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X Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea

¿Qué futuros? La disputa del porvenir en nuestro tiempo.


8 y 9 de Noviembre - Universidad Nacional de Mar del Plata

Eje 3: Discursos y narrativas sobre el futuro

Procedimientos de control y técnicas de vigilancia en las nuevas tecnologías

Resumen
Se indaga la forma en que las sociedades de control han potenciado sus formas de
control y vigilancia mediante un vertiginoso avance y una apabullante proliferación de
tecnologías de información y comunicación, las cuales vienen transformando
radicalmente la forma en que se lleva adelante la vida cotidiana. Lejos de cumplir el
objetivo de favorecer la comunicación y de socializar la información, estas nuevas
tecnologías se muestran a futuro cada vez más tendientes a modular en el espacio
social cada aspecto de la vida de los seres humanos. Es dable pensar que estas
transformaciones tengan una significativa incidencia en el plano político, en tanto se
puede suponer que estos avances tecnológicos han potenciado y perfeccionado las
formas tradicionales de vigilancia, y de recopilación y utilización de la información. Es
por ello que se vuelve imperiosa una actitud crítica, mediante la cual sea posible
reflexionar sobre las múltiples formas mediante las cuales, a través de las nuevas
tecnologías, se actualiza y potencia un modo de gubernamentalidad -que el
neoliberalismo viene potenciando desde hace décadas- en el que cada vez menos
pocos (cada vez menos monopolios de riquezas, información y decisión) gobiernan
sobre otros muchos (cada vez más dóciles, útiles y productivos).

Palabras clave: Subjetivación - Control – Vigilancia – Nuevas tecnologías - Noopolítica

I
“Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisión, hospital,
fábrica, escuela, familia”, sostiene Deleuze (2005, p. 115). Esto no significa que hayan
desaparecido, sino que estos lugares de encierro, tan característicos de las sociedades
disciplinarias (Foucault, 2004), se encuentran fuertemente dificultados para su
funcionamiento, y altamente cuestionados desde diversos discursos, mientras al mismo
tiempo siguen vigentes, sin fecha cierta de abandono definitivo.
Esta crisis no es una instancia negativa, de mera desterritorialización destructiva, sino
que hay algo que se va reterritorializando paso a paso: “se trata de las sociedades de
control, que están sustituyendo a las disciplinarias” (Deleuze, 2005, p. 116).
Sería de esperar que cualquier sociedad que advenga en sustitución de las sociedades
disciplinarias, conlleve un debilitamiento de las tecnologías de poder destinadas a la
regulación de la vida de los seres humanos. Sin embargo, Deleuze sostiene que estas
incipientes sociedades de control “participan también de mecanismos de control que
rivalizan con los más duros encierros” (p. 116).
Las sociedades disciplinarias fueron capaces de generar mecanismos de control que
encontraban su máxima eficacia y economía, al implementarse en espacios cerrados y
con un número limitado de individuos. Pero esta tecnología de poder demostró ser muy
difícil de sostener en el tiempo, y se fue ocasionando un derrumbamiento progresivo de
la operatividad de este tipo de espacios. De cualquier manera, ello no significó que la
regulación y la modulación de la vida de los seres humanos se vea distendida, sino más
bien todo lo contrario. Puede pensarse que “la crisis de las instituciones es la instalación
progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación” (p. 121).
¿De qué forma se regula la vida de los seres humanos con el declive de las sociedades
disciplinarias, sino se realiza ya en el interior de los espacios de encierro? Las
sociedades de control han potenciado sus formas de control y vigilancia mediante un
vertiginoso avance y una apabullante proliferación de tecnologías de información y
comunicación, las cuales vienen transformando radicalmente la forma en que se lleva
adelante la vida cotidiana.
De esta manera, la principal estrategia de control social de la actualidad es una
permanente modulación que incita, seduce y propicia el consumo de todo lo que esté al
alcance de cada uno/a (y más también): el marketing (Deleuze, 2005).

En la actual situación, el capitalismo ya no se basa en la producción, que relega


frecuentemente a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil,
la metalurgia o el petróleo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias
primas y vende productos terminados: compra productos terminados, o monta piezas. Lo
que quiere vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. Ya no es un
capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir para la venta y para el
mercado (p. 119).

