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TOUSSAINT LOUVERTURE
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL PROBLEMA COLONIAL
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Libro 118
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Aimé Césaire
Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789-1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS.
Karl Marx y Fiedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya
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https://elsudamericano.wordpress.com
HIJOS
La red mundial de los hijos de la revolución social
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Discurso Sobre el Colonialismo para leer Online
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LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL PROBLEMA COLONIAL
Aimé Césaire2
Prefacio
Introducción
Libro Primero: LA FRONDA DE LOS GRANDES BLANCOS
Capítulo I Soledad del poder
Capítulo II Una intrusión aciaga
Capítulo III Errores de navegación
Capítulo IV La Fronda de los Grandes Blancos
Capítulo V Una doble liquidación
Libro Segundo: LA REBELIÓN MULATA
Capítulo I Cretinismo parlamentario
Capítulo II Un gran debate
Capítulo III Un destello
Capítulo IV Un destello que se apaga
CapítulO V Una enmienda por cansancio
Capítulo VI La revancha de Barnavé
Capítulo VII La rebelión mulata
PREFACIO
Cualquiera que haya estado en Haití se habrá conmovido al comprobar hasta
qué punto el recuerdo de Toussaint Louverture vive en los espíritus y en los
corazones. Toussaint pertenece a cada, uno, como Napoleón –de quien él fue
la víctima– a cada corso. Sin duda las islas son los lugares más favorables a
las tradiciones vivas, a los odios y a los amores violentos. El antiguo Santo
Domingo consagra a su libertador una devoción patriótica que se asemeja a un
culto. Las páginas que el coronel Nemours dedica a la visita que hizo al
calabozo húmedo y frío del Fort-de-Joux, donde murió Toussaint en 1803,
tienen un acento religioso. El ministro plenipotenciario de Haití y su señora,
tuvieron conciencia de que estaban haciendo una “piadosa peregrinación” y
oraron en la celda del mártir. La señora Nemours, haciendo de la “roca
escarpada” un segundo calvario, llegó a murmurar:
“Quizás tuvo sed y nadie le dio de beber. Hubiera querido darle agua,
enjugar el sudor de su cara y quitar el polvo de sus ropas”.
A semejanza de los héroes de Esparta: Leónidas el guerrero, y Licurgo el
legislador; Toussaint Louverture, a la vez combatiente de la independencia y
organizador de la nación, es menos que un dios pero más que un hombre. Que
un cochero de una plantación, salido de la turba de los esclavos, se haya
revelado como jefe militar y estadista, que haya conseguido acabar con las
fuerzas de ocupación y de invasión inglesa y haya resistido a las tropas
francesas, que haya llevado a su pueblo al umbral de la independencia y que
haya perecido víctima de una celada y de un abuso de confianza, he ahí con
qué apasionar a un espíritu generoso, ávido de comprender. Más todavía,
situar la acción de Toussaint, el Negro, en su medio original y en la coyuntura
colonial, he ahí la tarea que se ha propuesto Césaire y que ha llevado a cabo
felizmente, como no hace mucho lo hiciera por él blanco de gran corazón que
fue Schoelcher, el libertador de los esclavos.
Siempre he tenido por Césaire gran estimación y simpatía.
No sería propósito mío hacer aquí el elogio de aquél a quien Bretón calificó de
“gran poeta negro”, diría yo uno de los más grandes poetas vivientes, pero no
puedo olvidar la tarde en que leí, en Port-au-Prince, ante un auditorio que
experimentaba a la vez que la belleza del canto, la grandeza de la negritud, las
páginas sacadas del Cuaderno de un retorno al país natal. ¿No es Toussaint
Louverture “el ejecutor de esas magnas obras” que el poeta ha querido
trascender? Pues Césaire es también hombre de altura. Nunca hay bajeza en
él. Sea cual fuere la vehemencia de su pasión, busca siempre la verdad y
respeta al hombre. Si el Rebelde “de corazón impiadoso” hiere al Maestro, es
para destruir en él la servidumbre que, más allá de su persona, encadena a su
hijo desde la cuna. Su odio a una sociedad en que triunfa el dinero no es más
que una forma de su amor por los que trabajan y sufren. Tal me parece
Césaire: normalista, nutrido de humanismo desinteresado, sintiendo revivir en
él los tumultos de sus ancestros bámbara, arrojados por la crueldad de la trata
sobre las riberas de la Martinica y que vuelve a encontrar, después de haber
frecuentado a Lautréamont, el camino de la poesía negro-africana; profesor de
letras que, por haber recibido de Francia su cultura más elaborada, se ha
sentido más obligado a participar en la “legítima defensa” de los antillanos más
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Césaire escribe en esta ocasión: “El pacto colonial seguía intacto”. Habría que suprimir definiti-
vamente del vocabulario la expresión pacto colonial. No se la conoce en el siglo XVIII en que
la palabra Exclusivo expresa perfectamente los derechos integrales de la metrópoli. La citada
expresión fue creada ulteriormente, en una época en que se quería hacer creer que el
régimen colonial era el resultado de un pacto, decir de un acuerdo libremente consentido, que
implicaba obligaciones recíprocas cuando lo cierto es que estaba impuesto por Francia a sus
colonias que protestaban contra su aplicación.
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Santo Domingo por los furores del Hotel Massiac” representaba el lobby de los
colonos. Por primera vez, los demócratas señalaron, con Merlin de Thionville,
la contradicción de defender en Europa la libertad en nombre de los derechos
del hombre y mantener en las islas la distinción de razas y la esclavitud.
Césaire ha señalado justamente la importancia del gran discurso-análisis de
Brissot, del 1° de diciembre de 1791 y la fragilidad de sus conclusiones. Es que
los girondinos tenían que guardar miramientos ton los negociantes de Burdeos
que hubieran visto comprometidos sus negocios por la supresión de la
esclavitud. Cita con razón un proyecto abolicionista de un diputado del
Vermandois a la Constituyente, Viefville des Essarts. Hay otro, generalmente
ignorado, pues que yo sepa sólo ha sido citado por Jaurés en su Historia
socialista. En septiembre de 1791, un representante de las Bocas del Ródano,
Blangilly, presentó un proyecto para la emancipación gradual de los esclavos,
que no fue discutido, ni siquiera llevado a la tribuna, sino comunicado
solamente para su impresión. Reclamaba, entre otras medidas, la prohibición
de maltratos a los esclavos so pena de pérdida de sus derechos; la creación
de casas de fuerza para esclavos culpables, a fin de sustraerlos a las
arbitrariedades del amo; el derecho a la subsistencia para los negros viejos y
achacosos; la posibilidad de rescate por peculio; la libertad de oficio para los
hijos de esclavos, en fin la emancipación de derecho, al cabo de ocho años, de
negros que pasarían a ser jornaleros. Este proyecto revestía, de acuerdo con
el parecer de Jaurés una verdadera importancia histórica.
“El aterrador problema negro”, que Césaire reprocha a la Legislativa de no
haber resuelto al mismo tiempo que el problema mulato, de hecho fue el
primero en plantearse a esta asamblea. Ésta tuvo conocimiento del
levantamiento de los negros el 27 de octubre de 1791. ¡Dos meses habían
transcurrido desde su inicio, el 22 de agosto! Esta simple comprobación
permite establecer la dificultad que hay en poner orden cronológico en la
historia de las relaciones entre Santo Domingo y la metrópoli. En razón de la
lentitud y de lo precario de las comunicaciones, se requiere por lo menos un
trimestre para que se conozca en Port-au-Prince cómo reacciona París ante
los acontecimientos de la isla. Cuándo las respuestas o las directivas llegan a
las autoridades francesas de la isla, la situación ha evolucionado de tal modo
que ya no tienen valor práctico. La política colonial no se adapta sino
lentamente y por sobresaltos a las mutaciones coloniales. Cuando el comisario
Sonthonax, enfrascado en la sedición de los grandes blancos del Cap francés,
pronunció, el 23 de agosto de 1783, la emancipación general e inmediata de
todos los negros, no estaba en condiciones de remitirse a París para una
decisión que, sin embargo, comprometía el porvenir, pero que las circunstancias
imponían.
Sea cual fuere la importancia del culto Vudú, que sirvió de sostén a la
insurrección –por no decir que fue la causa–, no hay necesidad de hacerlo
intervenir tanto como la acción de los blancos realistas, de los Amigos de los
negros, de los mulatos o de las potencias extranjeras, para explicar un
movimiento total, espontáneo, irresistible. Los grandes blancos hubiesen
podido medrar con el gran miedo que conmovió a la isla para aliarse a los
mulatos. Los del oeste así lo entendieron, pero el orgullo racista de los del
norte hizo que todo fracasara. El resultado fue la guerra colonial, la guerra
implacable que abriría el camino a Toussaint.
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Pág. 332, cap. X.
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Introducción
UNA COLONIA EJEMPLAR
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Libro Primero
LA FRONDA DE LOS GRANDES BLANCOS
Capítulo I
SOLEDAD DEL PODER
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Citado en Nuestras Antillas, obra publicada bajo la dirección de Serge Denis, Orleans Paris,
1935.
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P. de la Vaissiere.
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Cf. Albert Savine: Santo Domingo en la víspera de la revolución. (Recuerdos del barón
Wimpffen.) editor Louis Michaud, París, 1911.
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La existencia de este privilegio es lo que permite comprender la toma de posición de Brissot
en su discurso del 3 de diciembre de 1791: “El desmonte de todas las plantaciones ha exigido
anticipos de la metrópoli y, sin embargo, el negociante no puede embargar las plantaciones
en pago de sus anticipos. La ley que ustedes establecerán y que concederá a los acreedores
el derecho de embargo real sobre las propiedades de los deudores, les asegurará a aquéllos
una ayuda infinitamente más considerable y más fecunda que todo el dinero que podrían
ustedes extraer del Tesoro de la nación para hacerles un donativo o un préstamo”
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“si por medio de estas alianzas los blancos terminaran de entenderse con
los libres, la colonia podría sustraerse a la autoridad del rey, y Francia
perdería uno de los más poderosos eslabones le su comercio”.
Pero entonces, ¿cómo desligar la inagotable querella entre el colono le las
islas y el negociante de Francia?
El segundo problema era el del “estado de las personas”. Tal era la sociedad
colonial: más que una jerarquía, una ontología: en lo alto, el blanco –el ser en
el sentido pleno del término–, en lo bajo, el negro sin personalidad jurídica, un
objeto; la cosa, vale decir la nada; pero entre ese todo y esa nada, algo
formidable entre ellos: el mulato, el hombre de color, libre. Muy pintoresco y
sabiamente pueril es el cuadro que da Moreau de Saint-Méry:
“de todos los matices producidos por las diversas combinaciones de la
mezcla de los blancos con los negros”:
De un blanco y de una:
negra un mulato
mulata un cuarterón
cuarterona un mestizo
mestiza un mameluco
mameluca un cuarteronado
cuarteronado un mestizo
mestizo un mestizo
marabú un cuarterón
grifos un cuarterón
sacatrá un cuarterón
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Sobre el papel que desempeñó la guerra de Norteamérica en la “maduración” de esta clase,
consúltese a Auguste Nemours: Haití y la guerra de independencia norteamericana, Ediciones
Deschamps, Puerto Príncipe, 1952. “Los hombres de color –entre los cuales se cuenta
Chavannes– tomaron parte en calidad de voluntarios en la campaña y bajo las órdenes del
conde de Estaing se distinguieron en el sitio de Savannah. Formaban una compañía especial:
Los cazadores voluntarios y Santo Domingo”. Después de la guerra de Norteamérica se
comprueba en Santo Domingo numerosos reclutamientos de hombres de color, libre y la
celebración de asambleas donde se discuten intereses comunes. Se llego a la constitución de
sociedades secretas.
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El poder no era estrictamente el poder de una clase que regenteaba a las otras
por el poder del más fuerte; el poder había formado las clases artificialmente y
las había agenciado como los engranajes de una maquinaria, de tal modo que,
en diversos grados, estaban en su dependencia; que todas a su modo, vivían
de él; que sus derechos, su status, su existencia misma eran derechos, un
status, una existencia de privilegios. Este distanciamiento del poder, este no-
enraizamiento, hacía de él, bien considerado todo, el más expuesto de los
poderes.
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Capítulo II
UNA INTRUSIÓN ACIAGA
Los colonos de Santo Domingo empezaron por una torpeza. “Si los habitantes
de Santo Domingo no hubiesen enviado diputados a los estados generales...”
escribe Beaulieu en 1802.
Es permitido en efecto hacer esta hipótesis.
Sin duda es pueril pensar que la cuestión colonial no hubiera sido, por esto,
atrapada al paso, como el resto, por el mecanismo de la revolución, pero lo
que sigue siendo cierto es que participar en los Estados Generales, más
todavía, aceptar ser miembro de la Asamblea Nacional era reconocerse
miembro de la nación, integrarse a la nación, reconocer al legislador de
Francia como legislador válido para las colonias y por adelantado hacer
inconsecuente una eventual reivindicación de independencia.
Gestión singular, pues en fin de cuentas, era precisamente una solución de
ese género ante la cual, hacia 1750, se habían alborotado los colonos ingleses
de Norteamérica que, durante veinte años, se habían negado a sesionar en un
parlamento inglés, pidiendo, exigiendo, como era natural, que el rey de
Inglaterra gobernara en dos parlamentos: un parlamento inglés para Inglaterra
y un parlamento norteamericano para las colonias de Norteamérica.
Los colonos franceses de Santo Domingo optaron por lo contrario y desde el
principio se enredaron en una contradicción: autonomistas de convicción, su
primera gestión era integracionista.
Hay que subrayarlo: los colonos participaron en los estados generales por
medio de una acción revolucionaria. El edicto de convocación de Luis XVI no
contemplaba representación colonial.
Esto ni frenó a los colonos: se formaron en todas partes comités electorales. El
intendente de Santo Domingo, impotente para detenerlos, trató de canalizar el
movimiento. Dictó una ordenanza (26 de diciembre de 1788) por la cual
autorizaba a los colonos a exponer sus deseos, la que daba una singular idea
de la desorientación existente:
“Considerando que las intenciones de Su Majestad en lo referente a la
admisión de diputados de las colonias a los estados generales del reino y
a la forma en la cual convendría recoger los deseos y sentimientos de los
colonos no son todavía conocidas, y que no obstante puede ser útil que
Su Majestad sea instruida de los deseos y de las esperanzas de la
mayoría de dichos colonos, les autorizamos y les invitamos igualmente a
exponernos sus demandas por cartas o instancias que nos serán dirigidas
desde los diferentes puntos de la colonia, sin que las mismas puedan, sin
embargo, ser firmadas por más de cinco personas, y en su defecto serán
tenidas por nulas. Dichas cartas o instancias contendrán al final de las
mismas las demandas y sentimientos de los que las hayan firmado, sea
para la admisión, sea para la no-admisión, sea en fin para atenerse a Su
Majestad y suplicarle, hacerle conocer su voluntad”.
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Mirabeau conocía muy bien la cuestión colonial. Su tío, el bailío, (*) a quien admiraba
mucho, había sido gobernador de Guadalupe en 1753 cuando no era más que caballero. Este
proconsulado antillano le había hecho sentir un profundo desprecio por los criollos, en tanto
que fortificó su simpatía por los negros “No puede negarse –escribe, el 10 de enero de 1755–,
que el negro es un hombre y un filósofo que considere la humanidad a sangre fría en este
país le daría, quizás, la preferencia al negro. Sé cuantos reproches se han hecho a las gentes
de este color, pero cuando voy al fondo de las cosas no veo, yo que soy confesor de todo el
mundo, más que el crimen de los blancos”. El 7 de abril de 1757, el padre del tribuno, el
marqués de Mirabeau, respondía lo siguiente: “La esclavitud y el cristianismo no pueden
llegar a una conciliación... Estoy seguro de que si mañana fuera yo ministro de la Marina,
emitiría un edicto que le concediera la libertad a todo negro al recibir el bautismo y al
incorporarse a una porción de la gleba por la que pagaría una renta proporcionada, según los
lugares, al antiguo propietario, si lo tenía, o al estado si se trataba de un terreno que se
concedía por primera vez” (cf. Louis de Loménie, Los Mirabeau, 1889). Es decir, que al
intervenir contra los colonos y al estigmatizar el espíritu de casta de éstos, Mirabeau hablaba
con previo conocimiento de la causa.
(*) “bailio”: oficial real que en Francia administraba justicia en nombre del rey o de un señor.
(N. del T.)
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Sobre Louis-Marthe Gouy, ver Brissot. “Louis Marthe Gouy no era al principio conocido más
que en ese garito que bajo el nombre de compañía de las Aguas de París, escandalizaba la
capital por el juego más desenfrenado y manchaba la administración de finanzas por las
depredaciones más culposas. Fue en esta caverna que tuvo lugar el robo de veinte millones
hecho al tesoro público. El nombre de Louis-Marthe Gouy estaba en la lista de los que tenían
que exculparse de tal bandidaje”. En la sesión del 2 de agosto de 1793, la Convención
sobre la proposición de Cambon, decretó el arresto de los administradores Laurent, Le
Content, Pourrat, Gouy d’Arsy, etc. Libertado, fue de nuevo detenido y condenado a muerte el
23 de julio de 1794.
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edad. Es cierto que los mestizos no han sido llamados a ella, pero los
mestizos no son libertos. Las leyes franceses, que nosotros no hemos
hecho, los excluyen de nuestras asambleas; nosotros por nosotros
mismos no podríamos admitirlos. Alguien ha dicho que son nuestros
enemigos; yo sostengo que son nuestros amigos, puesto que ellos nos
son deudores de la libertad”.
Para poner fin a un debate que peligraba volverse ocioso, la asamblea, por
proposición de Le Pelletier de Saint-Fargeau, se avino a un compromiso:
“Pienso que debe tomarse en consideración la división actual de esta isla.
Está dividida en tres provincias; así pues pienso que el espíritu del
reglamento es el de conceder dos diputados a cada una de esas tres
provincias, los demás tendrán voto consultivo”.
En una palabra, seis diputados para Santo Domingo. Así fue decidido, no sin
que Nairac de Bordeaux no hubiera recordado el punto de vista de los puertos
que es interesante recordar y que, además, tiene la ventaja de mostrar que al
principio de la revolución está lejos de hacerse la fusión entre colonos y
negociantes. Nairac citaba a lo ingleses como ejemplo y añadía:
“Esta confianza (entre colonias y metrópoli) que los ingleses han
considerado como la primera base, no la han cimentado llamando a las
colonias a su seno, confundiéndolas en su gobierno, transportando la
patria más allá de los mares para restablecer una en su propio país... Las
colonias no deben formar parte de la patria, las colonias son provincias
que dependen de ella”.
Quizá había allí otra cosa que una visión de circunstancia, una visión
reaccionaria, quizás un intento francés de federalismo, el primero de que se
tenga noticia y que los colonos hubiesen estado bien inspirados de coger al
vuelo.
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Capítulo III
ERRORES DE NAVEGACIÓN
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Les fue fácil responder a los diputados que representaban a los puertos.
Declararon que era conveniente alejar el juicio de este asunto, en espera de
que el ministro y el comercio fuesen consultados. Por su parte el Presidente
previno a la asamblea que el conde de la Luzerne, secretario de Estado en la
Marina, estaba dispuesto a hacer todas las aclaraciones posibles. Entonces el
inevitable Gouy d’Arsy intervino ruidosamente y expuso:
“que hacía tres semanas solicitaba una decisión, que jamás había creído
que la demanda provisional y limitada que hacía la colonia pudiera
entrañar una discusión con el ministro y con el comercio”.
Fue entonces que tuvo lugar una muy significativa intervención de Nairac,
diputado de Burdeos y representante calificado de la burguesía comercial.
