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1) CONCEPTO DE OLIGARQUÍA
Oligarquía es una forma de gobierno donde el poder político más eficaz
corresponde a un pequeño segmento de la sociedad (por lo general los más
poderosos, ya sea por la riqueza, el poderío militar, de la crueldad, o la
influencia política). La oligarquía de la palabra griega para "unos pocos" y
"regla". Algunos teóricos políticos sostienen que todas las sociedades son,
inevitablemente, las oligarquías, no importa el sistema político supone.
Las oligarquías están a menudo controladas por unas pocas familias
poderosas cuyos hijos son criados y mentor a convertirse en herederos del
poder de la oligarquía, a menudo a algún tipo de gasto a los gobernados. En
contraste con la aristocracia (gobierno por los "mejores"), este poder no
siempre puede ejercerse abiertamente, los oligarcas prefieren seguir siendo
"el poder detrás del trono", ejerciendo control a través de medios económicos.
A diferencia de la plutocracia, la oligarquía no es siempre una regla por la
riqueza, como oligarcas puede ser simplemente un grupo privilegiado.
También se ha sugerido que la mayoría de los estados comunistas dentro de
la definición de la oligarquía. Una sociedad puede convertirse en una
oligarquía por defecto como una consecuencia de las cambiantes alianzas de
la guerra caciques tribales, si bien cualquier forma de gobierno puede
transformarse en de una oligarquía en algún momento de su evolución. El
mecanismo más probable de esta transformación es una acumulación
gradual de poder económico de otra manera sin control. Las oligarquías
también pueden convertirse en más clásicamente formas autoritarias de
gobierno, a veces como resultado de una familia ganando ascendencia sobre
los demás. Muchas de las monarquías europeas establecidas durante la Baja
Edad Media se inició en este camino. Las oligarquías también pueden
convertirse en instrumentos de transformación, insistiendo en que los
monarcas y dictadores compartir el poder, abriendo así la puerta a compartir
el poder por otros elementos de la sociedad.
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2) EL ESCANDALOSO SURGIMIENTO DE LA OLIGARQUÍA EN EL PERÚ
(1840-1879).
La industrialización de Europa y su crecimiento demográfico demandó el
incremento de su productividad agrícola, creando una necesidad de
fertilizantes que trajo como consecuencia cambios importantes en el Perú,
porque en nuestro país existía en abundancia el guano (estiércol de millones
de aves marinas depositado y acumulado en pequeñas y determinadas islas
a lo largo del litoral peruano, fertilizante muy apreciado por su rico contenido
de nitrógeno).
Convertido en exportador de guano el Estado peruano se introdujo de manera
muy lucrativa en el mercado internacional, posibilitando con la escandalosa
“consolidación” de la deuda interna el surgimiento de una nueva élite
plutocrática, a la que se le denominó oligarquía.
Al principio las rentas generadas por las ventas del guano no pasaron
directamente a manos privadas. Por falta tanto de capital como de talento
empresarial, el gobierno peruano se vio obligado a recurrir a extranjeros para
la explotación de los depósitos de guano para la exportación (los adelantos
de los consignatarios extranjeros proporcionaron al gobierno central un
ingreso sustancial por primera vez desde la independencia).
Sin embargo, fue sólo cuestión de tiempo antes de que gran parte de ese
ingreso pasara al sector privado. El instrumento de esta transferencia fue la
legislación dada para la “consolidación de la deuda nacional” (1850): Los
peruanos que tenían reclamos pendientes ante el gobierno (por ejemplo
individuos que habían hecho sacrificios financieros durante las luchas de la
independencia) recibieron bonos al 6% de la suma adeudada.
La consolidación fue una verdadera bonanza para quienes estaban con el
gobierno, especialmente durante la presidencia de José Rufino Echenique
(1851-1854). La deuda interna del Perú ascendió de 4 millones de pesos a
23 millones de pesos en unas cuantos años. Muchos de los amigos del
régimen fueron doblemente favorecidos al ser sus bonos redimidos por el
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gobierno, él que a su vez vendió bonos en el mercado internacional que
debían ser servidos con las rentas del guano.
Por lo tanto, la deuda interna fue convertida en deuda externa, para beneficiar
a una pequeña minoría (muchas fortunas familiares importantes parecen
emanar directamente del comercio del guano, encontrándose entre los
principales consignatarios Manuel Pardo, Waldo Graña y Felipe Barreda).
