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El amargo sabor del azúcar

Con sangre se hace azúcar (refrán cubano del siglo XIX)

El cultivo de la caña de azúcar es conocido en España desde el siglo X, cuando


fue importado de Oriente por parte de los invasores árabes, pero pasarían cinco siglos
hasta que, en los primeros años del XV fuese adoptado su cultivo por los reinos
hispánicos.
En ese periodo, el cultivo de la caña conoció varios centros neurálgicos; así en el
siglo XIII, con la caída de Palestina en poder de los turcos, la industria azucarera allí
existente se trasladó a Chipre, donde las plantaciones eran atendidas por mano de obra
esclava negra. Luego entraron Creta y Sicilia, alcanzado a ser esta última el principal
centro azucarero del Mediterráneo, y en la órbita política y militar de la Corona de
Aragón, lo que posibilitó que a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, la costa
mediterránea española se convirtiese en un importante centro de producción azucarera.
La aceptación del producto fue prácticamente inmediata, siendo que a mediados
de siglo XV existía una gran demanda que fue cubierta por Portugal, que ya liberado de
las acciones directas de Reconquista peninsular se había abierto al Atlántico y en esa
nueva singladura había convertido Madeira en un emporio azucarero, apremiado por la
nueva situación geopolítica creada en el Mediterráneo oriental, cuyas circunstancias
habían cambiado radicalmente merced al desarrollo del imperio otomano, que había
provocado la paralización del suministro de azúcar procedente de esa zona, principal
punto de suministro que había sido en su momento.

La demanda occidental impulsó la industria azucarera madeirense de forma


decisiva y, al mismo tiempo, el aumento de la producción por las condiciones
geoclimáticas del Atlántico medio hizo descender los precios, expandiendo y
popularizando su consumo en Europa occidental, y obligó a los centros
productores del Mediterráneo oriental y central a abandonar una actividad que
había dejado de ser rentable. (Armenteros 2012: 257)

Fue un momento y una ocasión que favoreció el desarrollo de la actividad


portuguesa en el Atlántico y en el continente africano, de donde se surtía de mano de
obra esclava que destinaba indistintamente a los ingenios azucareros, al pastoreo, y a los
servicios donde eran requeridos, entre ellos el servicio doméstico.
No cabe duda que la producción azucarera iba a ser la primera demandante de
mano de obra esclava, y no sólo en Madeira, sino también en las otras zonas que
comenzaban a descubrirse y se mostraban ideales para el cultivo de la caña dulce. Ellas
serían el destino de los primeros contingentes de esclavos africanos destinados a
desarrollar las labores que requería el cultivo y la producción del azúcar. Madeira, Cabo
Verde, Canarias… serían el destino principal de los primeros contingentes de esclavos
africanos. Pero antes, esclavos canarios serían traslados a Madeira para que realizasen
los mismos trabajos.
El desarrollo de los archipiélagos sería marcado en gran parte por esta
circunstancia; así, el inicialmente deshabitado archipiélago de Cabo Verde se vería
poblado de súbito en 1460 por una población esclava procedente de África y destinada
al cultivo del azúcar.
La población, finalmente, no se asentaría por este motivo, ya que las condiciones
climáticas del terreno no eran las mejores para el cultivo de la caña, lo que ocasionó un
rápido fracaso del proyecto azucarero. Pero no por ello dejó de tener importancia en el

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desarrollo de ese negocio, ya que, a falta de condiciones de producción de caña, la
situación geográfica del archipiélago hizo que se convirtiese en el principal puerto
negrero que embarcaba esclavos en gran parte destinados al cultivo del azúcar.
Pero si Cabo Verde no resultó idóneo para el cultivo de la caña, no sucedió lo
mismo con Santo Tomé, frente a las costas del Congo. La isla se convirtió rápidamente
en un lugar privilegiado para el cultivo de la caña, y a ella sería dedicado un gran
número de esclavos africanos; desde 1515 hasta 1530, y procedentes del cercano
continente llegaron unos cuatro mil cada año, cifra que se vería multiplicada en las
décadas posteriores.

