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LUIGI PIRANDELLO

LETRAS UNIVERSALES El difunto


Matías Pascal

Edición de Miquel Edo

Traducción de Miquel Edo

TERCERA EDICIÓN

CÁTEDRA
LETRAS UNIVERSALES
I

JUSTIFICACIÓN

NAde las pocas cosas, o quizás la única, que yo sabía

U con certeza era ésta: que me llamaba Matías PascaP.


Y sacaba partido de ella. Cada vez que alguno de
mis amigos o conocidos demostraba haber perdido el juicio
hasta el punto de acudir a mí para que le diera algún conse-
jo o sugerencia, yo me encogía de hombros, entornaba los
ojos y le contestaba:
-Yo me llamo Matías Pascal.
-Bien, amigo mío. Eso ya lo sé.
_¿y te parece poco?
No me parecía mucho, la verdad, tampoco a mí. Pero por
aquel entonces yo ignoraba lo que podía significar no saber
ni siquiera eso, o sea, no poder responder ya, como antes,
cuando se terciaba:
-Yo me llamo Matías Pascal.
Habrá quien juzgue oportuno compadecerse de mí -re-
sulta tan fácil- imaginando el atroz pesar de un pobre des-
1
La motivación del nombre del protagonista se deduce del juego de pala-
bras de que es objeto en el cap. XVII, pág. 312. Para el apellido la crítica ita-
liana ha propuesto múltiples hipótesis. Las que gozan de mayor consenso lo
vinculan a Blaise Pascal, el filósofo que no se contentó con la ciencia y apos-
tó por la fe sumergiendo al hombre en la infinidad del cosmos, citado por lo
demás en L 'umorismo (<<No hay hombre, observó Pascal, que difiera tanto de
otro como de sí mismo en el transcurso del tiempo>>, II, v), o al menos cono-
Fotograma de la película El difunto Matías Pascal cido teósofo Théophile Pascal, este último citado indirectamente en el cap. X
de Marcell'Herbier (1925). de la novela (cfr. nota 63, pág. 187).
graciado al que de pronto le toca descubrir que ... nada, eso: critos (como algunos antiquísimos que hay en nuestra biblio-
que ni padre, ni madre, ni cómo ocurrió C! dejó de ocurrir; teca), que por nada del mundo me habría puesto ahora a es·
quien juzgue asimismo oportuno despotncar -todavía es cribir si, como he dicho, no considerara realmente extraño
más fácil- contra la corrupción de las costumbres y contra mi caso y de una posible utilidad como enseñanza para al-
los vicios, y contra lo mal que van los tiempos, que tanto gún curioso lector que por ventura, hecha al fin realidad la
daño pueden causar a un pobre in~Kente. . vieja esperanza de monseñor Boccamazza que en gloria esté,
Muy bien, adelante. Pero es m1 deber adverurle que no pasase por esta biblioteca, a la que yo lego este mi manuscri-
van por ahí los tiros. Lo cie~o es que podría exponer aguí, to con la condición -exijo- de que nadie pueda abrirlo
en un árbol genealógico, el ongen y la descenden~1a de ~1 fa- hasta pasados cincuenta años de mi tercera, última y J4lnitiva
milia y demostrar cómo, además de haber conoc1do a m1 pa· muerte.
dre y a mi madre, he tenido noticia de mis antepasados y de Ya que hasta el momento -y Dios sabe cuánto me
sus actos, no todos precisamente loables, remontándonos pesa- ya me he muerto, sí, dos veces, pero la primera por
hasta muy atrás en el tiempo. error, y la segunda ... bueno, ya lo veréis.
(Entonces?
Pues nada, que mi caso es algo más extraño y diferente;
tan extraño y diferente que ahora voy a contarlo.
Fui, durante unos dos años, no sé si vigilante de libros o
más bien cazador de ratas en la biblioteca que un tal monse·
ñor Boccamazza, en 1803, legó al morir a nuestro Ayunta·
miento. Está claro que este monseñor debió de conocer
poco el talante y las costumbres de s~s conciudadanos; ?
quizá esperaba que su legado, con el t1empo y la oportum-
dad, debiera encender en aquellos ánimos el amor por el es-
tudio. Hasta ahora -puedo dar fe de ello- no se ha encen-
dido: y lo digo sin sombra de reproche hacia mis p~isanos. El
propio Ayuntamiento se mostró tan poco agradeodo_col! la
donación de Boccamazza que no tuvo el detalle tan s1qmera
de erigirle una estatua de medio busto, y dejó los libros mu-
chos, muchísimos años amontonados en un almacén espa-
cioso y húmedo, de donde luego los sacó, imaginaos en qué
estado, para cobijados en la apartada ermita de Sant_a María
Liberal, que no sé por qué razón ya no estaba destmad~ al
culto. Ahí decidió sin más confiarlos, a título de benefioo y
con carácter de sinecura, a algún holgazán bien relacionado
que, por dos liras al día, dedicado a mirarlos, o incluso sin
mirarlos para nada, estuviese dispuesto a soportar durante
unas horas su tufo a rancio y a moho.
Yo fui uno de los agraciados; y desde el primer día me for-
mé una idea tan baja de los libros, ya sean impresos o manus-

[68]
tes por Anton Muzio Porro, año 1571, una Vida y muerte de
Faustino Materucci, Benedictino de Polirone, tenido por algunos en
tratamiento de beato, biografia editada en Mantua en 16252 . A
causa de la humedad, la encuadernación de ambos volúme-
nes se había pegado fraternalmente; dándose además la
circunstancia de que en el libro segundo del tratado licencio-
so se habla largo y tendido de la vida y aventuras monacales.
Muchos libros curiosos e interesantes le han salido de los
estantes de la biblioteca al padre Eligio, encaramado todo el
11 día a una escalera de farolero. Cada vez que encuentra uno
lo tira desde arriba, con destreza, sobre la mesa grande que
SEGUNDAJUSTIFICACIÓN (FILOSÓFICA) hay en el centro; retumba toda la ermita; una nube de polvo
A MODO DE DISCULPA se levanta; dos o tres arañas se dan asustadas a la fuga. Yo acu-
do desde el ábside, saltando la cancela; lo primero es perse-
guir con el libro en cuestión a las arañas por encima de la
A idea, o mejor el consejo de escribir, me lo ha dado mi mesa polvorienta; luego lo abro y empiezo a hojearlo.

L amigo el padre Eligio Pellegrinotto, que en estos mo-


mentos es el encargado de la custodia de los libros de
la Boccamazza y a quien confiaré el manuscrito tan pronto
Así, poco a poco, le he ido tomando gusto a estas lecturas.
Ahora el padre me dice que mi libro debería seguir el mode-
lo de los que él va desenterrando en la biblioteca, que debe-
como esté terminado, si es que llega a estarlo. ría tener su mismo sabor peculiar. Yo me encojo de hombros
Lo escribo aquí, en la que fuera ermita, a la luz que me lle- y le contesto que eso es demasiado trabajo para mí. Pero hay
ga de la linterna de allá arriba, de la cúpula; aquí, en el ábsi- algo más.
de reservado al bibliotecario y cerrado por una cancela de ba- Sudoroso y cubierto de polvo, el padre Eligio baja de la es-
laustres de madera, mientras el padre Eligio resopla agobiado calera y sale a tomar una bocanada de aire al huertecillo que
por el cometido que heroicamente se ha asignado: poner un ha conseguido abrir aquí detrás del ábside, cercado con palos
poco de orden en toda esta babilonia de libros. Me temo que y estacas.
nunca va a conseguirlo. Nadie antes que él se había preocu- -Ah, mi querido padre -le digo yo, sentado en el poyo,
pado de saber, ni vagamente, echando un fugaz vistazo a los descansando la barbilla en la empuñadura de mi bastón,
lomos, qué género de libros había donado aquel monseñor mientras él atiende a sus lechugas-. No me parece que sea
al Ayuntamiento: se creía que todos o casi todos tenían que tiempo, éste, de escribir libros, ni siquiera por diversión. En
tratar de materia religiosa. Ahora Pellegrinotto ha descubier- la literatura, como en todo lo demás, me limito a repetir mi
to, para su consuelo, una enorme variedad de temas en la bi- acostumbrado estribillo: /Maldito sea Copérnico!
blioteca del monseñor; y como en el almacén cogieron los li- -(Pero a ver, qué pinta aquí Copémico? -exclama el pa-
bros uno de acá y otro de allá y aquí los agruparon según los dre Eligio, subiéndose la falda del hábito, el rostro encendi-
iban trayendo debajo del brazo, la confusión es indescripti- do bajo el maltrecho sombrero de paja.
ble. Por la cercanía se han estrechado entre estos libros amis-
tades harto especiosas: el padre Eligio me ha contado, por
ejemplo, que no le ha costado poco separar de un licenciosí- 2
A excepción de la abadía de Polirone, cerca de Mantua, se trata de títu-
simo tratado Del arte de amar a las mujeres, escrito en tres par- los y nombres inventados.
-Pinta, padre, pinta. Porque cuando la tierra no giraba ... llegar nunca a ningún destino, como si le divirtiera girar así,
-iY dale! iPero si siempre ha girado! haciéndonos sentir ora un poco más de frío, ora un poco
-No es verdad. El hombre no lo sabía, y por lo tanto era más de calor, y haciéndonos morir -a menudo con la con-
como si no girase. Para mucha gente, aún hoy, no gira. Se lo ciencia de haber cometido un cúmulo de fútiles tonterías-
hice saber el otro día a un viejo campesino, y ¿sabe usted lo después de cincuenta o sesenta vueltas? Copémico, mi
que me contestó? Qye era una buena excusa para los borra- buen padre Eligio, Copémico ha arruinado a la humani-
chos. Además, y con perdón, precisamente usted no irá a po- dad, irremediablemente. Ya todos hemos ido aprendiendo
ner en duda que Josué paró el soP. Pero dejemos eso. Lo que a asumir la novedad, la concepción de nuestra infinita pe-
yo digo es que, en los tiempos en que la tierra no giraba y el queñez, a consideramos, con todos nuestros magníficos in-
hombre, vestido de griego o de romano, tanta ostentación ventos y descubrimientos, menos que nada en el Universo.
hacía y tan alto concepto tenía de sí mismo y tan satisfecho ¿y qué valor quiere usted entonces que tengan las noticias,
se sentía de su propia dignidad, sí creo que podía tener bue- no digo ya de nuestras miserias particulares, sino de las
na acogida una narración minuciosa y llena de detalles inúti- grandes calamidades? Historias de gusanillos, las nuestras,
les. ms cierto o no que en Qyintiliano se lee, como usted me ahora. ¿Ha leído lo de esa pequeña catástrofe en las Anti-
ha enseñado, que la historia debería hacerse con el propósi- llas? Nada, que la tierra, pobrecilla, cansada de dar vueltas
to de contarla, y no de demostrarla?4. -como dice el canónigo polaco- sin ninguna finalidad,
-No lo niego -responde el padre Eligio-, pero no es ha sufrido una pequeña sacudida de impaciencia y ha reso-
menos cierto que nunca se han escrito libros tan minuciosos, plado algo de fuego por una de sus bocas. A saber qué ha-
tan atentos a los más recónditos detalles, como desde que, se- brá sido lo que le ha provocado esa especie de bilis. Qyizá
gún dice usted, la tierra se puso a girar. la estupidez de los hombres, que no habían sido nunca tan
-iSí, bueno! El señor conde se levantó temprano, a las ocho y cargantes como ahora. En definitiva: varios miles de gusa-
media en punto ... La señora condesa se puso un vestido lila con pro- nos chamuscaditos. Y los demás a tirar para delante: a ver
fusa guarnición de encajes en el cuello ... Teresina se moría de ham- quién se acuerda.
bre... Lucrecia tenía mal de amores ... iOh, Santo Dios! ¿Pero qué El padre Eligio Pellegrinotto, sin embargo, me hace notar
quiere usted que me importe todo eso? ms verdad o no es que, por muchos esfuerzos que hagamos con la cruel preten-
verdad que nos hallamos sobre una peonza invisible, a la que sión de extirpar, de destruir las ilusiones que la próvida natu-
sirve de cordel un hilillo de luz del sol, sobre un granito de raleza ha creado en bien nuestro, nunca lo conseguimos.
arena enloquecido que gira, gira y gira, sin saber por qué, sin Afortunadamente, el hombre se abstrae con facilidad.
Eso es cierto. Nuestro ayuntamiento, ciertas noches mar-
cadas en el calendario, manda no encender las farolas, de-
3
«Entonces Josué se dirigió a Yavé, en el día en que Yavé puso a los Amo- jándonos muchas veces -si está nublado- a oscuras. Lo
rreos en manos de los hijos de Israel, y dijo: 1 "Sol, deténte sobre Gabaón 1 que quiere decir que, en el fondo, aún hoy creemos que la
y tú, luna, sobre el valle de Ayalón." 1 Y se detuvo el sol y se paró la luna has-
ta que el pueblo se vengó de sus enemigos. 1 ¿No está escrito esto en el libro
luna no está en el cielo sino para darnos luz de noche, lo
del Justo? Se detuvo el sol en medio del cielo y no se apresuró a ponerse en mismo que el sol de día, y las estrellas para ofrecemos un
casi un día entero. No ha habido un día semejante a aquél, ni antes ni des- espectáculo sensacional. Seguro. Y a menudo y de buen
pués, en el que Yavé haya obedecido la voz de un hombre. Es que Yavé com- grado olvidamos que somos átomos infinitesimales y nos
batía por Israel. 1 Josué, con todo Israel, volvió al campamento de Gálgata>>
(!osué, X, 12-15).
da por respetamos y admiramos unos a otros, y somos ca-
4
Historia [..} scribitur ad narrandum non ad probandum (Institutionis orato- paces de zurramos por un pedacito de tierra o de dolernos
riae, libro X, cap. I, párrafo 31). de ciertas cosas que, caso de estar realmente imbuidos de lo

[73]
que somos, tendrían que parecernos inconmensurables tri-
vialidades5.
Pues bien, por obra y gracia de esa providencial capacidad
de abstracción, además de por lo extraño de mi caso, habla-
ré de mí, pero lo más brevemente que pueda, facilitando
sólo aquellas noticias que considere estrictamente necesarias.
Algunas de ellas, ciertamente, no redundarán en mi ho-
nor; pero es que me encuentro ahora en una condición tan
excepcional, que puedo decir ya que estoy fuera de la vida, y
III
por lo tanto libre de obligaciones y escrúpulos de cualquier
tipo. LA CASA Y EL TOPO
Comencemos.

he pr~cipitad~ algo al decir, al principio, que había


E

M conoCido a m1 padre. No lo conocí. Yo tenía cua-


tro años y medio cuando murió. Había ido, con un
cachamarín que tenía, a Córcega, para ciertos negocios su-
yos, y y~ no volvió: la fiebre perniciosa lo mató, en tres días,
a los tremta y ocho años de edad. Aun así, dejó bien acomo-
dados a :r:nuier e hijos, dos: Matías -que sería yo, como en
efecto fu¡- y Roberto, dos años mayor que yo.
Algún que otro anciano del pueblo todavía disfruta ha-
ciendo creer que la riqueza de mi padre -que al anciano no
tendría por qué causarle ningún resquemor, habiendo pasa-
d? ya hace ~ucho a otras manos- tenía una procedencia,
~1gamoslo as1, oscura. Pretenden que se la había procurado
JUgando a l~s c~rtas, ~n Marsella, con el capitán de un buque
mercanté mgles qmen, tras haber perdido todo el dinero
que llevaba consigo -que no debía de ser poco- se había
jugado también el considerable cargamento de azufre embar-
5 Sobre el referente leopardiano activo en estos tres últimos párrafos véase cado en la lejana Sicilia por cuenta de un comerciante de Li-
<<Introducción», págs. 12-14 y 42-43. En ellos se sintetiza buena parte de la fi- v~rpool (ih~sta eso saben! ¿y cómo no el nombre?), comer-
losofia de la naturaleza del escritor de Recanati. El padre Eligio se hace por- Ciante de Llverpool que había alquilado el buque; luego, de-
tavoz de la parte más consoladora de esa filosofia: la naturaleza pone ante sesperado, nada más zarpar se había ahogado en alta mar. Y
nuestros ojos dilettase immagini (deleitosas imágenes, Al cante Carla Pepali,
v. 124) que en algo contrarrestan el tedio vital al que nuestra condición nos así el mercante había arribado a Liverpool aligerado hasta del
tiene condenados. Matías, en cambio, replica poniendo el acento en el carác-
ter ilusorio de cualquier pretendida conexión entre naturaleza y hombre, con
lo que no se aparta de la línea tornada en su primera intervención, que cons- 6 Literalmente, «un vapor mercante>>.
tataba el lado catastrófico de una naturaleza ciega y exclusivamente material.
peso de su capitán. Por suerte le quedaba de lastre la malicia habría costado ninguna clase de sacrificios, ya que se le re-
de mis paisanos 7. muneraba espléndidamente.
Poseíamos tierras y casas. Sagaz y aventurero, mi padre iUna pobre santa, mi madre! iCon su carácter retraído y
nunca tuvo sede fija para sus comercios: siempre por ahí con apacible, sabía tan poco de la vida y de los hombres! Al oír-
su cachamarín, donde encontraba algo que interesara y si se la hablar, os parecía una niña. Hablaba con acento nasal y
presentaba una buena ocasión compraba e inmediatamente reía también con la nariz, ya que cada vez que lo hacía,
revendía mercancías de todo tipo; y para no dejarse tentar como si se avergonzara de ello, apretaba los labios. De com-
por empresas demasiado ambiciosas y arriesgadas, iba invir- plexión muy frágil, tras la muerte de mi padre tuvo siempre
tiendo las ganancias en tierras y casas, aquí, en el mismo pue- mala salud; pero nunca se quejó de sus males, ni creo que se
blecillo en el que quizás planeaba retirarse pronto, rodeado atormentara por dentro, sino que los aceptaba, resignada,
de las comodidades conseguidas con tanta fatiga, en la alegre como una consecuencia natural de su desgracia. Qyizá había
paz del hogar junto a su querida mujer e hijos. supuesto que iba a morir también ella, de dolor, y ahora sen-
Así, adquirió primero el terreno de las Due Riviere, rico en tía que debía dar gracias a Dios porque, aunque en condicio-
olivos y moreras, luego la finca de la Stia, no menos produc- nes tan tristes y lastimosas, la conservaba con vida por el
tiva y con un buen manantial de agua, que más tarde fue bien de sus hijos.
aprovechado para poner el molino; luego toda la ladera del Tenía para con nosotros una ternura incluso morbosa, lle-
Sperone, que era el mejor viñedo de nuestra comarca, y final- na de sobrecogimientos y desmayos: deseaba tenernos siem-
mente San Rocchino, donde edificó una encantadora residen- pre cerca, como si temiera ir a perdernos, y muchas veces, en
cia. Dentro del pueblo, además de la casa donde vivíamos, cuanto uno de nosotros se alejaba un poco, mandaba las sir-
compró otras dos y toda esa manzana que ahora aparece re- vientas a recorrer la enorme casa.
formada y convertida en arsenal 8. Se había dejado guiar ciegamente por su marido; al que-
Su casi repentina muerte fue nuestra ruina. Mi madre, sin darse sin él, se sintió perdida en el mundo. Y ya no volvió a
aptitudes para el gobierno de la heredad, tuvo que confiarlo salir de casa, excepto los domingos, por la mañana tempra-
a un personaje que, por haber mejorado su posición gracias no, para ir a misa a la iglesia cercana, acompañada por las
a los tantos favores recibidos de mi padre, según ella se sen- dos viejas criadas, que ella trataba como si fueran parientes.
tiría obligado a demostrar por lo menos un poco de gratitud, En casa, incluso, se redujo a habitar sólo tres estancias, aban-
la cual, junto a la solicitud y la honestidad requeridas, no le donando todas las demás a los escasos cuidados de las cria-
das y a nuestras travesuras.
7 Pirandello combina libremente en este párrafo diversos datos tomados de Emanaba de esas habitaciones, de todos los muebles de
la biografía de sus propios antepasados: su padre poseía y explotaba minas de vieja talla, de las cortinas descoloridas, ese tufo especial de las
azufre en Sicilia, pero la fortuna familiar había empezado a forjarla el abuelo, cosas antiguas, casi un aire de otros tiempos; y recuerdo ha-
que era originario de la región de la Liguria -de donde es Marias Pascal y su fa- ber mirado más de una vez a mi alrededor asaltado por una
rnilia: cfr. nota 25- y se había dedicado a actividades mercantiles. Varios de los
topónimos y lugares que Pirandello sitúa en los alrededores del imaginario pue-
extraña turbación procedente de la silenciosa inmovilidad de
blo ligur de Marias proceden -ha descubierto la critica- de la infancia y la ju- aquellos viejos objetos allí desde hacía tantos años sin utili-
ventud sicilianas del escritor: entre ellos la biblioteca donde trabaja Marias, ins- zar, sin vida.
pirada en la Lucchesiana de Agrigento, y algunos de los terrenos que son nom- Entre quienes más a menudo venían a visitar a mamá ha-
brados unos párrafos más abajo, como las Due Riviere. También Pinzone (cfr.
pág. 79 y ss.) remite a un preceptor que Pirandello tuvo de pequeño.
bía una hermana de mi padre, una solterona cascarrabias con
8 A lo largo del párrafo respetamos la cursiva de los topónimos según el un par de ojos de hurón, morena y muy tiesa. Se llamaba Es-
original. colástica, y se quedaba muy poco rato cada vez, porque de

[nJ
repente, platicando, cogía un berrinche y se l~rgaba sin des- marido? iPues porque era viudo! Había pertenecido a otra mu-
pedirse de nadie. Yo de pequeño le tenía un m1edo cerval. La jer, en la que quizá alguna vez habría podido pensar. Y luego
miraba con ojos desencajados, sobre todo cuando la ve.ía le- porque ... vamos, que se veía a la legua, a pesar de su timidez,
vantarse como una fiera y la oía gritar, dirigiéndose a m1 ma- que estaba enamorado, que estaba enamorado ... ya se entien-
dre y golpeando el suelo furiosame~te con el p~e: de de quién, el bueno del señor Pomino.
-¿No oyes que suena a hueco? 1Es el topo! 1el tal?~! iAnda que mi madre iba a aceptar! Le habría parecido un
Aludía a Malagna, el administrador que con gran s1gllo es- verdadero sacrilegio. Pero es que a lo mejor ni siquiera creía,
taba cavando una fosa bajo nuestros pies. inocente de ella, que tía Escolástica hablase en serio; y reía de
La tía Escolástica -como supe después- quería a toda aquel modo suyo tan peculiar tanto ante los arrebatos de la
costa que mi madre se vol':iera ~ casar. Non;nalmente las cu- cuñada como ante las exclamaciones del pobre señor Pomi-
ñadas no tienen ocurrenoas m dan conse¡os de esa clase. no, que asistía allí a las discusiones y recibía de la solterona
Pero ella tenía un sentido acerbo y rencoroso de la justicia; y los más desmesurados elogios.
más por eso, seguro, que por amor hacia nosotros, ,no podía No sé yo las veces que él habrá exclamado, agitándose en
soportar que aquel hombre nos. roba.ra como lo hac1a, a ~an­ su silla como en un potro de tortura:
salva. Dada, pues, la completa meptltud y ceguera d~ m1 ma- -iPor el santo nombre de Dios bendito!
dre no veía otro remedio que el de un segundo mando para Hombrecillo acicalado y compuesto, de mansos ojitos ce-
ell;. E incluso lo designaba en la persona de un infeliz que rúleos, creo que se empolvaba la cara y que tenía también la
respondía al. nombre de Jeró?imo PoJ:?ino; , debilidad de ponerse algo de colorete, apenas un velo, en las
Este era vmdo y con un h1¡o, que v1ve aun y se llama Jer~­ mejillas; se enorgullecía -era evidente- de conservar aún a
nimo como su padre: gran amigo mío, y algo más que ami- su edad todo el cabello, que se peinaba con extraordinario
go, como explicaré más abajo. Desde peque~o ve~ía con s~ cuidado, la raya al medio, y se alisaba continuamente con las
padre a nuestra casa, siempre para desesperaoón m1a y de m1 manos.
hermano Berta. . Yo no sé cómo habrían ido nuestros intereses si mi madre,
El padre, en su juventud, había pretend~do durante largo desde luego no pensando en sí misma, sino en el futuro de
tiempo a tía Escolástica, q~e no ~abía quendo s.abe; nada de sus hijos, hubiera seguido el consejo de tía Escolástica y se
él como de hecho no hab1a quendo saber de mngun otro, y hubiera casado con el señor Pomino. Es indiscutible, en cual-
n; ya porque no se hubiera sentido dispuesta a am~r, sino quier caso, que peor de como fueron en manos de Malagna
porque la más leve sospec~~ de que .el ~ombre a q':uen ~lla (íel topo!) no habrían podido ir.
amara hubiera podido tra1oonarla s1qmera con la Imagma- El hecho es que cuando Berta y yo nos hicimos mayores,
ción la habría llevado a cometer -decía- un crimen. To- gran parte de nuestros bienes se había esfumado; aunque
dos falsos, los hombres, para ella, bribones y traidores. ¿p?_ también es verdad que por lo menos habríamos podido sal-
mino incluido? No, ahí está: Pomino no. Pero se hab1a var de las garras de aquel ladrón lo que quedaba, y eso nos
dado cuenta demasiado tarde. A todos los hombres que ha- habría permitido vivir, si no con el desahogo de antes, al me-
bían pedido su mano y .que despué~ se habían cas~~? con nos sin apuros. Pero fuimos unos vagos; no quisimos cargar
otra, ella había conse~mdo descu~nrles alguna ~ra1c1on; 1? con preocupaciones de ninguna clase, y ya creciditos segui-
que la había hecho d1sfrutar salva¡emente. Pommo, el um- mos viviendo como nuestra madre nos había acostumbrado
co al que nada; de hecho, el pobre había sido un mártir de de pequeños.
su mu¡er. Ni siquiera había querido que fuéramos a la escuela. Un
¿y por qué, pues, ahora no era ella la que lo tomaba por tal Pinzone fue nuestro ayo y preceptor. Su verdadero nom-
bre era Francisco -o Juan- Del Cinque9, pero todo el cuanto pisamos la calle, le propusimos a Pinzone una escapa-
mundo lo llamaba Pinzone, y se había acostumbrado tanto dita: le pagaríamo.s to~o un litro de vino a condición de que
a ello que hasta él mismo se hacía llamar así. él, en vez de a la Iglesia y a casa de Malagna, nos dejase ir a
Era tan flaco que te ponía enfermo; muy alto de estatura, la Stia a coger nidos. Pinzone aceptó, muy contento, frotán-
y más lo habría sido, madre mía, si el busto, como si se hu- dose las manos, con ojos chispeantes. Bebió; fuimos a la fin-
biera cansado de trepar estrecho hacia arriba, no se le hubie- ca; se divirtió con nosotros durante unas tres horas, ayudán-
ra encorvado de repente por debajo de la nuca, formando donos a subir a los árboles y encaramándose él mismo. Pero
una notable joroba de la que a duras penas conseguía asomar por la noche, de vuelta a casa, tan pronto como mamá le pre-
el cuello, que parecía el de un pollo desplumado, con una guntó si habíamos cumplido con nuestra confesión y con la
nuez gorda y protuberante que le bailaba arriba y abajo. A visita a los Malagna:
menudo Pinzone se esforzaba por sujetarse los labios con los -Pues mire, deje que le diga ... -respondió, con la mayor
dientes, como si quisiera morder, castigar y esconder una ri- cara dura del mundo; y le contó con pelos y señales todo lo
sita cortante muy suya; pero el esfuerzo era en parte vano, que habíamos hecho.
porque la risita, no pudiendo salir por los labios aprisiona- No servía de nada vengarse de estas traiciones suyas. Y eso
dos, se le escapaba por los ojos, más aguda y burlona que que, por lo que recuerdo, nuestras venganzas no eran cosa de
nunca 10 • broma. Una noche, por ejemplo, sabiendo que él solía dor-
Muchas cosas esos ojillos debieron de ver en nuestra casa, mir, a la espera de la cena, sentado en el arquibanco del ves-
que ni mamá ni yo veíamos. No hablaba quizás porque no tíbulo, saltamos furtivamente de la cama, a la que nos habían
consideraba su deber hacerlo, o -como creo más proba- mandado castigados antes de la hora habitual, nos las arregla-
ble- porque aquello le proporcionaba un goce secreto y ve- mos para hacernos con una caña de estaño de esas que se
nenoso. usan como diste!, de dos palmos de largo, la llenamos de
Nosotros lo manejábamos a nuestro antojo, y él se dejaba; agua con jabón en la pila del lavadero, y armados con ella
pero después, como para quedar en paz con su conciencia, fuimos de puntillas hasta él, le acercamos la caña a las venta-
cuando menos nos lo esperábamos nos traicionaba. nillas de la nariz y ifff. .. !. Pegó un salto que casi toca el techo.
Un día, por ejemplo, mamá le ordenó llevarnos, a Berta y No será dificil imaginar lo mucho que debimos aprove-
a mí, a la iglesia; se acercaba la Semana Santa y teníamos que char el tiempo con semejante preceptor. Aunque no toda la
confesarnos. Tras la confesión, una breve visita a la mujer en- culpa la tenía Pinzone; de hecho él, con tal de hacer que
ferma de Malagna y enseguida para casa. iVaya un plan! En aprendiéramos algo, no reparaba en métodos ni en discipli-
na, y recurría a mil artimañas para atraer de alguna forma
9
Giovanni Del Cinque se había llamado un pintor de segunda fila (1667- nuestra atenci~n. Y a.menudo conmigo, que tenía un tempe-
1743) que había desarrollado la mayor parte de su trabajo en Florencia, don- ramento muy ImpresiOnable, lo conseguía. Ahora bien, él te-
de había recibido encargos de Cosme III de Médicis. nía una erudición suya propia, muy curiosa, por no decir es-
10
La descripción reproduce casi al pie de la letra la que abre el cuento La
scelta [La elección} de NoveUe per un anno. El yo narrador recuerda a este que trambótica. Era, por ejemplo, muy ducho en juegos de pala-
fue en efecto su preceptor cuando él era un niño y que le acompañaba a las bras: .conocía la poesía fidenziana y la macarrónica, la
ferias de juguetes, donde le exhortaba a hacer caso omiso de las continuas in- burchiellesca y la leporeámbica11 , y citaba aliteraciones y an-
vitaciones a comprar que le lanzaban los vendedores. Ya adulto, el yo acude
ahora a una feria no de juguetes, sino de personajes, y sigue sintiendo la pre-
11
sencia de Pinzone, muerto hace ya muchos años, que le alecciona sobre la Las cuatro son corrientes poéticas del periodo del Renacimiento y el Ba-
mezquindad de todo el surtido de hombres y mujeres entre los que tiene que rroco encuadrables en la copiosa tradición de poesía «jocosa>> italiana, contra-
elegir a los héroes de sus obras. punto y cancatura de los sectores cultos de la sociedad literaria. Estilística-

[So] [SI]
nominaciones, versos correlativos, encadenados y retrógra- -(Nada.)
dos12 de todos los poetas ociosos habidos y por haber, y él ¿Para que hallare un sostén donde asirse?
mismo componía no pocas rimas disparatadas. -(Irse.)
Me acuerdo en San Rocchino, un día: no sé cuántas veces ¿.Qstién ya lloró por corazón tan hueco?
nos obligó a repetir de cara al monte que teníamos enfrente -(Eco) 13 .
este Eco de su cosecha:
Y nos hacía resolver todos los Acertlj'os en octava rima de
Giuli?, Cesare Croce, y los otros, en sonetos, de Moneti, y,
¿yella qué hará por esta alma apenada?
tamblen en sonetos, los de otro haragán que había tenido el
valor de esconderse bajo el nombre de Catón el Uticense.
mente, todas ellas fuerzan o deforman el instrumento lingüístico con finali- Los había copiado con tinta tabacosa en un viejo cartapacio
dades lúdicas o paródicas. La literatura fidenziana o pedantesca está escrita en de páginas amarillentas.
un italiano bombardeado por expresiones latinas que satiriza el lenguaje afec-
tado de los eruditos y doctos de la época. El italiano macarrónico, al revés -Escuchad, escuchad este otro de Stigliani 14 . iMuy bue-
que el fidenziano, es latino italianizado, una gramática y una métrica latinas no! ¿Qyé será? Escuchad:
en las que se intercala de manera disparatada léxico italiano o dialectal. Bur-
chiello se apodaba un barbero florentino, Domenico di Giovanni (1404-
13
1449), cuya obra poética, recogida en el volumen Sonetti del BurchieUo, del Bel- El texto original dice así: In cuor di donna quanto dura amare? 1 -(Ore). 1
lincioni e d'altri poetiJiorentini alfa burchiellesca, fue el punto de partida de un Ed ella non mi amo quant'io l'amai? 1 -(Mai). 1 Or chi sei tu che si ti lagni meco? 1
subgénero en el que la ocurrencia o la burla se articulaban en un tejido de do- -(Eco). La traducción literal sería: <<¿Cuánto dura amor en corazón de mu-
bles sentidos, oscuras alusiones y figuras de ingenio extravagantes y a veces j.er? 1 -(I;loras). 1 ,¿y ella ~o me amó todo lo que yo la amé? 1 -(Nunca). 1
privas de significado. En los poemas de Leporeo Lodovico (Leporeambi alfa- (Pero qmen eres tu que as1 conmigo te dueles? 1 -(Eco).>> No es, la rima en
betici, Leporeambi nominali.. .) llegaron a su culminación los tour de force métri- eco, una prerrogativ:a de la tradición italiana: véanse, en la literatura españo-
cos y formales del Barroco italiano. la, las cm cuenta y cmco redondillas del Diálogo entre un galdn y el eco de Bal-
12 Por «aliteraciones>> entiéndase aquellas especialmente reiterativas y suge- tasar del Alcázar. '
14 Al su?género poético del <<acertijo>> (enimma) hicieron alguna que otra
rentes (<<El silbo de los aires amorosos>>, para poner un archicitado ejemplo
español). <<Annominación>> es el sinónimo latín (adnominatio) del término de contnbucwn figuras de la talla de Dante Petrarca Ariosto Goldoni Monti
origen griego <<paronomasia>>: indica, pues, el acercamiento sintagmático de Alfieri ... , si bien con m~cha más persiste~cia lo cuitivaron los prolífi~os auto:
palabras muy parecidas fonéticamente pero distintas en su significado. Un res que. cita Puandello, mscntos todos ellos en el ya citado filón de escritura
ejercicio de virtuosismo basado en el uso de esta figura sería el siguiente poe- humonst1ca qu.e se desarrollaba ~¡ margen de las cortes y cenáculos del esta-
ma de Unamuno: <<Le puso el piso en que pasa 1 hondo hastío; donde posa bltshment hterano ofic1al. Proporcwnal al olvido posterior fue la inmensa po-
1 sin coser; es otra cosa, 1 no lo que quiso; no casa. 1 Presa del piso, sin prisa, pularidad de que estos ~ombres gozaron en su tiempo, que en conjunto co-
1 pasa una vida de prosa>> (cit. Demetrio Estébanez Calderón, Diccionario de rresponde a finales del s1glo XVI, todo el siglo XVII y principios del XVIII. Giu-
términos literarios, Madrid, Alianza Editorial, 1996, págs. 809-810). Los versos ho Cesare Cro~e (1570-1609) vivía del dinero que sacaba con los opúsculos
correlativos contienen cada uno sintagmas iguales de frases distintas de poemas en Italiano o en dialecto boloñés que continuamente iba publi-
construidas con idéntica estructura: <<Ni en este monte, este aire, ni este río 1 cando Y difu~diendo o recitando por las calles, entre el pueblo llano. Fran-
corre fiera, vuela ave, pece nada>> (ibíd., pág. 220; la cita es gongorina). Los cesco Moneo (1635-.1712), t?scano, fraile de la orden franciscana, compagi-
versos encadenados retoman a principio de verso la palabra o parte de lapa- naba el ngor de su Vl~a rehg¡osa con una extraordinaria capacidad para con-
labra (varias sílabas, la rima, el lexema ... ) con que termina el verso anterior, tar ch1stes y para escnbu versos satíricos; divulgaba su producción en unos
en estos versos de sor Juana Inés de la Cruz las sílabas afectadas por la rima: almanaques anuales que se titulaban Apocastasi celesti. <<Catan !'Uticense Luc-
<<El soberano Gaspar 1 par es de la bella Elvira 1 vira de amor más derecha 1 chese>> fue el pseudónimo que utilizó un poeta también toscano de nombre
hecha de sus armas mismas>> (ibíd., pág. 114). El verso retrógrado es aquel que Leone SantuCCI. Tommaso Stigliani (1573-1651), peregrino por las cortes de
se puede leer siguiendo el orden de las palabras tanto de izquierda a derecha toda Italia, aspiró a hacerse un sit!o entre la flor y nata de los poetas cultos,
como de derecha a izquierda. Qllizá nunca fuera adoptado en España, ya que pero su enfrentamiento con Manno y con otros intelectuales de academia
Navarro Tomás, en su Métrica española, confiesa no haber encontrado ningún acab~ convi.rtiéndolo ~n un verdadero outsider; en 1605 un Canzoniere suyo
caso dentro del amplio repertorio de autores por él consultado (Barcelona, acabo en el md1ce de hbros proh1b1dos por la Iglesia a causa justamente de la
Labor, 1986 7, pág. 253n). mdecenc1a de algunos de sus acertijos.

[82]
Soy una, soy dos; de una que antes era que me habían obligado a ponerme para enderezar un ojo
en dos veis ya mudarse mifigura. que no sé por qué tendía a ir por su cuenta, a mirar siempre
Contra miles que os cubren la sesera para otro lado.
una con sus cinco úsame segura. Un verdadero martirio eran para mí esas gafas. Al final las
Muerdo mefor que si dientes tuviera, tiré y dejé que el ojo mirara libremente donde le viniera en
boca toda yo desde la cintura. gana. Total, guapo yo no habría sido ni teniéndolo derecho.
Dos ombligos tengo en lados opuestos, Rebosaba salud, y con eso ya tenía bastante.
en los pies los ojos, dedos en éstos 15 . A los dieciocho años me cubrió la cara una espesa barba
rojiza y rizada, en detrimento de la nariz, más bien pequeña,
Aún me parece que lo estoy viendo, allí recitando, el ros- que se vio como dejada de la mano de Dios entre la barba y
tro exultante de dicha, los ojos entrecerrados, los dedos de la la frente, ancha y grave.
mano como si estuvieran sujetando una aguja. Qyizá si estuviese en nuestra mano la elección de una na-
Mi madre estaba convencida de que para satisfacer nuestras riz adecuada a nuestra cara, o si viendo a un pobre hombre
necesidades con lo que nos enseñaba Pinzone nos bastaba; arrastrar una nariz demasiado grande para su rostro enjuto
nos bastaba y nos sobraba, quizá creía al oímos recitar los acer- pudiéramos decirle: <<Esta nariz me sienta bien, así que me la
tijos de Croce y de Stigliani. No así tía Escolástica, la cual cojo>>; quizás, digo, yo habría cambiado la mía con mucho
-no logrando endosar a mamá su adorado Pomino- había gusto, como también los ojos y muchas otras partes de mi
empezado a ocuparse de Berto y de mí. Sólo que nosotros, cuerpo. Pero como sabía que no se podía, me resignaba a mis
con la tranquilidad que nos daba la protección de nuestra ma- facciones y no le daba más vueltas.
dre, no le hacíamos caso, lo que la sacaba de sus casillas hasta Berto, en cambio, agraciado de cara y dotado de buen porte
extremos que hacían sospechar cómo, si sin que la vieran u (por lo menos en comparación conmigo), no sabía separarse
oyeran hubiera podido, nos habría azotado hasta arrancamos del espejo: se arreglaba, se acicalaba y derrochaba un montón
la piel. Recuerdo una vez que, saliendo disparada sobre una de de dinero en las corbatas más modernas, en los perfumes más
sus rabietas, topó conmigo en una de las habitaciones abando- finos, en ropa interior y de vestir. Para fastidiarle un día cogí de
nadas; me agarró por la barbilla y me la apretó lo más fuerte su guardarropa un flamante frac nuevo, un elegantísimo chale-
que pudo entre los dedos mientras me decía: -iMira qué gua- co de terciopelo negro, el clac, y así compuesto me fui de caza.
po, guapo, guapo!- e iba acercando cada vez más su cara a la Batta Malagna, mientras tanto, venía a lloriquearle a mi
mía, clavando sus ojos en mis ojos, hasta que echó una espe- madre las malas añadas que le obligaban a contraer onerosas
cie de gruñido y se marchó, rugiendo entre dientes: deudas para cubrir nuestros excesivos gastos y los muchos
-i Cara de perro! trabajos de mejora que continuamente requerían los campos.
Sobre todo la tenía tomada conmigo, a pesar de que sin -iNos ha caído otra buena! -decía cada vez al entrar.
punto de comparación yo atendía más que Berto a las deli- La niebla había estropeado las aceitunas justo en el mo-
rantes enseñanzas de Pinzone. Debía de ser por mi cara plá- mento en que empezaban a nacer, en Due Riviere; o bien la
cida y desagradable y por aquellas enormes gafas redondas filoxera había hecho lo propio con los viñedos del Sperone.
Había que plantar viduños americanos, resistentes a la plaga.
15
Así que, más deudas. Luego vino el consejo de vender el Spe-
A un tempo stesso io mi son una, e due, 1 Ejo due cio ch'era unaprimamente. 1 rone, para librarse de los acreedores, que lo asediaban. Con-
Una mi adopra con le cinque sue 1 Contra infiniti che in capo ha la gente. 1 Tutta son
bocea daUa cinta in sue, 1 E piu mordo stÚntata che con dente. 1 Ha due beUichi a con- que primero vendimos el Sperone, después Due Riviere, des-
trapposti siti, 1 Gli occhi ha ne' piedi, e spesso a gli occhi i diti. pués San Rocchino. Qyedaban las casas y la finca de la Stia,
con el molino, y mi madre ya se temía que cualquier día el
Allí, encaramado a su escalera de farolero, Eligio Pellegri-
hombre iba a acudir a notificarle que se había secado el ma- notto me responde:
nantial. . -Pues claro, por supuesto. Con delicadeza ...
Nosotros fuimos, sí, unos gandules y unos ~amrrotos, -i Cómo con delicadeza! Usted bien sabe que ...
pero no es menos cierto que. sobre la faz de la t1erra nunca
El padre Eligio se ríe, y con él toda la secularizada ermita.
más se verá un ladrón del cahbre de Batta Malagna. Y no le Luego me aconseja:
dedico peores calificativos por deferencia al vínculo de pa-
-Si yo estuviera en su lugar, señor Pascal, me leería antes
rentesco que con él me vi obligado a con~r~er. . algún cuento de Boccaccio o de Bandello17 . Para coger el
Mientras vivió mi madre, tuvo la hab1hdad de no de¡ar tono, el tono ...
que nos faltara de nada. En real~dad aquel, desahogo, ~9uella iLo pesado que se pone el padre Eligio con el tono! iUf!
libertad abierta a todos los capnchos que el nos permltia, no Yo escribo según me sale y se acabó.
servían sino para ocultar el abismo que luego, _después de mo- Ea, pues; iadelante!
rir mi madre, me engulló sólo a mí; ya g.ue ~1 herm<l?o tuvo
la ventura de contraer a tiempo un matnmomo venta¡oso.
El mío, en cambio ...

-¿Pero padre Eligio, he de hablar también de mi matri-


monio?16.

16 La finalidad de la poética pirandelliana, despojar al individuo de la rr;ás-


cara que lleva puesta, encuentra su mejor blanco en los estatutos de la VIda
burguesa y las hipocresías que los acompañan. Entre_ ellos esp~c1almente .at~­
cado es el de la familia en general y el del matr1monw en parucular, y as1 PI-
randello dibuja triángulos amorosos de lo m~s pintore~cos, rematados a !?e-
nudo por un hijo ilegítimo, con los que subvierte los c~ones tanto de la ms-
titución matrimonial como del adulteno. La temauca recorre toda la
producción narrativa (cfr. <<Introducción», pág. 1~) y teatral. Dentro de esta
segunda cabe destacar especialmente las obras escntas entre 1916 y_1918: Pen-
saci, Giacomino!, Lio!a, ll piacere dell~onesta, Ma non_ euna cosa sma, ll gtuoco
del/e parti. Asistimos en estas comedias_ a matr1momos a los que los persona-
jes se ven abocados por las circunstancias y que se convierten para ~llos en un
martirio en una «situación calamitosa, socialmente anormal>> (pag. 338); a
otros c~ntraídos por cálculo o conveniencia y que acaban siendo tomados
hasta demasiado en serio; a manipulaciones de que son víctimas los amantes
de las esposas por parte de los maridos; a maquinaciones interesadas que sa-
len al revés o surten efectos inesperados; a transgresiOnes a la norma soCial
que se demuestran más dignas que la norma misma y qu~ las falsedades con
que ésta quiere ser respetada: todo un programa, en definitiva, de ruptura de
los esquemas convencionales, cuya lógica y transparenCia moral es !?~esta
constantemente en tela de juicio. En El difunto Mat{as Pascalla operacwn ~e 17
efectúa en los capítulos IV, V y XVIII, y de entre las piezas_ teatrales la mas Las Novel/e de Matteo Bandello (1485-1561) fueron una de las pocas
vinculada a la novela es Lio!a, que recupera con algunas vanacwnes las pen- contribuciones realmente originales a un género, el de la narrativa breve, que
pecias que llevan a Matías al matrimonio. en los siglos que siguieron al Decameron padeció un verdadero síndrome de
dependencia respecto de la obra maestra de Boccaccio.

[86]
ya he dicho, de un caso de necesidad, tenía que darse a sí
mismo alguna razón, alguna excusa. Q!Iizá -digo yo- para
el pobre hombre robar era un modo de distraerse.
Y es que debía de ser, en su interior, una persona tremen-
damente sufrida, por causa de su mujer, que era de esas que
imponen respeto.
Había cometido el error de elegirla de mejor posición que
la suya, que era muy baja; con lo que esta mujer, que de ha-
berse casado con un hombre de su mismo rango quizás no
IV habría resultado tan agobiante, con él tenía que demostrar a
la mínima ocasión que venía de buena familia y que en su
ASÍ PASÓ casa las cosas se hacían de tal y tal manera. Y ahí tenéis a Ma-
lagna, obediente, obrando de tal y tal manera, como indica-
N día, cazando, me paré, presa de una extraña sensa- ba ella, para parecer también él un señor. iPero se le hacía tan

U ción, ante un almiar menudo y abultado, con un


cazo encima del palo.
-Yo te conozco -le empecé a decir-, yo te conozco ...
cuesta arriba! Sudaba, no paraba de sudar.
Para acabar de arreglarlo, doña Güendolina, a poco de ca-
sada, pilló una enfermedad de la que ya no se pudo curar,
Luego, de repente, exclamé: porque para curarse habría tenido que hacer un sacrificio su-
-iYa sé! Batta Malagna. perior a sus fuerzas: privarse nada más y nada menos que de
Cogí una horca que había ~llí en el sue.lo y se la clavé en unos pastelitos con trufas que le gustaban horrores, y de
el barrigón con tal voluptuosidad que casi se cae el cazo de otras golosinas por el estilo, y sobre todo del vino, no porque
arriba. Y es que ahí tenía yo a Batta Malagna cuando, sudo- bebiera demasiado (ipor favor!, ella venía de buena familia),
roso y jadeante, llegaba con el sombrero ladeado. sino porque no habría tenido que beber ni un dedo.
Todo lo tenía caído: ojos y cejas le caían, para acá y para A Berta y a mí, cuando éramos unos mozalbetes, los Ma-
allá, por el largo careto; le caía la nariz sobre el bigote inex- lagna nos invitaban alguna vez a comer. Era toda una diver-
presivo y sobre la perilla; los ~ombr~s.le caían desde e~ g~z­ sión oír al marido sermonear a la mujer -siempre, claro está,
nate; y casi hasta el suelo le crua el flae1do, enorm~ barn¡;on, con el debido respeto- sobre la continencia mientras él co-
ya que, como se le echaba encima de las gruesas pierne~lllas, mía, devoraba con fruición los más suculentos manjares:
el sastre para cubrirlas se veía obligado a hacer anchísimos -No entiendo -decía- cómo por el fugaz placer que
los pan~alones, de m~era que de ~ejos parecía que llevara, experimenta el paladar al paso de un bocado, por ejemplo,
caídos, unos faldones, y que la barnga le tocara el suelo., como éste -(y se zampaba el bocado)- uno tiene luego
Ahora bien, cómo podía con una cara y un cuerpo asi ser que sufrir durante todo el día. ¿Qyé provecho se saca? Yo es-
tan ladrón Malagna, no sé decirlo. In~luso los ladrones, ~e toy seguro de que luego me sentiría profundamente avergon-
imagino, deben tener un aspecto especial, que no me paree1a zado. iRosita! -(llamaba a la criada)-. Tráeme un poco
el suyo. Caminaba despacio, con su 12anza colgante, siempre más. iDelicioso, este puré de puerrosP 8.
con las manos detrás de la espalda, y 1le costaba tanto esfuer-
zo sacar a maullar aquella voz suya tan tenue! Me gustarías~­ 18
En el origina! la preparación culinaria elogiada por el personaje es la sal-
ber cómo justificaba ante su conciencia los robos que cont1- sa mayonesa (majonese); de ahí la réplica irónica de la mujer: Maja/ese!, libre
nuamente perpetraba contra nosotros. No tratándose, como deformación de maiale (cerdo).

[88]
-iPuercos! -saltaba entonces la mujer, hecha una fiera-. Sin embargo, la mujer se consumía día a día, y Malagna
iBasta ya! ¿sabes? Dios Nuestro Señor tendría que hacerte sa- no se atrevía siquiera a expresarle su más ferviente anhelo.
ber lo que es sufrir del estómago. Aprenderías a ser más con- Q.Iizá incluso ella era estéril por naturaleza. iHabía que tener
siderado con tu mujer. tantas precauciones con su enfermedad! ¿y si, Dios nos libre,
-¿Pero cómo, Güendolina, es que no lo soy? -exclama- moría de parto? ... Eso, si lograba llevar adelante el embarazo.
ba Malagna, mientras se echaba un poco de vino. Con tales argumentos se resignaba.
La mujer, por toda respuesta, se levantaba de su asiento, le mra sincero? No lo demostró lo bastante a la muerte de
quitaba el vaso de las manos y se iba a tirar el vino por la ven- doña Güendolina. La lloró, sí, la lloró mucho, y se dispuso a
tana. recordarla con tan respetuosa devoción que en su lugar ya
-¿Pero por qué? -gemía él, sin moverse. no quiso poner a una señorona, aunque bien habría podido,
Y la mujer: con lo rico que se había hecho; pero no, de eso nada, él eli-
-iPorque para mí eso es veneno! ¿Acaso yo me echo un gió a la hija de un granjero, sana y robusta, lozana y alegre;
solo dedo en el vaso? Si ves que lo hago, me lo coges y vas a una decisión tomada únicamente con el fin de no albergar
tirarlo por la ventana como he hecho yo, de acuerdo? dudas sobre la venida de la anhelada descendencia. Q!lizá ac-
Malagna, afligido, sonriente, miraba a Berto, me miraba a tuó algo deprisa, pero ¿qué queréis?, téngase en cuenta que
mí, miraba hacia la ventana, miraba el vaso, y luego decía: ya no era un chaval y que no tenía tiempo que perder.
-iPor Dios, que ya no eres una niña! ¿yo, obligarte por la
fuerza? No, querida: tú por ti misma, razonándolo bien, de- A Oliva, hija de Pedro Salvoni, nuestro capataz de Due Ri-
berías refrenarte ... viere, yo la había conocido bien de jovencita. Por su causa,
_¿y cómo? -gritaba la mujer-. ¿con la tentación delan- cuántas esperanzas le hice concebir a mamá: esperanzas de
te de los ojos? ¿Viendo cómo tú bebes sin tasa, lo saboreas y que sentaría la cabeza y me aficionaría al campo. iPor fin
lo contemplas a contraluz para fastidiarme? iVete a paseo, va- cumplido su deseo, no cabía en sí de gozo, pobrecilla! Hasta
mos! Si fueras otra clase de marido, para no hacerme sufrir... que un día la temible tía Escolástica le abrió los ojos:
Y así fue como Malagna llegó hasta ese extremo: dejar de -ms que no ves, tonta, que siempre va a Due Riviere?
beber vino para dar ejemplo de abstinencia a su mujer, y para -Sí, a la recogida de las olivas.
no hacerla sufrir. -iDe una oliva, de una oliva, sólo de una oliva, pedazo
Luego robaba ... Sí, claro, algo tenía que hacer. de calabaza!
Sólo que no tardó en descubrir que doña Güendolina, Mamá me echó entonces un soberano rapapolvo: que me
iella se lo bebía a escondidas, el vino! Como si, para que no guardase mucho de incurrir en el pecado mortal de tentar y
le hiciera daño, bastara con que el marido no la viera. Y en- deshonrar para siempre a una pobre muchacha, etc. etc.
tonces también él volvió a beber, pero fuera de casa, para no Pero no había peligro. Oliva era honesta, de una honestidad
mortificarla a ella. inexpugnable, una honestidad que se asentaba en la conciencia
Continuó robando igualmente, eso es verdad. Pero me del daño que se causaría cediendo. Era precisamente esta con-
consta que había algo que él con todo su corazón esperaba ciencia lo que la libraba de todas las insulsas mojigaterías del
recibir como compensación por el sinfin de tormentos que pudor fingido, y lo que la hacía atrevida y desenvuelta.
su mujer le ocasionaba; y es que deseaba que ella un buen iDios, cuando se reía! Dos cerezas, sus labios. iY qué
día se decidiese a traer al mundo un hijo. Entonces sí que el dientes!
robo tendría su finalidad, su pretexto. Porque ¿qué no se Pero, de aquellos labios, ni un solo beso; de aquellos
hace por el bien de los hijos? dientes sí, algún que otro mordisco, como castigo, cuando la
cogía por los brazos y no quería soltarla hasta conseguir dar- de ella, a pesar de que él se obstinara en negarlo. ¿Pero, cómo
le un beso por lo menos en los cabellos. se podía probar aquello? Oliva, al casarse, se había jurado a
Nada más .. sí misma permanecer fiel a su esposo, y no quería faltar a ese
Y ahora, tan hermosa, tan joven y fresca, y mujer de Batta juramento ni con tal de recuperar la tranquilidad.
Malagna... ¿Q):lé decir? iA ver quién le hace ascos a una gran ¿Oye cómo sé yo todas estas cosas? iY cómo las voy a sa-
fortuna! Y eso que Oliva sabía perfectamente cómo se había ber! Ya he dicho que ella venía a desahogarse a nuestra casa;
enriquecido Malagna. Me lo criticó tanto, un día; y luego, que la conocía desde niña; ahora me tocaba verla llorar por
precisamente por esa riqueza, se casó con él. el indigno comportamiento y la estúpida e insultante presun-
Pasa un año de la boda; pasan dos; y de hijos, nada. ción de aquel viejo asqueroso, conque ... ¿hace falta que con-
Malagna, convencido desde hacía tanto tiempo de que no tinúe? El hecho es que no resultó, así es que dejémoslo.
los había tenido de su primera mujer únicamente por la este- No tardé en olvidar. Tenía por aquel entonces -o, lo que
rilidad o la mala salud de ella, no sospechaba ahora ni por es lo mismo, creía tener- mil cosas en qué pensar. También
asomo que pudiese tener él la culpa. Y empezó a ponerle tenía dinero, el cual-junto a todo lo demás- proporciona
mala cara a Oliva. algunas ideas que sin él no se tendrían. Lo malo es que me
-¿Nada? ayudaba ferozmente a gastarlo Jerónimo II Pomino, quien
-Nada. nunc.a tenía bastant.e, dada la prudente austeridad paterna.
Esperó otro año más, el tercero: en vano. Entonces ya Mmo era como s1 fuera nuestra sombra; la mía y la de Ber-
pasó a lanzarle reproches abiertamente; y al final, al cabo de to, por turnos, modificándose con una fantástica capacidad de
otro año, viéndolo ya todo perdido, en el colmo de la exas- simio según practicase con uno o con otro. Cuando se pegaba
peración, empezó a pegarle sin la menor contención, gritán- a Berto, al momento lo teníais hecho un señorito, y entonces
dole a la cara que con su apariencia saludable le había enga- el padre, al que tampoco le faltaban veleidades de hombre dis-
ñado, engañado y mil veces engañado; que sólo para que ella tinguido, se rascaba un poco el bolsillo. Pero con Berto duraba
le diera un hijo le había dado él aquella posición, antes ocu- poco. Al verse imitado hasta en el modo de andar, mi herma-
pada por una señora, una señora de verdad, cuya memoria no, quizás por temor al ridículo, perdía enseguida la paciencia
no habría ofendido tan vilmente por ningún otro motivo. y lo maltrataba hasta quitárselo de encima. Entonces Mino vol-
La pobre Oliva no contestaba, no sabiendo qué decir; ve- vía a pegarse a mí; y el padre a dejar de rascarse el bolsillo.
nía a menudo a nuestra casa a desahogarse con mi madre, Yo tenía más paciencia, pero porque no dudaba en diver-
que con muy buenas palabras la animaba a no perder la es- tirme a su costa. Luego me arrepentía. Reconocía haberme
peranza, habida cuenta que todavía era joven, al fin y al excedido por su causa en alguna pillería, o haber forzado mi
cabo, muy joven: carácter o exagerado en la demostración de mis sentimientos
-iVeinte años! por el gusto de apabullarlo o de meterle en algún aprieto, del
-Veintidós ... que naturalmente también yo sufría las consecuencias.
iEntonces nada, mujer! Se sabía de más de un caso en que Un día estábamos cazando, y Mino, a propósito de Mala-
los hijos habían llegado incluso diez, quince años después gua, cuyas bravuconadas con su mujer yo le había contado,
del día de la boda. 11_1e dijo que le había .echado el ojo a una muchacha, hija pre-
-¿Qyince? ¿Pero y él? Él ya era viejo cuando nos casa- osamente de una pnma de Malagna, por la que sería capaz
mos. ¿y si ... ? de h~cer lo que ~era. H~blaba en serio, sin contar con que
Oliva se olía ya desde el primer año que no, que entre él y la ch1ea no parec1a mal d1spuesta; sólo que hasta el momen-
ella, vamos, que la deficiencia podía ser cosa de él más que to no había tenido ocasión ni siquiera de hablarle.
-iLo que pasa es que no has tenido valor, venga! -dije Y al día siguiente, con el pretexto de una letra de cuyo in-
yo riendo. minente vencimiento me había enterado casualmente por
No quiso admitir tal cosa, pero se sonrojó demasiado, no mi madre esa misma mañana, fui a buscar a Malagna a casa
queriendo admitirla. de la viuda Pescatore.
-Con quien he hablado es con la sirvienta -se apresuró Llegué corriendo adrede, y me precipité dentro acalorado
a puntualizar-. Y me he enterado de una buena, ¿sabes? Me y sudoroso.
ha dicho que a tu Malaño 19 lo tienen siempre por allí metido -iMalagna, la letra!
en casa, y que a ella le parece, lo nota en el aire, que está ma- Si no hubiera ya sabido que ese hombre no tenía la con-
quinando alguna jugada de acuerdo con la prima, que es una ciencia limpia, sin duda me habría dado cuenta aquel día al
vieja bruja. verle ponerse en pie pálido, desencajado, mientras balbuceaba:
-¿QJ_é jugada? '<!le' ... que'1e... que'1etra.?
-e·n,
-No sé, dice que va por allí a quejarse de su desgracia de -La letra tal de tal, que vence hoy... iMe envía mamá,
no tener hijos. La vieja, dura, agria, le contesta que le está que está preocupadísima!
bien empleado. Parece ser que al morir la primera mujer de Batta Malagna cayó sobre su asiento, expulsando con un
Malagna se le había metido en la cabeza casar con él a su interminable ah todo el terror que por un momento lo había
hija, y que había puesto todo su empeño en conseguirlo; oprimido.
después, decepcionada, no había dejado de echar pestes -iArreglado!. .. iEstá todo arreglado!... Por Dios, qué sus-
contra aquel monstruo, contra aquel enemigo de sus pa- to ... La he renovado, hombre, por tres meses, pagando los in-
rientes, contra aquel traidor de su propia sangre, etc. etc., y tereses, claro. ¿y tú te has pegado toda esta carrera por una
la había tomado hasta con su hija por no haber sabido en- cosa tan tonta?
candilar al tío. Ahora que finalmente el viejo se muestra tan Rió y rió, sacudiendo el barrigón; me invitó a sentarme;
arrepentido por no haber hecho feliz a la sobrina, vete a sa- me presentó a las mujeres.
ber qué otra perfidia se le puede haber ocurrido a la bruja -Matías Pascal. Mi prima, Mariana Dondi, viuda de Pe-
esa. scatore. Mi sobrina Romilda.
Me tapé las orejas con las manos y le grité a Mino: Insistió en que bebiera algo, para descansar de la carrera.
-iCállate! -¿Romilda, te importaría ... ?
Aparentemente no, pero en el fondo yo era un ingenuo, Se comportaba como si estuviera en su casa.
por aquel entonces. Aun así, después de ser informado de lo Romilda se levantó, buscando los ojos de su madre, y al
que se había visto y se estaba viendo en casa de los Malagna, poco rato volvió, a pesar de mis protestas, con una pequeña
creí que la sospecha de la sirvienta podía tener su fundamen- bandeja y encima un vaso y una botella de vermut. Nada
to; y, por el bien de Oliva, decidí intentar averiguar algo. Ob- más ver aquello, la madre se levantó contrariada y dijo:
tuve de Mino la dirección de la bruja. Mino me pidió come- -iNo, mujer! iDame eso!
dimiento para con la chica. Le quitó la bandeja de las manos y salió para volver luego
-Estáte tranquilo -le respondí-. iQJ.e te la dejo para ti, con otra lacada, nueva y flamante, y un magnífico servicio de
hombre! rosoli: un elefante bañado en plata, con un barrilete de cris-
tal sobre el lomo, y multitud de copitas colgando y tinti-
19 neando alrededor.
A la grafia gn le corresponde en italiano el sonido nasal palatal, el que
en español se representa con la ñ. Malagna, pues, suena en italiano aproxima- Habría preferido el vermut. Me bebí el rosoli. Bebieron
damente como sonaría en español Malaña. también Malagna y la madre. Romilda no.
muer~? loco, :n Turín -añadió en voz baja), de quien quiso
No prolongué mucho ese primer encuentro con el tamblen ensenarme el retrato.
propósito de tener una excusa para volver: dije que estaba -He~ho con sus propias manos, por él mismo, delante
ansioso por ir a tranquilizar a mi madre sobre lo de la letra
del espeJO.
y que me acercaría otra vez al cabo de unos días a fin d~ Lo c!erto es que yo, un momento antes, mirando primero
poder disfrutar más sosegadamente de la compañía de las a Romilda y después a su madre, había pensado: <<iSe parece·
señoras. rá al padre!» Ahora, frente al retrato de éste, ya no sabía qué
Por el ~ir~ con que me saludó, no me pareció que Maria·
na Dondi, vmda de Pescatore, acogiera con gran satisfacción pensar. . .
No qmero arnesgar suposiciones injuriosas. Considero sí
el anuncio de mi segunda visita: se limitó a tenderme la
a Mariana _D?ndi,_ viu~a de Pescatore, capaz de cualq~ie;
~ano: una mano gélida, seca, nudosa, amarillenta; bajó los
cosa; pero écomo Imagmar que hubiera habido un hombre
~¡os y ap_retó los labios. Me compensó la hija con una simpá-
y además apuesto, c~paz de enamorarse de ella? A no ser qu~
t1~a sonnsa que pr_ometía una acogida más cordial y con una
fuera u~o qu~ estuv~era to~avía más loco que su marido.
m~rada, dulce y triste a la vez, de aquellos ojos que desde el
Re,late a Mn~o las ImpresiOnes de aquella primera visita. Le
pnmer momento tanto me impresionaron: ojos de un extra-
habl; de Romlld~ con un f~r:ror y una admiración que no
~o color ve:de, p~ofundos, intensos, sombreados por larguí-
tard? en compamr, content1s1mo de que también a mí me
simas pestanas; o¡os nocturnos, entre dos crenchas de cabe-
hubiera gustado tanto y de contar con mi aprobación.
llos negros com~ el ébano, ondulados, que le bajaban por la
Enton_ces yo le pregunté cuáles eran sus intenciones: la
frente y por las sienes, como para dar realce a la viva blancu-
ma~~e, e1ertam~n~e, tenía toda la pinta de ser una bruja; pero
ra de la piel.
la hiJa yo habna JU!ado que era una buena chica. Ninguna
La casa era modesta; pero ya entre los viejos muebles se
d_uda acerca de los mfames propósitos de Malagna; era pre·
hacían nota~ muchos otros recién comprados que ostenta·
Ciso, pues, a toda costa, lo más pronto posible, salvar a la
ban, pretenciosos y toscos, su novedad demasiado llamativa:
muchacha.
dos grandes lámparas de mayólica, por ejemplo, sin tacha,
-~Pero cómo? -me preguntó Pomino, embobado,
con globos de cristal esmerilado, de una extraña factura en-
cima de u_na muy rudimentaria ménsula con repisa de ~ár­
pendiente de todo lo que pudiera salir de mis labios.
-¿Q;¡e cómo? Ya veremos. Antes que nada habrá que
mol amanllento, la cual sostenía un tétrico espejo encajado
c~rciora~se d~ ,una serie de cosas; llegar hasta el fondo; estu·
en un marco redondo, despintado por todos lados y que pa·
d1ar la Situaclün. Comprende que las resoluciones no pue·
recía abrirse en la habitación como el bostezo de un ham·
den tomarse así como así. Tú déjame a mí: yo te ayudo.
briento. Había después, frente al destartalado diván una me·
silla de pata~ doradas y tablero de porcelana, pintad~ con co·
Todo esto me divierte.
-Sí, vale ... pero ... -objetó entonces Pomino, tímida·
lores n:uy vivos; l~ego, empotrado en la pared, un pequeño mente, empezando a alarmarse al verme tan animado--. Se-
bargueno de laca ¡aponesa, etc. etc. Y sobre estos objetos
gún tú ... ¿casarse?
nuevos _se posaban los ojos de Malagna con evidente com·
-Yo no digo nada, por el momento. ¿De qué tienes
placene1a, como antes sobre el servicio de rosoli traído a
miedo?
modo de trofeo por la prima, la viuda Pescatore.
-De nada, ¿por qué?
Las paredes de la sala estaban casi totalmente decoradas
-~arque veo que vas muy deprisa. Despacito, y a reflexio·
co_n viejas y bonit~s láminas, de las que Malagna me hizo ad-
nar. SI se demuestra qu_e realmente ella es como tendría que
mirar alguna, explicándome que eran obra de Francisco An-
ser: buena, prudente, virtuosa (que es guapa no hay duda, y
tonio Pescatore, su primo, grabador de mucho talento (había
a ti te gusta, ¿no?); y supongamos también que esté verdade- de la perspectiva de hacerle un bien a aquella muchacha que
ramente expuesta, por la iniquidad de la m_adre y de ese o~o realmente me había causado una gran impresión.
canalla, a un peligro gravísimo, a un ultraJe, a un com~r.Clo ¿Q_yé culpa tengo yo de que Pomino ejecutara mis instruc-
infame: ¿tendrías algún reparo en hacer una obra de mento, ciones con demasiada timidez? ¿De que Romilda, en vez de
en emprender una ejemplar acción salv~dora? . . enamorarse de Pomino, se enamorara de mí, a pesar de que yo
-Yo no ... inunca! -exclamó Pommo-. Pero ... cy m1 le hablaba siempre de él? me que la perfidia de Mariana Don-
padre? . ? ·p d d. ? di, viuda de Pescatore, llegara al punto de convencerme de que
_¿Se opondría? ¿Por qué motlvo . .: or ..1a ote,_ 1ces. yo con mi saber hacer había conseguido en poco tiempo ven-
iN o por otra cosa! Porque, ¿sabes?, ella e_s, hiJa de artlsta, de cer su desconfianza y hasta realizar un milagro: el de hacerla
un grabador de mucho talento, que muno ... nada, que_ mu- reír, en más de una ocasión, con mis disparatadas ocurrencias?
rió como es debido, vaya, en Turín ... Tu padre, en camb10, e_s La vi poco a poco bajar las armas; me sentí bien acogido; pen-
rico, y te tiene sólo a ti: iya podr~a darte ese gusto, y no mi- sé que, con un jovenzuelo como yo rondando por casa, rico
rar tanto por la dote! Y si no consigues ponerle a tu favor por -yo aún me creía rico- y que daba señales inequívocas de
las buenas ' no te apures: te escapas
p . )
de casa y todo arreglado. estar enamorado de su hija, ella había abandonado definitiva-
¿o te fallan las piernas, amigo ommo., mente su inicuo plan, si es que de verdad alguna vez lo había
Pomino rió, y entonces yo le de~ostr~ como dos y dos son tenido. iY es que ya había llegado hasta a dudar de eso!
cuatro que él había nacido para mando, 1gu~l que se nace ~ara Sí, tendría que haber notado que no había vuelto a coin-
poeta. Le pinté con colore~ atrayentes lo d1chosa. que sena la cidir en aquella casa con Malagna, y que debía haber algún
vida conyugal con su Romüda: el afecto, las atenciones~ la gra- motivo para que ella sólo me recibiera por las mañanas.
titud que ella tendría para con él, su salvador. Y conclm: ¿Pero quién atinaba a fijarse en tales cosas? Al fin y al cabo,
-Tú ahoras tienes que encontrar la forma>:" 1~ m~ era? de era natural, puesto que yo, para actuar más libremente, siem-
hacer que ella se fije en ti y de hablarle o escnb1~le. _.: V~s., a pre proponía excursiones al campo, que se hacen mejor por
lo mejor en estos momentos una carta tuya F:odna s1gn1ficar la mañana. Además, también yo me había enamorado de Ro-
para ella, asediada como está por aquel ~~seo?, una mano a milda, aunque siguiera hablándole siempre del amor de Po-
la que agarrarse. Mientras tanto yo me 1re deJando caer J??r mino. Me había enamorado locamente de aquellos bonitos
la casa· estaré a la expectativa; intentaré buscar la ocas10n ojos, de aquella naricilla, de aquella boca, de todo, hasta de
para p;esentarte. (Entendido? una pequeña verruga que tenía en la nuca, y hasta de una ci-
-Entendido. .d ? catriz casi invisible en una mano, que yo, por cuenta de Po-
¿por qué mostraba yo tanto afán en casar a Romil a. _Por mino, le besaba, besaba y besaba perdidamente.
nada. Ya lo he dicho: por el gusto de desh~mbrar a Pom1?0. Con todo, quizá nada grave habría ocurrido si una maña-
Yo hablaba y hablaba, y las dificultades se 1ban desvaneCier: na Romilda -estábamos en la Stia y habíamos dejado a su
do una por una. Era impulsivo, 7 me lo tomaba todo a la _h: madre admirando el molino- de repente, interrumpiendo
gera. Q,¡izá por eso, en aquella ~poca, les ~st_aba a las mu)e nuestra ya demasiado prolongada comedia sobre su tímido
res, a pesar de mi ojo algo extraviado y de ~m t1po, que no pa- amante ausente, no hubiera roto en un llanto repentino y
saba de ser vulgar y corriente. Esta vez, sm embargo, tengo convulso y no me hubiera echado los brazos al cuello, supli-
que decir que mi fogosidad también nacía del_ ~eseo de des- cándome entre hipos que me compadeciese de ella, que la
baratar la canallesca trama urdida por aquel vieJO asquer?~o llevara a donde fuera, pero lejos, lejos de su casa, lejos de
y así dejarle con un palm<;> de narice~;, de 1~ preoc~pac~on aquella mala madre que tenía, lejos de todos, enseguida, en-
que sentía por la pobre Ohva; y tamb1en -.:por que no. seguida ...
¿Lejos? ¿cómo podía yo, así de golpe y porrazo, llevárme- Asintió varias veces con la cabeza, entre sollozos, y escon-
la lejos? , , . dió la cara entre las manos.
Luego sí, durante much~s dias, a~n bajo los efectos em- -iUna chiquilla! -exclamó después, levantando los bra-
briagadores de nuestro deshz, busque la manera de hacerlo: zos al cielo-. iY la madre! La madre ha estado de acuerdo
resuelto sinceramente a todo. Y ya empezaba a preparar a mi ¿oyes? iSu propia madre! '
madre para la noticia de mi pró~ma ~oda, definitiyamente _¿y a mí me lo cuentas? -repliqué yo-. Toma: lee.
inevitable por motivos de conoenoa, cuando, _sm saber Y le ofrecí la carta.
cómo, me llegó una carta escueta y seca de Rom_llda. en ,la Oliva la observó, como desconcertada; la cogió y me pre-
que me instaba a no interesarme más por ella, baJO mngun guntó:
pretexto, y a no acercarme nunca más a su casa, dando por _¿y esto qué es?
acabada para siempre nuestra relación. Apenas sabía leer. Me interpeló con la mirada para saber si
¿pero cómo? ¿QJ_é había ocurrido? era realmente necesario que hiciera aquel esfuerzo, en ese
Ese mismo día Oliva acudió llorando a nuestra casa a momento.
anunciar a mamá que era la mujer más desgraciada del mun- -Lee -insistí yo.
do, que ya nunca más volvería a haber paz en su ca.~a. Suma- Ent?nces ella se secó l<?s oj?s, desdobló el papel y se puso
rido había conseguido probar que lo de no tener hiJOS no era a descifrar la_ letra, d_espacw, silabeando. Tras las primeras pa-
por culpa de él; acababa de darle la not~cia, triunfante: labras, sus OJOS corneron a la firma, y me miró, abriéndolos
Asistí a esta escena. Cómo logré dommarme en ese mstan- de par en par:
te no sabría decirlo. Me reprimí por respeto a mamá. Aho- -aú?
gándome de ira y de asco, corrí a encerrarme en mi habita- -Trae para acá -le dije-, que te la leo yo bien leída.
ción, donde solo, con las manos en la cabeza, empecé a pre- Pero ella apretó la hoja contra su pecho:
guntarme cómo Romilda, de~pués _de todo lo que ~abía -iNo! -gritó-. iNo te la devuelvo! iEsto ahora lo nece-
habido entre nosotros, se habla podido prestar a semeJante sito yo!
ignominia. iDigna hija de su madre! iNo sólo habían enga- _¿y se puede saber para qué te va a servir? -le pregunté,
ñado al viejo entre las dos de la forma más vil, sino también sonriendo amargamente-. ¿se la quieres enseñar? Pero si en
a mí, a mí! Al igual que la madre, también ella, pues, se ha- toda esta carta no hay nada que pueda hacer que tu marido
bía servido de mí, vergonzosamente, para sus infames fines, deJe de creer en lo que él está encantadísimo de creer. iTe lo
para su codicia. Y la pobre Oliva, mientras tanto ... perdida, han engatusado bien, mujer!
perdida ... -iAh, qué verdad tan grande! -gimió Oliva-. Me ha
Antes del atardecer, con los nervios todavía crispados, fui agarrado por la barbilla, gritándome que me guardara muy
derecho a casa de Oliva. Llevaba conmigo, en el bolsillo, la mucho de poner en duda la honestidad de su sobrina.
carta de Romilda. -¿Lo ves? -dije yo, riendo con acritud-. ae das cuen-
Oliva, hecha un mar de lágrimas, recogía sus cosas: quería ta? No ganarás nada con llevarle la contraria. iTienes que
volver con su padre, a quien hasta ahora, por precaución, no guardarte muy mucho! Más que eso: lo que debes hacer es
había dicho ni una palabra de todo lo que había sufrido. decirle que sí, que es verdad, completamente cierto que pue-
-¿Ahora ya, qué hago yo aquí? -me dijo-. iSe acabó! de tener hijos ... ¿me sigues?
Si por lo menos hubiera elegido a otra .. ; .,
-Ah, ¿entonces sabes -le pregunte- con qmen lo ha ¿Cómo se explica entonces que, al cabo de un mes poco
hecho? más o menos, Malagna le diera una tremenda paliza a su m u-

