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Julio Millares
De lo ético a lo estético
2 La cita completa reza así: “Hemos terminado ya con todas esas épicas de cam-
pesinos y gauchos —con su caracterización bidimensional, su estructura “documental”,
tan mecánica y abstracta. Son las ciudades las que ahora monopolizan la atención de
los novelistas más jóvenes. Y cuando éstos vuelven su atención al paisaje es para reve -
lar mejor el lado mítico del hombre hispanoamericano. Los nuevos novelistas combi-
nan, por eso, una sensibilidad aguda para lo político y social, con una notable sutileza
narrativa, un compromiso personal con una imaginación que les permite asediar otras
dimensiones trascendentales de la realidad”. (34)
Este lenguaje de Cien años fue saludado por Carlos Fuentes3 como el prota-
gonista principal de la literatura latinoamericana, como la seña final de que los
escritores latinoamericanos se habían liberado al fin del yugo del imperativo so-
cial y podían dedicarse fundamentalmente a una tarea netamente estética. El
ejemplo mismo de Fuentes en La muerte de Artemio Cruz muestra firmemente
esta voluntad en acción mostrando un protagonista fragmentado en las tres per-
sonas del singular en la que sólo la tercera tiene algún parentesco con la tradi-
ción del realismo social o si se quiere es directo heredero de Azuela, mientras
que la segunda y la primera son desdoblamientos del presente en el protagonista
y es él el espacio en el que transcurre la novela, adentro de la cabeza del caudi-
llo, en un plano síquico en el que desbarata toda dicotomía o separación en
bandos de índole social.
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En efecto, la literatura del boom más bien sumó que descartó. Al realismo
descarnado y cínico del Para esta noche onettiano de 1943 contrapuso El acoso
de Carpentier de 1958 como una sinfonía en la que el traidor inevitablemente
encuentra su final, es decir, un experimento formal en el que subrepticiamente
se deslizaba una justicia poética de la que se antes se había librado cómodamen-
te el Erdosaín de Arlt y esto es algo que ocurre más de una vez en ese como “a-
liento ético” que existe en obras tan francamente modernistas como Tirano
Banderas4.
Una tarea clasificadora de las diferentes expresiones que ha tomado esta vo-
luntad ética en la literatura latinoamericana sería enorme. Desde el género mis-
mo de la novela del dictador hasta las alegorizaciones de distinta clase en la no-
vela de la guerra sucia en Argentina5, la necesidad de los escritores de hoy como
los de ayer sigue siendo de una u otra manera la de dar un testimonio de lo que
les tocó vivir y eso ha sido en nuestra América la mayor parte de las veces bien
difícil.
5 Véase Jorgelina Corbatta quien citando a Beatriz Sarlo hablando “de estrategias
de supervivencia, que, en lucha contra la represión y la censura —prontamente conver-
tida en autocensura—, conformaban un texto alegórico. Se volvía a la historia, se tejían
fabulaciones de espacios cerrados, de asfixia, signados por el terror y la paranoia.” (38-
9) y en cita a Piglia, quien dice: “La ficción construye enigmas con los materiales ideo-
lógicos y políticos, los disfraza, los transforma, los pone siempre en otro lugar.” (49)
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judío y de los campos de concentración nazis, que tiene expresión en varias len-
guas, cuenta ahora con algunos ejemplos americanos, entre los que se encuentra
el mismo El cielo ...
La urgencia de lo ético
Aquella herencia que nos legara la generación del boom bien pronto se en-
frentó en los escritores a una realidad que por sus características impondría con-
diciones bien especiales y nos estamos refiriendo ahora a lo que sucedió en el
Cono Sur luego del alza de los movimientos revolucionarios del 68, en el que
sucesivos golpes de estado sustituyeron gobiernos populares con las dictaduras
más sangrientas de la historia del subcontinente.