Nairac veía bien el peligro. Declaró que si la demanda provisional era admitida,
“prejuzgaría de la gran cuestión de las leyes prohibitivas” que debía:
“permanecer intacta hasta que esta ley y todas las concernientes a las
colonias hubiesen sido sometidas a un examen a fondo; que la demanda
provisional era inútil ya que el gobernador de Santo Domingo tenía
siempre la facultad de recurrir a la nueva Inglaterra para suplir cualquier
escasez de harinas, ya que esta facultad tenía el mismo efecto que la
demanda provisional solicitada por los diputados de Santo Domingo; que
en los mismos términos del fallo del consejo que había rescindido la
ordenanza de De ChiIleau, esta ordenanza debía ser ejecutada tres
meses también después de su registro en Santo Domingo, lo que
extendía el término hasta finales de año”.
En consecuencia Nairac declaraba sin interés la demanda de los colonos y
opinaba que no había lugar a deliberar.
Finalmente la asamblea decidió nombrar una comisión para examinar, o lo que
es lo mismo, para enterrar el asunto.
Como se echa a ver, el debate es insignificante y al mismo tiempo importante
pues, en su género es único. Nunca más volvería a ser abordada en el seno de
la asamblea la gran cuestión del pacto colonial. ¿Qué decir si no que la gran
burguesía colonial se revelaba incapaz de plantear el problema colonial en
toda su amplitud? ¿Qué decir si no que después de esta jeremiada se rendiría
antes de haber combatido?
¿Cómo explicar esta capitulación? No hay más que una explicación: el miedo.
El miedo de la revolución cuya lógica, después de la noche del cuatro de
agosto, después de la proclamación de los Derechos del Hombre, se
presentaba en lo adelante al desnudo, teniendo como perspectiva cosas
terribles, la igualdad y la libertad para todos los hombres sin preferencia de
rango o de color.
Los diputados de los colonos, que no habían previsto esta situación, no
tuvieron más que un modo de salir de ella: poner la cuestión colonial bajo carta
privada, hacer de la misma el lote de algunos especialistas, de un corto
número de técnicos, fáciles de engañar. Pidieron por tanto la formación de un
comité colonial. Pero ni siquiera eso bastaba. Habían llegado a la asamblea
con una mentalidad altamente reivindicativa y como grandes matamoros del
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la Constituyente rehusaba –la autonomía interna por una parte, y por otra la
libertad comercial– aparecía, y era cierto, más considerable aún.
Barnave, relator del decreto, había explicado con mucha claridad la filosofía en
él contenida:
“Sería el fruto de una gran ignorancia o de una extraña mala fe pretender
separar la prosperidad del comercio nacional de la posesión de nuestras
colonias.
Abandonad las colonias, y recibiréis con gran costo de los extranjeros lo
que hoy os compran a vosotros. Abandonad las colonias, en el momento
en que vuestros establecimientos están fundados sobre su posesión y el
desmayo sucede a la actividad, la miseria a la abundancia: una multitud
de obreros, de ciudadanos útiles y laboriosos pasan súbitamente de un
estado cómodo a la situación más deplorable; en fin, la agricultura y las
finanzas se verán muy pronto afectadas del desastre que experimentan el
comercio y las manufacturas”.
En lo que se refiere al régimen prohibitivo, Barnave lo proclamaba intangible:
“El régimen prohibitivo es, sin duda, una condición esencial de la unión de
la metrópoli y de las colonias: es el fundamento del interés que ella
encuentra en su conservación; es la indemnización de los gastos que está
obligada a sostener para protegerla”.
Siendo eso lo importante, la metrópoli lo conservaba y se encargaba de hacer
relumbrar lo accesorio:
“La Asamblea Nacional, deliberando sobre las instancias y peticiones de
las ciudades comerciales y manufactureras, sobre los escritos reciente-
mente llegados de Santo Domingo y la Martinica, a ella dirigidos por el
Ministerio de la Marina sobre las demandas y consideraciones los
diputados de las colonias: Declara que, considerando a las colonias como
una parte del imperio francés y deseando hacerlas disfrutar de la feliz
regeneración que se ha operado, no ha, sin embargo, entendido incluirlas
en la constitución que ha decretado para el reino y sujetarlas a leyes que
no podrían ser incompatibles con sus conveniencias locales y particulares.
En consecuencia, ha decretado y decreta lo que sigue:
Artículo primero. Cada colonia está autorizada a dar su opinión sobre la
constitución, sobre la legislación y sobre la administración que más
convienen a su prosperidad y al bienestar de sus habitantes, al encargo
de ajustarse a los principios generales que unen las colonias con la
metrópoli y que aseguran la conservación de sus intereses respectivos.
Artículo segundo. En las colonias donde haya asambleas coloniales
libremente elegidas por los ciudadanos y declaradas por ellos, serán
admitidas dichas asambleas a expresar la opinión de la colonia; en
aquéllas donde no haya asambleas semejantes, se formarán inmediata-
mente para llenar las mismas funciones.
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Artículo tercero. El rey será instado a hacer llegar a cada colonia una
instrucción de la Asamblea Nacional que contenga: 1) los medios de
llegar a la formación de las asambleas coloniales, en las colonias donde
no las hubiere; 2) las bases generales a las cuales deberán ajustarse en
los planes de constitución que las mismas presentarán.
Artículo cuarto. Los planes preparados en dichas asambleas, coloniales
serán sometidos a la Asamblea Nacional para su examen, decretados por
ella y presentados a la aceptación y a la sanción del rey.
Artículo quinto. Los decretos de la Asamblea Nacional sobre la organi-
zación de las municipalidades y de las asambleas administrativas serán
enviados a dichas asambleas coloniales, con poder de poner en ejecución
la parte de dichos decretos que puede adaptarse a las conveniencias
locales bajo la decisión definitiva de la Asamblea Nacional y del rey, sobre
las modificaciones que podrían ser aportadas y la sanción provisional del
gobernador, para la ejecución de los acuerdos que serán tomados por las
asambleas administrativas.
Artículo seis. Las mismas asambleas coloniales enunciarán su opinión
sobre las modificaciones que podrían ser aportadas al régimen prohibitivo
del comercio entre las colonias y la metrópoli, para ser, sobre sus
peticiones, y después de haber oído las consideraciones del comercio
francés, estatuido por la asamblea colonial; según proceda en derecho.
Además de esto la Asamblea Nacional declara que no ha convenido
innovar nada en ninguna rama del comercio, sea directo o indirecto de
Francia con sus colonias; pone a los colonos y a sus propiedades bajo la
salvaguarda especial de la nación; declara criminal hacia la nación a
quienquiera trabajara para excitar levantamientos contra ellos.”
“Juzgando favorables los motivos que han animado a los ciudadanos de
dichas colonias, declara que no ha lugar contra ellos de ninguna
inculpación. Espera de su patriotismo el mantenimiento de la tranquilidad
y una inviolable fidelidad a la nación, a la ley, al rey”.
Algunas semanas más tarde, una “instrucción”, la del 28 de marzo de 1790
definía, para uso de las asambleas coloniales, el campo de autonomía que se
les concedía:
"Artículo diecisiete. Al organizar el poder legislativo, ellas reconocerán que
las leyes destinadas a regir las colonias, meditadas y preparadas en su
seno no podrían tener una existencia entera y definitiva antes de haber
sido decretadas por la Asamblea Nacional y sancionadas por el rey; que
si las leyes puramente interiores pueden, en los casos urgentes, ser
provisionalmente ejecutadas, con la sanción del gobernador pero
reservando la aprobación definitiva del rey y de la legislatura francesa, las
leyes propuestas que conciernan a las relaciones exteriores y que no
podrían, en modo alguno, cambiar o modificar las relaciones entre las
colonias y la metrópoli, no podrían recibir ninguna ejecución, incluso
provisional, antes do haber sido consagradas por la voluntad nacional,
entendiéndose que no se comprende bajo la denominación de leyes las
excepciones momentáneas relativas a la introducción de las subsistencias
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que pueden tener lugar en razón de una necesidad urgente y con sanción
del gobernador”
El articulo dieciocho introducía un límite suplementario y recordaba que en
ningún caso habría un ejecutivo local:
“Al organizar el poder ejecutivo, reconocerán que el rey de los franceses
es, en la colonia como en todo el imperio, el jefe único y supremo del
poder público. Los tribunales, la administración, las fuerzas militares lo
reconocerán por jefe; estará representado en la colonia por un
gobernador nombrado por él y el que, en los casos urgentes, ejercerá
provisionalmente su autoridad, pero con la reserva siempre observada de
su aprobación definitiva”.
Todo esto era bello y bueno, y perfectamente tragado por los colonos
diputados. Quedaba por saber cómo los plantadores residentes en Santo
Domingo acogerían el decreto y si ellos no iban a encontrar la tajada algo
magra.
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Aimé Césaire
Capítulo IV
LA FRONDA DE LOS GRANDES BLANCOS
No hay que juzgar a la clase de los colonos por sus representantes en París.
Sus mejores cabezas estaban en las islas. No era una clase ni taciturna ni
acabada, por el contrario era una clase a la ofensiva. En tanto que en París
sus diputados no tenían otro desvelo que protegerse de la revolución, en las
islas, los colonos habían tomado la iniciativa de algo que mucho se asemejaba
a una revolución: al margen de la Revolución francesa, la revolución de ellos.
Santo Domingo y la Martinica son buenos ejemplos de lo que fue esta
revolución.
Santo Domingo en primer lugar.
El primer acto de la revolución dominicana fue, adelantándose a las órdenes
de París, la constitución de asambleas provinciales. La del Cap, la más
importante, tomó el nombre de asamblea provincial del Norte. Tan pronto
formada se sintió soberana. Y para significarlo a todos, empezó por hacer
detener a un magistrado, un cierto
Dubois, culpable de haber declarado que la esclavitud de los negros era
contraria a la libertad natural. Era un acto de intimidación pero la esperanza de
la empresa era nada menos que el embargo sobre el poder.
El gobernador era un obstáculo.
Aprovecharon la primera ocasión para liquidarlo. La que se presentaba era
mala. Pero se mantuvieron firmes. Sacando partido de que en agosto de 1789,
la Asamblea Nacional había impuesto a todos los agentes civiles y militares un
juramento de fidelidad a la nación, a la ley y al rey, el presidente de la
asamblea del Norte, Bacon de la Chevalrie, se atrevió a escribir a de Peynier,
que no lo reconocería como agente del poder ejecutivo en tanto no se
sometiera a la ley nacional del juramento.
El gobernador accedió, lo cual quería decir que volvía a entrar en la nada.
Quedaba otro enemigo duro de pelar: el consejo superior de Port-au-Prince.
Tribunal de apelación, creado o a los menos retocado por ordenanza de
primero de febrero de 1766, y provisto del derecho de registro –para tener
fuerza de ley las ordenanzas tenían que ser registradas– habilitado para hacer
amonestaciones a defecto de representaciones, estaba movido, como los
parlamentos de Francia, por una gran ambición: tener atribuciones políticas. El
choque del consejo superior y de la asamblea colonial animada de las mismas
ambiciones era fatal. No tardó en producirse.
Entre las atribuciones del consejo superior siempre se había contado la de
nombrar los empleos de contabilidad. Pero también era sabido que de antiguo
la administración financiera de Santo Domingo confinaba en el escándalo. La
asamblea provincial sabía por tanto que propinaba al consejo un golpe al cual
debía ser infinitivamente sensible y estaba segura del apoyo de la opinión
pública tomando la iniciativa de nombrar por sí misma un recaudador de
derecho municipal.
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revolución martiniqueña una revolución con la brújula alocada. Pero ahí está el
aspecto “variante”. El aspecto fundamental –que sólo permite comprender una
feroz lucha de clases y aún más feroz de clanes– no nos aleja tanto del
esquema del que los sucesos de Santo Domingo ofrecían la ilustración. En el
seno de la casta de los blancos dos partidos se oponían violentamente: de una
parte los “rurales” que sacaban sus recursos de la plantación de vastos
dominios y de la fabricación del azúcar; de otra parte los “negociantes”, es
decir, los capitalistas y banqueros cuya capital, Saint-Pierre, servía de depósito
a todas las islas del Viento. La oposición entre ellos era toda de intereses: el
plantador era el deudor; el negociante, el acreedor. No había cosecha que no
fuera financiada por adelantos. Y no había crédito consentido por el “negociante”
que no fuera usurario y a la larga denegado. De cualquier modo, desde el
inicio de la Revolución francesa, los dos grupos debían situarse de uno y otro
lado de la barricada.
De golpe y porrazo los “negociantes” se las dieron de revolucionarios.
Enarbolando la escarapela tricolor fueron “los patriotas”.
En cuanto a los plantadores no hicieron protestas de nada, pero dirigidos por
Dubuc, asiduamente el más político de ellos, se avinieron a un empirismo
inteligente que les permitió explotar los acontecimientos para el mayor bien de
sus intereses.
Mientras que los “patriotas” se enardecían con las manifestaciones especta-
culares, los plantadores se las arreglaban para obtener la formación de una
asamblea colonial cuya mayoría se aseguraron en definitiva.
Era perfectamente comprensible que tal política suscitara la cólera de los
patriotas.
Lo que lo es menos, es el punto de ruptura que eligieron: la cuestión de color.
¿Inculpaban al gobernador? No denunciaban en él a un “agente del despotismo
ministerial”, sino a un demagogo, amigo “del color”.
Fue organizado un gran banquete patriótico en octubre de 1789 en Fort-Royal
de donde los “notables” mulatos fueron excluidos. Furioso, el gobernador, M.
de Viomenil se presenta en el banquete con un grupo de hombres de color,
estigmatiza los prejuicios de otra época y da a un mulato el abrazo fraternal. El
escándalo fue enorme:
“Ha dictado, dice el acta de acusación de los patriotas, un bando y
proclamado él mismo espada en mano que había que mirar a los mulatos
como ciudadanos, como compadres y hacer sociedad con ellos; le ha
dado un abrazo a uno de ellos. El bando publicado en favor de los
mulatos, el acto violento de proclamarlos iguales a los blancos confirman
que él sustenta muy realmente las opiniones manifestadas en sus
protestas. Hay que temerlo todo de un hombre que envilece a aquellos
que manda y amotina a los que deben ser mantenidos en una clase
inferior.”15
Si ese día no hubo motín fue debido a la suerte.
15
Informe del Comité de Saint-Pierre. Archivos Nacionales.
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”Artículo 38. Con respecto a las leyes que conciernen a las relaciones
entre la colonia y la metrópoli, la asamblea tendrá el derecho de
proponerlas, y las mismas no podrán recibir una ejecución incluso
provisional, antes de haber sido consagrada por la voluntad nacional y la
sanción del rey, a no ser en las excepciones momentáneas relativas a
necesidades urgentes.
“Artículo 39. Las leyes relativas al comercio, que hayan sido propuestas y
discutidas en el seno de la Asamblea Nacional, serán sometidas al
examen de la asamblea colonial, y no podrán ser definitivamente
decretadas, sino de acuerdo con el resultado de sus operaciones,
combinadas con las razones alegadas para el interés de la metrópoli.
“Artículo 40. La asamblea será administrativa y en esta calidad velará: 1)
en todo lo que concierna tanto a la percepción y entrega de fondos,
producto de las imposiciones, como al servicio y a las funciones de los
agentes que de ella estén encargados; 2) hará ejecutar el pago de los
gastos que sean asignados; 3) se encargará d: la administración de los
fondos que sean asignados para el servicio de la colonia; 4) y último, se
encargará generalmente de todas las partes que interesen a la
administración de la colonia.
“Artículo 41. Todas las funciones administrativas anunciadas en el articulo
precedente, serán ejecutadas por el Directorio que a este objeto será
establecido.
“Artículo 42. La asamblea nombrará un escrutinio individual y por mayoría
absoluta de los sufragios a los representantes a la Asamblea Nacional.
“Artículo 43. Los representantes de la colonia así elegidos tendrán
derecho de sesión en la Asamblea Nacional y tendrán voto consultivo.
“Articulo 44. La colonia deberá tratar directamente con el poder ejecutivo,
sus representantes también serán diputados cerca del rey.
“Artículo 45. Los diputados que sólo tengan voto consultivo podrán ser
convocados por la asamblea todas las veces que ésta lo juzgue
conveniente a los intereses de la colonia.
“Artículo 46. La asamblea reconocerá en el gobernador al representante
del rey, y en esta calidad, al jefe de los tribunales, de la administración y
de las fuerzas militares.
“Articulo 47. El gobernador tendrá el voto en suspenso en una primera y
segunda sesión periódica y, si la asamblea persiste en la tercera, ya no
podrá negar su sanción”.
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Capítulo V
UNA DOBLE LIQUIDACIÓN
Fue entonces que Francia se decidió a dar el batacazo. “Hasta aquí y no más
allá”. El gobernador de Santo Domingo recibió la orden de hacer un escarmiento.
La relación de fuerzas, a pesar de las apariencias, estaba a su favor.
A juzgar por la rapidez de las decisiones y la energía de los decretos de la
asamblea de Saint-Marc, se hubiera creído que la situación en Santo Domingo
había llegado a su punto de madurez revolucionaria y que el colono nacionalista
era dueño de la situación.
De hecho, su debilidad era real y cierto su engorro. La asamblea de Saint-Marc
legislaba, se aturdía, iba en picada pero se debilitaba con tanto más motivo
cuanto menos se sentía apoyada. Era mucho más que acción, agitación.
No sólo su racismo insolente había disgustado a los mulatos que nada bueno
esperaban de una independencia nacional que sólo beneficiaba a los blancos,
sino que se había enajenado la simpatía de toda una categoría de blancos;
funcionarios, abogados, negociantes y, particularmente, los habitantes de la
provincia más rica de Santo Domingo, la del Cap. Desde que la escisión se
instaló en el campo de los colonos; tan pronto como el gobierno francés
encontró en quien apoyarse; que frente a la asamblea de Saint-Marc se logró
oponer la asamblea provincial del Norte; que el representante de Francia hubo,
por ese medio, roto el aislamiento en que los pogromos de la revolución
anticolonialista lo habían sumido, los manejos secesionistas de Saint-Marc se
vieron condenados al fracasó.
En vano la asamblea se hizo de una fuerza militar: “los Pompones rojos”.
Frente a la asamblea de Saint-Marc cada vez más frenéticamente separatista,
se irguió la asamblea provincial del Norte cada vez más ostentosamente
legitimista y frente a los “Pompones rojos” se levantaron otras tropas que no
reconocían más autoridad que la del gobernador y que por gusto de la antítesis
esgrimieron el nombre de “Pompones blancos”.
Al fin y al cabo inútilmente, la asamblea de Saint- Marc, se jactaba, ante el
debilitamiento del ejecutivo, de poder “encontrar en ella misma los medios de
hacer ejecutar los decretos que le dictaran la prudencia, la cordura y el amor
del bien público”; encontraba frente a ella a otro arcópago igualmente
vehemente que proclamaba que:
“el sublime decreto nacional del 8 de marzo, llevando la calma y la alegría
a todos los corazones de los colonos, se ha vuelto para ellos el principio
absoluto de su conducta”.
A favor de la división ahora patente, el gobernador cobró nuevos bríos y
cuando el momento le pareció favorable, es decir, cuando tuvo ganada la
opinión pública, cuando logró oponer a la asamblea de Saint-Marc no sólo la
asamblea provincial del Norte, sino también la asamblea parroquial del Culde-
Sac, la cual reunida en la Croix-aux-Bouquets el 25 de julio, invitó a las
cincuenta y dos parroquias del oeste a proclamar su respeto a las decisiones
de la metrópoli, dio el golpe. El 29 de julio, basándose en “el peligro evidente
en que la asamblea que sesiona en Saint-Marc ponía a Francia y a la colonia”,
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Libro Segundo
LA REBELIÓN MULATA
Capítulo I
CRETINISMO PARLAMENTARIO
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La monarquía no se había mostrado sistemáticamente hostil a la actividad de la sociedad.
