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El DESARROLLO EMOCIONAL
DEFINICIÓN DE EMOCIÓN
El término emoción deriva del verbo latino “emovere” que significa mover,
agitar. Denota un estado de alteración provocado en alguna forma. En lugar de
intentar una definición breve de un fenómeno tan complejo, se ofrecen a
continuación algunas de las características generales que describan una
experiencia emocional:
Hay ciertos datos que sugieren que las expresiones externas de una
emoción no se aprenden, sino que se deben a la maduración. Goodenough
tomó películas de las reacciones emocionales de una niña de diez años que
era ciega y sorda desde el nacimiento. La niña reveló expresiones de júbilo,
resentimiento, ira, timidez y otras, semejantes a las de los niños normales, a
pesar de que, debido a sus defectos, no había contado con oportunidades para
aprenderlas.
Watson cree que todos los estados pueden clasificarse en tres categorías:
ira, miedo y amor. Estos tres estados emocionales pueden observarse hasta
en el bebé de pocos meses. Los ruidos fuertes y la pérdida repentina del
sostén le atemorizan. Se torna irascible si alguien restringe los movimientos de
sus brazos y piernas. Responde con gorjeos y otras expresiones de afecto a
las caricias y otros contactos físicos de los adultos.
Gates divide las emociones en fuertes o de emergencia, benignas y
sexuales. Las primeras están asociadas con las descargas nerviosas de la
división simpática del sistema autónomo, subdividiéndose en cuatro grupos, 1-
ira y otros estados semejantes, como rabia, furia, enfado, irritación, venganza,
celo y desprecio, 2- Miedo y otros estados parecidos, tales como el pavor,
ansiedad, preocupación, melancolía, terror, aflicción y pesar, 3- excitación,
sobresalto, desasosiego, nerviosidad y turbación, y 4- piedad extremada,
simpatía y entusiasmo. Las emociones de emergencia se asemejan en los
cambios físicos y fisiológicos que las acompañan, ya que éstos los provoca la
división simpática que funciona como una totalidad. Las emociones benignas
dependen de las actividades de las ramas craneal y sacral del sistema
autónomo y generalmente surgen de las actividades normales saludables del
organismo, tales como la sensación de bienestar que se experimenta al oír
música, al leer un libro ameno o al contemplar un bello paisaje. Las emociones
sexuales, que pueden ser de diferentes tipos y grados de intensidad, están
relacionadas con las actividades de la rama sacral.
Cole utiliza como criterio para clasificar las emociones la clase de conducta
que éstas provocan: 1) Emociones que motivan una conducta agresiva, como
la ira, los celos, el odio y la hostilidad, 2) Las que promueven una conducta
inhibitoria, como el miedo, la preocupación, el pesar, el rubor y el disgusto,
3)Estados emocionales que estimulan una conducta alegre y entusiasta, tales
como el amor o afecto, el júbilo y el placer. En la primera categoría la tendencia
natural es atacar el estímulo que provoca la emoción. En el caso de la
conducta inhibitoria el individuo trata de evadir la situación que lo perturba, ya
sea mediante la huída, el retraimiento o la pasividad. Las emociones alegres se
manifiestan a través de formas de conducta tales como la risa, la conversación
espontánea y el sentido del humor.
Mac Dougall juzga los motivos humanos como instintivos. Se entiende por
instinto cierta clase de crecimiento intrínseco de las conexiones sinápticas en
el sistema nervioso central que hace posible la manifestación de reacciones
complejas sin que intervenga el aprendizaje. Se presume que tal maduración
interna es posible debido a factores propensivos que existen en las células
germinales. Aunque este autor después utiliza el nombre de propensiones, la
definición que ofrece de este término es muy semejante al primero. Según él,
el ser humano viene dotado de numerosos instintos, muchos de los cuales
traen su acompañante emocional. Así, el instinto de fuga provoca la emoción
del miedo, el disgusto es el concomitante afectivo del instinto de repulsión y la
ira surge de la propensión hacia la pugnacidad.
