La teoría ha sido siempre central en estética y es aún la preocupación de la filosofía del
arte. Su principal y más notoria empresa sigue siendo la determinación de la naturaleza del arte que pueda ser formulada en una definición. Interpreta la definición como la afirmación de las propiedades necesarias y suficientes de lo que está siendo definido, donde la afirmación pretende ser una propuesta, verdadera o falsa, acerca de la esencia del arte, que la caracteriza y la distingue de todo lo demás. Cada una de las grandes teorías del arte - Formalismo, Voluntarismo, Emocionalismo, Intelectualismo, Intuicionisno, Organicismo- convergen en el intento de establecer las propiedades definientes del arte. Cada una pretende ser la teoría verdadera por haber formulando correctamente la naturaleza del arte en una definición real; y pretende que las otras son falsas porque han dejado de lado alguna propiedad necesaria o suficiente. Muchos teóricos plantean que su empresa no es un mero ejercicio intelectual sino una absoluta necesidad para cualquier comprensión del arte y para nuestra adecuada evaluación de él. A menos que sepamos qué es el arte, dicen, cuales son sus propiedades necesarias y suficientes, no podemos comenzar a responder a él adecuadamente, ni decir porqué una obra es buena o mejor que otra. La teoría estética, así, es importante no sólo en sí misma sino también para los fundamentos tanto de la apreciación como de la crítica. Filósofos, críticos, y aún aquellos artistas que han escrito sobre arte, están de acuerdo en que lo que es primario en estética es una teoría acerca de la naturaleza del arte. ¿Es la teoría estética, en el sentido de una definición verdadera o del establecimiento de las propiedades necesarias y suficientes del arte, posible? No otra disciplina sino la propia historia de la estética es la que nos impone que nos detengamos largamente aquí. Pues a pesar de las muchas teorías, no parecemos estar más cerca de nuestra meta hoy de lo que estábamos en tiempos de Platón. Cada época, cada movimiento de arte, cada filosofía del arte, trata una y otra vez de establecer el ideal propuesto sólo para ser sucedida por una teoría nueva o ya vista, enraizada, al menos en parte, en el rechazo de otras precedentes. Aún hoy, casi todo aquel que está interesado en cuestiones de estética se encuentra aferrado a la esperanza de que se está aproximando a la correcta teoría del arte. Sólo necesitamos examinar la gran cantidad de nuevos libros de arte en los cuales se proponen nuevas definiciones; (o, en nuestro propio país especialmente, los libros de texto básicos y las antologías) para darnos cuenta de cuán fuerte es la prioridad de una teoría del arte. En éste ensayo, quiero abogar por el rechazo de éste problema. Quiero mostrar que la teoría - en su estricto sentido clásico- no está nunca avanzando en estética, y que haríamos mucho mejor como filósofos en suplantar la pregunta, “¿Cuál es la naturaleza del arte?”, por otras preguntas cuyas respuestas nos proporcionarán toda la comprensión de las artes que sea posible. Quiero mostrar que las inadecuaciones de las teorías no son, en primer lugar, ocasionadas por ninguna dificultad legítima tal como por ejemplo, la vasta complejidad del arte, que podría ser corregida por posteriores demostraciones e investigaciones. Sus inadecuaciones básicas residen, en cambio, en una concepción fundamentalmente errada del arte. La teoría estética - toda ella - está equivocada desde el principio al pensar que es posible una teoría correcta, porque esto contradice la lógica del concepto de arte. Su principal disputa de que “arte” es pasible de ser abarcado por una definición real o por cualquier tipo de definición verdadera, es falsa. Su intento de descubrir las propiedades necesarias y suficientes del arte es lógicamente ilegítimo, por la muy sencilla razón de que tal conjunto , y en consecuencia, una tal fórmula a cerca de él, nunca se conseguirá. El arte, como lo muestra la lógica del concepto, no tiene ningún conjunto de propiedades necesarias y suficientes, y por consiguiente una teoría del arte es lógicamente imposible y no sólo fácticamente difícil. La teoría estética trata de definir lo que, en su sentido estricto, no puede ser