Brissot pretende que Gouy d’Arcy “antes de la apertura de los estados generales había
solicitado del rey una orden de prisión para amparar las sesiones de la Sociedad de Amigos
de los Negros”. “¿Así que esos pobres negros tienen amigos en Francia? había dicho Luis
XVI– Mejor, no quiero interrumpir sus trabajos”.
17
En realidad, lo eran desde 1785. Ese año habían querido aprovechar el centenario del
edicto de 1685, llamado Código Negro para reclamar al gobierno francés la aplicación efectiva
del artículo 59 de dicho código, así concebido: “Dispensamos a los manumitidos los mismos
derechos, privilegios e inmunidades de que gozan las personas nacidas libres. Queremos que
merezcan una libertad adquirida y que la misma produzca en ellos, tanto para sus personas
como para sus bienes, los mismos efectos que la felicidad de la libertad natural causa a
nuestros demás subditos”. A este efecto es que habían delegado en París a Julien Raymond,
hijo de un rico propietario de Aquin.
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Fueron los Lameth quienes pusieron a Barnave al corriente de los asuntos coloniales.
Charles de Lameth se había casado con una mujer a quien los libelistas de aquella época
llamaban “Dondon” (*) Picot, y que era hija única de un tal señor Picot, gran propietario de
Santo Domingo, que vivía en Bayona.
(*) Dondon: mujer gorda. (N del T.)
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allí expuestos por el ejecutor de la alta justicia todo el tiempo que a Dios
le plazca conservarles la vida; hecho esto, les serán cortadas las cabezas
y serán expuestas en postes: a saber, la del nombrado Vincent Ogé, el
joven, en el camino real que lleva a Dondon, y la de Jean-Baptiste
Chavannes, en el camino de la Grande Rivière, frente a la casa Poisson”.
Lo que fue hecho, con minucia infinita y escrupuloso respeto, del ritual, el 25
de febrero de 1791.
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Capítulo II
UN GRAN DEBATE
Fue sin embargo, del parlamento que tanto daño hiciera a los mulatos que les
llegó el primer vislumbre. Llevando demasiado lejos sus prerrogativas, los
colonos blancos acabaron por inquietar. El decreto del 28 de marzo había
puesto a los colonos y a sus bienes “bajo la salvaguarda de la nación”. La
fórmula era a la vez vaga y noble, pero convenía pasar de la literatura al
derecho. A petición de los colonos se dictó un decreto con fecha 12 de octubre
de 1790 para precisar las cosas. Allí se estipulaba que la asamblea tenia la
intención “de escuchar sus peticiones sobre todas las modificaciones que
podrían proponerse a las leyes prohibitivas del comercio y la firme voluntad de
establecer como artículo constitucional que ninguna ley sobre el estado de las
personas sería decretada para las colonias a no ser por petición expresa y
formal de sus asambleas coloniales”.
En mayo de 1791, los colonos blancos exigieron el cumplimiento de dicha
promesa. El ponente Delattre se mostró apremiante:
“Ya es hora, señores, de cumplir esta promesa importante; debéis hacerlo
para destruir las esperanzas culpables de autonomía, para llevar de
nuevo la calma a las regiones sacudidas y agitadas por los disturbios
políticos. Hay que tranquilizar a las colonias por un decreto positivo; en
fin, es preciso cumplir el compromiso que se hizo con ellas”.
¿Qué esperaban los colonialistas? Ni más. ni menos que reeditar los golpes de
marzo y octubre de 1790, en donde se había visto a una asamblea, manejada
por unos cuantos mañosos, ratificar dócilmente las decisiones de su comité
colonial. A no dudarlo era una ligereza y también era olvidar que se había
producido un nuevo hecho: la efusión de sangre en las colonias con la
consiguiente alarma de la opinión, pública. Además, que ya la asamblea no era
novicia, que quería ver claro y, en todo caso, oír apasionadamente. Delattre
había dicho el por. ¿Pero el contra? Y seguir a Delattre, contentarse con
ratificar las miras del comité nacional, era resignarse a nunca oírlo. Aunque
tardío, fue este deseo honesto de la asamblea lo que abrió la vía al éxito del
abate Grégoire:
“Se nos habla de convertir en acto constitucional el considerando del
decreto del mes de octubre. Observaré de pasada que no es este un
objeto de constitución; pues ese considerando se refiere a la Declaración
de los Derechos del Hombre y se nos propone nada menos que anularlo.
Se nos dice que hay que ser justo con prudencia, confieso que en el
proyecto de decreto que se nos propone, no veo más que un medio de
ser opresor con habilidad, de perpetuar incluso la opresión sobre una
clase de hombres que son libres por naturaleza y por ley y, a los que se
quiere reducir a la esclavitud, librándolos de la dominación de los otros.
Se nos dice que no debemos aplazar, pero después de haber esperado
cuatro meses para presentarnos ese proyecto, bien se puede esperar
cuatro días más para tener la impresión del informe”.
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que los blancos reclaman hoy exclusivamente para ellos, de los derechos
civiles, los únicos de que todos los ciudadanos gozaban antes de la revolución.
La revolución ha concedido los derechos políticos a todos los ciudadanos:
siendo los hombres de color por esta época iguales en derechos a los blancos,
se desprende de ello que han debido recibir los mismos derechos y que la
revolución los ha situado, por la misma naturaleza de las cosas, en el mismo
rango que los hombres blancos, es decir, en los derechos políticos.
”Vuestros precedentes decretos, ¿les fueron quitados? No, pues tendréis
que convenir que habéis dado uno que otorga la calidad de ciudadano
activo a toda persona propietaria en las colonias que pague una
contribución de tres jornadas de trabajo; y como el color nada tiene que
ver en esto, todas las gentes de color que paguen tres jornadas de trabajo
están comprendidas en dicho decreto y por él son reconocidos como
ciudadanos activos.
También observaréis que, después, ningún otro decreto ha derogado a
aquél; que el considerando del decreto del 12 de octubre, del que se ha
querido echar mano en esta discusión, nada dice de lo que se pretende
hacerle decir: lejos de ser favorable a las pretensiones aducidas, las
excluye. Indica que tenéis la intención de no innovar nada en lo que se
refiere al estado de las personas sin la iniciativa de las colonias, es decir,
sin duda de los ciudadanos de las colonias; así pues las gentes de color
siendo ciudadanos de las colonias, y teniendo por las leyes antiguas no
abrogadas por vuestros decretos sobre las cualidades de ciudadano
activo, los mismos derechos que los colonos blancos, deben compartir
esta iniciativa.
Vuestros decretos posteriores no han derogado los primeros”.
Planteado este fundamento, Robespierre pasó a abordar el aspecto político del
problema:
“Veamos ahora cuáles son las razones que os pueden forzar a violar a un
tiempo las leyes y vuestros decretos, y los principios de la justicia y de la
humanidad.
Se os dice que perderéis vuestras colonias si no despojáis a los
ciudadanos libres de color de sus derechos.
¿Y por qué perderíais vuestras colonias? Es porque una parte de los
ciudadanos, los que son llamados blancos, quieren exclusivamente
disfrutar de los derechos de ciudad. Y son esos mismos los que se
atreven a decir por la voz de sus diputados: si no nos atribuís
exclusivamente los derechos políticos, nos sentiremos descontentos;
vuestro decreto llevará el descontento y la turbación a las colonias; puede
tener funestas consecuencias; temed las consecuencias de dicho
descontento.
He aquí pues a un partido faccioso que os amenaza con incendiar
vuestras colonias, romper los lazos que las unen a la metrópoli, si no
confirmáis sus pretensiones.
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amos. Las cosas han existido en este estado hasta la época de 1682 y
1683 en que las colonia; de las islas del Viento se ocuparon de hacer
preparar la ley conocida después bajo el título de Código Negro. A este
efecto se enviaron memorías, y la ley de 1685. es la primera en que el
rey, entonces legislador, haya hablado de manumisión.
Este edicto de 1685 dice en uno de sus artículos que la libertad concedida
a los libertos debería producir sobre ellos los mismos efectos que la
libertad natural; y, sin embargo, en un artículo anterior, el edicto dice que
los libertos estarán obligados a conservar el respeto por sus antiguos
amos.
En 1705 otro edicto señala que todo liberto que haya ocultado a un
esclavo será él mismo vendido como esclavo. Así pues, pregunto si
después de eso se puede asimilar un blanco a un liberto…
He aquí un hecho más concluyente: existía en Santa Domingo desde la
época de 1613 hasta la de la revolución, una asamblea política. Tenía por
objeto regular, cada cinco años, la riqueza imponible. ¡Pues bien! esta
asamblea estaba compuesta en su totalidad por blancos; y nunca se oyó
decir a los hombres de color que ellos debieran ser llamadas a su seno.
En las islas de Sotavento era la misma cosa”.
Después el orador abordó la cuestión de principios.
La izquierda hablaba de los derechos del hombre y del ciudadano, y era afecta
a apoyarse en la filosofía natural. Moreau de Saint-Méry no resistió el fácil
placer de cogerla en flagrante delito de contradicción y en derogación perfecta
con la filosofía natural:
“Se dice que dejar la iniciativa a las asambleas coloniales, es dar a la
nobleza el derecho de deliberar sobre lo que concierne al tercer estado.
Se engañan evidentemente; también había en la colonia privilegiados,
nobles y sacerdotes, y con relación a esto, vuestros principios han sido
adoptados.
Oigo hablar mucho de los derechos naturales por los que quieren la
perfecta asimilación de los hombres de color con los blancos. Pregunto en
qué capítulo del libro de la naturaleza, se ha tratado de ciudadanos
activos”
Sobre esta trama es que Barnave bordó su acostumbrado tejemaneje:
“Diré, señores, que dado el calor con el cual se discute aquí la cuestión,
se creería que por lo menos es la causa de los principios contra la del
interés nacional. ¡Pues bien! señores, ni siquiera es la causa de los
principios, pues los que se niegan, a una medida de prudencia que me
atreveré a decir necesaria, indispensable en las circunstancias, alteran
ellos mismos los principios del modo más importante. Según ellos, no se
puede, sin herirlos, dejar en suspenso durante algún tiempo, con la
olvidar su pasado, y la mayor parte de los libertos simplemente subieron un peldaño en la
estratificación social romana, pasando a formar parte de la plebe y con ello la necesidad de
ganarse la vida con su trabajo, por lo que muchos de ellos siguieron trabajando para sus
anteriores propietarios, ahora patronos.
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Capítulo III
UN DESTELLO
secretarios del rey eran mucho más rudos señores que los Montmorency.
Por debajo se encuentran los cuarterones, los mestizos, los mulatos, los
negros libres y por último los negros esclavos que son el verdadero
pueblo del país, puesto que es ese pueblo el que cultiva la tierra y
adiestra sus brazos. Ya es bastante que esta profunda llaga hecha por la
esclavitud a la humanidad no pueda ser curada más que por grados. Al
menos no añadamos a esta desigualdad, los defensores de la libertad
humana instituyendo nuevas clases de nobleza cuando ellos han
destruido las que existían en su país”.
¿La extorsión del colono a la secesión? ¿Estaba en la dignidad de la asamblea
pensar en plegarse ante puras baladronadas?
“Se nos amenaza con el resentimiento de esos nobles de ultramar. Desde
que convivimos juntos, todos tenemos la experiencia de que a las
amenazas debamos oponer el desprecio y la intención enérgicamente
pronunciada de rechazar el ataque y castigar a los amenazadores”.
Y Dupont de Nemours se elevaba a una altura en que más tarde sólo debía
alcanzarlo Robespierre:
“No temamos, señores, la separación. Si debiera producirse. si os
encontráis en la apremiante necesidad de sacrificar la justicia o la
humanidad, os diré que vuestro único poder está en la equidad, que si
abandonáis esta base, entonces expondríais la salvación de tantos
trabajos meritorios que habéis hecho por la humanidad, y que así vuestro
interés, el de Europa, el del mundo exigiría que no titubeaseis en el
sacrificio de una colonia más bien que de un principio”.
Inmensa colisión política: de una parte principios muy fuertes por su reciente y
solemne enunciación, por otra parte el poder de los intereses, la fuerza de los
prejuicios, también en los tímidos el temor a aventurarse en una especie de
“térra incógnita” en donde cada paso fuera de la tradición corría el riesgo de
hacer surgir un nuevo peligro…
Esta vez los colonialistas sentirán pasar sobre ellos el viento de la derrota.
Barnave había hablado, pero Barnave, aunque hubiera hablado, seguía siendo
a pesar de todo el hombre del castillo de Vizille, lo cual significa en cierto modo
un hombre revolucionario, tanto que aun cuando negara los derechos de los
mulatos se hacía violencia –y por supuesto, su discurso se había resentido de
esa violencia.
Entonces mandaron a hablar al abate Maury.
El azar entró por muy poco en la designación del abate Maury, el reaccionario
más frenético, que hizo lo que se esperaba de él con un brío que no dificultó
escrúpulo humano alguno ni ninguna sombra de idealismo político. Y, en
efecto, el calor que faltaba a Barnave, el calor de la buena conciencia que
buscaban los colonialistas y la mayoría de la asamblea, un reaccionario franco
y declarado, al que ninguna duda lo había asaltado sobre la validez de los
privilegios, y por lo demás retórico de altura, podía aportarlo.
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“Los blancos que se esfuerzan por hacérnoslos odiosos son sin embargo
los verdaderos, los únicos vínculos que unen nuestras colonias a la
metrópoli: el día en que vuestras islas no estén ya habitadas y
administradas por los blancos, la Francia dejará de tener colonias; sólo
estarán pobladas por una clase de negros y de mulatos que no son,
dígase lo que se diga, franceses puesto que ni siquiera han visto Francia.
Estos insulares, cuya patria verdadera es el África, acaso mueran de
hambre en el país más fértil del universo al entregarse a la incuria, a la
imprevisión, a la impericia y a la incurable pereza de su carácter”.
¿La conclusión?
La conclusión era que no se podía “investir del poder público” a “esos hombres
de color apenas maduros para la libertad”, y que por tanto lo más prudente era
de poner su suerte entre las manos de sus tiranos.
A la acogida frenética con que el discurso de Maury fue acogido por la
asamblea (fue decretada su impresión) se puede juzgar que los juegos
estaban lejos de ser hechos.
Después de Maury, Monneron, un diputado de las islas, fue útil a los liberales
no haciéndose solidario a los otros diputados coloniales y afirmó que sus
comitentes que eran colonos:
“nunca habían sido bastante insensatos de reservarse como jueces y
partes para dictaminar sobre lo que de hecho está decidido por la
naturaleza (a saber la igualdad de blancos y de mulatos) y que el honor
de la Asamblea Nacional estaba interesado en mantener”.
Su éxito, muy estimulable, no podía ocultar el hecho de que la asamblea nunca
había estado más peloteada, incapaz, bajo la avalancha de discursos
contradictorios, de encontrar un refugio estable. Una feliz torpeza de Moreau
de Saint-Méry permitió a Robespierre intervenir de nuevo.
El diputado de Martinica, fiel a la táctica de Maury, abandonaba por un
momento la cuestión demasiado aventurada de los derechos políticos de los
hombres de color, y planteando la cuestión negra, conminó a la Constituyente
a elegir entre la abolición o la constitucionalización de la esclavitud.
Maniobra singularmente osada, pues ponía precisamente a la asamblea ante
el dilema que había tenido tanto cuidado en evitar:
“El proyecto de los comités ya no puede colmar el deseo de !as colonias,
puesto que es preciso que se explique claramente sobre los esclavos”.
“Sabéis, señores, qué efectos han producido en esta asamblea y en las
colonias las dudas surgidas sobre la redacción del artículo 4 de las
instrucciones del 28 de marzo: ha llegado el momento en que es
indispensable explicarse claramente, y de un modo que ya no permita
dudas. Por tanto no hay que seguir hablando de personas no libres; que
se diga simplemente los esclavos; es la palabra técnica. (Murmullos.) Al
proponer este cambio de redacción, no tengo la debilidad de abdicar lo
que es relativo a los hombres de color; pido igualmente la iniciativa sobre
ellos.
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Capítulo IV
UN DESTELLO QUE SE APAGA
más se los atraerán; que aun cuando los negros quisieran rebelarse, no
podrían, porque las personas de color interesadas en mantenerlos en la
esclavitud, se unirían a los blancos formando entonces una sola clase.
”De acuerdo con esto pido a la asamblea que tenga a bien estatuir sobre
la suerte de los hombres libres propietarios, y que esté persuadida de que
encontrará en ellos a hijos que jamás olvidarán el servicio y el estado a
que los habrá llevado”.
Esta embestida se hacía en el momento oportuno.
Permitió a Grégoire refutar un argumento de Moreau de Saint-Méry quien, en
días precedentes, había hecho impresión:
“Uno de los preopinantes, se trata, creo de Moreau de Saint-Méry ha
hecho una objeción sacada de que en Francia tenemos ciudadanos que
no disfrutan de los derechos de los ciudadanos activos. Existe una gran
disparidad: en Francia, el estado de ciudadano activo es una desigualdad
pecuniaria que cada cual puede esperar salvar y, en cambio, en las
colonias, esta desigualdad resulta de la diferencia de color que es
insuperable. En Francia, la desigualdad marcada no es visible, no está
grabada en la frente, no crea, de una parte, la insolencia y la humillación
de la obra, en cambio, en las colonias, esta desigualdad está grabada en
la frente del hombre mismo y el hombre no puede escapar a la
humillación”.
Terminaba haciendo una advertencia patética:
“Se ha invocado la política: os podría decir, señores, que jamás se puede
ser político si no es por la justicia; que la justicia, tanto para los imperios
como para los individuos, es verdaderamente un punto fijo y que la
estabilidad de los estados sólo resultará del perfecto acuerdo entre los
principios del gobierno y los de la justicia”.
¡Acuerdo entre los principios de gobierno y el espíritu de justicia! ¿Qué no
podrá hacerse con las palabras?
Esto era a lo que, oyéndolos, tendía la política preconizada por los colonialistas
más acérrimos.
Es lo que afirmaron muy seriamente un Moreau de Saint-Méry (“sería hacer
una injuria gratuita a los colonos”, explicaba, suponerlos “incapaces de sentir
por sí mismos” lo que era razonable “hacer en favor de los hombres de color”)
y –decididamente Tartufo hacía escuela– un Malouet, cauteloso en extremo.
Hacía en el interior del prejuicio de color una distinción sutil entre un “prejuicio
de vanidad”, ese inadmisible del pequeño blanco con respecto a los hombres
de color y otro, un “prejuicio social”, legítimo ese de los grandes blancos
propietarios; de todo lo cual resultaba que había dos subordinaciones: una de
“servidumbre”, condenable y una de “diferencia” perfectamente normal.
Terminaba este ejercicio de casuística con una profesión de fe que iba lejos, y
un solemne repudio de la idea de igualdad:
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“Concluyo que se debe decidir este asunto con ventaja para la justicia.
Ahora bien, emplazo a la justicia en el principio de que los hombres de
color, como el resto de los ciudadanos, deben ser preservados de toda
opresión, emplazo a la justicia a convenir que ellos no deben ser privados
indefinidamente de los derechos de ciudadanos activos. Pero la justicia
no consiste, nunca ha consistido, en conceder el ejercicio de los derechos
políticos indistintamente a todos los hombres.
