una de las manifestaciones observables de la exten- · .•: los contextos ticticos en las que pueden tener lugar: así pues no es cierto que W. Schon-
sión que ·caracteriza; en los contextos de interdependencia ampliada, ·. · ~-'. féld pueda inferir legítimamente de una determínada demostración de autoridad en la
a las negociaciones y, en general, al volumen de actividad de defini- . · '.J..:· Escu:la nacion~I de Administración ~l 10 de julio de 196~ ~es dcci':, e~ ~na coyuntura
ción de las situaciones. El paso a relaciones de «cara a cara,. respon-
... ,-( defiiuda, por e¡emplo, por la deflación de la flmdez polmca a prmc1p1os del mes de
f: junio y por los resultados de las elecciones legislativas), el funcionamiento en las co-
de así, normalmente, a la «necesidad,. que tienen algunos agentes per- ;;.. yunturas de crisis de una forma de autoridad particular -que sustituiría a la forma de
tenecientes a esferas sociales fuertemente objetivadas (es decir, que f:! autoridad habitual o rutinaria-- forma denominada cde fuerte carga autoritaria• (aut-
tiene un grado relativamente elevado de impersonalidad en las rela- .;;,t hority laden mode) en la que la demostración de autoridad se apoyaría, en ese caso,

ciones internas), al menos cuando intentan aplicar mecanismos insti-


'tJ. án otras •fuentes de poder• que ya habrían encontrado sus configuraciones rutinarias
fl (W. R. Schonfeld, Obedience and revolt... , ob. cit., pp. 101, 118-l 19 y 126).
tucionales -también pueden optar por no hacerlo--, de dar la cara, .
45
Esto no impide en absoluto que los actores afectados tengan con frecuencia, en
de negociar, por ejemplo, con otros agentes normalmente subordina- ~.;, estos casos, la sensación de innovar, de cambiar de •estilo de acción• o de ampliar sus
dos a ellos lo que, en las coyunturas rutinarias, tiende á ser comple- ;¡~ repertorios tácticos; por ejemplo J. Moch, el 19 de mayo de 1958, día de la conferen-
·1 · cia de prensa del general De Gaulle: •Je prends une iniciative: ministre de l'lntérieur
1t~· depuis deux jours, je suis connu depuis 1947 y 1948 par beaucoup d'anciens de ces
)[ :, unités (de police et de gendarmerie). Je décide d'allcr en visiter le plus grand nombre
42
De ahí las vacilaciones y dificultades que presentan las diversas formulaciones {{' possible, notamment les CRS .•• De 13 h 30 :l. l'ouverture de la conférence de presse, je
de esta propiedad: el paso a e relaciones humanas directas• en tiempo de crisis se atri- !;;· roule agrande vitesse du ministi=re ... al'Elyséc, al' Assemblée, pour arriver, quatre mi-
buye, o bien al •capricho•, la concepción de la autoridad como absoluta, y a la •coo- ,~,. nutes avant de Gaulle, aux unités investissant le Palais d'Orsay. Partout je prononce
peración indispensable sin lá cual la organización no podría sobrevivir• (Le phénome- i.: quelques mots et re<;ois un accueil favorable, ch~ureux meme: les officiers doivent
ne bureaucratique, ob. cit., p. 271), o bien a un gran .delirio• de inversión, en el que f.· modérer leurs hommes pour éviter des manifestations de sympathie bruyante et main-
el .festival del cara a cara• (La société bloquée, París, Le Seuil, 1970, p. 171, sobre los ~· tenír un garde-a-vous a peu pres militaire.• (J. Moch, Une si· longue vie. París, Laf-
sucesos de mayo de 1968 [La sociedad bloqueada, Buenos Aires, Amorrortu, 1972]) font, 1976, p. 525.)
representa un sueño de comunicación y de expresión •total y espontánea• (ibid., .\O• •• Espet:ialmente cuando se trata de influir, mediante amenazas o faroles, sobre las
p. 172, así como, también sobre mayo de 1968, ·Révolution libérale ou révolte peti- ~. percepciones y los cálculos de los adversarios individualizables: •Le 24 M. Périllier
te-bourgeoise•, Communications, 12, 1968, p. 40). W. R. Schonfeld, que sin duda se ~ (préfet de la Haute-Garonne) pronon<;ait, par arrete, la dissolution du groupement de
dio cuenta de esta dificultad, propuso un esquema explicativo más elaborado, pero 1f,: fait dit "Comité républicain de salut publique de Toulouse". Renoni;ant aux interro-
que, concretamente, sustituye el •horror al cara a cara• por otro rasgo cultural, el mie- ~; gatoires par la police et aux perquisitions presentes par le ministre, el jugeait plus di-
do al riesgo (es decir a la incertidumbre y a la ambigüedad), cuya exclusividad francesa
es, como comprenderán, de lo más dudosa (W. R. Schonfeld, Obedience and revolt.
1/ plomate de convoquer individuellement a son bureau les principaux membres du co-
{ mité ... A chaqun de ses visitcurs, il apprenait que le comité de salut public était dis-
French behavior toward authon"ty, Beverly Hills, Ca., Londres, Sage, 1976, ~: sous et qu'il serait au regret de prendre des mesures répressives si le comité tentait néan-
pp. 181-182), :\f moins de poursuivre son action.• Q.-P. Buffelan, Le complot du ,13 mai !958 dans le
~~·-
u Le phénomene bureaucratique, ob. cit., cap. 9. Sud-011est, París, LGDJ, 1966, pp. 119-120.)
1r
t.J;~·
190 Michel Dobry r~ La intmkpendencia táctica ampliada 191

contra de una idealización, quizá demasiado ingenua, del cara a cara, ~'. Pero la difusión de las negociaciones tiene también otro aspecto:
el paso a relaciones personales y directas no tiene por qué represen- ,r;:. en contrapartida por las dificultades que plantea a los actores, les ofre-
t~~.
tar necesariamente, para sus protagonistas, una vuelta a interacciones k: ce el acceso a determinadas maniobras tácticas muy interesantes. Una
más «verdaderas», más «auténticas», más «humanas», o también, sim- ii, de las más típicas consiste en actuar sobre esta difusión, beneficiarse
plemente, más agradables. .~.\: de ella sobre la base de que una parte de los protagonistas de una con-
Por último, también ésta es una de las razones por las que, con- ~·· frontación informe a los demás del peligro de una pérdida del con-
trariamente a lo que cree poder afirmar la interpretación culturalista t~· trol sobre su propio campo y sobre sus propias jugadas. Esta con-
de la vida política francesa antes mencionada, estos tipos de paso a ·:.~.~.' cretamente fue una de las maniobras preferidas de los mandos mili-
relaciones de cara a cara tienen muchas probabilidades de aparecer tares argelinos con el gobierno Pflimlin, en mayo de 1958 48 • Mien-
siempre que nos encontremos con contextos tácticos similares a la in- tras que el gobierno se vio privado de esta opción táctica al prohi-
terdependencia ampliada, independientemente de cuáles sean los ras- birse a sí mismo apoyarse coyunturalmente sobre los comunistas,
gos culturales propios, o supuestamente propios, de los sistemas so- aunque sólo fuera de forma tácita 19 •
ciales afectados. :, Por último, las negociaciones deben además este carácter difuso
Una vez hecha esta observación y cerrado el páréntesis, debemos . ~- a algunas de sus modalidades, a la parte que representan sus dimen-
subrayar que, a pesar de la gran variedad de configuraciones particu- ;.;~ siones o sus componentes tácitos. De hecho ya conocemos los prin-
lares, esta extensión de las negociaciones en las coyunturas críticas ~;:' cipales ingredientes, la información transmitida por las jugadas inter-
tiende a enfrentar a sus protagonistas con problemas ligados a la am- l cambiadas sobre la forma expresiva, el funcionamiento de las estig-
bigüedad de sus fronteras. En otras palabras, no les es fácil, en los ,¡- matizaciones y los salientes, de modo que no hace falta insistir más
contextos de interdependencia ampliada, cerrar el juego, y debemos ~;. sobre ello. Sin embargo, debemos subrayar dos puntos. En primer !u-
suponer que, en esas condiciones, existirá una actividad específica f gar, la intervención, en los regateos, de esos componentes impide que
-normalmente el redoblamiento de las negociaciones mediante otras t¡t: se pueda abordar la cuestión del lugar que ocupan éstos en los con-
distintas que toman eventualmente otros canales- que tendrán por textos de interdependencia ampliada, limitando la observación única-
objeto una delimitación simultánea de los participantes y de l<:>s te- mente a las negociaciones que se consideran como tales (ya sean pú-
mas. Paralelamente a esta desmultiplicación de las negociaciones -fe- ··· blicas o encubiertas), negociaciones que, además, están siempre, en
nómeno al que no escapan tampoco las negociaciones centrales (las :~: su desarrollo concreto, impregnadas o atravesadas por elementos de
negociaciones de Grenelle en mayo de 1968 tuvieron, así, como «es- ~- regateo tácito. En segundo lugar, debemos destacar que la distinción,
tructura,. característica una especie de negociación «privada,. entre la ;. en esta dimensión tácita, entre lo que es del orden de la actividad in-
facción del primer ministro y la dirección de la CGT, que se super- i-,·.1.~.'. ·.: tenciodnal. y lo que no lo es, sólo _tdiene para ~oso.tras un interés muy
ponía a las negociaciones abiertas) -los intentos de cierre de juego < secun ano y, por 1o tanto, cons1 eramos, sm _rpngún reparo, como
pueden también revestir un aspecto más coercitivo, como puede ob- ·~'. elementos de negociación tácita, a pesar de su carácter manifiesta-
servarse, por ejemplo, en el extremo cuidado con que los mandos mi- "t mente intencionado, a jugadas como los movimientos de carros blinda-
litares argelinos intentaron, durante la crisis de 1958, mantener ale- , dos a las puertas de París durante la fase de derrapaje de las crisis 50
jados de Argel, a veces de manera bastante brutal, a los hombres po-
líticos de la derecha que se habían precipitado a acudir alü 47 • •
9
Cf, por ejemplo, J.-R. Tournoux, Secrets d'Etat, ob. cit., pp. 264-265 y 308.
9
• Sobre la eliminación de la opción •dura• defendida durante un tiempo por Jules
" Cf Pb. Williams, Wars, plots and scandals in post-war France, Cambridge, Cam- Moch, que, a pesar de lo que él haya dicho después representaba desde luego una alian-
bndge Universicy Press, 1970, pp. H6-147; J.-R. Tournoux, Secrets d'Etat, ob. cit., za tácita con los comunistas, véase ibid., pp. 268 ss.
50
pp. 261-262 (así fueron expulsados J.-B. Biaggi y A. Griotteray, y algo más tarde, ex- Cf. el testimonio de J. Chirac sobre el papel desempeñado en la crisis por G.
poujadisras, emre ellos J.-M. Le Pen, o el diputado poujadista Berthommier; los man- Pompidou: •Ne ríen laisser au hasard. On le verra au lendcmain de Charlécy, lors-
dos mili cares argelinos parece que incluso imencaron persuadir a Jacques Soustelle de qu'il prendra sur luí, et sur luí seul, de faire regrouper aux portes de Paris des élé-
que no fuera a Argel; véase Tournoux, ob. cit., p. 262). mems blindés: le 29 mai la CGT, qui s'est écartée du front syndical, manifestait de la
;
I
~
.
'
192 Miche/Dobry 6. ALGUNOS EFECTOS EMERGENTES TIPICOS

de 1968 o durante las huelgas de agosto de 1953 51 , al igual que tam- t1:
i/l:.•
poco nos importa saber cuáles habrían podido ser las verdaderas .:~
«motivaciones• del viaje del general De Gaulle a Baden-Baden durante :ir j

~¡ :.
esa misma crisis de 1968 -ya se tratara, versión ciertamente poco
plausible, a pesar de lo que hayan dicho numerosos comentaristas,
de una magistral puesta en escena totalmente controlada por De Gau-
lle, o que resultara de su hundimiento, tanto psicológico como físi-
co- ya que para el análisis lo que cuenta ante todo es el significado
de amenaza tácita que se impuso a través de los intercambios de ju- ,'i Nos gustaría prolongar estas consideraciones a veces excesivamente
gadas en que iba inserta esta jugada concreta .. \:' abstractas abordando algunas fórmulas tácticas a las que han recurri-
.,, . .;. ·' ~.-do frecuentemente los actores políticos en las coyunturas críticas y
;. tuya eventual eficacia como «soluciones• de la crisis, ya se trate de
;' la puesta en práctica de procedimientos constitucionales, de la coop-
" 1 i tación de oposiciones «desleales•, o del recurso a «hombres fuertes•
.\ o «providenciales•, no se podría comprender sin ver en ellas definí-
. .~ ciones emergentes modeladas por el conjunto de los rasgos que ca-
1~!' racterizan a la interdependencia táctica ampliada.

:i'; ~·.
'···
·~' LAS SOLUCIONES INSITI1JCIONALES

i·" La existencia, en ciertas coyunturas de fuerte fluidez política, de lo


_,'\ que llamaremos soluciones institucionales, constituye, desde el pun-
~- to de vista aquí expuesto, una posible fuente de objeciones y, en todo
~\i caso, un problema bastante paradój_ico. En efecto, estas s.o~~ciones ~e­
¡}'fi; · nen lugar en los contextos caractenzados por la desapar1ct0n de la m-
~~; flue_nc~a que ejerce~, _sobre los acto.res, l:is lógicas si:ctor~ale~ y l?s pro-
·\ ced1m1entos, defimc10nes de las s1tuaaones y rutmas mst1tuc10nales
·f;\' que constituyen estas lógicas. Así pues, surgen donde su éxito pare-
~._. cería más improbable, ya que las relaciones sociales institucionaliza-
das van a .. funcionar,. muy eficazmente en coyunturas donde, por el
\ contra~o, habría que esperar una pérdida de su eficacia. Este éxito
j{ constituye justamente uno de los dos elementos que definen este tipo
~ de soluciones: sólo hablaremos de soluciones institucionales cuando
Bastille a Saint-Lazare, aux abords memes de l'Elysée. Pompidou voulait qu'elle sa- !_~ la intervención de procedimientos o de definiciones institucionaliza-
che, comme le Pe --et ils le surent tout de suite- que l'armée était 111.• (cGeorges
Pompidou en Mai 1968•, Lt: Monde, 30 de mayo de 1978; vdse asimismo sobre este
lf das contribuya de manera significativa, en contextos de fluidez polí-
asunto M. Grimaud, En mai fais ce qu'il te plait, ob. cit., pp. 252-253 y 281-284, G.
:·c tica, a estabilizar el valor de los diversos recursos y líneas de acción
Pompidou, Pour rétablir une vérité, ob. cit., p. 186.) «¡\ puestas en práctica, es decir, en otras palabras, cu.ando contribuya a
51
L'Année Politique 1953, París, PUF, 1954, p. 175. provocar una clara reducción de la fluidez.
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i.-
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194 Michel_Dobry ;!Jt· Algunos efectos emergentes típicos 195
j~ .

La segunda particularidad d!! estas soluciones es que su interven~ a la intervención del «hombre providencial•, cosa que tendremos oca-
ción tiende a imponer a los protagonistas de las confrontaciones jue- !' sión de discutir más adelante.
gos y temas que canalizan, hacia determinados emplazamientos del . Tratándose de la solución de 1958, la respuesta que acabamos de
campo político legítimo, sus actividades tácticas, cálculos y anticipa- sugerir parece a primera vista de lo más trivial, ya que ningún histo-
ciones (al menos las anticipaciones a corto plazo). Encontramos este '"°_·.~:. f
. : riador (ni. tamp?dco nidnguDnoGde los protagoni~tas de esta cri~is) ignflo-
tipo de soluciones tanto en las crisis de 1934 y 1958 -aunque sim- ;;.. ra que 1a mvesu ura e e au 11 e represento un compromiso re e-
plificando, ya que la «estructura» de esas soluciones es más comple- ~· jado incluso en la composición del gabinete -en esto se parece a la
ja 1- con las investiduras de Doumergue y del general Gaulle, De .~ solución de 1934 3 • Sin embargo, no ocurre lo mismo en otros casos,
como en la de 1968, bajo la forma de disolución de la Asamblea na- ~- como el de la disolución de 1968, y esto hace que se considere ab-
cional. En estos tres casos, la puesta en práctica o la activación de es- -~ solutamente indispensable tener en cuenta la. dimensión tácita de las
tas soluciones fue visiblemente seguida de una «normalización•, de
una resectorización bastante rápida de las luchas políticas 2 , aunque ,·;. ,
' negociaciones. Por este motivo no es seguro que los observadores de
los sucesos de mayo hayan comprendido perfectamente la importan-
el análisis revele que algunas de las crisis así resueltas pueden, al igual
que la de 1934, y, mejor aún, la de 1958, sufrir a continuación serios
«retrocesos•.
Vayamos ahora a la cuestión que nos preocupa, la de la identifi-
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cia que tuvo, en el viraje del 30 de mayo, d recurso a la disolución,
es decir, por qué la disolución representó una solución y en qué, De
Gaulle apuntó bien, a pesar de su propia percepción de la situación
y de la táctica hacia la que se había orientado hasta el último mo-
cación de los resortes sociales de la aparición de este tipo de solucio- :; mento.
nes y de su eficacia. La respuesta a esta cuestión hay que buscarla en Sin embargo, la clave está en una comparación de las soluciones
el funcionamiento de las propiedades que acabamos de mencionar, es
decir, en el de las negociaciones y, más globalmente, en la extensión
j}, del 24 y del 30 de mayo, de sus «aceptabilidades,. y de sus procesos
respectivos. Aparte de lo ya dicho, la reducida aceptación del refe-
coyuntural del volumen de actividad de definición de la situación. Es } réndum propuesto en la alocución del 24 de mayo, más que a la «pé-
decir, se trata simplemente de admitir el carácter negociado de estas sima reputación» de este procedimiento, se debe a que la perspectiva
soluciones, su calidad de puntos de acuerdo que tienen lugar en ne- de su puesta en práctica no ofrece a las fuerzas de oposición nada pre-
gociaciones observables durante los episodios históricos citados. Esta ' ciso, tangible. Las expectativas de los benefICios mutuos que le ven-
respuesta nos quita la tentación, y ésta es su primera ventaja, de bus- [i¡ drían asociados son demasiado desequilibradas y, sobre todo, dema-
car una explicación en la intervención de cierta .. fuerza institucional» ~" siado indefinidas, demasiado inciertas (¿una dimisión del general De
supuestamente propia de los procedimientos en cuestión --que sería
análoga a la «fuerza interna» de los discursos-- o de atribuirlo todo 11
i'.J. . J • , 3 En efecto, el gabinete Doumergue tiene la parúcubridad de hacer coexistir a los
_,- líderes de la derecha -Tardicu y Louis Marin, concrC12111énte--, derecha que puede
1
' La solución de 1934 tiene como componente decisivo la dimisión del gobierno ~
~f · tener en esos momentos esperanzas de borrar los efectos de las elecciones de 1932,
Daladier; la de 1958, por su parte, debe analizarse como un verdadero •paquete• de con los radicales, a que éstos habían constituido el blanco manifiesto de la crisis de
compromisos y de concesiones recíprocas, concebidos como interdependientes, com- enero-febrero. Herriot y Tardieu son ministros de Estado, hay siete expresidentes del
promisos y concesiones éstos que afectan tanto a los temas engendrados por la con-
fromac1ón --entre ellos, justamente, la investidura del general De Gaulle-- como a
·L Consejo, mientras Pétain ocupa el ministerio de la Guerra (véanse también las obser-
'• vaciones de F. Goguel, La politique des partis sous la JI/• République, París, Le Seuil,
los problemas constitucionales hacia los que De Gaulle va a dirigir la salida de la crisis ~: 1946, pp. 489-491, sobre el parecido con el gabinete Poincaré de 1926). La entrada de
y, sobre todo, a los procedimientos públicos de la puesta en práctica de esos compro- Ílf;· los radicales en esta combinación de •Unión nacional• -los radicales que están a fa-
misos. 1.:::". vor de ella preferirán definirla como un gobierno de •ttegua.- será aprobada, a di-
z El emplazamiento, •político•, hacia el que se canaliza esta •normalización• es el ·~:· fercncia de lo ocurrido en 1926, por una moción explícicz del comité Cadillac, aunque
que constituye la principal diferencia entre estas soluciones y otras que han podido ;~'- a continuación la dirección del partido tuviera problemas para admitir esta nueva re-
tener lugar en episodios como los de 1936 o 1953 y que, además, tienen un gran pa- !
nuncia en beneficio de los vencidos en el sufragio universal (cf. S. Berstein, Histoíre
recido con las soluciones instítuc10nales desde el punto de vista de las condiciones so- ',· du Parti radical, t. 2, Crise du radicalisme, 1926-1939, París, Presses de la Fondation
ciales Je su éxíto. :,~,:, Nationale de Sciences Politiques, 1982, pp. 289 ss.).
I
~;
:
196 Michel Dobry · , Algunos efectos emergenus típicos 197

