Você está na página 1de 30

TUTUNKI

En los bosques densos y húmedos de las vertientes orientales andinas, cerca de


los arroyos y acantilados, habita una especie de ave muy bella llamada: gallito
de las rocas. A estas aves les gusta vivir entre las rocas de las montañas; allí se
protegen y construyen sus nidos. Los machos son de color rojo brillante y tienen
una cresta sobre la cabeza.
Los gallitos de las rocas son excelentes bailarines, aunque generalmente
silenciosos. Se podría decir que solamente gritan cuando están asustados. Pero
entre estos hay uno muy singular: se llama Tutunki y, a diferencia de sus
compañeros, canta, y lo hace de maravilla.
Tutunki cantaba rock y verlo era todo un espectáculo. Su fama se había
extendido por toda la región y muchos animales llegaban desde tierras lejanas
para disfrutar de su voz. Era imposible no bailar al compás de sus alegres
canciones, incluso logro tener un club de admiradoras que se ponían de acuerdo
para enviarle toda clase de regalos y exóticas frutas.
Tutunki era talentoso, engreído y vanidoso.
̶ ̶ Tutunki, ¿quieres esta fruta?
̶ ̶ ¡Wank! Esta demasiada madura
̶ ̶ Tutunki, ¿què te parece esta otra?
̶ ̶ ¡Wank! Esta demasiado dura.
Siempre se quejaba. En primavera, porque había demasiado polen; en verano
porque hacia demasiado calor; en otoño, porque hacia demasiado viento, y en
invierno, porque hacia demasiado frío. Su garganta era demasiado delicada, su
plumaje era demasiado delicada, su plumaje era demasiado fino para mostrarlo
a diario, su voz era demasiado celestial para desperdiciarla en cualquier lugar.
Nada era suficientemente bueno para Tutunki. Nunca estaba satisfecho.
Con el pasar del tiempo, la montaña empezó a parecerle aburrida y los demás
gallitos, demasiado simplones para codearse con una estrella de rock como él.
Frecuentemente pasaba por su cabeza la idea de dejar aquel lugar e ir a buscar
una vida a la altura de su talento.
“¡Quiero luces, limosinas, quiero casas con piscina, quiero autos, movimiento,
que mi cresta vuele al viento! ̶ ̶ Tutunki pensaba antes de dormir ̶ ̶ . ¡Wank! Este
lugar no es para mí, tengo que salir de aquí”.
Una mañana, sin despedirse de los suyos, Tutunki emprendió el vuelo, dejando
atrás su roca, su montaña y su arroyo, rumbo a lo desconocido.
Voló durante varias horas hasta que decidió descansar en la rama de un árbol.
De pronto, escucho un sonido deferente. Era una voz humana. ¡Oh! ̶ ̶ pensó
Tutunki ̶ ̶ , ¡un humano! Voy a hacerle una demostración, tal vez me lleve a la
televisión”.
Tutunki cantó con todas sus ganas. El hombre lo miró extasiado.
Al darse cuenta de que había captado su atención, Tutunki despegó toda su
gracia, cantó y bailó hasta despeinarse.
Estaba tan emocionado que del rock pasó a la tecnocumbia, luego a la salsa y
de ahí al merengue… Ya estaba comenzando a zapatear un huainito cuando
pensó: “Me va a dar un patatús, ¿quién apagó la luz?”.
Luego solo hubo silencio, aunque algún pajarito que estuvo por ahí cuenta que
escuchó un ¡wank!”.

UN ENCUENTRO
En la oscuridad, Tutunki se preguntaba dónde estaba. Sintió mucho frío, hambre
y miedo.
Aquel hombre lo había metido en una caja para venderlo en la capital. “Seguro
me darán mucho dinero por este pajarraco colorado, aunque creo que está
chiflado”, pensaba el rufián.
Dentro de aquella cajita que se había convertido en una prisión, los
pensamientos fluían. Tutunki se preguntaba si seguiría en esa oscuridad para
siempre. ¿Adónde lo estarían llevando? Tal vez nunca más sentiría el polen de
la primavera, ni el calor del verano, ni el viento del otoño, ni el frío del invierno, y
suspiraba. ¡Cómo le provocaban sus frutas! ¡Qué no daría por ver una cara
amiga!
̶ ̶ ¡Wank! ¡Sáquenme de aquí, este lugar no es para mí!
El hombre de la caja caminó hasta llegar al paradero del pueblo más cercano y
se metió en un bus interprovincial repleto de gente. El viaje iba a ser larguísimo,
y como todos iban muy apretados, se acomodaron como pudieron.
Una vez que el bus echó a andar, el hombre de la caja observó a la gente que
viajaba llena de maletas, bolsos y otros bultos. Algunas personas llevaban
verduras; otras, equipaje; otras, quesos, panes, y hasta vio a un monto choro
prendido de un niño. Desvió su mirada hacia la ventana, el paisaje verde fue
haciéndose cada vez más oscuro, pues iba cayendo la noche y, lentamente, fue
quedándose dormido. Cuando abrió los ojos, varios kilómetros adelante…
̶ ̶ ¡Mi caja! ̶ ̶ exclamó.
Pero nunca más la vio.
EL MONO CHORO
̶ ̶ ¡Mamá, mira lo que Chorito encontró! dijo el niño, dueño del mono choro, que
acababa de entrar a su casa.
̶ ̶ ¡No me digas que otra caja! ̶ ̶ protestó la madre desesperada ̶ ̶ . Ya no
tenemos lugar para poner más.
El mono tenía una extraña fascinación por las cajas. Caja que veía, caja que
agarraba con su cola. Y el niño, que andaba siempre distraído y pensando en las
musarañas, nunca se daba cuenta de que el mono las robaba.
̶ ̶ Parece que tiene algo adentro ̶ ̶ observó el niño agitando la caja con energía.
̶ ̶ Sí, parece que hay algo adentro.
̶ ̶ dijo el padre que, al mismo tiempo, abría la caja con una navaja y …
̶ ̶ ¡¡¡ Un lorito!!! ̶ ̶ dijeron los tres.
̶ ̶ Pero está dormido ̶ ̶ dijo el niño.
Tutunki no estaba dormido, estaba desmayado por todo el trajín que había
tenido.
Horas más tarde, cuando Tutunki recobró el sentido, lo primero que vio fueron
unas rejas blancas y, tras ellas, un par de ojos grandes y negros que lo miraban
con atención.
̶ ̶ Hola. Aurora. Hola ̶ ̶ le decía el niño con el mono choro encaramado sobre su
cabeza.
Tutunki estaba un poco perdido, tratando de entender lo que pasaba. Se dio
cuenta de que ya no estaba en la caja, sino en una jaulita, con comida y agua.
̶ ̶ Qué bueno que te despertaste ̶ ̶ le dijo el niño ̶ ̶ . Eres un lorito flojo, desde
que llegaste solo has dormido, y yo te estaba esperando para que me hables un
poco.
̶ ̶ ¡Wank! ¿”Lorito” me ha llamado?
¡Qué niño maleducado!
Tutunki estaba histérico. Habrase visto tamaña ignorancia, confundirlo a él, todo
un gallito de las rocas, con un loro.
̶ ̶ Lorito, quiero que digas: “Hola. Aurora. Hola” ̶ ̶ insistía el niño.
“¡Wank! Justo lo que me faltaba, al menos en la caja nadie me fastidiaba.
¡ Este lugar no es para mí, tengo que salir de aquí, siguió pensando Tutunki.
¿Pero cómo iba a salir de ahí? ¡Estaba en una jaula! No le quedaba más remedio
que soportar al niño que le repetía incansablemente: “Hola. Aurora. Hola”.
Todos los días el niñito se ponía frente a la jaula repitiendo sus famosas y
gastadísimas palabritas, pero Tutunki no decía ni pio, estaba en huelga de
silencio.
El monito choro empezó a sentir celos de Tutunki que, día tras día, iba
acaparando más y más la atención del niño. Así que un buen día, aprovechando
que no había nadie en casa, abrió la jaula para que el ave pudiera escapar.
Ni corto ni perezoso, Tutunki salió de la jaulita, pero se dio un gran chasco. No
podía volar. Aleteó con todas sus fuerzas, incluso probó lanzándose desde lo
alto de la mesa donde estaba apoyada la jaula, pero solo consiguió un tremendo
encontronazo con el piso.
Desconcertado, se preguntaba qué estaba pasándole. Miró bien su cuerpo y
descubrió que le habían cortado algunas plumas, como mucha gente le hace a
los loritos.
Tutunki, desconsolado, lloró por su suerte y por su hermoso plumaje perdido.
Chorito, que lo miraba, comprendió el pesar de aquella ave. En cierta forma, se
sentía también un poco culpable por haber robado aquella caja en el bus
interprovincial. Tal vez aquel hombre era su dueño y lo trataba bien, tal vez por
su culpa aquel pájaro colorado ya no tenía su plumaje perfecto… No siguió
pensando. Lo tomó, lo montó en su lomo y le preguntó.
̶ ̶ ¿Adónde quieres que te lleve?
Al oír estas palabras, Tutunki se repuso rápidamente. Buena pregunta. Aunque
su plumaje ya no era tan vistoso, aún mantenía intacta su preciosa voz. Y ahora
que estaba libre, nuevamente veía posibles sus sueños de fama y fortuna.
Entonces respondió:
̶ ̶ ¡Wank! La ciudad me está esperando, así que vámonos apurando.
̶ ̶ ¿A la ciudad?
̶ ̶ ¡Wank! Sí, quiero que me lleves a la ciudad, no me digas que no te atreves.
Chorito miro la casita humilde donde vivía con el niño al que quería tanto. Luego
miro a Tutunki que caminaba dando vueltas a su alrededor con ojos suplicantes.
Dudaba. Pensaba en el niñito, se separaría de él y no sabía con certeza si algún
día podría volver a mirarse en aquellos dulces ojazos negros. También le
inquietaba pensar que irían hacia la ciudad, sentía que no era lugar para ellos.
Ya se estaba arrepintiendo de su ofrecimiento cuando Tutunki empezó a cantar
una melodía melancólica, como para conmoverlo:
La vida es muy triste.
Todo es sufrir y callar.
Mi alma de azul se viste,
Cantando para no llorar.
̶ ̶ Bueno, bueno, bueno. Mira, chico, yo te llevo a la ciudad, pero no creas que
me voy a quedar ahí contigo. Una vez allá te las tendrás que arreglar tú solo. Yo
regresaré aquí inmediatamente ̶ ̶ le dijo el mono al gallito de las rocas.
Tutunki escuchó esto sin sorprenderse, después de todo, nunca había pensado
entablar amistad con aquel “mono pueblerino” y menos aún tener que vivir con
él en la ciudad. Si tenía que viajar con él era debido a las circunstancias que le
impedían valerse por sí mismo. El gallito de las rocas estuvo de acuerdo con la
proposición del mono.
̶ ̶ ¡Wank! Por supuesto, una vez allá: “Calabaza, calabaza, cada uno a su casa”
̶ ̶ respondió Tutunki.
Así, y sin perder más tiempo, emprendieron el camino a la ciudad.
Cuquìn llegó de la escuela y, como siempre, llamó a Chorito con un animado
silbido. “Choris, ¡Chorito!”, gritó, pero el mono no salió a su encuentro. Lo buscó
sin éxito por la casa. “Se habrá escondido ̶ ̶ pensó ̶ ̶ . Bueno, ya vendrá”, se dijo
mientras pelaba un plátano. Luego fue hacia la jaulita blanca del “lorito” y la
encontró con la puerta abierta. “Algo raro ha pasado”, dijo para sí. Siguió
buscando, pero nada. Sintió un zumbido en la cabeza, está desesperado.
Salió corriendo al patio. “¡Se han ido!”, lloriqueó.
Desolado, se tapó los ojos enrojecidos y húmedos de tristeza.