Carroll divide los resortes dinámicos del ser humano en cuatro necesidades
fundamentales: seguridad física, seguridad emocional, dominio o poder y
status. En la categoría de seguridad física se incluyen el hambre, el sueño, la
excreción y el sexo. El ser humano dedica gran parte de su existencia a buscar
satisfacción para la necesidad de seguridad física. Por ejemplo, el sueño ocupa
alrededor de una tercera parte de su vida. Entre las necesidades físicas las de
mayor significación son el hambre y el sexo. La búsqueda de seguridad
emocional incluye todos los esfuerzos tendientes a conseguir comprensión y
aceptación, en lugar de censura y rechazo. El individuo trata de conserva y
aumentar aquellas circunstancias que le son agradables, a la vez que se
esfuerza por eliminar y reducir las experiencias molestas, como los estados de
ira y de miedo. Según Carroll, la necesidad de dominio se manifiesta en el
esfuerzo del individuo por imponerse en los aspectos significativos de su
ambiente, a fin de aumentar las probabilidades de sobrevivir. Desde el
nacimiento hasta la muerte, la vida humana revela esa tendencia constante de
conseguir mayor control sobre lo que la rodea. En nuestra cultura el logro
personal tiene recompensas que exaltan al individuo y lo hacen sentir más
seguro. La necesidad de “status” o de aprobación social está relacionada con
la naturaleza gregaria del hombre. Todos necesitamos respeto y aprobación de
parte de los demás. Para sentirnos bien hace falta que otros nos acepten. El
hombre sufre en la soledad. El sentimiento respecto a nuestra propia valía está
muy relacionado con el grado de aceptación que tengamos entre los seres
humanos que nos rodean.
Necesidad-tensión-desequilibrio-actividad-obstáculo-
insatisfacción de la necesidad (frustración)-emoción
desagradable
Necesidad-tensión-desequilibrio-actividad-satisfacción de la
necesidad-emoción agradable
LA IRA
Durante la infancia las causas más frecuentes de ira son la restricción corporal y
la interrupción de los movimientos y las actividades. Mientras menos edad tenga el
niño, más frecuentemente la ira será el resultado de la intervención de otros en
sus actividades físicas. Según transcurre su desarrollo, las circunstancias que
promueven ira incluyen, no sólo la restricción corporal, sino también la
intervención de otros en sus posesiones, planes, propósitos y conducta. Sin
embargo, los obstáculos físicos dan origen a la mayoría de las frustraciones del
niño de poca edad. Ejemplos, al tratar de abrir una puerta, ésta se abre
repentinamente, golpeándolo, pincharse los dedos, quemárselos, obstáculos que
lo hacen caer, etc. Asimismo el niño advierte pronto que la gente le interrumpe el
paso, que no se le permite estar en ciertos sitios o que está prohibido coger
determinados objetos.
En los niños de edad preescolar la ira frecuentemente se origina en las
actividades rutinarias, tales como el vestirse, la defecación y la alimentación.
Interrumpir las actividades del niño, por ejemplo arrebatarle sus juguetes, también
es motivo corriente de explosiones emocionales. Estos mismos estímulos, aunque
generalmente de una manera más detallada, producen ira en los niños de escuela
elemnetal.
Los celos
Esta emoción es una consecuencia de la ira. Constituye una actitud de
resentimiento dirigida hacia otra persona, mientras que la ira puede orientarse
hacia seres humanos, animales, cosas o uno mismo. Aunque generalmente los
celos se limitan a una actitud, pueden conducir a violentas expresiones de ira. La
situación que provoca los celos es siempre de naturaleza social y generalmente
implica a personas hacia quienes el niño siente afecto. En el caso del niño de poca
edad, los individuos que promueven los celos son los padres y otros familiares. La
competencia puede surgir cuando dos o más niños se esfuerzan por ganarse cada
uno el afecto y la atención de los adultos. El nacimiento de otro niño en el hogar es
un motivo común de celos, especialmente si el hijo mayor tiene entre dos y cinco
años de edad. A menudo esto ocurre cuando el niño mayor no se ha preparado
debidamente para recibir al nuevo miembro de la familia. Si se demuestran al
recién llegado una atención y un afecto exagerados, es de esperar que el otro se
sienta celoso. Muchos niños demuestran celos hacia uno de sus progenitores,
especialmente el padre. Debido a la asociación constante con la madre, el niño
cree que ella le pertenece y como resultado se molesta cuando ella expresa afecto
a su esposo. Otras veces es el niño menor quien se resiente por os privilegios
concedidos a los hermanos mayores. Ya a los siete u ocho años el niño ha
desarrollado suficientes intereses fuera del hogar, por tanto los celos en la familia
no son tan pronunciados. Sin embargo, pueden manifestarse en la escuela,
especialmente hacia aquellos condiscípulos que sobresalen en el trabajo escolar,
en actividades atléticas y en otras tareas.