definido. Pero al recomendar el rechazo de la teoría estética no afirmo a partir de esto, como muchos otros lo han hecho, que sus confusiones lógicas la vuelven carente de sentido o despreciable. Por el contrario, deseo reafirmar su rol y su contribución, fundamentalmente con el fin de mostrar que es de la mayor importancia para nuestra comprensión de las artes. Examinemos ahora brevemente algunas de las más famosas teorías estéticas existentes a fin de ver si ellas incorporan afirmaciones correctas y adecuadas acerca de la naturaleza del arte. En cada una de éstas teorías se da la asunción de que es la enumeración verdadera de las propiedades definientes del arte, con la implicación de que las teorías previas han sostenido definiciones equivocadas. Así, para comenzar, consideremos una famosa versión de la teoría formalista, aquella propuesta por Bell y Fry. Es cierto que ellos hablan en sus escritos principalmente de pintura, pero ambos afirman, que lo que encuentran en aquel arte puede ser generalizado para lo que es “arte” en las otras también. La esencia de la pintura, sostienen, son los elementos plásticos en relación. Su propiedad definiente es la forma significante, i.e., ciertas combinaciones de líneas, colores, formas volúmenes, -todo sobre la tela excepto los elementos representacionales- los que evocan una única respuesta a tales combinaciones. La pintura es definible como organización plástica. La naturaleza del arte, lo que ésta realmente es, continúa su teoría, es la combinación única de ciertos elementos (aquellos específicamente plásticos) en sus relaciones. Cualquier cosa que sea arte es una instancia de forma significante; y cualquier cosa que no sea arte no es tal forma. Frente a ésta, la teoría Emocionalista responde que la propiedad verdaderamente esencial del arte ha sido dejada de lado. Tolstoi, Ducasse, o cualquiera de los defensores de ésta teoría, encuentran que la propiedad estrictamente definiente no es la forma significante sino más bien la expresión de emoción a través de un medio público sensible. Sin proyección de emoción en algún pedazo de piedra o de palabras o de sonidos, etc., no puede haber arte. El arte es realmente tal encarnación. Es esto lo que únicamente caracterizas al arte, y cualquier definición real y verdadera de él , contenida en alguna teoría adecuada del arte, debe por tanto afirmarlo. La teoría intuicionista rechaza a ambas, emoción y forma, como propiedades definientes. En la versión de Croce, por ejemplo , el arte no es identificado con algún objeto físico público, sino con un acto específicamente creativo, espiritual y cognitivo. El arte es realmente un primer nivel de conocimiento en el cual ciertos seres humanos (los artistas) traducen sus imágenes e intuiciones en clarificación lírica o expresión. Como tal, es un conocimiento, de carácter no conceptual, de la individualidad única de las cosas, y puesto que existe debajo del nivel de conceptualización o de acción, no tiene contenido científico o moral. Croce singulariza, como la esencia definiente del arte, éste primer nivel de vida espiritual y adelanta su identificación con el arte como una teoría filosóficamente verdadera o una definición. La teoría organicista responde a todas éstas que el arte es realmente una clase de totalidades orgánicas constituidas de elementos distinguibles, aunque inseparables, en sus relaciones eficazmente causales, los que se presentan en algún medio sensible.
En A.C. Bradley en versiones fragmentarias de crítica literaria, o en mi propia
adaptación generalizada en mi “Filosofía de las artes”, lo que se reclama es que cualquier cosa que sea una obra de arte es en su naturaleza un complejo único de partes interrelacionadas- en la pintura, por ejemplo, líneas, colores, volúmenes, temas etc.