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La gravedad de un agujero negro, o «curvatura del espacio-tiempo», provoca una

singularidad envuelta por una superficie cerrada, llamada horizonte de sucesos. Esto es
previsto por las ecuaciones del campo de Einstein. El horizonte de sucesos separa la región
del agujero negro del resto del universo, y a partir de él ninguna partícula puede salir,
incluyendo los fotones. Dicha curvatura es estudiada por la relatividad general, la que
predijo la existencia de los agujeros negros y fue su primer indicio. En la década de 1970,
Stephen Hawking, Ellis y Penrose demostraron varios teoremas importantes sobre la
ocurrencia y geometría de los agujeros negros.3 Previamente, en 1963, Roy Kerr había
demostrado que en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones todos los agujeros negros
debían tener una geometría cuasiesférica determinada por tres parámetros: su masa M, su
carga eléctrica total e y su momento angular L.

Se conjetura que en el centro de la mayoría de las galaxias, entre ellas la Vía Láctea, hay
agujeros negros supermasivos.4

El 11 de febrero de 2016, las colaboraciones LIGO, Interferómetro Virgo y GEO600


anunciaron la primera detección de ondas gravitacionales, producidas por la fusión de dos
agujeros negros a unos 410 millones de pársecs, megapársecs o Mpc, es decir, a unos 1337
millones de años luz, mega-años luz o Mal de la Tierra.5 Las observaciones demostraron la
existencia de un sistema binario de agujeros negros de masa estelar y la primera
observación de una fusión de dos agujeros negros de un sistema binario. Anteriormente, la
existencia de agujeros negros estaba apoyada en observaciones astronómicas de forma
indirecta, a través de la emisión de rayos X por estrellas binarias y galaxias activas.

La gravedad de un agujero negro puede atraer el gas que se encuentra a su alrededor, que se
arremolina y calienta a temperaturas de hasta 12 000 000 °C, esto es, 2000 veces mayor
temperatura que la de la superficie del Sol.6

El 10 de abril de 2019, el consorcio internacional Telescopio del Horizonte de Sucesos


presentó la primera imagen jamás capturada de un agujero negro supermasivo ubicado en el
centro de la galaxia M87

Los agujeros negros se forman en un proceso de colapso gravitatorio que fue ampliamente
estudiado a mediados de siglo XX por diversos científicos, particularmente Robert
Oppenheimer, Roger Penrose y Stephen Hawking, entre otros. Hawking, en su libro
divulgativo Historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros (1988), repasa algunos
de los hechos bien establecidos sobre la formación de agujeros negros.

Este proceso comienza después de la "muerte" de una gigante roja (estrella de 10 a 25 o


más veces la masa del Sol), entendiéndose por "muerte" la extinción total de su energía.
Tras varios miles de millones de años de vida, la fuerza gravitatoria de dicha estrella
comienza a ejercer fuerza sobre sí misma originando una masa concentrada en un pequeño
volumen, convirtiéndose en una enana blanca. En este punto, dicho proceso puede
proseguir hasta el colapso de dicho astro por la autoatracción gravitatoria que termina por
convertir a esta enana blanca en un agujero negro. Este proceso acaba por reunir una fuerza
de atracción tan fuerte que atrapa hasta la luz en este.

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