El apogeo de la producción azucarera de Santo Tomé se alcanzó en


1580, cuando la isla llegó a exportar 200.000 arrobas anuales de azúcar.
Desde la década de 1570, la intensidad de los ataques contra los
intereses económicos de los colonos, organizados desde el interior de la
isla por los esclavos sublevados, fueron sucediéndose hasta que, en
1595 y 1596, la ciudad de Povoação fue saqueada y destruida
(Armenteros 2012: 263)

Por estas circunstancias, y por el incremento del tráfico negrero, la isla dejó de
ser productora de azúcar para convertirse, como Cabo Verde, en centro neurálgico del
tráfico, circunstancia que se veía favorecida por su situación estratégica entre los
continentes africano y americano.
Y es que, desde un primer momento, la producción azucarera se implantó en La
Española, del mismo modo que pocos años antes se había procedido en las Islas
Canarias.
No podía ser de otro modo, siendo que con la Conquista se importaba unos
medios de producción, como unos modos de alimentación, que exigía el desarrollo de
esta industria. Para los naturales fue un cambio más que afrontar. Junto al azúcar se
introducía en el nuevo mundo el trigo, el vino, el aceite, el ganado lanar, el cerdo, el
ganado bovino… cuyo desarrollo, salvando el caso de los cereales, encontraron unas
condiciones de producción que resultaron excepcionales, y como consecuencia, las
plantaciones de caña encontraron un lugar sin parangón.
No obstante, el desarrollo que alcanzaría la producción en el Caribe español no
alcanzaría importancia singular sino hasta el siglo XVII en Puerto Rico y en Cuba,
ocupando un lugar especial los asentamientos piráticos ingleses holandeses y franceses
que se produjeron en aquellos lugares del Caribe que España dejaba sin control por
considerarlos de bajo interés.
El cultivo de la caña, así, comenzó a tener un desarrollo importante, pero con
diferentes matices. Mientras España le dedicaba la atención propia de un mercado
cerrado, los europeos, que iban ocupando las islas que España descuidaba, crearon un
emporio en principio tabaquero y finalmente azucarero a base de mano de obra esclava;
primero se trataba de esclavos ingleses, que vendían su libertad a cambio de un billete
de ida, y luego se trataba de mano de obra africana.
Por su parte, Portugal, a mediados del siglo XVII se hacía con el mercado
mundial del azúcar merced a sus centros de producción de Brasil.
Se había dado comienzo a una carrera frenética por la producción de azúcar y
por el control de su mercado; algo que no podía escapar de la órbita británica y
holandesa, quienes, sin lugar a dudas fueron los promotores de esa carrera, controlando
el mercado y creando en la población la necesidad de consumir azúcar antes incluso de
tener la capacidad de suministrar el producto, pero no antes de tener controlada su

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distribución. Es la filosofía del liberalismo, que en esos momentos comenzaba a mostrar
sus fauces.

En realidad, parece que en el siglo XVII, como luego en el XX, el primer paso
que daban los pobres para salir de la indigencia iba acompañado del deseo de
añadir azúcar a la leche y al té. (Thomas 1997: 187)

En ese orden, y con la experiencia acumulada en las plantaciones de Curaçao,


judíos holandeses se trasladaron a la colonia inglesa de Barbados, donde descartaron los
esclavos ingleses, que fueron sustituidos por esclavos negros expertos en la producción
azucarera.