- todos interactuando unos sobre otros en la superficie de una pintura de algún género. Ciertamente, en una época al menos me pareció que ésta teoría organicista constituía la única definición real y verdadera del arte. Mi ejemplo final es el más interesante de todos, lógicamente hablando. Se trata de la teoría Voluntarista de Parker. En sus escritos de arte, Parker se cuestiona persistentemente las tradicionales definiciones ingenuas de la estética. “El supuesto subyacente en toda filosofía del arte es la existencia de alguna naturaleza común presente en todas ellas”. “Todas las muy populares y breves definiciones del arte - “forma significante”, “expresión”, “intuición”, “placer objetivado” - son falaces ya por el hecho de que , si bien son verdaderas del arte, lo son también de muchas cosas que no son arte, y por consiguiente no aciertan a diferenciar al arte de otras cosas; o también porque ellas no tienen en cuenta algún aspecto esencial del arte”. Pero en lugar de censurar el intento de definición del arte en sí mismo, Parker insiste en que lo que se necesita es una definición compleja más bien que una simple. ”La definición del arte debe, por tanto, darse en términos de un complejo de características. La incapacidad para reconocer esto ha sido el error de las muy conocidas definiciones”. Su propia versión del Voluntarismo es la teoría de que el arte es esencialmente tres cosas: encarnación de ansias y deseos imaginativamente satisfechos, lenguaje, que caracteriza el medio público del arte, y armonía, que unifica al lenguaje con las capas de las proyecciones imaginativas. Así para Parker, es una definición verdadera decir del arte que es “... la provisión de satisfacción a través de la imaginación, significación social, y armonía. Yo reclamo que nada excepto las obras de arte, posee estas tres notas”. Ahora bien, todas estas teorías son inadecuadas en muy diferentes aspectos. Cada una pretende ser la exposición completa de los rasgos definitorios de todas las obras de arte, y aún así cada una de ellas deja algo que las otras toman como central. Algunas son circulares, como por ejemplo, la teoría del arte de Bell - Fry , como forma significante, la cual es definida, en parte, en términos de nuestra respuesta a la forma significante. Algunas de ellas, en su búsqueda de nuevas propiedades necesarias y suficientes, resaltan muy pocas de ellas, como (otra vez) la definición de Bell - Fry que deja de lado la representación temática en pintura, o la teoría de Croce , que omite la inclusión de rasgos muy importantes del carácter físico y público, digamos por ejemplo, de la arquitectura. Otras son demasiado generales y cubren tanto objetos que no son arte así como también obras de arte. El organicismo es seguramente una visión de éste tipo, puesto que puede ser aplicado a cualquier unidad causal en el mundo natural, así como también al arte. Otras descansan sobre principios dudosos, por ejemplo, la afirmación de Parker de que el arte encarna satisfacciones imaginarias más bien que reales; o la afirmación de Croce de que es conocimiento no-conceptual. En consecuencia, aunque el arte tuvieras un conjunto de propiedades necesarias y suficientes, ninguna de las teorías que hemos expuesto o, en lo que aquí respecta, ninguna teoría estética hasta ahora propuesta, ha enumerado ese conjunto de manera que satisfaga todo lo que le concierne. Hay entonces otro tipo de dificultad, como definiciones reales, se supone que éstas teorías son informes fácticos sobre el arte. Si lo fueran no podríamos preguntar ¿son ellas empíricas y abiertas a verificación o falsación?. Por ejemplo ¿qué confirmaría o refutaría la teoría de que el arte es forma significante o encarnación de emoción o síntesis creativa de imágenes?. No parece ni siquiera haber un indicio del tipo de evidencia que debería alcanzarse para probar estas teorías; y, ciertamente, uno se pregunta si tal vez son definiciones “honoríficas del arte, esto es, redefiniciones propuestas en términos de algunas condiciones elegidas para aplicar el concepto de arte, y no informes verdaderos o falsos sobre las propiedades esenciales del arte. Pero todas éstas críticas de las teorías estéticas tradicionales - de que son circulares, incompletas, indemostrables, pseudo-fácticas, de que encubrían propuestas para cambiar el significado de los conceptos - han sido hechas anteriormente. Mi intención es ir más allá de éstas para hacer una crítica mucho más fundamental, a saber, que la teoría estética es lógicamente un vano intento de definir lo que no puede ser definido, de establecer las, propiedades necesarias y suficientes de aquello que no tiene propiedades necesarias y suficientes, de concebir el concepto