El dinero del guano creó una nueva clase de familias extremadamente ricas
cuyas fortunas se erigieron en base a una combinación del comercio de
fertilizantes, apoyada en el “negociado político”.
Los gobiernos de la época del guano fueron conocidos por su corrupción, la
que quizá fue inevitable dadas las enormes rentas que recibía el gobierno por
el guano y el estado relativamente anémico del sector privado. El creciente
poder del gobierno durante el período del guano no significó estabilidad
política: el ingreso considerable y el vasto patrocinio del gobierno limeño
representaba una gran tentación para hombres empeñosos tales como
Mariano Ignacio Prado.
El presidente Echenique, que presidió en su momento el fiasco de la
consolidación, posteriormente sostuvo en su autodefensa que el objeto de su
política fue crear capitales y empresarios nacionales para promover el
comercio y la industria en el Perú: ¿Qué importa -insistió- que se hubieran
enriquecido unos pocos cuya riqueza también quedaba en el país y contribuía
a la realización de estos beneficios?
Pero el guano no produjo empresarios y su influencia en el desarrollo
económico nacional fue en general negativa: Recientes estudios han
señalado que los sucesivos gobiernos peruanos tuvieron bastante éxito en la
administración del comercio del guano y fueron capaces de asegurarse que
una proporción razonable de las utilidades del guano, estimadas en 600
millones de dólares en el mercado minorista correspondiente a todo el
período retornaran al Perú; el problema fue ¿Cómo se utilizó ese dinero?: El
gobierno gastó buena parte del dinero del guano manteniendo las abultadas
filas del ejército, de la burocracia y de los pensionados (además de los
empréstitos ferrocarrileros).
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Y en el sector privado sumas enormes fueron derrochadas en una profusa
importación de artículos de lujo: En Lima y en Chorrillos, la playa donde
veraneaban la nueva oligarquía, ésta se acostumbró a un estilo de vida
inspirado en los modelos europeos.
Durante la época del guano muy poco fue lo que se hizo para fomentar el
desarrollo de la industria o la minería.
Los gobiernos del período del guano hicieron poco por desarrollar el tipo de
infraestructura que el Perú necesitaba para su crecimiento económico.
En lugar de los empresarios que el presidente Echenique esperó producir, el
dinero del guano generó una clase rentista. Los enriquecidos con el guano
especularon con valores y con la propiedad urbana. Sus nombres figuraron
en los directorios de las compañías de seguros y los bancos que se
constituyeron en Lima durante la década de 1860. Entre los nuevos directores
de bancos vinculados al comercio del guano estuvieron Manuel Pardo, Felipe
Barreda, Julián de Zaracondegui y José Canevaro: pero los bancos se
interesaban poco en promover empresas industriales; más bien existían para
facilitar las operaciones del guano.
A mediados de la década de 1870 la frágil economía nacional se desplomaba:
Por entonces se acercaba el agotamiento de los depósitos del guano y otros
fertilizantes comenzaban a competir exitosamente con el guano en el
mercado internacional. La situación crediticia del Perú, comprometida hasta
el exceso se tornó particularmente difícil cuando los especuladores del
mercado londinense se volvieron contra las acciones que tan poco
críticamente se habían apresurado a comprar unos cuantos años antes y
finalmente el gobierno fue obligado a declararse en quiebra y el sistema
bancario, edificado sobre el guano, se derrumbó.
La crisis financiera contribuyó a la desintegración de la fuertemente
hipotecada industria azucarera que ya sentía los efectos de la baja de los
precios.
Conforme menguaban los depósitos del guano y la economía se
desmoronaba en la década de 1870, la élite peruana giró su atención hacia
la desértica región de la costa sur, rica en yacimientos de nitrato (salitre),
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también estimado como fertilizante, que esperaban explotar para la
exportación.
Sin embargo, Bolivia y Chile estaban igualmente interesados en la región, y
la perspectiva de una segunda prosperidad repentina gracias a los
fertilizantes fue bruscamente cortada al estallar la guerra del Pacífico. La
guerra halló al Perú económicamente débil y políticamente dividido.
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establecer su hegemonía política en el País, empezaba a encontrase día a
día más confrontada con el resto a largo plazo de resolver las repercusiones
sociales del avance capitalista que tan alegremente había abrazado.
