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Ernst Bloch distinguía entre los sucesos quiméricos y prometeicos que asediaban la imaginación de
una sociedad históricamente incapaz de realizarlos (…) y las esperanzas anticipatorias que
inspiraban una transformación revolucionaria del presente (…) hoy podríamos observar el
desvanecimiento de los primeros y la metamorfosis de las segundas. Por un lado, a través de
variadas formas de ciencia ficción a los estudios ecológicos, las distopías de una pesadilla futura
hecha de catástrofes ambientales reemplazaron el sueño de una humanidad liberada (…) y
confinaron la imaginación social en los estrechos límites del presente. Por otro, las utopías
concretas de la emancipación colectiva se convirtieron en pulsiones individualizadas de
consumo inagotable de mercancías (2018:33).
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Cabría desplegar en relación con esta cuestión la pregunta por los vínculos entre filosofía y narcisismo, en la clave de los
desarrollos freudianos (1917[1915]), que Butler menciona pero no atiende demasiado, para pensar el problema del
aislamiento teórico, con respecto a las formas no teóricas de pensamiento, en el seno de los procesos de neoliberalización
del campo intelectual.
emancipadora y disputarle el futuro a la temporalidad presentista. Parte del pulso vital del movimiento
feminista radica en el modo en el que éste existe como una rica conjunción de prácticas políticas y
prácticas teóricas que someten a la inteligencia crítica no sólo la coyuntura actual sino la historia
misma del pensamiento, incluida la historia de las ideas feministas.
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En sus propias palabras: “Where I believe Dalla Costa and myself as well separate from Vogel is in the view of socialism
as a liberatory system. Marx and the Marxist-socialist tradition have and optimistic view of capitalist development as creating
the necessary conditions for a non-exploitative society (…) I less concerned today with building a ‘unitary theory’ that Vogel
was, unless today Marxist are prepared to abandon the development bias that so far have been such essential part of their
theory and politics” (2019:119)
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“…es importante aclarar que lo que hemos designado anteriormente como espacios separados: (a) espacios de
producción de valor (punto de producción) (b) espacios para la reproducción de la fuerza de trabajo, pueden estar
separados en un sentido estrictamente espacial, pero en realidad están unidos tanto en sentido teórico como operacional”
(Bhattachayra, 2018).
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Se trata de una concepción que lee una ontología transindividual en el pasaje del trabajo concreto al abstracto y que
concibe toda lectura que tienda a mantener la lente sobre la escena individual de la producción (en tanto proceso de
trabajo) o en la reproducción (una mujer, una familia, etc.) se mantiene en la temporalidad abstracta de la lógica puramente
económica. Contra esa idea, dice Bhattachayra: “Más allá de la imagen bidimensional de la productora directa individual
encerrada en el trabajo asalariado, comenzamos a ver surgir una miríada de capilares de relaciones sociales que se
extienden entre el lugar de trabajo, el hogar, las escuelas y los hospitales –un todo social más amplio, sostenido y
coproducido por el trabajo humano en formas contradictorias y sin embargo constitutivas”(2018).
de explotación económica. Lo que tiene indudables consecuencias no sólo en relación a los supuestos
teóricos movilizados sino también en términos de estrategias políticas.5
El énfasis que en cambio e posible leer en Bhattacharya sobre el primado de las relaciones de
producción por sobre las fuerzas productivas, permite colegir que en su perspectiva son éstas las que
alojan la conjunción temporal de relaciones sociales existentes en sus dimensiones históricas,
técnicas, institucionales, culturales que perpetúan la reproducción ampliada de la relación diversificada
capital/trabajo.
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En este sentido, unos pocos pensadores advertían en plena crisis del marxismo de los años setenta, la operación
stalinista como una regresión del pensamiento marxista hacia el estadio pre-leninista de la II Internacional y encontraban en
ese punto una paradójica afirmación del stalinismo en las formas de su supuesta crítica (que asumían ya entonces los
acentos de un fetichismo tecnológico o un politicismo neo-anarquista) en la recuperación inadvertida del primado de las
fuerzas productivas por sobre las relaciones de producción. En este sentido decía Althusser: “Un inmenso trabajo de
elaboración teórica se ha de efectuar para pronunciarse sobre esta cuestión: saber qué son las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, no solamente en un modo de producción dada, sino también en una formación social en la que
existen varios modos de producción bajo la dominación de uno de ellos: saber qué sucede con esta unidad en una
formación social capitalista en el estadio del imperialismo, el cual añade determinaciones suplementarias no secundarias,
sino esenciales a la cuestión de esta ‘unidad” (Althusser, 2015 [2011]:254).
