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marcharse hacia el Sur.

Invadieron el Peloponeso y expulsaron a


la población jonia, acorralándola en la región que rodea a Atenas:
una península que sobresale hacia el Sur desde Grecia central.
(En verdad, esto puede haber ocurrido antes de la guerra de
Troya, y quizás el ejército de Agamenón se vio obligado a llevar la
guerra a Asia por la presión de las conmociones que se estaban
produciendo en la misma Grecia.) A lo largo de la costa
septentrional del Peloponeso, bordeando el golfo de Corinto, hay
una región que llegó a ser llamada Acaya, como resultado de esta
invasión.
La continua presión que sufrían desde el Norte forzó a los jonios y
los aqueos a lanzarse al mar. Se desbordaron hacia el Este y
hacia el Sur, sobre las islas, y contra las costas de Asia y Afríca,
devastando y trastornando los asentamientos humanos que
encontraban.
Desembarcaron en Egipto, por ejemplo, donde los sorprendidos
egipcios los llamaron «los Pueblos del Mar». Egipto sobrevivió al
choque, pero la invasión contribuyó al derrumbe de un gran
Imperio, que ya por entonces se hallaba en decadencia. (En La
Ilíada, Aquiles habla respetuosamente de la capital de este
Imperio Egipcio y la llama la ciudad más rica del mundo.)
En Asia Menor, la llegada de los aqueos migrantes fue aún más
desastrosa. Allí el Imperio Hitita, desde hacía tiempo ya en
decadencia, fue destruido por la invasión.
Pero otra parte de los aqueos llegó a la costa siria a través de
Chipre y se estableció en ella. Eran los filisteos, tan importantes
en la historia primitiva de los israelitas.
La invasión doria
En la misma Grecia, las cosas fueron de mal en peor, pues a los
aqueos siguieron los dorios aún salvajes. Se detuvieron durante
unos años en una zona de Grecia Central situada a unos 25
kilómetros al norte del golfo de Corinto. Allí fundaron la ciudad de
Doris.
El lector podría pensar que las rudas bandas guerreras dorias no
tenían posibilidad de superar a los ejércitos organizados de la
Grecia Micénica, ejércitos descritos con tanta admiración por
Homero. Pero no fue así, pues, entre otras cosas, los dorios
tenían una importante arma nueva.
Durante la Edad Micénica, las armas se hacían con la aleación de
cobre y estaño que llamamos bronce. Los héroes de La Ilíada
arrojaban lanzas con puntas de bronce contra escudos de bronce
y esgrimían espadas de bronce, según la cuidadosa descripción
de Homero. El bronce era a la sazón el metal más duro del que
disponían los griegos, y el período en que se usó en la guerra es
llamado la Edad del Bronce.
El hierro era conocido por entonces y los hombres comprendieron
que se lo podía tratar de tal modo que fuera más duro que el
bronce. Pero no se conocían métodos para obtener hierro de los
minerales que lo contenían, de manera que el único hierro
disponible provenía del ocasional hallazgo de hierro metálico en la
forma de un meteorito. Por eso, los micénicos lo consideraban un
metal precioso.
Pero durante la Epoca Micénica hombres de los dominios hititas, a
unos 1.200 kilómetros al este de Grecia, habían descubierto
métodos para fundir minerales de hierro y obtener éste en
cantidades suficientes para fabricar armas. Este conocimiento les
proporcionó una importante arma de guerra nueva. Las espadas
de hierro podían atravesar fácilmente los escudos de bronce. Las
lanzas con puntas de bronce y las espadas de bronce rebotaban,
melladas e inocuas, en los escudos de hierro. Tales armas,
aunque disponibles sólo en escaso número, ayudaron a los hititas
a mantener su imperio.
