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desarrollo de ese negocio, ya que, a falta de condiciones de producción de caña, la
situación geográfica del archipiélago hizo que se convirtiese en el principal puerto
negrero que embarcaba esclavos en gran parte destinados al cultivo del azúcar.
Pero si Cabo Verde no resultó idóneo para el cultivo de la caña, no sucedió lo
mismo con Santo Tomé, frente a las costas del Congo. La isla se convirtió rápidamente
en un lugar privilegiado para el cultivo de la caña, y a ella sería dedicado un gran
número de esclavos africanos; desde 1515 hasta 1530, y procedentes del cercano
continente llegaron unos cuatro mil cada año, cifra que se vería multiplicada en las
décadas posteriores.
Por estas circunstancias, y por el incremento del tráfico negrero, la isla dejó de
ser productora de azúcar para convertirse, como Cabo Verde, en centro neurálgico del
tráfico, circunstancia que se veía favorecida por su situación estratégica entre los
continentes africano y americano.
Y es que, desde un primer momento, la producción azucarera se implantó en La
Española, del mismo modo que pocos años antes se había procedido en las Islas
Canarias.
No podía ser de otro modo, siendo que con la Conquista se importaba unos
medios de producción, como unos modos de alimentación, que exigía el desarrollo de
esta industria. Para los naturales fue un cambio más que afrontar. Junto al azúcar se
introducía en el nuevo mundo el trigo, el vino, el aceite, el ganado lanar, el cerdo, el
ganado bovino… cuyo desarrollo, salvando el caso de los cereales, encontraron unas
condiciones de producción que resultaron excepcionales, y como consecuencia, las
plantaciones de caña encontraron un lugar sin parangón.
No obstante, el desarrollo que alcanzaría la producción en el Caribe español no
alcanzaría importancia singular sino hasta el siglo XVII en Puerto Rico y en Cuba,
ocupando un lugar especial los asentamientos piráticos ingleses holandeses y franceses
que se produjeron en aquellos lugares del Caribe que España dejaba sin control por
considerarlos de bajo interés.
El cultivo de la caña, así, comenzó a tener un desarrollo importante, pero con
diferentes matices. Mientras España le dedicaba la atención propia de un mercado
cerrado, los europeos, que iban ocupando las islas que España descuidaba, crearon un
emporio en principio tabaquero y finalmente azucarero a base de mano de obra esclava;
primero se trataba de esclavos ingleses, que vendían su libertad a cambio de un billete
de ida, y luego se trataba de mano de obra africana.
Por su parte, Portugal, a mediados del siglo XVII se hacía con el mercado
mundial del azúcar merced a sus centros de producción de Brasil.
Se había dado comienzo a una carrera frenética por la producción de azúcar y
por el control de su mercado; algo que no podía escapar de la órbita británica y
holandesa, quienes, sin lugar a dudas fueron los promotores de esa carrera, controlando
el mercado y creando en la población la necesidad de consumir azúcar antes incluso de
tener la capacidad de suministrar el producto, pero no antes de tener controlada su
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distribución. Es la filosofía del liberalismo, que en esos momentos comenzaba a mostrar
sus fauces.
En realidad, parece que en el siglo XVII, como luego en el XX, el primer paso
que daban los pobres para salir de la indigencia iba acompañado del deseo de
añadir azúcar a la leche y al té. (Thomas 1997: 187)
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Así resultó tarea prioritaria la creación de empresas negreras que fuesen capaces de ser
tan eficaces como lo estaban siendo las empresas holandesas.
Que la demanda de azúcar en Europa hubiese sido creciente a lo largo del siglo
XVII propició el crecimiento productivo que tuvo su gran explosión en la segunda
mitad del siglo XVIII, cuando como consecuencia más importancia tuvo el tráfico de
esclavos, en el que Inglaterra ocupaba el lugar preeminente.
Ya había cesado hacía décadas la preeminencia detentada por Portugal, siendo
que Portugal gozaba de tal puesto cuando gestionaba un flujo de tráfico equivalente a
una fracción del tráfico gestionado por Inglaterra en los momentos anteriores a hacerse
con el asiento, tras la guerra de Sucesión.