[roo] [ror]
jer y, echando aún espuma por la boca, viniera a mi casa gri- de él, le co?tó su de.sgracia >:' lo que su madre pretendía de
tando que exigía una reparación inmediata de mí, que había ella; le rogo que se mterpusiera, que indujera a la madre a
hundido en la deshonra a una sobrina suya, a una pobre des~errar consejos. tan ind~corosos, puesto que ella ya perte-
huérfana? Matizó que, para evitar el escándalo, él habría pre- neCla a otro, a qmen quena ser fiel.
ferido callar. Por compasión hacia la pobre muchacha, como _l\~alagna se enterneció, pero sólo hasta cierto punto. Re-
no tenía hijos, había resuelto incluso quedarse con la criatu- phco q~e ella aún era menor de edad, y que por lo tanto es-
ra cuando naciera, como si fuera suya. Pero ahora que Dios taba ba¡o la potestad de su madre, quien, si así lo deseaba in-
lo había querido por fin recompensar con un hlj"o legítimo, suyo clu_so p~día emprender contra mí acciones legales; que n'i si-
y de su propia mujer, ahora no podía, ya no podía, no era co- qme~a el,. honestamente, podía ver con buenos ojos el
rrecto reconocer como propio a ese otro que daría a luz su matn~?~lO con un taramban~ de mi calibre, derrochador y
sobrina. nada ¡mcroso, y que por eso mismo no podía recomendar tal
-i~e Matías dé la cara! i~e Matías remedie el daño cosa a su madre; 1~ di¡ o que ante el lógico y comprensible en-
causado! -dictaminó, congestionado por el furor-. iDe in- fado materno era ¡usto que ella por su parte sacrificara algo
mediato! i~iero ser obedecido de inmediato! No me obli- ~lgo q~e por lo demás significaría su fortuna; y concluyó qu~
guéis a decíroslo de otra manera, o a cometer algún despro- el no Iba a ~oder hacer, en definitiva, otra cosa que tomar a
pósito. su cargo -siempre a condición de que se guardara con todo
Recapacitemos brevemente, llegados a este punto. Yd es- ~1 mundo. el máximo secreto- el recién nacido, o sea, prohi-
toy de vuelta de todo, y pasar por imbécil o ... por algo peor, ¡arlo, habida cuenta que él no tenía hijos y deseaba tanto y
no sería en el fondo ningún drama para mí. Repito que ya es desde hacía tanto tiempo uno.
como si estuviera fuera de la vida, y que ya no hay nada que ms posible demostrar -pregunto yo- mejores intencio-
me importe. Si llegado a este punto tengo, pues, ganas de re- nes?
capacitar, es sólo en aras de la lógica. Resultado: todo lo que le había robado al padre se lo de-
Me parece evidente que Romilda no debió de hacer nada volvería al hijo que iba a nacer.
malo, por lo menos que no intentó engañar a su tío. Si no, ¿~é culpa tuvo él de que yo, después, ingrato y ruin, fue-
¿por qué Malagna iba rápidamente a reprocharle a mano lim- ra a aguarle la fiesta?
pia a su mujer que le había traicionado y a acusarme a mí de- iDos no: hombre, dos no, por el amor de Dios!
lante de mi madre de haber ultrajado a su sobrina? Le parecieron demas~ados: qu_izá porque al haber hecho ya
Romilda sostiene, en efecto, que, poco después de aquella R.oberto un buen matnmomo, ¡uzgó que no le había perju-
excursión nuestra a la Stia, su madre, al confesarle ella el diCado tanto com? para tener que reponer también por él.
amor que la ataba ya indisolublemente a mí, se puso como En fin; por lo visto todo el daño lo había causado yo, úni-
una fiera y le gritó a la cara que jamás de los jamases accede- co energumeno entre gente de tanto bien. Y tenía, pues, que
ría a que se casara con un gandul que encima estaba casi pagarlo.
arruinado. Ahora bien, dado que Romilda se había buscado, Al princip.io me negué iracundo. Luego, en atención a los
ella sola, el peor mal que le puede sobrevenir a una mucha- ruegos de mi madre,, que ya veía inmine?te nuestra ruina y
cha, a ella, madre previsora, no le quedaba sino sacar de ese esperaba gue yo, casandome con la sobnna de ese enemigo
mal el mayor provecho posible. Cuál era éste, es fácil de ima- suyo, pudi~ra de alguna forma salvarme, cedí y me casé.
ginar. Al llegar a la hora acostumbrada Malagna, ella se mar- . SC?bre mr cabeza se cernía, terrible, la ira de Mariana Don-
chó, con un pretexto, y la dejó sola con su tío. Entonces Ro- di, viUda de Pescatore.
milda, llorando -afirma- a lágrima viva, se arrojó a los pies

[102]
Ella, mientras tanto, ahí estaba: tirada en un sillón, retor-
ciéndose en continuas náuseas, consumiéndose pálida, he-
cha una pena, ya sin un momento de alivio, ya sin ganas ni
siquiera de hablar, o de abrir los ojos.
(También de esto tenía yo la culpa? Así lo parecía. No so-
portaba ni oírme ni verme. Y se pusieron peor las cosas cuan-
do para salvar la finca de la Stia y el molino, tuvimos que
ve~der las casas, con lo que mi pobre madre se vio obligada
a entrar en nuestro infierno particular.
V Por supuesto, aquella venta no sirvió de nada. Malagna,
a la espera de un hijo que le autorizaba ya a actuar sin es-
MADUREZ crúpulo ni contención alguna, nos dio el golpe de gracia:
se puso de acuerdo con los prestamistas y compró por cua-
tro reales las casas, sin registrarlas a su nombre. Las deudas
QUELLA bruja no se daba nunca por vencida: que pesaban sobre la Stia quedarC?n. así en su mayor 12art~
A -¿A dónde querías llegar? -me_ preguntaba-.
¿N0 te bastaba, di, con meterte en m1 casa como un
ladrón a camelar y desgraciar a mi niña? ¿No te, bastaba?
al descubierto; y los acreedores p1d1eron el embargo ¡udl-
cial para la finca, molino incluido. Resultado: lo perdimos
todo.
-iNo, mi querida suegra, n~! -le respond1~ yo-. Por- ¿y ahora qué? Me puse, con pocas expectativas reales, a
que si no hubiera pasado de ah1 a usted le habna hecho un buscar una ocupación cualquiera para cubrir las necesidades
favor un buen servicio ... más perentorias de la familia. Pero yo era un verdadero in~­
_¿Le oyes? -chillab~ entonces a la hij<:_-- Encima pre- til; y huelga decir que la fama que me había creado con m1s
sume, se atreve a presum1r de s~ gran h~~a~1a con e~a... -y andanzas juveniles y mi holgazanería no animaba a nadie a
seguía un repertorio de obscemdades dmg1das a Ohva; lue: darme trabajo. Además, las escenas a las que diariamente me
go, con las manos ~n los_ costados y los c~~os en punta-:-. tocaba asistir en mi casa me impedían gozar de la calma ne-
¿y qué has consegu1do? cNo ves que tamb1en has desgraoa- cesaria para concentrarme y reflexionar un poco sobre lo que
do a tu hijo, de esta forma? e1aro que a e'1' cque
. ' mas ' 1e da.?
habría podido y sabido hacer.
Ya tiene al otro, que también es suyo ... Me producía verdaderos escalofríos ver a mi m~dre allí,
Acababa siempre escupiendo ese veneno, sa~~dora ~el respirando el mismo aire que la viuda Pescatore. M1 vener~­
efecto que producía en Romilda, celosa de aq~el h1¡o que_1ba ble viejecilla, ya perfectamente consciente -aunque a m1s
a nacerle a Oliva, en un hogar lleno de armoma Y_ co~odlda­ ojos para nada responsable- de sus errores, derivados de su
des, y no, como el suyo, entre estrecheces, sm nmguna incapacidad para convencerse de la mezquindad de los hom-
seguridad sobre el futuro, y con aquella guerra dentro de bres, estaba siempre ensimismada, con las manos en ~1 rega-
casa. Ayudaban a aumentar sus celos las noticias que al~na zo, los ojos bajos, sentada en un rincón, pero como s1 no es-
bienintencionada mujer, fingiendo no saber nada, ':ema a tuviera del todo segura de poder ocupar ese sitio; como si es-
traerle de tía Malagna, que estaba tan content_a, tan sat1sfecha tuviera siempre a la espera de irse, de irse enseguida (iDios lo
de la gracia que finalmente Dios había quendo concederle: quisiera!). Y no molestaba ni a las moscas. Sonreía de vez en
estaba como una rosa, nunca se la había visto tan fresca, tan cuando a Romilda, bondadosamente; pero no se atrevía a
lozana. acercarse a ella, porque una vez, a poco de llegar a nuestra
mos años lejos del pueblo y a cambiar de ritmo de vida y de
casa, había corrido a prestarle ayuda y aquella bruja la había
costumbres. Finalmente, declaraba sentir mucho el no po.de.r
apartado con malos modos:
-Voy yo, voy yo; yo sé lo que hay que hacer. . prestarme, debido a to.d.o lo ant~ri<;>rmente expue,sto: m si-
quiera un mínimo aUXIlio pecumano, como habna sido de
Yo había tenido la precaución de callarme, porque R~n.ul­
todo corazón su deseo. .
da necesitaba realmente ayuda en ese momento; pero vigila- Oculté esta carta a mamá. Qyizá si la exasperaciÓn del
ba que nadie le perdiera el respeto. . ,
momento no me hubiera ofuscado la mente, mi i!ldigna-
Advertí, sin embargo, que esta guardia que yo le haoa ~
ción no habría sido tanta; habría pensado, por e¡emplo,
mi madre irritaba soterradamente tanto a la bru¡a como a mi
según mi talante natural, que si un ruiseñor se desprende
mujer, y temí que, cuando yo no estaba en casa, para desaho-
de las plumas de la cola siempre puede decir que le queda
gar la bilis y la rabia acumuladas, pudieran maltratarla. Y ese
el don del canto, mientras que si hacéis que un pavo re~l
temor me atormentaba. i Cuántas y cuántas veces la habré
mirado a los ojos para ver si había llorado! Y ella me sonreía, pierda esas mismas plu~~s, .¿qué le gu;da? Abnr la .mas
mínima fisura en un eqmhbno que qmza le costaba DI~s y
me acariciaba con la mirada, me preguntaba luego:
-¿Por qué me miras así? ayuda mantener, un equ.ilib~io gracias al .cual P?dí.a VIVIr
decentemente -a lo me¡or mcluso con oerta digmdad-
-mstás bien, mamá?
Me hacía apenas un pequeño gesto con la mano y me res- a expensas de su mujer, ~ab.ría ~ignificado para Berto un
sacrificio enorme, una perdida meparable. Aparte de su
pondía: . buena presencia, de sus impecables modales, de su porte
-Pues claro que sí, ¿no lo ves? Pregúntale a tu mu¡er, va-
de caballero distinguido, él no tenía nada más que ofrecer-
mos, ve; ella sufre, pobrecilla.
le a su esposa; ni siquiera esa brizna de ~mor qu~ habría
Se me ocurrió escribir a Roberto, que vivía en Oneglia20,
compensado las molestias que a ella hubiera podido aca-
para pedirle que tomase a su cargo a mamá, no por quitarme
rrearle mi pobre madre. iLástima! Dios le había hecho así;
de encima un peso que de muy buena gana estaba dispuesto
le había dotado de poco, poquísimo amor. ¿contra eso
a soportar incluso en las estrecheces por las que pasábamos,
qué podía hacer el pobre Berto!
sino únicamente por el bien de ella.
Mientras tanto nuestras penunas aumentab~, y yo n? en-
Berto me respondió que no podía; no podía porque su po-
contraba la manera de ponerles remedio. Vendimos las ¡~yas
sición ante su mujer y ante la familia de ésta era más que d~­
de mamá, recuerdos entrañables. La viuda Pescatore,.t~mien­
licada, después de nuestra ruina: él ahora mismo estaba VI-
do que muy pronto mi madre y yo .tuviéramos que VIVlf t~n;­
viendo de la dote de su esposa, por lo que no estaba en con-
bién de las míseras cuarenta y dos hras mensuales que reobia
diciones de imponerle también el peso de u~a suegra.
como renta de su dote, estaba cada día más huraña y sus ~o­
Además, era probable --decía- que mamá se hubier.a, en~o~­ dales eran más ariscos. Era evidente que su furor, contemd.o
trado igualmente a disgusto en su casa, ya que tan~hen el vi- desde hacía ya demasiado tiempo -quizás por la presenoa
vía con su madre política, que era muy buena mu¡er, sí, pero
y el saber estar de mamá-, iba a estallar de un m?n:ento a
podía volverse mala por los inevitables celos y roce~ que sur-
otro. Cuando me veía vagar por la casa como amn:a en
gen entre consuegras. Mejor, pues, que.mama contmuar~ e~ pena, ese vendaval de mujer m~ echaba unas malas mua~as
mi casa; por lo menos, no se vería obhgada a pasar sus ultl-
que parecían relámpago? anunc.Iadore~ de tormenta. Yo saha:
había que quitar la comente e Impedir la descarga. Pero lue-
20
Por decreto del21 de octubre de 1923 Oneglia se uniría a Porto Mauri- go temía por mamá, y volvía a casa.
zio para constituir la ciudad de Imperia, capital de la provincia más occiden- Un día no llegué a tiempo. La tormenta, finalmente, se ha-
tal de la región de Liguria, limítrofe con Francia.

[!07]
[ro6]
bía desatado, y todo por un pretexto de lo más fi.ítil: por la Romilda, llorando y chillando, se levantó de su sillón y
visita que le hicieron a mamá nuestras dos viejas sirvientas. fue a echarse en brazos de su madre.
Una de las dos, al tener que dar sustento a una hija que se -iNo! iYo voy contigo, mamá! No me dejes, no me dejes
había quedado viuda con tres niños, no había podido aho- aquí sola.
rrar nada y enseguida se había ido a servir a otra parte; pero Pero aquella buena madre la rechazó enfurecida:
la segunda, Margarita, sola en el mundo, y en ese sentido -¿No lo querías, a este bandido? iPues ahora te lo que-
más afortunada, podía gozar ahora de una tranquila vejez das! iYo me voy sola!
con el pequeño capital acumulado a lo largo de sus tantos Pero, claro está, no se marchó.
años de servicio en nuestra casa. Al parecer, con estas dos Dos días después, enviada -me imagino- por Margari-
buenas mujeres, dignas de una confianza que se remontaba ta, vino, rabiando como siempre, tía Escolástica, resuelta a
a muchos años atrás, mi madre acabó por lamentarse de su llevarse a mamá con ella.
triste y amarga situación. Al momento Margarita, la amable La escena merece ser representada.
anciana que ya algo había empezado a sospechar sin atrever- La viuda Pescatore esa mañana estaba haciendo el pan, los
se a comentarlo, le propuso que se fuera a vivir con ella a su brazos desnudos, la falda subida y enrollada en torno a la
casa: disponía de dos habitaciones pequeñas pero bien arre- cintura para no ensuciársela. Casi ni se volvió, al ver entrar a
gladas, con una terracita de cara al mar, llena de flores; esta- mi tía, y continuó como si nada pasando la harina por el ce-
rían juntas y tranquilas: ioh, a ella la complacería tanto po- dazo. Mi tía no se inmutó; al fin y al cabo, ella había entra-
der servirla otra vez, poder seguir demostrándole el afecto y do sin saludar y había ido derecha hacia mi madre, como si
la devoción que sentía por ella! en la casa no hubiera habido nadie más.
¿Pero cómo iba mi madre a aceptar el ofrecimiento de -iVenga, rápido, vístete! iTe vienes conmigo! Me ha avi-
aquella buena anciana? De ahí el ataque de cólera de la viu- sado un pajarito y aquí estoy. iVenga, date prisa, prepara el
da Pescatore. hatillo!
Me la vi, al entrar en casa, enseñándole los puños a Mar- Hablaba a borbotones. La nariz, aguileña, fiera, ora se le
garita, quien a su vez le plantaba cara con valor, mientras crispaba ora se le arrugaba en la cara de tez morena, ictérica,
mamá, asustada, con lágrimas en los ojos, temblando de pies y los ojos le centelleaban.
a cabeza, se agarraba con las dos manos a la otra viejecilla La viuda Pescatore no decía palabra.
como buscando protección. Después de cerner la harina, de mojarla y amasada, ahora
Nada más ver la estampa que ofrecía mi madre, a mí se me la levantaba exageradamente y la sacudía fuerte sobr~ la arte-
nubló la vista. Cogí a la viuda Pescatore por un brazo y la sa: era su manera de contestar a lo que decía mi tía. Esta, en-
eché a rodar por el suelo. Ella se levantó como una exhala- tonces, venga echar más leña al fuego. Y la otra que sacu-
ción y avanzó, decidida a abalanzarse sobre mí; pero se detu- día cada vez más fuerte: <<-iSí, mujer, sí! -iDesde luego!
vo a unos pocos centímetros. -iPor supuesto! -iLo que tú digas!» Luego, para mejorar lo
-iFuera! -me gritó-. iTú y tu madre, fuera! iFuera de presente, fue a por el rodillo y lo puso allí, sobre la artesa,
mi casa! como diciendo: mira lo que tengo.
-Escucha -le dije yo entonces, con la voz que me tem- iOjalá no lo hubiera hecho! Tía Escolástica se puso en pie,
blaba a causa del tremendo esfuerzo que hacía por controlar- se quitó enfurecida el chal que llevaba sobre los hombros y
me-. Escucha: te vas tú, ahora mismito, mira que dejo que se lo tiró a mi madre:
te vayas por tu propio pie, conque no me pongas más a prue- -iToma! Lo dejas todo. iNos vamos ya!
ba. iVete, te lo digo por tu bien, vete! A continuación fue a plantarse delante de la viuda Pesca-

[m8]
tore. Ésta, para no vérsela tan cerca, dio un paso atrás, ame- La repulsión que sentía en aquel momento por la vida
nazadora, armada con el rodillo, y entonces tía Escolástica despreocupada que había llevado durante _t~ntos años m~
cogió de la artesa la gruesa masa con ambas manos, se la ayudaba, eso sí, a convencerme con más faCihdad de que m1
aplastó a la otra en la cabeza y empezó a restregársela por la desgracia no era digna de lástima, ni siqui;ra _de la me~or
cara, pasándola con los puños cerrados por aquí y por allá: consideración por parte de los dem~s. L~ tema ~len mereCida.
por la nariz, los ojos, la boca, donde pillaba. Después agarró A una sola persona podría haberle mspuad<;> p1edad: aquella
a mi madre por el brazo y la arrastró consigo. que nos había arreba~ado to?-os nuestros b1enes; pero 1;aya
Lo que vino luego ya sólo me concierne a mí. La viuda si Malagna iba a sentlfSe obhgado a socorrerme, despues de
Pescatore, rugiendo de rabia, se quitó la masa de la cara, del todo lo que había habido entre él y ~o! .
pelo espachurrado, y vino a sacudírmela en la cara a mí, que Lo cierto es que el socorro me llego de qmen menos me lo
no paraba de reír, como si me hubiera dado un ataque; me esperaba.
tiró de la barba, me arañó por todas partes; luego, como si se Después de pasar todo el día t:uera d~ ca~a, al ~nochecer
hubiera vuelto loca, se arrojó al suelo y empezó a rasgarse la me tropecé casualmente con Pommo, qmen mtento pasar de
ropa, a revolcarse frenéticamente por encima del piso; mi largo fingiendo no verme:
mujer mientras tanto (sit venia verboj2 1 vomitaba en la otra -iPomino!
habitación, entre chillidos agudos, mientras yo le gritaba a la Se volvió con aspecto sombrío, y al detenerse bajó los
viuda Pescatore, allí a mis pies: OJOS:
-iLas piernas no! iLas piernas no! iNo me enseñe las pier- _¿ Q!Ié quieres? , .
nas, se lo suplico! -iPomino! -repetí yo más fuerte, zaran?eandol~ y !len-
do ante aquella mala cara que me ponía-. .:Pero 9ue d1ces_?
Puedo asegurar que desde aquel día no he dejado nunca iQ!Ié ingrata es la gente! Encima se sentía ofend1do, P<;>~l­
de reírme de todas y cada una de mis penas y desgracias. Me no, se sentía ofendido porque, según él, yo le había tralc~o­
vi, en ese instante, actor de la tragedia más graciosa que na- nado. Y no hubo manera de persuadido de que, al contrano,
die hubiera podido imaginar: mi madre, huida, sin más, con el traidor había sido él, y de que lo que tenía que hacer no
aquella lunática; mi mujer, allí que ... idejémosla!; Mariana era ya darme las gracias, sino echarse bocabajo y besar el sue-
Pescatore tirada por el suelo; y yo, yo que ya no tenía para lo que yo pisaba. .
comer -lo que se dice para comer- ni un día más, yo con Me sentía aún como embriagado por aquella eufona en-
la barba embadurnada, el rostro lleno de arañazos, chorrean- fermiza que se había apoderado de mí cuando me había mi-
do aún no sabía si sangre o lágrimas por el exceso de risa. Fui rado al espejo. , . .
a comprobarlo al espejo. Eran lágrimas, pero arañazos no ha- -¿Ves estos arañazos? -no tarde en deCirle-. 1Ella me
bía pocos. iAh, mi ojo bizco, lo que me gustó en ese mo- los ha hecho!
mento! Por desesperación, se había puesto a mirar más que -¿Ro ... , quiero decir, tu mujer?
nunca hacia otro lado, más que nunca a su aire. Y me largué, -iSu madre!
decidido a no regresar a casa sin antes haber encontrado por Le conté el cómo y el porqué. Sonrió, aunque muy tími-
todos los medios la manera de procurar ni que fuera un mí- damente. Q!Iizá pensara que a él los arañazos no se ~os ha-
sero sustento para mi mujer y para mí. bría hecho la viuda Pescatore: su posición económ1ca era
muy distinta a la mía, al igual que eran muy distintos su ca-
21
Fórmula de disculpa: «haya venia para la palabra», en este caso para la rácter y temperamento. .
palabra <<vomitar>>. Tuve entonces la tentación de preguntarle por qué, s1 tan

[no] [m]
malle sabía lo sucedido, no se había casado él con Romilda -iSí, hombre, sí! El que está allí, en la Biblioteca Bocca-
cuando aún estaba a tiempo, por qué no había levantado el mazza. Está sordo, casi ciego, chochea y ya ni se tiene en pie.
vuelo con ella, como yo le había aconsejado, antes de que Ayer por la noche, cenando, mi padre me comentaba que la
por su ridícula timidez o indecisión tuviera yo la desgracia de biblioteca se halla en un estado lamentab!e y que hay que bus-
enamorarme de ella. Eso, eso y muchas cosas más me habría car una solución con la mayor rapidez. iEse es tu empleo!
gustado decirle, en el estado de excitación en que me encon- -(Bibliotecario? -exclamé-. Pero si yo ...
traba; pero me contuve. Le pregunté, en cambio, tendiéndo- -¿Por qué no? -dijo Pomino-. Si lo ha sido Romi-
le la mano, con quién iba de juerga ahora. telli ...
-iCon nadie! -suspiró entonces-. iCon nadie nadie! El argumento me convenció.
iMe aburro, me aburro terriblemente! Pomino me aconsejó que fuera tía Escolástica quien habla-
La exasperación con que profirió estas palabras me hizo ra con su padre. Era lo más conveniente.
comprender de repente la verdadera razón por la que estaba Al día siguiente fui a visitar a mamá y le hablé del asunto,
tan malhumorado. Y es que lo que añoraba no era tanto a ya que tía Escolástica no quiso salir a verme. Y así, cuatro
Romilda como la camarilla que había perdido: Berto ya no días más tarde, me convertí en bibliotecario. Sesenta liras al
estaba; conmigo, estando Romilda de por medio, ya no po- mes. iMás de lo que cobraba la viuda Pescatore! Podía cantar
día salir, así que ¿qué le quedaba al pobre Pomino? victoria.
-iBúscate una mujer y cásate, hombre! -le dije-. iVerás Los primeros meses fueron casi divertidos, con aquel Ro-
lo bien que se pasa! mitelli a quien no hubo manera de hacer entender que el
Pero él meneó la cabeza, muy serio, con los ojos cerrados, ayuntamiento le había jubilado y que por consiguiente ya no
y levantó una mano: tenía que acudir a la biblioteca. Cada mañana, a la misma
-iNunca! iNunca jamás! hora, ni un minuto antes ni un minuto después, me lo veía
-Muy bien, Pomino: iresiste! Y si necesitas compañía, aparecer a cuatro patas (contando los dos bastones, uno en
hoy estoy a tu entera disposición, hasta para toda la noche, si cada mano, más eficaces que los propios pies). Nada más lle-
qmeres. gar se sacaba del bolsillo del chaleco un viejo relojazo de co-
Le manifesté el propósito que me había marcado al salir bre, seguido de su formidable cadena, y lo colgaba de la pa-
de casa, y le expuse la desesperada situación en que me en- red; se sentaba con los dos bastones entre las piernas, sacaba
contraba. Pomino se conmovió, como buen amigo que era, ahora su papalina, su petaca y un pañuelo a cuadros rojos y
y me ofreció el poco dinero que llevaba encima. Le di las gra- negros; aspiraba una buena pizca de tabaco, se limpiaba la
cias de todo corazón, y le expliqué que esa ayuda no me ha- nariz y después abría el cajón de la mesa, de donde extraía un
bría servido de nada: al día siguiente volvería a estar en las librejo propiedad de la biblioteca: Diccionario histórico de mú-
mismas; un empleo fijo es lo que yo necesitaba. sicos, artistas y amantes de las artes vivos y muertos, impreso en
-iüye! -exclamó entonces Pomino-. ¿sabes que mi Venecia en 175822 .
padre está ahora en el ayuntamiento? -iSeñor Romitelli! -le gritaba yo al verle efectuar toda
-No, pero no me sorprende. esta serie de operaciones con la mayor calma, sin dar mues-
-Concejal de Educación. tra alguna de haber advertido mi presencia.
-Eso ya me sorprende más.
-Ayer por la noche, cenando ... A ver, honoces a Romi- 22 Datos que se ajustan a la realidad. El editor se llamaba Remondini (cfr.
telli? nota de Mario Costanzo a Luigi Pirandello, Tutti i romanzi, Milán, Amoldo
-No. Mondadori «I Meridiani••, 19908, vol. I, pág. 1014).

[m]
Pero era como hablarle a un muerto. Ése no hubiera oído Entretanto, sobre la gran mesa central había una capa de
un terremoto. Le cogía por el brazo y le zarandeaba, y él en- polvo de un dedo de grueso por lo menos, así que -para en-
t<:>nces se volvía, aguzaba los ojos, contraía toda la cara para mendar de alguna ma~er_a la mezquina ingratitud de mis pai-
v1slumbrarme y luego me enseñaba los dientes amarillos, sanos- no me fue dificil trazar a grandes letras la siguiente
quizás -digo yo- con la intención de sonreírrne; a conti- inscripción:
nuación bajaba la cabeza hacia el libro, y parecía que iba a
usarlo como almohada, pero no, es que leía así, a dos centí- A
metros de distancia, con un solo ojo, y bien alto: MoNSEÑOR BoccAMAZZA
-Birnbaum, Juan Abraham... Birnbaum, Juan Abraham, POR SU GENEROSÍSIMA DONACIÓN
mandó imprimir. .. Birnbaum Juan Abraham mandó imprimir en Y COMO PERPETUO TESTIMONIO DE GRATITUD
Leipzig, en 1738... en Leipzig en 1738... un opúsculo en octavo ... en SUS CONCIUDADANOS
octavo: Obsemaciones imparciales sobre un delicado paso del Músi- DEDICARON ESTA LÁPIDA
co crítico. Mitzler. .. Mitzler introdujo ... Mitzler introdujo este escri-
to en elprimer volumen de su Biblioteca. En 1739... 23 • De las estanterías caían además, de vez en cuando, dos o
Y así sin parar, repitiendo dos o tres veces nombres y fe- tres libros, seguidos por unas ratas grandes como conejos.
chas, como si quisiera retenerlos en la memoria. Ni sé decir Fueron para mí lo que la manzana para Newton:
por qué leía tan alto. Él no habría oído -repito- ni un te- -iLo encontré! -exclamé lleno de gozo-. Es en eso en lo
rremoto. que ocuparé mi tiempo, mientras Romitelli lee su Birnbaum.
Yo me paraba a observarlo, asombrado. ¿Pero qué podía Para empezar, escribí una flamante instancia, de carácter
importarle a aquel hombre, en su estado, ya a dos pasos de la oficial,_ dirigid~ ~1 distinguido señor don Jerónimo Pomino,
tumba -murió efectivamente cuatro meses después de mi Conce¡al MumCipal de Educación, solicitando que la Biblio-
nombramiento como bibliotecario-, qué podía importarle teca Boccamazza o de Santa María Liberal fuera dotada con
que Juan Abraham Birnbaum hubiera mandado imprimir en la mayor prontitud de un par de gatos cuanto menos, cuya
Leipzig en 1738 un opúsculo en octavo? iSi por lo menos no manutenCión no supondría prácticamente ningún gasto para
le hubiera resultado tan dificultosa la lectura! Estaba claro el ayuntamiento, dado que los susodichos animales obten-
que no podía renunciar a aquellas fechas y a aquellas noticias drían alimento en abundancia del producto de su caza. Aña-
de músicos -iél que estaba tan sordo!- y artistas y amantes día que sería asimismo conveniente dotar a la biblioteca de
de las artes, vivos y muertos hasta 1758. ¿O es que creía que media docena de trampas y del cebo correspondiente, por
un bibliotecario, estando destinada la biblioteca a la lectura, no decir queso, puntualización poco elegante que, desde mi
tenía la obligación de leer, en vista de que nunca alma huma- posición de subalterno, no consideré oportuno hacerle a
na se había dejado ver por allí, y había escogido aquel libro todo un concejal de educación.
como podía haber escogido cualquier otro? Chocheaba ya Primero me mandaron dos gatitos tan miserables que se
tanto, que esta explicación era perfectamente posible, y mu- asustaron nada más ver el tamaño de las ratas, y que para no
cho más probable que la primera. m<;>rir de hambre acabaron por comerse ellos el queso que yo
de¡aba en las trampas. Me los encontraba allí cada mañana
aprisionados, enclenques, lastimosos, y tan mustios que y~
23
Johann Abraham Bimbaum (1702-1748) y Lorenz Christoph Mizler no parecían tener ni fuerzas ni ánimos para maullar.
von Kolof (1711-1778) fueron, ambos en Leipzig, musicógrafos vinculados a Hice una reclamación, y llegaron entonces dos bonitos ga-
J. S. Bach. La Neu erojfnete Musikalische Bibliothek (4 vols., 1736-1754), una de tazos despiertos y cumplidores, que sin perder tiempo se pu-
las primeras revistas especializadas en música que se publicaron en Europa.
sieron manos a la obra. También resultaban útiles las tram- tada, entre todos estos libros; terriblemente solo, y aun sin
pas, que me las entregaban vivas, las ratas. Me molestaba, sin ganas de compañía. Habría podido permanecer en la biblio-
embargo, que de ninguno de mis esfuerzos y triunfos quisie- teca unas pocas horas al día, pero me daba vergüenza que me
ra darse mínimamente por enterado Romitelli, como si él tu- vieran tan venido a menos por las calles del pueblo; mi casa
viese como único cometido el de leer y las ratas el de comer- la rehuía como si estuviera maldita; así que, al fin y al cabo,
se los libros de la biblioteca. Así que una tarde, antes de irme, mejor se está aquí, me decía. ¿Pero qué hacer? Cazar ratas, sí;
se me ocurrió dejarle dos, vivas, dentro del cajón de su mesa. pero ¿nada más?
Esperaba desbaratar, por lo menos para toda la mañana si- La primera vez que me vi con un libro en las manos, un li-
guiente, su cotidiana y aburridísima lectura. iDemasiado pe- bro que había cogido maquinalmente, sin darme cuenta, de
did Tan pronto como abrió el cajón y notó que los dos feli- uno de los estantes, sentí un estremecimiento de terror. ms
nos se escabullían rozándole las narices, se volvió hacia mí, que iba a acabar como Romitelli, sintiéndome obligado a
que no podía aguantar más y prorrumpía ya en un estallido leer, en cuanto bibliotecario, por todos aquellos que no ve-
de carcajadas, y me preguntó: nían a la biblioteca? Y arrojé el libro al suelo. Pero luego lo
_¿ Qyé ha sido eso? recogí y -sí, señor- me puse también yo a leer, y también
-iDos ratas, señor Romitelli! yo con un solo ojo, porque el otro no quería saber nada.
-Ah, bueno, ratas ... -repuso él con toda la calma del Leí, así, de todo un poco, desordenadamente; pero espe-
mundo. cialmente libros de filosofia. Pesan lo suyo y, sin embargo,
Eran como de la familia, algo a lo que estaba acostumbra- quien se nutre de ellos y los digiere vive en las nubes. Acaba-
do; y retomó, como si nada hubiera pasado, la lectura de su ron empeorando el desbarajuste de mi cabeza, ya de por sí
maldito libro. poco asentada. Cuando el humo empezaba a salirme por las
En un Tratado de los Arboles obra de Giovan Vittorio So- orejas, cerraba la biblioteca y me acercaba, por un sendero
derini24, se lee que si la fruta madura es <<en parte por el ca- muy empinado, a una pequeña playa solitaria.
lor, en parte por el frío; habida cuenta que el calor, cual es La vista del mar me sumía en un atónito estado de postra-
de todos conocido, posee la fuerza de cocer, y es el mero ción que progresivamente derivaba hacia una opresión inso-
causante de la madurez>>. Giovan Vittorio Soderini ignora- portable. Me sentaba en la playa y me forzaba a bajar la ca-
ba, pues, que aparte del calor los vendedores de fruta han beza para no mirarlo; pero me llegaba por toda la orilla su
dado con otro causante de la madurez. Para ofrecerla como fragor, mientras yo dejaba resbalar muy despacio la arena en-
primicia en el mercado y venderla más cara, recogen la fru- tre mis dedos, densa y pesada, a la vez que murmuraba:
ta (las manzanas, los melocotones, las peras) antes de que -Así, siempre lo mismo, hasta la muerte, sin cambio al-
haya alcanzado su adecuado punto de sazón, y la hacen guno, siempre lo mismo ...
madurar a fuerza de golpes. Qye es como llegó a su madu- Aquella inmovilidad que era el patrón de mi existencia ha-
rez mi alma aún acerba. cía que pasaran entonces por mi cabeza pensamientos fulgu-
En poco tiempo me convertí en una persona distinta de la rantes y extraños, casi destellos de locura. Me levantaba
que había sido. Una vez muerto Romitelli, me encontré aquí precipitadamente, como para quitármela de encima, y me
solo, consumiéndome de aburrimiento, en esta ermita apar- ponía a pasear a lo largo de la orilla; pero veía entonces el
mar que enviaba sin cesar, allí, a la orilla, sus olas exhaustas,
24 somnolientas; veía toda aquella arena allí abandonada, y gri-
Intelectual al servicio de los Médicis en la Florencia del siglo XVI (1526·
1597). Dejó un importante trabajo sobre agricultura dividido en varios trata· taba con rabia, agitando los puños:
dos, entre los cuales este Trattato degli Arbori. -¿Pero por qué? ¿por qué?

[n6] [rq]
Me mojaba los pies. El mar alargaba a lo mejor una ola
algo más que las demás, para aleccionarme: gato que yo fl!~ encon~:ba cada mañar;a dentro de mis
trampas! Tamb1en a las nmas les faltaba aun fuerza para ~lo­
<<¿Lo ves, chico, lo que se consigue a veces preguntando
rar, como a aquéllas para maullar, y entretanto lo que hae1an
por qué? Mojarse los pies. Vuelve a tu bibl~o.tec_a, anda: El
agua pudre los zapatos, y no te puedes permitir tirar el dl~e­ era arañarse. .
Las separé, y al primer contacto de aquellas carnes tiernas
ro. Vuelve a tu biblioteca y deja los libros de filosofia: meJor
y frías se~tí una ~ensación nueva, un escalofrío de ternura,
ponte a leer también tú que Juan Abraham Birnbaum man-
inefable: leran m1as! .
dó imprimir en Leipzig en 1738 un opúsculo en octavo: se-
Una se me murió pocos días más tarde; la <?tra qmso ~~r­
guro que te será más útil.» . . . .
me tiempo, en cambio, para que le tomara canño, un ~anno
Pero finalmente un día vm1eron a avisarme de que m1 mu-
que le di con todo el a~dor. de u~ ~adre que, no ~emendo
jer sufría ya los dolores del parto y de que fuera ~nseguida
nada más, hace de su cnatunta el umco fin de su v1da; tuvo
para casa. Salí corriendo como un gamo: pero cornend~ so-
la crueldad de morírseme cuando ya tenía casi un a_ño_ y se
bre todo para escapar de mí mism?, para no quedarme m un
había hecho una preciosidad, una verdadera pree1os1dad,
minuto más mano a mano conmigo, recapacitando sobre el
con sus rizos de oro que yo me enrollaba en torno a los de-
hecho de que estaba a punto de tener un hijo, yo, en esas
dos y no me cansaba de besarle una y otra __vez. Me llamaba
condiciones, iun hijo!
papá, y yo le respondía al J?Omento: -HIJa_; y ella de nue-
Nada más llegar a la puerta de casa mi suegra me agarró
vo: -Papá ... ; así, sin motivo, como los pájaros se llaman
por los hombros y me hizo dar media vuelta:
unos a otros.
-iUn médico, rápido! iRomilda se muere! ..
Se me murió al mismo tiempo que mamá, el mismo día,
Uno más bien tendería a quedarse parado, ¿no?, al recibir
casi a la misma hora. Yo ya no sabía cómo repartir mis cuida-
a quemarropa una noticia como ~sa. En cam~io n~: <<iA c?-
dos y mi pena. Dejaba a mi pequeña descansa?d~ y salía de-
rrer!>> Sin sentirme las piernas, sm saber hac1a que lado 1r,
prisa a ver a mamá, que no se preocupaba d~ s1 m1sma, de su
mientras corría, no sé ni cómo, <<iUn médico! iUn médico!>>,
muerte y me preguntaba por ella, por la meta, rota por no
iba gritando, y la gente se detenía por la calle y q~ería qu~ yo
poder ~olver a verla, por no poder besar~a por úl~ima vez.
también me detuviera a explicar lo que me hab1a ocurndo;
iNueve días duró este tormento! Y despues, despues de nue-
notaba que me tiraban de las m~ngas, ve~a ante mí rostros
ve días y n~eve noches seguidas en vela, sin pegar ojo r;i un
pálidos, consternados; pero yo 1ba esqmvando a todo el
minuto ... ¿tengo que decirlo?, muchos puede que tuvieran
mundo: -iUn médico! iUn médico!
reparo en confesarlo, y sin embargo es humar;o, perfecta-
El médico mientras tanto, estaba ya allí, en mi casa.
mente humano: no sentí dolor, no, en ese prec1so mstante;
Cuando sin aliento, en un estado lamentable, después de ha-
me quedé un rato envuelto en tinieblas de espantC?, atonta-
ber recorrido todas las farmacias, volví, furioso y desespera-
do, a casa, la primera niña ya había nacido; la otra tenía más do, y me dormí. De v~ras. ~rime~~ tuve que dormir. ~uego
dificultades en venir al mundo. sí, cuando me desperte, me mvad10 el dolor, feroz y v1rulen;
-iDos! to, por mi hijita, por mi madre, que ya no estaban ... Y llegue
casi a enloquecer. Vagué una noche entera por el pueblo, por
Aún me parece verlas, allí, en la cuna, tan juntas: se araña-
los campos, no sé con qué ideas cruzándome por ,la ~abeza.
ban la una a la otra con esas manitas gráciles pero a la vez se
diría que dotadas de garras por un instinto salvaje, un instin- Sólo sé que acabé yendo a parar a la fin~a de ~a _Stta, J~nto a
la acequia del molino, y que un tal Fehpe, VIeJo molmero,
to que infundía terror y compasión: iah, desventuradas, des-
allí de guardia, me cogió y me llevó con él a ~entarme un
venturadas, todavía más desventuradas que esas dos crías de
poco más allá, bajo los árboles, donde me hablo largo y ten-
[n8]
dido, me habló de mamá, y de papá, y de los buenos tiem-
pos, los viejos tiempos, y me dijo que no tenía que llorar y
desesperarme de ese modo, pues para cuidar de mi hijita ha-
bía acudido al más al~á la abuela, la buena de la abuelita, que
la sentaría en sus rodillas y le hablaría siempre de mí sin de-
jarla nunca sola, nunca.
Tre~ días después Roberto, como si con eso pretendiera pa-
gar ~1s lágrimas, me mandó quinientas liras. Qyería que die-
ra digna sepultura a mamá, me decía. Pero ya se había ocupa-
do de ello tía Escolástica. VI
Aquellas quinientas liras pasaron un tiempo entre las pági-
nas de un librejo de la biblioteca. TACTACTAC. ..
Después las empleé para mí, y fueron -como se verá-
las causantes de mi primera muerte.
ARECÍA que jugara sola, allí dentro, esa bola de marfil,
corriendo con garbo por la ruleta, en sentido contrario
al del plato giratorio:
<<Tac tac tac ... »
Parecía que jugara sola: que jugara la bola y no los que la
observaban, martirizados y pendientes del capricho de ella, a
la que todas aquellas manos habían entregado más abajo, so-
bre las casillas amarillas del tablero, como en acto de ofren-
da votiva, oro, muchísimo oro, todas aquellas manos que
ahora temblaban en una espera angustiosa, palpando incons-
cientemente más oro, el de la próxima apuesta, mientras los
ojos suplicantes parecían decir: <<Donde te plazca, ve a caer
donde te plazca, bonita bola de marfil, icruel diosa nuestra!»
Había recalado allí, en Mantecado, por pura casualidad.
Después de una de las acostumbradas trifulcas con mi sue-
gra y mi mujer, que ahora, abatido y desalentado como esta-
ba por la doble desgracia acontecida, me producían un ma-
lestar insoportable; no pudiendo aguantar más el hastío -o
mejor dicho el asco- de vivir de esa manera; anclado en la
miseria, sin perspectivas ni posibilidades de mejora, sin el
consuelo que me daba mi dulce niña, sin la más mínima
compensación a la amargura, al vacío, a la espantosa desola-
ción en que me encontraba; por una resolución casi repenti-
na había huido del pueblo, a pie, con las quinientas liras de
Berta en el bolsillo.

[I2ü] [m]
Me había planteado, mientras andaba, ir hasta Marsella Recuerdo que, después de leer el título de uno de a_c¡.uellos
desde la estación del pueblo vecino al nuestro, que es a folletos -Méthode pour gagner ~ la r~u~tte-, me aleJe de, la
donde me dirigía25 : una vez en Marsella embarcaría, por tienda con una sonrisa de desden y lastlm~. Pero _no llegue a
ejemplo con un billete de tercera, para América, así, a la recorrer más que unos pocos metros: d1 medu vuelta y
aventura. -por curiosidad, desde luego, n? por otra co~a- cot; la
¿Qlé podía ocurrirme, al fin y al cabo, peor de lo que ha- misma sonrisa de desdén y de lástima en los labws entre en
bía padecido y estaba padeciendo en mi casa? Iría al encuen- la tienda y compré el manual. , , . , .
tro, sí, de otras cadenas, pero seguro que no me parecerían Era un absoluto profano: no sab1a en que cons1st1a ~1 J~e­
más pesadas que las que estaba a punto de romper. Conoce- go ni cuál era su mecánica. Me puse a leer, pero entend1 b1en
ría, además, otros países, otras gentes, otras formas de vida, y poco. . , ·
por lo menos me libraría de la opresión que sentía, que me <<Qlizá es debido>>, pensé yo, <<a m1 mal fra_nces.» .
aplastaba y no me dejaba respirar. Nadie me lo había enseñado; había aprendido algo por m1
Pero llegado a Niza me había venido abajo. Mis ímpetus cuenta allí hojeando los libros de la biblioteca; aunque no
juveniles se habían apagado hacía tiempo: el hastío me había estaba nad'a seguro de la pronunciación y temía provocar la
roído demasiado por dentro, y demasiadas fuerzas había per- risa llegada la ocasión de hablarlo. . .
dido llorando a quienes me habían dejado. Lo que más me J~sto por ese motivo al pr~ncip!o era reticente a 1r a Ju_gar;
acobardó fue la escasez de dinero con que habría debido lan- pero luego recordé que habla sahdo del puebl~ con la 1dea
zarme a aquella suerte incierta, lejos, hacia un mundo com- de aventurarme hasta América, sin recursos y sm saber una
pletamente desconocido, y sin ninguna clase de preparación. palabra de inglés o de español, así que allá temores, co~ el
Pues bien, después de bajarme en Niza, aún no resuelto poco de francés que conocía y la guía de aquel manuahllc~,
del todo a volver a casa, dando tumbos por la ciudad, fui a bien podía aventur~rm~ has~a Montecarl~:>, a do,s p~sos de alh.
pararme ante una gran tienda en l'Avenue de la Gare, una tien- <<Ni mi suegra m m1 muJer», me deCia a m1 m1smo en el
da que exhibía este rótulo con grandes caracteres dorados: tren, <<saben de este poco de dinero que llevo_ en la cartera.
Iré a gastarlo allí, para librarme ya de cualgmer otra tenta-
DÉPOT DE ROULETTES DE PRÉCISION26 ción. Espero ser capaz de guardar lo necesano para pagarme
el regreso a casa. ~arque si no ... » ,
Se veían expuestas ruletas de todas las medidas, junto con Había oído deCir que no escaseaban arboles -robustos-
otros objetos relacionados con este juego y varios manuales en el jardín que rodeaba el casino. ¿Por qué no?, me saldría
que las llevaban dibujadas en la cubierta. barato colgarme de uno de ellos, con la con:ea de los panta-
Ya se sabe que el desdichado se vuelve supersticioso con lones, y a lo mejor hasta daría el pego allá arnba. La gente co-
facilidad, por mucho que luego se ría de la ingenuidad de los mentaría:
demás y de las esperanzas que a él mismo alguna vez inespe- 1
<<iQlién sabe cuánto habrá perdido, pobre hombre.» ,
radamente la superstición le hace concebir y que, por supues- Me esperaba algo más, la verdad. Re~onoz~~ que el vestl-
to, nunca se cumplen. bulo no está mal; se diría que han quendo engtrle una es~e-
cie de templo a la Suerte, con esas ocho columnas d,e mar-
25 mol. Una gran puerta en el centro y dos laterales. En estas se
El pueblo de Matias, inventado -también su nombre, Miragno, que
aparece a partir de la pág. 143-, es situado por el autor en la costa ligur, leía Tirez, y hasta aquí mi francés ll~gaba; me lle~ab~ tam-
como se explicita en la pág. 310, no lejos de Oneglia (cfr. nota 20, pág. 106). bién para el Poussez del portal, que evidentemente s1gmficaba
26
<<Almacén de ruletas de precisión.>> lo contrario; empujé y entré.

[rn] [123]
Un gusto pésimo. Verdaderamente un insulto. Al menos Bien es verdad que, después de perder a lo largo de todo
podrían darles, a todos aquellos que van a dejar allí tanto dine- el día, para aquella última apuesta no le habían quedado sino
ro, la satisfacción de que se les desplumara en un lugar menos unos pocos escudos, así que de recuperarse, al final, nada de
s~ntuoso y algo más bonito. Al fin y al cabo, todas las grandes nada. ¿Pero a él, qué más le daba? iEl número 12le había es-
cmdades presumen hoy de tener un bonito matadero del que cuchado!
las aves de verdad, careciendo como carecen de educación, no Mientras oía su relato, me vinieron a la cabeza cuatro ver-
pueden disfrutar. Claro que la mayoría de la gente que acude sos del pobre Pinzone, cuyo cartapacio de juegos de p~la­
allí no va precisamente con ganas de fijarse en la decoración bras, seguidos de sus rimas disparatadas, había sido rec<?gt~o
de aquellas cinco salas, de la misma forma que quienes se sien- durante el desalojo de nuestra casa y está ahora en la biblio-
tan en los sofás que ocupan el perímetro de cada sala no acos- teca. No dudé en recitárselos a aquel señor:
tumbran a darse cuenta de la dudosa elegancia del tapizado.
Se sientan allí, normalmente, unos infelices a los que la Harto estaba de tener poco tino
pasión por el juego ha trastocado la cabeza de la forma más con la Suerte. La diosa caprichosa
singular: se dedican a estudiar lo que se conoce como equili- bien debía cruzarse en mi camino.
brio de probabilidades, de manera que calculan concienzu-
~amente las apuestas que hay que hacer -todo un plan de Se cruzó, .finalmente. Mas roñosa27 .
¡uego- consultando apuntes sobre el movimiento de los
números: quieren, en definitiva, extraer una lógica del azar, El señor se cogió entonces la cabeza con las manos y
que es como querer sacar sangre de las piedras; y están segu- contrajo dolorosamente, largo rato, toda la cara. Me quedé
rísimos de que, si no hoy, mañana, lo conseguirán. mirándolo, primero sorprendido, después consternado.
Pero no hay que asombrarse de nada. -¿Q_té le ocurre?
-iAh, el12! iE112! -me decía un señor de Lugano, un -Nada. Me río -me respondió.
hombretón que por su físico habría suscitado las más conso- iEra su manera de reír! Le dolía tanto, tanto la cabeza, que
ladoras reflexiones sobre la capacidad de resistencia de la raza no podía sufrir los espasmos de la risa.
humana-. El12 es el rey de los números, iy es mi número! iComo para encapricharse del número 12!
Nunca me traiciona. Es cierto que le encanta darme disgus-
tos, y hasta con bastante frecuencia; pero luego, al final, me
recompensa, no deja de recompensarme por mi fidelidad. Antes de probar suerte -con pocas expectativas, la ver-
Estaba loco por el número 12, aquel hombretón, y no sa- dad-, estuve un rato mirando para entender cómo funcio-
bía hablar de otra cosa. Me contó que el día antes ese núme- naba el juego.
ro suyo no había querido salir ni una sola vez; pero él no se A diferencia de lo que mi folleto me había hecho creer, no
había dado por vencido: una y otra vez, como si nada, la me pareció nada complicado.
apuesta al12; había seguido en la brecha hasta el final, hasta En medio del tablero, sobre el tapete verde numerado, es-
el momento en que los crupieres cantan: taba encajada la ruleta. Alrededor, los jugadores, hombres y
-Messieurs, aux trois derniers! mujeres, viejos y jóvenes, de todo país y condición, unos sen-
Y bien: en la primera de esas tres últimas tiradas, nada; tam-
poco nada en la segunda; en la tercera y última, toma: el12.
-iMe escuchó! -concluyó, con ojos que le brillaban de 27 Ero gia stanco di stare aUa bada 1 del/a Fortuna. La dea capricciosa 1 dovea

alegría-. iMe escuchó! pure passar perla mia strada. 11 E passófinalmente. M a tignosa.
tados, otr?s de pie, hechos un manojo de nervios, se apresu- - Vingtcinq! -exclama el crupier-. Rouge, impair et pas-
raban a ~1spo_ner mont~mes grandes y pequeños de luises y
2
esc~dos J: b1lletes enoma de los números amarillos de las
sef31.
iHabía ganado! Ya acercaba la mano a mi mantoncito,
cas1!las; qmen~s no podían -o no querían- alcanzarlas, le considerablemente aumentado, cuando un señor, muy alto
dec1an a~ crup1er a qué números y colores deseaban apostar de estatura, de hombros robustos demasiado levantados que
Yel crup1er, al ~omento, con extraordinaria destreza, coloca: sostenían una pequeña cabeza con gafas de oro sobre la na-
b_a ~on el rastnllo las apuestas siguiendo las instrucciones re- riz chata, de frente huidiza y pelo largo y liso sobre la nuca,
obldas; se hací~ el silencio, ~n silencio extraño, angustioso, medio rubio medio gris, al igual que el bigote y la perilla, me
como estremeodo por ~na v10len~ia !atente, roto esporádica- la apartó sin contemplaciones y cogió mi dinero.
mente po~ la voz_ monotona y sonohenta de los crupieres: En mi pobre y tímido francés, intenté hacerle entender
- !Vfesszeurs, faz tes vos jeuxJ29. que se había equivocado -sin querer, por supuesto.
M1entras. tanto, allí al lado, en las demás mesas, se oían Era alemán, y hablaba el francés peor que yo, pero con la
otras voces 1gual de monótonas: fuerza de un león: me embistió argumentando que quien se
-:Le jeu estfait! Rien neva plu5 J30. equivocaba era yo, y que el dinero era suyo.
Fmalmente, el crupier lanzaba la bola a la ruleta: Miré a mi alrededor, estupefacto: nadie abría la boca, ni si-
<<Tac tac tac ... » quiera mi vecino de mesa, que había visto perfectamente
Ytodos los ojos se dirigían a ella con las expresiones más cómo yo ponía aquellos pocos escudos sobre el veinticinco.
vanadas: de ans1a, de desafio, de angustia, de terror. Alguno Miré a los crupieres: inmóviles, impasibles, como estatuas.
d; los q~e se habían quedado de p~e, detrás. de los que ha- ,,¿Conque ésas tenemos?>>, me dije. Recogí apaciblemente en
blan temdo la suerte de encontrar as1ento, se mclinaba hacia mi mano los demás escudos que había puesto delante de mí
delante para_ echar una última ojeada a su apuesta, antes de sobre la mesa y me retiré.
que los rastnl,Jos de los crupieres se alargaran para llevársela. <<Buen método, pour gagner ala roulette>>, pensé, <<que mi fo-
La bol~ ca1a finalmente en el plato, y el crupier, siempre lleto no contempla. Y puede que sea el único válido, en el
con el m1smo tono de voz, repetía la fórmula pertinente y fondo.»
canta~a el número y el color ganadores. Pero la suerte, a saber con qué fines ocultos, quiso, con un
Arnesgu~ u~a primera apuesta de pocos escudos en la golpe solemne y memorable, quitarme la razón.
mesa de la 1zqmerda d~ !a prim~ra_ s~la, a favor del primer nú- Me había acercado a otro tablero, donde se jugaba fuerte.
mero qu~ se me ~curno, el vemucmco, y también yo, aun- Lo primero que hice fue quedarme un buen rato estudiando
que ?O sm sonrm, ~e quedé o~sen:ando la pérfida bola, a la gente que había alrededor: eran en su mayor parte caba-
mov1d? por una espec1e de cosqudleo mterior, de curiosidad lleros en frac; había varias damas, más de una de dudosa
en el v1entre. ' reputación, según me pareció. Un hombrecillo de cabello
Cae la bola en el plato y: muy rubio y grandes ojos azules, inyectados en sangre y bor-
deados por largas cejas casi albinas, no me inspiró mucha
confianza a primera vista; también él iba de frac, pero se no-
28
En esta época el «luís» era la moneda de oro que valía veinte francos·
como «escudos>> se conocían popularmente las monedas de plata tanto d~
c~nco francos como de cinco liras. Pirandello puede estar refiriéndose a estas 31 Veinticinco, rojo, impar y pasa. De los treinta y seis números de la rule-
p1~~as _en part¡cular o a monedas de oro y de plata en general. ta unos son negros (2, 4, 6, 8, 10, 11, 13, 15, 17, 20, 22, 24, 26, 28, 29, 31, 33,
«IHagan ¡uego, señores!>> 35) y otros rojos (el resto). Se consideran pasa los que van del19 al36;.folta
30 «iNo va más!>>
del1 al18.

[I26]
taba que no tenía costumbre de llevarlo. Qyise verle en ac- día llegar: jugaba casi automáticamente, por repentinas, in-
ción: apostó fuerte; perdió; no se descompuso; de nuevo conscientes iluminaciones; apostaba, cada vez, después de
~pastó fuerte, a la siguiente tirada: vaya, seguro que a ése no que lo hicieran todos los demás, en el último momento,
Iba a darle por echarse encima de mi dinero. Por más que me ¡ahí! y al instante era consciente, me asaltaba la certeza de
h~biera estre?-ado con el mal trago aquel, me avergoncé de que iba a ganar; y ganaba. Al principio apostaba poco; luego
mis recelos. cTanta gente había allí que tiraba a puñados el cada vez más y más, sin contar lo que ponía. Aquella lúcida
?ro y la plata co~o si fueran arena, sin recato alguno, y yo embriaguez iba creciendo en mi interior, sin que la enturbia-
Iba a temer por mi minúscula miseria? ra alguna que otra apuesta equivocada, que casi me parecía
Observé, entre otros, a un joven, pálido como la cera con haber previsto; alguna vez incluso me decía: <<Eso es, ésta la
un gran f!lOnóculo en el ojo izquierdo, que quería apar~ntar voy a perder; tengo que perderla.>> Estaba como electrizado.
un soñoliento aire_ de indiferencia; sentado desgarbadamen- Hubo un momento en que tuve una iluminación que me lle-
te, sacaba del b'?lsillo de los pantalones sus luises, los ponía vó a arriesgarlo todo, todo y se acabó; y gané. Me zumbaban
a la _bu~na de DI?s ~obre un número cualquiera y, sin mirar, los oídos; estaba empapado de sudor, y helado. Me pareció
pelhzcandose elmcipiente bigote esperaba que la bola caye- notar que uno de los crupieres, sorprendido por mi pertinaz
r~; preguntaba entonces a su vecino de mesa si había per- buena suerte, me observaba. Con la exaltación del momen-
dido. to, vi en la mirada de aquel hombre una especie de desafio,
Le vi perder siempre. y de nuevo me lo jugué todo, sin pensarlo dos veces, lo que
Su vecino de mesa era un hombre delgado, muy elegan- había traído conmigo y lo que había ganado: la mano se me
te, de unos cuarenta años; pero con el cuello demasiado fue al mismo número de la vez anterior, el 35; estuve por
l~rgo y fino y casi sin barbilla, con un par de ojillos negros, quitarla de allí; pero no, no, tenía que ser allí, otra vez allí,
vivarachos, y una bella cabellera color azabache, abundan- como si alguien me lo hubiera ordenado.
te, que se le levantaba sobre la cabeza. Su gozo era paten- Cerré los ojos: debía de estar muy pálido. Se hizo un gran
te, cuando le respondía que sí al joven. El ganaba algu- silencio, del que me pareció ser la causa y el único centro,
na vez. como si todo el mundo estuviera pendiente de mi profunda
Me puse al ~ado de un caballero corpulento, de tez tan os- ansiedad. La bola dio vueltas y más vueltas, infinitas, con
cura que la~ o¡eras y los párpados parecían ahumados; su ca- una lentitud que agudizaba por momentos aquella insufrible
bel~o era gns,_amanllento, mientras que la perilla la tenía aún tortura. Cayó, finalmente.
casi negra y nzada; emanaba fuerza y vitalidad, y sin embar- Esperé que el crupier, con la voz de siempre -que oí lejí-
go, cada vez que la bola de marfil se ponía a dar vueltas le simos-, cantara:
e?traban unos sofocos fortísimos, incontenibles: era co~o «Trentecinq, noir, impair et passel>>
SI, esas vuelt_as le provocaran ataques de asma. La gente se vol- Cogí el dinero y tuve que retirarme, como borracho. Me
via para mirarle, pero él raramente se daba cuenta: en ese arrojé sobre el sofá, exhausto; apoyé la cabeza en el respaldo,
caso paraba un momento, miraba a su alrededor con una con una repentina, imperiosa necesidad de dormir, de repo-
sonrisa nerviosa y volvía a agitarse, sin poder remediarlo has- ner fuerzas echando una cabezadita. Y ya me sumergía en el
ta que la bola caía en el plato. ' sueño cuando me sentí encima un peso, un peso material
Poco a poco, a. fuerza de mirar, la fiebre del juego se fue que enseguida me hizo reaccionar. ¿cuánto había ganado?
apoderando también de mí. Las primeras jugadas me fueron Abrí los ojos, pero tuve que volver a cerrarlos inmediatamen-
mal. _Luego empecé a ~en~r u~a. especie de embriaguez, esta- te: la cabeza me daba vueltas. El calor, allí dentro, era asfi-
ba dispuesto a todo e mtngadlSlmo por ver hasta dónde po- xiante. ¿Pero cómo? ¿ya era de noche? Había entrevisto las

[I28]
luces encendidas. ¿cuántas horas había estado jugando, Entré en otra sala; me acerqué a la primera mesa, sin in-
pues? Me levanté muy despacio; salí. tención de jugar, y al poco rato ahí estaba aquel hombre, ya
sin la mujer, acercándose a la misma mesa, aunque haciendo
Fuera, en el atrio, todavía era de día. El aire fresco me rea- como si no hubiera reparado en mí.
nimó. Me puse entonces a mirarle con todo descaro, para hacer-
Había mucha gente paseando por allí: algunos pensativos, le comprender que no me chupaba el dedo y que de mí no
solitarios; otros, de dos en dos, de tres en tres, hablaban y fu- iba a sacar nada.
maban. Yo los observaba a todos. Nuevo en el lugar, muy co- Pero no tenía en absoluto pinta de ratero, el hombre
hibido todavía, habría querido parecer también yo mínima- aquel. Le vi jugar, y fuerte. Perdió tres apuestas consecutivas.
mente como de casa, y me fijaba en los que me parecían más Parpadeaba repetidamente, quizá por el esfuerzo que le cos-
desenvueltos. Pero ocurría que, cuando menos me lo espera- taba esconder su contrariedad. Al perder la tercera, me miró
ba, alguno de ellos palidecía, se quedaba con la mirada fija, y sonrió.
enmudecía, inmediatamente tiraba el cigarrillo y, entre las ri- Le dejé allí y volví a la otra sala, a la mesa donde había ga-
sas de los compañeros, salía disparado hacia la sala de juego. nado.
¿Por qué se reían sus compañeros? Incluso yo, maquinal- Había habido cambio de crupieres. La mujer estaba allí,
mente, sonreía, contemplando embobado la escena. en el mismo sitio que ocupaba antes. Me quedé en un segun-
-A toi, mon chéri/ 32 -oí que me decía, en voz baja, una do término, para que no me viera, y observé que jugaba con
voz femenina, algo ronca. moderación, y no siempre. Pasé a primera fila; ella se perca-
Me giré: se trataba de una de las mujeres que habían esta- tó de mí: estaba a punto de apostar, pero se detuvo, esperan-
do sentadas en mi misma mesa; me ofrecía, sonriente, una do -claro está- que jugara yo para apostar donde yo apos-
rosa. Otra la guardaba para ella: las acababa de comprar en el tara. Pero esperó en vano. Cuando el crupier dijo: -Lejeu est
quiosco de flores, allí en el vestíbulo. Jait! Rien ne va plus!- la miré, y ella levantó un dedo para
¿Así pues, tan memo y alelado se me veía? amenazarme, en son de broma. Después de muchas manos
Me dio un ataque de rabia. Rechacé el regalo, sin dar las sin jugar, estimulado por el ejemplo de los demás jugadores
gracias, y me dispuse a alejarme de ella; pero la mujer, rien- y sintiendo que me venía otra vez la misma inspiración de
do, me cogió del brazo y, fingiendo ante los demás tener antes, dejé de ocuparme de ella y volví a la carga.
conmigo un trato confidencial, me habló en voz baja, apresu- ¿Por qué misterioso dictado acertaba tan infaliblemente la
radamente. Me pareció entender que, después de presenciar imprevisible variabilidad de números y colores? ¿No era más
hacía un momento mis afortunadas apuestas, me proponía ju- que una prodigiosa obra de adivinación inconsciente, la
gar con ella: siguiendo mis indicaciones, ella apostaría por mía? ¿Pero cómo se explican entonces ciertas obsesiones en-
ella y por mí. Me estremecí de pies a cabeza, lleno de desdén, fermizas, obsesiones realmente propias de un loco, cuyo re-
y la dejé plantada con un palmo de narices. cuerdo me produce todavía hoy escalofríos, cuando pienso
Poco después, al volver a la sala de juego, la vi hablando que me lo jugaba todo, todo, hasta quizás la vida, en esas
con un hombre bajito, moreno, barbudo, de mirada algo tor- apuestas que eran pavorosos desafios a la fortuna? No, no: la
va, español por su aspecto. Le había dado la rosa que antes sensación que sentí fue la de poseer una fuerza casi diabólica
me había ofrecido a mí. Por un gesto de ambos, me di cuen- con la que domaba, encantaba a la suerte y unía su capricho
ta de que hablaban de mí y me puse en guardia. al mío. Y no era sólo yo quien tenía esa convicción; se con-
tagiaron de ella los demás, rápidamente, y ya casi todo el
32 «iPara ti, querido!» mundo seguía mi arriesgadísimo juego. No sé cuántas veces
seguidas ganó el rojo, por el que me obstinaba en apostar; Sin embargo, por más que hice, al bajar en Niza no conse-
apostaba al cero, y salía el cero. El mismo jovenzuelo aquel guí librarme de él: tuve que aceptar su invitación a cenar. Fue
que se sacaba los luises del bolsillo de los pantalones se ha- entonces cuando me confesó que había sido él quien me ha-
bía sacudido su sopor y estaba enfervorizado, y el caballero bía enviado, allí al atrio del casino, a la mujer de vida alegre,
moreno y corpulento se sofocaba más que nunca. La agita- a la que llevaba tres días dando alas para volar, cuanto menos
ción aumentaba por momentos en tomo a la mesa: movi- a ras de suelo; alas de billetes de banco; o sea, que le daba
mientos de impaciencia, sucesión de tics nerviosos, una ten- unos cientos de liras para que probara suerte. La mujerzuela,
sión a duras penas contenida, angustiosa y terrible. Incluso imitando mi juego, había debido de ganar un pastón aquella
los crupieres habían perdido su rígida impasibilidad. noche, porque a la salida ya no se había dejado ver.
De pronto, frente a una apuesta formidable, me entró una -¿Quépodo hacere? La pobra habrá encontrado alguien mejo-
especie de vértigo. Sentí que caía sobre mí una responsabili- re. So viejo, ío. E aún do grazies a Dios por habermela quitada di
dad tremenda. Estaba poco menos que en ayunas desde por encima33 •
la mañana, y vibraba de pies a cabeza, temblaba, de tantas y Me contó que llevaba en N iza una semana y que cada ma-
tan fuertes emociones. No pude resistir más y, después de ñana había ido a Montecarlo, donde no había dejado de tener,
aquella jugada, me retiré, vacilante. Sentí que alguien me hasta aquella noche, una mala suerte increíble. Qyería saber
agarraba por el brazo. Alteradísimo, echando fuego por los cómo hacía yo para ganar. Saltaba a la vista que había dado
ojos, el español barbudo y achaparrado quería retenerme a con la clave del juego o que poseía alguna regla infalible.
toda costa: que si ya eran las once y cuarto, que si los crupie- Me eché a reír y le contesté que hasta la mañana de ese
res llamaban a las tres últimas tiradas, que si íbamos a hacer mismo día no había visto una ruleta ni de lejos, y que al lle-
saltar la banca ... gar al casino no sólo no tenía la menor idea de cómo se ju-
Me hablaba en un italiano impresentable, divertidísimo; y gaba a aquello, sino que ni remotamente podía sospechar
es que yo, que no coordinaba demasiado, me empecinaba en que iba a jugar y a ganar de aquella forma. Estaba más atur-
responderle en mi lengua: dido y asombrado que él.
-iNo, no, ya está bien! No puedo más. Deje que me No se dejó convencer. Prueba de ello es que, hablando
vaya, amigo mío. con la mayor desenvoltura en aquella lengua suya medio es-
Dejó que me fuera, pero no se separó de mí. Subió conmi-
go al tren de regreso a Niza, e insistió en que cenara con él y
me alojara después en su mismo hotel. 33
Tanto este personaje como su hija (capítulos XIII, XIV y XVI) hablan
Al principio no me disgustó demasiado la casi temerosa un híbrido que en principio parecería retratar el lenguaje de dos españoles
admiración que, ni que yo fuera un taumaturgo, aquel hom- que chapurrean el italiano. Lo cierto es que el híbrido no se corresponde para
nada con las peculiaridades propias de un italiano hablado de forma defec-
bre parecía estar tan dispuesto a profesarme. Y es que hay ve- tuosa por un castellanoparlante. La sintaxis y la expresión son italianas; se in-
ces que la vanidad humana no rehúsa ciertas muestras de tercala léxico español y se introducen modificaciones ortográficas que remi-
aprecio que dejarían en ridículo el acre y empalagoso incien- ten a más o menos verosímiles interferencias o defectos de pronunciación.
so que echan algunos indignos y miserables incensarios. Yo Lo que se pretende es, pura y simplemente, crear un lenguaje cómico y gro-
tesco. A fin de que el hibridismo produzca en el lector español efectos análo-
era como el general que ha ganado, sí, una dura y desespera- gos a los que puede producir el original en un lector italiano, hemos optado
da batalla, pero de casualidad, sin saber cómo. Y conforme por invertir la estrategia lingüística pirandelliana, es decir, por traducir el ita-
empezaba a apercibirme de esto, a volver en mí, iba aumen- liano españolizado con español italianizado, siguiendo el mismo criterio
tando la molestia que me causaba la compañía de aquel adoptado por otros traductores con el pastiche de la Madama Pace de Sei per-
sonaggi in cerca d'autore (Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de autor. Cada
hombre. cual a su manera. Esta noche se improvisa, ed. cit., pág. 142n).

