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Aimé Césaire

TOUSSAINT LOUVERTURE
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL PROBLEMA COLONIAL

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TOUSSAINT LOUVERTURE

Libro 118

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Aimé Césaire

Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789-1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS.
Karl Marx y Fiedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya

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TOUSSAINT LOUVERTURE

Libro 22 DIALÉCTICA Y CONSCIENCIA DE CLASE


György Lukács
Libro 23 EL MATERIALISMO HISTÓRICO ALEMÁN
Franz Mehring
Libro 24 DIALÉCTICA PARA LA INDEPENDENCIA
Ruy Mauro Marini
Libro 25 MUJERES EN REVOLUCIÓN
Clara Zetkin
Libro 26 EL SOCIALISMO COMO EJERCICIO DE LA LIBERTAD
Agustín Cueva - Daniel Bensaïd. Selección de textos
Libro 27 LA DIALÉCTICA COMO FORMA DE PENSAMIENTO -
DE ÍDOLOS E IDEALES
Edwald Ilienkov. Selección de textos
Libro 28 FETICHISMO y ALIENACIÓN - ENSAYOS SOBRE LA TEORÍA MARXISTA EL VALOR
Isaak Illich Rubin
Libro 29 DEMOCRACIA Y REVOLUCIÓN. El hombre y la Democracia
György Lukács
Libro 30 PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO
Paulo Freire
Libro 31 HISTORIA, TRADICIÓN Y CONSCIENCIA DE CLASE
Edward P. Thompson. Selección de textos
Libro 32 LENIN, LA REVOLUCIÓN Y AMÉRICA LATINA
Rodney Arismendi
Libro 33 MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
Osip Piatninsky
Libro 34 VLADIMIR ILICH Y LA EDUCACIÓN
Nadeshda Krupskaya
Libro 35 LA SOLIDARIDAD DE LOS OPRIMIDOS
Julius Fucik - Bertolt Brecht - Walter Benjamin. Selección de textos
Libro 36 UN GRANO DE MAÍZ
Tomás Borge y Fidel Castro
Libro 37 FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Adolfo Sánchez Vázquez
Libro 38 ECONOMÍA DE LA SOCIEDAD COLONIAL
Sergio Bagú
Libro 39 CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO EN AMÉRICA LATINA
André Gunder Frank
Libro 40 MÉXICO INSURGENTE
John Reed
Libro 41 DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL MUNDO
John Reed
Libro 42 EL MATERIALISMO HISTÓRICO
Georgi Plekhanov
Libro 43 MI GUERRA DE ESPAÑA
Mika Etchebéherè
Libro 44 NACIONES Y NACIONALISMOS
Eric Hobsbawm

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Aimé Césaire

Libro 45 MARX DESCONOCIDO


Nicolás Gonzáles Varela - Karl Korsch
Libro 46 MARX Y LA MODERNIDAD
Enrique Dussel
Libro 47 LÓGICA DIALÉCTICA
Edwald Ilienkov
Libro 48 LOS INTELECTUALES Y LA ORGANIZACIÓN DE LA CULTURA
Antonio Gramsci
Libro 49 KARL MARX. LEÓN TROTSKY, Y EL GUEVARISMO ARGENTINO
Trotsky - Mariátegui - Masetti - Santucho y otros. Selección de Textos
Libro 50 LA REALIDAD ARGENTINA - El Sistema Capitalista
Silvio Frondizi
Libro 51 LA REALIDAD ARGENTINA - La Revolución Socialista
Silvio Frondizi
Libro 52 POPULISMO Y DEPENDENCIA - De Yrigoyen a Perón
Milcíades Peña
Libro 53 MARXISMO Y POLÍTICA
Carlos Nélson Coutinho
Libro 54 VISIÓN DE LOS VENCIDOS
Miguel León-Portilla
Libro 55 LOS ORÍGENES DE LA RELIGIÓN
Lucien Henry
Libro 56 MARX Y LA POLÍTICA
Jorge Veraza Urtuzuástegui
Libro 57 LA UNIÓN OBRERA
Flora Tristán
Libro 58 CAPITALISMO, MONOPOLIOS Y DEPENDENCIA
Ismael Viñas
Libro 59 LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO
Julio Godio
Libro 60 HISTORIA SOCIAL DE NUESTRA AMÉRICA
Luis Vitale
Libro 61 LA INTERNACIONAL. Breve Historia de la Organización Obrera en Argentina.
Selección de Textos
Libro 62 IMPERIALISMO Y LUCHA ARMADA
Marighella, Marulanda y la Escuela de las Américas
Libro 63 LA VIDA DE MIGUEL ENRÍQUEZ
Pedro Naranjo Sandoval
Libro 64 CLASISMO Y POPULISMO
Michael Löwy - Agustín Tosco y otros. Selección de textos
Libro 65 DIALÉCTICA DE LA LIBERTAD
Herbert Marcuse
Libro 66 EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Theodor W. Adorno
Libro 67 EL AÑO 1 DE LA REVOLUCIÓN RUSA
Víctor Serge
Libro 68 SOCIALISMO PARA ARMAR
Löwy -Thompson - Anderson - Meiksins Wood y otros. Selección de Textos

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TOUSSAINT LOUVERTURE

Libro 69 ¿QUÉ ES LA CONCIENCIA DE CLASE?


Wilhelm Reich
Libro 70 HISTORIA DEL SIGLO XX - Primera Parte
Eric Hobsbawm
Libro 71 HISTORIA DEL SIGLO XX - Segunda Parte
Eric Hobsbawm
Libro 72 HISTORIA DEL SIGLO XX - Tercera Parte
Eric Hobsbawm
Libro 73 SOCIOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA
Ágnes Heller
Libro 74 LA SOCIEDAD FEUDAL - Tomo I
Marc Bloch
Libro 75 LA SOCIEDAD FEUDAL - Tomo 2
Marc Bloch
Libro 76 KARL MARX. ENSAYO DE BIOGRAFÍA INTELECTUAL
Maximilien Rubel
Libro 77 EL DERECHO A LA PEREZA
Paul Lafargue
Libro 78 ¿PARA QUÉ SIRVE EL CAPITAL?
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 79 DIALÉCTICA DE LA RESISTENCIA
Pablo González Casanova
Libro 80 HO CHI MINH
Selección de textos
Libro 81 RAZÓN Y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 82 CULTURA Y POLÍTICA - Ensayos para una cultura de la resistencia
Santana - Pérez Lara - Acanda - Hard Dávalos - Alvarez Somoza y otros
Libro 83 LÓGICA Y DIALÉCTICA
Henry Lefebvre
Libro 84 LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Eduardo Galeano
Libro 85 HUGO CHÁVEZ
José Vicente Rangél
Libro 86 LAS GUERRAS CIVILES ARGENTINAS
Juan Álvarez
Libro 87 PEDAGOGÍA DIALÉCTICA
Betty Ciro - César Julio Hernández - León Vallejo Osorio
Libro 88 COLONIALISMO Y LIBERACIÓN
Truong Chinh - Patrice Lumumba
Libro 89 LOS CONDENADOS DE LA TIERRA
Frantz Fanon
Libro 90 HOMENAJE A CATALUÑA
George Orwell
Libro 91 DISCURSOS Y PROCLAMAS
Simón Bolívar
Libro 92 VIOLENCIA Y PODER - Selección de textos
Vargas Lozano - Echeverría - Burawoy - Monsiváis - Védrine - Kaplan y otros

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Aimé Césaire

Libro 93 CRÍTICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICA


Jean Paul Sartre
Libro 94 LA IDEA ANARQUISTA
Bakunin - Kropotkin - Barret - Malatesta - Fabbri - Gilimón - Goldman
Libro 95 VERDAD Y LIBERTAD
Martínez Heredia - Sánchez Vázquez - Luporini - Hobsbawn - Rozitchner - Del Barco
LIBRO 96 INTRODUCCIÓN GENERAL A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
Karl Marx y Friedrich Engels
LIBRO 97 EL AMIGO DEL PUEBLO
Los amigos de Durruti
LIBRO 98 MARXISMO Y FILOSOFÍA
Karl Korsch
LIBRO 99 LA RELIGIÓN
Leszek Kolakowski
LIBRO 100 AUTOGESTIÓN, ESTADO Y REVOLUCIÓN
Noir et Rouge
LIBRO 101 COOPERATIVISMO, CONSEJISMO Y AUTOGESTIÓN
Iñaki Gil de San Vicente
LIBRO 102 ROSA LUXEMBURGO Y EL ESPONTANEÍSMO REVOLUCIONARIO
Selección de textos
LIBRO 103 LA INSURRECCIÓN ARMADA
A. Neuberg
LIBRO 104 ANTES DE MAYO
Milcíades Peña
LIBRO 105 MARX LIBERTARIO
Maximilien Rubel
LIBRO 106 DE LA POESÍA A LA REVOLUCIÓN
Manuel Rojas
LIBRO 107 ESTRUCTURA SOCIAL DE LA COLONIA
Sergio Bagú
LIBRO 108 COMPENDIO DE HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Albert Soboul
LIBRO 109 DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE. Historia de la Revolución Francesa
Albert Soboul
LIBRO 110 LOS JACOBINOS NEGROS. Toussaint L’Ouverture y la revolución de Hait
Cyril Lionel Robert James
LIBRO 111 MARCUSE Y EL 68
Selección de textos
LIBRO 112 DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA – Realidad y Enajenación
José Revueltas
LIBRO 113 ¿QUÉ ES LA LIBERTAD? – Selección de textos
Gajo Petrović – Milán Kangrga
LIBRO 114 GUERRA DEL PUEBLO – EJÉRCITO DEL PUEBLO
Vo Nguyen Giap
LIBRO 115 TIEMPO, REALIDAD SOCIAL Y CONOCIMIENTO
Sergio Bagú

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TOUSSAINT LOUVERTURE

LIBRO 116 MUJER, ECONOMÍA Y SOCIEDAD


Alexandra Kollontay
LIBRO 117 LOS JERARCAS SINDICALES
Jorge Correa
LIBRO 118 TOUSSAINT LOUVERTURE. La Revolución Francesa y el Problema Colonial
Aimé Césaire

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Aimé Césaire

“Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas


que suscita su funcionamiento es una civilización decadente.
Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas
más cruciales es una civilización herida.
Una civilización que le hace trampas a sus principios es una
civilización moribunda.
El hecho es que la civilización llamada «europea», la civilización
«occidental», tal como ha sido moldeada por dos siglos de
régimen burgués, es incapaz de resolver los dos principales
problemas que su existencia ha originado: el problema del
proletariado y el problema colonial. Esta Europa, citada ante el
tribunal de la «razón» y ante el tribunal de la «conciencia», no
puede justificarse; y se refugia cada vez más en una hipocresía
aún más odiosa porque tiene cada vez menos probabilidades de
engañar.”
Discurso Sobre el Colonialismo1
Aimé Césaire

https://elsudamericano.wordpress.com

HIJOS
La red mundial de los hijos de la revolución social

1
Discurso Sobre el Colonialismo para leer Online
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TOUSSAINT LOUVERTURE