A pesar de que la Ilustración ya se había enquistado en España durante el siglo
XVIII, las formas, particularmente en América, continuaban siendo en gran medida
conforme al espíritu hispánico.
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de la mercancía humana y una deshumanización en el trato de los esclavos, que desde
ese momento pasaban a ser elemento desechable de la producción.
Lógicamente, además, a pesar de haber abandonado militarmente la isla, los
ingleses dejaron en la misma la punta de lanza de su imperio: el mercantilismo.
Capitales ingleses quedaron en la isla, y esos capitales multiplicaron la producción de
azúcar, el número de esclavos y la deshumanización de su trato. Y a partir de ese
momento puede decirse que el número de esclavos llevados a Cuba no paró de crecer.
Los ingenios necesitaban más caña para procesar, y la caña necesitaba más
terrenos que arrebatar a la selva, y éstos, más esclavos negros que ya no eran atendidos
como miembros de la familia, sino como objetos a los que debía sacárseles el máximo
beneficio. De la mano de los británicos se implantaba la inhumanidad liberal capitalista,
a la que se unían vilmente aquellos que habían perdido el principio de honorabilidad
cristiano y español. Ellos se convertirían en los mejores factores del liberalismo.
Pero esas cifras quedarían pequeñas en comparación con lo que había de venir, ya que la
introducción de mano de obra esclava durante el siglo XIX fue especialmente significativa.
Parece como si la nueva colonia británica (la España peninsular) quisiese borrar las glorias de la
España Imperial, con la que nada tenía en común, en el menor espacio de tiempo posible.
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Y uno de los motivos que ocasionó ese tráfico masivo fue que esa importación
de mano de obra esclava estaba en gran parte limitada a esclavos varones, con lo que se
ocasionó un grave desequilibrio de sexos desconocido hasta el siglo XIX, y que estaba
motivado por la teoría económica que sustentaba el principio de la economía de
plantación.
La importancia de la cuestión queda marcada en el análisis poblacional del
momento, en el que se observa la diferencia existente entre los esclavos urbanos, que
podemos identificar como anteriores a la política económica de plantación, y los
esclavos rurales, que son los que eran importados en esos momentos.
En 1855, el 63,4% de los esclavos del campo eran varones y el 36,6% eran
hembras; mientras que en esa misma fecha los varones eran el 47,5% y las
hembras 52,5% entre los esclavos urbanos. (Castellanos 1988: 140)
Había que rebajar los costos (el costo de los utensilios y el de los negros
que los trabajaban) y, además, había que aumentar la productividad de
la mano de obra esclava, gastando menos en mantener los negros y
buscando medios para hacerlos trabajar más. Como si eso fuera poco, el
discurso agrega que era preciso intensificar progresivamente la
represión contra los negros esclavos y limitar las escasas prerrogativas
obtenidas por los negros y mulatos libres. (Castellanos 1988: 122)
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La expansión azucarera -que lleva de un promedio de exportaciones de
480.000 arrobas en 1764-69 a uno de 1.100.000 en 1786-90, y alrededor
de dos millones y medio para 1805- se produce en medio de una crónica
escasez de capitales, en explotaciones pequeñas, que trabajan con
esclavos relativamente poco numerosos (sólo en las cercanías de La
Habana hay ingenios de más de 100 negros), cuyos propietarios
arrastran pesadas deudas frente a los comerciantes habaneros que les
han adelantado lo necesario para instalarse. (Halperin 2005: 31)
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Y en estos momentos, la excelencia productiva se obtenía haciendo trabajar los ingenios
azucareros a su máximo de potencial: veinticuatro horas al día siete días a la semana durante un
periodo continuado de seis meses, tiempo en el que los esclavos debían atender tanto las labores
agrícolas como las del trapiche, en jornadas que llegaban a alcanzar las veinte horas diarias.
Es de suponer que tales jornadas no serían continuadas sine die… o si, teniendo en
cuenta la mortandad de esclavos consecuencia de este método productivo.
