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UN ENCUENTRO
En la oscuridad, Tutunki se preguntaba dónde estaba. Sintió mucho frío, hambre
y miedo.
Aquel hombre lo había metido en una caja para venderlo en la capital. “Seguro
me darán mucho dinero por este pajarraco colorado, aunque creo que está
chiflado”, pensaba el rufián.
Dentro de aquella cajita que se había convertido en una prisión, los
pensamientos fluían. Tutunki se preguntaba si seguiría en esa oscuridad para
siempre. ¿Adónde lo estarían llevando? Tal vez nunca más sentiría el polen de
la primavera, ni el calor del verano, ni el viento del otoño, ni el frío del invierno, y
suspiraba. ¡Cómo le provocaban sus frutas! ¡Qué no daría por ver una cara
amiga!
̶ ̶ ¡Wank! ¡Sáquenme de aquí, este lugar no es para mí!
El hombre de la caja caminó hasta llegar al paradero del pueblo más cercano y
se metió en un bus interprovincial repleto de gente. El viaje iba a ser larguísimo,
y como todos iban muy apretados, se acomodaron como pudieron.
Una vez que el bus echó a andar, el hombre de la caja observó a la gente que
viajaba llena de maletas, bolsos y otros bultos. Algunas personas llevaban
verduras; otras, equipaje; otras, quesos, panes, y hasta vio a un monto choro
prendido de un niño. Desvió su mirada hacia la ventana, el paisaje verde fue
haciéndose cada vez más oscuro, pues iba cayendo la noche y, lentamente, fue
quedándose dormido. Cuando abrió los ojos, varios kilómetros adelante…
̶ ̶ ¡Mi caja! ̶ ̶ exclamó.
Pero nunca más la vio.
EL MONO CHORO
̶ ̶ ¡Mamá, mira lo que Chorito encontró! dijo el niño, dueño del mono choro, que
acababa de entrar a su casa.
̶ ̶ ¡No me digas que otra caja! ̶ ̶ protestó la madre desesperada ̶ ̶ . Ya no
tenemos lugar para poner más.
El mono tenía una extraña fascinación por las cajas. Caja que veía, caja que
agarraba con su cola. Y el niño, que andaba siempre distraído y pensando en las
musarañas, nunca se daba cuenta de que el mono las robaba.
̶ ̶ Parece que tiene algo adentro ̶ ̶ observó el niño agitando la caja con energía.
̶ ̶ Sí, parece que hay algo adentro.
̶ ̶ dijo el padre que, al mismo tiempo, abría la caja con una navaja y …
̶ ̶ ¡¡¡ Un lorito!!! ̶ ̶ dijeron los tres.
̶ ̶ Pero está dormido ̶ ̶ dijo el niño.
Tutunki no estaba dormido, estaba desmayado por todo el trajín que había
tenido.
Horas más tarde, cuando Tutunki recobró el sentido, lo primero que vio fueron
unas rejas blancas y, tras ellas, un par de ojos grandes y negros que lo miraban
con atención.
̶ ̶ Hola. Aurora. Hola ̶ ̶ le decía el niño con el mono choro encaramado sobre su
cabeza.
Tutunki estaba un poco perdido, tratando de entender lo que pasaba. Se dio
cuenta de que ya no estaba en la caja, sino en una jaulita, con comida y agua.
̶ ̶ Qué bueno que te despertaste ̶ ̶ le dijo el niño ̶ ̶ . Eres un lorito flojo, desde
que llegaste solo has dormido, y yo te estaba esperando para que me hables un
poco.
̶ ̶ ¡Wank! ¿”Lorito” me ha llamado?
¡Qué niño maleducado!
Tutunki estaba histérico. Habrase visto tamaña ignorancia, confundirlo a él, todo
un gallito de las rocas, con un loro.
̶ ̶ Lorito, quiero que digas: “Hola. Aurora. Hola” ̶ ̶ insistía el niño.
“¡Wank! Justo lo que me faltaba, al menos en la caja nadie me fastidiaba.