[132] [m]
pañol medio Dios sabe qué, desvió hábilmente la conversa- -iNada de eso! iLo que tiene que hacer es decirme, expli-
ción -seguro que creía vérselas con un redomado truhán- carme qué ha querido insinuar con sus palabras y con esa es-
hacia la misma propuesta con que había intentado embau- túpida risa! Yo no lo he entendido.
carme durante la mañana usando a la mujer alegre como Le vi, mientras me escuchaba, demudarse poco a poco y
gancho_ casi empequeñecerse; se disponía, era evidente, a pedirme
-iNo, no, perdone! -salté yo, procurando atenuar mi disculpas. Indignado, me levanté, sacudiendo los hombros:
enojo con_ una sonrisa-. ms posible que crea en serio que -iBah! Le desprecio, a usted y sus insinuaciones, que no
para este ¡uego puede haber reglas o existir algún secreto? llego ni a imaginar de qué van.
iSuerte es lo que hay que tener! Hoy yo la he tenido; puedo Pagué mi parte de la cuenta y salí.
no tenerla mañana, o puedo tenerla otra vez; iesperemos
que sí! Una vez tuve la ocasión de conocer a un hombre venera-
-¿Ma perqué usted -me preguntó- non ha querido hoy ble, digno, por las altísimas dotes de su inteligencia, de la ma-
avantajar su suerte? yor admiración. No era tal, para nada, por obra y gracia de
--<Yo, avanta ... ? unos pantaloncillos, claros -creo recordar-, a cuadritos,
-Sí, 2cámo lo posso dire? aprovachar, ivoita! demasiado ajustados a sus raquíticas piernas, que él se empe-
-iCada uno según sus posibles, querido amigo! ñaba obstinadamente en llevar. La ropa que nos ponemos,
-iBene! -dijo él-. Puedo ío per usted. Usted, la suerte, ío su corte, su color, pueden hacer pensar de nosotros las cosas
pondrá il denaro. más disparatadas.
-Y quizá perdamos, entonces -concluí yo, sonrien- Pero ahora no me parecía ir mal vestido, y eso multiplica-
do-. No, no ... Mire. Si usted me cree de verdad tan afortu- ba mi resentimiento. No llevaba frac, es cierto, pero sí un tra-
nado (lo seré en el juego, no en todo lo demás, se lo puedo je negro, de luto, muy decoroso. Y además, si vestido con la
asegurar), hagamos lo siguiente: sin acuerdos entre nosotros misma ropa el alemanote del principio había podido tomar-
y sin responsabilidad alguna por mi parte, porque no la quie- me por un imbécil hasta el punto de quitarme el dinero sin
ro, usted apueste su montón donde yo apueste mi montan- más ni más, ¿cómo es que ahora este otro me tomaba por un
cito, como hizo hoy, y si todo va bien ... pillo?
No me dejó terminar; lanzó una extraña carcajada, inten- .<<Qyiz~s sea por la barba, demasiado larga», pensaba yo,
cionadamente maliciosa, y dijo: mtentras tba andando, <<o por este pelo, demasiado corto ... >>
-iAh, no, siñor mío, no/ iHoy sí, lo he hecho, ma non lo hará Iba en busca de un hotel cualquiera para encerrarme y ver
mañana, sicuro que no/ Se usted aposta fuerte con mí, bene. Se no, cuánto había ganado. Tenía la sensación de ir cargado de di-
sicuro que non lo hago. Niente di niente. nero: lo llevaba repartido por todas partes, en los bolsillos de
Le miré, esforzándome por entender lo que quería decir: la arr:ericana y de los pantalones, en los del chaleco; oro, pla-
no cabía la menor duda que aquella risa y aquellas palabras ta, btlletes de banco, tenía que ser mucho, imuchísimo!
enc~rraban insinuaciones injuriosas acerca de mi persona. Oí que daban las dos. Las calles estaban desiertas. Pasó un
Me mcomodé, y le pedí una explicación. coche de punto, sin pasajeros. Subí a él.
Dejó de reír, pero se le quedó en el semblante como un te- iHabía empezado con nada y había sacado unas once
nue rastro de aquella risa. mil liras! No había visto tantas desde hacía mucho, y de
-Dico que no, que non lo hago -repitió-. iY non dico más/ buenas a primeras me parecieron una gran suma. Luego,
Di un puñetazo sobre la mesa y, con voz muy airada, le recordando el esplendor de otros tiempos, me avergoncé
conminé: de mí mismo. ¿Hasta tal extremo dos años de biblioteca,
aderezados con el resto de mis desgracias, me habían aba-
ratado el alma? vilmente agostado por la viuda Pescatore? iQ!lé ingenuidad!
Empecé a aguijonearme con mi nuevo veneno, mientras ¿pero, entonces? mmbarcarme para América? ¿Pero por qué
lo contemplaba allí esparcido encima de la cama: <<Vamos, ir a buscarla tan lejos, la Fortuna, cuando ella misma parecía
hombre de bien, dócil bibliotecario, vamos, vuelve a casa a haber querido que me parara aquí, en Niza, sin yo haberlo
calmar los ánimos de la viuda Pescatore con este tesoro. Ella planeado, delante de aquella tienda de juegos de azar? Aho-
creerá que lo has robado y subirás automáticamente en su es- ra me tocaba a mí mostrarme digno de ella, de sus favores, si
tima. O vete a América, como ya habías pensado, si conside- es verdad, como parecía, que estaba dispuesta a concedérme-
ras que este premio no se corresponde con el enorme esfuer- los. iEa! O todo o nada. Como mucho podía pasar que me
zo que te ha costado. Ahora sí puedes, con la cartera tan lle- quedara como estaba antes. Porque, total, ¿qué eran once
na. iOnce mil liras! iNada más y nada menos!>> mil liras?
Recogí el dinero, lo metí en el cajón de la mesita de noche Así pues, al día siguiente volví a Montecarlo. Fui durante
y me acosté. Pero no conseguí conciliar el sueño. ¿Qyé ha- doce días seguidos. Pasándolos como los pasé fuera de mí, al
cer, pues? ar de nuevo a Montecarlo, a devolver lo ganado borde de la locura, ya no encontré ni el momento ni la ma-
en una racha excepcional? ¿o conformarme con eso y disfru- nera, entonces, de sorprenderme del favor, altísimo por no
tarlo moderadamente? ¿Pero de qué manera? ¿Acaso me sen- decir milagroso, que recibí de la fortuna. Y tampoco ahora
tía con ganas y posibilidades de disfrutarlo, junto a la familia me produce ningún estupor, ahora que sé demasiado bien la
aquella que me había formado? Habría vestido algo menos jugarreta que me preparaba favoreciéndome de aquella ma-
mal a mi mujer, que no sólo no se preocupaba ya de gustar- nera y en aquella medida. En nueve días, jugando a la deses-
me, sino que parecía incluso que hiciera todo lo posible por perada, llegué a reunir una suma realmente enorme; después
hacerse aborrecer, despeinada todo el día, sin corsé, en chan- del noveno día empecé a perder, a caer en picado. Como si
clas, vestida con andrajos. ¿Pensaba acaso que, para un mari- no encontrara ya sustento en mi agotada energía nerviosa, el
do como yo, ya no valía la pena arreglarse? Además, tras los prodigio de mi inspiración me abandonó. No supe, o más
graves apuros del parto no había vuelto ya a recobrar del bien no pude, pararme a tiempo. Al final lo hice, conseguí
todo la salud. En cuanto al carácter, día a día había ido vol- reaccionar, no por mi propia fuerza de voluntad, sino por el
viéndose más arisca, no sólo conmigo, sino con todo el mun- impacto que me produjo un horrendo espectáculo, relativa-
do. Y esta aspereza, junto con la falta de un amor vivo y ver- mente frecuente, por lo que parece, en aquel lugar.
dadero, habían contribuido a alimentar en ella una pereza Yo estaba entrando en las salas de juego, la mañana del de-
inerte. Ni siquiera le había tomado cariño a la niña, cuyo na- cimosegundo día, cuando el señor de Lugano, el que estaba
cimiento -junto con el de la otra, muerta a los pocos días- loco por el número doce, se me acercó por detrás, descom-
había significado para ella una derrota frente al flamante va- puesto y jadeante, para informarme, más con gestos que con
rón de Oliva, nacido aproximadamente un mes más tarde, palabras, de que hacía un instante alguien se había quitado la
sano y sin complicaciones, después de un buen embarazo. vida allí, en el jardín. Pensé enseguida en el español, lo que
Por añadidura, todos los disgustos y las peleas que se origi- me hizo sentir remordimientos. Estaba seguro de que ese
nan cuando la necesidad, como un gato negro de pelo hirsu- hombre me había ayudado a ganar. El primer día después de
to, se cobija en los rescoldos de un hogar apagado, habían nuestra pelea no había querido apostar donde yo, y había
acabado por hacer de nuestra convivencia un calvario para perdido siempre; los días siguientes, viéndome ganar de for-
ambos. ¿con once mil liras iba yo a llevar la paz a casa y a ha- ma tan persistente, había intentado copiar mi juego, pero yo
cer renacer un amor que ya en su mismo origen había sido no me había dejado, entonces: como llevado de la mano por
la mismísima Fortuna, invisible pero presente, yo había em-
pezado a moverme por las distintas _mesas. Hacía dos días
que no lo veía, precisamente los m_1smos que llev~ba per-
diendo, a saber si porque él h~bía deJado de persegmrme. ,
Tenía la plena certeza, acud1endo al lugar que se me hab1a
indicado, de que me lo en~ontr~ía allí, tirad?. en el suelo,
muerto. Encontré, en camb1o, al Jovenzuelo pahdo que que-
ría aparentar un soñoliento aire de indiferenc,ia !llie~tras se
sacaba los luises del bolsillo para apostarlos as1, sm m1rar.
Parecía más pequeño allí, en med~o del p~seo. Es_taba muy VII
formal, con los pies juntos, como s1 se hub1era estuad~ pre-
viamente para no hacerse daño al caer; un brazo lo tema pe- CAMBIO DE TREN
gado al cuerpo; el otro algo separado, COJ?- la mano agarrota-
da y un dedo, el índice, aún en acto de d1sparar. Junto a_ esta BA pensando:
mano estaba la pistola; más allá, el sombrero. En un pr_u~er
momento me pareció que la bala le había salido por el OJO IZ-
quierdo, de donde un montón de sangre, ahora coagulada,
se había derramado sobre la cara. Pero no: toda aquella san-
I <<Recuperaré la St~a y t?e retiraré allí, ~1 campo, ~ ~acer
de molinero. Se esta meJor cerca de la t1erra; y qmza me-
jor aún debajo.
>>Cada oficio, en el fondo, tiene sus compensaciones. In-
gre había brotado de allí, pero también de la nariz,_de las ?re- cluso el de sepulturero. El molinero puede distraerse con el
jas; otra gran cantidad había chorreado del pequeno aguJ~ro fragor de las muelas y con la polvareda que vuela por el aire
en la sien derecha, yendo a agrumarse sobre la arena amanlla y le cubre de harina. , .
del paseo. Una docena de avispas zum~aban alrededor; una, »Estoy seguro de que, lo que es ahora, alh en el molmo no
incluso, iba a posarse, voraz, sobre el OJO. De entre tanta gen- se rompe ni un saco. En cambio, tan pronto como vuelva a
te que estaba allí mirand~, nadie se ?abía molestado ~n ahu- ser mío:
yentarlas. Saqué del bols1llo un panuelo y lo exte~d1 sobre >>-iSeñor Matías, el apoyo de fundición!3 4. iSeñor Ma-
aquel pobre rostro horriblemente d~sfigurado. Nad~e mema- tías, que se ha roto el cojinete del eje! iSeñor Matías, los dien-
nifestó su aprobación: les había pnvado de lo meJor del es- tes de la rueda!
pectáculo. . . . , »Como ocurría cuando vivía mamá, que en paz descanse,
Salí despavorido; volví a N1za para 1rme_ es_e m1smo d1a. y Malagna administraba.
Llevaba conmigo unas ochenta y dos mll hras. ,y mientras esté atendiendo al molino, el granjero me ro-
Cualquier cosa habría podido imaginarme, ~xcepto que bará el producto de la tierra; y cuando pase a ocuparme d~
esa misma noche me iba a pasar a mí algo pareodo. ésta, el molinero me robará el de la molienda. Y todos a di-
vertimos jugando al ratón y al gato; a costa mía, claro está.
»Qlizá sería buena idea ir a abrir el ilustre ~r9uiba~co de
mi suegra y desempolvar uno de aquellos VIeJOS traJes de
Francisco Antonio Pescatore que su viuda guarda en alcanfor

34 Pieza de hierro en forma de martillo de dos puntas que une el eje o ár-

bol vertical a la muela superior permitiendo la rotación de esta última.

[139]
y pimienta, como si fueran santas reliquias; vestir con él a Yo, callado. A Mariana Dondi la bilis se le multiplicaba,
Mariana Dondi y mandarla a ella a hacer de molinera y a vi- alimentada por aquel silencio mío cargado de menosprecio;
gilar al granjero. se le removía, le iba subiendo, no paraba de salirle por la
>>Seguro que el aire del campo le sentará bien a mi mujer. boca; y yo nada, callado.
Puede que a algún árbol se le caigan las hojas al verla; los pá- En un momento dado, me sacaría la cartera del bolsillo in-
jaros dejarán de cantar, y esperemos que no se seque el ma- terior de la americana y me pondría a contar mis billetes de
nantial. Y yo me quedaré de bibliotecario, solo y feliz, en mil esparciéndolos sobre la mesa: uno, dos, tres, cuatro ...
Santa María Liberal.» Mariana Dondi se quedaría de una pieza, lo mismo que
Esto es lo que iba pensando, mientras el tren corría. No mi mu¡er.
podía cerrar los ojos, pues cuando lo hacía se me aparecía Luego:
con una escalofriante nitidez la imagen del cadáver del jo- <<-¿Dónde los has robado?
ven, allí en el paseo, pequeño y formal bajo los grandes árbo- >>-... setenta y siete, setenta y ocho, setenta y nueve, ochen-
les, inmóviles en el frescor de la mañana. Por eso tenía que ta, ochenta y uno; quinientos, seiscientos, setecientos; diez,
buscar alivio allí, en una pesadilla menos sangrienta, por lo veinte, veinticinco; ochenta y una mil setecientas veinticinco
menos materialmente: la de mi suegra y mi mujer. Y disfru- liras, más cuarenta céntimos que tengo en el bolsillo.>>
taba representándome la escena de mi llegada, después de es- Con mucha parsimonia, recogería los billetes, los volvería
tar trece días misteriosamente desaparecido. a introducir en la cartera y me levantaría:
No tenía la menor duda (icomo si las viera!) de que al en- <<-¿Conque queréis que me vaya? Pues mira, me hacéis
trar yo ambas aparentarían la más desdeñosa indiferencia. un favor. Me voy, y que os vaya muy bien.>>
Como mucho una mirada fugaz, como diciendo: Me reía, imaginándome todo aquello.
<<Hombre, ¿otra vez aquí? iQ:té pena! Te creíamos en el Los demás viajeros me observaban y sonreían, intentando
fondo de un barranco.>> disimular.
Calladas ellas, callado yo. Entonces, para adoptar una actitud más seria, me ponía a
Pero la viuda Pescatore seguro que no tardaría en empezar pensar en mis acreedores, entre los que tendría que repartir
a escupir su bilis, sacando en primer lugar a colación mi aquel montón de dinero. Esconderlo no podía. Además,
puesto de trabajo, probablemente perdido. ¿para qué lo quería, escondido?
En efecto, me había llevado conmigo la llave de la bibliote- Disfrutarlo, aquellos buitres no iban a dejar que lo disfru-
ca: al tener noticia de mi desaparición, sin duda el juez debía tara, por descontado. Porque para llegar a resarcirse con el
de haber ordenado forzar la puerta; no encontrándome allí molino de la Stia y las rentas de la finca, teniendo además
dentro, muerto, y no hallando rastro ni señal alguna por nin- que pagar la administración, que te saca todos los dientes
gún otro lado, los del ayuntamiento puede que hubieran espe- (los tuyos, además de los de la rueda del molino) 35 , a saber
rado mi regreso tres, cuatro, cinco días, hasta una semana, y
después le habían dado mi puesto a algún otro cantamañanas. 35 El original no hace el juego de palabras con los dientes de la rueda sino
¿y para qué había venido, ahora? ¿ya estaba otra vez sin con la rueda, con la muela entera, que en italiano, además de m!Uina, se pue-
un céntimo? iPues a vivir debajo de un puente: yo me lo ha- de llamar también palmenta, palabra clave en la locución mangiare a due (o
bía buscado! Dos pobres mujeres como ellas no tenían nin- quattro) palmenti, que puede significar comer vorazmente o, como en este
guna obligación de mantener a un gandul, a un indeseable caso, actuar con avidez y codicia. Dice, pues, el texto italiano: l'amministra-
zione, che si mangiava poi tutto a due palmenti (a due pahnenti era anche il molino).
que se iba de casa de esa forma, a saber detrás de qué aven- Literalmente: «la administración, que luego se lo comía todo a dos muelas
turas, etc. etc. (de dos muelas era también el molino)».

[140]
cuántos años más necesitarían esperar. Qyizá, en cambio, emperatriz e invitada a un almuerzo, donde anda que no de-
ofreciéndoles dinero contante y sonante sería posible llegar a bían de haberse puesto las botas.
un buen acuerdo para quitármelos de encima ya. E iba cal- También el zar y la zarina de Rusia habían recibido, en Pe-
culando: terhof, una comitiva especial tibetana, que había entregado a
<<Tanto para el parásito de Recchioni; tanto para Felipe SS.MM. varios presentes del Lama. .
Brisigo, y ojalá le sirvan para pagarse el entierro, que así deja- ,,¿Presentes del Lama?>>, me pregunté, cerrando los OJOS,
rá de chuparles la sangre a los desvalidos; tanto para Cichin meditabundo. ,,¿o_yé serán?>>
Lunaro, el de Turín; tanto para la viuda Lippani... ¿Qyién Adormideras, porque me dormí. Pero adormideras de es-
más? iUf!, ahí es nada: Della Piana, Bossi y Margottini ... caso poder, ya que no tardé en despertarme por un frenazo
iPues vaya una ganancia la mía!» del tren, que paraba en otra estación.
Había ido a Montecarlo a ganar para ellos, ése era el resul- Miré el reloj: eran las ocho y cuarto. Llegaría, pues, al cabo
tado. iQyé rabia los dos días de mala racha! Si no, sería rico de una hora más o menos.
otra vez ... irico! Todavía tenía el periódico en las manos, y lo abrí para bus-
Lanzaba ahora tales resoplidos, que los otros viajeros se car en la segunda página algún presente mejor que los del
volvían y me miraban todavía más que con las risitas de an- Lama. Mis ojos fueron a dar en un
tes. Pero yo no conseguía calmarme. Anochecía: el aire pare-
cía hecho de ceniza, y la monotonía del viaje se hacía inso-
portable. SUICIDIO
En la primera estación italiana compré un periódico con
la esperanza de que me ayudara a conciliar el sueño. Lo des- escrito así, en negrita.
doblé, y a la luz de la lamparilla eléctrica me puse a leer. Tuve Se me ocurrió enseguida que podía ser el de Montecarlo,
así la satisfacción de enterarme de que el castillo de Valen<;:ay, así que me apresuré a leer. Pero me detuve sorprendido en la
subastado por segunda vez, había sido adjudicado al conde primera línea, impresa con caracteres muy menudos: <<Nos te-
De Castellane por la suma de dos millones trescientos mil legrafían desde Miragno.>>
francos 36 . La propiedad circundante abarcaba dos mil ocho- ,,¿Miragno? ¿Q_yién se habrá suicidado en mi pueblo?>>
cientas hectáreas: la mayor de Francia. Leí: <<Ayer, sábado 28,fue descubierto, en la acequia de un moli-
<<Vaya, algo así como la Stia ... » no, un cadáver en avanzado estado de descomposición ... >>
Leí que el emperador de Alemania había recibido en Post- Se me nubló de repente la vista al creer entrever, en la lí-
dam, a mediodía, la embajada marroquí, y que a la recepción nea siguiente, el nombre de mi finca. Como me resultaba di-
había asistido el secretario de estado, barón von Richtofen37 • ficil leer, con un solo ojo, aquella letra tan minúscula, me
La delegación diplomática había sido presentada luego a la puse de pie para acercarme más a la luz.
<< ... descomposición. El molino está ubicado en unafinca llamada
36
Por las fechas tiene que tratarse del conde Boni de Castellane (1867-
de la Stia, a unos dos quilómetros de nuestro municipio. Habiéndo-
1932), político del partido monárquico, pero famoso sobre todo por su vida se personado en el lugar de los hechos, acompañada de otros
mundana y ostentosa, que se le acabó cuando su mujer, una millonaria ame- funcionarios, la autoridadjudicial competente, e! cadáverfue extraí-
ricana, le pidió el divorcio. El castillo de V alen~ay, en la región del Centro, a do de la acequia para proceder a las comprobaczones de rzgor y a su
principios del XIX había sido propiedad de T alleyrand, y en él había estado
confinado Fernando VII de España, entre 1808 y 1814, por orden de Napo-
custodia. Más tarde fue reconocido como el de nuestro ... >>.
león. El corazón me dio un vuelco y miré, aterrorizado, a los de-
37
Oswald von Richtofen (1847-1906) ocupó este cargo de 1900 a 1906. más viajeros, que estaban todos dormidos.
«Habiéndose personado ... extraído de la acequia ... y a su custo- desde hacía varios días ... Sí, de acuerdo, pero yo lo que quisie-
dia ... Jue reconocido como el de nuestro bibliotecario ... >> ra saber es quién se ha dado tanta prisa en reconocerme.
<<¿Yo?>> ¿Puede ser que se me pareciera tanto, aquel desventurado?
<<Habiéndose personado ... Más tarde... como el de nuestro biblio- ¿que vistiera como yo? ¿igualito, igual? Ya, habrá sido ella,
tecario Matías Pasca4 desaparecido desde hacía varios días. Causa supongo, ella, Mariana Dondi, la viuda Pescatore: llevando
del suicidio: dificultades económicas.>> lo de pescar en el apellido, le habrá faltado tiempo para ha-
<<¿Yo? ... Desaparecido ... reconocido ... Matías Pascal... >> cerme sacar del agua y reconocerme. Apuesto a que no ha
No sé cuántas veces volví a leer, con voraz interés y cora- dado crédito a sus ojos: -iEs él, es él! iMi yerno! iüh, po-
zón palpitante, aquellas breves líneas. Al principio, en calien- bre Marias! iPobre hijo mío!-. Y quizá hasta se haya puesto
te, toda mi energía interior salió a rebelarse en una furiosa a llorar, y hasta se haya arrodillado junto al cadáver de aquel
protesta: como si incluso yo pudiera llegar a creerme aquella infeliz, que no ha tenido ocasión de darle un puntapié y de
noticia, tan irritante en su impertérrito laconismo. Lo cierto gritarle: -Levanta de ahí, que yo no te conozco.>>
es que, si no yo, sí se la creían los demás, y la seguridad que Estaba en ascuas. Por fin el tren llegó a otra estación. Abrí
los demás, desde el día anterior, tenían de mi muerte se me la portezuela y me bajé, con la confusa idea de tener que ha-
imponía como una carga insoportable, pertinaz, abrumado- cer algo, de inmediato: algo así como mandar un telegrama
ra... Miré de nuevo a mis compañeros de viaje, y, como si urgente para desmentir la noticia.
también ellos, allí, bajo mis ojos, descansaran en aquella se- El salto que di al bajar del vagón resultó providencial:
guridad, tuve la tentación de sacudirlos, de despertarlos, de como si al saltar mi cabeza se hubiera sacudido aquel estúpi-
obligarlos a abandonar sus incómodas y penosas posturas do propósito, de pronto se me encendió una luz ... ipues cla-
para gritarles que no era verdad. ro, mi liberación, mi libertad, una vida nueva!
<<¿Cómo había podido ocurrir?>> Llevaba encima ochenta y dos mil liras, que no tenía por
Y releí una vez más la asombrosa noticia. qué dar a nadie. Estaba muerto, muerto: ya no tenía deudas,
Ya no podía dominar los nervios. Habría querido que el ya no tenía mujer, ya no tenía suegra. A nadie: ilibre!, ilibre!,
tren se detuviera, que descarrilara por un barranco: aquel tra- ilibre! ¿Qyé más quería?
queteo monótono, aquel andar duro, sordo y pesado como Enfrascado en estos pensamientos, debía yo de ofrecer un
el de un autómata, aumentaba minuto a minuto mi desaso- espectáculo bastante peculiar, allí sentado en el banco de
siego. Abría y cerraba las manos sin parar, clavándome las aquella estación. Había dejado la puerta del vagón abierta.
uñas en la palma; doblaba el diario de cualquier forma; lo re- Noté a mi alrededor la presencia de diversas personas que me
componía para volver a leer la noticia que ya me sabía de gritaban no sé qué; al final un hombre me zarandeó y me
memoria, palabra por palabra. empujó, gritándome más fuerte:
«iReconocido! ¿Pero cómo era posible que me hubieran re- -iQye se va el tren!
conocido? ... En avanzado estado de descomposición ... ipuaj!>> -iQye se vaya, amigo, por mí que se vaya! -le grité yo a
Por un momento me vi allí, flotando en el agua verdosa de mi vez-. Yo cambio de tren.
la acequia, empapado, hinchado, horroroso ... En mi estreme- Pero ahora acababa de asaltarme una duda: la duda de que
cimiento, crucé instintivamente los brazos sobre el pecho y la noticia ya pudiera haber sido desmentida; de que ya se hu-
me palpé con las manos, me abracé: biera descubierto la equivocación, en Miragno; de que ya
:u: no, yo no ... c'<.!llen
<<10 '? Se me paree1a,
·n,.·' sena.... ' no hay hubieran aparecido los parientes del muerto real para rectifi-
duda... A lo mejor llevaba una barba como la mía ... tenía mi car la identificación que se había hecho.
misma complexión ... Y ime han reconocido!. .. Desaparecido Antes de cantar victoria, tenía que cerciorarme de que eso

[145]
no había ocurrido, tenía que conseguir información exacta y Alenga aquella petición de copias de su periódico? La noticia
detallada. ¿Pero cómo? más «interesante>> de la semana, y por tanto el plato fuerte de
Me palpé los bolsillos en busca del periódico. Lo había de- aquel número, tenía que ser mi suicidio, seguro. Así que ¿no
jado en el tren. Me volví hacia la vía desierta, que brillaba ser- corría yo el riesgo de que la insólita petición le hiciera conce-
penteando hasta perderse en la noche silenciosa, y me sentí, bir alguna sospecha?
allí en aqll:ella triste estación de paso, como desamparado, «iQy.é va!>>, pensé luego. «El Alondrilla no se puede ni
como sum1do en el vacío. Una duda aún más fuerte me asal- imaginar que yo no me haya ahogado. Atribuirá el motivo
tó entonces: ¿y si lo había soñado todo? 38 • de la petición a algún otro plato fuerte de su número de hoy.
No, imposible: Hace tiempo que viene exigiéndole denodadamente al ayun-
<<Nos telegrafían desde Miragno. Ayer, sábado 28... » tamiento la instalación de agua corriente y alumbrado de gas
En efecto: podía repetir el telegrama de memoria, palabra en el pueblo. Más bien creerá que el motivo está en esta
por palabra. No había, pues, lugar a dudas. Aunque sí, es ver- "campaña" suya.>>
dad que era demasiado poco, que con eso no bastaba. Entré en el edificio de la estación. Por suerte, el conductor
Fijé los ojos en la estación; leí el nombre: ALENGA. del único carruaje que tenían, el pequeñito del correo, aún se
<Encontraría otros periódicos en aquel pueblo? Recordé encontraba allí charlando con los demás empleados ferrovia-
que era domingo. En Miragno, pues, aquella mañana había rios: el pueblecillo estaba a unos tres cuartos de hora en co-
salido Il Foglietto, único periódico que se imprimía allí. Tenía che desde la estación, y el camino era todo cuesta arriba.
que hacerme con una copia a toda costa. En ella encontraría Monté en aquella tartana desprovista de faroles, que casi
toda la información que precisaba. ¿Pero cómo pretender en- se caía de vieja, y nos sumergimos en la oscuridad.
contrar Il Foglietto en Alenga? Hombre: podía telegrafiar a la Tenía en la cabeza un montón de cosas por resolver, y sin
redacción del periódico bajo un nombre falso. Conocía al di- embargo, de cuando en cuando, la fuerte impresión que me
rector, Miro Colzi, o Alondrilla, como todo el mundo le lla- había causado la lectura de aquella noticia que me tocaba
maba en Miragno desde que, jovencito, había publicado con tan de cerca resurgía en mí en medio de aquella negra y re-
tan grácil título su primer y último libro de versos. cóndita soledad, y entonces, por un momento, me sentía su-
Ahora bien, ¿no iba a extrañarle al Alondrilla recibir desde mido en el vacío, como me había sentido a la vista de la vía
desierta; me sentía espantosamente desligado de la vida, su-
perviviente de mí mismo, perdido, expectante ante esa otra
38
Este párrafo dará pie a uno de los más inquietantes cuentos de Novel/e vida más allá de la muerte, esa otra vida que no sabía aún
per un anno, el titulado Unagiomata: un tren ha dejado al narrador-protago- muy bien cómo iba a vivir.
msta en una estación; no conoce el lugar ni recuerda nada de lo que le ha
ocurndo, como tampoco de sí mismo o de su pasado; la ciudad adonde ha Para distraerme, le pregunté al cochero si tenían servicio
1do a parar es la suya, ya que la gente lo saluda, en un restaurante le hacen to- de distribución de prensa en el pueblo.
dos los parabienes e incluso un coche le espera para llevarlo a casa; a él todo -¿Cómo dice? iNo señor!
le resulta, extraño, como si se encon~ara en otra dimensión, que poco a poco -¿No se venden periódicos en Alenga?
va perfilandose como una d1mens10n temporal desconocida y acelerada, ya
que cuando llega a la casa encuentra a la que no puede ser otra que su novia -Ah, sí, sí señor. Los vende el farmacéutico, Grottanelli.
la, misma jovencita que llevaba en una fotografía dentro de la cartera, pero al -¿Hay algún hostal?
d1a s1gmente en vez de ella aparecen unos que dicen ser sus hijos, que enve- -Está la posada de Palmentino39 .
¡ecen ante sus propios ojos, y después sus nietos, que empiezan a crecer,
cuando él ni siquiera tenía conciencia de ser viejo. La sensación de vacío y la
duda sobre s1 todo es un sueño vertebran de principio a fin el relato, vivido
en una atmósfera alucinatoria. 39
Nombre del propietario.
Había bajado del pescante para aliviar al viejo rocín, que -De acuerdo, pero no importa que usted no lo conozca:
resoplaba con el hocico a ras de suelo. Apenas le distinguía. yo le doy el dinero para que mande un giro telegráfico a la
En un determinado momento encendió la pipa y empecé a redacción. Q¡erría una decena, una veintena de ejemplares,
verle, entonces, a intervalos, y pensé: <<Si supiese a quién para mañana, o para lo antes posible. ¿Puede ser?
lleva ... >> No contestaba: con ojos fijos, desprovistos de mirada, se-
_Pero la pregunta más bien tenía que hacérmela a mí guía repitiendo: -¿Jl Foglietto ?... No lo conozco- Al final se
m1smo: decidió a escribir el giro, que yo le iba dictando, con indica-
,,¿y a quién lleva? iSi no lo sé ni yo! ¿yo quién soy ahora? ción de las señas de la farmacia para el envío.
Hay que pensarlo bien. Tengo que encontrar un nombre por Al día siguiente, tras pasar la noche en blanco, agitado por
lo menos, tengo que encontrarlo enseguida, para firmar el te- un tempestuoso mar de cavilaciones, recibí en la Posada de
legrama y para no quedarme en Babia si luego en la posada Palmentino quince ejemplares del Foglietto.
me piden que me registre. Basta sólo con que piense un En los dos periódicos de Génova que, al quedarme a solas,
nombre, de momento. Veamos. ¿Cómo puedo llamarme?>> me había apresurado a leer, no había encontrado mención al-
No habría imaginado nunca que me costaría tanto esfuer- guna al suceso. Me temblaban las manos al abrir Il Foglietto.
zo y me provocaría tanta inquietud la elección de un nom- En la primera página no vi nada. Busqué en las dos interio-
bre y un apellido. Sobre todo del apellido. Iba juntando síla- res y enseguida me saltó a los ojos una franja de luto en el en-
bas, así, sin pensar, y me salían unos apellidos (Strozzani, cabezamiento de la tercera página, y debajo, en letras gran-
Parbetta, Martoni, Bartusi ... ) que me desazonaban todavía des, mi nombre. Así:
más. No les veía ninguna profundidad, ningún sentido.
iComo si tuvieran que tenerlo! Pues nada, uno cualquiera ...
Martoni, por ejemplo, ¿por qué no? Carlos Martoni ... iAl fin MATÍAS PASCAL
resuelto! Pero mi lengua no tardaba en dar un chasquido:
<<Sí, hombre, Carlos Martel...>> Y otra vez a romperme la ca- No se tenían noticias de e1 desde hacía varios días: días de terri-
beza. ble consternación e inenarrable angustia para su desolada familia:
Llegué al pueblo sin haberme decidido por ninguno. Mor- consternación y angustia compartidas por el conjunto de sus conciu-
tunadamente allí con el farmacéutico, que era también el ofi- dadanos, que lo apreciaban y amaban por la bondad de su alma,
cial de correos y telégrafos, el tendero, el quiosquero y un ne- por la jovialidad de su caráctery por su natural modesto, que le ha-
gado para todo eso y más, no me hizo falta. Compré un par bía ayudado, junto con sus demás virtudes, a soportar con dignidad
de periódicos, los que le llegaban, periódicos de Génova: ll y resignación un destino adverso, por el que de una desahogada po-
Caffaro y ll secolo XIX Luego le pregunté si me podía conse- sición económica había pasado en estos últimos tiempos a una hu-
guir ll Foglietto de Miragno. milde condición.
Tenía cara de lechuza, este Grottanelli, con unos ojos re- Cuando, tras el primer día de inexplicable ausencia, la familia,
dondos redondos que parecían de vidrio, sobre los que deja- alarmada, acudió a la Biblioteca Boccamazza, donde e1, celoso de
ba caer de vez en cuando, se diría que con gran esfuerzo, su trabajo, permanecía durante casi todo el día enriqueciendo con
unos párpados cartilaginosos. doctas lecturas su vigorosa inteligencia, encontró la puerta cerrada;
--mFoglietto?No lo conozco. al momento, ante esa puerta cerrada, surgió la sombra inquietante
-Es una hoja de provincias, semanal-le expliqué-. Me de un temor, temor que pronto fue desechado con la esperanza
interesa. El número de hoy, claro. -mantenida durante días, si bien cada vez más remota- de que
-Hl Foglietto? No lo conozco -se empeñaba en repetir. hubiera salido del pueblo por alguna secreta razón.
Pero iay!, desdichadamente el temor se vería confirmado.
Nosotros queremos hacer llegar desde aquí a la familia, sumida
LC!: reciente pérdida de su madre, a quien adoraba, y, casi al mis-
en el dolor, al hermano Roberto, que vive lejos de Miragno, nuestro
1f!O tzempo, la de su única hlj'ita, después de la del patrimonioJami-
más sincero pésame, mientras con el corazón roto damos nuestro úl-
lzar, habían turbado profundamente el ánimo de nuestro amigo.
timo adiós al buen Matías: -Descansa en paz, querido amigo, des-
Tanto es a~í que_ya en una primera ocasión había intentado poner
fin a su trzste vzda, unos meses atrás, en la oscuridad de la noche cansa en paz. M. C.
allí, justo en aquella acequia de molino, el molino que le traía recue:-
dos de la antigua prosperidad de su casa, de los tiempos filices:
Aun si~ las dos iniciales habría reconocido igualmente en
el Alondnlla al autor de la necrológica .
.. . No hay dolor mayor
Debo confesar, ante todo, que, por más que fuera algo pre-
Q}te acordarse de los tiempos filices
visible, el ver mi nombre allí impreso, debajo de aquella ban-
En la miseria... 40 •
da negra, no sólo no me alegró lo más mínimo, sino que el co-
Sollozando, con lágrimas en los ojos, nos lo contaba, frente al ca- razón me empezó a latir tan rápido que tuve que interrumpir
d~ver empap~~o y descompuesto, un viejo molinero, fiel en su devo- la lectura a las pocas líneas. La <<terrible consternación e inena-
aon a lafamzlza_ de los antiguos dueños. Había caído la noche, lúgu- rrable angu~tia>> de mi familia no me hicieron reír, como tam-
~re; a la luz ~o;a de un J!lrol que había sido depositado en el suelo, poco el canño y la consideración de mis paisanos hacia mis
;un~o al ~adaver custodzado por dos Reales Carabineros41, el viejo bellas cualidades, ni mi celo por el trabajo. Q!:¡e saliera a relu-
Felzpe Brzna -vaya para e1 el reconocimiento de todos- hablaba y cir aquella penosísima noche en la Stia, después de la muerte
lloraba_ con_ nosotros. Aquella triste noche e1 había conseguido evitar de mamá y de la pequeña, sirviendo algo así como de prueba
que el znfilzz llevara a cabo su terrible propósito; pero Felipe Erinaya -quizás la más sólida- de mi suicidio, primero me sorpren-
no estuvo allí para impedirlo, esta segunda vez. Y Matías Pascal dió, pareciéndome una siniestra e imprevista intervención del
descansó, quizás durante toda una noche y la mitad del día siguien- azar; después me produjo vergüenza y remordimiento.
te, dentro de la acequia del molino. No señores, la muerte de mi madre y de mi niñita no ha-
Nos resulta imposible describir la desgarradora escena que vino bían bastado para que me matara, si bien es verdad que esa
después, anteayer, a la caída de la tarde, en el mismo lugar de los he- noche tuve quizás la idea de hacerlo. Había huido, también
chos, cuando la desconsolada viuda se encontró ante los irreconoci- es verdad, desesperado; pero el hecho es que ahora volvía de
bles restos de su bienamado esposo, que había ido a reunirse con la una casa de juego, una casa de juego donde la Fortuna me
hlji'ta de ambos. había sonreído -y seguía sonriéndome- de la forma más
Todo el pueblo ha participado del pesar de ella, lo que ha querido inexplicable, y era en cambio otra persona la que se había
demostrarle acompañando el cadáver a su última morada en un quitado la vida en mi lugar, otra persona, sin duda un foras-
emotiv~ acto en el que nuestro concejal el señor Pomino le h~ dirigi- terc?, a quien yo arrebataba el llanto de lejanos familiares y
do al difunto unas breves y conmovedoras palabras de despedida. am1gos, a qmen condenaba a sufrir -suprema humilla-
ción- algo que no iba con él, falsos llantos, y hasta el elogio
4
fú~ebre del empolvado concejal Pomino.
~ ·:· Nessun maggior dolare 1 Che ricordarsi del tempofilice 1 NeUa miseria... Ce-
lebernmos versos del canto V del Infierno d~ la Divina Comedia (vv. 121-123). Esta fue mi primera sensación después de la lectura de
Son palabras del alma de Francesca da Rimmr, mstada por el peregrino Dan- aquella necrológica que Il Foglietto me dedicaba.
te a recordar los hechos de su vida -la relación amorosa con su cuñado-- Luego pensé, sin embargo, que si aquel hombre había
que determinaron el castigo eterno al que ha sido condenada. muerto no había sido por mi culpa, y que en cualquier caso
41
Equivalente italiano de la Guardia Civil española.
yo, dando señales de vida, no iba a conseguir devolverle la
suya también a él. Pensé que, aprovechándome de su muer-
te, no sólo no mentía ni perjudicaba en nada a sus parientes,
sino que incluso terminaba haciéndoles un favor; y es que
para ellos el muerto era yo, y no él, así que ellos podían dar-
le por desaparecido y no perder la esperanza, la esperanza de
verlo reaparecer algún día.
~edaban mi mujer y mi suegra. ¿De veras tenía que creer
que sentían pena por mi muerte? aenía que dar crédito a
toda aquella <<inenarrable angustia», a aquel <<desgarrador pe- VIII
sar>> de la crónica fúnebre escrita por el Alondrilla para plato
fuerte de su periódico? iPor favor! Bastaba con abrirle con ADRIANO MEIS
cuidado un ojo al pobre muerto para darse cuenta de que no
era yo, e incluso yendo a suponer que los ojos se hubieran NSEGUIDA, no tanto con ánimo de engañar a los de-
quedado en el fondo de la acequia, ivamos, hombre!, una
mujer, a menos que lo haga adrede, no puede confundir tan
fácilmente a otro hombre con su marido.
¿No se habían dado tanta prisa en reconocerme en aquel
E más, que habían querido engañarse solos con una li-
gereza no censurable quizá tratándose de mí, pero
tampoco precisamente digna de alabanza, como de obedecer
a la Fortuna y de satisfacer una necesidad mía real, me dispu-
muerto? ¿No esperaba ahora la viuda Pescatore que Mala- se a hacer de mí otro hombre.
gua, conmovido por mi bárbaro suicidio y quizá no del todo Poca o ninguna consideración me merecía aquel desgracia-
libre de remordimientos, acudiera en ayuda de la pobre viu- do cuya vida habían decidido que finalizara forzosamente en
da? Pues muy bien: contentas ellas, contento yo. la miserable acequia de un molino. Después de todas las es-
<<¿Muerto? ¿Ahogado? Cuatro paladas de tierra, una boni- tupideces que había cometido, quizá es cierto que no se ha-
ta cruz, y no se hable más.» bía hecho acreedor de mejor suerte.
Me levanté, estiré los brazos y lancé un larguísimo suspiro Me habría gustado que ahora, no sólo exteriormente, sino
de alivio. también en lo más íntimo, no quedara en mí el menor rastro
de él.
Estaba solo, definitivamente, más solo de lo que nunca
habría podido estar, en un presente sin lazos ni deberes, he-
cho un hombre nuevo, libre, dueño absoluto de mí mismo,
descargado del lastre de mi pasado y con un futuro por de-
lante que podría forjar a mi gusto.
Me habían dado alas, y me sentía ligero corno una pluma.
La concepción de la vida que me había hecho a partir
de mis pasadas vicisitudes ya no tenía, en el momento ac-
tual, ninguna razón de ser. Una nueva concepción de la
vida tenía yo que adquirir ahora, sin fundarla ni lo más
mínimo en las desgraciadas experiencias del difunto Ma-
tías Pascal.
De mí dependía: en la medida en que la Fortuna así lo ha- ué historia tenía y des~e dónde y c_ómo había lleg:do allí,,a
bía dispuesto, yo podía y debía ser el artífice de mi nuevo qquella sastrería-barbena. Como qmera que su dueno seguia
destino. ~irándome boquiabierto, por ~o hacerle un desprecio acabé
<<Por encima de todo>>, pensaba para mis adentros, <<cuida- poniéndomelo delante de los OJOS. .
ré bien de esta libertad que ahora tengo: la llevaré a pasear jQle si había hecho un buen trabaJ_o! . ,
por camino llano y por parajes siempre nuevos, y nunca la Empecé a vislumbrar, con aquel p~:mer desagui_sado, que
vestiré con ropas que puedan oprimirla. Cerraré los ojos y clase de monstruo iba a salir, en cuest10n de poc<;> ~en:po, de
pasaré de largo tan pronto como en algún sitio el espectácu- la necesaria y drástica alteración de los ~asgos distl~tlvos de
lo de la vida me ofrezca su lado desagradable. Procuraré más Matías Pascal. Y ése era un nuev? motivo pa~a odiarlo. La
bien relacionarse con las cosas que se suelen calificar de ina- barbilla que, muy pequeña, puntiaguda y meti_da para den-
nimadas, e iré en busca de bonitos panoramas, de paisajes tro había escondido durante años y años debaJo de aquella
amenos y tranquilos. Poco a poco iré dándome una nueva ba:baza, me pareció una traición. Ahora tendría que llevarla
educación; me transformaré a base de estudio asiduo y pa- al descubierto, aquella cosilla ridícula. Y vaya nariz me había
ciente, de manera que al final pueda decir no sólo que he vi- dejado en testamento. iY el ojo aquel! . . ,
vido dos vidas, sino que he sido dos hombres.» <<Ah, este ojo», pensé, <<absorto así hacia un lado, segu1ra
Ya en Alenga, para empezar, pocas horas antes de marchar- yendo a su aire en mi nueva cara. No podré hacer otra cosa
me, había entrado en una barbería para que me recortaran la que esconderlo lo mejor pos!ble t;ras unas gaf~s de col_or, que
barba: habría querido afeitármela toda, allí mismo, junto ayudarán horrores -ya me 1magmo- a dulcificar m1 aspec-
con el bigote, pero el temor a despertar sospechas en el pue- to. Me dejaré crecer el pelo y, con esta holgada y hermosa
blo me retuvo. frente, con las gafas y bien afeitado, pareceré un filósofo ale-
El barbero, un anciano que también era sastre, tenía los ri- mán. Levita y un sombrerajo de ala ancha.»
ñones casi encolados a la espalda por la larga costumbre de No había vuelta de hoja: filósofo era lo que por fuerza te-
estar inclinado, siempre en la misma postura, y llevaba las ga- nía que ser, con aquel aspecto. Así que paci~ncia: me provee-
fas en la punta de la nariz. Debía ser más sastre que barbero. ría de tanta amable filosofia como cons1derara oportuno
Cayó como una cólera divina sobre aquella barba que ya no para circular por en~e esta pobre humanida?, la cual veía di-
me pertenecía, armado con unas tijerazas de tejedor de lana ficil que pud1era deJar de pa~ecerme, por 1?-as que me empe-
que era preciso sujetar por la punta con la otra mano_. Yo no ñara en esforzarme, algo nd1cula y mezquma.
osaba ni respirar: cerré los ojos y no los volví a abnr hasta El nombre casi me lo sirvieron en bandeja en el tren, po-
que sentí que me zarandeaban un poco. cas horas después de salir de Alenga p~ra T~rín. .
El buen hombre, todo sudoroso, me alargaba un pequeño Viajaba junto a dos caballeros que discutlan ammadamen-
espejo para que juzgara si había hecho un buen trabajo. iQ!é te sobre iconografia cristiana, demostrándose muy versados
desfachatez! en ella, al menos frente a un profano como yo.
-No, gracias -repuse-. Guárdelo. No querría darle Uno, el más joven, con el rostro pálido cubie~o d~ una es-
miedo. pesa y áspera barba negra, pa~ecía tene: ~ucho mt~res e~ h~­
Abrió los ojos de par en par: cemos saber que, según una mformacwn a su deCir antiqm-
-¿A quién? -preguntó. sima, defendida por Justino Mártir, Tertuliano y no sé qmén
-Pues al espejo este tan bonito. Debe de tener muchos más, Cristo habría sido feísimo.
años ... Hablaba con un vozarrón cavernoso que contrastaba ex-
Era redondo, y con un mango de hueso taraceado: a saber trañamente con sus aires de iluminado.
-Q!le sí, hombre, sí, feo, feísimo. Pero si hasta Cirilo de -iAdriano! (a mí).
Alejandría lo dice. De verdad, Cirilo de Alejandría llega in- -Porque la Beronfke de las Actas de Pilatos 43 ...
cluso a afirmar que Cristo fue el más feo de los hombres. -iAdriano!
En cambio el otro, un viejecito delgadísimo, desde el so- Repitió lo de ;Adriano! no sé cuántas veces, siempre con
siego d~ su esqueléticc;> ascetismo, aunque con un pliegue en los ojos puestos en mí.
la comisura de los lab10s revelador de una sutil ironía senta- Cuando en una estación bajaron los dos y me dejaron
d? prácticam~nte ~obre la espalda, con el largo cuello' exten- solo en el compartimento, me asomé a la ventanilla para se-
dido como si enCima llevara un yugo, consideraba que no guirles con la mirada: se alejaban y seguían discutiendo.
había que fiarse de los testimonios más antiguos. Llegó un momento, sin embargo, en que el viejecillo per-
-Porque la Iglesia, en los primeros siglos, volcada en su dió la paciencia y echó a correr.
afán por embeberse del espíritu y la doctrina de su inspira- _¿ Q!lién lo dice? -le preguntó en voz alta el joven,
dor, se preocupaba poco, muy poco de la apariencia corpo- plantado en actitud desafiante.
ral de éste. Aquél entonces se giró para gritarle:
En un determinado momento salieron en la conversación -iCamillo De Meis! 44 .
~a yerónica y dc;>s estatuas de la ciudad de Paneas, supuestas Me pareció como si también él me lo gritase a mí, aquel
Imagenes de Cnsto y la hemorroísa. nombre, a mí que mientras tanto iba repitiendo mecánica-
-iQ!le sí, hombre! -saltó el joven barbudo-. iPero si mente: -Adriano ...-. Enseguida deseché el de y retuve el
ya no cabe la menor duda! Esas dos estatuas representan al Meis.
emper~~or.Adriano. con la ciudad arrodillada a sus pies42 •
. El vieJeclllo contmuaba defendiendo sin pestañear su opi-
43 El viejecillo, partidario de la tesis según la cual el grupo de Paneas repre-
m?n, que debía de ser contraria, porque el otro, inamovible, senta a Jesús y la hemorroísa, sin escuchar a su interlocutor se pone a divagar
mirándome a mí, se empeñaba en repetir: en torno a otra célebre disputa erudita: la relativa a la etimología de <<Veró ni-
-iAdriano! ca>>, el nombre de la mujer que según la leyenda popular --en los Evangelios
- ... BeronzJu, en griego, y de BeronzJu: Verónica ... canónicos no aparece-- camino de la Cruz le limpió la cara a Jesús, tras lo
-iAdriano! (a mí). que observó que el rostro de Nuestro Señor había quedado estampado en el
paño. Las opiniones eran dos: o bien <<Verónica» era la variación de un nom-
- 0 bien: Verónica, vera icon, deformación más que pro- bre propio que ya existía con anterioridad, o bien procedía de la fusión de las
bable ... dos palabras vera icon, «verdadera imagen», fórmula alusiva a la autenticidad
de la reliquia. Las Actas tÚ Pilatos, una de las dos obras de que se compone el
apócrifo Evangelio de Nicodemo, son el primer texto en que aparece el nombre
42
Entre ot;:os el historiador Eusebio (muerto en el año 338) da noticia de Verónica, en concreto bajo la forma Beronz1u, en un pasaje que identifica
(Hzstona ecleszastzca, VII, 18) de que la hemorroísa de los Evangelios, la mujer a esta mujer con la hemorroísa.
que lleva doce años padeciendo flujo de sangre y se cura al tocar la orla de la 44 La crítica italiana (Luigi Sedita, cfr. <<Bibliografla sobre El difunto Matías
túnica de] esús: era natural de Paneas, la Cesare a de Filipo romana, y de que Pascal», 1988) ha descubierto que Pirandello quiso poner aquí un error en
en su cmdad drcha mu¡er hizo levantar un monumento en recuerdo del mi- boca de su personaje. Había sido un tal Leopoldo De Feis quien había escri-
lagro con que había sido favorecida: dos estatuas de bronce que la represen- to un artículo sobre el objeto de debate de nuestros dos especialistas en ico-
taban a ella de rodrllas con las manos levantadas hacia Jesús envuelto en una nografla cristiana: «Del monumento di Paneas e delle immagini della Veroni-
túnic~. Más adelante el monumento habría sido derribado, pero una repro- ca e di Edessa>> (Bessarione, III [1898], 4); mientras que Angelo Camilla De
duccron del mrsmo se podría contemplar en el relieve de un sarcófago cristia- Meis (1817-1891), escritor y profesor de medicina en la Universidad de Bolo-
no del ~rglo N conservado en el museo de antigüedades cristianas del palacio nía, no habría intervenido en absoluto en la polémica. Gracias al error, Piran-
de Letran, en Roma. El ¡oven barbudo defiende, respecto a la identidad de las dello puede llegar al apellido que desea darle a su personaje, con el que qui-
figuras del conjunto de Paneas, otra teoría según la cual las dos estatuas en- zá pretende homenajear a este Camilla De Meis que en L'umorismo vuelve a
carnarían al emperador Adriano y a la ciudad rindiéndole homenaje. citar, esta vez entre los <<humoristas» que él tiene en mayor estima.
<<iAdriano Meis! Sí... Adriano Meis: suena bien ... >> las que me hacía gracia imaginar a aparceros con los carrillos
Era además un nombre que podía cuadrar bien con la cara hinchados a punto de soplar contra la niebla enemiga de los
afeitada y con las gafas, con el pelo largo, con el sombrerajo olivos, o con los puños cerrados y levantados contra el cielo
y la levita que debería llevar. que no quería mandar agua. Les sonreía a los pájaros, asusta-
<<Adriano Meis. No está mal. Ya me han bautizado.>> dos y en desbandada ante aquella cosa negra que avanzaba
ruidosa por los campos; a los ondeantes hilos telegráficos,
Arrancado de cuajo todo vestigio de mi vida anterior, con por los que pasaban las noticias destinadas a los periódicos,
el ánimo resuelto a empezar desde ese momento una nueva noticias como aquella de Miragno sobre mi suicidio en el
vida, me invadía y me empujaba una especie de frescor y de molino de la Stia; a las pobres mujeres de los guardavías, que
júbilo infantil. Sentía mi conciencia como renovada, virgen embarazadas y con el sombrero del marido en la cabeza en-
y transparente, y el espíritu preparado y atento a sacar jugo señaban la bandera enrollada.
de cualquier cosa con vistas a la formación de mi nuevo yo. Lo malo fue que en un determinado momento mi mirada
El alma a su vez no cabía en sí de gozo, con aquella libertad fue a posarse en la alianza que continuaba rodeando el dedo
nueva. Veía a los hombres y las cosas de otro modo, como anular de mi mano izquierda. Aquello me causó una fortísi-
nunca los había visto antes: de repente la niebla que se inter- ma impresión: apreté los ojos y me agarré esa mano con la
ponía entre ellos y yo se había disipado, y se me ofrecían fá- otra, intentando arrancarme el pequeño anillo de oro así, a
ciles y llevaderas las nuevas relaciones que debían entablarse escondidas, para no tener que verlo más. Recordé que se
entre nosotros, ya que bien poco iba a tener yo ahora necesi- abría y que por la parte de dentro llevaba grabados dos nom-
dad de pedirles en beneficio de mi bienestar interior. iüh, bres, Matías-Romilda, con la fecha de la boda. ¿qyé debía ha-
qué dulce levedad del alma; qué serena, qué inefable embria- cer con él?
guez! La Fortuna me había desligado de todas las marañas, Abrí los ojos y me quedé con el ceño fruncido, contem-
así, de golpe y porrazo, me había apartado de la vida corrien- plándolo un rato en la palma de mi mano.
te, me había convertido en un espectador ajeno a los afanes Otra vez volvía a hacerse la oscuridad a mi alrededor.
en que los demás se debatían aún, y me amonestaba por den- Ahí estaba un resto de la cadena que me ataba al pasado.
tro con estas palabras: Un pequeño anillo, ligero en sí mismo, iy en realidad tan pe-
<<Ya verás, ya verás lo interesante que te parece ahora la sado! Pero bueno, la cadena ya estaba rota, así que fuera, al
vida, vista así, desde fuera. Mira, sin ir más lejos, a ese que, traste con su último anillo.
empeñado en defender que Cristo fue el más feo de los hom- Estuve a punto de tirarlo por la ventanilla, pero me retuve.
bres, malgasta sus fuerzas irritando a un pobre viejo ... » Después de lo que me había favorecido la suerte, ya no po-
Sonreía. Me daba ya por sonreír ante cualquier cosa, por día fiarme de ella; a esas alturas uno ya podía esperarse cual-
sonreírle a todo: a los árboles del campo, por ejemplo, que quier cosa, hasta aquello: que un anillo tirado en campo
adoptando extravagantes posturas corrían hacia mí en una
fuga ilusoria45 ; a las quintas esparcidas por aquí y por allá, en
iAh, era realmente hermoso el espectáculo de aquella profunda noche de
luna en el campo, con aquellos árboles antiguos, inmóviles en un triste y pe-
45
Nótese la presencia de estos árboles en el siguiente fragmento de I vecchi renne sueño que emergía con el tronco de las entrañas de la tierra! [...] ¿Aca-
e i giovani (I, v), dentro de una reflexión de corte leopardiano parecida a la so entre aquellos grillos, aquellos árboles, aquella luna, aquellos montes no
que cierra nuestro capítulo IX, negadora de la idea de una naturaleza servil al se daba un misterioso concierto, al que los hombres permanecían ajenos?
hombre: <<Se descubrió el rostro: como un sueño se le ofreció entonces la ab- Tanta belleza no estaba hecha para los hombres, que a esa hora, cansados, ce-
sorta paz de los campos, allí presente, a la húmeda y tenue luz de la luna. [...] rraban los ojos al sueño.>>
abierto fuera encontrado casualmente por un campesino y uede nacer en el aire, así, con la luna de ~omadrona, aun-
que, pasando de mano en mano, con aque_llo_s dos nombres pue en la biblioteca había leído que los anuguos, entre otros
y la fecha grabados en él, llevara al descubnnuento de la ver- ~uchos oficios, le adjudicaban también éste, y que las muje-
dad, o sea, al descubrimiento de que el ahogado de la Stia no res embarazadas la llamaban en su auxilio con el nombre de
era el bibliotecario Matías Pascal.
<<No no>> pensé <<en un lugar más seguro ... ¿Pero cuál?>> Lucina. .
En el aire no, pero en un barco, por eJemplo, en un barco
En ~sto que el ;ren se detuvo en otra estación. Miré, y al de vapor, sí que se pu~de nacer: ~acto, no está mal, naci~o
instante se me ocurrió una idea, cuya realización me produ- en el mar. Mis padres Iban de viaJe para ... para que yo pud_te-
jo en principio cierto reparo. Lo dii?o a modo de ~isc~lpa ha- ra nacer en un vapor de pasajeros_. ~o, hombre,_ no, en seno.
cia los amantes de la buena urbantdad, gente mas bten cua- Una razón plausible para hacer viaJar a una muJer embara~a­
driculada que prefiere olvidar cómo la humani~ad está suje- da cercana al parto ... ¿No podían haber estado en Aménca
ta a ciertas necesidades, necesidades que desgraciadamente se mis padres? ¿por qué no? Son tantos los _que van ~l~ ..... Tam;
ve obligado a satisfacer hasta quien sufre un doloroso lu~o. bién el malogrado Matías Pascal, pobrecdlo, quena Ir. e'( as1
César, Napoleón y, por más indi~o que pueda par~cer, m- estas ochenta y dos mil liras puedo decir que las gan_ó ~1 pa-
cluso la mujer más bella ... No segwré. A un l~do _se ~e1a Hom- dre en América? iDe eso nada! Con ochenta y dos mtll_tras ~n
bres y al otro Mujeres, y allí fue donde sepulte m1 ahan~a. el bolsillo habría esperado, antes de volver, que su muJer dte-
Luego, no ya con el fin de distraerme, _sino con el d~ m ten- ra a luz cómodamente en tierra firme. Además, dejémonos de
tar darle cierta consistencia a mi nueva vtda, transcurnda has- tonterías hoy ochenta y dos mil liras un emigrante ya no las
ta ese momento en el vacío, me puse a pensar en Adriano gana así ~omo así en América. Mi padre ... a propósito, ¿cómo
Meis, a imaginar un pasado para él, a pregun~arme quién fue se llamaba? Pablo. Eso: Pablo Meis. Mi padre, Pablo Meis, se
mi padre, dónde había nacido, etc., lo q~e htce mu~ reposa- había hecho ilusiones, como tantos otros. Había ido tirando
damente, esforzándome en preverlo y fiJarlo todo bien, has- como había podido durante tres, cuatro años; luego, av~rgon­
ta en los más pequeños detalles. . , , zado había escrito una carta al abuelo desde Buenos Aires ...
Era hijo único: sobre esto me pareciÓ que no habta mas
que hablar. ,
Ah, un abuelo, un abuelo sí que quisiera haberlo conoci-
do, yo, un viejecito entrañable, como por ej~mplo aquel q~e
<<Más único imposible ... O no, porque a sab~r c~antos_hay acababa de bajar del tren, el estudioso de tconografia cns-
como yo, hermanos que se encuentran en m1 mtsma situa- tiana.
ción. Uno deja el sombrero y la chaqueta, con una carta en iExtraños caprichos de la fantasía! ¿qyé ine_xplic~ble nece-
el bolsillo, en el pretil de un puente sobre_un río, y despu~~, sidad tenía yo, de dónde me venía aquello de 1magmarme en
en vez de tirarse al agua, se marcha tranqmlamente, a Amen- ese momento a mi padre, a ese Pablo Meis, com~ una bala
ca o a otro sitio. Al cabo de unos días sacan del río un cadá- perdida?46_ Pues sí, le había dado un montón de dtsgustos al
ver irreconocible: tiene que ser el de la carta dejada en el pre-
til del puente. Y tema conclu~do. Bie~ es verdad q~e yo no
he puesto nada de mi parte: m carta, m chaqueta, m sombr~­ 46 Poco confraternizó Pirandello con su padre, hombre resolutivo de ta-
lentos prácticos, y ¡:>or lo tanto muy distinto al hijo, que ad~más en _alguna
ro ... Pero no dejo de ser como ellos, y con una ventaJa ocasión le sorprendió en flagrante adulteno. De este resentlmlento, as¡ como
añadida: que puedo disfrutar de mi libertad sin ningún re- de la devoción hacia la madre, se encuentran numerosos rastros en la obra
mordimiento. Han querido regalármela, así que ... >> del escritor. El tema de la rebelión contra la figura paterna es central en Uno,
Así que hijo único, digamos. Nacido ... Sería prudente no nessuno e centomila: hijo de un próspero y avaro banquero ya fallecido, el pro-
precisar ningún lugar de nacimiento. ¿Pero cómo? No se tagonista no acepta el destino q~e le ha sido marcado_Por su padre y hace
todo lo contrario de lo que habna s1do la voluntad de el.

[r6o] [r6r]
abuelo: se había casado contra su voluntad y había escapado planes: ?lane_aba elegir una calle y una casa, donde el abuelo
a América. También él debía de defender que Jesucristo era me habra de¡ado hasta la edad de diez años al cuidado de
muy feo. Y de veras muy feo e indignado debía de haberlo u?a familia que_ imagi?aría allí sobre el terre~o, para que tu-
visto allí, en América, para regresar con su mujer justo a pun- vrera tod<;>s los mgredrentes del lugar; planeaba vivir, o más
to de dar a luz, en cuanto recibió la ayuda del abuelo. bien segurr con la fantasía, allí, a la vista de la realidad la vida
Pero ¿por qué tenía que haber nacido precisamente en el de Adriano Meis de pequeño. '
mar, yo? ¿No sería mejor haber nacido en la misma América
en Argentina, pocos meses antes del regreso de mis padres ~ Este seguimiento, esta fantasiosa construcción de una vida
su patria? iPues claro que sí! Y es que el abuelo se había D:~ vivida realmente, sino e~traída de forma paulatina de los
ablandado al saber de aquella criatura inocente, su nieto; por sitiOS y las personas, convertida en mía y sentida como tal en
mí, sólo por mí había perdonado a su hijo. Y así es como yo la primer~ época de mi -yagabundeo me proporcionó un pla-
chiquito chiquito, había cruzado el océano, a lo peor en ter~ cer extrano y desconoodo, no exento de cierta tristeza. Se
cera clase, y durante el viaje había pillado una bronquitis y convirtió :n mi pri_r;cipal ocupación. No sólo vivía por el
no me había muerto de milagro. iEso es! Me lo contaba presente, smo_ tamb1et;J- por el pasado, es decir, por todos los
siempre el abuelo. Pero yo no tenía por qué lamentar años que Adnano Mers no había vivido.
-como suele hacerse- el no haberme muerto entonces, a . Nada o casi nada ~antuve d~ lo fantaseado en un princi-
los pocos meses de nacer. No, porque, en realidad, ¿qué gol- pio. Todo lo que se mventa, ciertamente, tiene una u otra
pes me había dado a mí la vida? Uno solo, a decir verdad: el raíz, más o menos profunda, en la realidad y hasta las cosas
de la muerte del pobre abuelito, con quien había crecido. Mi más disparatadas pueden ser verdad, como' demuestra el he-
padre, Pablo Meis, tarambana y reacio a cualquier atadura, 0o de que nin~na imaginación puede llegar a concebir
había huido otra vez a América, al cabo de unos meses, de- crertas locuras, Ciertos acontecimientos inverosímiles que se
jándonos a su mujer y a mí con el abuelo, y allí había muer- desencadenan y estallan en el tumultuoso seno de la vida.
to de fiebre amarilla. A los tres años yo me había quedado Y no o?stante, icuán ~iferente resulta, respecto a lo quepo-
también huérfano de madre, con lo que había perdido todo ~emos ~nventar a p~1r de ~ll~, la viv~ -y: palpitante realidad!
recuerdo de mis padres, sin otra cosa que estas escasas noti- 1De cua~tos sustan~rales, drmmutos, rmmaginables elemen-
cias de ellos. Pero había más: ni siquiera conocía con exacti- tos precisa lo que mventamos para volver a convertirse en
tud mi lugar de nacimiento. En Argentina, sí, pero ¿dónde? esa misma realidad de donde fue sacado, de cuántos hilos
El abuelo lo ignoraba, porque mi padre no se lo había dicho que vuelvan a ligarlo a la embrolladísima maraña de la vida
o porque se le había olvidado, y yo era evidente que no po- de cuántos hilos que nosotros hemos cortado para convertir~
día acordarme. lo en algo aparte!
Resumiendo: Ahora bien, ¿y yo qué era, sino un hombre inventado?
a) hijo único de Pablo Meis; b) nacido en América, en Ar- Una invención ambulante que quería y además debía, po~
gentina, sin más especificación; e) traído a Italia a los pocos fuerz~, permanecer aparte, aunque sumergida en la realidad.
meses de edad (bronquitis); d) sin recuerdo alguno ni casi no- Asrstlendo como espectador a la vida de los demás obser-
ticias de mis padres; e) criado por mi abuelo. vándol,a minu~josaf!lente, veía ~us infinitos lazos, al tiempo
¿criado dónde? Por aquí y por allá. Primero en Niza. Re- que vera tambren mrs muchos hdos rotos. ¿Pero es que podía
cuerdos confusos: Piazza Mas sena, la Promenade, Avenue de la restablecerlos, ahora, esos lazos con la realidad? A saber a
Carde ... Después en Turín. ~ónde me llevarían; bien pronto podían transformarse en
A Turín me dirigía precisamente ahora, con un montón de nendas de caballos desbocados que arrastrarían la pobre biga

[!62]
de mi hombre necesariamente inventado al fondo de un pre- y aquella felicidad mía me seguía a todas partes. Recuerdo un
cipicio47. No. Yo no tenía que restablecer lazos sino con la anochecer, en Turín, hacia los primeros meses de mi nueva
fantasía. vida, en el Lungo Po 48 , junto al puente dotado de muro de
Así pues, por calles y jardines seguía a los chiquillos de en- contención para frenar el ímpetu de las aguas allí embrave-
tre cinco y diez años, estudiaba sus movimientos, sus juegos cidas: el aire tenía una transparencia de ensueño; en la pe-
recogía sus expresiones, para con todo ello componer poco ~ numbra las cosas parecían esmaltadas, de tan nítidas como
poco la infancia de Adriano Meis. Tan satisfactorio fue el re- eran, y yo, contemplando aquello, me sentí tan exultante
sultado que ésta acabó por asumir en mi mente una consis- de libertad que casi temí enloquecer, no poder resistirlo por
tencia casi real. más tiempo.
No quise inventar una nueva madre. Habría sido como Ya había llevado a efecto mi transformación exterior, de la
profanar la memoria viva y doliente de mi madre verdadera. cabeza a los pies: afeitado, con gafas de color azul claro y el
Pero un abuelo sí, el abuelo de mi fabulación inicial sí que pelo largo y revuelto adrede, parecía realmente otro. Alguna
quise creármelo. vez me paraba a conferenciar conmigo mismo delante de un
iY de cuántos abuelitos verdaderos, de cuántos vejetes que espejo y me ponía a reír.
seguí y estudié ora en Turín, ora en Milán, ora en Venecia, <<Adriano Meis, hombre feliz, lástima que tengas que arras-
ora en Florencia, se compuso el abuelito mío! De éste sacaba trar esa facha ... Pero bueno, ¿qué más da? Tampoco estás tan
la petaca de hueso y el pañuelo a cuadros rojos y negros, de mal. Al fin y al cabo, si no fuera por el ojo de ése, de ese im-
ese otro el bastón, de aquel tercero las gafas y la sotabarba, de bécil, no serías tan feo, dentro de la extravagancia algo pro-
un cuarto el modo de andar y de sonarse la nariz, de un quin- vocadora del conjunto. Haces reír un poco a las mujeres, eso
to el de hablar y el de reír; de todo ello resultó un vejete refi- es todo. Pero en el fondo la culpa no es tuya. Si ese otro no
nado, algo quisquilloso, amante del arte, un abuelito carente hubiera llevado el pelo tan corto, ahora tú no te verías obli-
de prejuicios, que no quiso que cursara estudios regulares y gado a llevarlo tan largo; y no precisamente por tu gusto, lo
prefirió instruirme él, a base de charlas y llevándome consigo sé, vas afeitado como un cura. ¿Qyé remedio? Cuando las
de ciudad en ciudad por galerías y museos. mujeres se rían ... ríete también tú: es lo mejor que puedes ha-
Durante mis visitas a Milán, Padua, Venecia, Ravena, Flo- cer.>>
rencia, Perusa, lo tuve siempre a mi lado, como una sombra, Vivía, por lo demás, casi completamente encerrado en mí
a aquel abuelito imaginario, que incluso más de una vez me mismo, dedicado a mí. Apenas intercambiaba cuatro pala-
habló por boca de algún viejo cicerone. bras con los empleados de los hoteles, con los camareros,
Pero yo también quería vivir por mí mismo, vivir el pre- con mis vecinos de mesa, y nunca con voluntad de entablar
sente. De vez en cuando caía en la cuenta de aquella libertad conversación. La evitaba, de hecho, no siendo nada dado
ilimitada, única, de que ahora disfrutaba, y experimentaba -como comprendí- al ejercicio de la mentira. Los demás,
un goce repentino, tan intenso, que me quedaba como em- por su parte, tampoco mostraban muchas ganas de hablar
bobado de estupor y de dicha. Lo sentía entrar en mi pecho, conmigo: quizás a causa de mi aspecto, me tomaban por ex-
ese goce, con un respiro generoso, prolongado, que me hen- tranjero. Recuerdo que durante mi visita a Venecia no hubo
chía toda el alma. iSolo! iSolo! iSolo! Dueño de mí, sin tener manera de quitarle de la cabeza a un viejo gondolero que yo
que rendir cuentas con nadie. Ahora podía ir a donde quisie- era alemán, o austríaco. Había nacido, sí, en Argentina, pero
ra: ¿a Venecia? pues a Venecia, ¿a Florencia? pues a Florencia, de padres italianos. Mi verdadera -digámoslo así- <<rare-
47 48
Imagen inspirada en la alegoría del alma del Fedro de Platón. Paseo a orillas del río Po.
za»49 era otra y la conocía sólo yo: que yo ya no era nada, que mamá. Roberto todavía menos; ése habrá pensado: _¿y por
no constaba en ningún registro civil, a no ser en el de Mira- qué lo ha hecho? ¿No podía salir adelante con dos liras al
gno, pero en calidad de muerto, y bajo otro nombre. día de bibliotecario?-. Me habrán sepultado como a un pe-
No me lo tomaba a mal, aunque pasar por austríaco no, rro: en el camposanto de los pobres ... Dejémoslo, dejémoslo,
no me hacía ninguna gracia pasar por austríaco. Nunca había no pensemos más en ello. Sólo lo siento por ese pobre hom-
tenido ocasión de interrogarme sobre el concepto de <<pa- bre, que a lo mejor tenía parientes más ~umanos que los
tria». Tenía otros asuntos en que pensar, antes. Ahora, dedi- míos, parientes que lo habrían tratado me¡or. Aunque ,al fin
cado al ocio, empezaba a adquirir la costumbre de reflexio- y al cabo, también a ~1, a estas alturas, ¿qué ~ás le da? Ese ya
nar sobre un montón de cosas que nunca habría creído que se ha quitado de enCima todas las preocupac10nes.>>
pudieran interesarme lo más mínimo. A decir verdad, era Continué viajando aún durante un tiempo. Me animé a
algo a lo que me abandonaba sin querer, y a menudo reaccio- pasar la frontera; visité las hermosas tierras del Rin, hasta Co-
naba con un chasquido de displicencia. Pero en algo tenía lonia, siguiendo el río a bordo de un vapor; me detuv:e en ~as
que ocupar mi tiempo, cuando me cansaba de ir por ahí, de principales ciudades: Mannheim, Worms, Maguncu, Bm-
visitar lugares. Para eludir toda reflexión fastidiosa e inútil, a gen, Coblenza ... Habría querido subir más arriba de Colo-
veces me ponía a llenar hojas de papel con mi nueva firma, nia, más arriba de Alemania, al menos hasta Noruega, pero
ensayando otra caligrafia, para lo que sujetaba la pluma en pensé que tenía que ponerle cierto freno a mi libertad. E~ di-
posición distinta a como lo hacía antes. Pero acababa rom- nero que llevaba encima tenía que servirme para toda la v1da,
piendo el papel y tirando la pluma. Ya puestos, podía ser y no era demasiado. Podía vivir todavía unos treinta años, y
también analfabeto, ¿no? Porque, ¿a quién iba a escribirle? fuera de la ley como estaba, sin ningún documento que acre-
Ni recibía ni podía recibir ya cartas de nadie. ditase ni tan sólo mi existencia real, me resultaba completa-
Esta idea, lo mismo que muchas otras que podría añadir mente imposible procurarme empleo alguno. Si no quería,
aquí, me llevaba por un momento a sumergirme en el pasa- pues, acabar mal, debía adaptarme a vivir con poco. Hechas
do. Y entonces volvía a ver mi casa, la biblioteca, las calles de las cuentas, no debería gastar más de doscientas liras al mes:
Miragno, la playa; y me preguntaba: ,,¿Llevará aún luto Ro- no era mucho, pero ¿no había vivido durante dos años con
milda? Puede que sí: no estaría bien visto que se lo quitara. menos, y con otras bocas que mantener? A apretarse el cin-
¿o_yé estará haciendo?>> Y me la imaginaba como tantas y turón, pues.
tantas veces la había visto, allí rondando por casa, y me En el fondo, ya estaba algo cansado de ir dando tumbos
imagin~ba también a la viuda Pescatore, maldiciendo mi siempre solo y en silencio. Instintivamente empezaba a sen-
memona. tir la necesidad de un poco de compañía; y tomé conciencia
<<Ninguna de las dos>>, cavilaba yo, <<habrá ido una sola vez de ello un triste día de noviembre, en Milán, poco después
al cementerio a visitar a aquel pobre hombre, cuya muerte de volver de mi breve viaje por Alemania.
-nadie lo negará- no pudo ser más atroz. A saber dónde Hacía frío, y era inminente la llegada de la lluvia, junto
me habrán enterrado. Es probable que tía Escolástica no con la de la noche. Debajo de una farola distinguí a un viejo
haya querido hacer por mí el mismo gasto que hizo por cerillero a quien la caja, que sostenía ante sí por medio de
una correa en bandolera, impedía abrigarse bien con la raída
49 El original hace un juego de palabras entre el término que se emplea capa que llevaba sobre los hombros. De los puñ?s, apre~ado_s
aquí {<<estraneitlP>, que indica exactamente la condición de alguien que es aje- contra la barbilla, colgaba un cordel hasta los p1es. Me mch-
no a algo, que está fuera) y el adjetivo «extranjero>> (straniero) de unas líneas né a mirar, y entre los agujereados zapatos descubrí un cacho-
más arriba. rrillo minúsculo, de pocos días, que temblaba de frío y no

[r66]
paraba de gemir, allí acurrucado. iPobre animalito! Le pre-
gunté al viejo si lo vendía. Me contestó que sí y que, mira
por dónde, iba a pedirme por él mucho menos de lo que va-
lía (tenía que saber que el animalito en cuestión iba a conver-
tirse en un perrazo grande y hermoso):
-Veinticinco liras ...
No dejó de temblar, el pobre cachorro, enorgulleciéndose
más bien poco de la valoración recibida: sin duda sabía que
con aquel precio el dueño no valoraba en nada sus futuros
méritos, sino la imbecilidad que había creído ver en mi cara. IX
Yo mientras tanto había tenido tiempo de pensar que,
compránd~me aquel perro, ganaría, sí, un amigo discreto y ALGO DE NIEBLA
fiel, un amigo que para apreciarme y amarme no necesitaría
saber ni quién era yo realmente, ni de dónde venía, ni si te-
nía los papeles en regla; pero por otro lado tendría que em- L primer invierno no había reparado yo mucho en si
pezar a pagar un impuesto: un impuesto, yo que ya no los
pagaba. Me pareció como un primer regateo a mi libertad,
una pequeña muesca que estaba a punto de hacer en ella.
-Neinticinco liras? iQye te vaya bien! -le dije al viejo
E había sido crudo, lluvioso o nebuloso, inmerso como
estaba en la distracción de mis viajes y en la borrache-
ra de mi nueva libertad. Ahora este segundo me pillaba ya,
como he dicho, algo cansado de vagabundeos y resuelto a
cerillero. calmarme un poco. Y reparaba en que ... sí, algo de niebla ha-
Me calé mi sombrerajo hasta los ojos y, bajo la finísima bía, y en que hacía frío; reparaba en que, por más que mi es-
llovizna que el cielo ya empezaba a dejar caer, me alejé, juz- tado de ánimo se resistiera a dejarse influir por el color del
gando, sin embargo, por vez primera, que era bonita, sí, des- tiempo, lo sufría igualmente.
de luego, aquella libertad mía tan ilimitada, pero un tanto ti- <<No pides nada, ¿sabes?», me reprochaba a mí mismo,
rana.' también, cuando ni siquiera me permitía comprar un <<que desaparezcan aho:a mismo todas las nube.s para que tú
pemto. puedas disfrutar de tu libertad con sol y buen tiempo.»
Ya me había esparcido lo suficiente, viajando de aquí p~ra
allá: Adriano Meis había tenido su año de despreocupada JU-
ventud; ahora debía convertirse en adulto, recogerse, darse
una norma de vida austera y reposada. Siendo una persona
libre y sin obligaciones de ninguna clase, no le resultaría di-
ficil.
Así lo creía, y empecé a pensar en cuál podía ser la ciudad
más conveniente para fijar mi residencia, ya que no podía
continuar por más tiempo como pájaro sin nido, si tenía justa-
mente que encauzar una vida ordenada. ¿Pero dónde? mn
una ciudad grande o pequeña? No había manera de decidirse.
Cerraba los ojos y mi pensamiento volaba hacia aquellas
ciudades que ya había visitado; iba de una a otra, sin salir de

[r68]
ninguna hasta que volvía a ver con precisión aquella determi- bién? iPues claro! ¿y cómo? ¿con un nombre falso? Sí, par~
nada calle, aquella tal plaza, aquel rincón del que guardaba que la policía empezara a investigar en _secreto. sobre mi
un recuerdo más vivo. Y me decía: persona... Total, líos, follones... No, meJor olvidarlo: era
<<Mira, ahí he estado yo. iHay que ver cuánta vida se me evidente. que ya no podría tener nin_gu?a casa mía,, nada de
escapa, ~uánta vida prosigue con su variado bullicio aquí y rni propiedad. Pero bueno, me aloJana como huesped en
allá! ;'" sm embargo, ~n c~ántos lu~a:e,s he ~icho: -iAquí casa de alguna familia, alquilaría una habitación amueblada.
q~erna establecerme! 1Qye a gusto vlVlna aqm!-. Y he envi- ¿Acaso iba a angustiarme por tan poca c<;>sa?.
diado a los hombres y mujeres que, sin grandes aspavientos, El invierno, el invierno era el que me msp1raba estos _pen-
con sus costumbres y quehaceres diarios, podían residir allí, samientos melancólicos: las cercanas fiestas de la ~a':'Idad,
~esco~ocedores d~l pe~~so sentimiento de precariedad que que in':'it~n al calor de ~~ fuego hogareño, al recogimiento,
tiene siempre a qmen viaJa con el alma en vilo.» a la intimidad de la famiha.
Me a~enazaba aún ese_ penoso sentimiento de precariedad, La intimidad de mi casa, desde luego, no tenía motivos
y no deJaba que me familiarizara con la cama en que dormía para añorarla. La otra, más antigua, 1~ de la ca~a pate:na, la
o con los distintos objetos que me rodeaban. ' única que podía record~r con ~ostalg¡a, _se h~?Ia pe~dido ya
Dentro de nosotros todo objeto suele transformarse según hacía mucho, y no a raiz de mi nueva situacion. Asi que t~­
las imágenes que -por así decirlo- evoca y reúne en tomo nía que conformarme pensando que en realid~d no habna
a ~1. Ciertament_e un_ objeto también puede gustamos por sí sido más feliz pasando aquellas fiestas en Miragno, entre
mismo, por la diversidad de sensaciones agradables que den- -ihorror!- mi mujer y mi suegra.
tro de una percepción armónica nos produce, pero mucho Eso sí para mi distracción me divertía imaginándome
en la pu~rta de mi casa con un buen panettone debajo del
50
más a menudo el placer que nos proporciona no estriba en
el objeto en sí. La fantasía lo embellece rodeándolo de una brazo:
especie de aureola de imágenes que nos son gratas. Y no lo <<-¿Se puede? Niven aú1_1 aquí las s~ñ~ras Romilda Pesca-
percibimos ya como es, sino de esa otra forma, como anima- tore, viuda de Pascal, y Manana Dondi, vmda de Pescatore?
do por las imágenes que despierta en nosotros o que por >>-Sí, señor. ¿y usted quién es?
nuestros hábitos le asociamos. Resumiendo, a nosotros nos >>-Si me permiten, yo soy el difunto marido de la señora
seduce, del objeto, lo que en él ponemos de nuestro, el acuer- Pascal, aquel malogrado caballero fallecido hace más ~e un
do, la armonía que establecemos entre él y nosotros, el alma año, ahogado. Con la debida autorización de mis supeno_res,
que sólo para nosotros alcanza a tener, y que está constituida vengo raudo y veloz desde el otro mundo a pasar l~s navida-
por nuestros recuerdos. des en familia. Luego volveré a marcharme enseguida.>>
¿Cómo, entonces, esperar que todo esto pudiera funcio- ¿se habría muerto del susto, la viuda Pescatore, al verme
nar para mí en la habitación de un hotel? así tan de sopetón? iSí, que te crees tú eso! mlla? iYo sí que
Ahora bien, una casa, una casa mía, toda para mí, ¿podría volvería a estar muerto en dos días!
v?lver a ten~rla alguna_ vez? Era poco el dinero de que dispo- Mi fortuna -tenía que tenerlo muy claro-, mi verdade-
ma ... Pero, <y una casita modesta, con pocas habitaciones? ra fortuna residía justamente en eso: en el hecho de haberme
Despacio: había que mirar, que sopesar bien, antes, muchos librado de mi mujer, de mi suegra, de mis deudas, de las hu-
factores. Desde luego, libre libre, yo, podía serlo sólo así: ma- millaciones y sufrimientos de mi primera vida. Ahora yo era
leta en mano, hoy aquí y mañana allí. Establecerme en un si-
tio, comprarme una casa, no falla, significaba registros e im-
puestos, automáticamente. ¿Había que empadronarse, tam- so Dulce de Navi dad típico del norte de Italia.

