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WACQUANT – UNA PEDAGOGÍA IMPLÍCITA Y COLECTIVA

El pugilismo porta la contradicción de ser ultraindividual, mientras que su aprendizaje es


fundamentalmente colectivo.

Se comprende fácilmente, por todos los motivos antes expuestos, que no es posible aprender
a boxear «sobre el papel» el entrenador denuncia es el efecto totalizador y destemporalizador
del material escrito. La virulencia de su reacción demuestra prácticamente la antinomia que
existe entre el tiempo abstracto de la teoría (es decir, de la contemplación) y el tiempo de la
acción (que la constituye). Considerar el boxeo desde el punto de vista soberano de un
observador fuera de juego, extirparlo de su propio tiempo, es someterlo a un cambio que lo
destruye como tal. Porque, a semejanza de la música, el boxeo es una práctica completamente
inmanente a la duración.

la iniciación al boxeo es una iniciación sin normas explícitas, sin etapas claramente definidas,
que se efectúa colectivamente, por imitación, emulación y estímulo difusos y recíprocos y en la
que la función del entrenador consiste en coordinar y estimular una actividad rutinaria.

Mecanismo de corrección colectiva permanente por parte del coach. Pero la pedagogía
pugilística no intenta sólo transmitir una técnica; su función es además establecer de forma
práctica las esperanzas objetivas que facilitarán el ascenso del aprendiz de boxeador en la
jerarquía del gym. Para encontrar y conservar su sitio en el universo pugilístico hay que
conocer y tener en cuenta en todo momento las limitaciones físicas y morales de cada uno.

La pedagogía pugilística es inseparable de una pedagogía de la humildad y del honor que tiene
por objeto inculcar en cada uno el sentido del límite (que es asimismo un sentido del grupo y
de su lugar en él).

La enseñanza del boxeo en el club Woodlawn Boys es una enseñanza colectiva bajo tres
aspectos: se efectúa de manera coordinada, en el seno del grupo que crea la sincronización de
los ejercicios; hace de cada participante un modelo visual potencial, positivo o negativo, de los
demás; por último, los púgiles más aguerridos son también segundos que relevan, refuerzan e
incluso sustituyen la aparente (in)actividad del entrenador, de forma que cada boxeador
colabora, aunque no lo sepa, en la formación de los demás.

La coordinación temporal de los ejercicios hace que todo boxeador tenga permanentemente
ante sus ojos un abanico completo de modelos en los que inspirarse. El saber pugilístico se
transmite pues por mimetismo o contramimetismo, mirando lo que hacen los otros,
observando sus gestos, espiando su respuesta a las instrucciones

El entrenamiento enseña los movimientos —eso es evidente—, pero además inculca de forma
práctica los esquemas que permiten diferenciarlos, evaluarlos y, en última instancia,
reproducirlos. Pone en marcha una dialéctica del control corporal y visual: para comprender lo
que hay que hacer se mira cómo boxean los demás, pero sólo vemos verdaderamente lo que
hacen si ya se comprende con los ojos, es decir, con el cuerpo. Cada nuevo gesto asimilado se
convierte a su vez en soporte, material y herramienta que hace posible el descubrimiento y la
asimilación de otro.

Finalmente, la enseñanza del boxeo es una empresa colectiva en el sentido de que el


entrenador en sus funciones recibe la ayuda de todos los miembros del club.
Cada miembro del club transmite a los que están por debajo de él en la jerarquía objetiva y
subjetiva del gym el saber que ha recibido de los que están por encima.

El rechazo de la racionalización del entrenamiento y de la explicación del aprendizaje se


fundamenta en disposiciones éticas cuya interiorización es la cara oculta del aprendizaje de la
técnica gestual: una moral del trabajo individual, del respeto mutuo, de valor físico y de la
humildad alimentada por la «creencia en el carácter sagrado de las reglas que existen desde
siempre.

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