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AVANCE 2: REVISIÓN DE ARTÍCULOS

La investigación de Monsalve et al. “la conexión entre el maltrato animal y la violencia

interpersonal: una revisión desde la perspectiva veterinaria”, expone información acerca de la

existencia de un enlace entre violencia doméstica, trastornos de conducta y comportamiento

criminal. Pues bien, dicho autor explica la estrecha relación entre los hombres que maltratan a las

mujeres, las abusan y golpean con el maltrato animal, donde la mayoría de ellos han estado

involucrados mínimo una vez en algún comportamiento violento hacia sus mascotas,

caracterizados por la privación del suministro de los recursos básicos como la alimentación y la

atención veterinaria. Con base a estos investigadores “tales actos de agresión son reportados con

mayor frecuencia por personas con un apego emocional a sus animales” (Monsalve et al, 2017).

En este orden de ideas, encontrar comportamientos agresivos dentro de las personas que

conforman un hogar da cuenta de las altas probabilidades de la existencia de maltrato hacia sus

mascotas, principalmente perros, gatos y aves, permitiendo a su vez la predicción de los asesinatos

de los mismos. Dicha investigación, da cuenta acerca de las características de las personas

abusadoras, las cuales consideran a sus mascotas como parte de su propiedad y no como seres

sensibles, generalmente las órdenes dadas son a través de amenazas, el animal pasa a ser un factor

estresante para el individuo y, además, suelen castigarlos por no realizar comportamientos poco

típicos y esperados por un animal.

Según Monsalve et al. (2017) “El maltrato animal es una forma de control psicológico de las

víctimas y perpetración de violencia”. Es decir, que los comportamientos violentos hacia las

mascotas realizados generalmente por sujetos varones se utilizan como una forma de dominio

sobre la mujer, pues según estos autores las victimas femeninas han mencionado “la ira, la

venganza, la disciplina y los celos como causas de maltrato animal” (Monsalve et al, 2017).
También, expone como estas al intentar huir de su situación tienden a abandonar tanto el hogar

como al animal dejándolos al cuidado del sujeto maltratador. Sin embargo, las afectadas de una u

otra forma terminaban regresando a sus casas puesto que se preocupaban por el animal, esto debido

a que “Las mascotas se consideran miembros de la familia y una fuente de apoyo emocional para

las víctimas, que a menudo están aisladas de familiares y amigos” (Monsalve et al, 2017).

Ahora bien, la presente investigación hace un especial énfasis en la necesidad de evaluar los

comportamientos violentos de los niños hacia las mascotas, ya que esto solo refleja los escenarios

a los que están expuestos, tales como: familia disfuncional, alcoholismo, abuso físico y sexual,

entre otras situaciones. Sin embargo, se debe tener en cuenta que los niños tienden a proteger a los

animales por encima de su seguridad y que encontrar menores con este tipo de características

refiere a los comportamientos aprendidos a través de la observación de otros, donde a través de su

testimonio frente a este tipo de conductas violentas terminaría desencadenando comportamientos

antisociales en el mismo.

Por otra parte, estos autores manifiestan como a través del maltrato animal se predice el

comportamiento criminal, examinando los antecedentes penales del sujeto maltratador se encontró

con características como “los asesinatos, los intentos de asesinato, el robo, el asalto, la violación,

el acoso, las amenazas y la posesión de drogas fueron delitos asociados con el abuso

animal” (Monsalve et al, 2017). Según estos investigadores, tener una comprensión clara sobre

esto permitirá diseñar estrategias oportunidad de intervención, prevención y tratamiento. Adicional

a esto, presentan un perfil psicológico respecto a las personas que maltratan animales: “los

abusadores de animales son significativamente más propensos a mostrar valentía y una fuerte

necesidad de controlar a las personas y los entornos, intimidar o ser. Además, tienen una
prevalencia significativamente más alta de personalidad antisocial y abuso de poli-sustancias”

(Monsalve et al, 2017).