Gaulle en caso de derrota? ¿De qué tratarían las preguntas sobre ~{ blecer relaciones a la vez de competición y de cooperación, coope-
las que tendría que pronunciarse el electorado?). En resumen, el re- :~ ración al menos en lo relativo a la limitación del conflicto (como es
feréndum pone muy poco en juego, y todo el mundo se da cuenta de ~",; el caso, antes de que tuviera lugar la disolución, de una eventual di-
ello inmediatamente, incluso, si recuerdan, en el campo guberna- ~\ misión del presidente de la República). Este punto presenta, además,
mental. ~: la ~e.ataja ?e permitir un conocimiento anticip~do de s~ fuerte acei::-
Por el contrario, no ocurre nada de esto con la disolución de la :..i':( tab1hdad sm tener que consultar de manera abierta, o mcluso explí-
Asamblea nacional. Indices decisivos, la disolución fue explícitamen- ¡:. cita, a estos adversarios asociados. La disolución de l~ Asamblea ?~­
te reivindicada durante los días precedentes por numerosos líderes de ~· cional corresponde pues a este punto de convergencia de las anttci-
la oposición 4 -además su «fair play• fue claramente opuesto al ca- ~i· paciones, ya que ofrece a los oponentes la posibilidad, para ajustar-
rácter «manipulatorio» del procedimiento refrendario. Contraria- ,·:· no~ a las terminologías y a las representaciones indíge?as, de c?ns~­
mente al referéndum, la aceptación de las elecciones legislativas es
casi instantánea, especialmente, y ello de manera muy ostensible, por
parte del partido comunista, mientras la izquierda extraparlamentaria
proclamó su hostilidad, anticipando, en contra de su voluntad, la ce-
lebración efectiva de las elecciones 5 • Si bien esta gran aceptación se
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guir, al menos en parte, el poder, ganando en las elecc10nes leg1slat1-
vas. De hecho, en el período que precede a la disolución, estos opo-
nentes tenían todos los motivos para estar "optimistas,. sobre los
eventuales resultados de estas elecciones 6 • Pero sobre todo, esta so-
l~c;:ión ofrec~a.t~mbién a los diversos actores «legítimos,. del jue~o po-
debió también, como ya hemos sugerido, a algunos otros factores ~Y Üttco la pos1b1hdad de «salvar la cara,., cosa absolutamente capital en
como la «credibilidad,. con que cuenta la amenaza transmitida en la -~ las negociaciones internas que mantenían. . •
alocución del 30 de mayo, sería erróneo ignorar lo que realmente hace 1." Además, una vez hecha la jugada, una vez puesta en marcha la d1-
atractiva a esta solución, es decir, lo que hace de ella un punto de ;Í~r solución -se trata, hay que destacarlo, de una de las poquísimas ju-
acuerdo posible entre algunos de los actores que «cuentan». Se trata, ~· gadas irreversibles observables en el curso de este episodio históri-
en efecto, de un punto en el que cada protagonista de la confronta- ·~; co-, la solución obliga al personal político y a los actores ligados a
ción puede suponer que las retribuciones ligadas a él son aceptables él a definir sus orientaciones tácticas en un plazo muy corto. O bien
para aquellos de sus adversarios con los que puede contar para esta- pueden participar en las elecciones, aportando así, lo quieran o no,
·.. su propia contribución a la «normalización,. de la confrontación, a
• En realidad, fue reivindicada desde el debate sobre la moción de censura del miér- ~~' la canalización de las movilizaciones hacia el emplazamiento institu-
coles 22 de mayo en la Asamblea nacional, concretamente en las intervenciones de G. «. cional así definido, es decir, a su resectorización. O bien pueden no
Defferre y f, Mitterrand y también en la de R. Ballanger en nombre del grupo comu- Í_.' , _~, ;· _.':~.;_: ; «jugar al juego,., no participar en las elecciones, es decir, renunciar
nista. También lo será, más vigorosamente, los días siguientes (véase, por ejemplo, el ~: alos eventuales beneficios asociados a las elecciones, si efectivamente
discurso pronunciado por F. Mitterrand el 26 de mayo durante una manifestación en
se organizaran, y sobre todo, correr el riesgo de una escalada tenien-
i'
Chateau-Chinon, en Le Monde del 28 de mayo de 1968). En su declaración del 28 de
mayo, F. Mitterrand sólo piensa, sin embargo, en el recurso a elecciones legislativas f,:. do que asumir sus costes. -'
tras la designación de un nuevo presidente de la República, es decir, tras una salida }:· El examen del proceso que siguió a la solución corrobora entera-
previa del general De Gaulle y la formación, durante el período de ínterin presiden- '' mente estas observaciones. En primer lugar también aquí, con las ne-
cial, de un gobierno provisional de gestión. Conviene ver en esta radicalización uno . , gociaciones internas del sector gubernamental: la disolución de la
de los efectos aceleradores del rechazo por parte de los huelguistas de los acuerdos de
Grenelle (encontrarán el texto de la declaración del 28 de mayo en L'Année Politique Ji Asamblea constituye, tras la eliminación de las otras dos soluciones
1968, ob. cit., p. 380). Por último, destacaremos la propuesta de J. Maroselli, diputado ~: prnpum" (d «hindum y Jo, •wdo' d< G<0ndl<), d ,,¡¡'""con-
radical del Alto-Saona, de una dimisión colectiva de los diputados de la FGDS (Le Mon-
de, 23 de mayo de 1968); pero esta propuesta no parece haber encontrado eco entre
6 En este sentido, conviene asimismo recordar que la oposición había perdido por
los diputados de la Federación. l
s A. Dansette, Mai 1968, ob. cit., pp. 328 ss., es significativo que en ninguna parte muy poco las elecciones iegislativas de marzo de 1967 y que la mayoría surgida de és-
las consignas de ciertos componentes del movimiento estudiantil dieran lugar a inci- tas se mantenía gracias a los votos obtenidos en las círcunscripciones de ultramar, don-
dentes serios con vistas a obstaculizar ias operaciones electorales. de obtuvo 14 de los 17 escaños.
·~r
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198 Michel Dobry :t.


-;:,
.A.lg11 ·ias efeaos emergentes típicos 199

tral de las preocupaciones y los ·cálculos de una gran parte del campo rasg· 1s permiten establecer el carácter negociado de la solución insti-
gubernamental, especialmente, aunque no sólo, del entorno del Pri- tucic nal de 1968, sin embargo, no hay nada entre elles que sea total-
7
mer ministro • En el período del derrapaje de la crisis, la presión en ':· ment.! específico de esta solución. Tanto las nego< iaciones tácitas
favor de la disolución que ejercen estos actores es, por otra parte, in- ;...::
come el efecto restrictivo de la solución llevada a e tbo se observan
separable del rechazo del referéndum. Incluso en el momento del «de- ., en el caso de soluciones que presentan un carácter t ansaccional más
1
~~#.
senlace•, y todos los testigos están de acuerdo en este punto, Geor- %.'..·.'.· md an ifiest? y más púbdlico. Lo mismo ?7urre co n .el funciofna1?iento
ges Pompidou sólo obtiene la firma del decreto de disolución al pre-:- '.~ e 1o:; sa11entes, uno e cuyos casos c1asicos, re 1auv o a un enomeno
cio de una última amenaza de dimisión, frente a un general De Gau- :~- famili1r, conviene destacar: en las crisis de 1934 y 1958, desde la
lle que no comprendía, al igual que le ocurrió en las jornadas prece- ;::> «apen:ura» de estas crisis, tanto Doumergue comr, De Gaulle, inde-
dentes, el alcance de esta acción táctica 8• ¡i. pendi::ntemente de su actuación personal y de su: estrategias, repre-
Pero en este proceso también hay factores que cuentan tanto o ,:, sen~ Jn excele~ti:s (e!1 el sentido de su eficacia) puntos -~e conver-
más que estas negociaciones internas. En primer lugar, por supuesto, /f/. genc1a de las antmpac10nes 9 , aunque el tempo de la soluc10n de 1934
la diminación de las otras soluciones, punto sobre el que no es ne- ~~ sea mt·y diferente, mucho más rápido que en el c: 1so de mayo de 1958
cesario volver. En segundo lugar, el papel de la actividad táctica de ¡~ (y aunque la muy venerable noción de carisma perdiera un poco de
los protagonistas en el «funcionamiento,. y en la «atracción» de los 'l?!!f su encanto, cosa sobre la que volveremos).
diversos salientes. Tocamos aquí un aspecto fundamental de las ne- i. Y también sucede lo mismo con la dinámica de las negociaciones
gocíaciones: antes de hacer la jugada, otros varios salientes o puntos ;,· que presiden la aparición de estas soluciones: su autonomía con res-
de convergencia de las anticipaciones -desde la dimisión del general ..
:.,;:
pecto a las condiciones iniciales de la confrontación se encuentra de
f?e Gaulle a la fonna~ión de un gobierno Mendes France-- compi- -~.·-· modo significativo en el frecuente hecho de que, contrariamente a to-
tieron, en las percepc10nes, expectativas y cálculos de los actores de ~ dos los postulados de las concepciones clásicas de los procesos de ne-
la crisis, con la solución que se puso en práctica de hecho y cuyas ·¡f gociación, las soluciones reales que tienen lugar en las coyunturas crí-
modalidades, especi~lmente su inserción en la red de las demás juga- ticas pueden, como es evidente en el caso de la solución de 1958, si-
das (en la que, en cierto modo, cambia de campo) facilitarán, tanto tuarse fuera del espacio de las soluciones aceptables para sus princi-
como su propia puesta en práctica, la eliminación de los salientes pales protagonistas. En otras palabras, pueden surgir fu era de las zo-
competidores. Es difícil no ver aquí otro aspecto de la autonomía que :!~ nas contractuales 10 de estos últimos, al menos tal como se las consi-
caracteriza a los procesos que nos interesan. Pero· sobre todo vemos
~~.· presen~
que, en estas condiciones, la realización, en el sentido estricto, de
esta evolución, restringe, cosa por otra parte nada sorprendente, el I'?(; .
9
El •saliente• Doumergue un especial interés analítico porque goza del
precedente de 1926, episodio durante el cual Doumerguc desempeñó un papel muy ac-
tivo desde la presidencia de· la República (cf. concretamente, sobre este punto, J. N.
campo de los posibles -es decir de las jugadas posibles- y también, 0:e· Jeanneney, Lefon d'histoire pour une gauche au pouppir. La fail/ite du Cartel,
en tanto que definición de la situación objetivada, las apreciaciones ti,; 1924-1927, París, Le Seuil, 1977, pp. 129 ss.). Además, Lebrun pensaba desde hacía
y las tácticas del conjunto de los actores. -~:: tiempo en este tipo de solución y ya había •sondeado» a Doumergue, algunos días an-
Esto conduce a una última observación. Aunque estos diferentes tes, en el momento de la dimisión del gabinete Chautemps. Entonces Doumergue es-
currió el bulto poniendo como pretexto su avanzada edad (S. Berstein, Le 6 février
1934, ob. cit., p. 96, así como, para apreciar la amplitud dé la convergencia de los prin-
7
Cf A. Dansette, Ma1 1968, oh. cit., pp. 294-295, 305, 309-310 (especialmente en
lo relativo al •memorial• dirigido al presidente de la República redacudo por los dos
·t cipales líderes de la derecha parlamentaria sobre este punto con anterioridad a la •ior-
~ nada» del 6 de febrero, las declaraciones de Tardieu, Banhou y L. Marinen Le Temps
grupos parlamentarios de la mayoría después de su entrevista con G. Pompidou el 29 ·~.. del 29 de enero, y el editorial del mismo diario el JO de enero de 1934). La homología
de mayo) y pp. 320-321; véase asimismo J. R. Toumoux, Le mois de mai du généra/, ift:. aproximada que se percibe entre la situación de 1926 y la de 1934 está en el origen de
ob. rn .. pp. 254-266 y 279-280. .;'. la valoración situacional de ese capital polítíco particular de que dispone Doumergue
• Cf sobre todo d testimonio de B. Trícot en G. Pilleul, comp., L'entourage de en razón de su pasado.
De G,rnfle, París, Pion, 1979, pp. 318-323, así como G. Pompidou, Pour rét.iblir une ·: 10
La zona contractual es aquélla donde se supone que deben aparecer todas las
vente, ob. cit., pp. 192-195. retribuciones aceptables conjuntamente por todas las partt:s presentes. Su construcción
··;,
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200 Michel Dobry ;$: Algunos efectos emergentes típicos 201

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dera antes de la crisis, ya que las visiones de lo negociable y lo no- :;; •. características de las fases críticas de las crisis de este tipo de sistemas
negociable sufren serias fluctuaciones, que no parece imprudente atri- políticos 12- tiene como rasgo específico ~a apertur~ ~~tentada por
buir a las propiedades que caracterizan a los contextos de interde- 'é· una parte de los .. líderes,. del régimen hacia la opos1c1on desleal o,
pendencia ampliada y, también aquí, a la autonomía de la dinámica ,. ,, eventualmente, semi-leal, es decir a la oposición que está más o me-
de las crisis asociadas a las movilizaciones multisectoriales. M. nos abiertamente en contra de la fórmula institucional y de los pro-
~- píos fundamentos del régimen 13 • Se trata -su?raya Linz-, y en este
~~: punto tiene toda la razón, de uno de los mec:in1sr:ios claves de las «re-
·~; voluciones legales», de las rupturas que se mscnben, desde el punto
LA HIPOTESIS DEL ESTRECHAMIENTO DE LA ARENA POLITICA ·~Í:- de vista, a veces no obstante muy relajado 14, de la legalidad fo~a!,
l.:; en la continuidad institucional del régimen que desaparece. La CrtSIS
Esta hipótesis, propuesta por Linz a propósito de las fases críticas de ~ francesa de mayo de 1958 constifuye un ejemplo atípico de este me-
ciertos tipos de crisis políticas, no nos aleja demasiado de los proble- · · 1 canismo, debido a su resultado, es decir, al carácter democrático del
mas que acabamos de discutir. A.primera vista también parece con- .,~.).'.régimen surgido de la crisis (más típicos, a este respecto, son los ca-
tradecir, pero esta vez frontalmente, el conjunto del esquema teórico 7; sos italiano y alemán, con la cooptación, la µega~a «leg~I,. ~ pode~-,
desarrollado en el marco del presente trabajo. Sólo por esto ya esta- ~i de Mussolini y Hitler, casos que con toda ev1denc1a han msp1rado d1-
ría plenamente justificado que nos detuviéramos sobre ello. Pero su 15
~( rectamente el esquema secuencial de Linz) .
interés para el análisis de los procesos de crisis política, una vez que ,;'í' El estrechamiento de la arena política responde, según Linz, a la
nos hemos decidido a abordarla en detalle, sobrepasa claramente el
desafío que pueda representar para nuestras propuestas, ya que toca
algunos aspectos decisivos de la interdependencia ampliada. En efec- ~e puede apreciar, por ejemplo, con la crisis chilena de_ 1971-1973, en el curso .de la
cual la.s principales cooptaciones intentadas por el presidente Allende y su gobierno
to, Linz asocia a la imagen del estrechamiento de la arena política la fueron las de lo que Linz llama •poderes neutros-, especialmente, como se sabe, los
idea, asimismo incompatible con nuestro sistema de hipótesis, de una militares (A. Valenzuela), Chile, en J. J. Linz, A. Stepan, The breakdown of democ:a-
eficacia particular, en las fases críticas de estas crisis, de los regateos tic regimes, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1978, vol. 4, especial-
y, en general, de las jugadas encubiertas o «invisibles,.. Así pues, la mente, pp. 91 y 105). . .

r.¡., 12 Se trata, como ya hemos visto antes (capítulo 2), de una vanante pamcular, •en
hipótesis de Linz nos permite proceder a un buen test crítico de nues-
árbol•, de la historia natural. . 1
tro propio enfoque desde un doble punto de vista. " . 13 Independientemente de la pertinencia (o de la utilidad analítica) de una tipo o-

En la perspectiva elaborada por Linz, el estrechamiento de la are- ~· gí:t de la.s oposiciones existentes en los regímenes democráticos en fun~ión de su .l~~­
na política tendría lugar, al menos en principio, en una secuencia his- ·~~·- tad hacia las reglas de juego democrático --de la.s que Linz, ademis, uene u~a vmon
tórica particular de los procesos de crisis de los regímenes democrá- ~~ extremadamente exigente (véanse los criterios de lealtad que enumera en J. J. Lmz, ~n-
. 11 . E sta secuencia
. --que para Lºmz so'lo es una d e l as secuencias
. ·". sis, breakdown and reequilibration, ob. cit,..pp. 36-37)-- este enfoque corre el pehgr.o
t1cos {: de substancializar las dinámicas de las diferentes fuerzas políticas basándose exclus1-
¡. vamente en sus proclamaciones ideológicas, mientras que con un mínimo de atenci.ón
por parte del investigador siempre supone el conocimiento o la posibilidad de deter- se puede ver una extrema ambivalencia t:ictica, espe.cialmente en lo~ contactos, lo~ in-
minar las •utilidades• respectivas de l:i.s partes (o, el menos, sus •utilidades• iniciales tercambios y las prácticas colusivas con fuerzas abiertamente hosules a esos reg1me-
en el caso de las teorías denominadas de la •convergencia•; véase, por ejemplo, las de nes, ambivalencia que, por lo demás, se da, en primer lugar,. en los pr.opios lí?~res de
J. G. Cross, •A theory of bargaining process•, The American Economic Review, 55, esos regímenes cuando se sienten amenazados (como, por e1emplo, ciertos dmgentes
1965, pp. 67-94; A. Coddington, Theories of bargaining process, Londres, Allen and de la SFIO, el presidente del Consejo y el presidente de la República en mayo de 1958).
14 Por ejemplo con l;a transición, en 1958, entre las constituciones de las IV y de
Unwin, 1968; véase también O. R. Young, Bargaining. Formal theories of negotiation,
Urbana, University of Illinois Press, 1975, especialmente pp. 131-144 y 403 ss.; M. la V República.
Dobry, •Note sur la théorie de l'interaction stratégique-, Aris, 1, 1978; pp. 43-64). 15 J. J. Linz, Crisis, breakdown, and reequilibration, ob. cit., pp. 75-80; para una
11 Decimos solamente en principio, porque los episodios históricos a los que el aplicación de este esquema a la crisis francesa de mayo de 1958, véase S. F. Cohn, Loss
equipo de investigadores reunidos en tomo a Linz ha intentado aplicar este esquema ··, of legitimacy and the breakdown of democ:atic regimes: the case of the Forth Repu-
desbordan claramente los casos •puros• de cooptación de una oposición desleal, como blic, Columbia Universíty, Ph. D., 1976. ·
~l··
;g.,~~--
1Rt

202 Michel Dobry ti' Algunos efectos emergentes típicos


203

..·
intervención de varios componentes o factores distintos. En primer aunque sólo sea para velar por su propio futuro organizacior:aL El
lugar se debe al carácter secreto de las negociaciones que tienen lu- conjunto de estos procesos contribuye, desde ese p1~nto de vista, a
gar, en tales contextos de crisis, entre los líderes del régimen y sus transferir el proceso político de la arena parlamentaria a otra arena,
adversarios, en las que los primeros, a menudo, creen poder limitar invisible y mucho más reducida, en la que se llevan a cabo secreta-
la influencia o incluso controlar completamente a sus futuros socios. :S,~ mente las negociaciones decisivas. Ultima observación: el ~m~o.rtante
Pero la cooptación de una oposición desleal constituye, según obser- iJ papel que desempeñan entonces los pequeñns grupos d~ m~1v1du~s,
va Linz, una operación delicada -ya que si se descubre la f!laniobra, '.~ los «grupúsculos», las «camarillas,., etc., factor que exphcana, seg~n
puede fracasar. La exploración de su posibilidad supone siemp~e; en .} Linz el atractivo que tienen generalmente, en tales contextos, las m-
.~: terp;etaciones de los sucesos en términos d~ conspiración • , •
19
cada uno de los campos presentes, la capacidad de salir al encuentro
de los partidarios, la capacidad de neutralizarlos o ignorarlos 16 • De ~~·~" Resumiendo, es~á claro que ~l ~~trechanuent? d~ la arena poltt~c~
aquí proviene la atmósfera de sospecha dentro del mundo de los pro- f~ corresponde para Lmz a la opos1c1on entre l~ eficacia de las nego~~a
fesionales de la política que caracteriza a estas fases críticas; también ;( ciones encubiertas y restringidas, en las que uene lugar la co??tac1on,
se debe a ello el que una gran parte de los dirigentes y parlamenta- ,~, Y. el peso supuestamente más reducido de las lí~eas de acc1on y del
rios pertenecientes a los partidos progubemamentales --que apoyan, i°i nivel táctico manifiesto o abierto del juego políuco, de forma que la
al menos oficialmente, al régimen- quede fuera del juego político y ~i. arena invisible constituye una especie de nivel subdeterminante del
vea su «peso,. político substancialmente mermado. Por último, tam- "}' conjunto de la confrontación. . .
bién tiene aquí su origen la notable acentuación de la fragmentación No obstante, una gran parte del problema puede resolverse ~m d1-
de los partidos políticos, fragmentación no obstante iniciada en las .... ficultad. Esta es por otra parte una de las funciones del breve mven-
fases precedentes de la crisis. En oposición a esta marginación de una .~;¡, tario de los componentes ddell estre~hamiento qhue ~cabamo(s de ha~egr).
gran parte de los profesionales de la política, se otorga un papel im- ~i. Desde luego, la elección e térmmo «estrec amiento» narrowm
portante, especialmente en lo relativo a las negociaciones de coopta- para designar los diferentes procesos que Lin~ int~nt~ _abarcar. con
ción, a «intermediarios,. más o menos ajenos al juego político tradi- esta noción, no es de las más afortunadas. La 10cahzac10n mulusec-
cional. Otro componente del estrechamiento está representado por torial de las negociaciones, el papel que desempeñan en_ ell~s los gru-
lo que Linz llama la ascensión de los •poderes neutros,. (término sin pos de interés y los «poderes neutros», hacen pensar mas bien en una
duda alguna inútilmente normativo) -el ejército, los altos funciona- .,.. ampliación de la arena polític.a, o, más rigurosamente,_ en su des~om-

