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El asesinato de Delgado Chalbaud

Domingo 12 de noviembre de 1950 – Una


noche de copas
El negro Carlos Mijares chofer de
plaza de mirada apacible, hundió sus
33 años en la cama que le asignaron en
la quinta Luzant. Las copas de brandy
que había ingerido y las palabras
dichas por su jefe no lo dejaban
conciliar el sueño.
– Si todo sale bien mañana – señaló
Rafael Simón Urbina – tendrán una
gruesa remuneración pues todo lo que
vamos a hacer está acordado con el
comandante Pérez Jiménez.
Veinte años después y faltándole pocos
días para abandonar la cárcel, Mijares
seguía negando tercamente que supiera
con exactitud el trabajo que iban a
hacer.
– De haber sabido que íbamos a
secuestrar al presidente Delgado
Chalbaud me hubiera negado –
aseguró Mijares al periodista José
Suárez en 1970- Yo era un chofer de
plaza y en esa época le trabajaba
al general Urbina quien me contrató
para sacar a pasear a unos paisanos
suyos de Coro. Caí inocente y vine a
saber de qué se trataba aquello en la
víspera, cuando ya no podía salir de la
quinta.
Sea como sea Carlos Mijares siguió en
el barco aquella noche de noviembre
de 1950. Tal vez rezó para que todo
saliera bien, después de todo si era
verdad lo dicho por su jefe,
seguramente sus condiciones de vida
mejorarían mucho. Nuevamente trató
de dormir; dentro de pocas horas
debían salir a hacer el trabajo y él era
el chofer principal en la acción, debía
estar listo y despabilado.
Lunes 13 de noviembre de 1950 – Entre la
oración y la conspiración
A las cinco de la mañana la primera
dama del país, Sra. Lucía de Delgado
Chalbaud entró a misa en la iglesia de
San Francisco acompañada por las
Hermanitas de los Pobres y la
Asociación de Damas Bolivarianas. No
sabía que mientras rezaba píamente,
los hombres que ese día iban a matar a
su esposo se levantaban penosamente
de la juerga de brandy de la noche
anterior.
Todos los que estaban allí además de
Mijares, habían sido atraídos por la
admiración sentida hacia su paisano
Rafael Simón Urbina, a quien
apodaban el General. También los
movía el afán de aventura y por
supuesto la jugosa paga prometida.
Entre los complotados que durmieron
esa noche en la Luzant, estaban el
propio Rafael Simón Urbina, viejo
guerrero anticomunista, su primo
Domingo Urbina, encargado de
reclutar a la gente para ese trabajo,
Pedro Antonio Díaz, campesino
falconiano y el ya mencionado Carlos
Mijares.
El grupo se había estado moviendo
desde el jueves 9 de noviembre por
varias zonas de la ciudad ultimando los
detalles del plan que debían ejecutar el
día 13. El domingo en la noche antes
de regresar a la Luzant se acercaron
hasta la quinta Maritza ubicada en Las
Mercedes y de allí fueron más al este
hasta la segunda avenida de Santa
Eduvigis en Los Dos Caminos.
El Millonario
Tanto la quinta Luzant que servía de
pernocta a los conjurados como la
Maritza que estaba destinada a recibir
a Delgado Chalbaud una vez que
estuviese secuestrado, pertenecían al
empresario Antonio Aranguren quien
había amasado una ingente fortuna con
el negocio del asfalto. Antes de aquella
acción, Aranguren financió a varias de
las expediciones subversivas llegadas a
las costas venezolanas a comienzos del
siglo XX. Antonio Aranguren era
además compadre de Rafael Simón
Urbina.
La participación del millonario
Aranguren en el plan de secuestro de
Delgado Chalbaud nunca quedó muy
clara, aunque muchos presumían que
formaba parte de la misma como
financista, se decía además que el
cerebro gris de la operación era su
amigo, el abogado y “experto”
electoral colombiano Franco Quijano.
El objetivo de este plan sería sacar del
poder a los integrantes de la junta
militar de gobierno y elevar a la
presidencia de la República al propio
Antonio Aranguren.
Otra versión que se manejó fue la de la
venganza de Aranguren contra
Delgado Chalbaud, debido a que éste
no había querido apoyarlo en la
concreción de algunos negocios,
calificados por el presidente de la junta
como turbios. Sin embargo, en el
expediente levantado días después a
los conjurados los abogados del
millonario aseguraron que su cliente
no estaba en conocimiento del plan de
secuestro; que había cedido la quinta
Luzant a su compadre Simón Urbina
para que viviera en ella y que le había
encargado además que gestionara la
venta de la quinta Maritza a la
embajada de Nicaragua, con la que el
guerrillero tenía excelentes relaciones,
entre otras cosas porque su esposa era
nicaragüense.