¡ Este lugar no es para mí, tengo que salir de aquí, siguió pensando Tutunki.
¿Pero cómo iba a salir de ahí? ¡Estaba en una jaula! No le quedaba más remedio
que soportar al niño que le repetía incansablemente: “Hola. Aurora. Hola”.
Todos los días el niñito se ponía frente a la jaula repitiendo sus famosas y
gastadísimas palabritas, pero Tutunki no decía ni pio, estaba en huelga de
silencio.
El monito choro empezó a sentir celos de Tutunki que, día tras día, iba
acaparando más y más la atención del niño. Así que un buen día, aprovechando
que no había nadie en casa, abrió la jaula para que el ave pudiera escapar.
Ni corto ni perezoso, Tutunki salió de la jaulita, pero se dio un gran chasco. No
podía volar. Aleteó con todas sus fuerzas, incluso probó lanzándose desde lo
alto de la mesa donde estaba apoyada la jaula, pero solo consiguió un tremendo
encontronazo con el piso.
Desconcertado, se preguntaba qué estaba pasándole. Miró bien su cuerpo y
descubrió que le habían cortado algunas plumas, como mucha gente le hace a
los loritos.
Tutunki, desconsolado, lloró por su suerte y por su hermoso plumaje perdido.
Chorito, que lo miraba, comprendió el pesar de aquella ave. En cierta forma, se
sentía también un poco culpable por haber robado aquella caja en el bus
interprovincial. Tal vez aquel hombre era su dueño y lo trataba bien, tal vez por
su culpa aquel pájaro colorado ya no tenía su plumaje perfecto… No siguió
pensando. Lo tomó, lo montó en su lomo y le preguntó.
̶ ̶ ¿Adónde quieres que te lleve?
Al oír estas palabras, Tutunki se repuso rápidamente. Buena pregunta. Aunque
su plumaje ya no era tan vistoso, aún mantenía intacta su preciosa voz. Y ahora
que estaba libre, nuevamente veía posibles sus sueños de fama y fortuna.
Entonces respondió:
̶ ̶ ¡Wank! La ciudad me está esperando, así que vámonos apurando.
̶ ̶ ¿A la ciudad?
̶ ̶ ¡Wank! Sí, quiero que me lleves a la ciudad, no me digas que no te atreves.
Chorito miro la casita humilde donde vivía con el niño al que quería tanto. Luego
miro a Tutunki que caminaba dando vueltas a su alrededor con ojos suplicantes.
Dudaba. Pensaba en el niñito, se separaría de él y no sabía con certeza si algún
día podría volver a mirarse en aquellos dulces ojazos negros. También le
inquietaba pensar que irían hacia la ciudad, sentía que no era lugar para ellos.
Ya se estaba arrepintiendo de su ofrecimiento cuando Tutunki empezó a cantar
una melodía melancólica, como para conmoverlo:
La vida es muy triste.
Todo es sufrir y callar.
Mi alma de azul se viste,
Cantando para no llorar.
̶ ̶ Bueno, bueno, bueno. Mira, chico, yo te llevo a la ciudad, pero no creas que
me voy a quedar ahí contigo. Una vez allá te las tendrás que arreglar tú solo. Yo
regresaré aquí inmediatamente ̶ ̶ le dijo el mono al gallito de las rocas.
Tutunki escuchó esto sin sorprenderse, después de todo, nunca había pensado
entablar amistad con aquel “mono pueblerino” y menos aún tener que vivir con
él en la ciudad. Si tenía que viajar con él era debido a las circunstancias que le
impedían valerse por sí mismo. El gallito de las rocas estuvo de acuerdo con la
proposición del mono.
̶ ̶ ¡Wank! Por supuesto, una vez allá: “Calabaza, calabaza, cada uno a su casa”
̶ ̶ respondió Tutunki.
Así, y sin perder más tiempo, emprendieron el camino a la ciudad.