~;- ~~:e::;~~~:~i!:e:l ;~i~~~~:~: ~i:~~~:i!~ ;n~e~:zf~~n~~r~n~~


rios, incluso el jefe del Estado en los sistemas parlamentarios 17. Esta 8
ascensión de los «poderes neutros,. a veces es difícil de distinguir del
juego propio de determinados grupos de intereses (las organizacio- (, la arena política legítima. En primer lugar, indudablemente debido a
nes patronales, iglesias, sindicatos, y también el ejército, esta vez .... la cooptación a ese líder extraparlamentario que e~, en esos_momen-
como grupo de interés específico) 18 que el autor parece considerar •;: tos, el general De Gaulle. Pero, sobre todo, debido a la mterven-
como el cuarto componente del estrechamiento. Estos diversos gru- ción directa en el juego -y en las negociaciones- de actores com"O
pos de intereses, añade Linz, a medida que se vaya precisando la po- los militares argelinos y, de hecho, la jerarquía militar Y el. co~­
sibilidad de una cooptación de la oposición desleal, tenderán a tomar . · junto de las «alturas» de los sectores coercitivos de la m~qumana
distancias con respecto a las instituciones y a los líderes del régimen, };¡,i estatal con la que el gobierno Pflimlin no cesa de ne~o~1ar desde
&;: los primeros días de la crisis (lo que da a estas negoc1ac1ones una
16
J. J. Linz, ob. cit., p. 78. ~· apariencia triangular absolutamente engañosa -por razone~ q~e _en-
17
/bid., p. 70; en codos estos puntos, esta perspectiva está, en definitiva, muy pró- ··.. seguida explicaremos). Y lo mismo sucede en los casos ~as t1p1cos
Xlma al análisis de Poulam:zas de los procesos de fascistización en Italia y Alemania (véa-
se N. Pouianczas, Fasmme et diaature. La Troisieme lntematicnak Jace .JU Jascisme,
de cooptación de una oposición desleal. Si tomamos el e¡emplo del
ub. en., especialmente, pp. 71 ss.).
'" J. J. Lmz, ob. cit., p. 53. I~ f/,;,/ n 7(.,
...'
204

caso de l~ crisi~ italiana de 1922, sería, como poco, apresurado no


ver en la mvesudura de Mussolini, debido especialmente a los fallos
de organización de la marcha sobre Roma que los historiadores de
este período gustan de señalar 20, más que el funcionamiento de una
Michel Dobry

'
<l


:t· ('

·::::
Algunos efectos emergentes típicos

no a la cooptación de una oposición desleal perteneciente indiscuti-


blemente, al menos en los casos citados, a estas categorías). Pero la
marginación de una parte de los profesionales de la política no tiene
por qué tener necesariamente, en las coyunturas asociadas a las mo-
205

arena parla?1:ntaria re.stringida a sus líderes más hábiles (Giolitti, Sa- "' vilizaciones multisectoriales, y más concretamente en las fases de
landra o N1tt1). También aquí, para neutralizar esta imaginería, basta '1f- cooptación, todos los rasgos que le atribuye Linz. Y se ve fácilmente
1 c.on recordar la configuración del conjunto de las negociaciones que !'. cuando se examinan las negociaciones internas de los diferentes pro-

'.
tienen lugar en esta fase de la crisis italiana: las negociaciones secre- :~]· tagonistas colectivos de cualquiera de esos episodios. Sin duda, si to-
¡f tas con esos líderes parlamentarios no cuentan necesariamente más it~ mamos el ejemplo de la crisis de 1958, es un punto a destacar la im-
en el jue~~ q:ie las que tie?en ~orno protagonistas, bajo múltiples for-

1
~ portancia de los debates internos del grupo parlamentario socialista,

l! n:ias, ~ e1erc1to.' las orgamzac10nes patronales, la jerarquía de la Igle-


sia e mcluso directamente al Vaticano, la Corona o también las or-
ganizaciones de excombatienteS y sindicatos reagrupados bajo la
., de D'A nnunzto
«protecc10n» . 21 , actores, en su mayoría, absoluta-
mente ajenos a la arena parlamentaria. Dicho de otro modo, no hay
. ~· ,éuyas posiciones parecen haber determinado la propia posibilidad de
· una solución constitucional, la investidura del general De Gaulle (este
·1~,."'.·', ~actor, unido a otras nego.c,iacio:ies de otro _tipo, hace a~~olutamente
> madecuada una presentac1on tnangular -lideres del reg1men, man-
'¡~· dos militares argelinos, De Gaulle- de estas negociaciones) 22 • En
n~da ~n l?s componentes del «estrechamiento» --como no sea el pro- ~. este caso es difícil prescindir radicalmente de los montones de ma-
t p10 termmo-- que vaya en contra de nuestras hipótesis sobre la di-
1¡·
,..;: niobras parlamentarias, y más cuando un análisis más minucioso de
i námic.a de las. movilizacione~ multisectoriales y de los rasgos que ca-
1
;~: estas negociaciones internas debe hallar asimismo efectos de des-ob-
ractenzan la mterdependenc1a ampliada. ~~· jetivación que afectan a las reglas de juego de la SFIO y del grupo so-
. Sucede ~n poco lo mismo con la marginación que sufre en esas ' éialista en la Asamblea, reglas que se convierten durante es~; período
circun.sta?c1as una parte de la «clase política,. tradicional. Esta se pue- !Ji': en tema de las negociaciones y de manipulaciones tácticas . Lo que
de ~tnbmr a los efect_os de la desectorización coyuntural del espacio es como decir, en un plano más general, que la eventual marginación
social. En la perspectiva relacional trazada en el marco de este traba- de los underdogs y de los escalones intermedios de la «clase política,.
jo (y con reserva de lo que se pueda decir más adelante), sería real- depende, en definitiva, del detalle de la concatenación de las jugadas.
mente muy improbable que las relaciones internas y las distribucio-
nes de los recursos propias de los sectores afectados por las movili- 11
Por ejemplo, J. Chapsal, La vie polítú¡ue en France depuis 1940, París, PUF, 1969,
zaciones multisectoriales hubieran permanecido absolutamente intac- p. 328, o también S. F. Cohn, Loss of legitimacy ... , ob. cit., pp. 386-388 y 397-404 .
tas. La dificultad reside en que, en el estado actual de nuestros co- . . 23 Aunque, el 27 de mayo, son los diputados y el comité directivo de la SFIO los
que desaprueban abiertamente las iniciativas de algunos de sus dirigentes que bu>ca-
nocimientos, no hay nada que permita predecir en general, para to- ban un compromiso con De Gaulle {concretamente Guy Mollee), adoptando por 112
dos los casos, en qué dirección se van a efectuar, dentro de un sector votos contra 3 y una abstención un texto 'decididamente hostil a la investidura de De
determinado, las «redistribuciones de cartas,. (salvo, justamente, el Gaulle, será una reunión de los dos grupos parlamentarios, gracias al voto de los se-
hecho de que l~s diferentes actores de un sector, por ejemplo el cam- nadores, la que permitirá obtener a estos dirigentes una cortísima mayoría (L 'Année
po parlamentano, no están todos necesariamente situados en la mis- Politique 1958, ob. cit., pp. 64 y 68); pero sobre todo, en esta reunión del 31 de mayo,
según el testimonio de Jules Moch, •Georges Guille pone fin [a la discusión], hacien-
ma forma --es decir no disponen de los mismos recursos- en los jue- ~~::
~~
do votar la libertad de voto, lo cual me deja estupefacto. Y a que ésta sólo ha existido
gos multi e intersectoriales, mientras las negociaciones giran en tor- ~. tres vece s, en bl920 d[durantc I~ e.scisíón], efun 1944 [ebn. VichyU] y en 19~~ [s~bdre h CED].
;ft Hay inc 1uso 1i erta para part1c1par en e1 ruro go terno. na votacJOn m 1cauva ex-
10
1'~ plica estas decisiones antitradicionales: entre los 151 presentes {diputados, senadores,
Por ejemplo, A. Tasca, Naissance du fascisme, ob. cit., pp. 311-329; E. Nolte, miembros del comité directivo) hubo 77 asistentes favorables a la investidura v 74 hos-
Le (ascisme italien, París, Julliard, 1963, pp. 173 ss.; P. Milza, S. Berstein, Le fascisme tiles. Entre los diputados, que serían los únicos que votaran, había 50 en contra (en
ztalzen. 1919-1945, París, Le Scuil, pp. 119-123. lugar de 117 y 62 para las dos votaciones anteriores) y 41 a favor (en lugar de 3 y des-
21
A. Tasca, Naíssance du fasásme, ob. cit., pp. 284-296. pués 29)- Q. Moch, Une si longue 11ie, ob. cit., p. 543) .
....
, ,
206 Mü:hel Dobry Algunos efectos emergentes típicos 207

¿Pero el investigador habría visto exactamente del mismo modo esta . Por último, es esta estructura la que nos permite comprender por
«marginación», si por casualidad el partido socialista hubiera logrado qué un acto táctico como el «desembarc?» en Cór~ega pudo trans-
bloquear la posibilidad de un subida •legal,. al poder del general De formar radicalmente, debido a su contemdo expresivo, las represen-
1 Gaulle? Aunque no nos gusta entrar en este tipo de razonamientos taciones del conjunto de los actores a pesar de las intenciones y del
•en contra de los hechos,., tenemos que admitir que las característi- apego de algunos de los protag??istas (en ~l campo guber~~ental,
1
ca.5 de la «marginación» son mucho menos fijas y más fluctuantes de \~. y también entre los mandos militares argelinos) a la defimcio°: «le-
lo que sugiere Linz. t·: galista» de la situación negociada hasta entonces. Por esta razon se
Nos queda por examinar la parte más delicada de la hipótesis del ,~· puede comparar el «desembarco» en Córcega c?n. l_~ marcha sobre
estrechamiento. Se refiere principalmente al lugar coyuntural de las ;. Roma. Esta, desde el mismo momento en que se m1cio claramente (y
negociaciones secretas en los episodios de cooptación de una oposi- ir: en que, claramente también, el ejército no se opuso a ella, ya qu~ se
ción desleal. Digamos para empezar que, indudablemente, este lugar fff; pospuso la decisión de declarar el esta~o.de·sitio) , e independien-
25

no es tan importante como pienza Linz, y esto por una razón deci- •;{ cemente de cuáles fueran el estado de ammo y las dudas de Musso-
·1"'\ lini, determinó de hecho las percepciones de lo prob~ble -de ahí
26
siva: no vemos qué milagro iba a hacer que la eficacia de este tipo de
negociaciones escapara a los rasgos tendenciales que caracterizan a : esa extraña sensación de «ausencia de drama», de «Jugada de avan-
los contextos de interdependencia táctica ampliada. Desde luego los ~·.{· ce»- de modo que todo el contenido de las negociaciones secretas
actores implicados en las maniobras de cooptación de una oposición )J con los líderes del régimen se vio brutalmente afectado por una ab-
desleal recurren indiscutiblemente a negociaciones encubiertas (esta- ·~i · soluta caducidad 27 •
mos pensando en los contactos nocturnos entre De Gaulle y los lí-
deres del régimen en mayo de 1958, o en los contactos, a los que he- -,: d~ los principales ternas de esras ne~oc_iacione~ ~ntre De Gaulle y los líderes del régi-
.~l rnen eran precisamente los gestos publuos y vmbl~s -<¡Ue no podernos por rnen?s de
mos aludido ya, entre Mussolini, por una parte, y Giolitti, Salandra -~' pensar que se convinieron en ternas central~s debido, en parte,.ª su val~r expreswo-:-
y Nicti, por otra). ¿Pero esta constatación basta para .. dar por váli- quc estos líderes quisieron imponerle, especialmente_ en lo rclan;o al •nrual• de la in-
da,. la hipótesis del estrechamiento? Sería ignorar el hecho de que, en vestidura parlamentaria... Una de las grandes concesiones que hizo De Gaulle dur:inte
las coyunturas críticas, las negociaciones encubiertas y las que no lo estas crisis, una concesión sin duda algun;i mucho más costosa de lo qu~ ha _de¡ado
entrever en su testimonio, fue la de plegarse •sin demasiado descaro•. a exigencias que
son se hacen, tendencialmente, interdependientes. Y, sobre todo, que rechazaba firmemente al comienzo de la crisis (Ch. de Gaullc, Mémo1res d'Espo1r, t. 1,
en estas coyunturas lo invisible no goza de ningún privilegio causal .i · Le Renouveau, 1958-1962, París, Pion, 1970, p. 32). .
particular. Las promesas, amenazas, compromisos, aunque sean en- ;; . 2s Sobre la primera fase de la marcha sobre Roma, véase A. Tasca, Namance du

cubiertos, son descifrados con respecto a otras jugadas y a otras for- ¡~. fascisme, ob. cit., pp. 305 ss. .
mas de negociación públicas y tácitas, ya que estas últimas transmi- $,~::. . 26 Encontrarnos aquí la principal razón por la que esta •comedia•, esta •marcha
{;;, q~e no tuvo lugar• (¿pero no se ha dicho lo mismo del cdesembarc~·. en Córceg~ de
ten, como ya sabemos, una información tanto más «creíble,. cuanto mayo de 1958?) pesó sin duda mucho más de lo que crey?ro~ los dm~entes fascistas
que es en gran medida no intencionada, no controlada, expresiva. ,1.• y de lo que quieren admitir los historiadores de este episodio (por e¡e_rnplo, Tasca:
Esta estructura de las negociaciones es la que muestra concretamente ! e¿ Por qué Mussolini, que hizo todo lo posible ~ara que las columnas fas~1stas no avan-
las condiciones sociales de posibilidad y de eficacia de jugadas que uran hacia Roma, quiere ahora que entren a pie por las puertas de l~ cmdad? Es por-
que, una vez constituido su gobierno, le era ~bsoluta~ente nccesano tener_ alg? que
consisten precisamente en transgredir el secreto, como es el caso de se pareciera a una crnarcha sobre Roma• ... Peligrosa e 1rnpo~ente corno rnedt? .directo
los famosos comunicados del 27 de mayo de 1958 en los que De Gau- ., para la conquista del poder, la crna~cha sobre Rorn~· se ~~nv1ertc en un magn1f1co me-
lle revela, tras su entrevista nocturna y secreta con Pflimlin (y en con- '~ dio para consagrar el poder conqu1sta~o. Se d~ sausfac_c10n a unas cuant~ decenas de
tra de sus compromisos recíprocos, explícitos y secretos), la propia Jl~ ·. miles de escuadristas que se están pudnendo ba¡o la lluvia desde hace tres d1as, se les da
existencia de esas negociaciones con los líderes del régimen, dando •?• la impresión de una gran victoria s~ncionada. por el desfile :~ las calles de R~ma Y, al
•> mismo úernpo, se recuerda a los anuguos parudos y a los poüucos q~e Mu.ss.olm1 puede
así a esas negociaciones una inflexión decisiva 24 • ' ahora disponer de las fuerzas de Estado y de las del partido fascma•, 1b1d, P· 326).
21 !bid., especialmente p. 310, por lo que se refiere a la fórmul:i gubernamental Sa-
14
Por otra parte, nunca se dará la suficiente importancia al hecho de que algunos landra-Mussolini.
208 Michel Dobry ,,: Aig•••' •f•d•> •m"l:'"'" ripiro> 209
·~~.

Así pues, no sólo las negociaciones encubiertas que tienen lugar fJ. carisma 29 • Más concretamente, sólo nos ocuparemos de algunos de
en las fases de cooptación de una oposición desleal no deben conce- X los resortes sociales de las estrategias carismáticas observables en las
birse como una especie de nivel subdeterminante del conjunto de los Í! coyunturas de fuerte fluidez política, ~estra~egi~ carismátic~s: en-
juegos tácticos, sino que estas observaciones nos hacen ver que la hi- ~::· tendidas en el sentido particular de la mvest1gac1on, en benef1c10 de
pótesis del estrechamiento concede, sin duda, demasiada importancia ;, un individuo dado, de una atestación social de su calidad carismática,
en el desarrollo de estos procesos a las negociaciones «centrales,., las ~~ · o, si se prefiere una formulación un poco más sec~larizada, ~e. su ap-
que tienen, para los actores, intencionada y explícitamente, por ob- Í-¡ titud personal para ofrecer una salida, una «solución,. a la cns1s en la
~-' que interviene. Este es el caso tanto de un De Gaulle en mayo de

.l,
jeto la cooptación, aunque sea de un modo encubierto.
Pero la eminencia de las negociaciones «Centrales», que constitu- ,?;,;,; 1958 como de un Mendes France en mayo de 1968, de manera que
ye una trampa para analistas y actores, permite asimismo apreciar un l·a·p· uesta en práctica d~ u?a estrategia carismática constituye una cu~s­
aspecto residual, y las posibles vías de una reformulación parcial, de ~ tión completamente d1stmta de la del resultado de las c?nfrontac10-
la hipótesis del estrechamiento. Se trata de tomar en serio la induda- .,; .. O.es en las que surgen los candidatos al carisma, es decir, concreta-
ble focalización de la atención. de que gozan algunas negociaciones mente, de su eventual acceso al poder.
centrales que tienen lugar en los episodios de cooptación (por ejem- . ,' 'f.1 Este ángulo desde el que abordamos l?s fenómenos cari.si:i,áticos
plo, las negociaciones que tienen lugar tras la dimisión del gobierno · no es, evidentemente, del todo nuevo. Existe toda una trad1c10n so-
Pflimlin, en el caso francés, y del gobierno Facta en el caso italiano). ciológica que se ha centrado así en el trabajo carism_áti~o, destac~ndo
Parece que hay que buscar la explicación de este tipo de fenómenos, ~, los gestos, comportamientos o discursos •extraordmanos,. med1a?te
que Linz realmente ni tiene en cuenta ni analiza, en el funcionamien- ,;;' los que el jefe carismático -nos encontra~;is, normalmente, .con la
to de los salientes situacionales y en los procesos que, a través de los '¡, figura del •profeta,. 30- asegura su domm10 sobre sus segu1~o:es,
intercambios de jugadas, condicíonan la aparición y, la imposición de i» sús sectarios o sus fieles. El carácter inadecuado o, al menos, limita-
los puntos focales. Creemos que éste es uno de los fundamentos de ~{ do de este punto de vista para nuestro trabajo se debe a que, al i.n-
una impresión o de una imagen del estrechamiento de la arena polí- sistir, por otra parte con toda la razón, sobre el carácter transacao-
tica que puede imponerse a las percepciones de la mayoría de sus pro-
tagonistas en el tipo de situaciones discutidas (situaciones caracteri- pp. 249-261 y 464-480 [Economía y sociedad, México, FCE, 19~4]; On charo';'ª a~d
zadas, en ambos casos, por una objetivación del vacío de poder, con institutíon building (textos escogidos por S. N. Eisenstadt), Ch1cago, The Umverstty
las dimisiones de los gobiernos Pflimlin y Facta). Resumiendo, la so- of Chicago, Press, 1968.
ciología política sin duda ganaría si relacionara la hipótesis del estre- . 29 También dejaremos de lado l:l mayoría de los numerosos -:-Y graves:- proble-
mas que ha planteado, por lo que respecta al estudio de las cuesttones que intenta ex-
chamiento de la arena política con la cuestión de la aparición en con- plicar la noción de carisma, la orientación de investigación impulsada por la c?ncep-
textos de crisis de «líderes carismáticos,., aunque, como vamos a ver, tualización y las definiciones de Weber (~é,ase concretamen.te: _C!. Ake. ·Chans_mattc
esta aparición no se limita, al menos en los casos que analizamos aquí, _'~. Legitimation and Political Integration•, Comparative Stud1es m Soaety and H1Story,
sólo a la calidad de «puntos focales,. de estos líderes. .> 9, octubre de 1966, pp. 1-13; P.M. Blau, •Critica! remarks on Weber's theory of aut-
hority-, The American Political Science Rev1ew, 57. junio de 1963, pp. 305-316; J. V.
Downton, Rebel leadership. Comm1tment and chansma am the revolutwnary process,
Nueva York, The Free Press, 1973. pp. 272 ss.; R. Theobald, • The role of charisma
';:·· in the development of social movement.~•. Archives de Sciences Soaales des Rc!tgwns,
LAS ESTRATEGIAS CARISMATICAS: DE GAULLE Y MENDES FRANCE j~; 49, enero-marzo de 1980, pp. 83-100; P. Veyne, Le pazn et le cirque. Soaolog1e h1sto-
J~ rú¡ue d'un pluralisme politú¡1u, ob. cit., especialmente pp. 575-580; P. Worslcy, The
Sólo vamos a tratar aquí de un aspecto muy limitado de los fenóme- -~· trumpet shall sound. A study of .Cargo• cults in Melanesia, Nueva York. Schocken
Books, 1968 (2.' ed.), especialmente pp. IX-LXIX y 266-272 [Al son de la trompeta fi·
nos que engloba la acepción clásica, desde Weber 28 , de la noción de na!. Un estudio de los cultos •cargo• en Melanesia, Madrid, Siglo XXI. 1980].
JO Especialmente P. Bourdieu. •Une interprétation de la théo_rie de la religion sc-

2' Véase, en particular, M. Weber, Econonue et société, París, Pion, t. 1, 1971. lon Max Weber•, art. cit., y ·Genese et structure du champ rclig1eux•, art. cit.
~s·~·
210 Michel Dobry i¡'.~ Algunos efectos emergentes típicos 211
·:-.

na/ ~e la ~ela~ión entre el jefe carismático y sus adeptos, este punto mino- de los dos hombres políticos. Desde luego, en la base de es-
de vista, s1gu1endo en esta ocasión algunos análisis de Weber, limita ,· tos fenómenos, encontramos las particularidades de los capitales po-
la explicación de este trabajo de atestación a las actuaciones estricta- ' liticos de ambos candidatos al carisma. Pero hay razones para pensar
mente personales del jefe carismático. Sin embargo, si tenemos en ,:· que los rasgos pertinentes de estos capitales, aquello por lo que han
cuenta las propiedades que caracterizan a los contextos de interde- -;.,·. podido actuar como salientes situacionales, no se sitúan tanto en lo