La propuesta actual es mostrarse exitoso, y para ello es excluyente poder consumir todo
lo que se pueda, sin descanso, sin detenerse, ni siquiera cuando se agotaron los medios
disponibles para seguir consumiendo. Si ya no existiera medios para seguir
consumiendo, se presentan varias posibilidades.
La primera es la simulación del consumo. Debord (2018) afirmaba que con la invención
del capitalismo se pasó del ser al tener, pero con la invención de la sociedad del
espectáculo (mediados del siglo XX), se pasó del tener al parecer.
De esta manera, la abundante exposición de imágenes que brinda la televisión, internet,
y las redes sociales, propicia que muchos/as usuarios/as construyan una imagen de su
vida que no se corresponde con su realidad económica. Se publican entonces fotos en
las cuales se muestran lugares, productos y/o servicios como si se hubiesen adquirido,
cuando en realidad muchas veces no es el caso (S.a.a, 2019). Asimismo, existen
servicios que ofrecen la posibilidad de alquilar amistades por hora para publicar las
vivencias en las redes sociales como si fuesen genuinas (Derni, 2018). En la misma
línea, pero con fines más comerciales, se pudo saber que celebridades, deportistas,
periodistas y políticos compran seguidores para aumentar su número en sus redes
sociales (S.a.a, 2018).
Esta posibilidad que brindan las redes sociales de crear una realidad en lo virtual
diferente a la que acontece fuera de ella, resulta ser una herramienta que algunos
candidatos y/o funcionarios políticos han comenzado a aprovechar. De esta manera, es
posible encontrar desde un intendente que simulaba recorrer una zona inundada cuando
en realidad posaba para la foto en una simple zanja al costado de una ruta (S.a.b, 2018),
hasta otro que posaba junto a una madre mientras le prometía brindarle un trabajo que
finalmente nunca se concretó (S.a.b, 2019). Lo importante es lograr la simulación.
La segunda posibilidad es endeudarse mediante créditos, lo cual conlleva una doble
ganancia en cuanto a la modulación de las sociedades actuales: se podrá seguir
consumiendo, por un lado; y el acreedor obtendrá una relación de control
(¿dominación?) por sobre la del deudor, por otro. “El hombre ya no es el hombre
encerrado, sino el hombre endeudado” (Deleuze, 2005, p. 199).
Así, la televisión, las nuevas tecnologías, internet, y las redes sociales en particular,
lejos de cumplir el objetivo de favorecer la comunicación y de socializar la información
que prometieron en sus inicios, se muestran cada vez más tendientes a modular en el
espacio social cada aspecto de la vida de los seres humanos.
Ahora, ¿cómo pueden ser capaces de publicitar casi exactamente lo que cada uno/a
está buscando? Mediante la utilización de la enorme cantidad de información relativa a
cada individuo de estas sociedades, que se produce y se obtiene masivamente a partir
de toda una diversidad de fuentes.

II
A partir de la utilización de las nuevas tecnologías, se podrían agrupar las fuentes de
obtención de información en tres grandes conjuntos.
En primer lugar, la información que proviene de los datos que uno mismo cede ante lo
solicitado por comercios, sitios web, aplicaciones, etc. Se trata de la forma más
controlada por parte de los/as usuarios, dado que son quienes deliberadamente
entregan su información.
En segundo lugar, se encuentra la información que se obtiene a partir de las acciones
que uno mismo realiza, pero sin estar completamente advertido de que ellas producen
información.
¿De qué manera se realiza esto? Mediante la actual estrategia de control social que es
el marketing. Cabe aclarar que gracias a las nuevas tecnologías, el marketing opera hoy
susurrando, antes que gritando1.
Hasta hace unos años, la mejor estrategia de marketing era la que gritaba más, la que
llegaba más lejos, la que imponía más presencia, la que se visibilizaba más, la que
llegaba a la mayor cantidad de público posible. Ante tanta exposición, por una mera
cuestión estadística, era esperable que un determinado porcentaje de la población
prefiriera esa marca que había visto tantas veces, antes que cualquier otra de la
competencia, a la cuales no se tenía tan presentes. El mejor ejemplo de esta técnica,
es la forma en que históricamente realizó su publicidad la empresa de bebidas Coca-
Cola, la cual fue durante mucho tiempo, la que más invertía en publicidad en el mundo.
Sin embargo, la empresa tecnológica Google transformó radicalmente la lógica del
marketing, casi sepultando la técnica del grito, al inventar la venta de publicidad
personalizada. Esta nueva técnica permite que la publicidad sea ahora susurrada al oído
–o a los ojos- de quien está en la búsqueda precisamente de ese producto o ese servicio.
Esto se logró mediante la utilización de la información obtenida y recopilada por los
algoritmos de búsqueda presentes en sus aplicaciones (Google Search, Google
Translator, Youtube, Gmail, etc.).