CHORITO Y CUQUIN
Chorito había sido apenas un cachorro cuando fue arrancado de los brazos de
su mamá. La pusieron en una caja y nunca volvió a saber más de ella.
A él lo compró en la calle una señora a la que le pareció perfecto como obsequio
para Cuquìn.
̶ ̶ ¿Qué raza es? ̶ ̶ preguntó al muchacho que ofrecía al monito en una esquina.
̶ ̶ Es un mono choro, señora, una raza muy especial; los traen de la selva.
Aproveche, señora, es de pura raza, mire la mancha amarilla en su cola. Se lo
dejo baratito. Yo lo vendo por necesidad, me lo han dado en forma de pago por
una deuda. Anímese, señora.
̶ ̶ Pero no comerá bichos raros, ¿no?
̶ ̶ No, señora. ¡Qué va! Nada más frutita y verduras. Llévelo, doñita, que se lo
dejo a buen precio…
Llegó el día del cumpleaños y la tía Chelita se apareció con Chorito. Le había
puesto un moño rojo, graciosamente atado al cuello, del que pendía una plaquita
de plata.
El niño corrió directamente hacia el mono con la cara iluminada de felicidad.
¡Justo lo que quería! Y lo abrazó con todo el amor del mundo.
El cariño de Cuquìn le devolvió a Chorito la esperanza y la alegría de vivir.
“Los humanos pueden ser los seres más perversos así como los más buenos.
Es muy extraño”, pensaba Chorito mientras caminaba con Tutunki sobre su lomo.
Chorito se volvió uno más de la familia. Jamás lo golpearon, sino todo lo
contrario: le daban mucho cariño, también frutita pelada y verduras, y de vez en
cuando lo llevaban al parque para que se trepe en algún árbol, “para que
mantenga vivo el instinto” decían. Pero Chorito no sabía lo que era vivir como un
verdadero mono.
Estaba domesticado.
Tal vez, caminando con Tutunki, por primera vez estaba siendo verdaderamente
libre.
̶ ̶ ¡Wank! ¿En qué estás pensando, monito de contrabando? ̶ ̶ pregunto el ave
tratando de animar al mono que se había puesto en serio.
̶ ̶ En nada especial ̶ ̶ respondió Chorito ̶ ̶ .Cosas de monos.
̶ ̶ ¡Wank! Entonces me lo puedes contar, soy muy mono. ¡Lo puedes notar!
A Chorito le dio risa, Tutunki también se rio, luego se carcajearon y después se
desternillaron de risa.
Aunque no lo sabían, se habían encontrado dos almas gemelas. La risa era una
especie de celebración.
El mono decidió tomar un atajo por el bosque, alternando tierra y aire. No es que
por aire precisamente volara, sino que Chorito, ágilmente, avanzaba
columpiándose en las ramas de los altos y frondosos árboles, cuidando de
agarrar bien a Tutunki con la cola.
̶ ̶ Una vez en la carretera, nos treparemos a cualquier camión que vaya a la
capital para llegar más rápido dijo el mono.
Luego de todo un día de agitado trayecto, pararon al pie de un arroyo para beber
agua fresca y comer algo. El paisaje era espectacular. La tarde naranja pintaba
todo de dorado, el sonido del arroyo era un suave murmullo que invitaba al
descanso.
Tutunki estaba casi por dormir cuando el mono, que andaba un poco inquieto, lo
interrumpió.
̶ ̶ No lo sé si lo sabes… me llamo Chorito ¿Cuál es tu nombre?
El ave se desperezó al instante, le encantaba hablar de sí mismo.
̶ ̶ ¡Wank! Tutunki me llamo y no soy un loro, como dice tu amo.
̶ ̶ Si, ya lo sé. No eres un loro. Eres un gallito de las rocas. Intente decírselo a mi
niño de los ojos grandes, pero fue inútil.
Los humanos no entienden a los animales. Ellos piensan y hablan su propio
lenguaje. Un lenguaje tan raro que a veces entre humanos tampoco se
entienden.
̶ ̶ ¡Wank! Si, los humanos son muy locos, buenos deben de haber pocos.
El mono se rascó la cabeza y exclamó:
̶ ̶ Entonces, ¿por qué quieres ir a la ciudad? ¡La ciudad está llena de humanos!
̶ ̶ ¡Wank! Los humanos serán locos y buenos habrán pocos, pero saben de fama
y fortuna. Cuando descubran mi talento, verán que como mi voz no hay ninguna,
¡y subiré como la espuma!, y lo que te digo no es cuento. Mi montaña es muy
bella, pero ahí no estoy satisfecho, yo seré una estrella, eso dalo por hecho.
̶ ̶ ¿Una estrella entre los humanos?
¿Tu? Ja, ja, ja _se burló el mono.
̶ ̶ ¡Wank! Déjate ya de mofar, tú me has oído cantar. No es necesario el idioma,
porque, al igual que el aroma, la música se siente, entra en el alma y en la mente.
La música hace soñar, también invita a bailar. Ella es universal, es un lenguaje
mundial.
̶ ̶ Bueno, bueno, bueno. Me has convencido, chico ̶ ̶ dijo Chorito bostezando ̶ ̶ .
Ahora que ya te conozco, podré dormir tranquilo.
Después de unos segundos, el mono ya estaba durmiendo a pata tendida.
Tutunki se quedó despierto por un largo rato, contemplando el paisaje,
imaginándolo como un escenario fantástico, lleno de luces de colores.