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A partir de 1899 el juego político dependió de las relaciones entre el
Partido Civil y la oposición representada por el Partido Demócrata de
Piérola. Esta vez el civilismo contó con la mayoría en el Congreso, y tuvo
como siempre miembros en el Consejo de Ministros y un importante
número de representantes en el poder Judicial. De este modo controló la
Junta Electoral Nacional, además de otras instituciones como la
Universidad de San Marcos. Su dominio era casi pleno y el núcleo de su
elite estaba constituido por un grupo informal conocido como “los 24
amigos”, que se reunía semanalmente en el exclusivo Club Nacional para
discutir los asuntos nacionales: Francisco Rosas, Luis Carranza, Pedro
Correa, Luis Dubois, Narciso de Aramburú, Ernesto Malinowski, Manuel
Candamo, Armando Valdez, José Antonio Miró-Quesada, Domingo
Almenara, Ezequiel y Manuel Álvarez Calderón, Leonidas Cárdenas,
Ántero Aspíllaga, Alejandro Garland, Luis Bryce, Enrique Barreda, Enrique
y Carlos Ferreyros, Calixto Pfeiffer, Estanislao Pardo Figueroa y Pedro
Gallagher; conforme morían estos personajes se iban incorporando
miembros más jóvenes como Augusto B. Leguía, José y Felipe Pardo y
Barreda, Víctor Maúrtua, Antonio Miró- Quesada, Francisco Tudela y
Felipe de Osma (Miró- Quesada 1961). De este grupo de hacendados,
banqueros y hombres de negocios salieron varios ministros, tres
presidentes del Senado, dos directores de periódicos y tres presidentes
de la República.
El civilismo tuvo dos escisiones importantes a su interior. La primera se
produjo debido a una pugna generacional, de tipo doctrinario, entre los
fundadores y los más jóvenes (Pardo, Leguía), quienes quisieron escalar
posiciones dentro del partido rápidamente; fueron acusados de
superficiales y de no avizorar el futuro. La segunda pugna tuvo un matiz
más personal, ligado a la figura de Leguía, quien durante su primer
mandato contrarió la Constitución y los intereses de los partidos. Lo cierto
es que este partido tuvo una actuación fundamental en la reconstrucción
económica del país en el período posterior a la guerra del Pacífico, y “no
es sorpresa comprobar que en muchos renglones de la economía y de la
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organización del Estado, aquella época denominada la República
Aristocrática fue relativamente exitosa y de expansión en el Perú. En
realidad se trata de un fenómeno latinoamericano, favorecido,
ciertamente, por las condiciones imperantes de la época, previa a la
Primera Guerra Mundial; no fue una época sin sobresaltos económicos,
sin embargo, pues se aprecia que hubo crisis, si bien no afectaron
sustancialmente la economía del país. Dichos años eran contemporáneos
a los gobiernos de ‘tarro y levita’ en la Argentina, o de Porfirio Díaz en
México. Se hablaba de crecimiento, se ponderaba el éxito de los nuevos
partidos en la organización de los países, se esperaba que el crecimiento
continuara y se incrementara” (Pease 1993: 149).
Por su parte, el “pierolismo” –que tuvo una temprana alianza con los
civilistas– terminó enarbolando un discurso populista y siempre hostil ante
el Partido Civil, especialmente durante los procesos electorales,
denunciando voluntad de fraude. Esta agrupación política siempre vivió –
y dependió– de la figura y trayectoria de Nicolás de Piérola, a pesar del
triunfo de Billinghurst en 1912. Como toda agrupación caudillista
languideció a partir de la muerte de su fundador en 1913. Otros partidos
de menor peso en la política de entonces fueron el Constitucional de
Cáceres, el Liberal de Augusto Durand, la Unión Nacional de González
Prada y la Unión Cívica de Mariano Nicolás Valcárcel. Todas estas
agrupaciones, incluyendo al Partido Civil, cumplieron su ciclo durante la
dictadura de Leguía a partir de 1919. Esto se debió tanto a la falta de
tribuna por dar a conocer otras ideas y al recorte de las libertades
ciudadanas como a la carencia de fuerza y cohesión de estas
agrupaciones políticas por mantener el juego democrático y contribuir a
transformar la estructura oligárquica del Estado.