“Si la justicia consistiera en la igualdad política para todos los hombres sin
distinción, ya no habría gobierno en este momento, y ciertamente no
podéis discutir este nuevo principio... Señores, si la máxima que ayer oí
profesar en esta asamblea era verdaderamente el espíritu de la asamblea
–pero indudablemente no lo creo– si era cierto que fuera igual, que
incluso fuera conveniente sacrificar las colonias a un principo, pediría que
la discusión se cerrara y escucharía, en un silencio teñido de miedo, el
decreto que váis a lanzar”.
Ante lo contundente de la respuesta de Robespierre, Moreau de Saint-Méry se
batió prudentemente en retirada:
“No se trata de pelear por palabras persuadido de que las cosas han sido
bien comprendidas, que son tal como yo mismo las entiendo, retiro la
enmienda de la palabra esclavo”.
Tenía razón: poco importaba la palabra... Y de hecho, enmendado, el artículo
del comité colonial decía exactamente la misma cosa:
“La Asamblea Nacional decreta, como artículo constitucional que ninguna
ley sobre el estado de las personas no libres no podrá ser hecho por el
cuerpo legislativo, para las colonias, más que a petición formal y
espontánea de las asambleas coloniales”.
Después de tres días de debate, la asamblea ratificaba…
Era algo grave: una asamblea electa para constitucionalizar la libertad,
acababa por constitucionalizar la esclavitud más abominable…
En el horizonte de todos los hombres, acababa de extinguirse un gran destello.
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Capítulos V
UNA ENMIENDA POR CANSANCIO
Este debate tan movido hubiera podido proseguir aún por largo tiempo si la
irresolución de la mayor parte de la asamblea y el cansancio general no
hubieran preparado las vías del compromiso.
Por el cauce que tomaban los asuntos, Rewbell, diputado de Colmar, creyó
que lo mejor era transigir. Propuso una enmienda:
“La Asamblea Nacional decreta que el cuerpo legislativo no deliberará
nunca sobre el estado político de las gentes de color nacidas de padre y
madre libres, sin el voto previo, libre y espontáneo de los colonos; que las
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”Ahora bien reconozco los mismos derechos a todos los hombres libres
nacidos de cualquier padre y concluyo que hay que admitir el principio en
su totalidad. Creo que cada miembro de esta asamblea se da cuenta de
que ya ha hecho demasiado consagrando constitucionalmente la esclavitud
en las colonias”.
Todo esto era perfectamente cierto... Pero también era cierto que de una
asamblea reticente, la izquierda podía difícilmente sacar algo más. Tanto que,
en definitiva, en el voto de esta enmienda tan moderada, terminó por ver una
victoria…
Y por cierto, era una victoria... Una victoria truncada, mutilada, pero en fin una
victoria: por vez primera el legislador europeo osaba poner en tela de juicio el
buen fundamento y el carácter sacrosanto del privilegio de la piel; por vez
primera el muro de un privilegio hasta ese momento indiscutido, el privilegio
racial, se descascaraba. La cosa considerable, a pesar de las reservas
justificadas de Robespierre, era eso, y estaba henchida de infinitas
prolongaciones. En la ley votada había a la vez simiente y residuo. Lo más
importante era la simiente.
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Capítulo VI
LA REVANCHA DE BARNAVE
Por una vez pues, la primera, los ensoberbecidos colonos eran discutidos,
ridiculizados, llevados al banco de la razón. Por una vez la bruma mágica con
la cual se habían envuelto hasta el presente, se disipaba.
En todo caso, con su exasperación, con su rabia, muy sinceras, representaron
como actores consumados.
Para forzar la voluntad nacional, gritos, vociferaciones, amenazas, todo eso
fue magistralmente orquestado por un lobby activo, en cuya primera fila se
mostraba Barnave.
Fue una verdadera conspiración: pontífices indignados a los cuales no se
habría secundado, grandes colonos sofocados por una indignación tal que se
hubiera pedido poner en duda la legitimidad de sus privilegios, negociantes
enloquecidos ante la idea de perder sus capitales, también algunos sabios
deslizados en escena.
El estreno fue la muy espectacular salida de los diputados coloniales.
“Señor Presidente:
“Vamos a dirigir a nuestros comitentes el decreto que la Asamblea
Nacional dictó en la mañana de ayer y el cual concierne a las gentes de
color y negros libres. En el actual estado de cosas, estimamos nuestro
deber abstenernos de las sesiones de la asamblea y os rogamos le
comuniquéis nuestra decisión”.
En estos términos cogidos con pinzas es que los señores Gouy d’Arsy,
Reynaud de Perigny y algunas otras celebridades de Santo Domingo
significaban al legislador que en lo adelante la asamblea se privaría de sus
talentos.
"Los señores Nadal, Gualbert, Curt, diputados por Guadalupe, no
quisieron ser menos:
“Señor Presidente,
”El decreto que la asamblea dictó en la mañana de ayer, concerniente a
los hombres de color libres, nos obliga a abstenernos de sus sesiones.
“Firmado: Nadal, Gualbert, De Curt”.
A Moreau de Saint-Méry y Arthur Dillon sólo les quedaba ajustar su conducta a
la de ellos. Segunda puesta en escena: el noble furor de Santo Domingo.
Para darle tiempo a desenrollar sus volutas, ministros y diputados se las
habían arreglado para obstaculizar la expedición del decreto. Debía ir
acompañado de una instrucción. Pasaron los meses. La instrucción nunca
estaba lista. Entonces, como por azar, de Santo Domingo llegaron noticias
trágicas, supertrágicas. Todo el mundo protestaba. El gobernador Blanchelande
protestaba jurando que no había que contar con él para derramar la sangre de
los blancos.
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de fe que ellos creen ver en él, no les inspira menos terror para el futuro;
creen percibir en este acto no sólo los peligros indirectos que resultan de
los derechos de los ciudadanos activos concedidos a los hombres de
color, sino el peligro próximo de una gestión del cuerpo legislativo, que
habiendo faltado ya a sus promesas, puede llegar a atacar directamente e
inmediatamente el régimen colonial por la manumisión de los esclavos.
Sea lo que fuere de estas ideas, he aquí naturalmente donde ellas deben
llevarlos a pedir que el cuerpo legislativo no tome ninguna parte en sus
leyes del régimen interior, visto que hoy día está demostrado que él no
puede inmiscuirse sin gravísimos peligros para la colonia; es que
habiendo una vez establecido en su espíritu que el cuerpo legislativo no
puede tomar parte en su régimen interior, sacan de ello una primera
consecuencia y es que las colonias no deben estar representadas en el
cuerpo legislativo, puesto que él no hace sus leyes; y del hecho de que
las colonias no estén representadas en el cuerpo legislativo, sacan esta
segunda consecuencia de que el cuerpo legislativo no puede hacer sus
leyes de comercio, visto que ningún francés no está obligado más que a
la ejecución de las leyes que ha hecho por él o por sus representantes.
“No hay que estimar este razonamiento extraordinario e imposible puesto
que ya lo habían hecho y, no es otra cosa que el sistema de los decretos
del 28 de mayo presentado por la asamblea colonial de Santo Domingo,
la cual se daba todas las leyes del régimen interior, sin someterse a la
sanción para la ejecución provisional y quería que las leyes del régimen
exterior, es decir, las leyes de comercio, fuesen respectivamente consen-
tidas entre la colonia y la metrópoli”.
Ante estos peligros sólo había un partido a seguir: volver a la solución que
siempre había sido la de Barnave, es decir, dejar a los colonos la legislación
interior de las colonias, para conservar más seguro entre las manos de la
metrópoli la legislación exterior y las leyes del comercio:
“Hay en todos los sistemas coloniales posibles dos puntos invariables por
su esencia, porque encerrando el interés nacional y el de las colonias,
son ellos necesariamente la base de las relaciones que las naciones
europeas y las colonias pueden tener entre sí: hemos estimado que si nos
pronunciamos hoy sobre estos puntos, haríamos justicia a cada uno,
haríamos cesar de una vez por todas las esperanzas ilegítimas sobre el
régimen exterior y los temores legítimos sobre el régimen interior. Así
pues os propondremos decretar dos bases fundamentales: una, que las
leyes del régimen exterior de las colonias estarán continuamente en la
competencia del cuerpo legislativo, bajo la sanción real y que a este
respecto las colonias no pueden hacer más que peticiones que, en ningún
caso, podrán ser convertidas en reglamentos provisionales en las
colonias; otra, que las leyes sobre el estado de las personas serán
hechas por las asambleas coloniales y ejecutadas provisionalmente de
acuerdo con la sanción del gobernador y directamente llevadas a la
sanción real”.
El orador consagraba todo el resto de su discurso a legitimar este segundo
punto.
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Jamás el cinismo había ido tan lejos. Se habla del siglo XVIII como de un siglo
enamorado de las ideas abstractas, pero a menudo se olvida que junto a este
siglo hay otro, ése que por Montesquieu remonta hasta Maquiavelo.
Así pues, abordando el problema del régimen interior de las colonias, a
Barnave le parece que dicho régimen descansa por entero sobre un cúmulo
armonioso de prejuicios necesarios:
“El régimen interior de las colonias, su existencia, la tranquilidad que reina
en ellas, no pueden ser consideradas sino como un edificio ficticio o
sobrenatural, pues la suficiencia de los medios materiales y mecánicos
falta allí en lo absoluto.”
“Santo Domingo, al mismo tiempo que es la primera colonia del mundo, la
más rica y más productiva, es también aquélla en que la población de los
hombres libres está en menor proporción con los que están privados de
su libertad. En Santo Domingo cerca de cuatrocientos cincuenta mil
esclavos están frenados por cerca de treinta mil blancos y los esclavos no
pueden ser considerados como desarmados, pues son hombres que
trabajan en el cultivo de la tierra, que tienen siempre instrumentos en sus
manos, siempre poseen armas; es pues físicamente imposible que el
pequeño número de blancos pueda contener a una tan considerable
población de esclavos, si el medio moral no viniera a apoyar los medios
físicos”.
Pero, se dirá, ¿en qué consiste ese medio moral? Es el inmoral prejuicio del
color:
“Este medio moral está en la opinión, que pone una distancia inmensa
entre el hombre negro y el hombre de color, entre el hombre de color y el
hombre blanco, en la opinión que separa absolutamente la raza de los
ingenuos de los descendientes de esclavos, a cualquier distancia que se
encuentren.
”Es en ésta opinión que está el sostén del régimen de las colonias y la
base de su tranquilidad. Desde el momento en que el negro, que no
siendo ilustrado sólo puede ser conducido por prejuicios palpables, por
razones que impresionan sus sentidos o que están mezcladas a sus
hábitos; desde el momento en que pueda creer que es el igual del blanco,
al menos que el que está en el medio es el igual del blanco, desde
entonces se hace imposible calcular el efecto de ese cambio de opinión.
“Hay pues que convencerse bien que ya no habrá tranquilidad ni
existencia en las colonias, si se atenta a esos medios de opinión, a los
prejuicios que son las únicas salvaguardas de esta existencia. Este
régimen es absurdo, pero está establecido y no se le puede tocar
bruscamente sin desencadenar los más grandes desastres. Este régimen
es opresivo, pero logra que en Francia permanezcan millones de
hombres. Este régimen es bárbaro, pero seria mayor barbarie querer
ponerle encima la mano sin poseer los conocimientos necesarios”.
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“¿Y qué son esas cartas si no el fruto de la intriga? ¡Ved cómo la mayor
parte han sido dictadas por el mismo espíritu, formadas de algún modo
sobre el mismo modelo!”
¿Qué probaba todo eso, esas noticias falsas, esos decretos inaplicados, ese
frenesí en aterrorizar, esa constante aplicación en sorprender para engañar
mejor? ¿Qué probaba eso, si no que había un pequeño número de hombres
resueltos a torcer la marcha de la democracia y a imponer sus designios por
todos los medios? Esos hombres eran los del triunvirato, Barnave, Dupont,
Lameth:
“Séame permitido poner ante vuestros ojos qué espectáculos nos ha
presentado el asunto de las colonias desde que se puso sobre el tapete.
Recordad las disposiciones particulares siempre presentadas a lo
imprevisto: jamás ningún plan general que os permitiera abarcar de una
ojeada el fin adonde os querían llevar y los caminos por los cuales os
querían hacer marchar. Recordad todas esas deliberaciones que,
después de haber obtenido la ventaja a la cual parecían, en principio,
limitar todos los deseos, se hacían instrumento de ella, para obtener
nuevas ventajas; en que llevándoos siempre de reseñas en reseñas, de
episodios en episodios, de terrores en terrores, siempre ganaban algo
sobre vuestros principios y sobre él interés nacional, hasta que en fin,
chocando contra un escollo, se prometían cumplidamente reparar su
naufragio”.
Para concluir, a los “realistas”, a los “astutos”, en una palabra a los intrigantes,
Robespierre lanzaba una vez más a la cara los principios, los grandes
principios, en cuya exposición era invencible:
“Reivindico este interés de la justicia y de la humanidad, que jamás se
logrará ridiculizar ni en esta asamblea ni fuera de ella, cuyo destino es
triunfar siempre del maquiavelismo y de la intriga; lo reivindico y no lo
reivindicaré sin éxito.
Pero, os han dicho, esto es asunto de poca monta, de una cosa de
escasa importancia para esos hombres de color; sólo se trata de
derechos políticos; les dejamos los derechos civiles. ¿Pero qué son en fin
de cuenta los derechos civiles que les dejan sin los derechos políticos?
¿Que es un hombre privado de los derechos de ciudadano activo en las
colonias, bajo el dominio de los blancos? Es un hombre que no puede
deliberar en modo alguno, que no puede influir ni directa ni indirectamente
sobre los intereses más sagrados de la sociedad de la que forma parte.
Es un hombre exiliado, cuyo destino está librado de los caprichos, las
pasiones, los intereses de una casta superior. ¡He ahí los bienes a los
cuales se da tan mediocre importancia! Que así se piense, cuando se
contempla la libertad, el bien más sacrosanto del hombre, el bien
soberano de todo hombre que no está embrutecido; que así se piense,
digo, cuando se contempla la libertad como lo superfluo de que el pueblo
francés puede prescindir, con tal que se le deje la tranquilidad y el pan;
que así se razone con tales principios, no me sorprende. Pero yo, para
quien la libertad será el ídolo, yo no conozco ni felicidad, ni prosperidad,
ni moralidad para los horneras ni para las naciones sin libertad, yo declaro
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Capítulo VII
LA REBELIÓN MULATA
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la suya hasta allí, de sostén incondicional de los colonos blancos, por otra,
más realista y toda nueva, de sostén de todas las burguesías –blanca o de
color– contra la subversión negra:
“Señores, los artículos del proyecto de decreto que os voy a presentar
pueden reducirse a cuatro disposiciones principales, las que derivan
todas de las causas principales de los disturbios de Santo Domingo. Os
he probado que la cansa de los disturbios estaba en el partido de los
facciosos que han querido separarse, de la metrópoli: por tanto hay que
perseguirlos y castigarlos.
Os he probado que la causa de la matanza de los blancos estaba en ese
inmenso rebaño de esclavos que inunda a Santo Domingo, que para
mantenerlos en el. deber hacía falta rodearlos de una guardia numerosa,
poco costosa que se reclutaría fácilmente y, resistiera a las fatigas, de
una guardia aclimatada tal como las de los hombres de color; por tanto, si
queréis conservar el orden público en vuestras vastas posesiones, debéis
atraer esos ciudadanos al nuevo régimen devolviéndoles todos sus
derechos.
Os he probado que la causa de los disturbios estaba en la destrucción de
los tribunales y de todos los poderes legítimos, en el desprecio y la
desconfianza que se tenía de los agentes del poder ejecutivo; hay pues
que apresurarse y organizar el nuevo régimen y enviar agentes cuyo
carácter pueda inspirar confianza y respirar paz. En fin os he probado,
señores, que el desorden de las islas estaba en la gran cantidad de
colonos disipadores y endeudados, a los que la ley asegura la impunidad;
por tanto, hay que sustituir esta ley que santifica la bancarrota, por una
ley que, proscribiéndola, traiga de nuevo el crédito y la prosperidad a las
islas”.
A decir verdad era ese el tema mayor de Brissot:
“Cualquiera sea el partido que toméis, lo más urgente sin duda es inspirar
la confianza a los comerciantes y a los armadores, que comunican
directamente con las colonias y que pueden hacerles saludables
adelantos. Así, no podréis inspirar esta confianza si no es destruyendo un
vicio radical en el régimen de las colonias, vicio que necesariamente
entraña mucho desorden y desconfianza entre los capitalistas y detiene la
rapidez de la roturación de las tierras. Para ser roturadas todas las
plantaciones han exigido adelantos de la metrópoli y, sin embargo, las
plantaciones no pueden ser embargadas por el negociante para el pago
de sus adelantos, cuando éste exige su rembolso a un plantador moroso
o de mala voluntad. El acreedor está actualmente a su merced; el temor
del despotismo de su deudor lo lleva a hacerle nuevos adelantos para no
perder los ya hechos y éste, seguro de hacer la ley, no pone límites a sus
exigencias siempre acompañadas de la amenaza de arruinar a su
acreedor... Los capitalistas le tenían menos miedo a la pérdida del
comercio y a la pérdida de las colonias que a una bancarrota que, al
mismo tiempo, haría desaparecer considerables capitales y suspendería
por un largo tiempo sus habituales relaciones. Y he aquí, señores, el
secreto de la coalición que ha existido por tanto tiempo entre los colonos
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Pero eso era diferir singularmente el caso. En Santo Domingo no sólo los
mulatos defendían el campo, sino que cada día que pasaba veía aumentarse
la fuerza de la sedición negra; si todo el oeste estaba entre las manos de los
hombres de color, toda la parte oriental de la provincia norte estaba expuesta a
los hombres de Jean-François y de Biassiou. Más aún, las dos insurrecciones,
la negra y la mulata, se apoyaban y se daban la mano; y para los blancos los
asuntos eran sin salida. Había que terminar de una vez por todas. Esta vez,
Brissot atacó de frente la dificultad. El único modo de liquidar la insurrección en
Santo Domingo era disociar las dos sediciones.
El 21 de marzo de 1792 explicó su plan:
“Señores, la guerra civil ha sucedido en Santo Domingo a la guerra de los
esclavos o, más bien, tres especies de guerra desgarran actualmente a
esa desdichada isla, la guerra de los negros contra los blancos, la guerra
de los mulatos contra los blancos y la guerra de los blancos entre sí.
Estas tres guerras no tienen más que una sola causa, en el presente bien
conocida, aunque se haya tratado de oscurecerla, y es la injusticia
cometida con la gente de color.
De acuerdo con los hechos que acabo de exponer, podéis, señores,
haceros una justa idea del estado actual de Santo Domingo. La guerra
civil y la guerra de los esclavos despliegan en el país todos sus furores;
los negros están armados contra los blancos que los hombres de color
atacan por otro lado y los blancos están divididos entre sí; los blancos de
las ciudades pelean contra los blancos de los campos”.
Esta vez Brissot no transigía sobre la solución a implantar la única, la
indispensable:
“Ahora bien, señores, ¿qué debe hacer la Francia para apagar todas las
guerras? Devolver sus derechos a los hombres de color; he ahí el único
remedio para todos los males; es el que la política perdona, y una vez
más, no hablo aquí de la justicia ni de los principios, sólo me apoyo en
vuestro interés y en el de las colonias”.
¿Y la ratificación de los concordatos de la que se había hablado en diciembre?
Todo eso, aseguraba Brissot, quedaba atrás:
“¿Podéis en el presente titubear en conceder este derecho a los hombres
de color? Pero os lo he dicho, hay que concederlo plenamente,
francamente, de manera a extirpar para siempre el odio y las discusiones.