HORA DE SEGUIR EL VIAJE


Luego de haber dormido algunas horas, el mono se despertó súbitamente y le
dijo a Tutunki:
̶ ̶ Amigo, es hora de seguir con nuestro viaje.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Quiero seguir dormido, aún no ha amanecido! ̶ ̶ protesto el ave.
̶ ̶ Precisamente por eso es que debemos partir, en la oscuridad correremos
menos riesgos de ser vistos ̶ ̶ replicó el mono ̶ ̶ ¡Levántate!
Era de madrugada y no se veía mucho, pero parecía que el mono conocía el
camino a la perfección. Tal como lo planeó desde el inicio, llegaron a la carretera,
subieron a un árbol y se pusieron a esperar.
̶ ̶ Atento, Tutunki, ¡ahí viene nuestro camión!... uno, dos, tres… ¡Ya!
Saltó el mono abrazando a Tutunki para protegerlo. El ave cerraba los ojos para
no mirar si los cálculos del salto fallaban y quedaban estampados en la pista.
Por suerte, Chorito era muy hábil. Su salto fue perfecto. Desde la rama, que hizo
las veces de trampolín, cayeron sobre unos sacos de frutas que el camión
transportaba hacia la capital.
̶ ̶ ¿Ves? No eres el único con talento aquí ̶ ̶ dijo el mono orgulloso de su proeza.
̶ ̶ ¡Wank! Eres un mono vanidoso. ¡Yo ayude, no seas tramposo!
̶ ̶ ¡Pero claro, Tutunki! No lo hubiese podido hacer sin ti ̶ ̶ dijo el monito
sonriendo.
Se echaron sobre los sacos y miraron ese impresionante cielo serrano lleno de
estrellas.
Pasaron algunos minutos.
̶ ̶ La capital queda lejos ̶ ̶ dijo el mono
_ ¡Wank! ¿Qué te parece si vamos contando los postes que vamos pasando?
Veras que contando el tiempo se ira volando.
̶ ̶ No se contar ̶ ̶ dijo el mono.
̶ ̶ ¡Wank! Eso no puede ser… Yo te voy a enseñar, solo tienes que cantar, veras
que fácil es aprender.
Tutunki aclaro la garganta y luego entono una graciosa canción:
Vamos a contar las estrellas del cielo,
Vamos a aprender a contar;
Y si tú prefieres contaremos ovejas
O si no los peces del mar…
Uno, dos,
Contaremos arroz;
Tres, cuatro,
Los bigotes del gato;
Cinco, seis, siete,
Contaremos cohetes;
Ocho, nueve y diez…
¿Otra vez?
El mono, poco a poco, fue cantando el estribillo de aquella canción y, como
jugando, aprendió a contar hasta diez. Quedo sorprendido. No por la voz de
Tutunki ni por el canto, ni siquiera por su nuevo aprendizaje; sino que en ese
momento, delante de sus propios ojos, aquel pájaro arrogante se transformó en
un personaje lleno de gracia y simpatía.
El camión se detuvo en un mercado: habían llegado a la capital. Se bajaron del
camión tan rápido como pudieron, pues no querían volver a ser atrapados por
algún humano, pero no tuvieron problemas porque casi no se les pudo distinguir
entre tanta gente, verduras y frutas. Detuvieron la huida debajo de una carretilla.
̶ ̶ Bueno, Tutunki, ya estás en la capital, ¿no? Cumplí mi promesa _ dijo el mono.
Luego se acordó de su niñito de los ojos grandes, pero no dijo nada más.
Tutunki le adivino el pensamiento y recordó el pacto que hicieron al iniciar su
camino juntos.
̶ ̶ ¡Wank! Ahora, “calabaza, calabaza, cada uno a su casa”.
̶ ̶ Espero que te vaya bien ̶ ̶ dijo Chorito
̶ ̶ ¡Wank! Y a ti también.
Se abrazaron. Tutunki disimulo la pena y dijo:
̶ ̶ ¡Wank! ¿Qué estoy esperando? ¡La fama me está llamando!
Sin mirar atrás se fue rápidamente, dando saltitos y caminando, alejándose cada
vez más de su amigo. Quería romper ese nudo que se le había formado en la
garganta. Chorito, por un momento inmóvil, se quedó mirándolo, luego se perdió
entre el tumulto de la gente del mercado.
Cuando Tutunki se volvió para decir “gracias por todo”, el monito ya no estaba.
Por fin había llegado a la capital, pero ahora estaba solo, perdido, sin poder volar
y sin saber por dónde empezar. Lo que por tanto tiempo había parecido la meta,
ahora se había convertido en un comienzo incierto.
Desorientado, el gallito de las rocas decidió dejarse llevar por el viento. A donde
soplase, ahí se dirigiría, pues no tenía un rumbo trazado. Así que observo el
movimiento de las hojas secas en el suelo.
“¡Wank! El viento sopla hacia mi derecha, así que seguiré esta brecha”.
Tutunki camino por veredas y parques, cuidándose siempre de no ser visto,
camuflándose como mejor pudo. Se detuvo, algo cansado, al llegar a una calle
solitaria para picotear unas migajas de galleta desparramadas por el piso.
Cuando levanto la vista, observo algo que le llamo la atención: un afiche pegado
en la pared. Era la fotografía de un perro con un micrófono. Tenía como título:
“Mascotas Talentosas” y en él se convocaba a un concurso. Tutunki sabía contar,
pero no sabía leer el lenguaje humano. Se quedó mirando al perro.
Si un perro podía ser famoso, él también tenía posibilidades de serlo.
¡Wank! Esta debe ser una señal de que no estoy nadita mal”, pensó Tutunki con
alegría.
Y siguió caminando al compás del viento que, hasta el momento, le había dado
buenos resultados.
LA CUCHI
Hacia el mediodía, Tutunki llego a un parque en el centro de la ciudad y busco
un lugar para reposar. Rápidamente echo un vistazo a su alrededor. Algunos
niños estaban corriendo tras un vendedor de helados, unas cuantas personas
conversaban sentadas en las bancas, otras caminaban apuradas. Había árboles,
arbustos, margaritas, rosas, geranios.
Los geranios le parecieron ideales. Sus hojas eran copiosas y el rojo de sus
flores, tan intenso como el de sus plumas; así que se metió entre ellos y se sentó
a tomar aire. ¡Le pareció tan distinto al aire que se respiraba en su tierra!
̶ ̶ ¡Korr, Korr! ¡Miren quien esza aquí!,
Ni más ni menos que Zuzunqui! ̶ ̶ dijo una vocecita que salía desde la copa de
un árbol.
“¡Wank! Esa voz escondida me suena conocida”, pensó Tutunki, que se había
quedado mirando hacia arriba, buscando con la mirada a la dueña de aquella
voz.
Era la Cuchi, una cotorra, antigua “fan” de Tutunki, que tras repetidos desplantes
decidió ir también a la capital para conocer a algún galán que le prestara la
debida atención.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Cuchita, que casualidad, encontrarnos justo aquí en la ciudad!
̶ ̶ Seguro que has venido para ese concurso de la zelevisiòn_ dijo la Cuchi
mientras se acomodaba coquetamente las plumas.
̶ ̶ Wank! ¿Has dicho televisión o ha sido mi imaginación?
̶ ̶ ¡Pues claro! Zelevision he dicho. “Mascozas Zalenzosas” creo que se llama,
pero si anda en boca de zodos, ¡korr! ¿No lo sabias? _ dijo Cuchita _. ¿Ves
aquella fila de animales que hay cruzando la calle?, ahí queda el canal 8, hacen
cola para inscribirse en el concurso.
Tutunki no lo podía creer. Había llegado en el momento preciso al lugar preciso
y se había encontrado con el personaje preciso. Su futuro de estrella estaba a la
vuelta de la esquina, o mejor dicho, cruzando la calle, en el Canal 8.
“¿Pero qué estoy esperando? ¡Tengo que ir volando!”, pensó Tutunki mientras
dejaba a la Cuchi cotorreando sola…
̶ ̶ ... Se ha inscrizo perros, gatos, gazos, razones, papagayos, gallinas, y más
animales… no es que quiera crizicar, pero algunos mejor se hubieran quedado
en sus casas, porque no son nada graciosos; pero, Zuzunki, deberías ir y probar
que zienes una voz preciosa, recuerdo que zodas las muchachas andaban locas
por zi… esas canciones llegaban al corazón… A propósizo de corazones, el mío
anda libre… para el amor… ¡korr!, ¿y el zuyo?... ¿Zuzunki?... ¿Còmo?, ¿se
fue?...¡Al final no le dije que un zal Chorizo lo andaba buscando! ,¡korr!
Sin perder más tiempo, Tutunki ya estaba en la vereda a punto de cruzar la pista.
Los autos iban y venían rapidísimo.
“¡Wank!, esto es una pesadilla”, pensó el pobre. No estaba acostumbrado a
cruzar calles, ni podía volar. Pero no le importo. Cerró los ojos y puso una pata
en la pista, cuando sintió que una fuerza lo empujo al otro lado de la calle.
̶ ̶ ¡Wank! ¿Qué me habrá pasado? ¡Seguro que estoy aplastado! _ exclamó
atarantado aún sin abrir los ojos y tieso por el espanto.
̶ ̶ ¡Tutunki!... ¿Estás bien? Soy yo, Chorito. Discúlpame por haberte empujado
toscamente… ¡La próxima vez ten un poco más de cuidado al cruzar la pista,
chico? ¡Antes de hacerlo, debes mirar para todos lados!
Sorprendido, Tutunki abrió los ojos.
̶ ̶ ¡Wank! ¿Chorito?, ¿Qué haces aquí?
No me digas que te has quedado por mí.
̶ ̶ Bueno, bueno, bueno. No es hora de hacer preguntas, sino de ponernos en la
fila. Trépate sobre mi lomo y vayamos rápido, que ya están cerrando las
inscripciones.
̶ ̶ ¡Wank! Tienes razón, no quiero ser demoron.
Tutunki se trepo rápidamente sobre el lomo de Chorito. Su corazón se sintió
agradecido y reconfortado por haberse reencontrado con su amigo.

EL CONCURSO DE MASCOTAS
Chorito y Tutunki se pusieron en la fila. Tal como había dicho la Cuchi, pudieron
ver una gran variedad de animales. Pero había un pequeño detalle del que recién
se percataron: cada animal tenía un humano al costado. Lógico, después de todo
se trataba de un concurso de mascotas. Tutunki y Chorito eran los únicos que
no tenían dueño.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Esto no puede ser! ¿Y ahora que vamos a hacer? ̶ ̶ dijo Tutunki con
un alarido, casi al borde del llanto.
Chorito le susurró al odio que deje su ataque de histeria para otro momento, que
no tenían que darse por vencidos antes de tiempo.
̶ ̶ Ya se nos ocurrirá algo ̶ ̶ dijo tranquilamente.
Cuando les tocó el turno de la inscripción, el hombre encargado pregunto:
̶ ̶ ¿Dónde está el dueño de este par?
Tutunki nuevamente se quedó tieso de nervios, no movió ni una pluma. El
monito, astutamente, mostro su moño rojo con la placa donde figuraba el nombre
y la dirección de su niñito de los ojos grandes.
̶ ̶ ¡Ajà!, tu dueño te ha amaestrado muy bien. Eres un monito inteligente ̶ ̶ dijo
el humano y le rasco la cabeza amigablemente. Luego señalo a Tutunki y le
pregunto ̶ ̶ : el “juguete” viene contigo, ¿no?
Chorito asintió con la cabeza.
El hombre apuntó:

Dueño: Jorge Benites

Número de inscripción: 33

Descripción de mascota(s)Monito con pájaro cabezón.