Lunes 13 de noviembre de 1950 – La hora
fatídica
Hasta 1965 cuando se erigió la
mansión presidencial La Casona, los
presidentes de Venezuela despachaban
en el palacio de Miraflores y dormían
en sus propias casas, la del
comandante Carlos Delgado Chalbaud,
la quinta Lois, estaba ubicada entre
Puente Chapellín y Country Club. En
la mañana del lunes 13 de noviembre,
un poco después de las 8, Delgado
Chalbaud se disponía salir hacia
Miraflores junto a su edecán, el
teniente de navío Bacalao Lara. Se
despidió de su esposa que ya había
regresado de misa y fue hasta donde
estaba el lujoso Cadillac presidencial;
el presidente pidió a su chofer un
cigarrillo y la prensa del día antes de
abordar el vehículo. Unos minutos
antes de la partida, un funcionario de
apellido Aponte, quien escoltaba con
su moto al Cadillac había llegado a la
residencia sin lograr ver por los
alrededores nada que pudiera parecer
sospechoso. Sin embargo, los
conjurados que alcanzaban dos
decenas, esperaban agazapados en las
proximidades, distribuidos en 5
vehículos.
Felipe Figueroa, el chofer del
presidente tomó la ruta que bajaba del
Country Club hacia el barrio de
Chapellín, Delgado Chalbaud iba
enfrascado en la lectura de la prensa y
Bacalao Lara revisaba unos
documentos. Al superar una curva se
oyeron tres cornetazos; esta era la
señal que esperaban los conspiradores
para actuar, la encargada de tocar la
bocina era la propia esposa de Simón
Urbina quien tripulaba
un Packard negro.
A la orden de Simón Urbina, Carlos
Mijares atravesó el Ford en la vía por
donde debía pasar el Cadillac
presidencial, al mismo tiempo, el
Packard, un Hudson, un Plymouth y un
Chevrolet cortaban los flancos. En un
rápido movimiento los hombres del
presidente fueron reducidos por los
agavillados. Al teniente Bacalao lo
desarmaron 8 hombres, mientras otro
grupo liderado por Urbina se
encargaba del motorizado Aponte y de
Chalbaud.
El presidente de la junta de gobierno
fue sacado con violencia del Cadillac y
llevado junto a su edecán y su escolta
al carro que conducía Mijares. A
Bacalao lo pusieron en el asiento
delantero y a Delgado Chalbaud lo
sentaron en la parte posterior
flanqueado por Simón Urbina y
Aponte. El grupo se devolvió por la vía
del Country para bajar hasta la
carretera del este (hoy día avenida
Francisco de Miranda) entroncar a El
Rosal y de allí coger hasta la quinta
Maritza.
En el trayecto, Rafael Simón Urbina y
su primo Domingo se dedicaron a
insultar y vejar a Delgado Chalbaud.
Le quitaron las charreteras mientras de
los labios del montonero las palabras
iban saliendo lentas e implacables.
– Considérese muerto Delgado, tengo
tres meses cazándolo. Ya usted no será
más presidente ni comandante. Lo
hemos agarrado, Pérez Jiménez está en
cuenta de todo esto – Luego agregó
con rencor – Yo le ofrecí mi amistad
cuatro veces y usted no la quiso.
Delgado Chalbaud le respondió –
Usted se la da de valiente Urbina,
entendámonos como hombres, no sea
cobarde.
Urbina le dedicó una mirada de
muerte.
A las 9:20 de la mañana llegaron a la
quinta Maritza. Justo cuando Mijares
estacionaba el auto sonó un disparo, a
Pedro Antonio Díaz se le había
escapado un tiro con el que hirió a
Rafael Simón Urbina en la pierna
derecha, en medio de la confusión
Chalbaud intentó auxiliar a su captor
colocando un pañuelo para detener la
hemorragia. La situación ya se había
desbordado, los encolerizados hombres
de Urbina comenzaron a increpar a
Delgado Chalbaud. Cuando llegaron al
arco que daba acceso al patio
Domingo, Mijares y Díaz apuntaron al
presidente, quien les gritó:
– ¡No sean cobardes, así no se mata a
un hombre!
Domingo y Mijares accionaron sus
armas; al sentir los impactos el
presidente se dobló hacia delante y
cuando se desplomaba, Pedro Antonio
Díaz le asestó otro disparo. Los demás
asesinos dispararon contra el edecán
Bacalao Lara y cuando uno de los
sicarios quiso asesinar al chofer y al
motorizado, Urbina lo impidió,
ordenándole que los dejaran
amarrados. Luego de que el grupo
abandonara la quinta Maritza, Bacalao
malherido como estaba logró
arrastrarse hasta una residencia vecina
y pidió a los alarmados habitantes que
dieran aviso a Miraflores de lo que
había pasado.