de arte como cerrado cuando su uso revela y requiere su apertura. El problema con el que debemos comenzar no es “¿Qué es el arte?”, sino ¿“Que tipo de concepto es “arte”?. Ciertamente, la raíz del problema de la filosofía en sí misma es el de explicar la relación entre el empleo de ciertos tipos de conceptos y las condiciones bajo las cuales pueden ser usados correctamente. Si me es lícito parafrasear a Wittgenstein, no debemos preguntar , ¿Cuál es la naturaleza de cualquier x filosófica?, o aún de acuerdo con los semánticos, ¿Qué significa x ?”, una transformación que conduce a la desastrosa interpretación de “arte” como un nombre para alguna clase específica de objetos; sino más bien , ¿Cuál es el uso o empleo de x?. ¿Qué hace x en el lenguaje? Esto que yo afirmo, es la pregunta inicial, el punto de partida si no el punto de llegada de cualquier problema y solución filosóficos. De éste modo en estética, nuestro primer problema es la elucidación del empleo efectivo del concepto de arte para dar una descripción lógica del real funcionamiento del concepto, incluyendo una descripción de las condiciones bajo las que lo usamos correctamente, o usamos sus correlatos. Mi modelo en éste tipo de descripción lógica o de filosofía se deriva de Wttgenstein. Es también él quien, en su refutación de la teorización filosófica en el sentido de la construcción de definiciones de entidades filosóficas, ha suministrado a la estética contemporánea un punto de partida para cualquier progreso futuro. En su nuevo libro “Investigaciones Filosóficas” , Wittgenstein plantea como una cuestión ilustrativa , ¿Que es un juego?. La tradicional respuesta filosófica teórica se daría en términos de algún conjunto exhaustivo de propiedades comunes a todos los juegos . Frente a esto Wittgenstein dice, consideremos qué es lo que llamamos “juegos”. “Entiendo juegos de tablero, juegos de cartas , juegos de pelota, juegos Olímpicos, y así sucesivamente. ¿Qué es lo común a todos ellos?. No digamos: “debe haber algo común, o no serían llamados “juegos” sino miremos y veamos si hay algo común a todos. Porque si se los mira no se verá algo que sea común a todos, sino semejanzas, relaciones y una serie completa de ellas en aquel....” Los juegos de cartas son parecidos a los juegos de tablero en algunos aspectos pero no en otros. No todos los juegos son divertidos, no hay siempre en ellos ganador o perdedor o competición. Algunos juegos se asemejan a otros en algún aspecto, esto es todo. Lo que encontramos no son propiedades necesarias y suficientes, sólo una complicada red de semejanzas traslapadas y entrecruzadas, tales que podemos decir de los juegos que ellos forman una familia con semejanzas familiares y ningún rasgo común. Si se pregunta qué es un juego, recogemos algunos juegos modelo, los describimos y añadimos “Esto y cosas similares son llamadas “juegos”. Eso es todo lo que necesitamos decir y por cierto todo lo que cualquiera de nosotros sabe acerca de los juegos. Saber lo que es un juego no es conocer una definición o teoría reales, sino ser capaz de reconocer y explicar juegos, y de decidir cuáles, entre ejemplos nuevos e imaginarios, podrían o no podrían ser llamados “juegos”. El problema de la naturaleza del arte es como aquel de la naturaleza de los juegos, al menos en esto aspectos: si realmente miramos y vemos qué es lo que llamamos “arte”, tampoco encontraremos propiedades comunes, sólo ramas de semejanzas. Saber qué es arte no es aprehender alguna esencia manifiesta o latente, sino ser capaz de reconocer, describir, y explicar aquellas cosas que llamamos “arte” en virtud de esas semejanzas. Pero la semejanza básica entre estos conceptos es su contextura abierta. Para elucidarlos, pueden ser dados ciertos casos paradigmáticos, respecto de los cuales no puede cuestionarse su ser descriptos como “arte” o “juego”, aunque no pueda darse un conjunto exhaustivo de casos. Es posible enumerar algunos casos y algunas condiciones bajo las cuales puedo aplicar correctamente el concepto de arte, pero no puedo enumerarlos a todos, por la muy importante razón de que siempre sobrevienen o se hacen presentes condiciones originales e imprevisibles. Un concepto es abierto si sus condiciones de aplicación son