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En múltiples oportunidades, sobre todo en televisión me he encontrado con

una pieza del saber popular norteamericano, como bien lo podríamos decir en
criollo dicho, que reza “Those who can´t teach” cuya traducción más cercana
podría ser “Aquellos incapaces de hacerlo, lo enseñan” y puedo sin lugar a
dudas afirmar que comulgaba con esta afirmación al comenzar mi carrera
profesional.

Sin embargo, la experiencia en campo y la profundización que he tenido en


la teoría pedagógica, me han abierto los ojos sobre la gran falta de educación
que tenía y que tienen aquellos que consideran cierto el postulado anterior; la
labor del docente, en cualquier nivel, requiere de un alto dominio de
conocimientos (mucho más allá de los contenidos en historia, literaturas,
matemáticas, solo por mencionar algunos) y más aún una gran disposición de
reinventarse, para alcanzar la construcción del saber.

A esto le pude dar evidencia claramente, en el acto didáctico, o como se


conoce de forma común, una clase, vista no desde el punto de vista de un
alumno regular, sino más bien desde la óptica de un observador docente,
teniendo el interés de contextualizar, o mejor dicho contrastar, las
apreciaciones teóricas con la realidad práctica en los salones de clases
venezolanos.

De plano

esta experiencia, como investigador, alumno, docente, humano, profesional y


cualquier otro nivel que pudiera incluir, me hizo entrar en shock, y al mismo
tiempo me abrió la oportunidad de reflexionar, sobre el nivel de compromiso
que existe en la labor docente y lo poco, por lo menos en nuestro contexto,
que, en el día a día de la escuela, se alcanza alguna semejanza con los
escenarios planteados en los libros de texto.

No es para nada mi intención, juzgar a los actores del proceso educativo,


tampoco recriminarles, mucho menos proponer soluciones, es más bien una
mirada, desde los ojos de alguien ausente del quehacer docente sobre lo que
realmente ocurre y podría ocurrirme al momento de asumir el rol de docente en
aula y muy bien pudiera verse como un llamado a la reflexión.

La delgada y rota línea del tiempo


El acto didáctico, es como cualquier proceso educativo, una situación social,
que cambia de forma constante, tal cual lo hace la sociedad, reaccionando
estímulos culturales y económicos, solo por mencionar algunos, y que pueden
fácilmente documentarse en periodos, saltos en la concepción del concepto de
educación, ea pues que tengamos un primer momento donde el conocimiento
se daba por transmisión y replica, un segundo donde se diera por el
cuestionamiento del saber mismo, y el más actual que busca la construcción
holística del aprendizaje, para ser más precisos es el tiempo de la educación
liberadora.

Dándole forma a una ruta común, un modelo, ideal para la práctica docente,
fiel reflejo de los principios del proceso educativo; siendo para nuestros usos y
fines, uno que impulse la formación colaborativa, con evidencias de liderazgo
participativo, cooperativismo e inclusión cultural, pero lo cierto es que ninguno
de estos valores se está haciendo evidente en las aulas de clase.

Sería mucho más acertado para mi afirmar que en nuestro contexto, iríamos
en dirección opuesta, con evidencias de una relación distante, casi automática,
entre el docente y el estudiante, haciéndose evidente una distancia
generacional muy marcada, donde el respeto y la valoración de las personas
que hacen vida en el aula de clases no existe.

Lo cual es una respuesta lógica ante la situación social del país,


desvirtuando de forma integral del modelo pedagógico, ya que no existen las
condiciones particulares para el reflejo de los ideales filosóficos que signa el
momento teórico en el que nos encontramos, puesto que siendo esta una
concepción de un momento social histórico específico, vislumbrado por un
individuo en un contexto muy particular, de forma muy cualitativa, es imposible
de alcanzar salvo que sea guiado por esta persona, en condiciones
controladas.

Pudiéndose notar la ex temporalidad de la visión con la que estamos


percibiendo la situación histórica, haciendo al docente estar en una constante
persecución del estudiante (en el mejor de los casos), en un juego del gato y el
ratón donde el pasado (la escuela) trata de alcanzar al futuro (el alumno), sin
tener la menor idea de cómo hacerlo porque siempre está rememorando un
instante que no se volverá a repetir.
Del principio a la valoración

Haciendo una buena reflexión sobre el estado moral en el que se encuentra


nuestra sociedad, simplemente con darle un momentico, entramos en crisis, en
posición fetal con llanto a moco tendido; nuestro sistema de valores está
invertido y roto, y esta situación no es algo nuevo, es para mí parte de nuestra
tradición cultural.