1Siguiendo una idea planteada por Mario Pergolini en una entrevista realizada en el programa
de televisión Corea del Centro, el 26 de agosto de 2019.
Esta misma técnica comenzó a ser utilizada por casi todas las empresas de tecnología
en la mayoría de sus aplicaciones, pero no sólo ofreciendo a otras compañías su propio
servicio para que éstas puedan vender a su vez sus productos y servicios vinculados
con lo que se estuvo buscando en internet. También comenzó a utilizarse para vincular
los productos que se consumen en las propias aplicaciones de las empresas. De esta
manera, quien busque algo o alguien en Facebook, en Instagram, en Youtube, en
Google, en Netflix, etc., recibirá sugerencias de sitios o usuarios/as vinculados con la
búsqueda realizada.
Esto conllevó una mutación impactante en el capitalismo: las empresas de tecnología
que son capaces de recolectar información de sus usuarios, comenzaron a valer cada
vez más, al punto de que algunas de ellas, tales como Facebook o Mercado Libre,
igualan o superan el valor de las más grandes empresas petroleras. Hoy el petróleo vale
menos que los datos de los usuarios.
Si a esto se le suma el contenido casi ilimitado que estas empresas ofrecen, se produce
una conjunción orientada a cautivar, a dejar fijado, a mantener al usuario/a inmovilizado
en la aplicación todo el tiempo que sea posible, aun a costa de complicar su vida, sus
relaciones personales, su trabajo, su estudio o incluso su descanso (literalmente). De
hecho, el CEO de Netflix afirmó que el principal competidor de la compañía que dirige,
no es cualquiera de las otras plataformas de streaming, sino el sueño (S.a., 2017). Esto
significa que quienes trabajan en Netflix se proponen como objetivo que los/as
usuarios/as duerman lo menos posible, para que puedan pasar el mayor tiempo posible
consumiendo productos en la plataforma.
Para ello, tanto ésta como otras empresas contratan trabajadores/as específicamente
para lograr que la atención de los/as usuarios/as se mantengan totalmente capturada
por la pantalla, de manera que el producto o el servicio que se vende no pueda dejar de
ser consumido (o bien que, si se interrumpe el consumo, no sea sin tener que atravesar
grandes dificultades) (S.a.c, 2018).
En los últimos años, se produjo un nuevo paso en relación a esta segunda forma de
obtención de información. Las empresas que podrían información a partir de los usos
que los usuarios hacían de sus aplicaciones y plataformas, comenzaron a vender dicha
información, y/o a tercerizar aplicaciones que eran capaces de obtener a su vez una
mayor cantidad de datos de los usuarios de las aplicaciones.
Toda esta clase de empresas operan introduciéndose en diversos países,
aprovechando huecos legales, compitiendo de manera desproporcionada y desleal con
los emprendedores locales, y generando muchas veces grandes controversias con las
legislaciones nacionales. Al decir de Deleuze y Guattari (2002), podría denominarse
megamáquina a una corporación que se expande de esa manera, introduciéndose en
diversos países, y permaneciendo autónoma respecto de la regulación propia de los
Estados. En muchos aspectos incluso aspira a competir con él a fin de evitar que éste
–el Estado- adquiera soberanía sobre el campo de incidencia de sus intereses, sus
productos o sus servicios.
Ahora bien, tales megamáquinas (como pueden ser las empresas de tecnología
vinculadas a las pantallas, las apuestas online, las plataformas de streaming, las redes
sociales; etc.), se encuentran en la vertiginosa carrera de producir cada vez más datos
de sus usuarios/as en menos tiempo, incorporando a su vez la mayor cantidad posible
de usuarios/as o consumidores/as. Esta carrera se origina en el hecho de que la
información se está volviendo cada vez más valiosa.
En parte, el valor que fue adquiriendo se debe a que comenzó también a ser usada con
fines políticos. Ya sea vigilando la forma en que se expresan política y partidariamente
los usuarios, como así también incidiendo en la información circulante en estas
plataformas, de manera de influenciar posturas políticas, y votos en elecciones. Ya no
sólo se le venden productos y servicios a la población de manera masiva e
individualizada a la vez. También se le puede vender al público, partidos políticos o
candidatos electorales.
Las redes sociales se instituyen en la actualidad como una de las modalidades para
hacer circular diversas formas de ver y pensar, lo cual puede llegar a influir en la opinión
de la población.
Desde una perspectiva foucaultiana, cuando la población es objeto de una tecnología
de poder que apunta a influenciar sus opiniones, puntos de vista, miradas, decisiones,
etc., ya no estamos en el terreno de la biopolítica, sino de lo que Lazzarato (2006)
denominó noopolítica.
Este neologismo articula el concepto de noos, utilizado desde la filosofía de Aristóteles
(2015) para designar la parte más elevada, más intelectual del alma, con la forma en
que Foucault construyó las categorías que designaban las diferentes tecnologías de
poder de las sociedades contemporáneas. Por lo tanto, la noopolítica remite al “conjunto
de las técnicas de control [que] se ejerce sobre el cerebro, implicando en principio la
atención, para controlar la memoria y su potencia virtual” (p. 93).
En esta instancia, la población puede ser concebida en términos de público,
entendiéndola como una entidad en sí misma, susceptible de formarse una opinión y de
actuar en consecuencia. Es decir que

