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Chile

Sebastián Ignacio Foncea Maturana


2003.CSC.1.204

Retrato de las relaciones laborales a comienzos de siglo.

LA FURIA DEL CRIADOR DE POLLOS

Imagine que alguien le destruye la vida. Imagine que todo lo que ha conseguido en 18 años de
esfuerzo, se desmorona. Y la culpa la tiene alguien con nombre y apellido. Esta es la historia
de Daniel Palma: un empleado ejemplar que a comienzos de año se transformó en un
peligroso delincuente.

Daniel Palma Padilla arranca su camioneta doble cabina cuando está anocheciendo y dos galgos
se ponen a corren al lado del vehículo. En los buenos tiempos llegó a tener 12 perros como esos,
todos genuinos cazadores. Eran su orgullo, la metáfora de 18 años de esfuerzo. Los fines de
semana salía con su jauría a los campos de que rodean Rancagua y volvía con varias liebres y
satisfecho. Pero hace dos años, cuando perdió su empleo, los perros empezaron a morir uno tras
otro. Palma cree que se los envenenaron. También cree que a él lo despidieron injustamente.
Durante meses le ha dado muchas vueltas a esos hechos y no logra zafarse de una rabia profunda
contra los que le han hecho daño impunemente. Una rabia que no lo deja salir adelante. Es la
noche del 17 de diciembre de 2002 y Daniel Palma conduce para hacerse justicia.
La camioneta avanza por los caminos de tierra y sin luz del sector de Codegua a 25 kilómetros de
Rancagua. Palma recoge a su sobrino Rodolfo Aguilar (19), obrero de la construcción. Luego
sube a Juan Manso (30), temporero y al mecánico Orlando Pinto (37). Todos son gente de
campo, silenciosa, trabajadora. Hasta esa noche ninguno ha tenido problemas con la ley salvo
Manso, que estuvo detenido por una riña. Las cosas serán diferentes cuando concluyen ese viaje.
De pronto la camioneta da un salto, el motor se ahoga, queda en pana. Palma maldice, golpea el
manubrio. Luego se calma. Se baja y comienza a caminar. Los tres hombres lo siguen. Recorren
5 kilómetros en poco más de una hora. No se encuentran con nadie en todo el trayecto.

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–Sí no quiso hablar conmigo por la buena lo hará por la mala– murmura Palma cuando llegan al
portón del fundo Don Charles.
Palma le entrega a cada uno un pasamontañas. La cadena del portón está puesta sólo por encima,
como siempre. En la garita del guardia no hay nadie, como debe ser. Sacan de ahí adentro una
escopeta. Palma sabe donde buscar.
Manso se queda en la entrada. Los otros dos siguen a Palma hacia la casa que domina en el
sector y se paran frente a la puerta.
–¡Jefe, está quedando la cagada!– grita Palma.
Son cerca de las 10 de la noche cuando un hombre con pantuflas y pijama se asoma para ver qué
pasa. Es él. Manuel Valdivia Campos, supervisor de la empresa Agrosuper. El hombre al que
Palma culpa de destruirle la vida. Palma mira ese rostro usualmente seco, acostumbrado a
mandar; ve cómo el enojo por tener que levantarse se transforma en desconcierto ante la
presencia de los tres encapuchados. Luego se fija en la escopeta y asoma el miedo, una expresión
que nunca había visto en Valdivia.
Hoy, encerrado en la cárcel de Rancagua, Palma no puede recordar qué pensó en ese momento.
Tal vez quiso prolongar una escena en la que por primera vez tenía a este hombre a su merced. A
lo mejor sólo continuó adelante con un plan largamente elaborado y se niega a reconocerlo. Lo
cierto es que, mientras el miedo se adueña de la cara de Valdivia, Palma da un paso al frente y
destruye su vida para siempre.

TRABAJADOR EJEMPLAR
Manuel Valdivia no era un hombre muy querido en la zona. Menos en la empresa Agrosuper,
donde se desempeñaba como supervisor.
Luis Ampuero, presidente del sindicato de esa empresa oyó a muchos empleados reclamar por
cómo ejercía su cargo.
–Su trato no era el más adecuado. A veces llegaba a ser humillante. Valdivia tenía un historial
totalmente negativo– dijo el sindicalista a The Clinic. Y agregó un caso puntual. "Un trabajador a
su cargo se accidentó y Valdivia, teniendo su camioneta disponible, ordenó a otro empleado
llevarlo en carretilla hasta el consultorio que estaba como un kilómetro y medio".