Localizando en el infierno
La llamada literatura del holocausto siguió otro camino o uno que en rigor
es paralelo, la localización en el infierno. En vez de recrear en pequeño el ám-
bito social con sus personajes y relaciones de poder se lo localiza en el espacio
donde el poder se expresa con la más extrema nítidez: el lugar físico mismo del
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exterminio, el pozo dantesco en el mundo, no como un Hades, como un lugar
desvastado en donde se reconstruye la historia, como en la Comala de Rulfo,
sino como un Avernus en donde los condenados sufren y exhiben sus penas ante
una mirada empática o indiferente o perturbada o alucinada que los registra y
comprendiéndolo o no lo expone ante el lector, con lo que tocamos el carácter
eminentemente testimonial de esta literatura.
También desde un nivel más elevado (no moralmente sino en cuanto sobre-
pasa la perspectiva de la víctima individual) se sitúa el libro de Miguel Bonas-
so, en lo que parcialmente tiene de testimonio de la ESMA, el más conocido de
los campos de exterminio de la última dictadura militar argentina, Recuerdo de
la muerte. En él, un narrador que ejerce la función de una supraconciencia o
conciencia colectiva, la de la organización político-militar Montoneros, cuenta
los destinos, hechos y comportamientos de las víctimas y los juzga a partir de
su grado de sacrificio y lealtad a la causa.
7 “Null Achtzehn è molto giovane, il che costituisce un pericolo grave. Non solo
perché i ragazzi sopportano peggi degli adulti le fatiche e il digiuno, ma sopratutto
perché qui, per sopravvivere, occorre un lungo allenamento alla lotta de ciascuno con-
tre tutti, che i giovani raramente posseggono”. (37)
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les de testimonios de sobrevivientes a los campos de concentración. La narra-
dora en primera persona, la joven parisina cantante de cabaret Fania, ejerce una
memoria filtrada por el futuro que es a la vez una conciencia moral que ni por
un momento deja de distribuir sus juicios y que la coloca en una especie de tie-
rra de nadie desde donde no parece estar al mismo nivel que sus compañeras
víctimas8.
Los terribles, por magníficos, relatos reunidos en This way for the gas, la-
dies and gentlemen, del miembro del partido comunista polaco Tadeusz Borow-
ski, algunos de los cuales fueron publicados ya hacia fines de la Segunda Gue-
rra, le dan una vuelta de tuerca a esta ingente literatura del holocausto cuando el
narrador en primera persona, casi del todo identificado con el autor, el Vorar-
beiter Kapo Tadeusz, a la vez víctima y verdugo, conciente de esta identidad y
acquiescente de su concomitante responsabilidad, participación y culpa, revela
atroces crímenes cometidos en rutina diaria al lado de otros prisioneros que co-
men, duermen, se enamoran y gozan de pequeños privilegios, lo que como era
de prever provocó oleadas de choque en el público lector que se esperaba mar-
tirologías y claras divisiones del mundo entre justos y pecadores o héroes y
traidores y, también, entre comunistas y fascistas.
8 “Flora […] ger uttryck för sin tillfredställelse […], så egoistisk, så cynisk, att
jag blir generad” (60). “Jag tror inte det möjligt att jag hör de orden här. Och ändå
tycks ingen förvana sig över dem” (60). “För mig, som alltid livnärt mig av kärlek, ter
sig denna äktenskapsuppfattning ganska så borgerlig” (163).
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dor-autor que se acomoda a las circunstancias y recurre a la picaresca y a la co-
laboración con los nazis y que también quiere a toda costa encontrar lo positivo,
hasta lo hilarante a veces, en las circunstancias cotidianas del campo de exter-
minio, revelándose al final como una conciencia que se niega a ver la realidad y
está completamente entregada al autoengaño9, cosa que el lector descubre ha
ocurrido desde el primer momento y que no le hace sospechar que se trata de
una estrategia de supervivencia en el narrador sino de una conducta traumática
que excluye desde el comienzo la posibilidad de una perspectiva adecuada para
juzgar el mundo y dividirlo en bandos como lo hace la de Fania Fénélon.
Esta rápida revisión permite señalar los peligros más evidentes, los que en
modo alguno son mayormente diferentes del problema del maniqueísmo de ma-
los y buenos en que caía indefectiblemente el realismo social. La novela del
boom cumplió en ese sentido un rol importante en darnos una visión compleja y
para nada autocomplaciente de lo real. La muerte de Artemio Cruz, Yo el supre-
mo y tantos otros muestran esa intención de los escritores de no simplificarse
las cosas. Y ante la necesidad de dar cuenta de lo horrible en mi caso personal
esta consideración fue de la mayor importancia.