la población [es] concebida desde el punto de vista de sus opiniones, sus maneras de
hacer, sus comportamientos, sus hábitos, sus temores, sus prejuicios, sus exigencias: el
conjunto susceptible de sufrir la influencia de la educación, las campañas, las convicciones
(Foucault, 2009, p. 102).

El escándalo de Cambridge Analityca, los sistemas de vigilancia estatales chinos, y las


granjas de trolls montada por Rusia, son sólo tres ejemplos de la utilización de la
información (sea verdadera o falsa, no importa en lo más mínimo), para condicionar el
clima electoral de una región, o de una nación.
Por último, la tercera clase de datos que conforman el conjunto total de la información
disponible sobre un ser humano, se genera sin el consentimiento explícito y casi siempre
sin el conocimiento del individuo. Se trata de todo lo que se obtiene por los múltiples y
variados aparatos tecnológicos que se encuentran presentes por doquier. Cámaras de
seguridad, cámaras de vigilancia, chips presentes en tarjetas de crédito, de transporte,
en documentos personales, en aparatos electrónicos, GPS incorporado en diversos
productos, etc. Incluso las redes sociales como Facebook reconocen que crean perfiles
fantasmas de individuos que no tienen una cuenta en la red social, pero que es
nombrado, mencionado, fotografiado, filmado, por otros usuarios. Permanentemente,
por el sólo hecho de llevar adelante la vida cotidiana, se va produciendo información sin
que el principal afectado sea consciente de ello.
En la actualidad hay tantas fuentes de información, tan variadas y múltiples, que
prácticamente no es un problema producirla ni obtenerla. Esto se denomina Big Data.
El mayor inconveniente con la Big Data es cómo almacenarla y de qué manera analizarla
para lograr operar con ella.
Está claro que mientras más información haya disponible sobre un individuo, y mientras
menos noción tiene ese individuo sobre la información que hay disponible sobre él, más
vulnerable estará frente a las técnicas de la noopolítica.
Es dable pensar, por lo tanto, que estas transformaciones tengan una significativa
incidencia en el plano político, en tanto se puede suponer que estos avances
tecnológicos han potenciado y perfeccionado las formas tradicionales de vigilancia, y de
recopilación y utilización de la información.