La conversión del Caribe en un archipiélago azucarero -situación que duraría


más de doscientos años- se debió sobre todo a las empresas francesas e
inglesas, pero que se inspiraron en las ideas de los holandeses de Brasil y
funcionó gracias a la mano de obra de esclavos suministrados por tratantes
holandeses. (Thomas 1997: 186)

Barbados sería el primer centro esclavista de producción azucarera en el Caribe,


y a partir de él se difundiría la producción a los otros centros piráticos del Caribe, que
Inglaterra convirtió formalmente en colonias. Antigua, Nevis, Montserrate, San
Cristóbal, y finalmente, cuando España fue desalojada, Jamaica. En todos los casos, y
muy especialmente en el caso de Jamaica, la acción fue orquestada por la comunidad
judía, que llevaba una importante actividad pirática y había creado en Holanda sendas
compañías, de las Indias Occidentales y de las Indias Orientales, dedicadas a la piratería
y al tráfico de esclavos, y con objetivos concretos para tomar posiciones en el
continente. La actividad de la Armada de Barlovento en el Caribe, y de la Armada que
tras el ataque del pirata Drake hubo de constituirse en el Pacífico, junto a la actuación
del Tribunal de la Inquisición de Lima, fueron las responsables de que no lograsen sus
objetivos.
Pero si no consiguieron sus principales objetivos, consiguieron los de segundo
orden; así, en los últimos años del siglo XVII, el mercado del azúcar había dejado de
depender de la producción brasileña, desbancado por la producción británica, y en
segundo lugar francesa (en Guadalupe y Martinica), en las Antillas.

A partir de fines de esta centuria, el proceso indicado de conversión de la


economía colonial (de la pequeña producción de tabaco y añil hacia la
plantación esclavista con la caña de azúcar como principal cultivo) se hizo
notar también en la parte francesa de la isla de Santo Domingo. (Grafenstein
1990: 62)

Y para conseguir la producción, la mano de obra debía ser importada. Ahora ya


se había descartado el uso de esclavos ingleses e irlandeses, que dieron malos resultados
al demostrar que eran poco adaptables al clima, y se hacía necesaria la importación de
mano de obra africana, así como se hacía necesaria la importación de maquinaria, todo
lo cual representaba un riesgo económico de envergadura, siendo que el aporte de
esclavos debía ser constante debido a la gran mortandad.
Como consecuencia se hacía necesario asegurar que en las colonias no pudiese
comprase nada que no fuese fabricado en Inglaterra, fuese una alpargata, un clavo o un
sombrero, y por supuesto un esclavo que no fuese suministrado por empresas británicas.

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Así resultó tarea prioritaria la creación de empresas negreras que fuesen capaces de ser
tan eficaces como lo estaban siendo las empresas holandesas.

Se creía que los tratantes privados no construirían fuertes en África y, aunque


lo hicieran, no los sostendrían; no pagarían impuestos, firmarían con los
monarcas africanos acuerdos inconvenientes desde el punto de vista político y
quizá los incumplirían, perjudicando así a la metrópoli. De modo que no sólo
los franceses y los ingleses, sino también los gobernantes de pequeños
Estados, como el rey de Dinamarca y el duque de Curlandia (la actual
Letonia), crearon estas empresas emuladoras de las holandesas, que
combinaban los intereses africanos con los de las Indias occidentales. Estas
compañías pronto crearon una especie de burocracia que no volvería a verse
hasta la aparición de las grandes empresas nacionalizadas de principios del
siglo XX. (Thomas 1997: 186)

Que la demanda de azúcar en Europa hubiese sido creciente a lo largo del siglo
XVII propició el crecimiento productivo que tuvo su gran explosión en la segunda
mitad del siglo XVIII, cuando como consecuencia más importancia tuvo el tráfico de
esclavos, en el que Inglaterra ocupaba el lugar preeminente.
Ya había cesado hacía décadas la preeminencia detentada por Portugal, siendo
que Portugal gozaba de tal puesto cuando gestionaba un flujo de tráfico equivalente a
una fracción del tráfico gestionado por Inglaterra en los momentos anteriores a hacerse
con el asiento, tras la guerra de Sucesión.
A pesar de que la Ilustración ya se había enquistado en España durante el siglo
XVIII, las formas, particularmente en América, continuaban siendo en gran medida
conforme al espíritu hispánico.

