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Con el correr del tiempo, y considerando que los últimos estudios señalan la diminución de
la cantidad de fieles que profesan una religión de manera permanente, nuestro currículo
escolar posee dos horas a la semana de clases de religión para los estudiantes chilenos que
en muchos casos no suelen ser bien administradas.
Hoy, aquellos colegios que reciben financiamiento del estado y por normativa ministerial,
al iniciar el año escolar, deben hacer la consulta a los apoderados si están o no de acuerdo
en que su hijo/a asista a clases de religión. Si la decisión es negativa, pasa porque saben que
la clase de religión que desarrolla el colegio, puede estar inclinada a aquella que justamente
ellos no profesan, y por ende, no querrán someter a sus hijos a un tipo de creencia que para
ellos no los representa.
Ahora bien, ¿qué sucede con los estudiantes sin asistir a esta clase? En algunos casos las
suelen dedicar a una suerte de ‘reforzamiento’ y/o ‘nivelación’ respecto de otras
asignaturas, sin embargo, ¿son conscientes y planificadas dichas acciones?, o simplemente
se hace uso de dos horas para un mero ‘relleno’ por personas que quizás no cuentan con las
competencias para apoyar a los estudiantes en alguna actividad académica. Por otro lado,
están aquellos colegios que declaran desde un inicio, a través de su Proyecto Educativo
Institucional (PEI) la realización de una determinada clase de religión y los apoderados son
conscientes de ello, aceptando que sus hijos ingresen a esa institución ya que responde con
las expectativas ideológicas de la familia.