A hora bien, no encuentro esta plenitud de justicia sino en la revocación
del decreto del 24 de setiembre.
En efecto, limitaros a resucitar el decreto del 15 de mayo sólo sería una
justicia a medias; pues dicho decreto privaba a los hombres de color de
una parte de sus derechos. Ese decreto abría la puerta a mil triquiñuelas
que el orgullo y la injusticia no dejarían de aprovechar para embrollarlo
todo.
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no era más que un fantasma, puesto por delante por el relator del comité
colonial, para asustar a la Asamblea Nacional, extraviar su razón y
forzarla a hacer el sacrificio de los principios que le habían guiado hasta
entonces…
Sobre todo me sería fácil probar que suponiendo al señor Barnave
convencido de la verdad de los hechos sobre los cuales fundaba la
necesidad de admitir su proposición, suponiendo que de buena fe había
tomado los furores del hotel Massiac por los de Santo Domingo, y aun
perdonándole es :e error muy natural en un hombre que sólo había visto
las colonias allí, me sería, digo, fácil probar que ni esos hechos ni otros
más graves aún eran capaces de justificar sus bárbaros e inconstitucionales
principios. ¡Y he ahí todo ese andamiaje echado por tierra!
Por lo demás, señores, el tiempo ha juzgado este gran proceso entre la
filosofía y el interés de la Francia. La fuerza se ha encontrado del lado de
la razón y hoy día sería cometer dos crímenes en vez de uno, si
reclamáramos el mantenimiento del decreto del 24 de setiembre, puesto
que es evidente que dicho decreto, que viola ya todas las leyes de la
justicia, entrañaría, además, la pérdida de las colonias y la ruina de
nuestras principales ciudades Comerciales.
Los tiranos han sido los más débiles y han sido vencidos; qué digo,
¿vencidos? Ni siquiera han osado resistir: no han osado prevalecer de
ese decreto, al cual los facciosos de su partido tendrían el coraje de
pretender que la salvación de las colonias estaba atada; lo han anulado
de antemano; y es en esta medida que han encontrado la salvación de
sus propiedades, de su vida, dé la colonia entera... ¿Qué motivo os
seguiría deteniendo? Oh, vosotros que rendísteis ese bárbaro decreto,
pero necesario en vuestro pensamiento, ¿por qué os demoráis en
revocarlo? Me habéis dado un remedio para curarme y se ha demostrado
que me va a matar, ¿permitiréis que lo tome y no me arrebataréis de las
manos la copa fatal?” (Aplausos reiterados.)
Otro argumento de Barnave se fundaba en el buen uso del prejuicio de color,
justificado como garante del orden colonial. Se recuerda la frase famosa:
“Si atentáis a ese medio de opinión y a ese prejuicio que es la única
salvaguarda de la colonia, habrá que renunciar a poseer esclavos, pues
desde el momento en que el negro, que sólo puede ser manejado por
prejuicios palpables, por razones que golpean sus sentidos y están
mezcladas a sus hábitos, se dé cuenta de que él es el igual del blanco o
al menos aquel que está entre ambos es el igual del blanco, ya no será
posible contenerlo. Tal prejuicio es absurdo, pero está establecido; es
opresivo, pero hace existir en Francia a millones de hombres; es bárbaro,
pero sería mayor barbarie querer poner las manos en dicho prejuicio sin
poseer los conocimientos necesarios”.
Este argumento, por ingenioso que fuese, no resistía al examen: “Es algo difícil
de comprender la ’necesidad del sometimiento de los hombres de color libres
para contener a los negros esclavos. ¿Qué se entiende, en efecto, por eso?-
¿Que el negro adquiera una idea, más alta del poder del blanco? ¿Pero existe
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Para coronar su obra, Guadet hallaba una comparación que produjo gran
entusiasmo:
“No insistiré, señores; sobre lo que tiene de ofensivo para la soberanía del
pueblo el principio que aquí combato; me limitaré a observar que, si es de
buen ciudadano hacer resaltar su amor y su respeto por la constitución,
no es de hombre pregonar la idolatría por el cuerpo constituyente y
pretender que, semejante a Dios, ha conservado todo su poder después
de haber finalizado su obra”.
No hay que sorprenderse del resultado. En una palabra, la Asamblea Nacional
reconocía que les hombres de color y negros libres debían gozar de la
igualdad de derechos políticos; declaraba que, sobre esta base, se procedería
en cada una de las colonias francesas a la renovación de las asambleas
coloniales y de las municipalidades y, para hacerse más explícito, precisaba
que “los hombres de color y negros libres serían admitidos a votar en todas las
asambleas primarias y electorales y serían elegibles en todas las plazas” con
tal de reunir “las condiciones prescritas por el artículo 4 de la instrucción del 2
de marzo. (1790). A los colonos sólo les quedaba una última esperanza: el rey.
Por la asamblea colonial de Santo Domingo se enviaron instrucciones a sus
comisarios en Francia:
“reiterar al rey de los franceses el homenaje del profundo respeto y la
inviolable adhesión de los habitantes de Santo Domingo por Su Majestad,
suplicarle mantenga, con toda la fuerza y la autoridad que le confería la
constitución de la que era supremo guardián, la ley constitucional para las
colonias francesas del 28 de setiembre, suplicarle, en nombre de sus
colonias y además por su conservación y para bien mismo de la
metrópoli, no tolerar nunca que se atentara en el grado más mínimo
contra esta ley tutelar”.
Los comisarios de la asamblea colonial apelaron del voto nacional ante el rey.
Durante algún tiempo contaron con que el rey se negaría a sancionarlo.
Estaban apoyados en esta esperanza por Lacoste, el ministro de la Marina,
cuya opinión contra los hombres de color era tanto más arrogante cuanto que
antes de su ministerio, había sido diputado de comercio de Santo Domingo e
intendente de la Martinica. Pero la mayoría del nuevo ministerio, cuya
nominación habían decidido los patriotas, le sacó ventaja en el consejo. Se
hizo sentir al rey el mal efecto que produciría en la Francia colonial la negativa
de sanción de un decreto tan popular y las consecuencias funestas que tendría
para las colonias mismas, que correrían el riesgo de falta de auxilios e incluso
de los artículos más necesarios que ellas obtenían de la madre patria, si el rey
rechazaba las condiciones a las cuales la Asamblea Nacional había adscrito de
algún modo estos auxilios.
El rey ratificó. El decreto se convirtió en el decreto del 4 de abril de 1792... La
victoria de los mulatos era definitiva. ¿Pero no se ha visto a la constituyente
cambiar de parecer sobre un decreto? Los colonos de Santo Domingo se
entregaron a todas las convulsiones de la rabia:
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“¡Así que nuestros verdugos, nuestros asesinos, los monstruos que han
fertilizado la tierra con los huesos de nuestros hermanos, triunfan! El
decreto del 24 de marzo es un horror, una ignominia... No más colonias,
no más esclavos. El decreto del 24 de marzo es una patente de libertad
para seiscientos mil sublevados. Ese decreto es una monstruosidad a los
ojos de la política, y es un crimen a los ojos de la sana filosofía”.
Los mismos, en otros momentos, se entregaban a sanguinarias ensoñaciones:
“La salvación de Santo Domingo es imposible si no se toma el partido de
ser justo y severo con los mulatos, exterminándolos o al menos
deportándolos a la isla de la Ascensión cerca de las islas del Príncipe en
Guinea, dándoles víveres para un año e instrumentos de labranza;
dándoles por arzobispo a ese canalla de Grégoire y por alcalde a ese
cobarde de Brissot, que defendía en 1789 los intereses de Santo
Domingo y que hoy entona la palinodia por los siete millones prometidos
por Raymond”.
En tal clima de pasión frenética se comprenderán las dificultades de la tarea
que esperaba a los nuevos comisarios qué la Legislativa acababa de nombrar.
Sonthonax, Polverel y Ailháud llegaron al Cap el 19 de julio de 1792, para
encontrar una situación tanto más inquietante por cuanto los colonos tenían
ahora en los realistas el apoyo de un nuevo grupo de descontentos. La
revolución del 10 de agosto, en Francia, acababa de derrocar al rey. Así pues
en Santo Domingo se había hecho del modo más natural la conjunción entre
leopardinos partidarios de la independencia y realistas devotos de Luis XVI.
Pero los comisarios no se dejaron intimidar. En el Cap, reembarcaron por
fuerza al nuevo gobernador, el general d’Esparbes, realista notorio, al que
sustituyeron por un hombre devoto a su política: el general Rochambeau.
En Port-au-Prince hubo que llevar las cosas con mayor severidad. Caradeux el
cruel, habiéndose fugado, su sucesión a la cabeza de la guardia nacional
había sido recogida por su rival en fanatismo, el marqués de Borel. Apenas
nombrado, Borel la emprendió contra Lasalle que había sustituido a
Rochambeau, a quien habían nombrado jefe militar en la Martinica. Borel
expulsó a Lasalle de Port-au-Prince, y “como medida de salud pública” se
apoderó de todos los poderes, civiles y militares.
Fue una audacia de marca mayor. Pero quiso hacer más: los comisarios
habían disuelto la asamblea colonial.
Borel, por su propia autoridad, decidió reconstituir una que sería él instrumento
de su dominación sobre todo el país. Era demasiado. Los comisarios juzgaron
que había llegado el momento de dar un golpe de mano. El 21 de marzo de
1793, Sonthonax, en una proclama retumbante, hizo saber que se había
resuelto lo que sigue:
“Ciudadanos, los intereses de Francia en la colonia corren un grandísimo
peligro, ya no se puede disimular por más tiempo el estado alarmante en
que se encuentra la cosa pública, en vísperas de una guerra extranjera...
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Libro Tercero
LA REBELIÓN NEGRA
Capítulo I
LOS LÍMITES DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
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“Señores,
”La libertad es el primer derecho que el hombre posee de la naturaleza,
ese derecho es sagrado e inalienable, nadie debe despojarlo de él.
”La esclavitud no es otra cosa que el abuso de la fuerza.
”Francia ha tenido la dicha de verla desaparecer de su continente; pero,
injusta, ha tenido la crueldad de establecerla en sus colonias. Es una
violación de todas las leyes sociales y humanas.
”Si hay una ocasión de proscribir del suelo francés éste bárbaro abuso, si
nunca antes se presentó en este suelo una que rompiera las cadenas de
la servidumbre, es sin duda en un momento en que los hombres
penetrados más que nunca dé esta verdad de ser iguales ante el Ser que
los creara y ante la ley eterna, que una mano invisible grabara en sus
corazones, reúnen todos sus esfuerzos para abolir y borrar hasta las
últimas huellas de su antigua servidumbre.
”Así pues, señores, me parece que ha llegado el momento de presentaros
el proyecto más grande, el más noble, el más digno acaso de la
posteridad, que sólo puede inmortalizar esta augusta asamblea: la
abolición dé la esclavitud.
”Rescatar la naturaleza del hombre degradado y envilecido, devolver su
dignidad al hombre, restablecerlo en sus derechos primitivos es acción
digna de la generosidad francesa. Reparar los ultrajes hechos a la
humanidad desde hace siglos, borrar, si ello es posible, todos los
crímenes de la avaricia es un acto digno de la justicia. Ya una nación rival
con tantos derechos a nuestra estimación se ha ocupado de ello;
prevengamos tan generosos designios. Es a Francia, es a vosotros,
señores, que toca dar tan gran ejemplo que os merecerá el homenaje y la
veneración del universo entero. Confieso que el corazón se ve seducido y
arrastrado por empresa tan noble y bella. Es tan dulce ejercer la
beneficencia, derramar consuelo en el seno de los desdichados y allí
verter la dicha, que uno no puede defenderse, no ya de un sentimiento de
piedad y de compasión, sino de enternecimiento, del más poderoso
interés por esos seres infortunados, víctimas desdichadas de nuestras
inmoderaciones y de nuestra insaciable y cruel avaricia.
”No hay género de crueldad y de barbarie al cual no estén ellos expuestos
ni fechorías de las cuales no nos sintamos culpables ante ellos. Se echa
mano a los medios más atroces para hacer una buena trata, se suscita la
guerra y la carnicería en su país, y mediante la seducción de algunos
objetos fútiles, se compra el atroz derecho de encadenarlos y de tratarlos
como viles rebaños de ganado. La pluma se resiste a describir tales
horrores. (Seguía una descripción muy precisa de los horrores de la trata
y de la vida de los esclavos en las colonias de América.)
”Señores, bajo semejante régimen, bajo el imperio de una ley que sería el
horror del pueblo más salvaje, viven en nuestras colonias los desdichados
africanos. En ellas perecen por millares, anonadados bajo el peso de
todos los males. Condenados a romper la tierra, apenas se les concede
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“Geneat... enviado por Lebrun y por Brissot a Filadelfia... se esforzó por hacer nuestros
principios sospechosos y terribles. En Filadelfia, Genest se hizo jefe del Club... Fue asi como
la misma facción que en Francia quería reducir a todos los pobres a la condición de ilotas...
quería en un instante libertar y armar a todos los negros para destruir nuestras colonias”.
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que en virtud del derecho del más fuerte. Voy más lejos, y supongo que
los habitantes de nuestras colonias se han declarado libres, ¿con qué
cara, osaríamos encontrar mal, que hayan imitado el ejemplo de las
colonias inglesas? ¿y por qué absurda inconsecuencia condenaríamos en
ellos lo que hemos aprobado enérgicamente con los insurgentes? De que
nuestras colonias están en su pleno derecho de liberarse de la metrópoli,
no vayáis a concluir que pienso dar la razón a los colonos blancos; sí, sin
duda, ellos son inexcusables a mis ojos por haber querido erigirse en
amos tiránicos de los negros, Si las leyes de la naturaleza son anteriores
a las de las sociedades y los derechos del hombre son imprescriptibles, lo
que tienen los colonos blancos respecto a la nación francesa, los mulatos
y los negros lo tienen respecto de los colonos blancos. Para sacudir el
yugo cruel y vergonzoso bajo él cual gimen, están autorizados a emplear
todos los medios posibles, incluso la muerte, aun cuando se vieran
obligados a exterminar hasta el último de sus opresores. Tales son los
principios conforme a los cuales un legislador equitativo se habría
pronunciado en el asunto de Santo Domingo: basta decir que el último
decreto sobre los hombres de color es equitativo y que dado sobre los
negros es atroz.
“Pero, ¿cómo podríamos tratar como hombres libres a hombres que
tienen la piel negra, en tanto que no hemos tratado como ciudadanos a
hombres que no pagan al Estado una contribución directa de un escudo?
Alabamos nuestra filosofía y nuestra libertad, pero no somos menos
esclavos hoy día de nuestros prejuicios y de nuestros mandatarios de lo
que lo éramos hace diez siglos. ¡Preguntadle a los parientes y a los
amigos esclarecidos de las víctimas degolladas en el Campo de Marte!”
Texto importante y único en su género.
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Capítulo II
APRENDIZAJE
25
Monseñor G. Curviliers: El antiguo reino del Congo, Desclee de Brower, Bruselas, 1946. La
traducción de Monseñor Curvilier es la más verosímil. Este canto en honor de la serpiente
Mbumba (Bomba) sería un canto congolés. Transcrito de acuerdo con la ortografía actual,
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seria así: “Eh eh Mbumba | Kanga bafioti | Kanga mundele | Kanga ndoki (la) | Kanga (li)
26
Los brujos
135
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Con cuarenta y ocho años de edad, sabiendo leer y escribir, gozaba entre los
suyos de un gran prestigio, debido tanto a la firmeza de su carácter como a su
superioridad intelectual.
Era un aporte precioso a la rebelión. Más precioso ya que la misma no estaba
aún en estado de estimarlo.
Al acoger al “viejo Toussaint”, creía acoger a una especie de Néstor. En
resumidas cuentas era un jefe, un jefe que la rebelión se daba...
Toussaint era hombre de tacto. Supo infiltrarse en la plaza y tomar posesión de
ella sin alarmar a nadie.
Después de la muerte de Bukman, el comando supremo había recaído en
Jean-François. A sus órdenes estaba Biassou quien, a su título de general,
había añadido el pomposo de “virrey de los países conquistados”. Toussaint
reflexionó que Jean-François era altivo, presuntuoso, susceptible, de trato
difícil; por el contrario, Biassou era débil e influenciable. Toussaint se fue al
campamento de Biassou.
Tenía suma confianza en sí mismo para persuadirse que muy pronto Biassout
no sería en sus manos más que un instrumento.
Fue así que se hizo consejero íntimo del “virrey de los países conquistados”
con el título de “médico”.
En resumen, y pese a la modestia relativa de su grado, su hora había llegado y
él lo sabía.
Después del “momento” Bukman, era el “momento” Toussaint Louverture el
que comenzaba.
Dos momentos de un mismo movimiento, pero diferentes.
El momento Bukman es el momento en que la insurrección negra, llevada de
un solo impulso, habría podido vencer de golpe. El momento de la inspiración
febril y del profetismo.
El momento de Toussaint Louverture, es el momento de los mañanas inspirados,
el momento del examen de conciencia, el momento de la reflexión fría que
corrige los errores y perfecciona los métodos.
En fin, desde que el motín, por su persistencia, tuvo visos de transformarse en
insurrección, Toussaint se le unió.
Pero tan pronto como Toussaint entró en el motín, no paró hasta extenderse en
revolución.
Y eso significaba esencialmente disciplinar la insurrección y superarla. Por
supuesto, superar su nivel militar, pero aún más su nivel político. Y ante todo,
hacerla consciente de una cosa: que, más allá de los hombres, había que
destruir un sistema. El fin, el único válido, no podía ser otro que la libertad, la
libertad general. Ahora se comprende la carta, que los esclavos escribieron al
gobernador Blanchelande, en respuesta a una de las proclamas de éste:
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TOUSSAINT LOUVERTURE
“Señor, nunca hemos pretendido apartarnos del deber y del respeto que
debemos al representante de la persona del rey... pero hombre justo,
bajad hasta nosotros, ved esta tierra que hemos regado con nuestro
sudor, o más bien con nuestra sangre, esas edificaciones que hemos
levantado. ¿Hemos obtenido alguna recompensa? Los que debieron
habernos servido de padres cerca de Dios eran tiranos, monstruos
indignos del fruto de nuestros esfuerzos. ¿Y usted pretende, bravo general,
que nos asemejemos a ovejas, que vayamos a meternos en las fauces
del lobo? No, es demasiado tarde ya. Dios, que combate por el ¡nocente
es nuestro guía, nunca nos abandonará.
¡Vencer o morir! He ahí nuestra divisa, que sostendremos hasta la
última gota de sangre. No nos faltan ni pólvora ni cañones. Así, pues, la
muerte o la libertad. Dios quiera hacérnosla obtener sin efusión de
sangre. En ese caso se habrán cumplido todos nuestros deseos. Creed
que ha costado mucho a nuestros corazones haber tomado esta senda,
pero no os vayáis a engañar y a estimar que esto es flaqueza nuestra.
Jamás tendremos otra divisa que vencer o morir por la libertad. Vuestros
muy humildes y obedientes servidores”.
Firmado: “Todos los generales y jefes de nuestro ejército”.
En general, algo faltaba, algo que era perjudicial para una acción de gran
envergadura: la falta de una ideología.
Los esclavos, como por instinto, se habían alzado confiándose a la providencia
y dándose como instrumentos de un Dios vengador, irritado de los crímenes y
de la injusticia de los blancos. La ceremonia del Bois-Caiman más arriba
descrita es célebre y la noche tropical ha pasado a la historia donde, a la luz
de los relámpagos y en el fragor de la tempestad, millares de esclavos negros
juraron vencer o morir.