TOUSSAINT LOUVERTURE
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL PROBLEMA COLONIAL
Aimé Césaire2
Prefacio
Introducción
Libro Primero: LA FRONDA DE LOS GRANDES BLANCOS
Capítulo I Soledad del poder
Capítulo II Una intrusión aciaga
Capítulo III Errores de navegación
Capítulo IV La Fronda de los Grandes Blancos
Capítulo V Una doble liquidación
Libro Segundo: LA REBELIÓN MULATA
Capítulo I Cretinismo parlamentario
Capítulo II Un gran debate
Capítulo III Un destello
Capítulo IV Un destello que se apaga
CapítulO V Una enmienda por cansancio
Capítulo VI La revancha de Barnavé
Capítulo VII La rebelión mulata

Libro Tercero: LA REBELIÓN NEGRA


Capítulo I Los límites de la Revolución francesa
Capítulo II Aprendizaje
Capítulo III Compromiso y compromiso
Capítulo IV Una escena enternecedora
Capítulo V Imperialismo e imperialismo
Capítulo VI Salvador de las autoridades constituidas
Capítulo VII Estrategia y táctica
Capítulo VIII Una misión de zapa
Capítulo IX Tomar sus precauciones
Capítulo X Movilización
Capítulo XI La ruptura
Capítulo XII La lógica de un sistema
Capítulo XIII Guerra hasta perder el aliento
Capítulo XIV La pausa
Capítulo XV El sacrificio
Capítulo XVI Quitarse la careta
Capítulo XVII De Brumario a Germinal
Capítulo XVIII Pues sus raíces son numerosas y profundas
A manera de conclusión
2
Esta Edición Revisada: (1960) . Primera Edición en Español: Instituto del libro. La Habana. Cuba. 1967. Primera
Edición en Francés 1962. Présence Africaine
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Aimé Césaire

PREFACIO
Cualquiera que haya estado en Haití se habrá conmovido al comprobar hasta
qué punto el recuerdo de Toussaint Louverture vive en los espíritus y en los
corazones. Toussaint pertenece a cada, uno, como Napoleón –de quien él fue
la víctima– a cada corso. Sin duda las islas son los lugares más favorables a
las tradiciones vivas, a los odios y a los amores violentos. El antiguo Santo
Domingo consagra a su libertador una devoción patriótica que se asemeja a un
culto. Las páginas que el coronel Nemours dedica a la visita que hizo al
calabozo húmedo y frío del Fort-de-Joux, donde murió Toussaint en 1803,
tienen un acento religioso. El ministro plenipotenciario de Haití y su señora,
tuvieron conciencia de que estaban haciendo una “piadosa peregrinación” y
oraron en la celda del mártir. La señora Nemours, haciendo de la “roca
escarpada” un segundo calvario, llegó a murmurar:
“Quizás tuvo sed y nadie le dio de beber. Hubiera querido darle agua,
enjugar el sudor de su cara y quitar el polvo de sus ropas”.
A semejanza de los héroes de Esparta: Leónidas el guerrero, y Licurgo el
legislador; Toussaint Louverture, a la vez combatiente de la independencia y
organizador de la nación, es menos que un dios pero más que un hombre. Que
un cochero de una plantación, salido de la turba de los esclavos, se haya
revelado como jefe militar y estadista, que haya conseguido acabar con las
fuerzas de ocupación y de invasión inglesa y haya resistido a las tropas
francesas, que haya llevado a su pueblo al umbral de la independencia y que
haya perecido víctima de una celada y de un abuso de confianza, he ahí con
qué apasionar a un espíritu generoso, ávido de comprender. Más todavía,
situar la acción de Toussaint, el Negro, en su medio original y en la coyuntura
colonial, he ahí la tarea que se ha propuesto Césaire y que ha llevado a cabo
felizmente, como no hace mucho lo hiciera por él blanco de gran corazón que
fue Schoelcher, el libertador de los esclavos.
Siempre he tenido por Césaire gran estimación y simpatía.
No sería propósito mío hacer aquí el elogio de aquél a quien Bretón calificó de
“gran poeta negro”, diría yo uno de los más grandes poetas vivientes, pero no
puedo olvidar la tarde en que leí, en Port-au-Prince, ante un auditorio que
experimentaba a la vez que la belleza del canto, la grandeza de la negritud, las
páginas sacadas del Cuaderno de un retorno al país natal. ¿No es Toussaint
Louverture “el ejecutor de esas magnas obras” que el poeta ha querido
trascender? Pues Césaire es también hombre de altura. Nunca hay bajeza en
él. Sea cual fuere la vehemencia de su pasión, busca siempre la verdad y
respeta al hombre. Si el Rebelde “de corazón impiadoso” hiere al Maestro, es
para destruir en él la servidumbre que, más allá de su persona, encadena a su
hijo desde la cuna. Su odio a una sociedad en que triunfa el dinero no es más
que una forma de su amor por los que trabajan y sufren. Tal me parece
Césaire: normalista, nutrido de humanismo desinteresado, sintiendo revivir en
él los tumultos de sus ancestros bámbara, arrojados por la crueldad de la trata
sobre las riberas de la Martinica y que vuelve a encontrar, después de haber
frecuentado a Lautréamont, el camino de la poesía negro-africana; profesor de
letras que, por haber recibido de Francia su cultura más elaborada, se ha
sentido más obligado a participar en la “legítima defensa” de los antillanos más
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TOUSSAINT LOUVERTURE

desheredados: hombre recto que rechaza los compromisos tanto en la acción


como en el arte. Tal lo vuelvo a encontrar en su Toussaint Louverture, que me
ha permitido presentar Alioune Diop a quien doy las gracias.
Césaire no pretende renovar la biografía del Precursor. Da por sabidos los
hechos. Lo que retiene su atención “son las relaciones que los unen, la ley que
los rige, la dialéctica que los suscita”. Bien está. Es eso mismo lo que
constituye la historia. ¿Pero es cierto que el hombre que encarnó la resistencia
a los colonialistas de Santo Domingo sea exactamente conocido? Mientras su
correspondencia general no haya sido publicada, sólo se hará con Toussaint
labor provisional pues los textos, todavía inéditos, ofrecen el riesgo de
trastornar la jerarquía de valores. Pero es dudoso que las condiciones
fundamentales de la lucha que enfrentó a blancos, mulatos y negros, sean
profundamente modificadas. Y es esto lo que le interesa a Césaire. Viviendo
en un mundo en que cada pueblo colonizado busca realizar su independencia
de acuerdo con su propia naturaleza, Césaire se ha dedicado a reencontrar la
originalidad de la revolución de Santo Domingo. En ese campo, la experiencia
del hombre político ilustra la documentación del historiador. Así ha sido llevado
a descubrir el hecho colonial al estado puro, en una época en que no se la
adornaba de filantropía, sino en la que se afirmaba la primacía de los intereses
del negocio y la virtud del egoísmo metropolitano. Lo Exclusivo, cuyos
caracteres esenciales ha tenido el acierto de presentar al comienzo de su libro,
es, más que una doctrina, un sistema, el “sistema” como se le llama en el siglo
XVIII. Lo económico está entonces en el centro de todo, y todo se subordina a
lo económico. No se limita al monopolio del comercio y de la industria sino que
hace de la administración la protectora interesada del comercio de Francia,
Negociantes y armadores de los puertos del Atlántico son dueños de la política
real por intermedio de los funcionarios del secretariado de Estado en la Marina,
surgidos de familias poderosas de nobleza de toga, que tienen, por añadidura,
grandes intereses personales en las islas y en el tráfico colonial.
Los “habitantes”, que hoy llamaríamos los colonos, cuentan poco en el precio,
aunque aparentan más porque viven en el lugar mientras no han hecho su
fortuna. Lo que llama la atención es su mentalidad. Ésta participa de ese
individualismo anárquico, que caracteriza a la mayor parte de los coloniales.
Consideran sus privilegios como derechos y aspiran a la autonomía como no
sea al separatismo, para sustraerse “al abandono” y a la ignorancia de la
metrópoli. No se han llevado su patria en la suela de sus zapatos. Para ellos,
Luis XVI es “el rey de Francia” y no su soberano. Hablan de él “con la misma
indiferencia que de un príncipe extranjero”. Al gobierno inglés le bastó llamar
“despacho de judicatura” a las antiguas “comisiones” del Consejo Superior de
la Martinica y confiarle una parte de los poderes del Intendente, cuya plaza
desaparecía, para que se adhirieran a los ocupantes durante la guerra de los
Siete Años. En la Guadalupe, el desarrollo de los negocios, el aprovisionamiento
en esclavos y la prosperidad ganaron bien pronto a los habitantes. Por largo
tiempo se conservó el recuerdo del coronel Krumpt y de Campbell Dabrymple,
a los que un historiador criollo deseaba, con un monumento, perpetuar sus
servicios. Después de la rebelión de los esclavos, los colonos de Santo
Domingo invocaron la protección de S.M. británica a la que prestaron
juramento acogiendo a los ingleses como libertadores.

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Aimé Césaire

Césaire hace alusión justamente a las sediciones de Santo Domingo en 1722 y


1769. Ilustran el comportamiento de los habitantes y dejan prejuzgar el
porvenir. La asonada contra la compañía monopolista estalla bruscamente en
el Cap en 1720 al grito de una plantadora de café. Después se extiende al
oeste. Las bandas armadas, que obedecen a jefes ocultos (Sans Quartier, La
Liberté), incendian los bohíos y las cosechas de los no-resistentes. Ya se
perfila la segur dad de la organización clandestina y de sus ramificaciones, así
como la amplitud de la oposición a la voluntad del rey. Muestra también la
flojedad de la represión, pese a la gravedad del movimiento. Los colonos se
dan cuenta de que sólo la violencia permite ganar la partida contra los agentes
del rey.
La sedición de 1763-1770, provocada por el restablecimiento de las milicias,
adquiere un carácter excepcional a causa de la actitud de los propietarios del
sur, que, más independientes y más audaces que los de otras regiones, no
retroceden ante medios extremos para defender sus privilegios: connivencia
con los mulatos, utilización de los esclavos, toque de rebato para dar la
alarma, secuestros, congregaciones armadas y toma de armas en los cerros.
El cartel de resistencia entre blancos y mulatos señalaba el verdadero peligro.
Esta vez el gobierno no se llamó a engaño y castigó. El ejército tuvo la última
palabra, pero el rencor se incubaba y la experiencia, esbozada en 1769, volvió
a tener lugar veinte años más tarde, en el Comité del sur, con los mismos
hombres en los que el espíritu colonial se encaminaba al separatismo.
En la recopilación de memorias de los colonos, publicada en 1776 ó 1777, bajo
el título Consideraciones sobre el estado presente de la colonia francesa de
Santo Domingo y el seudónimo de Hilliart d’Auberteuil se declara que:
“se debe contemplar los compromisos de los colonos con el estado, de
tanta duración, como la protección del soberano. Si la protección cesa, la
convención termina, puesto que la base es la utilidad recíproca”.
Pero de esa “utilidad recíproca”, los colonos son únicos jueces y la aplican a su
interés propio sin tener en cuenta las posibilidades del soberano, símbolo de la
metrópoli. Si el soberano desaparece y la metrópoli adopta puntos de vista
diferentes del de los habitantes, sobre todo en materia social, se consideran
como desligados de dicha convención. Es esto lo qué se produjo desde el
principio de la revolución.
En Santo Domingo más que el problema político cuenta el problema social que
lo condiciona. La sociedad colonial es, como lo escribe justamente Césaire,
“más que una jerarquía, una ontología”. Todavía me parece más compleja que
lo que él dice pues si existieron los cruzamientos de gentes de color dando sus
productos cada uno con su nombre, sería imprudente creer que la población
blanca fue: socialmente homogénea. Al lado de los ricos habitantes franceses
llegados de Francia, o criollos nacidos de parientes blancos fijados en las islas,
y de altos funcionarios que constituían la aristocracia de los “grandes blancos”,
vivía todo un pueblo, tenido por inferior, que comprendía a los colonos
modestos, cuya plantación sólo utilizaba una veintena de esclavos, los
contratados, trabajadores blancos de las plantaciones cuyo reclutamiento cesó
en 1774, las gentes de profesión, los comerciantes locales y los encargados a
los que se englobaba bajo el rubro de “blanquitos”. Muchos de entre ellos,