En los antiguos “cachimbos” los esclavos vivían en sus chozas o “bohíos”,


cultivaban las pequeñas parcelas o “conucos” que el amo les entregaba para
que tuviesen sus propios cultivos y crías, y lograban de ese modo una cierta
independencia económica que, a veces, los ayudaba a obtener su libertad. En
los nuevos ingenios, cada vez más grandes y mecanizados y cada día más
distintos de los viejos trapiches primitivos, van cuajando con rapidez paralela
a la de los cambios tecnológicos, las formas típicas de la plantación esclavista.
(Castellanos 1988: 130)

El año 1762 significará un grave cambio en el mantenimiento de esas formas, en


manifiesto menoscabo de los intereses del más débil, siendo que la concepción
puramente patriarcal del hecho esclavista, presente de forma generalizada hasta el
momento, daba paso a la explotación sin condiciones del esclavo, al puro estilo
británico, sufrido por propios y extraños allí donde estaban enclavados.
Y el motivo determinante del cambio, como no podía ser de otro modo, fue la
ocupación de La Habana por los ingleses el año 1762. A partir de ese momento, y a
pesar de haber sido recuperada la soberanía el año 1763, los principios liberales
cuajaron en un sector importante de la sociedad cubana, y como consecuencia se cayó
en el mercantilismo, con el cual se pasó a tener una fijación enfermiza por la producción
de azúcar; una obsesión más propia de espíritus ajenos al sentimiento humanista que
había marcado los pasos de España hasta esos momentos. Como consecuencia, Cuba
conoció un primer crecimiento de su producción de azúcar; y la obsesión por el mismo
ya no decaería en el futuro, animada por el gran número de esclavos importado durante
la dominación británica, lo que conllevó una más que significativa bajada de los precios

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de la mercancía humana y una deshumanización en el trato de los esclavos, que desde
ese momento pasaban a ser elemento desechable de la producción.
Lógicamente, además, a pesar de haber abandonado militarmente la isla, los
ingleses dejaron en la misma la punta de lanza de su imperio: el mercantilismo.
Capitales ingleses quedaron en la isla, y esos capitales multiplicaron la producción de
azúcar, el número de esclavos y la deshumanización de su trato. Y a partir de ese
momento puede decirse que el número de esclavos llevados a Cuba no paró de crecer.
Los ingenios necesitaban más caña para procesar, y la caña necesitaba más
terrenos que arrebatar a la selva, y éstos, más esclavos negros que ya no eran atendidos
como miembros de la familia, sino como objetos a los que debía sacárseles el máximo
beneficio. De la mano de los británicos se implantaba la inhumanidad liberal capitalista,
a la que se unían vilmente aquellos que habían perdido el principio de honorabilidad
cristiano y español. Ellos se convertirían en los mejores factores del liberalismo.

Tras la ocupación británica de La Habana se produjo un cambio trascendental


en la economía de la isla. La inmigración forzosa de negros fue incrementada
como consecuencia del fuerte incremento experimentado por el cultivo de la
caña de azúcar. La introducción de esclavos la tenía la compañía británica
Baker y Dawson y en 1787 los hacendados se quejaban del comportamiento
de los asentistas británicos, pues no habían sido capaces de introducir un solo
negro. La oligarquía cubana (1789) exigió el cumplimiento de lo acordado y
del gobierno español: completa libertad del comercio negrero. Por una real
cédula de 1787, posteriormente ampliada en 1791 y 1804, se abrían las puertas
de Cuba a los negreros nacionales y extranjeros, lo cual provocó una gran
importación de emigrantes forzados: desde 1789 hasta comienzos de 1791 se
introdujeron en La Habana más de 5.000 negros, mientras que la contrata de
Baker y Dawson, en los tres años que duró, apenas introdujo poco más de
2.000. Los propios cubanos hicieron frente a las nuevas exigencias del tráfico:
se creó la Compañía de Consignaciones de Negros, cuyos socios actuaban
como factores en La Habana. Además, comienza en esta época en La Habana
-como técnica de marketing- la publicidad en la venta de esclavos. La
agricultura de la isla lo agradecía y su desarrollo no tenía precedentes. (García
Fuentes 1976: 49)