El caso personal
9 “El preso añadió [un kapo, en el momento de despojo de los bienes a la llegada
al campo] que todo intento de delito de contrabando […] sería ’absurdo e ilógico’.
Aunque yo no estuviera implicada me pareció que tenía toda la razón” (74). “Aprendí
pronto que cuando se presentaba la necesidad, había que llamar al auxiliar de
enfermería, un muchacho de nuestra edad” (150).
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La cuestión era además que todo ese pasado había por así decirlo coagulado
en la traumática experiencia de la tragedia colectiva que recibimos como entera
generación por el exterminio sistemático y general que instrumentó el poder. El
problema era que lo había sufrido en la carne de mis compañeros pero yo mis-
mo no lo había vivido10. Tenía por delante el muro de mi propio silencio, nece-
sitaba romperlo y no encontraba desde dónde hacerlo. Yo mismo no había es-
tado en un ‘chupadero’, en un campo de exterminio, y eso me impedía tomar la
perspectiva de un prisionero. Curiosamente aquí y en mí la literatura se rendía
ante lo real. No podía en tanto no lo había vivido. Y eso era una barrera infran-
queable, quizás sencillamente por el hecho de que no podría soportar la con-
frontación o el examen de los que efectivamente estuvieron en los campos de
exterminio y otra vez aquí la fidelidad a lo real aparece como imprescindible.
10 Con la relatividad que esto supone a la hora misma de escribir el relato, que
finalmente descansa en lo estrictamente narrativo más que en la memoria, como lo
recuerda Daniel Schwartz y citando a Istvan Déak, quien nos recuerda cómo la
memoria selectiva ha conformado los relatos de los sobrevivientes del holocausto:
“Although many of his family members perish, the author’s inner dignity and readiness
to help others keep him alive ... It was almost always someone else, hardly ever him -
self, who stole a spoon, a needle or a slice of bread from a neighbor, who lorded it over
the prisoners or who escape the gas chambers at a loss of a fellow inmate’s life”. (12)
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tanto que de hecho sus acciones lo llevaron a buscar la cárcel que no logró en-
contrar en la Argentina (allí sólo lo encarcelaron por evasión de impuestos) y sí
en España, en Carabanchel, donde hasta algunos años cumplía una pena a la que
lo condenó el juez Garzón.
Para darle mayor cobertura a esa realidad horrible puse otros personajes
amigos de él a su lado, intentando ocupar todo el espectro moral: desde quien
acepta y concientemente justifica y comete los crímenes en la figura de Dupuy a
quien ni siquiera se da bien cuenta de lo que está haciendo, en Galotti. Por
derivación de Scilingo y por el sentido el protagonista mismo se llama Scelto,
participio que en italiano significa ‘elegido’ y que apunta a esta doble signifi-
cación: el poder lo elige para realizar ciertos actos y él se deja elegir, consiente.
Otro aspecto que fue expresamente construido con una intención ética fue
hacer del campo, de la Escuela de la novela que representa a la ESMA, una
suma sumarum de todos los campos de exterminio de la dictadura argentina, de
sus ‘chupaderos’. Hay hechos y testimonios tomados al azar de diferentes cam-
pos, según los testimonios reunidos en el libro de la Comisión Nacional de los
Desaparecidos liderada por Ernesto Sábato, la Conadep, el Nunca más. Y el úl-
timo apunte ético, el final, el que quizás saca conclusiones o no, este delincuen-
te, si no es capaz de oponerse activamente a los crímenes asignados, se evade
con el suicidio.
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Bibliografía
Borowski, Tadeusz, This way for the gas, ladies and gentlemen, Penguin, New
York, 1966.
Rodríguez Monegal, Emir, Narradores de esta América, t.2, Buenos Aires, Alfa
Argentina, 1974.
Schwarz, Daniel, Imagining the holocaust, St. Martin’s Griffin, New York,
1999.
Verbitsky, Horacio, El vuelo, Buenos Aires, Planeta, 1995.
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