Toussaint Louverture poseía en su espíritu suficiente claridad para captarlo.
Había leído al abate Raynal. Además, había seguido apasionadamente las
peripecias de la Revolución francesa y estaba perfectamente informado de los
acontecimientos: tensión entre el rey y la asamblea, fuga del rey a Varennes,
etc.
Toussaint imaginó el mito, ya más político, de un rey padre de sus pueblos,
prisionero de los blancos por haber decidido hacer justicia a las
reivindicaciones de su pueblo negro y concederle la libertad.
Raynal había escrito:
“Para echar abajo el edificio de la esclavitud, apuntalado por pasiones tan
universales, por leyes tan auténticas, por la rivalidad de naciones tan
poderosas, por prejuicios aún más poderosos, ¿a qué tribunal llevaremos
la causa de la humanidad, que tantos hombres traicionan de concierto?
Reyes de la tierra, sólo vosotros podéis hacer esta revolución. Si no
hacéis caso omiso del resto de los humanos, si no contempláis el poder
de los soberanos como el derecho de un bandidaje feliz y la obediencia
de los súbditos como una sorpresa hecha a la ignorancia, pensad en
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27
Raynal, t. 7, pp. 108-109. Edición 1821
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Los negros creían que el concordato blancos-hombre; de color había sido sancionado por la
asamblea colonial.
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que era ella la que “perdonaba” en nombre de los amos a los esclavos
sublevados, que sus jefes:
“tendrían, para obtener el perdón, que remitir a la asamblea colonial todos
los papeles que tenían en su poder y dar todos los informes apropiados
para esclarecer las causas de la actual revuelta”.
En suma, los colonos le hacían un señalado servicio a los jefes negros,
descorazonándolos de aventurarse en el desplomado callejón sin salida de
trampa de lobos, de negociaciones desmoralizadoras.
Entonces Toussaint terminó por estar convencido de tres cosas, tres cosas que
precisamente hicieron de Toussaint Breda: es decir “Toussaint Louverture”; el
primer gran líder anticolonialista que la historia haya conocido:
Primero, que la conquista de la libertad general sería obra de gran aliento;
después, que seria asunto del pueblo, del pueblo negro, que es su cabeza y no
en la de los colonos que debía hacerse madurar la idea; que, en fin para llevar
a vías de hecho el largo combate comenzado, arrojo y bravura no bastarían;
que se requería lo que ni Bukman ni Makendal habían tenido: una cabeza
política.
Toussaint no tenía otra opción: era preciso que él fuera esa cabeza.
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Capítulo III
COMPROMISO Y COMPROMISO
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ellos tenéis las armas que os han conquistado la libertad. Jamás olvidéis
que habéis combatido por la República Francesa; que, de todos los
blancos del universo, los únicos que son vuestros amigos, son los
franceses de Europa.
La República Francesa quiere la libertad y la igualdad entre todos los
hombres, sin distinción de color. Sólo son los reyes los que se complacen
en medio de sus esclavos. Son ellos los que, en las costas de África os
vendieron a los blancos; son los tiranos de Europa los que quisieran
perpetuar tan infame tráfico. La República os adopta en nombre de sus
hijos; los reyes no aspiran más que a cubriros de cadenas o a
aniquilaros”.
En fe de lo cual el decreto estipulaba:
Artículo 1. La Declaración de los Derechos de Hombre y del Ciudadano
será impresa, publicada y expuesta en donde sea necesario, a la
diligencia de las municipalidades, y burgos y de los comandos militares
en los campamentos y puestos.
Artículo 2. Todos los negros y mestizos actualmente en estado de
esclavitud son declarados libres y gozarán de todos los derechos
adscritos a la cualidad de ciudadanos franceses.
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Capítulo IV
UNA ESCENA ENTERNECEDORA
31
(Papeles de Santo Domingo, vol. I.)
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Levasseur (de la Sarthe) lo sintió y se las arregló para traer, mal que bien, al
terreno de los principios, un problema rebajado de modo muy burdo al nivel del
oportunismo político:
“Pido que la Convención, no ceda a un movimiento de entusiasmo, sino a
los principios de la justicia, fiel a la Declaración de los Derechos del
Hombre, decrete que la esclavitud sea abolida en todo el territorio de la
República. Santo Domingo forma parte de dicho territorio y, sin embargo,
poseemos esclavos en Santo Domingo. Pido pues que todos los hombres
sean libres sin distinción de color”.
En cuanto a Lacroix (d’Eure-e-Loir), hechura de Danton, en un discurso que
olía a fariseo, hizo una manera de autocrítica:
“Trabajando en la constitución del pueblo francés, no hemos puesto
nuestras miradas en los desventurados hombres de color. La posteridad
nos dirigirá un gran reproche por nuestro comportamiento. Pero debemos
reparar ese error.
Hemos decretado inútilmente que ningún derecho feudal sería percibido en la
República Francesa. Acabáis de escuchar a uno de nuestros colegas proferir
que aún hay esclavos en nuestras colonias. Es ya tiempo que nos pongamos a
la altura de los principios de la libertad y de la igualdad.
“Sería inútil decir que no reconocemos que haya esclavos en Francia, ¿y
no es cierto que los hombres de color son esclavos en nuestras colonias?
Proclamemos la libertad de los hombres de color. Al hacer tal acto de
justicia, daréis un gran ejemplo a los hombres de color esclavos en las
colonias inglesas y españolas. Los hombres de color han querido, como
nosotros, romper sus cadenas; nosotros hemos roto las nuestras, no
hemos querido someternos al yugo de ningún amo; concedámosles igual
beneficio”.
Inmediatamente habló Levasseur:
“Si fuera posible poner bajo los ojos de la Convención el cuadro
desgarrador de los males de la esclavitud, la haría temblar ante la
aristocracia ejercida en nuestras colonias por algunos blancos”.
Lacroix apresuró la decisión:
“Presidente, no toleréis que la Convención se deshonre alargando la
discusión”.
La asamblea gritando repetidas veces “¡Viva la República! ¡Viva la Convención!
¡Viva la Montaña!” votó. Y Cambon dio la nota “sensible”:
“Una ciudadana de color, que asiste regularmente a las sesiones de la
Convención y que ha compartido todos los movimientos revolucionarios,
acaba de experimentar una alegría tan viva, al ver que se concedía la
libertad a sus hermanos, que se ha desmayado. (Aplausos.) Pido que el
hecho sea consignado en el acta y que esta ciudadana, admitida en la
sesión, reciba al menos este reconocimiento a sus virtudes cívicas”.
Aquí la prosa del grave Monitor rivaliza con el pincel de Greuze:
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El Père Dúchesne no tenía fecha; el n.° 347 se coloca en la primera década de ventoso, por
lo tanto, entre el 19 y el 28 de Febrero de 1794.
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Capítulo V
IMPERIALISMO E IMPERIALISMO
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Memoria por el general Laveaux, citada por V. Schoelcher.
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Después de ese trato memorable, cada día había traído una nueva rendición.
Primero fue la parroquia de Saint-Marc:
“Los ciudadanos de las parroquias de Saint-Marc, de las Verrettes y de la
Petite-Rivière, congregados en la plaza pública de la ciudad de Saint-
Marc; justamente alarmados de los progresos que hace a diario, en la
colonia, el sistema devastador traído por esos ávidos y sanguinarios... 34
”Considerando que uno de los derechos del hombre es la resistencia a la
opresión, que los actos de los comisarios civiles Polverel y Sonthonax
siempre han tenido un fin... reavivar entre los hombres libres odios y
divisiones ya apagados...
”Considerando que es a los éxitos de esta odiosa política que se debe la
ruina de la provincia del norte...
“Considerando que la emancipación general de los esclavos jamás fue
deseo de Francia; que el poder de pronunciarlo nunca formó parte de los
acordados de los comisarios enviados a las colonias...”
En resumen, tranquilizados por esos considerandos, los mulatos de Saint-Marc
se entregaron a los ingleses.
Después le tocó el turno a la Arcahaye, entregada por el hombre de color
Lapointe, el cual llegó a ser brigadier general en las tropas inglesas y
restableció lisa y llanamente la esclavitud en el sector a su mando.
Después Leogane, donde el mulato Labuissonière, propio cuñado de
Raymond, desplegó el pabellón británico.
Después Fort-Dauphin, entregado por un protegido de Villatte, el mulato
Caridy.
En fin, en junio de 1794, era el turno de Port-au-Prince (Port-Républicain), a
propósito del cual uno de los comisarios nacionales, Polverel, no vacilaba en
proferir una gravísima acusación:
“Por lo sonado del hecho hasta vosotros ha llegado que el Port-
Républicain fue entregado a los ingleses: esta maniobra es la obra de los
“antiguos libres” de todos los colores. Todas las sospechas recaen sobre
Montbrun; es de temer que entregue a los ingleses todos los cuarteles
donde se deja sentir su influencia y que intrigue entre los otros para
propagar en ellos el mismo plan de traición”.
En cambio es justo señalar que Rigaud en el sur y Villatte en el norte se batían
valientemente contra el invasor. Pero no es menos cierto que en conjunto, y en
tanto que clase, los mulatos, desdeñosos de una ciudadanía francesa que ya
no tenía a sus ojos ningún atractivo por tener que compartirla con los negros,
habían elegido la tutela inglesa.
Todo esto inflamaba el celo de Toussaint.
34
Los comisarios nacionales
157
Aimé Césaire
Si algo hay de notable es el modo con que condujo esta campaña. Supo
magistralmente, hacer de esta guerra, una guerra revolucionaria; una guerra
en la que en todo momento los medios específicamente militares fueron
resituados en el contexto político. Y es que, para Toussaint, no se trataba sólo
de poner a un país a cubierto de las correrías del enemigo, sino más aún, de
educar a un pueblo y forjar, en el crisol de la lucha, una nación.
“¿Es que creen que gano mis batallas a puñetazos?” preguntaba Napoléon.
Esto se puede decir con mayor verdad de Toussaint.
Para él, junto a la guerra y sus despliegues, de violencia, hay, subyacente,
orquestándola, otra guerra en la educación de los espíritus. Guerra, propagación
de una fe y popularización de una doctrina:
“Toussaint Louverture a todos sus hermanos y hermanas actualmente en
las Verrettes (22 de marzo de 1795):
Hermanos y hermanas,
Ha llegado el momento en que el velo espeso que oscurecía la luz debe
caer. No pueden seguirse olvidando los decretos de la Convención
Nacional. Sus principios, su amor por la libertad son invariables, y ahora
no puede existir esperanza del derrumbamiento de este edificio sagrado...
He sabido con alegría infinita el retorno de los ciudadanos del alto de las
Verrettes al seno de la República; hallarán la felicidad de la que huían a
instigación de los soldados de la tiranía y de la realeza...
Proporcionarles auxilios, consolarlos por las pasadas faltas y hacerles
abjurar los errores en los cuales fueron insidiosamente nutridos, es para
todos los republicanos un deber absoluto y la máxima sagrada de los
franceses.
Es por lo que, no sólo en virtud de los poderes a mí confiados por el
genera en jefe Laveaux, sino también animado de los sentimientos de
humanidad y de fraternidad de los cuales estoy penetrado, que debo
recordar a los ciudadanos del alto de las Verrettes sus extravíos; pero si
tan perjudiciales han sido a los intereses de la República, tanto más
siento que su retorno, si es sincero, puede resultar ventajoso al incremento
de nuestros logros...
Los franceses son hermanos; los ingleses, los españoles y los realistas
son bestias feroces que sólo los acarician para chuparles holgadamente,
hasta la saciedad, su sangre, la de sus mujeres y sus hijos.
Ciudadanos, no trato de hacer aquí la exhibición de vuestras culpas,
siempre las consideré como errores... Habéis vuelto al seno de la
República: ¡pues bien! desde ahora mismo olvidemos el pasado; en el
presente, vuestro deber será cooperar con todos vuestros medios físicos
y morales a vivificar vuestra parroquia y a hacer fructificar en ella los
principios de la santa libertad. De lo contrario, no esperéis más señales
de nuestra fraternidad. Reflexionad bien sobre esto. Es en tales
circunstancias que he ordenado y ordeno lo que sigue:
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35
Papeles de Santo Domingo, vol. II, p. 95
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3. Decís que es falsa la libertad que nos ofrecen los republicanos. Somos
republicanos y, por consiguiente, libres de derecho natural; no pueden ser
sino los reyes cuyo solo nombre expresa lo que hay de más vil y de más
infame, los que osarían arrogarse el derecho de reducir a la esclavitud a
hambres como ellos y que la naturaleza había hecho libres.(...)
8. Poseéis títulos y tenéis garantías. Guardad vuestras libreas y vuestros
pergaminos; un día, os servirán lo mismo que a nuestros ex aristócratas
les sirvieron sus títulos fastuosos.
9. Como viles esclavos que sois, termináis ofreciéndonos la protección del
rey, vuestro amo. Sabed y decid a Casa-Calvo que los republicanos no
pueden tratar con un rey; que venga, y vosotros con él, estamos
preparados para recibiros a la manera de los republicanos.(…)
“Hecho en Dondon el 25 prairial (18 de junio de 1795) de la
República Francesa una e indivisible”.
40
Balance de las pérdidas inglesas, Cf. James, p. 148: “Fortescue reconoce que el año de
1795 es el más desastroso en la historia militar inglesa”. Cf. James, p. 197: citando a
Fortescue (History of the British Army, vol. VI, parte 1a, p. 565): “Después de haber estudiado
larga y minuciosamente el caso, he llegado a la conclusión de que las campanas de las Indias
occidentales tanto sobre el viento como bajo el viento, que fueron la esencia de la política de
Pitt, cuestan al ejército y la flota inglesa cerca de 100.000 hombres, de los cuales la mitad ha
muerto y el resto ha quedado inutilizado”.
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Capítulo VI
SALVADOR DE LAS AUTORIDADES CONSTITUIDAS
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Había tomado parte en la campaña contra Saint-Marc en 1794. Cf. Carta de Toussaint a
Laveaux del 4 de octubre de 1794. Citado por Schoelcher.
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42
Papeles de Santo Domingo, vol. III, p. 63.
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El tratado de Basilea que aseguraba la paz entre Francia y España sólo había
satisfecho a los mulatos. Es cierto que los dos líderes de la casta, Rigaud y
Villate, habían sido hechos generales de brigada. Perú Toussaint Louverture
había sido recompensado en igual medida. Y Laveaux, nombrado general de
división, era mantenido en sus funciones de gobernador. Para colmo de
audacia se obstinaba en gobernar efectivamente. El solo hecho de haberse
reinstalado en el Cap, a la cabeza de su administración, impedía a los mulatos
el tranquilo disfrute de sus privilegios; a éste la casa del blanco emigrado que
ocupaba gratuitamente; al otro, la sinecura en las oficinas con que lo había
gratificado Villatte; a todos, la preeminencia social en cuya posesión estaban a
favor de los acontecimientos.
Fue un golpe que sintieron duramente.
Heridos en su amor propio, perjudicados en sus intereses, aún más inquietos
por el futuro que se dibujaba, los mulatos perdieron toda sangre fría y se
cerraron a la banda. Consideraban a Laveaux como el protector de Toussaint y
por tanto que la política de la metrópoli se había inclinado progresivamente a
favor de los negros. Pensaron que había llegado el momento de debilitar a
Toussaint quebrantando a Laveaux. De modo que el 30 ventoso (26 de marzo
de 1796) tuvo lugar el “putsch”. El asunto, preparado por Pinchinat durante dos
meses, tenía visos de éxito. Y en efecto, fue un juego entrar en el palacio,
arrestar a Laveaux y meterlo en la cárcel.
Villatte fue, por el término de un día, en el lugar y cargo de Laveaux, gobernador
de la colonia.
Pero en el mismo momento en que su plan tenía éxito, la vigilancia negra lo
echó todo por tierra.
Tan pronto como tuvo conocimiento de los sucesos, el coronel negro Pierre
Michel, que mandaba el batallón de Fort-Liberté, amotinó a los campesinos y
su tropa aumentada con ese refuerzo, cayó sobre el Cap…
Por su lado, Toussaint desde las Gonaïves, lanzó a su lugarteniente Dessalines.
Días más tarde llegaba él mismo a la cabeza de su caballería.
Villatte no lo esperó y se dio a la fuga.
Tal fue la tentativa mulata y tal fue el resultado: el golpe no se liquidaba ni por
la reinstalación de un gobierno mulato ni, y ni siquiera, lo que hubiera sido un
mal menor, por la reinstalación de un gobernador blanco, sino por un hecho
totalmente nuevo: la instalación de un poder negro.
Es cierto que Laveaux conservaba el título de gobernador, pero hacía de
Toussaint su adjunto para todos los asuntos y de hecho se convertía en
protegido de éste.
El primero de abril, ante el ejército y el pueblo congregados en el Campo de
Marte, le dio las gracias a Toussaint, llamándole enfáticamente “el Espartaco
negro”, “el negro augurado por Raynal para vengar las injurias hechas a su
raza” y lo que es más sustancial, juró que no tomaría ninguna decisión sin
consultar antes con Toussaint.
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Informe de 1 germinal, año IV, 20 de marzo de 1796
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Capítulo VII
ESTRATEGIA Y TÁCTICA
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que las habitan no pueden ser ni lo uno ni lo otro... Recogen casi sin
cultivo los más ricos dones de la tierra y lejos de aspirar a una libertad
cuya conservación como su conquista les costaría ingentes esfuerzos, se
adormecen en el seno de la opulencia y de los placeres que ella les
procura... Así pues no pueden ser ni navegantes ni guerreros y el hierro
del arado no herirá más sus manos que el de los combates.
”Tal pueblo debe pues limitar sus deseos a ser sabia y apaciblemente
gobernado por hombres humanos y justos, enemigos de la tiranía.
”Liguemos las colonias a nosotros mediante un gobierno sabio y firme,
por los lazos de un interés común y por el poderoso atractivo de la
libertad. Que siempre sean francesas las colonias en vez de ser
solamente americanas; libres aunque no independientes; que formen
parte de nuestra República indivisible, y que sean vigiladas y regidas por
las mismas leyes y el mismo gobierno. Que sus diputados, llamados a
este recinto, se confundan con los de todo el pueblo, el que ellos estarán
encargados de representar; aquí deliberarán sobre todos los intereses de
su patria común, inseparables de los suyos propios, al mismo tiempo que
propondrán a sus colegas y decretarán con ellos todas las leyes que
puedan hacer más floreciente el lejano paìs que los habrá enviado. Al
ocuparos de la administración interior de esas porciones del imperio
francés, estableceréis leyes particulares, susceptibles de atraerlos cada
vez más al centro común. Mientras más alejado está un gobierno de
aquéllos sobre los cuales debe extenderse, más poderoso y firme deberá
ser. La distancia y los mares que los separan, al’ tornar difíciles y alejadas
las relaciones, también hacen inactiva toda vigilancia. La acción del
gobierno ya no debe ser directa; requiere que sea delegada, y debe serlo
por hombres de los que el gobierno pueda responder. Si la admisión a la
legislatura de los diputados de nuestras colonias fuera el único vínculo
que debiera ligarlos a Francia, sería fácil romperlo. Si, como se os ha
propuesto, existieran en. las colonias asambleas deliberantes, investidas
del derecho de pronunciarse sobre todo cuanto pudiera referirse a la
legislación interior, Francia, ya no ejercería sobre ellas más que una
especie de soberanía feudal, y la admisión al cuerpo legislativo ya no
sería considerada más que como un honor al cual se estaría dispuesto a
renunciar, cuando contrariara el sistema político adoptado por la
asamblea local. Admitir tal orden de cosas, sería organizar, de otro modo,
la independencia de la que habéis hablado, la cual no sabríais consentir.