Esa asociación de intereses, o de subordinación vil provocó que en la última


década del siglo XVIII Cuba se viese convertida en la primera productora mundial de
azúcar… Con el consiguiente beneficio reportado a los capitales británicos, lo que
propició la masiva importación de esclavos.

según un informe del Consulado de La Habana en los años comprendidos


entre 1789 y 1802 entraron en Cuba 65.745 esclavos y de ellos se dedicaban al
cultivo de la caña 25.000. (García Fuentes 1976: 49)

Pero esas cifras quedarían pequeñas en comparación con lo que había de venir, ya que la
introducción de mano de obra esclava durante el siglo XIX fue especialmente significativa.
Parece como si la nueva colonia británica (la España peninsular) quisiese borrar las glorias de la
España Imperial, con la que nada tenía en común, en el menor espacio de tiempo posible.

Entre 1780 y 1873 se importaron 841.200 esclavos a Cuba, siendo que


hasta entonces habían sido introducidos no más de 80.000. (Castellanos
1988: 137)

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Y uno de los motivos que ocasionó ese tráfico masivo fue que esa importación
de mano de obra esclava estaba en gran parte limitada a esclavos varones, con lo que se
ocasionó un grave desequilibrio de sexos desconocido hasta el siglo XIX, y que estaba
motivado por la teoría económica que sustentaba el principio de la economía de
plantación.
La importancia de la cuestión queda marcada en el análisis poblacional del
momento, en el que se observa la diferencia existente entre los esclavos urbanos, que
podemos identificar como anteriores a la política económica de plantación, y los
esclavos rurales, que son los que eran importados en esos momentos.

En 1855, el 63,4% de los esclavos del campo eran varones y el 36,6% eran
hembras; mientras que en esa misma fecha los varones eran el 47,5% y las
hembras 52,5% entre los esclavos urbanos. (Castellanos 1988: 140)

En ese desarrollo de la economía de plantación es destacable la figura de


Francisco Arango y Parreño, anglófilo, ministro que fue del Consejo de Indias; se formó
en las plantaciones esclavistas británicas con el objetivo supuesto de recopilar
información que pudiese ayudar a Cuba a establecer su industria azucarera, y planteó al
gobierno lo que consideraba necesario para la expansión de la industria azucarera:

Había que rebajar los costos (el costo de los utensilios y el de los negros
que los trabajaban) y, además, había que aumentar la productividad de
la mano de obra esclava, gastando menos en mantener los negros y
buscando medios para hacerlos trabajar más. Como si eso fuera poco, el
discurso agrega que era preciso intensificar progresivamente la
represión contra los negros esclavos y limitar las escasas prerrogativas
obtenidas por los negros y mulatos libres. (Castellanos 1988: 122)

Muestra fiel de su adscripción a los principios británicos. Muestra que, acorde


siempre en la subordinación a los intereses foráneos, pocos años después no le impediría
formular el “donde dije digo, digo Diego” cuando en 1820, siguiendo la actuación de
Inglaterra, y de la noche a la mañana, pasó de ser el adalid del esclavismo al adalid del
anti esclavismo.
Pero en esta época, Inglaterra estaba interesada en el desarrollo de la industria
azucarera en Cuba, entre otras cuestiones porque la situación política y social de las
colonias en el Caribe apuntaba una situación en la que era previsible determinar que los
intereses económicos británicos se iban a resentir de manera sensible.
Por ese motivo se observará en Cuba un importante crecimiento de las
explotaciones azucareras que mantendrían sus respectivos ingenios o trapiches a base de
la utilización de esclavos africanos.
Y a Inglaterra le interesaba especialmente Cuba, sobre todo por las condiciones
sociales de los esclavos, que, a pesar del manifiesto deterioro que habían sufrido desde
1762, seguían siendo envidiables para los esclavos de las posesiones francesas y
británicas en el Caribe, todo lo cual hacía posible predecir la paz social que en esos
momentos estaba rota en Haití y anunciaba su ruptura en el resto de las posesiones
esclavistas británicas y francesas.
Con esos precedentes, en 1797 se utilizó por primera vez la máquina de vapor y
la energía hidráulica en un trapiche cubano. Su generalización se produciría en los años
20 del siglo siguiente. La producción masiva dejó sus cifras para la historia.