Las noticias sobre nuevas invenciones y técnicas circulaban
lentamente en aquellos remotos días, pero, por el 1100 a. C., el
secreto de las armas de hierro había llegado a los dorios, aunque
no a los griegos micénicos. El resultado de ello fue que las bandas
guerreras dorias con armas de hierro derrotaron a los guerreros
con armas de bronce y sus correrías se extendieron cada vez más
al sur; atravesaron el estrecho de Corinto por un punto angosto e
invadieron el Peloponeso por el 1100 a. C.
Los dorios procedieron a establecerse como gobernantes
permanentes en el sur y el este del Peloponeso. Esparta y los
viejos dominios de Agamenón cayeron en sus manos. Micenas y
Tirinto fueron incendiadas y quedaron reducidas, en épocas
posteriores, a oscuras aldeas. Esto selló el fin de la Edad
Micénica.
Las islas y el Asia Menor
Cuando los dorios completaron la conquista del Peloponeso, los
jonios conservaron el dominio de sólo una parte de la Grecia
continental: el Atica, la península triangular en la que se encuentra
Atenas. En cuanto a los eolios, no sólo conservaron parte del
Peloponeso, sino también la mayoría de las regiones situadas al
norte del golfo de Corinto.
Pero los tiempos eran duros para todos. Los salvajes dorios
habían destruido ricas ciudades y desalojado a poblaciones
asentadas. El nivel de la civilización descendió de las alturas
alcanzadas en la Edad Micénica marcharse hacia el Sur.
Invadieron el Peloponeso y expulsaron a la población jonia,
acorralándola en la región que rodea a Atenas: una península que
sobresale hacia el Sur desde Grecia central. (En verdad, esto
puede haber ocurrido antes de la guerra de Troya, y quizás el
ejército de Agamenón se vio obligado a llevar la guerra a Asia por
la presión de las conmociones que se estaban produciendo en la
misma Grecia.) A lo largo de la costa septentrional del
Peloponeso, bordeando el golfo de Corinto, hay una región que
llegó a ser llamada Acaya, como resultado de esta invasión.
La continua presión que sufrían desde el Norte forzó a los jonios y
los aqueos a lanzarse al mar. Se desbordaron hacia el Este y
hacia el Sur, sobre las islas, y contra las costas de Asia y Afríca,
devastando y trastornando los asentamientos humanos que
encontraban.
Desembarcaron en Egipto, por ejemplo, donde los sorprendidos
egipcios los llamaron «los Pueblos del Mar». Egipto sobrevivió al
choque, pero la invasión contribuyó al derrumbe de un gran
Imperio, que ya por entonces se hallaba en decadencia. (En La
Ilíada, Aquiles habla respetuosamente de la capital de este
Imperio Egipcio y la llama la ciudad más rica del mundo.)
En Asia Menor, la llegada de los aqueos migrantes fue aún más
desastrosa. Allí el Imperio Hitita, desde hacía tiempo ya en
decadencia, fue destruido por la invasión.
Pero otra parte de los aqueos llegó a la costa siria a través de
Chipre y se estableció en ella. Eran los filisteos, tan importantes
en la historia primitiva de los israelitas.
La invasión doria
En la misma Grecia, las cosas fueron de mal en peor, pues a los
aqueos siguieron los dorios aún salvajes. Se detuvieron durante
unos años en una zona de Grecia Central situada a unos 25
kilómetros al norte del golfo de Corinto. Allí fundaron la ciudad de
Doris.
El lector podría pensar que las rudas bandas guerreras dorias no
tenían posibilidad de superar a los ejércitos organizados de la
Grecia Micénica, ejércitos descritos con tanta admiración por
Homero. Pero no fue así, pues, entre otras cosas, los dorios
tenían una importante arma nueva.
Durante la Edad Micénica, las armas se hacían con la aleación de
cobre y estaño que llamamos bronce. Los héroes de La Ilíada
arrojaban lanzas con puntas de bronce contra escudos de bronce
y esgrimían espadas de bronce, según la cuidadosa descripción
de Homero. El bronce era a la sazón el metal más duro del que
disponían los griegos, y el período en que se usó en la guerra es
llamado la Edad del Bronce.