El hombre le dio a Chorito un papel que tenía escrito 33 con números grandes y
negros. Luego grito:
̶ ̶ ¡Siguiente!
Ya estaban inscritos
̶ ̶ ¿Lo ves? ̶ ̶ le dijo Chorito a Tutunki que ya respiraba a ritmo normal ̶ ̶ . Nunca
te desesperes. Siempre hay que buscarle solución a los problemas. Lo único
malo es que los humanos han creído que tú y yo actuamos juntos. Nos han
inscrito como dúo y yo no sé cantar.
Tutunki se quedó pensando por un momento. Por su cabeza pasaron varias
ideas cruzadas. ¿Actuar con Chorito? ¿Tener un compañero? Ni hablar. Estaba
claro que él tenía que ser la única estrella, puesto que él y solo él era el talentoso
ahí. Por supuesto que también estaba claro que la presencia de Chorito era
necesaria. Era obvio que el mono se llevaba bien con los humanos y sin su ayuda
simplemente no hubiese podido siquiera inscribirse.
“Pero… ¿tener un compañero?... ¿Qué estrella que se respete ha tenido un
compañero? ̶ ̶ siguió pensando ̶ ̶ . ¡Aja! ¡Batman tuvo a Robín! ¡Y don Quijote
a Sancho Panza! Pensándolo bien, no es tan mala idea tener un compañero”.
̶ ̶ ¡Wank! Una actuación tan especial como la mía necesitara coreografía.
Mientras yo me pongo a cantar, ¿te gustaría bailar?
Chorito acepto con gusto y de inmediato. ¡Bailar!, eso sí que le gustaba. Además,
¡tal vez su niñito de los ojos grandes lo vería por la televisión!
UNAS MASCOTAS TALENTOSAS
Entraron a un salón grande donde se encontraban unas personas preparadas
para evaluarlos. Comenzó la prueba. No habían ensayado, pero actuaron como
si lo hubieran hecho. Tutunki cantò y el mono bailo al compás de la música del
ave.
Cuando finalizaron su actuación, una señora los condujo a otra sala.
̶ ̶ Esperen. Quietos. Aquí ̶ ̶ les dijo muy seria señalando el piso con el dedo
índice.
En aquella sala, que más bien era un salón, Tutunki, Chorito y otros cincuenta y
cuatro animales, con sus respectivos dueños, debían esperar el veredicto del
jurado.
Había pasado aproximadamente media hora cuando Tutunki empezó a quejarse.
̶ ̶ ¡Wank! ¿ por qué se demorarán tanto? De los nervios me estoy atacando, ¡mira
cómo estoy sudando!, ¿le habrá gustado mi canto?
̶ ̶ ¡ya! Tutunki, te he dicho que mantengas la calma. Nosotros hemos dado lo
mejor que pudimos. Eso es lo importante. Sobre la decisión del jurado, no
podemos hacer nada, salvo esperar ̶ ̶ dijo Chorito.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Es que la espera desespera!
̶ ̶ Mira cuantos animales hay además de nosotros, ellos también están ansiosos,
esperando el resultado, pero ninguno hace tanto escándalo como tú…
El mono interrumpió su sermón cuando vio que por fin salió el humano al que
todos estaban esperando. Era el hombre encargado de dar el veredicto del
jurado calificador. Muy ceremonioso, felicito a todos por su asistencia y, luego de
decir que lamentablemente no podían clasificar todos, menciono a los seis
afortunados números que pasarían a la Gran Final:
̶ ̶ Número ocho… veintisiete… cincuenta… número catorce… cuarenta y ocho…
y … numero treinta y tres.
_ ¡Wank! ¡Ha dicho treinta y tres! Es nuestro número, ¿lo ves? ̶ ̶ dijo Tutunki al
monito señalando su papel con el número escrito.
Tutunki y Chorito se abrazaron llenos de alegría.
También clasificaron los pollitos malabaristas, el perro matemático, el ratoncito
adivino, la tortuga veloz y el papagayo comediante.
El hombre pidió silencio en la sala y dijo que los clasificados debían prepararse
para la Gran Final que iba a ser el día domingo y que se iba a pasar por la
televisión en horario estelar.
̶ ̶ Los quiero bien limpios y puntuales aquí, a las seis de la tarde. ¿Entendido?
Se escuchó al unísono:
̶ ̶ ¡Pio-Pío! ¡Guau! ¡Ih! ¡Ark! ¡Heh! ¡Yha! ¡Wank! ¡Sí!
Los dos amigos salieron del Canal 8 saltando en una pata de felicidad. Una vez
en la calle, querían contarle al mundo entero que habían clasificado para la Gran
Final del concurso Mascotas Talentosas.
La Cuchi, que los estaba viendo de lejos, los llamo con un silbido.
̶ ̶ ¡Korr! , ¡chicos, vengan! Por favor, díganme, cómo les fue.
̶ ̶ ¡Muy bien! ̶ ̶ dijo el mono un poco agitado por la rápida carrera que había
dado para llegar hasta donde la cotorra estaba. Tutunki seguía trepado sobre su
hombro.
̶ ̶ ¡Korr! , ¡lo sabía! ¡Que emoción! Vamos a celebrarlo, suban a mi árbol.
La celebración fue sobre la copa del árbol, comiendo moras, contando anécdotas
y riéndose de todo un poco hasta el amanecer.
Faltaban cuatro días para el gran evento y había mucho por practicar:
“¡Korr! ¡Que emoción!, decía de cuando en cuando la Cuchi, que dirigía los
ensayos sintiéndose parte del equipo.
Por su parte, Tutunki preparaba su nuevo hit titulado “Rock en las rocas”,
mientras el mono inventaba nuevos pasos para la coreografía. Chorito nunca se
había divertido tanto.
Los pajaritos de la ciudad se acomodaban para ver los ensayos. La Cuchi se
hizo popular en el barrio por el simple hecho de conocer a los talentosos Tutunki
y Chorito.
El tiempo se pasó en un santiamén y llegó el esperado día del concurso.
Chorito y Tutunki se despertaron más temprano de lo habitual para practicar por
última vez. La Cuchi los felicito. El ensayo salió perfecto. Luego se acicalaron
bien, la cotorrra les dejo pétalos de jazmines y rosas que ella misma había
aplastado con su pico para que se perfume y les deseo mucha suerte.
Los dos amigos ya estaban cruzando la puerta para entrar al Canal 8 cuando
escucharon a lo lejos: “¡Cuando sean famosos, no se olviden de mí! ¡Korr!”

LA FAMA
Eran las seis de la tarde en punto. Todos los concursantes ya estaban presentes
en el camerino con sus amos, preparándose y arreglando los últimos detalles
antes de salir a escena.
“Tú y tu, vengan conmigo”, se escuchó. A Tutunki y a Chorito los llevaron a la
sala de maquillaje. Ahí peinaron al mono y le pusieron un gracioso traje
rocanrolero y unas gafas de sol. A Tutunki le acomodaron la cresta y le pusieron
en el cuello una especie de collar con una estrella brillante. “Ustedes serán los
quintos” les dijeron.
La gente entraba y salía apurada. Tutunki se miraba en los espejos con luces.
Los llamativos disfraces y el movimiento que había en el ambiente lo hacían
sentir alucinado.
Al salir de la sala de maquillaje, Tutunki y Chorito se toparon con los pollitos
malabaristas. Lucían como un par de pompones amarillos. “Ustedes tienen cara
de nuevos”, les dijeron. Y contaron que estaban acostumbradísimos a todo ese
jaleo, ya que no era la primera vez que aparecían en televisión. “Miren siempre
a la cámara”, les aconsejaron. También dijeron que estaban cansados de tener
que sostener pelotitas con la cabeza y el pico, y que con suerte todo ese estrés
acabaría cuando se hicieran adultos. “Queremos que los humanos nos traten
como a pollos comunes y corrientes”, era el lema de aquellos pollitos. Luego se
fueron rapidito. Les había tocado ser los primeros en salir a escena.
Tutunki y el mono regresaron al camerino. El perro matemático era un pastor
alemán al que le habían puesto unos lentes para que se viera intelectual, la
tortuga llevaba unos patines especiales para tortugas veloces, el ratoncito
adivino llevaba un turbante Made in India sobre la cabeza y el papagayo llevaba
una graciosa nariz de payaso en la punta del pico. Los concursantes se
observaban unos a otros con cierta rivalidad. Eran todos contra todos. Poco rato
después entro un hombre que gritó: “¡Todos preparados que ya comienza el
programa !”