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La expansión azucarera -que lleva de un promedio de exportaciones de
480.000 arrobas en 1764-69 a uno de 1.100.000 en 1786-90, y alrededor
de dos millones y medio para 1805- se produce en medio de una crónica
escasez de capitales, en explotaciones pequeñas, que trabajan con
esclavos relativamente poco numerosos (sólo en las cercanías de La
Habana hay ingenios de más de 100 negros), cuyos propietarios
arrastran pesadas deudas frente a los comerciantes habaneros que les
han adelantado lo necesario para instalarse. (Halperin 2005: 31)

Esas actuaciones inicialmente se produjeron de forma “autónoma” o más


exactamente fuera del control de una Corona que no era la sombra de la sombra de la
Monarquía Hispánica… en 1819, cuando ya habían transcurrido más de 20 años desde
que dio inicio esa forma de actuación. En este momento, el rey felón, Fernando VII, dio
carta blanca al proyecto, redondeándolo al donar en propiedad las tierras que hasta el
momento habían estado en usufructo, sancionado favorablemente el régimen
plantacional a imagen y semejanza, lógicamente, del implantado en las Antillas
británicas y francesas.
Con esta estructura, ahora bajo la legalidad de la Monarquía liberal, el
gobernador de Cuba recibía un informe emitido por el consejo colonial (la monarquía
liberal había privado a Cuba de su condición de provincia para relegarla, algo inaudito,
a la condición de colonia), un informe en el que se señalaba la existencia de los ingenios
siguientes:

De 400 a 500 esclavos ........................................ 3


De 300 a 400 — ................................................. 4
De 200 a 300 — ............................................... 31
De 100 a 200 — ............................................... 17
De 50 a 100 — ............................................... 141
De 20 a 50 — ................................................. 462
De 10 a 20 — ................................................. 688
De 1 a 10 — ................................................ 4.063
———
Total ........................................................ 5.409 (Saco 1879 Vol II: 103)

Estos cambios, lógicamente, tendrían una repercusión inmediata en las


condiciones de vida de los esclavos. Faltos ya de la protección patriarcal que había
estado vigente hasta el momento, cada paso en la mecanización, cada paso en la mejora
de las estructuras productivas de las plantaciones o de los trapiches, significaba,
inevitablemente, un empeoramiento manifiesto de las condiciones de vida y trabajo de
los esclavos, cuyo servicio ya no era prestado en el seno de una familia que lo acogía, lo
mantenía y le guardaba cierto respeto si por su parte él se mostraba sumiso y afable,
sino que era observado como mera fuerza de trabajo que debía ser aprovecha al máximo
sin consideración alguna que justificase una merma de su potencial. Ahora el propietario
sólo precisaba mantener sus esclavos calculando si le resultaba más beneficioso atender
la salud de uno que la compra de otro nuevo. Faltaba poco ya para que, finalmente,
comprendiese el propietario que más que esclavos le convenía tener trabajadores
nominalmente libres a los que, mediante el pago de un salario podía sacar la misma
fuerza productiva que a un esclavo al tiempo que se veía liberado de su manutención.
Era la evolución pura, lógica y natural del liberalismo económico, británico, que con el
liberalismo político se estaba haciendo amo del mundo. Poco importa en el mismo la persona o
la familia, porque lo único que importa es la excelencia productiva.