El hierro era conocido por entonces y los hombres comprendieron
que se lo podía tratar de tal modo que fuera más duro que el
bronce. Pero no se conocían métodos para obtener hierro de los
minerales que lo contenían, de manera que el único hierro
disponible provenía del ocasional hallazgo de hierro metálico en la
forma de un meteorito. Por eso, los micénicos lo consideraban un
metal precioso.
Pero durante la Epoca Micénica hombres de los dominios hititas, a
unos 1.200 kilómetros al este de Grecia, habían descubierto
métodos para fundir minerales de hierro y obtener éste en
cantidades suficientes para fabricar armas. Este conocimiento les
proporcionó una importante arma de guerra nueva. Las espadas
de hierro podían atravesar fácilmente los escudos de bronce. Las
lanzas con puntas de bronce y las espadas de bronce rebotaban,
melladas e inocuas, en los escudos de hierro. Tales armas,
aunque disponibles sólo en escaso número, ayudaron a los hititas
a mantener su imperio.
Las noticias sobre nuevas invenciones y técnicas circulaban
lentamente en aquellos remotos días, pero, por el 1100 a. C., el
secreto de las armas de hierro había llegado a los dorios, aunque
no a los griegos micénicos. El resultado de ello fue que las bandas
guerreras dorias con armas de hierro derrotaron a los guerreros
con armas de bronce y sus correrías se extendieron cada vez más
al sur; atravesaron el estrecho de Corinto por un punto angosto e
invadieron el Peloponeso por el 1100 a. C.
Los dorios procedieron a establecerse como gobernantes
permanentes en el sur y el este del Peloponeso. Esparta y los
viejos dominios de Agamenón cayeron en sus manos. Micenas y
Tirinto fueron incendiadas y quedaron reducidas, en épocas
posteriores, a oscuras aldeas. Esto selló el fin de la Edad
Micénica.
Las islas y el Asia Menor
Cuando los dorios completaron la conquista del Peloponeso, los
jonios conservaron el dominio de sólo una parte de la Grecia
continental: el Atica, la península triangular en la que se encuentra
Atenas. En cuanto a los eolios, no sólo conservaron parte del
Peloponeso, sino también la mayoría de las regiones situadas al
norte del golfo de Corinto.
Pero los tiempos eran duros para todos. Los salvajes dorios
habían destruido ricas ciudades y desalojado a poblaciones
asentadas. El nivel de la civilización descendió de las alturas
alcanzadas en la Edad Micénica marcharse hacia el Sur.
Invadieron el Peloponeso y expulsaron a la población jonia,
acorralándola en la región que rodea a Atenas: una península que
sobresale hacia el Sur desde Grecia central. (En verdad, esto
puede haber ocurrido antes de la guerra de Troya, y quizás el
ejército de Agamenón se vio obligado a llevar la guerra a Asia por
la presión de las conmociones que se estaban produciendo en la
misma Grecia.) A lo largo de la costa septentrional del
Peloponeso, bordeando el golfo de Corinto, hay una región que
llegó a ser llamada Acaya, como resultado de esta invasión.
La continua presión que sufrían desde el Norte forzó a los jonios y
los aqueos a lanzarse al mar. Se desbordaron hacia el Este y
hacia el Sur, sobre las islas, y contra las costas de Asia y Afríca,
devastando y trastornando los asentamientos humanos que
encontraban.
Desembarcaron en Egipto, por ejemplo, donde los sorprendidos
egipcios los llamaron «los Pueblos del Mar». Egipto sobrevivió al
choque, pero la invasión contribuyó al derrumbe de un gran
Imperio, que ya por entonces se hallaba en decadencia. (En La
Ilíada, Aquiles habla respetuosamente de la capital de este
Imperio Egipcio y la llama la ciudad más rica del mundo.)