Cuquìn llegó de la escuela y, como siempre, llamó a Chorito con un animado
silbido. “Choris, ¡Chorito!”, gritó, pero el mono no salió a su encuentro. Lo buscó
sin éxito por la casa. “Se habrá escondido ̶ ̶ pensó ̶ ̶ . Bueno, ya vendrá”, se dijo
mientras pelaba un plátano. Luego fue hacia la jaulita blanca del “lorito” y la
encontró con la puerta abierta. “Algo raro ha pasado”, dijo para sí. Siguió
buscando, pero nada. Sintió un zumbido en la cabeza, está desesperado.
Salió corriendo al patio. “¡Se han ido!”, lloriqueó.
Desolado, se tapó los ojos enrojecidos y húmedos de tristeza.
CHORITO Y CUQUIN
Chorito había sido apenas un cachorro cuando fue arrancado de los brazos de
su mamá. La pusieron en una caja y nunca volvió a saber más de ella.
A él lo compró en la calle una señora a la que le pareció perfecto como obsequio
para Cuquìn.
̶ ̶ ¿Qué raza es? ̶ ̶ preguntó al muchacho que ofrecía al monito en una esquina.
̶ ̶ Es un mono choro, señora, una raza muy especial; los traen de la selva.
Aproveche, señora, es de pura raza, mire la mancha amarilla en su cola. Se lo
dejo baratito. Yo lo vendo por necesidad, me lo han dado en forma de pago por
una deuda. Anímese, señora.
̶ ̶ Pero no comerá bichos raros, ¿no?
̶ ̶ No, señora. ¡Qué va! Nada más frutita y verduras. Llévelo, doñita, que se lo
dejo a buen precio…
Llegó el día del cumpleaños y la tía Chelita se apareció con Chorito. Le había
puesto un moño rojo, graciosamente atado al cuello, del que pendía una plaquita
de plata.
El niño corrió directamente hacia el mono con la cara iluminada de felicidad.
¡Justo lo que quería! Y lo abrazó con todo el amor del mundo.
El cariño de Cuquìn le devolvió a Chorito la esperanza y la alegría de vivir.
“Los humanos pueden ser los seres más perversos así como los más buenos.
Es muy extraño”, pensaba Chorito mientras caminaba con Tutunki sobre su lomo.
Chorito se volvió uno más de la familia. Jamás lo golpearon, sino todo lo
contrario: le daban mucho cariño, también frutita pelada y verduras, y de vez en
cuando lo llevaban al parque para que se trepe en algún árbol, “para que
mantenga vivo el instinto” decían. Pero Chorito no sabía lo que era vivir como un
verdadero mono.
Estaba domesticado.
Tal vez, caminando con Tutunki, por primera vez estaba siendo verdaderamente
libre.
̶ ̶ ¡Wank! ¿En qué estás pensando, monito de contrabando? ̶ ̶ pregunto el ave
tratando de animar al mono que se había puesto en serio.
̶ ̶ En nada especial ̶ ̶ respondió Chorito ̶ ̶ .Cosas de monos.
̶ ̶ ¡Wank! Entonces me lo puedes contar, soy muy mono. ¡Lo puedes notar!
A Chorito le dio risa, Tutunki también se rio, luego se carcajearon y después se
desternillaron de risa.
Aunque no lo sabían, se habían encontrado dos almas gemelas. La risa era una
especie de celebración.
El mono decidió tomar un atajo por el bosque, alternando tierra y aire. No es que
por aire precisamente volara, sino que Chorito, ágilmente, avanzaba
columpiándose en las ramas de los altos y frondosos árboles, cuidando de
agarrar bien a Tutunki con la cola.
̶ ̶ Una vez en la carretera, nos treparemos a cualquier camión que vaya a la
capital para llegar más rápido dijo el mono.
Luego de todo un día de agitado trayecto, pararon al pie de un arroyo para beber
agua fresca y comer algo. El paisaje era espectacular. La tarde naranja pintaba
todo de dorado, el sonido del arroyo era un suave murmullo que invitaba al
descanso.