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TOUSSAINT LOUVERTURE

necesitados, obligados a trabajar toda su vida bajo las órdenes de otro o


abrumados por los desprecios de los propietarios de plantaciones, concibieron
por los grandes blancos un odio que los puso frente a ellos en el curso de la
revolución.
Césaire ha destacado fuertemente la importancia de las gentes de color libres
y mostrado la gravedad de las medidas sucesivas que hicieron de ellas, según
un escritor de su tiempo: “un estado intermedio entre los blancos y los
esclavos”. Ahora bien, las reglas restrictivas con que se les afligió, se hicieron
además tan chocantes que a finales del reinado de Luis XV, fueron tan
numerosos como los blancos. Muchos ganaban dinero que empleaban en
comprar pequeñas propiedades, a veces hasta haciendas. Ejercían, de
acuerdo con los “blanquitos”, los oficios artesanales de las ciudades. Eran
tenderos, taberneros, viajantes de comercio, encomenderos que vigilaban el
trabajo de los esclavos y, sobre todo en el sur, encargados. Se les reconocía
su inteligencia pero se les reprochaba haber adquirido los defectos de las dos
razas y no ser seguros. Césaire nada dice de las mulatas, cuyo papel político
era nulo, pero considerable el papel social. Escapaban al prejuicio racial a los
ojos de los blancos. Las mujeres blancas las detestaban, pues no solamente
les quitaban sus maridos sino que los arruinaban. Así que se les cantaba:
Os digo que mujer es muy tonta
Si no sabe que un blanco le pague...
Desempeñaron, en Santo Domingo, el papel que tuvieron las grandes prójimas
del siglo XIX que restituyeron al circuito monetario el dinero muy fácilmente
ganado por los burgueses. Además, fueron ellas un vivo testimonio viviente de
la incoherencia, del sistema social.
En lo que se refiere al problema dominante, el problema de la esclavitud,
Césaire lo ha tratado con la sobriedad que exigía un tema de gran patetismo,
pero trillado. Ha querido ver sobre todo en los esclavos a obreros de la tierra,
concentrados en los “barracones” como los obreros del continente en las
fábricas. La analogía permite comprender el resultado: que en este vivero
humano, que en este hacinamiento de resentimientos y de energías, saldrá, no
una revuelta, sino una revolución. Es innegable que esta masa de explotados
ha dado jefes de sedición. No por eso me asociaré a la leyenda del negro de
Guinea, Makendal, tal como se formó en el curso de la segunda mitad del siglo
XVIII en los medios blancos. Makendal, en quien Césaire cree ver un mahdi,
habría de organizar a los cimarrones en propagandistas encargados de incitar
a los esclavos a destruir el mundo blanco mediante el veneno.
Fue ejecutado en 1758 pero el ordenancista Lambert, siempre ávido de conjuras
de envenenamiento, ni siquiera mencionó su acción. Veinte años después, su
epopeya, creada y enriquecida por los colonos, manifestaba una forma de su
psicosis. Miedos como éste conmovieron, en muchas ocasiones, las islas en el
siglo XVIII, y son mucho más reales que las causas invocadas.
Sería inútil y fastidioso seguir paso a paso el libro tan rico y personal de
Césaire. Un resumen lo haría insípido, una discusión minuciosa lo haría
pesado. Es preferible destacar las líneas de fuerza. Desde el anuncio de la
toma de la Bastilla, los habitantes interpretaron la revolución y la libertad sobre

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Aimé Césaire

el plano colonial, es decir en forma de ruptura primero con la autoridad local,


después con la autoridad metropolitana. La asamblea de Saint-Marc, en nombre
de los principios revolucionarios, a los cuales apelaba para sacudir el yugo de
la realeza, realizaba la autonomía política y económica a la cual la colonia
había aspirado siempre, pero la metrópoli, cualquiera fuere su régimen no
estaba dispuesta a dejar deteriorar el Exclusivo. 3 Sin embargo no llegaré a
calificar de separatismo la acción de la asamblea, pues no estaban rotos los
lazos con la metrópoli.
No creo que la rebelión de los mulatos fuera fatal, pero el egoísmo de los
blancos la hacía inevitable. Como siempre ocurre, los colonos perecieron por
desmesura. No pudieron subordinar sus prejuicios racistas a intereses
superiores. Su resistencia a las reivindicaciones de los mulatos se manifestó
en forma violenta, por pillajes y ahorcamientos, por la puesta en el index e
incluso el ajusticiamiento de blancos y por la denuncia de los colonos de París,
sospechosos de traición. Ni la derrota de los mulatos, ni la ejecución de su jefe
Ogé, entregado por los españoles y enrodado en la plaza pública, pusieron fin
a los disturbios. Sobre todo, la unión de blancos y mulatos, indispensable para
mantener el orden entre los negros, dio lugar a una guerra civil que
envalentonó a los esclavos a rebelarse, a esos mismos esclavos que ya
habían sido utilizado en uno o en otro campo. En la Constituyente, las
tentativas para extraer de los derechos del hombre consecuencias prácticas
para las colonias, chocaron con el bloque de los intereses amenazados:
colonos, negociantes y negreros revolucionarios de Nantes y de Burdeos,
refinadores de la metrópoli, representados en todos los partidos por hombres
influyentes como el monárquico Malouet y los dos triunviros de izquierda
Lameth y Barnave. Incapaz de sacudirse el pasado, la Asamblea satisfizo las
reivindicaciones de los habitantes rechazadas por la realeza, sustituyendo la
dominación de los grandes propietarios por el despotismo militar y mercantil.
Apartó de la vida política, contrariamente a sus principios, a los ciudadanos
libres por ser hombres de color y mantuvo la esclavitud. Demostró así que la
democracia era un privilegio metropolitano que no se exportaba. En las
colonias, los hombres no nacen libres e iguales en derecho. Era ésta la
conclusión normal del Exclusivo, cuyo espíritu no estaba minado por la
revolución. Pero, de hecho, la legislación de la asamblea no fue más allá de
los limites de una declaración de principios, pues, antes de la votación de sus
decretos, la suerte de las islas se jugó en las mismas islas, en las feroces
luchas de razas, de clases y de intereses.
Me hubiera gustado que Césaire hubiera insistido más sobre el tránsito de la
Constituyente a la Legislativa que corre el riesgo de escapar a lectores mal
advertidos. Si en materia económica la nueva asamblea mantuvo lo esencial
del Exclusivo, mostró una hostilidad general a la política de la Constituyente y
principalmente a Barnave, que a decir de Guadet, había tomado “los furores de

3
Césaire escribe en esta ocasión: “El pacto colonial seguía intacto”. Habría que suprimir definiti-
vamente del vocabulario la expresión pacto colonial. No se la conoce en el siglo XVIII en que
la palabra Exclusivo expresa perfectamente los derechos integrales de la metrópoli. La citada
expresión fue creada ulteriormente, en una época en que se quería hacer creer que el
régimen colonial era el resultado de un pacto, decir de un acuerdo libremente consentido, que
implicaba obligaciones recíprocas cuando lo cierto es que estaba impuesto por Francia a sus
colonias que protestaban contra su aplicación.
16
TOUSSAINT LOUVERTURE

Santo Domingo por los furores del Hotel Massiac” representaba el lobby de los
colonos. Por primera vez, los demócratas señalaron, con Merlin de Thionville,
la contradicción de defender en Europa la libertad en nombre de los derechos
del hombre y mantener en las islas la distinción de razas y la esclavitud.
Césaire ha señalado justamente la importancia del gran discurso-análisis de
Brissot, del 1° de diciembre de 1791 y la fragilidad de sus conclusiones. Es que
los girondinos tenían que guardar miramientos ton los negociantes de Burdeos
que hubieran visto comprometidos sus negocios por la supresión de la
esclavitud. Cita con razón un proyecto abolicionista de un diputado del
Vermandois a la Constituyente, Viefville des Essarts. Hay otro, generalmente
ignorado, pues que yo sepa sólo ha sido citado por Jaurés en su Historia
socialista. En septiembre de 1791, un representante de las Bocas del Ródano,
Blangilly, presentó un proyecto para la emancipación gradual de los esclavos,
que no fue discutido, ni siquiera llevado a la tribuna, sino comunicado
solamente para su impresión. Reclamaba, entre otras medidas, la prohibición
de maltratos a los esclavos so pena de pérdida de sus derechos; la creación
de casas de fuerza para esclavos culpables, a fin de sustraerlos a las
arbitrariedades del amo; el derecho a la subsistencia para los negros viejos y
achacosos; la posibilidad de rescate por peculio; la libertad de oficio para los
hijos de esclavos, en fin la emancipación de derecho, al cabo de ocho años, de
negros que pasarían a ser jornaleros. Este proyecto revestía, de acuerdo con
el parecer de Jaurés una verdadera importancia histórica.
“El aterrador problema negro”, que Césaire reprocha a la Legislativa de no
haber resuelto al mismo tiempo que el problema mulato, de hecho fue el
primero en plantearse a esta asamblea. Ésta tuvo conocimiento del
levantamiento de los negros el 27 de octubre de 1791. ¡Dos meses habían
transcurrido desde su inicio, el 22 de agosto! Esta simple comprobación
permite establecer la dificultad que hay en poner orden cronológico en la
historia de las relaciones entre Santo Domingo y la metrópoli. En razón de la
lentitud y de lo precario de las comunicaciones, se requiere por lo menos un
trimestre para que se conozca en Port-au-Prince cómo reacciona París ante
los acontecimientos de la isla. Cuándo las respuestas o las directivas llegan a
las autoridades francesas de la isla, la situación ha evolucionado de tal modo
que ya no tienen valor práctico. La política colonial no se adapta sino
lentamente y por sobresaltos a las mutaciones coloniales. Cuando el comisario
Sonthonax, enfrascado en la sedición de los grandes blancos del Cap francés,
pronunció, el 23 de agosto de 1783, la emancipación general e inmediata de
todos los negros, no estaba en condiciones de remitirse a París para una
decisión que, sin embargo, comprometía el porvenir, pero que las circunstancias
imponían.
Sea cual fuere la importancia del culto Vudú, que sirvió de sostén a la
insurrección –por no decir que fue la causa–, no hay necesidad de hacerlo
intervenir tanto como la acción de los blancos realistas, de los Amigos de los
negros, de los mulatos o de las potencias extranjeras, para explicar un
movimiento total, espontáneo, irresistible. Los grandes blancos hubiesen
podido medrar con el gran miedo que conmovió a la isla para aliarse a los
mulatos. Los del oeste así lo entendieron, pero el orgullo racista de los del
norte hizo que todo fracasara. El resultado fue la guerra colonial, la guerra
implacable que abriría el camino a Toussaint.
17
Aimé Césaire

No seguiré a Césaire en su evocación de la carrera de Toussaint Louverture.