Palacio de Miraflores, cinco minutos antes
A palacio ya habían llegado rumores
sobre una situación confusa que se
había presentado en los alrededores de
la residencia presidencial, así que el
teniente Ramírez tomó el teléfono y
pidió comunicación con la señora
Lucía de Delgado, le preguntó que si
era verdad que cerca de la quinta
habían matado a un policía. La esposa
del presidente que hasta el momento
no había sido informada de nada, bajó
nerviosa hasta el puesto de guardia
para inquirir que sucedía. La respuesta
que le dieron la aterrorizó.
– Los hombres de Urbina secuestraron
al presidente.
La primera dama salió a las casas
vecinas en solicitud de ayuda, la
señora Margot Boulton se ofreció a
llevarla a palacio, cuando las dos
mujeres llegaron a Miraflores, le
informaron que a su esposo lo habían
matado en Las Mercedes. Compungida
fue llevada hasta la quinta Maritza
donde al entrar se topó con el tercer
miembro de la junta de gobierno y
ministro de relaciones exteriores, Luis
Felipe Llovera Páez. Éste al verla le
dijo: “Carlos esta al final de la rampa,
llévenlo al hospital militar, allá están
avisados”
No fue sino hasta las once cuando
llegaron al hospital militar, el
presidente seguía con vida pese a tener
4 impactos de bala, la primera dama
estaba esperanzada pero dos horas más
tarde, el doctor Paredes, jefe del
equipo que atendía a su esposo salió
para comunicarle que no había nada
que hacer.
Carta desde la embajada
Apenas se recibió la llamada de auxilio
de Bacalao Lara, se inició la
persecución; patrullas, tanques de
guerra y camiones cargados de tropas
salieron a las calles. Un grupo se fue
hasta la quinta Maritza para establecer
la ruta de huída de los asaltantes y la
Seguridad Nacional activó su red de
informantes.
Diez minutos después de la tragedia, el
millonario Antonio Aranguren llegó
cerca de la quinta Maritza, miró gente
agolpada en la entrada y le preguntó a
un policía que había sucedido. El
policía que no sabía que hablaba con el
dueño de la residencia, le dijo que no
podía pasar pues había un militar
muerto. Aranguren, aterrado decidió
llegarse hasta la casa de Franco
Quijano para ver si sabía algo. Franco
Quijano le informó que unos minutos
antes le habían llevado a Rafael Simón
Urbina, con una herida en la pierna y
que luego Urbina decidió irse a la
embajada de Nicaragua para solicitar
asilo diplomático.
Efectivamente y siguiendo los pasos
del plan, la esposa del jefe conspirador,
María Isabel de Urbina entró en la sede
diplomática nica a las 9:20 de la
mañana, al ver al embajador exclamó –
¡Se esta peleando en Caracas! Llevaba
consigo a sus hijos. Unos minutos
después entraron Carlos Mijares, Pedro
Díaz y Domingo Urbina cargando a
Rafael Simón quien reclamaba
ásperamente a Díaz el haberlo herido.
Lo calificó de cobarde y traidor y
luego se sumió en una intensa
depresión. En un momento llevó el
arma a su cabeza con la intención de
suicidarse pero su hija lo impidió. El
resto de sus hombres abandonó la
embajada para tomar distintos rumbos.
Más tarde, Simón Urbina le dictó a su
esposa una carta que debía ser enviada
al comandante Pérez Jiménez, en ella
le decía entre otras cosas, lo siguiente:
“Desde que llegué al país deseé que
usted fuera el presidente, el
comandante Delgado Chalbaud está
gravemente herido, yo estoy en las
mismas condiciones en la embajada de
Nicaragua, donde le pido protección”.
En 1983, el depuesto dictador Marcos
Pérez Jiménez, quien fuera señalado
por Rafael Simón Urbina como el
mentor de la operación de secuestro de
Delgado Chalbaud alegó lo siguiente
con relación a aquella carta: “Sí me
mandó esa carta. Era el mensaje del
vagabundo. Decía: yo pretendo
ponerlo a usted de Presidente. Le dije:
bueno, ¿Y quién lo autoriza a usted
para que me ponga en la Presidencia
de la República? ¿Acaso yo soy un
muñeco? Entonces ordené: que figure
esa carta en el expediente. Yo mismo
mandé a poner el papel en el
expediente. Lo que quería Rafael
Simón Urbina era hacerme pasar por
menguado mental y entonces decir: a
éste lo manejo yo. Con decirle que lo
voy a poner en la Presidencia entonces
me va a patrocinar. Nada de eso.
¿Quién era Rafael Simón Urbina para
decirme que me quería poner de
Presidente? ¿Quién lo facultaba a él?
No lo facultaba ni el voto popular, ni
su capacidad, ni nada. Era el bárbaro
en función”.