...sólo es posible dar un contenido al concepto de tiempo histórico definiéndolo como la forma
específica de la existencia de la totalidad social considerada, existencia en la que intervienen
diferentes niveles estructurales de temporalidad, en función de relaciones propias de
correspondencia, no-correspondencia, articulación, desplazamiento y torsión que mantienen
entre ellos, en función de la estructura de conjunto del todo. Es preciso decir que tal como no
existe producción en general, no existe historia en general…(Althusser, en Althusser y Balibar,
2004 (1967): 119)
En este marco y sobre el supuesto de la multiplicidad temporal, la teoría unitaria ofrece las bases
teóricas para reconciliar zonas del pensamiento feminista que parecen levantar muros entre
problemáticas indudablemente conectadas, pero relativamente autónomas en sus lógicas específicas,
como los aspectos asociados a la feminización de la pobreza; la división sexual del trabajo o la
generización de la explotación financiera y las problemáticas vinculadas a la identidad de género y la
elección del objeto sexual; etc. De un modo radicalmente antieconomicista, la explotación económica
deviene la causa ausente de una multiplicidad de configuraciones concretas de la relación social
capitalista, lo que permite reencontrar tanto para la crítica teórica como para el pensamiento político,
las hebras que reinscriben los procesos locales en una lógica global de la totalidad social.
Y no resulta en este punto excesivo recordar que es la caída de esa pregunta por la totalidad lo que
marca a fuego el debilitamiento político y el empobrecimeinto teórico de las izquierdas entrampadas en
la era del Capital globalizado en extremo. Empobrecimiento que, enalgunasde sus derivas políticas
adopta la forma de disputas identitarias a la vez que en sus derroteros filosóficos sufre bajo la forma de
énfasis diversos (pandiscursivista, politicista, pluralista, tecnocrático) un proceso de simplificación del
concepto de tiempo histórico, bajo la forma de una hipertrofia de un modo temporal sobre otros y la
incapacidad para pensar su articulación en una totalidad de tiempos heterogéneos.6
En este sentido, puede leerse en la crítica de Cinzia Arruza sobre la reducción del tiempo histórico al
tiempo performativo en Butler no como una desconsideración de la problemática afectiva e identitaria
sino en el marco de un programa de reconciliación entre lo subjetivo de corte afectivo o psíquico y lo
histórico ideológico, determinado por la lucha de clases (Arruza, 2018).
Arruza retoma algunos trabajos recientes como los de Tomba (2012), Bensaid (1995) y Tombazos
(1994) sobre el régimen de temporalidad capitalista para señalar que
…lo que diferencia un modo de producción de otro es, entre otros factores, precisamente la
especificidad histórica del modo en que se organiza el tiempo. En el capitalismo, (…) el tiempo
es tanto una relación social como una medida de las relaciones sociales. En esta economía del
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tiempo, se entrecruzan distintas temporalidades –la de la producción analizada en el primer
volumen de El Capital, la de la circulación en el segundo volumen y la reproducción del trabajo
como un todo en el tercer volumen. Lejos de haber una unión armónica entre estos distintos
tiempos entrecruzados, el tiempo del modo de producción capitalista está fundamentalmente
“dislocado”. El problema, de hecho, yace en la necesidad continua de combinar temporalidades
discordantes y en conflicto (2018).
El trabajo de Arruza apunta a subrayar la medida en que la multiplicidad de tiempos que puede
registrarse en lo concreto de una coyuntura singular encuentra su lógica en la complejidad
contradictoria de la temporalidad de la relación social capitalista en la que el trabajo pasado interactúa
y a veces entra en conflicto, bajo la forma del capital mercancía y del capital dinero con la temporalidad
de la repetición de los circuitos del capital, “en que el capital atraviesa incesantemente la
fantasmagoría de sus continuas metamorfosis”. Pensado globalmente, el proceso de la reproducción
capitalista permite leer esta tensión entre temporalidades en conflicto como una tendencial
“proliferación de múltiples tiempos, aquellos de las formaciones sociales concretas a las que el capital
da a luz, considerado como una totalidad en su movimiento real” (2018).