CHORITO ESTABA A SALVO


El frío de la noche prácticamente obligó a la mayoría de gente a quedarse en sus
casas para conectarse a la popular “caja mágica” llamada televisor. Dieron las
ocho de la noche y miles de personas sintonizaron el Canal 8 para ver el gran
concurso anual de las Mascotas Talentosas.
Entre todas esas personas que esperaban el programa estaba Cuquìn, atento y
ansioso frente a su televisor.
̶ ̶ Mamá, ven que ya comenzó el programa! ̶ ̶ gritó con entusiasmo, mientras la
madre terminaba de planchar la última camisa para correr a sentarse a la sala
con su esposo e hijo.
Les dio mucha risa ver a los pollitos haciendo malabares con pelotitas y palitos
de helado. Luego le tocó el turno a la tortuga veloz que, desgraciadamente, sufrió
un ataque de timidez y fue imposible hacerla salir de su caparazón, para tristeza
de su amo y vergüenza de los organizadores. Luego pasaron propaganda y más
propaganda. Luego de unos minutos, siguió la programación. En tercer lugar, le
tocó el turno al perro matemático que ladró tres veces al ver un letrero que decía
1 + 2 y ladró doce veces al ver 20 - 8. Esta actuación fue verdaderamente
alucinante, pues llamaron a personas del público para que secretamente
escribieran una operación matemática de suma o resta y el perro nunca se
equivocó. En cuarto lugar, actuó el papagayo comediante que conto chistes de
todos los colores.
Tutunki estaba a punto de que le diera un patatús de los nervios, pues ellos eran
los siguientes, pero Chorito nuevamente lo animo.
̶ ̶ ¡Chico! Es nuestro turno. ¡Vamos a mostrarle al país entero lo que somos
capaces de hacer!
̶ ̶ ¡Wank! Chorito, tienes razón, actuemos con todo el corazón.
Entraron los dos amigos al escenario. Escucharon: “Damas y caballeros, a
continuación, desde la misteriosa y mágica selva, el gallito de las rocas y el mono
Choro interpretarán el tema “Rock en las rocas”… Aplausos, por favor”. Se
levantó el telón y se pudo ver a Chorito y a Tutunki iluminados por los reflectores,
luego se oyeron los aplausos del público mientras comenzaba el fondo musical.
A pesar de los nervios, Tutunki comenzó a cantar con soltura y con una excelente
entonación. Estaba parado en un escenario con luces de colores, en un estudio
de televisión nacional, como muchísimas veces lo había soñado, pero esta vez
todo era real. ¡Era real!
Mientras tanto, Chorito bailaba concentradísimo al compás del canto de su
compañero. A ver… una vueltita, siempre sonriendo, una pata “palante” otra
“patràs”, saltito aquí, saltito allá…
̶ ̶ ¡Chorito! ̶ ̶ gritó Cuquìn sorprendidísimo ̶ ̶ . ¡Ese es mi Chorito!
El público estaba fascinado.
Al acabar el acto, Cuquìn lloró de felicidad y orgullo. Su Chorito no solo estaba
sano y salvo, sino que, además estaba con el lorito y…. ¡eran famosos!
El programa continuó. En sexto lugar, le toco al ratoncito del turbante que
siempre adivino el lugar donde escondieron su pelotita.
Luego, comerciales y más comerciales… aceite, atún, detergente, la moda que
no incomoda y más comerciales…
¡UF! Hasta que por fin el jurado dio su veredicto.
̶ ̶ Señoras y señores, damas y caballeros, niñas y niños, gracias a nuestros
gentiles auspiciadores vamos a proseguir con la premiación del concurso… Y el
premio Mascotas Talentosas es para … ¡”Rock en las rocas”!
Se oyeron aplausos, Tutunki y Chorito se abrazaron y corrieron al estrado para
recibir el premio. Pero sucedió algo inesperado y Tutunki cayó tieso por el
espanto. Una vez más, le dio un patatús.
UN MAL ENTENDIDO
̶ ̶ ¡Korr! ¡Korr! ¡Despierza, Zuzunki, corazón de melón!
Tutunki se encontraba en el árbol de la Cuchi. Ahí ella y Chorito lo habían estado
cuidando con mucho esmero durante todo el tiempo en que estuvo inconsciente.
Hasta que por fin Tutunki abrió un ojo.
̶ ̶ ¡Wank!... ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy
acostado? _balbuceó.
̶ ̶ ¡Calma, Zuzunki! ¡Korr! ¡No quiero otro pazazùs!
̶ ̶ Así es, Tutunki, por favor, trata de mantener la calma ̶ ̶ dijo Chorito.
̶ ̶ ¡Wank! ¿Tú aquí? … ¡Mono mal amigo! ¡Vete! ¡No quiero verte más! _ le gritó
Tutunki a Chorito en tal arranque de rabia que dejo de rimar por primera vez en
su vida.
Chorito quedó estático por unos segundos que bastaron para dejar ver cómo una
lágrima salía de sus ojos. Luego saltó hacia otro árbol y ahí a otro, hasta que lo
perdieron completamente de vista.
Tutunki se quedó serio, con el ceño bien fruncido, mirando a la nada.
La Cuchi no sabía qué hacer. Se sentía muy incómoda y agobiada ante aquella
situación, así que empezó a hablar sin parar, como para cambiar el tema.
̶ ̶ ¡kor! ¿Sabes? , necesizo unas vacaciones, no sé, un cambio. Para relajarme y
olvidar los problemas. ¿Sabes? ¡Es bueno olvidar los problemas! Mi prima la Loli
tiene una palmera en la playa. Una palmera lindísima; la querían unas gaviozas,
pero ella le echo el ojo primero, apenas la sembraron. Queda frenze al mar. ¡Korr!
Me ha dicho que por ahí hay unos pelícanos muy guapachones, ¡Korr!...
Tutunki lloro desconsolado. Era obvio que no había prestado atención al cotorreo
de su amiga.
̶ ̶ ¡Wank! Ya nada tiene sentido para mi… y tanto que luché para llegar hasta
aquí. Como dice mi canción: “La vida es muy triste, mi alma de azul se viste”…
¡Wank”! ¡Que desilusión!
̶ ̶ ¡Korr! ¿pero qué ha pasado, Zuzunki? Dímelo por favor. Para mí fue una
sorpresa ver como salías pezrificado, mismo muñeco de cera, del Canal 8. Con
lo muchísimo que habían ensayado yo suponía que iban a ganar.
̶ ̶ ¡Wank! Deja ya de hablar y escucha lo que voy a contar: Cuando nos anunció
el presentador, se prendieron los reflectores, con muchas luces de colores, en
un escenario encantador. Yo estaba muy nervioso, pero como habíamos
practicado, tenía que salir airoso, aunque temblaba como pescado. Cante mi
mejor canción y Chorito empezó a bailar y, sin querer exagerar, ahí empezó la
traición.
“El mono bailaba una coreografía. Yo sentía los flashes de las fotografías y al
público extasiado con nuestra actuación. ¡Qué hermosura! ¡Qué precisión!
Cuando acabamos, hubo una ovación. Bravos y aplausos de admiración.
“Me quedé satisfecho con lo que habíamos hecho. Mi voz fue espectacular y
todos lo pudieron notar.
“Y aunque a la hora de la premiación mencionaron mi canción, sucedió algo
horripilante que me hizo desmayar al instante.
̶ ̶ ¡Kor! ¡Cuenza, cuenza, pues, Zuzunku, no me dejes en ascuas!
̶ ̶ El mono y yo fuimos al estrado. A mí me dieron una flor y al mono la medalla
de honor. “Una estrella hemos encontrado”, decían los miembros del jurado.
Ahora el mono firmará contratos mientras yo seré un triste pelagato.
̶ ̶ ¡Kor! ¿qué cosa has dicho? ¿Es que a zi no se dieron el premio? _pregunto la
cotorra sorprendida con voz tan bajita que solo ella la oyó, y se quedó pensando
en aquella extraña situación ¿Es que acaso los humanos estarían sordos o
ciegos para no haber apreciado la gracia y el talento de Tutunki? ¿Acaso lo bello
para unos no era necesariamente bello para otros?
Chorito seguía alejándose de árbol en árbol, trepando y saltando enérgicamente,
como si el movimiento de su cuerpo pudiese aliviar la tristeza que sentía.
“¿Por qué me llamo mal amigo? ¿Acaso fue mi culpa recibir el premio?”, se
preguntaba el mono y dio un gran salto hasta parar en una rama. Ahora estaba
molesto. “¡Si los humanos me dieron el premio no fue porque yo lo quisiera, sino
porque ellos lo decidieron así! ¡Si, señor! ¿Acaso es tan grave que yo sea guapo,
supergracioso, baile bien, y que tenga encanto y carisma? ¡Que yo sepa, no es
pecado ser encantador!” Se quedó en silencio, pensando en lo que había dicho.
“Estoy diciendo tutunkiadas”, dijo y empezó a reírse. “Pobre Tutunki. Debe
haberse dado un gran chasco”.
Chorito se calmó, respiró profundo y se echó panza arriba sobre la rama. Admiró
el cielo blanco de la capital que contrastaba perfectamente con las siluetas de
los pajaritos que volaban por ahí. “Este cielo blanco también es lindo”, pensó.
La belleza que vio en ese momento fue como una caricia para su corazón. “Una
caricia de Dios”, dijo y se quedó así, echado, con los ojos abiertos, respirando
profundamente y sonriendo por dentro.
EN BUSCA DE LAS MASCOTAS PERDIDAS

Al otro lado del país, Cuquìn y su madre salían de la estación de buses.