En contraste, Parfitt en su investigación “el maltrato animal como resultado de una mala

regulación de las emociones: una conceptualización preliminar”, explica como la violencia hacia

el animal se sostiene en los tiempos debido a las faltas de condena o un castigo poco ejemplar para

los sujetos que comenten estos actos. De igual manera, expone todo el componente psicológico

que puede estar implicado detrás de este tipo de comportamientos, tales como “la sensibilidad al

rechazo, el apego emocional , los déficits de empatía y la violencia emocional” (Parfitt, 2018).

En consecuencia, dicha autora propone como el aprender a regular las emociones permite

generar comportamientos más adaptativos y funcionales dentro del contexto, reduciendo a su vez

conductas de agresión. Con base a la investigadora “cuando una persona encuentra un conflicto

percibido, argumentamos que el abuso animal es una manifestación conductual de dos tipos de

regulación emocional, específicamente la subrregulación y la mala regulación.” (Parfitt, 2018).

Así pues, en cuanto a la regulación emocional expone la frustración como uno de los elementos

con mayor influencia sobre esto, ya que al intentar liberarla se agrede al animal que se considera

débil considerando los pocos mecanismos que tiene para defenderse.

Respecto a la subrregulación, se refiere a la incapacidad que tienen los seres humanos de

suprimir sus emociones optando por reprimirlas a tal punto que se termina desencadenando

comportamientos agresivos, según Parfitt (2018) “los individuos se comportarán agresivamente

para (1) reparar, (2) terminar o (3) evitar sus angustias internas”.

Por último, en relación con la mala regulación emocional alude a la sobrerregulación de las

mismas donde hay afectación tanto a nivel físico, psicológico y social. Adicional a esto, la
constante supresión de los sentimientos genera ansiedad, baja autoestima y altos niveles de estrés,

conduciendo a su vez a "un mayor afecto negativo, menores inhibiciones hacia la agresión,

procesos comprometidos de toma de decisiones, redes sociales empobrecidas y mayor excitación

física" (Parfitt, 2018).

Desde otra perspectiva, la investigación “la crueldad hacia los animales como indicador de

trauma familiar: uso de experiencias infantiles adversas para mirar más allá del abuso infantil y la

violencia doméstica” de Bright et al., expone como los infantes y jóvenes que presentan

comportamientos violentos contra sus mascotas terminan en su edad adulta con problemas de

agresión hacia otros individuos, como mujeres y ancianos. Según este autor “los niños pueden

cometer actos de crueldad hacia los animales debido a la curiosidad o la imitación de acciones que

han observado, su desensibilización a la violencia, disminución de la empatía o falta de apego”

(Bright et al., 2018). Además, este tipo de niños se han caracterizado por convivir en entornos

donde han sido abusados sexualmente y presencian el maltrato conyugal.

Con base a Arkow (2014) citado por estos investigadores “Los perpetradores adultos cometen

actos de crueldad animal para incitar y perpetuar el miedo y la sumisión en sus víctimas. Dañar a

las queridas mascotas sirve para intimidar, tomar represalias, castigar y aislar a las víctimas, evitar

que las víctimas se vayan o forzar el regreso” (Bright et al., 2018). Es decir, que el animal pasa de

considerarse como un ser sensible a un objeto, el cual es utilizado para que los sujetos

maltratadores logren dominio e intimidación sobre sus víctimas.

De acuerdo a lo anterior, se hace de vital importancia comprender la relación que existe entre

la crueldad animal y las adversidades a las cuales se enfrentan los niños, puesto que la literatura

ha manifestado una interacción entre ambas variables donde se hace posible el entendimiento de

los factores que impulsan a que un menor violente un animal, con base a estos investigadores se
ha encontrado que las experiencias adversas más comunes de los infantes son: “abuso físico,

sexual y emocional ; negligencia emocional y física; divorcio / separación del cuidador; miembro

del hogar enfermedad mental, abuso de sustancias, encarcelamiento y violencia doméstica” (Bright

et al., 2018).

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