Con relación al destino final del viejo
montonero, Pérez Jiménez agregó:
“Rafael Simón Urbina era agresivo,
violento y tenía que terminar como
vivió. Si vivió matando gente a
mansalva no se puede pedir que
muriera en la cama con los santos
óleos […] Nosotros le mandamos a
decir al embajador de Nicaragua: si no
lo entrega, nos metemos a la embajada
y sacamos a Urbina. Y teníamos
buenas relaciones con el gobierno de
Managua; pero le advertimos: ahí
puede haber tiros porque si ese señor
hace resistencia, tendremos que usar la
fuerza”.
Muere Rafael Simón Urbina
En horas de la tarde del 13 de
noviembre, el mayor Carlos Morales,
jefe de la policía de Caracas y el
prefecto Hernán Gabaldón se
apersonaron en la embajada para exigir
la entrega de Simón Urbina, ofrecieron
respetar su vida y brindarle la atención
médica necesaria. Luego de varias
horas el embajador accede; pero
Urbina se niega a salir, Morales y
Gabaldón instan al diplomático a que
lo obligue a entregarse y éste ahora les
dice que debe consultar con su
gobierno. Finalmente Urbina es
entregado, los funcionarios no lo
trasladan a una clínica sino que lo
llevan a una celda en la cárcel del
Cerro del Obispo. Urbina permaneció
allí entre las 8 y 11 de la noche, hora
en que se presentó una comisión de la
Seguridad Nacional para trasladarlo a
la Cárcel Modelo; pero lo que suponía
que sería un simple traslado se
complica y Rafael Simón Urbina es
ultimado a balazos.
Como en todo el caso, este episodio
generó un cúmulo de hipótesis; la
versión oficial rezaba que Urbina trató
de fugarse durante el traslado y los
agentes tuvieron que matarlo. En la
calle se tejieron muchas conjeturas, se
decía por ejemplo que ese supuesto
intento de fuga era un invento pues no
era posible que un hombre con una
herida en la pierna y con tanta pérdida
de sangre pudiera intentarla. Las
miradas apuntaban al entonces
comandante Marcos Pérez Jiménez
quien integraba la Junta Militar de
Gobierno, junto a Felipe Llovera Páez
y el malogrado Carlos Delgado
Chalbaud.
Sobre éste punto Pérez Jiménez reveló
que la muerte de Urbina sí había sido
intencional, pero él no participó en la
decisión de liquidarlo: “La cuestión es
que a Urbina se le liquidó. Yo no se si
por orden del Alto Mando Militar.
Urbina era un tipo muy violento y
agresivo”.

Persecución captura y juicio de los


magnicidas
En los días siguientes se erigió un
tribunal para procesar a todos los que
aparecían implicados en el magnicidio.
La prensa desplegó avisos en portadas
con grandes fotografías de Pedro Díaz,
Domingo Urbina y Carlos Mijares. Por
éste último se llegó a ofrecer una
recompensa de 5 mil bolívares.
Los hombres de Urbina fueron
cayendo poco a poco, Carlos Mijares,
Pedro Antonio Díaz y Domingo
Urbina son llevados a purgar condena
en la cárcel Modelo de Caracas,
Domingo Urbina se fuga de la misma
durante el gobierno de Betancourt y se
incorpora a las guerrillas de Douglas
Bravo, allí permanece por 4 años.
Lleva luego una vida errante hasta que
en 1985 es asesinado en un oscuro
episodio de venganza. Pedro Díaz
llegó a tener 7 mujeres con las que
procreó nueve hijos en los 20 años que
estuvo preso. Se desempeño como jefe
de mantenimiento y en los días finales
de su estadía ganaba 350 bolívares al
mes, salió en libertad el 18 de
diciembre de 1970 con la idea de
solicitar un crédito para trabajar un
terreno que tenía en Falcón.
Carlos Mijares, se defendió vendiendo
café y comida; para él los primeros
días de cárcel fueron los más difíciles.
Recordaba las torturas a las que fue
sometido.
La mañana del 2 de diciembre de 1970,
día que salió de prisión, Mijares sintió
desplomarse. Era como si el frío hierro
de 20 años de celdas le atenazara los
huesos. Con lágrimas en los ojos miró
la ciudad, ya no era la misma que vio
por última vez en 1950. Mientras
caminaba recordó la noche que pasó en
la quinta Luzant la víspera del
magnicidio, los condicionales saltaban
en su mente: Si me hubiera negado…
Si no me hubiese quedado esa noche;
pero los condicionales son un sin
sentido ante los hechos y el hecho era
que había pasado 20 años encerrado.
Ahora solo le quedaba ir a ver a su
anciana madre, quien aún a sus 77 años
lo esperaba en casa.

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