Acababan de comprar un par de boletos hacia la capital. Irían en busca de las
mascotas extraviadas.
̶ ̶ ¡Tenemos que encontrarlos, mamá!
̶ ̶ repetía incansablemente el niño cada cinco minutos.
̶ ̶ Si, mi amor, los vamos a encontrar, seguro que en el Canal 8 vamos a poder
ubicarlos ̶ ̶ respondía siempre la madre, que tenía paciencia de santa.
Desde que vio el programa por la televisión, el niño había estado más ansioso
que nunca. Aunque la palabra exacta es obsesionado. En las noches
prácticamente no dormía y de día no hacía más que hablar de sus “mascotas
talentosas”
La familia era muy modesta, pero ante la insistencia del niño, el padre hizo un
esfuerzo y le dio dinero a la madre para que pudiesen pagar pasajes, comida y
hospedaje.
̶ ̶ Trata de encontrarlo, si no, nos vamos a volver locos ̶ ̶ dijo desesperado.
Poco tiempo después, Cuquin ya estaba muy bien sentado en el bus, con maleta
de equipaje en mano y con su peinado mojado de raya al costado, en compañía
de su mamá. Eso sí, la condición había sido dejarse peinar, porque a Cuquin le
encantaba andar todo trinchudo y despeinado.
̶ ̶ Qué bonito es nuestro país, ¿no, mamá? ̶ ̶ decía el niño en estado eufórico
mientras miraba por la ventana del bus que avanzaba rápidamente ̶ ̶ , mira los
cerros y los arboles… Cuando sea grande, quiero ser explorador. Me voy a ir con
mi mochila a trepar cerros y voy a traerte huesos y huacos a la casa.
La madre sonrió y le dio un beso en la cabeza, luego le dijo:
̶ ̶ Mejor los llevas a un museo.
Ella también estaba contenta. La brisa que se dejaba sentir por la ventana medio
abierta le había traído recuerdos de su juventud, cuando, aún niña, viajaba con
su madre para ir a visitar a sus abuelos.
Ahora ella era la madre. “¡Como pasan los años!”, pensó. Abrazo a su hijito con
mucha fuerza y le pidió al tiempo que se detenga en ese instante.
En el canal 8 los organizadores del concurso Mascotas Talentosas trataban de
ubicar al mono Choro con cierta angustia.
Justo después de la premiación, con todo el movimiento del público, el jaleo de
las macotas, los agradecimientos a los auspiciadores y miembros del jurado, solo
unas cuantas personas pudieron ver impávidas cómo el mono ganador se
escabullía hacia la puerta de escape con el gallito de las rocas bien agarrado de
la cola, sin que nadie pudiera hacer nada efectivo para detenerlo.
“Tenemos que encontrarlo, hay muchos planes para el mono: sesiones de fotos,
giras, grabaciones de comerciales, y bastantes cosas más”, decían
preocupados. “Ese mono puede ser una mina de oro.
“Hay que ubicar al dueño, seguramente el monito debe esta con él” dijo una de
las chicas encargadas de relaciones públicas.
Llamaron por teléfono a la casa de Cuquin, pero nadie respondió.
Solo quedaba esperar pacientemente.
“Ya aparecerán para recoger el premio”, pensaron. Acabo la charla y cada uno
regresó a lo suyo.

UN RARO SENTIMIENTO
Con el pasar de los días a Tutunki no se le pasó la desilusión, pero sí el mal
humor. Trataba de llenar el vacío que había dejado Chorito conversando con la
Cuchi, aunque no era lo mismo.
La Cuchi tenía otro carácter, otra manera de ser. Era más ligera, o mejor dicho,
tomaba la vida de una manera más ligera. Nunca estaba preocupada ni
deprimida. Tampoco filosofaba. Cuando había alguna discusión, no se ponía de
parte de nadie, para ella todos tenían siempre en parte razón. Eso no era malo,
claro que no, al contrario, era una ventaja, una cualidad; eso hacía que Cuchita
pudiera encajar en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Aún con su
extraño acento, la Cuchi era “comunicadora” del vecindario, el alma de la fiesta,
la amiga perfecta que ponía la nota de alegría a cualquier situación por más
aparatosa que esta fuera.
Además no estaba nada mal. ¡Esas pestañas rizadas, esos ojos tan
encantadores, ese pico picarón!, ¡esas alas coloridas, esas plumas tan suaves!...
Oh, oh, Tutunki, ¿será que al fin alguien que conocemos, pero cuyo nombre no
queremos decir, tocó su corazón?
̶ ̶ ¡Wank! ¿Pero quién me está cambiando el tema? ¿Es que acaso no se nota
que estoy en un dilema? He sido víctima de una traición, por eso ahora vivo en
la frustración.
Bueno, regresando a los “reales e importantes” problemas de Tutunki, es decir,
que le robaron el show, su fracaso como estrella de televisión y su ego malherido,
todo lo resumía en un personaje concreto: Chorito.
̶ ̶ ¡Wank!, ¡Chorito es muy malo, ojalá lo vea para darle con un palo!... ¡Chorito
es un traidor, ojalá lo vea para pincharlo con un tenedor!...
Tutunki repetía esas frases muchas veces al día. Quería convencerse a sí mismo
de que Chorito era malo y de que se vengaría. Pero, aunque las repitiera un
millón de veces, por supuesto que jamás le daría con un palo ni lo pincharía con
un tenedor. Lo que Tutunki decía era muy diferente de lo que sentía.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Esto que siento es muy extraño, espero que se me quite con un baño!
En un charquito que había por ahí, Tutunki se dio un baño. Mientras chapoteaba,
trataba de poner en claro sus ideas.
Tenía que rehacer sus planes de vida, tenía que tomar otro rumbo, tenía que
ponerse nuevas metas… pero no podía. Estaba demasiado triste para pensar.
Tenía una especie de piedra incrustada en el corazón que no lo dejaba
reanimarse. ¿Qué podría ser? Se acordó de Chorito. Si estuviese ahí presente,
le diría: “Bueno, bueno, bueno. ¡Ánimo, chico!” … pero no estaba…
Pensándolo bien… ¿Por qué se acordaba del mono?, ¿acaso lo extrañaba?,
¿cómo él podía extrañar a ese mono traidor, pueblerino, ladrón y para colmo
vanidoso?
̶ ̶ ¡Wank! Porque si hay algo horrible de verdad, esa es la vanidad.
El ave salió del charquito y se sacudió el agua que había quedado en sus
plumas. Mejor no pensar en el mono. Por ejemplo, sería mejor pensar en el
clima…
̶ ̶ ¡Wank! ¿Cómo se pondrá el cielo por la tarde?, ¿celeste, blanco o naranja que
arde?...
Tutunki mirò al cielo y suspiró. Con esas alas recortadas era como mirar un dulce
y no poder probarlo. Nuevamente se acordó del mono. Chorito había
reemplazado sus alas muchísimas veces; gracias a él, Tutunki pudo llegar hasta
donde se había propuesto; la capital. Luego se acordó de que, cuando cruzó la
pista con los ojos cerrados, Chorito hizo las veces de ojos; cuando se quiso
inscribir en el concurso, Chorito fue su voz. Recordó muchas cosas más: Chorito
no solo hizo las veces de alas, ojos o voz, sino que fue, además, su compañero
de aventuras y supo apoyarlo en los momentos difíciles. Había sido su primer
amigo verdadero.
Tutunki pensó mucho en el mono, era inteligente y talentoso, luego pensó en sì
mismo. Reconoció que había sido envidioso e injusto.
Después de unos minutos de mucho pensar, Tutunki empezó a llamar a la
cotorra desesperadamente.
̶ ̶ ¡Wank! Cuchita, tengo que decirte algo importante y tiene que ser en este
instante.
“¡Korr!, ¿qué podrá ser? ̶ ̶ se preguntaba la Cuchi, de repente me pide la paza”,
pensó amorosamente ilusionada.
̶ ̶ ¡Wank” Necesito encontrar una caja, no importa si es de cartón, de madera o
de paja.
̶ ̶ ¡Korr!, ¿una caja? ̶ ̶ preguntó la Cuchi extrañada, pensando que tal vez Tutunki
se había vuelto más loco que una cabra.
¿Qué querrá hacer Tutunki con una caja?