[qo] [qr]
completamente libre. ¿No me bastaba con eso? iÁnimo, que A propósito de esta tarjeta, tengo que decir que a punto
aún tenía toda una vida por delante! Después de todo, icuán- había estado de convertirse en un nuevo motivo de malestar
ta gente debía de haber por el mundo que estaba tan sola para mí, por lo mal que creía haber quedado yo no pudien-
como yo! do devolver la cortesía. Aún no tenía tarjetas de visita: me
<<Sí, pero esa gente», me llevaba a pensar el mal tiempo, daba cierto reparo mandarlas imprimir con mi nuevo nom-
aquella maldita niebla, <<o bien es forastera y tiene casa en bre. Total, iridiculeces! ms que no se puede pasar sin tarjetas
o~ra p~rte, ~na casa a la que un día u otro podrá regresar, o de visita? Se da el nombre a viva voz y listos.
b1en s1 no nene casa como tú podrá tenerla el día de maña- Así lo hice, aunque a decir verdad mi verdadero nombre ...
na, y mientras ésta no llega contará con la hospitalidad de al- idejémoslo!
gún amigo. Tú, en cambio, digámoslo claramente, serás un iSabía hablar de bien el caballero Tito Lenzi! Hasta latín
forastero siempre y en todo lugar, he aquí la diferencia. sabía; citaba a Cicerón con toda naturalidad.
Adriano Meis, forastero de la vida.>> -¿La conciencia? La conciencia, mi querido señor, no sir-
Entonces me revolvía con desdén y exclamaba: ve. Con la conciencia, como guía, no es bastante. Lo sería, a
_¿y qué? Menos líos. ¿Q!Ie no tengo amigos? Ya me los lo mejor, si fuera un castillo, y no una plaza, por decirlo de
buscaré ... alguna manera; es decir, si nosotros fuéramos capaces de
En el mesón al que acudía a comer por esos días, ya un se- concebimos aisladamente y ella no estuviese, por su propia
ñor, vecino de mesa, había mostrado su buena disposición a naturaleza, abierta a los demás. En la conciencia (vaya, por lo
entablar amistad conmigo. Pasaría de los cuarenta: medio cal- menos a mi modo de ver) se da una relación esencial... sí, sin
vo, moreno, con lentes de oro que, quizás por el peso de la ca- duda esencial entre yo que pienso y los otros seres que yo
denilla, también de oro, no se le sujetaban bien en la nariz.' Un pienso. No estamos, por lo tanto, ante un absoluto que se
hombrecillo, en cualquier caso, que era una monería. Piénsese baste a sí mismo. ¿Me explico? Cuando los sentimientos, las
que, cuando se levantaba de su asiento y se ponía el sombre- preferencias, los gustos de estos otros que yo pienso o que us-
ro, parecía convertirse en otra persona: un chiquillo, parecía ted piensa no se reflejan en mí o en usted, no nos quedamos
entonces. El defecto radicaba en las piernas, tan pequeñas que ni satisfechos ni contentos ni tranquilos. Tanto es así que to-
cuando estaba sentado ni siquiera le llegaban al suelo: él no se dos luchamos porque nuestros sentimientos, nuestras ideas,
levantaba de la silla, propiamente, sino que más bien bajaba nuestras preferencias, nuestros gustos se reflejen en la con-
de ella. Intentaba subsanar el defecto poniéndose tacones. ¿y ciencia de los demás. Y si eso no ocurre, porque ... digámos-
por qué no? Es cierto que hacían demasiado ruido, aquellos ta- lo así, el momento no es propicio para la transmisión y el
cones, pero tenían el mérito de dar a sus pequeños pasitos de buen desarrollo de los gérmenes, mi querido señor... de los
perdiz un aire imperioso que daba gusto oír. gérmenes de su idea en la mente de los demás, entonces us-
Era muy listo, además, ingenioso, quizá una pizca voluble ted no puede decir que le basta con su conciencia. ¿Para qué
y cascarrabias, pero tenía sus propios puntos de vista, cierta- le basta? ¿Para vivir solo? ¿Para marchitarse en la sombra sin
mente originales, y encima ostentaba el título de caballero de dar nada de sí? iNo, hombre, no! Mire usted: yo odio la re-
no sé qué orden. tórica, que es una vieja mentirosa y fanfarrona, una presumí-
Me había dado su tarjeta: -Tito Lenzi51 , Caballero de la
Orden tal y tal.
pio siciliano, obispo de Lípari, uno de los mayores oradores religiosos de su
51
tiempo, y como tal muy solicitado en las grandes ceremonias que se celebra·
. Pirandello combina aquí el nombre del emperador romano con un ape· ban en la isla. Esta hipótesis concuerda perfectamente con la elocuencia de
lhdo que probablemente procede de Cario Maria Lenzi (1761-1825), escola- que a continuación hará gala nuestro personaje.

[173]
da que se las da de sabihonda. Y la retórica, no podía ser cuanto más me acosaba él con sus preguntas, más me alejaba
otra, ha acuña~o esta ~onita frase para que la declamemos yo con mis respuestas. Con lo que no tardé en llegar a Amé-
con el pecho b1en ergu1do: «Yo tengo mi conciencia y con rica. Pero tan pronto como el hombrecillo oyó que había na-
eso me basta.>> iOlé! Antes Cicerón había dicho: <<Mea mihi cido en Argentina, saltó de su asiento y vino a darme un ca-
csnscier:tia pluris est quam hominum sermo>> 52 . Pero es que Cice- luroso apretón de manos:
ron, ~hgamo~ la v~rdad, mucha elocuencia, sí, pero ... iDios -iAh, me alegro por usted, mi querido señor! iCuánto le
nos hbre!, m1 quendo señor, imás aburrido que un estudian- envidio! iAh, América ... ! Cuando estuve allí...
te de solfeo! iAnda, había estado allí!
Lo ha~ría comid.o a bes'?s. La lástima es que mi querido -En ese caso -me apresuré a decirle- soy más bien yo
hombree11lo no qmso contmuar con las disquisiciones agu- quien tiene que alegrarse por usted, que ha estado por esas
das y conceptuosas de que acabo de ofrecer una muestra tierras, porque yo casi casi se puede decir que no he estado,
Empezó ~ e~trar en el. terren~ de lo personal, lo que a mí: pese a ser nativo de allí; y es que me trajeron para acá a los
que ya ve1a b1en encarnlada y hbre de trabas nuestra amistad pocos meses; así que lo cierto es que mis pies nunca han to-
!lle ~reó enseguida cierto embarazo, como si sintiera en mi cado suelo americano.
lllter~or u~a fue~za que me empujara a apartarme, a marcar -i ~é pena! -exclamó, afligido, don Tito Lenzi-. Pero
las distanc1as. M1entras habló. él y la conversación giró en tor- tendrá parientes allá, me imagino.
no a vaguedades, todo fue b1en; pero ahora don Tito Lenzi -No, ninguno ...
pretendía que hablara yo: -Ah, ¿entonces vino a Italia con toda su familia para es-
-Usted no es de Milán, ¿verdad? tablecerse aquí? ¿y dónde residen?
-No ... Me encogí de hombros:
-mstá de paso? -Pues mire -suspiré, hecho un manojo de nervios-,
-Sí... unas veces aquí, otras allí... No tengo familia, de manera
-Bonita ciudad, Milán, ¿no? que ... de manera que viajo.
-Muy bonita, en efecto ... -i~é bien! Enhorabuena, viajar... ¿No tiene a nadie, a
Debía de parecer un loro amaestrado. Aparte de que, nadie?
-A nadie.
-i~é bien! Enhorabuena. Le envidio.
51
Para el primero de los dos axiomas aquí recogidos la critica italiana acos- -¿Usted tiene familia? -le pregunté a mi vez, para así
tumbra ~ señalar, a partir de la edición anota~a por Mario Costanzo (op. cit., dejar de ser yo el centro de la conversación.
vol. I, pag. 909), el Sll¡iUJente fragmento de Qmntihano perteneciente a la mis-
ma obra que ya hab1a s1do Citada en la <<Segunda justificación», Institutionis -No, por desgracia no -suspiró él entonces, frunciendo
oratorzae: Ea quorue, quae vulgo recepta sunt, hoc ipso, quod incertum auctorem el ceño-. Estoy solo, he estado siempre solo.
habent, velut omnzum fiunt: qua/e est, Ubi amicis, ibi o pes, et, Conscientia mi- -Como yo, entonces ...
He testes [...]; neque enim durassent haec in aeternum, nisi vera omnibus videren- -Pero yo me aburro, mi querido señor, me aburro -se
tur(hbro V, cap.~· párrafo 41). Nosotros añadiriamos otro pasaje, éste del
hbro XI, cap. I, parrafo 17: Plerumque vere deprehendas arrogatium falsum de se enfervorizó el hombrecillo-. Para mí, la soledad ... pues eso,
optnzonem; sed zn verzs quoque sufficit conscientia. Las Institutionis oratoriae que he acabado por cansarme de ella. Tengo muchos amigos,
~eron uno de lo~ tratados de retórica más prestigiosos de la antigüedad clá- pero, puede usted creerme, no es nada agradable, llegado a
SICa, por lo demas perfecto contmuador de la línea marcada por Cicerón una cierta edad, abrir la puerta de tu casa y no encontrarte a
de cuyas ~artas Ad Atticum (li.bro XI~, carta XXVIII, 2) procede la segund~
aseveracwn: <<M! concJenCJa nene mas valor para mí que toda la palabrería nadie. iNada!, que hay quien sabe ver las cosas y quien no
de la gente.>> sabe verlas, mi querido señor. Mucho peor para quien sabe
verlas, porque al final acaba sin energías y sin fuerza de vo- han tomado. Hay que decidirse enseguida, mi querida seño-
luntad. Y es que el que sabe ver las cosas piensa: <<Yo no ten- ra. Dicho y hecho, así de simple.
go que hacer esto, no tengo que hacer esto otro, porque se-
ría cometer esta o esa otra gran tontería.>> Muy bien. Pero lle- Bastaba con verle, con fijarse un momento en su figura di-
ga un momento en que se da cuenta de que la vida es toda minuta y ridícula para, sin necesidad de ningún otro indicio,
ella una gran tontería, y dígame usted qué representa enton- comprobar que mentía.
ces no haber cometido ninguna: representa, cuanto menos, Pasada la primera sorpresa, sentí humillación, una profun-
no haber vivido, mi querido señor. da vergüenza por él, que no se daba cuenta del triste efecto
-Pero usted -intenté consolarle-, usted aún está a que aquellas patrañas suyas por fuerza tenían que producir,
tiempo, gracias a Dios ... pero también por mí, que veía cómo él, sin tener ninguna
-¿A tiempo de cometer tonterías? Pero si ya he cometido necesidad, mentía con toda gracia y desenvoltura, mientras
una infinidad, puede usted creerme -respondió con gesto y que yo, que no podía eludir hacerlo, debía soportar que se
sonrisa fatuos-. He viajado, he estado por ahí, como usted, me revolvieran las tripas cada vez, por el esfuerzo que me
y... aventurillas, aventurillas incluso de esas ... indiscretas, pi- costaba y lo mal que lo llegaba a pasar.
cantes ... sí, pues claro que las he tenido. Mire, por ejemplo Vergüenza y cólera. Me entraban ganas de agarrarlo por el
en Viena, una noche ... brazo y de gritarle:
Me quedé anonadado. ¿Cómo? ¿Aventuras amorosas, <<Vamos a ver, Lenzi, ¿por qué lo hace?, ¿por qué?»
aquél? Tres, cuatro, cinco, en Austria, en Francia, en Italia .. . Pero, de la misma forma que la vergüenza y la cólera que
¿también en Rusia? iY qué aventuras! A cuál más atrevida .. . yo sentía eran perfectamente lógicas y razonables, caí en la
He aquí, para dar también una muestra, este fragmento de cuenta, pensándolo bien, de que aquella pregunta habría
conversación entre él y una mujer casada: sido cuanto menos estúpida. Y es que si el simpático hom-
brecillo se desvivía por hacerme creer todas esas aventuras, la
ÉL: -Ah, si uno se para a pensarlo, lo sé, mi querida seño- razón estribaba justamente en que él no tenía ninguna nece-
ra... iTraicionar a su marido, por Dios! La Fidelidad, la Ho- sidad de mentir, mientras que yo ... yo me veía en la obliga-
nestidad, la Dignidad ... tres grandes, tres santas palabras que ción de hacerlo. Lo que, en definitiva, para él podía ser un
es menester escribir con mayúscula 53. Y luego: iel Honor! Otra entretenimiento y casi el ejercicio de un derecho, para mí, al
palabra enorme ... Pero créame, mi querida señora, en la prác- contrario, era un incómodo deber, una condena.
tica no es nada de todo eso: no es más que un instante y se aca- ¿y qué es lo que se derivaba de estas reflexiones? Pu~s que
bó. Pregunte a amigas suyas que lo hayan probado. yo, pobre de mí, inexorablemente condenado a menor por
LA MUJER CASADA: -Sí, y todas han sufrido luego un culpa de mi condición, no podría tener nunca más un amigo,
gran desengaño. un verdadero amigo. O sea que ni casa, ni amigos. Amistad
ÉL: -Pues claro, se comprende. Porque refrenadas, coac- quiere decir confianza, y ¿cómo iba yo a poder confiarle a
cionadas por esas grandes palabras, tardaron seis meses, un alguien el secreto de una vida como la mía, sin nombre ni
año, demasiado tiempo en decidirse. Y el desengaño viene pasado, surgida de la noche a la mañana de las cenizas del
justamente de la desproporción entre las dimensiones reales suicida Matías Pascal? Yo sólo podía mantener relaciones su-
del hecho en sí y el exceso de preocupación con que se lo perficiales, sólo podía permitirme, con mis semejantes, bre-
ves intercambios de frases que no se refiriesen a mi persona.
53
Imposible respetar aquí el juego lingüístico del original: La fidelta, Bueno, eran los inconvenientes de mi buena suerte. A aguan-
l'onesta, la dignita ... tre grosse, sante parole, con tanto d'accento su !'a. tarse. No iba a desanimarme por una cosa así.

[q6] [rnJ
<<Yo solo me basto y me sobro: así he vivido hasta ahora y el funcionamiento de sus vidas? ¿por qué todo este ruido de
así seguiré.» . , . máquinas? ¿y el hombre qué hará cuando las máquinas lo
Sí, de acuerdo, pero es que, para ~er.s~nceros, ~emia que mi hagan todo? ¿se dará entonces cuenta de que lo que se llama
compañía ni iba a dar mucho de si m Iba a satlsfacer~e de- progreso nada tiene que ver con la felicidad? Todos estos in-
masiado. Y además, al palparme la cara y notármela af~Itada, ventos con que la ciencia cree sinceramente estar enrique-
al pasarme la mano por aquell.~s cabell~s largos o al, aJUStar- ciendo a la humanidad -en realidad la empobrece, porque
me las gafas, sentía una s~nsaoon extra.na: me pareoa c~mo resultan carísimos-, en el fondo, por más admirados que
si ya no fuera yo, como si no me estuviera tocand~ a m1. quedemos ante ellos, ¿qué alegría nos proporcionan?>>54 .
Digamos la verdad: yo me. había COJ?puesto a;I para lo.s En un tranvía eléctrico, el día anterior, había topado con
demás, no para mí. ¿y a~ora Iba .a relac10narme s~lo conmi- un infeliz de esos que no pueden dejar de comunicar a los
go mismo llevando ese disfraz? .SI todo ~o que h~bia prepar~­ demás todo lo que les pasa por la cabeza:
do e imaginado en torno a Adnano Meis no tema que servi~ -iUn invento fantástico! -me había dicho-. Por diez
para los demás, ¿para quién tenía q~e.s,ervir? ¿Para mí? Yo, SI miserables céntimos55 , en pocos minutos, uno se recorre me-
acaso, sólo podía creérmelo a cond1e10n de que se lo creye- dia Milán.
ran los demás. No veía más allá de los diez miserables céntimos que cos-
En definitiva, que si este Adriano Meis no.tení~ el v~lor de taba el billete, aquel infeliz, olvidando que su ínfima paga se
contar mentiras, de meterse de lleno en la VIda, si se aislaba, le evaporaba cada mes de las manos sin que le bastara para
si volvía al hotel, los tristes días de invierno, cansado de vivir ensordecido por aquel mundo ruidoso, con el tranvía
circular en soledad por las calles de Milán, y se enc~~raba allí eléctrico, la luz eléctrica, etc. etc.
en compañía del fallecido Matías Pascal, era prevlSlble que iY la ciencia -pensaba yo- tiene la ilusión de hacer más
mi aventura no acabaría bien, vaya, que no se me presentaba fácil y cómoda nuestra existencia! Y es que incluso admitien-
un futuro precisamente halagüeño, y que lo de mi buena do que realmente la haga más fácil, con todas sus máquinas
suerte, bueno, pues... . . tan complicadas y difíciles, yo me pregunto -me pregunta-
Pero a lo mejor lo que ocurría era que, dispomendo de ba entonces: ,,¿se le puede hacer algo peor, a alguien conde-
tanta libertad, me resultaba dificil ponerme a vivir de una nado a pasar vanas penalidades, que hacérselas fáciles, casi
manera determinada. Cuando estaba a punto de tomar una mecánicas?>>
resolución, era como si algo me frenara: sólo sabía ver impe- Regresaba al hotel.
dimentos inconvenientes, obstáculos. Allí, en un pasillo, colgada en el vano de la ventana, había
Así qu~ me echaba <?tr~ vez a la c~lle, y curioseaba, me una jaula con un canario. No pudiendo entrar en contacto
paraba ante cualquier mmiedad, reflex10naba largamente e? con nadie y no sabiendo qué hacer, me ponía a charlar con
torno a las cosas más pequeñas; cansado, entraba en un cafe, él, con el canario: con los labios imitaba sus sonidos, y él
leía algún periódico, miraba cómo entraba y s~lía 1~ gente,;
acababa saliendo también yo. Pero ahora la VIda, vista asi,
54
desde mi posición de espectador ajeno a ella, me parecía algo Heredada en ambos casos de Leopardi, la crítica del progreso es uno de
los tantos puntos de coincidencia entre las ideologías unamuniana y piran-
sin finalidad ni sentido; me sentía perdido entre aquel ~n­ delliana: <<Y acaso la enfermedad misma sea la condición esencial de lo que
jambre de gente. El estrépito, el bullicio incesante de la cm- llamamos progreso, y el progreso mismo una enfermedad» (Del sentimiento
dad me ensordecía por momentos. . . trágico de la vida, II).
55 El original dice due soldini: el soldo (literalmente <<sueldo>>), vigente hasta
<<Pero ¿por qué los hombres>>, me preguntaba msistente-
principios de la Segunda Guerra Mundial, equivalía a una ventésima parte de
mente, <<Se afanan tanto en hacer cada vez más complicado la lira; algo así, pues, como la «perra chica» respecto a la peseta en España.

[q8]
realmente creía que alguien le hablaba; escuchaba y quizá
captaba en aquel bisbisear mío gratas noticias de nidos, de
hojas, de libertad ... Se agitaba, dentro de la jaula, se giraba,
saltaba, torcía los ojos, moviendo con impaciencia la cabeci-
ta, luego me respondía, preguntaba, escuchaba otra vez. iPo-
bre pájaro! Sólo él era capaz de enternecerme, sin saber yo lo
que le decía 56 ...
Después de todo, si nos paramos a pensar, ¿no nos ocurre
también a nosotros los humanos algo parecido? ¿No cree-
mos también nosotros que la naturaleza nos habla? ¿y no te- X
nemos la sensación de captar un sentido en sus voces miste-
riosas, una respuesta acorde con nuestros deseos a las acu- PILA Y CENICERO
ciantes preguntas que le dirigimos? Cuando a lo mejor la
naturaleza, en su infinita inmensidad, no tiene la menor idea
ni de nosotros ni de esta vana ilusión nuestra. ocos días después estaba en Roma, con la idea de fijar
Hay que ver a qué conclusiones puede llegar, por una ocu-
rrencia nacida en un momento de ocio, un hombre conde-
nado a estar solo consigo mismo. Me daban ganas de abo-
P allí mi residencia.
¿por qué en Roma y no en otra parte? La verdadera
razón la veo ahora, después de todo lo que me ha sucedido,
fetearme. ms que estaba en serio a punto de convertirme en pero no la diré para no estropear mi relato con observaciones
filósofo? que aquí resultarían improcedentes. En aquel momento es-
No, no, ni hablar, mi conducta no era normal. Así no se cogí Roma antes que nada porque me gustó más que cual-
podía seguir por más tiempo. Había que vencer todos los quier otra ciudad, y además porque me pareció la mejor dis-
miedos y tomar a toda costa una resolución. puesta a acoger con indiferencia, entre tantos forasteros, a un
En una palabra, yo debía vivir, vivir, vivir. forastero como yo.
Encontrar el alojamiento idóneo, o sea una habitacionci-
56 La compasión e identificación con el pájaro enjaulado era un motivo te- lla decente, en casa de una familia discreta, en una calle tran-
mático muy en boga en la literatura folletinesca. Uno de los maestros de Pi- quila, me costó penas y trabajos. Di con ella, finalmente, en
randello, Giovanni Verga, lo había desarrollado, ya desde el título, en su Sto- la calle Ripetta57, una habitación con vistas al río. A decir ver-
ria di una capinera [Historia de una cu17ucaj, uno de los best sellers de la nove-
lística italiana del XIX. Pirandello recurre a él en varias ocasiones: véase, por dad, la primera impresión que me causó la familia que iba a
ejemplo, la conclusión de Volare, en Novel/e per un anno. También Unamuno, hospedarme fue poco favorable; tanto es así que, al volver al
dentro de Niebla, pone en boca de los tíos de la amada de Augusto Pérez hotel, estuve planteándome largo rato si no me convenía
unos comentarios rousseaunianos suscitados por el canario que tienen en más seguir buscando.
casa: «-iCállate, hombre --exclamó doña Ermelinda-, que no me dejas oír
cantar al canario! ¿No le oye usted, don Augusto? iEs un encanto oírle!
Y cuando ésta se ponía a aprender sus lecciones de piano había que oírle a un 57
La calle Ripetta avanza entre el Tíber y la más conocida y concurrida ca-
canario que entonces tuve: se excitaba, y cuando más ésta daba a las teclas, lle del Corso. Al norte desemboca, al igual que esta última, en Piazza del Po-
más él a cantar y más cantar. Como que se murió de eso, reventado ... 1 polo. Al sur, a principios de siglo, llegaba hasta Piazza S. Luigi dei Francesi,
-iHasta los animales domésticos se contagian de nuestros vicios! -agregó situada ésta entre el Panteón y Piazza Navona; hoy cambia de nombre a mi-
el tío--. iHasta a los animales que con nosotros conviven les hemos arranca- tad de su antiguo recorrido y a partir de ahí pasa a llamarse calle de la Sera-
do del santo estado de naturaleza! iOh, humanidad, humanidad!>> (cap. XI, fa. Fue construida en el siglo XVT por el papa León X para mejorar las comu-
ed. cit., pág. 162). nicaciones entre el Vaticano, al otro lado del río, y la Porta del Popolo.

[r8o] [r8r]
Encima de la puerta, en el cuarto piso, había dos pequeñas _¿Pero, y Terencio, dónde está? -preguntó el hombre
placas: PALEARI, a un lado, PAPIANO, al otro; debajo de esta del turbante de espuma.
segunda, una tarjeta de visita, sujeta con un par de tachuelas -Por Dios, papá, sabes perfectamente que está en Nápo-
de cobre, en que se leía: Silvia Caporale. les, se marchó ayer. Retírate. Si te vieras ... -le respondió
Vino a abrirme un viejo de unos sesenta años (¿Paleari? mortificada la señorita, con una tierna vocecilla que, a pesar
¿Papiano?), en calzoncillos largos de tela, los pies desnudos del ligero enfado, delataba lo apacible de su carácter.
dentro de unas chanclas mugrientas, desnudo el torso, rosa- El padre se retiró, repitiendo: -Ya sé ... Ya sé ...- , arras-
do, adiposo, sin un solo pelo, las manos llenas de jabón y un trando las chanclas y sin parar de enjabonarse la calva, así
humeante turbante de espuma en la cabeza. como la barba, larga y gris.
-Oh, perdone -exclamó-. Creí que era la criada ... Dis- No pude por menos de sonreír, pero con benevolencia, no
cúlpeme: me pilla así... iAdriana! iTerencio! iVamos, de pri- queriendo mortifica: más_ a la hija. Ella entornó los ojos,
sa! Hay aquí un señor... Es sólo un momentito; tenga la bon- como para no ver m1 sonnsa.
dad ... ¿Q_yé es lo que desea? 58 . Primero la creí una chiquilla; luego, observando bien la ex-
-ms aquí donde se alquila una habitación amueblada? presión de su cara, me di cuenta de que era toda una mujer,
-Sí, señor. Ahora viene mi hija: ella hablará con usted. y se me ocurrió que tal vez por eso llevaba aquella bata de
Vamos, Adriana, es por la habitación. ama de casa que, no ajustándose a su cuerpo ni a sus faccio-
Apareció, sobresaltada y confundida, una señorita menu- nes, ella tan pequeñita, la hacían parecer algo ordinaria. Iba
da menuda, rubia, pálida, de ojos azules, dulces y tristes, lo de medio luto.
mismo que todo el rostro. Adriana, ise llamaba como yo! Hablando muy bajo y evitando mirarme (i a saber cuál fue
«iQyé curioso!>>, pensé. <<iNi hecho aposta!>> la primera impresión que le causé!), me condujo a través de
un oscuro corredor hasta la habitación que alquilaban.
58
En su mayor parte, los nombres propios que comparecen en estos tres Cuando se abrió la puerta, sentí henchírseme el pecho con el
últimos párrafos, de los que son portadores personajes que tendrán un impor- aire y la luz que entraban por dos amplias ventanas que da-
tante papel a lo largo de los siguientes capítulos, evocan el mundo de la ban al río. Se veía, al fondo, Monte Mario, Ponte Margheri-
Roma antigua: Terencio el comediógrafo; Rea Silvia (cfr. nota 91); Adriana, ta y todo el barrio nuevo de Prati hasta Castel Sant'Angelo;
coincidente con el nuevo nombre del protagonista, que es el del emperador
Adriano (cfr. VIII, págs. 156-158). El hermano de Terencio se llama Escipión se dominaba tanto el viejo puente59 de Ripetta como el nue-
(cfr. pág. 222), y recuérdese que el dramaturgo Terencio no fue ajeno al cír· vo que construían al lado; más allá, el puente Umberto y
culo de los Escipiones. Incluso el apellido Papiano podría haber sido sugerí· todo el conjunto de viejas casas de Tordinona, que seguían el
do por el de un jurista romano de finales del siglo II y principios del m, Emi- ancho meandro del río; al fondo, por este otro lado, se divi-
lio Papiniano. A la luz de la reflexión final del cap. X (págs. 196-197), se nos
invitaría a poner en contraste las figuras históricas o mitológicas que llevaban saba la verde cima del Janículo, con la gran fontana de San
estos nombres en la Antigüedad y los personajes que los llevan en la novela, Pietro in Montorio y la estatua ecuestre de Garibaldi60 •
y por consiguiente, más en general, la esplendorosa Roma clásica y la Roma
postunitaria, para Pirandello decadente y grotesca. Fuera de este denomina·
dor común quedaría Anselmo Paleari, para cuyo apellido habría que buscar
59 Traducimos la palabra ponte (puente) cuando en el original la p aparece
otra motivación: atendiendo a las ideas que expondrá el personaje en las
págs. 192-195 y 237-242, quizá no sería inoportuno sacar a colación un hu- en minúscula; la dejamos en italiano cuando esa misma pes mayúscula. Idén-
manista de ideas religiosas heterodoxas que acabó en la hoguera, Antonio de- tico criterio hemos aplicado a la palabra piazza (plaza).
60 Permite esta amplísima panorámica, además de la altura (la terraza de
lla Paglia (1503-1570), más conocido como Aonio Paleario, autor de un De
immortalite animorum en el que, entre otras cosas, rechazaba la doctrina de la un cuarto piso), la privilegiada situación de la calle Ripetta, que toca el vérti-
corporeidad del alma y especulaba sobre la naturaleza de ésta y su ubicación ce exterior de uno de los meandros del Tíber. El nuevo puente de Ripetta ha-
y destino después de la muerte. brá que identificarlo con el puente Cavour, que, en sentido perpendicular a

[r82]
Aquella espaciosa vista me decidió a quedarme con la -¿Ah, sí?
habitación. Además, estaba arreglada con gusto y sencillez, a Se lo tomó a mal. Bajó los ojos y se mordisqueó el labio.
base de tapicería clara, de color blanco y azul celeste. Entonces, para complacerla, también yo le hablé con gra-
-Esta pequeña terraza de aquí al lado -me aclaró mi jo- vedad:
ven ama de casa- también es nuestra, al menos por ahora. -Y. .. a propósito, señorita, ¿no hay niños en la casa, verdad?
La tirarán, dicen, porque tiene vuelo. Negó con la cabeza, sin abrir la boca. Puede que en mi
-¿Porque qué? pregunta percibiera aún un matiz irónico que yo, sin embar-
-Porque tiene vuelo 61 : ¿no se dice así? Pero aún falta mu- go, no había querido darle. Había dicho niños, y no niñas.
cho para que acaben el Lungoteveré2 . Me apresuré de nuevo a corregirme:
Oyéndola hablar tan bajito, con tanta seriedad, vestida -Y. .. dígame usted, senorita: ¿ustedes no alquilan más ha-
con aquella bata, sonreí y dije: bitaciones, verdad?
-Ésta es la mejor -me respondió sin mirarme-. Si no
es de su agrado ...
nuestra calle, la conecta con el otro lado del río. El siguiente puente yendo -No, no, no es eso ... Se lo pedía para saber si ...
hacia el norte es el de la Reina Margarita (Ponte Margherita, dice Pirandello ),
y hacia el sur el Umberto I. El viejo puente de Ripetta tiene que ser uno me·
-Tenemos alquilada otra -dijo ella entonces, levantan-
tálico provisional construido en 1877 que fue demolido cuando se levantó el do los ojos y simulando un aire de indiferencia-. Allí, orien-
Cavour (1901). Pasado éste y siguiendo la parte baja e interior del meandro tada hacia la parte de delante ... dando a la calle. La ocupa
se llega por el barrio de Prati di Castello hasta Castel Sant'Angelo; Tordino- u?a señorita que lleva ya dos años con nosotros: da clases de
na, en cambio, queda en la misma orilla -la izquierda- que la calle Ripet·
ta, en el lado bajo y exterior de la curva del río, a continuación del puente
p1ano ... pero no en casa.
Umberto. Los puntos más alejados a los que llega la vista desde la terraza son Apuntó, al decir esto, una sonrisa casi imperceptible, una
las colinas de Monte Mario (al noroeste) y delJanículo (al suroeste), ambas al sonrisa triste. Añadió:
otro lado del río. Todas los puentes aquí mencionados eran de construcción -Estamos yo, papá y mi cuñado ...
reciente (el Margherita fue inaugurado en 1892, el Umberto en 1895, el Ca-
vour en 1902), y servían para comunicar la parte vieja de la ciudad con el <<ba-
-¿Paleari?
rrio nuevo de Prati», que, a la derecha del Tíber, alrededor del antiquísimo -No: Paleari es papá; mi cuñado se llama Terencio Papia-
Castel Sant'Angelo, había pasado de ser un olvidado terreno de campos y no, pero tiene que marcharse, él y su hermano, que por aho-
huertos a convertirse en una de las principales zonas de expansión urbanísti- ra_está también aquí con nosotros. Mi hermana murió ... hace
ca de la nueva metrópoli. En el Janículo se puede contemplar aún hoy «la es-
tatua ecuestre de Garibaldi>>, erigida en el año 189_5; también, desde luego, la
se1s meses.
iglesia de San Pietro in Montorio (San Pedro del Aureo Monte, traducían an· Para cambiar de tema, le pregunté qué alquiler debería pa-
taño), pero no «la gran fontana», que cambió de ubicación varias décadas gar. Nos pusimos de acuerdo enseguida. Le pregunté tam-
más tarde, ya que se encontraba allí de forma provisional. bién si quería que dejara paga y señal.
61
Sobresale respecto al cuerpo principal del edificio.
62
Paseo a orillas del Tíber. En esta primera década del siglo el Parlamento
-Como desee -me respondió-. Si prefiere dejar su
aprobó numerosas inversiones públicas destinadas a Roma, que contaba ya con nombre ...
medio millón de habitantes y no paraba de crecer, tanto demográfica como ur- Me llevé la mano a la pechera, sonriendo nervioso, y dije:
barústicamente, convertida desde su proclamación como capital del nuevo Rei- -No tengo aquí... no tengo aquí ni una sola de mis tarje-
no de Italia en un polo de atracción de emigrantes de muy distinta condición
social y procedencia geográfica. En particular el periodo de mandato del alcalde tas ... Me llamo Adriano, por cierto: he oído que también us-
Prospero Colonna (1899-1904) destacó por la fiebre constructora y por un es· ted se llama Adriana, señorita. Qyizá esto pueda molestarla ...
fuerzo general encaminado a modernizar la ciudad. El barrio en que vive Adria· -No, por favor, ¿por qué iba a molestarme? -repuso
no Meis, el de Campo Marzio (Campo de Marte), no era nuevo como el de Pra· ella, no sin notar mi extraña turbación, y riéndose esta vez sí
ti, pero en base a un plan regulador de 1876 venía sufriendo grandes transforma-
ciones que perseguían sobre todo el control de las crecidas del Tíber. como una niña.
Me reí también yo, y agregué: de ausencia, sino también muchas otras cosas. Aquellos li-
-Bueno, pues ya que no le molesta, me llamo Adriano bros llevaban títulos como: La Mort et l'au-dellt- I.:homme et
Meis: así de sencillo. ¿Podría instalarme hoy mismo? O me- ses corps - Les sept principes de l'homme - Karma - La clefde
jor vuelvo mañana por la mañana ... la Théosophie- A B C de la Théosophie- La doctrine secrete-
Ella me respondió: -Como quiera-, pero yo me fui con Le Plan Astral- etc. etc.
la sensación de que le daría una gran alegría si no volvía a Era seguidor de la escuela teosófica, don Anselmo Pa-
aparecer por allí. Había cometido el error, que no era poco, leari63.
de no tomarme debidamente en serio su bata de ama de Le habían jubilado, como jefe de negociado en no sé qué
casa. ministerio, antes de lo debido, y con eso habían decretado su
Pude, en efecto, ver y comprobar con mis propios ojos, ruina, ruina no sólo en el aspecto económico, sino también
unos días después, que la pobre chica no tenía más remedio porque ahora, con todo el tiempo del mundo a su disposi-
que llevarla, la bata aquella, de la que muy probablemente ción, se había sumergido de lleno en sus alucinantes estudios
hubiera preferido poder prescindir. Pero es que el peso de y en sus nebulosas especulaciones, abstrayéndose más que
toda la casa recaía sobre sus espaldas. iY menos mal que nunca de la vida material. Por lo menos la mitad del dinero
estaba ella! de la jubilación debía de irse en la compra de aquellos libros.
El padre, Anselmo Paleari, aquel viejo que había salido a Ya había conseguido juntar una pequeña biblioteca. Y la
abrirme con el turbante de espuma en la cabeza, tenía igual doctrina teosófica, según parece, no debía de satisfacerle del
el cerebro, lleno de espuma. El mismo día que entré a vivir todo. Algún gusanillo crítico lo atormentaba, seguro, y
en la casa quiso venir a presentarse, no ya -dijo- con el prueba de ello era la presencia, al lado de los libros de teoso-
objeto de ofrecerme de nuevo sus disculpas por la manera no na, de una rica colección de ensayos y de obras filosóficas an-
demasiado decorosa con que había aparecido ante mí la pri- tiguas y modernas, así como de libros de investigación cien-
mera vez, sino por el gusto de trabar conocimiento con una
persona como yo, que tenía aspecto de ser un intelectual, o
63 La teosofia parte del espiritismo para fusionarlo, por un lado, con un
quizás un artista:
-¿Me equivoco? compendio de doctrinas de la reencarnación extraídas de distintos cultos
orientales, en especial hindúes, y, por el otro, con el evolucionismo y otras
-Se equivoca. Artista ... para nada. Intelectual... en cierto corrientes del pensamiento europeo de la época. En el momento de la com-
sentido ... Me gusta leer algún que otro libro. posición de El difunto Matías Pascal-y durante las décadas siguientes- esta
-iüh, los tiene buenos! -comentó él, mirando el lomo escuela alcanzó, pese a los sonados fraudes y polémicas que protagonizaron
de los pocos que yo ya había colocado sobre la balda del es- sus dirigentes, una notable difusión en todo el mundo. A sus más conspicuos
representantes pertenecen los títulos reseñados: The Secret Doctrine (1888) y
critorio-. Ya le enseñaré los míos, ¿eh?, un día de éstos. The Key ofTheosophy [La llave de la Teosofía] (1890) a Elena Petrovna Blavatsky,
También yo los tengo buenos. Sí... fundadora en Nueva York en 1875 de la Sociedad Teosófica; Death and After
Sacudió los hombros y allí se quedó, abstraído, con la mi- (1895) [La muertey el después, o La muertey el más allá, según reza el título fran-
rada perdida, sin acordarse -era evidente- de nada: ni de cés], Karma (1895) y Man and bis E odies [El hombre y sus cuerpos] (1896) a An-
nie Besant, que en 1891, a la muerte de la señora Blavatslcy, la había sucedi-
dónde estaba ni de con quién; repitió otras dos veces: -Sí... do en la dirección de la Sociedad; The Astral Plane (1895) a Charles W. Lead-
Sí...-, con las comisuras de la boca inclinadas hacia abajo, beater, brazo derecho de Annie Besant; L 'ABC de la Théosophie (1897) a
luego me dio la espalda y se marchó sin saludarme. Théophile Pascal, teósofo suizo contemporáneo de los anteriores. Les sept
Inicialmente aquello me produjo cierto asombro, pero el principes de l'homme es un título de este último (1895), pero podría tratarse
también de la traducción de The Seven Pnizciples ofMan (1892) de Annie Be-
día que en su habitación me mostró, como me había prome- sant. Don Anselmo lee las versiones francesas editadas en París por «Publica-
tido, sus libros, no sólo me expliqué ese pequeño momento tions Théosophiques>>.

[r86]
tífica. En los últimos tiempos le había dado, incluso, por las nera que no pagaba ni el alquiler de la habitación ni aquella
prácticas de espiritismo. poca comida que le daban allí en casa. Pero no se. la podía
Había descubierto en la señorita Silvia Caporale, su inqui- echar. ¿Cómo se las habría arreglado el señor Palean para sus
lina la profesora de piano, extraordinarias facultades sensiti- prácticas de espiritismo? , ~ .
vas, la verdad es que no lo suficientemente desarrolladas to- Sin embargo había, en el fondo, otra razon. La senonta
davía, pero que sin duda con el tiempo y la práctica po- Caporale, dos años antes, a la muerte de su madre, habí.a de-
dían desarrollarse hasta superar las de los médiums más jado la casa donde vivían y, al venir aquí con los Palean, ha-
celebrados. bía entregado unas seis mil liras, producto de la venta de los
Por lo que a mí respecta, sobre la señorita Silvia Caporale muebles, a Terencio Papiano, para un negocio seguro y lucro-
puedo certificar que no he visto en mi vida, en una cara tan sísimo que éste le había propuesto: las seis mil liras habían
fea y vulgar, una careta de carnaval, un par de ojos tan des- volado.
consolados como aquéllos. Eran negrísimos, intensos, al- Cuando ella misma, la señorita Caporale, me confesó este
mendrados, y daba la impresión de que llevaran detrás un particular llorando, ya pude juzgar menos severamente a don
contrapeso de plomo, como el de las muñecas automáticas. Anselmo, de quien yo había pensado hasta entonces. que
La señorita Silvia Caporale tenía más de cuarenta años, y sólo por sus extravagancias tenía a una muj~r de seme¡ante
además unos buenos bigotes debajo de una nariz redonda ralea viviendo bajo el mismo techo que su h1¡a.
como una bola y siempre roja. Claro que por lo que se refiere a Ad~i~n~, que J?Or su pro-
Supe después que esta pobre mujer tenía hambre de amor, pio natural se demostraba tan buena y ¡moosa -m eluso de-
y que le daba a la botella. Se veía fea, ya vieja, y, por desespe- masiado-, no había nada que temer: de hecho a ella lo que
ración, bebía. Algunas noches llegaba a casa en un estado le dolía en el alma eran sobre todo aquellos experimentos
realmente deplorable: el sombrero torcido, la bola de la na- ocultos de su padre, aquello de evocar espíritus por medio de
riz roja como un tomate y los ojos medio cerrados, más des- la señorita Caporale.
consolados que nunca. Y es que era muy religiosa, la pequeña Adriana. Pronto me
Se echaba sobre la cama, y enseguida todo el vino que ha- di cuenta, gracias a una pila de vidri<;> azulado para el agu~
bía tragado empezaba a salirle en un interminable río de lá- bendita que había pegada a la pared ¡unto a m.1 cal?a, enCI-
grimas. Le tocaba entonces a la pequeña y sacrificada ama de ma de la mesilla. Yo me había acostado con el ogarnllo en la
casa correr con su bata a asistida, a confortarla hasta bien en- boca, aún encendido, y me había puesto a leer uno de lo~ li-
trada la noche: sentía pena por ella, una pena que vencía bros de Paleari; luego, distraído, había depositado la colilla
toda repugnancia; sabía lo desgraciada que era, lo sola que apagada dentro de la pila. Al día siguie~te, la I?ila ya n~ esta-
estaba en el mundo, con aquella rabia dentro, aquel odio ha- ba. Sobre la mesilla de noche, en camb1o, hab1a un cemcero.
cia la vida, que ya en dos ocasiones había intentado quitarse; Fui a preguntarle si había sido ella quien la habí~ quitado de
con mucha dulzura conseguía hacerle prometer que se porta- la pared. Sonrojándose ligeramente, ~e respondió: .
ría bien, que no volvería a beber, y sí sí, al día siguiente la -Discúlpeme usted, me ha parecido que lo que necesita-
otra se presentaba toda emperifollada, con unas graciosas po- ba más bien era un cenicero.
ses de simia, convertida de golpe y porrazo en una niña inge- -¿Pero había agua bendita en la pila?
nua y caprichosa. -Sí la había. Tenemos aquí enfrente la iglesia de San
Las pocas liras que de vez en cuando podía reunir ayu- Rocco 64 ...
dándole a ensayar los números a alguna debutante de café-
concierto se le iban, pues, o en beber o en acicalarse, de ma- 64 Iglesia parroquial construida en el siglo XV y que hoy día sigue en pie.

[r88]
Y se retiró a sus quehaceres. ¿Acaso pretendía que yo fue- monde invisible, d'apres la théosophié 6- , representa ex~ita­
ra devoto, nuestra menuda mamaíta, visto que de la fuente dos por todo tipo de apetitos carnales que no pueden satisfa-
bautismal de San Rocco había sacado agua bendita también cer al estar desprovistos del cuerpo, que sin embargo ellos no
para mi pila? Para la mía y para la sura, ciertam:nt~. Porque son conscientes de haber perdido.
el padre no debía de usarla. Y en la pila de la senonta Capo- <<A ver», pensaba yo, <<a ver si aún resultará que me he aho-
rale, si es que tenía, más bien vino santo es lo que debía de gado de verdad en el molino de la Stia, y yo aquí haciéndo-
haber. me ilusiones de estar todavía vivo ... >>
Como se sabe, ciertas formas de locura son contagiosas.
Cualquier pequeñez -sintiéndome como me sentía flotar La de Paleari, por más que al principio intenté rebelarme,
desde hacía ya tiempo en un extraño vacío- me hacía caer acabó por pegárseme. No es que realmente yo me creyera
ahora en largas reflexiones. Lo de la pila del agua bendita me muerto, lo que por otra parte no habría sido tan malo, pues-
indujo a recordar que, al hacerme mayor, yo me había desen- to que lo duro es morir, mientras que una vez muerto, no
tendido completamente de las prácticas religiosas, y que des- creo que uno vaya a tener el siniestro deseo de volver a la
de la marcha de Pinzone, que nos llevaba a mí y a Berto a la vida. No, de pronto reparé, justamente, en que todavía tenía
parroquia por orden de mamá, no había vuelto a e~trar en que morirme: eso era lo malo. Porque, ¿quién se acordaba ya
ninguna iglesia a rezar. Nunca había sentido la necesidad de de eso? Después de mi suicidio en la Stia, yo, como es natu-
preguntarme a mí mismo si realmente tenía fe en ~lgo. ~~­ ral, no había visto ante mí nada más que vida. Y ahora ahí es-
tías Pascal, además, había muerto de mala manera, sm reCibir taba don Anselmo Paleari, plantándome continuamente de-
los últimos auxilios. lante de las narices la sombra de la muerte.
Repentinamente, vi que mi situación tenía mucho de en- Ya no sabía hablar de otra cosa, el condenado hombre. Pero
gañosa. Para todos aquellos que me conocían, yo, comoquie- lo hacía con tal vehemencia y, de vez en cuando, llevado por la
ra que fuera, me había quitado de encima la preocupación fogosidad de la conversación, soltaba unas imágenes y unas ex-
más agobiante y angustiosa que uno puede tener cuando presiones tan singulares que, escuc~ándol~, pronto se. ~e pasa-
vive: la de la muerte. A saber cuántos, en Miragno, decían a ban las ganas de quitármelo de ene1ma yendome a VlVIr a otra
estas horas: parte. Por lo demás, la ~octrina y las creencia~ del señor Palea-
-Dichoso él, después de todo. Sea como sea, ha solucio- ri aunque a veces pudieran parecerme puenles, en el fondo
nado el problema. e;an reconfortantes; y, ya que desafortunadamente ha~ía he-
iY yo que no había solucionado nada, en cambio! Ahí es- cho mella en mí la idea de que, un día u otro, me monría de
taba ahora, con los libros de Anselmo Paleari entre las ma- verdad, no me molestaba oír hablar de ello en aquel tono.
nos, libros que me enseñaban que los muertos, los de ver-
dad, se encontraban en mi misma idéntica situación, en los 66 «Primer grado del mundo invisible, según la teosofía.» Para ésta, el cos-
<<cascarones>> del Kámaloka, sobre todo los suicidas, que el se- mos se compone de siete planos sucesivos, cada uno de los cuales supenor al
ñor Leadbeater, autor del Plan Astral 65 -premier degré du precedente: físico, astral, mental, búdico, nirvánico, paranirvámco y maha¡n-
ranirvánico. Más allá de la Tierra, pues, eXIsten toda una sene de mundos m-
65 visibles y superiores que el alma humana tendrá que recorrer después de la
La crítica ha otorgado gran importancia a este libro entre las fuentes de muerte a través de sucesivas reencarnaciones que significarán otros tantos gra-
la poética pirandelliana de la autonomía del personaje, ya que Leadbeater se dos de depuración espiritual. También el hombre está constituido por siete
ocupa también de la creación artística y ve en ella la materialización de fuer- cuerpos, que irán descomponiéndose uno tras_ otro a lo largo ~e este ~enplo
zas mentales que el artista posee pero no conoce y que, por lo tanto, no de- postmortem: el cuerpo físico se deshace ensegmd~, a contm~acwn el etereo, y
penden de él una vez han sido exteriorizadas en el objeto artístico (en el «per- el tercero, el cuerpo astral, se pierde por absorcwn en el Kamaloka, una espe-
sonaje»).
cie de purgatorio situado en el plano astral.
--Hiene eso lógica? -me preguntó él un día, después de Meis. ¿y de repente iplaf!, otra vez a cero? Hiene eso lógica?
leerme un pasaje de un libro de Finofí7, un pasaje digno, por su Mire, podrá convertirse en gusano mi nariz, mi pie, pero no mi
filosofia ridículamente macabra, de los sueños de algún sepultu- alma, ihombre!, que también es materia, muy bien, ¿quién dice
rero morfinómano, sobre nada más y nada menos que la vida que no?, pero no como lo es mi nariz o como lo es mi pie.
de los gusanos salidos de la descomposición del ser humano--_ -Perdone, señor Paleari -objeté yo-, un hombre ilus-
¿nene eso lógica? La materia, de acuerdo, la materia: admita- tre va de paseo, se cae, se da un golpe en la cabeza, queda
mos que todo es materia. Pero dentro de ella hay formas y for- trastocado para siempre. ¿Dónde está su alma?
mas, maneras y maneras, cualidades y cualidades: una cosa es Don Anselmo permaneció un rato con la mirada fija, como
una piedra y otra, por Dios, la imponderabilidad del éter. En mi si acabaran de echarle un jarro de agua fría y no supiera qué
mismo cuerpo, una cosa es una uña, un diente, un pelo, y otra, decir.
ahí es nada, el finísimo tejido ocular. Así que, muy bien, ¿quién -¿Dónde está su alma?
dice que no? lo que llamamos alma será también materia, pero -Sí hombre, usted, o yo, yo que no soy ningún hombre
tendrán que reconocer que no es materia como lo es la uña, el ilustre, pero que vamos ... razonar razono: voy de paseo, me
diente o el pelo: será materia como lo es el éter, o como quién caigo, me doy un golpe en la cabeza y me quedo tonto.
sabe qué. El éter sí admiten que pueda existir, y el alma no. ¿ne- ¿Dónde está mi alma?
ne eso lógica? La materia, muy bien. Siga usted mi razonamien- Paleari juntó las manos 68 , y con expresión de amable re-
to y tenga la bondad de observar hasta dónde llego, sin necesi- proche me contestó:
dad de negarles nada. Pensemos en la Naturaleza. Nosotros -¿Pero por Dios, señor Meis, para qué va usted a caerse y
ahora entendemos al hombre como heredero de una innume- a darse un golpe en la cabeza?
rable serie de generaciones, ¿no es verdad?, como producto de -Es sólo una hipótesis ...
un trabajo muy lento de la Naturaleza. ¿Qye usted, mi querido -No, hombre, no: dé usted su paseo con toda tranquilidad.
señor Meis, considera que también el hombre es una bestia, Tomemos a los ancianos, que sin necesidad de caerse y de gol-
una ferocísima bestia, y que en su conjunto es un ser desprecia- pearse en la cabeza pueden trastocarse con la edad. Muy bien,
ble? Tampoco esto le niego, mire lo que le digo: el hombre ocu- ¿y con eso qué? ¿con eso querría usted demostrar que, al fla-
pa en la escala de los seres vivos un lugar no muy elevado, de quear el cuerpo, se debilita también el alma, para de ahí con-
acuerdo; del gusano al hombre pongamos que van ocho, siete, cluir que la extinción del primero conlleva la extinción de la se-
dejémoslo en cinco escalones. Pero a ver, a la Naturaleza le ha gunda? Pero oiga, piense por un momento en el caso contrario:
costado miles y miles de años subir esos cinco escalones, del gu- cuerpos consumidos en los que sin embargo brilla en todo su
sano al hombre; la materia ha tenido que evolucionar, ¿no?, fulgor la luz del espíritu: Giacomo Leopardi69 , o multitud de
para alcanzar en la forma y en la sustancia ese quinto escalón, ancianos, como por ejemplo Su Santidad León XIII 70 • ¿y bien?
para convertirse en esta bestia que roba, que mata, que miente,
pero que también es capaz de escribir la Divina Comedia, y de 68
El gesto italiano de juntar las palmas de las manos como en acción de
sacrificarse como se ha sacrificado su madre y la mía, señor rezar y moverlas atrás y adelante podría tener su correspondiente español en
el de echar el torso hacia atrás y abrir los brazos enseñando las palmas de las
67 manos.
Jean Finot, Lafilosqfia deUa longevita, traducción italiana de V. E. Ovaz-
69
za, Turín, Bocea, 1903, pág. 83 y ss. (cit. Mario Costanzo, op. cit., vol. I, pági- En buena parte a causa del excesivo tiempo dedicado al estudio,
na 1024). Este libro hoy olvidado fue todo un best seUer en su época: publica- Leopardi (1798-1837) sufrió desde muy temprana edad un grave y progresivo
do en 1901, se tradujo a varios idiomas, comprendido el español (1913), y se deterioro flsico cuyo signo más visible era su proverbial joroba.
70 León XIII murió el 20 de julio de 1903, a los noventa y tres años de
hicieron de él numerosas reediciones (en 1912 en Francia ya iban por la duo-
décima). edad. Hombre de mente ágil y despierta, fue uno de los grandes protagonis-
Piense a su vez en un piano y en el músico que lo toca: llega mundo. ¿Es que no compartimos todos y cada uno ese mis-
un momento en que, de tanto tocarlo, el piano se desafina, mo sentimiento, o sea, el de que sería algo absurdo y abomi-
una tecla se atasca, dos o tres cuerdas se rompen; sí, claro, nable que todo se redujera a esto de aquí, a esta miseria de so-
con su instrumento en tan mal estado, el pianista, por muy plo que es nuestra vida terrenal? Cincuenta, sesenta años de
bueno que sea, por fuerza tocará mal. Pero aun cuando el angustias, de penas y fatigas, ¿para qué?, ipara nada! ¿rara la
piano acabe por dejar de sonar, ¿es que con él deja de existir humanidad? iPero si por ésas también la humanidad tendrá
la persona que lo toca? que acabarse un día! Imagínese; y todo lo que es la vida,
-mi cerebro sería el piano, y el pianista el alma? todo lo que es el progreso, todo lo que es la evolución, ¿para
-Es un viejo símil, señor Meis. Si el cerebro se estropea, qué habría estado ahí? ¿Para nada? Cuando la nada, la pura
por fuerza el alma da muestras de atontamiento, o de locura, nada, ellos mismos dicen que no existe ... Curación del plane-
o de lo que sea. Es decir, que si el pianista echa a perder el ta, ¿no?, como dijo usted el otro día. Muy bien: curación; pero
instrumento no ya por causa de un percance, sino por desi- habrá que ver en qué sentido. Y es que lo malo de la ciencia es
dia o intencionadamente, lo pagará caro: los errores se pa- eso, señor Meis: que sólo quiere ocuparse de la vida.
gan; todo se paga, en esta vida. Pero ése es otro ~ema. Díga- -Hombre -suspiré yo, sonriendo-, porque tenemos
me, ¿no significa nada para usted que la humanidad entera, que VIVIr...
toda toda, desde que se tiene noticia de ~lla, siempre haya -Pero también tenemos que morir -rebatió Paleari.
querido aspirar a otra vida, a un más allá? Esa es la prueba, la -Sí, lo comprendo, pero ¿por qué pensar tanto en ello?
mejor prueba de que se trata de algo real. -¿Qye por qué? Pues porque no podemos entender la
-Dicen que si el instinto de conservación ... vida si de alguna manera no nos explicamos la muerte. El
-No señor, no, porque, ¿sabe?, a mí me trae sin cuidado principio rector de nuestros actos, el hilo que nos saque de
el abrigo este de piel barata que me cubre. Se me hace pesa- este laberinto, la luz, en definitiva, señor Meis, la luz tiene
do, y cargo con él porque sé que no hay más remedio, pero que llegarnos de allí, de la muerte.
palabra que si me demuestran que después de llevarlo cinco, -Pero si allí está muy oscuro.
seis o diez años más no habré, como quien dice, saldado mi -¿Oscuro? iOscuro para usted! Pruebe a encender una
cuenta y ahí acabará todo, palabra que me despojo de él hoy lamparilla de fe, con el aceite puro del alma. A falta de esta
mismo, en este mismo instante: ya me dirá dónde está en- l~mparilla, nosotros nos movemos por aquí, por la vida, tan
tonces el instinto de conservación. Me conservo únicamente ciegos como la mayoría, por más luz eléctrica que hayamos
porque siento que no puede acabar todo de ese mo~o. Qy~ inventado. Para la vida está bien, muy bien, la bombilla eléc-
si una cosa es el individuo singular y otra la humamdad, di- trica, pero también necesitamos, mi querido señor Meis, esa
cen. Qye si el individuo se acaba y la especie prosigue su evo- otra lamparilla, una lamparilla que nos proporcione algo de
lución. iBonita manera de razonar, ésa! ¿se da cuenta? Como luz con vistas a la muerte. Mire, yo incluso pruebo a encen-
si yo no fuese la humanidad, ni usted, ni, uno a uno, todo el der, alguna noche, un farolillo muy especial de cristales ro-
jos; hay que ingeniárselas como sea, intentar dilucidar algo
tas de la «cuestión romana» a la que se aludirá indirectamente en el capítu-
por todos los medios. Ahora mismo mi yerno Terencio está
lo XVI a propósito del personaje del marqués Giglio d'Auletta. A lo largo de en Nápoles. Volverá dentro de unos meses, y entonces le in-
su pontificado desplegó una intensísima actividad diplomática con la que vitaré a usted a asistir a alguna de nuestras modestas sesiones,
pretendía obtener el apoyo de las potencias europeas para remstaurar el po- si le apetece. ¿Qyién sabe? A lo mejor el farolillo ... Nada, no
der temporal de la Iglesia frente al recién constituido Reino de Italia. No con-
siguió su propósito, pero sí un considerable aumento del prestigio y la auto-
le cuento nada más.
ridad del papado en la escena internacional. Como se puede observar, no era precisamente placentera la

[194] [195]
compañía de Anselmo Paleari. Pero, con~iderándolo ~ien,. ¿po- vida que se empeña en hervir a su alrededor. Cuando una ciu-
día pretender yo, sin necesidad de correr nesgas, ~' meJor dicho, dad ha tenido una vida como la de Roma, con una fisonomía
sin verme obligado a mentir, la compañía de algrner: menos.ale- tan peculiar y tan marcada, no puede convertirse en una ciudad
jado de la realidad? Todavía me acordaba de don Tlt? L~n~1. El moderna, es decir, en una ciudad como cualquier otra. Roma
señor Paleari al contrario que aquél, no mostraba nmgun mte- descansa allí, con su enorme corazón hecho pedazos detrás del
rés en saber ~ada de mí, y se daba por satisfecho con la atención Campidoglio72 • ¿Diría usted que pertenecen a Roma estos nue-
que yo prestaba a sus disquisiciones. Casi cada ma?<l?a, des- vos edificios? Mire, señor Meis: mi hija Adriana me ha habla-
pués de cumplir con la ablución a q~e sometía d~anamente do de la pila para el agua bendita, la que tenía usted en su ha-
todo su cuerpo, me acompañaba en mis paseos; submnos o al bitación, ¿se acuerda? Adriana la sacó de la habitación, pero el
Janículo o al Aventino o a Monte Mario, a veces hasta Ponte otro día a ella se le cayó de las manos y se le rompió: quedó en-
Nomentano71 siempre conversando sobre la muerte. tera sólo la concha, que ahora está en la habitación de un servi-
<<Esto es lo'que he ganado yo», pensaba para mis adentros, dor, encima del escritorio, destinada al uso que usted, distraída-
«con no haberme muerto de verdad.>> mente, fue el primero en darle. Pues bien, señor Meis, idéntica
Alguna vez intentaba cambiar de tema, pero era com? si suerte ha corrido Roma. Los papas -a su estilo, como no
el señor Paleari no tuviera ojos para nada de lo que pudiera podía ser menos- habían hecho de ella una pila para el agua
ofrecerle el mundo que le rodeaba. Caminaba casi siempre bendita73 ; nosotros los italianos, a nuestro estilo, hemos hecho
con el sombrero en la mano; en un momento dado lo levan- de ella un cenicero. De todos los rincones del país hemos veni-
taba como para saludar a alguna sombra y exclamaba: do aquí a echar la ceniza de nuestro cigarro, cigarro que es tam-
-iTonterías! bién símbolo de la futilidad de esta miserable vida nuestra y del
Una sola vez me dirigió, sin que yo me lo esperara, una amargo y envenenado placer que nos procura74 .
pregunta personal: .
-¿Por qué está usted en Roma, señor Meis? 72 Detrás del Campidoglio queda el foro y lo más destacado de las ruinas
Me encogí de hombros y le respondí: de la ciudad antigua.
73 Se refiere a los muchos siglos durante los que Roma, en virtud de la apli-
-Porque me gusta la ciudad ...
-Pues ¿sabe?, es una ciudad triste -señaló él, meneando cación del poder temporal que se había otorgado a sí mismo el Papa, había
sido la capital de un estado clerical, el Estado Pontificio, cuya soberanía se ha-
la cabeza-. Son muchos los que se extrañan de que ningu- bía extendido por todo el centro de Italia prácticamente desde mediados del
na iniciativa prospere aquí, de que nin~na idea innovadora siglo VIII hasta 1870.
74 No es, la de este final de capítulo, la única diatriba contra Roma presen-
cuaje. Pero se extrañan porque no qmeren reconocer que
te en las páginas pirandellianas. En la segunda parte de 1 vecchi e i giovani el
Roma está muerta. motivo son los escandalosos casos de prevaricación descubiertos en 1893 y
-(También Roma está muerta? -exclamé, consternado. que implicaban a numerosos banqueros y dirigientes políticos: <<Ciertamen-
-Desde hace ya tiempo, señor Meis. Y créame, es inútil te, la indignación del país al ver tan cubiertos de fango a personajes públicos
cualquier esfuerzo por hacerla ~evivir. Sumida en el su e~o. de que en los heroicos años de la gesta libertadora lo habían dado todo por la
un grandioso pasado, ya no quiere saber nada de esta sordida patria, se volvía al!ora con encono también contra la gloria de la Revolución,
también allí veía fango; y al señor Cao aquello le quebraba el corazón. iEra,
sí, la bancarrota del patriotismo t Y se sulfuraba ante la oleada de injurias que
71 El Janículo y Monte Mario, ya mencionados en este mismo capítulo, esos días desde toda Italia caían sobre Roma, presentada como una pútrida
son los más cercanos a la calle Ripetta (cfr. nota 60). AprOJamadamente a la carroña. En un periódico de Nápoles había leído que al contacto con el des-
misma longitud que la calle, pero más al sur que el J anículo, se halla el Aven- comunal Cadáver todas las fuerzas se habían extenuado, se habían deshin-
tino la más meridional de las siete colinas romanas. El puente Nomentano chado los ánimos, y se habían corrompido todas las virtudes. Mejor como es-
tene~os que ir a buscarlo a la otra punta de la ciudad, en dirección nordes- taba antes, cuando vivía de indulgencias y jubileos, alquilando habitaciones
te: no es un puente sobre el Tíber, sino sobre el otro río de Roma, el An1ene. a los peregrinos, vendiendo coronas e imágenes devotas a los fieles» (II, i).

[197]
nebroso y p_alpitante en que aquellas aguas, después de tan
largo recorndo, acababan perdiéndose, y abrir de vez en
cuando la boca para bostezar.
-Libertad ... libertad ... -iba murmurando-. ¿Acaso no
sería lo mismo eh cualquier otra parte?
Alguna noche en la terracita de allí aliado veía a nuestra
mamaíta, con su bata, ocupada en regar las macetas de flores
«Ahí est~ la_ vida», pensaba yo. Y seguía con la mirada a 1~
dulce chiqmlla en su solícita labor, esperando una y otra vez
XI que levantara los ojos hacia mi ventana. En vano. Ella sabía
que 70 estaba allí, pero_ a men?s _que e~tuviera acompañada
DE NOCHE, CONTEMPLANDO EL RÍO fi~gia no darse cuenta. cPor que? cEra solo producto de su ti-
midez, aquel recato, o bien estaba aún secretamente enfada-
~a con~igo, nuestra peq~e~a :ma de casa, por la poca con-
medida que, por la gran consideración y afecto que ha- sidera_cwn que yo, cruel, msistla en demostrar hacia ella?

A cia mí demostraba el patriarca de la casa, aumentaba


mi familiaridad con él, aumentaba también para mí
la dificultad en el trato, la secreta turbación que ya en ocasio-
DeJaba ahora la regadera, se apoyaba en el antepecho de la
terraza y también ella se pon~a a c_ontemplar el río, quizá de-
seando <;iemostrar que no se mqmetaba por mí lo más míni-
nes anteriores había sentido y que a menudo ahora se agudi- mo, temendo otras preocupaciones bastante más graves en
zaba hasta convertirse en remordimiento, remordimiento las _que pensar, allí apoyada, preocupaciones para las que ne-
por verme allí, intruso en aquella familia, con nombre falso, cesitaba estar sola.
un aspecto que no era el mío, con una existencia ficticia y Yo sonreía para mis adentros, mientras hacía estas conjetu-
casi inconsistente. Y hacía el propósito de aislarme lo más ras; pero luego~ cuando la veí~ abandonar la terraza, me pa-
posible, recordándome continuamente a mí mismo que no raba, a pens~r SI no podía eqmvocarme en mis juicios, si no
debía acercarme demasiado a la vida de los demás, que tenía podian ser estos fruto del despecho que instintivamente nos
que evitar intimar con nadie y conformarme con vivir así, al p~oduce ~1 sentirnos ignorados. <<Además>>, me preguntaba,
margen de todo y de todos. «cpor que t~ndría ella que prestarme atención, que dirigirme
-iLibre! -me decía aún, pero ya empezaba a compren- la pal~bra sm habe~ necesidad de ello? Yo aquí encarno las
der el real significado de esta libertad mía, a percibir sus lí- calamida<;ies ~~su VIda, la locu_ra de su padre; quizá hasta soy
mites. una humlllaoon pa~a ella. Q!¡Izá recuerde todavía el tiempo
Significaba, por ejemplo, llegada la noche, no hacer otra en gue _su padre traia un sueldo y no era necesario alquilar
cosa que estar allí asomado a la ventana, contemplando el habltaoones y tener extraños en casa. iY un extraño como
río que fluía negro y silencioso entre los diques recién cons- yo, ~ncima! Le doy miedo, a lo mejor, pobre chiquilla, con
truidos y bajo las farolas de los puentes, cuya luz se reflejaba el OJO este y estas gafas ... ».
en el agua temblando como serpientes de fuego; seguir con El ruido de algún carruaje pasando por el cercano puente
la imaginación el curso de aquellas aguas, desde sus remotas de ~adera me sacaba de mi ensimismamiento. Daba un re-
fuentes en los Apeninos, a lo largo de campos y más campos, sopl~do, me apartaba de la ventana. Miraba la cama, miraba
aquí a través de la ciudad, luego de nuevo por el campo, has- los hbros, me quedaba un momento indeciso entre una cosa
ta la desembocadura; representarme mentalmente el mar te- y otra, al final sacudía la cabeza y los hombros, agarraba el
sombrero de un manotazo y salía, con la esperanza de librar- go, que vas a buscarla a la taberna, esta alegría que me acon-
me fuera de aquel hastío y de aquel desasosiego. sejas, en el fondo de un vaso. Yo, por desgracia, no sabría en-
Iba, según la inspiración del momento, hacia las calles contrarla allí dentro. Ni la sé encontrar en ninguna otra par-
más concurridas o hacia lugares solitarios. Recuerdo una no- te. A donde voy es al café, mi querido amigo, con gente for-
che, en la plaza de San Pedro, la sensación de ensueño, como mal que fuma y charla de política. Y según dice un
de ensueño lejano, que me produjeron aquellos siglos de an- picapleitos imperialista76 asiduo de mi café, alegría tendría-
tigüedad allí encerrados, entre los brazos del majestuoso pór- mos todos, o mejor aún, alcanzaríamos la felicidad, con una
tico, en el silencio que parecía acentuarse con el continuo ru- sola condición: que nos gobernara un buen monarca absolu-
mor de las dos fuentes. Me acerqué a una de ellas, y sólo en- to. Tú estas cosas no las entiendes, mi pobre borracho con
tonces me pareció que ese agua estuviera viva, mientras todo vocación de filósofo, ni siquiera te pasan por la cabeza, pero
lo demás permanecía espectral y terriblemente melancólico la verdadera causa de todos nuestros males, de esta tristeza
en su silenciosa, en su inmóvil suntuosidad. que nos invade, ¿sabes cuál es? La democracia, mi querido
Volviendo por la calle Borgo Nuovo 75 , topé con un borra- amigo, sí, la democracia, es decir, el gobierno de la mayoría.
cho que, al pasar por mi lado y verme tan meditabundo, se Porque cuando el poder está en manos de una sola persona,
inclinó, estiró la cabeza un poco para mirarme a la cara de esta persona sabe que ella es una sola y que tiene que conten-
abajo arriba, y me dijo, cogiéndome por el brazo y zaran- tar a muchas más, mientras que cuando son muchos los que
deándome levemente: gobiernan sólo piensan en contentarse a sí mismos, lo que
-iAlegría! da lugar a la más odiosa y estúpida de las tiranías: la tiranía
Me paré en seco, sorprendido, y le escudriñé de pies a ca- disfrazada de libertad77 • iNo lo dudes! ¿Por qué crees, si no,
beza. que sufro? Sufro justamente por causa de esta tiranía disfra-
-iAlegría! -repitió, y acompañaba la exhortación zada de libertad ... iVolvamos a casa!>>
haciendo un gesto con la mano, como queriendo decir: Pero aquélla era noche de encuentros78 .
,,¿Pero qué haces? mn qué piensas? iNo hay que preocupar-
se por nada, hombre!»
Luego se alejó con paso vacilante, apoyando la mano 76
Partidario del expansionismo colonial que Italia, a imitación de otros
contra el muro. países europ'"os, emprendió a finales del siglo XIX y principios del xx, sobre
A aquellas horas, por esa calle desierta, no lejos de la gran todo por el Mrica oriental. Era, la conveniencia o no de este colonialismo,
basílica, que me había sugerido las cavilaciones en que seguía uno de los temas más candentes en los foros políticos. Normalmente lo de-
fendían los sectores menos democráticos de la derecha, núentras que se opo-
enfrascado, la aparición de aquel borracho y su extraño con- nían radicalmente a él las izquierdas y no pocos demócratas moderados.
sejo, lleno de cariño y de caritativa filosofia, me dejaron 77 La antinomia tiranía/libertad había tenido específicamente en Italia un

completamente aturdido: estuve no sé cuánto rato siguiendo continuado desarrollo literario desde las tragedias de Vittorio Alfieri (1749-
al hombre aquel con la mirada, luego sentí como si mi estu- 1803), de las que es tema central. Alfieri, además, había sido uno de los pri-
meros intelectuales italianos en dejar una profesión de fe antidemocrática
pefacción estallara en una carcajada demencial. con su comedia 1 troppi [Los demasiados}, cuyos ecos llegan hasta este párrafo
<<iAlegría! Sí, sí, sólo que yo no puedo hacer como tú, ami- de Pirandello, quien a su vez escribirá sobre la degeneración del sistema par-
lamentario italiano de su tiempo en la novela 1 vecchi e igiovani (cfr. <<Intro-
ducción>>, págs. 32-33).
78
75 El Vaticano se encuentra a la derecha del Tíber, más al oeste que Castel Ma quella era la notte degl'incontri, frase que recuerda el ma era la notte
Sant'Angelo (cfr. nota 60). Ambos, el Vaticano y el castillo, están hoy unidos degl'imbrogli e de' sotteifugi del cap. VIII de Los novios de Manzoni, alusiva a los
por la calle Conciliazione, obra del periodo fascista que absorbió la calle Bor- incidentes previos a la huida de Renzo y Lucia, en los que interviene una
go Nuovo. pandilla de indeseab)es como la que a continuación encontrará Matías.

[200] [201]
ella y yo, dedicándome. las ~ases más cariñosas y admirativas
, Pasal?-do poco después por Tordinona79, casi a oscuras, lle-
de su.profuso repertono d1alectal. Me las vi y me las deseé
go a m1s oídos ~n grito fuerte, entre otros ahogados, desde
para hbrar!lle. d; aquellos dos diligentes policías que, me gus-
uno de los callejones que dan a esta calle. De repente vi apa-
tara o no, ms1st1an en que les acompañara a denunciar los he-
recer delante de mí un puñado de gente enzarzada en una
chos. iMagnífico! Sólo me hubiera faltado eso, tener que ha-
pelea. Eran cuatro energúmenos, armados con nudosos bas-
bl,a~ con la policía, encima, y aparecer al día siguiente en las
tones, q':le apaleaban a una mujer de las que hacen esquinas.
pag~nas de sucesos como una especie de héroe, yo que lo que
Menoono este percance no para alardear de un gesto va-
tema era que estarme callado, escondido, sin que nadie su-
lien~e, sit;o más bien para d~jar constancia del miedo que
piera de mi existencia ...
senti a ra1z de las consecuenoas que tuvo. Los muy granujas
No, la realidad era que yo un héroe ya no podía serlo.
eran cuatro, pero también yo llevaba un buen bastón el mío
A no ser que muriera en el intento ... Pero es que muerto ya
provisto de herraje. Con todo, dos de ellos no dud~ron en
lo estaba.
abalanzarse sobre mí, navaja en mano. Me defendí como
mejor supe, haciendo de espadachín con mi bastón y saltan-
-Perdone, señor Meis, ¿es usted viudo?
do oportunamente rara acá y para allá con el fin de que no
_?st~ pregunta me la lanzó una noche a quemarropa la
me p1llaran en med10; al final conseguí, con mi empuñadu-
sen~nta. C~porale, en la terraza, donde ella y Adriana me
ra de hierro, asestarle un buen golpe en la cabeza al que más
~~b1an mv1tado a quedarme un rato haciéndoles compa-
saña ponía en la refriega: lo vi tambalearse, y luego echar a
ma.
correr; los otros tres, entonces, quizá temiendo que los chilli-
Por lo pronto me incomodé. Respondí:
dos de la mujer pudieran de un momento a otro atraer a al-
-¿Yo? No, ¿por qué?
guien, lo imitan;m. De pronto noté que estaba herido en la
-Porq~e est~ siempre frotándose el anular con el pulgar,
frente. A la mujer, que aún seguía pidiendo ayuda, le grité
como qmen qmere darle vueltas a un anillo alrededor del
que se callara, pero ella, al verme con la cara manchada de
dedo. Así... ¿No es cierto, Adriana?
sangre, no 9uiso ~r~nquilizarse. Llorando, con el pelo revuel-
H~y que ':er hasta dónde alcanzan los ojos de las mujeres,
to, pretend1a aUX1harme, bendarme con el pañuelo de seda
o mejor de c1ertas mujeres, porque Adriana declaró no haber-
que llevaba en el pecho, des~arrado durante la pelea.
se dado cuenta.
-No, no, grac1as -le dije, apartándola con disgusto-.
-iNo te habrás fijado! -exclamó la señorita Silvia.
Basta... No es nada. Vete, vete ya ... Desaparece.
Y me acerqué a la fuentecilla que hay allí mismo, bajo la
Tu:re que admitir que, aunque tampoco yo me había fija-
do, b1en podía ser que tuviera aquel vicio.
rampa del puente, para lavarme la herida. Lo malo es que mien-
-Es .verd.ad que he ll~vado aquí, durante mucho tiempo
tras estaba allí l~egaron.dos guardia~, jadeantes, ansiosos por sa-
-me v1 '?bhgado a añadu-, un pequeño anillo, que luego
ber lo que hab1a ocumdo. Ensegu1da la mujer que era de Ná-
tuve q~e 1r a que me cortara un joyero, porque me apretaba
poles, empezó a contar <<el mal trago que habíamos pasao>>80
demasudo el dedo y me dolía.
-iPobrecito anillo! -gimió entonces, retorciéndose, la
79
Viniendo de la calle Borgo Nuovo ha tenido que cruzar el río por algu- cuarentona, que aquella noche estaba zalamera como una
no de los puen~es que srguen al Umberto I en drrección sur, quizá por el vie-
JO puente Sant Angelo, ya que la calle T ordinona sube desde éste hasta el
niña-. (Tanto le apretaba? ¿y no había manera de sacarlo
U~berto I por el margen izquier~o del río -el contrario a Borgo Nuovo. del dedo? Debía de ser el recuerdo de un ...
Supnmrmos la d del partrc1p10 para darle a la frase un color dialectal que -iSilvia! -la interrumpió la pequeña Adriana, con tono
en el texto !tahano posee toda la expresión entrecomillada (prese a na17are il de reproche.
«gua;o che aveva passato» con me).