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Operarios de la misma empresa, que pidieron reserva de su identidad, fueron más explícitos.
Dijeron que Palma le dio a Valdivia lo que se merecía.
Palma comenzó a trabajar en Agrosuper a los 17 años. Estaba recién casado. Con apenas octavo
básico, su futuro era trabajar la tierra, como lo hacía su padre. Si embargo, entrar en la planta
faenadota de pollos de Agrosuper le cambió las perspectivas. La empresa fundada en 1955 vivió,
durante los ´80, una fuerte expansión que la llevó a transformarse en una de las más importantes
de Latinoamérica. Y Palma se benefició de ese crecimiento.
Comenzó desde abajo, alimentando a las aves. Y durante los siguientes 18 años escaló la
jerarquía laboral hasta transformarse en jefe de pabellón, a cargo de una docena de hombres. En
1999 recibió un premio por comandar al grupo más eficiente de la planta y le dieron un galvano
que aun permanece en un lugar destacado en el living su casa.
Llegar a ese puesto no fue fácil. Criar pollos implica vivir de acuerdo al ciclo vital de las aves.
Desde que rompen el cascarón hasta que les tuercen el pescuezo pasan 45 días. Durante ese
tiempo no hay descanso; hay emergencias constantes. Era frecuente que alguien llegara gritando
a su casa a las 3 de la mañana “!jefe, está la cagada!”. A veces Palma se levantaba sin que lo
llamaran, para asegurarse que no le estuvieran robando.
–Yo quería más a mi trabajo que a mi familia– resume Palma desde la cárcel.
Reitera: “Mi trabajo para mí era lo más importante. Trabajaba día y noche, descuidaba a mi
mujer y mis hijos”.
En la cima de su carrera llegó a ganar 600 mil pesos, tenía vacaciones y podía costearse el hobby
de la caza, que heredó de su padre. Nadie entre sus siete hermanos había llegado tan alto y él se
sentía orgulloso de eso.
Sin embargo, la relación con sus subordinados no era buena. Luis Ampuero, el presidente del
sindicato, recuerda haber recibió varios reclamos de trabajadores del equipo de Palma. Ampuero
habla de maltrato y de abuso de autoridad. Palma era el último eslabón en la cadena de mando, el
punto donde chocan las exigencias de producción, con los derechos de los trabajadores. Una
zona de fricción y conflicto.
En octubre de 2001 el jefe de área citó a Palma a las oficinas centrales y lo despidió. Palma no lo
podía creer. Preguntó el motivo, pero no se lo dijeron. El hombre pasó del desconcierto a la ira.

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–Sea bien hombre para sus cosas, y si no sabe como usar los pantalones yo le puedo enseñar –
dijo. Tampoco así obtuvo respuesta.
El sindicalista Ampuero sí supo los motivos de ese despido: bajo rendimiento y pérdidas
injustificadas. Recuerda que la empresa primero echó a 4 pabelloneros que trabajaban con
Palma.
–El resto de los operarios fue donde los ejecutivos y responsabilizaron a Palma
por los malos resultados– explica Ampuero.
A Palma le pagaron todo lo que le debían. Pero el despido lo afectó anímicamente. Un día se
encontró en la calle con uno de los trabajadores que lo había acusado.
–Lo golpeó y lo mandó al hospital–, relata el sindicalista.
Pero el enojo de Palma se fue concentrando en Manuel Valdivia. Su jefe directo.
–Me molestó que no me defendiera. El sabía que yo era buen trabajador– dijo a The Clinic desde
la cárcel.
A los pocos días del despido Palma vio a Valdivia en la calle y sin pensarlo dos veces le cortó el
paso con su camioneta. Se bajó y quiso obligarlo a hablar. Palma afirma que su ex jefe fue
burlesco y evitó el tema.
–Cuando me despidieron quedé muy afectado. Desde esa fecha mantuve en mi mente la idea de
la venganza–, consigna Palma en una declaración judicial.
–Sentía impotencia– dijo a The Clinic– Impotencia porque yo sabía que hice las cosas bien y me
echaron igual.

UNA NOCHE DE FURIA

Cuando Valdivia intenta cerrar la puerta de su casa Palma se abalanza sobre él.
Aguilar y Pinto lo imitan. Alertados por la refriega la mujer y los dos hijos del supervisor se
esconden en una habitación. Uno de los hombres entra en la casa y saca las llaves de la
camioneta de Valdivia y su celular. Lo suben al vehículo con el rostro cubierto y luego recogen a
Manso que sigue vigilando en el portón. Pinto maneja sin rumbo fijo.
Con la adrenalina a mil ni Palma ni sus amigos toman conciencia de que se han transformado en
delincuentes.