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Y en estos momentos, la excelencia productiva se obtenía haciendo trabajar los ingenios
azucareros a su máximo de potencial: veinticuatro horas al día siete días a la semana durante un
periodo continuado de seis meses, tiempo en el que los esclavos debían atender tanto las labores
agrícolas como las del trapiche, en jornadas que llegaban a alcanzar las veinte horas diarias.
Es de suponer que tales jornadas no serían continuadas sine die… o si, teniendo en
cuenta la mortandad de esclavos consecuencia de este método productivo.
En ese sentido, el reglamento de la esclavitud de 1842 marcaba dieciséis horas de
trabajo y ocho de descanso diario. Sensible diferencia con la legislación existente desde el siglo
XVI que estipulaba jornadas de ocho horas.

En tiempos ordinarios trabajarán los esclavos de nueve a diez horas diarias


arreglándolas el amo del modo que mejor le parezca. En los ingenios durante
la zafra o recolección serán diez y seis las horas del trabajo repartidas de
manera que les proporcionen dos de descanso durante el día, y seis en la noche
para dormir. (Art. 12 del reglamento de la esclavitud de 1842)

Una barbaridad se mire por donde se mire, pero una barbaridad que, dada la situación
socio política de España en esos tiempos, deja prever que los excesos se produjesen de forma
más asidua de lo deseable.
Y es que ya no estamos hablando de la España del siglo XVI, siglo XVII, sino que
estamos hablando de la España sometida social, política, cultural y económicamente al dominio
británico, y el cumplimiento de las leyes podía tener una lectura más libre, y es que en estos
tiempos no había ya en España gobierno español independiente.
Pero una barbaridad que tenía una referencia en la que desde principios del siglo XIX
pasó a ser, no nos engañemos, la metrópoli de España: En Inglaterra el trabajador estaba peor
tratado que el esclavo en Cuba, y ese argumento era utilizado por los esclavistas para justificar
la esclavitud. Y no sólo estaban en desventaja los trabajadores ingleses, que en ese momento
estaban sujetos a la deportación a Austrialia y Nueva Zelanda y al consiguiente sometimiento al
sistema esclavista.

Gallenga, un corresponsal del Times (de nacionalidad italiana) que fue a Cuba
en 1872, creía que «no cabe duda de que las condiciones de vida del esclavo
cubano son, en todo lo que se refiere al aspecto material, mejores que las del
campesino libre de las llanuras de Lombardía». (Thomas 1971)

Es el caso que por uno u otro motivo, el proceso de mecanización de la industria


azucarera acabó empeorando muy notablemente las condiciones de vida de los esclavos,
provocando una gran mortandad que llegó a ser del 10% anual.
A cambio, Cuba pasó de producir 14.000 toneladas de azúcar en 1800, a 359.397
en 1856, lo que equivalía al 25% de la producción mundial. Pero no acabaría ahí el
crecimiento, ya que en 1868 la producción sería de 720.000 toneladas.
Ese incremento era dependiente del número de esclavos que atendían todo el
proceso productivo, y a su vez, el proceso productivo estaba en manos de un pequeño
número de capitalistas encargados de facilitar los suministros necesarios, especialmente
los esclavos.
A ese circuito no escapaban los interese ingleses, pero sin embargo, Inglaterra en
estos momentos dedicaba sus barcos negreros, no al tráfico de negros de África a
América, sino de ingleses a Nueva Zelanda y a Australia, condenados por delitos como
robar una manzana… Su puesto, así, en el tráfico negrero, estaba ocupado por otros…
agentes ingleses, naturalmente, como la regente María Cristina, y luego su hija, Isabel
II, reina de España.