Tienen sus páginas un tono de epopeya que un análisis rebajaría inútilmente.
Me limitaré a algunas observaciones. Creo que el compromiso español podría
ser matizado. Cuando el antiguo cochero de la hacienda Bréda se pasó a los
españoles de Santo Domingo, recibió el título de mariscal de campo, dicho en
otros términos, general de brigada, pero seguía siendo el esclavo y estaba
paralizado por la posición preponderante de Jeari-François.
Sólo del lado francés podía, como ciudadano, hacerse una carrera indefinida.
Tenía en ese entonces una sincera admiración por la nación que emancipaba a
los negros y la influencia que ejerció sobre él el general realista Laveau no
dejó de pesar en su decisión. Se compartiría de buen grado el asombro de
Schoelcher si no nos percatáramos de que en Santo Domingo el problema de
la opción no se planteaba en los mismos términos que en Francia. Lo que hay
que retener es que Toussaint se pasó a los franceses no como tránsfuga, sino
como jefe y que rechazó la dignidad real de la isla que le ofrecieran los
ingleses.
Césaire se niega a plantear el problema de saber si Toussaint Louverture fue
ambicioso:
“no se trata aquí de psicología, sino de algo muy distinto, de la fuerza de
los acontecimientos y del impulso histórico”.
Sea, pero hay que admitir que este impulso, Toussaint quería ser el único que
lo controlara. Eliminó a sus rivales franceses haciendo nombrar a Sonthonax
en los Quinientos, a Laveau en los Antiguos (1796-1797) y poniéndose en
nombre del general Hédouville (enviado para contenerlo) en el gobierno y en
las negociaciones (1798). Aplastó los levantamientos de los hombres de color
en el norte y en el oeste y batió a Pétion y a Rigaud en el sur (1799). Entre los
mulatos quizás hubo unas diez mil víctimas. En adelante nadie estuvo en
condiciones de oponerse a su ascensión. Esto fue lo que le permitió
emprender la organización del país. No acabo de entender bien el reproche
que le hace Césaire de haber perdido su contacto con las masas. 4 No veo en
efecto qué otra política hubiera podido hacer para luchar contra el vagabundaje
y el desempleo y, más tarde, para salvar la economía, que corría el riesgo de
sumirse en la anarquía, si él no hubiera impuesto la obligación del trabajo.
¿Era posible, en el momento en que la salvación del país era la ley suprema,
mostrar “flexibilidad, inventiva, un sentido de lo humano siempre alerta”? Se
puede poner en duda.
En todo caso, gracias a Toussaint y a despecho de las ruinas, Santo Domingo
se entregó de nuevo al trabajo, volvió a exportar y, como resultado de la
supresión de deudas y de las libres importaciones de Norteamérica, conoció
una prosperidad más grande que la de antaño.
Toussaint no pudo dar su plena medida. Dueño de la isla, entera desde octubre
de 1801, había hecho votar una constitución que declaraba en su artículo
primero, que:

4
Pág. 332, cap. X.
18
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Santo Domingo y sus islas adyacentes forman el territorio de una sola


colonia que forma parte del imperio pero sometida a leyes particulares”.
Césaire tiene razón al insistir sobre esta “intuición genial” de un “Common
wealth francés”, Me acuerdo haber desarrollado este tema ante un público
haitiano para el que fue, en gran parte, un descubrimiento. En esto hay un
hecho de una importancia extrema al que la historia dará, tarde o
temprano, todo su valor. Nada era más fácil para Francia que concertar
un acuerdo con un país de producción complementaria y que encontraba
una organización conforme a las tendencias de su población. Pero estaba
por el medio Bonaparte que, no sólo sufría la influencia de los
ultramontanos repatriados, sino que era incapaz de admitir un poder
independiente del suyo. En Santa Helena reconoció su error. La rendición
de Toussaint, el 6 de mayo de 1802, después su muerte en el Fort-de-
Joux, no impidieron la guerra implacable. En las Gonaïves, en el sitio
mismo en que Toussaint se rindiera, los jefes de la resistencia se unieron,
el 1° de enero de 1804, para jurar sobre el altar de la Patria, la indepen-
dencia de Santo Domingo proclamada, el 30 de noviembre de 1803, bajo
el nombre de Haití, así como un odio eterno a Francia.
En su conclusión, admirablemente pensada, Césaire ha caracterizado el papel
de Toussaint Louverture que:
“en la historia y en el dominio de los derechos del hombre fue, por cuenta
de los negros, el operador y el intercesor”.
Es esto lo que mantiene, si es que no lo engrandece sin tregua, el prestigio del
Precursor entre los haitianos. En el curso de un viaje que hiciera a Haití, poco
después del ciento cincuenta aniversario de la liberación, pude vivir, con los
historiadores locales, la epopeya de este hombre a quien el libro de Césaire
contribuirá a dar su justo y altísimo lugar. En su isla, de incomparable encanto,
comprendí por vez primera lo que era la civilización del siglo XVIII y esa alegría
de vivir de la que Talleyrand conservaba la nostalgia.
Ya no se odia en Haití a Francia, a la cual ya ese pueblo no está sometido, una
Francia cuya lengua y cultura son el fundamento sólido sobre el cual se puede
apoyar para defender su autonomía contra las presiones norteamericanas. En
Haití se está ávido de la última exposición de Picasso o de la última obra de
teatro de Audiberti. Pero eso es privilegio de una aristocracia. Sobre esta
“tierra de hombres y, de dioses”, como la llamó Métraux, están, sobre todo, los
hombres que trabajan en los campos de henequén y de caña de azúcar, que
no conocen otra cosa que la miseria y que acaso piensan que si Toussaint
Louverture viviera, les habría asegurado la emancipación social después de la
independencia política.

Charles André Julien


Profesor de Historia de la Colonización en la Sorbona. (Septiembre de 1961)

19
Aimé Césaire

Introducción
UNA COLONIA EJEMPLAR

Imagínese, tendida hacia el oeste, la garganta de un enorme golfo, con el


pragmatismo desmesurado de una quijada al sur. Esta garganta, adosada a la
parte española, es la parte francesa de Santo Domingo, hoy día República de
Haití, delgada cinta de tierras altas que se encierra entre tres costas del azul
inalterable del mar de las Antillas.
El territorio tiene una extensión de doce leguas al norte, once al sur y treinta al
centro, de modo que en ninguno de sus puntos se está alejado del mar cien
kilómetros. Así es este país de mil leguas cuadradas, surcadas en cada una de
sus tres provincias por una cadena de montañas, que son las últimas
prolongaciones occidentales del lejano Cibao.
Al hablar de Santo Domingo en 1797, su mejor historiador5 la alaba como:
“esta colonia que ha sido tan justamente codiciada por todas las
potencias; que fue orgullo de Francia en el Nuevo Mundo, y cuya
prosperidad, hecha para asombrar, era la obra de menos de un siglo y
medio”.
Por hiperbólicas que puedan parecer a primera vista estas afirmaciones de
Moreau de Saint-Méry, deben ser tornadas al pie de la letra.
Con sus setecientos noventa y tres trapiches, sus tres mil ciento cincuenta
añilerías, sus setecientas ochenta y nueve algodonerías, sus trescientos
diecisiete cafetales, sus ciento ochenta y dos destilerías de aguardiente de
caña, sus cincuenta cacaotales, sus tenerías, sus tejares, sus caleras, Santo
Domingo disfrutaba de una prosperidad nunca vista que hacía de esta tierra
como el tipo, el modelo ciertamente, de la colonia de explotación. Era esa su
riqueza intrínseca.
Pero había otra, y es de nuevo Moreau de Saint-Méry quien la señala:
“La parte francesa de la isla de Santo Domingo es de todas las
posesiones francesas en el Nuevo Mundo, la más importante por las
riquezas que procura a la metrópoli y por la influencia que tiene en su
agricultura y su comercio. Bajo este aspecto, la parte francesa de Santo
Domingo es digna de la observación de todos los hombres que se
dedican al estudio de los gobiernos, que buscan en los detalles de las
diferentes partes de un vasto estado, los puntos capitales que pueden
ilustrar su administración, y sentar las bases reales del mejor sistema de
prosperidad pública”.
Como se ve, importancia no ya intrínseca, sino relativa, ésta más considerable
aún que la primera, y difícil de imaginar en nuestros días.
Para darse una idea suficientemente justa, acaso habría que decir que Santo
Domingo es a la economía francesa del siglo XVIII, más que el África entera a
la economía francesa del siglo XX.
5
Moreau de Saint-Méry: Descripción de la parte francesa de la isla de Santo Domingo, nueva
edición por Blanche Maurel y Étienne Taillemite Larose, París, 1958.
20
TOUSSAINT LOUVERTURE

Si por el tratado de París, Luis XV pudo preferir la Martinica al Canadá, ¿qué


decir de Santo Domingo? En el siglo XVIII es una isla que vale un imperio.
Esta importancia extraordinaria, este rol capital, el abate Maury debía
recordarlo complacidamente a la Constituyente el 13 de marzo de 1791, sin ser
contradicho:
“Sí, señores innovadores, si perdéis anualmente más de doscientos
millones que sacáis de vuestras colonias; si estáis obligados a buscar
otros recursos para compensar vuestros desastrosos tratados comerciales,
para pagar cada año, cerca de ochenta millones de rentas vitalicias que
debéis a los extranjeros, en virtud de vuestros empréstitos, si vuestros
negociantes del Havre, de Nantes, de Burdeos, de Marsella, aplastados
sin más ni más por la pérdida de cuatrocientos millones que vuestros
colonos deben al comercio francés, se veían así condenados ellos
mismos a una bancarrota universal; si ya no tuvierais más el comercio
exclusivo de vuestras colonias para alimentar vuestras manufacturas,
para conservar vuestra marina, para mantener la actividad de vuestra
agricultura, para pagar vuestras obligaciones, para subvenir a vuestras
necesidades suntuarias, para mantener en vuestro provecho la balanza
comercial con Europa y Asia, os digo abiertamente, el reino se perderá sin
remisión”.
Y, en efecto, ¿quién proporcionaba el azúcar a Francia? Esencialmente, Santo
Domingo. ¿Quién el algodón necesario a las hilanderías? Santo Domingo.
¿Quién, en fin de cuentas, volvía positiva la balanza comercial francesa?
Siempre el azúcar y el algodón de Santo Domingo, que Francia (en una época
en que Estados Unidos empezaba a exportar sus primeras balas de algodón y
en que el azúcar de remolacha no existía), reexportaba a toda Europa con
enormes beneficios.
Es sabido que la gran industria nació en Francia a fines del siglo XVIII.
Entonces, el capital, en el sentido moderno de la palabra, se constituyó y
aparecieron las grandes concentraciones financieras.
Lo que se olvida, muy a menudo, es la parte de las colonias en todo esto. La
primera gran concentración capitalista se organiza en la clase de los
armadores y es en la misma clase que se recluían en Nantes, en Rouen, en
Burdeos los primeros grandes industriales modernos. ¿Casualidad? No, si
creemos a Henri Sée:
“Hay en ello un fenómeno de alcance general. Es el comercio quien
precede a la industria... Y es asimismo el capitalismo comercial quien
precede o, mejor dicho, quien engendra el capitalismo industrial”.
Así pues, se advierte que este capitalismo comercial está ligado al comercio
colonial y singularmente al comercio de Santo Domingo, tanto que estudiar a
Santo Domingo es estudiar uno de los orígenes, una de las fuentes de la
actual civilización, occidental.
Y esto debe entenderse en más de un sentido.