De esta manera, subraya Arruza, el movimiento del capital, no puede ser pensado en la clave de una
pura articulación contingente de temporalidades heterogéneas y relaciones sociales: “Su núcleo, su
misterio, que Marx explica entrando a la “morada escondida de la producción”, es el movimiento de
autovalorización del valor, el proceso de reproducción en una escala que aumenta progresivamente”
(íd).
Así, en la línea de Arruza, la complejidad temporal de la reproducción no puede pensarse sino bajo la
determinación en última instancia de la explotación económica. Lo que permite, subrayo, pensar no
sólo la multiplicidad de temporalidades sino su articulación específica –sus relaciones de desigualdad,
jerarquía y contradicción- en torno al tiempo invisible de la producción.
Resulta en este sentido, un dato de gran relevancia el hecho de que ese trabajo de pensamiento va
tomando forma de un modo a la vez interior y desajustado respecto del proceso de declinación de la
imagen de revolución ligado a la gravitación de la Filosofía de la Historia de tradición teleológica, en el
campo marxista. Si bien parte de las ideas que van perfilándose en esta querella feminista tienen ya
décadas, algo de su vitalidad actual se cifra –como he sugerido páginas atrás- más allá del impulso
teórico, en el largo movimiento de la experiencia más general de la derrota y la caída de la imagen de
la Revolución, asociada a la declinación de un régimen de temporalidad teleológico y positivista,
solidario de la subjetividad prometeica del héroe revolucionario y la imaginación de futuro
técnico-industrial.
En plena escena del neoliberalismo totalitario, no parece demasiado original advertir que el
pensamiento de izquierdas se vuelve impotente si replica la fórmula neoliberal del tiempo histórico
cerrado sobre sí mismo, como un “futuro que ya llegó” y que constituye una de las grandes
operaciones ideológicas del capitalismo tardío, tanto bajo formas utópicas de celebración de la
Sociedad global de la información, como bajo las formas distópicas propias de su actual fase
neoconservadora y punitiva. El modo en el que ese cliché del “fin de la historia” percute
inadvertidamente las fibras de los esfuerzos teóricos actuales es el de una operación de simplificación
del diagnóstico de una coyuntura compleja, en función de alguna de sus dimensiones o
temporalidades. Es el intento cómodo de explicar una realidad volviendo alguna de sus partes, su
causa final.
IV. Más allá de la melancolía. El proceso feminista argentino como pensamiento
práctico de la coyuntura neoliberal y la tarea del feminismo internacional
La experiencia del feminismo argentino ofrece una oportunidad para poner en escena el modo en el
que una lectura materialista de la coyuntura se produce simultáneamente como pensamiento teórico y
como pensamiento político. Si constituye una experiencia singularmente potente, esto se debe a que
no siendo exterior al proceso de neoliberalización general, se produce como su exterioridad inmanente;
es decir, en un encuentro que anuda una multiplicidad de genealogías temporales como un modo de
habitar la actualidad del presente neoliberal, en sus contradicciones.7
La existencia compleja y contradictoria de ese proceso, enrarece el tiempo y destotaliza el presente
neoliberal. Abre la complejidad de memorias silenciadas que existen como intestabilidad de su
coyuntura y expone la violencia de las forclusiones que su esfuerzo de duración en la repetición de lo
mismo, requiere.