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Palma conoce el sector con lujo de detalles. Un retirado bosque de eucaliptos le parece el lugar
adecuado para detenerse. Le calzan a Valdivia unas botas de agua para que no se dañe los pies
con las zarzamoras. Y lo tienden sobre unos viejos colchones que le dan al lugar un aire de
vertedero clandestino.
Palma lo mira en silencio. Valdivia pide que no le hagan daño. Y pregunta qué quieren con él.
Pero ¿sabe Palma lo que quiere?
Hoy él dice que no. Según declararon más tarde a la policía los tres cómplices de Palma, éste les
dijo que quería encarar a su jefe. Que la intención no era llevárselo sino darle un susto y pedirle
explicaciones. Que si se lo llevaron fue para no espantar más a la familia.
Del relato de los secuestradores emerge la historia de una noche de furia que se les escapó de las
manos.
–Nada estaba planeado– insiste Palma. Y sus familiares sugieren que habría que ser muy
estúpido para embarcarse en un secuestro a pie.
Palma y Aguilar parten a devolver la camioneta, siguiendo las indicaciones que les da Valdivia:
que la dejen cerca de un familiar, con las puertas cerradas y sin las llaves para que no la roben.
Manso y Pinto se quedan cuidando al secuestrado. Buena parte de la noche se dedican a espantar
las lauchas que se acercan. Y a tranquilizar al Valdivia que está maniatado y con la vista
vendada. Hablan de fútbol, de autos y de su trabajo en la empresa. Manso le dice que no se
preocupe, que a su familia no le harán nada porque él sabe lo que es tener mujer y dos niñas
pequeñas. Faltan 4 días para el comienzo del verano y la noche es corta y tibia. Cuando clarea y
Pinto va a Codegua a ver qué pasa, preocupado por la demora de Palma y Aguilar.
Manso, solo, con un hombre que no conoce, sin saber bien por qué está ahí, ve pasar las horas
con preocupación. Cuando el sol ya calienta decide liberarlo.
Pero entonces aparece Pinto. Sus atropelladas noticias lo hacen cambiar de opinión.
–¡Estamos llenos de pacos! –dice.
Según relataron a The Clinic, sólo entonces se dan cuenta del lío en el que se han metido. Lo
mismo le ocurre a Palma. A esa hora ve la televisión con espanto. La noticia está en todos los
canales y es presentada como lo que es: un secuestro. Pero él no se siente un secuestrador, sólo
ha querido saber por qué lo despidieron.

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Con el correr de las horas más y más medios llegan hasta Rancagua. El interés es lógico. Hace
una década que no ocurre un secuestro en Chile y este llega en el peor momento: cuando los
“secuestros express” están en su punto más alto en Argentina y muchos esperan que la idea se
importe a Chile. Los medios están atentos para cubrir el primer caso. Ha habido pequeños
incidentes previos (un niño por el que cobraron 300 mil pesos en tarjetas telefónicas y un taxista
por el que cobraron 500 mil en efectivo). Pero nada suficientemente grande como para dar por
inaugurada la temporada. Hasta que tres encapuchados sacan a Valdivia de su casa.
En el bosque de eucaliptos, Manso y Pinto viven el día más largo de su vida. Piensan que ya no
es cosa de liberar al supervisor así como así. Son las 8.30 de la tarde y por fin aparece Aguilar.
Manso se retira. Sólo piensa en desentenderse del asunto. El miedo lo desorienta y cuando por
fin llega a su casa son las 6 de la mañana. Lo primero que hace es contarle a su mujer lo
sucedido. Luego cae enfermo de pánico, con diarrea y vómitos.
Para entonces Palma ha vuelto al lugar donde ocultan a Valdivia. Discute con Pinto y Aguilar
qué hacer. Nadie va a creer que no son secuestradores. Pero ya están en esta historia y algo
tienen que hacer. Piensan en huir de Rancagua. La idea gana terreno en la mente de los hombres.
Palma dice que fue entonces cuando el propio Valdivia les dijo que pidieran un rescate.
Los hombres consideraron que el dinero les será útil para arrancar. Con su propio celular
Valdivia llama para dar a conocer que está bien, e informa que su libertad vale cincuenta
millones. Ya de madrugada Palma comienza la empresa más terrorífica de su existencia: ir en
busca del dinero.
Va solo. El sitio elegido es un camino interior. Él se maneja bien por el sector, se mueve a través
de los potreros improductivos poblados por espinos, cactus y árboles que sólo producen sombra.
Una persona deja una bolsa en el lugar indicado. Palma tirita entero. “Tiritaba como perro” dijo a
The Clinic. Tiene la seguridad de que el sujeto que deja el dinero en el punto acordado y que se
aleja está armado. Y no anda solo. Pero sus piernas comienzan a caminar. Aterrado, recoge la
bolsa y comienza a correr. Aun nadie le ha disparado. No siente pasos acercarse. La noche es
cálida y se aleja a través de los potreros, saltando cercas, dando vueltas para despistar.
Valdivia es liberado a las 3.30 de la siguiente madrugada. Una mujer, curiosamente cuñada de
Palma, ve pasar por la puerta de su casa a un hombre en pijamas como sonámbulo y avisa a la
policía. Trasladan a Valdivia al Hospital del Trabajador de Rancagua para constatar lesiones. Se

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consigna que sufre una leve deshidratación y erosiones por las amarras. Su calvario por fin ha
terminado.