21
Aimé Césaire

Santo Domingo es el primer país de los tiempos modernos que ha planteado


en la realidad y ha propuesto a la reflexión de los hombres, en toda su
complejidad social, económica y racial, el gran problema que el siglo XX se
esfuerza en resolver: el problema colonial.
El primer país en que se anudó este problema.
El primer país en que se desanudó.
Sin duda vale la pena detenerse en él.
Los acontecimientos que aquí se cuentan son bien conocidos.
Pero acaso hasta el presente al relatarlos se ha abusado a menudo de la
anécdota y de lo pintoresco.
Mi preocupación se ha situado opuestamente.
No afirmaré que los hechos no son nada.
Sin ellos no habría historia; pero en historia los hechos no es lo más
importante, sino las relaciones que los unen, la ley que los rige, la dialéctica
que los suscita. Es lo que en el marco de mi tema he tratado de captar.
De paso, he tratado de despejar las características de una revolución de tipo
colonial. Y digo colonial porque sería craso error considerar la revolución de
Santo Domingo pura y simplemente como un capítulo de la Revolución
francesa. Mientras que, por el contrario, si se intentara confundir la revolución
tal como se produce en un país dependiente, con la revolución tal como puede
producirse en un país independiente, el estudio de los sucesos de Santo
Domingo debería bastar para ponernos en guardia contra tal absurdo.
Es preciso entenderlo bien; no hay “Revolución francesa” en las colonias
francesas. Hay en cada colonia francesa una revolución específica, nacida al
calor de la Revolución francesa, derivada de ella, pero desarrollándose según
sus leyes propias y con sus objetivos particulares.
Sin embargo, hay un punto común entre los dos fenómenos: el ritmo. En
Francia, constitucionales, girondinos, jacobinos, tan pronto como uno de estos
partidos ha cumplido su misión y llevado la revolución al punto en que
sofocado, debe detenerse, el relevo es tomado por el compañero de ruta más
audaz, que eliminándolo, deviene a su vez “un momento” que a su vez es
rápidamente dejado atrás.
Encontramos la misma línea ascendente en la revolución de Santo Domingo;
blancos, después mulatos, después negros, unos empujando a los otros y
encarnando los diferentes “momentos” cada vez más intensos de la revolución
anticolonialista.
Pero entonces, es legítimo preguntarse por qué los blancos fracasaron al
principio, por qué los mulatos fracasaron a la llegada y por qué el grupo social
más desvalido, el grupo negro, el grupo del “agravio generalizado”, triunfó.
El estudio que sigue dará la respuesta.

22
TOUSSAINT LOUVERTURE

Libro Primero
LA FRONDA DE LOS GRANDES BLANCOS

Capítulo I
SOLEDAD DEL PODER

Tal como era, Santo Domingo se presentaba a la burguesía instalada en el


poder por la revolución como un revoltijo de problemas y una aterradora
intimación de disyuntivas no eludibles. Entre los problemas había en primer
lugar y con carácter de suma urgencia, el de una definición apropiada de las
relaciones políticas a establecer entre metrópoli y colonias. Y otro problema
era el de arbitrar de manera decisiva el conflicto, ahora declarado, entre
mulatos y blancos. Sin contar el más formidable de todos los problemas, ese
que apenas se atrevían a formular: el partido a seguir con la esclavitud de los
negros.
El más simple de todos los problemas, el problema político ya no era tan
simple.
Si tan sólo se hubiera tratado de dotar de asambleas políticas a los países
administrados hasta entonces de manera autoritaria por los gobernadores y los
militares, de transformar en “regiones de estado” las tierras administradas
como bienes de la corona, todo eso no sería nada que estuviera por encima de
la audacia de una asamblea que se sentía avocada a grandes cosas.
Pero él problema era mucho más grave, porque aquí la reivindicación política
estaba sólidamente injertada en la económica, y las reivindicaciones económicas
de los plantadores de las islas tocaban en lo más profundo, en lo más sensible
de los intereses de la burguesía francesa.6 Uno de los maestros del
pensamiento del siglo XVIII no se atrevió, en ese terreno, a salirse de los
caminos trillados:
“El objeto de estas colonias es hacer el comercio en mejores condiciones,
lo que no hace con los pueblos vecinos, con los cuales todas las ventajas
son recíprocas. Se ha establecido que sólo la metrópoli podría negociar
en la colonia; y ello con harta razón, puesto que el objeto del
establecimiento ha sido la extensión del comercio, no la fundación de una
ciudad o de un nuevo imperio”. (Montesquieu, Esprit des Lois, Libro XXI,
capítulo XXI).
Los fisiócratas habían combatido vanamente ese mercantilismo desprovisto de
imaginación. Además de esto, desprovisto de buen sentido, señalaba Quesnay
en sus Observaciones sobre la opinión del autor del Espíritu de las leyes en lo
referente a las colonias.7 Pues en fin de cuentas contrarrestar el desarrollo de
las colonias era ir al encuentro del fin proclamado, que es “la extensión del
comercio metropolitano”, siendo evidente que ésta no puede “resultar más que
del aumento de los productos y de las riquezas de la colonia”.
6
Sobre el comercio de las islas y lo exclusivo, véanse las obras esenciales de Gastón Martin:
Nantes: La era de los negreros e Historia de la esclavitud en las colonias francesas, Editoras
Universitarias, 1948.
7
Pág. 428.
23
Aimé Césaire

¿Pero qué puede la evidencia entre el clamor de los intereses? Y es este el


punto de vista de Montesquieu, concienzudamente diluido en informes, en
notas, en libelos por las oficinas comerciales de Nantes y de Burdeos, que,
bajo el nombre de “exclusivo” o de “prohibitivo”, se solemniza en doctrina
económica:
“Las colonias de los europeos, después del descubrimiento del Nuevo
Mundo han sido fundadas para el comercio de los estados, de los cuales
ellas dependen, su objeto es aumentar la riqueza de la nación que las ha
formado, y como la riqueza real de una nación no es otra cosa que el
resultado de su trabajo, de esto resulta que las colonias no deben ser
estimadas, sino en tanto sirvan a hacer valer la cultura, las artes y las
fábricas de la metrópoli, que le aporten sus mercancías, ya sea para su
propio consumo, ya para su comercio exterior: por consiguiente, sólo la
metrópoli debe negociar con ellas. Este principio adoptado uniformemente
por pueblos cuyos intereses, opiniones y prejuicios son tan diferentes
debe ser considerado como incontestable”.
Lo que así expresaba con gran desenfado un memorial nantés de 1762, lo
repetía con mayor desenfado aún otro memorial de “los directores de comercio
de la provincia de Guienne”8 del 27 de junio de 1765:
“Gritan y seguirán gritando estos principios: que las colonias no han sido
fundadas más que para utilidad de la metrópoli, destinadas a llevar el
comercio de la nación más allá de sus propios límites, su agricultura no es
protegida y estimulada más que en favor de ese mismo comercio; que
debe éste, por tanto, funcionar en las colonias sin concurrencias con el
extranjero, que todo acto de comercio en el exterior es, en las colonias, el
más monstruoso de los desórdenes”.
Sobre la base de estos principios, el lucrador del régimen, aquél entre cuyas
manos inevitablemente y en última instancia va a parar la superganancia
colonial lleva un nombre odiado en las colonias: el negociante. ¿Quién
suministra las mercancías de Europa? El negociante. ¿Quién fija los precios?
El negociante. ¿Quién facilita el crédito? El negociante. Y todas estas
transacciones, venta, compra, crédito, se hacen siempre en beneficio suyo.
¿La venta? En 1689 Cussy comprueba que:
“ay navíos que venden en Santo Domingo una alna de tela a un precio
equivalente al de sesenta libras de tabaco, de modo que un pobre
habitante se ve obligado a dar todo el trabajo de un año por diecisiete o
dieciocho alnas de tela”.9
¿La compra? Un administrador, el conde de Blénac, señala los precios bajos,
que el negociante está en disposición de imponer a los productores:
“Si los habitantes, comprueba él en 1716, tuviesen la libertad de vender
sus añiles y su azúcar como quisieran, esta isla nadaría en oro”.

8
Citado en Nuestras Antillas, obra publicada bajo la dirección de Serge Denis, Orleans Paris,
1935.
9
P. de la Vaissiere.
24
TOUSSAINT LOUVERTURE

¿El crédito? El barón de Wimpffen10 en una carta de Jacmel fechada en abril


de 1781 nos da la respuesta:
“el astuto mercader que sabe bastante metafísica para no ignorar que el
deudor no discute nunca con su acreedor, ponía por sí mismo el precio a
las mercancías que quería a cambio y adquiría así sobre la colonia lo que
ciertamente puede ser llamado dominio real. En apoyo a ese primer
medio de opresión, el comercio añadió otros tres: el derecho de aprovisionar
exclusivamente las colonias, el de exportar los productos y, finalmente,
una ley que prohíbe a los habitantes la facultad de manufacturar el
algodón, con el objeto de mantenerlo en la necesidad de comprar a un
precio extravagante telas que se ha tenido buen cuidado elegir de la más
mala calidad para acelerar su consumo, pues todo no consiste en vender
ni en vender caro, quien se obstinara en hacer tal cosa sería tomado por
tonto. El negociante nato debe en lo posible vender mala calidad para
vender más a menudo. Sí, el comercio erigiría una estatua de oro que
rivalizaría con el coloso de Rodas, a quien lograra encontrar un arte de
componer telas de vidrio y paño de porcelana. El comercio es el
verdadero propietario de este dominio. Los colonos no son más que sus
arrendatarios”.
Y sigue la conclusión, derecho al grano, matizada con una anécdota reveladora:
“Se ha dicho antes que yo: el destino de las colonias era servir de juguete
a los caprichos, de pasto a las necesidades, de presa a la avidez de su
metrópoli, de su fisco, de sus arrendadores de contribuciones, de sus
mercaderes, de sus intrigantes acreditados. ¡He ahí a un colono!, decía
los otros días a un capitán mercader que después de pagaros os sigue
debiendo una fuerte suma. ¿Cómo os habéis decidido a concederle un
nuevo crédito? ¡Ah, quiera Dios que no se libere!, me contestó el
mercader. ¿No estáis viendo que la indulgencia que uso con él por lo que
me debe, me asegura su cosecha para el año próximo, y me la asegura al
precio que yo mismo estimaré poner?”
Era inútil objetar al colono que la contrapartida era buena y que él disfrutaba
de un verdadero privilegio;11 el que, haciendo de su posesión un bien sin par, lo
ponía al abrigo del embargo, el hecho nuevo era que este orden de cosas que
hacía de ellos unos perpetuos endeudados, los plantadores lo soportaban
cada vez con mayores muestras de impaciencia. En dos ocasiones –1722 y
1769– recurrieron a la sedición. Para decir verdad el gobierno real subestimaba
tan poco sus reacciones que en 1769, en las instrucciones dadas al
gobernador príncipe de Rohan, se advierte que se le ordena particularmente
de impedir las uniones de “blancos” con los “libres” por la razón de que:

10
Cf. Albert Savine: Santo Domingo en la víspera de la revolución. (Recuerdos del barón
Wimpffen.) editor Louis Michaud, París, 1911.
11
La existencia de este privilegio es lo que permite comprender la toma de posición de Brissot
en su discurso del 3 de diciembre de 1791: “El desmonte de todas las plantaciones ha exigido
anticipos de la metrópoli y, sin embargo, el negociante no puede embargar las plantaciones
en pago de sus anticipos. La ley que ustedes establecerán y que concederá a los acreedores
el derecho de embargo real sobre las propiedades de los deudores, les asegurará a aquéllos
una ayuda infinitamente más considerable y más fecunda que todo el dinero que podrían
ustedes extraer del Tesoro de la nación para hacerles un donativo o un préstamo”
25
Aimé Césaire

“si por medio de estas alianzas los blancos terminaran de entenderse con
los libres, la colonia podría sustraerse a la autoridad del rey, y Francia
perdería uno de los más poderosos eslabones le su comercio”.
Pero entonces, ¿cómo desligar la inagotable querella entre el colono le las
islas y el negociante de Francia?
El segundo problema era el del “estado de las personas”. Tal era la sociedad
colonial: más que una jerarquía, una ontología: en lo alto, el blanco –el ser en
el sentido pleno del término–, en lo bajo, el negro sin personalidad jurídica, un
objeto; la cosa, vale decir la nada; pero entre ese todo y esa nada, algo
formidable entre ellos: el mulato, el hombre de color, libre. Muy pintoresco y
sabiamente pueril es el cuadro que da Moreau de Saint-Méry:
“de todos los matices producidos por las diversas combinaciones de la
mezcla de los blancos con los negros”:

De un blanco y de una:
negra un mulato
mulata un cuarterón
cuarterona un mestizo
mestiza un mameluco
mameluca un cuarteronado
cuarteronado un mestizo
mestizo un mestizo
marabú un cuarterón
grifos un cuarterón
sacatrá un cuarterón

En cuanto a esos misteriosos “grifos”, “marabú” y “sacatrá”, no eran en modo


alguno, animales mitológicos, escapados de un bestiario fantástico, sino seres
de carne y hueso que eran el resultado de “combinaciones paralelas”: el grifo
de la combinación del mulato y de la negra, el marabú de la combinación del
cuarterón y de una blanca, sacatrá de la combinación del negro y de la grifona.
Podemos divertirnos con tal delirio clasificador, pero el problema que planteaba
no dejaba de seguir siendo un problema social grave: a saber, que en lo
venidero hay en la sociedad colonial una clase libre, acomodada, en fin una
burguesía que reclama, no sin analogía con el tercer estado de Francia, la
igualdad de derechos.
La vitalidad de esta clase está testimoniada por toda la historia reciente. Si
debemos creerle a Moreau de Saint-Méry hay quinientos en 1703, mil
quinientos en 1713, seis mil en 1770, doce mil en 1780 y veintiocho mil en
1789. ¡Y qué dinamismo! Ya desde 1755 un administrador, para quejarse, nos
advierte:

26
TOUSSAINT LOUVERTURE

“esta especie de hombre empieza a llenar la colonia y el mayor de los


errores es verla volverse sin tregua más numerosa en medio de los
blancos y, con frecuencia, aventajarlos en riqueza y opulencia... Su
estrecha economía les permite depositar cada año el producto de su renta
y así acumulan capitales inmensos..., sacan a pública subasta los bienes
que están en venta en todos los barrios, los suben hasta un valor
quimérico al cual los blancos no pueden llegar o los arruinan cuando
éstos se empeñan en adquirirlos. De ahí resulta que en muchos barrios,
los grandes bienes están en posesión de los mestizos”.
Encontramos por otra parte el homenaje a ese dinamismo inscrito en filigrana
en las medidas de defensa tomadas por los blancos. Superficiales, concebidas
con la más tonta de las vanidades, van, junto con el siglo, cayendo cada vez
más en el ridículo, al mismo tiempo que testimonian la confusión de una clase
superada por la evolución histórica. Luis XIV, que sólo sabía de dos clases de
hombres en las colonias, había sido bien explícito:
“Otorguemos a los libertos, proclamaba el edicto de 1685, los mismos
derechos, privilegios e inmunidades de que disfrutan las personas que
han nacido libres. Queremos que merezcan una libertad adquirida y que
ésta produzca en ellos, tanto en sus personas como en sus bienes, los
mismos efectos que la felicidad y la libertad natural causan en nuestros
súbditos”.
Frente a esto, el pensamiento del legislador del siglo XVIII resulta singularmente
teológico.
Cuando se ha caído en el “color” ya no es posible librarse de él. Así como hay
el pecado original, hay igualmente en la sociedad colonial, algo que la toca: la
mancha original. Y la mancha negra que lleva el mulato, indeleble como puede
serlo, debe señalarle su lugar. Para siempre.
Y entonces se produce una verdadera fiebre de prohibiciones: el 7 de Abril de
1758, prohibiciones a los libertos de circular con espadas, sables o machetes;
el 20 de Mayo de 1762, pena de trabajos forzados prevista por ordenanza para
todo liberto que porte un arma de fuego: en 1766, la estupidez bate su propio
récord al prohibir a los hombres de color, libres llevar el mismo traje que los
blancos, sentarse en las mismas iglesias y en las salas de espectáculos al lado
de los blancos. En lo del uso de la ropa, el legislador colonial en 1779,
quintaesenció aún más, y sus considerandos no dejan de tener cierto sabor
(Ordenanza del 9 de Febrero):
“Considerando que el lujo extremo en las vestimentas y adornos a los que
son dados las gentes de color, ingenuos los libertos, de uno y otro sexo,
habiendo llamado igualmente la atención de los magistrados, del público y
la nuestra, se ha hecho necesario aportar provisionalmente un freno en
espera del reglamento definitivo que cabrá publicar sobre este asunto, si
la simple admonición que estimamos debemos contentarnos hacer por el
momento a esta clase de súbditos del rey, dignos de la protección del
gobierno cuando se mantienen en los límites de la simplicidad, de la
decencia y del respeto, atributo esencial de su estado, no los contrajera
por sí mismos a dichos principios de modestia que muchos de ellos

27
Aimé Césaire

parecen haber olvidado; considerando que la asimilación de las gentes de


color con las personas blancas en la manera de vestirse y que el
acortamiento de las distancias de una a otra especie en la forma de las
vestimentas, atavío lujoso y dispendioso, la arrogancia que a veces
resulta de ello, el escándalo que siempre la acompaña, no puede seguir
siendo tolerado, decretamos...”
Se echa de ver: en el siglo XVIII la situación material de los hombres de color,
libres no ha dejado de mejorar y su situación jurídica no ha cesado de
degradarse. Que se trata de una clase ascendente ello es signo inequívoco. Ya
en la administración de 1765 se observa:
“en posesión de estas riquezas, estas gentes de color imitan muy pronto
el tono de los blancos... se les ve aspirar a cabalgar con nosotros en las
revistas de la milicia, no temen juzgarse dignos de desempeñar empleos
en esta milicia y se creen muy en estado de ocupar empleos en la
judicatura, si poseen talentos que puedan hacer olvidar el vicio de su
nacimiento”.
Veinte años más tarde nos las tendremos que ver con una clase al ataque y no
ya en un plano defensivo, con una clase plena de confianza en sí misma y de
optimismo en el porvenir.12
He enumerado los problemas, pero lo grave estaba más lejos, más que
problema, un abismo:
“Ahí muy cerca de nosotros se abre un abismo. Nosotros los poetas,
soñamos en su orilla. Vosotros, hombres de estado, dormís, dentro de él”.
Así habla Víctor Hugo. En 1789 en las colonias, el abismo era el problema
negro. Los soñadores no eran los poetas en un siglo desprovisto de poesía,
eran los filósofos y los filántropos, quienes efectivamente soñaban al borde del
abismo. Y lo que era literalmente cierto es que los hombres de estado dormían
en él. Marx ha opuesto el obrero al campesino y ha hablado de la vocación
revolucionaria del proletariado industrial, amontonado en grandes centros
como contrastando con el sedentarismo y el conservadurismo campesinos. Se
ve qué referencias a Europa pueden explicar tal concepción. ¿Más para las
colonias? ¿Y particularmente para Santo Domingo? Júzguese de ello: ¿unas
seiscientas mil personas, repartidas en “barracones” de quinientos o seiscientos
esclavos, forman verdaderamente un campesinado? En todo caso no se
trataría de un campesinado clásico, alveolado en su “parcela”. Aquí no la
propiedad sino el no haber en su grado más absoluto. No la dispersión, sino el
reagrupamiento; no la desagregación ni la pulverización, sino la concentración
y la cohesión.

12
Sobre el papel que desempeñó la guerra de Norteamérica en la “maduración” de esta clase,
consúltese a Auguste Nemours: Haití y la guerra de independencia norteamericana, Ediciones
Deschamps, Puerto Príncipe, 1952. “Los hombres de color –entre los cuales se cuenta
Chavannes– tomaron parte en calidad de voluntarios en la campaña y bajo las órdenes del
conde de Estaing se distinguieron en el sitio de Savannah. Formaban una compañía especial:
Los cazadores voluntarios y Santo Domingo”. Después de la guerra de Norteamérica se
comprueba en Santo Domingo numerosos reclutamientos de hombres de color, libre y la
celebración de asambleas donde se discuten intereses comunes. Se llego a la constitución de
sociedades secretas.
28
TOUSSAINT LOUVERTURE

Marx ha hecho el elogio de la fábrica como laborando de la revolución. Pero el


esclavo, mas que un campes no, ¿no es ya un obrero de la tierra, y “la
plantación colonial” no es ya un poco la fábrica?
La analogía permite comprender el resultado: que de esta estufa humana, que
de este hacinamiento de rencores y de energías, saldrá no un motín, sino una
revolución.
Necker, en su discurso de apertura de los estados generales no había
ignorado el problema, pero con un bello optimismo, lo aplazaba:
“Un día –decía– un día vendrá acaso, señores, en que llevaréis más lejos
vuestro interés. Un día vendrá acaso en que, asociando a vuestras
deliberaciones los diputados de las colonias, echaréis una mirada
compasiva sobre ese desdichado pueblo del cual se ha hecho tranquila-
mente un bárbaro objeto de tráfico; sobre esos hombres semejantes a
nosotros por el pensamiento y sobre todo por la triste facultad de sufrir;
sobre esos hombres que, sin piedad por su dolorosa queja, acumulamos,
hacinamos en el fondo de un barco para ir al punto, a velamen
desplegado, a presentarlos, a las cadenas que los esperan...”
Un día, había dicho el ministro, en su tirada plena de “sensibilidad”, y sin
embargo, no podía dejar de pensarse en hechos terriblemente cercanos y
actuales: la constitución de verdaderas sociedades de negros cimarrones en
las montañas; la rebelión de Jamaica con la cual los ingleses tuvieron que
transigir; el tratado celebrado en 1785 por los franceses y los españoles de
Santo Domingo con Santyague, jefe de los rebeldes del Barohuco. ¿Y sobre
todo, quién podía olvidar que durante muchos años en Santo Domingo, un
hombre, un esclavo, diciéndose enviado de Dios, un mahdi, el musulmán
Makendal, había tenido el campo? Sin duda, traicionado, había sido vencido,
capturado, enrodado vivo, pero nadie en Santo Domingo, ni entre los blancos
ni entre los negros había olvidado su predicción, que a más de uno le parecía
una prefiguración del porvenir...
Un día en una reunión, había metido tres pañuelos en un vaso, –uno amarillo,
uno blanco y uno negro–, sacándolos uno después de otro: he aquí los
primeros habitantes de Santo Domingo, había afirmado, enseñando el pañuelo
amarillo; después sacando el pañuelo blanco: he aquí los actuales habitantes;
y he aquí por último los que quedarán como amos indisputables de la isla y, así
diciendo, agitaba triunfalmente el pañuelo negro, símbolo de la clase y de la
raza que él lanzaba, precursor, a un gran combate por el derecho y la vida…
El choque de las clases era pues fatal. Pero se preguntará por el papel del
poder en todo esto. Frente al desencadenamiento de las clases, el poder en
verdad estaba solo, profundamente solo, a la vez poderoso y frágil. Hay que
comprender bien la especialísima naturaleza del poder en este tipo de país
colonial, si no en todo el país colonial: el poder no había nacido de las clases;
el poder había preexistido a las clases.