UNA NUEVA PÈRDIDA


Luego de un día y una noche de largo trayecto, Cuquìn y su madre por fin
llegaron a la capital. Cansados y con bastante hambre se bajaron del bus en el
paradero central. Había mucha, muchísima gente y todos parecían bastante
apurados.
̶ ̶ Cuquìn, agarra bien tus cosas. Tienes que estar muy atento y no perder nada
̶ ̶ decía su madre mientras con una mano lo llevaba rápidamente hacia la
vereda y con la otra paraba un taxi.
Luego de negociar el precio de la carrera, ya en el taxi, se dirigieron a un hostal
que estaba ubicado no muy lejos del Canal 8.
̶ ̶ Necesitamos desayunar, luego tomar un baño y acicalarnos para ir al canal ̶ ̶
explicaba la madre a su hijo.
̶ ̶ Claro, mamá tenemos que estar presentables ̶ ̶ dijo el niño ̶ ̶ . Ahora somos
muy importantes, ¿no?
̶ ̶ Bueno, hijo, tanto así como importantes no creo, pero al menos nos podrán
dar alguna información útil para encontrar a tus mascotas.
̶ ̶ ¡Ojala, mama!
El taxista escuchaba todo y miraba de reojo a sus pasajeros por el espejo
retrovisor. Los taxistas todo lo quieren ver y todo lo quiere saber, son una
especie de termómetro viviente de la sociedad, al menos en aquella capital.
̶ ̶ Disculpe el atrevimiento, señora, ¿ustedes, por casualidad, tienen algo que
ver con las mascotas talentosas?
La señora titubeó no estaba acostumbrada a hablar con extraños.
̶ ̶ ¿Por qué lo pregunta, señor?
̶ ̶ Porque dicen por ahí que las mascotas que ganaron se han perdido y que los
dueños tampoco aparecen, en fin, que se ha formado todo un lío y en el canal
están preocupados. Ya se han presentado bastantes personas alegando ser
los dueños del mono y del pájaro ese, pero no lo demuestran con pruebas.
La señora y Cuquìn se miraron, pero no dijeron nada, aquello que acababan de
oír era como un baldazo de agua fría.
¡Las mascotas se habían vuelto a perder!
UNA CAJA MUY ESPECIAL
Después de mucho buscar y rebuscar por los alrededores, finalmente la Cuchi
y Tutunki encontraron una caja, una caja de cartón algo vieja y no muy grande
que había estado tirada al lado de la puerta de una casa para que la recoja el
camión de la basura.
̶ ̶ ¡Wank! Esa caja será perfecta, está un poco chancada, pero eso no le afecta.
La Cuchi ayudaba a su amigo sin hacer preguntas. Ciertas cosas era mejor no
saber, pensaría la cotorrita, además, estaba disfrutando de toda aquella
misteriosa aventura encajada.
Con mucho esfuerzo lograron llevarse la caja. Luego de que estuvo colocada
en un lugar “estratégico”, según Tutunki, este le pidió a la Cuchita que lo dejara
solo.
La Cuchi se retiró del lugar muy intrigada.
Quiso esconderse detrás de un tronco y espiar lo que iba a hacer Tutunki, pero
este la detectaba muy fácilmente, pues aquella cotorrita tenía un colorido
demasiado llamativo como para pasar desapercibida.
̶ ̶ ¡Wank! ¡Oye, Cuchita chismosa, deja de ser tan curiosa!
̶ ̶ ¿Chismosa yo? ̶ ̶ dijo la Cuchi ̶ ̶ , vaya que no me conoces, yo que soy más
silenciosa que una zumba. ̶ ̶ Y se fue haciéndose la ofendida, sin siquiera
voltear, hasta que se perdió entre los matorrales. Apenas Tutunki se encontró
solo, se metió en la caja. Hizo unos cuantos malabares para cerrarla desde
adentro hasta que finalmente lo consiguió. Nuevamente, aquel gallito de las
rocas se encontraba metido dentro de una caja, pero esta vez por voluntad
propia.
En el Canal 8 la tensión subía, los días habían transcurrido sin tener noticias
importantes del mono bailarín ni del ave cantora. Tanto los organizadores del
concurso como los auspiciadores estaban a la espera de las novedades con
muchísima expectativa.
Tal como había comentado el taxista, los rumores de la pérdida de las mascotas
ganadoras y sus dueños se habían extendido por la ciudad, y varios oportunistas
se habían presentado como los supuestos acongojados dueños para reclamar el
jugoso premio.
̶ ̶ Señor Rosas ̶ ̶ dijo la secretaria ̶ ̶ , aquí hay una señora con un niño que dicen
ser los dueños de las mascotas perdidas. Tienen fotos.
Luego de unos segundos, la secretaria, muy amablemente, les pidió a Cuquìn y
a su madre que, por favor, tomasen asiento, que el señor Rosas estaba muy
interesado en hablar con ellos y que vendrían en unos minutos.
Y así fue que, luego de una breve espera, apareció el tal señor Rosas y los
condujo a una especie de sala de reuniones. Ahí se sentaron a conversar.
La madre y el niño estaban nerviosos. Habían llevado fotos del mono y las
plumitas de Tutunki, además de toda la documentación que acreditaba sus
identidades.
El señor Rosas se mostraba satisfecho, no cabían dudas, había dado con los
verdaderos dueños. Dijo que aquellos animales eran simplemente fantásticos,
sobre todo el mono que era tan chistoso y simpático. Tenían muchísimos planes
para él: viajes, comerciales de televisión, probablemente películas de cine,
sesiones de fotos. Lógicamente, debía pasar muchísimo tiempo en la capital y
tal vez se lo llevarían al extranjero. La madre y el niño escuchaban con atención
y se miraban de reojo. Luego el señor Rosas dijo que no comprendía su extraña
desaparición y que evidentemente el premio no se los podría entregar hasta que
no apareciesen los animales.
Es una verdadera pena que no sepan nada de sus mascotas. Aquí en el canal
habíamos estado guardando la esperanza de que ustedes las tuvieran bajo su
custodia ̶ ̶ concluyó Rosas.
El niño estalló en llanto; su mamá lo abrazó y le acarició la cabeza con mucha
ternura, ella también estaba descorazonada.
̶ ̶ ¿Por qué han sido tan descuidados?
̶ ̶ le preguntó Cuquìn al señor.
Luego, entre sollozos, alcanzó a decirle que él había venido desde su pueblo,
que quedaba muy muy lejos, para encontrar a sus mascotas, que no le
interesaba el premio…
̶ ̶ Dígame, señor, ¿qué voy a hacer sin mi Chorito?
El señor Rosas no supo qué responder, menos cuando escuchó que al niño no
le interesaba el premio. Él solo entendía de fama y fortuna, de sentimientos no
entendía ni un comino.
Luego de aquella inútil reunión, el niño y su madre se retiraron del Canal 8 muy
decepcionados.
EL ENCUENTRO
Chorito había estado días y noches de árbol en árbol, alejado de todos y de todo,
esperando que pase el tiempo, que es el único remedio para las heridas del alma
y del corazón.
“El tiempo hace recapacitar, atenúa las cosas malas y aviva el amor cuando es
verdadero” pensaba el monito y se acordaba de su niñito de los ojos grandes, a
quien cada día extrañaba más. “Pero aún no es momento para volver a casa”,
pensaba. Aún tenía un asunto por resolver. Aquel asunto era Tutunki, que lo
necesitaba.
̶ ̶ Ojalá que ya se le haya pasado el mal humor ̶ ̶ dijo Chorito.
Y emprendió el camino de regreso hacia el árbol de moras de la Cuchi, tal vez
ahí lo encontraría.
Tanto trepar y columpiarse le despertó una gran sed, así que paró en un
charquito para beber agua. Bebió hasta saciarse, luego se refrescó el cuerpo.
Iba a tenderse al sol para secarse cuando vio una caja de cartón. (Sí, era la caja
de cartón en la que Tutunki estaba metido). Como siempre le sucedía con las
cajas, Chorito sintió una fuerte atracción hacia ella, así que de manera
automática se acercó. Casi había tomado la caja con la cola cuando escuchó:
¡Mamá, ahí está Chorito!”.
̶ ̶ ¡Mi Choris querido, el corazón me decía que no estabas muy lejos de aquí!
Chorito se quedó perplejo al oír esa voz, hasta se le erizaron los pelos del cuerpo
de la emoción.
Cuquìn había estado caminando con su madre por el parque, ya de regreso al
hostal. La fortuna quiso reencontrar al mono con su dueño.
̶ ̶ ¿Cómo?, ¿no me reconoces? , ¿ por qué te quedas ahí inmóvil? Choris, soy
Cuquìn, ¿no me vas a saludar?
El corazón de Chorito latió tan fuerte como una locomotora. Saltó a los brazos
de su niñito de los ojos grandes. Ambos se miraron y mimaron. Chorito se
acurrucó en los brazos de su niñito que tiernamente lo mecía como a un bebé.
En aquellos brazos se sintió amado y protegido nuevamente.
̶ ̶ Ahora nos podemos ir, mamá ̶ ̶ dijo Cuquìn a su madre, y se fueron a recoger
su equipaje y luego al paradero rumbo a su pueblito. Se olvidaron para siempre
del premio, de la fama, de la fortuna y de la caja.

NUEVAS NOTICIAS DE TUTUNKI


Pobre Tutunki, estuvo a punto de que Chorito lo encontrase, pero las cosas no
salieron como lo planeó y se quedó metido en la caja.
“¡Wank!”¿Y ahora qué va a pasar? ¿Es que acaso nunca van a regresar?”, se
preguntó el gallito.
Después de mucho esperar, lloró en silencio por la amistad perdida.
Seguramente, perdida para siempre.
Para colmo de males, Tutunki no podía salir de la caja sin que alguien lo ayudase,
pero ¿quién lo haría? El monito ya se había ido al pueblo y la Cuchi estaba
demasiado ofendida como para regresar.
Así fue como Tutunki tuvo que pasar una encajonada noche sin poder ver la luz
de la luna, y nuevamente, en la oscuridad total, se quedó dormido.
En la madrugada del día siguiente, un barrendero municipal vio la caja y la abrió.
“¡El pájaro del concurso!”, pensó y lo llevó al Canal 8 dispuesto a pedir alguna
recompensa. Hubo fiesta en el Canal 8 al tener noticias de Tutunki. Ya que no
encontraron al mono, al menos encontraron al pájaro cantor. Al barrendero
municipal vio la caja y la abrió. “¡El pájaro del concurso!”, pensó y lo llevó al Canal
8 dispuesto a pedir alguna recompensa.
Hubo fiesta en el Canal 8 al tener noticias de Tutunki. Ya que no encontraron al
mono, al menos encontraron al pájaro cantor. Al barrendero le dieron una jugosa
propina, que luego usó para comprar un pavo, un panetòn, una lata de duraznos
al jugo y una botella de pisco peruano.
Muy pronto, Tutunki, el gallito de las rocas, alcanzó la fama que tanto había
deseado, y su fotografía, en primer plano, estuvo por todas partes: en anuncios
de gaseosas, en las portadas de las revistas, en los avisos de la compañía de
teléfonos, en las propagandas turísticas, etcétera, etcétera, etcétera. Grabó unos
cuantos discos de oro y actuó para la televisión muchísimas veces. Cantó en
escenarios repletos de gente que coreaba los “wanks” junto con él.
Como “Mascota Talentosa”, Tutunki vivió como una celebridad. Era su fantasía
hecha realidad, moviéndose entre bambalinas y codeándose con la farándula.
¿Qué cómo trataban?
Lo trataban demasiado bien. Le cepillaban las plumas, lo llevaban a las mejores
veterinarias para hacerle la manicura o, mejor dicho, la “patacura” y la “picocura”.
Tenía una agenda repleta de actividades importantes como eventos,
inauguraciones y celebraciones. Sus admiradoras se multiplicaban por donde
iba. ¡Qué no le regalaban! Peluches, bombones, cartas de amor, flores,
perfumes, entre muchas cosas más. Se alimentaba de deliciosos manjares
preparados por un chef especializado en comida para gallitos de las rocas. En
fin, en pocas palabras, lo pasaba fenomenal. Tal como él lo había pronosticado,
su fama creció como la espuma.
Y el tiempo pasó volando a toda velocidad, demasiado rápido… tan rápido que
llegó el siguiente año, con un nuevo concurso y con una nueva estrella, ni más
ni menos que “Cuchiza”, la Cozorriza”.
Al igual que la espuma, la fama de Tutunki se desvaneció con el pasar de los
días.
En lo que cantaba un gallo, ya estaban despegándose los carteles de Tutunki
para pegar los de la nueva “Mascota Talentosa”. No es que Tutunki fuera cosa
vieja. No, viejo no. Simplemente, estaba pasado de moda.
Rápidamente, el camerino de Tutunki se convirtió en el de la cotorra, y lo pintaron
de rosa y magenta brillante. Tutunki intento verla, hablarle, saludarla, hacia un
año que no sabía nada de ella, pero fue imposible. La Cuchi pasaba rapidito
cotorreando con su teléfono móvil, sin tiempo de mirar a nadie, siempre ocupada,
siempre rodeada de fotógrafos y asistentes pendientes de sus necesidades y
antojos.
“…Necesizo un buen baño de burbujas para relajarme. Zodo el día de shopping
me ha dejado muerza de cansancio…”, pudo oír a lo lejos Tutunki. Y sintió cierta
nostalgia por aquellos tiempos lejanos y sencillos que vivió junto a su amiga entre
ramas y moras.