[202]
-¿Qyé tiene de malo? -repuso aquélla-. Iba a decir de do a Adriana suscitando el recuerdo de la hermana muerta y
un primer amor... Vamos, díganos algo, señor Meis. ¿Cómo de Papiano viudo era el castigo que la profesora de piano se
puede ser que usted esté siempre tan callado? merecía por su indiscreción. . . . .,
-Pues mire -dije yo-, estaba ahora pensando en la de- Aunque, para ser justos, lo que yo ¡uzgaba md1screc10n,
ducción que usted ha hecho a partir de mi costumbre de fro- ¿no era en el fondo una curiosidad bien natural y más que
tarme el dedo. Una deducción del todo arbitraria, mi distin- comprensible, consecuencia necesaria de a9uella especie de
guida señorita. Porque los viudos, que yo sepa, no suelen extraño silencio que yo creaba en torno a m1 persona? Ya que
quitarse la alianza. Les duele lo perdido, y no la alianza, la soledad me resultaba definitivamente insoportable y no
cuando su mujer ya no está. Incluso diría que les gusta llevar podía vencer la tentación de acercarme a los demás, estaba
el anillo, igual que a los veteranos de guerra les gusta poner- claro que, teniendo éstos todo el derecho de saber a quién te·
se sus condecoraciones. nían delante, yo debía resignarme a contestar a sus preguntas
-Sí, claro -exclamó la señorita Silvia-. Y así cambia- de la mejor manera posible, o sea, mintiendo, inventan?o.
mos de tema, ¿no? Solución intermedia no había. La culpa no era de ellos, smo
-Nada de eso. Lo que yo intento es ahondar en el tema. mía, y ahora yo agravaría esa culpa con la mentira, cierto;
-¿Ahondar? Yo nunca ahondo en nada. Es la impresión pero es que si no quería hacerlo, por el sufrimiento que ello
que me ha dado, y ya está. me producía, lo que debía hacer era largarme, reemprender
-¿La de que soy viudo? mi vagabundeo oscuro y solitario.
-Sí señor. ¿No te parece también a ti, Adriana, que tiene Notaba que la misma Adriana, que no solí~ di!igirme pre-
aspecto de ser viudo, el señor Meis? guntas de ninguna clase, y mucho menos md1~cretas, era
Adriana se vio forzada a levantar los ojos hacia mí, pero toda oídos cuando yo respondía a las de la señonta Capara·
los volvió a bajar enseguida, incapaz, con su timidez, de le, las cuales, a decir verdad, a menudo sobrepasaban los lí·
aguantar la mirada de otra persona. Sonrió un poco, con su mites de la curiosidad natural y comprensible.
acostumbrada sonrisa entre dulce y triste, y dijo: Una noche, por ejemplo, allí en la terraza, donde ahora
-¿Qyé voy a saber yo del aspecto que tienen los viudos? acostumbrábamos a reunirnos cuando yo volvía de cenar,
Mira que eres fisgona. me preguntó, riendo y encogiéndose frente a una Adriana
que no dejaba de gritarle alteradísima: -iNo, Silvia, te lo
Un pensamiento, una imagen debió de pasarle en aquel prohíbo! No te atreverás-:-, meyregun_tó: ,
momento por la cabeza; se turbó, y volvió la cara hacia allá -Disculpe, señor Me1s, Adnana qmere saber por que no
abajo, hacia el río. Seguro que la otra comprendió enseguida, se deja usted por lo menos bigote ...
porque lanzó un suspiro y también ella se volvió y se quedó -iNo es verdad! -gritó Adriana-. iNo le haga caso, se-
contemplando el río. ñor Meis! Ha sido ella la que ... Yo ...
Era evidente que una cuarta persona, invisible, se había inter- De forma totalmente imprevista, la pobrecilla prorrum·
puesto entre nosotros. También yo acabé por comprender, mi- pió en sollozos. Rápidamente la señorita Silvia intentó con·
rando la bata de medio luto de Adriana, y supuse que Terencio salarla:
Papiano, el cuñado que aún no había vuelto de Nápoles, no de· -Pero vamos, mujer, ¿qué te pasa ahora? ¿Q¡é tiene de
bía de tener demasiado aspecto de viudo compungido, y que malo lo que he dicho?
comparado con él, según la señorita Caporale, yo sí lo tenía. Adriana la apartó con el codo:
Confieso que me alegré de que aquella conversación aca· -Tiene de malo que has mentido, y eso me pone enfer·
bara tan mal. El dolor que Silvia Caporale le había ocasiona· ma. Hablábamos de los actores de teatro, que van todos ...
así, y entonces tú has dicho: <<iComo el señor Meis! Es curio- -Ni llegan a casa, ni a la lista de correos -contesté yo-.
so qu~ no se deje por lo menos bigote>>, y yo he repetido: <<Sí, Ésa es la triste verdad. Nadie me escribe, señorita, por la sim-
es cunoso.>> ple razón de que ya no tengo a nadie que me pueda escribir.
-Pues ya está -repuso la otra-, quien dice <<Es curioso>> -Pero algún amigo ... ¿cómo puede ser? ¿A nadie a na-
quiere decir que quiere saber por qué. die?
-Pero has sido tú la primera en decirlo -protestó Adria- -A nadie. Somos mi sombra y yo, solos en el mundo. La
na, al borde de la exasperación. he estado llevando continuamente de paseo, hoy aquí maña-
-¿Me permiten que responda? -pregunté yo para cal- na allí, y nunca hasta ahora me he parado lo bastante en un
mar las aguas. lugar como para poder entablar amistades duraderas.
-Disculpe, señor Meis. Buenas noches -dijo Adriana, le- -iDichoso usted -exclamó la señorita Caporale con un
vantándose para irse. suspiro- que ha tenido ocasión de pasarse la vida viajando!
Pero la señorita Caporale la sujetó por el brazo: Venga, pues, háblenos al menos de sus viajes, ya que de otras
-Vamos, tonta, ¿no ves que bromeamos? El señor Meis cosas no quiere hablar.
es tan bueno: seguro que se hace cargo. ¿No es verdad, señor Poco a poco, superado el escollo de las embarazosas pre-
Meis? Venga, dígaselo ... por qué no se deja bigote. guntas iniciales, cosa que conseguí esquivando algunas con
Esta vez Adriana se rió, con lágrimas todavía en los ojos. los remos de la mentira, útiles como palanca y como resorte,
-Porque esto encierra un misterio -respondí yo enton- y agarrándome incluso con ambas manos a las que ya se me
ces, poniendo una voz profunda y grave-. iSoy un conspi- echaban encima, para así poder darles la vuelta despacito y
rador! con cuidado, la barca de mi ficción pudo al fin entrar en mar
-No nos lo tragamos -exclamó Silvia Caporale con abierto e izar las velas de la fantasía.
igual tono de voz, aunque luego añadió-: pero oiga, que se El hecho es que ahora, tras un año de silencio forzoso, dis-
lo guarda todo para usted eso no hay quien lo discuta. ¿Qyé frutaba de lo lindo allí hablando y hablando, cada noche, en
demonios ha ido a hacer, por ejemplo, a Correos hoy des- la terraza, de lo que había visto y observado, de las anécdo-
pués de comer? tas que me habían ocurrido en est~ o ese otro lugar. Y~ m!s-
-¿Yo, a Correos? mo me sorprendía de haber recog1do, a lo largo de m1s via-
-Sí, sí, usted. ¿Lo niega? iSi le he visto con mis propios jes, tantas impresiones que habían quedado como sep~ltadas
ojos! Hacia las cuatro ... Yo pasaba por la plaza San Silves- en aquel silencio y que ahora, con sólo hablar, resuotaban,
trosl ... brotaban de mis labios llenas de vida82 . Esta emoción inte-
-Se habrá confundido, señorita: yo no era. rior ayudaba enormemente a dar colorido a mi relato. Lo
-iYa! -replicó ella, incrédula-. ¿conque correspon- mucho que a su vez parecían disfrutar las dos mujeres escu-
dencia secreta, eh? Porque, ¿no es cierto, Adriana, que nun- chándome me infundía un pesar cada vez mayor por aque-
ca llegan cartas a casa para este señor? iVenga, que me lo ha llos dones que en su momento yo no había sabido realmen-
dicho la criada! te saborear; y también este pesar le confería un gusto especial
Adriana se movió, incómoda, en su banqueta. a mi relato.
-No le haga caso -me dijo, lanzándome una fugaz mi- Después de unas cuantas noches, la actitud, el comporta-
rada, doliente y casi acariciadora. miento hacia mí de la señorita Caporale había cambiado ra-
dicalmente. Sus ojos dolientes se cargaron de una languidez
81
En dirección sureste desde la calle Ripetta, atravesando la calle del Cor-
so pero sin llegar a la Fontana de Trevi. 82 Cfr. nota 115, págs. 264-265.

[2o6]
tan intensa, que hacían pensar más que nunca en la acción -Pero aún no nos ha querido decir de dónde le venía
de un contrapeso interior de plomo, y más gracioso que nun- aquel anillo que fue a que le cortara un joyero porque le
ca aparecía el contraste entre ellos y la careta de carnaval. No apretaba demasiado y...
cabía la menor duda: la señorita Caporale se había enamora- - ... y me dolía, en efecto. ¿No se lo dije? Creía que sí. Era
do de mí. un recuerdo de mi abuelo, señorita.
Coincidiendo con la sorpresa y el ridículo que esto me -iMentira!
produjo, caí en la cuenta de que durante todas esas noches -Como quiera, pero mire, no tengo inconveniente en pre-
yo no había hablado buscando la atención de ella, sino la de cisarle que ese anillo me lo había regalado mi abuelo en Floren-
la otra, que escuchaba y permanecía siempre taciturna. Era cia, a la salida de la Galleria degli Uffizi, y ¿sabe por qué? por-
evidente, no obstante, que ésta había notado que yo hablaba que yo, que entonces contaba doce años, acababa de confundir
sólo para ella, porque muy pronto surgió entre nosotros un un Perugino con un Rafael. Así fue. Como premio a esta equivo-
tácito entendimiento por el que nos tomábamos a guasa jun- cación me gané el anillo, que elegimos en uno de los puestos de
tos el cómico e imprevisible efecto de mis palabras sobre las Ponte Vecchio 83 • Y es que el abuelo sostenía convencido, no sé
sensibilísimas cuerdas sentimentales de la cuarentona profe- con qué fundamentos que él sabía, que aquel cuadro del Peru-
sora de piano. gino tenía que atribuirse, en cambio, a Rafael. Ahí tiene usted
aclarado el misterio. Como bien comprenderá, entre la mano
Y sin embargo, este descubrimiento no despertó en mí el de un chiquillo de doce años y esta manaza mía hay una buena
más mínimo pensamiento impuro hacia Adriana: aquella diferencia. ¿Lo ve? Ahora yo soy como ella, como esta manaza
cándida bondad suya velada de tristeza no propiciaba tal que no admite pequeños y lindos anillos. Sentimientos quizás
cosa; me daba, eso sí, una gran alegría el que en la medida en podría tenerlos, pero digamos la verdad, señorita: me miro en
que se lo podían consentir su delicadeza y su timidez se pres- el espejo, con estas fantásticas gafas que llevo y a las que aún
tara a aquella primera aproximación más personal. Hablo de tengo que dar gracias, y se me cae el alma a los pies: ,,¿Cómo
alguna que otra mirada huidiza, todo un destello de gracia y puedes pretender tú, mi querido Adriano>>, me digo a mí mis-
dulzura; de alguna que otra sonrisa caritativa en descargo de mo, <<que alguna mujer se enamore de ti?»
los ridículos piropos que me lanzaba la otra; de alguna que -iPero qué ocurrencias! -exclamó la señorita Silvia-.
otra benévola reprensión, hecha con los ojos y con un ligero iDigamos la verdad! Una gran mentira, es lo que está
movimiento de cabeza, si yo, en interés de nuestra diversión diciendo, y pensando así comete una gran injusticia con no-
secreta, me excedía un poco y le daba demasiada cuerda al sotras las mujeres. Porque la mujer, querido señor Meis, enté-
cometa de las ilusiones de aquella pobre mujer, que tan rese bien, es más generosa que el hombre, y a diferencia de
pronto andaba flotando en cielos de una dicha perfecta éste no se fija sólo en la belleza exterior.
como empezaba a dar bandazos por causa de algún violento -Digamos entonces que la mujer es también más valien-
y repentino tirón que de mí recibía. te que el hombre, señorita. Porque reconozco que, además
-Usted no debe de tener muchos sentimientos -me dijo de generosidad, haría falta una buena dosis de valor para
una vez la señorita Caporale- si es verdad eso que dice, y amar de veras a un hombre como yo.
que yo no me creo, que hasta ahora su paso por la vida le ha
dejado incólume ...
83 Aún hoy este famoso puente sobre el río Amo da cabida a un buen nú-
_¿Qtééé? ancólume?
mero de joyerías. Situado en las inmediaciones del museo, conduce, al otro
-Qtiero decir que no ha cedido a las pasiones ... lado del río, a Palazzo Pitti, ya fuera del centro de la ciudad propiamente di-
-Ah, no, nunca, señorita. cho.

[208]
-iAnde, piérdase! Está visto que usted encuentra gusto Qllise pensar que el cambio se debía aún a que Matías Pascal
en hacerse y hasta en parecer más feo de lo que es. había terminado allí, en el molino de la Stia, y a que yo,
-~í, lleva ra~ón. ~y sabe por qué? Para no inspirarle Adriano Meis, después de andar durante un tiempo desorien-
compaswn a nadte. Dese cuenta: si yo intentara más o me- tado dentro de mi nueva libertad sin límites, finalmente ha-
nos arreglarme, los demás dirían: <<Mira ese pobre hombre: bía conseguido encontrar el equilibrio, había alcanzado el
se cree que resulta menos feo con esos bigotes.>> En cambio, ideal que me había fijado, el de hacer de mí otro hombre,
de esta forma, eso no ocurre. ¿o_ye soy feo? Pues a serlo de para vivir otra vida, que ahora ya tenía, ya sentía plenamen-
verdad, con todas las de la ley, sin misericordia alguna. ¿Qyé te dentro de mí.
le parece? Mi estado de ánimo, perdido el veneno de la experiencia,
La señorita Caporale exhaló un profundo suspiro. recuperó la jovialidad de la primera juventud. Incluso don
. ,-Me ~arece que se equivoca -respondió a continua- Anselmo Paleari dejó de parecerme tan cargante: lo que su fi-
cton--:-. Solo con qu~ probara a dejarse un poco de barba, losofia tenía de sombrío, de nebuloso, de volátil, se había es-
P.or eJemplo, u~ted mtsmo se daría cuenta de que, a diferen- fumado con la aparición de mi nuevo y refulgente alborozo.
Cia de lo que dtce, no es ningún monstruo. iPobre don Anselmo! Según él de dos cosas tendría uno que
_¿y este ojo? -le pregunté. preocuparse en este mundo, y no se daba cuenta ~e que é~ ~a
-Hombre, pues ya que no tiene reparo en hablar de él sólo se preocupaba de una, aunque claro, a lo meJor de vtvir
-:-repuso la pianista-, llevo ya tiempo queriéndoselo decir: ya se había preocupado en sus buenos tiempos. Más digna
cy po! qué no se opera? iNo será que hoy en día no pueda de compasión era la profesora Caporale, que a diferencia de
uno_hbrarse, con una rápida y sencilla operación, de ese pe- mi inolvidable borracho de la calle Borgo Nuovo ya no con-
quena defecto! seguía ponerse alegre ni con el vino: ella sí quería vivir, pobre-
-¿se da cuenta, señorita? -dije para concluir-. Será cilla, y acusaba de falta de generosidad a los hombres, que se
verdad que la mujer es ~ás generosa que el hombre, pero le fijan sólo en la belleza exterior. ¿Así pues ella, en su interior,
hag? notar que ha termmado usted por aconsejarme que me en lo que era su alma, se veía hermosa? iSabe Dios de cuán-
fabnque una cara nueva. tos y cuán grandes sacrificios habría sido capaz, si hubiera
¿p?r qué hice tanto hincapié en aquel tema? ¿Acaso pre- encontrado a un hombre <<generoso>>! A lo mejor a la bebida
tendia que la profesora Caporale declarase allí mismo en y todo habría renunciado.
presencia de Adriana, que estaba dispuesta a amarme, qu~ ya <<Si reconocemos>>, pensaba yo, <<que errar es humano, ¿no
me amaba tal c~mo yo era, por muy afeitado que quisiera ir es lo que llamamos justicia una crueldad sobrehumana?>>.
o por muy desviado que tuviera el ojo? No. Yo había habla- E hice el propósito de dejar de ser cruel con la desdicha-
do tanto y le había lanzado a la señorita Silvia todas esas pre- da señorita Caporale. Hice el propósito, pero -pobre de
~ntas. !an concret~s po~que no. se me había escapado la sa- mí- fui cruel sin querer, incluso más, tanto más cruel
tlsfaccwn que qmzas mconscientemente le producían a cuanto menos quería serlo. Estuve afable con ella, y eso
Adriana las victoriosas respuestas de ella. fue como atizar aún más un fuego que ya de por sí ardía
Comprendí así que, a pesar de mi estrafalario aspecto ella con facilidad. Ocurría, además, lo siguiente: que si, al oír
estaba dispuesta a amarme. Fue algo que en aquel mom~nto mis palabras, la pobre mujer palidecía, Adriana por su par-
no me confesé ni siquiera a mí mismo, pero desde aquella te se sonrojaba. Yo no era muy consciente de lo que decía,
noche la c~ma q':le ocupab~ en aquella casa me pareció más pero notaba que cada palabra, con su sonido, con su carga
bland~, mas bom!os los obJetos que me rodeaban, más lige- expresiva, era causa de turbación para aquella a quien iba
ro el aire que respiraba, más azul el cielo, más radiante el sol. realmente dirigida, aunque nunca hasta el extremo de rom-

[2ro] [2II]
per la secreta armonía que sin saber cómo había surgido Sí, puede que también a ella la moviera instintivamente la
entre nosotros. misma necesidad que a mí, la de hacerse la ilusión de estar
Las almas tienen su particular manera de entenderse, de emprendiendo una nueva vida, sin preguntarse ni cómo rú
intimar hasta tutearse mientras los sujetos siguen cohibidos dónde. Un deseo impreciso, como un hálito nacido del
por los formalismos, aprisionados en el corsé de las normas alma, había ido abriéndonos tanto a ella como a mí una ven-
establecidas. Las almas tienen necesidades suyas propias, as- tana hacia el futuro, de donde nos llegaba un rayo de luz cá-
piraciones a las que el cuerpo hará oídos sordos a poco que lida y embriagadora, sin que acertáramos a acercarnos a la
crea imposible satisfacerlas o realizarlas. Y cada vez que dos ventana ni para volver a cerrarla ni para asomarnos a ver lo
personas que comunican de esta forma entre sí se encuen- que había más allá.
tran a solas en algún lugar, experimentan turbación, angustia De los efectos de nuestra pura y plácida embriaguez se re-
y casi una violenta repulsión al mínimo contacto exterior, su- sentía la pobre señorita Caporale.
frimiento este que las aleja y que desaparece en cuanto inter- -¿Sabe, señorita -le dije yo una noche- que casi estoy
viene un tercero. Entonces, pasado el mal rato, las dos almas, por decidirme a seguir su consejo?
aliviadas, se buscan otra vez la una a la otra y vuelven a son- -¿Cuál? -me preguntó.
reírse desde lejos. -El de hacer que me opere un oculista.
iCuántas veces no pasaría yo por esta experiencia con Ella aplaudió contenta.
Adriana! Pero a mí me parecía entonces que si ella estaba co- -iHombre, muy bien! El doctor Ambrosini, llame al doc-
hibida, era a causa del recato y la timidez propios de su ca- tor Ambrosini: es el mejor. Operó de cataratas a mi madre
rácter, y que si yo lo estaba, era a consecuencia de los remor- que en paz descanse. ¿Lo ves, lo ves, Adriana? ¿No te lo de-
dimientos que me producía mi falso montaje, toda aquella cía yo, que el espejo tarde o temprano hablaría?
ficción sobre mí persona que estaba obligado a mantener Adriana sonrió, y yo lo mismo.
continuamente, frente al candor y la ingenuidad de aquella -No ha sido el espejo, señorita -dije, sin embargo-.
dulce y apacible criatura. Ha sido una voz más acuciante la que se ha dejado oír. Des-
Ya la veía con otros ojos, yo. ¿y no es verdad que de un de hace algún tiempo este ojo me duele: nunca me ha servi-
mes a esta parte se había transformado realmente? ¿No des- do de gran cosa, pero aun así no quisiera perderlo.
prendían ahora una luz interior más intensa sus miradas fu- No era cierto. Tenía razón la señorita Caporale: el espejo, sí,
gitivas?84. ¿y sus sonrisas no llevaban ahora menos impreso era el espejo el que había hablado, y me había dicho que si con
el esfuerzo que le costaba hacer su papel de juiciosa ama de una operación relativamente sencilla podía hacer desaparecer
casa, aquel papel que yo al principio había tomado por una de mi cara aquel indecoroso rasgo tan característico de Matías
muestra de presunción? Pascal, Adriano Meis podría, además, prescindir de las gafas
azules, permitirse bigote y, en definitiva, adecuar mínimamen-
te su fisico a los cambios recién experimentados en su interior.
84
El sintagma <<miradas fugitivas>> (sguardi fuggitivi) evoca inequívocamen-
te la primera estrofa del celebérrimo poema A Silvia de Leopardi: Sz1via, ri- Pocos días después una escena que presencié, por la no-
membri ancora 1 que! tempo della tua vita mortale, 1 quando belta splendea 1 negli oc- che, escondido detrás de la persiana de una de mis ventanas,
chi tuoi ridenti efuggitivi, 1 e tu, lieta epensosa, illimitare 1 di gioventu salivi? («(Re- vino de pronto a perturbar mi existencia.
cuerdas todavía 1 de tu vida mortal, Silvia, el momento 1 cuando beldad La escena se desarrolló en la consabida terraza, donde has-
fulgía 1 en tus ojos rientes y fugaces, 1 y alegre y pensativa, los umbrales 1 de
juventud subías?>>, Giacomo Leopardi, Cantos, traducción de M.' Nieves Mu- ta cerca de las diez yo había estado disfrutando de la compa-
ñiz, Madrid, Cátedra, 1998). ñía de las dos mujeres. Al retirarme a mi habitación me ha-

[212]
bía puesto a leer, sin poner demasiada atención, uno de los -iLlámarne a Adriana! -le ordenó él entonces, imperioso.
libros preferidos de don Anselmo sobre la Reencarnación. En Al oír pronunciar el nombre de Adriana en ese tono cerré
esto me pareció oír voces en la terraza: agucé el oído para los puños y sentí que se me encendía la sa1_1gre.. .
comprobar si se trataba de Adriana. No. Eran dos personas -Está durmiendo -respondió la señonta Silvia.
que hablaban bajo, acaloradamente: oía una voz masculina, Y él, rudo, amenazador:
que no era la de Paleari, cuando los únicos hombres que ha- -Pues ve a despertarla. iMuévete! . ,
bía en casa éramos él y yo. Lleno de curiosidad, fui a atisbar Aún no sé cómo no cedí al impulso de abnr con Impetu
por entre las rendijas de la persiana. En la oscuridad me pa- la persiana. .
reció distinguir la figura de la señorita Caporale. ¿Pero quién El caso es que el esfuerzo que hice por refr~narm~ m~ lle-
era aquel hombre con el que hablaba? ms que en aquel pre- vó a recapacitar, por un momento, sobre mi propia situa-
ciso momento acababa de volver de Nápoles Terencio Pa- ción. Y acudieron a mis labios las palabras exactas que acaba-
piano? ba de pronunciar, llena de exasp~ración, ~quella pobre mu-
Por una palabra que Silvia Caporale pronunció algo más jer: <<¿Qyién soy yo para eso? <.Acaso pmto algo en esta
alto comprendí que hablaban de mí. Me pegué más a la casa?» . ., d
persiana y arrimé la oreja. Aquel hombre se mostraba clara- Me aparté de la ventana. Pronto me sirvio , e excusa p~ra
mente irritado por las informaciones que la profesora de pia- volver, sin embargo, el pensar que aquello SI era, de ~I I,n-
no acababa de darle acerca de mi persona; y a su vez ella in- cumbencia: hablaban de mí, aquellos do~, y de mi te~ua aun
tentaba ahora atenuar el efecto que esas informaciones ha- el hombre intención de hablar con Adnana. Yo tema dere-
bían suscitado en el ánimo de él. cho a saber, a enterarme de la opinión que aquél se formaba
-ms rico? -preguntó él una de las veces.
de mí. · ·fi
Y la señorita Silvia: La rapidez con que me agarré a este pretexto p~ra ¡ustl I.car
-No lo sé. Lo parece. Está claro que se las arregla con lo la falta que cometía espiando y fisgonean~o all~ ~s~ondido
que tiene, sin hacer nada ... era señal no obstante, y así lo sentí o medio adivme enton-
-¿Anda siempre por casa? ces, de q~e me escudab~ en. mi propio interés pa;a no verme
-No, no. Pero vaya, mañana le vas a conocer. .. obligado a tomar concienCia de all?;o mucho mas profundo
Se expresó exactamente en estos términos: le vas a conocer. que cierta persona despertaba e~ mi en aquel mc:>mento.
Así pues, le tuteaba, y por lo tanto Papiano y Silvia Capara- Volví a mirar a traves de los hstones de la persiana.
le -no cabía la menor duda- eran amantes ... ¿y cómo es, La señorita Caporale ya no estaba en la terraza. El ho~­
entonces, que a lo largo de todos esos días ella se había mos- bre, al quedarse solo, se había puesto a contemplar el no,
trado tan complaciente conmigo? con los codos apoyados en el antepecho y la cabeza entre las
Mi curiosidad aumentaba por momentos, pero, ni hecho manos. . . . , d
aposta, se pusieron a hablar bajísimo, aquellos dos. No sir- Lleno de inqmetud y de nervwsismo, espere, encorva o,
viendo de nada que me esforzara en oír, intenté concentrar- cogiéndome fuertemente las rodillas con las manos, a que
me en ver. Y bueno, vi que la señor}ta Silvia apoyaba una Adriana apareciera. La espera fue larga, pero r;o s~ ~e hiz~
mano sobre el hombro de Papiano. Este, al poco, la apartó nada pesada: de hecho cuanto más d.uraba ma~ allVlo s~ntia
con brusquedad. yo, que veía aquella t~rda~za con .viva y creCiente satisfac-
-¿Pero cómo querías que lo impidiera? -dijo ella ción; imaginé que Adnana, mamovible en su cuarto, se ne~a­
exasperada, levantando ligeramente la voz-. ¿Qyién soy yo ba a someterse al mandato de aquel energú~eno. A lo.me¡or
para eso? ¿Acaso pinto algo en esta casa? la señorita Silvia juntaba las manos y suphcaba. Y mientras
tanto aquél allí, en la terraza, echando humo ante el desaire idígalo, eh! Si necesita, no sé, un escritorio más grande ... o al-
que se le hac,ía. Llegué a ~~ por hecho, _incluso, que la pro- gún otro utensilio, dígalo con toda franqueza. A nosotros
fesora volvena con la notlCla de que Adnana no había queri- nos gus~a complacer a los huéspedes que nos honran con su
do levantarse. Pero no: ahí estaba ella. presencta. .. .
Rápidamente Papiano se le acercó. -Gracias, gracias -dtJe yo-. No preClso de nada. Mu-
-iUsted váyase a la cama! -intimó a la señorita Capara- chas gracias.
le-. Tengo que hablar con mi cuñada. -No, por favor, no me dé las gracias, para eso estamos.
La mujer obedeció, y entonces Papiano se dispuso a cerrar y en lo poco que pueda sede útil, disponga también de mí,
la puerta que, al estilo de las de balcón, comunicaba el come- d~sde luego, para lo que sea ... Adriana, hij~ta, ~ ya estabas
dor con la terraza. acostada: por mí puedes volver a la cama, s1 qmeres ...
-Nada de eso -cortó Adriana, extendiendo el brazo so- -Ya -repuso Adriana, sonriendo con tristeza-, pero
bre uno de los batientes. una vez levantada ...
-Tengo que hablarte -arremetió el cuñado con rudeza Y se acercó al antepecho, a contemplar el río. .
esforzándose por no levantar la voz. ' Noté que ella no quería dejarm~, a s~las con el tlJ?O aquel.
-~es habl~mos. ¿~é quieres decirme? -replicó Adria- ¿~é era lo que temía? Permanecto alh, absorta, mtentras el
na-. 1.No podtas esperar hasta mañana? otro aún con el sombrero en la mano, me hablaba de Nápoles,
-No, ahora -rebatió el hombre, agarrándola por el bra- donde había tenido que quedarse más de lo previsto, copiando
zo y empujándola hacia él. un sinfin de documentos del archivo privado de su excelencia
-iPero bueno! -gritó Adriana, soltándose con decisión. la duquesa doña Teresa Ravaschieri Fieschi -Madre Duquesa,
N~ pude _aguantar más: abrí la persiana. como todo el mundo la llamaba, Madre de la Caridad, como se-
-10h, st es el señor Meis! -exclamó ella de inmedia- gún él merecería ser llamada-: documentos de un ex~aordi­
to-. Si no es molestia, señor Meis, ¿querría venir un mo- nario valor que arrojarían nueva luz sobre el final del remo de
mento, por favor? las Dos Sicilias85 y muy en particular sobre la figura de Gae_t~o
-Ahora mismo, señorita -me apresuré a contestar. Filangieri, príncipe de Satriano 86 , figura que el marqués Gtgho,
No cabía en mí de gozo, de agradecimiento: de un salto
m~ pre~ipi~~ al pasillo. Allí, isorpresa!, junto a la puerta de
m1 habttaClon encontré, medio acurrucado encima de un ss El titulo rex utriusque Siciliae con que en el siglo XV fu_e coronado Alfon-
so el Magnánimo fue heredado por los Borbo~es y tuvovi¡;encia dmante to-
baúl, a un joven enclenque, muy rubio, de cara larguísima, dos aquellos penados en que los remos deN~poles y S!Ciha ~stuvieron um-
chupada, ~on unos ojos azules abiertos a duras penas, lángui- dos bajo dicha dinastía. Reino de las Dos Sicihas se llamó ofiCialmente el Es-
dos, ~turdtdos. Me quedé parado un momento, mirándole. tado desde 1816 hasta 1860, año en que tras el éxito de la expedición de
DeduJe que era el hermano de Papiano. Corrí a la terraza. Garibaldi quedó integrado en el nuevo Reino de It~ia. .
86 No hay que confundirlo con su abuelo, dcelebre autor de la &unza
-L~ presento, señor Meis -dijo Adriana-, a mi cuñado delút legislazione y principal exponente del Üummismo napolitano. El hiJO de
Tere~Clo Papiano, que acaba de llegar de Nápoles. éste, Cario, destacado militar (cfr. I vecchi e i giovani, I, iv), tuvo a su vez ~os
-:-INo sabe usted cuánto me alegro de conocerle, señor vástagos, citados ambos en el pres~nte ¡Járrafo: Gaetano (1824-1892), eruditO,
Mets! -exclamó él, descubriéndose la cabeza, agasajándome fundador en Nápoles del museo Füang¡en y del Istltuto artlstlco-mdustnale y
promotor de múltiples publicaciones, entre las cuales los Documentz perla sto-
con una ligera reverencia y estrechándome calurosamente la ría, le arti e le industrie delle provincie napoletane, y Teresa (1826-1903), casada
mano-. Lamento mucho haber estado todo este tiempo au- con Vincenzo Ravaschieri-Fieschi y mujer célebre por sus obras de beneficen-
sente, ~ero estoy seguro de que mi cuñada habrá sabido aten- cia, fundadora del Asilo Ravaschieri y autora de una Storia della carita napole-
derle bten, ¿no es así? Si precisa de algo, de cualquier cosa, tana.

[2!6] [217]
don Ignacio Giglio d'Auletta87, de quien él, Papiano, era secre- a ella y poniéndole con suavidad las manos en la cintura-.
tario, tenía intención de biografiar con todo rigor y detalle. A la cama, que es tarde. El señor tendrá sueño.
Bueno, con tanto rigor como pudieran permitirle al señor mar- Junto a la puerta de mi habitación Adriana me estrechó la
qués su devoción y fidelidad hacia los Barbones. mano con fuerza, como nunca había hecho hasta entonces. Al
No se le acababa nunca la cuerda. Como era evidente, quedarme solo, m~~ve un buen rato el puño cerrado, como
además, mientras hablaba le gustaba recrearse en la dicción, para atesorar la pres10n de su mane:>. Toda la noche estuv:e pen-
dándole a la voz inflexiones de cultivado aspirante a rapsoda sando, debatiéndome en una contmua zozobra. La mallCla d~
y apuntando ahora una risita, ahora un gesto de lo más aquel hombre, su ceremonio~a hipocresía, su ve~borrea cómph-
expresivo. Yo estaba tan apabullado que si me hubieran pin- ce y servil, estab~ claro_ que 1~an a result<l!me msoportables y
chado me habría quedado igual; asentía de vez en cuando que iban a hacer rmposrble mr permanencia en,aql:lella casa,_en
con la cabeza y otras veces echaba una mirada hacia donde la que él-no cabía la menor d'?-da- pretendra e;¡ercer su tira;
estaba Adriana, que seguía contemplando el río. nía aprovechándose de la candidez del suegro. 1A saber que
-iMala suerte la mía! -entonó el barítono, a modo de malas artes era capaz de emplear! Ya me había dado una bu~na
conclusión-. El marqués Giglio d'Auletta cien por cien bor- muestra con el automático cambio de actitud que había terudo
bónico y clerical, y yo que ... (incluso aquí en mi casa debo al verme aparecer. ¿Pero por qué le sentaba tan mal que; yo ~~­
tener la precaución de no decirlo demasiado alto), yo que tuviera alojado en la casa? ¿por qué no podía ser yo un mqml~­
cada mañana, antes de salir de casa, vengo a hacerle el salu- no como otro cualquiera? ¿o_yé le había dicho de mí la señon-
do militar a la estatua de Garibaldi ese ha fijado, allí en el Ja- ta Caporale? mra posible que Papiano estuviera celoso por cau-
nículo?, desde aquí se ve la mar de bien), yo que estaría co- sa de ella? ¿Q lo estaba por causa de otra? Aquellas manera_s
reando cada dos por tres: <<iViva el veinte de setiembrel>>88, suyas, arrogantes y recelosas; el que h~biera ech~do a la, s~ñon­
ipues yo tengo que hacerle de secretario! Un hombre hono- ta Silvia para quedarse a solas ~on Adnat;J-~' a qmen _habla mter-
rabilísimo, ireconozcámoslo!, pero borbónico y clerical. Ahí pelado con tanta dureza; la ta¡ante reaccron de Adnana; el que
es nada... Porque hay que comer, que si no ... Le juro (y dis- ella no hubiera consentido que cerrase la puerta de la terraza; la
culpe) que mil veces me dan ganas de echarlo por la boca, turbación que se apoderaba de ella c~da v~z que _salía a cola-
este pan que me gano. Se me atraganta, me ahoga ... ¿Pero ción el cuñado ausente, todo, todo mdue1a homblemente a
qué le vamos a hacer? iHay que comer! sospechar que él tenía los ojos puestos en ella. .
Levantó un par de veces brazos y hombros y se dio unos Bueno, ¿y por eso me calentaba yo tanto la cabeza_? tNo
golpes en las caderas. podía abandonar ~a casa_ sin más, ~ J20CO ~ue aquel trpo se
-Vamos, Adriana, pequeña -dijo después, acercándose convirtiera en un mcordro para mr? ¿Habla algo que me lo
impidiera? Nada. Pero entonces recordaba con ag;ado y ter-
87
En este nombre, que suponemos inventado, Giglio indicaría la filiación nura infinitos cómo ella desde la terraza me habra llamado
borbónica del personaje (cfr. pág. 292) y d'Auletta su zona de procedencia para que la protegiera, y cómo al final me había estrechado
(Auletta es un pueblo de la provincia de Salema), sin que ni una cosa ni otra
vayan en perjuicio -como es costumbre en la antroponimia pirandelliana- fuerte la mano ...
del efecto cómico del conjunto («Ignacio Lirio de Auletta», sería la traduc- Había dejado abierta la celosía, así como los postigc:>s- La
ción).
88
luna en su declinar, pasó y se mostró en el hueco de m1 ven-
El 20 de setiembre de 1870 el ejército de Víctor Manuel II ocupaba tana' exactamente como si viniera a espiarme, a sorprender-
Roma: con ello se ponía el broche de oro al proceso de unificación del Rei-
no de Italia, que iba a instaurar aquí su ansiada capital, y se anulaba el poder me ~n la cama aún despierto para decirme:
temporal del Papa, desapareciendo definitivamente lo que había sido el Esta- <<iYa veo, ya! ¿y no será que a ti te pasa lo mismo que a él?
do Pontificio. ¿seguro que no?>>

[218]
aquella rasgadura, desde donde influencias perturbadoras de
todo tipo penetrarían ahora en la escena, y eso abatiría su vo-
luntad. Vaya, que Orestes, en definiti':a, se conve:tiría e.n
Bamlet. Puede usted creerlo, señor Meis, toda la diferenCia
entre la tragedia antigua y la moderna reside en eso: en si hay
0 no un agujero en el cielo de papel.
Y se alejó, arrastrando las chanclas.
Desde las espesas cimas de sus abstracciones don Anselmo
soltaba a menudo así sus ideas, a modo de avalanchas. El
XII motivo, la trabazón, lo que había dado pie a las mismas se
quedaba allá arriba, entre las nubes, de manera que difícil-
EL OJO Y PAPIANO mente quien le escuchaba conseguía entender algo.
La imagen de la marioneta de Orestes desconcertada por

_'
•LA tra!?edia de Ore~tes en un teatro de marion~tas!
-vmo a anunciarme don Anselmo Palean-.
el agujero en el cielo, sin embargo, me 9-u~dó largo tiempo
impresa en la mente. Pensando en ello: <<!DIChosas las ma.no-
netas», suspiré, <<sobre cuyas cabezas de madera el falso CI~lo
Marionetas automáticas, recién inventadas. Esta se conserva entero, sin rasgaduras! Nada de dudas angustio-
noche a las ocho y media, en la calle Prefetti89 número cin- sas, de reticencias, de impedimentos, de sombras inquietan-
cuenta y cuatro. Hay que ir, señor Meis. tes, de sentimientos de piedad: nada de todo eso. Pueden es-
-¿La tragedia de Orestes? merarse y lucirse en la representación de su comedia, di~fru­
-iExacto! D'apres Sophocle, dice la octavilla. Será la Electra. tar con ella, amarse a sí mismas y tenerse en gran aprecio y
Pero escuche la curiosa idea que se me acaba de ocurrir. Su- consideración, sin sufrir nunca de vértigo ni de mareos, por-
pon~amos que en el momento culminante, justo cuando la que aquel cielo es un techo construido a la medida de su
manoneta que representa a Orestes está a punto de vengarse estatura y de sus actos.»
de ~u madre y de Egisto por la muerte del padre90, se rasgara <<Y el prototipo de tales marionetas, querido don Ansel-
el cielo de papel del guiñol: ¿qué ocurriría? Vamos, diga. mo>>, continuaba yo pensando, <<lo tiene usted dentro de
-No sabría decirle -respondí, encogiendo los hombros. casa, en la persona de su indigno yerno Papiano. ¿Q.Ii~n
-~es .es bien fácil de adivinar, señor Meis. Q.Ie Orestes puede estar más contento que él del cielo bajo de cartón pie-
queda~Ia mcreíblemente desconcertado ante aquel agujero dra que le cubre, cómoda y tranquila morada de aquel pro-
en el cielo. verbial Dios de manga ancha, proclive a hacer la vista gorda
-¿Y por qué? y a levantar la mano en señal de perdón, aquel Dios que re-
-Deje que le explique. Orestes continuaría sintiendo im- pite con pereza, ante no importa qué superchería: -Ayúda-
pulsos de v~nganza, y que~ría dejarse l~evar por ellos con apa- te tú, que yo te ayudo-? Como puede y en todo lo que pue-
siOnado afan, pero sus OJOs, en ese mstante, toparían con de, se ayuda vuestro Papiano. Para él la vida es un juego de
astucias, y lo suyo es meterse en todas las intrigas: para eso es
89
Una pequeña calleja cercana a la calle Ripetta.
hombre de recursos, de mente ágil, tremendamente locuaz.>>
90
Ü ' ' ' de su herm~na Electra, la muerte del padre de
restes ven.ga, a petl.C!on Tenía unos cuarenta años, Papiano, y era alto y de comple-
am?os, Agamenon, asesmado por su propia esposa, Clitemestra, y el amante xión robusta; algo calvo, con grandes bigotes que empezaban a
de esta, EgiSto.
blanquear un poquito -muy poco- justo debajo de la na-

[220] [221]
riz, un bu~n narizón de ventanas trémulas; ojos grises, agu- además, en las consecuencias que mi anormal situación en el
dos y nerviosos como las manos, con lo que ni a unos ni a mundo podía acarrear en relación a ese sentimiento. Me que-
otras se les escapaba nada. Mientras estaba hablando conmi- daba así, ofuscado, con la angustia de quien se siente mal
go, por ejemplo, reparaba -no sé cómo- en que Adriana consigo mismo, presa de un estado de nervios continuo,
detrás de él, tenía dificultades en limpiar y poner en orden al~ aunque siempre sonriente de puertas afuera.
gún objeto de la habitación. Al momento, irguiéndose: De lo que había visto y oído aquella noche oculto detrás
-Disculpe. de la persiana todavía no había conseguido sacar nada en
Corría hacia ella, le quitaba el objeto de las manos: limpio. Era como si la mala impresión que Papiano se había
-No, jovencita, mira: se hace así. hecho de mí a partir de las informaciones recibidas de la se-
Lo limpiaba él, lo colocaba él, y volvía conmigo. O si veía ñorita Caporale se hubiera esfumado en el mismo instante
que ,su hermano, que sufría crisis epilépticas, <<se bloqueaba>>, en que fuimos presentados. Él no dejaba de martirizarme, es
coma a darle cachetes en los carrillos, capirotazos en la nariz: verdad, pero se diría que era algo que no podía evitar, y en
-iEscipión! iEscipión! cualquier caso no le movía ningún propósito secreto de
~ le soplaba en la cara, hasta que volvía en sí. echarme de la casa, no, más bien todo lo contrario. ¿O!Jé es
1Lo que me habría divertido con él, de no haberme encon- lo que maquinaba? Adriana, después de su regreso, se había
trado yo en una situación tan endiabladamente comprome- vuelto triste y esquiva, como en los primeros días de mi es-
tida! tancia allí. La señorita Caporale trataba de usted a Papiano,
De qu~ había gato encerrado se dio cuenta Papiano muy por lo menos en presencia de terceras personas, mientras que
pro~to, sm d~~a, o por lo menos 1?. intuyó. Emprendió un el bravucón aquel la tuteaba a ella abiertamente, llegando
ase.d10 ~estrechisimo hecho de amabilidades que no eran sino hasta a llamarla Rea Silvia91 , sin que yo supiera muy bien
artimanas para hacerme hablar. Tenía yo la sensación de que cómo interpretar aquellas confianzas y aquellas burlas. De
cad~ palabra, cada pregunta que salía de él, por obvia que acuerdo que aquella infeliz, vista la desordenada vida que lle-
pudiera parecer, encerraba un ardid. Yo no habría querido vaba, no merecía grandes miramientos, pero tampoco ser tra-
~?str~;me receloso para no aumentar sus sospechas, pero la tada de esa forma por un hombre a quien no la ligaba víncu-
Imtac~o.n que me producía su manera de tratarme, vejatoria lo de parentesco alguno.
y serviCial a la vez, me impedía disimular lo suficiente. Una noche -había luna llena, y era como de día- desde
Mi irritación tenía también su origen en otros dos factores mi ventana la vi, sola y triste, allí en la terraza, donde ahora
más. íntirr.ws y secretos. Uno era éste: que yo, sin haber co- nos reuníamos mucho menos a menudo y ya sin el entusias-
meudo mnguna mala acción, sin haberle hecho daño a na- mo de antes, porque también intervenía Papiano, que ya ha-
die, tení~ ahora que. estar siempre ojo avizor, en guardia y a blaba por todos. Movido por la curiosidad, me propuse ir a
la defensiva, como si ya no tuviera derecho a vivir en paz. La sacarla de su ensimismamiento.
otra no habría osado confesármela a mí mismo, y precisa- En el pasillo, como siempre, encontré junto a la puerta
mente por eso me irritaba aún más, porque actuaba soterra- de mi habitación, acurrucado sobre el baúl, al hermano de
damente. Yo bien me decía: Papiano, en la misma actitud y postura en que lo había
<<iMira que eres estúpido! iVete ya, pon tierra por medio visto por primera vez. ms que había decidido poner casa
entre tú y ese pelmazo!»
Pero no me iba: ya no podía irme .
. La _lucha que libraba contra mí mismo para no tomar con- 91 La madre de Rómulo y Remo, muy dada a los amores accidentales y
oenoa de lo que sentía por Adriana no me dejaba pensar, clandestinos.

[222] [223]
allá arriba, o bien hacía de centinela por orden de su her- y aquí la señorita Caporale me ~ont? ~1 asunto, al q~e ya
mano? me he referido más arriba, de las se1s mil hras que le hab1a sa-
La señorita Caporale, en la terraza, estaba llorando. Al cado Papiano. .
principio no quiso contarme nada; tan sólo se quejó de un Por más que la amargura de aquella desd1ch~da no me de-
terrible dolor de cabeza. Luego, como aquel que toma una jara indi~erente, no. era de aquello, en c,ualqmer caso, de lo
decisión repentina, se volvió para mirarme a la cara, me ten- que quena que me mformara. Aprovechandome -lo confie-
dió una mano y me preguntó: so- del estado de excitación en que se enc~mtraba, puede
-ms usted mi amigo? que en parte propiciado -todo hay que decirlo- por algu-
-Si me concede usted ese privilegio ... -le respondí, in- na copita de más, me atreví a pregu~tarle: ~ .
clinándome. _¿Pero por qué le dio usted el cimero, senonta? .
-Gracias, pero no me venga con cumplidos, hágame el _¿Qye por qué? -y cerró los puños-. Son dos las mfa-
favor. iSi supiera cuánto necesito yo en estos momentos un mias a cuál peor. Se lo di para que viera que yo había capta-
amigo, un amigo de verdad! Usted debería comprenderlo, '
do perfectamente lo que e'1 pretend'1a d e m1., e·eomprend e.?
usted que está solo en el mundo, como yo ... Pero usted es un Estando aún viva su mujer, ese ...
hombre. Si supiera ... si supiera ... -Comprendo. .
Clavó los dientes en el pañuelo que llevaba en la mano, -ilmagínese! -prosiguió con furor-. La pobre Rita ...
intentando contener las lágrimas; al no conseguirlo, lo desga- -¿La mujer?
rró una y otra vez, llena de rabia. -Sí, Rita, la hermana de Adriana... Dos años enferma, entre
-Mujer, fea y vieja -exclamó-: tres desgracias que no la vida y la muerte ... Imagínese si yo po~ía... Bueno, aquí lo sa-
tienen remedio. ¿Para qué estaré viva? ben bien, cómo me comporté yo; Adnana lo sabe, y por_ eso
-Vamos, cálmese -le supliqué, apenado-. ¿por qué me quiere; ella sí que me quie!e, pobrecilla. ¿p~ro en ql!-é situa-
dice esas cosas, señorita? ción he quedado yo ahora? M1re: por culpa de el he terudo has-
Fue lo único que se me ocurrió decirle. ta que desprenderme del piano, que para mí e!a ... ¿q~~ voy a
-Porque ... -prorrumpió ella, pero se cortó en seco. decirle?, lo era todo, y no me refiero sólo a m1 profes10n: 1yo
-Diga -invité-. Si necesita un amigo .. . hablaba con mi piano! Cuando era una chiquilla, en la. Acade-
Se llevó el pañuelo rasgado a los ojos, y.. . mia, componía; ~~bién c?mpuse d~spués~ una vez ~!ploma­
-iLo que necesitaría es morirme! -gimió con tan inten- da· al final lo de¡e. Pero rruentras tema el p1ano todaVIa lo ha-
so y profundo pesar que, de la desazón que sentí, se me hizo cí;, para mí, de forma ~otalmente improvis~da; y con eso me
un apretado nudo en la garganta. desahogaba... me embnag~ba has_ta caer; creame, al suel? des-
Nunca olvidaré el surco de dolor con que su boca fea y mayada, en ocasiones. N1 yo misma se lo que me salla del
ajada profirió estas palabras, ni el temblor de la barbilla, en la alma: yo y mi mstrumento nos convertíamos en una sola cosa?
que se rizaban algunos pelillos negros. y entonces mis dedos ya no se movían sobre _un ~eclado: era !fll
-Pero a mí ya no me quiere ni la muerte -prosiguió-. alma la que yo ponía a llorar y a gritar. De¡e solo que le d1ga
No hay nada que hacer, señor Meis. Usted, la verdad, ¿qué que una noche (vivíamos, ll_li madre y yo, en un entresu~lS) la
ayuda podría ofrecerme? Ninguna. Como mucho, unas bue- gente empezó a pararse aba¡o en la calle, y ~uando ter;nme es-
nas palabras ... una pizca de compasión. Soy huérfana, y no tuvieron aplaudiéndome un buen rato. Casi me asuste.
tengo más remedio que seguir aquí, donde me tratan como -Pero a ver, señorita -le propuse entonces,yara darle ~1-
si fuera ... usted ya se habrá dado cuenta. Y no tienen ningún guna clase de consuelo-, ¿no podríamos alqu~larlo, un pla-
derecho, ¿sabe? Porque no me están haciendo ningún favor... no? No sabe cuánto me gustaría oírla tocar, y s1 usted ...
-No -me interrumpió-, iyo que voy a volver a tocar! -¿Pero de qué tiene miedo la señorita Adriana? -no
Para mí se acabó. Ahora me dedico a acompañar cancionci· pude por menos de decir, cada vez más irritado-. ¿No en-
llas picantes. Eso es todo. Se acabó ... tiende que con su proceder da pie a que él se crezca en su so-
-¿Pero el señor Papiano -me atreví esta vez a pregun· berbia y la tiranice aún más? Mire, señorita, yo, se lo
tar-l}unca le prometió que le devolvería ese dinero? confieso, les tengo una gran envidia a todos los que saben
-mi? -contestó rápidamente la señorita Caporale, con ponerle ganas y tomarle gusto a la vida, y los admiro. Así que
un arrebato de ira-. iComo para ir a pedírselo! Ahora sí, entre quien se resigna a hacer el papel de esclavo y quien
ahora me lo promete, que me lo devolverá, si yo le ayudo ... coge, aunque sea por la fuerza, el de amo, todas mis simpa·
Fíjese usted, quiere que sea yo quien le ayude, precisamente tías van hacia este segundo.
yo; ha tenido la desfachatez de proponérmelo así, como si La señorita Silvia percibió la vehemencia que había pues-
nada ... to en mis palabras, y con tono desafiante me respondió:
-¿Ayudarle? ¿Pero en qué? _¿y entonces por qué no empieza por rebelarse usted?
-En otra infamia más. mntiende? Sí, ya veo que va en· -¿Yo? '
tendiendo. -S~, usted, usted -reafirmó ella, mirándome a los ojos
-¿Adri ... la ... la señorita Adriana? -balbuceé. para p1carme.
-Justo. Debería convencerla yo. Yo, do oye? -¿Pero yo qué tengo que ver? -contesté-. Yo si acaso
-¿Para que se case con él? podría rebelarme de una sola forma: marchándome.
-Pues claro. ¿y sabe por qué? A esa pobre chica le corres- -Ahí está -certificó maliciosa la señorita Caporale-, a
ponden, o digamos mejor que deberían corresponderle, unas lo mejor es justo eso lo que Adriana no quiere que pase.
catorce o quince mil liras de dote: la dote de su hermana, que -¿Q.re yo me vaya?
nuestro amigo debería haber devuelto a don Anselmo después La mujer agitó en el aire el pañuelo hecho jirones y luego
de morir Rita sin hijos. Yo no sé en qué chanchullos anda me· se lo arrolló a un dedo mientras suspiraba:
tido él, pero lo cierto es que ha pedido un año de tiempo para -iQ.rién sabe!
devolver esa dote. Y espera que ... Silencio, que viene Adriana. Me encogí de hombros.
La noté muy encerrada en sí misma, más esquiva de lo ha· -Es hora de cenar -exclamé, y me fui sin más, dejándo-
bitual. Le pasó un brazo por la cintura a la señorita Capora· la allí en la terraza.
le, y a mí me dirigió un leve saludo con la cabeza. Después Decidido a dar batalla desde esa misma noche, al cruzar el
de las revelaciones que me acababan de hacer, me daba una pasillo me detuve delante del baúl sobre el que Escipión Pa-
rabia enorme verla allí delante de mí y pensar en su sumi- piano había vuelto a acurrucarse:
sión, en cómo se dejaba esclavizar por la odiosa tiranía de -Perdone -le dije-, ¿no podría usted buscarse otro si·
aquel canalla. Al poco rato entró en la terraza, como una tio donde estar más cómodo? Aquí me cierra el paso.
sombra, el hermano de Papiano. El muchacho me miró atontado, los ojos apagados, sin al-
-Ya lo tenemos aquí -dijo en voz baja la señorita Silvia terarse.
a Adriana. -mntiende lo que le digo? -insistí, zarandeándole.
Ésta bajó los ojos, sonrió con amargura, meneó la cabeza Nada, era como hablarle a un muerto. En ese momento se
y abandonó la terraza, no sin antes despedirse: abrió la puerta del fondo del pasillo y apareció Adriana.
-Disculpe, señor Meis. Buenas noches. -Por favor, señorita -le dije-, mire a ver si puede conven-
. -El espía -susurró la señorita Caporale, guiñándome el cer a este pobre muchacho de que vaya a sentarse a otra parte.
OJO. -Está enfermo -intentó disculparle Adriana.

[226]
-iPues con más razón! -repuse yo-. Éste no es un -Dóva ca l'C stó me car parent? 92 -se puso a gritar con ce-
buen sitio para él: aquí le falta aire ... y además así, sentado rrado acento turinés, sin quitarse ni de la cabeza un sombre-
encima de un baúl... ¿Qriere que hable yo con su hermano? rajo de alas levantadas que llevaba calado hasta los ojos, ojos
-No, no -se apresuró ella a responderme-. Ya se lo entornados, enturbiados por el vino, ni de la boca una pe-
diré yo, no se apure. queña pipa con la que parecía haber puesto a cocer la nariz,
-Compréndalo -añadí-. Antes los reyes tenían un más roja que la de la señorita Caporale-. Dóva ca l'e stó me
centinela en la puerta, de acuerdo, ¿pero yo ... ? car parent?
Perdí, a partir de aquella noche, el dominio de mí mismo; -Ahí lo tiene -dijo Papiano, señalándome; y después,
empecé a poner abiertamente a prueba la timidez de Adria- dirigiéndose a mí-: Don Adriano, mire qué sorpresa le trai-
na; cerré los ojos y me abandoné, fuera de toda reflexión, a go: el señor Francisco Meis, de Turín, pariente de usted.
mi sentimiento. -¿Pariente mío? -exclamé, paralizado.
iNuestra pobrecita ama de casa! Se la veía, ahora, como El hombre aquel cerró los ojos, hizo como un oso cuando
atrapada entre dos fuegos, entre el miedo y la esperanza. No levanta una de las patas delanteras y la tuvo un buen rato ten-
se atrevía a dar rienda suelta a la segunda, adivinando que yo dida, esperando que yo se la estrechara.
actuaba por despecho, pero por otra parte se notaba que el Yo dejé que se quedara en aquella postura para poder
miedo que tenía estaba a su vez motivado por la esperanza examinarlo bien; a continuación:
-hasta ese momento secreta y quizás inconsciente- de no -¿Qré broma es ésta? -pregunté.
perderme; por lo que, al alimentar yo ahora esa esperanza -mroma? Perdone, pero ¿por qué lo dice? -replicó Te-
con mis nuevas y resueltas maneras, ella no acababa tampo- rencio Papiano-. Mire que el señor Francisco Meis me ha
co de rendirse al miedo. asegurado que es su ...
Su justo desconcierto, su delicada circunspección impidie- -Cusin -apuntó el otro, sin abrir los ojos-. Tut i Meis i
ron en aquel momento que yo me enfrentara sin más dilacio- sóma parent93 .
nes conmigo mismo, e hicieron que me concentrase cada -iPero si yo no tengo el gusto de conocerle! -protesté.
vez más en mi tácito enfrentamiento con Papiano. -Oh ma cósta ca l'C bela! -exclamó él-. E epropi pé"r lon che
Yo suponía que él me plantaría cara a las primeras de cam- mi't són vnu a tróve94 .
bio, dejando a un lado sus acostumbrados cumplidos y for- -¿Meis? ¿De Turín? -pregunté yo, fingiendo esforzarme
malismos. Y en cambio no. Qritó a su hermano, como yo por hacer memoria-. iPero si yo no soy de Turín!
quería, de su puesto de guardia encima del baúl, e incluso lle- -¿Cómo? Pero oiga -terció Papiano-, ¿no me dijo us-
gó a bromear a propósito de lo cohibida y turbada que se ted que hasta los diez años había vivido en Turín?
mostraba Adriana en mi presencia:
-Discúlpela, señor Meis: de tan vergonzosa parece una
monjita, mi querida cuñada.
92 «A ver, ¿dónde está el bueno de este pariente mío?» Reproducimos, a lo
Aquella inesperada complacencia, aquel trato tan amisto- largo del capítulo, las intervenciones en dialecto piamontés de este personaje
so me dieron qué pensar. ¿Q¡é era lo que buscaba? tal como aparecen en el original, a la vez que facilitamos la traducción en
Una noche lo vi llegar a casa acompañado de un tipo que nota. Generalmente los cuidadores de ediciones italianas de la novela actúan
entró golpeando con fuerza el suelo con el bastón, como si de igual forma, traduciéndolas en nota al italiano estándar, ya que el piamon-
llevando como llevaba los pies metidos en unos zapatos de tés -como tantos otros dialectos italianos- no resulta inmediatamente
comprensible para el lector que no tenga una familiaridad con él.
tela que no hacían ningún ruido quisiera cerciorarse de esta 93 «Primo [... ]Todos los Meis somos parientes.>>

forma, a golpes de bastón, de que en efecto caminaba. 94 «iHombre, pues claro! [... ]Justamente por eso vengo a verte.»

[228]
-Por supuesto -continuó el otro entonces, harto de que -¿Ah sí? ¿Le conoció usted? ¿y cómo era?
se pusiera en duda algo para él indiscutible-. Cusin, cusin! Era ... ya no se acordaba,ftanc nen 99 .
Este señor... ¿cómo se llama? -A son passa trant'ani 100 ...
- Terencio Papiano, para servirle. No parecía obrar con mala fe, en absoluto; más bien pare-
- Terenciano 95 : a l'a dime che topare a te andait an America: cía un desgraciado que, para sobrellevar mejor el peso del te-
cosa ch'a veul di' lon? a veul di' che ti t' ses.fieul 'd barba Antoni ca dio y la miseria, había ahogado no ya sus penas sino sus se-
te andait 'ntlaAmerica. E nui soma cusin96 . sos en vino. Bajaba la cabeza, con los ojos cerrados, para
-Pero si mi padre se llamaba Pablo ... asentir a todas las sandeces que yo le decía por el gusto de pi-
-Antonil torrearme de él. Estoy seguro de que si le hubiera dicho que
-Pablo, Pablo y Pablo. Me lo va a decir a mí. de niños habíamos crecido juntos y que miles de veces le ha-
El tipo se encogió de hombros y estiró las comisuras de los bía tirado yo del pelo hasta arrancárselo, habría asentido
labios. igualmente. Bastaba con que no pusiera en duda una cosa:
-A m'smiavaAntoni -dijo frotándose el mentón cubier- que éramos primos. Sobre ese punto no admitía peros: era
to de una hirsuta barba de al menos cuatro días, casi entera- algo que se daba por hecho, se le había metido en la cabeza
mente gris-. '/ veui nen cotradite: sara pro Paolo. 1 ricordo nen y de ahí no iba a salir.
ben, perché mi' i l'hai,nen conossulo97 . Hubo un momento, sin embargo, en que al mirar a Papia-
iPobre diablo! El podía decirlo mucho mejor que yo no y al observar su cara de regocijo se me pasaron las ganas
cómo se llamaba aquel tío suyo que se había embarcado para de bromear. Despedí a aquel santo borrachín con un afectuo-
América, y sin embargo me dio la razón, porque pretendía a so -iQ¡erido pariente!-, y le pregunté a Papiano, mirán-
toda costa ser pariente mío. Me contó que su padre, el que dole fijamente a los ojos para hacerle comprender que si que-
era hermano de Antonio ... o sea de Pablo, de mi padre, y que ría jugar conmigo iba apañado:
también se llamaba Francisco, había tenido que dejar Turín -Bueno, y ahora haga el favor de decirme de dónde ha
cuando él era ancor masna98 , tenía siete años, y que había vi- sacado a ese elemento.
vido siempre -trabajando como modesto chupatintas-lejos -Le pido disculpas, don Adriano -empezó diciendo
de la familia, hoy aquí mañana allí. Bien poco sabía, pues, de aquel farsante, a quien no se podía dejar de reconocer una
sus parientes, tanto de los paternos como de los matemos: eso enorme dosis de genialidad-. Me doy cuenta de que no ha
sí, estaba seguro segurísimo de que era primo mío. sido una buena idea ...
¿Pero, y el abuelo? ¿Al abuelo por lo menos sí lo había co- -No, si sus ideas, buenas lo son siempre -repliqué yo--,
nocido? No pude dejar de preguntárselo. Y resultó que sí, basta con ver lo bien que se lo pasa.
que lo había conocido, no recordaba exactamente si en Pavía -Para usted no ha sido agradable, me doy cuenta. Pero
o en Piacenza. créame, todo ha ocurrido por casualidad. Mire: esta mañana
he tenido que ir a la oficina de recaudación por encargo de
95 Nuevo clin d'oeil de Pirandello al lector culto: Terenciano fue un poeta mi jefe el marqués. Estando allí he oído gritar en voz alta:
latino de hacia finales del siglo n d. C. <<iSeñor Meis! iSeñor Meis!>> Yo voy y me vuelvo creyendo
96 <<Terenciano me ha dicho que tu padre se marchó a América. ¿y eso qué que usted también está allí para algún asunto suyo: quién
quiere decir? Pues que tú tienes que ser hijo de mi tío Antonio, el que se fue sabe, me digo, a lo mejor puedo ayudarle en algo, para mí
a América, así que somos primos.»
97
<<Creía Antonio [... ] Pero no voy a llevarte la contraria: si tú lo dices será
Paolo. Yo no me acuerdo bien, porque nunca lo conoCÍ.>> 99 <<la verdad».
98 loo <<Han pasado treinta años ... »
<<aún muy chico».

[230] [231]
habría sido todo un placer. Pero no, llamaban a este elemen- día haberle dado el español? Me había visto en Mantecado.
to, como bien ha dicho usted; y entonces así... por curiosi- ¿Le había dicho yo entonces que me llamaba Matías Pascal?
dad, me he ace_rcado a é} y le he preguntado si era verdad que Podía ser. No lo recordaba ...
se llamaba Me1s y de donde era, porque yo tenía el gusto, el Me encontré, sin querer, delante del espejo, como si al-
honor de hospedar en mi casa a un señor Meis ... Así es como guien me hubiera llevado de la mano hasta él. Me miré.
ha ido la cosa. Él me ha asegurado que ustedes dos tenían iAquel maldito ojo! ¿A que por su culpa el hombre aquel iba
que ser parientes, y ha querido venir a conocerle ... a reconocerme? ¿Pero cómo era posible, cómo era posible
-mn la oficina de recaudación? que Papiano hubiera logrado llegar hasta allí, hasta mi estan-
-Sí señor, está empleado allí: recaudador auxiliar. cia en Mantecado? Era eso lo que más me intrigaba. Mien-
¿Debía creerle? Decidí comprobarlo. Y era verdad, sí, pero tras tanto, en cualquier caso, ¿qué hacer? Nada. Qyedarrne a
no era. menos verdad que Papiano albergaba sospechas y esperar que pasara lo que tuviera que pasar.
que, m1entras que yo buscaba encararme con él para desba- Pero no pasó nada. Y sin embargo el miedo no me aban-
ratar sus ocultos tejemanejes presentes, él me rehuía, en cam- donó, ni siquiera la noche de ese mismo día, cuando, al des-
bio, me rehuía para ir a hurgar en mi pasado y atacarme lue- velarme Papiano el misterio para mí angustioso e irresoluble
go casi por la espalda. Conociéndolo como lo conocía, no de aquella visita, comprendí que no estaba ni de lejos sobre
me faltaban razones para temer que, con su olfato, fuera un la pista de mi pasado, y que había sido la casualidad, esa que
sabueso de esos que no necesitan ventear mucho para orien- ya desde hacía tiempo venía otorgándome sus favores, la que
tarse. iY ay de mí si llegaba a oler el más mínimo rastro! No había querido hacerme otro más, interponiendo de nuevo
dudaría en seguirlo hasta el molino de la Stia. en mi camino al español aquel, que a lo mejor no se acorda-
Menudo fue, pues, el susto que tuve cuando, al cabo de ba de mí lo más mínimo.
pocos días, mientras yo estaba leyendo en mi habitación lle- Por las informaciones que Papiano me dio acerca de él, yo
gó desde el pasillo -desde el otro mundo, me pareció a en Mantecado no habría podido dejar de encontrármelo,
mí- una voz, una voz que yo aún conservaba bien fresca en porque era jugador de profesión. Lo raro era que me lo hu-
la memoria: biera encontrado ahora en Roma, o más exactamente que
-E aún do grazies a Dios por habermela quitada di encima. yo, al venir a Roma, hubiera ido a parar a una casa cuyo um-
mi español? mi españolito aquel barbudo y achaparrado bral también él podía traspasar. Claro que, si yo no hubiera
de. Mantecado? ¿Aquel que quería jugar conmigo y con tenido nada que temer, tal coincidencia no me habría pareci-
qmen había acabado peleándome en Niza? ... iDiantre de Pa- do tan rara: porque ¿cuántas veces no ocurre que nos topa-
piano, ahí estaba el rastro, había conseguido dar con él! mos inesperadamente, por azar, con alguien que hemos co-
. Me puse en pie de un salto, y tuve que agarrarme a la me- nocido en otra parte? Además, él tenía -o por lo menos
sllla para no caerme, tal fue el desasosiego y la conmoción creía tener- sus buenas razones para venir a Roma y para
que sentí. Espeluznado, aterrorizado, agucé los oídos prepa- pasar por casa de Papiano. La culpa en todo caso era mía, o
r~do para escabullirme tan pronto como aquellos dos -Pa- de la casualidad, que me había obligado a afeitarme la barba
ptano y el español (era él, no cabía duda: su voz era incon- y a cambiar de nombre.
fundible)- hubieran atravesado todo el pasillo. mscabullir- Unos veinte años atrás, el marqués Giglio d'Auletta, aquel
m_e? ¿p~ro y si Papiano, al entrar, le había preguntado a la a quien Papiano hacía de secretario, había casado a su única
cnada s1 yo estaba en casa? ¿cómo iba a tomarse mi repenti- hija con don Antonio Pantogada, agregado de la embajada
na salida? Además, ¿y si ya sabía que yo no era Adriano de España en la Santa Sede. A poco de la boda, Pantogada,
Meis? Bueno, a ver, más despacio. ¿qyé informaciones po- tras ser sorprendido una noche por la policía jugando en un
garito junto con miembros de la aristocracia romana, había Tuve razón en enfadarme, y tú lo sabes. Ahora bien, ¿que te
sido llamado a Madrid. Allí más de lo mismo, si no cosas parece que solucionas la papeleta -por esta vez- quitándo-
peores, por lo que le habían obligado a abandonar la carrera te de la cara la última marca que conservas de mí? Pues en-
diplomática. De ahí en adelante el calvario había sido para el tonces hazle caso a la señorita Caporale y llama al doctor
marqués d'Auletta, que había tenido que mandar continua- Ambrosini para que te ponga derecho el ojo. Luego ... ia ver
mente dinero para pagar las deudas de juego de su incorregi- qué pasa!>>
ble yerno. La mujer de Pantogada había muerto hacía cuatro
años, dejando a una jovencita de unos dieciséis que el mar-
qués había querido tomar a su cargo, asustado ante la pers-
pectiva de que quedara en otras manos demasiado bien co-
nocidas. Pantogada habría preferido no dejársela arrebatar,
pero obligado por una imperiosa necesidad de dinero había
acabado cediendo. Ahora amenazaba sin cesar al suegro con
volver a llevársela, y precisamente ese día estaba en Roma
por ese motivo, es decir, para sacarle más dinero al pobre
marqués, consciente como era de que por nada del mundo
le entregaría a Pepita, su adorada nieta.
Tenía palabras durísimas, Papiano, para el infame chantaje
de Pantogada. Y era realmente sincero aquel generoso enfa-
do. Mientras él hablaba, yo no podía dejar de admirar el pri-
vilegiado mecanismo de su conciencia, la cual era capaz de
indignarse de aquella forma, con toda sinceridad, ante las ini-
quidades de los demás, y luego no le impedía hacer otras
iguales o muy parecidas a él, con toda la tranquilidad del
mundo, a expensas del bueno de Paleari, su propio suegro.
A todo esto el marqués Giglio, en aquella ocasión, no es-
taba dispuesto a transigir. De lo que se seguía que Pantogada
iba a quedarse en Roma bastante tiempo y que sin duda ven-
dría a casa a ver a Terencio Papiano, con quien debía de en-
tenderse a las mil maravillas. Estaba claro, pues, que iba a tro-
pezarme con el español cualquier día. ¿Qyé hacer?
No teniendo nadie más a quien recurrir, lo consulté de
nuevo con el espejo. La imagen del difunto Matías Pascal
apareció sobre aquella superficie como salida del fondo de la
acequia, con aquel ojo que era la única cosa que había que-
dado de él, y me habló en estos términos:
<<iEn qué embrollo te has metido, Adriano Meis! Papiano
te da miedo, confiésalo, y te gustaría echarme la culpa a mí,
otra vez, sólo porque en Niza me enfadé con el español.
conmigo, acompañándome en mi habitación todo el día.
iCon su pensamiento, vaya un consuelo! ¿Para qué lo que-
ría, su pensamiento, si el mío también iba todo el día deli-
rando detrás de ella por todos los rincones de la casa? Sólo
ella podía confortarme: no podía, debía; ella que más que
nadie estaba en condiciones de entender hasta qué punto
se me podía hacer pesado el aburrimiento, hasta qué punto
me podía corroer el deseo de verla o por lo menos de sen-
tirla cerca de mí.
XIII La ansiedad y la sensación de fastidio se vieron además in-
crementadas por la rabia que me produjo el enterarme de
EL FAROLILLO que Pantogada había dejado súbitamente Roma. iComo que
me habría recluido allí, cuarenta días a oscuras, si hubiera

e
sabido que aquél iba a marcharse tan pronto!
UARENTA días a oscuras. Para consolarme, don Anselmo Paleari se ofreció a demos-
Muy ~ien, sí,.fue muy bien la operación. Sólo que trarme, mediante un largo razonamiento, que aquella oscuri-
~ lo meJor el OJO me quedaría un poquitín, apenas dad era imaginaria.
un poqmtín más grande que el otro. iQyé remedio! Y por el -amaginaria? (Esto imaginario? -le grité.
momento eso, a oscuras durante cuarenta días metido en mi -Deje que le explique.
habitación. Y me expuso, quizá con el propósito de prepararme de
~de ~xperimentar por mí mismo que el hombre, cuando paso para las prácticas de espiritismo que, destinadas a entre-
esta sufnendo, ~e hace una ~eterminada idea del bien y del tenerme, iban a tener lugar esta vez en mi habitación, me ex-
mal, a saber, la 1dea de un hlen que espera recibir de los de- puso, como digo, una teoría filosófica que él tenía, enrevesa-
más y que reclama, como si su mismo sufrimiento le diera da como una madeja, y que podría haberse llamado, por
derecho a tales compensaciones, y la idea de un mal que él ejemplo,faroliUosofia.
puede causar a los demás, como si su sufrimiento le autoriza- De cuando en cuando, mi esforzado conversador se inte-
~a igualment~ a ello. Y si de los demás no recibe el bien que rrumpía para preguntarme:
el cree que t1enen el deber de hacerle, se molesta, mientras -¿Duerme usted, señor Meis?
que para todo el mal que él se cree con todo el derecho de Yo sentía la tentación de responderle:
causar, encuentra fácilmente disculpa. -Así es, don Anselmo, duermo.
Lle~aba unos pocos días de negro encierro y el deseo, la Pero como en el fondo su intención era buena, hacerme
neces1dad de que alguien de una u otra forma me conforta- compañía, le respondía en cambio que me lo estaba pasando
ra se hacía ya exasperante. Sabía, sí, que no estaba en mi la mar de bien y lo invitaba por favor a continuar.
casa, y q~e por lo tanto podía dar gracias de que mis case- Y don Anselmo, prosiguiendo, me explicaba que, para
ros me d1spensaran, como hacían, las más delicadas aten- desgracia nuestra, nosotros no somos como el árbol, que
ciones. Pero ya no me bastaban esas atenciones e incluso vive y no se siente a sí mismo, para el que la tierra, el sol, el
me irritab~n? como si fueran fruto del despecho. Claro: aire, la lluvia, el viento, no son cosas distintas de él: cosas be-
porque ad1Vlnaba de dónde venían. Por medio de ellas neficiosas o nocivas. A los hombres, desde que nacemos, se
Adriana daba prueba de estar, con su pensamiento, siempre nos concede un nefasto privilegio: el de sentirnos vivir, con el

[237]
bonito engaño que eso conlleva, el de tomar por una reali- si ocurre que ese sentimiento se divide, entonces queda en
dad externa este sentimiento de la vida interior nuestro cam- pie la farola del término abstracto, pero dentro de la caja la
biante y dispar dependiendo del momento, de las circu~stan­ llama de la idea empieza a crepitar, a tiritar, a parpadear, que
cias y de los golpes de la fortuna. es lo que suele acontecer en todos los momentos llamados
Para don Anselmo este sentimiento de la vida era justa- de transición. Tampoco son raras, en la historia, algunas te-
mente como un farolillo que cada uno de nosotros lleva en- rribles ventoleras que apagan de golpe todas las farolas. Da
cendido dentro; un farolillo que nos muestra lo perdidos gusto ver, entonces, en la oscuridad que repentinamente
que andamos por el mundo, que nos muestra el bien y nos acaba de hacerse, el indescriptible desbarajuste de los faroli-
muestra el mal; un farolillo que proyecta a nuestro alrededor llos individuales: uno tira para acá, otro para allá, uno da
un círculo más o menos amplio de luz, más allá del cual está media vuelta, otro la vuelta completa; ninguno de ellos en-
la negra sombra, la espantosa sombra que no existiría si no cuentra ya el camino: chocan, se agrupan diez o veinte por
tuviéramos encendido dentro el farolillo, pero en la que no un momento, pero no logran ponerse de acuerdo y vuelven
tenemos más remedio que creer mientras aquella llama se a desperdigarse en medio de una total confusión, llevados
mantenga viva en nuestro interior. Ahora bien, cuando al fi- por un ansia impetuosa: como hormigas que no encontra-
nal se apague de un soplo, ¿hay que pensar que entraremos, ran la entrada del hormiguero, taponada por algún niño
tras la evanescente ilusión del día, en una noche perpetua? cruel con ganas de divertirse 101 . Yo diría, señor Meis, que
¿_No será más bien que quedaremos a merced del Ser, que ahora nos encontramos en uno de esos momentos. Reina la
simplemente habrá roto las vanas formas de nuestra razón? oscuridad y la confusión. Las grandes farolas se han apaga-
-¿Duerme, señor Meis? do todas. ¿A quién hay que acudir? ¿Acaso tenemos que
-Siga, siga usted, don Anselmo, que yo no me duermo. volver atrás? ¿Acudir a las lamparillas que quedaron ahí, las
Ya es como si lo. estuviera viendo, ese farolillo que dice. que los muertos ilustres dejaron encendidas encima de sus
-Ah, muy bten ... Pero bueno, ya que tiene usted el ojo tumbas? Me viene a la memoria un bonito poema de Nic-
tocado, no nos adentremos demasiado en cuestiones filosó- coloTommaseo:
ficas, ¿eh?, y divirtámonos mejor persiguiendo a las luciér-
nagas perdidas por la oscuridad de la aventura humana: me Mi ldmpara pequeña
refiero a nuestros farolillos. Yo antes que nada destacaría Como el sol no deslumbra,
q~e los hay ~e diversísimos colores, ¿no le parece?, depen- Ni como elfuego abrasa;
dtendo del cnstal qu~ nos suministra la ilusión, que es una No abruma y no arrasa,
grat:I vendedora de cnstales de colores. Aun así opino, señor Mas su llama se encumbra
Mets, que en ciertas épocas de la historia, como en ciertos Hacia Qstien me la dio.
perí~d?s de la vida del individuo, puede observarse el pre-
d_omrmo de un determinado color, ¿no? En cada época, Viva sobre mi tumba,
ctertamente, suele crearse entre los hombres cierta coinci- Nunca lluvia o nevada
dencia de sentimientos que dan luz y color a esas grandes fa- Con ella acabarán;
rolas que son los términos abstractos: Verdad, Virtud, Belleza
H?nor, y qué sé yo .. : ¿y no diría usted que por ejemplo er~
r<?Ja la farola de la Vtrtud pagana? De color violeta, en cam- 101 Leopardi había descrito la natura crudel como un niño travieso que se
bio, un color deprimente, la de la Virtud cristiana. La luz de divierte en un caprichoso e ininterrumpido juego de construcción y destruc-
una idea común es alimentada por el sentimiento colectivo; ción (Palinodia al marchese Gino Capponi, v. 154 y ss.).
Y cuantos pasarán pio los filósofos y que ahora, aun cuando renuncie a explo-
Con la luz apagada, rarlo, no es negado por la ciencia, no fuera en el fondo más
Allí la encenderán 102 • que un engaño como otro cualquiera, una ilusión de nuestra
mente, una fantasía que no se viste de colores? ¿y si nos con-
,¿Pero, cómo encenderla, señor Meis, si a nuestra lámpara venciéramos de una vez de que todo ese misterio no es algo
le falta el aceite consagrado que alimentaba la del Poeta? Son externo a nosotros, sino que existe sólo en nuestro interior, y
aún muchos los que van a la iglesia a proveerse del combus- debe necesariamente ser así, por el dichoso privilegio de ese
tible necesario para sus quinqués. Son, sobre todo, pobres sentimiento que nosotros tenemos de la vida, es decir, de ese
mujeres y viejos estafados por la vida y que tiran adelante, farolillo del que le vengo hablando hasta ahora? ¿y si en de-
por la oscuridad de la existencia, con aquel sentimiento den- finitiva la muerte, que tanto tememos, no existiera y fuera
tro encendido como si fuera una lámpara votiva, una lámpa- simplemente, no ya la extinción de la vida, sino el soplo que
ra que protegen con cuidadoso afán del gélido soplo de los apaga este farolillo nuestro interior, el calamitoso sentimien-
últimos desengaños, ya que al menos tiene que permanecer to que tenemos de ella, un sentimiento que es de miedo y de
encendida hasta allí, hasta el margen fatal hacia el que corren congoja porque está limitado, porque está definido por ese
presurosos sin apartar los ojos de la llama y sin dejar de pen- círculo de sombra ficticia que queda más allá del corto alcan-
sar continuamente <<iDios me está viendo!>> para no oír el gri- ce del pobre halo de luz que nosotros, pequeñas luciérnagas
terío de la vida que los rodea y que suena a sus oídos como perdidas, proyectamos a nuestro alrededor y dentro del cual
un sinfin de blasfemias. <<Dios me está viendo ...>>: porque nuestra vida queda como aprisionada, como excluida por un
ellos lo ven, y no sólo dentro de sí, sino en todas las cosas, tiempo de la vida eterna y universal a la que creemos que va-
también en sus miserias y sufrimientos, que al final habrán mos a volver algún día, cuando resulta que ya estamos meti-
de verse recompensados. La claridad débil pero apacible de dos en ella y siempre lo estaremos, aunque ya sin ese senti-
estos quinqués en muchos de nosotros despierta, ciertamen- miento de exilio que nos angustia? El límite es ilusorio, es pro-
te, una envidia no exenta de angustia; a esos otros que en ducto de nuestra escasa luz, de nuestra escasa luz individual:
cambio se creen, como si cada uno de ellos fuera un Júpiter, en la realidad de la naturaleza no existe. Nosotros (a ver qué le
señores del rayo domesticado por la ciencia y en lugar de parece esto que voy a decirle), nosotros siempre hemos vivido
aquellos quinqués ostentan triunfantes las bombillas eléctri- y siempre viviremos en relación con el universo; también aho-
cas, les inspira una desdeñosa compasión. Ahora bien, yo me ra, tal como somos en la actualidad, tomamos parte en todas
pregunto, señor Meis: ¿y si toda esa oscuridad, y si todo ese las manifestaciones del universo, sólo que no lo sabemos, no
enorme misterio sobre el que en vano especularon al princi- lo vemos, porque desgraciadamente nuestra maldita lucecita
llorona sólo nos deja ver el poco espacio que ella abarca. iY si
por lo menos nos lo dejase ver tal como es en realidad! Pero
102 Transcribimos el texto original: La piccola mia lampa 1 Non, come sol, ris-
no: nos lo pinta con los colores que quiere, y nos enseña unas
p!ende, 1Né, come incendio,fuma; 1 Non stride e non consuma, 1 Ma con la cima ten- cosas que ibueno!, si pasando a otra forma de existencia nos
de 1 Al ciel che me la die. 11 Stara su me, sepolto, 1 Viva; népioggia o vento, 1 Né in
lei le eta potranno; 1 E quei che passeranno 1 Erran ti, a fume spento, 1 Lo accenderan quedamos sin boca vamos a lamentar de veras no podemos
da me. Niccolo Tommaseo (1802-1874), importante lexicógrafo e investiga- reír. Porque nos íbamos a reír bien, señor Meis, de todos los es-
dor de la poesía popular, desplegó su intensa actividad crítica, filológica y li- túpidos e inútiles padecimientos que la lucecita nos ha causa-
teraria en el marco del romanticismo católico italiano, dentro del cual derivó
hacia posiciones republicanas y de un cristianismo populista reivindicador de
do, de todas las sombras, de todos los ambiciosos e inverosí-
los principios del Evangelio. De su obra literaria destacan justamente las Poe- miles fantasmas que nos ha puesto delante y alrededor, de los
sie (edición definitiva de 1872) y la novela Fede e Bellezza (1840). temores que nos ha inspirado.