.';~..,_·j!.:~.;-'·:. :_.· que


31
pendencia táctica ampliada podemos identificar procesos de atesta-
se podría interpretar como trayectorias poco sólidas sino sim- ,
ción de la calificación carismática muy diferentes de los ~alizados plemente, y de manera más convincente, en aquello por lo que estos
por este punto de vista, procesos en los que la atestación no se re- capitales pueden permitir a los protagonistas de estas crisis -al me-
duce sólo al trabajo personal del candidato al carisma, constituyen- l,: nos a los protagonistas que están tendencialmente inmersos en una
do, por tanto, una invitación a una clara revisión de las concepciones ~ dinámica de juego de «motivos mixtos- conocer por adelantado la
que tenemos de las estrategias carismáticas. · \~' aceptabilidad de esas personalidades entre segmentos significativos de
Precisemos más claramente a qué punto de vista nos conduce todo '3t las partes situadas durante estos períodos en posiciones coyunturales
e~to. Las limitaciones de la visión clásica del trabajo carismático pro- ~ de ofensiva (Mendes France desaparece como saliente situacional tras
vienen de que esta visión no integra las retraducciones y la distancia I' el •giro• del 30 de mayo de 1968).
que introduce el «sistema de ejecución» propio del juego tenso im- ~;, Si bien es delicado conocer, por ejemplo, en qué medida el éxito
perfecto entre las jugadas llevadas a cabo y sus resultados amplios ~~~-·· del general De Gaulle se debió a su calidad de saliente situacional,
(aquí la atestación de la calificación carismática). Se trata, en otras pa- ;;v está claro que este componente de la atestación de la calificación ca-

labras, de relacionar esta atestación con los procesos de formación de .:ft hrismab'tica actúa de hecho. Los II amamientos 'lzue hacen a De Gaulle
las estructuras concretas de plausibilidad que se organizan en tomo $.1j!· om res que no son amigos po 1íticos suyos -aunque esto quizá
a estigmas y salientes aparecidos en la sucesión de jugadas. Y, desde ~~· es aún más patente en el caso de Mendes France 33- no tienen, des-
este punto de vista, la atestación de la calificación carismática no se •;/' de luego, como resorte la creencia en sus eventuales «dones extraor-
~istingu~ de manera significativa de los procesos en los que se ven- dinarios» (para retomar la terminología de Weber), ni tampoco la in-
tilan -siempre en el caso de las coyunturas críticas- la «Credibili- fluencia de su verbo, sino el cálculo, es decir, como ya hemos visto
dad,. de los discursos, la cristalización de las imágenes de escalada o en las páginas precedentes, en el temor perfectamente razonable de
de vacío político o la atracción de una solución institucional. Desde ~:: que, si no se llega a un compromiso negociado sobre la base de este
esta perspecti~a, la atestación de la calificación carismática puede pre-
sentarse en pnmer lugar como efecto emergente relativamente autó- i}; . 31
Es difícil ver en los vira!es que han po<l_ido _tener bs carreras públicas _de_
:i:~: · hres como De Gaulle o Mendes France {o, mas aun, como Clemenceau o Petam) m-
ho~­
nomo de la_ a~tividad tá~tica personal del líder carismático y de los
:t·~ <licios indiscutibles de su marginalidad o de sus predisposiciones al •carisma• o al •li-
resultados limitados o directos de esta actividad. .~~{. derazgo heroico• -en ese caso tendríamos sin duda un número considerable de can-
. Aquí radica precisamente todo el interés de las empresas carismá- '''· didatos serios a los destinos carismáticos (véase, contra, S. Hoffmann, •Heroic lea-
ticas del upo de las de De Gaulle en 1958 y de Mendes France diez ·i dership: The case of modero France• en J. Edinger, comp., Political leadership in in-
años después, para el análisis de las coyunturas críticas. dustrial socíeties, Nueva York, John Wiley and Sons, 1967, pp. 127-128).
·;; n Empezando, desde luego, por el general Salan, en el Forum <le Argel, y des-
Ambas empresas tienen en común uno de los componentes de su
.... pués, mucho ames del vuelco dado por la .clase política• los días 21 y 22 de mayo,
estru~tura de plausibilidad, componente ya encontrado y discutido
anrenormente. De Gaulle y Mendes France representan, cada uno,
it Georges Bidault y Antoine Pinay (l'Année Politú¡ue 1958, oh. cit., p. 62).
.,. l l Una primera oleada de llamamientos, concretamente de dirigentes •centristas•

respectivamente en mayo de 1958 y en mayo de 1968, un saliente si- í~.~.-'.,·


··¡·"'
.. como Pierre Abdin, secretario general del Centro Democrático, alrededor del 18 y 19
tuacional, un punto de convergencia de las anticipaciones que se im- de mayo, fue seguida por una segunda oleada más amplia en la que, jumo a los cen-
.'T tristas Qean Lecanuet), encontramos l. hombres procedentes de círculos claramente
ponen a los protagonistas de esos episodios históricos. Sin embargo, conservadores, como Alfred Favre-Luce o Jacques Isomi (cf A. Pellet, Pierre Mendes
hay que constatar que este componente no tiene nada que ver, en sí France et les événements de mai et juin 1968, tesina de DES de Ciencias Poiíticas, Uní·
m1Cn"'\J\ , ... f\n 11n P'r~nf-1\...._I .Ji'"·~r;cm..,-. -----.u...-.. .:.1 r.on.t;.,t,.............. ~ ... ~,....,. ........ ~; ... ,...l.!!.) ~:i...,_
212 Michel Dobry
••~:-. ¡\[gunos efectos emergentes típicos 213

saliente, la situación puede «derrapar,. hacia temas y salidas menos litólogos). No tiene sentido entrar en detalle en las diferentes varia~­
previsibles aún y, sobre todo, más costosas. En realidad en todo esto tes de esta interpretación: todas ellas dejan de lado un fenómeno di-
hay poco de irracional, y el «Vínculo,. que crea el funcionamiento del fícil de descubrir -e incluso de percibir- en el marco de las con-
saliente entre los protagonistas de la confrontación no tiene, además, cepciones weberianas del carisma. Es que lo esencial del peso de la
nada en común con las relaciones que, según Weber, se establecen en- ~. atestación de la calificación carismática reposa, durante este periodo
tre el jefe carismático y la «Comunidad emocional,. de sus adeptos , (es decir, hasta la dimisión del gobierno Pflimlin), sob~e otros acto-
1
-lo que no excluye absolutamente, por supuesto, que puedan pro- ·1t: res distintos del propio candidato, y ni siquiera necesanarnente. s_obre
ducirse, además, fenómenos similares en tomo a estos jefes. ~'.z¡ sus propios adeptos. En este sentido, no se ha prestado la suf1c1ente
Sin embargo lo esencial reside en las modalidades de acuerdo con l~ atención a la reserva, a la prudencia, a la. circunspección que, ~n el
las cuales se realizan, si es que se puede decir así, los capitales polí- jf plano de las actividades mani~estas, gobiernan el co~ponam1ento
ticos de este tipo; y, en este sentido, los dos casos discutidos nos en- f{ táctico del general De Gaulle en mayo de 1958, a su, sm duda rela-
frentan a configuraciones de atestación de la calificación carismática ,~~' tivo, pero absolutamente notable silencio. Desde luego, corno ya he-
muy divergentes de lo que sugiere la conceptualización weberiana. ~f, mos visto, en su actividad encubierta De Gaulle da claramente la cara.
A primera vista no existe, o apenas existe, ninguna duda sobre las °i," Pero públicamente habla muy poco. Las actuaciones consideradas
bases de la empresa carismática del general De Gaulle H. Una tradi- :Í; «decisivas,. se reducen de hecho a dos comunicados, los de los días
ción tenaz sitúa sus resortes sociales en las particularidades de su .f~~ 15 y t 7 de mayo, textos muy breves, escritos, compu~stos con t_oda
«mensaje personah, en la «magia,. de su verbo, en su estilo distante '."';" seguridad, o al menos todo lleva a pensar eso, con meucul_?so cUJda-
y altivo, etc., o, más exactamente, en la unión de estos factores y las do, con dosificación, con cálculo. En cuanto a la conferencia de pren-
«circunstancias,.: que, como en mayo de 1958, se «produzca la crisis, ·.!,\ sa del 19 de mayo, se trata de un curioso ejercicio de seducción, con
que la cuestión no sea otra que la supervivencia de Francia en el mun- ,., vistas a tranquilizar con su moderación, a hacer contrape.so a los efec-
do como nación, mientras el mensaje particular de De Gaulle --que ":l: tos del comunicado del día 15, a arreglar lo que el propio De Gaulle
Francia debe recuperar su grandeza conservando su personalidad- consideró en aquellos momentos un paso en falso o, al menos, una
toca la cuerda más sensible» 35 • Sus éxitos tácticos se han atribuido imprudencia --quizá inevitable 37 •
38
a factores de este tipo, y también a ello, a los fallos de sus actuacio- Por lo tanto, más que en una «magia del verbo,. , el operador
,.
nes, a los defectos del mensaje -ya lo hemos visto en mayo de 1968-
se imputarán sus fracasos 36 (y por último, observación final, es aquí
donde se encuentra una de las fuentes, quizá la fuente· por excelencia, lit
··~~·
37 Cf las observaciones claramente convergentes de R. Rémond, Le retour de De

Gaulle, Bruselas, Complexe, 1983, pp. 84-85.


del ingenuo frenesí con que el análisis interno del mensaje se ha con- ~j( 38 T enemas razones para suponer que el observador no atribuiría tan apresurada-
venido en objeto central de estudio, de diversos modos, para los po- ·.1.\ · mente una tal importancia a las características personales del candidato si, como hace
)fI notar R. Tucker, no se viera tentado por la ilusión retrospectiva que tiende a proyec-
~-· tar sobre el período anterior al acceso al poder el uso que hará el ·líder• de los re-
H Por ejemplo: l. Hoffmann, S. Hoffmann, De Gaulle, artlSte de la politzque, Pa- cursos institucionales una vez conquistado el poder (R. C. Tucker, • The theory of :::ha-
rís, Le Seuil, 1973; R. Inglchart, A. Hochstein, ·Aligment and dealignment of the elec- rismatic leadership-. Daedalus, 93 (3), verano de 1968, especialmente, pp. 738_-742).
torate in France and the United States•, Comparative Politícal Swdies, 5, octubre de : ~·.: \
Ilusión que, por otra parte, y tene~osdtofdo el derechd? ~ añadirlo, ~ace qdue de~~;m~e
...!,,:.·.;.
1
1972, pp. 356 ss.; J. J. Linz, Crisis, breakdown, and reequilibration, ob. cit., p. 86; P. .,: interesar al historiador toda una sene e enómenos 1stmtos pero 1gua e •ca 1 -
Viansson-Ponté, Histoire de la République gaullienne, ob. cit., t. 1, p. 100. w ricos• (Soustelles en 1958, Cohn-Bendit en 1968). En el mismo orden.de.ideas, se. ~om­
35
I. Hoffmann, S. Hoffmann, De Gaulle, artiste de la politique, ob. cit., pp. 74-75. j( prende que para escapar :a este tipo de dificultades no basta con susmuir l~ noción de
36
Un ejemplo típico: ·Durante la crisis de mayo-junio de 1968, el carisma de De ;t •carisma• por otras nociones, como la de ·liderazgo hcr?ico• o la de ·liderazgo de
Gaulle se evaporó tan rápidamente que su caída les parecía a muchos inevitable•: des- ií. crisis• -incluyendo en esta categoría a los ·líderes• polÍt1cos de uempos de guer~a o
pués, por lo que respecta al éxito •Era el 24 de mayo. Seis días después, el carisma de crisis internacional (Clemenceau, Pétain); muy juiciosamente, D. Kavanagh rngiere
había resucitado y el caos había sido domeñado• (ib1d., pp. 96 y 100, subrayado por ~: hasta qué punto una crisis externa puede --<:ontraria:neme a lo~ contextos propios de
M.O.). lo que estos •carismas• tienen, desde el punto de vista webenano, de •revoluc10na-
214 Michel Dobry Alg1mos efectos emerge 1 es típicos 215
.,
de la atestación de la calificación carismáti a hay que buscarlo en los nitiva, de cualquie. desaprobación de lo que cons .iruye su verdadera
4
ostensibles lazos, en la identiftcación que, !e modo tácito, crea el in- ..-\ base carismática <
tercambio de jugadas, entre el general D. Gaulle y los oficiales, el A grandes ragi ;, la empresa de Mendes Fra111 e en 1968 constitu-
•movimiento argelino .. y sus acciones tác icas. Además, atendiendo ·"· ye también, al igu l que la del general De Gaull : en 1958, una con-
a estos lazos es cuando se puede decir qu~ el comunicado del 15 de C figuración de cari. na directo. No obstante, amks empresas difieren
mayo --que se produce, como se sabe, e ·1 eco al «Viva de Gaulle,. l~: en el tipo de trab jo personal que exigieron de ! us candidatos. Esta
lanzado ese mismo día en Argel por el geueral Salan -es «decisivo• ~'f diferencia es tann más curiosa cuanto que todo e curre como si Men-
como jugada particular, a pesar de las rea.:.ciones negativas ·que pro- )· ~i: des France hubiei 1 tomado como modelo el corr portamiento táctico
vocará en la celase política• metropolitan,, 39 • En esta configuración ¡ t' de De Gaulle die ; años atrás. De ahí, que util ce paralelamente el
de atestación de la calificación carismátic.'l.. frente a la prudencia del ~ mismo recurso al 1s comunicados (el 19 de maye, de 1968), la misma
candidato, será el campo argelino el que ' urna (no sin dudas ni am- jl!f reticencia an~~ las .nanifestaciones verbales públi =~: que, se limitan a
bigüedad por lo que respecta a los mando militares) los costes y los ~i?: una declarac1on a i prensa el 29 de mayo, dedar 1c10n leida en su to-
riesgos de la acción, y especialmente de las :stigmatizaciones median- ~' talidad, y a dos o rres frases dichas •en caliente: (concretamente re-
te las cuales se impondrá, se •realizará,. el < tpital político de De Gau- fti firiéndose al anur :io, el 24 de mayo, del ref erén lum) y como lamen-
lle (de ahí la posterior amargura de algunc·. de los participantes más ~:~ tadas a continuac ón 41 . Iguales sus silencios, .nuy señalados. Silen-
directos en la empresa). ~~; cío el 14 de may• ·, en la Asamblea nacio·.1al, durante el debate sobre
En realidad, en esta configuración, est. mos ante una especie de '~' la situación univt ·sitaria; silencio del día 22, en ocasión de la moción
carisma indirecto, transportado, transaccio .al, basado en primer lu- de censura, silent.o también (pero volv.. remos sobre ello) durante la
gar sobre los mutuos cálculos de las partes o, de acuerdo con la ex- ~
.:';; concentración d1 Charléty el día 27.
presión que nos ha sugerido Bernard Lacre x, un carisma de rebote. ~ La diferenci; reside en esos actos, \ primera vista microscoptcos,
En este sentido, es curioso que, durante is negociaciones en que .,:, consistentes en una corta serie de de ;p/azamientos físicos al descu-
tomó parte De Gaulle mientras duró esta cr sis, el único punto sobre bierto, «para dJ ·testimonio», dirá M1 ndes France, el 17 de mayo, en
el que muestra hasta el final una firmeza ab. oluta frente a las e~gen­ la manifestaciÓ' . unitaria, y también el 24 de mayo en el núcleo de
cias de los líderes dd régimen, fue justameNe la negativa a cualquier las manifestacic nes y, desde luego, c )Saque se le reprochará después,
desaprobación de la actuación del campo ai gelino, es decir, en defi-
~:::.,
~~· · 40 Este fue ya modelos eres puntos planteados por Guy Mollee en su negocia-
,, · ci6n pública lleva1 1. a cabo por medio de la pri:nsa a partir dd 16 de mayo (los otros
no.- dejar el juego político interno y las instirucio. es en las. que se desarrolla casi f.¡,;: dos puntos eran e reconocimiento por par :e de De GauUc del gobierno regular y el
completamente intactas, lo cual, hay que reconocerlo, no se encuentra, en d caso de - respeto a las form •S constitucionales para s•.1 eventual investidura); Guy Mollee vuelve
Francia, en 1939 -pero no o.:urre lo mismo en 191 (D. Kavanagh, Charisma and ;.{;; a insistir sobre eU.1 en su carta a De Gaull·! de fecha 25 de-mayo, y también Vincent
Bnt15h political leadership, Beverly HiUs, Ca., Londr· J, Sage, 1974, pp. 36-37).
39
~~. Auriol en su carta je! 26 de mayo (l 'Anné: Politique 1958, ob. cit., pp. 537-538). Este
Bajo el famoso título cParoles malheureuses• ·sto es lo que escribe H. B.-M. fue también, apar .ncemente, el tema central de la entrevista entre De Gaulle y Pflim-
Sirius en Le Monde del 17 <le mayo: «Al producirse ras las declaraciones del general lin en la noche d, 126 de mayo -y el objeto central del desacuerdo con que acabó
Salan, que ha aceptado ser presentado a la muchedurn Jre argelina por un emisario del a.
esta entrevista R. Tournoux, Secrets d'Etat, ob. cit., pp. 288-289). Añadamos que
Comícé de salud pública y no referirse más que a loi mandos militares agrupados en .i( hace falca una bu ·na dosis de buena voluntad para ver en el texw del comunicado del
torno a él y al general De Gaulle, la proclamación de París debía ser formalmente in- 27 de mayo, con o quisieron creer, y hacerlo creer, algunos de los .líderes del régi-
terpret;ida como una aprobación implícita de la revu lea argelina. La secesión era de ·~f:, men• -acomodá, 1dose así a lo que les pareció entonces inevitable-- una presencia efec-
este modo confirmada y animada ... El general De ( mUe debía hablar. Y hablando ".·~_:·,:.;· tiva de esta cond na (por ejemplo, ibid., pp. 299-300); lo que desaprobó, y no sin ma-
como lo ha hecho, ha multiplicado los riesgos y compromecido la esperanza de salva- ;-, tices ( «tout en fai ;ancla part des circonstances•). fue la operación •Resurrección•, pre-
ción que muchos, aprerrliados por la necesidad, queríai seguir poniendo en él. Se ave· f{ vista sobre París para los días siguientes, de modo que el •mensaje• reforzaba, para-
ctnan días sombríos•; y R. Rémond concluye: •El 15 le mayo, la clase política des· .•; dójicamente, la , redibilidad que tenía ya la operación.
carta la idea de recurrir a De Gaulle. Serán necesarias dos largas y dramáticas semana: ,( •• A. Pellec, Pierre Mendes France et les événements de mai et juin 1968, ob. cit.,
llenas de altibaios para que se resigne a ello., ob. cíe., p. 79). :·L pp. 44-45.
:i

216 Miéhel Dobry


l ~t'c'
..
~

'[f¡;· Algunos efectos emergentes típicos 217


~~.

en Charléty. Sin embargo, son estos desplazamientos los que cons- ·, vendrá a sancionar la inercia que mostró una parte de la dirección de
tituyen la parte más extraña del trabajo carismático personal del can- .: esta organización (en tomo a M. Heurgon) sobre este plan 45 •
didato. De hecho, contrariamente a la posición coyuntural de De 1~~ Otro índice del valor táctico que adquirieron entonces tales dt:s-
Gaulle en mayo de 1968, Mendes France no puede ahorrarse ese tra- - . plazamientos físicos nos lo proporciona el curioso, pero profundo,
bajo. No dispone entonces de una base carismática que pueda desem- j:· «malentendido,. entre Mendes France y el líder de la Federación de
peñar el mismo papel que tuvieron los militares y el «movimiento ar- ·).:~ Izquierda, Fran~ois Mitterrand, a propósito del «testimonio" sobre el
gelino,. -a pesar de las posiciones que ocupan algunos militantes de '.\:. terreno de Mendes el 24 de mayo, ya que, según parece, ambos ha-
PSU, del que Mendes France es miembro, en la UNEF y el SNESUP 42 • ·~: bían convenido, la víspera, no acudir a los lugares de manifestación
Estos desplazamientos deben ser analizados, en estas condiciones, ~~.' el uno sin el otro, acuerdo que Mendes France parece haber transgre-
como «equivalentes funcionales,., como sustitutos de las jugadas i'-' d'd -4b
~i; 1 o . . . . . .
«portadoras» que fueron, en lá estrategia carismática de De Gaulle, ~; ,.,. Como se ve, la perspectiva antenormente expuesta nos md1ca al-
los llamamientos de Massu y de Salan y la transacción tácita de iden- }$:-' gunos puntos ciegos de una oposición ya clásica en los análisis de los
tificación en que desembocaron. En suma, Mendes France se vio obli- fJ.··{! fenómenos_ carism~ti.cos, las de las (pre)con~}ciones soc~~es «ext:r-
gado a «dar la cara abiertamente,.. Así pues, el proceso de atestación Ifi-;"' nas,. al cansma (cns1s o guerras, desesperac1on, frustrac10n o ans1e-
de la calificación carismática de su empresa es claramente distinto de ;1·k. dad de grupos sociales concretos, conductividad de ciertas combina-
la configuración del carisma de rebote: aunque es indirecto, aunque !' ciones institucionales, etc), por una parte, y, por la otra, las cualida-
también se apoya en la actividad táctica de actores ajenos a la «Co- ·;, des «personales» del líder; cualidades a las que entonces se atribuye
munidad emocional,. de los adeptos al candidato 43 , sólo lo hace por '· la dignidad de «causa eficiente• o de «variable,. necesaria para la cris-
medio de la superposición, del injerto que lleva a cabo su presencia
física en los lugares de las jugadas llevadas a cabo por el «movimien-
Jt talización, para la aparición efectiva del carisma (las cualidades per-
~t:. sonales en las que se fijarán normalmente serán rasgos psicológicos
to estudiantil». Por otra parte, es muy probable que Mendes France <- particulares, tics de expresión oral, «estilos,. o incluso, como ya he-
buscara, sin gran éxito, otras vías, más económicas, de .atestación de mos dicho, trayectorias sociales poco sólidas o que no conducen a
la calificación carismática, como lo demuestran sus múltiples inten- ninguna parte) 47 • ·
tos de obtener, si no llamamientos, al menos encuentros públicos con En las estrategias carismáticas que acabamos de examinar, desta-
los dirigentes del movimiento 44 • Su dimisión del PSU el 12 de junio ¡j, can entre esas categorías de factores un espacio de fenómenos y un
~f tipo de explicación distintos de las (pre)condiciones macrosociológi-
~}i: cas -de hecho siempre parecidas a la visión etiológica de las crisis-
42
Concretamente con Jacques Suvegeot, provisionalmente en la presidencia de la ~~.~'.
UNEF y con Alain Geismar, entre otros, en la dirección del sindicato de la enseñanza. ~ ' '
43
De hecho se formó una ·Asociación de apoyo a Pierre Mendes France• a partir ·~iJ: ce pudo entrevistarse con los dirigentes •esfúdiantiles•, especialmente con Sauvageot,
del 22 de mayo, pero no parece que fuera capaz de desempeñar un gran papel; sin em- ·'·' •en privado•, mientras había muchas reticencias ante todo encuentro público.
bargo no ocurrirá lo mismo con una agrupación bastante amplia que se articuló con- ..,,. <tS !bid., p. 92: ·Según el Sr. Mendes France, los dirigentes del rsu se esforzaron
cretamente en torno a una parte de las direcciones de la CFDT y del PSU y que desem- constantemente por impedir todo contacto válido entre él y los líderes estudiantiles;
bocó en una serie de llamamientos al expresidente del Consejo, el más espectacular de ..;;~ concretamente el señor Heurgon habría impedido lo más posible al señor Sauvegeot
los cuales es, sin duda, el que fue lanzado, en el curso de una conferencia de prensa, ·,/.: entrevistarse con él; de hecho, el señor Rocard replica que el expresidente del Consejo
~¡~
por los dirigentes de la CFDT el 29 de mayo (fue también esta agrupación la que, según ;~, habló varías veces y durante bastante tiempo con el señor Sauvegeot• (subrayado por
parece, intentó, en ese momento con muy poco éxito, que el nombre de Mendes Fran- ..''t
~:,. M D)
...
ce fuera aclamado durante la concentración de Charléty); véase J. Lacouture, Pierre N 46
!bid., p. 44; J. Lacouture, Pierre Mendes Frana, ob. cit., pp. 476-479 o tam-
Mmdes France, París, Le Seuil, 1981, especialmente, pp. 479-487 y. para rectificar jui- ~~;. bién, para una versión ligeramente distinta, C. Estier, Joumal d'un fédéré. ob. cit.,
cios demasiado imprudentes sobre la acogida reservada a Mendes en el estadio de Char- p. 224.
47
léty, P. Lebro, Ce n'est qu'un début, París, Publications Premieres, 1968, p. 196 (tes- Véase especialmente, A. R. Willner, Chammatic politzcal leadreshzp: a theory,
timonio de A. Geismar), así como D. Bensiid, H. Weber. Maí 1968... , ob. cit., p. 184. Princeton, Woodrow Wilson School of Public and International Affaírs. 1968 (Re-
44
Cf A. Pellet, ob. cit., pp. 42-46, que señala la facilidad con la que Mendes Fran- search Monograph n.º 32, pamm).
li
:~h
218 J.fichel Dobry ·: 7. LA REGRESION HACIA LOS HABITUS