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Antonio Parejo, que se trasladó a Cuba desde Cádiz, hacia 1840, con «un muy
inmenso capital», aparentemente propiedad de la reina madre de España,
María Cristina, para quien Parejo actuaba como agente en Cuba, y por cuenta
de la que fundó el enorme molino Santa Susana. Otros plantadores que vieron
nacer su fortuna en el tráfico de esclavos, después de la prohibición, fueron
Pedro Forcade de Forcade y Font, negreros de Cádiz; Joaquín Gómez, Antonio
Pastor, los Iznaga, de Trinidad, de origen vasco, y los Borrell, de la misma
ciudad. (Thomas 1971)

La mafia del tráfico negrero estaba más que bien relacionada, directamente bien
conformada, siendo que, irremediablemente, junto a anglófilos de reconocido pedigrí se
encontraban algunos ingleses, continuadores de su histórica labor “al margen” de las nuevas
directrices implantadas a propios y extraños, manu militari, por la Royal Navy. Señala Hugh
Thomas que Forcade contaba con capital y socios ingleses, y que otros, como Darthez and
Brothers, de Londres, tenían un representante en La Habana, cuya única tarea consistía
en ocuparse de cuestiones relativas al tráfico de esclavos.

El más importante comerciante de la década de 1830 fue, probablemente,


Joaquín Gómez, nativo de Cádiz, cofundador del primer banco de La Habana.
Era anticlerical y masón, conocido en su logia conocido bajo el nombre de
«Arístides el Justo», y «había llegado a La Habana, casi desnudo, a la edad de
trece o catorce años»; fue el primero en importar ingenios azucareros
horizontales con cilindros de hierro, comprados en Inglaterra, en 1830, a la
firma Fawcett and Preston, y compró varios cafetales y algunos ingenios
azucareros. Después de él llegó Manuel Cardozo, un portugués; Francisco
Marty y Torrens y Manuel Pastor, ambos españoles de gran riqueza. Marty era
un bandido retirado. Los dos, Marty y Pastor, se asociaron más tarde con
Antonio Parejo y la reina madre española en el negocio del tráfico de esclavos
a gran escala, en las décadas de 1840 y 1850, contando para ello con barcos
muy rápidos. (Thomas 1971)

Pero no era sólo Cuba, provincia española, el lugar donde se notaría ese
incremento productivo. Las nuevas nominalmente repúblicas independientes de España,
las nuevas colonias británicas en América, sufrirían el mismo proceso durante el siglo
XIX y principios del siglo XX, donde, productores procedentes de las históricas
colonias europeas en el Caribe, especialmente Haití y Jamaica, nutrieron la fuerza de
trabajo bajo formas más o menos forzadas.

Una plantación normal solía producir, en 1830, 72 toneladas anuales de


azúcar, empleando unos setenta esclavos, de modo que puede considerarse que
una tonelada de azúcar precisaba del trabajo de un esclavo. (Thomas 1971)

Una producción que con los nuevos métodos desarrollados dejaban a las
plantaciones en inferioridad de condiciones frente a la obtención de azúcar a través de la
remolacha

En efecto, si debemos atenernos a los hombres de la profesión, a los hombres


experimentados en semejantes materias, ilustrados por los inmensos progresos
que ha hecho entre nosotros la industria del azúcar indígena (de remolacha),
una fábrica bien montada, cuyos edificios son de un tamaño regular, y las
máquinas de una fuerza media, puede elaborar fácilmente cada año de 1 a 2
millones de kilogramos de azúcar. La Martinica fabrica anualmente casi 24
millones, y la Guadalupe casi 37. Veinte fábricas, pues, bien montadas,

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bastarían cumplidamente a la Martinica, y 30 a la Guadalupe. La primera tiene
hoy 494 ingenios y la Guadalupe 518: en otros términos, existen en cada
colonia tantas fábricas, cuantas son las heredades en que se cultiva caña. (Saco
1879 Vol II: 105)

Esos datos dejan en evidencia lo que desde muchos puntos se estaba planteando:
el aspecto antieconómico del mantenimiento del régimen plantacional y del régimen
esclavista.
A partir del momento, el esclavo pasaría a denominarse asalariado.

BIBLIOGRAFÍA:

10
Armenteros Martínez, Iván (2012) La esclavitud en Barcelona a fines de la Edad
Media (1479-1516) En Internet
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