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“Bienaventurados los que lloran,
porque a su debido tiempo reirán"
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No me basta el alma para tanta alegría, al saber que cuento con compañeros/as
que «tienen por mayor riqueza compartir el sufrimiento del Mesías y su
pueblo, que las riquezas y gloria de este mundo» (Heb 11. 26) Haber elegido la
senda del vaso de agua, del trozo de pan y la mano extendida, es haberle dicho
al Señor: Sí. (Is 6. 8) Es haber hallado la suprema vocación concedida por la
bondad de Dios, que sólo haya su contexto adecuado para ser entendida y vivida,
en la «Sola gracia» del resucitado. No me basta el corazón para tanta dicha, al
saber que usted eligió el camino y el anuncio de la «Buena Noticia», camino de
redención, que revela que el Señor lo acompaña siempre «Sé que el Señor
siempre está conmigo. No seré sacudido, porque él está aquí a mi lado» (Sal 16.
8 NTV) Y no es poca cosa saber que el Señor del cielo y la tierra, lo acompaña en
la senda elegida. No es para nada despreciable saber que, Dios mismo está con
usted, y recompensa su dedicación (Mt 10. 42) ¡Qué vocación tan fascinante!,
¡Qué misterio tan estremecedor y delirante! pues se trata de Dios y del ser
humano (1Cor 1. 21-25) ¡Qué camino más seductor y apasionante para las almas
que se dejan acariciar de cielo!
Es hermoso saber que «Sus pies anuncian paz, y recorren caminos anunciando
buenas nuevas» (Rom 10. 15) Por eso, le animo por el amor de Cristo, que siga
adelante, que su fuerza y sus pies no se agoten hasta alcanzar pueblos olvidados,
veredas ignoradas y seres humanos anulados, ruego que el cielo sostenga su vida.
Que la fuerza divina se renueve en usted para recorrer tediosos y
prolongadísimos kilómetros de pavimento en la ciudad, ciudad del ruido, de la
noche, de todos y de nadie, donde la indiferencia cruel burbujea entre mil
encrucijadas, y poco a poco va carcomiendo la esperanza de sus habitantes. Que
el fuego arrebatador del Espíritu inspire su corazón con aquella pasión que
desborda riesgos y peligros, para llegar a barriadas, favelas y comunas, donde
hay miles de jóvenes buenos, pero que, viven en tinieblas y desorientados, y que,
están esperando que alguien ilumine su camino. Las sombras de muerte y
adicciones no pueden ser el cielo que oscurece sus vidas, y que, tenebrosamente
humilla y doblega a nuestros pueblos, porque en Cristo sigue brillando una luz,
y usted es un rayo que brilla en el camino de ellos.
La misión evangélica que alegra corazones y salva vidas no está diseñada para
las ONG, fundaciones o instituciones estatales; es una misión que únicamente
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atañe a la iglesia del Señor Jesucristo, a sus pastores y maestros. Por lo que, es
hora de abrazar la santísima vocación con la dignidad y propiedad, con que
Cristo, los profetas y los apóstoles la abrazaron, como un acto convincente de
honor y humildad, de servicio y sacrificio para la gloria de Dios. Convicción
absolutamente ajena a intereses mundanos, porque sólo sabe servir y ofrendar
el corazón. Ya que, el servicio que no nace de la gracia y del corazón, atenaza y
desvirtúa la misión de la iglesia, despojando vilmente al cristianismo de su
esencia, pues servir en su dimensión última, es adoración al Señor. Así que,
cuando usted sirve al prójimo, presenta su ofrenda de adoración a Dios, en el
altar de la fraternidad humana. Servir es la respuesta práctica, sincera y legítima
al clamor histórico de Dios: ¿Dónde está Abel tu hermano? El servicio es
apertura de corazón, extiende la mano y da, protege y posibilita la vida de quien
todavía vive huyendo, de quien vive en el anonimato porque su alma sufre aún
el fratricidio de Abel. El servicio toma la palabra y alza la voz en labios del
«pastor» para asaltar el odio displicente del agricultor Caín, y por fin responder:
¡Aquí está mi hermano! (1Jn 3. 15-18)
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lo hacen muriendo cada día, y soñando ser algún día. Jóvenes soñadores van
dejando montañas, caminos y valles sembrados de cruces lapidarias, sin tener
siquiera quien los llore, porque los sobrevivientes cruzan los caminos en la
carrosa de la indiferencia, y con miradas esquivas ante la mano indigente y
suplicante se marchan diciendo: «adiós, adiós». Parece que somos un
continente de mentira, porque somos hijos de la mentira histórica de nuestros
dirigentes, y porque hemos creído su mentira.