En Asia Menor, la llegada de los aqueos migrantes fue aún más
desastrosa. Allí el Imperio Hitita, desde hacía tiempo ya en
decadencia, fue destruido por la invasión.
Pero otra parte de los aqueos llegó a la costa siria a través de
Chipre y se estableció en ella. Eran los filisteos, tan importantes
en la historia primitiva de los israelitas.
La invasión doria
En la misma Grecia, las cosas fueron de mal en peor, pues a los
aqueos siguieron los dorios aún salvajes. Se detuvieron durante
unos años en una zona de Grecia Central situada a unos 25
kilómetros al norte del golfo de Corinto. Allí fundaron la ciudad de
Doris.
El lector podría pensar que las rudas bandas guerreras dorias no
tenían posibilidad de superar a los ejércitos organizados de la
Grecia Micénica, ejércitos descritos con tanta admiración por
Homero. Pero no fue así, pues, entre otras cosas, los dorios
tenían una importante arma nueva.
Durante la Edad Micénica, las armas se hacían con la aleación de
cobre y estaño que llamamos bronce. Los héroes de La Ilíada
arrojaban lanzas con puntas de bronce contra escudos de bronce
y esgrimían espadas de bronce, según la cuidadosa descripción
de Homero. El bronce era a la sazón el metal más duro del que
disponían los griegos, y el período en que se usó en la guerra es
llamado la Edad del Bronce.
El hierro era conocido por entonces y los hombres comprendieron
que se lo podía tratar de tal modo que fuera más duro que el
bronce. Pero no se conocían métodos para obtener hierro de los
minerales que lo contenían, de manera que el único hierro
disponible provenía del ocasional hallazgo de hierro metálico en la
forma de un meteorito. Por eso, los micénicos lo consideraban un
metal precioso.
Pero durante la Epoca Micénica hombres de los dominios hititas, a
unos 1.200 kilómetros al este de Grecia, habían descubierto
métodos para fundir minerales de hierro y obtener éste en
cantidades suficientes para fabricar armas. Este conocimiento les
proporcionó una importante arma de guerra nueva. Las espadas
de hierro podían atravesar fácilmente los escudos de bronce. Las
lanzas con puntas de bronce y las espadas de bronce rebotaban,
melladas e inocuas, en los escudos de hierro. Tales armas,
aunque disponibles sólo en escaso número, ayudaron a los hititas
a mantener su imperio.
Las noticias sobre nuevas invenciones y técnicas circulaban
lentamente en aquellos remotos días, pero, por el 1100 a. C., el
secreto de las armas de hierro había llegado a los dorios, aunque
no a los griegos micénicos. El resultado de ello fue que las bandas
guerreras dorias con armas de hierro derrotaron a los guerreros
con armas de bronce y sus correrías se extendieron cada vez más
al sur; atravesaron el estrecho de Corinto por un punto angosto e
invadieron el Peloponeso por el 1100 a. C.
Los dorios procedieron a establecerse como gobernantes
permanentes en el sur y el este del Peloponeso. Esparta y los
viejos dominios de Agamenón cayeron en sus manos. Micenas y
Tirinto fueron incendiadas y quedaron reducidas, en épocas
posteriores, a oscuras aldeas. Esto selló el fin de la Edad
Micénica.
Las islas y el Asia Menor
Cuando los dorios completaron la conquista del Peloponeso, los
jonios conservaron el dominio de sólo una parte de la Grecia
continental: el Atica, la península triangular en la que se encuentra
Atenas. En cuanto a los eolios, no sólo conservaron parte del
Peloponeso, sino también la mayoría de las regiones situadas al
norte del golfo de Corinto.
Pero los tiempos eran duros para todos. Los salvajes dorios habían destruido ricas ciudades y
desalojado a poblaciones asentadas. El nivel de la civilización descendió de las alturas alcanzadas
en la Edad Micénica

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