[240] [241]
Pero a ver, ¿por qué don Anselmo Paleari, pese a hablar nante de los resultados, la teosofia se encargaba de suminis-
tan mal -y con razón- del farolillo que todos y cada uno trarle una explicación sobradamente plausible. Los seres su-
de nosotros llevamos encendido dentro, quería ahora encen- periores del Plano Mental, o de más arriba, no iban a bajar a
der otro allí en mi habitación, otro de cristales rojos para sus comunicar con nosotros a través de un médium: había que
prácticas de espiritismo? ¿No bastaba y sobraba ya con uno? conformarse, pues, con vulgares comparecencias de almas de
No dudé en preguntárselo. difuntos inferiores, del Plano Astral, o sea el más cercano al
-iPara contrarrestar! -me contestó-. Contra un faroli- nuestro: ahí está 103 .
llo otro farolillo. Además, el rojo al rato hay que apagarlo. ¿y quién iba a decirle que no?''.
-¿Ah, y según usted ésa es la mejor manera de ver algo? Yo sabía que Adriana siempre había rehusado asistir a las
-me atreví a objetar. sesiones. Desde que yo estaba encerrado a oscuras en mi ha-
-Mire usted -rebatió con presteza don Anselmo-, lo bitación, en contadas ocasiones había entrado a preguntar-
que llamamos luz puede servirnos para ver y ser engañados me cómo estaba, y nunca sola. Siempre daba la impresión de
aquí, en lo que llamamos vida; para ver más allá créame, no que me hacía la pregunta -y así era- por puro formalismo.
sirve de nada, sino que estorba. Ciertos científicos de cora- iDemasiado bien lo sabía cómo estaba yo! Incluso me pare-
zón mezquino y de aún más mezquina inteligencia se empe- cía notar cierto matiz pícaro y burlón en su voz, porque cla-
ñan en creer, para su comodidad, que con estos experimen- ro, ella ignoraba la razón por la que yo de la noche a la ma-
tos se hace un ultraje a la ciencia y a la naturaleza. iVaya una ñana había resuelto someterme a la operación, y debía de
estúpida arrogancia! iNada de eso! Nosotros nos propone- juzgar, pues, que si sufría era por vanidad, o sea por querer
mos descubrir otras leyes, otras fuerzas, otra vida que dentro parecer más guapo, o menos feo, siguiendo el consejo de la
de la naturaleza, sin salirnos ni un ápice de ella, nos lleven señorita Caporale de arreglarme el ojo.
más allá de lo que es la exigua experiencia normal; nos pro- -Así así, señorita -le contestaba-. No veo nada ...
ponemos violentar la limitadísima percepción de la natural~­ -Bueno, pero va a ver, más adelante, y va a ver mejor
za que nos facilitan habitualmente nuestros angostos sentl- -decía entonces Papiano.
dos. Y bien, dicho esto, ¿no son los científicos los primeros en
reclamar un recinto con una atlnósfera y unas condiciones
'' «Fe -escribía Maese Alberto Florentino 104- es substancia de cosas que
que garanticen el éxito de sus experimentos? ¿Acaso se puede se anhelan, y defensa y prueba de cosas que no dan muestra de sÍ.» (Nota del
prescindir en fotografia de la cámara oscura? (Entonces? padre Eligio Pellegrinotto.)
iComo si no pudiera uno hacer las debidas comprobaciones,
103
en la oscuridad! iAnda que no hay maneras! Dentro de la escala de menor a mayor perfección en que la doctrina del
espiritismo clasifica a los espíritus, aquellos que -como el que será evocado
Don Anselmo, sin embargo, como pude apreciar al cabo a continuación- se manifiestan a base de golpes (espíritus golpeadores) per-
de unos días, no efectuaba comprobación alguna. Claro, es tenecen en efecto a las clases inferiores. Los distintos rangos corresponden a
que los suyos eran experimentos que se hacían en familia. esferas concéntricas en tomo a la tierra por las que el espíritu se eleva gradual-
¿cómo iba a sospechar que la señorita Caporale y Papiano se mente.
104 Es Alberto Arnoldi, o Alberto di Arnoldo, escultor activo en Florencia
deleitaban engañándole? ¿y por qué iban a hacerlo? ¿Qté a mediados del siglo XIV, recordado sobre todo por sus trabajos en el campa-
gusto podían encontrar en ello? A él no hacía falta conv~n­ nario del Duomo. Interviene en dos de los cuentos de las Trecentonovelle de
cerle: no tenía ninguna necesidad de montar aquellas seslO- Sacchetti, el CXXXVI y el CCXXIX: un grande maestro florentino d'intagli di
nes para reforzar sus creencias. Y con lo bonachón que era, marmo chiamato maestro Alberto [un gran maestro florentino de tallas de már-
mol llamado maese Alberto]. No pertenece a ninguno de ambos textos, en
no alcanzaba a imaginar que pudiera haber otros posibles todo caso, nuestra cita, cuya procedencia la crítica no ha acertado a deter-
motivos para engañarle. En cuanto a lo pueril y decepcio- mmar.
Al amparo de la oscuridad, yo levantaba el puño, y poco que me describía como una muchacha muy formal y digna,
faltaba para que lo descargara contra su cara. Y es que él ha- voluntariosa e inteligente, de talante decidido, despierta y vi-
cía lo que hacía aposta para que yo perdiera la poca pacien- vaz; y encima bonita, ihuy!, bonita bonita, morena, delgada
cia que me quedaba. No podía ser que no se diera cuenta del y bien formada a la vez; realmente explosiva, con un par de
enojo que me producía: yo se lo daba a entender de todas las ojos que fulminarían a cualquiera y una boca para comérse-
formas posibles, bostezando, resoplando, pero él allí, sin de- la a besos. No decía una palabra de la dote: -iUna mujer de
jar de entrar -él sí- casi cada noche en mi habitación, don- las que visten!-, todo el caché del marqués d'Auletta, nada
de permanecía horas enteras, hablando sin parar. En aquella más y nada menos. Qyien sin duda estaba predispuesto a
oscuridad su voz casi me quitaba la respiración, hacía que me darla pronto en matrimonio, no sólo porque así se libraría de
retorciera sobre mi silla como sobre un lecho de espinas, que las vejaciones de Pantogada, sino porque además abuelo y
se me crisparan los dedos: algunas veces habría querido estran- nieta no se llevaban demasiado bien: el marqués tenía un ca-
gularlo. ¿Qye si esto él lo adivinaba? ¿Qye si lo notaba? Justo rácter débil y se había quedado anclado en un mundo muer-
entonces su voz se hacía más suave, casi acariciadora. to; Pepita en cambio era una persona fuerte, rebosante de
Siempre necesitamos echarle a alguien la culpa de nuestros vida.
males y desgracias. Papiano, a fin de cuentas, hacía todo ms que no veía que cuanto más me elogiaba a esta Pepita
aquello para incitarme a abandonar la casa, cosa que yo -y más crecía mi antipatía hacia ella? iY eso sin haberla conoci-
ojalá por aquellos días la voz de la razón se hubiera dejado do aún! Iba a tener ese gusto -decía- muy pronto, porque
oír en mi interior- habría debido agradecerle eón toda el él quería animarla a participar en nuestras próximas sesiones
alma. ¿Pero cómo iba yo a hacer caso de esa voz; de esa ben- de espiritismo. También conocería al marqués Giglio d'Au-
dita voz de la razón, cuando resulta que se dejaba oír preci- letta, · el cual, después de todo lo que él, Papiano, le había
samente por boca de él, de Papiano, que para mí, era eviden- contado de mí, estaba deseando estrechar mi mano. Sólo
tísimo, no podía tener razón de ninguna de las maneras? que el marqués ya no salía de casa, y desde luego nunca ha-
¿Porque para qué quería echarme, en definitiva, sino para bría tomado parte, dadas sus ideas religiosas, en una sesión
aprovecharse de Paleari y para arruinarle la vida para siempre de espiritismo. ,
a Adriana? Esto era lo único que yo entonces conseguía sa- -¿Pero cómo? -pregunté-. mi no y permite en cam-
car en claro de toda aquella verborrea suya. ¿Cómo imaginar bio que tome parte su nieta?
que la voz de la razón hubiera podido elegir justamente los -iHombre, porque sabe que la chica está en buenas ma-
labios de Papiano para hablarme? O a lo mejor era yo quien, nos! -reaccionó arrogante Papiano.
para no tener que escucharla, la ponía en labios de él, y así Ahí ya me callé. ¿Por qué Adriana rehusaba asistir a aque-
me parecía injusta, ahora que ya me sentía unido al engrana- llas prácticas? Por causa de su pudor religioso. Pero si la nie-
je de la vida y un ansia me devoraba, un ansia no propiamen- ta del marqués Giglio iba a tomar parte en las sesiones con el
te motivada por la oscuridad, ni por lo mucho que Papiano consentimiento de un abuelo clerical, ¿no podía participar
me fastidiaba con su conversación. también ella? Intenté persuadida, con este argumento, la vís-
¿Qye de qué me hablaba? Pues de Pepita Pantogada, no- pera de la primera sesión.
che tras noche. Había entrado en mi habitación con su padre, quien al oír
A pesar de mi modestísimo tren de vida, se le había meti- que se lo proponía:
do en la cabeza que yo era muy rico. Y ahora, para apartar a -Siempre estamos en las mismas, señor Meis -suspi-
Adriana de mi pensamiento, parecía acariciar la idea de hacer ró-. La religión, frente a este problema, levanta los brazos y
que me enamorara de la nieta del marqués Giglio d'Auletta, sale corriendo, igual que la ciencia; cuando nuestros experi-
mentos, como ya le he explicado mil veces a mi hija, no son luz, una luz poco menos que sideral. Como se lo digo: toda-
para nada contrarios ni a la una ni a la otra. Es más, en parti- vía no hemos conseguido <<materializaciones»105 , pero sí lu-
cular para la religión son una buena prueba de las verdades ces, que usted tendrá ocasión de ver si la señorita Silvia se ha-
que defiende. lla esta noche en una buena disposición. Comunica con el
-¿No puedo tener miedo? -objetó Adriana. espíritu de un antiguo compañero suyo de la Academia,
-¿Miedo de qué? -rebatió el padre-. ¿De conseguir muerto (Dios nos libre) de tisis a los dieciocho años. Era de ...
esa prueba? no sé, de Basilea, creo, pero llevaban ya mucho tieJ?PO; él y
-¿o de la oscuridad? -añadí yo-. Pero si estaremos to- su familia viviendo en Roma. Un genio de la músiCa, 1.sabe
dos aquí con usted, señorita. ¿va a ser la única que falte? usted?, t~ncado por una muerte cruel antes de que pudiera
-Es que yo ... -respondió con empacho Adriana-, yo dar sus mejores frutos; o por lo menos eso dice la señorita
no creo, no puedo creer en esas cosas ... no puedo, y... eso. Caporale. Ya desde antes de saber que tenía facultades me-
No pudo añadir nada más. Pero por el tono de voz, por su dianímicas ella comunicaba con el espíritu de Max. Porque
turbación, comprendí que no era sólo la religión lo que im- así se llamaba, Max... veamos, Max Oliz, si no me equivoco.
pedía a Adriana asistir a aquellos experimentos. El miedo Y como se lo digo: poseída por este espíritu ella improvisaba
que había alegado para justificarse podía obedecer a otras al piano hasta caer al suelo desmayada, en ocasiones. Incluso
causas, causas que don Anselmo no sospechaba. ¿O es que le una noche la gente empezó a pararse abajo en la calle, y des-
dolía asistir al humillante espectáculo de ver a su padre ri- pués estuvieron aplaudiéndola ...
dículamente engañado por Papiano y la señorita Caporale? -Y la señorita Caporale casi se asustó -añadí yo con
No tuve valor para seguir insistiendo. toda naturalidad.
Pero ella, como si hubiera leído en mi corazón la decep- -¿Ah, conque ya lo sabe? -se sorprendió Papiano._
ción que su negativa me producía, dejó escapar, en medio de -Ella misma me lo contó. ¿Así pues lo que aplaud1eron
la oscuridad, un <<Sin embargo ... >> que yo agarré al vuelo de in- fue la música de Max tocada por las manos de la señorita Ca-
mediato: porale?
-iOh, qué bien! ¿Así pues la tendremos con nosotros? -iExacto! Lástima que no tengamos ningún piano en
-Sólo por una noche, mañana -concedió ella, son- casa. Hemos de conformarnos con algún que otro motivo,
riendo. con alguna que otra melodía ejecutada con la guitarra. Si us-
Al día siguiente, avanzada la tarde, Papiano vino a prepa- ted supiera cómo se enfurece Max: a veces llega hasta a arran-
rar la habitación: trajo una mesilla rectangular, de madera de car las cuerdas ... Ya le oirá, ya, esta noche. Bueno, me parece
abeto, sin cajones, sin barnizar, muy tosca; desembarazó un que todo está en su sitio. . . . .
rincón de la habitación, donde colgó una sábana atándola a -Dígame una cosa, don Terenc10. Por cunos1dad -qmse
un cordel; luego fue a por una guitarra, un collar de perro preguntarle antes de que saliera de la habitación-, ¿usted
con cascabeles y demás objetos. Estos preparativos se hicie- cree en todo esto?, ¿se lo cree realmente?
ron a la luz del consabido farolillo de cristales rojos. Mien- -Pues mire -respondió enseguida, como si ya se espera-
tras los llevaba a cabo, Papiano no paró de hablar -por su- ra la pregunta-. Para ser sincero, no acabo de verlo claro.
puesto- ni un solo instante.
-La sábana, ¿sabe usted?, sirve ... ¿cómo explicarlo? sirve 105 Es la manifestación (cfr. nota siguiente) en que el espíritu se hace par-
de ... como de acumulador, digámoslo así, de esa fuerza mis- cial o totalmente visible tomando la misma silueta o figura que tuvo en v1da.
Raras veces se dan casos de materialización en las sesiones espiritistas. Mucho
teriosa. Ya verá cómo se agita, señor Meis, cómo se hincha más comunes, ciertamente, los efectos luminosos a los que se alude a
igual que una vela, cómo se ilumina a veces con una extraña continuación.
-Ya ya ... mento de articularla, tuviera miedo de hacerse daño en la
-Sí, pero no porque las sesiones se hagan a oscuras, no. lengua. .
Los fenómenos, las manifestaciones 106 son reales, sobre eso -Adriano Mei -me decía, como si fuéramos amigos de
no hay nada que decir: es algo innegable. No vamos ahora a toda la vida.
dudar de nosotros mismos ... -Adriano Tui -estaba yo por responderle 109.
-¿Ah no? ¿Pero cómo que no? Entraron las mujeres: Pepita, el aya, la señorita Caporale,
-Perdone. No le entiendo. Adriana.
-iNos engañamos con tanta facilidad! Máxime cuando -aú también? ¿y cómo es eso? -le dijo Papiano con
tenemos ganas de creer en algo ... desdén.
-Pero yo no, oiga, yo no tengo ganas -protestó Papia- Otra sorpresa que tampoco se esperaba. Yo entretanto ya
no-. Mi suegro, que está muy metido en estos estudios, él había adivinado, por cómo había sido recibido Bernáldez,
sí cree. Yo mire, además es que no tengo ni tiempo para pen- que el marqués Giglio no debía de saber nada de su
sar en ello ... ni aunque tuviera ganas. iAnda que no tengo participación en la sesión, y que algo tenía que :rer con eso
que hacer, yo, con esos malditos Borbones del marqués que Pepita, que sin duda estaba confabulada con el pmtor.
me obligan a estar siempre allí al pie del cañón! Con esto me Aun así el gran Terencio no renunció a sus planes. C~an­
distraigo alguna noche del trabajo. En lo que a mí se refiere, do organizó la cadena medianímica en torno a la mesllla,
soy de la opinión que, mientras Dios tenga a bien mantener- sentó a su lado a Adriana y al mío puso a la señorita Panto-
nos con vida, no nos es dado saber nada de la muerte, así gada.
que no sirve de nada darle vueltas, ¿no le parece? iLo que ¿Qyedé yo satisfecho? No. Y Pepita tampoco. Hablando
hay que hacer es componérselas para ir viviendo y saliendo igualito que su padre, ella se rebeló al momento:
adelante hombre! Eso es lo que creo, señor Meis. Le veré -Mucho amable, querido siñor Terencio, pero casi impossibilc.
' Ahora me voy corriendo a la ca11e Pontefi C1'lü7 a
luego, ¿eh? Ío quiero stare entre il siñor Palcari e m_i ~ya.. . . .
recoger a la señorita Pantogada. . La roja penumbra apenas perm1t1a d1stmgu1r las slluetas,
Volvió a la media hora más o menos, muy contranado: de modo que no pude comprobar en qué medida hacía ho-
la señorita Pantogada y su aya venían acompañadas por nor a la verdad el retrato que Papiano me había esbozado de
cierto pintor español que me fue presentado, a regañadien- la señorita Pantogada; en cualquier caso, el talante, la voz y
tes, como un amigo de los Giglio. Se llamaba Manuel Ber- aquella protesta inmediata se ajustaban perfectamente a _la
náldez108, y hablaba correctamente italiano; no hubo ma- idea que me había hecho de ella a partir de aquella descnp-
nera, sin embargo, de conseguir que pronunciara la ese de ción.
mi apellido: parecía como si, cada vez que llegaba el mo- Desde luego, al rechazar con tal insolencia el sitio que Pa-
piano le había asignado junto a mí, la señorita Pantogada me
106 Manifestación es cualquier acto por d que un espíritu hace ostensi_ble hacía un desprecio; pero yo no sólo no me lo tomé a mal,
Slf presencia en la sesión: luces, golpes, movmuentos de ob¡etos, «matenal1za- sino que incluso me alegré.
Clones>> ...
107 Una pequeña calle entre la plaza Augusto Imperatore y la calle dd Cor-
10 9 Mei es d genitivo singular (masculino y neutro) y d nominativo plural
so; por d otro lado de la plaza Augusto Imperatore pasa la calle Ripet~a..
108 Hemos restablecido en d apellido Bemáldez y en d nombre Cand1da (sólo masculino) dd posesivo latín de primera persona; tui los mismos casos
y géneros dd de segunda persona. El juel?o de palabr~s, en cualqmer caso, es
(éste aparece a partir de la página 250) la tilde que no llevan en d original,
perfectamente comprensible para cualqmer lector 1tal1ano que no conozca el
donde se les aplica, pues, la normativa italiana que no prescribe d acento grá-
latín, dada la proximidad entre dichas formas y las del masculmo plural de
fico ni en las palabras llanas ni en las esdrújulas.
los correspondientes posesivos italianos (miei; tuoO.
-iPues claro, claro! -exclamó Papiano-. A ver, pode- -Es así -empezó a explicar don Anselmo-. Dos golpes
mos hacerlo de esta manera: que junto al señor Meis se sien- quieren decir sí...
te doña Cándida 110 ; luego acomódese usted en el lugar que -¿Golpes? -interrumpió Pepita-. ¿O!Ié golpes?
dice, señorita. Mi suegro puede quedarse donde está, y los -Golpes -contestó Papiano- que se oyen en la mesa o
demás, nosotros tres, lo mismo, ya estamos bien así. ¿Con- en las sillas o en otro sitio o que también pueden percibirse
formes? por tocamiento.
No, no, tampoco nos gustaba así: ni a mí, ni a la señorita -iAh no-no-no-no-no! -exclamó entonces Pepita a la ca-
Caporale, ni a Adriana, ni siquiera -como se vio al cabo de rrera, poniéndose en pie de un salto-. A me no mi gustan, los
un rato- a Pepita, que se encontraría mucho más a gusto toccamentos. ¿E di quién?
con una nueva cadena que nos iba a organizar el genial espí- -Pues del espíritu de Max, señorita -le aclaró Papiano.
ritu de Max, ni más ni menos. Si se lo he comentado cuando veníamos: no hacen ningún
Pero antes de eso llegó a mi lado todo un fantasma de mu- daño, esté tranquila.
jer con una especie de montículo en la cabeza eera un som- -Tocamientos tistolósgicos -añadió a lo perdonavidas,
brero?, ¿una cofia?, ¿una peluca?, ¿qué diablos era?). De de- con aires de superioridad, doña Cándida.
bajo de aquel enorme fardo salían de vez en cuando ciertos -Decía -retomó don Anselmo-: dos golpes, sí; tres
suspiros rematados al final por un breve gemido. Nadie ha- golpes, no; cuatro, apaguen la luz; cinco, pregunten; seis, encien-
bía atinado a presentamos: ahora, para hacer la cadena, doña dan la luz. Con eso será suficiente. Así que, señoras y señores,
Cándida y yo teníamos que cogemos de la mano, y ella ven- por favor, a concentrarse.
ga suspirar. O!Ie no le parecía correcto, vamos. iY qué mano Se hizo el silencio. Nos concentramos.
más fría, por Dios!
Con la otra mano yo le cogía la izquierda a la señorita Ca-
porale, que estaba sentada a la cabecera de la mesilla, de es-
paldas a la sábana colgada en el rincón; Papiano le cogía la
derecha. Por ese otro lado junto a Adriana estaba el pintor, y
don Anselmo al otro extremo de la mesilla, enfrente de la se-
ñorita Caporale.
Dijo Papiano:
-Antes que nada habría que explicarles al señor Meis y a
la señorita Pantogada el lenguaje ... ¿cómo se llama?
- Tiptológico 111 -apuntó don Anselmo.
-A mí también, por favor -se desperezó doña Cándida,
removiéndose en su asiento.
-Pues claro, claro, también a doña Cándida, por su-
puesto.

11
111
° Cfr. nota 108.
En la mediumnidad tiptológica el espíritu transmite palabras, frases o
mensajes completos a través de golpes o percusiones que son descifrados se-
gún un código determinado. El adoptado aquí es de los más rudimentarios.

[250] [251]
-La cadena -dijo-, hay que cambiar la cadena ...
_¿ya tenemos a Max con nosotros? -preguntó con pre-
mura el bueno de don Anselmo.
La respuesta de la señorita Caporale se hizo esperar.
-Sí -dijo al fin fatigosamente, casi jadeando-. Pero so-
mos demasiados, esta noche ...
-Es verdad -saltó Papiano-. Pero me parece que así es-
tamos bastante bien puestos.
-iSilencio! -le riñó Paleari-. Oigamos lo que Max nos
XIV tiene que decir.
-La cadena -prosiguió la señorita Caporale- no le pa-
LAS HAZAÑAS DE MAX rece lo bastante equilibrada. Aquí, en este lado ()¡ me levantó
la mano), hay dos mujeres juntas. Don Anselmo debería ocu-
par el sitio de la señorita Pan togada, y viceversa.
e APRENSióN? No. Ninguna. Me invadía una gran cu- -iVenga! -exclamó don Anselmo, poniéndose en pie-.
¡¡d riosidad, eso sí, y también cierto temor a que Pa- Aquí, señorita, siéntese aquí.
\. piano pudiera hacer un mal papel. Algo que yo Y Pepita, esta vez, no se quejó. Y es que ahora quedaba
habría debido desearle, pero no. Porque ¿quién no siente junto al pintor.
algo de pena, o mejor de vergüenza ajena, asistiendo a una -Luego -añadió la señorita Caporale-, doña Cán-
comedia mal representada por cómicos inexpertos? dida ...
«Una de dos», pensaba yo: «o de veras él es muy hábil, o. Papiano la interrumpió:
el empeño en retener a su lado a Adriana no le deja ver con -Donde está Adriana, ¿verdad? Sí, yo también lo había
claridad el lío en que se está metiendo, porque con no que- pensado. No es mala idea.
rer contentarnos ni a Bernáldez y Pepita ni a mí y Adriana, lo En cuanto Adriana hubo tomado asiento junto a mí, yo le
que conseguirá será que, privados de otra satisfacción o con- estreché fuerte, muy fuerte la mano, casi hasta hacerle daño.
trapartida, nos apercibamos de su fraude. La primera en des- Al mismo tiempo la señorita Caporale me apretaba la otra,
cubrirlo será Adriana, que es la que está más cerca de él; cla- como preguntándome: <<¿Q!ré? ¿Así va bien?>> <<Muy bien,
ro que ella ya lo sospecha, así que no la pillará por sorpresa. una gran idea>>, le contesté yo con un apretón mío, que signi-
No pudiendo estar a mi lado, bien puede ser que en este mo- ficaba también: <<Y ahora por mí ya podéis hacer lo que os
mento se esté preguntando por qué sigue ahí, participando venga en gana.>>
en una farsa que para ella no sólo es insulsa, sino indigna y -iSilencio! -intimó en ese instante don Anselmo.
sacrílega. Y la misma pregunta, sin duda, se están haciendo a ¿Pero quién había dicho nada? ¿Q!re quién? La mesilla.
su vez Bernáldez y Pepita. ¿Cómo es posible que Papiano no Cuatro golpes: -iApaguen la luz!
se dé cuenta? Al fin y al cabo, si lo que quería era emparejar- Juro que yo no los oí.
me con la señorita Pantogada, el tiro ya le ha salido por la cu- Una vez apagado el farolillo ocurrió, en cualquier caso,
lata. ¿Tanto confia pues en sus recursos? Esperemos a ver.>> algo que trastocó de golpe todas mis teorías. La señorita Ca-
Mientras yo estaba en estas cavilaciones no me acordaba porale lanzó un chillido de lo más agudo que nos hizo pegar
para nada de la señorita Caporale. De repente ésta rompió a a todos un bote sobre nuestras sillas.
hablar, como en un ligero duermevela: -iEnciendan la luz! iEnciendan la luz!

[252]
¿Qré había ocurrido? No decía nada, Terencio, protegido por la penumbra; le-
Un puñetazo: la señorita Caporale había recibido un im- vantó los hombros, y nada más.
presionante puñetazo en toda la boca, y le sangraban las en- -Ea, mujer -le dije yo entonces a la señorita Silvia-,
cías. ¿no va usted a complacer a don Anselmo? Pidámosle a Max
Pepita y doña Cándida saltaron en pie como movidas por una explicación, y si otra vez se porta como ... como un genio
un resorte, asustadísimas. También Papiano se levantó, para con mal genio 113 , lo dejamos correr. ¿Q¡é le parece, señor Pa-
volver a encender el farolillo. Enseguida Adriana apartó su piano?
mano de la mía. Bemáldez, con el careto colorado por la ce- -Perfecto -contestó él-. Preguntémosle, preguntémos-
rilla que sujetaba entre los dedos, sonreía entre incrédulo y le. Por mí de acuerdo.
sorprendido, mientras que don Anselmo, constemadísimo, -Pero por mí no -disintió la señorita Caporale, dirigién-
no paraba de repetir: dose justamente a él.
-iUn puñetazo! ¿Cómo se explica? _¿y a mí me lo dice? -replicó Papiano-. Mire que si
Yo me preguntaba lo mismo, lleno de desconcierto. iUn usted quiere que lo dejemos ...
puñetazo! Así pues, aquellos cambios de sitio no habían sido -Sí, sería lo mejor -apuntó tímidamente Adriana.
acordados previamente entre ambos. Así pues, la señorita Pero don Anselmo le llevó rápidamente la contraria:
Caporale se había rebelado contra Papiano. ¿y ahora qué? -iLa muy miedosilla! Qre ya no somos unos niños,
Ahora, separándose de la mesa y tapándose la boca con mujer. Y perdone, pero eso también va por usted, Silvia. Us-
un pañuelo, la señorita Caporale declaraba no querer conti- ted conoce bien al espíritu, es un allegado suyo, y sabe que
nuar. y Pepita Pantogada chillaba: ésta es la primera vez que ... Por favor, sería una lástima de-
-ilo non quiero, síñores, ío non quiero! iAquí sí pícchía alZa jarlo, porque, pese a lo desagradable del incidente, esta no-
gente/ 112 • che los fenómenos prometían manifestarse con inusitada
-iQre no! iQre no! -exclamó Paleari-. Señoras y se- energía.
ñores, por favor, esto es toda una novedad; algo insólito. -i Con demasiada energía! -corrigió Bemáldez, riendo
Hay que pedir explicaciones. con soma y suscitando con la suya la risa de los demás.
-¿A quién? ¿A Max? -pregunté yo. -Y yo -agregué- no quisiera llevarme un puñetazo en
-iPues claro, a Max! ¿No será que usted, Silvia, ha malin- este ojo ...
terpretado las instrucciones que él le ha dado sobre la dispo- -iNé ío tampoco! -subrayó Pepita.
sición de la cadena? -iSiéntense! -ordenó entonces, resolutivo, Papiano-.
-Será eso, será eso -manifestó Bemáldez riendo. Hagamos como dice el señor Meis. Probemos a pedir una ex-
-¿Usted qué opina, señor Meis? -me preguntó Paleari, plicación. Si vemos que los fenómenos se desarrollan de
que no le tenía mucha simpatía a Bemáldez. nuevo con demasiada violencia paramos. iSiéntense!
-Sí, sí, así parece -dije yo. Y de un soplo apagó el farolillo.
Pero la señorita Caporale negó tajantemente con la cabeza. Yo busqué en la oscuridad la mano de Adriana, que estaba
-mntonces? -repuso don Anselmo-. ¿cómo se expli- fría y temblorosa. En atención a su nerviosismo, no se la es-
ca? ¿Max, violento? ¿Desde cuándo? aú qué dices, Teren-
cio?
113 Más eficaz, sin duda, el juego de palabras del original, imposible de
traducir al pie de la letra: se poi egli si dimostrera di nuovo spirito ... di poco spirito;
que vendría a significar: <<si otra vez se porta como un espíritu ... con mal
112 si picchia: se pega. gemo».
treché fuerte de inmediato; se la fui apretando despacio des- querido tranquilizarme o, al contrario, era un desafio y signi-
pacio, gradualmente, como queriendo infundirle calor y, con ficaba: <<Ahora verás lo que es bueno»?
el calor, la confianza en que ahora todo iba a proceder sin so- -iMuy bien, Max! -exclamó don Anselmo.
bresaltos. Era de suponer que en efecto Papiano, quizá inclu- A lo que yo pensaba:
so arrepentido por la violencia empleada, iba a cambiar de ac- <<Muy bien, sí: ila de cogotazos que te daría yo, a ver si te
titud. En cualquier caso seguro que tendríamos un momento despertabas!>>
de tregua; luego puede que en medio de aquella oscuridad -Ahora, si no es mucha molestia -continuó nuestro ca-
Max nos escogiera a Adriana y a mí como blanco. <<Bueno>>, sero-, ¿podrías dar alguna muestra de tus buenas intencio-
me dije a mí mismo, <<si el juego se hace pesadito haremos que nes para con nosotros?
dure poco. No permitiré que me martiricen a Adriana>>. Cinco golpes sobre la mesilla impusieron: -iHablen!
Entretanto don Anselmo se había puesto a hablar con _¿y eso qué quiere decir? -preguntó doña Cándida,
Max, exactamente igual que si le hablara a alguien de carne y asustada.
hueso, allí presente. -Qye hay que hablar -explicó Papiano, sin más.
-mstás ahí? Y Pepita:
Dos golpes flojos sobre la mesilla. iEstaba! -¿Con quién?
-¿Péro cómo es eso, Max? -preguntó Paleari en tono de -Pues con quien usted quiera, señorita. Hable con su ve-
cariñoso reproche-. ¿Cómo es que has tratado tan mal a la cino de mesa, por ejemplo.
señorita Silvia, tú que eres tan amable y tan bueno? ¿Nos lo -mn voz alta?
quieres decir? -Sí -dijo don Anselmo-. Esto significa, señor Meis,
Esta vez la mesilla primero se agitó un poco, luego en su que mientras tanto Max nos está preparando una buena
parte central resonaron tres golpes duros y secos. Tres golpes, manifestación. Qyizás una luz ... quién sabe. Hablemos, ha-
por lo tanto no, no nos lo quería decir. blemos ...
-No insistamos -acató don Anselmo-. A lo mejor es ¿Pero qué decir? Yo ya llevaba un buen rato hablando con
que todavía estás algo alterado, ¿verdad, Max? Ya lo noto, ya, la mano de Adriana, y no podía pensar, de verdad que no po-
yo que te conozco bien ... ¿Qyerrías decirnos al menos si te día pensar en nada más. Le dirigía, a aquella mano menuda,
parece bien cómo está dispuesta la cadena? una sucesión de intensas palabras que la presionaban y a la
Antes de que Paleari terminara de hacer la pregunta sentí vez la acariciaban, palabras que ella escuchaba abandonada a
dos golpes en la frente, dos golpes rápidos, dados como con su temblor; la había obligado, ya, a que me concediera sus
la punta de un dedo. dedos, a que los entrelazara con los míos 114 . Un estado de ar-
-iSí! -exclamé al momento, denunciando el fenóme-
no; y le apreté la mano a Adriana. 114 En el cuento La mano del malato povero [La mano del enfirmo pobre} de las
Tengo que confesar que aquel inesperado <<tocamiento>> Novelle per un anno es desarrollada esta misma prosopopeya en virtud de la
me causó, así en caliente, una fuerte impresión. Estaba segu- cual la que habla es una mano. El narrador ha sido ingresado en un hospital,
ro de que, de haber levantado la mano a tiempo, habría en- y una cortina le deja ver únicamente, del enfermo de la cama de aliado, esta
ganchado la de Papiano, y aun así... Lo ligero y delicado del parte del cuerpo: «Me puse a contemplar aquella mano con curiosidad amo-
toque y la precisión demostrada al ejecutarlo habían sido rosa, e hice que ella me contase la fábula que voy a narraras» (Luigi Piran-
delia, Obras escogidas, ed. cit., vol. II, pág. 1167), una «fábula>> apoyada única-
realmente extraordinarios. Además, repito que no me lo es- mente en las mformacwnes que sobre el estado y la personalidad del enfer-
peraba. ¿se podía saber por qué Papiano me había elegido a mo es capaz de entresacar el narrador a partir de las características y las distin-
mí para comunicar que claudicaba? ¿con aquella señal había tas gesticulaciones de su mano.
dor y embriaguez se había apoderado de mí, un estado para -Ahora me lo explico -dijo contrariado don Ansel-
el que eran todo un motivo de gozo los lacerantes esfuerzos mo-, ahora me explico el enfado de Max. Es que aquí esta
empleados en reprimir tan ansiosa fogosidad y en expre- noche falta seriedad, ies eso!
sarme en cambio según los cánones de una dulce ternura, tal
como requería el candor de aquella alma tímida y delicada. Para don Anselmo a lo mejor sí, pero para los demás lo
En esto, mientras nuestras manos mantenían aquel ininte- cierto es que las siguientes veladas mucho más serias no lo
rrumpido coloquio, empecé a advertir una especie de restre- fueron, en lo que a espiritismo se refiere, obviamente.
gamiento en el travesaño, entre las dos patas traseras de la si- iComo si no hubiera nada mejor que hacer, en la oscuri-
lla. Aquello me confundió. Papiano con el pie no podía lle- dad, que atender a las hazañas de Max! La mesa chirriaba, se
gar hasta allí, y aun pudiendo, el travesaño que cruzaba las movía, hablaba a base de golpes más fuertes o más flojos;
patas de delante se lo habría impedido. ¿y si se había levan- más golpetazos se oían en los respaldos de nuestras sillas y,
tado y había venido a ponerse detrás de mi silla? En ese caso ahora aquí después allí, en los muebles de la habitación, ade-
doña Cándida, a menos que fuera muy muy tonta, habría más de ruidos como los que se hacen al escarbar, al arrastrar-
debido darse cuenta. Antes de comunicar el fenómeno a los se, y otros; extrañas luces fosforescentes, parecidas a fuegos
demás me habría gustado encontrarle una u otra explicación, fatuos, se encendían y vagaban por el aire durante unos ins-
pero luego pensé que, habiendo conseguido ya lo que busca- tantes, y también la sábana se iluminaba y se hinchaba como
ba, ahora por fuerza me convenía secundar el embuste, y ha- una vela; una cigarrera dio un montón de paseos por la habi-
cerlo sin más dilaciones, si no quería irritar en mayor medi- tación, y una vez incluso saltó sobre la mesilla en tomo a la
da a Papiano. Así que me lancé a referir lo que notaba. cual formábamos la cadena; y la guitarra, como si le hubie-
-¿De veras? -exclamó Papiano desde su sitio, con una ran dado alas, voló desde la cómoda sobre la que estaba y
voz de asombro que parecía sincera. vino a cencerrear encima de nuestras cabezas ... Pero me pare-
Y no fue menor la expresión de sorpresa de la señorita Ca- ció que Max manifestaba mejor sus exquisitas dotes musica-
porale. les con los cascabeles del collar perruno, que llegado el mo-
Sentí que los cabellos se me erizaban. ¿Así que aquel fenó- mento fue colocado alrededor del cuello de la señorita Capo-
meno era real? rale; lo que a don Anselmo le pareció una broma cariñosa y
-¿Un restregamiento? -preguntó ansioso don Ansel- realmente divertida de Max, mientras que a la señorita Capo-
mo-. ¿pero cómo un restregamiento? rale no le hizo tanta gracia.
-Sí, sí -confirmé casi ofendido-. Y no para. Como si Era evidente que había entrado en escena, amparado por
aquí detrás hubiera un perrito ... lo mismo. la oscuridad y con instrucciones bien precisas, Escipión, el
Alguien recibió esta explicación mía con una enorme ex- hermano de Papiano. Qlien era de veras epiléptico, pero no
plosión de carcajadas. tan idiota como su hermano Terencio y él mismo querían ha-
-iPero si es Minerva! iMinerva! -gritó Pepita Pantogada. cemos creer. Con la costumbre, su ojo debía de haberse
-¿Qlién es Minerva? -pregunté abochornado. adaptado a la oscuridad. Lo cierto es que yo no sabría decir
-iMi perrita, hombre! -contestó Pepita, que continuaba hasta qué punto se mostraba hábil en la ejecución de todos
riéndose-. Mia vieja, siñor, que si rasca cosí deba¡o tutti las sillas. aquellos trucos previamente maquinados con su hermano y
Perméttanme, perméttanme. con Silvia Caporale; por nosotros, o sea por Adriana y por
Bemáldez encendió una cerilla, y Pepita se levantó para mí, por Pepita y Bemáldez, podía hacer lo que quisiera, que
coger a aquella perrita llamada Minerva y acurrucársela en el todo iba a parecemos bien, daba igual cómo lo hiciese: allí,
regazo. él sólo tenía que preocuparse por complacer a don Anselmo
y a doña Cándida, y esto se diría que lo conseguía de sobras. -iNo! -chilló otra vez Pepita.
También es verdad que ni uno ni otra se lo ponían dificil. A pesar de lo cual recibió un sonoro besazo en la mejilla.
Don Anselmo, sobre todo, estaba exultante; recordaba, en Casi sin querer me llevé yo entonces a la boca la mano de
ciertos momentos, a un chiquillo delante de un teatro de ma- Adriana; acto seguido, no teniendo bastante, me incliné y fui
rionetas, si bien a mí sus pueriles exclamaciones me hacían en busca de su boca, y así intercambiamos nuestro primer
sufrir, no sólo por la vergüenza que me producía el ver a un beso, un beso largo y silencioso.
hombre que de tonto no tenía nada comportarse como tal ¿Qye qué ocurrió después? Lleno de confusión y de ver-
hasta la saciedad, sino también porque Adriana me hacía lle- güenza, necesité un rato para despertar de mi aturdimiento,
gar los remordimientos que le causaba el que nosotros momento en que me vi en medio de un inesperado barullo.
estuviéramos disfrutando así, a costa de la dignidad de su pa- ¿Acaso se habían percatado de nuestro beso? Gritaban. Ha-
dre, aprovechándonos de su ridícula buena fe. bía una, dos cerillas encendidas; luego también la vela, la del
Esto era lo único que venía a turbar de cuando en cuando farolillo de cristales rojos. Todos estaban de pie. ¿Pero por
nuestra dicha. Y eso que conociendo a Papiano habría debi- qué? ¿Por qué? Un golpe terrible, impresionante, como
do asaltarme la sospecha de que, si él se resignaba a que yo salido del puño de un gigante invisible, retumbó sobre la me-
tuviera a mi lado a Adriana y si contrariamente a lo que yo silla, allí, en plena luz. Nos quedamos todos petrificados, Fa-
temía nunca ordenaba que el espíritu de Max nos molestara piano y la señorita Caporale los primeros.
-de hecho incluso parecía respaldamos y protegemos-, al- -iEscipión! iEscipión! -clamó Terencio.
guna otra jugarreta debía de estar ya tramando. Pero era talla El epiléptico había caído al suelo y su respiración era
dicha que en esos momentos me proporcionaba aquella in- como un extraño estertor.
violada libertad de acción de que gozábamos allí a oscuras, -iSiéntense! -gritó don Anselmo-. También él ha en-
que ni se me ocurrió sospechar nada. trado en trance. Mirad, mirad, la mesilla se mueve, se levan-
-iNo! -chilló en un momento dado la señorita Panto- ta, que se levanta ... Es la levitación. iMuy bien, Max! iFantás-
gada. tico!
Y al instante don Anselmo: Y era verdad que la mesilla, sin que nadie la hubiera to-
-Díganos, díganos, señorita. ¿Qyé ha ocurrido? ¿Qyé ha cado, se había levantado más de un palmo del suelo, para
notado? luego caer pesadamente.
También Bemáldez la indujo a hablar, no menos apre- La señorita Caporale, lívida, temblorosa, aterrorizada,
miante; así que Pepita: vino a esconder su cabeza en mi pecho. La señorita Pantoga-
-Qüi, a questo lato, una carizzia... da y su aya salieron disparadas de la habitación, mientras Pa-
----{Con la mano? -preguntó Paleari-. ¿A que ha sido leari gritaba enfadadísimo:
delicada la caricia? Fría, furtiva, delicada, eso es ... Y es que -iNo, por lo que más quieran, vuelvan, no rompamos la
Max, cuando quiere, sabe ser todo un caballero con las da- cadena! iSi ahora viene lo mejor! iMax! iMax!
mas. A ver, Max, ¿no podrías volver a acariciar a la señorita? -iPero qué Max ni qué ocho cuartos! -exclamó Papia-
-iSta qüil iSta qüi! -empezó inmediatamente a gritar y a no, sacándose finalmente del cuerpo el terror que le tenía in-
reír Pepita. movilizado y corriendo hacia el hermano para zarandearle y
_¿y qué hace? -preguntó don Anselmo. hacerle volver en sí.
-iVuelve ... vuelve a accarizziarmi! Los efectos del beso se vieron momentáneamente ofuscados
____¿y por qué no un besito, Max? -propuso entonces Pa- por el estupor que me produjo aquel suceso realmente extra-
leari. ño e inexplicable que acabábamos de presenciar. Si, como

[260] [26r]
creía Paleari, la fuerza misteriosa que había actuado ahí, de- nombre en el cementerio de Miragno. ¿qyién era? ¿De dón-
lante de mis propios ojos y no precisamente a oscuras, pro- de venía? ¿por qué se había matado? A lo mejor quería que
cedía de un espíritu invisible, era evidente que ese espíritu no se supiera cuál había sido su triste fin: puede que lo hubiera
era el de Max: bastaba con mirar a Papiano y a la señorita Ca- hecho para reparar una culpa, como expiación ... iy yo voy y
porale para convencerse de ello. A Max lo habían inventado me aprovecho! En más de una ocasión -lo confieso-, me
ellos dos. ¿qyién había sido, pues, el que había actuado? estremecí de miedo a lo largo de esa noche. Aquel puñetazo,
¿Qyién había soltado sobre la mesilla aquel impresionante allí sobre la mesilla, en mi habitación, yo no me lo había in-
puñetazo? ventado: lo había oído todo el mundo. ¿Lo había dado él?
Todo lo que había leído en los libros de Paleari acudió ¿y no podía ser que estuviera aún allí, en medio de aquel
atropelladamente a mi cabeza, y me acordé, con gran sobre- silencio, invisible pero presente, a mi lado? Yo estaba alerta,
cogimiento, de aquel desconocido que se había ahogado en atento a si oía algún ruido dentro de la habitación. Luego
la acequia del molino de la Stia, aquel desconocido a quien conseguí dormirme y tuve sueños terribles.
yo había privado de la conmiseración de propios y extraños. Al día siguiente abrí las ventanas a la luz.
<<¿y si fuera él?>>, me pregunté. <<¿y si hubiera venido a por
mí, a vengarse, a descubrirlo todo ... ?»
Entretanto a Paleari, que era el único que no había mostra-
do conmoción o sorpresa alguna, no le entraba en la cabeza
que, después de todos los prodigios a que habíamos asistido
antes, un fenómeno tan simple y vulgar como había sido la
levitación de la mesilla pudiera habernos causado una impre-
sión tan fuerte. Poca relevancia tenía para él que el fenóme-
no ya no se hubiera producido a oscuras. Lo que no conse-
guía entender era qué estaba haciendo allí Escipión, en mi
habitación, cuando él lo suponía en la cama.
-Me extraña -decía-, porque normalmente este pobre
muchacho no se interesa por nada. Pero está visto que nues-
tras misteriosas sesiones han despertado en él cierta curiosidad:
habrá venido a espiar, y después de entrar furtivamente ... izas,
cazado! Porque, ¿sabe usted, señor Meis?, hoy ya nadie dis-
cute que los fenómenos paranormales de la mediumnidad
en gran medida tienen su origen en la neurosis epiléptica, ca-
taléptica e histérica. Max toma de todos, nos arrebata tam-
bién a nosotros buena parte de nuestra energía nerviosa, de
la que se sirve para la producción de los fenómenos. Está de-
mostrado. ¿No se siente usted, ahora mismo, como si le hu-
bieran arrebatado algo?
-De momento no, la verdad.
Estuve dando vueltas en la cama casi hasta el amanecer, es-
peculando sobre aquel infeliz que estaba enterrado bajo mi
Puedo asegurar que al abrir después de cuarenta días las
ventanas de mi habitación, el hecho de volver a ver la luz no
me causó ninguna alegría. Luz y alegría quedaron oscureci-
das, dramáticamente, por el recuerdo de lo que a lo largo de
aquellos días había podido hacer a oscuras. Todos los moti-
vos, pretextos y convencimientos que en la oscuridad habían
tenido un peso y un valor dejaban de tenerlo en cuanto las
ventanas se abrían, o tomaban otro peso y otro valor com-
pletamente diferentes. En vano aquel pobre yo que había es-
XV tado tanto tiempo con las ventanas cerradas y que tanto se
había afanado en combatir el tedio y el malestar del encierro
MI SOMBRA Y YO iba ahora -tímido como un perro apaleado- tras ese otro
yo que acababa de abrir las ventanas y que renacía a la luz
con el ceño fruncido y una expresión severa y atormentada;
UCHAS veces he vivido la experiencia de despertar- en vano intentaba apartar de él todo pensamiento sombrío,

M me en el corazón de la noche -en verdad que la


noche, en· tales casos, no demuestra tener un gran
corazón- y sentir, en medio de la oscuridad y del silencio, un
animándolo en cambio a felicitarse, delante del espejo, por el
éxito de la operación, por la barba, que ya había vuelto a cre-
cer, incluso por la palidez del rostro, que me confería un as-
extraño estupor, un extraño bochorno al acordarme de algo que pecto como más distinguido.
durante la jornada, a la luz del día, había hecho, en cambio, casi <<¿Pero tú sabes lo que has hecho, imbécil? (Tú sabes lo
sin darme cuenta; y entonces me he preguntado a mí mismo si que has hecho?»
los colores, si la vista de las cosas que nos rodean, si la variedad
y el estrépito de la vida no contribuyen en algo a determinar
nuestras acciones. Pues claro, desde luego que sí: ésas y a saber
cuántas cosas más. ¿No vivimos, como dice don Anselmo, en pia; queremos decir que estos estados no son perceptibles durante la vigilia y
por consiguiente no dejan recuerdos, pero el retorno del mismo estado reac-
estrecha relación con el universo? Habría que ver la de tonterías tiva el recuerdo de sus manifestaciones anteriores, y el individuo recuerda en-
que nos hace cometer este endiablado universo, tonterías de las tonces todos los hechos que había olvidado durante su vida normal. [... ]Des-
que luego nosotros hacemos responsable a nuestra conciencia, de el punto de vista puramente psicológico, que es el único que a nosotros
cuando a la pobre la arrastran fuerzas externas, la deslumbra nos interesa, las sugestiones retroactivas nos enseñan algo nuevo acerca del
mecanismo de la división de la conciencia. Nos enseñan, ante todo, que un
una luz que le viene de fuera. De la misma forma, ¿cuántas re- montón de viejos recuerdos que creemos muertos porque somos incapaces
soluciones, cuántas planificaciones, cuántas maniobras toma- de evocarlos de forma voluntaria siguen vivos dentro de nosotros; de lo que
das, preparadas y urdidas durante la noche no nos parecen lue- se sigue que los límites de nuestra memoria personal y consciente no son sino
go una estupidez y no se derrumban o desvanecen a la luz del los de nuestra conciencia actual y, por lo tanto, no son absolutos; más allá de
esos límites, hay otros recuerdos, otras percepciones, otros razonamientos, y
día? Como distintos son el día y la noche, puede que igual de lo que conocemos de nosotros mismos no es más que una parte, quizá insig-
distintos seamos nosotros de día y de noche: bien poca cosa, en nificante, de lo que somos» (Alfi-ed Binet, Les altérations de la personnalité, Pa-
cualquier caso, tanto de noche como de día 115 . rís, Félix Alean, 1892, citado por Romano Luperini, Luigi Pirandello e «!!fu
MattiaPascal», Turín, Loescher, 1990, págs. 35-36). Valga también la cita para
la frase a la que remite la nota 82, pág. 207. El psicólogo Alfi-ed Binet (1857-
115
«Es posible encontrar, en condiciones muy variadas, fragmentos de 1911) es recordado en varias ocasiones por el Pirandello ensayista (L'umoris-
vida psicológica cuya característica esencial es la de poseer una memoria pro- mo, Il, v; Arte e scienza, párrafo inicial).
¿qyé había hecho? Nada, ésa es la verdad. Lo que habría en guardia y había luchado por impedirlo, la vida me había
hecho cualquier enamorado. Estando a oscuras -¿acaso te- arrastrado con su irresistible ímpetu: la vida, que era algo que
nía yo la culpa?- habían desaparecido todas las trabas, y yo ya no iba conmigo. iAh, ahora sí que me daba cuenta de
había perdido el recato que me había impuesto. Papiano ha- todo, ahora que ya no cabía recurrir a vanas excusas, a fmgi-
bía querido alejarme de Adriana; la señorita Caporale me la mientos ridículos, a falsos y estúpidos pretextos que me im-
había acercado, la había sentado junto a mí, y la pobre se ha- pidieran tomar conciencia de mis sentimientos hacia Adria-
bía ganado un puñetazo en la boca por ello; yo estaba enfer- na, que atenuaran el alcance de mis intenciones, de mis pala-
mo, y naturalmente, con lo mucho que sufría, pensaba, bras, de mis actos! Sin hablar, demasiadas cosas le había
como cualquier otro infeliz -léase hombre- en el mismo dicho, apretándole la mano, induciéndola a entrelazar sus
estado, que tenía derecho a una compensación, y como la dedos con los míos; y al final un beso, nuestro amor había
compensación la tenía muy cerca la había cogido; allí se ex- sido sellado con un beso. ¿Pero cómo hacer realidad aquella
perimentaba con la muerte, mientras que Adriana, a mi lado, promesa? ¿Acaso Adriana podía ser mía? Era a mí a quien
era la vida, la vida que sólo precisaba de un beso para abrir~ aquellas dos encantadoras mujeres, Romilda y la viuda Pesca-
se a la dicha del amor; Manuel Bernáldez había besado a su tare, habían arrojado a la acequia del molino, allí en la Stia;
Pepita en la oscuridad, y entonces yo ... ino se habían tirado ellas, no! Con lo que libre había queda-
-iAh! do ella, mi mujer, no yo, que me había avenido a pasar por
Me dejé caer en el sillón, cubriéndome la cara con las ma- muerto con la esperanza de poder convertirme en un hom-
nos. Me temblaban los labios sólo de pensar en aquel beso. bre distinto, de vivir una vida distinta. Un hombre distinto
iAdriana! iAdriana! ¿qyé esperanzas había encendido yo en sí, pero sin posibilidad de hacer nada. ¿Qyé clase de hombre,
su corazón, con aquel beso? msperanzas de boda, a que sí? pues? iUna sombra de hombre! iY qué clase de vida! Mien-
Pues buenas las teníamos, ahora que las ventanas estaban tras me había conformado con seguir encerrado en mí mis-
abiertas. mo y con ver vivir a los demás todo bien, mejor o peor ha-
Permanecí en aquel sillón no sé cuánto rato, pensando, bía conseguido ir manteniendo la ilusión de que estaba vi-
ora con los ojos que casi me salían de las órbitas, ora con viendo una vida distinta; pero ahora que me había acercado
todo el cuetpo rabiosamente encogido, igual que si estuviera a esta vida de aquí hasta robarles un beso a unos adorados la-
haciendo frente a un prolongado espasmo. Por fin lo veía cla- bios resulta que tenía que retroceder horrorizado, como si
ro: veía en toda su crudeza la falsedad de mis ilusiones; veía hubiera besado a Adriana con los labios de un muerto, un
qué era realmente aquello que yo, en el entusiasmo inicial de muerto que no podía revivir por ella. Podría besar, es cierto,
mi liberación, había tomado por la mejor de las suertes. labios mercenarios, pero ¿qué sabor a vida iba a encontrar en
Ya había podido comprobar cómo mi libertad, que al ellos? iAh, si Adriana, contándole yo mi extraña situación ... !
principio parecía no tener límites, los tenía en cambio en mi mlla? No ... no ... imposible, ni hablar. Ella, tan pura, tan tí-
escasez de dinero; después me había dado cuenta de que más mida ... Aunque si su amor hubiera sido más fuerte que todo,
que libertad se la habría debido denominar soledad y tedio, más fuerte que toda posible consideración social... ay, pobre-
y de que me condenaba a una pena terrible: la de la compa- cita Adriana, pero ¿cómo iba a abocada yo al vacío de mi
ñía de mí mismo; entonces me había acercado a los demás; misma suerte, a convertirla en la compañera de un hombre
pero el propósito de evitar a toda costa volver a unir -ni que no podía en modo alguno probar ni dar fe de su existen-
que fuera muy débilmente-los hilos rotos, ¿de qué me ha- cia? ¿qyé podía hacer? ¿qyé?
bía servido? De nada: se habían vuelto a unir por sí mismos, Dos golpes en la puerta me hicieron saltar del sillón. Era
aquellos hilos; y la vida, por más que yo había estado muy ella, Adriana.

[266]
Por más que me esforcé terriblemente en aplacar mis tu- ra, ajena a todo, se sentía encumbrada por el amor, abajo al
multuosos sentimientos, no pude evitar mostrarme cuanto abismo de la desesperación que yo llevaba dentro.
menos turbado. También ella lo estaba, pero ella por el pu- -Porque -dije soltándola-, porque yo sé muchas cosas
dor, que no le dejaba manifestar, como habría sido su deseo, por las que usted no puede sentirse bien ...
la alegría de verme finalmente curado, con la habitación ilu- Su desazón fue enorme al dejar de verse, así de repente, ro-
minada, feliz ... Oye es como habría tenido que estar yo ... Le- deada por mis brazos. ¿O se sorprendió de que no la tuteara,
vantó los ojos lo justo para mirarme; enrojeció; me alargó un después de aquellas caricias? Me miró, y, notando lo agitado
sobre: que yo estaba, preguntó titubeante:
-Es para usted ... _¿Cosas ... que usted sabe ... suyas, o cosas de aquí... de mi
_¿Una carta? casa?
-No creo. Debe de ser la factura del doctor Ambrosini. Le contesté con un gesto: <<De aquí, de aquí», para así
El chico quiere saber si tiene que llevar respuesta. desterrar la tentación -a la que cada vez se me hacía más di-
Le temblaba la voz. Sonrió. ficil no ceder- de hablar, de sincerarme con ella.
-Sí -dije yo; pero comprendiendo que ella había apro- iOjalá lo hubiera hecho! Ocasionándole de buenas a pri-
vechado la excusa de la factura para venir a buscar alguna meras un solo aunque fuerte disgusto, le habría ahorrado
señal que la reafirmara en sus esperanzas, repentinamente otros, y yo no me habría metido en nuevos y más complica-
se apoderó de mí una gran ternura; me dominó la compa- dos embrollos. Pero demasiado reciente era todavía entonces
sión, una profunda y angustiosa compasión por ella y por mi desoladora comprensión de los hechos, necesitaba pro-
mí, una cruel compasión que irresistiblemente me empuja- fundizar más en ella, y el amor y la compasión me hacían in-
ba a acariciarla, a acariciar en ella mi dolor, que sólo en ella, capaz de romper, así de golpe, las esperanzas de Adriana y de
su causante, podía encontrar consuelo. Y aun a sabiendas mi propia vida, o aquel retazo de ilusión de vida que podía
de que aquello iba a comprometerme todavía más, no logré quedarme mientras estuviera callado. Pensaba además en lo
resistirme: le tendí las dos manos. Ella, confiada, aunque odiosa que sería la confesión que debería hacerle: decirle que
con la cara encendida de rubor, levantó muy despacio las yo ya tenía mujer. Sí, sí, así era: revelándole que no era Adria-
suyas y las puso sobre las mías. La atraje entonces hacia mí, no Meis, yo volvía a ser Matías Pascal, imuerto y aún casado!
apoyé su rubia cabeza en mi pecho y le pasé la mano por ¿cómo va uno a contar semejantes cosas? Y es que aquello
los cabellos: ya era el colmo de la persecución a que una mujer puede so-
-iPobrecita Adriana! meter a su marido: librarse de él reconociéndolo en el cadá-
-¿Por qué? -preguntó bajo mis caricias-. ms que no ver de un pobre ahogado y después de muerto seguir siendo
estamos bien? ella una carga, una enorme losa para él. Es verdad que yo, en
-Sí... el momento de los hechos, habría podido no estar confor-
-mntonces por qué pobrecita? me, dar testimonio de que estaba vivo ... ¿Pero quién, en mi
En aquel momento sentí un impulso de rebeldía, estuve lugar, no habría actuado como yo? Cualquiera, cualquiera
por contárselo todo de pe a pa, por responderle: ,,¿Oye por allí y en aquella situación seguro que habría hecho lo mismo
qué? Mira: yo te amo, y no puedo, no debo amarte. Sin em- y habría considerado una gran suerte el poder gozar de una
bargo, si tú quieres ... >> iYa estábamos otra vez! ¿Pero cómo ocasión tan inesperada, tan absolutamente insospechable,
iba a querer, aquella apocada criatura? Estreché fuerte contra para librarse de la mujer, de la suegra, de las deudas, de una
mi pecho su pequeña cabecita, y sentí cuánto más cruel sería lánguida y miserable existencia como era la mía. ¿Cómo iba
eso: hacer caer a Adriana, de la dicha suprema a la que aho- yo a pensar entonces que ni muerto me libraría de mi mujer?