Tutunki estaba casi por dormir cuando el mono, que andaba un poco inquieto, lo
interrumpió.
̶ ̶ No lo sé si lo sabes… me llamo Chorito ¿Cuál es tu nombre?
El ave se desperezó al instante, le encantaba hablar de sí mismo.
̶ ̶ ¡Wank! Tutunki me llamo y no soy un loro, como dice tu amo.
̶ ̶ Si, ya lo sé. No eres un loro. Eres un gallito de las rocas. Intente decírselo a mi
niño de los ojos grandes, pero fue inútil.
Los humanos no entienden a los animales. Ellos piensan y hablan su propio
lenguaje. Un lenguaje tan raro que a veces entre humanos tampoco se
entienden.
̶ ̶ ¡Wank! Si, los humanos son muy locos, buenos deben de haber pocos.
El mono se rascó la cabeza y exclamó:
̶ ̶ Entonces, ¿por qué quieres ir a la ciudad? ¡La ciudad está llena de humanos!
̶ ̶ ¡Wank! Los humanos serán locos y buenos habrán pocos, pero saben de fama
y fortuna. Cuando descubran mi talento, verán que como mi voz no hay ninguna,
¡y subiré como la espuma!, y lo que te digo no es cuento. Mi montaña es muy
bella, pero ahí no estoy satisfecho, yo seré una estrella, eso dalo por hecho.
̶ ̶ ¿Una estrella entre los humanos?
¿Tu? Ja, ja, ja _se burló el mono.
̶ ̶ ¡Wank! Déjate ya de mofar, tú me has oído cantar. No es necesario el idioma,
porque, al igual que el aroma, la música se siente, entra en el alma y en la mente.
La música hace soñar, también invita a bailar. Ella es universal, es un lenguaje
mundial.
̶ ̶ Bueno, bueno, bueno. Me has convencido, chico ̶ ̶ dijo Chorito bostezando ̶ ̶ .
Ahora que ya te conozco, podré dormir tranquilo.
Después de unos segundos, el mono ya estaba durmiendo a pata tendida.
Tutunki se quedó despierto por un largo rato, contemplando el paisaje,
imaginándolo como un escenario fantástico, lleno de luces de colores.
EL CONCURSO DE MASCOTAS
Chorito y Tutunki se pusieron en la fila. Tal como había dicho la Cuchi, pudieron
ver una gran variedad de animales. Pero había un pequeño detalle del que recién
se percataron: cada animal tenía un humano al costado. Lógico, después de todo
se trataba de un concurso de mascotas. Tutunki y Chorito eran los únicos que
no tenían dueño.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Esto no puede ser! ¿Y ahora que vamos a hacer? ̶ ̶ dijo Tutunki con
un alarido, casi al borde del llanto.
Chorito le susurró al odio que deje su ataque de histeria para otro momento, que
no tenían que darse por vencidos antes de tiempo.
̶ ̶ Ya se nos ocurrirá algo ̶ ̶ dijo tranquilamente.
Cuando les tocó el turno de la inscripción, el hombre encargado pregunto:
̶ ̶ ¿Dónde está el dueño de este par?
Tutunki nuevamente se quedó tieso de nervios, no movió ni una pluma. El
monito, astutamente, mostro su moño rojo con la placa donde figuraba el nombre
y la dirección de su niñito de los ojos grandes.
̶ ̶ ¡Ajà!, tu dueño te ha amaestrado muy bien. Eres un monito inteligente ̶ ̶ dijo
el humano y le rasco la cabeza amigablemente. Luego señalo a Tutunki y le
pregunto ̶ ̶ : el “juguete” viene contigo, ¿no?
Chorito asintió con la cabeza.
El hombre apuntó:
Número de inscripción: 33
El hombre le dio a Chorito un papel que tenía escrito 33 con números grandes y
negros. Luego grito:
̶ ̶ ¡Siguiente!
