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Lo Kitsch.

Una estética de porquería


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Mezcla de pop cincuentoso con psicodelia mal organizada, el kitsch es un rejunte de estéticas sacadas de contexto, elelmentos berretas y
flores de plástico. El arte del rejunte se instaló entre nosotros, damas y caballeros, bajo el nombre de kitsch.
Por: María Paula Pia Calle22.com, Buenos Aires

La palabra kitsch proviene del alemán y significa literalmente: basura. Se aplica a esta
nueva (¿?) estética del mal gusto, del medio pelo a propósito, de las cosas vistas en los
locales de “todo por dos pesos” provenientes de Corea y China y a todas aquellas
propuesta que deseando parecerse a las artes exquisitas, no le llegan ni a los talones.
La artista plástica mexicana Maris Bustamante explica bastante claramente que un caso
típico de estética kitsch se plantea en los nuevos ricos. Su entorno sociocultural les dio
una base de valores, que al enriquecerse rápidamente y querer mostrarse como gente
refinada, los lleva a realizar inversiones artístico-materiales en objetos absolutamente
sobrecargados, barrocos, y de mal gusto.
Por ejemplo: colocan grifería de oro en el baño o ponen un jarrón chino en el medio de
un comedor de muebles de pino. La casa de Susanita, la amiguita de Mafalda -grandioso
personaje del humorista argentino Quino- es una casa decididamente kitsch: con el
adorno de alambre con bolitas de plástico en la punta colocado sobre el televisor, la
cortina de metal retorcido y el cartelito “bienvenidos los que llegan a esta casa”, pero
también una máquina de tejer de última generación, y una exhibición de cultura berreta.
Lo sobresaliente del arte kitsch es el contraste. El contraste provocado por los colores,
los diversos rejuntes de elementos y la diversidad de los materiales (si es brillante,
recargado, plástico o colorinche, muchísimo mejor).
Básicamente, este movimiento rescata elementos del arte japonés y chino, del barroco,
de los 50 a 70, algo de pop y medidas avanzadas de sicodelia. Todo junto, como en
botica. Como en maleta de loco, más bien. Un collage de cosas estridentes donde
Almodóvar es considerado Dios y Johnny Tolengo un ejemplo de vestuario.
Dentro de la Feria Kitsch que se realizó en Buenos Aires entre septiembre y octubre de
este año, pudieron verse divas con plumas y lentejuelas subidas a enormes plataformas
y pintadas como puertas, una fuente con agua y todo, hecha con copas de plástico
pintadas de dorado, angelitos en la base e iluminación efectista, instalaciones hechas
con lámparas chinas, muuuchas flores de plástico y tules de todos los colores, una
alegoría cruza de pachamama y caucho, llena de animales de goma, mazorcas secas y
un aguayo bien colorido a los pies de la ¿estatua?, un zapato de yeso con aplicaciones
de purpurina, perlitas y stickers, elegantemente posado en un almohadón de raso
giratorio, una instalación con diva vestida de vaca y tarros de leche a su alrededor, en fin,
el fin.
La inauguración musical estuvo a cargo de Los Amado, espectacular conjunto de
personajes vestidos a la usanza de los 50, que pregonando amor y romanticismo
inundaron el complejo de boleros, guarachas y chachachá. Ellos aportaron la cuota de
nivel necesaria en el evento.
Cerró el primer día de la muestra el desfile de modas. Ahí sí que estuvo la nota kitsch en
el escenario: señoras entradas en carnes vestidas de hadas madrinas “en rutilante
tecnicolor”, un angelito barbudo revoleando guirnaldas de navidad, una deidad solar con
purpurina dorada en las rastas (pobre pibe), una decena de chicas con ropa
extrañamente más desprolija que kitsch, con ranas de gomaespuma en la cabeza y

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cerezas de pañolenci bordadas en los escotes.
Final: la novia. Una especie de Catita que en vez de tul en la cabeza portaba un par de
metros de plástico con burbujitas –ese que envuelve artículos electrónicos y que a todos
nos encanta reventar-, y el novio, un simulacro de Largo –el de los Locos Addams- con
cara de nerd, ya que el touch se lo daban sus anacrónicos anteojos. Un metro cincuenta
con suerte la novia, un metro noventa y algo el novio. Marcadísimo contraste, resultado
óptimamente kitsch.
Nota ad hoc: en el medio del desfile se cortó la luz. Justo cuando venía desfilando la
deidad solar. Iluminaron la pasarela por un par de minutos los focos de los camarógrafos
y los encendedores de los asistentes, mientras el modelo de turno se quedaba quietito
quietito como si estuviera jugando a las estatuas. Lo más para un espectáculo como el
que estábamos presenciando. Si hubiera pasado eso en el desfile de Giordano, el
morocho estaría todavía en terapia intensiva. En el Centro Cultural Plaza Defensa, quedó
como parte de la muestra.
Al final del desfile, las chicas de plumas y lentejuelas repartieron bocaditos de mortadela
y queso.
Decididamente, comida kitsch.
¿Por qué elevar a categoría de estética o movimiento artístico lo que simplemente
solíamos llamar mersada o grasada? Reconozcamos que estamos viviendo en una
época en la que el revival y el culto a la década de los 60 y 70 está en franco auge. La
ropa, gracias a la cual están embolsando sus buenos cobres las ferias americanas y los
que fabrican ropa nueva que parece vieja; los programas de TV; las comiquerías. en
donde Batman ya tiene traje de astronauta, y las reediciones en video de series como
Robotech, Astroboy y Meteoro.
Ni hablar de Star Trek, las nuevas versiones de la Guerra de las Galaxias, el bendito
canal Volver, el fabuloso Uniseries. Todos estamos reviviendo constantemente la infancia
desde esos lugares. Y si aparece un movimiento cultural que enmarca toda esta
resurrección, no está fuera de lugar. Además es cierto: no se puede tildar de grasa algo
que nos amamantó de niños. No sería de buenos hijos rechazar a nuestra cultura
nodriza.
Lo kitsch sucede cuando uno toma elementos de esas otras épocas y las inserta en el
presente. Quedan desubicadas, estridentes, son reconocibles por quedar en orsai con
nuestro entorno cotidiano. Es el efecto del contraste en sí mismo la esencia del
fenómeno kitsch, tanto válido en el caso de los nuevos ricos con sus jarrones Ming y sus
flores de plástico, como en el de las chicas con pelos como la 99 y maquillaje como
Susana Giménez en la época de ¡Shock!.
Objetos como pisapapeles de acrílico, vírgenes pintadas de color fluo, pantallas de
lámparas con enormes floripondias coloreadas a mano, cajitas de música que sirven de
alhajeros (pero no de madera laqueada y detalles en oro como las originales, sino de
plástico, he allí lo que decía Bustamante acerca de la copia de lo excelso), los vestidos y
las fiestas de 15 años, causan desconcierto y choque, disgusto o sorpresa.
Parece que en el kitsch está bien todo lo que dentro de otras categorías estéticas está
decididamente mal. Por eso lo llaman, precisamente, basura.

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