En algún sentido, se trata de un encuentro contingente de elementos cuya conexión no es rastreable
en una Historia homogénea y teleológica, el comienzo de un proceso que toma forma en torno a una
serie de marchas y asambleas denominadas “Ni una menos”, relativamente espontáneas y orientadas
exclusivamente a la denuncia de casos de femincidio, pero que en menos de dos años se convierte en
uno de los procesos más vitales, potentes y radicales en sus demandas de la coyuntura
latinoamericana que avanza desde ciertas posiciones victimizantes hacia una vanguardia capaz de
instalar en el debate público no sólo demandas legistativas específicas, como el reclamo por la
legalización del aborto (en el país del que es originario el actual Papa y donde el lobby católico tiene
fuerte gravitación en el sistema educativo, de salud y en el poder judicial) sino que se constituyen en
vanguardia popular, vector de acciones concertadas entre las diversas posiciones progresistas desde
el peronismo hasta la izquierda troskista y el único actor político masivo capaz de poner en escena una
lucha anticapitalista, antineoliberal y antiimperialista. Su singularidad no se encuentra contenida en
ninguno de los elementos que cuajan en él, siquiera en la larga y potente historia feminista, y se abre
como un proceso con una magnitud, alcance y sentido radicalmente nuevos, en cuya comprensión
fracasan la mayor parte de categorías que disponemos. Pero se trata a la vez, de una contingencia
determinada por la condición singular que adquiere América Latina –su condición de capitalismo
periférico- en la actual coyuntura neoliberal de crisis del imperialismo. No se trata entonces de
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De las mujeres indias y campesinas desposeídas de las tierras comunales por el avance del capital monopólico en sus
formas coloniales y neocoloniales; de los procesos políticos de masas que tuvieron entre sus máximos referentes a mujeres
memorables en su calidad de líderes políticas –desde Eva Perón hasta Cristina Kirchner-; pero también de los debates y
experiencias políticas movimientistas y las reflexiones abiertas en los sesenta en torno a la relación de las izquierdas con
las masas no radicalizadas; de la historia reciente y la presencia y legitimidad política actual de las Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo; del rol social, político y económico que asumieron las mujeres –especialmente en los barrios pobres- en el
marco del estallido producido por la crisis financiera que se desató en el año 2001 y donde las mujeres accedieron a una
presencia pública inédita en términos masivos, cumpliendo roles vitales en la organización de asambleas, movimientos
sociales, experiencias cooperativas en fábricas recuperadas; entre otras cosas, porque lo que entró entonces en crisis
fueron las formas de la organización, institucionalización y discursividad política tradicionales…en ese proceso complejo de
diferentes historias cuya articulación no se da sin conflictos, confluyen también unas generaciones muy jóvenes de mujeres
que no sólo se criaron en democracia sino que se formaron políticamente en la primera década de este siglo, alimentada
por una proceso de ampliación de derechos, alfabetización ciudadana y política, composición de un pensamiento colectivo
antiimperialista y latinoamericanista de gran vigor…
comprender el feminismo en sí, no existe “el feminismo en general”, se trata aquí de un modo singular
de feminización de la política y de composición de un feminismo popular, singularmente potente en una
coyuntura particular en la que muchas de las tendencias reaccionarias y neoconservadoras dan cuenta
de la crisis del proceso mismo que marco la historia dependiente de América Latina. Porque el
neoliberalismo es en una de sus dimensiones, la “coyuntura larga” de descomposición del
Imperialismo, la primera de cuyas marcas habrían sido las experiencias fascistas (cuya historicidad
trágica regresa hoy como farza); pero su estructura se intelige en la topografía mundial de las
relaciones neocoloniales de las geografías periféricas que muestran con toda brutalidad las marcas de
un condensado de “tiempos”: de procesos de feudalización articulados con la consolidación del capital
monopólico, de formas de abigarramiento de lo arcaico y lo moderno en sus historias culturales,
políticas, identitarias, de procesos de “desarrollo” que intensifican el subdesarrollo y de formas de
“inclusión” en la perpetuación de la desigualdad. La cuestión es esta complejidad no puede
comprenderse si se abandona la tesis de la determinación en última instancia, que supone la primacía
ontológica de la lucha de clases asentada en el supuesto del primado de las relaciones de producción
por sobre las fuerzas productivas, como clave para abordar el proceso imperialista –y su interminable
descomposición. Aunque esta adopte la forma de la competencia –o la guerra- entre multinacionales o
incluso entre naciones (y aunque esa narrativa se vuelva una formación discursiva fuerte capaz de
interpelar a los sujetos como empresarios de sí mismos), esa “Idea” no es sino la forma
sobredeterminada que adquiere la única guerra preventiva que se libra en el capitalismo, la guerra
preventiva del capital contra toda potencial forma de organización del movimiento obrero internacional.
Es en este marco que resulta vital el rol que el pensamiento teórico feminista está desplegando, en su
esfuerzo por reconstruir la compleja trama que conecta los diversos padecimientos populares con la
estructura capitalista de la explotación económica; no sólo va en ello el futuro del movimiento feminista,
su capacidad de expansión y articulación a nivel global, sino la posibilidad de que el pensamiento
emancipador logre reparar un horizonte de esperanza para todas las formas de vida.
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