y de las cualidades «extraordin:irias» de los jefes carismáticos, espa-


cio y tipo de explicación que corresponden a lo que se podría llamar,
con todo rigor, carismas situacionales 48 , al menos desde el punto de
vista de los mecanismos sociales de la atestación de la calificación ca-
rismática. Si bien no se deben entender las observaciones hechas aquí
como un ataque a la «teoría del carisma .. en su conjunto -aunque
no hemos podido disimular nuestro escepticismo a este respecto--,
estas observaciones tienen algunas implicaciones graves que desbor-
dan a nuestro entender, las fronteras de los casos históricos mencio- Una de las ideas más extendidas en la sociología contemporánea atri-
nados en las páginas anteriores. buye a las coyunturas de crisis la característica de abrir a los indivi-
A esto hay que añadir algunos desplazamientos conceptuales a duos espacios de elección más amplios que los que tienen en contex-
que invitan éstas, y que nos limitaremos a señalar. Por ejemplo, don- tos rutinizados o estables. Este es uno de los múltiples aspectos que
de las variantes menos substancialistas de la- tradición weberiana ha- reviste el espejismo heroico que hemos expuesto y desmontado an-
cían del «llamamiento carismático .. una transacción entre el jefe ca- teriormente. El examen de algunos de los efecros de la interdepen-
rismático y su (o sus) público(s), en la que el discurso del jefe ponía dencia táctica ampliada, desde luego, no corrobora esta visión libe-
de manifiesto, enunciaba, racionalizaba o justificaba lo que supues- radora de la crisis. Y lo mismo ocurre, de hecho, si observamos como
tamente preexistía, en un estado más o menos latente, en las dispo- «actúa» el propio individuo. A esto es a lo que se refiere en principio
siciones, actitudes o intereses de un grupo o de un segmento social :~;~ la hipótesis de la regresión hacia los habitus. Pero ésta constituye, a
determinado; la constatación de estas configuraciones indirectas de '· la vez, una de las modalidades -sin duda la más importante-- por
ates'tación de la calificación carismática obliga, si no a invertir com- f~~~- las que el pasado de una sociedad, lo que ha sido y las experiencias
pletamente los términos de la transacción, al menos a concebirla, en que ha conocido, tienden a persistir e incluso a modela.r las percep-
cuanto a los contextos de interdependencia ampliada, de modo más ciones y los comportamientos de los actores en los precisos momen-
complejo, menos «personal» a veces, desde luego menos controlable tos en los que el mundo social parece derrnmbarse en torno a ello~.
y, sobre todo, más diversificado en sus procesos. Lo mismo ocurre La hipótesis de la regresión hacia los habitus, de la que aquí nos h-
-segundo ejemplo de desplazamiento conceptual- con la famosa .1, mitaremos a proporcionar una formulación exploratoria, atribuye
«inestabilidad del carisma», que de hecho no parece tener una ~atu­ i.i.: .~.:.· esta forma de supervivencia del pasado, en primer lugar, a la inercia
raleza demasiado diferente de la precariedad que afecta, en este tipo .•>¡;. particular de los sistemas de disposiciones interiorizados por los in-
de contextos, al conjunto de las definiciones de situaciones obser-
vables.
t dividuos (o habitus), inercia que podría hacer de la distribución so-
~. cial de los sistemas de disposición diferenciados la «estructura» so-
Se nos podrá objetar, sin duda, que en todo esto puede disolverse \( cial más estable en las coyunturas de amplia fluidez política.
la especificidad •teórica» del «carisma,.. Pero esta conclusión no se-
ría, desde nuestro punto de vista, nada espantoso.

~- HABITUS, HABITO Y ·EFERVESCENCIA CREADORA·

,! En principio podría resultar extra~o atribuir el engendra.miento de


·~ los comportamientos y representaciones de los actores sociales en las
•• ·Sicuacionales• debería tomarse aquí en su sentido más estricto y no a la ma- -;· coyunturas críticas a un tipo de operador práctico, el habittts, tan pró-
nera de A. R. Willner, para designar las (pre)condicioncs del carisma (ob. cit., p. 8). ximo, en su denominación y en su definición, a la noción de hábi-
c
;~;:
-~: .. ,. ,. ., 241
8. CRISIS POLITICAS Y PROCESOS
DE DESLEGITIMACION
...
·~,; Cnsis polit1cas y proa:sos de deslegrtzmaaon
.~~·
'

·~;; tienen lugar en contextos de fluidez política y desvelar, de este modo,


f,' algo del misterio de la omnipresencia de estos procesos (todas las cri-

,
·ff sis, resalta L. Pye, son en cierto modo c~sis de legitimidad) Se tr~­
~· ta, más concretamente, de poner al día tipos de procesos de desleg1-
timaci¿n q~e los análisi~ tr. adici~nales, d~bido sobre to?o ~ su :nfo-
2

I' : que etiológico, se han visto obligados a ignorar. De ahi el mteres de


~ partir del punto de vista indudablemente más coherente en esta ma-
.. ·'~ teria, el que nos ofrece la ambiciosa con~trucción c?n ~a que D. Eas-
~{' ton intentó explicar los mecanismos sociales constitutivos del o:apo-
Yº" de que pueden gozar diversos cobjetos políticos». 3 : en ella n~
El último aspecto de esta exploración nos aleja aún más de los aspec-
tos directamente tácticos de las lógicas de situación propias de las co-
yunturas críticas. Se refiere a la pérdida de legitimidad que tiene lu-
gar en los contextos de fluidez política. Podría parecer imprudente
1
"' - t sólo se encuentran la mayoría de los presupuestos y tipos de exph-
" . ' cación que tienen en común las principales concepciones actuales de
4
; los procesos de deslegitimación, sino que además, p~r su sistemati-
abordar sin más precauciones este tipo de cuestión, dado que las dis-
cusiones sobre las creencias y los afectos legitimantes o sobre los in-
ventarios y tipologías de las «formas de legitimidad,. están marcadas
por una confusión desesperante, presente, como es fácil de mostrar,
dede las primeras formulaciones que se hicieron en este terreno em-
l '. cidad y por las direcciones hacia las que apunta, pemute resaltar me-
' jor por qué la explicación de las propiedades que vamos a analizar
- en las páginas siguientes nos lleva a tomar ciertas distancias con res-
~' pecto a los esquemas explicativos que llevan consigo esas coi:cep-
,~- c10nes.
pírico, también aquí, con la conceptualización de Max Weber 1 • fli.
No es éste nuestro propósito, sin embargo, esta incursión en un
terreno tan minado tiene un objetivo mucho más modesto: identifi-
' ; EL PARADIGMA TRADICIONAL
car algunas de las consecuencias que comporta el esquema teórico di-
bujado antes para el análisis de los procesos de ~eslegitimación que
La legitimidad y los problemas vinculados a ella se insertan en la con-
ceptualización de Easton a través de la distinción de las diversas for-
1
El lector podrá remitirse, aparte de a los trabajos de Weber, a R. Bendix, Max mas que puede tomar lo que Easton llama el apoyo difuso de un sis-
Weber. An intellectual portrait, Londres, Heinemann, 1960, 3.' parte [Max Weber, Bue-
nos Aires, AmorrortU, 1970]. Las confusiones a que hemos aludido se deben quizá me-
tema político (o mejor, como vamos a ver, de algunos de los elemen-
nos a las indiscutibles fluctuaciones del uso que hace Weber de la noción de legitimi- tos de este último). En efecto, se puede intentar obtener un nivel alto
dad --este uso oscila, concretamente, entre las reivindicaciones de la legitimidad, los de apoyo difuso o de «buena voluntad,. por parte de los miembrc:s
principios de la justificación de un régimen, los efectos esperados de las promesas he- de un sistema político suscitando un «Sentimiento profundo de legi-
chas por las autoridades políticas, las autojustificaciones con destino a los .afortuna-
timidad,. del régimen y de los individuos que actúan en su nombre,
dos• (ricos o dominantes) y, menos a menudo de lo que se suele creer, las creencias
en la legitimidad de una dominación que se padece (cf., especialmente, J. Bensman, «invocando símbolos de interés común,. o, por último, reforzando el
4
•Max Weber's concepts of legitimacy: an evaluation• en A. J. Vidich, R.M. Glass- «grado de identificación de los miembros de la comunidad política,. •
man, comp., Conjlict and control. Challenge to legitímacy of modern governments, Be-
very Hills, Ca., Sage, 1979, pp. 17-18}- que a operaciones intelectuales aún menos
2 L. W. Pye, • The legitímacy crisis• en L. Binder et. al., Crisis and sequences in
controladas como, por ejemplo, la equivalencia, una de las más problemáticas, que We-
ber supone constantemente existe entre el contenido de las reivindicaciones de legiti- política[ droelopment, ob. cit., pp. 136-137.
3 En especial, D. Easton, A systems analysis of política/ life, ob. cit., ·A re-.assess-
midad por parte de los dominantes y las creencias en la legitimidad de la dominación
por parte de los que están sometidos, de modo que, en esta perspectiva, las creencias ment of the concept of policical support•, Britísh ]ou.rnal of Political Sdence 5 (4), oc-
no constituyen más que reflejos de las reivindicaciones (J. G. Merquior, Rousseau and tubre de 1975, pp. 435-457; • Theoretical approaches to political support•, Canadian
Weber. Two studies in the theory of legitimacy, Londres, Routledge and Kegan Paul, ]ournal of Political Sáence, 9 (3), septiembre de 1976, pp. 431-448.
1980, especialmente pp. 132-133 y 197-198). • D. Easton, A systems analysís ... , ob. cit., pp. 276•277.
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242 'IP
Michel Dobry · • Crisís polúicds y procesos de deslegítimación 243
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Dejare?1os de lad~ la cuestión de las relaciones entre estos tres tipos ~· de sus miembros. Por lo tanto, la supervivencia de estos sistemas sólo
de p_os1bles «reacciones» a la falta de apoyo difuso y la de sus dife- ;~ puede explicarse por la existencia de reserv~s de .ªPºd'.Yº independbien-
r~?c1as en el plano analítico y empírico -dado que esta diferencia- 1
'§ tes de la satisfacción a corto plazo de as ex1genc1as e 1os m1em ros
c1on es, desde luego, mucho más delicada de lo que parece pensar Eas- t~ de los sistemas políticos, es decir de sus outputs cotidianos 8 •
ton. Pues el único elemento decisivo para nuestro proyecto --ele- ~~.; Por el contrario, a largo plazo, la no-satisfacción de las exigencias
me~t~- que hace que la perspectiva de este autor sea representativa de
la v1s10~ propuesta por la mayor parte de la sociología poütica con-
l;. específicas parece que debería alterar la reserva de «bue~a voluntad»,
~. de la misma forma que -también a largo plazo- un flu¡o de outputs
tcmporanea-- se refiere a la doble distinción siguiente: la distinción favorables puede tener, según Easton, grandes posibilidades de aumen-
~el apoyo difuso y del apoyo específico; y la distinción de varios ob- " tar el volumen de apoyo difuso de que goza un sistema político •
9

Jetos que_ pueden gozar del apoyo (y especialmente del apoyo difuso) :· Pero junto a esta fuente particular constituida por una exposición
de los miembros de un sistema político. ," prolongada a un flujo de outputs favorables, el principal origen del
~I impacto de los outputs de un sistema político parece estar en -' apoyo difuso hay que buscarlo, según Eascon, en esos procesos de
e! ~mgen de la primera distinción. Entre los outputs de un sistema po- "": socialización 10 -los que, por otra parte, explica la orientación de
lí_uco y el apoyo específico -apoyo concebido como imput de ese ;' las investigaciones consagradas por este autor a la socialización «po-
sistema- hay un vínculo causal, una relación que actúa principal- ;. lítica» 11 • Desde este punto de vista genético se ve cómo parece fir-
mente ~ corto plazo. Este tipo de apoyo corresponde, desde este pun- . memente establecido, por lo que se refiere a la exposición a los out-
to de vista, a una contrapartida a satisfacciones específicas obtenidas ." puts procedentes del sistema político, el contraste entre apoyo difuso
por los 1'.1iem~ros del sistema político y producidas por este último. )). y apoyo específico (cuyo mecanismo de producción remite, desde
Estas satisfacciones se refieren -al menos en principo, ya que sobre ~· esta óptica, únicamente a las actuaciones de los sistemas políticos).
'
este punto hay a veces algunas dudas en las conceprualizaciones de
5 ~\¡.. Por último destacaremos, para dar por tenninado este aspecto de
Easton - a demandas o a exigencias ya presentadas (o que es de su- · .1; la discusión, que este contraste afecta directamente a la legitimidad
poner que se presentarán) por los miembros del sistema, personal- :·;: de un sistema político, ya que Easton considera a ésta como una de
~ente o en nombre de ellos 6 • Así pues, el apoyo específico remite las dos principales dimensiones («la más importante») del apoyo di-
directamente a las actuaciones del sistema político. Puede ser repre- ._, fuso, mientras que la otra es la confianza (trust) 12 •
s~?ta~o, según la terminología de Easton, por un bucle de retroac- 41 Resumiendo, desde este punto de vista, los procesos de deslegi-
c1on simple (output específico - input específico). ~ timación son considerados, en primer lugar, como formas particula-
Ahoi:-a bien, apunta Easton, si un sistema debiese contar exclusi- Íi· res de reducción del apoyo difuso y, no sin fugitivas vacilaciones 13 ,
vamente con el_ apoyo específico de sus miembros en contrapartida I=: como evoluciones a largo plazo, en las que las disminuciones de le-
por los beneficios que les procura mediante sus outputs específicos, ~- gitimidad corresponden a una lenta erosión de los sentimientos o de
•es dudoso que pudiera subsistir,. 7 • De hecho, se puede constatar,
en el plano empírico, hasta qué punto los sistemas son capaces -y ~·b>,L
8
/bid., especialmente p. 273.
ademas, normalmente, no pueden hacer otra cosa- de diferir esos be- iy 9
/bid., p. 275; • Theoretical approaches to política! support», an. cit., p. 440.
10
neficios, de no satisfacer en el momento el conjunto de las demandas D. Easton, A systems analysis .. ., ob. cit., p. 272; .A n:-assessmcnt of the con-
que le son dirigidas, y de exigir a este respecto «sacrificios,. por parte '~: cept of political support•, art. cit., pp. 445-446,/jsí comoh448 ;s. l . . 'Í
,<:~ 11
Especialmente: D. Easton, J. Dennis, Chi ren in 1 e po i11ca system: ongms o
j' political legítimacy, Nueva York, McGrawHill, 1%9.
: D. Eascon, ·A re-assessmenc of the co~cepc of political suppon•, an. cit., p. 442. ~'· 12

.º· East??• A sysums analysis... , ob. cu., p. 268. Hay que subrayar que esto si-
gue s1.endo _valido aun a~artándose, como hace .él, de los postulados militaristas para

!)1
cTheoretical approaches to política! support•, art. cit., p. 438; •a re-assess-
ment... • an. cit., pp. 446-453 (no es impensable ver aquí una inflexión del pensamien-
to de Easton con respecto a sus formulaciones más antiguas a las que remite la nota
la exp~1cac.10n de las reacciones de apoyo o de reurada del apoyo por parte de los miem- { 4 de p. 241).
bros del sistema (ef. especialmente p. 409, nota 6). "· D Véase especialmente ·A re-assessment of the conccpt of policical suppon•, an.
7
l bid., p. 270. . '!':-"·
cit., p. 445.
246 Michel Dobry Crisis políticas y procesos de deslegilimación 247

cho de que estos tipos de interacciones no se producen forzosamente EFECTOS DE DESLEGffiMACION INDUCIDOS Y LEGITIMIDAD
en todos los casos, y aceptar la distinción tiene la ventaja de permitir ESTRUCTURAL
aislar, incluso cuando se producen interacciones entre las legitima-
ciones aportadas a estos dos objetos políticos, algunos desfases que Veamos en primer lugar qué lugar ocupan los fenómenos de desle-
pueden aparecer, por ejemplo, cuando la deslegitimación del régimen gitimación en los procesos de crisis. No se trata exactamente del lu-
suceda a la de las autoridades (o, eventualmente, a la inversa). Al igual gar que les atribuyen las concepciones tradicionales y que Easton ha
que en la distinción entre apoyo difuso y apoyo específico, se trata descrito extraordinariamente. Lejos de estar exclusivamente localiza-
ante todo, desde este punto de vista, de concebir la posibilidad de das con anterioridad a las crisis, en su fuente o en su origen, las des-
que existan variaciones independientes de estos dos tipos distintos de legitimaciones aparecen también, de hecho, a poco que nos distan-
legitimidad (y de apoyo difuso) 18 • ciemos de las perspectivas teóricas demasiado etiologistas, como pro-
Resumamos. En primer lugar está claro que, para Easton, los pro- ductos de las movilizaciones, como resultados de su dinámica y no
cesos de legitimación y de deslegitimación y, más globalmente, el au- sólo como «caúsas• de ciertas movilizaciones o de las propias crisis.
mento y la erosión del apoyo difuso, son fenómenos con una tem- En otras palabras, se trata aquí de invertir la concatenación lógica y
poralidacl larga que los diferencia de las fluctuaciones que puede ex- causal que, de manera más o menos explícita, se supone que une a
perimentar el apoyo específico. Los fenómenos de deslegicimación, ambos órdenes de fenómenos.
más concretamente, son considerados en ·esencia como factores que Pero entendámonos bien. Al poner el acento sobre la aparición
contribuyen a la producción de las crisis políticas (éste es también un de deslegitimaciones autónomas y diferentes de las disminuciones de
punto de vista etiológico). Segunda idea subyacente en el conjunto legitimidad que supuestamente representan significativos factores de
del enfoque de Easton: aparte de la distinción entre apoyo difuso y la determinación de las crisis políticas --0 de algunas de ellas- no
apoyo específico, la hipótesis de que el nivel de apoyo difuso es de- queremos decir, ni mucho menos, que estas disminuciones no sean
cisivo para la supervivencia de los regímenes y de los sistemas polí- jamás observables en los períodos que preceden a los episodios de
ticos, cosa que, por el contrario, no ocurre con el nivel de apoyo es- fuerte fluidez política. En muchos casos, como por ejemplo en 1934
pecífico. Por último, tercer elemento, que sin embargo aparece afir- o en 1958, estas deslegitimaciones anteriores a las crisis parecen poco
mado menos abiertamente: una concepción indiferenciada y mono- discutibles (aunque su configuración y su peso causal -habrá que
lítica (como mucho una reserva para cada sistema político) de las re- volver sobre ello-- sean más complejos de lo que tienden a sugerir
servas de apoyo difuso, al menos cuando se considera el impacto del los historiadores de estos episodios y aunque es probable que no sean
apoyo difuso sobre la supervivencia de los regímenes políticos, aun- los únicos fenómenos de deslegitimación que tienen lugar en las tra-
que, simultáneamente, Easton subraya, claramente en contra de la yectorias de estas crisis). Tampoco queremos negar que pueda haber,
teoría del .csesgo liberal• que él atribuye a Parsons, la pluralidad de con anterioridad a otras crisis políticas, un nivel débil de apoyo di-
vectores de este apoyo difuso 19 • Es el conjunto de estos puntos lo fuso o de legitimidad sin que se pueda identificar, también antes, un
que el análisis de los procesos de deslegitimación en las coyunturas proceso de deslegitimación en sentido estricto, ya que algunos siste-
críticas debe someter a un examen más atento. mas políticos pueden enfrentarse a crisis muy serias sin haber podido
constituir, en favor del régimen o de las autoridades, «reserva de apo-
yo difuso,. de un nivel, desde el punto de vista de Easton, «Satisfac-
torio» (la crisis de 1947, como se verá, se acerca bastante a esta con-
figuración).
Dicho esto, el único punto que de momento queremos que se ad-
mita es que las coyunturas críticas conocen, paralelamente a la posi-
· '" lbíd., pp. 439-HO. ble -y sólo posible- aparición de este tipo de procesos con ante-
19
!bid., especialmente, pp. 434-436 y Hl. rioridad a las crisis, los efectos de deslegitimación que tienen lugar
244 Miche/ Dobry Crisis políticas y procesos de deslegitimació,n 245