Así que no es nada sorprendente que la atención a los principios de la


didáctica, no sea la prioridad en el ambiente de clases, claro, en descargo de
los docentes, ¿Cómo pudiera ser esto posible en estas condiciones?; con un
gremio tan aporreado, y una sobrecarga de actividades para medio rasguñar lo
mínimo, con énfasis en esto último, es muy poco probable que haya el mínimo
de interés por parte del pedagogo de buscar maneras de alcanzar a cada uno
de los estudiantes.

Menos aún se puede esperar que el docente, aunque muy preparado, se


dedique a la especialización de sus técnicas para la construcción (transmisión)
del conocimiento, en nuestra situación priva lo fácil, el estatus quo, la prueba
escrita por objetivos y nada más.

En nuestro contexto social, donde todas las instituciones están en declive, la


figura del docente, como pudo verse, más allá de ser una figura que inspire,
pasó a ser si acaso un conocido al que se le debe el saludo, siempre que sea
inevitable, produciendo una respuesta similar en el educador, convirtiéndose en
un padre distante, que hace lo mínimo necesario con lo poco que tiene, pues
en el espíritu del empoderamiento y la liberación social, la balanza moral y legal
está en su contra.

Entonces para qué apegarse a un código o afianzar un esquema de valores,


qué sentido tiene nadar contra la corriente, si es menos tortuoso dejarse llevar
y cumplir, al final produce el mismo resultado.

¿Dónde está mi acto didáctico?

La construcción del acto didáctico sería muy fácil en este momento de


esquematizar, ilustrar o recitar (contexto - planeación, estrategia, contenido,
evaluación), sin embargo, llevarlos a la práctica es una historia muy diferente
ya que es afectado, por lo menos en nuestra situación, por factores de índole
superior, que en la mayoría de los casos son imposibles de subsanar.

Entonces, ¿Cómo se planifica en contextos inciertos? ¿Qué recursos tengo


disponibles para alcanzar la meta? ¿Hay el tiempo necesario para la
actualización de los contenidos? ¿cuál es la forma menos complicada de
evaluar estos aprendizajes? son las preguntas que supongo que se generan en
el docente en nuestra realidad al momento de encontrarse con el momento de
clases.

Teniendo en cuenta que hay carencia de recursos, evidente deterioro de los


ambientes, pobres condiciones sociales, y en algunos casos una visión rígida y
al mismo tiempo “laissez faire” (dejen hacer, dejen pasar) en la dirección del
plantel, estas preguntas, que ya de plano producen angustia, dan como
resultado momentos de aprendizaje “en construcción”.

Como, por ejemplo, el que ya he venido mencionando ligeramente, donde se


visibilizó sin mayor dificultad, la falta de atención e interés de los alumnos, una
excesiva falta de comunicación entre los estudiantes y el docente, mal uso del
recurso pizarrón y desaprovechamiento de los alumnos en los procesos
didácticos y carencia de dinamismo en la clase, solo por ilustrar los más
resaltantes.

Estas situaciones ilustran un panorama poco atractivo, y despiertan mi


interés en conocer la razón detrás de esta ruptura entre la estructura del acto
didáctico, que en mi opinión representa el lietmotiv del docente, y la praxis del
mismo, es resultado del contexto, es una respuesta del docente ante su
situación, es producto de la escuela; advirtiendo entonces una reflexión sobre
si la educación es el camino indicado.

La didáctica es un arte inspirador y atractivo que invita al estudio profundo


para la construcción de experiencias únicas que enriquezcan el conocimiento
de los actores involucrados en ella, sin embargo, se convierte en un gran
desafío para el docente en el contexto venezolano. Enfrentar esta situación
puede romper su espíritu y alejarlo de la profesión o hacerlo florecer
reafirmando su compromiso con la práctica docente.
Ahora para alcanzar esto y establecer un baremo optimo del quehacer
didáctico, la inserción de ojos frescos en el momento, en este caso los de un
observador en formación docente, permite ilustrar lo vicios y multiplicar las
buenas practicas; mientras se da contexto real a las prácticas en aula,
permitiendo un refuerzo en el compromiso docente y la perspectiva necesaria
para asumir el valioso rol de educador.

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