Son éstas realidades las que reclaman la presencia de mujeres visionarias para
construir sociedades más justas, de hombres determinados en su fe, en sus
convicciones y en su Dios, que puedan echar a andar, un nuevo y más elevado
modelo de vida; y de jóvenes comprometidos con una doctrina y una ética que
definitivamente propicie un giro en la realidad, social, espiritual, política y
existencial de Latinoamérica. Es aquí donde el siervo del Señor juega un papel
crucial, pues posee lo que no es posible fuera de la iglesia: La Biblia, la oración,
el Espíritu Santo, el alegre evangelio, y el amor del cielo; posee el sermón del
monte, el legendario heroísmo del servicio, y, sobre todo, palpita en su alma la
fuerza redentora de Jesús. Ésta es la fuerza irreductible del siervo del Señor:
¡Cristo crucificado y resucitado! Son estas convicciones las que ofrecen la
verdadera estatura al siervo del Señor, porque ante la exigencia de la realidad
histórica, no queda otro camino, más que encarar y encarnar la misión profética
de Cristo a la iglesia, la cual, denuncia el pecado en todas sus manifestaciones, y
anuncia la luz redentora que salva de la miseria del pecado, por la gracia
manifestada en la persona de Jesús. De la fidelidad a estas convicciones y a esta
proclamación, depende la integridad y legitimidad del siervo del señor.
¡Ánimo siervos del Padre bueno! Todavía falta mucho por hacer, levántese en la
fuerza del Señor, porque todavía falta escribir y predicar el mejor sermón,
todavía hay un discípulo por enseñar y una iglesia por fundar, una vereda por
visitar y una familia por consolar. Aunque sus pies estén cansados, aunque estén
hinchados y heridos por la larga jornada y aunque su alma quiera huir, hoy no
es día para claudicar, porque el Señor siempre envía su ángel con pan, agua y
salud (1Rey 19. 4-8) Yo oraré para que el Señor venga a lavar sus pies con agua
tibia y sal, para que sus manos divinas le acaricien y le dé nuevas fuerzas. Ánimo
que los pies de Jesús caminaron firmes hasta el Calvario, allí fueron clavados en
la cruz, y no claudicó. Siervos del Señor, que sus pasos encarnen el dolor, las
angustias y la tragedia de hombres y mujeres, que cansados van quedando
tumbados a la vera de los caminos de nuestra sagrada Latinoamérica. ¡Pastores!
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Otra razón para entender que el sufrimiento, el dolor, la escasez y las angustias
ministeriales que usted sufre en su propio cuerpo, tienen un objetivo
trascendente y glorioso, es porque, son incorporadas al sufrimiento de Cristo:
«Porque de esta manera voy completando, en mi propio cuerpo, lo que falta de
los sufrimientos de Cristo por su iglesia, que es su cuerpo» (Col 1. 24 DHH)
Misterio por el cual, así como usted participa de la gloria de Cristo resucitado,
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Cómo olvidar éstas palabras memorables: «Si mi muerte contribuye para que
cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro»
Como no cesaron los partidos, ni se consolidó la unión, seguramente Simón
Bolívar está muy intranquilo y se debe estar retorciendo en la tumba, tanto más
ahora, que su sueño pan-americano está más perdido que nunca, y que su propio
pueblo sufre con dolor, situaciones extremadamente adversas. Los vientos de
desobediencia civil, no violenta del puritano Henry David Thoreau, que
intentaron posarse en nuestras selvas y montañas, fueron ahogados por los
señores de la violencia oculta y solapada. Fue el General Francisco de Paula
Santander quien entendió que para la libertad, la guerra no era el camino, y que,
por tanto, se necesitaba construir el camino de las leyes y constituciones que
garantizaran la libertad, la justicia y el bienestar de los pueblos «Las armas os
dieron la independencia, las leyes os darán la libertad» Pero, a pesar de ser
ideales loables, inspirados por grandes seres humanos, y que han contribuido a
la construcción y desarrollo de nuestro continente, sin embargo, dichos ideales
no han sido posibles, se han agotado en intentos de progreso económico,
desarrollo social, y de democracias nunca consolidadas, frágiles realmente. Y así,
seguimos siendo un continente por hacer.
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Nos hemos quedado en sueños, ideales y utopías, que tienen su lugar y su valor,
es innegable, pero que, ante su fragilidad y hasta el fracaso de aquellos sueños,
es donde aparecen los hombres y las mujeres a quien Dios ha llamado a servirle.