las creencias en la legitimidad del régimen o de las autoridades y, por Este paradigma debe ser finalm~nte precisado bajo un aspecto que
lo tanto, son anteriores a las crisis políticas que contribuyen a produ- Easton considera hoy en día absolutamente decisivo. Se trata de la dis-
cir. Desde este punto de vista, parece que hay dos caminos distintos, tinción entre varios objetos susceptibles de gozar del apoyo de los
al menos en el plano del análisis, que caracterizan a estos procesos. miembros de un sistema político. Estos objetos son tres: la comuni-
Por una parte, las expectativas de los miembros del sistema político dad política, el régimen político y las autoridades, es decir el perso-
pueden dejar de encontrar, durante un período prolongado, un flujo nal que ocupa posiciones de autoridad en el seno del régimen. Esta
satisfactorio de beneficios asociados a las actuaciones -a los out- distinción representaría la sustitución, por un punto de vista sistémi-
puts- del sistema. Por otra parte, las deslegitimaciones pueden ser co, de las concepciones de la «teoría de la acción» parsoniana, que,
también resultado de posibles desfases entre los valores inculcados a según Easton, no consigue separar la cuestión de la legitimidad del
los individuos en el curso de su socialización, y el funcionamiento problema de la competencia entre orientaciones o líneas políticas al-
global, la imagen o el estado aparente del régimen o el comporta- ternativas (una forma de lo que Eckstein y Gurr llaman el «sesgo li-
miento, la manera de ser, los valores expresados por las autoridades beral~) 16, es decir de las concepciones que, por esta razón, no pue-
(o sus elementos más visibles). ESte paradigma, sin duda con matiza- den explicar el funcionamiento y las características del apoyo políti-
ciones y a menudo con claras diferencias terminológicas, está presen- co -y de las creencias y sentimientos de legitimidad .como forma par-
te en la mayoría de los estudios de los fenómenos de deslegitimación, ticular de apoyo difuso-- de los sistemas políticos no democráticos
incluida la «teoría crítica,. de J. Habermas 14 y también, de alguna ma- y, en general, de los procesos de legitimación extraelectorales 17•
nera, la teoría de la congruencia de los modelos de autoridad, que, Las creencias portadoras de legitimidad sólo afectan a dos de lbs
sin embargo, da un alcance explicativo completamente distinto a los tres objetos distinguidos: el régimen y las autoridades; mientras que
desfases que acabamos de mencionar 15 • el tercer objetivo, la comunidad política, es el dominio de otra forma
de apoyo difuso, la identificación de los miembros del sistema con
14
•Una crisis de legitimidad sólo puede ser pronosticada si el sistema hace nacer esa comunidad. La «necesidad,. de esta distinción analítica no impli-
expectativas que no pueden satisfacerse bien con la masa de valores disponibles, bien, ca, sin embargo, que se deba hablar de una ausencia de interacciones
de una manera general, mediante compensaciones conformes al sistema• 0- Haber- entre las creencias que legitiman a las autoridades y las que legitiman
mas, Raison et légitimité. Problemes de légitimation dam le capitalisme avancé, París,
Payot, 1978 (!.' ed. alem., 1973, p. 107) [Problemas de legitimación en el capitalismo
a los regímenes; el ejemplo de la crisis francesa de 1958 muestra, se-
tardío, Buenos Aires, Amorrortu, 1975]. La distinción propuesta por Habermas entre gún Easton, que la actividad de las autoridades, es decir la actividad
crisis de legitimación y crisis de motivación no se diferencia en nada, sino todo lo con- que hubieran podido tener -Easton está pensando evidentemente en
trario, del •paradigma• discutido, ya que la crisis de motivación se refiere claramente De Gaulle- es capaz de consolidar, incluso de crear, en gran medi-
a las expectativas, actitudes y valores -las motivaciones-- inculcadas por lo que este
da, la legitimidad del régimen. Esto también valdría para los proce-
autor llama el •sistema socio-cultural• y a la adecuación de estas motivaciones a las
•necesidades• del sistema (ibid., p. 112); ver también, sobre esta distinción, F. Chazel, sos de deslegitimación: la pérdida-de legitimidad de las autoridades
·Idéologie et crise de légitimation• en G. Duprat, comp. Analyse de l'idéologie, ob. americanas (Nixon y su entorno) con ocasión del Watergate pueden
cit., vol. 1, pp. 163-177). muy bien haber repercutido sobre la legitimidad del propio régimen.
15 ~-.
En efecto, aunque se trata, en principio, de una hipótesis sobre los •modelos La «necesidad,. de distinguir los objetos responde simplemente al he-
~·'
de autoridad. existentes en las interamones entre superiores y subordinados en el seno
de las diversas unidades sociales, Eckstein subraya desde las primeras formulaciones
de su hípótesis el fundamento •motivacional• de esta última: • ... One fact is surely se, asimismo, del mismo autor, Support for regimes: theories and tests, Woodrow Wil-
beyond doubt: societies possessing congruent authority patterns possess an enormous son School of Public and Internacional Affairs, Princeton University, 1979 (Research
"economicn advantage over thoses that do not. In che more extreme cases, like Geat Monograph, 44), pp. 17-18, y para una presentación sistemática de la hipótesis de la
Britain, individuals are in effect socialized into almost ali authority patterns símulta- congruencia: •Authority relations and govermental performance. A theoretical frame-
neously (even if chat belong to che non elite strata), while in híghly incongruent socie- work-, Comparative Political Studies, 1 (2), octubre de 1969, pp. 269-326).
ties men must repeatedly be resorcialized for parcícipation in various pares of social 16 H. Eckstein, T. R. Gurr, Pattems of authority: a structural basís for política/ en-

life .• (-A theory of stable democracy• en H. Eckstein, División and cohesion in de- quiry, Nueva York, John Wiley and Sons, 1975, pp. 230-231.
17 f"\ L'--·-- 'T"L--~--~--1 ---- - _1 . , •• 1
2.f8 Michel Dobry Crisis politic4s y promos de deskgitim4ción 249

durante las propias crisis, como componentes de éstas. Aparecen no litólogos -entre ellos Easton- para evaluar el nivel de la legitimi-
sólo en un lugar muy distinto del dado por las concepciones tradi- dad o del apoyo difuso, buscaremos en vano, en el período anterior
cionales, sino que además lo hacen con un tempo y con una sensibi- a la crisis, alguna huella de disminuciones. de legitimidad que hayan
lidad de las jugadas intercambiadas más cercano a lo que Easton cree afectado a la reserva de apoyo difuso del régimen o de las autorida-
que caracteriza a las fluctuaciones del apoyo específico, que al ritmo des. Esto ocurre concretamente con los indicadores doxométricos
y a la independencia a corto plazo de los outputs que atribuye a los preferidos por casi todos los autores que han intentado aplicar o ve-
procesos de erosión del apoyo difuso. Esos rasgos particulares remi- rificar las hipótesis de Easton en el plano empírico 21 • Cualesquiera
ten directamente, como ya hemos tenido ocasión de sugerir, a los pro- que sean los múltiples y difíciles problemas planteados por la utili-
cesos de desobjetivación de las relaciones sociales asociadas a la di- zación de este tipo de cdatos,., que no es necesario que recordemos
námica de las movilizaciones multisectoriales. Como se puede ver, aquí 22 , vemos claramente la convergencia de todos estos indicadores
esta línea de hipótesis supone que hay que proceder en el plano teó- sin excepción. Ya se trate de indicadores de la «adhesión,. a las ins-
rico a serios ajustes en lo referente a la manera que tiene la sociología tituciones de la V República, a los principios de su funcionamien-
política de concebir el funcionamiento y la «Consistencia» de los pro-
cesos de legitimaéión en los sistema5 políticos de los que rios esta- ción• en los sucesos en provincias, al menos en las ciudades de más de 50 000 habi-
mos ocupando. tantes, véase P. E. Converse, R. Pierce, ·Basic cleavages in French politics and the di-
Pero también supone, en el plano empírico, el poder observar es- sorders of may and june 1968•, Ponencia en el 7.º congreso mundial de sociología,
tos procesos de deslegitimación autónomos (que llamaremos efectos 1970, Berna, que se basan en las encuestas hechas con posterioridad a los •sucesos•
sobre la participación en las manifestaciones callejeras y en las huelgas).
de deslegitimación inducidos) y especialmente el poder hallar el me- 21 Es imposible mencion:ufos aquí a todos; sin embargo, entre los más típicos se-
dio de aislarlos de las disminuciones de legitimidad «anteriores•. Me- ñalaremos: P. R. Abr.unson, R. Inglchart, •The development of systemic !Upport in
jor aún, se tratará de un test crítico que elimine varias perspectivas teó- four western democraties•, Comparative Political Studies, 2 (4), enero de 1970,
ricas contrapuestas, el poder encontrar uno o dos casos de crisis en pp. 419-442; G. R. Boynton, S. J>atterson, R. Hedlung, •The Structure of public sup-
las que sea observable un proceso de deslegitimación claro y brusco port for legislative institutions•, MiJwest ]ournal of Política/ Science, 12, mayo de
1968, pp. 163-180,J. Dennis, •Suppon for the institution of elections by the mass pu-
en el curso de la propia crisis sin que se pueda identificar con ante- blic•, American Political Sama R~. 64 (3), septiembre de 1970, pp. 819-835; A. H.
rioridad a ella una pérdida de legitimidad del tipo de las postuladas Miller, cPolicical issues and trust in govemment: 1964-1970•, American Política! Scíen-
por las concepciones tradicionales. ce Review, 68, septiembre de 1974, pp. 951-972; E. N. Muller, •Correlates and con-
Aquí radica el interés que tenemos en los sucesos de mayo de sequences of bcliefs in the legitimacy of regime structures•, M idwest ]ournd of Poli-
tical Science, H, agosto de 1970, pp. 392-412; E. N. Muller, T. O. Jukarn, •Ün the
1968. La amplia y repentina deslegitimación que afecta entonces tan-
mcaning of political support•, American Political Science Review, 71, diciembre de
to a las autoridades como al régimen -y que participa, como ya he- 1977, pp. 1561-1595.
mos dicho, en un proceso de desobjetivación mucho más amplio y u Hay que recordar, sin embargo, que estos problemas no se limitan, ni mucho
multiforme- corresponde, en efecto, idealmente, a este último menos, a los que apuntan normalmente los adeptos incondicionales de este tipo de en-
caso 20 • Si nos fijamos en los indicadores que utilizan numerosos po- foque, a saber, los problemas de representatividad de las muestras, de la elección de
los items o de la selección de los test de significación, etc.; se refieren también a lo
más incontrolable, a lo más ciego a menudo, de estos procedimientos, al hecho de qu'e
20
Es la conjunción de un prejuicio culturalista -mayo de 1968 como simple re- con frecuencia lo único que hacen es producir puros anefactos, de tal manera que el
petición de la Comuna de París- y del defecto que consiste en intentar reducir cual- investigador ya no sabe ni lo que mide cuando mide o, concretamente en el terreno
quier episodio histórico sólo a sus resultados (la victoria electoral de la mayoría salida que nos ocupa en este momento, al hecho de pasar mecánicamente, sin darse cuenta
de las elecciones legislativas de junio), forma de espejismo retrospectivo que ya hemos de ello --o sin querer darse cuenta- de enunciados relativos a las opiniones produ-
tenido ocasión de discutir, la que lleva a algunos observadores precipitados a subesti- cidas por un cuestionario presentado a los individuos, a enunciados relativos a sus ac-
mar el alcance de estos procesos en provincias. En realidad los datos doxométricos dis- . titudes --en tanto que predisposiciones a la acción-, incluso a proposiciones relativas
ponibles sólo permiten hablar de un retraso de los procesos de desobjetivación en pro- a sus componamientos efectivos (lo cual a veces se viste púdicamente con la categoría
vincias con relación a París, y esto únicamente en las dos primeras semanas de la crisis de •potencial•, por ejemplo de potencial de •protesta-, de •violencia•, o de •acción
(véase especialmente Sondages, 2, 1968, pp. 71-93; sobre la amplitud de la •panicipa- política agresiva•). ·
"

250 Michel Dobry Crisis politicas y procesos de deslegitirru. ción 251

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·~~
to 23 ,o de los indicadores, mucho más delicados de manejar de lo k
gativa con anterioridad a los !..icesos de mayo. Conviene subrayar,
que generalmente se piensa (al menos por lo que se refiere a la veri- l además, que el conjunto de es·.os indicadores se estabilizó duradera-
i·!,1:. mente a un nivel bastante elevado, mucho más elevado en todo caso
ficación de la variación del apoyo difuso a las autoridades que sería
%f: que el alcanzado por indicad:>res análogos bajo la IV República, de
independiente del apoyo específico) 2 4, de la «Satisfacción» global con ~'

respecto a las autoridades, por ejemplo el presidente de la República


;,
~ 1946 a 1958. Y además, nos eacontramos con esto mismo si, en lugar
o el jefe del gobierno 25 , no se puede encontrar ninguna evolución ne- de los datos que procuran la.; encuestas doxométricas, recurrimos a
otro tipo de indicadores como, por ejemplo, la amplitud de la con-
23
Tal como aparece concretamente en el cuadro infra, que resume Lu encuescas
testación abierta de las instituciones por parte de las fuerzas de la opo-
realizadas al respecto por el IFOP, entre 1%2 y 1970: sición. Precisamente en el período que precede a la crisis de mayo de
1968 es cuando, adaptándose a lo que les parece cada vez más ine-
ElsatUquooJ luctable -y que parece, asi1rismo, convenir a sus electorados--, los
f~J.l.q UIW ...,.,,;.¡,,
J.tmdmcw No "pron##OtSll dirigentes de la oposición, a'. menos los que habían combatido bas-
"""'9a.u "'"'
tante vigorosamente, en su r acimiento, el régimen de la V República
fu--
V R.,.ali<A
s.,,,_-
... ¡,,_«... P""-'- (y denunciado justamente su «ilegitimidad») inician bastante ostensi-
~ P~to
(p.<pJipJ
• .,.¡, ......
¡p.spJig...i lpq<I--
~)
rp.pdmb
~)
P=id<nu P..n-..- blemente su adhesión a éste :16 • Lo cual, como se ha dicho a menudo,
unpurwll<) rm,.,,-Ui
·. hará cambiar de manera bastante notable tanto sus concepciones
u. j constitucionales como las reglas de juego de sus alianzas. Bien lejos,

,.t
Febrero 1%2 45 28 38 2'J :H ".;
:.
Dic1embn: 1%2 54 ló 3l -IO 11 24
Nov1cmbn: 1963 « 32 JJ -IO 2J 28 en definitiva, de constituir un· índice válido de una deslegitimación
Octubre 1%S 6S 45 20 32 IS 2J del régimen o de las autoridades, el triunfo relativo (y sobre todo ines-
Enero 1%7 SJ 37 ll 41 16 Z2
Mano 1968 60 J& 24 J& 16 28 perado) de la oposición -y especialmente de la oposición de izquier-
M•yo 196' 59 37 26 JI 15 22 ,~ da-- en las elecciones presidenciales de 1965 y en las legislativas de
Octubre 1970 70 37 IJ 32 17 JI ·~...
-~~ ~

1967, lo que hizo fue reforzar tanto, sino más, la aceptación de estas
instituciones como las propias «Coacciones» del juego político (escru-
Tomado del IFOP, Les FranfaÍS et De Gaulle, París, Pion, 1971, p. 105; nosotros
tinio mayoritario a dos vueltas y elección del presidente de la Repú-
hemos añadido a este cuadro los resultados de la encuesta efectuada por el IFOP entre
los días 25 y 30 de marzo de 1968, resultados que reproduce la revista Sondages, 2, blica por sufragio universal), que pasan por haber constituido el prin-
1968, p. 17. Las preguntas que se hacían eran las siguientes: •(Desea usted que en un cipal resorte 27•
fururo en Francia, el presidente de la República tenga un papel más o menos impor-
tante o que renga un papel igual? ¿Y el Parlamento?-
24 D. Easton, ·A re-assessment of the concept of political support•, art. cit., 39 o/o)¡ véase Sondages, 2, 1968, pp. 11-12. Se pueden comparar estos resultados con
pp. 138 y +41-442. los de una encuesta realizada en junio de 1958 tras la iovescidura del general De Gau-
25
Véase, en particular, Sondages, 2, 1968, p. 9 por lo que se refiere al •índice de lle y en la que la vuelta al poder de este último es considerada como un •gran bien•,
popularidad• del general De Gaulle (que, de enero de 1968 a finales de abril, pasa, en un •mal menor• y •algo muy malo» respectivamente por el 54, el 26 y el 9 % de las
cuanto a los •satisfechos•, del 53 al 61 %) y p. 16 para el del primer ministro. Igual personas encuestadas (Sondages 4, 1958, p. 3).
de significativas son las respuestas obtenidas a una pregunta que aparece en la encues- 26 Véase, por ejemplo, o. Duhamel, La gauche et la v.· Ripublú¡ue, París, PUF,

ta hecha por el IFOP la semana del 9 al 16 de abril de 1968, es decir dos semanas antes 1980, segunda parte, especialmente pp. 254-255 y 336-342; véase asimismo, por lo que
de la •irrupción de la crisis>; el 67 % de las personas encuestadas estimaron entonces se refiere al contenido de la plataforma común FGOS-PC del 24 de febrero de 1968,
que la vuelta al poder del general De Gaulle después del 13 de mayo de 1958 ·había S. Sur, La vie politique en France sous 14 V.• Républú¡ue, París, Mo1m:hrestien, 1982,
sido algo bueno• y solamente un 1-4 % •algo malo., mientras c:l 19 % no se pronun- pp. 330-33 t.
ciaba; otra punto destacable en la distribución de estas respuesw es que los que de- 27 Hacer de estos triunfos una prueba de la deslegitimacíón del régimen o de las

claran en la misma encuesta ser votantes de la Federación de la izquierda estiman esta autoridades sería someter un contrasentido simétrico al que, más abiertamente objeti-
vudta al poder como •algo bueno• en una proporción del 50 o/o (frente a sólo un 25 % vista, consistiría en subestimar la amplitud de los procesos de deslegitimación durante
que lo consideran •algo malo•), y los que declaran ser votantes del partido comunista, los •sucesos" de mayo de 1968, basándose en las elecciones del 15 y del 23 de junio
también lo consideran mayoritariamente bueno en una proporción del -43 % (frente al de 1968, resultados que tuvieron lugar además, como ya hemos tenido ocasión de ver,
252 Michel Dobry Crisü políticas y procesos de dtskgitimación 253