Ya estaban inscritos
̶ ̶ ¿Lo ves? ̶ ̶ le dijo Chorito a Tutunki que ya respiraba a ritmo normal ̶ ̶ . Nunca
te desesperes. Siempre hay que buscarle solución a los problemas. Lo único
malo es que los humanos han creído que tú y yo actuamos juntos. Nos han
inscrito como dúo y yo no sé cantar.
Tutunki se quedó pensando por un momento. Por su cabeza pasaron varias
ideas cruzadas. ¿Actuar con Chorito? ¿Tener un compañero? Ni hablar. Estaba
claro que él tenía que ser la única estrella, puesto que él y solo él era el talentoso
ahí. Por supuesto que también estaba claro que la presencia de Chorito era
necesaria. Era obvio que el mono se llevaba bien con los humanos y sin su ayuda
simplemente no hubiese podido siquiera inscribirse.
“Pero… ¿tener un compañero?... ¿Qué estrella que se respete ha tenido un
compañero? ̶ ̶ siguió pensando ̶ ̶ . ¡Aja! ¡Batman tuvo a Robín! ¡Y don Quijote
a Sancho Panza! Pensándolo bien, no es tan mala idea tener un compañero”.
̶ ̶ ¡Wank! Una actuación tan especial como la mía necesitara coreografía.
Mientras yo me pongo a cantar, ¿te gustaría bailar?
Chorito acepto con gusto y de inmediato. ¡Bailar!, eso sí que le gustaba. Además,
¡tal vez su niñito de los ojos grandes lo vería por la televisión!
UNAS MASCOTAS TALENTOSAS
Entraron a un salón grande donde se encontraban unas personas preparadas
para evaluarlos. Comenzó la prueba. No habían ensayado, pero actuaron como
si lo hubieran hecho. Tutunki cantò y el mono bailo al compás de la música del
ave.
Cuando finalizaron su actuación, una señora los condujo a otra sala.
̶ ̶ Esperen. Quietos. Aquí ̶ ̶ les dijo muy seria señalando el piso con el dedo
índice.
En aquella sala, que más bien era un salón, Tutunki, Chorito y otros cincuenta y
cuatro animales, con sus respectivos dueños, debían esperar el veredicto del
jurado.
Había pasado aproximadamente media hora cuando Tutunki empezó a quejarse.
̶ ̶ ¡Wank! ¿ por qué se demorarán tanto? De los nervios me estoy atacando, ¡mira
cómo estoy sudando!, ¿le habrá gustado mi canto?
̶ ̶ ¡ya! Tutunki, te he dicho que mantengas la calma. Nosotros hemos dado lo
mejor que pudimos. Eso es lo importante. Sobre la decisión del jurado, no
podemos hacer nada, salvo esperar ̶ ̶ dijo Chorito.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Es que la espera desespera!
̶ ̶ Mira cuantos animales hay además de nosotros, ellos también están ansiosos,
esperando el resultado, pero ninguno hace tanto escándalo como tú…
El mono interrumpió su sermón cuando vio que por fin salió el humano al que
todos estaban esperando. Era el hombre encargado de dar el veredicto del
jurado calificador. Muy ceremonioso, felicito a todos por su asistencia y, luego de
decir que lamentablemente no podían clasificar todos, menciono a los seis
afortunados números que pasarían a la Gran Final:
̶ ̶ Número ocho… veintisiete… cincuenta… número catorce… cuarenta y ocho…
y … numero treinta y tres.
_ ¡Wank! ¡Ha dicho treinta y tres! Es nuestro número, ¿lo ves? ̶ ̶ dijo Tutunki al
monito señalando su papel con el número escrito.
Tutunki y Chorito se abrazaron llenos de alegría.
También clasificaron los pollitos malabaristas, el perro matemático, el ratoncito
adivino, la tortuga veloz y el papagayo comediante.
El hombre pidió silencio en la sala y dijo que los clasificados debían prepararse
para la Gran Final que iba a ser el día domingo y que se iba a pasar por la
televisión en horario estelar.