enmendables y corregibles; i.e., si puede imaginarse o asegurarse un caso o situación que requiere algún tipo de decisión de nuestra parte para extender el uso del concepto y abarcarlo, o para cerrar el concepto e inventar uno nuevo para tratar el caso nuevo y su nueva propiedad. Si pueden ser establecidas las propiedades necesarias y suficientes para la aplicación de un concepto, éste es un concepto cerrado. Pero esto sólo puede ocurrir en lógica o en matemáticas donde los conceptos son construidos y definidos completamente. No puede ocurrir con conceptos normativos y empíricamente descriptivos a menos que los cerremos arbitrariamente estipulando la extensión de sus usos. Puedo ilustrar mejor este carácter abierto de “arte” con ejemplos extraídos de sus sub- conceptos. Considerar cuestiones como “Es U.S.A.” de Dos Passos una novela?” “Es To the Lighthouse” de V.Woolf una novela?” “Es Finnegan´s Wake” de Joyce una novela?”. De acuerdo con el punto de vista tradicional, estos son interpretados como problemas fácticos a los cuales se responde sí o no de acuerdo con la presencia o ausencia de propiedades definientes. Pero, ciertamente, no es éste el modo como se responde a estas preguntas. Una vez que surgen, como lo han hecho muchas veces desde Richardson hasta Joyce (por ejemplo, “Es “Lécole des Femmes” de Gide, una novela o un diario?”), lo que está en juego no es un análisis factual al que conciernan las propiedades necesarias y suficientes, sino una decisión como la de si la obra en examen es similar en algunos aspectos a otras obras ya llamadas novelas, y en consecuencia garantiza la extensión del concepto para cubrir el caso nuevo. La obra es narrativa, de ficción, contiene delimitación de caracteres y de diálogo, pero (digamos) no tiene una secuencia de tiempo regular en la trama o está mezclada con informes reales de diario. Es como las novelas reconocidas A,B,C,......, en algunos aspectos pero no es como ellas en otros. Pero entonces, tampoco B y C eran semejantes a A en algunos aspectos, cuando se decidió extender a B y C el concepto aplicado a A. A causa de que la obra decidió extender a B y C el concepto aplicado a A. A causa de que la obra N+1 (la nueva obra integrada) es como A,B,C,...., N en ciertos aspectos -tiene “hebras” de semejanza con ellas- el concepto es extendido y se engendra una nueva fase de la novela. “Es N+1 una novela?”, entonces, no es un problema fáctico sino de decisión, donde el veredicto se dirige a la elección de si extendemos o no nuestro conjunto de condiciones para la aplicación del concepto. Lo que es verdadero de la novela es, pienso, verdadero de todo sub-concepto del arte: “tragedia”, “comedia”, “pintura”, “opera”, etc., de “arte” en sí mismo. Ninguna pregunta del tipo “Es x una novela, pintura, ópera, obra de arte, etc.?” permite una respuesta definitiva en el sentido en que informan un sí o un no fácticos. “Es este collage una pintura o no?” no descansa en ningún conjunto de propiedades necesarias y suficientes de la pintura sino en si decidimos -como lo hicimos- extender el concepto de “pintura” para cubrir este caso. “Arte” es, en sí mismo, un concepto abierto. Nuevas condiciones (casos) han surgido constantemente e indudablemente surgirán constantemente; emergerán nuevas formas de arte, nuevos movimientos, que demandarán decisiones de aquellos interesados, generalmente críticos profesionales, como la de si el concepto debería ser extendido o no. Los estéticos pueden establecer condiciones de semejanza, pero nunca aquellas necesarias y suficientes para la correcta aplicación del concepto. En lo que respecta al concepto de “arte” no pueden enumerarse exhaustivamente sus condiciones de aplicación puesto que siempre pueden ser investigados o creados por los artistas, o aún por la naturaleza, nuevos casos, que requerirían de la decisión de alguien de extender o cerrar el viejo concepto, o de inventar uno nuevo (por ejemplo, “Esto no es una escultura, es un móvil”). Lo que estoy argumentando, entonces, es que el carácter muy expansivo y audaz del arte, sus cambios siempre presentes y sus creaciones originales, hacen lógicamente imposible el establecimiento de cualquier conjunto de propiedades definientes. Podemos, obviamente, elegir cerrar