Aunque el hecho de poder encontrar efectos de deslegitimación dar toda la importancia que tiene, al menos por lo que se refiere a
inducidos, de algún modo, en estado puro es absolutamente insufi- los sistemas sociales complejos a lo que N. Luhmann considera su di-
ciente para echar por tierra las bases empíricas de las perspectivas mensión procesual. Lo que significa en primer lugar subrayar que los
etiológicas -lo que no debe hacemos olvidar que estos efectos no efectos de deslegitimación inducidos remiten, en gran medida, a la au-
aparecen necesariamente con tal «pureza•- quedan, no obstante, por tolegitimación producida, y reproducida, en y por el funcionamiento
apuntar algunas implicaciones teóricas. El punto esencial, por supues- rutinizado de las grandes organizaciones burocráticas constitutivas,
to, está en el vínculo, ya señalado, entre los efectos de deslegitima- desde la perspectiva de Luhmann, de los sistemas sociales moder-
ción inducidos y los procesos de desobjetivación existentes en las co- , nos 31 (y, desde nuestro punto de vista, indisociable de la objetiva-
yunturas de fluidez política, es decir, la consideración de estos efec- ción y de la influencia social que tienen, en las coyunturas rutinarias,
tos como formas particulares de estos procesos 28 • Pero estarán de las lógicas sectoriales). Y también es como decir que, en esta reorien-
acuerdo con que el argumento aquí esbozado tiene como premisa que tación, se produce un verdadéro desacople teórico entre los procesos
se dé a la legitimidad y a los procesos de legitimación en general una de legitimación y su dimensión normativa de modo que los unos re-
«consistencia• claramente diferente (o, en todo caso, más rica y com- sultan posibles sin la otra, ya que el reconocimiento, por parte de los
pleja) que la que les atribuye el paradigma etiológico. Lo que, en miembros de un sistema político, de la «legitimidad,. --o, si se pre-
otras palabras, supone no reducirlos a su dimensión nonnativa, de fiere, del carácter «apropiado,. o «conveniente» 32- de sus institu-
modo que la adecuación de las características o del funcionamiento ciones políticas o de las autoridades, deja de apoyarse necesariamen-
de ciertas instituciones y del comportamiento o atributos sociales vi- te en valores superiores, ó en expectativas legítimas, inscritas en su
sibles de las autoridades, con respecto a valores o expectativas «legí- «Convicción personal,. o traducidas por su «aceptación voluntaria,. 33 •
timas• resulta de aprendizajes duraderos y coherentes 29 • La reorien- Y, por último, esta reorientación tiende a desplazar el interés teórico
tación que esta concepción impone al análisis de los procesos de le- de la diversidad de los principios o de los valores en nombre de los
gitimación consiste sobre todo -aunque no exclusivamente 30- en cuales se llevan a cabo las reivindicaciones de la legitimidad -como
se sabe es, en definitiva, a esta diversidad a la que se dedica, en esen-
Íi'.
·Ji' cia, el estudio taxonómico de Weber- hacia el examen de lo que
en una coyuntura muy transformada con respecto a la que vio. surgir estos procesos.
En un plano más general, debemos destacar que los efectos de los diferentes tipos de
.¡ constituye, si se nos perdona el uso de este término aventurado pero
coyunturas sobre los comportamientos electorales han sido, hasta ahora, muy poco es-
tudiados (véase, no obstante, como estudios preliminares A. Garrigou, cConjoncture tutional order by giving a normative dignity to its practica! imperatives. It is impor-
politique et vote• en D. Gaxie, Explication J11 vote, ob. cit., pp. 357-384; D. Gaxie, tant to understand that legitimation has a cognitive as well as a normative element. In
cMort et résurrection du paradigme de Michigan., Revue Franf4ise de Science Politi- other words, legitimation is not just a matter of values. It always implies knowledge
que, abril de 1982, pp. 251-269). as well.• (The soeútl construction of reality, op. cit., p. 111.)
28 .,\ 31 N. Luhmann, legitimation durcb-Verfahreri, Darmstadt y Neuwied, Luchter-
Para análisis claramente congruentes, véase en especial P. Berger, T. Luckmann,
The soci41 construction of reality, ob. cit., que ven en los procesos de legitimación, bá-
sicamente objetivaciones de significaciones (meanings) de •segundo orden•, mientras
las objetivaciones de •primer orden• están constituidas por las propias institucionali-
f hand, 1978 (l.' ed. 1969), especialmente pp. 27-37. Aunque haya que decir que Luh-
mann no parece haber roto completamente con el paradigma etiológico (al menos por
lo que respecta a los procesos de deslegitimación), sin embargo, las objeciones de su~
zaciones (p. 110). críticos no se refieren a este aspecto, no percibido, de su conceptualización, sino, más
29
Para un excelente ejemplo de esta lógica teórica llevada hasta algunas de sus má- bien, a la filosofía política que éstos le atribuyen (ver especialmente C. Mueller, The
ximas implicaciones (el aprendizaje animal como paradigma del desarrollo de la legi- politics of communication. A study m the política! sociology of language, socialization
timidad política), véase R. M. Merelman, cLearning and legitimacy-, American Poli- and communication, Londres, Oxford University Press, 1973, pp. 136-142; así como
tical Science Rroiew, 60, septiembre de 1966, especialmente pp. 549-552.
30
Además de los puntos que se abordarán a continuación, junto con la cuestión
de la distribución social de las reservas de apoyo difuso, esta reorientación debería te-
ner también en cuenta, como subrayan Berger y Luckmann, la dimensión cognoscitiva
1
l
J. Habermas, Raí.son et légitimiti, ob. cit., pp. 177 ss.).
32 Cf la definición de· legitimidad propuesta por Lipset (Política/ man, Garden

City, Doubleday, 1960, p. 64) y de la que Easton no está, en realidad, demasiado le-
jos ( ~ The conviction on the part of the member that it is right and proper for him to
de los procesos de legitimación: cLegitimation explains the institutional order by as-
cribing cognitive validity to its objectivated meanings. Legitimation justifies the insti-
i accept and obey the authorities ... •, A systems analysis...•. ob. cit., p. 278).
.n N. Luhmann, legitimation durch Verfahren, ob. cit., p. 34.
254 Micbel Dobry Crisis politicas y procesos de deslegitimación 255

en este caso muy cómodo, la sustentación de la legitimidad, _es decir Desde esta perspectiva, hay dos puntos que nos parece plantean
los mecanismos sociales que producen y aseguran la reproducción de serias dificultades. El primero se refiere a las implicaciones, a la vez
las representaciones, creencias o efectos legitimantes. teóricas y empíricas, de las concepciones globales o indiferenciadas
Añadamos que esta dimensión procesual no es, a nuestro enten- de las «reservas de apoyo difuso,., concepciones que, en líneas gene-
der, más que uno de los aspectos paniculares de una dimensión más rales, retoma la construcción de Easton. El segundo punto tiene re-
amplia y en la que conviene ver -tomando de Easton una noción a lación con la evolución de los pesos de la legitimidad o del apoyo di-
la que él, desde luego, no da la extensión que nosotros sugerimos fuso en la supervivencia de los regímenes políticos: ya que, como re-
aquí 34- la dimensión estructura/ de los procesos de legitimación (o cordarán, Easton, al igual que otros muchos politólogos, considera
legitimidad estructural), en las formaciones sociales multisectoriales, que el peso es absolutamente determinante.
mientras que otro aspecto importante de esta dimensión estructural Tanto en uno como en otro plano, l~ construcción de Easton y
consiste precisamente en las ganancias de objetivación conseguidas en las perspectivas emparentadas con ella, ya han sido objeto de una im-
las relaciones colusivas intersectoriales que puede haber. pugnación decisiva, pero que ha ido en una dirección bastante dife-
rente a la que nosotros seguiremos. Efectivamente, se trata de una se-
rie de objeciones basadas principalmente en el «descubrimiento», en
los años setenta, de fenómenos de decadencia del apoyo difuso, y de
CRISIS DE LAS TRANSACCIONES COLUSIVAS Y ECONOMIA POLffiCA }a, legitimidad, de las autoridades y de los regímenes en sistemas po-
DE CONSENTIMIENTO
líticos pluralistas, y, sobre todo, del aumento de lo que se ha venido
llamando actitudes políticas de «cinismo• o de «retirada», especial-
Así pues, se comprende la importancia que tiene para el análisis de
mente en el electorado americano. Estos fenómenos, que la sociolo-
los procesos de deslegitimación la localización social del apoyo difu-
gía política anglosajona ha intentado clasificar bajo el título no muy
so o de la legitimación y, en general, la importancia en los sistemas
exacto de «alienación política,., han resultado ser tendencias o fluc-
sociales complejos, de las configuraciones variaples de lo que pode-
tuaciones, desconectadas, al menos aparentemente, de cualquier de-
mos llamar -la expresión aparece en Luhmann- la economía polí-
sestabilización o cuestionamiento de los regímenes políticos y, por
tica del consentimiento.
este motivo, poco compatibles con las concepciones sistematizadas
H La noción de legicimídad estructucal aparece en el enfoque de Easton cuando
por Easton 35 • Por consiguiente, han llevado a cuestionar la visión in-
se traca de distinguir los eres cipos de •fuentes de la legicimidad•, que son, según él, diferenciada de las reservas de apoyo difuso mediante la identifica-
la ideología, la legitimidad personal y, por úlcimo, la lcgicimidad estructucal, concebi- ción de varios tipos de público muy versificados desde este punto de
da como una •creencia autónoma en la validez de la estructura y de las normas del vista. Así, Wright, en un estudio extraordinario detallado, estableció
régimen• (que Easton distingue de los principios subyacentes a un régimen, principios
ideales a los que también pueden adherirse los miembros de un sistema). Así pues, vie- la oposición entre segmentos sociales cara<:.terizados por actitudes de
ne definida, como ocurre por otra parte, con la •legitimidad personal•, por el objeto consentimiento (consenters) y de disidencia (dissenters), y públicos
36
al que se refiere la creencia, y no por la manera de producirse esta legitimidad. Desde definidos por actitudes de neutralidad o de asentimiento (assenters) ,
el punto de visea de Easton, esta legitimidad estructural sólo es .fuente• cuando se con-
sidera el ·efecto autónomo• de las creencias que legitiman las estructuras, es decir el
hecho de que puede, por extensión (y aunque lo niegue, Easton se inspira aquí, invir- 35
Véase especialmente J. Citrin, cComment: thc policic:al relevance of trust in go-
tíéndolo, en el esquema weberiano de la •rurinización del carisma•). beneficiar a las vernment•, American Political Science Review, 68, septiembre de 197i, pp. 973-988 y
•autoridades•, a las personas que desempeñan los roles de autoridad (D. Easton, A sobre todo J. D. Wright, The dissent of the gOflemed, alienation and democracy in
sysrems analysis... , ob. cit., pp. 286-288 y 298-301). Así pues, C. Polin no tiene nin- America, Nueva York, Academic Press, 1976 (que incluye una extensa crítica del con-
guna razón cuando reprocha a Easton (en nombre de la personalización de los siste- junto de las interpretaciones de estos fenómenos, al menos por lo que respecta a los
mas políticos) haber atribuido demasiada importancia a la legitimidad estructural: de Estados Unidos); véase también E. Zimmermann, cCrises and crises outcomes: to-
forma rigurosa, ésta no pertenece a la construcción conceptual del teórico sistemista wards a new synthetic approach•, European ]oumal of Política/ Research, 7, marzo
(Cl. Polín, ·David Eascon ou les difficultés d'une certaine sociologie poliúque•, Re- de 1979, pp. 79-Si.
36 J n \Y/r;n-ht- Tl..D ,.¡;,,,,..,.,. ,..(,l. ... .......,,,d_.. ... A ,.,J.. ... :... .... .... 'H. 7 "170
256 Michel Dobry Crisis politicas y procesos tÚ deslegitimación 257

de modo que el asentimiento, según este autor, tiene como resorte A power is legitimate to the degree that by the virme of the doct~i~es and
sociológico esencial su desinterés por el juego político 37, debido a la nonns by which it is justified, the power holder can call upo.n suffic1ent ot-
suborganización y a la subrrepresentación política de estos públicos, her centers of power, as reserve in case of need, to make h1s power effec-
así como a su débil dominio de todo lo que supone la •competencia tive 39 •
política•. La amplitud de este asentimiento -the assenting half- no
parece compatible con la idea de la necesidad de un nivel •mínimo• Esta definición, como ya ha subrayado Jean Leca, tiene en común
de apoyo difuso o de legitimidad como condición para la supervi- con las concepciones de Easton, el acabar co~ toda oposic~~n e~t;e
vencia de los regímenes. la legitimación como manipulación y~r «arnba• ! .la. leg1umac1on
De ahí la inversión operada con respecto a la perspectiva de Eas- como creencia productiva de consent1m1ento, o «leg1t1m1?ad por a?a-
ton: en vez de tener como condición un nivel •suficiente• de apoyo j0,. 40 . Pero además se puede ver en ella un desplazamiento capital
difuso, la supervivencia de los regímenes dependerá más bien de la con respecto a estas concepcíones en el sentido de ~ue las reserv~s
existencia de públicos, de segmentos sociales, de grupos o de reser- ', de apoyo difuso o de legitimidad ya no son concebidas como enti-
vas de assenters, lo que limitaría considerablemente el alcance expli- dades indiferenciadas o unificadas 41 •
cativo de las creencias y de los afectos legitimantes. Sin embargo, en nuestra perpectiva, este desplazamiento implica
Se puede adoptar esta conclusión. Sobre todo, cuando trabajos un fundamento y un alcance específico. Remite, de hecho, a la es-
como los de Wright tienden a sugerir, subsidiariamente, que las úni- tructuración multisectorial de los sistemas sociales complejos y a lo
cas creencias legitimantes y las únicas reservas de apoyo difuso ab- que ocurre en ellos, especialmente desde el punto ~e ~i~ta de l~ ob-
solutamente indispensables para la supervivencia de los regímenes po- jetivación de cada sector particul_ar. Lo que v1en~ a.s1gmf1car, en otras
líticos están localizadas en las «elites• o establishments que, desde este palabras, que la economía políuc~ del con~enum1ento no es n~mca,
punto de vista se calificarán de «estratégicos,. (por ejemplo, los esta- en estos sistemas, completamente mdepend1ente de las transacc10nes
blishments militares o económicos) 38 • A decir verdad la idea no es intersectoriales que tienen lugar en ellos. Y la ig~orancia de la .l?c~­
completamente nueva. Por ejemplo ya fue expuesta muy claramente lización multisectorial de las reservas de apoyo difuso o de leg1t1m1-
por Stinchcombe asociada a concepciones que dan aún excesiva im- dad tiene, por tanto, como contrapartida inevit~?le el_ ~esconocimi:~­
portancia a la dimensión normativa: to de determinados tipos .de efectos de desleg1tunac10n que ta~b1en
se podrían calificar de inducidos en la medida en que son --:-~ 1g~al
Jl • The major salient fearures of the group are, therefore, as follows: First, they que los que hemos examinado antes- producto de las mov1hzac10-
are not active supporters of the regime; rather, they "go along·, probably because no nes y en la medida en que no se confunden con los procesos de des-
other sort of behaviour ever occurs to them. They do not, ussually, "fight City Hall"
primarily because they bdieve "you can't fight City Hall". This does not mean they legitimación «previos•. . .
bdieve that City Hall might not be worth fighting, only that little would be gained Su rasgo específico reside en el hecho de que uend:~ a af mnarse
in the attempt. Thus ... they are not "deeply attached to the regime as such". Rather, siempre que tales movilizaciones toman la forma de cr1S1s, o de des-
they have only a remote attachment to anything política!. Second, an implication of
the first, the assentinf half is politically inactive -not through sorne sublimated pat-
hology, but because to do otherwise would, in their eyes, be a futile, pointless act. • J9 A. L. Stinchcombe, Constructing social theories, Nueva York, Harcourt Brace
To be sure, the evidence indicates that many of them do vote, and many of them fo- and World, 1968, p. 162 [La construcción de teorías sociales, Buenos Aires, Nueva Vi-
llow politics in the media. The evidence also indicates however, that they doubt wet- sión].
her much is accomplished through these activities. So the first important point to note '° J. Leca, •Réformcs instirutionnelles et légitimation du pouvoir au Maghreb•,
about assent is that relatively little if ever enters in the normal democratic process. Annuair de l'Afrique du Nord, 16, 1977, p. 4.
The assenting half are spectators to somebody else's game.• (ibid., p. 276); al menos " Como señala Wright (ob. cit., p. ~7), si bien E~ton no ig~ora cC::"?pletamente
por lo que respecta a la competencia política, estas conclusiones parecen confirmar las esta fragmentación -habla del rol particular, en los mtercam~1os pol1~1cos, .de los
de D. Gaxie, Le cens caché. lnégalités culturdles et ségrégation politú¡ue, París, Le miembros •pertinentes• (relevant members) o q~e •cuentan~ esta no. tiene ninguna
Seuil, 1978. consecuencia ulterior en su análisis del apoyo difuso y de sus fluctuac1ones (D · Eas-
Je J. D. Wright, The dissent of the govemed, ob. cit., p. 269. ton, A systems analysis of political life, ob. cit., especialmente pp. 22 Y 229).
158 Michel Dobry Crisis políticas y procesos de deslegitimación 259

aparición, de las transacciones colusivas en el interior de las redes de vergentes con las que acabamos de decir. Podemos resumir estas con-
consolidación intersectoriales (por ejemplo, las «maquinarias estata- clusiones de la siguiente manera: el régimen de la IV República gozó
les,.). en sus comienzos, incluso en el año 1947, de un nivel relativamente
~ la luz de todo lo di~ho, se aprecia hasta qué punto la estruc- alto de legitimidad, mientras la erosión más importante se produce
tura mterna de los procesos de deslegitimación asociados a las coyun- .. curiosamente en el período 1949-1952 (y decirnos curiosamente por-
turas críticas se aparta de lo descrito por el paradigma etiológico. Y ·: que se trata, a nuestro entender, del período que ve no sólo un for-
también lo diversificadas que pueden ser las configuraciones de estos talecimiento del régimen, que «ha resistido» en 1947-1948, sino tam-
procesos y, además, de una complejidad insospechada para la socio- bién el comienzo del desmoronamiento de las fuerzas políticas que
logía del apoyo difuso. , lo impugnaban); el régimen habría conocido, después de esta ero-
Así pues, lo~ efectos inducidos del segundo tipo no siempre apa- sión, una estabilización del nivel de apoyo difuso y sólo en vísperas
recen de forma mtensísima en todas las crisis que hemos estudiado. de la crisis de 1958, y más concretamente, en el período inmediata-
Indudablemente, estos efectos sólo han tenido un papel pequeño en mente anterior a enero de 1958, se hace de nuevo visible, según Cohn,
el desarrollo de los sucesos de mayo de 1968, que no conocieron am- una evolución del apoyo, pero esta vez en alza, alza no obstante de
plias manifestaciones de erosión o de rupmra de las transacciones co- una amplitud y de una intensidad bastante limitadas .i. Conclusio-
lusivas entre los principales sectores estratégicos, y, concretamente, nes sin duda interesantes pero ¡qué frágiles! El conjunto <le la demos-
entre los sectores militarizados y los sectores gubernamentales (muy tración de Cohn se apoya, prioritariamente, sobre datos de natura-
al contrario, fue sobre la visibilidad de estas transacciones sobre la leza doxométrica sin haber contado con los medios para controlarlos
que De Gaulle, queriéndolo deliberadamente o no, jugó en el mo- y confirmarlos mediante otro tipo de índices. Los principales indica-
mento del cderrapajeio de la crisis). Este es asimismo el rasgo sin duda dores que han llevado a Cohn a las. conclusiones que acabamos de ex-
más importante que distingue, al menos por lo que respecta a sus pro- poner son de dos órdenes. En primer lugar, se trata de la evolución
cesos de deslegitirnación, la crisis de 1947 de la de 1958, aunque am- de los índices de popularidad (satisfacción) de los jefes de gobierno,
bas tienen en común (aun cuando en el caso de la segunda esté más entre los que Cohn escoge, por razones que no logran convencer, el
acentuado que en el de la primera) el no gozar con anterioridad más índice más alto y el índice en el momento de la entrada en funciones
que de un nivel relativamente bajo de apoyo difuso, si es que por ne- ff de cada presidente del Consejo, lo que le lleva, entre otras cosas, a

í
cesidades de la discusión, se admite el carácter global de este apoyo. ignorar los fenómenos de erosión del apoyo a corto plazo, así como
Esto es lo que las opone, por otra parte, a los, sucesos de 1968. En la amplitud de los ritmos de éstos. El segundo indicador importante
e~ec~o, la crisis de 1958 constituye una configuración típica de hun- está constituido a partir de tres encuestas realizadas, respectivamen-
d111:11en~~ de esos agradecimientos mutuos de que está hecha la con- te, en octubre de 1947, febrero de 1952 y enero de 1958, que incluían
soltdac1on de los sectores estatales. En cambio, no es éste el caso de preguntas relativas al régimen de la IV República. La dificultad resi-
la de 1947, aunque se admita que la diferenciación empírica entre los Í de esta vez en la manifiesta heterogeneidad-de las preguntas seleccio-
efe~tos inducidos de~ primer tipo y los del segundo tipo no es nece- I'
.J?
nadas, heterogeneidad que quita todo significado a la comparación
sariamente nada fáctl, y aunque --e insistiremos enseguida sobre
ello- la explicación del mantenimiento de las transacciones colusi- i de los niveles de «legitimidad» del régimen establecida sobre esta base
(1947: «¿Cree Vd. que es necesario revisar la Constitución?» y «¿Le
vas. en 1947 no haya que buscarlo exclusivamente, ni siquiera priori-
tana~ente, en las creencias o afectos legitimantes de los agentes per-
:· · gustaría que se constituyera un partido de centro entre los comunis-
tas y el RPF?io; 1958: «Si hubiera un levantamiento militar ¿qué haría
t~nec1entes a los sectores estratégicos.
En realidad, la evolución de las «reservas,. de apoyo difuso bajo
¡. usted personalmente?,. Por último, en 1952 las preguntas trataban so-
bre la opción entre reformas y revoluciones y sobre la aprobación de
la IV República no se conoce tan perfectamente 'como se suele pen- ¡
sar. El único estudio extensivo que se ha hecho, el de Steven Cohn, .:t •
2
Véase S. Cohn, loss of legitimacy and the breakdown of democratic regímes:
ha llegado a conclusiones bastante inesperadas y no enteramente con- ~ the case of the fourth republic, ob. cit., especialmente p. 101.
1:
260 Michel Dobry Crisis politicas y promos de deslegitimacUín 261