[268]
¿Qle ella de mí sí pero no yo de ella? ¿Qle la vida rebosan- se sentía mejor. Ahora me molesta un poco ... Bueno, ya se
te de libertad que yo veía ante mí no era en el fondo más que me pasará.
una ilusión, una ilusión que sólo en sus aspectos más super- Me acerqué al pequeño bargueño, allí empotrado en la pa-
ficiales podía hacerse realidad, y que me hacía más esclavo red, en el que guardaba mi dinero. Entonces Adriana hizo
que nunca, esclavo de los montajes, de las mentiras que tan ademán de irse, y yo, estúpido de mí, la retuve; pero claro,
a disgusto iba a verme obligado a emplear, esclavo del temor ¿cómo iba yo a saber... ? No ha habido, como hasta aquí se
a ser descubierto, como si hubiera cometido un delito? ha podido apreciar, contratiempo grande o pequeño en que
Adriana reconoció, en efecto, no estar precisamente con- no haya recibido el auxilio de la fortuna. Veamos cómo tam-
tenta de cómo iban las cosas en casa; aunque ahora... Y con bién esta vez acudió en mi ayuda.
los ojos y una triste sonrisa quiso saber si para mí podía su- Intentando abrir el bargueño, noté que la llave no giraba
poner algún tipo de impedimento todo aquello que ya para dentro de la cerradura; empujé un poquitín y, sin más, la
ella era suficiente motivo de dolor. ,,¿Verdad que no?>>, pre- puertecita cedió: iestaba abierta!
guntaban aquella mirada y aquella triste sonrisa. -iPero cómo! -exclamé-. ¿Puede ser que yo lo haya
-iEh, el doctor Ambrosini, hay que pagarle! -exclamé, dejado así?
fingiendo acordarme de repente de la factura y del chico que Atenta a mi repentino desconcierto, Adriana había empa-
estaba esperando. Abrí el sobre y, para romper el silencio, es- lidecido. La miré, y:
forzándome en adoptar un tono menos serio: -Aquí... vea, señorita, alguien ha estado hurgando aquí
-iSeiscientas liras! -dije-. Fíjese usted, Adriana: la Na- dentro.
turaleza sale con uno de sus acostumbrados despropósitos; Dentro del bargueño había un gran desorden: los billetes
durante un montón de años me condena a llevar un ojo que de banco habían sido extraídos del estuche de cuero donde
mira contra el gobierno; yo aguanto sufrimientos varios y los tenía guardados y estaban allí esparcidos sobre la repisa.
todo un encierro para corregir el error que ella ha cometido, Adriana ocultó la cara entre las manos, horrorizada. Yo reco-
y encima ahora me toca pagar. ¿Le parece justo? gí afanosamente los billetes y empecé a contarlos.
Adriana sonrió con pesar. -ms posible? -exclamé al terminar, pasándome las ma-
-Me imagino -dijo- que el doctor Ambrosini no esta- nos temblorosas por la frente, helada de sudor.
ría demasiado conforme con que usted lo enviara a la Natu- Adriana estuvo a punto de desmayarse; se agarró a una
raleza a cobrar su factura. Qlerrá que le den las gracias, ade- mesilla que tenía allí a mano, y preguntó con una voz casi
más, porque el ojo ... irreconocible:
-¿Ha quedado bien, usted cree? -¿Le han robado?
Hizo un esfuerzo por mirarme, y dijo en voz baja, bajan- -Un momento ... un momento ... ¿cómo es posible?
do enseguida los ojos: -dije yo.
-Sí... Parece otro ... Y empecé a contar otra vez, maltratando furiosamente el
-ml ojo o yo? papel con los dedos, como si a fuerza de restregar pudiesen
-Usted. salir de esos billetes los que faltaban.
-Será por esta horrible barba ... -¿Cuánto? -me preguntó ella, desfigurada y estremeci-
-No, si le queda bien ... da de pavor, en cuanto hube terminado el recuento.
iMe lo habría sacado con el dedo, el maldito ojo! ¿De qué -Doce ... doce mil liras ... -balbuceé-. Había sesenta y
me servía que me lo hubieran puesto derecho? cinco ... y ahora hay cincuenta y tres. Cuente usted si quiere ...
-¿Sabe? -dije-, quizá antes, cuando iba por su cuenta, Si no hubiera corrido a sujetarla, la pobre Adriana habría
caído redonda al suelo. Con un enorme esfuerzo consiguió, Por no mostrarme sorprendido acabé siendo cruel:
sin embargo, reanimarse otra vez, y entre sollozos, convulsa, _¿Cómo iba yo a suponer... ? -dije.
intentó apartarse de mí, que me disponía a sentarla en el si- De nuevo Adriana se cubrió el rostro con las manos, mien-
llón, y quiso dirigirse hacia la puerta: tras gemía, destrozada:
-iYo llamo a papá! iLlamo a papá! -iDios mío! iDios mío! iDios mío!
-iNo! -le grité, reteniéndola y obligándola a sentarse-. El pánico que habría debido paralizar al ladrón cuando
No se altere tanto, por favor. Así no hace sino empeorar las cometía el robo se apoderó en cambio de mí sólo de pensar
cosas ... No lo hará, no quiero que lo haga. ¿usted qué tiene lo que ahora se me venía encima. Papiano no podía suponer,
que ver con esto? Por favor, cálmese. Deje antes que me ase- seguro, que yo fuera a acusar del robo al pintor español, a
gure, porque ... sí, el bargueño estaba abierto, pero yo no pue- don Anselmo, a la señorita Caporale, a la criada o al espíritu
do, no quiero creerlo: iun robo de tal magnitud!. .. Vamos, de Max: debía de saber bien que lo acusaría a él, a él y a su
contrólese. hermano, a pesar de lo cual se había arriesgado igualmente,
Y, como última comprobación, conté una vez más el dine- como si pretendiera desafiarme.
ro. Aunque sabía perfectamente que lo tenía todo allí, den- ¿y yo, qué podía hacer yo? ¿Denunciarle? ¿cómo iba a
tro de aquel bargueño, me lancé a buscar por toda la habita- denunciarle? iNada de nada: nada de nada podía hacer, otra
ción, revolviéndolo todo, mirando incluso donde, a menos vez nada de nada! Me sentí abatido, descorazonado. iYa era
que me hubiera dado un auténtico ramalazo, no era posible el segundo desengaño en un solo día! Sabía quién era el la-
en modo alguno que yo hubiera dejado semejante suma. drón y no podía denunciarle. ¿Dónde estaban mis derechos
Y para no desistir de aquella búsqueda que cada vez se me a ser protegido por la ley? iPero si yo estaba fuera de toda ley!
antojaba más estúpida e inútil, me esforzaba en juzgar inve- ¿Q!lién era, yo? iNadie! Para la ley yo no existía. Y porlo tan-
rosímil la audacia del ladrón. Pero Adriana, casi delirando, to cualquiera podía robarme, que yo tenía que quedarme ca-
aún con las manos en la cara y con la voz entrecortada por el lladito.
llanto: Ahora bien, todo esto Papiano no podía saberlo. ¿y en-
-Déjelo, déjelo -gemía-. Ladrón ... ladrón ... encima la- tonces?
drón ... Ya estaba todo planeado ... Yo lo oí, cuando estába- -¿Cómo ha podido? -dije, pensando en voz alta-.
mos a oscuras ... me lo temí... pero no quise creer que pudie- ¿Q!lé le ha llevado a semejante osadía?
ra llegar a tanto ... Ella levantó el rostro, apartando las manos, y me miró sor-
Papiano, claro: el ladrón no podía ser otro; él, por medio prendida, como diciendo: <<Ah, ¿pero no lo sabes?»
de su hermano, durante las sesiones de espiritismo ... -Ya -dije, comprendiendo rápidamente.
-Pero ¿cómo es -gimió ella consternada-, cómo es -iPero usted va a denunciarle! -exclamó ella, poniéndo-
que guardaba tanto dinero en casa? se en pie-. Deje, se lo ruego, deje que llame a papá ... Hay
Me volví y me quedé mirándola como un pasmarote. que denunciarle enseguida.
¿Q!lé responder? ¿Q!le por fuerza, en mi situación, debía te- Conseguí retenerla otra vez. iSólo faltaba que ahora, para
ner todo el dinero conmigo? ¿Q!le me estaba terminante- acabar de arreglarlo, Adriana me obligase a denunciar el
mente prohibido invertirlo aquí o allí, confiárselo a alguien? robo! ¿No tenía ya bastante, yo, con que me hubieran quita-
¿Q!le no habría podido ni siquiera ingresarlo en el banco, do, así como si nada, doce mil liras? mncima debía ir con
porque en el caso, nada improbable, de que luego surgieran miedo y cuidar de que no se supiera que me habían robado;
dificultades al retirarlo no habría habido manera de hacer va- rogarle, suplicarle a Adriana que no lo propagara a los cuatro
ler mis derechos sobre él? vientos, que por lo que más quisiera no se lo contara a na-
die? La respuesta es no, y más cuando Adriana -ahora lo en- sultado a un abogado sobre posibles complicaciones que,
tiendo- no podía de ninguna forma permitir que yo callara con la sobreexcitación del momento, ni ella ni yo podíamos
y le impusiera también a ella el silencio, no podía aceptar prever.
bajo ningún concepto aquello que aparentemente era un -¿Me lo jura? ¿Por lo que más quiere en el mundo?
acto mío de generosidad, no podía por un montón de razo- Me lo juró, y con una mirada que me dirigió entre lágri-
nes: ante todo por su amor propio, después por la honra de mas me dio a entender por quién me lo juraba, qué era lo
su casa, y aun por mí y por el odio que le tenía a su cuñado. que ella más quería en el mundo.
Pero en aquel momento tan crítico me pareció que su jus- iPobre Adriana!
ta rebeldía estaba de más. Exasperado le grité: Me quedé solo, allí en medio de la habitación, aturdido,
-Usted permanecerá en silencio: ise lo ordeno! No le vacío, hundido, como si el mundo entero hubiera dejado de
dirá nada a nadie, ¿de acuerdo? ms que quiere un escándalo? existir para mí. ¿cuánto rato necesité para sobreponerme?
-iNo! iNo! -se apresuró a protestar, llorando, la pobre ¿y cuando me sobrepuse? Imbécil... iqué imbécil había
Adriana-. Q:tiero librar a esta casa de la ignominia de ese sido! ... Fui a examinar la puertecita del bargueño, para com-
hombre. probar si había algún signo de violencia. No, ninguno: la ha-
-iPero si él va a negarlo! -presioné yo-. Y entonces bían abierto limpiamente, con una ganzúa, mientras yo,
ihala!, usted y todos los demás a ver al juez ... ¿No lo en- como un imbécil, guardaba con tanto celo la llave en mi bol-
tiende? sillo.
-Sí, perfectamente -contestó Adriana enardecida, tem- _¿Y no se siente usted -me había preguntado Paleari al fi-
blando de rabia-. Adelante, que lo niegue. Lo que es noso- nal de la última sesión-, no se siente usted como si le hubieran
tros, ya le puedo asegurar que esto no es lo único que tene- arrebatado algo?
mos contra él. Usted denúnciele, no lleve cuidado, no tema iDoce mil liras!
por nosotros ... Nos hará un favor, créame, un gran favor. De nuevo me asaltó, me avasalló la idea de mi absoluta
Vengará a mi pobre hermana ... Trate de comprenderlo, señor impotencia, de mi nulidad. La posibilidad de que me roba-
Meis: me ofendería mucho que no lo hiciese. Yo quiero que ran y de que me viera obligado a callar, incluso con miedo a
lo haga, quiero que le denuncie. Y si no lo hace usted lo haré que el robo fuera descubierto, como si lo hubiera cometido
yo. ¿cómo quiere que mi padre y yo cerremos los ojos ante yo y no un ladrón en perjuicio mío, no se me había pasado
esta afrenta? iNo! iNo! iNo! Además ... en ningún momento por la cabeza.
La estreché entre mis brazos: al verla así, tan agitada y de- ¿Doce mil liras? Eso no es nada, nada. Todo, me lo pue-
sesperada, sufriendo, dejé de pensar en el dinero perdido y le den robar, pueden quitarme hasta la camisa, que yo calladi-
prometí que si se calmaba haría lo que ella quería. ¿Pero qué to. ¿Derecho a hablar? Lo primero que me pedirían sería lo
afrenta? No sufría ninguna afrenta ella, ni ella ni su padre; yo siguiente: ,,¿y usted quién es? ¿De dónde le viene ese dine-
sabía en quién recaía la culpa del robo; Papiano había esti- ro?» Bueno, ¿y sin necesidad de denunciarle? ... A ver, supon-
mado que mi amor por ella bien valía doce mil liras, y yo no gamos que esta noche yo lo agarro por el pescuezo y le grito:
iba a demostrarle lo contrario. ¿Denunciarle? Sí que lo haría, <<iAquí enseguida el dinero, que has sacado de allí, del
pero no por mí, sino para librarles, a ella y a los suyos, de bargueño, maldito ladrón!» El que chilla, niega, porque no
aquel granuja; sí, pero con una condición: que ante todo ella irá a decirme: <<Sí, señor, aquí lo tiene, lo había cogido por
se calmase, déjase de llorar tanto, ivenga mujer!, y luego que equivocación ... >> iEvidente! Incluso existe la posibilidad de
me jurara por lo que más quería en el mundo que no le ha- que me demande por difamación. Calladito, entonces, bien
blaría a nadie, a nadie, de aquel robo sin antes haber yo con- calladito. ¿No vi como una suerte que me creyeran muerto?
Pues resulta q\le estoy muerto de verdad. ¿Muerto? Peor que plimiento de la promesa de Papiano de restituir la dote de su
muerto; me lo recordó don Anselmo: los muertos ya no tie- fallecida esposa, antes incluso de que venciera el año de mo-
nen que morirse, y yo sí: para la muerte aún estoy vivo y es- ratoria.
toy muerto para la vida. Y es que ¿qué vida puedo hacer, ya? Ese dinero, desde luego, ya no iba a volver a mí, porque
ml aburrimiento de antes de llegar a Roma, la soledad, la yo no podía casarme con Adriana; pero sí que le iría a parar
compañía de mí mismo? a ella, siempre que ahora, siguiendo mi consejo, supiera te-
Escondí el rostro entre las manos; caí sentado en el sillón. ner la boca cerrada, y siempre que yo pudiera permanecer un
iAh, si por lo menos hubiera sido un sinvergüenza! Enton- poco más de tiempo allí en la casa. Tendría que romperme
ces quizá sí que habría podido amoldarme a esto, a lo de bien los cuernos, pero a ver si al final Adriana se llevaba al
estar a merced de la incertidumbre del azar, abandonado a la menos eso: la restitución de su dote.
ventura, expuesto a un riesgo continuo, siempre en la cuerda Algo me tranquilicé, con tales pensamientos, por lo me-
floja. Pero no, yo no. ¿y qué hacer, entonces? ¿Marcharme? nos en lo que se refería a ella. No en lo que se refería a mí.
¿A dónde? ¿y Adriana? ¿Pero qué podía hacer yo por ella? En lo que se refería a mí quedaba la cruda realidad de un
Nada ... nada ... ¿Aunque cómo iba a marcharme así, sin dar gran engaño puesto al descubierto, el de mis ilusiones, fren-
ninguna explicación, después de todo lo ocurrido? Ella bus- te al cual el robo de las doce mil liras no era nada, incluso
caría la razón en el robo aquel; se preguntaría: ,,¿Pero por una buena cosa, si podía acabar resolviéndose en beneficio
qué ha preferido salvar al culpable y castigarme a mí que soy de Adriana.
inocente?, No, aquello no, ipobre Adriana! Aunque por otra Yo me vi ya excluido para siempre de la vida, sin posibili-
parte, no teniendo yo posibilidad de mejorar las cosas, dad alguna de volver a entrar en ella. Con ese gran peso so-
¿cómo podía aspirar a quedar en una buena posición frente bre mi corazón, con aquel amargo sabor de boca, me mar-
a ella? Por fuerza iba a mostrarme cruel e inconsecuente. La charía, dejando una casa a la que ya me había acostumbrado,
crueldad, la inconsecuencia, eran parte de mi misma suerte, en la que había hallado un poco de paz, en la que casi me ha-
y yo era el primero en sufrirlas. Incluso Papiano, el ladrón, bía construido un hogar; y otra vez a andar por las calles, sin
cometiendo el robo había sido más consecuente y menos rumbo ni dirección, en el vacío. El miedo a volver a quedar
cruel de lo que por desgracia me tocaría ser a mí. atrapado en los lazos de la vida haría que me mantuviera más
Él quería a Adriana para no tener que devolverle al suegro que nunca alejado de los hombres, solo, completamente
la dote de su primera mujer. ¿o_ye yo había venido a arreba- solo, desconfiado, sombrío; repitiéndose en mí el suplicio de
tarle a Adriana? Pues la dote era preciso que se la devolviera T ántalo 116 .
yo, a Paleari. Salí de casa: estaba como loco. Al rato me encontré pa-
Para un ladrón, más consecuente imposible. seando por la calle Flaminia, cerca de Ponte Molle 117 . ¿o_yé
¿Ladrón? Ni siquiera eso, porque la sustracción, en el fon-
do, iba a ser más aparente que real; y es que conociendo él la 116
honestidad de Adriana no podía pensar que yo quisiera con- Metáfora del deseo ardiente de algo que uno tiene muy cerca pero nun-
ca podrá alcanzar. En los Infiernos de la mitología griega, Tántalo, castigado
vertirla en mi amante; yo, estaba claro, quería hacerla mi es- por los dioses, se encuentra rodeado por un agua y unos frutos que se apar-
posa; por lo tanto, recuperaría mi dinero en concepto de tan de él en cuanto intenta beber o comer de ellos.
117
dote de Adriana, y además me llevaría a una mujercita virtuo- Ponte Molle es el nombre con que popularmente se conoce -o se co-
sa y buena: ¿qué más podía pedir? nocía- el puente Milvio, en la curva superior de un meandro del Tíber
situado al norte del que flanquea la casa de los Paleari. El puente se halla, en
Sí, yo estaba seguro de que, con un poco de paciencia, y si efecto, en la parte alta de la larga calle Flaminia, que sale, por su extremo sur,
Adriana era capaz de guardar el secreto, asistiríamos al cum- de Piazza del Popolo.
había ido a hacer allí? Miré a mi alrededor; después fui a fi- Sólo que tenía un corazón, aquella sombra, aunque no
jar los ojos en la sombra de mi cuerpo, y me entretuve con- podía amar; tenía dinero, aquella sombra, aunque cualquie-
templándola; finalmente levanté enfurecido un pie sobre ra podía robárselo; tenía una cabeza, aunque para pensar y
ella. Pero no, yo no, yo no podía pisar mi propia sornbra 118 . dilucidar que era la cabeza de una sombra, y no la sombra de
¿cuál de los dos era más sombra? mlla o yo? una cabeza. iNi más ni menos!
iDos sombras! La sentí entonces corno algo vivo, y sentí pena por ella,
Allí, tirada por el suelo, y todo el mundo autorizado a pa- como si el caballo, las ruedas del carro, los pies de los tran-
sarle por encima: a aplastarme la cabeza, a aplastarme el co- seúntes la hubieran hecho realmente añicos. Y ya no me
razón, que yo, calladito; la sombra, calladita. La sombra de plugo dejarla más rato allí, por el suelo, desamparada. Pasó
un muerto: ésa era mi vida... un tranvía y me subí a él.
Pasó un carro, permanecí quieto adrede: primero el caba- Al volver a casa ...
llo, con sus cuatro patas, luego las ruedas del carro.
-iAhí, muy bien! iFuerte, sobre el cuello! ¿Hombre,
también tú, perrito? iDi que sí, así se hace: levanta la pata,
arriba!
Rompí a reír, una risa maligna; el perrito huyó despavori-
do; el carretero se dio la vuelta y me miró. Entonces me
moví, y la sombra se movió conmigo, por delante de mí.
Aceleré el paso para echarla, con no poca voluptuosidad,
bajo otros carros, bajo los pies de los transeúntes. Se había
adueñado de mí una neura malsana, una neura que me agui-
joneaba el vientre; acabé por no poder soportar más la pre-
sencia de mi sombra allí delante; me habría gustado poder
deshacerme de ella. Me volví, pero nada, ahora la tenía de-
trás.
<<Y si echo a correr>>, pensé, <<me seguirá».
Me froté con fuerza la frente, temiendo estar volviéndome
loco, que aquello se estuviera convirtiendo en algo obsesivo.
Pero no, era la verdad: el símbolo, el fantasma de mi vida era
aquella sombra; ella era yo, allí tirado por el suelo, expuesto
al capricho de los pies de los demás. Eso es lo que quedaba
de Matías Pascal, muerto en la Stia: su sombra por las calles
de Roma.

118 <<Esa noche, Aurelio Costa sintió más que nunca aquel inexplicable
malestar que siempre le causaba el ver cómo su propia sombra se estiraba de-
lante de él, se alargaba más y más a medida que se alejaba de las farolas ilu-
minadas>> (1 vecchi e i giovani, I, viii).
Los tres se quedaron de una pieza; sólo que Adriana y su
padre con la cara roja como un tomate y Papiano, en cam-
bio, con una desencajada cara de acelga.
Le estuve observando un momento. Yo debía de estar más
pálido que él, y me sentía muy tenso. Él bajó los ojos como
asustado, y soltó la chaqueta del hermano, que tenía agarra-
da. Avancé hasta que quedamos frente a frente; le tendí la
mano.
-Le pido disculpas, a usted, a todos ... les pido disculpas
XVI -dije.
-iNo! -gritó Adriana con indignación, pero luego se
EL RETRATO DE MINERVA tapó la boca con el pañuelo.
Papiano la miró, y no osaba alargarme la mano. Entonces
yo repetí:
:Aantes de que me abrieran la puerta adiviné que algo -Le pido disculpas ... -y extendí aún más mi mano,
Y grave debía de haber ocurrido en casa: oía gritar a Pa-
piano y a Paleari. Vino a mi encuentro, muy alterada,
la señorita Caporale:
deseoso de sentir la suya, a ver cómo temblaba. Parecía la
mano de un muerto, y los ojos, turbios, casi apagados, pa-
recían también los de un muerto.
-¿Así que es verdad? ¿Doce mil liras? -Me sabe mal -añadí- el revuelo, la enorme molestia
Me quedé clavado, jadeante, con la boca abierta. Escipión que, sin querer, les he causado.
Papiano, el epiléptico, cruzó en aquel momento el vestíbulo, -No, no ... bueno, sí... realmente ... -balbuceó Paleari-
descalzo, los zapatos en la mano, muy pálido, sin chaqueta, vaya, que era una cosa que ... vamos, que no podía ser, ihom-
mientras el hermano chillaba por allá dentro: bre! Estoy contentísimo, señor Meis, no sabe lo contento
-iVamos, denuncie! iDenuncie ahora! que estoy de que haya encontrado ese dinero, porque ...
Al instante me invadió un furioso rencor contra Adria- Papiano lanzó un resoplido, se pasó las dos manos por su
na, que pese a mi prohibición, pese a su juramento, había sudorosa frente y por la cabeza y, volviéndonos la espalda, se
hablado. puso a mirar hacia la terraza.
-¿De dónde ha sacado eso? -le grité a la señorita Sil- -Me ha pasado eso ... -continué, intentando sonreír-
via-. iNo, que no es verdad! Ya he encontrado el dinero. como cuando uno busca las gafas y las lleva puestas. Tenía las
La señorita Silvia me miró sorprendida: doce mil liras aquí en la cartera.
-¿Q_ye ha encontrado el dinero? ¿De veras? iüh, alabado Pero Adriana ahí ya no pudo aguantarse:
sea Dios! -exclamó, levantando los brazos al cielo; y corrió, -Pero si usted -dijo- ha mirado, estando yo presente,
conmigo detrás, hacia el comedor, donde Papiano y Paleari por todas partes, cartera incluida; y allí, en el bargueño ...
daban gritos y Adriana lloraba, y donde anunció exultan- -Sí, señorita -la interrumpí con fría y severa rotundi-
te-: iArreglado! iArreglado! Aquí está el señor Meis: ha en- dad-. Pero se ve que he buscado mal, porque ahora las he
contrado el dinero. encontrado... Q!¡isiera, además, disculparme especialmente
-¿Cómo? con usted, a quien con mi torpeza he hecho padecer más que
-¿Lo ha encontrado? a los demás. Sólo desearía que ...
-iNo es posible! -iNo! iNo! iNo! -gritó Adriana, prorrumpiendo en so-

[280] [28r]
llozos y saliendo precipitadamente de la sala, seguida por la que usted ... no sé ... había descubierto ... Y a mí, me lo de-
señorita Caporale. cía ... a mí, eso a mí, ia su propio cuñado!. .. no sé si porque
-No entiendo nada ... -declaró Paleari, desconcertado. y~, pobre pero honrado, todavía tengo que devolver, aquí a
Papiano se volvió bruscamente: m1 suegro ...
-Bueno, pues yo voy a irme hoy, como tenía pensado ... -iPero cómo piensas en eso ahora, hombre! -le cortó
Ya no parece que sea necesario ... que sea necesario ... Paleari.
Se interrumpió, como si se le hubiera cortado la respira- -iSí! -reiteró con orgullo Papiano-, pienso siempre en
ción; consiguió girarse hacia mí, pero le faltó valor para mi- eso, siempre, podéis tenerlo por seguro. Y si me voy es ... iPo-
rarme a la cara: bre, pobre Escipión!
-Yo ... yo créame, ni rechistar he podido... cuando me . No pudiendo reprimirse más, rompió a llorar a lágrima
han... cuando me han acorralado, aquí... He ido a por mi v1va.
hermano, que ... en su inconsciencia... enfermo como está... -Bueno -repuso Paleari entre desorientado y conmovi-
no siendo responsable de sus actos, quiero decir, me parece do-, pero ¿y él qué tiene que ver ahora?
que ... no sé, uno podía imaginar que ... Le he arrastrado has- -iPobre hermano mío! -prosiguió Papiano, con un
ta aquí... iUna escena de miedo! Me he visto obligado a des- arranque de sinceridad que incluso a mí me hizo sentir mal
nudarle ... a registrarle ... a revolverle todo ... la ropa, incluso y me llenó de compasión.
los zapatos ... El... iah! Vi, en el arranque aquel, remordimiento, el remordimien-
Se atragantó, en ese momento, ya con el llanto en la gar- to que él debía de sentir en ese momento por haberse servi-
ganta; los ojos se le llenaron de lágrimas, y, como sofocado do de su hermano, a quien habría echado la culpa del robo
por la angustia, añadió: si yo lo hubiera denunciado y a quien acababa de hacer pa-
-Así han podido comprobar... Pero vaya, usted ya ... sar por la humillación de todo un señor cacheo.
Nada, que después de esto yo me voy. Nadie sabía mejor que él que yo no podía haber encontra-
-No, no, nada de eso -dije yo entonces-. Ha sido por do el dinero que él me había robado. Mi inesperada revela-
mi culpa. Usted se queda aquí. En todo caso soy yo quien ción, que venía a salvarle justo en el instante en que, no vien-
se va. do otra salida, acusaba al hermano o por lo menos daba a en-
-¿Pero qué dice usted, señor Meis? -exclamó contraria- tender -según un plan previamente trazado, no hay duda-
do Paleari. que éste era el único posible autor del robo, le había desesta-
También Papiano, la voz ahogada por el llanto que hacía bilizado completamente. Ahora lloraba por una irrefrenable
lo posible por contener, negó con la mano; luego dijo: necesidad de desahogarse del tremendo impacto que aquella
-No, si ... si ya tenía que irme. De hecho, todo esto ha revelación le había producido, y quizá también porque sen-
ocurrido porque yo ... con toda la buena fe ... he anunciado tía que sólo así, llorando, podía sostener el cara a cara conmi-
que tenía intención de irme, de llevarme a mi hermano, que go. Con aquel llanto de hecho él se postraba, se arrodillaba a
con él por casa no se puede continuar... De hecho el mar- mis pies, pero a condición de que yo mantuviera lo dicho, es
qués me ha dado ... (la tengo aquí) una carta para el director decir, que había encontrado el dinero; porque si yo hubiera
de un sanatorio, en N ápoles, adonde además tengo que ir intentado aprovechar su momento de debilidad para echa:-
para traerle otros documentos que necesita ... Entonces mi me atrás, se habría abalanzado sobre mí como una furia. El
cuñada, que le tiene a usted ... con justicia, en tanta ... en tan- -que quedara claro- no sabía ni tenía por qué saber nada
ta estima ... ha salido con que nadie podía abandonar la del robo, y yo, con mi intervención, sólo había salvado a su
casa ... con que todos teníamos que permanecer aquí... por- hermano, quien de todas formas, de haberle yo denunciado,
seguramente no habría tenido nada que temer, dada su enfer- ~ás grande cuanto menos ella me pedía o deseaba que la tu-
medad; por su parte él, pues eso, se comprometía, como ya viera.
había dejado adivinar, a devolver la dote de Paleari. iNi hablar! iNi hablar! iNi hablar! ¿o_yé estaba yo elucu-
Esto es todo lo que me pareció poder entresacar de su llan- brando? A bien distintas conclusiones tenía que llegar, si-
to. A instancias de don Anselmo y de mí mismo, al final se guiendo la lógica de aquella mentira que no había tenido
tranquilizó; dijo que volvería pronto de Nápoles, tan pronto más remedio que decir. iNada de generosidad! iNada de sa-
como hubiera metido al hermano en el sanatorio, hubiera li- crificio! iNada de prueba de amor! ms que iba a continuar
quidado su participación en cierto negocio que recientemente había ilusionando a aquella pobre chiquilla? Lo que tenía que ha-
emprendido allí en sociedad con un amigo y hubiera reunido los cer con mi pasión era destruirla, destruirla; no dirigirle a
documentos para el marqués. Adriana ninguna otra mirada o palabra de amor. Pero enton-
-Ah, y a propósito -terminó, dirigiéndose a mí-. Ya ces, ¿cómo iba ella a casar mi acto de aparente generosidad
no me acordaba. El señor marqués me dijo que, si le parecía con el comportamiento que a partir de ese momento yo de-
bien hoy... junto con mi suegro y Adriana... bía adoptar frente a ella? Yo estaba por fuerza llamado, sí, a
-iAh, perfecto, sí! -exclamó don Anselmo, sin dejarle aprovechar el robo que ella había descubierto contra mi vo-
terminar-. Podemos ir todos ... imagnífico! Ya no hay razón luntad y que yo había desmentido para cortar toda relación
para estar disgustados, ahora, ¿no? ¿usted qué dice, don entre nosotros. Pero ¿qué lógica había en eso? Una de dos: o
Adriano? yo había sido víctima del robo, y entonces ¿por qué razón,
-Por mí... -contesté yo, abriendo los brazos. sabiendo quién era el ladrón, no lo denunciaba, y la privaba
-Entonces sobre las cuatro ... ¿De acuerdo? -propuso en cambio a ella de mi amor, tratándola como si hubiera te-
Papiano, acabando de secarse las lágrimas. nido alguna culpa de lo ocurrido?; o yo había encontrado
Me retiré a mi habitación. Mi pensamiento voló inmedia- efectivamente el dinero, y entonces ¿por qué no seguía
tamente hacia Adriana, que había desaparecido entre sollo- amándola?
zos después de que yo lo desmintiera todo. ¿y si ahora venía Casi me dieron náuseas: tanto fue el asco, la ira, el odio
a pedirme una explicación? Era evidente que tampoco ella que sentí hacia mí mismo. Si por lo menos hubiera podido
podía creerse que yo hubiera encontrado de veras el dinero. decirle que el mío no era ningún acto de generosidad; que yo
¿o_yé debía de pensar, pues? Qye yo negando que hubiera no podía, de ninguna de las maneras, denunciar el robo ... De
habido un robo había querido castigarla por faltar a su jura- cualquier forma una razón bien tenía que dársela ... ¿No po-
mento. Sí, pero ¿por qué? Estaba claro: porque por el aboga- día ser aquél un dinero robado? Posibilidad que quizás ella
do, con quien ya había avisado que quería aconsejarme antes ya había tomado en cuenta ... ¿o mejor decirle que yo era un
de denunciar el robo, había sabido que también a ella y a to- hombre perseguido, un fugitivo con el agua al cuello obliga-
dos los suyos les habrían pedido responsabilidades. Ya, pero do a vivir siempre oculto, no pudiendo unir a mi suerte la de
¿no me había dicho ella que con mucho gusto iba a afrontar ninguna mujer? Más mentiras para la pobre chiquilla... Aun-
el escándalo? Sí, pero yo -por supuesto-, yo no había que- que, por otro lado, ¿acaso podía contarle la verdad, esa ver-
rido, y había preferido sacrificar doce mil liras ... Así pues, dad que a mí mismo me parecía algo increíble, algo así como
Adriana tenía que creer que era un acto de generosidad por un cuento chino, como un sueño absurdo? Para no mentir
mi parte, un sacrificio por amor a ella. Otra mentira más, ahora nuevamente, ába a confesar haber mentido siempre?
vaya, a la que me obligaba mi situación: una mentira repug- A eso es a lo que me llevaría el revelarle mi condición. ¿y
nante con la que me colgaba la medalla de una tierna y deli- qué ganaría con ello? Ni me serviría a mí de justificación, ni
cada prueba de amor atribuyéndome una generosidad tanto a ella de alivio.
Aun así, irritado, exasperado como estaba en aquel mo- Cuando la señorita Caporale se hubo marchado a transmi-
mento, es probable que se lo hubiera confesado todo a tirle a Adriana mis palabras, estuve retorciéndome las manos,
Adriana si, en vez de mandar a la señorita Caporale, hubiera incluso mordiéndomelas. ¿Así que aquélla era la forma en
venido ella personalmente a mi habitación a explicarme por que debía conducirme? ¿sacar partido del robo aquel, como
qué había faltado al juramento. si el dinero robado pudiera servirme de moneda de cambio
La razón ya la sabía: el propio Papiano me la había dado. para compensarla por las esperanzas frustradas? iOh, qué
La señorita Silvia agregó que Adriana estaba inconsolable. manera más vil de actuar! No tardaría en gritar de rabia, ella,
-¿Por qué? -pregunté con forzada indiferencia. oyendo lo que le decía la señorita Caporale, y sentiría despre-
-Porque no cree -me respondió- que usted haya en- cio por mí... sin llegar a entender que su dolor también era el
contrado de verdad el dinero. mío. iY así debía ser! Ella tenía que odiarme, que despreciar-
Se me ocurrió entonces la idea -que se adecuaba, por me, igual que me odiaba y me despreciaba yo. Y para ser más
lo demás, perfectamente a mi estado de ánimo, al asco que implacable conmigo mismo, para acentuar su desprecio,
yo mismo me producía-, la idea de mostrarme falso, ¿por qué no mostrarme ahora amabilísimo con Papiano, con
duro, voluble, interesado ... para que Adriana perdiera ya su enemigo, en lo que parecería, a ojos de ella, un intento de
toda consideración hacia mí, para que dejara de amarme. enmendar las sospechas abrigadas contra él? Sí, sí, con eso
Sería el castigo que me infligiría a mí mismo por el daño dejaría también desconcertado a mi ladrón. Exacto: hasta
que le había causado. En un primer momento le ocasiona- conseguir que todos me tomaran por loco 119 ... Y más, más
ría, sí, aún más daño, pero por una buena causa, para cu- todavía: ¿no teníamos que ir ahora a casa del marqués Gi-
rarla. glio? Pues muy bien: me dedicaría, esa misma tarde, a corte-
-¿O!re no lo cree? ¿cómo que no? -le dije, con una risa jar a la señorita Pantogada.
triste, a la señorita Caporale-. Doce mil liras, señorita ... -Así me despreciarás todavía más, Adriana -gemí, de-
como para tirarlas, ¿que se cree ella que yo estaría aquí tan jándome caer sobre la cama-. Veamos, más cosas, más co-
tranquilo, si de verdad me las hubieran robado? sas que pueda hacer por ti ...
-Pero Adriana ha dicho ... -intentó añadir ella. Poco después de las cuatro llamó a la puerta de mi habita-
-iTonterías! iTonterías! -corté yo-. Mire, es verdad ción don Anselmo.
que ... por un momento, sospeché ... Pero ya le dije a la seño- -Cuando usted quiera -le dije, y me puse el gabán-.
rita Adriana que me parecía imposible que pudiera ser un Estoy listo.
robo ... Y en efecto, nada de eso. Además, ¿por qué razón iba -¿va a venir así? -me preguntó Paleari, mirándome con
yo a decir que he encontrado el dinero si no lo hubiera en- cara de sorpresa.
contrado de verdad? -¿Por qué? -repliqué yo.
La señorita Caporale se encogió de hombros: Y en ese momento me di cuenta de que aún llevaba en la
-A lo mejor Adriana cree que usted puede tener alguna cabeza la gorra de viaje que solía ponerme para estar en casa.
razón para ... Me la metí en el bolsillo y cogí el sombrero de la percha,
-i O!ré va, mujer, qué voy a tener yo! -me apresuré a in- mientras don Anselmo reía y reía, porque resulta que él...
terrumpirla-. Le repito que estamos hablando de doce mil -¿A dónde va usted, don Anselmo?
liras, señorita. Si hubiesen sido treinta, cuarenta liras, toda- -Fíjese en cómo iba a salir yo también -respondió entre
vía ... Pero ya le aseguro que yo de semejantes muestras de ge-
nerosidad nada ... iO!ré diantre! Madera de héroe se necesita- 119
La frase anticipa la trama central de Enrico IV, una de las obras maes-
ría para eso ... tras del teatro pirandelliano, estrenada en 1922 (cfr. «Introducción», pág. 47).

[286]
carcajadas, señalándome las chanclas que le cubrían los momento tenía un claro cometido: lucha sin cuartel allí, en
pies-. Adelántese; por allí anda esperando Adriana ... el ámbito clerical. Así que su casa era frecuentada por los
-Niene también ella? -pregunté. más reaccionarios prelados de la Curia, por los más fervien-
-No quería -dijo Paleari, caminando hacia su habita- tes seguidores del partido negro 12 1.
ción-. Pero la he convencido. Vaya usted: ella ya está lista, Ese día, sin embargo, en el amplio y espléndidamente de-
en el comedor... corado salón no encontramos a nadie. Bueno, no exacta-
iCon qué dura mirada de reprobación me acogió, cuando mente. Había en el centro un caballete que sostenía una tela
llegué ante ellas, la señorita Caporale! Ella, que había sufrido apenas esbozada, tela que quería ser un retrato de Minerva,
tanto por amor y que en tantas ocasiones se había visto re- la perra de Pepita, completamente negra, echada sobre un si-
confortada por la dulce e inocente chiquilla, quería, ahora llón completamente blanco, la cabeza hacia delante recosta-
que Adriana pasaba por lo mismo, ahora que Adriana estaba da sobre las patas.
herida, reconfortada a su vez, premurosa y agradecida; y se -Obra del pintor Bemáldez -notificó con gravedad Pa-
ponía contra mí, porque le parecía injusto que yo hiciera su- piano, como si nos presentara a alguien merecedor de una re-
frir a tan buena y hermosa criatura. Ella de acuerdo, no era verentísima inclinación por nuestra parte.
ni hermosa ni buena, y por consiguiente si los hombres la Acudieron primero Pepita Pantogada y el aya, doña Cán-
trataban mal tenían excusa hasta cierto punto. iPero hacer su- dida.
frir a Adriana! A ambas las había visto en la penumbra de mi habitación:
Esto me dijo con su mirada, y me invitó a mirar a la que ahora, con luz, la señorita Pantogada me pareció otra; si no
yo hacía sufrir. en toda su persona, por lo menos en la nariz ... ¿podía ser que
iQyé pálida estaba! Se le notaba en los ojos que había llo- ya tuviera esa nariz en mi casa? Me la había imaginado con
rado. Qyé esfuerzo debía de haberle costado, en su desazón, una naricilla respingona, traviesa, y en cambio la tenía agui-
tener que arreglarse para salir conmigo ...
121
El partido negro identifica, en este periodo postunitario, a los grupos
A pesar de los pocos ánimos con que afronté la visita, la políticos ultraconservadores de corte clerical. El Papa y los Barbones de Ná-
persona y la casa del marqués Giglio d'Auletta consiguieron poles habían sido los más acérrimos opositores a las transformaciones naci-
das de la Revolución Francesa y al proyecto de unificación italiana puesto en
despertar mi curiosidad. marcha por los Saboya y el Risorgimento. Una vez derrotados, el Reino de Ita-
Sabía que el marqués estaba en Roma porque para lograr lia había absorbido sus territorios: el Reino de las Dos Sicilias y casi todo el
la reinstauración del Reino de las Dos Sicilias ya no veía otra Estado Pontificio en 1860; la misma ciudad de Roma en 1870. Cuando Pi-
solución, a estas alturas, que la lucha en favor del poder tem- randello escribía El difunto Matías Pascal (1904) continuaba abierta, sin em-
bargo, la «cuestión romana»: el Papa seguía sin resignarse a la pérdida de su
poral del Papa: una vez devuelta Roma al Pontífice, la uni- poder temporal e intentaba hacer valer su autoridad religiosa para recuperar-
dad de Italia se resquebrajaría, y entonces ... a lo mejor... aun- lo. Hasta 1919la Santa Sede no revocaría el non expedit dictado en 1874 por
que no quería adelantar acontecimientos, el marqués 120 . De Pío IX, por el cual se prohibía a los católicos italianos participar en la políti-
ca del nuevo Reino, y la «cuestión» no quedaría del todo zanjada hasta los
acuerdos de Letrán (Patti Lateranensi) de 1929, por los que la Santa Sede reco-
120 En 1 vecchi e i giovani la táctica política del marqués es adoptada al pie nocía a Roma su rango de capital de Italia y Mussolini a cambio cedía a la
de la letra por el príncipe Ippolito Laurentano, que es quien representa allí a Iglesia la Ciudad del Vaticano. En la medida en que si no en el terreno mi-
la aristocracia filoborbónica del sur: «La tormenta se había desatado otra vez litar sí en el político-diplomático Roma era a finales del siglo XIX y princi-
en 1860: desde su retiro de Colimbetra, él la oía retumbar a lo lejos. Luchaba pios del XX el último reducto de los viejos regímenes, se convirtió, ya des-
allí con todas sus fuerzas, en el restringido ámbito de su ciudad natal: la causa de 1860, en refugio y cuartel general de legitimistas venidos de otros esta-
de los Barbones de momento estaba perdida; había que luchar en favor del po- dos, como el de Nápoles, que por sí mismos ya no tenían ninguna capacidad
der eclesiástico; una vez devuelta Roma al Pontifice, a lo mejor. .. >> (I, iv). de acción.

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leña, voluminosa. Pese a ello, era igualmente una mujer de fundo suspiro y le dedicó una sonrisa a su cansancio de tan-
gran hermosura: morena, de ojos chispeantes, cabellos rel~­ tos ~ños. El r?stro, consumido, surcado todo él por arrugas
cientes, muy negros y ondulados; labios finos como cuchi- vertlcales,_ afeitado, ofrecía una palidez cadavérica, mientras
llos, sensuales. El vestido, oscuro con motas blancas, se adap- que los OJOS, en cambio, los tenía vivísimos ardientes casi
taba a las mil maravillas a su cuerpo lozano y esbelto. A su juveniles. A lo largo de las mejillas, de las si~nes, le baj,aban
lado, la apacible belleza rubia de Adriana palidecía. _ de una forma estrafalaria unos gruesos mechones de cabello
iFinalmente tuve ocasión de comprender lo que dona que parecían lenguas de ceniza mojada.
Cándida llevaba en la cabeza! Una espectacular peluca leo- Nos dio una bienvenida muy cordial, hablando con mar-
nada, rizada, y sobre la peluca un amplio pañuelo d~ s_eda d~ c_ado ace~to_ napolitano; a continuación le rogó a su secreta-
color celeste, mejor dicho, un chal, atado con exqmslto_pn- no que siguiera mostrándome los recuerdos que llenaban el
mor debajo de la barbilla. Lo que la envoltura tenía de visto- salón y atestiguaban su fidelidad a la dinastía de los Barbo-
so lo tenía de macilento la carita, delgada y flácida, aunque nes. Cua!ldo llegamos ante lo que parecía un pequeño cua-
ll:na de afeites y maquillaje, acicaladísima. dro, cubierto por una cortinilla verde sobre la que se leía,
Por su parte Minerva, la vieja perrita, con sus esforz~dos y bordada en oro, esta leyenda: <<No escondo; protejo; levánta-
roncos ladridos, no nos dejaba cumplir con las formahdades me y lee», rogó a Papiano que lo descolgara y se lo acercara.
de rigor. No porque el pobre animal nos ladrara a nosotros; Había ~ebajo, protegida por un cristal y enmarcada, una car-
le ladraba al caballete, le ladraba al sillón blanco, que para ta de Pietro Ulloa, fechada el mes de setiembre de 1860 o
ella debían de ser verdaderos instrumentos de tortura: era 1~ sea, en plena agonía del reino, por la que se invitaba al rdar-
protesta y el desahogo de un alma exasperada. A9uel maldi- qués Giglio d'Auletta a formar parte del gobierno que luego
to artilugio con tres largas patas ella habría quendo echarlo ya no pudo constituirse 122 ; al lado estaba el borrador de la
de la habitación; pero ya que permanecía allí, inmóv~l Y, ame- carta de aceptación del marqués: una misiva llena de aplomo
nazador, reculaba ella, ladrando, y luego saltaba hacia el, en- que anatematizaba a todos aquellos que se habían negado a
señando los dientes y haciéndolos rechinar, para recular de asumir la re~ponsa_bilid~d del poder en aquel momento de
ex~remo pehgr? e I~qmetante desorden, con el enemigo, el
nuevo enfurecida.
Pequeña, achaparrada, gruesa sobre sus cuatro patita? de- filibustero Ganbaldi, ya casi a las puertas de Nápoles 123 •
masiado enclenques, Minerva era r~almente poco agraoada; Leyen.~o en voz alta este documento, el viejo se exaltó y se
la vejez ya le había empañado los OJOS, y el pelo de la cabeza conmov10 has~a tal punto que, aun siendo lo que leía total-
se le había encanecido; el lomo, además, lo tenía completa- mente contrano a mi modo de sentir, logró despertar mi ad-
mente pelado hacia el nacimie_nto de la cola por su costum-
bre de rascarse con saña debaJo de los armanos, contra los
122 Pietro Ulloa Cala (1802-1879), descendiente de familia española esta-
travesaños de las sillas, en cualquier lugar que se prestara a se-
blec1da ~n Nápoles en el siglo XVII, brillante magistrado además de fecundísi-
mejante práctica. Algo sabía yo de eso. mo escntor, no se había ocupado en realidad de política antes de 1860, cuan-
Al final Pepita la agarró por el cuello y la echó en brazos do FranCJSc~ II le nombró presidente del consejo de ministros del reino. Co-
de doña Cándida, gritándole: nocido preCJsamente corno <<el último ministro de Francisco Ih, siguió a su
-iCallato! rey a Gaeta y luego al exdw en Roma, donde no dejó de defender a través de
En esto entró atropelladamente ~on l&Uacio Giglio d'A~; múltiples escritos, la legitimidad del monarca borbónico si bien'sus convic-
ciones políticas, de corte constitucionalista, le crearon ba;tantes incomodida-
letta. Con el espinazo doblado, casi partldos en d~s, como des en el ambiente de la curia papal. Hacia 1870 regresó a Nápoles donde se
hacia su sillón junto a la ventana, en donde, despues de sen- consagró a sus trabajos como historiador. '
123 Garibaldi entró en N ápoles el 7 de setiembre.
tarse, colocándose el bastón entre las piernas, exhaló un pro-
miración. Había sido, por la parte que le tocaba, todo un hé- ?oco después, decidido a llevar a cabo mi siniestro plan,
roe. De ello tuve otra prueba cuando él mismo quiso contar- de¡é al marqués con Paleari y Papiano y me acerqué a Pepita.
me la historia de un lirio de madera dorada que conserva- Me percaté en el acto de que estaba muy nerviosa e impa-
ba también allí en el salón. La mañana del 5 de setiembre ciente. Lo primero que hizo fue preguntarme la hora.
de 1860 el rey salía del Palacio Real de Nápoles en un carrua- -¿Las cuatro y mezza? iFantástico!
je descubierto, acompañado por la reina y por dos nobles de Pero no debió de hacerle ni pizca de gracia que fueran las
12
la corte. Llegado el carruaje a la calle Chiaja \ tuvo quepa- c~atro y mezzr:, como deduje de aquel «iFantástico!>> pronun-
rarse por causa de un atasco de carr?~ y de coches ante una oado entre d1entes y de la violenta invectiva que sin venir a
farmacia que lucía en el letrero los lmos d~ oro. ~na esc~e­ cuento lanzó a continuación contra Italia y sobre todo con-
ra apoyada contra el letrero impedía la orc_ulaoon. V~r~os tra Roma, tan orgullosa, ella, de su pasado. Me dijo, entre
operarios montados en la escalera estaban retirando los lmos otras cosas, que también ellos, en España, tenían un Coliseo
del letrero. El rey se dio cuenta y le indicó_ con la mar;o ~ la como el nuestro, de igual antiquitá, pero al que no prestaban
reina aquel acto de cobardía del precavido farmaceutlco, la menor atención:
quien en su momento había reclatp.ado el honor de engalanar -iPietras martas!
su tienda con aquel símbolo real. El, el marqués d'Auletta, pa- Tenía un valor infinitamente superior, para ellos, cual-
saba casualmente en ese instante por allí: indignado, hecho qUler plaza de toros. Y muy en especial para ella, superior a
una furia se había precipitado dentro de la farmacia, había to~as las obra~ maestras del arte antiguo era aquel retrato de
agarrado ~ aquel cobarde por el cuello de la chaqueta, le_ había Mmerva del pmtor Manuel Bemáldez, quien per cierto estaba
enseñado quién estaba allí fuera, después le había es~up1do_en tardando en llegar. De ahí le venía la impaciencia a Pepita,
la cara y, blandiendo uno de los lirios que habían s1do rema- una impaciencia que ya estaba a punto de desbordarse. Se la
dos, se había puesto a gritar entre el gentío: <<iViva el rey!» no~aba frenética mientras hablaba; una y otra vez se pasaba
Dicho lirio de madera, ahora allí en el salón, le recordaba funosamente un dedo por la nariz; se mordía los labios;
esa triste mañana de setiembre, triste también porque aquél abría y cerraba las manos, y los ojos no paraban de írsele ha-
había sido uno de los últimos paseos de su soberano por las cia la puerta.
calles de Nápoles; y del lirio casi se enorgullecía t~t? c?mo Por fin el camarero anunció a Bemáldez, que se presentó
de la llave de oro de gentilhombre de cámara, de la ms1gn1a de sudoroso y acalorado, como si hubiese corrido. Pepita no
caballero de San Jenaro y de otras muchas distinciones que dudó en volverle la espalda, e intentó adoptar una actitud
había expuestas en la misma estancia, bajo dos grandes retra- fría e indiferente; pero cuando él, después de saludar al mar-
125 qués, se nos acercó, o mejor dicho se le acercó, y hablándole
tos al óleo de Fernando y de Francisco II •
en su lengua le pidió disculpas por el retraso, ella no pudo
contenerse más y le respondió, rápido y de un tirón:
124 En pleno centro de la ciudad, es una de las calles más antiguas de Nápo· -Antes di nada parle usted italiano, perque estamos en Roma e
les. De este a oeste, comunica Piazza T rieste e T rento, muy cerca del Palazzo aquí tenemos a qüestos siñores que non entienden il español e non
Reale, con Piazza dei Martiri. . ..
125 Fueron los dos últimos monarcas del Reino de las Dos SJCihas. Fernan-
do II (1810·1859) aplicó una política firme e intransigente, poco permeable a
los nuevos vientos liberales que corrían por Europa: sofoco con v10lenc1a las mento indeciso ante las maniobras políticas y militares de Garibaldi y del rey
revueltas internas y logró así tener en pie el reino, aunque a_ costa de un aisla· del P~amonte. Cuando el pnmero llegó a las puertas de Nápoles se retiró a
cionismo que más adelante iba a tener funestas consecuenCias para los suyos. Gaeta, donde opuso resistencia. Derrotado, se exilió primero a Roma, donde
Para acabar de empeorar las cosas, su hijo Francisco II (1836·18_94) fue un rey fue acogido por el Papa, y después a París. Nunca dejó de soñar con recupe-
demasiado débil para los retos que le tocó afrontar. Se mostro en todo mo· rar el trono perdido.
mi parece di buona educazione que usted m~ parle .en español. Ad~­ ba, cogía al vuelo alguna palabra que yo le dirigía a Pepita y
más le dico que non me interesa en absoluto tl suo rztraso e que podta hacía un comentario al respecto refunfuñando por lo bajo,
ahorrarsi la discolpa. . . . como si hablara consigo mismo. En más de una ocasión, per-
Él, muy afectado, sonrió con nervtostsmo e htzo una r~ve- . catándome de ello, había estado a punto de ordenarle: «iHa-
rencia; luego le preguntó si podía reanudar el retrato, vtsto ble usted más alto!>> Pero al final fue él quien no pudo más y
que aún había algo de luz. ., . . . le gritó a Pepita:
-Haga lo que quiera -le respon~10 el.la, sm ~~btar m -Se lo ruego: por lo menos haga que se esté quieto el ani-
el tono ni las maneras-. A me non mt necestta per dtpmgere; per mal.
me come si quiere cancellare lo que ha dipinto,. si li parece. . , . -¿Animal? ¿Animal? ¿Animal? ... -se rebotó Pepita exci-
Manuel Bernáldez hizo otra reverene1a y se volvw hae1a tadísima, agitando las manos en el aire-. iSerá un animal,
doña Cándida, que seguía con ~a .Perrita en. brazos. pero non si li dice!
Recomenzó entonces el suphcto para Mmerva. Aunque a -A saber lo que puede pensar, pobrecilla ... -se me ocu-
un suplicio bastante más cruel fue someti?o su torturador: rrió apuntar a modo de disculpa, dirigiéndome a Bernáldez.
Pepita, para castigarle por el retraso, e~pe~o,a. desplegar toda La frase podía ciertamente prestarse a una doble interpre-
su coquetería conmigo, una coquetena q~tza n"!-cluso algo ex- tación; me di cuenta nada más pronunciarla. Yo quería decir:
cesiva para los objetivos que yo persegma. M:rando alpuna <<A saber lo que creerá que se le está haciendo.>> Pero Bernál-
vez a Adriana de refilón, me daba cuenta de co~o sufna. El dez tomó mis palabras en otro sentido, y con extraordinaria
suplicio no era sólo para Berná~dez y, para Mt?erva, pues, brusquedad, clavando sus ojos en los míos, escupió:
sino también para ella y para ml: A ~1 me su.btan cada vez -iLo que por lo visto usted no es capaz de pensar!
más los colores a la cara, como s1 hubtera bebtdo, co~o bo- Ante su mirada fija y provocadora, y con lo sobreexcitado
rracho de vergüenza por el desaire que sabía esta~ hae1endole que también estaba yo, no pude evitar responderle:
a aquel desventurado joven, e~ ~ual no por .~so, sm ~mb~rgo, . -Pues yo pienso, señor mío, que usted podrá ser un gran
llegaba a inspirarme compaston; co~paston me ~nsptraba pmtor...
sólo Adriana, allí dentro, y ya que debta ~aceda sufrtr, no me -¿Q!lé ocurre? -preguntó el marqués, al vernos tan aira-
importaba que tambiér: s~friera él el mtsmo ,tormento;. de dos.
hecho, cuanto más sufrta el, menos me pareCla que debtese Bernáldez, perdiendo el dominio de sí mismo, se levantó
sufrir Adriana. Gradualmente, dentro de cada u~o de n?so- y vino a plantarse frente a mí:
tros la tensión fue creciendo y haciéndose tan msostemble -Un gran pintor... ¿Q!lé más?
que de una forma u o.t;a te.nía forzosamente .que .ex.pl~tar. -Pues eso, un gran pintor... pero también un grosero,
La ocasión la ofree1o Mmerva. Al no sentme mumtda~a, ¿sabe?: un grosero que además va asustando a las perritas ...
ese día, por la mirada de su dueña, tan pronto como el pm- -le dije yo entonces, lleno de osadía y menosprecio.
tor apartaba los ojos de ella para po~e~los en 1~ tela, ab~ndo­ -Muy bien -dijo él-. Pues veremos si sólo a las perri-
naba con mucho sigilo la postura extgtda, met1a las pat~tas Y tas ...
el hocico en el hueco abierto entre el respaldo y el astento Y se retiró.
del sillón, como si quisiera intro.ducirse y esc<::mderse allí, Yle De pronto Pepita rompió a llorar, un llanto raro, convul-
presentaba al pintor el trasero, bten al descubt~rto, como una s?, y cayó desmayada en brazos de doña Cándida y de Pa-
0
con la cola tiesa que -para mayor escarmo- no paraba ptano.
de menear. Ya varias veces doña Cándida la había devuelto a En la confusión reinante, mientras yo, como todos los de-
la posición correcta. Mientras eso ocurría Bernáldez resopla- más, me acercaba a observar a la señorita Pantogada, a la que
acababan de acomodar en el canapé, sentí que me agarraban s~ lo he ,dicho, son chiquilladas, no hay que tomarlas en se-
por el brazo: ahí estaba otra vez Bernáldez, que había vuelto no ... esta fuera de lugar...
atrás. Me dio tiempo a parar la mano que ya levantaba con- -iAh, no, eso no! -terció Papiano al notar mi nerviosis-
tra mí, le empujé con fuerza, pero él se lanzó otra vez a ata- mo-. No está en absoluto fuera de lugar. El señor Meis tie-
carme, aunque apenas consiguió rozarme la cara con la ne todo el derecho de exigir una satisfacción· es más diría
mano. Yo me abalancé sobre él, hecho un demonio; pero Pa- que está obliga?~ a exigirla, sí, sí, debe exigirlL '
piano y Paleari intervinieron para sujetarme, mientras Bernál- -Entonces Ira usted con algún amigo suyo -dije yo, que
dez se alejaba gritándome: por ese lado no me esperaba otra negativa.
-iLa bofetada como si se la hubiera dado! Espero sus ins- Pero Papiano abrió los brazos desolado:
trucciones ... Aquí podrán darle mis señas 126 ... -i.A fe mía que lo haría con mucho gusto!
El marqués, enervadísimo, se había medio levantado del -e Y no lo hará? -le grité con fuerza en mitad de la calle.
sillón y gritaba contra el agresor; yo entretanto forcejeaba en- -No ~e pre~ipite, ?~ñor Meis ~me rogó con humil-
tre Paleari y Papiano, que me impedían correr tras él. Tam- d.a,d-. Ü1ga, m1re: entlendame ... ent1enda mi penosa situa-
bién el marqués intentó calmarme, y me decía que, como clo~ como .sub~terno... como simple secretario del mar-
buen caballero, lo que yo debía hacer era elegir dos amigos y ques ... un tr1ste s1ervo ...
darle una lección a aquel villano que había osado tener una -¿Qyé tiene que ver? El marqués mismo ... ¿no le ha oído~
conducta tan indigna dentro de su casa. -iSí, sí! Pero ¿y después? Él, clerical... ante el partido ..".
Con todo el cuerpo temblándome de crispación y casi sin co~ el se~ret~rio compl~cado ~n un asunto de duelos ... iAy,
aliento, apenas logré pedirle disculpas por el desafortunado am1go mw, s1 uste~ sup1era.! Sm co?tar con que la casquiva-
incidente, tras lo que me marché, seguido por Paleari y Papia- n~ esa, COJ?O habra usted v1sto, esta que se derrite por el bri-
no. Adriana se quedó asistiendo a la indispuesta señorita ?on ~el pmtor... Luego hacen las paces y entonces dígame,
Pantogada, que había sido llevada fuera de la sala. cyo como quedo? Me toca cargar con los platos rotos. Com-
Me correspondía ahora rogarle a mi ladrón que me hicie- prén~alo; señor Meis, ~ntiéndame ... No le engaño.
ra de padrino, a él y a Paleari: ¿a quién, si no, podía recurrir? . , -cAsl que, van a deJarme so~o en este aprieto? -me que-
-¿Yo? -exclamó con candidez y sorpresa don Ansel- Je una vez mas, exasperado-. 1Yo no conozco a nadie aquí
mo-. iPor Dios! iNi pensarlo! ¿Lo dice usted en serio? -y en Roma!
sonreía-. Yo no entiendo de esas cosas, señor Meis ... Va- -H_ay una s~lución, hay una solución -se apresuró a
mos, déjelo, déjese de chiquilladas y de tonterías, hombre ... aconseJarme Pap1ano-. Es lo que iba a decirle ... Tanto mi
-iUsted va a hacerlo por consideración hacia mí! -le gri- suegro como yo, créame, nos meteríamos en un lío; no so-
té enérgicamente, no siendo aquél momento para discusio- mos las personas adecuadas.:. Usted lleva razón, y está muy
nes-. Usted y su yerno van a ir a ver a ese hombre y... e~alta~o, me doy cuenta: t1ene sangre en las venas. Pues
-Yo no voy, ¿pero qué dice? -me interrumpió-. Pída- b1en, epor qué no va ahora mismo a buscar un par de oficia-
me cualquier otro favor, estoy dispuesto a hacérselo, pero les del ejército real? No pueden negarse a representar a un ca-
éste no: no va conmigo, lo primero; y lo segundo, déjelo, ya ballero como usted en un ~ance de honor. Se presenta, les ex-
pone el caso ... _l~To es la pnmera vez que se les requiere para
prestar tal serv1e10 a un forastero.
Había~os llegad~ al P<?:tal de casa; le dije a Papiano:
126 Pirandello da siempre a los duelos una motivación y un desenlace hu-

morísticos, en cuanto que ve en ellos un blanco perfecto para destapar las ri-
diculeces y los absurdos de una ética de la honorabilidad hipócrita y engreí- -:t:'fuy b1en-, y alh le deJe con su suegro mientras yo me
n
da: véase la conclusión de la pieza teatral giuoco delle parti. aleJaba solo, apesadumbrado, sin rumbo.
Una vez más se imponía la constatación abrumadora de mi seis oficiales de artillería, y cuando uno de ellos, al ver que
absoluta impotencia. ¿Acaso podía entablar yo un duelo en me paraba allí mismo alborotado e indeciso, se volvió para
mi situación? ¿Acaso no había entendido aún que ya no podía observarme, yo hice ademán de saludarle y, con la voz entre-
hacer nada de nada? ¿Dos oficiales? Sí, pero antes querrían sa- cortada por el jadeo:
ber, con todo el derecho, quién era yo. Conque ya podía cual- -Perdone ... discúlpeme ... -le dije-. ¿podría hablar un
quiera escupirme en la cara, abofetearme, apalearme: yo tenía momento con usted?
que dejar que pegara fuerte, sí, todo lo fuerte que quisiera, con Era un jovencito sin bigote que debía de haber salido de la
tal de que no gritara, de que no armara demasiado ruido ... Academia ese mi~mo año, teniente. Se levantó enseguida y
iDos oficiales! Y si se me ocurría descubrirles mi verdadera se me acercó, hae1endo gala de una gran amabilidad:
condición, ante todo no me creerían, a saber lo que iban a _¿ Q!lé se le ofrece, señor... ?
pensar; y además sería perfectamente inútil, como también lo -Permítame que me presente: Adriano Meis. Soy forastero,
habría sido con Adriana: aunque me creyeran, me aconseja- y no conozco a nadie ... He tenido una... una riña con un tipo ...
rían que, lo primero, fuera a dar fe de vida, porque un muer- Necesitaría un par de padrinos ... No sé a quién recurrir... Si us-
to, ihombre!, un muerto no se puede decir que frente al códi- ted y un compañero suyo se brindaran a hacerme ese favor ...
go del honor tenga precisamente los papeles en regla ... Sorprendido, desconcertado, se me quedó mirando de
¿Así que debía tragarme la afrenta, como me había traga- arriba abajo, luego se volvió hacia sus compañeros y llamó:
do el robo? ansultado, casi abofeteado, retado, tenía que es- -:-i Grigliotti!
capar como un cobarde, desaparecer en la oscuridad de la in- Este, que era un teniente ya veterano, con un par de mos-
sufrible suerte que me esperaba, convertido a mis propios tachos. doblado~ haci.a arriba, el monóculo encajado que ni
ojos en un ser indigno y despreciable? le cabta en el OJO, aClcalado, lleno de brillantina se levantó
iNi pensarlo! ¿cómo iba a poder seguir viviendo? ¿cómo sin dejar de hablar con sus compañeros -pro~unciaba la
soportar lo que sería mi vida? iNi pensarlo! iYa había tenido erre a la fr~ncesa- y s~ nos acercó, dirigiéndome una ligera y
bastante! Me detuve. Todo empezó a dar vueltas a mi alrede- muy ~edtda reverenCla; Al verle levantarse, estuve por decir-
dor, sentí que me fallaban las piernas ante el repentino aflo- le al JOven teniente: <<iEse no, por Dios, ése no!>> Pero real-
rar de un sentimiento oscuro que me llenó de escalofríos mente ninguno de los del corro, como pude comprobar des-
todo el cuerpo. pués, era más indicado para la ocasión. Se sabía al dedillo to-
<<Pero por lo menos antes, antes ... >>, me dije, delirando, <<por das las reglas del código del honor.
lo menos intentarlo ... ¿por qué no? si saliera bien ... Por lo me- No podría recoger aquí con precisión y detalle todo lo que
nos intentarlo ... para no quedar tan como un cobarde ante mí el hombre aquel se deleitó en contarme sobre mi caso, todo lo
mismo ... Si saliera bien ... sentiría hacia mí menos asco ... Total, que pretendía que hiciera ... tenía que telegrafiar, no sé a cuento
ya no tengo nada que perder... ¿Por qué no intentarlo?>> de qué, n.o sé a quién, exponer, estipular, ir a ver al coronel... fa
Me encontraba a cuatro pasos del Caffe Aragno 127• <<iVa- va sans dtre... como había hecho él una vez en Pavía, antes de
mos, a por todas!>> Y empujado por el estado febril en que es- entrar en el cuerpo, cuando le había ocurrido un caso como el
taba, entré. mío ... Porque, en c~estió~ de duelos ... y venga reglas y prece-
En la primera sala, alrededor de una mesita, había cinco o dentes y controversias y tnbunales de honor y qué sé yo.
Había empezado a sentirme incómodo nada más verle: no
127
digamos ahora, oyéndole discursear de aquella forma. Llegó
El más famoso de Roma a finales del siglo XIX y principios del xx: su
terza saletta era escenario de tertulias frecuentadas por políticos, intelectuales un momento en que no pude más; tenía la cabeza como un
y artistas. En la calle del Corso, cerca del Parlamento. bombo y reventé:
-Desde luego, ya lo sé, muy bien ... lo que usted dice está do por aquel oscuro sentimiento que había ido creciendo más
muy bien ... , pero ¿cómo quiere que yo vaya ahora a poner y más en mi interior y que ahora ya me subyugaba, me encon-
un telegrama? Estoy solo, y lo que quiero es batirme, batir- tré en el Ponte Margherita 129, apoyado en el pretil, mirando
me enseguida, mañana mismo, si puede ser... sin tantas com- con ojos atónitos el río, negro en la noche.
plicaciones. Yo no sé nada de todo esto. Yo me he dirigido a <<¿Aquí?>>
ustedes pensando que no habría necesidad de tantas formali- Se~tí un escalofrío de terror, que sirvió para que de golpe
dades, de tantas minucias, ide tantas tonterías, si me permite! reacoonaran con ímpetu rabioso todas mis fuerzas vitales, su-
Después de este berrinche mío la conversación degeneró blevadas por un feroz sentimiento de odio contra quienes des-
poco menos que en bronca, para terminar bruscamente con de lejos me obligaban a morir, según habían determinado en un
un estallido de soeces carcajadas por parte del entero grupo de principio, allí, en el molino de la Stia. Ellas, Romilda y su ma-
oficiales. Entonces me marché, fuera de mí, con la cara encen- dre, me habían puesto en aquel atolladero: a mí jamás, nunca
dida, igual que si acabara de recibir una tanda de azotes. Me se me hubiera ocurrido simular un suicidio para librarme de
llevé las manos a la cabeza, como para impedir que me estalla- ellas. Y ahora, después de moverme durante dos años como
ra128, y perseguido por aquellas carcajadas me alejé deprisa y una sombra en la ilusión de una vida más allá de la muerte, me
corriendo con la idea de meterme, de esconderme en algún si- veía abocado, empujado, arrastrado por la fuerza a ejecutar por
tio ... ¿pero dónde? mn casa? Sentí horror sólo de pensarlo. Así mí mismo la condena dictada por ellas. iMe habían matado de
que caminé, caminé a la desesperada; luego progresivamente verdad! Y no era yo, sino ellas, las que se habían librado de mí...
fui moderando el paso y al final, sin aliento, me detuve, no pu- Un instinto de rebelión me sacudió. ¿y no podía vengar-
diendo ya con mi alma, flagelada por este último escarnio, me, en lugar de matarme? ¿A quién estaba a punto de matar?
conmocionada e inmersa en una asfixiante y angustiosa tinie- A un muerto ... a nadie ...
bla. Me quedé un rato sin reaccionar; luego volví a moverme, Me quedé inmóvil, como deslumbrado por una luz extra-
ya sin pensar en nada, extrañamente libre, de pronto, de toda ña y repentina. iVengarme! ¿y entonces volver allí, a Mira-
sensación de congoja, como idiotizado; y estuve otra vez vaga- gno? ¿salir de este engaño que me oprimía, que se había con-
bundeando, durante no sé cuánto tiempo, parándome aquí y vertido ya en algo insostenible; volver a la vida para castigo
allá a mirar los escaparates de las tiendas, que poco a poco de ellas, con mi verdadero nombre, tal como yo era de ver-
iban cerrándose, y me parecía que se cerraban para mí, para dad, con mis auténticas desventuras? ¿Pero y las presentes?
siempre; y que las calles estaban cada vez más desiertas para ¿Acaso podía quitármelas de encima así como así, como un
que yo me quedara solo en la noche, errabundo entre casas os- fardo molesto que se tira y ya está? No, no, yo sentía que
curas y silenciosas, con todas las puertas, con todas las venta- esto no podía hacerlo. Y me consumía, allí en el puente, lle-
nas cerradas para mí, para siempre: la vida entera se cerraba, se no de incertidumbre sobre la que debía ser mi suerte.
apagaba, enmudecía con la llegada de aquella noche, y yo la Entretanto en el bolsillo del gabán palpaba, apretaba ner-
veía como desde lejos, como si ya no tuviera sentido ni finali- vioso con los dedos algo que no acertaba a adivinar qué era.
dad alguna para mí. Y así, al final, sin querer, se diría que guia- Al final, tirando con rabia, lo saqué. Era mi gorra de viaje, la
que al salir de casa para ir a visitar al marqués me había me-
tido maquinalmente en el bolsillo. Me dispuse a arrojarla al
128 Literalmente, «como para retener la razón, que se me escapaba>>, ima-
río, pero en aquel preciso instante me asaltó una idea; algo
gen ésta que contaba con cierta tradición en la literatura italiana (la razón del
protagonista del Orlandofurioso, que hubo que ir a buscar a la luna), lo que la
129
hace menos pintoresca para un lector italiano de lo que podría resultar para Parece ser que era el puente preferido por los suicidas de la ciudad, en-
uno español. tre los cuales el mismo maestro de obras que lo levantó.

[300] [301]
en lo que había pensado durante el viaje de Alenga a Turín berta, después por el Lungotevere dei Mellini 130 . iNadie! En-
me vino con toda nitidez a la memoria. tonces retrocedí, pero antes de llegar otra vez al puente me
<<Aquí», casi inconscientemente pensé para mis adentros, detuve entre los árboles, debajo de una farola; arranqué una
<<sobre este pretil... el sombrero ... el bastón ... iSí! Como ellas hoja de mi bloc de notas y escribí con lápiz: Adriano Meis.
hicieron allí, en la acequia del molino, con Matías Pascal; yo ¿Qlé más? Nada más. Lugar y fecha. Era suficiente. A eso
aquí, ahora, con Adriano Meis ... ilgual trato para los dos! quedaba reducido Adriano Meis, a aquel sombrero, a
Volveré a la vida, ime vengaré!>>. aquel bastón. Tenía que dejarlo todo, ropa, libros ... allí en
Un arrebato de alegría, o digamos mejor un ataque de lo- casa. El dinero, después del robo, ya lo llevaba conmigo.
cura, me golpeó, me levantó el ánimo. iPues claro, claro que Volví al puente, encorvado, con sigilo. Me temblaban las
sí! Yo no debía matarme a mí, a un muerto, yo debía matar piernas, y parecía ir a estallarme el corazón. Escogí el punto
aquella descabellada y absurda ficción que me venía ator- menos iluminado por las farolas y rápidamente me quité el
mentando y martirizando desde hacía dos años, aquel Adria- sombrero, introduje la nota doblada en la cinta, luego lo de-
no Meis que estaba condenado a ser un cobarde, un embus- posité sobre el pretil, con el bastón al lado; me encasqueté la
tero, un miserable; a aquel Adriano Meis, debía matar, que gorra de viaje que, con su providencial aparición, me había
llevando como llevaba un nombre falso hubiera debido te- salvado, y ipies para que os quiero!, buscando la sombra,
ner, igualmente, de estopa el cerebro, de cartón piedra el co- como un ladrón, sin mirar atrás 131 .
razón, de goma las venas, por las que hubiera debido correr
un poco de agua entintada en lugar de sangre, si quería resul-
tar de verdad creíble. iFuera, pues, abajo, abajo con el sinies- 130 Es el tramo del Lungotevere que va del puente Margherita al puente

tro y odioso fantoche! QJe se ahogara, como Matías Pascal. Cavour por la orilla derecha del río. La Piazza della Liberta está también en
esa orilla, enfrente mismo del puente Margherita.
ilgual trato para los dos! Esa sombra de vida, surgida de una 131 «Después de vagar largo rato por el barrio dormido de los Prati di Caste-
macabra mentira, tendría así su digno final, acabaría con otra llo, rozando las paredes de los cuarteles, huyendo instintivamente de la luz de
macabra mentira. iY todo quedaría arreglado! ¿Había mejor los faroles debajo de los árboles de las larguísimas calles, Diego Bronner, una
alternativa para reparar todo el mal que le había causado a vez que llegó hasta el final, hasta el Lungotevere dei Mellini, subió, cansado, al
pretil de la orilla desierta y se sentó, de cara al río, con las piernas colgadas en
Adriana? Pero ¿y la afrenta del granuja aquel? aenía que el vacío. [... ]De pronto oyó un rumor de pasos sobre el próximo puente Mar-
aguantarme? Me había atacado a traición, el muy bellaco. gherita y se volvió para mirar. 1 El rumor de pasos dejó de oírse. [... ] Distinguió
Y yo, por supuesto, no le tenía ningún miedo. No yo, sin en sorribra la figura de un hombre junto a un farol que tenía por base el pretil.
embargo, no era yo, sino Adriano Meis quien había recibido No comprendió al principio lo que podía hacer allí aquel hombre, silenciosa-
mente. Le vio colocar algo que parecía un envoltorio sobre el listón, al pie del
el insulto. Y el hecho es que ahora Adriano Meis se suicidaba. farol... ¿un envoltorio? No; era el sombrero .... ¿y ahora? iCómo! ms posible?
iNo había otra salida posible! Ahora pasaba por encima del pretil. mra posible? 1 Bronner echó hacia atrás el
Entretanto me habían empezado a entrar temblores, busto de una manera instintiva, alargando las manos y desencajando los ojos;
como si realmente estuviera a punto de matar a alguien. Pero se recogió por completo dentro de sí; escuchó el golpe terrible del cuerpo al
caer dentro del río. 1 ¿un suicidio? ... ¿Nada más que así? 1 Reabrió los ojos, pe-
la mente se me había despejado como por arte de magia, me netró con la mirada en la oscuridad. Nada. El agua negra» (Luigi Pirandello,
sentía ligero el corazón, y mi espíritu gozaba de un jovial es- Obras escogitÚls, ed. cit., vol. II, págs. 1009-1 O10). Así empieza el cuento E due!
tado de lucidez. [iY dos!} de las NoveUe per un anno. Paralizado, el personaje no logra reaccionar
Miré a mi alrededor. Temí que por allí, por el Lungoteve- ante la escena a la que le es dado asistir. Vuelve a su casa, a reencontrarse con
su triste vida de desempleado hastiado de todo, condenado a vivir a expensas
re, pudiera haber alguien, algún guardia que, viéndome tan- de una patética madre modista, traumatizado por un escándalo judicial que ha
to rato en el puente, se hubiera parado a espiarme. Me dispu- dejado en evidencia los desarreglos de su juventud. Al cabo de unas horas vuel-
se a comprobarlo: fui, miré primero en la Piazza della Li- ve al puente y repite uno a uno todos los movimientos del suicida.
bargo en mi recuerdo estaba todavía reciente el otro viaje, el
que había hecho de Alenga a Turín: también entonces, como
ahora, me había considerado un hombre feliz. iNecio! iLa li-
beración!, decía ... iAquello me había parecido mi liberación!
iSí, con la cadena de la mentira sobre las espaldas! Una ca-
dena enorme sobre las espaldas de una sombra... Ahora, so-
bre las espaldas, llevaría de nuevo a mi mujer, es verdad, y a
mi suegra ... ¿Pero es que no las había llevado también estan-
do muerto? Ahora por lo menos estaba vivo, y con ánimos
XVII de presentar batalla. iNos íbamos a ver las caras, sí, y pronto!
Me parecía, pensando en ello, realmente inverosímil la li-
REENCARNACIÓN gereza con que dos años atrás me había lanzado a la clandes-
tinidad, a la aventura. Y me veía de nuevo hacia los primeros
días, feliz en mi inconsciencia, o mejor en mi locura, por Tu-
LEGUÉ a la estación a tiempo para coger el tren de las rín, y después sucesivamente por las demás ciudades, peregri-

L doce y diez con destino a Pisa.