el concepto. Pero hacer esto con “arte” o “tragedia” o “retrato” es ridículo, pues excluye y coarta las condiciones de creatividad en las artes. Por supuesto que en arte hay conceptos cerrados legítimos y serviciales. Pero estos son siempre aquellos cuyas limitaciones de condiciones han sido establecidas con un propósito especial. Consideramos, por ejemplo, la diferencia entre “tragedia” y “tragedia griega (existente)”. El primer concepto es abierto y debe permanecer así para admitir la posibilidad de nuevas condiciones, por ejemplo, una obra en la cual el héroe no sea noble o caído, o en la cual no haya héroe sino otros elementos que sean similares a aquellos de las obras que ya llamamos “tragedia”. El segundo concepto está cerrado. Las obras a las cuales puede ser aplicado, las condiciones bajo las cuales puede ser usado correctamente están agotadas, una vez establecido el límite “griego”. Aquí el crítico puede elaborar una teoría o una definición real en la que enumere las propiedades comunes al menos de las tragedias griegas existentes. La definición de Aristóteles, falsa como lo es como teoría de todas las obras de Eurípides, Esquilo y Sófocles, puesto que no abarca a alguna de ellas, propiamente llamadas “tragedia”, puede ser interpretada como una definición real (aunque incorrecta) de este concepto cerrado; aunque también puede ser, como desafortunadamente lo ha sido, concebida como una propuesta definición real del “tragedia”, en cuyo caso adolece del error lógico de tratar de definir lo que no puede ser definido, de tratar de forzar lo que es un concepto abierto en una fórmula digna de un concepto cerrado. Lo que es sumamente importante, si el crítico no quiere confundirse, es tener absolutamente claro el modo en que concibe sus conceptos; de otra manera va del problema de definir “tragedia”, etc., a un cierre arbitrario del concepto en términos de algunas condiciones y características preferidas que recoge en alguna recomendación lingüística que él erróneamente piensa que es una definición real del concepto abierto. Así muchos críticos y estéticos preguntan, “Qué es tragedia?”, eligen una clase de modelos, a la cual estos deben dar cuenta de sus propiedades comunes, y entonces se continúa interpretando esta consideración de la clase cerrada elegida como una definición o teoría verdadera de la totalidad de la clase abierta de tragedia. Yo pienso que éste es el mecanismo lógico de la mayoría de las tan mencionadas teorías de los sub-conceptos del arte: “tragedia”, “comedia”, “novela”, etc. En efecto, la totalidad de este procedimiento, sutilmente engañoso como lo es, importa una transformación de los criterios correctos para reconocer miembros de ciertas clases de obras de arte, legítimamente cerradas, en criterios recomendados para evaluar cualquier supuesto miembro de la clase. La tarea primordial de la estética no es pretender lograr una teoría sino elucidar el concepto de arte. Esto es, específicamente, describir las condiciones bajo las cuales empleamos correctamente el concepto. La definición, la reconstrucción, los modelos de análisis, están fuera de lugar aquí puesto que ellos falsean y no agregan nada a nuestra comprensión el arte. Cuál es entonces la lógica de “X es una obra de arte?”- De acuerdo a como usamos realmente el concepto “arte” es tanto descriptivo (como “silla”) como evaluativo (como “bueno”); i.e., algunas veces decimos, “esto es una obra de arte” para describir alguna cosa y algunas veces lo decimos para evaluar algo. Ninguno de estos dos usos sorprende a nadie. Cuál es, en primer lugar, la lógica de “X es una obra de arte”, cuando es una expresión descriptiva?. Cuáles son las condiciones bajo las que estaríamos haciendo correctamente una manifestación tal?. No hay condiciones necesarias y suficientes sino tramas de condiciones de semejanza, i.e., “manojos” de propiedades, ninguna de las cuales necesita estar presente, aunque la mayoría de ellas lo están, cuando describimos cosas como obras de arte. Las llamaré “criterios de reconocimiento” de las obras de arte. Todos ellos han servido como los criterios definientes de las teorías del arte tradicionales, individualmente consideradas, de modo que ya estamos familiarizados con ellos. Así, principalmente