”Así pues, querréis, incluso para vuestras colonias, que la totalidad del
poder legislativo no resida más que en un solo cuerpo y que no se ejerza,
sino en este recinto. Sus diputados tendrán a no dudarlo suma influencia
sobre las deliberaciones que tengan por objeto sus intereses particulares,
para que no puedan temer la inexperiencia de los legisladores. Las
colonias estarán sometidas a las mismas formas de administración que
Francia. Sólo puede haber una correcta manera de administrar y si la
hemos encontrado para las regiones europeas, ¿por qué desheredar de
ella a las colonias de América? En vez de asambleas coloniales de las
que la libertad podría alarmarse, y de ’as que la autoridad nacional podría
temer la influencia, os propondríamos dividir las colonias en diferentes
169
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TOUSSAINT LOUVERTURE
hay pues que declararla en estado de sitio durante la guerra y poner así
todo el poder en manos de los jefes militares. Si un general tan prudente y
firme como Rochambeau no hubiera tenido las manos atadas por los
comisarios; si como premio de sus consejos y de su celo, no hubiera sido
destituido arbitrariamente por ellos, quizás hoy estaría restablecida la paz
en Santo Domingo... Ya creo oír las objeciones; quizás aleguen las
constitución... Pero la constitución no se opone a la medida que yo
reclamo... En nuestra política moderna las colonias son manufacturas
empleadas en provecho de la metrópoli; sin duda exigirán por un tiempo
largo todavía un régimen particular para sus talleres. Pero ese régimen
nada puede tener de contrario a la constitución: ¿acaso no tenemos
nosotros también un régimen particular sobre nuestras flotas, en nuestros
ejércitos? ¿No existe en las unas y en los otros una policía mil veces más
severa que la de nuestras ciudades? ¿No son allí las penalidades más
fuertes en razón de las consecuencias terribles que podría entrañar la
impunidad del menor delito? Pues lo mismo sería para un país en donde
treinta o cuarenta mil blancos tienen que dirigir a cuatrocientos o
quinientos mil negros”.
¿Qué conclusiones, en su lejana isla, sacó Toussaint de todo esto?
De seguro ésta: que la partida estaba perdida en Francia. ¿Desesperar
entonces? No. Ser lúcido y proceder de modo que la partida decisiva se jugara
no en París, sino en Santo Domingo. No sería Laveaux quien defendería la
libertad general en una asamblea parlamentaria. Era. Toussaint, con su ejército
negro y recursos locales, quien la pondría fuera de discusión. En suma,
acababa de finalizar una época y otra iba a comenzar. Toussaint había sabido
de eso por la época de la denuncia del compromiso español, pero había sido
menos doloroso. La experiencia española había sido un compromiso que
Toussaint sabía por adelantado que era precario, lo que podría ser llamado un
puro arreglo de circunstancia. Y he ahí que la experiencia francesa, en la cual
Toussaint había creído, a la cual se había dado por entero, en la que había
puesto toda su inteligencia, toda su actividad, toda su fe, se revelaba también,
y por culpa de Francia, de esa Francia que Toussaint amaba y con la que
había compartido la gloria, como un compromiso provisional y nada más que
eso. El dolor de Toussaint fue inmenso, pero con su habitual penetración
determinó lo que había que hacer.
Reconvertir su política una vez más, lo haría resueltamente, también prudente-
mente: hasta ese entonces Toussaint había centrado el golpe principal contra
los colonos blancos de la isla y los mulatos y, en su lucha, se había apoyado
en los negros así como en los representantes de Francia. Salvador de las
autoridades constituidas, se había podido decir de él. Ahora se trataba de
centrar el golpe principal contra la autoridad de Francia.
¿Con algunas reservas? No tenía la opción: precisamente los enemigos de
ayer y particularmente los mulatos.
Era hacer bascular todo el frente de batalla... Toussaint era hombre que llevara
a buen término esta reconversión estratégica. Pero se requería que Toussaint
siguiera siendo dueño del juego, el único dueño del juego.
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“He sabido con la mayor sorpresa que habéis sido uno de los representantes
del pueblo de Santo Domingo que se ha apresurado más que nadie en
acoger favorablemente a Sonthonax, el monstruo que, lo sabéis, no se
ocupó, durante su segunda misión, más que en reavivar las pasiones y
las venganzas, en dividir, en trastornar, en revolucionar”.
Más lejos añade una frase la cual sería un error cuestionar:
“Sonthonax me ha propuesto hacer la colonia independiente de la
metrópoli... Lo he destituido porque me había propuesto la independencia
y también la matanza de los europeos”.
La acusación es manifiestamente falsa, inventada por las necesidades de la
causa, pero retengamos la palabra esencial: dividir. Y es un hecho, Sonthonax,
empeñado como lo estaba en la lucha de las facciones, era en Santo Domingo,
un factor de división en un momento en que nada parecía más necesario a
Toussaint que la unión.
Es a este problema que sacrificaba su viejo compañero de combate. Al mismo
tiempo escribía al Directorio. Sin embrollarse en circunloquios, Toussaint
disparaba desde lejos. Amarga y solemne, incluso altiva, su carta merece ser
saludada como una obra maestra:
“El discurso impolítico e incendiario de Vaublanc no ha afectado tanto a
los negros como la certeza de los planes que proyectan los propietarios
de Santo Domingo: declaraciones insidiosas no debieran tener ningún
efecto a los ojos de los sabios legisladores que han decretado la libertad
de las naciones.
”Pero los atentados contra esta libertad que proponen los colonos son
tanto más de temer cuanto que ocultan su detestable proyecto con el velo
del patriotismo. Sabemos que tratan de imponer algunos mediante
promesas ilusorias y especiosas, a fin de ver renovarse en esta colonia
las escenas de horror de antaño. Ya pérfidos emisarios se han infiltrado
entre nosotros para poner en ebullición el fermento destructor preparado
por las manos de los liberticidas. Pero no lo lograrán, lo juro por todo
cuanto la libertad tiene de más sagrado. Mi devoción a Francia, mi
conocimiento de los negros me imponen el deber de no dejaros en la
ignorancia ni de los crímenes que meditan ni del juramento que
renovamos de ser enterrados bajo las ruinas de un país que ha
resucitado la libertad, antes que soportar el retorno a la esclavitud.
”De vosotros depende, ciudadanos, directores, apartar de encima de
nuestras cabezas la tempestad que los eternos enemigos de nuestra
libertad preparan a la sombra del silencio.
”Pero no, la mano que rompió nuestras cadenas no nos esclavizará de
nuevo.
”Francia no renegará de sus principios...; no permitirá que sea pervertida
su moral sublime... y que su decreto del 16 pluvioso sea revocado.
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Capítulo VIII
UNA MISIÓN DE ZAPA
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No se trata de poner sobre un mismo plano la revuelta reaccionaria de la Vendée y de la
revolución progresista de Santo Domingo. El autor quiere simplemente señalar que Hédouville
no era en modo alguno un hombre de segunda fila; que no estaba falto ni de experiencia ni de
habilidad. Signo de importancia que el Directorio adscribía a su misión.
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Capítulo IX
TOMAR SUS PRECAUCIONES
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Capítulo X
MOVILIZACIÓN
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Citado por Vìctor Schoelcher, Vida de Toussaint Louverture.
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48
4 frimario, año X, 25 de noviembre de 1802. En Ardouin, t. IV, p. 428 y ss.
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Capítulo XI
LA RUPTURA
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Todos los adeptos de Toussaint eran del mismo sentir: un día, después de la
campaña del Sur, Desalines había arengado a sus soldados:
“La guerra que acabáis de hacer no es más que una guerrita, pero
quedan dos por hacer, dos grandes. Una contra los españoles, que no
quieren abandonar su territorio y que han insultado a nuestro bravo
comandante en jefe; la otra contra Francia, que tratará de sumiros de
nuevo en la esclavitud no bien haya terminado con sus enemigos.
Ganaremos esas guerras”.
Animado al más alto grado del espíritu de ofensiva, Toussaint nunca esperaba
los acontecimientos. Les salía al paso. Y lo demostró fehacientemente en la
presente circunstancia.
En su proclama del 4 nivoso, año VIII a los habitantes de Santo Domingo,
Bonaparte había dicho:
“El artículo 91 (de la nueva constitución) contiene que las colonias
francesas serán reguladas por leyes especiales. Uno de los primeros
actos de la nueva legislatura será la redacción de las leyes destinadas a
regiros”.
Así pues Francia proyectaba imponer, desde fuera, un estatuto político a Santo
Domingo. Toussaint cortó por lo sano la jugarreta. Para evitarle a Santo
Domingo el otorgamiento de la carta francesa, sólo había un medio: inutilizarla
al obtener de Santo Domingo que votase su propia constitución. Toussaint
convocó a una asamblea.
Sería gigantesco el esfuerzo que se iba a pedir al país. La guerra estaba a la
vista, una guerra implacable, como todas las guerras coloniales. Para impulsar
el esfuerzo, para coordinar las actividades, se requería un gobierno todo-
poderoso. No se trata de no sé qué gusto negro por la dictadura. Lo que la
imponía es, como lo era, la situación excepcional, revolucionaria.
Fue a esta dictadura, a la de Toussaint, que la constitución confirió su
armadura jurídica. Obra pues de circunstancia. Pero, al mismo tiempo,
Toussaint, de paso, aportaba una preciosa contribución a la ciencia política al
ser el primero en dar forma a la teoría del “dominion”:
“Artículo primero. Santo Domingo y sus islas adyacentes forman el
territorio de una sola colonia que forma parte del imperio, pero sometida a
leyes particulares.
”Artículo tercero. No puede existir esclavitud sobre este territorio; en el
mismo la servidumbre ha sido abolida para siempre. Todos los hombres
nacen, viven y mueren en nuestro territorio, libres y franceses.
”Artículo cuarto. Todo hombre, cualquiera que sea su color, será admitido
en todos los empleos. La ley es la misma para todos, ya Castigue ya
proteja.
”Artículo seis. La religión católica, apostólica y romana será la única
públicamente profesada.
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Citada por Jean Gaulmier, Volney, 1959.
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Capítulo XII
LA LÓGICA DEL SISTEMA
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50
Citado por Ardouin, Estudios sobre la historia de Haití, t. IV p. 452.
51
Marx.
52
Citado por Ardouin.
198
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201
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Capítulo XIII
GUERRA HASTA PERDER EL ALIENTO 53
53
Sobre el capítulo de la guerra, véase Poyen: Historia militar de la revolución de Santo
Domingo, París, 1889.
202
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54
En Saint-Rémy, Memorias del general Toussaint Louverture. p. 100.
203
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55
Port-au-Prince
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Los franceses tenían el tiempo justo para reaccionar. Fue entonces que
Leclerc, advertido de la marcha de Toussaint lanzó a Hardy en su persecución,
pero cuando éste llegó a Hinche, el inaprehensible Toussaint ya se largaba
hacia la Crête-a-Pierrot.
Llegado a los alrededores de la fortaleza, al siguiente día de su evacuación por
las tropas negras, se largaba de nuevo y se dirigía hacia el Cap. Estaba claro
que los franceses habían perdido la iniciativa. Uno que no engañaba con
vanas ilusiones era el prefecto colonial Benezech quien, el 2 de abril de 1802,
le informa al ministro de la Marina y de las colonias:
“Los rebeldes han llevado el grueso de sus fuerzas hacia el norte. Los
hemos tenido largo tiempo a las puertas del Cap. Han incendiado toda la
sabana y principalmente Limonade, el distrito Morin y la Petite-Anse; han
llevado el incendio hasta los cerros de la Grande-Rivière, de modo que
esta parte de la colonia es la que más ha sufrido”.
Para colmo de males, una ofensiva lanzada días más tarde por el general
Boyer –el cual acababa de recibir el refuerzo de una división holandesa
embarcada en Flessingue– fracasó, y de manera característica: ¡las tropas
supletorias negras, bajo el mando de Paul Louverture, se habían negado a
disparar contra sus hermanos de raza!
Al principio los franceses habían considerado la expedición como una
operación policíaca; descubrían una guerra, una verdadera guerra, y de las
más difíciles.
Pamphile de Lacroix anota el estupor de sus compañeros:
“Las marchas penosas, los combates brillantes sostenidos en el oeste y el
norte, y los éxitos parciales obtenidos casi en todas partes, no parecían
aún haber traído ningún resultado decisivo. El valor de las tropas había
triunfado sobre muchos obstáculos, pero la dislocación de los enemigos,
que ya no presentaban resistencia regular, no hacía más que aumentar la
dificultad de vencerlos. Como la hidra de cien cabezas, renacían de los
golpes que les administraban. Una orden de Toussaint bastaba para
hacerlos reaparecer y para cubrir con ellos la tierra.
”El capitán general Leclerc acababa de hacer la prueba: no habiendo
podido sus tropas conservar el terreno que habían recorrido, las sabanas
del Norte, acabadas de recorrer por ellos habían visto volver a negros
aislados, que paseaban a hierro y fuego hasta las mismas puertas del
Cap y de Fort-Dauphin”.
No podría ofrecerse mejor justificación de la táctica seguido por Toussaint. Las
mismas impresiones se encuentran en Moreau de Jonnes:57
“La campaña no fue menos extraña que desastrosa. El enemigo no se
sostuvo en parte alguna y, sin embargo, no dejó de ser dueño del país.
Vencedores por doquier, nada poseíamos más allá del alcance de
nuestros fusiles. Toda la guerra estaba en el ejercicio de las piernas; y por
eso sólo, bajo un clima ardiente, tenía fatigas aplastantes más asoladoras
57
Aventuras de guerra, t. II, p. 129.
207
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58
Ardouin, Estudios sobre la historia de Haití, t. 5.
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Capítulo XIV
LA PAUSA
Cuando Toussaint decidió negociar, no hay que dudarlo, para él sólo se trataba
de una pausa. Eso Leslerc lo repite diez veces:
“Este hombre ambicioso... no ha cesado de conspirar sordamente; si se
ha rendido es por que los generales Christophe y Dessalines le habían
significado que ellos estaban conscientes de que él le había engañado y
que estaban decididos a no continuar la guerra; pero, viéndose abandonado
por ellos, trataba de organizar entre los cultivadores una insurrección para
hacerlos levantarse en masa”.60
¿Pero por qué esta pausa? Sin duda por razones militares de orden estratégico.
La rendición de Christophe entregaba las posiciones del Acul del Biucan, del
Mornet, del Dondon, de la Grande-Rivière, de los Cardinaux, de Sainte-
Suzanne y del Camp el Sec, en una palabra todos los cerros que dominan la
rica llanura del norte. Además Toussaint tenía ahora el sentimiento de estar
librado de sí mismo.
¿Los ingleses? Acababan de hacer la paz con Francia. ¿Los norteamericanos?
Leclerc los vigilaba estrechamente. Sin embargo todo eso no era decisivo. El
mismo Leclerc lo confiesa en su carta al Ministro de la Marina del primero
floreal (21 de Abril de 1802):
“No podría terminar esta guerra, sin ocupar por la fuerza, después de
haberlas conquistado, las montañas del Norte, las del Oeste, y siempre
tendré, atacando esos puntos mencionados, que seguir ocupando todos
los que tengo en este momento, allí donde los cultivadores empiezan a
volver.
”Necesito veinticinco mil combatientes para terminar la conquista de
Santo Domingo y someterlo por entero a Francia”. 61
¿Entonces por qué la rendición de Toussaint? La verdad es que la derrota de
Toussaint no fue de orden militar, sino político. El fracaso de Toussaint es que
nunca logró desenmascarar por completo al enemigo a los ojos de las masas.
Por su parte, Leclerc, si no lograba vencer a Toussaint, al menos lograba
mistificar las masas.
59
“La tregua es la reparación de las fuerzas; es el descanso armado y en guardia; es el hecho
consumado que pone centinelas y se mantiene en guardia. La tregua supone el combate ayer
y el combate mañana”. Vìctor Hugo, Los Miserables. (N. del E.)
60
Carta del 22 prairial (11 de junio de 1802) al Ministro de la Marina. Pero hay un error.
Christophe se rindió con Toussaint, y después Dessalines y sólo por orden de su jefe.
61
Cartas del General Leclerc por Paul Roussin, París, 1937.
210
TOUSSAINT LOUVERTURE
Publicaba a los cuatro vientos que se engañaban sobre sus designios; que a
sus ojos la libertad de los negros y la igualdad eran sagradas. Cuando se vio
cómo trataba a los sometidos, que los generales negros –Maurepas, Clairvaux,
Paul Louverture mismo, conservaban sus grados– se empezó a creer que el
viejo Toussaint había exagerado, si no inventado el peligro de un retorno a la
esclavitud.
Y hay que confesar que la contrapropaganda de Toussaint era en efecto muy
pobre.
Hay una palabra mágica que Toussaint siempre se negó a pronunciar: la
palabra independencia.
Lo cual equivale a decir que le faltó una consigna. La noción de consigna no
tiene sentido si no va ligada a la noción de estructura. La consigna digna de
ese nombre es la que descubre a los ojos de las masas la estructura de una
situación dificultosa y estructura al mismo tiempo, la lucha que llevan las
masas para salir de esta situación. Cuando en 1794 Toussaint decía: “libertad
general” la palabra era excelente, perfectamente demistificadora y suficiente-
mente dinámica. Pero en 1801, volver a usar la misma palabra, ¿qué sentido
tenía"? Ninguno, a no ser negativo: no restablecimiento de la esclavitud. Pero
una consigna negativa es apenas una consigna. Lo que se necesitaba, y
Toussaint no lo hacía, era indicar el medio de salir del callejón sin salida. En
1794 había dicho “libertad general”. La única palabra a pronunciar y que
hubiera constituido el rebasamiento dialéctico de la noción de libertad
individual contenido en la consigna de 1794, era la que no pronunciaba, era la
palabra independencia.
¿La creyó prematura? En ese caso era él quien estaba en retraso sobre las
masas. En vez de lo cual se perdió en astucia de poca monta y en argucias.
Todo, si vamos a creerlo, provenía de una falta de consideración de Leclerc, el
cual, haciendo caso omiso de la jerarquía militar, se habría dirigido a los
subordinados de Toussaint sin avisarle a éste.
En resumen, prisionero de antiguos hábitos y de un estilo cuya esclerosis se
manifestaba por primera vez, trataba a Leclerc como antaño hiciera con
Hédouville, sin darse cuenta que la situación era fundamentalmente distinta. La
consecuencia era grave.
Protestar de su devoción a Francia, de su fidelidad a la República, en suma,
negar su reivindicación de la independencia, era sin duda, táctica de estilo
pero, en realidad, falta de táctica. ¿A quién podía engañar? ¿Al enemigo? ¿A
Leclerc? ¿A Bonaparte? Precisamente eran ellos los que no se llamaban a
engaño; los que no se dejarían engañar.
Y si él no engañaba al enemigo, al menos era su pueblo el que, víctima del
subterfugio, caía en la trampa inútilmente tendida al enemigo.
¿Conquistar la independencia de espaldas al pueblo, y casi sin que se diera
cuenta de esta conquista? Un acto que sólo podía hacerse abiertamente por la
fuerza, ¿podía avenirse con tal ambigüedad? Esa era la flaqueza de Toussaint.
¿Y cómo podía pedírsele al pueblo que peleara por una cuestión de
procedimiento? ¿Hasta de protocolo?