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En 1899 Piérola y los civilistas se unieron para poner a Eduardo López de
Romaña (Arequipa 1847-Lima 1912), un hacendado azucarero, en la
presidencia de la República para el período 1899- 1903; efectuándose la
votación conforme a la ley electoral de 1896. Durante su gobierno, aparte
de quebrarse en definitiva la alianza entre pierolistas y demócratas, se
rompieron las relaciones con Chile debido a la persecución contra los
ciudadanos peruanos en Tacna y Arica. López de Romaña promulgó,
además, los códigos de Minería, de Comercio y de Aguas; reorganizó la
Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria; creó la Escuela de
Grumetes; e inició la construcción del ferrocarril de La Oroya a Cerro de
Pasco. Al término de su mandato una nueva alianza, ahora entre los
civilistas y el Partido Constitucional de Cáceres, llevó a la presidencia al
acaudalado hombre de negocios y ex alcalde de Lima Manuel Candamo
(Lima 1841-Arequipa 1904), quien no pudo culminar su mandato por una
grave enfermedad que lo llevó a la muerte prematura. A pesar de ello, dio
cabida en el Consejo de Ministros a miembros de la nueva generación de
civilistas como Augusto B. Leguía y José Pardo, y reconoció la
independencia de Panamá. A la muerte de Candamo, el poder quedó a
cargo del jurista cuzqueño Serapio Calderón, quien convocó a nuevos
comicios.
Al interior del Partido Civil se producen discusiones en torno al candidato
ideal de la agrupación y luego de una pugna generacional es elegido José
Pardo y Barreda (Lima 1864-1947), hijo del fundador del civilismo; el líder
de la oposición, Nicolás de Piérola, también se presenta como candidato,
pero un mes antes se retira de la lid electoral aduciendo irregularidades
en el proceso.
Pardo se convierte en consecuencia en presidente de la República para
el período 1904-1908. Durante su mandato se fomentó la educación
convirtiendo las escuelas públicas, que eran municipales, en escuelas
fiscales o del Estado; se creó el Instituto Histórico (hoy Academia Nacional
de Historia), se fundó la Escuela Normal de Varones (hoy Universidad
Enrique Guzmán y Valle), se abrió la Escuela Nacional de Artes y Oficios
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(ahora Politécnico José Pardo) y se inauguró el Museo Nacional de
Historia. Entre otras obras del gobierno de Pardo figuran la construcción
de los ferrocarriles de La Oroya a Huancayo y del Cuzco a Sicuani; la
exploración de la Amazonía, destacándose la labor del coronel Pedro
Portillo y del incansable Manuel Mesones Muro; se inició el estudio de las
primeras leyes sociales destinadas a proteger a los obreros; se
adquirieron los cruceros “Grau” y “Bolognesi”; y se inauguraron la cripta
de los Héroes y el monumento a Bolognesi.
Al culminar su gobierno, Pardo apoyó a Augusto B. Leguía (Lambayeque
1863-Callao 1932), quien sin haber nacido dentro de la oligarquía, se
había ganado el ingreso a ella. Sus orígenes provincianos y su falta de
vinculaciones con los miembros de la elite del “civilismo” lo colocaban en
desventaja. No obstante, era un hombre de gran talento y encanto que se
las fue arreglando para ganar una fortuna considerable en actividades
típicamente oligárquicas como la agricultura en la costa (Cañete) y las
finanzas; su matrimonio con la aristocrática Julia Swayne y Mendoza le
ayudó mucho en este aspecto, abriéndole el camino para llegar al Partido
Civil y formar parte del exclusivo grupo de “los 24 amigos”. Ya en el poder,
entre 1908 y 1912, mostró una clara tendencia personalista y autoritaria
que lo llevó a distanciarse del sector oligárquico. El pierolismo tampoco lo
toleró y varios de sus miembros lo apresaron en palacio de gobierno el 29
de mayo de 1909, sacándolo a las calles de Lima y pretendiendo obligarlo
a firmar su renuncia en la plaza de la Inquisición (hoy del Congreso o
Bolívar); la asonada de la oposición fracasó y Leguía recuperó su libertad.
Su gobierno puso especial énfasis en la política internacional pues
algunas cuestiones fronterizas estaban aún por resolverse, especialmente
la controversia con Chile producto del tratado de Ancón. En efecto, la
ciudadanía reclamaba una solución digna ante el plebiscito de Tacna y
Arica. Los años de 1908 y 1909 fueron de intensa represión contra los
peruanos al intensificarse la política de la llamada “chilenización” por parte
de las autoridades de la ocupación. El problema quedó pendiente hasta
1929, cuando teóricamente fue resuelto con el tratado de Lima.