cuando describimos algo como una obra de arte, lo hacemos bajo las condiciones de que está presente algún tipo de artefacto, hecho por la habilidad humana, ingenio e imaginación, que encarna ciertos elementos y relaciones distinguibles en su medio público, sensible -piedra, madera, sonidos, palabras, etc. Teóricos especialistas agregarían condiciones tales como satisfacción de deseos, objetivación o expresión de emoción, algún acto de empatía, y demás; pero estas condiciones posteriores parecen ser absolutamente adventicias, presentes en algunos espectadores pero no en otros, cuando se describen cosas como obras de arte. “X es una obra de arte que no contiene emoción, expresión, acto de empatía, satisfacción, etc.” es una expresión de perfecto buen sentido y posiblemente sea con frecuencia verdadera. “X es una obra de arte y...no fue hecha por nadie” o ... “fue hecha por accidente cuando él salpico pintura sobre la tela”, cada uno de los casos en los que se niega una condición normal, es también sensato y capaz de ser verdadero en ciertas circunstancias. Ninguno de los criterios de reconocimiento es un criterio definiente, sea necesario o suficiente, porque podemos algunas veces afirmar que algo que es una obra de arte y negar cualquiera de estas condiciones, aún aquella que ha sido tradicionalmente tomada como básica, a saber, la de ser un artefacto. Consideramos, “Este trozo de madera arrojado por la marea es una linda pieza escultórica”. De este modo, decir de cualquier cosa que es una obra de arte, es confiar en la presencia de algunas de estas condiciones. Difícilmente podría describirse X si X no fuera un artefacto, o una colección de elementos presentados sensiblemente en un medio, o un producto de la destreza humana y demás. Si ninguna de las condiciones estuviera presente, si ningún criterio estuviera presente para conocer alguna cosa como una obra de arte, no la describiríamos como tal. Pero, aun así, ninguna de estas condiciones, o ninguna “colección” de ellas es ya necesaria o suficiente. La elucidación del uso descriptivo de “Arte” crea pocas dificultades, no así la elucidación de su uso evaluativo. Para muchos, especialmente los teóricos, “Esto es una obra de arte” hace más que describir; también alaba. Sus condiciones de expresión, por consiguiente, incluyen ciertas propiedades o características preferidas del arte. Yo las llamaría “criterios de evaluación”. Consideramos un ejemplo típico de este uso evaluativo, de acuerdo con cuyo punto de vista decir que algo es una obra de arte es comprender que es una exitosa armonización de elementos. Muchas de las definiciones honoríficas del arte y de sus sub-conceptos son de este tipo. Lo que aquí está en juego es que “Arte” es interpretado como un término evaluativo que es ya identificado con su criterio, ya justificado en términos de él. “Arte” es definido en base a su propiedad evaluativa, por ejemplo: armonización exitosa. De acuerdo con tal punto de vista, decir que “X es una armonización exitosa” (por ejemplo, “El arte es forma significante”) o 2) decir algo digno de alabanza sobre la base de su armonización exitosa. Los teóricos nunca son claros acerca de si es (1) o (2) el punto prioritario. La mayoría de ellos, involucrados como lo están en este uso evaluativo, formulan (2) i.e., aquel rasgo del arte que lo hace arte, en el sentido laudatorio, y entonces proponen (1), i.e., la definición de “Arte” en términos del rasgo que lo vuelve arte (sentido laudatorio). Y esto es claramente confundir las condiciones bajo las cuales decimos algo evaluativamente, con el significado de lo que decimos. “Esto es una obra de arte”, dicho evaluativamente, no puede significar “Esto es una exitosa armonización de elementos”- excepto por convención - sino que, como máximo, es dicho en virtud de su propiedad creadora de arte, la que es tomada como un (el) criterio de “Arte”, cuando “Arte” está empleado en un sentido estimativo. “Esto es una obra de arte”, usado evaluativamente, sirve para alabar y no para afirmar la razón de por qué se lo dice. El uso evaluativo de “Arte”, aunque distinto de las condiciones de su uso, está relacionado íntimamente con ellas. Porque en cada ejemplo de “Esto es una obra de arte” (usado