211
Aimé Césaire
La acción de Toussaint era clara, pero con una doctrina de andar por las
ramas. Le faltó saber proponer a su pueblo una meta, una gran meta, simple y
clara. El resultado fue que los franceses tuvieron un cierto éxito en la maniobra
que intentaron para separar al pueblo de Toussaint. De creerlos, sólo existía un
obstáculo, uno sólo, para la paz inmediata y la felicidad de todos: y era
Toussaint, repetía Leclerc en todos los tonos (véase su proclama del 28
pluvioso, año X, 17 de febrero de 1802):
“Habitantes de Santo Domingo, he venido aquí en nombre del gobierno
francés para traeros la paz y la felicidad; temí encontrar obstáculos en las
miras ambiciosas de los jefes de la colonia; no me engañé... Hoy sus
pérfidas intenciones han sido desenmascaradas. El general Toussaint me
había mandado sus hijos con una carta en la que aseguraba que nada
deseaba tanto como la felicidad de la colonia y que estaba dispuesto a
obedecer todas las órdenes que le diese. Le ordené venir junto a mí, le di
mi palabra de emplearlo como teniente general; y a esta orden sólo me ha
contestado con frases; trata de ganar tiempo... Entro en campaña... He
prometido la libertad a los habitantes de Santo Domingo... Sabré
hacérsela disfrutar”.
Es por ahí por donde Toussaint se empequeñecía… Entonces creyó poder
encontrar un aliado en el tiempo. Con el tiempo, el enemigo acumularía las
torpezas. Con el tiempo, se quitaría la careta, mostrando al pueblo su
verdadero rostro de enemigo.
Con el tiempo... Y llegaría la estación de las lluvias... Y la fiebre amarilla.
Entonces volvería a empezar la lucha, esta vez decisiva... Pero con una
condición: que el ejército pudiera ser preservado, intacto. Sobre esta base
Toussaint se decidió a negociar. Más todavía, pensaba conservar por lo menos
dos puntos estratégicos: Saint-Marc y la Arcahaye, que son dos puertos.
Así escribe en su Memoria al Primer Cónsul:
“Le hice observar a Leclerc que por el bien público... era necesario que el
general Dessalines fuera restablecido en su mando de Saint-Marc y el
general Charles en la Arcahaye, lo cual me prometió”.
Y más lejos, comentando el caso Dessalines:
“Invité al general Dessalines a encontrarse conmigo a mitad de la trocha
entre su hacienda y la mía, lo que hizo. Lo persuadí a someterse como yo
lo haría, que el interés público exigía que hiciera tal sacrificio, que yo
quería hacerlo, pero que en cuanto a él, conservaría su mando. Otro tanto
le expresé al general Charles, así como a todos los oficiales que estaban
con ellos, y logré persuadirlos”.
En conclusión, Toussaint aceptaba rendirse, pero no se comprometía con el
porvenir: el ejército estaría a salvo y permanecería en sus posiciones.
Gragnon-Lacoste cuenta que después de su rendición en el Cap, Toussaint
Louverture tomó el camino de Ennery, que había elegido como lugar de
residencia; que estando en lo alto del burgo, mirado por la multitud de los
negros, éstos se pusieron a gritar: “General, ¿nos habéis abandonado?” Y
Toussaint habría contestado con estas palabras significativas:
212
TOUSSAINT LOUVERTURE
“No, hijos míos, todos vuestros hermanos están bajo las armas y hemos
conservado los oficiales de todos los grados”.
Con esas palabras estaba entregando el fondo de su pensamiento.
¿Capitulación? No. A lo sumo un cese al fuego.
213
Aimé Césaire
Capítulo XV
EL SACRIFICIO
Ante esta carta, y después de una vida trágica, no hay duda que Toussaint,
estaba orgulloso del reconocimiento, por fin insinuado; y por otro lado,
contemporáneo de la Revolución Francesa, él veía, como tantos otros de sus
contemporáneos, en la política, la forma moderna del destino.
Morir como Brissot. Como Dantón. Como Robespierre. Durante mucho tiempo
se había estado preparando para esta eventualidad que él sabía ineluctable.
Pero tal vez sería mejor ir más allá de esta visión circunstancial y atenerse a la
meditación de Kierkegaard sobre el hombre de genio, porque es muy cierto
que lo profundo, lo inusual, lo desconcertante de Toussaint, es que fue un
hombre de genio:
“El genio es un importante, An Sich que como tal sacudiría el mundo
entero, sin embargo, al mismo tiempo, hay otra figura en su juego: el
destino, que no es nada; es él quien lo descubre y la profundidad misma
de su descubrimiento mide siempre, su propia profundidad”.
Sí, ciertamente pero a condición de añadir que Toussaint dispuso a su antojo
de ese mismo destino que descubría en signos para él evidentes. Es esto lo
que nos conduce a su obra, por tanto a la historia.
¿Y su obra? Pues bien, cada vez se compenetraba más con la idea de que
sólo su desaparición le daría el último toque.
Ahora que había llegado la estación de las lluvias, que la fiebre amarilla había
empezado a hacer estragos, que los franceses empezaban a quitarse la
careta, estaba seguro de la victoria de la causa que, por diez años, había
encarnado.
¿Entonces, huir? ¿Recomenzar la guerra? Hubiera sido muy prematuro.
Hubiera significado comprometer las oportunidades de una situación que
maduraba, aunque lentamente. Más valía que continuase la pausa. Por
supuesto, ello suponía su sacrificio, su aceptación de desaparecer... Lo haría…
Y el viaje fatal empezó, de Beaumont, cerca de Ennery, a Saint-Georges, cerca
de las Gonaïves. Tanto como decir hacia el exilio y la muerte...
Encuentro la confirmación de mi hipótesis en Gragnon-Lacoste:
“Toussaint Louverture... había sido advertido por muchas personas de las
Gonaïves, que dos fragatas francesas habían llegado a dicho puerto con
tropas de desembarco, y que corría el rumor de que dichas tropas
cooperarían en su arresto. Algunos oficiales franceses de la guarnición de
Enery le habían aseverado positivamente que sabían por un edecán del
general Leclerc, enviado en misión cerca del general Brunet, que este
último tenía orden de arrestarlo. Estas advertencias, llegadas de todas
partes, eran en la coyuntura, más que suficientes para decidir a Toussaint
215
Aimé Césaire
216
TOUSSAINT LOUVERTURE
porque ella nunca salía, nunca veía a nadie y sólo se ocupaba de los
asuntos domésticos; que si, cuando estuviera de viaje, él quería hacerle
una visita, ella lo recibiría con gusto. Le hice ver que estando enferma le
rogaba en consecuencia terminar lo más pronto posible nuestros asuntos
a fin de regresar a mi casa. Le di parte de la carta del general Leclerc.
“Después de haberla leído, me dijo que aún no tenía orden alguna de
ponerse de acuerdo conmigo sobre el objeto de dicha carta; enseguida
me ofreció excusas por verse obligado a salir un momento; salió, en
efecto, después de haber llamado a un oficial para que me acompañase.
”No bien había salido, entró un edecán del general Leclerc, acompañado
de muchos granaderos que me rodearon, se apoderaron de mi persona y
me amarraron como un criminal para llevarme a bordo de la fragata La
créole.
“Reclamé la palabra del general Brunet, y las promesas que me había
hecho, pero todo fue en vano, no volví a verlo”.
En la noche del 7 al 8 de junio, en agua de la bahía del Cap, La Créole
abordaba al Héros, el cual enseguida puso proa hacia Francia.
Al subir al Héros, Toussaint Louverture se dirigió al jefe de división Savarí, que
lo mandaba y le expresó con calma y firmeza:
“Al destituirme no han hecho más que abatir en Santo Domingo el tronco
del árbol de la libertad de los negros; retoñará por sus raíces, porque son
profundas y numerosas”.
En messidor, el Héros abordaba las costas francesas.
217
Aimé Césaire
Capítulo XVI
QUITARSE LA CARETA
Ahora que Toussaint Louverture estaba en una mazmorra, que Santo Domingo
estaba bajo la bota militar, Bonaparte creyó posible quitarse la careta.
El 27 floreal, año X (17 de mayo de 1802), el Cuerpo Legislativo escuchó a un
tal Dupuy, consejero de estado.
Esta vez no se usaban astucias con las palabras. La constitución hablaba
púdicamente de las “personas no libres”. La ausencia de perífrasis indicaba
suficientemente el atroz progreso realizado. El proyecto de ley, presentado en
nombre del gobierno consular, por Dupuy, expresaba pura y simplemente el
restablecimiento de la esclavitud y de la trata en las colonias francesas.
La exposición de los motivos se hacía de modo análogo y atribuía todos los
males de las islas azucareras a los excesos del liberalismo.
“En el momento en que de nuevo vamos a entrar en posesión de la
Martinica, Santa Lucía, Tobago y de nuestros establecimientos de la India,
es urgente que tranquilicemos a los colonos de dichos lugares... Es
sabido cómo las ilusiones de libertad e igualdad han sido propagadas en
esas remotas regiones, donde la diferencia notable entre el hombre
civilizado y aquél que no lo es, la diferencia de climas, de colores, de
costumbres, y principalmente la seguridad de las familias europeas,
exigían imperiosamente grandes diferencias en el estado civil y político de
las personas. Si, en un asunto tan grave, fuera permitido emplear las
imágenes, diríamos que los acentos de una filantropía falsamente
aplicada han producido en nuestras colonias el efecto del canto de las
sirenas: con ellos han llegado males de toda índole, la desesperación de
la muerte”.
Males a los cuales, entiéndase bien, debía poner término un gobierno
reparador. El 29 floreal, Adet informó lo que sigue al Tribunal en un discurso
cauteloso donde hacia sonar contra los negros las cuerdas del racismo
tradicional y ésas más nuevas de la solidaridad europea:
“Con la esclavitud de los negros sucede lo que con la guerra. De antiguo
los filósofos se han quejado sobre el furor que excita la sed de sangre de
las naciones y les hace contar sus días de gloria por días de matanza. Sin
embargo, todos los pueblos se hacen la guerra y los gobiernos, al
deplorar tan cruel necesidad, están obligados a mantenerse en estado de
defensa. ¿Cuál sería la condición del pueblo que, abjurando la guerra,
renunciara a fabricar armas, a servirse de ellas y a mantener un ejército
listo a protegerlo. Lo que acabo de decir de la guerra puede aplicarse a la
esclavitud de los negros. Por más horror que cause a la filantropía, es útil
en la actual organización de las sociedades europeas, y ningún pueblo
puede renunciar a ella sin comprometer los intereses de otras naciones.
Se la puede considerar como una de esas instituciones que se deben
respetar, aun cuando quisiéramos librarnos de ella, porque interesan a la
seguridad de sus vecinos.
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TOUSSAINT LOUVERTURE
”Europa es una gran familia, de la que cada parte está sujeta a leyes
adoptadas para la conservación de todas... ¿Podría un hombre tener... el
horrible derecho de inocularse la peste? Pues bien, una nación, a la que
se puede, con relación a las demás, comparar a un individuo, ¿puede
arrojar en medio de ellas un germen contagioso tan expansivo por su
naturaleza como rápido por su comunicación, como desastroso en sus
efectos?”
¡Vaya y pase si por un gesto filantrópico de Francia, los negros deberían sacar
alguna ventaja! ¡Ay! No había que alimentar falsas esperanzas sobre este
asunto y más que dar un buen ejemplo pero estéril, más valía seguir al rebaño:
”¿Qué bien sacarían los africanos de nuestra renuncia a la trata? ¿Sería
por ello abolida la esclavitud en su país? ¿Los prisioneros de guerra
dejarían de ser encadenados? ¿Los deudores insolventes perderían las
prerrogativas de hombres libres? ¿Los moros dejarían la trata de los
africanos? ¿El resto de las naciones de Europa seguirían nuestro
ejemplo? No. Sin mejorar bajo ningún concepto la suerte de los negros,
nos privaríamos de las ventajas que obtenemos con la trata, y haríamos
pasar a manos de los extranjeros los 39 millones, que el comercio de la
costa de África aportaba a nuestro comercio”.
“Del amor, de la predilección de los franceses por las metáforas militares. Aquí
toda metáfora lleva bigotes”, observa Baudelaire. ¿Qué hubiera dicho oyendo
a Adet?
Le bastaba una imagen heroica para contrarrestar los efectos de la piedad y
los esfuerzos de una negrofilia lacrimosa:
“Si un general, en el momento de librar una batalla en la que estaría
seguro del triunfo, perdiera de vista los intereses de su país, para pintarse
la muerte segando las filas enemigas y amontonando unas sobre las otras
millares de víctimas; si, a la vista de la sangre que corre a sus pies por
todas partes, cediera al movimiento de su alma y llevara a sus tiendas a
sus soldados en vez de llevarlos a! combate, excusable acaso a los ojos
del hombre privado, no lo sería a los ojos de los que gobiernan los
imperios... Y bien, mis colegas, ¿no imitaríais a ese general si... apartáis
vuestra vista de las colonias y de Francia para no posarla sino en África?
¿Si sacrificáis a sus habitantes los intereses y la prosperidad de vuestro
país, destruyendo un comercio necesario al progreso de las colonias,
ellas mismas llegadas a ser necesarias a nuestra existencia?”
El 30 floreal, en el cuerpo legislativo, un tal Jaubert se plantó a su vez como
estadista:
”En nuestras colonias los brazos lo son casi todo. La experiencia nos
enseña cuáles son los brazos que únicamente pueden ser empleados en
su agricultura. Nos dice cuáles son los seres para los cuales la libertad no
es más que un fruto envenenado... Obedezcamos a la necesidad, esa
gran ley de los imperios. No perturbemos al mundo con teorías”.
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Capítulo XVII
DE BRUMARIO A GERMINAL
Se está tentado a dar gracias a la conciencia profesional del carcelero del Fort-
de-Joux. Se llamaba Baille. Y es gracias a Baille, puesto que Baille existió que
podemos seguir, dìa a día el calvario de Toussaint Louverture.
“General ministro... para no dejaros ignorar nada de su posición, creo
deber informaros del local que ocupa. El castillo de Joux, donde se
encuentra Toussaint, está situado sobre una montaña de roca viva, cuyo
extremo forma el plan de azúcar sobre la cima del cual se asienta el
castillo.
Este castillo está dividido en cinco partes reunidas por fortificaciones y
muros que forman exteriormente el conjunto. El interior está dividido en
cuatro partes por fosos, tres puentes levadizos, incluyendo el de la puerta
de entrada, y un puente cubierto al que se sube por una escalera; se llega
a un torreón, del cual por medio de otra escalera se encuentra uno en el
quinto recinto donde está el local en el que se encuentra Toussaint
Louverture. Este local se compone de siete casamatas abovedadas en
piedra de cantería. La primera bóveda de entrada se cierra por dos
puertas con candados y cerrojos y sirve de cuerpo de guardia al oficial
jefe del puesto establecido para la vigilancia del prisionero de estado.
Esta puerta comunica por medio de dos puertas que se cierran con
cerrojos, candados y cadenas a una segunda bóveda cuya extremidad
está formada por la roca viva. A lo largo de esta bóveda hay dos puertas
que dan a dos casamatas abovedadas, en las cuales se encontraban
Toussaint y su criado el que después de tres semanas, ha partido para
Nantes.
Cada una de esas puertas cierra con cerrojo y candado; cada bóveda
tiene una ventana; cada ventana, cuyas paredes tienen unos doce pies de
espesor, tres filas de barrotes cruzados; entre las dos filas que se
encuentran en la parte exterior se han puesto ladrillos acostados hasta la
parte superior de la mencionada ventana, dejando diez pulgadas en línea
perpendicular y diez y ocho pulgadas de ancho, para procurarle aire y luz
al prisionero; sobre esta parte se ha colocado un enrejado de hierro para
quitar todo medio de poder pasar cartas, papeles, etc. Esta ventana se
cierra exactamente media hora antes de la noche por una contraventana,
provista de fuertes chapas de hierro colado y cerrado con candado en
presencia del oficial de guardia, al cual seguidamente se le da la llave; la
apertura de dicha contraventana se hace sólo media hora después del
día. El puesto de guardia no está más que a veintidós pies de distancia de
la ventana del prisionero. Hay además otros dos centinelas, amén del que
está ante las armas; uno ante la puerta de la primera bóveda y el otro
sobre el torreón, cuya puerta exterior que da al puente cubierto se cierra
de noche para mayor seguridad. Descripción impresionante que permite
al cancerbero discurrir válidamente:
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Citado por Coyen, La historia militar de la revolución de Santo Domingo.
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7 de abril de 1803
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Pero fue entonces que advirtieron las verdaderas dimensiones del hombre; la
importancia de su obra, que superaba infinitamente a su autor.
Cuando creían que la vía estaba libre, encontraban a está obra por todas
partes y chocaban con ella, y contra ella se estrelló en definitiva la empresa de
Bonaparte.
Más que el Môlé Saint-Nicolás, más que la Crête-à-Pierrot, más que las
fortificaciones con que estaba erizada la vieja isla de los filibusteros, lo que en
Santo Domingo resistió al poderío francés, al fuego de sus cañones y a la
carga de sus soldados, fue el espíritu de Toussaint Louverture, el espíritu
forjado por Toussaint Louverture.
Hoy está de moda entre los haitianos disminuir a Toussaint para exaltar la
figura de Dessalines.
No se trata de disminuir los méritos de Dessalines ni negar las lagunas de
Toussaint.
Pero el debate se puede cerrar con una palabra: en el principio es Toussiant
Louverture y sin Toussaint no hubiera habido Dessalines, esa continuación.
Por supuesto la situación histórica de Toussaint es desairada, como la de todos
los hombres de transición.
Pero es grande, insustituible: como ningùn otro, este hombre constituye una
articulación histórica.
En todo caso, hay buen medio de apreciar su papel y su valor. Consiste en
aplicarle el criterio caro a Péguy: medir con qué estiaje hizo ascender el nivel
de su país, el nivel de conciencia de su pueblo.
De bandas que le habían legado hizo un ejército. Le habían dejado un
levantamiento popular y con él hizo una revolución: y de una población hizo un
pueblo; de una colonia un estado, y más aún, una nación.
Quiérase o no, en ese país todo converge hacia Toussaint e irradia de nuevo
de él.Toussaint Louverture es todo un centro. El centro de la historia haitiana,
el centro sin duda alguna de la historia antillana.
Cuando por vez primera hizo irrupción en la escena histórica, había muchos
movimientos en formación, empezados por otros, pero detenidos a mitad de
camino, lánguidos, impotentes para estructurarse: el movimiento blanco hacia
la autonomía y la libertad de comercio; el movimiento mulato hacia la igualdad
social; el movimiento negro hacia la libertad.
Toussaint unió todos esos movimientos, los prosiguió y los profundizó.
Cuando se fue, estaba acabado el triple movimiento o a punto de serlo.
Para decir toda la verdad, con él se iba Santo Domingo. Pero nacía Haití, la
primera de todas las naciones negras.
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Capítulo XVIII
PUES SUS RAÍCES SON NUMEROSAS Y PROFUNDAS
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Balance de las pérdidas francesas conforme a los datos de Pamphile de Lacroix: “20 de
nuestros generales habían mordido el polvo... Habían llegado sucesivamente 43.000 hombres
llevando fusil; habían muerto 24.000 y 7.000 gemían en los hospitales”.
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A MANERA DE CONCLUSIÓN
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Es permisible pensar en la frase de Hegel: “Es derecho absoluto de la idea nacer en las
disposiciones legales y en instituciones objetivas... Este derecho es el derecho de los héroes
a fundar estados. La misma condición entraña que naciones civilizadas frente a otras que no
han alcanzado el mismo momento substancial del estado, las consideren como bárbaras, les
reconozcan en su conciencia un derecho desigual y traten su independencia como algo
formal. En las guerras que resultan de tales situaciones, hay combates por el reconocimiento
de una cierta civilización y es ese rasgo el que les da una significación para la historia
universal”.
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