En el niño de poca edad las reacciones del celo son muy semejantes a las de la
ira. Las expresiones más comunes son herir al otro individuo, retornar a una
conducta típica de un nivel inferior de desarrollo, como orinarse en la cama o
chuparse el dedo, llamar la atención pretendiendo estar en enfermo o sentir
miedo, negarse a comer, a vestirse o a defecar, y comportarse de una manera que
moleste y atraiga la atención de la persona que está negándole el cariño. En los
niños de más edad los celos se expresan directamente mediante el uso del
lenguaje. Las peleas verbales, la murmuración, las burlas, la ironía y el ridículo
son formas corrientes. En otras ocasiones se apela a la ensoñación y el niño
celoso imagina que se encuentra en una situación muy triste, tal como una
enfermedad grave, y que sus padres o la persona que le ha negado el afecto se
sienten culpables y lamentan no haberle prestado la debida atención. También es
frecuente manifestar los celos mediante una conducta jactanciosa o ignorando a la
persona favorecida.
Hay dos fases del desarrollo en que los celos son más frecuentes. La primera
aparece entre los tres y los cuatro años. La segunda comprende la adolescencia.
Con el desarrollo sexual surgen los intereses respecto al sexo opuesto y con ellos
la experiencia de los celos. La reacción típica del adolescente es la expresión
verbal. Generalmente es el hijo mayor quien más sufre de los celos debido a que
ha sido por más tiempo el centro de atracción del hogar y se siente usurpado en
ese sentido por sus hermanos menores. Los celos son más comunes en los
hogares en que hay dos o tres hijos que en aquellos en que la familia es
numerosa. La actitud de los padres es un factor muy importante en la motivación
de los celos. Si la madre es excesivamente solícita y muestra preferencias y
favoritismos, sus hijos tienden a ser celosos. La disciplina inconsistente produce
más celos que la consistente. Así, si un niño nota que a él se le castiga por cierto
acto mientras que a su hermano no se le castiga al incurrir en la misma acción, se
sentirá desfavorecido, creyendo que a su hermano se le quiere más que a él.
La envidia
Esta emoción también se parece mucho a la ira. Al igual que los celos, va
dirigida hacia una persona. Las posesiones de otro individuo, ya sean cosas,
atributos, cualidades o talentos, estimulan la envidia. Así un adolescente puede
envidiar a su condiscípula porque las ropas de ésta son superiores a las suyas.
Las reacciones de envidia son muy semejantes a las de la ira. Los niños de poca
edad demuestran poca o ninguna envidia. Esto se debe a que aún no poseen el
desarrollo mental necesario para tener un sentido apropiado de los valores. Ya a
comienzos de la adolescencia el individuo empieza a tener noción de los valores.
Por ejemplo, la conciencia respecto a la vestimenta por parte del adolescente se
manifiesta en su deseo de tener trajos caros y del mejor material. La envidia es
una forma de compensación en el sentido de que el individuo trata de
menospreciar, ignorar o ridiculizar el valor de las posesiones o los méritos ajenos
con el propósito de evitar sentirse inferior. Lo que desea el envidioso es hacer
descender a los demás a un nivel inferior al suyo o por lo menos, al mismo nivel.
EL MIEDO
En los primeros años de vida, los miedos del ser humano son respuestas a
situaciones planteadas en el ambiente inmediato. Según desarrolla su capacidad
mental, los estímulos van siendo cada vez más imaginarios. Gradualmente puede
retornar al pasado o anticiparse al presente, surgiendo sus miedos de situaciones
remotas o futuras. A medida que el niño amplía sus conceptos de competencia y
aprobación social aparecen temores tales como perder el prestigio y ser
ridiculizado o rechazado por los demás. Por otra parte, aquellos miedos que se
deben a la falta de experiencia y conocimiento desaparecen según transcurre el
desarrollo. Desde la escuela elemental en adelante una gran parte de los miedos
se relacionan con acontecimientos y peligros que nunca se presentan en la
realidad.
Durante la adolescencia los miedos tienden a ser estimulados por otros seres
humanos. El temor al sarcasmo, al ridículo, a la humillación, a la desaprobación
social y a la crítica es una experiencia común durante la adolescencia. En los
primeros años de esta etapa, en el que el individuo carece de seguridad emocional
y está muy consciente de sí mismo, existen en él temores tales como conocer a
otras personas, encontrarse en grupos sociales y tener que hablar ante ellos.
Siendo muy intensa su necesidad de ser aceptado por los demás, es natural que
el adolescente tema a cualquier situación que lo humille delante de otras
personas. El miedo a la gente y a las situaciones sociales se llama timidez, que es
el tipo de miedo predominante en la adolescencia.
