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El 30 de septiembre de 1949, durante el primer gobierno de Juan Domingo

Perón, se sancionó la ley de partidos políticos. Tenía un interés restrictivo muy claro:
impedir que se crearan nuevos partidos que compitieran con el oficialismo en la
siguiente elección. A diferencia de los estatutos vigentes, que reglamentan de forma
minuciosa el funcionamiento de los partidos, el texto que impulsó el peronismo era
breve, con sólo diez artículos.
¿Por qué era restrictiva? En primer lugar, estableció que los partidos sólo
podrían participar en elecciones después de transcurridos tres años desde su creación.
Para sostener esta arbitrariedad, se argumentó que aquel era el mínimo de tiempo
necesario para que una nueva agrupación desarrollara un cuerpo dogmático que le diera
sentido.
El plazo de tres años no era casual. Los mandatos finalizaban a mediados de
1952, por lo que debía haber elecciones antes, tanto para presidente y vicepresidente —
con la reelección ya habilitada por la nueva Constitución— como para cargos
legislativos y ejecutivos provinciales.
Pero la restricción, en realidad, era aún más amplia. No sólo se trataba de
desalentar la creación de nuevas fuerzas, sino también de evitar la formación de alianzas
electorales. Esto se desprende de otro de los artículos, que establecía que “la entidad
resultante de la fusión, alianza, unión o coalición de dos o más partidos políticos” debía
ser registrada como un nuevo partido. El gobierno no quería una reedición de la Unión
Democrática.
El interés de Perón no se limitó a establecer restricciones a la oposición.
Además, la ley fue un instrumento para ordenar su propio partido.
En 1946, cuando Perón llegó a la presidencia, lo hizo bajo el patrocinio de
diferentes partidos que llevaron su candidatura. Los dos más importantes fueron el
Partido Laborista y la Unión Cívica Radical Junta Renovadora. Luego del triunfo del 24
de febrero, ordenó disolver todos los partidos que lo acompañaron. Para el nuevo
presidente, los conflictos preexistentes entre laboralistas y renovadores se solucionarían
si ambas fuerzas coincidían en una sola identidad partidaria. Salvo unos pocos laboristas
que se resistieron a la orden, el resto se acomodó a la voluntad del líder. Sin embargo,
esto no aseguró una buena convivencia. Las diferencias entre laboristas y renovadores
se terminaron reformulando dentro del nuevo partido. Todos respetaban la autoridad
máxima de Perón pero no siempre coincidían con sus decisiones a nivel local. Esto llevó
a la formación de nuevos partidos –como el Partido Obrero de la Revolución en Santa
Fe y el Partido Peronista Laborista en Mendoza-, que se identificaban con Perón pero
tenían candidatos propios en las provincias y municipios.
Para evitar que se siguieran produciendo escisiones, se introdujo un artículo que
le prohibió a las nuevas agrupaciones adoptar nombres similares a los de otros partidos
existentes; tampoco podían utilizar sus símbolos o retratos. Una medida adicional
consistió en prohibir que quienes fueron autoridades o candidatos por algún partido en
los últimos tres años pudieran convertirse en autoridades o candidatos por una fuerza
distinta. El objetivo era claro: que a nadie le conviniera abandonar el peronismo y
competir desde afuera.
Otro artículo llama la atención: el que ordenaba la disolución de cualquier
partido que no se presentara a una elección. La abstención electoral de forma repetida
suele ser una de las razones de pérdida de personería jurídica. Sin embargo, lo
extraordinario es que esto sucedía por no presentarse sólo una vez. ¿Por qué se hizo así?
Rodeado de acusaciones de autoritarismo, Perón obligó a los partidos de la oposición a
presentarse en las elecciones. No quería que su reelección se viera deslegitimada por
elecciones no competitivas.
El último artículo, agregado sobre tablas al tratarse el proyecto en el Congreso y,
posiblemente, el más polémico de esta polémica ley, fue aquel que le permitió a las
asociaciones femeninas presentarse por separado de los partidos masculinos. Así, el
recientemente creado Partido Peronista Femenino podía presentarse con lista propia, en
competencia con el Partido Peronista y los partidos opositores. ¿Cuál era el objetivo?
En aquellos años regía la ley Sáenz Peña, que establecía un sistema de dos tercios y un
tercio. Quien sacaba más votos obtenía dos tercios de la representación y quien le seguía
en votos obtenía el tercio restante. La apuesta del peronismo era que el Partido Peronista
podía ser quien sacara más votos, seguido luego por el Partido Peronista Femenino. Así
se garantizaría tener la suma de la representación política. La ecuación era perfecta a los
ojos del líder: Si el pueblo era peronista, ¿No debían, entonces, también ser peronistas
sus representantes? Para terminar de darle forma institucional a este ideal unanimista, el
gobierno promulgó un nuevo régimen electoral en 1951. Pero, como muestra esta
particular ley de partidos, la intención de que los votos opositores no se tradujeran en
representación institucional ya existía desde antes.

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