̶ ̶ Los quiero bien limpios y puntuales aquí, a las seis de la tarde. ¿Entendido?
Se escuchó al unísono:
̶ ̶ ¡Pio-Pío! ¡Guau! ¡Ih! ¡Ark! ¡Heh! ¡Yha! ¡Wank! ¡Sí!
Los dos amigos salieron del Canal 8 saltando en una pata de felicidad. Una vez
en la calle, querían contarle al mundo entero que habían clasificado para la Gran
Final del concurso Mascotas Talentosas.
La Cuchi, que los estaba viendo de lejos, los llamo con un silbido.
̶ ̶ ¡Korr! , ¡chicos, vengan! Por favor, díganme, cómo les fue.
̶ ̶ ¡Muy bien! ̶ ̶ dijo el mono un poco agitado por la rápida carrera que había
dado para llegar hasta donde la cotorra estaba. Tutunki seguía trepado sobre su
hombro.
̶ ̶ ¡Korr! , ¡lo sabía! ¡Que emoción! Vamos a celebrarlo, suban a mi árbol.
La celebración fue sobre la copa del árbol, comiendo moras, contando anécdotas
y riéndose de todo un poco hasta el amanecer.
Faltaban cuatro días para el gran evento y había mucho por practicar:
“¡Korr! ¡Que emoción!, decía de cuando en cuando la Cuchi, que dirigía los
ensayos sintiéndose parte del equipo.
Por su parte, Tutunki preparaba su nuevo hit titulado “Rock en las rocas”,
mientras el mono inventaba nuevos pasos para la coreografía. Chorito nunca se
había divertido tanto.
Los pajaritos de la ciudad se acomodaban para ver los ensayos. La Cuchi se
hizo popular en el barrio por el simple hecho de conocer a los talentosos Tutunki
y Chorito.
El tiempo se pasó en un santiamén y llegó el esperado día del concurso.
Chorito y Tutunki se despertaron más temprano de lo habitual para practicar por
última vez. La Cuchi los felicito. El ensayo salió perfecto. Luego se acicalaron
bien, la cotorrra les dejo pétalos de jazmines y rosas que ella misma había
aplastado con su pico para que se perfume y les deseo mucha suerte.
Los dos amigos ya estaban cruzando la puerta para entrar al Canal 8 cuando
escucharon a lo lejos: “¡Cuando sean famosos, no se olviden de mí! ¡Korr!”
LA FAMA
Eran las seis de la tarde en punto. Todos los concursantes ya estaban presentes
en el camerino con sus amos, preparándose y arreglando los últimos detalles
antes de salir a escena.
“Tú y tu, vengan conmigo”, se escuchó. A Tutunki y a Chorito los llevaron a la
sala de maquillaje. Ahí peinaron al mono y le pusieron un gracioso traje
rocanrolero y unas gafas de sol. A Tutunki le acomodaron la cresta y le pusieron
en el cuello una especie de collar con una estrella brillante. “Ustedes serán los
quintos” les dijeron.
La gente entraba y salía apurada. Tutunki se miraba en los espejos con luces.
Los llamativos disfraces y el movimiento que había en el ambiente lo hacían
sentir alucinado.
Al salir de la sala de maquillaje, Tutunki y Chorito se toparon con los pollitos
malabaristas. Lucían como un par de pompones amarillos. “Ustedes tienen cara
de nuevos”, les dijeron. Y contaron que estaban acostumbradísimos a todo ese
jaleo, ya que no era la primera vez que aparecían en televisión. “Miren siempre
a la cámara”, les aconsejaron. También dijeron que estaban cansados de tener
que sostener pelotitas con la cabeza y el pico, y que con suerte todo ese estrés
acabaría cuando se hicieran adultos. “Queremos que los humanos nos traten
como a pollos comunes y corrientes”, era el lema de aquellos pollitos. Luego se
fueron rapidito. Les había tocado ser los primeros en salir a escena.