Los miedos están muy relacionados con la falta de competencia del individuo
para afrontar las situaciones. La incapacidad puede ser real o imaginaria, pero en
ambos casos crea la falta de confianza, cuyas manifestaciones principales son la
inseguridad y la vacilación. Las amenazas y las intimidaciones, a las que apelan a
menudo los adultos, son también estímulos frecuentes de miedo. Emplear el terror
como medio disciplinario es una práctica funesta. No es la amenaza en sí lo más
significativo, sino la hostilidad y el rechazo que el niño ve en ella. Quien lo intimida
es, según él, una persona hostil que no lo acepta y no lo quiere. El ejemplo que
otros ofrecen muchas veces origina miedo en el niño. Las manifestaciones de
temor por parte de los adultos pueden afectar al niño en dos direcciones. No sólo
advierte que existe una situación peligrosa, sino que también se debilita el
sentimiento de seguridad que le proporciona la protección del adulto. Además
conviene recordar que el miedo puede ser un medio que un individuo emplea para
lograr otros fines. Así fingir miedo a la oscuridad puede ser el procedimiento que el
niño usa para lograr la compañía de los adultos.
A pesar de que muchos de los miedos del niño se disipan con el tiempo, una
porción considerable de ellos persiste en la edad adulta. Los que generalmente se
pierden son aquellos que se relacionan con estímulos concretos, objetos y
personas, y los que surgen de una situación que no vuelve a repetirse, por lo que
se debilita la conexión establecida. Los miedos de la niñez que generalmente
perduran en los años adultos se relacionan con animales, con estímulos que
pueden causar daño corporal, tales como enfermedades y accidentes, y con
situaciones en las que se cree que influye lo sobrenatural y desconocido. Muchos
miedos perdurables reflejan ansiedad, conflicto o inseguridad en la persona. Por
ejemplo, el hecho de lavarse las manos excesivamente, por temor a contaminarse,
puede ser un gesto simbólico inconsciente que el individuo realiza para
desprenderse de algún sentimiento de culpa o remordimiento.
La Ansiedad
Una forma especial de miedo es la ansiedad. Difiere del miedo corriente en lso
siguientes detalles. En el miedo a menudo se reacciona a una situación
amenazante inmediata, mientras que los estímulos de la ansiedad son
imaginarios. Para preocuparse, el individuo tiene que llegar a una etapa de su
desarrollo mental en que le sea posible imaginar los sucesos y las cosas. La
ansiedad es una reacción prolongada a una situación imprecisa y vaga, mientras
que el miedo se caracteriza por lo específico del estímulo. El miedo generalmente
se relaciona con el presente, la ansiedad con el futuro. El individuo ansioso a
menudo no puede precisar qué teme. Además, el miedo dura menos que la
ansiedad. En la última el individuo experimenta aprehensiones persistentes,
sintiéndose inseguro, vacilante y desconfiado.
Los motivos más comunes de júbilo entre los adolescentes son los siguientes:
El AFECTO
Los momentos de ira del adulto, en su vida de relación con el niño, están
determinados, hasta cierto punto, por sus propias flaquezas. Existen muchas
complicaciones subjetivas en el enfoque de la conducta del niño y del adolescente.
El comportamiento del hijo puede ser molesto o desagradable porque ha tocado
una zona sensible en la personalidad del adulto. Los padres y los maestros
pueden sentirse molestos si el niño desafía su autoridad. A veces creen, sin
fundamento, tener derecho a una absoluta obediencia por parte de los niños.
Muchos estallidos de ira en el niño pueden prevenirse si se evitan las restricciones
innecesarias, las demandas inconsistentes y las complicaciones subjetivas
exageradas. La supervisión excesiva de los padres crea tensiones emocionales en
el adolescente, quien se resiente de que se le trate como a un bebé, demostrando
su resentimiento en su conducta irritable, obstinada y negativa. Como una defensa
contra la supervisión exagerada, muchos adolecentes menosprecian a sus
progenitores, diciéndoles que están atrasados.
El maestro debe estar bien alerta a todo lo que el alumno haga o diga que sea
capaz de revelar algo de sus sentimientos, Además, debe estar atento a sus
propias emociones. Sus propios sentimientos influyen sobre la forma en que él
interpreta la conducta del alumno y el afecto que ésta le produce. E maestro
carente de confianza en sí mismo puede juzgar la conducta del alumno como
amenazante o hiriente, aun cuando tal cosa no sea cierta. Es sumamente difícil
evaluar objetivamente el comportamiento ajeno cuando están en juego nuestras
ansiedades. Los conflictos y problemas del maestro a menudo se reflejan en su
interpretación de la conducta del alumno.
El adulto mentalmente saludable es afectuoso con los niños que orienta. Las
relaciones entre éstos y sus maestros tienen mucho en común con las que existen
entre padres e hijos. El niño necesita que se le quiera. Hasta aquel que aparece
aislado o rebelde puede tener un deseo intenso de cariño. A la vez que encauza
los aprendizajes del alumno, el buen maestro también se identifica con sus
interese humanos.
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