29
Aimé Césaire

El poder no era estrictamente el poder de una clase que regenteaba a las otras
por el poder del más fuerte; el poder había formado las clases artificialmente y
las había agenciado como los engranajes de una maquinaria, de tal modo que,
en diversos grados, estaban en su dependencia; que todas a su modo, vivían
de él; que sus derechos, su status, su existencia misma eran derechos, un
status, una existencia de privilegios. Este distanciamiento del poder, este no-
enraizamiento, hacía de él, bien considerado todo, el más expuesto de los
poderes.

30
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo II
UNA INTRUSIÓN ACIAGA

Los colonos de Santo Domingo empezaron por una torpeza. “Si los habitantes
de Santo Domingo no hubiesen enviado diputados a los estados generales...”
escribe Beaulieu en 1802.
Es permitido en efecto hacer esta hipótesis.
Sin duda es pueril pensar que la cuestión colonial no hubiera sido, por esto,
atrapada al paso, como el resto, por el mecanismo de la revolución, pero lo
que sigue siendo cierto es que participar en los Estados Generales, más
todavía, aceptar ser miembro de la Asamblea Nacional era reconocerse
miembro de la nación, integrarse a la nación, reconocer al legislador de
Francia como legislador válido para las colonias y por adelantado hacer
inconsecuente una eventual reivindicación de independencia.
Gestión singular, pues en fin de cuentas, era precisamente una solución de
ese género ante la cual, hacia 1750, se habían alborotado los colonos ingleses
de Norteamérica que, durante veinte años, se habían negado a sesionar en un
parlamento inglés, pidiendo, exigiendo, como era natural, que el rey de
Inglaterra gobernara en dos parlamentos: un parlamento inglés para Inglaterra
y un parlamento norteamericano para las colonias de Norteamérica.
Los colonos franceses de Santo Domingo optaron por lo contrario y desde el
principio se enredaron en una contradicción: autonomistas de convicción, su
primera gestión era integracionista.
Hay que subrayarlo: los colonos participaron en los estados generales por
medio de una acción revolucionaria. El edicto de convocación de Luis XVI no
contemplaba representación colonial.
Esto ni frenó a los colonos: se formaron en todas partes comités electorales. El
intendente de Santo Domingo, impotente para detenerlos, trató de canalizar el
movimiento. Dictó una ordenanza (26 de diciembre de 1788) por la cual
autorizaba a los colonos a exponer sus deseos, la que daba una singular idea
de la desorientación existente:
“Considerando que las intenciones de Su Majestad en lo referente a la
admisión de diputados de las colonias a los estados generales del reino y
a la forma en la cual convendría recoger los deseos y sentimientos de los
colonos no son todavía conocidas, y que no obstante puede ser útil que
Su Majestad sea instruida de los deseos y de las esperanzas de la
mayoría de dichos colonos, les autorizamos y les invitamos igualmente a
exponernos sus demandas por cartas o instancias que nos serán dirigidas
desde los diferentes puntos de la colonia, sin que las mismas puedan, sin
embargo, ser firmadas por más de cinco personas, y en su defecto serán
tenidas por nulas. Dichas cartas o instancias contendrán al final de las
mismas las demandas y sentimientos de los que las hayan firmado, sea
para la admisión, sea para la no-admisión, sea en fin para atenerse a Su
Majestad y suplicarle, hacerle conocer su voluntad”.

31
Aimé Césaire

Si Su Majestad no se había decidido aún, los colonos sí lo estaban. Querían


estar en Versalles costara lo que costara y hacerse oír en los tribunales del
reino.
Y actuaron, unos desde París, otros desde las islas. Ello explica la
heterogeneidad de la representación de Santo Domingo: ciertos diputados
eran elegidos por los colonos residentes en París, otros por los colonos que
permanecían en Santo Domingo. Esto fue causa de fricciones. Pero todo se
tranquilizó cuando hubo que hacer causa común contra la metrópoli. Los
diputados nombrados –eran dieciocho y nombrados en contravención de la
ley–, tenían que lograr ser admitidos.
Su habilidad fue adherirse y manifestar en todo momento su voluntad de
compartir la suerte de la representación nacional. Mérito apreciado en esos
días de incertidumbre. Es un hecho que estuvieron allí desde los primeros días
y en particular en el juramento del Juego de Pelota, tanto que el 27 de junio de
1789, cuando Prieur reportó sobre la cuestión de la admisión de los diputados
de Santo Domingo, se trataba menos de saber si se les admitía, que decidir si
después de haberlos admitido, se les excluiría.
Prieur hizo la historia de la colonia desde la época de los filibusteros; observó
que Santo Domingo era todavía “susceptible de crecimiento”; que era penoso
que gimiera bajo la influencia “de un genio opresor”, recordó la forma que los
colonos habían adoptado para la nominación de los diputados, anunció que su
número había sido llevado hasta treinta y siete, que habían sido elegidos
provisionalmente en número de doce y que sus deseos se limitaban ahora a
ser veinte. De todo ello resultaba que había tres problemas a examinar: el
primero saber si la colonia de Santo Domingo tenía el derecho a tener
representantes en los estados generales, cuestión de principio; el segundo
problema, de especie, si la nominación de los diputados hecha en las
condiciones que hemos señalado era válida, y, por último, suponiendo que los
dos primeros problemas fuesen desestimados, cuál debería ser el número de
diputados concedido a la colonia.
Sobre el primer problema, Prieur declaró que los colonos eran todos franceses,
que compartían igualmente la suerte de Francia, que en consecuencia no
existía ningún pretexto plausible para oponerse a la admisión de sus
representantes en la asamblea. Esto era precipitarse y zanjar con harta
petulancia una cuestión fundamental. En todo caso, Prieur citaba el ejemplo de
Córcega “que posee la ventaja de tener representantes”, y añadía “con mucha
más razón la Isla de Santo Domingo debe tenerlos”. Y concluía:
“El comité, no ha creído deber detenerse en una carta del ministro que
prohibía a la colonia la facultad de asistir a los estados generales
actuales, mientras que se le da la esperanza de que en los venideros
estados generales podría estar representada”.
Sobre el segundo problema –el de la validez de los poderes el comité había
juzgado suficientemente dichos poderes, que la nominación de los diputados
era válida aunque el reglamento de convocatoria no hubiera sido estrictamente
observado.

32
TOUSSAINT LOUVERTURE

En cuanto al tercer problema, el del número de diputados a admitir, se


revelaba más difícil y el comité (hoy diríamos la comisión), se había dividido al
respecto: dieciocho votos de cada lado. Unos pretendían que los diputados
deberían ser admitidos en número de veinte. Se basaban en la importancia de
Santo Domingo, en su población, en las senescalías que eran en número de
diez, en el comercio, en el monto de las imposiciones. Otros sostenían que
doce diputados representarían suficientemente la colonia, y argüían que sólo
había cuarenta mil blancos, que los negros no debían ser incluidos y que sólo
había un orden en la colonia.
Gouy d’Arsy, el más agitado de los electos de Santo Domingo, defendió, por
otra parte muy tímidamente, el número de veinte:
“Me parece que no hay más que una sola objeción especiosa contra la
diputación en número de veinte. Si los admitís, se os ha dicho, estaréis
obligados a admitir doscientos para las demás colonias que no tardarán
en demandar igualmente una diputación. Pero a esto respondería que la
población de Santo Domingo, sus riquezas para la balanza comercial y
sus impuestos directos e indirectos exceden en más de una mitad a las
otras colonias; así pues no serían más que cuarenta diputados para todas
las colonias los que tendríais que admitir entre vosotros”.
Lanjuinais, diputado de Bretaña, hizo una intervención meritoria. Dijo que se
oponía a la esclavitud de los negros y que en espera de que “la humanidad y la
política puedan pronunciarse sobre este problema” no se requerían represen-
tantes más que para cuarenta mil representados: “los esclavos no pueden ser
representados por sus amos”.
El 3 de julio se reanudó la discusión, esta vez dominada por completo por una
enérgica intervención de Mirabéau:13
“Me limitaré al único asunto que debemos examinar, quiero decir la
determinación del número de diputados de Santo Domingo. Hago
observar que ante todo hubiéramos debido examinar y antes de juzgarla,
la cuestión de saber si se debe admitir a los representantes de las
colonias. Sobre esta cuestión podría decirse: nunca las colonias han