Después de sacar el billete, me agazapé en un vagón
de segunda con la visera de la gorra bajada hasta la nariz, pre-
no silencioso, solitario, encerrado en mí mismo, en el goce
de lo que entonces me parecía mi felicidad; heme aquí en
Alemania, por el Rin, en un barco de vapor: ¿soñaba?, no,
tendiendo con ello no tanto esconderme como no ver. Pero había estado de veras. iAh, si hubiera podido conservar siem-
veía igual, con el pensamiento: tenía la pesadilla del sombre- pre aquel estado de ánimo! Viajar, forastero de la vida ... Pero
rajo y del bastón aquellos, dejados allí sobre el pretil del después en Milán ... aquel pobre cachorro que había querido
puente. Sí, puede que justo en ese momento alguien, pasan- comprarle al viejo cerillero ... Ahí ya había empezado a dar-
do por allí, los descubriera ... o que ya algún guardia noc- me cuenta ... Y después ... iay, después!
turno hubiera corrido a dar aviso a comisaría ... iY yo toda- Fui con el vuelo de mi mente hasta Roma; entré como
vía s.eguía en Roma! ¿A qué esperaban? No me atrevía ni a una sombra en la casa que había abandonado. ¿Dormían to-
respirar... dos? Adriana tal vez no ... todavía me espera, espera que vuel-
Finalmente el convoy arrancó. Por suerte estaba solo en el va a casa; le habrán dicho que he ido en busca de padrinos
compartimento. Salté del asiento, levanté los brazos, lancé para batirme con Bernáldez; sigue sin oírme entrar, y tiene
un largo y profundo suspiro de alivio, como si me hubieran miedo, y llora ...
quitado una losa del pecho. iAh, ya volvía a estar vivo, a ser Me llevé las manos a la cara, sintiendo que el corazón se
yo, yo, Matías Pascal! Iba a gritarlo y a decírselo a todo el me encogía de angustia.
mundo, ahora: <<iYo, yo, Matías Pascal! iSoy yo! iNo estoy -iPero si de todas formas no podía estar vivo para ti,
muerto! iAquí me tenéis!» iYa no tenía que mentir! iYa no te- Adriana! -gemí-. Es mejor que me creas muerto, muertos
nía que temer que me descubrieran! Bueno, en realidad toda- los labios que robaron un beso de tu boca, mi pobre Adria-
vía sí: hasta llegar a Miragno ... Allí, ante todo, declararme na... iOlvida! iOlvida!
vivo, hacer los trámites oportunos para que se me reconocie- ¿Ah, y qué ocurriría en esa casa a la mañana siguiente,
ra como tal, volver a entroncar con mis enterradas raíces ... cuando alguien de comisaría se presentase a dar la noticia?
iNecio! ¿cómo me había hecho yo la ilusión de que un tron- ¿A qué causa, pasada la conmoción inicial, atribuirían mi
co podía vivir separado de sus raíces? Y sin embargo, sin em- suicidio? ¿Al inminente duelo? No. Resultaría cuanto menos
muy extraño que un hombre que no había demostrado nun- gno con la desaparición de Adriano Meis en Roma, relación
ca ser un cobarde se hubiera matado por miedo a un duelo ... que cualquiera habría podido establecer fácilmente, sobre
mntonces? ¿Por qué no podía encontrar padrinos? iVaya un todo si los periódicos de Roma hablaban demasiado del sui-
motivo más tonto! A lo mejor... ¿quién sabe?, podía ser que cidio. Los esperaría en Pisa, los periódicos de Roma, los de la
la extraña vida que llevaba encerrara algún misterio ... tarde y los de la mañana; después, si no se había levantado
Sí, seguro, seguro que lo pensarían. Me mataba así, sin demasiada polvareda, antes de ir a Miragno me acercaría a
ninguna razón aparente, sin haber dado antes la menor señal Oneglia, a ver a mi hermano Roberto, para comprobar con
de tener esa intención. Sí, alguna rareza, de hecho más de él el efecto que podía causar mi resurrección. Tenía, eso sí,
una, la había tenido aquellos últimos días: el lío aquel del que abstenerme completamente de hacer la más pequeña
robo, primero algo más que una simple sospecha, después re- alusión a mi estancia en Roma, a mis andanzas y correrías.
pentinamente desmentido... ¿Acaso aquel dinero no era Sobre los dos años y medio de ausencia contaría historias in-
mío? (Tenía quizá que devolvérselo a alguien? ¿Me había ventadas, historias de lejanos viajes ... iAh, ahora, reinstalado
apropiado indebidamente de una parte de él y había intenta- en la vida, también yo podría darme el gusto de contar men-
do hacerme pasar por víctima de un robo, de lo que después tiras y más mentiras, mentiras del calibre de las de don Tito
me había arrepentido para al final acabar matándome? iA sa- Lenzi, y hasta más gordas!
ber! Lo cierto es que yo era un hombre de lo más misterioso: Todavía me quedaban más de cincuenta y dos mil liras.
ningún amigo, ninguna carta, nunca, desde ningún sitio ... Mis acreedores, creyéndome muerto dos años antes, seguro
Más habría valido que hubiera escrito algo en la nota, que se habían conformado con la finca de la Stia, acompaña-
aparte de nombre, lugar y fecha: una razón cualquiera para da de su molino. Vendidos ambos, era probable que se hu-
justificar mi suicidio. Pero en aquel momento ... Y además, bieran arreglado con eso: ya no me molestarían. Y si no, ya
¿qué razón? me ocuparía yo de no dejar que me molestaran. En Miragno
<<A ver ahora», pensé con desasosiego, <<todo lo que vocife- con cincuenta y dos mil liras, vamos, no diré que a lo gran-
rarán los periódicos sobre ese misterioso Adriano Meis ... Sal- de, pero bastante bien sí que podría vivir.
drá a la palestra, seguro, mi famoso primo, aquel tal Francis- Al bajar del tren en Pisa, antes que nada fui a comprarme
co Meis de Turín, recaudador auxiliar, que testificará ante la un sombrero de la forma y el tamaño de los que en sus tiem-
policía: se investigará, a partir de sus informaciones, y ifigu- pos solía llevar Matías Pascal. Inmediatamente después fui a
rémonos lo que saldrá de ahí! ¿y la herencia? ¿y el dinero? que me cortaran la melena de aquel imbécil de Adriano
Adriana los ha visto, todos esos billetes de banco ... iY no di- Meis.
gamos Papiano! iCorriendo al bargueño! Pero lo encontrará -iCorto, bien corto, eh! -le dije al barbero.
vacío ... ¿Perdidos, pues? mn el fondo del río? iQyé lástima! Algo me había crecido la barba, y ahora con el pelo corto
iQyé rabia no haberlos robado todos a tiempo! La policía re- ya empezaba a recuperar mi primitivo aspecto, aunque clara-
quisará mi ropa, mis libros ... ¿A dónde irán a parar? iAh, por lo mente mejorado, más fino, sí... se me veía más señor. El ojo
menos un recuerdo para la pobre Adriana! iCon qué ojos esta- ya no lo tenía bizco; ya no podía ser, en fin, aquel ojo tan ca-
rá mirando, ahora mismo, mi habitación desierta!» racterístico de Matías Pascal.
Preguntas, suposiciones, pensamientos, sentimientos se Pues sí, algo de Adriano Meis iba a conservar aún en la
agolpaban en mí mientras el tren resonaba en la noche. No cara. Pero a quien ahora me parecía enormemente era a Ro-
me concedían ni un momento de tregua. berto; mucho más de lo que nunca habría imaginado.
Creí prudente quedarme unos días en Pisa para no dar pie Lo malo fue cuando tras librarme de toda aquella pelam-
a que se relacionara la reaparición de Matías Pascal en Mira- brera volví a ponerme el sombrero que me acababa de com-
prar: se me hundió hasta la nuca. Tuve que solucionarlo, con un poco de tanto sobresalto, saqué a aquellos dos muertos a
la ayuda del barbero, pasando¡una tira de papel por debajo dar una vuelta por Pisa.
del forro. iOh, qué agradable paseo! Adriano Meis, que había estado
Para no entrar así en un hotel, con las manos vacías, com- en la ciudad, insistía en hacerle de guía y de cicerone a Ma-
pré una maleta: dentro pondría, por el momento, el traje que rias Pascal; pero éste, atosigado por el montón de cosas que
llevaba y el gabán. Debía proveerme de todo, no pudiendo le hervían en la mente, se lo sacudía de mala manera, lo apar-
esperar que, después de tanto tiempo, allí en Miragno mi taba con el brazo para quitarse de en medio aquella sombra
mujer hubiera conservado ningún atuendo mío, como tam- molesta, melenuda, con traje largo, sombrero de ala ancha y
poco la ropa interior. Compré un traje de confección en una gafas.
tienda y me lo llevé puesto; con mi maleta nueva, tomé alo- «iVamos, vete, vuelve a tu río, que te has ahogado!>>
jamiento en el Hótel Nettuno. Pero no olvidaba tampoco que Adriano Meis, paseando
Ya había estado en Pisa cuando era Adriano Meis, y enton- dos años atrás por las calles de Pisa, se había sentido igual-
ces me había alojado en el Albergo di Londra. Había admira- mente importunado, fastidiado por la no menos molesta
do entonces todas las joyas artísticas de la ciudad; ahora, ex- sombra de Matías Pascal, y que había deseado desembarazar-
tenuado, sin fuerzas tras las intensas emociones vividas, en se de ella y devolverla para siempre a la acequia del molino,
ayuno desde la mañana del día anterior, me caía de hambre allí en la Stia. Tú, blanca torre, por lo menos te inclinabas a
y de sueño. Comí algo, y a continuación dormí prácticamen- un lado; yo, en cambio, entre esos dos, ni para acá ni para
te hasta la noche. allá.
Nada más despertarme, sin embargo, se apoderó de mí Aún no sé cómo logré superar esta segunda interminable
un sombrío y creciente malestar. Aquella jornada transcu- noche de ansiedad, hasta tener en mis manos los periódicos
rrida casi sin darme cuenta entre diligencias varias primero de Roma.
y el pesado sueño en que había caído después, icómo la ha- No es que tras la lectura quedara tranquilo: habría sido pe-
brían pasado, allí en casa de los Paleari! Revuelo, consterna- dir demasiado. Pero sí que me reconfortó enseguida ver que
ción, curiosidad morbosa por parte de extraños, apresura- a la noticia de mi suicidio los periódicos no le daban mayor
das indagaciones, sospechas, disparatadas hipótesis, insi- relevancia que a otro suceso cualquiera. Decían todos más o
nuaciones, inútiles pesquisas; y mi ropa y mis libros allí, menos lo mismo: que habían sido encontrados el sombrero
contemplados con el sobrecogimiento que producen los y el bastón en el Ponte Margherita, con la sucinta nota; que
objetos pertenecientes a alguien que ha muerto de una for- yo era turinés, un tipo bastante raro, y que se ignoraban las
ma tan trágica. causas que me habían empujado a tomar tan terrible deci-
iY yo mientras tanto durmiendo! Y ahora, presa de una sión. Uno aventuraba la hipótesis de que había de por medio
angustiosa impaciencia, debería esperar hasta la mañana si- un <<asunto sentimental», sobre la base de mi <<riña con un jo-
guiente para saber lo que decían los periódicos de Roma. ven pintor español, en casa de una conocida personalidad
De momento, no pudiendo salir enseguida para Miragno, vinculada a los círculos de la curia>>. Otro decía que <<proba-
ni para Oneglia, no me quedaba otro remedio que permane- blemente por causa de reveses económicos>>. Informaciones
cer en aquella pintoresca situación, en una especie de impas- vagas, en definitiva, vagas y breves. Sólo un periódico de la
se que podía durar dos, tres o incluso más días: muerto a un inañana, especialmente dado a informar con prolijidad de
lado en Miragno, como Matías Pascal; muerto al otro lado los sucesos de la jornada, mencionaba <<la sorpresa y el dolor
en Roma, como Adriano Meis. de la familia del señor Anselmo Paleari, jefe de negociado en
No sabiendo qué hacer, y con la esperanza de distraerme el Ministerio de Educación, ahora retirado, en cuya casa vi-

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vía Meis, muy apreciado por su discreción y por sus buenos Yo temblaba, durante la espera, reía, resoplaba, miraba a
modales». -iHombre, muchas gracias!-. También este pe- mi alrededor, aquel saloncito tan claro, tan arreglado, con
riódico, dando cuenta de mi desafio con el pintor español muebles nuevos de laca color verdegay. De pronto me sor-
I\1. B., daba a entender que la causa del suicidio tenía que prendí al ver, en el umbral de la misma puerta por donde yo
buscarse en una secreta pasión amorosa. había entrado, a un hermoso niñito de unos cuatro años,
Vaya, que me había matado por Pepita Pantogada. Bueno, con una pequeña regadera en una mano y un rastrillo tam-
mejor así, al fin y al cabo. El nombre de Adriana no había sa- bién de juguete en la otra. Me miraba embobado.
lido a relucir, ni se había hecho referencia alguna a mi dine- Sentí una ternura infinita: debía de ser uno de mis sobri-
ro. La policía, ciertamente, investigaría en secreto. ¿Pero so- nos, el hijo mayor de Berto; me agaché, le indiqué con la
bre qué pistas? mano que se acercara, pero tuvo miedo y salió corriendo.
Ya podía salir para Oneglia. En aquel preciso instante oí que se abría la otra puerta del
salón. Me levanté, creí marearme por la emoción, una espe-
Encontré a Roberto en su quinta, ocupado en la vendi- cie de risa convulsa brotó de mi garganta.
mia. Nadie tendrá dificultades en comprender lo que sentí al Roberto estaba parado ante mí, desconcertado, casi atur-
ver mi hermosa Riviera 132 , en la que ya creía que no volvería dido.
a poner los pies. Pero mi alegría se veía turbada por el ansia -¿Con quién ... ? -inquirió.
de llegar, por el temor a que antes por la calle me reconocie- -iBerto! -le grité, abriendo los brazos-. ¿No me reco-
ra alguien que no fuera de mi familia, por la más y más cre- noces?
ciente inquietud que me producía el pensar en cómo reaccio- Palideció terriblemente al oír mi voz, se pasó rápidamente
narían al verme de pronto vivo ante ellos. Se me nublaba la la mano por la frente y los ojos, se tambaleó, mientras balbu-
vista, sólo de pensarlo, se me oscurecían el cielo y el mar, me ceaba:
ardía la sangre en las venas, el corazón me salía del pecho. -¿Cómo es posible? ... ¿Cómo es posible? ...
iParecía que no iba a llegar nunca! Conseguí sujetarle, pese a que él se echaba para atrás,
Cuando al fin el criado acudió a abrir la verja de la delicio- como espantado.
sa villa, que Roberto había recibido en dote de su mujer, me -Soy yo: iMatías! No tengas miedo. No estoy muerto ...
dio realmente la sensación, enfilando el vial, de estar regre- ¿No lo ves? iAnda, toca! Soy yo, Roberto. No he estado nun-
sando desde el otro mundo. ca tan vivo como ahora. Vamos, hombre ...
-Tenga la bondad -me dijo el criado, parándose a la en- -iMatías! iMatías! iMatías! -empezó a repetir el pobre
trada de la casa y cediéndome el paso-. ¿A quién debo Berto, sin dar todavía crédito a sus ojos-. ¿Pero cómo es po:
anunciar? sible? iTú! Dios mío ... ¿cómo es posible? iMi hermano! iM1
Se me trabó la lengua al ir a responder. Disimulando mis querido Matías!
dificultades con una sonrisa, balbuceé: Y me abrazó, me estrujó. Yo me puse a llorar como un
-Di ... diga... dígale que ... que soy... soy... un amigo suyo ... niño.
un amigo íntimo ... que viene de muy lejos ... Eso ... -¿Cómo es posible? -continuó preguntando Berto, que
Como mínimo el criado aquel debió de tomarme por tar- lloraba también-. ¿Cómo, cómo es posible?
tamudo. Dejó mi maleta junto al perchero y me invitó a en: -Aquí estoy, ¿ves? ... He vuelto ... y no del otro mundo,
trar en el salón contiguo. precisamente ... siempre he estado en este maldito mundo de
aquí... Bueno ... Ya te contaré ...
132 Nombre que se da por antonomasia a la costa de la región de Liguria. Sin dejar de agarrarme con fuerza por los brazos, el rostro
baña~o de lágrimas, Roberto me miraba, aún incapaz de -Sí, con Pomino. Recibí la participación. Hará más de
reaccronar: un año.
-¿Pero cómo ... si allí...? -¿Con Pomino? Pomino, marido de ... -balbuceé; pero
-No era yo ... Lo que te digo. Me confundieron ... Yo esta- al momento, como si de una regurgitación de bilis se tratara,
ba lejos de Miragno y supe por un periódico, que es como te una risa teñida de amargura me subió a la garganta, y me reí,
enterarías también tú, de mi suicidio en la Stia. me reí a carcajada limpia.
-¿No eras tú? -exclamó Berto-. ¿y qué has estado ha- Roberto me miraba aterrado, temiendo tal vez que aque-
ciendo? llo me hubiera hecho perder el juicio.
-Me he hecho el muerto. Tú no digas nada. Te lo conta- -ae ríes?
ré todo, pero ahora no puedo. De momento quédate con -iPues claro! iPues claro que sí! -le grité, cogiéndolo
que he ido de acá para allá, y me sentía la mar de feliz al prin- por los brazos y zarandeándolo-. Mejor que mejor. iMás
cipio, ¿sabes?; luego, tras ... tras una larga serie de vicisitudes suerte, imposible!
me di cuenta de que me había equivocado, de que hacer de -¿Pero qué dices? -me replicó con vehemencia Rober-
muerto no es una buena profesión, así que aquí me tienes: to-. ¿suerte? Mira que si vas para allá ...
vuelvo a la vida. -Por supuesto que voy a ir, ahora mismo.
-Matías, siempre lo dije, Matías y sus majaderías 133 ••• iMa- -¿Pero no ves que tendrás que quedarte con ella?
jareta, que estás hecho un majareta! -exclamó Berto-. -¿Yo? ¿Pero cómo?
iMenuda alegría me has dado, hombre! ¿qyién iba a pensar- -iSí, hombre! -insistió Berto, y ahora era yo el que le
lo? Matías vivo ... aquí. De veras que no consigo hacerme a la miraba aterrado a él-. Qyeda anulado el segundo matrimo-
idea. Deja que te mire ... Estás cambiado. nio, y tú estás obligado a quedarte con ella.
-¿No lo ves que hasta me he arreglado el ojo? Sentí que se me revolvían las tripas.
-Anda, sí... ya me parecía ... yo algo notaba ... no sabía -¿Pero cómo? ¿qyé ley es ésa? -grité-. ¿Mi mujer se
qué ... ¿Muy bien, no? Venga, vamos para allá, vamos a ver a vuelve a casar, y yo ... ? iNada de eso! No digas tonterías. No
mi mujer... Oye, pero espera... tú ... puede ser.
De golpe se detuvo y me miró lleno de consternación: -iY yo te digo que sí! -aseguró Berto-. Mira: está ~quí
-Tú querrás volver a Miragno. con nosotros mi cuñado, que es licenciado en derecho. El te
-Pues claro, esta tarde. lo explicará mejor que yo. Ven ... o mejor no: espérate aquí;
-¿Así que no lo sabes? mi mujer está embarazada, y aunque no coincidisteis mu-
Se cubrió el rostro con las manos y gimoteó: chas veces, no querría que pudieras causarle una impresión
-Pero desdichado, ¿y ahora qué? ... ¿Ahora qué? ... ¿No sa- demasiado fuerte ... Voy a prevenirla ... Tú espera aquí, eh.
bes que tu mujer... ? Y no me soltó la mano hasta el umbral de la puerta, como
-¿Muerta? -exclamé, con el corazón encogido. si tuviera miedo de que, mientras él estaba fuera, yo pudiera
-iNo! iAún peor! Se ha vuelto ... se ha vuelto a casar. desaparecer de nuevo.
Me quedé petrificado. Al quedarme solo me puse a dar vueltas como un loco por
-¿Vuelto a casar? el saloncito. <<iSe ha vuelto a casar! iY con Pomino! Ya, no
me extraña ... Hasta la mujer me envidiaba, ése. Bueno, él ya
la amaba de antes. ¿qyién se lo iba a decir? A él y a ella ...
133
En el original se juega con el nombre Mattia y el adjetivo matto (chifla- ipara desaprovechar la ocasión! Rica, un esposo como Pomi-
do, loco): Mattia, l'ho sempre detto io, Mattia, matto ... no ... Y mientras ella aquí se volvía a casar, yo allí en Roma ...

[312]
Y ahora tengo que quedarme con ella. ¿Cómo puede ser una -Porque usted no sabe lo que eso significa -le respondí,
cosa así?» con gesto desdeñoso.
Al rato Roberto, que no cabía en sí de gozo, vino a buscar- -¿Cómo? -continuó él-. ¿Me dirá que cabe suerte, fe-
~e. Yo, sin embargo, estaba tan afectado por la noticia reci- licidad mayor que ésa?
blda que no pude responder adecuadamente a la espléndida -Se la regalo, toda para usted -exclamé, volviéndome
acogida que me dispensaron mi cuñada y la madre y el her- hacia Berta para así terminar con el cuñado y su presunción.
mano de ésta. Berta se dio cuenta, y en cuanto pudo interpe- Pero por este lado no me lo pusieron más fácil.
ló al cuñado acerca de la cuestión que a mí me tenía en vilo. -Oye, y a propósito -me preguntó mi hermano-,
-¿Pero qué ley es ésa? -salté yo otra vez-. iNo hay ¿cómo te las has arreglado, todo este tiempo, con... ?
quien la entienda, oiga, esa ley! Y se frotó el dedo índice con el pulgar, aludiendo al di-
El joven abogado sonrió con aires de superioridad, ajus- nero.
tándose los lentes en la nariz. -¿Qye cómo me las he arreglado? -respondí-. iEs una
-Pues existe -me respondió-, Roberto tiene razón. No larga historia! Ahora no es el momento de contarla. Pero te
recuerdo con exactitud el artículo, pero el caso el código lo aseguro que el dinero no me ha faltado, y todavía tengo: no
prevé: con la reaparición del primer marido el segundo ma- vayas a creer que vuelvo a Miragno porque estoy sin blanca.
trimonio se anula. -Ah, pero ¿sigues empeñado en volver? -volvió a la car-
-Y a mí me toca quedarme con una mujer -exclamé ga Berta-, ¿a pesar de las noticias que acabas de oír?
airado- que, a la vista de todos, ha sido durante un año en- -¿No te he dicho que volvía? -repliqué-. He parece
tero esposa de otro hombre, el cual hombre ... que con todo lo que he pasado, con todo lo que he sufrido,
-Pero por culpa de usted, si me permite, mi querido me quedan aún ganas de ir de muerto por la vida? No, her-
señor Pascal -me interrumpió el abogadillo, sin dejar de manito, no: yo para allá, para allá; quiero regularizar mi si-
sonreír. tuación, quiero volver a sentirme vivo, vivo lo que se dice
-¿Por mi culpa? ¿Pero cómo? -repuse yo-. Mi mujer- vivo, incluso a costa de tener que quedarme con mi mujer.
cita primero se equivoca al reconocerme en el cadáver de un Oye, y dime, ¿está aún viva la madre ... la viuda Pescatore?
pobre hombre que se ha ahogado, después se vuelve a casar -Pues no lo sé -me respondió Berta-. Ya comprende-
a toda prisa, ¿y encima la culpa es mía?, ¿y encima tengo que rás que, después del segundo matrimonio ... Pero diría que sí,
quedarme con ella? que está viva ...
-Exactamente -replicó él-, puesto que usted, señor -iPues vaya un alivio! -exclamé-. Bueno, no importa:
Pascal, no fue a corregir a tiempo, o sea dentro del periodo me vengaré. No soy el mismo de antes, ¿sabes? Lo único que
de espera que la ley prescribe para poder contraer segundas m~ molesta es el favor que voy a hacerle a ese imbécil de Po-
nup.cias, e~ error de su mujer, error que (no lo niego) pudo mmo.
ser mtenoonado, pero usted la aceptó, esa falsa identifica- Rieron todos. El criado vino entonces a anunciar que la
ción, y se valió de ella ... Y que quede claro que yo le admiro comida estaba servida. Tuve que quedarme a almorzar, pero
por eso: opino que hizo usted muy bien. De hecho lo que me consumía la impaciencia y ni reparé en lo que comí; sólo
me sorprende es que venga a enredarse de nuevo en la mara- sé que al final sentí que me había atiborrado. La fiera que lle-
ña de todas estas estúpidas normas sociales que tenemos. Yo, vaba dentro había repuesto fuerzas, ya estaba preparada para
en su lugar, no habría vuelto a aparecer. el ataque inminente.
La flema, la jactancia de este jovenzuelo sabiondo acaba- Berta me invitó a que me quedara por lo menos aquella
do de salir de la universidad me sacaron de quicio. noche en la quinta: a la mañana siguiente podíamos ir juntos
a Miragno. No quería perderse la escena de mi intempestiva
vuelta a la vida, de mi irrupción en casa de Pomino: la caída
del milano sobre el dulce nido. Pero yo ya no me tenía en mí
y rechacé la propuesta: le rogué que me dejara ir solo y esa
misma tarde, sin más demora. '
Cogí el tren de las ocho; en media hora estaría en Miragno.

XVIII
EL DIFUNTO MATÍAS PASCAL

TENAZADO entre los nervios y la ira -no sabía cuál de


los dos me tenía más agitado, aunque puede que fue-
ran una misma cosa: ira nerviosa, nervios airados-,
ya no me preocupé de si alguien podía reconocerme antes de
bajar o al bajar en Miragno.
Como única precaución, me había metido en un vagón
de primera. Era de noche, y la prueba hecha con Roberto me
hacía sentir seguro: bien asentada como estaba en todas las
mentes la certeza de mi triste muerte, acaecida ya hacía dos
años, a nadie se le iba a ocurrir que yo pudiera ser Matías
Pascal.
Opté por asomar la cabeza por la ventanilla, con la espe-
ranza de que la visión de los lugares que me eran familiares
me produjera emociones menos violentas que las que sentía:
no sirvió sino para que mi ira y mi nerviosismo aumentaran.
A la luz de la luna, vislumbré a lo lejos el cerro de la Stia.
-iAsesinas! -silbé entre dientes-. Allí ... Ahora veréis ...
iCuántas cosas había olvidado preguntarle a Roberto,
abrumado por la noticia que él me había dado! La finca, el
molino, ¿habían sido en efecto vendidos?, ¿o seguían, por
decisión conjunta de los acreedores, embargados, bajo una
administración interina? 134 . ¿Había muerto Malagna? ¿y tía
Escolástica?
134 La que dicta el juez en tanto que no se resuelve el expediente de quiebra.
iParecía mentira que sólo hubieran pasado dos años y al- la espera cuando sobre uno de los batientes del portal distin-
gunos meses! Una eternidad, había pasado para mí, y creía guí un lazo negro descolorido y polvoriento, que llevaba cla-
que, de la misma forma que a mí me habían ocurrido cosas vado allí -era evidente- varios meses. ¿Qyién había muer-
extraordinarias, debían de haber ocurrido otras igual de ex- to? ¿La viuda Pescatore? (El concejal Pomino? Uno de los
traordinarias en Miragno, cuando a lo mejor allí no había dos, sin duda ... Qyizá el concejal Pomino ... En tal caso, sin
ocurrido nada, aparte de la boda entre Romilda y Pomino, duda a mis dos tortolitos los encontraría allí arriba instalados
algo en principio normalísimo, y que sólo ahora, con mi rea- en la Mansión. No pude esperar más: me precipité escaleras
parición, resultaría que no lo era tanto. arriba a grandes saltos. En la segunda rampa apareció la por-
¿Hacia dónde me dirigiría, después de bajar del tren? tera.
¿Dónde habría establecido su dulce morada la nueva pareja? -ml concejal Pomino?
Demasiado sencilla para Pomino, rico e hijo único, la casa Por el estupor con que me miró aquella vieja tortuga com-
en que yo, humilde, había vivido. Sin contar con que Pomi- prendí que, en efecto, debía de ser el pobre concejal el que
no, con su tierno corazón, allí seguro que no se habría senti- había muerto.
do a gusto, asediado por recuerdos míos. A lo mejor habían -El hijo, quiero decir -rectifiqué de inmediato, y conti-
ido a vivir con el padre, en la Mansión. iHuy la viuda Pesca- nué subiendo.
tare, qué aires de matrona, ahora, y el pobre concejal Pomi- No sé qué anduvo farfullando, la vieja, después. Al llegar
no, Jerónimo I, tan fino él, tan cortés, tan apacible, entre las a la última rampa tuve que detenerme: me faltaba el aliento.
garras de aquella arpía! iVaya cuadro! Ni el padre, seguro, ni Miré a la puerta. Pensé: «A lo mejor aún están los tres en la
el hijo habían tenido el valor de desprenderse de ella. Y aho- mesa, cenando ... ahora mismo no sospechan nada. Dentro
ra llegaba yo -iqué rabia!- a solucionarles la papeleta ... de unos instantes, en cuanto llame a la puerta, sus vidas da-
Sí, era a casa de los Pomino a donde debía dirigirme; y si rán un vuelco ... Así es, en mis manos está la suerte que pen-
no los encontraba allí, me enteraría por la portera de dónde de sobre sus cabezas.>>
tenían el escondrijo. Subí los últimos escalones. Con el cordón de la campani-
iAy, pueblecillo mío que duermes, qué alboroto cuando te lla en la mano y los latidos del corazón en la garganta, agucé
levantes con la noticia de mi resurrección! los oídos. Nada. En medio del silencio, un tirón flojo, muy
Había luna, aquella noche, mientras que todas las farolas, suave, y oí el tintineo lento de la campanilla.
como era habitual, estaban apagadas en las calles casi desier- Se me subió toda la sangre a la cabeza, y empezaron a
tas, ya que casi todo el mundo se encontraba cenando. zumbarme los oídos, como si aquel leve tintineo que acaba-
Mi excitación nerviosa era tal que casi había perdido la ba de apagarse en el silencio hubiera retronado salvajemente
sensibilidad en las piernas: caminaba como si mis pies no to- en mi interior y me hubiera ensordecido.
caran el suelo. No sabría decir cuál era mi estado de ánimo: Al cabo de un momento reconocí con gran sobresalto, al
sólo guardo la sensación como de una enorme, una homéri- otro lado de la puerta, la voz de la viuda Pescatore:
ca carcajada que, con el frenesí del momento, me removía -¿Q_yién es?
todas las entrañas, incapaz de salir hacia fuera; si lo hubiera Al pronto no pude responder: me apreté los puños contra
hecho habrían saltado por los aires, como si fueran dientes, el pecho, como temeroso de que el corazón se me fuera a es-
los adoquines de la calle, y se habrían tambaleado las casas. capar. Luego, con voz cavernosa, casi silabeando, dije:
Llegué en un instante a casa de los Pomino; pero no en- -Matías Pascal.
contré a la vieja portera, en aquella especie de ventanilla que _¡¿o_yién?! -chilló la voz desde dentro.
hay en el zaguán; llevaba unos minutos consumiéndome en -Matías Pascal -repetí, con voz aún más profunda.
Oí que la vieja bruja se alejaba, sin duda con el terror en el No pude responder, profundamente impactado por esta
cuerpo, y no me fue dificil imaginar lo que ocurrió a conti- otra novedad.
nuación, allí entre ellos. Iba a venir el hombre de la casa, -au hija? ... -murmuré-. ¿una hija, además? ... ¿con-
ahora: iel valiente Pomino! que ahora esto? ...
Antes, sin embargo, hube de volver a llamar, suavemente, -Mamá, vaya con Romilda, por favor... -rogó Pomino.
como la primera vez. Demasiado tarde. Romilda apareció, con el pecho desa-
Tan pronto como Pomino, abriendo de golpe la puerta, brochado, pegada a uno de sus senos la criatura, desaliñada
me vio, erguido, henchido el pecho, allí frente a él, retroce- toda ella, como si al oír los gritos se hubiera levantado de la
dió con cara de espanto. Yo avancé, gritando: cama deprisa y corriendo. Me vio:
-iMatías Pascal! Recién llegado del otro mundo. -iMatías! -y cayó en brazos de Pomino y de la madre,
Pomino dio con el trasero en el suelo, una caída limpia, que se la llevaron de allí, dejándome, en medio del barullo,
sobre las nalgas, los brazos apoyados detrás, los ojos fuera de la pequeña a mí, que también me había acercado a ayudar.
las órbitas: Me quedé, pues, a oscuras, en el vestíbulo, con aquella frá-
-iMatías! iaú?! gil niñita dando vagidos en mis brazos, en la vocecilla el sa-
La viuda Pescatore, presentándose con una luz en la bor agrio de la leche. Consternado, conmocionado, no me
mano, lanzó un chillido agudísimo, de parturienta. Yo cerré quitaba de los oídos el grito de aquella mujer que había sido
detrás de mí la puerta de un puntapié, y de un salto le arre- la mía y que ahora, ihay que ver!, era la madre de esta niña
baté la luz, que ya le caía de las manos. de otro, ide otro!, cuando a la mía en su momento, ioh!, ni
-iCállese! -le grité en sus mismas narices-. mstá segu- una brizna de amor le había dado. No, en absoluto, imposi-
ra de que me toma de verdad por un fantasma? ble, yo no tenía por qué sentir compasión ni de esta niña ni de
-imstás vivo?! -profirió ella estremecida, llevándose las ellos. ¿Q¡e se había vuelto a casar? Pues yo ahora... Pero la pe-
manos a la cabeza. queña venga llorar y llorar, así pues ... ¿qué hacer? Para calmar-
-iVivo! iVivo! iVivo! -repetí yo, con una alegría fe- la, la recosté en mi pecho y empecé a darle palmaditas en la es-
roz-. ¿y no me identificó usted como muerto, allí, aho- palda, a mecerla y a pasear. Mi odio remitió, se atenuó el ím-
gado? petu que llevaba. Y poco a poco la niña se fue callando.
-¿De dónde sales? -preguntó aterrorizada. En medio de la oscuridad Pomino me llamó alarmado:
-iDel molino, bruja! -bramé yo-. iToma la luz, míra- -iMatías!. .. iLa pequeña!...
me bien! ¿soy yo? ¿Me identificas ahora? ¿o aún te parezco -No grites. La tengo aquí -le respondí.
aquel pobre que se ahogó en la Stia? _¿ Qlé haces?
-¿No eras tú? -Me la estoy comiendo ... iQJe qué hago!. .. iSi me la ha-
-iA fastidiarse, arpía! Yo aquí estoy, vivito y coleando. béis dado a mí! iNo la toques, ahora, que se ha calmado!
iY tú venga, sinvergüenza, levántate! ¿Dónde está Romilda? mónde está Romilda?
. -Te lo suplico ... -gimió Pomino, poniéndose en pie rá- Acercándose a mí, tembloroso y con el alma en un hilo,
pidamente-. La pequeña ... No querría que ... la leche ... como la perra que ve a su cachorro en manos del amo:
Le ~garré por el brazo, y esta vez fui yo quien se quedó de -¿Romilda? ¿Por qué? -me preguntó.
una p1eza: -Porque quiero hablar con ella -le respondí con rudeza.
-¿Qlé pequeña? -Oye, que se ha desmayado.
-Mi ... mi hija ... -balbuceó Pomino. -¿Se ha desmayado? Haremos que vuelva en sí.
-iCriminal! -gritó Mariana Dandi. Pomino me cortó el paso, suplicante:
-Te lo ruego ... mira ... estoy asustado ... cómo es que tú ... hago que se aplique la ley! ¿y sabe lo que dice la ley? Qye
ivivo! ... mónde has estado? ... Oh, Dios mío ... Oye ... ¿No ahora a Romilda le toca volver conmigo ...
podrías hablar conmigo? -¿Mi hija, contigo? iTú estás loco! -arremetió ella, im-
-iNo! -le grité-. Es con ella con quien tengo que ha- pertérrita.
blar. Tú aquí ya no pintas nada. Pero ante mi amenaza Pomino se le acercó enseguida para
·n, ,,,, e'C'omo que yo ....'
-c'<.!leee. pedirle que se callara, que se calmara, por el amor de Dios.
-Tu matrimonio queda anulado. Entonces la arpía me dejó a mí y la tomó con él, pánfilo,
-¿Pero cómo? ... ¿o_yé dices? ¿y la pequeña? tarugo, que no era bueno para nada y no sabía hacer otra
-La pequeña ... la pequeña... -mascullé-. iDesvergon- cosa que lloriquear y afligirse como una mujeruca ...
zados! En cuestión de dos años, marido y mujer y una hija. Me dio un ataque de risa hasta sentir dolor en los cos-
iTranquila, bonita, tranquila! Vamos con mamá... Venga, llé- tados.
vame con ella. ¿Por dónde se va? -iDejadlo ya! -grité, en cuanto conseguí contenerme-.
Tan pronto como entré en el dormitorio con el bebé en Se la cedo, señora, con mucho gusto se la cedo a él. ¿Me cree
brazos, la viuda Pescatore corrió a abalanzarse sobre mí, tan idiota como para volver a convertirme en yerno de us-
como una hiena. ted? iAy, pobre Pomino, pobre amigo mío! Perdona, ¿eh?,
La aparté furiosamente con la mano: que te haya llamado imbécil; pero ya lo has oído, también te
-iUsted para allá! Ahí tiene a su yerno: si quiere chillar lo ha llamado ella, tu suegra, y puedo jurarte que ya hace
chíllele a él. Yo a usted no la conozco. tiempo me lo había dicho Romilda, nuestra mujer... sí, ella,
Me incliné sobre Romilda, que lloraba desesperadamente, ella, que le parecías un imbécil, un lelo, un insulso ... y no re-
y le entregué la niña: cuerdo qué más. ¿verdad, Romilda? Sé sincera ... Vamos, va-
-Anda, toma ... ¿Lloras? ¿Por qué lloras? ¿Lloras porque mos, deja de llorar, querida; arréglate un poco: no le haces
estoy vivo? ¿Me preferías muerto? Mírame ... ivamos, mírame ningún bien a tu hija, poniéndote así... Yo ahora, como ves,
a la cara! ¿cómo me quieres, vivo o muerto? estoy vivo, y quiero estar alegre ... iAlegría!, como decía un
Ella entre lágrimas se esforzó por levantar los ojos hacia borracho amigo mío ... iAlegría, Pomino! ¿Piensas que voy a
mí, y con la voz rota por el llanto balbuceó: privar a esta niña de su madre? iNo, hombre, no! Bastante es
-Pero ... ¿cómo? ... ¿tú? ¿qué ... qué has hecho? con un hijo sin padre, el que tengo yo ... Nes, Romilda? Aho-
-¿Yo, que qué he hecho yo? -reí con sarcasmo-. ¿y tú ra estamos en paz: yo tengo un hijo, que es hijo de Malagna,
me lo preguntas, lo que he hecho? Tú te has vuelto a casar... y tú tienes una hija, que es hija de Pomino. Si Dios quiere,
con ese tonto de ahí... has traído al mundo una niña, ¿y to- un día podremos casarlos, a la tuya con el mío. Ya no tienes
davía tienes el valor de preguntarme lo que he hecho? por qué seguir sintiendo aversión por aquel niño ... Cosas ale-
_¿y ahora qué? -gimió Pomino, cubriéndose la cara gres, hablemos de cosas alegres ... Contadme cómo pudisteis,
con las manos. tu madre y tú, confundirme con aquel muerto, allí en la
-¿Pero tú, tú ... dónde has estado? Si te fingiste muerto y Stia ...
huiste ... -empezó a chillar Mariana Dandi, avanzando con -iY yo! -exclamó Pomino exasperado-. iY todo el
los brazos en alto. pueblo! iNo sólo ellas!
Le agarré uno, se lo torcí y rugí: -Muy bien, muy bien. (Tanto se me parecía, pues?
-iLe repito que se calle! iEstése bien callada, le digo, por- -Tu misma estatura... tu barba ... vestido como tú, de ne-
que si la oigo rechistar otra vez me olvido de la compasión gro ... y llevabas tantos días desaparecido_ ..
que me inspiran el imbécil de su yerno y la criatura esa y -Sí, ya, había huido, ¿no? Como si ellas no hubiesen he-
cho nada para que huyera ... Esta bruja, esta ... Y a pesar de -iMatía:S! -gritó sulfuradísimo Pomino.
ello estuve a punto de regresar, ¿sabes? De veras, y cargado Me eché de nuevo a reír.
de dinero. Cuando ... como quien no quiere la cosa, muerto, -¿Celoso? ¿¿e mí? iVamos, hombre! Tengo la preferen-
ahogado, descompuesto ... iy encima identificado! Bueno, cia. Y si no adelante, Romilda, límpiate, límpiate ... ¿sabes?,
dos años que, gracias a Dios, he vivido a lo grande, aunque cuando venía, suponía (perdona, eh, Romilda), suponía, mi
vaya, lo que es vosotros, aquí: noviazgo, casamiento, luna de buen Mino, que iba a hacerte un gran favor, librándote de
miel, fiestas, alegrías, la niña ... el muerto al hoyo, ¿eh?, y el ella, y te confieso que esa perspectiva me disgustaba profun-
vivo al bollo ... damente, porque yo lo que quería era vengarme, y aún lo ha-
_¿y ahora? ¿Q¡é vamos a hacer ahora? -gimió otra vez ría, no te creas, vengarme ahora, sí, quitándote a Romilda,
Pomino, que estaba sobre ascuas-. Eso es lo que yo quiero ahora que veo que la quieres y que ella ... Sí, me parece estar
saber. soñando, parece la Romilda de hace un montón de años ...
Romilda se levantó para acostar al bebé en la cuna. ¿te acuerdas, Romilda? ... No llores, ¿ya vuelves a llorar? Ah,
-Salgamos, salgamos de aquí -dije yo-. La pequeña ha buenos tiempos aquellos ... ya no volverán ... Vamos, vamos:
vuelto a dormirse. Hablaremos fuera. ahora vosotros tenéis una hija, conque no se hable más. Os
Pasamos al comedor, donde, en la mesa aún por quitar, se dejo en paz, iqué diantre!
veían las sobras de la cena. Tembloroso, desencajado, desfi- -¿Pero nuestro matrimonio se anula? -gritó Pomino.
gurado en su palidez cadavérica, parpadeando continuamen- -Tú deja que se anule -le dije-. Se anulará pro forma,
te con unos ojillos sin color, agujereados por dos puntos ne- en todo caso: yo no reclamaré mis derechos, ni siquiera haré
gros en el centro, preñados de inquietud, Pomino se rascaba que se me declare vivo oficialmente, si no me obligan a ello.
la frente y decía, casi delirando: Q¡e todo el mundo me vea y sepa que en efecto estoy vivo:
-Vivo ... vivo ... ¿cómo puede ser? ¿cómo puede ser? con eso me basta para salir de esta muerte mía que, creedme,
-iNo te pongas pesado! -le grité-. Ahora veremos lo es muerte de verdad. Romilda se ha convertido, a la vista
que ha de hacerse, te digo. está, en tu esposa ... ha ocurrido, y eso es lo único que impor-
Romilda, que se había puesto la bata, vino a reunirse con ta. Tú has contraído matrimonio públicamente; nadie igno-
nosotros. Me quedé admirado al verla, allí bajo la luz: había ra que, desde hace un año, ella es tu mujer, y como tal segui-
recuperado su belleza de un tiempo, estaba incluso más her- rá. ¿Q¡ién quieres que vaya a preocuparse del valor legal de
mosa. su primer matrimonio? Eso es agua pasada ... Ro milda fue mi
-Deja que te mire ... -le dije-. ¿Me permites, Pomino? mujer; ahora, desde hace un año, es la tuya, la madre de una
No pasa nada: también yo soy su marido, y desde antes y niña tuya. Dentro de un mes ya nadie hablará del asunto. ms
más que tú. Vamos, Romilda, no te ruborices. Mira, Pomino o no es, nuestra querida suegra común?
está que echa humo por las orejas. ¿Q¡é le vamos a hacer, si La viuda Pescatore, sombría, la frente arrugada, asintió con
resulta que no estoy muerto? la cabeza. Pero Pomino, en su creciente excitación, preguntó:
-iEsto no hay quien lo aguante! -resopló Pomino, lí- _¿y tú te quedarás aquí, en Miragno?
vido. -Sí, y vendré alguna que otra tarde a tu casa a tomar un
-Está histérico -le dije a Romilda, guiñándole el ojo-. café o a beber un vaso de vino a vuestra salud.
Vamos, Mino, cálmate ... Te he dicho que te la cedía y cum- -iEso nunca! -explotó Mariana Dondi, levantándose
pliré mi palabra. Lo único, espera ... con permiso. impetuosamente de su asiento.
Me acerqué a Romilda y le estampé un besazo en la me- -Está bromeando... -matizó Romilda, con la cabeza
jilla. baja.
Yo me había puesto a reír otra vez. de que vaya a tirarme de verdad a la acequia del molino, allí
-¿Lo ves, Romilda? -le dije-. Tienen miedo de que en la Stia.
vuelva a cortejarte ... ¿A que daríamos el pego? No, no, no -iYo no pretendo tal cosa! -prorrumpió Pomino, llega-
atormentemos a Pomino... Q¡iero decir que si él no me do al máximo de la exasperación-. Pero por lo menos vete.
quiere por su casa vendré a rondarte aquí fuera, debajo de tus Visto que aceptaste de buena gana que se te creyera muerto,
ventanas. ¿Q¡é opinas? Ya verás la de bonitas serenatas que ahora vete. Vete enseguida, lejos, antes de que alguien te vea.
te cantaré. Porque yo aquí... estando tú ... vivo ...
Pomino, pálido, nervioso como un flan, iba dando vueltas Me levanté; le di una palmada en la espalda para calmarle
por la sala y gruñendo: y le contesté, ante todo, que ya había estado en Oneglia, en
-No puede ser... no puede ser... casa de mi hermano, y que por lo tanto allí todo el mundo
Hasta que se detuvo y dijo: ya sabía, ahora mismo, que yo estaba vivo, y que mañana
-E~tá cl.aro que ella ... estando tú aquí, vivo, ya no será inevitablemente la noticia llegaría a Miragno; y en segundo
más m1 mu¡er... lugar:
-Pues hazte la cuenta de que estoy muerto -le respondí -¿Muerto otra vez? ¿Lejos de Miragno? iTú bromeas,
con toda naturalidad. amigo mío! -exclamé-. Anda, anda: quédate tranquila-
Empezó otra vez a dar vueltas: mente de marido, sin complejos ... Tu matrimonio, al fin y al
-iEso ya no puedo hacerlo! cabo, ha tenido lugar. Todo el mundo lo verá bien, habida
-Pues no lo hagas. Pero hombre, ¿¿e veras crees -agre- cuenta que hay una criatura de por medio. Yo te juro y te per-
gué- que, no queriendo Romilda, yo iba a fastidiarte? Es juro que nunca vendré a importunarte, ni siquiera a tomar
ella quien debe decidir... A ver, di, Romilda, ¿cuál de los dos una miserable taza de café, ni a deleitarme con el tierno, el
es más guapo? Ul o yo? hilarante espectáculo de vuestro amor, de vuestra armonía,
-Yo quiero decir ante la ley, iante la ley! -gritó él, dete- de vuestra felicidad, construida sobre mis cenizas ... iDesagra-
niéndose de nuevo. decidos! ¿A que ninguno, ni siquiera tú, mal amigo, a que
Romilda le observaba ansiosa, el corazón en un puño. ninguno de vosotros ha ido allí al cementerio a colgar una
-Desde ese punto de vista -le hice notar- perdona corona, a dejar una flor sobre mi tumba? ... Dime, ¿es verdad
pero me parece que, de entre todos, el que tiene más motivo o no? iContesta!
de queja soy yo, que de ahora en adelante tendré que ver -Tienes ganas de broma ... -repuso Pomino, con gesto
cómo mi quondam 135 media naranja convive maritalmente de incredulidad.
contigo. -¿De broma? iNada de eso! Allí hay de verdad un hom-
. -Pero es que ella -objetó Po mino-, al no ser ya mi mu- bre enterrado, y con esas cosas no se bromea. ¿Has ido?
¡er... -No ... me ... me ha faltado valor... -farfulló Pomino.
-iPero bueno! -resoplé-. Qlería vengarme y no me -iPero no para robarme a mi mujer, bribonzuelo!
vengo; te cedo a mi mujer, te dejo en paz ¿y aún no estás _¿y tú a mí? -le faltó tiempo para responder-. ¿No me
contento? iVamos, Romilda, levántate! iLarguémonos de la habías quitado tú a mí antes, cuando estabas vivo?
aquí, los dos! Te propongo un bonito viaje de bodas ... iLo -¿Yo? -exclamé-. iDale con eso! iQ¡e fue ella la que
pasaremos en grande! Deja a este chinchón engreído. Preten- no te quiso! ¿cuántas veces he de repetírtelo que te tenía por
un pánfilo? Anda, Romilda, díselo tú, hazme el favor: me
está acusando de haberle traicionado ... Total, ¿qué más da?,
135 De otro tiempo, en el pasado. ahora es tu marido, y no se hable más; pero que conste que
yo no tengo ninguna culpa... Bueno, ya iré yo mañana a vi- Y empezó a relatarme la enfermedad y la muerte de su pa-
sitar al muerto: abandonado allí, el pobre, sin una flor, sin dre; el cariño que éste les tenía a Romilda y a la nieta; el pe-
una lágrima ... Oye, ¿y al menos hay lápida sobre la tumba? sar que su muerte había producido en todo el pueblo. Yo
-Sí -se dio prisa en contestar Pomino-. La ofreció el pedí entonces noticias de tía Escolástica, tan amiga del con-
ayuntamiento ... Papá que en paz descanse ... cejal Pomino. La viuda Pescatore, que aún se acordaba de la
-Sí, lo sé, leyó mi elogio runebre. Anda que si el pobre masa para el pan que la endiablada anciana le había plan-
muerto le llega a oír... ¿Qré dice la lápida? tificado en la cara, se revolvió en su silla. Pomino me contes-
-No lo sé ... La dictó el Alondrilla. tó que no la veía desde hacía dos años, pero que estaba viva;
-iUf! -suspiré-. Nada, dejemos también ese tema. a continuación me preguntó él a mí sobre lo que había he-
Cuéntame, cuéntame mejor cómo os habéis casado tan cho, dónde había estado, etc. Omitiendo siempre nombres
pronto ... Ah, qué poco me lloraste, mi dulce viuda ... A lo de lugares y personas, dije cuanto se podía decir, deseoso de
mejor ni me lloraste, ¿eh? Vamos, di algo, hs que no voy a demostrar que aquellos dos años no habían sido ninguna di-
oírte la voz? Mira: está muy avanzada la noche ... en cuanto versión para mí. Y así, reunidos platicando, esperamos el
sea de día yo me marcharé, y será como si nunca nos hubié- amanecer del día en que iba a hacerse pública mi resurrec-
ramos conocido ... Así que aprovechemos estas pocas horas. ción.
Vamos, dime ... A consecuencia del desvelo y de las fuertes emociones de
Romilda se encogió de hombros, miró a Pomino, sonrió la noche, nos encontrábamos cansados; habíamos cogido
nerviosa. Luego, volviendo a bajar la cabeza y mirándose las frío, además. Para calentamos un poco, Romilda se ofreció a
manos: preparar ella misma café. Al tenderme la taza me miró, con
-¿Q¡é voy a decirte? Claro que lloré ... una leve y triste sonrisa en los labios, una sonrisa como leja-
-iY no te lo merecías! -gruñó la Pescatore. na, y dijo:
-iUsted siempre tan simpática! Pero bueno, a ver... lloraste -Tú como de costumbre sin azúcar, ¿verdad?
poco, ¿no es así? --continué-. Esos bonitos ojos, de la misma ¿Qré leería durante esos pocos segundos en mis ojos? En-
manera que les costó tan poco engañarse con lo que veían, seguida bajó la mirada.
tampoco tuvieron luego por qué ajarse demasiado, digo yo. Rodeado por aquella pálida luz del amanecer, inesperada-
-Qredamos en una situación bastante dificil -dijo Ro- mente sentí que un nudo me oprimía la garganta, impulsán-
milda, a modo de justificación-. Si no hubiera sido por él... dome a llorar, y miré a Pomino con odio. Pero el café humea-
-iBien por Pomino! -exclamé-. Pero ¿y el tunante de ba bajo mi nariz, embriagándome con su aroma, así que em-
Malagna? ¿Nada? pecé a sorberlo lentamente. Luego le pedí permiso a Pomino
-Nada -respondió, dura y seca, Mariana Dandi-. para dejar la maleta en su casa, hasta que encontrara aloja-
Todo él... miento: entonces mandaría a alguien a recogerla.
Y señaló a Pomino. -iPues claro! iPues claro! -respondió él muy solícito-. Y
-Bueno ... bueno ... -corrigió éste-, papá que en paz no te molestes: ya me ocuparé yo de hacer que te la lleven...
descanse ... ¿Recuerdas que estaba en el ayuntamiento? Pues -Oh -dije-, en realidad está vacía, ¿sabes? ... A propó-
primero, en vista de la desgracia, dispuso la asignación de sito, Romilda: ¿no guardas por casualidad alguna de mis co-
una pequeña pensión ... y luego ... sas ... prendas de vestir, ropa interior... ?
-Luego dio su consentimiento para la boda. -No, nada ... -me contestó, pesarosa, enseñándome las
-iNo sabes con qué alegría! Y quiso que viniéramos aquí, m~os vacías-. Como comprenderás ... después de la des-
todos, con él... iAy! Hace un par de meses ... gracia ...
_¿ Q!:lién iba a imaginarse ... ? -exclamó Pomino. vié hasta esta biblioteca de Santa María Liberal, donde encon·
Pero juraría que él, avaro como pocos, llevaba al cuello un tré, ocupando mi antiguo puesto, al padre Eligio Pellegrinotto,
pañuelo de seda que había sido mío. quien al principio tampoco me reconoció. Él sostiene que
-Bueno, pues nada más, me voy. iBuena suerte! -dije sí, enseguida, sólo que esperó a que yo le diera mi nombre
despidiéndome, los ojos clavados en Romilda, que prefirió para echarme los brazos al cuello, juzgando imposible que
no mirarme. Pero la mano le tembló al devolverme el salu- fuera yo y no pudiendo abrazar así de buenas a primeras a
do-. iAdiós! iAdiós! alguien que sólo le parecía que era Matías Pascal. Bueno,
se~á como él dice. Del padre Eligio recibí los primeros aga-
Abajo en la calle una vez más me sentí desorientado. Sí, saJOS, una acogida calurosísima; luego, quieras que no, in-
también aquí, en mi propio pueblo natal: solo, sin casa, sin sistió en que volviera con él al pueblo a borrar la mala im-
rumbo. presión que había dejado en mi ánimo el olvido de mis pai-
,,¿y ahora?>>, me pregunté a mí mismo. ,,¿A dónde voy?>> sanos.
. Eché a an~ar, mirando a la gente que pasaba. iPues vaya! Pero yo ahora, por despecho, no voy a narrar lo que ocu·
cEs que nad1e me reconocía? Si yo ya volvía a estar lo mis- rrió a continuación, en la farmacia de Brisigo 136 primero y en
mo que antes; cualquiera, al verme, por lo menos habría el Caifi dell'Unione después, cuando el padre, exultante, me
podido pensar: <<iMira cómo se parece al malogrado Matías presentó redivivo. La noticia corrió como el rayo, y todo el
Pascal, ese forastero de allí! Porque no tiene el ojo bizco, mundo acudió a verme y a atosigarme con preguntas. Preten-
que si no se diría que es él.» iPero no! Nadie me reconocía, dían que yo les dijera quién era entonces el que se había aho-
P?rque ya no estaba en la mente de nadie. No despertaba gado en la Stia, lo pretendían ellos, que en su momento no
nmguna curiosidad, ni la más mínima sorpresa ... Y yo que habían tenido ninguna duda al respecto: todos, uno por
me había imaginado una conmoción general, un enorme uno, me habían reconocido a mí. ¿y así pues yo era quien
revuelo, tan pronto como me hubiera dejado ver por las ca- decía ser, era yo realmente? ¿De dónde venía? iDel otro
lles ... Fue tal mi desengaño, que sentí una humillación, un mundo! ¿Q!:lé había hecho? iMe había hecho el muerto!
resquemor, una amargura imposibles de describir; resque- !omé la resoh~c~ón de no salir de estas dos respuestas y de de-
mor y humillación que a su vez no me dejaban acercarme Jar que se fast1d1aran y les devorara la curiosidad, una curio·
a reclamar la atención de aquellos que yo sí reconocía. iY sidad que duró días y días. No fue más afortunado que los
total habían pasado dos años! iAh, lo que significa morir! demás .el amigo Alondrilla, que vino a <<entrevistarme>> para
Nadie, nadie se acordaba ya de mí, como si nunca hubiera el Foglzetto. En vano, para tocarme la fibra sensible y así ha-
existido ... cerme hablar, me trajo una copia del número de su periódi-
. Dos veces recorrí de punta a punta el pueblo, sin que na- co de dos años antes, con mi necrológica. Le dije que me la
dle me parara. Irritado sobremanera, pensé en volver a casa sabía de memoria, porque en el infierno el Foglietto gozaba
de Pomino a comunicarle que no me interesaba lo acordado de amplia difusión.
y a vengarme con él de la afrenta que a mi modo de ver me -Nada, hombre, muchas gracias. También por la lápida...
infería todo el pueblo no reconociéndome. Pero ni Romilda ¿sabes?, uno de estos días iré a echarle un vistazo.
me hubiera seguido voluntariamente, ni yo por el momento Me abstengo de transcribir su nuevo platofuerte del domin-
hubiera sabido a dónde llevarla. Antes al menos debía en-
contrar casa. Pensé en ir al ayuntamiento, a la oficina del re-
136 Ya es nombrado un Brisigo en el cap. VII (pág. 142), dentro de la lista
gistro civil, a que me borraran inmediatamente de la sección
de defunciones; pero por el camino cambié de idea y me des- de acreedores de Matías.
go siguiente, encabezado por grandes titulares que rezaban: CASTIGADO POR LOS GOLPES DE UN DESTINO ADVERSO
iMATfAS PASCAL ESTÁ VNO! MATÍAS PASCAL
Entre los pocos que prefirieron no dejarse ver, además de BIBUOTECARIO
mis acreedores, estuvo Batta Malagna, que sin embargo dos ALMA GENEROSA, CORAZÓN NOBLE
años antes -me dijeron- se había sentido muy apenado HECHA ELECCIÓN ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
por mi bárbaro suicidio. iYa! iTanta pena entonces, al saber AQ_UÍ REPOSA
que yo había desaparecido para siempre, y tanta contrarie-
dad ahora, al saber que había vuelto a la vida! iComo si no TUS CONCIUDADANOS Q_UE NO TE OLVIDAN
nos conociéramos!
¿y Oliva? Me la he encontrado por la calle, algún domin-
go, saliendo de misa, con su niño de cinco años cogido de la Yo, como había prometido, he llevado la corona de flores,
mano, sanote y hermoso como ella: -imi hijo! Ella me ha y de vez en cuando me acerco por allí, a verme muerto y en-
mirado: una mirada afectuosa y risueña que sólo con un des- terrado. Algún curioso me sigue de lejos; luego, en el camino
tello me ha dicho tantas cosas ... de vuelta, se une a mí, sonríe y -reflexionando sobre mi na-
Y eso es todo. Ahora vivo en paz, con mi vieja tía Escolás- turaleza y condición- me pregunta:
tica, que se ha brindado a ofrecerme refugio en su casa. Mi -Pero en definitiva, ¿usted quién es, si puede saberse?
singular aventura me ha hecho subir inopinadamente en su Me encojo de hombros, entorno los ojos y le contesto:
estima. Duermo en la misma cama donde murió mi añorada -Ay, amigo ... Yo soy el difunto M atías Pascal.
madre, y paso gran parte del día aquí en la biblioteca, en
compañía del padre Eligio, que aún tiene para mucho si
quiere poner orden y concierto entre los viejos libros polvo-
rientos.
He tardado unos seis meses en escribir, ayudado por él,
esta historia mía tan extraña. Sobre cuanto aquí está escrito
él mantendrá el más absoluto secreto, como si lo hubiera
oído en confesión.
Hemos hablado largo y tendido, los dos, acerca de mis pe-
ripecias, y a menudo yo he admitido no alcanzar a ver qué
enseñanza podría sacarse de ellas.
-Para empezar, ésta -me dice él-: que fuera de la ley y
de las particularidades, sean éstas mejores o peores, que nos
hacen ser nosotros mismos, mi querido señor Pascal, no se
puede vivir.
Pero yo le hago notar que no vuelvo a estar en absoluto ni
dentro de la ley, ni dentro de mis particularidades. Mi mujer es
la mujer de Pomino, y yo mismo no sabría decir quién soy.
En el cementerio de Miragno, sobre la tumba de aquel
malogrado desconocido que se mató en la Stia, aún sigue
puesta la lápida dictada por el Alondrilla:

[mJ
que tiene de absurdo el suicidio de la señora Heintz, suicidio que in-
tentará hacer de algún modo verosímil.
Pero no se dude tampoco de que, aun con todos los ificaces palia-
tivos empleados por el autor, noventa y nueve de cada cien críticos
teatrales juzgarán absurdo el suicidio e inverosímil la comedia en-
tera.
Porque la vida, para sus descarados absurdos, esos grandes o pe-
queños absurdos de que hace gala con tanta.frecuencia, tiene el ines-
timable privilegio de poder prescindir de esa estúpida verosimilitud
ADVERTENCIA SOBRE LOS ESCRÚPULOS que el arte se cree obligado a respetar.
DE LA FANTASÍN 37 Los absurdos de la vida no necesitan parecer verosímiles, porque
son verdaderos 139 . Al contrario que los del arte, los cuales, para pa-
recer verdaderos, necesitan ser verosímiles. Con lo que, siendo verosí-
señor Alberto Heintz, de Bu.ffolo, en Estados Unidos, inde- miles, dejan de ser absurdos.

E ciso entre el amor de su mujer y el de una joven de veinte


años, tiene la ocurrencia de invitar a ambas a un encuentro
para tomar juntos una decisión.
Un suceso de la vida puede ser absurdo; una obra de arte, para ser
obra de arte, no.
De lo que se sigue que tachar de absurda e inverosímil una obra
Las dos mujeres y el señor Heintz acuden puntuales al lugar con- de arte en nombre de la vida es una necedad.
venido; después de mucho discutir, alfinal se ponen de acuerdo. En nombre del arte, sea; en nombre de la vida, no.
Deciden quitarse la vida los tres.
La señora Heintz vuelve a casa; se pega un tiro y muere. El señor
Heintz y su joven enamorada, entonces, en vista de que con la muer-
te de la señora Heintz ha desaparecido todo obstáculo para su feliz Existe en la historia natural un reino del que se ocupa la zoología
unión, coinciden en que ya no hay razón para matarse y resuelven y que está.formado por los animales.
continuar con vida y casarse. De distinta forma lo ven, no obstante, Entre los muchos animales que lo integran se encuentra también el
las autoridades judiciales, que ordenan su detención. hombre.
Final de lo más vulgar. Y el zoólogo, ciertamente, puede hablar del hombre y decir por
(Véanse los periódicos de Nueva York de fecha 25 de enero
de 1921, edición de la mañana) 139 A este argumento recurre el Padre de los Seis personajes en busca de autor

cuando, a poco de presentarse los seis ante el director de la compañía, éste les
conmina a marcharse tratándoles de locos: <<Pero usted sabe bien que la vida
Supongamos que un desdichado autor de comedias se siente ins- está llena de infinitas cosas absurdas, descaradamente absurdas, que ni siquie·
ra tienen necesidad de parecer verosímiles porque son verdad>> (Seis personajes
pirado y quiere llevar a escena un caso semejante. en busca de autor. Cada cual a su manera. Esta noche se improvisa, ed. cit., pági·
No se dude ni por un momento de que sufontasía sentirá el escrú- na 11 0). Y afirma a continuación que en realidad los locos son el director y
pulo, antes que nada, de subsanar con ificaces paliativos138 todo lo los actores de la compañía, quienes en su profesión se dedican a <<crear locu·
ras verosímiles para que parezcan verdaderas>>, con lo que pone ya sobre la
mesa la paradoja central de la obra, la duda de si los personajes no son más
137 Apéndice incorporado a las ediciones de la novela a partir de 1921 (cfr.
verdaderos que los actores que los representan, dentro de un plan de per·
<<Introducción>>, págs. 11-12 y 43). manente desestabilización de los conceptos convencionales de ficción y
138 Literalmente, <<remedios heroicos>>.
realidad.

[335]
ejemplo que no es un cuadrúpedo, sino un bípedo, y que no tiene cola, bres capaces de cometer todas esas cosas absurdas que, decíamos, no
a difirencia del mono, o del asno, o del pavo real. necesitan parecer verosímiles porque son verdaderas.
El hombre del que habla el zoólogo nunca tendrá la desgracia de
perder, supongamos, una pierna y de quedarse con una de madera;
de perder un ojo y llevar uno de cristal. El hombre del zoólogo siem-
pre tiene dos piernas, ninguna de las cuales es de madera, y dos ojos, De hecho, por la experiencia que yo mismo he tenido con dicho
ninguno de los cuales de cristal. tipo de crítica, lo gracioso es esto: mientras que el zoólogo admite que
Y contradecir al zoólogo es imposible. Porque el zoólogo, si lepo- el hombre se distingue de los demás animales, entre otras cosas, por-
néis delante a alguien con una pierna de madera o con un ojo de cris- que el hombre razona y los animales no, precisamente el raciocinio
tal, os responde que ese hombre le resulta desconocido, porque no es el --o sea, aquello que es más propio del hombre- muy a menudo lo
hombre, sino un hombre. han visto los señores críticos no como un rasgo llevado al exceso, si
Ahora bien, no es menos cierto que cualquiera de nosotros puede acaso, sino como todo un difecto en la caracterización humana de
a su vez replicarle al zoólogo que el hombre que e1 dice conocer no muchos de mis poco alegres personajes. Porque parece que ser huma-
existe, y que los que existen son los hombres, ninguno de los cuales n.o, pa_ra ellos, es algo que consiste más en el sentimiento que en el ra-
es igual que otro, pudiendo entre otras cosas tener la desgracia de lle- cwcmw.
var una pierna de madera o un ojo de cristal 140 . Pero veamos, para hablar tan en abstracto como hacen estos críti-
Y aquí uno se pregunta si pretenden ser considerados zoólogos, y cos, ¿acaso no es cierto que nunca el hombre razona --bien o mal,
no críticos literarios, determinados señores que, aljuzgar una nove- da lo mismo- tan apasionadamente como cuando szifi'e, porque
la, un relato breve o una comedia, condenan a este o aquel persona- precisamente quiere conocer el origen de su szifi'imiento, y quién se lo
je, esta o aqueUa representación de hechos o de sentimientos, hacién- ha causado, y en qué medida ha sido o no justo que se lo causaran,
dolo no en nombre del arte, lo que sería justo, sino en nombre de una mientras que cuando goza, simplemente gozay no razona, como si el
humanidad que parecen conocer a la perfección, como si realmente gozo yafuera un derecho consustancial suyo?
existiera en abstracto, es decir, fuera de esa infinita variedad de hom- Los animales están obligados a szifi'ir sin razonar. .Q]tien sufre y
-precisamente porque sufre- razona, no es humano para esos se-
140 Las categorías abstractas de la ciencia son denostadas en términos muy ñores críticos; porque al parecer lo de sufrir puede ser sólo algo ani-
similares por Unamuno en el exordio de Del sentimiento trágico de la vida: «Por- mal, y sólo cuando es animal, para ellos es humano.
que el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto
humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo sim-
ple, ni el sustantivo, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de
carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere--, el que come
y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se De todas formas, recientemente he dado con un crítico que se ha
oye, el hermano, el verdadero hermano. 1 Porque hay otra cosa, que llaman ganado toda migratitud141•
también hombre, y es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos cien- A propósito de mi deshumanizado y al parecer incurable «cere-
tíficas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el ~<í)ov '!TOli.L'TLKÓv de Aristóte-
brali~mo» y de la paradójica inverosimilitud de mis historias y per-
les, el contratante social de Rousseau, el hamo oeconomicus de los mancheste-
rianos, el hamo sapiens de Linneo o, si se quiere, el mamífero vertical. Un sona;es, e1les ha preguntado a los otros críticos sobre qué basesjuzga-
hombre que no es de aquí o de allí ni de esta época o de la otra, que no tie- ban como lo hacían mi universo artístico.
ne ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre. 1 El nuestro es
otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío; aquel otro de más allá, cuantos
141
pesamos sobre la tierra. 1 Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el su- Ha sido identificado, este crítico, con Adriano Tilgher, autor del artícu-
jeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofia, quiéranlo o no ciertos se- lo <<Il teatro dello specchio», publicado en la edición del periódico La Stam-
dicentes filósofos>> (ed. cit., pág. 47). pa de los días 18-19 de agosto de 1920.

[337]
«¿Sobre la base de lo que se conoce como vida normal?>>, ha pre- nosotros mismos nos hemos impuesto o que nos ha sido impuesta por
guntado. «¿Pero ésta qué es, sino un sistema de relaciones que noso- otros opor alguna cruel necesidad, o sea hasta que debajo de la más-
tros seleccionamos dentro del caos y que con toda arbitrariedad cali- cara unafibra nuestra, muy sensible, es tocada tan adentro que la re-
ficamos como normal?>> Lo que le lleva a concluir que «no se puede belión finalmente estalla y la máscara es rota y pisoteada?
juzgar el mundo de un artista con criterios de valor sacados de otro «Entonces, de golpe>>, dice el crítico, «un Chorro de humanidad in-
sitio que no sea ese mismo mundo>>, vade a estos personajes, las marionetas se convierten de pronto en
Tengo que aclarar, en pro de la credibilidad de este crítico, que a criaturas de carne y hueso, y salen de sus labios palabras que a uno
pesar de lo diCho, o más exactamente por causa de ello, e1 acaba le parten el corazón y le desgarran el alma>>.
igualmente emitiendo un juicio deifavorable sobre mi obra: porque le iPues claro! Han descubierto su rostro individualy desnudo de-
parece, en difinitiva, que yo no sé dar un valory un sentido univer- bajo de la máscara, la máscara que les hacía ser unas man'onetas de
salmente humanos a mis historias y personajes, hasta el punto de sí mismos, o movidas por los demás; que inicialmente les hacía mos-
desconcertar a quien tiene que juzgarlos, dq'ándole con la duda de si trarse duros, toscos, ásperos, sin pulir ni suavizar, retorcidos e inesta-
no he querido limitarme a recoger sólo determinados casos curiosos, bles, como cualquier cosa que es producida y puesta en funciona-
determinados estados psicológicos peculiarísimos. miento no libremente, sino por necesidad, en una situación anormal,
¿Pero no podría ser que, dentro del conflicto que e1 observa entre inverosímil, paradó;i'ca, en definitiva, en una situación con la que al
realidad e ilusión, entre el rostro individual y la imagen social del final los personajes han roto porque ya no podían soportarla más.
mismo, el valor y el sentido universalmente humanos de ciertas El enmarañamiento, pues, si lo hay, es porque así se quiere; el me-
historias y personajes míos consistiera, sin ir más lejos, en el sentido canicismo143, si lo hay, es porque así se quiere; pero no soy yo quien
y en el valor otorgables alprimero de esos conflictos, que por una bur- lo quiere, sino la propia historia, los propios personajes. Se deja ver,
la constante de la vida se nos revela siempre como un conflicto ines- en ifécto, enseguida: muChas veces se prepara con toda la intención y
table, en la medida en que, por desgracia necesariamente, una rea- se muestra en el acto mismo de prepararlo y ponerlo en marCha: es la
lidad cualquiera de hoy está destinada a revelársenos como una ilu- máscara para la representación; eljuego de hacer cada uno un pa-
sión mañana, pero ilusión necesaria, no habiendo, por desgracia, pef144; lo que querríamos o deberíamos ser; lo que a los demás les pa-
para nosotros otra realidadfuera de ella? ¿Q]te consistiera justamen- rece que somos, mientras que lo que somos, en buena medida no lo
te en eso, en el hecho de que un hombre o una mujer, víctimas, por sabemos ni siquiera nosotros; la burda, la inconsistente metáfora de
causa propia o afena, de una situación calamitosa, socialmente nosotros mismos; el montaje, a menudo rocambolesco, que creamos
anormal, todo lo absurda que se quiera, en tanto que por su ceguera o en torno a nosotros o que los demás crean para nosotros: o sea, un
por una buena fe desmesurada no la ven la sobrellevan, la soportan, verdadero mecanicismo, sí, dentro del cual cada individuo, porque
la representan ante los demás; mientras que apenas la ven, como en un así lo quiere -repito-, es su propia marioneta; hasta la patadafi-
espr:jo que se les pusiera delante, ya no pueden soportarla, la perciben en nal que acaba mandando por los aires todo el teatrillo.
todo su horror y acaban con ella, o caso de no poder se desesperan? No me queda, creo, sino esperar que mifontasía haya sabido, con
¿_Q;te consistierajustamente en eso, en el hecho de que una situación so- sus muchos escrúpulos, mostrar como defectos reales los que ella ha
cialmente anormal es aceptada incluso cuando es vista en el espejo, que
en este caso nos planta delante nuestro propio engaño; y asípues es re-
presentada, con la correspondiente carga de dolor, durante todo el tiem- 143
Entiéndase el funcionamiento mecánico de la marioneta: tanto el en·
po que esa representación es posible bajo la sqfocante máscara142 que marañamiento como el mecanicismo siguen desarrollando la minuciosa ale·
goría del párrafo anterior. ·· ·
144
El giuoco delfe partí en el original, concepto clave del teatro pirandellia·
142 La palabra italiana, maschera, significa tanto <<máscara» como, por sinéc· no, además de título de una de sus piezas más representativas, estrenada a fi.
cloque, <<disfraz>>. nales de 1918.
mostrado porque así lo ha querido: defectos de ese montaje ficticio respecta al señor Majoli y a Maria Tedeschi. iEl verdadero se-
que los propios personajes se han impuesto a sí m:i~mos y a su ~ida o ñor Casati estaba vivo! Sólo que se encontraba en la cárcel
desde el 21 de febrero del año anterior por un delito contra
que otros les han impuesto: los defectos, en difinztzva, de la mascara la propiedad y hacía ya tiempo que vivía separado, aunque
hasta que queda al descubierto, desnuda145 . no legalmente, de su esposa. Tras guardar siete meses de luto,
Maria Tedeschi contraía segundas nupcias con el señor Ma-
joli, sin topar con ningún impedimento burocrático. El se-
ñor Casati concluyó su condena el 8 de marzo de 1917, y no
Pero mayor ha sido el consuelo que he recibido de la vida~ o má~ se enteró hasta esas fechas de que estaba... muerto y de que
concretamente de la crónica de sucesos, con un hecho ocurrzdo casz su esposa se había vuelto a casar y se había esfumado. Se en-
veinte años después de la aparición de esta novela mía, El difunto teró cuando, precisando un documento, acudió a la oficina
Matías Pascal, que ahora una vez más se reedita. del padrón de la plaza Missori 147 . En la ventanilla el emplea-
do tuvo inevitablemente que objetar:
Tampoco a esta obra le faltaron, la primera vez que se pu_blicó, y
-iPero si usted está muerto! Con domicilio legal en el ce-
dentro de la buena acogida casi unánime que tuvo, acusaczones de menterio de Musocco 148, sector 44, sepultura núm. 550 ...
inverosimilitud. . 'fodas las protestas del señor Casati, que quería que se le
Pues bien, la vida ha querido probarme su veracidad con un gra- h1c1_er_a constar como persona viva, fueron vanas. Y así sigue,
do de precisión verdaderamente asombroso, comprendidos algunos dee1d1do a hacer valer sus derechos a... resucitar. Una vez re-
detalles muy concretos salidos espontáneamente de mifantasía. gularice su estado, la presunta viuda, ahora casada con otro,
Wamos lo que se leía en el Corriere della Sera del27 de marzo recibirá la anulación de su segundo matrimonio.
de 1920. Pero la sorprendente aventura no ha desmoralizado para
nada al señor Casati; al contrario, se diría que le ha puesto de
OFRENDA DE UN VIVO A SU PROPIA TUMBA buen humor, hasta el punto de que, animándose a probar
u~a insólita sensación, ha querido hacer una visita a ... su pro-
Un singular caso de bigamia, derivado de una muerte fa- pia tumba, sobre la que, como ofrenda en recuerdo de sí mis-
lazmente establecida, ha salido a la luz estos días. Repasemos mo, ha depositado un fragante ramo de flores y ha encendi-
brevemente los hechos. En la circunscripción de Calvairate do una pequeña lámpara votiva.
el26 de diciembre de 1916 unos campesinos sacaron de las
aguas del canal de las <<Cinque chiuse>> 146 el cadáve: de un iEl presunto suicidio en un canal; el cadáver extraído y reconoci-
hombre vestido con jersey y pantalón marrones. Se d10 opor- do por la mujery por el que después será su segundo marido; el retor-
tuno aviso del hallazgo a los carabineros, que iniciaron las in- no del supuesto muerto y hasta la qfrenda a su propia tumba! Idén-
vestigaciones. El cadáver no tardó en ser identificado, por ticos datos o!?jetivos, naturalmente sin todo lo demás, sin todo lo que
una tal Maria Tedeschi, mujer de unos cuarenta años muy tenía que darles a los datos un valory un sentido universalmente
bien llevados, y por los señores Luigi Longoni y Luigi Majo- humanos.
li, como el del electricista don Ambrogio Casati di Luigi, na-
cido en 1869, marido de Maria Tedeschi. Lo cierto es que el No iré a suponer que don Ambrogio Casati, electricista, leyó mi
ahogado se parecía mucho al señor Casati. . novelay llevóflores a su tumba tomando ¡;jemplo del difunto Matías
Dicho testimonio, según ahora se ha puesto de mamfies- Pascal.
to, habría sido más bien interesado, sobre todo por lo que
147
En pleno centro de Milán, muy cerca del Duomo.
148 Principal cementerio de Milán, sito en el municipio del mismo nom-
145Bajo el título Maschere nude Pirandello venía publicando los distintos
volúmenes de su producción teatral desde 1918. bre, Musocco, autónomo hasta 1923, fecha en que fue absorbido por la me-
146 <<Cinco esclusas.>> trópoli.
La vida, además, con su descarado desprecio hacia toda verosi-
militud, pudo encontrar un cura y un alcalde que unieran en matri-
monio al señor Majoli y a la señora Tedeschi prescindiendo comple-
tamente de un dato objetivo al que, sin embargo, no debía ser nada
difícil tener acceso: o sea, que el marido, el señor Casati, se encontra-
ba en la cárcely no bajo tierra.
Lafontasía, sin duda, habría tenido el escrúpulo de no pasar por
alto semejante dato; y ahora, pensando en la acusación de inverosi-
militud que también en aquella ocasión se le hizo, se regodea dando
a conocer las inverosimilitudes reales de que es capaz la vida, inclui- ÍNDICE
das las de las novelas que, sin saberlo, ésta copia del arte.

INTRODUCCIÓN 7
El difunto J:Iatías Pascal dentro del itinerario pirandelliano .. 9
El hum~msmo y la superación del realismo naturalista .. . 12
Hu~onsmo, plurilingüismo, experimentalismo ........ . 24
La cns1s del héroe y de la patria; la crítica de la civilización

~rY~:dcl y~.::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::.
28
La 37
La condición teatral y el personaje reflexivo .............. : 43
Las traducciones .......... . 49
Fortuna de Pirandello en E;p~ft~· .. : :::::::::::::::::::::::::: 50
EsTA EDICióN ..................................................... . 57
BIBLIOGRAFÍA 59

EL DIFUNTO MATíAS PASCAL ···································· 65


l. Justificación ............................................ . 67
II. Segunda justificación (filosófica) a modo de dis-
culpa .................................................. . 70
III. La casa y el topo ...................................... . 75

~: ~~~~~~~ac.:.::::::::::
88
104
::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 121
~~: ¡¿~!!~ ~el~en. . ..................................... . 139
153
IX. Algo de niebla .::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 169
X. Pila y cenicero ......................................... . 181
XI. De noche, contemplando el río .................... . 198
XII. El ojo y Papiano ...................................... . 220
XIII. El farolillo 236
XIV. Las hazañas de Max . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252
XV. Mi sombra y yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264
XVI. El retrato de Minerva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 280
XVII. Reencarnación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 304
XVIII. El difunto Matías Pascal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317
Advertencia sobre los escrúpulos de la fantasía . . . . . . . . . . . . . . . 334

Colección Letras Universales

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