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Con Bolivia hubo peligro de guerra al no haber aceptado el gobierno de
La Paz el fallo del presidente de Argentina; finalmente se firmó el tratado
Polo- Bustamante en 1909. Ese mismo año se firmó con Brasil el tratado
Velarde-Río Branco, por el cual se estipularon múltiples instrumentos
legales relacionados con el trabajo conjunto de ambos países en la
extensa región de la Amazonía, fijándose también los límites definitivos
entre ambos países en la zona del río Ucayali. De otro lado, Colombia y
Ecuador reclamaban derechos sobre Maynas. Con el primero hubo serios
incidentes militares en los ríos Caquetá y Putumayo, aunque el problema
quedó pendiente hasta 1922. Con Ecuador, luego de la celebración del
nefasto tratado García-Herrera (1890), se decidió llevar el diferendo al
arbitraje del rey de España.
En 1910 la situación se agravó cuando el gobierno ecuatoriano supuso
que la mediación del rey español sería favorable al Perú. Su actitud
determinó que el árbitro se inhibiera de dictar la correspondiente
sentencia. Las pretensiones ecuatorianas quedaron en suspenso hasta la
guerra de 1941, tras la cual se firmó el Protocolo de Río de Janeiro.
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Al poco tiempo de asumir el poder, Billinghurst se enemistó con la mayoría
civilista del Congreso, con los partidos políticos, con el ejército y hasta con
la opinión popular. Desterró al ex presidente Leguía y amenazó con
disolver el Congreso y convocar a nuevas elecciones parlamentarias.
Quería reformar el sistema de sufragio e incorporar a él a la Corte
Suprema, entidad muy prestigiosa en aquella época. Todas estas
medidas fueron rechazadas por la oligarquía. No obstante, Billinghurst
garantizó la protección policial a toda huelga que estuviera respaldada por
las tres cuartas partes de los trabajadores afectados, otorgó a los
trabajadores del muelle y dársena del Callao una jornada de ocho horas y
promovió manifestaciones populares para intimidar a sus opositores en el
Congreso.
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por Rumi Maqui en Puno y el asesinato del político Rafael Grau en manos
de una familia rival en su jurisdicción (Cotabambas). En 1917, en medio
de una crisis ministerial, el Partido Constitucional le retiró su apoyo al
gobierno. Pero fue en el campo social donde se dieron los pasos más
importantes.
La presión de los grupos obreros influidos por el anarcosindicalismo, que
en 1919 habían formado el Comité Pro Abaratamiento de las
Subsistencias, patrocinado por la poderosa Federación Textil, y el paro
general que se inició el 27 de mayo de ese mismo año en Lima y Callao,
obligaron al “civilismo” a “conceder” ciertas reivindicaciones a los
trabajadores. Éstas fueron: jornada general de 8 horas de trabajo,
regulación del trabajo de las mujeres y los niños, y la dación del calendario
laboral, que fijaba los domingos y fiestas cívicas como fechas destinadas
al descanso.
5) EL ONCENIO DE LEGUÍA
El nuevo régimen pronto dejó en claro que para realizar las reformas
pertinentes era necesario establecer otro marco constitucional; de esta
forma, la Asamblea Nacional fue revestida con poderes constituyentes. La
comisión de Constitución estuvo presidida por Javier Prado quien manifestó:
“Nosotros no queremos que estos principios se consideren como entidades
abstractas y metafísicas, como mitos supersticiosos, sino como fuerzas
vivas, como realidades fecundas que puedan desarrollarse, extenderse y
ampliarse, en bien del país”. La nueva carta constitucional se promulgó el 18
de enero de 1920.
Para entender lo que sucedió en el transcurso del “Oncenio” debemos
recordar que en la historia republicana del Perú el Estado ha sido siempre
su elemento más frágil y cuestionable. No ha llegado a convertirse en un
ente con capacidad real para integrar el territorio y organizar a su población
de acuerdo a un proyecto nacional basado en ideales democráticos. La
república no se sacudió de su “herencia colonial” y, de acuerdo a la filosofía
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política del virreinato, legitimó un acceso sumamente restringido al poder
político o a los negocios públicos.
Esta tradición dio pie a un sistema centralizado y vertical que no fue roto por
el nuevo Estado, teóricamente liberal y burgués según sus textos
constitucionales. Por ello, el sistema terminó asumiendo un criterio de
patrimonialismo y caridad cristiana que llevó al prebendismo y al
paternalismo.