III
Foucault definía al poder, en cualquiera de las tecnologías mediante las que se lo ejerce,
como “la capacidad de conducir de manera no física las conductas, de hacer caminar a
la gente sin ponerles, con las propias manos, las piernas y los pies en forma adecuada”
(Veyne, 2004, p. 48).
Frente a este panorama, ¿qué alternativas pueden ser capaces de ofrecer un punto de
resistencia a la forma actual que adquirió la tecnología de poder de la noopolítica,
susceptible de influir en la opinión del público?
Una primera alternativa es la de no querer comprender el mundo actual (Belgich, 2008).
Esta alternativa se basa en un modo de subjetivación cada vez más extendido mediante
el cual uno se ve en la necesidad de recurrir a adicciones maquínicas. Se trata de un
modo particular de hacer máquina, con ‘algo’ que se hace, se usa, o se consume. ¿Para
qué alguien recurriría a una adicción maquínica? Para crearse nuevos territorios
existenciales, distintos a los que se habitan en la vida propia, que proporcionen, al
menos por un rato, la sensación de olvidar las dificultades de la vida cotidiana, y la
sensación de pertenecer a algo diferente a lo que ya se pertenecía (Guattari, 2008).
Se trata de escapes, salidas, líneas de fuga desterritorializantes, que a veces aportan
un cierto momento de alivio, pero que difícilmente logran reterritorializarse en algo
nuevo, transformando el territorio del cual huían.
Una segunda alternativa sería, por el contrario, sostener lo que Foucault planteaba como
actitud crítica.
Foucault reconoció inscribirse en la tradición kantiana, al llevar adelante una ontología
del presente u ontología de nosotros mismos (Álvarez Yagüez, 2015). Kant (1994) ha
planteado en los comienzos del Iluminismo que es necesario que “los hombres sean
capaces (…) de servirse bien y seguramente del entendimiento propio sin la dirección
de un extraño” (p. 10). Esto conllevaría “la salida del hombre de su minoría de edad de
la que él mismo es culpable” (p. 10).
Siguiendo entonces la misma línea inaugurada por Kant, Foucault plantea que la actitud
crítica remite “ese arte de no ser gobernado sin poder decir palabra alguna” (Eribon,
2004, p. 10).
La gubernamentalidad neoliberal, que garantiza que unos pocos gobiernen sobre otros
muchos de un modo particular, se viene profundizando desde hace algunas décadas en
distintas regiones del planeta, está ocasionando situaciones siniestras e inéditas en la
historia de la humanidad.
Por ejemplo, que cada vez menos pocos (cada vez menos monopolios de riquezas,
información y decisión) tengan cada vez más respecto de otros muchos (cada vez más
dóciles, útiles, productivos y pobres) (Berardi, 2016). Las fusiones y las compras de
grandes compañías a sus competidoras, se ven cada vez más frecuentemente. Bayer
compró Monsanto; Natura compró Avón; Google compró Youtube; Facebook compró
Whatsapp e Instagram; en Argentina Cablevisión y Fibertel se fusionaron con la
empresa de telefonía celular Personal… Y los ejemplos podrían seguir. Como
consecuencia, la concentración económica en pocas manos, y la desigualdad entre ricos
y pobres, se van acentuando cada vez más. Hoy en día 26 multimillonarios poseen más
riquezas que los 3.800 millones de habitantes más pobres (Sierra, 2019).
Este tipo de situaciones, que permiten inferir que se va perfilando un mundo en el que
el control, la influencia y la vigilancia se monopolizan en cada vez menos manos (poco
importa en este punto si se trata de grandes corporaciones privadas -megamáquinas- o
de regímenes estatales totalitarios). Actualmente, las nuevas tecnologías en general, y
las redes sociales en particular, han mutado y potenciado las múltiples formas a través
de las cuales, se ejerce el control de la población, del público y de los individuos. En
consecuencia, deviene imperiosa y urgente una actitud crítica. Tal vez mediante esta
alternativa sea posible detenerse a reflexionar y comenzar a diagramar estrategias de
resistencia y contraconducta respecto de lo que se promueve desde la noopolítica.

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