LO QUE ERA SENTIRSE VERDADERAMENTE FELIZ


Pocos días después, los encargados del canal le dijeron a Tutunki: “Gracias por
todo”, y lo pusieron, literalmente, de patitas en la mismísima calle en la que una
vez hizo cola para inscribirse en el famoso concurso por el que pasó con tanta
ilusión.
Ahí parado, Tutunki sintió un doloroso y enorme vacío en el estómago. No sabía
si era hambre, temor o angustia de no saber qué hacer ni adónde ir. Tal vez era
una mezcla de todo. En realidad, ya no tenía un sueño al cual seguir. Había
perdido lo peor que se puede perder: la motivación.
El deseo de toda su vida ya se había cumplido, había tocado la fama y la fortuna.
Pero ahora que no era ni rico ni famoso se encontraba, también, más solo que
nunca.
Solo, cansado y sin ilusiones, ahora le tocaba sobrevivir en la selva de cemento,
donde las montañas son edificios y donde muchas fieras se disfrazan de seres
humanos.
Por un tiempo, Tutunki se dedicó a cantar en las calles, esperando la caridad de
los buenos que se animaran a alimentarlo. Un día, le tocaba un trozo de pan
duro; otro día, le tocaba lo que le tocaba. Huía de los que querían atraparlo y de
algunos animales que se burlaban de su fama perdida. “¡Bueno para nada!”,
“¡perdedor!”, le gritaban algunos pajarracos que vivían por ahí envidiando la
buena fortuna de los demás y esperando la desgracia ajena, como buitres.
̶ ̶ ¡Wank! Este lugar no es para mí, tengo que salir de aquí ̶ ̶ ̶ decía Tutunki de
cuando en cuando, aunque cada vez con menos frecuencia.
Tutunki, poco a poco, fue perdiendo la alegría hasta volverse silencioso y
taciturno. Un día dejó de hablar. Aquel rojo brillante de sus plumas se volvió
negruzco por el esmog de los autos, casi no llovía en la capital y Tutunki ya no
parecía Tutunki. Pero era mejor así. Era mejor pasar desapercibido que ser
odiado o caer presa de algún gato o humano.
Muy diferente al panorama de Tutunki era el que veía Cuchita, la cotorrita. Ahora
su vida era la de una superestrella. Pero por más baños de espuma que se dio,
por más farándula que conoció y vestidos que compró, Cuchita no logró olvidar
a Tutunki, lo tenía tatuado con tinta indeleble en el corazón.
La Cuchi siempre pensó que si llegaba a ser rica y famosa, tal vez Tutunki la
miraría con otros ojos y se enamoraría de ella. Por eso, luego de aquel último
día en el que lo vio con el asunto de la caja, se dedicó a recitar poemas. Día y
noche recitó, practicando posturas, entonaciones y pronunciaciones. Claro que
nunca dejó de hablar de esa manera tan extraña, pero esa fue justamente la
gracia. La Cuchi podía recitar en lenguaje humano. El día del concurso su
actuación fue jocosa, aunque ella no lo pretendió así. Esos versos, con palabras
tan serias, tomaban otro sentido al ser pronunciadas de manera tan chistosa por
la cotorra. Y así fue como llegó a ganar el premio del concurso.
Ahora que era famosa, le llovían los galanes, pero… ¿dónde se encontraría su
amado?
Tutunki había desaparecido por completo, le había perdido el rastro.
Una mañana primaveral, en la que la cotorrita paseaba en el auto del canal por
la ciudad comiendo maíz, pudo ver a un ave que no volaba, una pobre ave
mendiga, tal vez enferma, negruzca y triste parada entre la pista y la vereda de
una transitada avenida. La cotorrita sintió mucha lastima, hizo detener el auto y
la llamo para compartir su comida con ella. El ave se acercó. La Cuchi dio un
grito desafinado. “¡Es Tutunki!”
Ya lo decía su abuela: el corazón reconoce al amado aunque vaya disfrazado.
Tutunki vio a la Cuchi y quiso escapar corriendo para evitar aquel bochornoso
momento:
̶ ̶ ¡Wank! ¡Qué vergüenza voy a pasar, con lo feo y apestoso que debo estar!
Pero ella lo jaló e inmediatamente lo metió al auto. Le dio mucho maíz. Lo llevó
al canal e hizo que le dieran un baño. Con agua, jabón y un cepillo de dientes
lavaron a Tutunki hasta que al fin recuperó su hermoso color rojo brillante.
En la noche, la cotorra lo invito a cenar en la azotea del canal. Tutunki y Cuchita
hablaron por horas y se contaron todo lo vivido durante todo el tiempo en el que
se dejaron de ver. Ella era la misma cotorra encantadora de siempre. Pero él
había cambiado.
̶ ̶ ̶ ¡Wank! Cuchita, no sabes todo lo que he vivido… he tenido lujos, pero luego
he sufrido. ¡Viaje en limosinas, estuve en casas con piscinas, tuve mucho
movimiento y mi cresta voló al viento! Pero nada de eso tiene importancia cuando
uno lo ve a la distancia. Si uno no comparte la felicidad, luego viene la soledad.
No sé qué hacer con mi vida, tengo la ilusión perdida. Si no hubiera sido por ti,
no sé qué hubiera sido de mí…
La cotorrita lo escuchó durante largo rato. Era obvio que su amigo necesitaba
hablar y desahogarse. Pero, a pesar de que él había pasado por muchas penas,
le había venido bien el sufrimiento.
̶ ̶ A veces lo malo parece muy malo, pero luego resulza que lo malo es para bien
̶ ̶ dijo la Cuchi.
̶ ̶ A ¡Wank! ¿Què ha dicho, doña Cuchita? Será mejor que lo repita ̶ ̶ dijo Tutunki
con una sonrisa.
Y ella, en vez de aclarar el asunto, empezó a reírse mientras Tutunki la
observaba.
Esa noche, ella tenía un brillo especial. Luego se quedaron en silencio, mirando
el cielo negro salpicadísimo de estrellas y escuchando los sonidos de la ciudad.
Tutunki descubrió lo que era sentirse verdaderamente feliz.

EL RETORNO A LA MONTAÑA
Pasado un rato, Tutunki le dijo a la Cuchi que debía regresar a su montaña, que
ya no tenía nada que hacer en la ciudad. Para la Cuchi, esto fue como recibir
una daga en el corazón, sintió decepción y a la vez rabia. Era obvio que Tutunki
jamás la querría. “Que zonza he sido ̶ ̶ pensó ̶ ̶ ¿Quién me manda a hacerme
ilusiones?, Zuzunki jamás me hará caso”.
Sin pensarlo dos veces, la Cuchi tomó a Tutunki con fuerza y lo empujó desde la
azotea.
̶ ̶ ¡Zuzunki, vuela! _le gritó.
̶ ̶ ¡Wank! ¿Pero qué quiere hacer esta cotorra? … ¿Me quiere dejar como
mazamorra? _exclamó Tutunki mientras veía la película de su vida en cámara
rápida al mismo tiempo que caía. Tutunki comenzó a aletear desesperadamente
para salvar su vida, ¡plàcata!, ¡plàcata!, hasta que por fin agarró vuelo y planeó
libre por la ciudad, sintiendo el frìo de la brisa capitalina. Las plumas ya le habían
crecido.
Regresó eufórico a la azotea. ¡Podía volar!, y le dio un beso en el pico a Cuchita.
Esta vez, a ella le dio el patatùs.
Tiempo después, tras muchos días de esforzado vuelo, Tutunki consiguió
regresar a su tierra bendita, colmada de bosques densos y húmedos, donde
podía escuchar el sonido de los arroyos y el soplido del viento entre los
acantilados. Un lugar lleno de amigos y parientes que lo recibieron con los brazos
abiertos.
¡Cuánta paz respiró en el aire! ¡Qué hermosa era su tierra!
Hasta ahora, Tutunki no ha dejado de cantar. Tiene mucho que decir a través de
sus canciones. Y muchísimos animales siguen llegando desde muy lejos para
disfrutar de su canto y encanto en los recitales que da.
Hay quienes comentan que algunas veces invita a subir al escenario a un mono
choro que baila. Ese monito debe ser ladrón, porque dicen que se roba el show.
Ah, y Tutunki ya no se queja de los regalos de su club de admiradoras por la
sencilla razón que los decomisa una novia algo celosa que “reciza” poemas y
versos en lenguaje humano.

Você também pode gostar