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El mayor mérito del coronel Luis M. Sánchez Cerro (Piura 1889-Lima
1933) era el de haber acabado con el “tirano” que gobernó al país
durante once años. De origen provinciano y de rasgos mestizos,
Sánchez Cerro supo ganarse el apoyo del pueblo pero pronto se
introdujo en los círculos sociales de la elite. Fue invitado a formar parte
del exclusivo Club Nacional y la oligarquía percibió que podía contar
con un candidato apoyado por las masas y respaldado por el Ejército.
Era preciso contrarrestar a las masas “comunistas” que seguían al
APRA, especialmente ahora que el electorado había sido ampliado por
la ley de reforma promulgada en 1931, que facultaba a votar a todos
los varones adultos que supieran leer y escribir. La oligarquía se daba
cuenta de que si bien la nueva ley era bastante restrictiva en la zona
andina, ya no tenía el poder absoluto sobre el aparato electoral del que
gozó durante el “Segundo Civilismo”.
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7) LOS ENSAYOS DEMOCRÁTICOS: 1939-1948
Luego del tercer militarismo republicano representado por Sánchez Cerro y
Benavides, se intentó desde el poder Ejecutivo designar al candidato a la
presidencia de la República. Así fue elegido, en 1939, Manuel Prado a su
primer gobierno (1939- 1945); pero este éxito también se debió al tácito
apoyo del APRA y del Partido Comunista, en tanto que Prado era el
representante de la tan buscada burguesía progresista, interesada en
democratizar la vida del país. Se equivocaron. En 1945, sin embargo, José
Luis Bustamante y Rivero no fue “designado” por Prado para ocupar la
primera magistratura de la nación; su triunfo se inició con el nacimiento del
Frente Democrático Nacional. El régimen de Prado respondió al esquema
conservador de los anteriores, esto es, mantuvo fuertes vínculos con la
oligarquía, gobernó dictatorialmente, reprimió al APRA, limitó fuertemente la
actividad sindical e implantó una política económica de laissez faire orientada
a la exportación. Bustamante no encajó en este patrón. Su breve gobierno
(1945-1948) representó el primer esfuerzo para ofrecer una alternativa
reformista al APRA, aunque para llegar al poder necesitó el apoyo electoral
del partido de Haya de la Torre. Por ello, los oligarcas conspiraron con los
oficiales que les eran adeptos para llevar a cabo un golpe que eliminara a
Bustamante y restaurara una dictadura militar de derecha, con el general
Manuel A. Odría a la cabeza.
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cuestionado durante la guerra con Chile. De ellos, los más
representativos eran Mariano (el empresario), Javier (el intelectual), y
Jorge y Manuel (los políticos). Durante la “República Aristocrática”, el
poder económico llevó a los Prado a la política siendo dirigentes
importantes del Partido Civil.
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comunismo e imponiendo el decreto ley de Seguridad Interior.
Prescindiendo de un Congreso, Odría gobernó dictatorialmente con el
apoyo de la oligarquía exportadora. Pudo superar parcialmente la crisis
económica, eliminando el control de cambios e incrementando la
producción algodonera y minera orientada a la exportación; incluso,
llegó a promulgar un código de Minería. También creó el ministerio de
Trabajo y Asuntos Indígenas. Los obreros se vieron favorecidos al
establecerse el salario dominical, y los empleados con la creación del
seguro social obligatorio. Amplió, de otro lado, la cobertura educativa y
el régimen aumentaba cada día su popularidad. Esto llevó a Odría a
“renunciar” a su mandato en 1950 y convocar a elecciones en las que
fue candidato único. Quería convertirse en “presidente constitucional”.
Mientras se celebraban estas peculiares elecciones el poder quedó
momentáneamente bajo la dirección del general Zenón Noriega. El 28
de julio de 1950 Odría se ciñó la banda presidencial ante el reabierto
Congreso.
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CONCLUSIONES
Para que una clase política pueda constituirse, es preciso que el grupo de
gente que la compone se vea favorecida por un mínimo de estabilidad.
Esta primera condición sólo parece haberse dado en el Perú para un
número muy contado de individuos. Los políticos más estables no son los
que parecen dedicarse, por prioridad, a la gestión de los grandes
negocios, sino más bien aquellos que han logrado constituirse en
defensores de intereses locales muy específicos y muy estrechos.
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BIBLIOGRAFÍA
http://autorneto.com/referencia/historia/peru-1805-1919-el-estado-
oligarquico/
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