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SAN FRANCISCO Y EL LOBO

Era un lobo terrible, que cada noche bajaba desde las nevadas montañas, atacaba a
los rebaños y mataba a las ovejas, sembrando el terror entre los habitantes de Asís,
ciudad de Italia.
Los hombres más fuertes, armados con hierros y palos, no lograban darle caza.
Vivía entonces allí Francisco, el santo que entendía el lenguaje de los animales y las
flores. Por eso un día salió al monte en busca del terrible lobo.
Encontró a la fiera cerca de su madriguera. Ésta al verle, se lanzó ferozmente contra
él; pero Francisco, alzando la mano, le dijo dulcemente:
- En el nombre de Dios ¡paz, hermano lobo!
El lobo bajó la cabeza y fue a echarse mansamente a los pies del santo.
Entonces éste le habló de la siguiente manera:
- Hermano lobo, ¿no te da pena el daño tan grande que causas entre los hombres y
los animales? Vengo a pedirte que no los ataques. Ellos, a cambio, te alimentarán y te
darán casa para que no tengas frío.
Al oír estas palabras el lobo movió la cola y agachó humildemente la cabeza.
Para sellar esta promesa el enorme lobo levantó su pata y la puso encima de la mano
extendida del santo.
El asombro y la alegría de la gentes fueron muy grandes cuando vieron regresar a
San Francisco. Tras él iba el lobo fiero, que le seguía como un perro fiel.
Francisco, reuniendo a todos en la plaza, les dijo:
- El hermano lobo me ha prometido no ser ya nuestro enemigo. Ustedes, a cambio,
cuidarán de que no pase hambre ni frío.
Desde aquel día el lobo terrible vivía feliz en compañía del santo. Se volvió bueno y
cariñoso y nunca más hizo daño a nadie.

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