Tutunki y el mono regresaron al camerino. El perro matemático era un pastor
alemán al que le habían puesto unos lentes para que se viera intelectual, la
tortuga llevaba unos patines especiales para tortugas veloces, el ratoncito
adivino llevaba un turbante Made in India sobre la cabeza y el papagayo llevaba
una graciosa nariz de payaso en la punta del pico. Los concursantes se
observaban unos a otros con cierta rivalidad. Eran todos contra todos. Poco rato
después entro un hombre que gritó: “¡Todos preparados que ya comienza el
programa !”
UN RARO SENTIMIENTO
Con el pasar de los días a Tutunki no se le pasó la desilusión, pero sí el mal
humor. Trataba de llenar el vacío que había dejado Chorito conversando con la
Cuchi, aunque no era lo mismo.
La Cuchi tenía otro carácter, otra manera de ser. Era más ligera, o mejor dicho,
tomaba la vida de una manera más ligera. Nunca estaba preocupada ni
deprimida. Tampoco filosofaba. Cuando había alguna discusión, no se ponía de
parte de nadie, para ella todos tenían siempre en parte razón. Eso no era malo,
claro que no, al contrario, era una ventaja, una cualidad; eso hacía que Cuchita
pudiera encajar en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Aún con su
extraño acento, la Cuchi era “comunicadora” del vecindario, el alma de la fiesta,
la amiga perfecta que ponía la nota de alegría a cualquier situación por más
aparatosa que esta fuera.
Además no estaba nada mal. ¡Esas pestañas rizadas, esos ojos tan
encantadores, ese pico picarón!, ¡esas alas coloridas, esas plumas tan suaves!...
Oh, oh, Tutunki, ¿será que al fin alguien que conocemos, pero cuyo nombre no
queremos decir, tocó su corazón?
̶ ̶ ¡Wank! ¿Pero quién me está cambiando el tema? ¿Es que acaso no se nota
que estoy en un dilema? He sido víctima de una traición, por eso ahora vivo en
la frustración.
Bueno, regresando a los “reales e importantes” problemas de Tutunki, es decir,
que le robaron el show, su fracaso como estrella de televisión y su ego malherido,
todo lo resumía en un personaje concreto: Chorito.
̶ ̶ ¡Wank!, ¡Chorito es muy malo, ojalá lo vea para darle con un palo!... ¡Chorito
es un traidor, ojalá lo vea para pincharlo con un tenedor!...
Tutunki repetía esas frases muchas veces al día. Quería convencerse a sí mismo
de que Chorito era malo y de que se vengaría. Pero, aunque las repitiera un
millón de veces, por supuesto que jamás le daría con un palo ni lo pincharía con
un tenedor. Lo que Tutunki decía era muy diferente de lo que sentía.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Esto que siento es muy extraño, espero que se me quite con un baño!
En un charquito que había por ahí, Tutunki se dio un baño. Mientras chapoteaba,
trataba de poner en claro sus ideas.
Tenía que rehacer sus planes de vida, tenía que tomar otro rumbo, tenía que
ponerse nuevas metas… pero no podía. Estaba demasiado triste para pensar.
Tenía una especie de piedra incrustada en el corazón que no lo dejaba
reanimarse. ¿Qué podría ser? Se acordó de Chorito. Si estuviese ahí presente,
le diría: “Bueno, bueno, bueno. ¡Ánimo, chico!” … pero no estaba…
Pensándolo bien… ¿Por qué se acordaba del mono?, ¿acaso lo extrañaba?,
¿cómo él podía extrañar a ese mono traidor, pueblerino, ladrón y para colmo
vanidoso?
̶ ̶ ¡Wank! Porque si hay algo horrible de verdad, esa es la vanidad.
El ave salió del charquito y se sacudió el agua que había quedado en sus
plumas. Mejor no pensar en el mono. Por ejemplo, sería mejor pensar en el
clima…
̶ ̶ ¡Wank! ¿Cómo se pondrá el cielo por la tarde?, ¿celeste, blanco o naranja que
arde?...