para alabar), lo que ocurre es que aquel criterio de evaluación (por ejemplo, armonización exitosa) se convierte en un criterio de reconocimiento. Esto ocurre porque, en su uso evaluativo, “Esto es una obra de arte” implica “Esto tiene P” donde “P” es alguna propiedad “creadora de arte” elegida. Así, si se elige emplear “Arte” evaluativamente, como lo hacen muchos, de modo que “Esto es una obra de arte y no es (estéticamente) bueno” no tenga sentido, se usa “Arte” en un modo tal que rehúsa designar a cualquier cosa obra de arte a manos que revista este criterio de excelencia. No hay nada malo en el uso evaluativo ; en realidad hay buenas razones para usa “Arte” como medio estimativo. Pero lo que no puede sostenerse es que las teorías del uso evaluativo de “Arte” sean definiciones verdaderas y reales de las propiedades necesarias y suficientes del arte. En lugar de esto, ellas son definiciones honoríficas, puras y simples, en las cuales “Arte” ha sido redefinido en términos de criterios elegidos. Pero lo que hace a estas definiciones honoríficas tan valiosas no son sus encubiertas recomendaciones lingüísticas; más bien lo es la discusión a cerca de las razones para cambiar los criterios del concepto de arte que estan solidificados en las definiciones. En cada una de las grandes teorías del arte, ya sea que las entendamos correctamente como definiciones honoríficas o las aceptemos incorrectamente como definiciones reales, lo que tiene mayor importancia son las razones propuestas en la discusión por la teoría, esto es, las razones dadas por los criterios de exelencia y evaluación preferidos o elegidos. Este eterno debate sobre los criterios de evaluación es lo que constituye a la historia de la teoría estética en un estudio tan importante. El valor de cada una de estas teorías reside en su intento de establecer y justificar ciertos criterios que son o desdeñados o falseados por teorías anteriores. Veamos otra vez la teoría de Bell - Fry . Es obvio que la afirmación “El arte es forma significante” no puede ser aceptada como una definición real y verdadera del arte; y lo más cierto es que realmente funciona en su estética como una redefinición del arte en términos de la condición seleccionada de forma significante. Pero lo que le da su importancia estética es lo que yace detrás de la fórmula : En un tiempo en que los elementos representacionales y literarios han devenido supremos en pintura. Se debe retornar a los elementos plásticos , puesto que estos son naturales a la pintura. De este modo, el papel de la teoría no es el de definir nada, sino el de usar la forma definicional, casi epigramaticalmente, para puntualizar la recomendación decisiva de dirigir nuevamente nuestra atención a los elementos plásticos en pintura. Una vez que, como filósofos, entendamos esta distinción entre la fórmula y lo que está detrás de ella, esto nos conducirá a tratar más abiertamente con las teorías del arte tradicionales; porque en cada una de ellas hay una controversia y un alegato para enfatizar o hacer central algún rasgo del arte que ha sido descuidado o desnaturalizado. Si tomamos las teorías estéticas literalmente, todas ellas fracasan, como hemos visto; pero si las reconstruimos en términos de su función y objeto, como recomendaciones serias y discutidas para concentrarnos en ciertos criterios de excelencia en el arte, veremos que la teoría estética está lejos de ser despreciable. Por cierto, deviene tan central como ninguna otra cosa en estética, en nuestra comprensión del arte, porque nos enseña qué buscar en arte y cómo considerarlo. Lo que es central y debe ser articulado en todas las teorías son sus discusiones a cerca de las razones para la excelencia en el arte -discusiones acerca de la intensidad emocional, de las verdades profundas, de la belleza natural, exactitud, frescura de tratamiento, y demás, como criterios de evaluación- cuya totalidad converge en el eterno problema de qué es lo que hace que una obra de arte sea buena. Entender el rol de la teoría estética no es concebirla como una definición, lógicamente condenada al fracaso, sino estudiarla como compendios de recomendaciones seriamente hechas, a ser consideradas de ciertas maneras de acuerdo con ciertos rasgos del arte.