la toma del poder, por la fuerza, del partido que la encuesta diera ma político y su entorno, especialmente --e independientemente de
como ganador). Sin que sea de utilidad entrar en detalles sobre el tra- lo que pueda pensar Easton de esta equivalencia- en los mecanis-
bajo de Cohn, debemos observar que, por lo que respecta a la crisis mos electorales y, subsidiariamente, en las prácticas doxométricas que
de 1947, el uso combinado de estos indicadores ha llevado a una no- en la actualidad los acompañan en la mayoría de los sistemas políti-
table sobreestimación de la «reserva,. de legitimidad del régimen y, si cos democráticos. Aunque no es erróneo ver en estos mecanismos
se puede verdaderamente hablar de deslegitimación «previa,. un mí- procesos de legitimación de los regímenes políticos o de las autori-
nimo de atención a las condiciones del nacimiento de la IV Repúbli- dades H, sin embargo, forzosamente hay que constatar que estos pro-
ca, a la difícil gestación de su Constitución, ·a los resultados de las cesos no son ni mucho menos los únicos que operan en este tipo de
dos consultas refrendarías (la primerá de las cuales fue negativa, he- sistemas y, sobre todo, que es imposible atribuir los fenómenos de
cho rarísimo cuando se trata de procedimientos de «ratificación,. o deslegitimación que tienen lugar en las coyunturas críticas solamente
de «legitimación• popular de las puestas en práctica de nuevos dis- a las fluctuaciones que afectán a este tipo particular de reservas de
positivos constitucionales tras una ruptura constitucional radical) ha- apoyo difuso o de legitimación.
bría debido bastar para alertar sobre los efectos deformantes de sus Este punto de vista lleva consigo otras dos consecuencias. La pri-
indicadores. Y, aunque en el caso de la crisis de 1958, las conclusio- mera, congruente con los análisis ya mencionados relativos a la di-
nes de Cohn no son más convincentes, al menos indican que quizá versidad de públicos (assenters, crmsenters, dissenters), se refiere al
las cosas no están tan claras como dicen los historiadores de este epi- vínculo estab-lecido por Easton entre el nivel de apoyo difuso y la su-
sodio. En realidad, la mayor parte de éstos se contentan con inferir, pervivencia de los regímenes. Si bien, a este respecto, el análisis. debe
de un modo tautológico, y más o menos implícitamente, la realidad evitar la trampa que consistiría, por una especie de vuelta a una ló-
y el altísimo nivel de la deslegitimación «previa,. de las instituciones gica emparentada con la historia natural, en hacer de la aparición de
de la IV República, de la lentitud, y de la relativa debilidad de las reac- una crisis de las relaciones colusivas una condición necesaria -inclu-
ciones de apoyo observable durante la propia crisis. Es decir, no sólo so una condición suficiente- para el hundimiento de un régimen, no
no les importa demasiado la equivalencia, dudosa, creencias-compor- es menos cierto que una caída del nivel «global,. de apoyo difuso en
tamientos efectivos que tal inferencia presupone, sino que, además, el sentido que acabamos de precisar, como el observable, por ejem-
pierden así toda posibilidad de apreciar el juego de efectos de desle- plo, en octubre-noviembre de 1947, no significa forzosamente que es
gitimación inducidos. En otras palabras, el trabajo de Cohn, a pesar imposible que el régimen se mantenga 45 • Es decir, que las crisis de
de sus puntos débiles, tiene el mérito de mostrar que hasta las inme- las transacciones colusivas podrían muy bien ser, a veces, tanto, si no
diaciones de la crisis de 1958, hasta los primeros signos visibles, para más peligrosas para la supervivencia de los regímenes que los hundi-
los actores, de un amplio relajamiento en las rutinas de la consolida- mientos de las reservas globales de apoyo difuso por debajo de su ni-
ción intersectorial, los índices habitualmente más utilizados para la vel «suficiente•. La segunda i~plicación es de un orden completa-
evaluación de apoyo difuso (concretamente los constitutivos de su
primer indicador) están lejos de señalar de manera uniforme una caí- « Véase, para un ejemplo de refonnulación reciente de esta hipótesis, Ph. Braud,
da radical del nivel de este último 43 • Le suflrage universel contre la démocratie, París, PUF, 1980, pp. 64-78.
• ' 5 Es curioso que el régimen, a pesar de haberse enfrentado con el triunfo gaullista
La exposición de los efectos de deslegitimación asociados a crisis en las elecciones muniéipales de octubre, con la reivindicación, provocada por ese su-
de transacciones colusivas tiene, en suma, como consecuencia funda- ceso, de una disolución de la Asamblea nacional (muy problemátic2, por otra parte, en
mental el relativizar aún más el papel de los mecanismos sociales a el plano constitucional) y, simultáneamente, con una potente oleada de huelgas, pu-
los que remiten tanto las visiones globalizantes e indiferenciadas de diera sufrir y superar, casi en el apogeo de estas últimas, una crisis ministerial, con la
dimisión del gabinete Ramadier el 19 de noviembre (J.-R. Rioux, La France de la Qua-
las reservas de apoyo difuso como la localización de la producción trieme République, t. 1, L'ardeur et la nér:essité, París, Le Seuil, 1980, pp. 178-186; en
del apoyo difuso exclusivamente en los intercambios entre un siste- las encuestas de opinión, la •popularidad• de Ramadier había pasado del 50 º/~ ?e •Sa-
tisfechos• en marzo de 1947 al 19 % en septiembre -véase Sondages, 1 de d1c1embre
o !bid., pp. 97-98 y 137-138. de 1947, p. 242).

JO
Crisis políticas y procesos tk deslegitimación 263
262 Michel Dobry
ción gaullista por temor a debilitar el régimen ante la vigorosa ofen-
mente distinto: si se admite "lo precedente, se debería concluir asimis- siva comunista del otoño de 1947 46 •
mo que los sistemas democráticos no son los únicos, ni mucho me- De ahí una última observación. Si es cierto que la economía po-
nos, que están expuestos a p~ocesos de deslegitimación de sus insti- lítica del consentimiento, que actúa en las crisis de 1947 Y d_e ~961,
tuciones políticas o de sus «autoridades». remite --cuando se trata de comprender el relativo m~tent_m1en_to
Volvamos, sin embargo, para terminar con esta cuestión, a la com- de las transacciones colusivas en el transcurso de estos ep1sod1os his-
plejidad de las deslegitima«;:iones que se presenta cuando el análisis tie- tóricos- más a los cálculos de los dissenters o de los assenters que a
ne en cuenta el conjunto de los aspectos de la dimensión estructural las creencias o afectos legitimantes de los c~menters, ento~ces hay
de los procesos de legitimación presentes en lo~ sistemas complejos. que enmendar bastante las hipótesis de W nght. antes mencionadas,
Tres observaciones nos permitirán completar las que acabamos de en el sentido de que los assenters pueden ~uy bien ~:r recluta~os no
presentar y, sobre todo, nos permitirán mostrar en qué direcciones sólo entre los grupos sociales dominados, smo tambien en las_fi~as de
habrá que proseguir la investigación. los que están situados en las. alturas de, l~s sectores :~strateg1cos,.,
Se trata, en primer lugar, de las relaciones que se establecen, en por ejemplo, en numerosos sistemas p~lmcos ~emocraucos, los am-
las coyunturas críticas, entre los mecanísmos que las concepciones plios segmentos de los cuerpos de oficiales o, mcluso, de altos. fun-
clásicas conciben como constitutivos de las reservas globales de apo- cionarios (cosa que encontramos fácilment~ en los valores abierta-
yo difuso y los excedentes de objetivación y de legitimación ligados mente no democráticos a que pueden adherirse estos segmentos so-
a las transacciones colusivas. Querríamos simplemente indicar que es- ciales).
tas relaciones pueden ser muy variables y que las configuraciones más
interesantes creemos que se sitúan en los posibles desfases entre am-
bos tipos de procesos. El caso de las confrontaciones que culminan
en el intento de golpe militar de abril de 1961 aclara mucho a este
respecto, ya que en nuestra opinión, el triunfo en el referéndum de
enero contribuyó grandemente a frenar el desarrollo de una gravísi-
ma crisis de las transacciones colusivas.
La segunda observación viene al hilo de lo que acabamos de de-
cir. Efectivamente se trata de comprender, esta vez en contra de uno
de los principales presupuestos de la definición de la legitimidad pro-
puesta por Stinchcombe, que las creencias y los afectos legitimantes
no son necesariamente los resortes exclusivos, !li siquiera principales,
del mantenimiento de las relaciones colusivas en beneficio de los sec-
tores gubernamentales en el curso de algunas de las crisis evocadas.
Así, en el caso de la crisis de 1961, no hay apenas dudas sobre que
los resultados de la consulta refrendaría pesaron en esta dirección de-
bido más a su impacto sobre las estimaciones de lo probable, que so-
bre la reactivación de los valores interiorizados. Ni siquiera es segu-
ro que el mantenimiento de esas relaciones colusivas en 1947, que
hoy puede resultar bastante sorprendente, no haya resultado, tam-
<6 Nos daremos una buena idea de las percepciones tan alannistas que tuvi~ron ~e
bién, en gran medida, de la configuración de las divergencias (clea-
ellos, al menos en algunos momentos, los círculos gubernamentales con el test~momo
vagesj que tuvieron lugar en esta crisis, del ataque del régimen en dos de Vincent Auriol (V. Aurfol,joumal du septennat, 1947-1954, c. 1, 1947, Pam, Co-
frentes a la vez, de modo que amplios segmentos de los sectores coer- lin, 1970, especialmente pp. 485 y 521).
citivos no se inclinaron abiertamente, en este contexto, a la oposi-
CONCLUSIONES Conc!Mswnes 265

el punto de vista del politólogo o del sociólogo, la resistencia de esos


«hechos» a la investigación incluso presenta, por lo que respecta a las
primeras, una sistematicidad y una recurrencia difícil de ignorar,
como ya hemos tenido ocasión de constatar.
2. Sobre todo sería dejar de lado lo esencial de los análisis, a sa-
ber, que las propiedades de los estados críticos de los sistemas socia-
les complejos no se reducen en ningún caso a una «amplificación»,
incluso deformante, de los rasgos que caracterizan a sus estados ru-
«El valor de todos los estados mórbidos· consiste en que muestran a tinarios. Lo que la hipótesis de continuidad ha permitido compren-
través de un cristal de aumento determinadas condiciones que, aun- der es precisamente que estos estados críticos corresponden a confi-
que normales, son difícilmente visibles en estado normal 1,.. Cuando guraciones estructurales originales, diferentes de las combinaciones
esbozamos el proyecto de 'esta obra, pensamos que podríamos hacer estructurales propias de los períodos de rutina. Y lo que es verdad
del aforismo de Nietzsche -aunque sacándole de la analogía médica para las estructuras también lo es para la dimensión táctica de las cri-
subyacente- el principio de desciframiento de los fenómenos de cri- sis, para las jugadas intercambiadas, las cuales, en las coyunturas mar-
sis política. Esperábamos encontrar, en est~ fenómenos, los «mo- cadas por la fluidez política, ven su eficacia (y sus relaciones con sus
mentos de verdad,. por excelencia de una sociedad, los momentos en efectos) sometida a las «leyes,. de la transformación del «Sistema de
que sus diferentes componentes, grupos sociales, instituciones, orga- ejecución» propio de los contextos de interdependencia ampliada. Por
nizaciones, generaciones y, por supuesto, individuos, presentan ante último, esta diferencia se encuentra también en los cálculos de los ac-
la mirada del observador sus rasgos más «ocultos,., sus secretos, sus tores. El individuo, desde luego, no es ni más ni menos racional en
debilidades, y también sus recursos más insospechados, en una pala-
bra, sus «seres profundos».

1. Pronto abandonamos la idea de esta «claridad,. de las coyun-


t

un contexto de fluidez política que en un contexto «estable,.. Sim-
plemente, lo que se ha denominado incertidumbre estructural, y las
lógicas de situación que determinan sus apreciaciones, sus percepcio-
nes, sus motivaciones y sus espantadas, hacen que los cálculos se lle-
tura críticas. Ciertamente la idea no era absurda, y algunas experien- ven a cabo de acuerdo con procedimientos claramente distintos de
cias de este estudio parecen incluso apuntar en esa dirección. Ya que los que caracterizan a los contextos en los que el individuo y el gru-
los contextos de fluidez política representan, sin duda, las mejores si- po tienen a su disposición instrumentos de anticipación y puntos de
tuaciones «experimentales» para la observación de los esquemas prác- referencia institucionales y familiares.
ticos interiorizados por los individuos y, sobre todo, para la obser-
vación de la movilidad de estos esquemas. Y, situándonos en otro pla-
no distinto, se podría decir que sólo en los períodos en que desapa-
1 3. Del mismo modo que las crisis políticas no son fundamen-
talmente momentos de «amplific_?.Fión,. de los rasgos «normales,. de
las sociedades en las que se producen, tampoco constituyen puras y
recen las transacciones colusivas entre los sectores «estatales,. se pue- simples «repeticiones históricas,.. Todo el mundo conoce las prime-
de comprender su papel estratégico en el funcionamiento del «Es- ras páginas del 18 de Brumaría de Marx 2 v, por supuesto, no vamos
tado».
No sería difícil añadir otros elementos a los que acabamos de ci-
1 a ñegar aquí su enorme fuerza sugestiva 3 • Pero sin duda sería mejor

tar, pero sería un trabajo inútil. Pues la «Opacidad,. de los «hechos,. 2 K. Marx, Le 18 Brumaire de Loais Bonaparte, París, Les Editions Sociales, 1969,

no es desde luego menor en el caso de las coyunturas fluidas que en especialmente pp. 15-18 [Dieciocho úrumario di! Luis Bonaparte, Barcelona, Ariel,
1985].
el de los contextos de acción rutinarios, y, cuando nos situamos en
1' 1 Véase, por ejemplo, el análisis del funcionamiento de los afectos en las coyun-

turas críticas que P. Ansart desarrolla a partir de una crítica del 18 de Brumano ...
1
F. Nietzsche, La volonté de puissance, trad. G. Bianquis, París, Gallimard, 1, 29.'
ed., 1947, p. 533 [La voluntad de poderío, Madrid, Edaf, 1981].
t (P. Ansart, Eléments d' épistémologíe des alfects polit1ques, París, Universidad de París
.

i
~~
266 M ichel Dobry
Conclusíone1 267

no cargar de excesivo significado teórico las observaciones de Marx.


Las propiedades analizadas eri el presente estudio dejan, en efecto, en- 4. Sin embargo, el principal punto débil de la imagen de «repe-
trever las razones P.º~ las que estas observaciones podrían apreciar so- tición» (que comparte, además, con la idea de «Crisis reveladora»)
lamente la «superf1c1e,. o, en todo caso, un aspecto limitado de los consiste en que lleva a ignorar el decisivo hecho de la autonomía de
fenómenos que muestra la imagen de la «repetición». la dinámica que muestran las propiedades de las coyunturas políticas
Pero estas observaciones de Marx son interesantes para el análisis fluidas, autonomía con respecto a lo que las perspectivas etiológicas
de los procesos de crisis por el acento que ponen sobre las diversas sitúan antes de las crisis. Esta dinámica debe poder encontrarse, aun-
formas de upervivencia del pasado,. que aparecen en el mismo núcleo que sin duda sólo de manera tendencial, independientemente de las
de .las .conmociones sociale.s. "l!na de estas formas creemos que puede «causas», «motivaciones» o «determinantes• propios de las moviliza-
arnbuir~e ~ las «telas de significados•, a los stocks cognoscitivos en ciones constitutitivas de cada caso particular de crisis -a poco que
que estan mmersos los actores y en donde están condenados a beber estas movilizaciones estén localizadas simultáneamente en varios sec-
cuando la aparición de una ·coyuntura marcada por la incertidumbre tores de las sociedades afectadas. ·
estructural. le~ _priva de l?s m~dios rutinarios de conocimient~ previo 5. Debe encontrarse, además, en una gama de fenómenos que
Y de aprec1ac1on de las s1tuac1ones. También sería interesante relacio- desborda ampliamente los casos que tenemos costumbre de denomi-
nar otro aspecto del fenómeno de la «repetición» con la tendencia a nar «crisis políticas». Una de las principales implicaciones, quizá la
la regresión hacia los habitus característica de los contextos de flui- más importantes, del esquema teórico expuesto en las páginas prece-
dez. Las representaciones de papeles que, de hecho, se pueden obser- dentes es que precisa, e impone, una verdadera reorganización del
var en tales contexto.s --en mayo de 1968, uno hace de T ocqueville campo de fenómenos sometidos a la mirada del politólogo. Muchísi-
en 1948, otro de Lenm en 1917- pueden ser interpretadas, de acuer- mos procesos sociales que el lenguaje común (y las elaboraciones
do con la perspectiva desarrollada en el marc() de este trabajo, como científicas que se adhieren a sus delimitaciones) separa y opone,
~erdaderos tests proye_ctivos que permiten ver algunos de los comple- «constan,., de hecho, de las mismas movilizaciones multisectoriales,
J~S procesos de movilización y de movilidad de los esquemas inte- las mismas desapariciones de las transacciones colusivas, las mismas
nonzados. Pero hay que librarse muy bien de una universalización transformaciones coyunturales de las relaciones imersectoriales que
apresurada de esta observación. Las interpretaciones de papeles del
.;:.,
las «crisis políticas,., independientemente de cuáles sean, si se nos per-
P.asad?, probabl~mente no sean más que un tipo de «respuesta» a una mite esta formulación, el aspecto concreto de sus fenómenos. Así su-
s1tuac1on de fluidez entre otros muchos tipos de «respuestas•, una cede, por ejemplo, con las oleadas de huelgas y con la intervención
de l_as cu.~les, y de las más .interesantes para el análisis, es la autoper- de los conflictos industriales en lo que Pizzorno ha llamado el «Cam-
sonificaaon, la representaaón que hace un individuo de su propio rol bio político» 5• Y también con fenómenos menos balizados por la so-
(~l modo: ~Yo soy De Gaulle; ¿qué haría De Gaulle en este tipo de ciología política, como los escándalos políticos. Estos extraños fenó-
c1rcunstanc1as ?») 4, referencia reflexiva y forzada a su propia identi- menos -que los politólogos se niegan a.abordar de frente por falta
dad, 9~~ devuelve a la noción de «ro/, un lugar quizá inesperado en de una visión teórica aunque fuera poco sólida-, como los grandes
d anal1S1s de los contextos de crisis. «affaires:. que sazonaron la vida de la III y de la IV República, y tam-
bién, como se sabe, la de la V, sólo se pueden analizar cuando se con-
sigue ver detrás (y en cierto modo "ª través,.) de lo anecdótico, su
.. ' F~nómen.o pare".ido a los b~llos análisis que Goffman' consagra a la autopcrso-
mficac10~ en. ciertas snuac1ones: s1? ?uda más corrientes, pero en las que desaparecen
localización multisectorial. A veces se ha observado que los escánda-
las •apanenc1as normales• ..un md1~1duo enfrema~o .a este úpo de situación puede ser
llevado ·de repente a mane1ar conscientemente ruanas que el tiempo había convenido
en automácicas, exteriores a la conciencia, y resulca que úc:nc: la sensación de estar mon- ' A. Pizzomo, •Política! exchange and collecúve idencicy in industrial conflict• en
tando un espectáculo, una representación, una puesta en escena• (E. Goffman, La mise C. Crouch, A. Pizzorno, comps., The resurgence of class conflict in Western Europe
en scene de la vze quoúdienne; t. 2, Les reLtions en pub/íc, París, Minuit, 1973, sínce !968, Londres, Macmillan, 1978, vol. 2, pp. 277-298; véase asimismo, por lo que
pp. 255-256). se refiere a los •cambios de registro• de este tipo de confliccos, G. Adam, J.-R. Rey-
naud, Conflits de travail et changement social, París, PUF, 1978, p. 193.
268 Michtl Dobry Condusiones 269

los surgían en los puntos de confluencia del dinero y el poder, de for- riales. Rozamos aquí una de las cuestiones que este trabajo no ha he-
ma que el «punto de aplicación,. de la presión del dinero se estable- cho más que sacar a la superficie y que habrá que abordar por sí mis-
cía donde se situara la «autoridad de hecho• (y, por tanto, variaría ma: ¿Son los sistemas democráticos los únicos •estructuralmente con-
en función de los regímenes) 6 • Sin embargo no hay nada que auto- ductivos• (según la terminología de Smelser) de movilizaciones mul-
rice a pensar que los «hechos escandalosos• sólo pueden aparecer en tisectoriales? En otras palabras ¿estos sistemas son los únicos que pre-
las interferencias del dinero y el poder. Tanto el «affaire de las fi- sentan una multiplicidad de sectores? Sería, como poco, imprudente
chas•, como el de los «generales• o el de las «fugas•, como el «af- contestar afirmativamente a esta pregunta y se puede constatar, por
faire Ben Barka• o el del Rainbow Wanior, más próximos, se deben otra parte, que el desarrollo de las crisis que han sufrido muchos de
claramente a otras «Ínstrusiones• que no son las del dinero (se ob- los sistemas autoritarios contemporáneos (por ejemplo los países del
servará, en cambio, con interés que estos «puntos de confluencia• es- Este europeo) presenta, con toda evidencia, el conjunto de los rasgos
tán a menudo en las transacciones entre los sectores que forman la con los que hemos caracterizado la dinámica ligada a las movilizacio-
«maquinaria estatal•). Pero, más allá de los «hechos escandalosos• nes multisectoriales.
-pues las transgresiones de las «normas• y de las lógicas sectoriales Por lo tanto, la línea divisoria entre sistemas políticos, pertinente
constitutivas de tales hechos son, en realidad, algo corriente- debe- desde el punto de vista de las hipótesis aquí desarrolladas, no incluye
mos subrayar que la virtud desestabilizadora de numerosos escánda- la distinción entre sistemas democráticos y sistemas no democráticos.
los se debe atribuir directamente a las interferencias de las lógicas sec- Así pues, no hay ninguna razón para pensar que los sistemas demo-
toriales, a las intrusiones que sufre la autonomía de los sectores afec- cráticos sean, desde este punto de vista, «por naturaleza,,, más vul-
tados -lo que los escándalos «revelan• y realizan a la vez- es de- nerables que los demás. •
cir, en definitiva, a las movilizaciones multisectoriales de que están
hechos estos escándalos. ¿Es necesario añadir, por tanto, que no exis-
te ninguna razón para que determinadas interpretaciones más o me-
nos culturalistas imputen a la sociedad francesa, o a su sistema polí-
tico, una «propensión• particularmente marcada .a los escándalos 7 , y
que esta misma «propensión• la encontramos sistemáticamente
-basta con recordar algunos recientes episodios de la vida política
de los Estados Unidos, de Italia, de Japón o'de Alemania Federal, con-
t
sideradas culturas (políticas) muy diferentes- en todos los sistemas
que se parecen a las configuraciones multisectoriales? Y es significa- 1
tivo, desde el punto de vista aquí desarrollado, que los escándalos po-
líticos se producen también en las luchas políticas que tienen lugar
en el seno de sistemas autoritarios tan alejados de las democracias oc-
cidentales como el de la URSS.
't
6. Pues la autonomía de la dinámica descrita en este libro debe \'.
poder encontrarse en todos los casos de sociedades cuya «arquitec-
¡
tura de la complejidad,. sea similar a las configuraciones multisecto-

• R. Rémond, ·Scandales politiques et démocratie•, Etudes, junio de 1972,


1
!

pp. 849-864.
7
Por ejemplo: Ph. P. Williams, Wars, plots and scandals in post-war France, Lon-
dres. Cambridge University Press, 1970, pp. 3-16. ·

11
¡. ,,
•v

1
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ba1os S1¡puficauvos referentes a los problemas teóricos generales del análisis de los procesos de cri-
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