MAS LIBRE

Un mes después de la liberación de Valdivia Carabineros cayó sobre Palma y sus cómplices. Los
medios que esperaban cubrir la historia de los primeros secuestradores express, sufrieron una
decepción. Era difícil contar esta historia sin entrar en los conflictos laborales que había de
fondo. No era sólo un caso delictual como sino también un tema de relaciones laborales hechas
pedazo.
Así lo destacaron muchos familiares y vecinos de Palma que salieron a respaldarlo y a atacar a
Valdivia.
–La empresa le jugó chueco a mi papá. Después del despido empezó a enojarse por todo, andaba
muy histérico– dijo a la prensa Jacob, el mayor de los tres hijos de Palma. Maritza Gárate,
vecina y amiga de la familia, insistió en ese punto.
–Él era un excelente trabajador, no había persona más honrada que este hombre.
Fue despedido injustamente y eso lo marcó sicológicamente. Porque lo echaron como un
delincuente y él no se lo merecía. Daniel tenía puesta la camiseta con la empresa y eso causaba
envidia. Le inventaron la historia de un robo y Valdivia le creyó a los empleados y lo despidió.
Esto es una consecuencia de esa injusticia–, afirmó la mujer.
Al poco tiempo los medios perdieron el interés. Una noticia se come a la otra y la historia de
Palma quedó enterrada por el terremoto político que produjo en esa misma ciudad el Juez Carlos
Aranguiz quien comenzó a procesar diputados por corrupción.
Palma comenzó un calvario en solitario. Negó repetidas veces otorgar entrevistas porque no se
sentía bien sicológicamente.
–Ahora tampoco me siento bien pero estoy más tranquilo– dice.
Acercarse a la religión evangélica le permitió asumir con más calma la idea de pasar muchos
años en prisión. Lo único que hoy lo atormenta es el destino de su familia.
Eliana Reyes, su esposa, está consciente de la gravedad de lo que hizo su marido y su rostro
ensombrece al pensar en el futuro.

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–No puedo dejar de pensar en cuanto tiempo le irán a dar de cárcel.
Por falta de dinero puede visitar a Palma acompañada sólo por uno de sus tres hijos a la vez. Y
mantiene a la familia con la venta de pasteles casa por casa.
–Yo sé que la gente me compra por solidaridad. Para juntar plata para el abogado he hecho
bingos, completadas y carreras de perros. Los vecinos colaboran porque Daniel era muy querido
en la zona. Saben que no actuó en su sano juicio. Lo que pasa es que le dolió mucho que lo
echarán del trabajo.
Con todo, después de seis meses en la cárcel de Rancagua a Palma le ha pasado algo curioso. Se
siete más libre que cuando trabajaba en Agrosuper.
–Ahí tenía que pedir permiso para todo– dice. Luego muestra sus dientes cariados. “No tenía
tiempo ni para ir al dentista. Acá dentro igual he encontrado libertad", agrega.
Luego vuelve a esa noche en que cambió su vida.
–Debí estar loco– murmura. Y recalca: “no soy un delincuente. Soy un buen empleado. Yo
ahuyentaba a los ladrones y ellos me amenazaban con pegarme, con quemarme la casa, o hacerle
algo a mis niños. Pero yo seguía defendiendo a la empresa.
–¿Qué le diría hoy a Manuel Valdivia?
–Que lo perdoné, y que me perdone.
–¿Qué piensa del futuro?
–Que nunca voy a saber por qué me echaron.

Recuadro

“Querían llevárselo”

Según el abogado de Palma, Felipe Rojas, el hombre arriesga hasta diez años de condena.
Mientras que para el abogado de Agrosuper, Juan Latife, la condena puede alcanzar los quince
años. Latife consigna que al delito de secuestro se le suma el de robo con intimidación, ya que
usaron la camioneta de Valdivia para llevárselo.
Tanto el abogado de la familia Valdivia como fuentes policiales consultadas por The Clinic,
piensan que el secuestro fue minuciosamente planeado. No creen en la noche de furia ni en la

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tesis de que los cuatro hombres perdieron el control de los hechos. ¿Cómo explicar sino que
Palma llevara pasa montañas?¿Por qué no lo dejaron libre después de asustarlo? La idea de que
Valdivia haya sugerido que cobran un rescate les parece ridícula e inconsistente.
–Están ordenando la cosa de forma de bajar su responsabilidad en los hechos– dice una fuente
policial que pide reserva de su identidad. Agrega con convicción, “no tenían la intención de
conversar con Valdivia. Querían llevárselo”.
Ni Valdivia ni la empresa quisieron conversar con este medio.

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