Es en el escenario del vacío insoportable de una existencia sufrida y malograda,
fruto del querer ser y no haber sido, que aquellos hombres y mujeres surgen
como representantes de un proyecto, ya no humano, sino divino, para ser
instrumentos en las manos de Dios, y con el poder del Espíritu Santo, en la
proclamación del Reino de Dios (2Cor 5. 20) La condición anodina, el estado de
apariencias, y un insustancial conformismo que no permite vivir, sino sobre-
vivir, al que han sido “obligados” nuestros pueblos, es lo que demanda la
presencia de siervos/as del Señor capaces de una propuesta que sustente y
responda la necesidad primera y última del espíritu humano. Su necesidad de
Dios. Su urgencia de salvación, y su imperiosa necesidad del evangelio.
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caminos y aldeas sean iluminados por quien dijo: “Yo soy la luz del mundo”;
cuando el amor, el perdón y la bondad sustituya los odios, la venganza y la rapiña
en el corazón de las personas. Cuando la iglesia deje atrás la incertidumbre de
doctrinas confusas e intereses enajenantes, y se afirme como columna de la
verdad (1Tim 3.15) y familia de la fe, donde hombres y mujeres superan el
sinsentido de la vida y renacen a nuevos horizontes, y, a una nueva forma de vida
en Cristo. Cuando el derecho y la justicia se besen, descenderá el Espíritu del
cielo sobre este continente, para fecundar esta bendita tierra, entonces brotará
la verdad, florecerán la paz y la seguridad en nuestro suelo (Is 32. 15-18; Sal 85.
10-13) ¡Y seremos felices!
No puedo, ni debo dejar pasar por alto, a aquellos hombres y mujeres que de
modo anónimo sirven al Señor. Hombres osados que recorren caminos, veredas,
provincias inhóspitas, solitarias y peligrosas de nuestra geografía continental,
pregonando el evangelio y anunciando la paz; pastores que viven en el
anonimato, porque sirven en la tierra del olvido, donde nadie los conoce ni los
recuerda, pero Dios sí. Sirven porque los espolea en su alma la sagrada misión
de Cristo sin ningún otro interés. Mujeres que, sin que nadie lo sepa, visitan
hospitales, cárceles y barrios para llevar una palabra de aliento y salvación a
moribundos y necesitados, porque han sido abandonados y no tienen quien los
consuele. Ellas encarnan el espíritu de María junto a la cruz de Jesús, ofrecen su
presencia, su llanto, y su amor para mitigar el dolor de sus hijos, para que no se
sientan abandonados. Ellas son madres de todo el que sufre, abrazan
tiernamente a quien nunca fue amado, lloran por quienes ya no tienen lágrimas
y oran por quienes extraviaron su camino. Son expresión del amor de Dios en la
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Es preciso que sepan todos, que quien escribe no lo hace como un superior, ni
como un juez, ni como un observador distante, sino, como expresión de cariño y
afecto; lo hace como un compañero del camino, y como un igual en el servicio
cristiano. Escribe porque también ha sufrido, y porque tampoco le son ajenas las
lágrimas adoloridas, ni las angustias; escribe porque también sabe qué es la
pobreza, y el luto de un ser querido. En otras palabras, escribe desde la condición
de haber sido hecho del mismo material que usted: “de barro”. Quien escribe, lo
hace consciente de su fragilidad, de su temporalidad y de su materialidad, pues
sabe lo que significa llevar el sello de lo “humano”, y, porque, ello no es óbice
para dejar de reconocer su entrega, su dedicación y gallardía en el servicio al
Señor. Por eso escribe, porque también sabe reír y ser feliz, y porque ama y
quiere ver felices a sus compañeros. Porque sabe soñar como usted sueña, y
porque cree que, en el camino que juntos recorremos, intentamos soñar el sueño
de Dios, para que sea hecho realidad entre nuestros pueblos y en la iglesia
cristiana; hecho realidad entre nuestras familias y en nuestra propia vida. Para
que Cristo, el Señor de los grandes sueños, siga ostentando la preeminencia (Col
1. 18)
¡No me basta el alma para tanta alegría! Por ello, con intensa emoción de gozo
les digo: Gracias, mil gracias por ser maravillosos compañeros/as, que me
permiten recorrer a su lado el camino que la misericordia divina nos ha provisto,
camino en el que, por la gracia de Dios aprendemos a ser más humanos, y más
hermanos; y para que, gracias a esa condición fraterna podamos servir al Señor,
a la iglesia y a la sociedad con más amor y humildad; y para que, en todo lo que
somos y hacemos, vivamos para la gloria del Señor. Pues no existe otro camino
verdadero, más que el que nos inspiró el poeta sagrado Juan Sebastián Bach en
sus obras maestras: ¡Soli Deo Gloria!, como afirmación de uno de los postulados
de la Reforma Protestante.
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