En ese sentido, el reglamento de la esclavitud de 1842 marcaba dieciséis horas de
trabajo y ocho de descanso diario. Sensible diferencia con la legislación existente desde el siglo
XVI que estipulaba jornadas de ocho horas.
Una barbaridad se mire por donde se mire, pero una barbaridad que, dada la situación
socio política de España en esos tiempos, deja prever que los excesos se produjesen de forma
más asidua de lo deseable.
Y es que ya no estamos hablando de la España del siglo XVI, siglo XVII, sino que
estamos hablando de la España sometida social, política, cultural y económicamente al dominio
británico, y el cumplimiento de las leyes podía tener una lectura más libre, y es que en estos
tiempos no había ya en España gobierno español independiente.
Pero una barbaridad que tenía una referencia en la que desde principios del siglo XIX
pasó a ser, no nos engañemos, la metrópoli de España: En Inglaterra el trabajador estaba peor
tratado que el esclavo en Cuba, y ese argumento era utilizado por los esclavistas para justificar
la esclavitud. Y no sólo estaban en desventaja los trabajadores ingleses, que en ese momento
estaban sujetos a la deportación a Austrialia y Nueva Zelanda y al consiguiente sometimiento al
sistema esclavista.
Gallenga, un corresponsal del Times (de nacionalidad italiana) que fue a Cuba
en 1872, creía que «no cabe duda de que las condiciones de vida del esclavo
cubano son, en todo lo que se refiere al aspecto material, mejores que las del
campesino libre de las llanuras de Lombardía». (Thomas 1971)
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Antonio Parejo, que se trasladó a Cuba desde Cádiz, hacia 1840, con «un muy
inmenso capital», aparentemente propiedad de la reina madre de España,
María Cristina, para quien Parejo actuaba como agente en Cuba, y por cuenta
de la que fundó el enorme molino Santa Susana. Otros plantadores que vieron
nacer su fortuna en el tráfico de esclavos, después de la prohibición, fueron
Pedro Forcade de Forcade y Font, negreros de Cádiz; Joaquín Gómez, Antonio
Pastor, los Iznaga, de Trinidad, de origen vasco, y los Borrell, de la misma
ciudad. (Thomas 1971)
La mafia del tráfico negrero estaba más que bien relacionada, directamente bien
conformada, siendo que, irremediablemente, junto a anglófilos de reconocido pedigrí se
encontraban algunos ingleses, continuadores de su histórica labor “al margen” de las nuevas
directrices implantadas a propios y extraños, manu militari, por la Royal Navy. Señala Hugh
Thomas que Forcade contaba con capital y socios ingleses, y que otros, como Darthez and
Brothers, de Londres, tenían un representante en La Habana, cuya única tarea consistía
en ocuparse de cuestiones relativas al tráfico de esclavos.
Pero no era sólo Cuba, provincia española, el lugar donde se notaría ese
incremento productivo. Las nuevas nominalmente repúblicas independientes de España,
las nuevas colonias británicas en América, sufrirían el mismo proceso durante el siglo
XIX y principios del siglo XX, donde, productores procedentes de las históricas
colonias europeas en el Caribe, especialmente Haití y Jamaica, nutrieron la fuerza de
trabajo bajo formas más o menos forzadas.
Una producción que con los nuevos métodos desarrollados dejaban a las
plantaciones en inferioridad de condiciones frente a la obtención de azúcar a través de la
remolacha
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bastarían cumplidamente a la Martinica, y 30 a la Guadalupe. La primera tiene
hoy 494 ingenios y la Guadalupe 518: en otros términos, existen en cada
colonia tantas fábricas, cuantas son las heredades en que se cultiva caña. (Saco
1879 Vol II: 105)
Esos datos dejan en evidencia lo que desde muchos puntos se estaba planteando:
el aspecto antieconómico del mantenimiento del régimen plantacional y del régimen
esclavista.
A partir del momento, el esclavo pasaría a denominarse asalariado.
BIBLIOGRAFÍA:
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Armenteros Martínez, Iván (2012) La esclavitud en Barcelona a fines de la Edad
Media (1479-1516) En Internet
http://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/95887/IAM_TESIS.pdf Visita 1-4-2017
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