Tutunki mirò al cielo y suspiró. Con esas alas recortadas era como mirar un dulce
y no poder probarlo. Nuevamente se acordó del mono. Chorito había
reemplazado sus alas muchísimas veces; gracias a él, Tutunki pudo llegar hasta
donde se había propuesto; la capital. Luego se acordó de que, cuando cruzó la
pista con los ojos cerrados, Chorito hizo las veces de ojos; cuando se quiso
inscribir en el concurso, Chorito fue su voz. Recordó muchas cosas más: Chorito
no solo hizo las veces de alas, ojos o voz, sino que fue, además, su compañero
de aventuras y supo apoyarlo en los momentos difíciles. Había sido su primer
amigo verdadero.
Tutunki pensó mucho en el mono, era inteligente y talentoso, luego pensó en sì
mismo. Reconoció que había sido envidioso e injusto.
Después de unos minutos de mucho pensar, Tutunki empezó a llamar a la
cotorra desesperadamente.
̶ ̶ ¡Wank! Cuchita, tengo que decirte algo importante y tiene que ser en este
instante.
“¡Korr!, ¿qué podrá ser? ̶ ̶ se preguntaba la Cuchi, de repente me pide la paza”,
pensó amorosamente ilusionada.
̶ ̶ ¡Wank” Necesito encontrar una caja, no importa si es de cartón, de madera o
de paja.
̶ ̶ ¡Korr!, ¿una caja? ̶ ̶ preguntó la Cuchi extrañada, pensando que tal vez Tutunki
se había vuelto más loco que una cabra.
¿Qué querrá hacer Tutunki con una caja?
EL RETORNO A LA MONTAÑA
Pasado un rato, Tutunki le dijo a la Cuchi que debía regresar a su montaña, que
ya no tenía nada que hacer en la ciudad. Para la Cuchi, esto fue como recibir
una daga en el corazón, sintió decepción y a la vez rabia. Era obvio que Tutunki
jamás la querría. “Que zonza he sido ̶ ̶ pensó ̶ ̶ ¿Quién me manda a hacerme
ilusiones?, Zuzunki jamás me hará caso”.
Sin pensarlo dos veces, la Cuchi tomó a Tutunki con fuerza y lo empujó desde la
azotea.
̶ ̶ ¡Zuzunki, vuela! _le gritó.
̶ ̶ ¡Wank! ¿Pero qué quiere hacer esta cotorra? … ¿Me quiere dejar como
mazamorra? _exclamó Tutunki mientras veía la película de su vida en cámara
rápida al mismo tiempo que caía. Tutunki comenzó a aletear desesperadamente
para salvar su vida, ¡plàcata!, ¡plàcata!, hasta que por fin agarró vuelo y planeó
libre por la ciudad, sintiendo el frìo de la brisa capitalina. Las plumas ya le habían
crecido.
Regresó eufórico a la azotea. ¡Podía volar!, y le dio un beso en el pico a Cuchita.
Esta vez, a ella le dio el patatùs.
Tiempo después, tras muchos días de esforzado vuelo, Tutunki consiguió
regresar a su tierra bendita, colmada de bosques densos y húmedos, donde
podía escuchar el sonido de los arroyos y el soplido del viento entre los
acantilados. Un lugar lleno de amigos y parientes que lo recibieron con los brazos
abiertos.
¡Cuánta paz respiró en el aire! ¡Qué hermosa era su tierra!
Hasta ahora, Tutunki no ha dejado de cantar. Tiene mucho que decir a través de
sus canciones. Y muchísimos animales siguen llegando desde muy lejos para
disfrutar de su canto y encanto en los recitales que da.
Hay quienes comentan que algunas veces invita a subir al escenario a un mono
choro que baila. Ese monito debe ser ladrón, porque dicen que se roba el show.
Ah, y Tutunki ya no se queja de los regalos de su club de admiradoras por la
sencilla razón que los decomisa una novia algo celosa que “reciza” poemas y
versos en lenguaje humano.