13
Mirabeau conocía muy bien la cuestión colonial. Su tío, el bailío, (*) a quien admiraba
mucho, había sido gobernador de Guadalupe en 1753 cuando no era más que caballero. Este
proconsulado antillano le había hecho sentir un profundo desprecio por los criollos, en tanto
que fortificó su simpatía por los negros “No puede negarse –escribe, el 10 de enero de 1755–,
que el negro es un hombre y un filósofo que considere la humanidad a sangre fría en este
país le daría, quizás, la preferencia al negro. Sé cuantos reproches se han hecho a las gentes
de este color, pero cuando voy al fondo de las cosas no veo, yo que soy confesor de todo el
mundo, más que el crimen de los blancos”. El 7 de abril de 1757, el padre del tribuno, el
marqués de Mirabeau, respondía lo siguiente: “La esclavitud y el cristianismo no pueden
llegar a una conciliación... Estoy seguro de que si mañana fuera yo ministro de la Marina,
emitiría un edicto que le concediera la libertad a todo negro al recibir el bautismo y al
incorporarse a una porción de la gleba por la que pagaría una renta proporcionada, según los
lugares, al antiguo propietario, si lo tenía, o al estado si se trataba de un terreno que se
concedía por primera vez” (cf. Louis de Loménie, Los Mirabeau, 1889). Es decir, que al
intervenir contra los colonos y al estigmatizar el espíritu de casta de éstos, Mirabeau hablaba
con previo conocimiento de la causa.
(*) “bailio”: oficial real que en Francia administraba justicia en nombre del rey o de un señor.
(N. del T.)
33
Aimé Césaire

asistido por representantes a los estados generales, por tanto no debían


aparecer en ellos, sino por convocación del rey. Ahora bien, sus diputados
aparecen contra esta convocatoria y a pesar de las órdenes del rey.”
“Sin duda no es esa razón para excluirlos, pero hay una invencible para
que no puedan ser admitidos, sino en virtud de un acta de poder
legislativo, el cual requiere incontestablemente la sanción del rey”.
De paso, Mirabeau atacaba las modalidades que habían regido la elección de
los diputados:
“Hago observar que se ha hecho caso omiso de esta segunda e
importante cuestión: ¿la elección de diputados es válida? ¿sus poderes
están en debida forma?”
Después arribaba a la cuestión capital que Lanjuinais había rozado:
“En fin, ni siquiera se ha tratado de explicar por qué los hombres de color
libres, propietarios, que cooperan en los cargos públicos, ni siquiera
habían sido electores y no estaban representados”.
Tal lenguaje –aunque Mirabeau hubiera anunciado su intención de atenerse a
la cuestión del número de diputados– no presagiaba nada bueno. No es tan
fácil ser superficial; y de hecho cada uno de los pasos del tribuno dejaba ver el
fondo del problema, y lo que era para los colonos el más importante de evitar,
una salpicadura de verdad:
“Ante todo pediré se me explique en qué principio se basan para la
proporción de la diputación de la colonia. Los colonos pretenden que la
proporción de sus representantes debe ser en razón de los habitantes de
la isla, de las riquezas que ésta produce y de sus relaciones comerciales.
Pero, en primer lugar, recuerdo este dilema irrefutable: ¿pretenden las
colonias situar sus negros y su gente de color en la clase de los hombres
o en la de las bestias de carga? Pero la gente de color es libre, propietaria
y contribuyente y sin embargo, no han podido ser electores. Si los colonos
quieren que los negros y la gente de color sean hombres, que liberten a
los primeros; que todos sean electores, que todos pueden ser elegidos. En
caso contrario, les haremos observar que al proporcionar el número de
diputados a la población de Francia, no hemos tomado en consideración la
cantidad de nuestros caballos, ni de nuestros mulos, que por tanto la
pretensión de las colonias de tener veinte representantes es absolutamente
irrisoria.
A tenor seguido hago observar que se han atenido a generalidades
desprovistas de principio y de sentido, a ensalzar lo que nos reporta la
colonia de Santo Domingo por su balanza comercial, los seiscientos
millones puestos en circulación por ella, los quinientos barcos y los veinte
mil marineros que ella ocupa.
Es así que ni siquiera se han dignado acordarse que hoy está demostrado
que los resultados de las pretendidas balanzas comerciales son por
entero falsos e insignificantes; que las colonias, aunque fuesen de una
utilidad tan innegable como lo han negado y lo niegan los menores
espíritus, las cabezas más calificadas que se hayan ocupado de estas
34
TOUSSAINT LOUVERTURE

materias, es imposible concebir por qué reclamarían otros principios de la


proporción de sus representantes que los que han servido a la fijación de
esta proporción en todas las provincias del reino. En efecto, suplico a los
disertos señores proclamadores de los seiscientos millones puestos en
circulación por el comercio de esta colonia, suplico que me digan si han
calculado la cantidad de millones que por ejemplo pone en circulación la
manufactura llamada labranza y por qué de acuerdo con su principio, no
reclaman para los labradores un número de representantes proporcionado
a esta circulación”.
Y Mirabeau terminaba:
“el número de diputados de las colonias debe estar en proporción con el
número de electores y colonos elegibles, siendo así que este último
número es tal que en mi opinión el de los diputados debe ser reducido a
cuatro”.
En vano Malouet y Mounier intervinieron en el mismo sentido que Gouy d’Arsy.
Mirabeau volvió a tomar la palabra, más fuerte y más vehemente que nunca.
Con motivo del número de diputados, planteaba de hecho el problema social
en las colonias:
“Me pregunto con qué derecho los veintitrés mil blancos que existen en
las colonias han excluido de las asambleas primarias poco más o menos
un igual número de hombres de color libres, propietarios y contribuyentes
como ellos. Pregunto sobre todo por qué se quiere que los veinte blancos
que están aquí representen a los hombres de color de los cuales no han
recibido ningún mandato, pregunto con qué derecho los veintitrés mil
blancos electores han prohibido a sus conciudadanos nombrar represen-
tantes y se han arrogado el derecho de nombralos exclusivamente para
ellos y para los que ellos han excluido de las asambleas electorales”.
Y terminaba con formidables amenazas:
“¿Creen ellos que esos hombres que han excluido, nosotros no los
representamos? ¿Creen que no defenderemos aquí su casta? ¡Ah! sin
duda, si tal ha sido su esperanza, os declaro que la misma es ultrajante
para nosotros y será frustrada. El número de los diputados debe estar en
proporción a los votantes. Esta ley ha sido general para nosotros, pido
que sea la misma para los colonos”.
La réplica de Gouy d’Arsy14 fue muy pobre. Hacía la historia de las operaciones
electorales y añadía hipócritamente:
“La diputación ha sido hecha para los colonos de veinticinco años de

14
Sobre Louis-Marthe Gouy, ver Brissot. “Louis Marthe Gouy no era al principio conocido más
que en ese garito que bajo el nombre de compañía de las Aguas de París, escandalizaba la
capital por el juego más desenfrenado y manchaba la administración de finanzas por las
depredaciones más culposas. Fue en esta caverna que tuvo lugar el robo de veinte millones
hecho al tesoro público. El nombre de Louis-Marthe Gouy estaba en la lista de los que tenían
que exculparse de tal bandidaje”. En la sesión del 2 de agosto de 1793, la Convención
sobre la proposición de Cambon, decretó el arresto de los administradores Laurent, Le
Content, Pourrat, Gouy d’Arsy, etc. Libertado, fue de nuevo detenido y condenado a muerte el
23 de julio de 1794.
35
Aimé Césaire

edad. Es cierto que los mestizos no han sido llamados a ella, pero los
mestizos no son libertos. Las leyes franceses, que nosotros no hemos
hecho, los excluyen de nuestras asambleas; nosotros por nosotros
mismos no podríamos admitirlos. Alguien ha dicho que son nuestros
enemigos; yo sostengo que son nuestros amigos, puesto que ellos nos
son deudores de la libertad”.
Para poner fin a un debate que peligraba volverse ocioso, la asamblea, por
proposición de Le Pelletier de Saint-Fargeau, se avino a un compromiso:
“Pienso que debe tomarse en consideración la división actual de esta isla.
Está dividida en tres provincias; así pues pienso que el espíritu del
reglamento es el de conceder dos diputados a cada una de esas tres
provincias, los demás tendrán voto consultivo”.
En una palabra, seis diputados para Santo Domingo. Así fue decidido, no sin
que Nairac de Bordeaux no hubiera recordado el punto de vista de los puertos
que es interesante recordar y que, además, tiene la ventaja de mostrar que al
principio de la revolución está lejos de hacerse la fusión entre colonos y
negociantes. Nairac citaba a lo ingleses como ejemplo y añadía:
“Esta confianza (entre colonias y metrópoli) que los ingleses han
considerado como la primera base, no la han cimentado llamando a las
colonias a su seno, confundiéndolas en su gobierno, transportando la
patria más allá de los mares para restablecer una en su propio país... Las
colonias no deben formar parte de la patria, las colonias son provincias
que dependen de ella”.
Quizá había allí otra cosa que una visión de circunstancia, una visión
reaccionaria, quizás un intento francés de federalismo, el primero de que se
tenga noticia y que los colonos hubiesen estado bien inspirados de coger al
vuelo.

36
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo III
ERRORES DE NAVEGACIÓN

Es esta incertidumbre de la navegación


en relación con la longitud,
la que es causa de que...

En el Tratado de Bouguer aparecido en París en la librería Hippolyte-Louis


Guérin en 1753, se leen interesantes observaciones:
“Se está expuesto, en la navegación a una infinidad de diferentes causas
de error que impiden conocer la dirección que se sigue en la velocidad de
la singladura. Puede haber error, e incluso de más de un grado, tratando
de descubrir la variación de la brújula. La deriva es muy difícil de
determinar exactamente; los movimientos secretos del mar alteran no
sólo la singladura o la longitud del camino, sino que alteran también la
dirección del derrotero. La agitación reiterada y continua de las olas es
también otro obstáculo que impide al navegante contar con la exactitud de
sus determinaciones; el navío no marcha casi nunca constantemente en
la misma línea; se mueve casi continuamente por saltos, apartándose ya
de un lado y ya del otro del rumbo que quiere seguirse, y esos saltos
dados de una y otra parte no son perfectamente iguales. El piloto es más
que excusable después de todo eso si, pese a sus grandes cuidados,
está sujeto todavía a cometer errores más considerables”.
En política pasa como en la navegación. Y es en este error conocido bajo el
nombre de pérdida de la dirección en el que sin pedir permiso y sin reparo,
cayeron los colonos, una vez empeñados en la vida parlamentaria.
El primer debate que intentaron lanzar sobre la cuestión colonial les mostró lo
que ellos eran verdaderamente; cuerpos extraños en una asamblea de la que
no compartían ninguna de las ideas, ninguna de las pasiones. Esto se vio en la
virulencia gratuita que desplegaron a propósito de la cuestión de las
“subsistencias” de Santo Domingo. El peligro había pasado, pues el gobernador
De Chilleau había parado el golpe abriendo con una ordenanza los puertos de
la colonia a los navíos extranjeros. Sin embargo, la representación colonial
debutó con esta mala querella.
En efecto, el 3 de setiembre Cocherel, diputado de Santo Domingo, declaró
que:
“las ordenanzas decretadas por De Chilleua habían salvado la isla, pero
que Santo Domingo seguía en el gran peligro de experimentar los
horrores del hambre si la última de estas ordenanzas relativa a la
introducción de las harinas extranjeras no era por previsión prorrogada
por seis meses”.
Era de hecho, más por el lado pequeño, y según una óptica de las más
estrechas, plantear la cuestión fundamental de la libertad del comercio
colonial.

37
Aimé Césaire

Les fue fácil responder a los diputados que representaban a los puertos.
Declararon que era conveniente alejar el juicio de este asunto, en espera de
que el ministro y el comercio fuesen consultados. Por su parte el Presidente
previno a la asamblea que el conde de la Luzerne, secretario de Estado en la
Marina, estaba dispuesto a hacer todas las aclaraciones posibles. Entonces el
inevitable Gouy d’Arsy intervino ruidosamente y expuso:
“que hacía tres semanas solicitaba una decisión, que jamás había creído
que la demanda provisional y limitada que hacía la colonia pudiera
entrañar una discusión con el ministro y con el comercio”.
Fue entonces que tuvo lugar una muy significativa intervención de Nairac,
diputado de Burdeos y representante calificado de la burguesía comercial.
Nairac veía bien el peligro. Declaró que si la demanda provisional era admitida,
“prejuzgaría de la gran cuestión de las leyes prohibitivas” que debía:
“permanecer intacta hasta que esta ley y todas las concernientes a las
colonias hubiesen sido sometidas a un examen a fondo; que la demanda
provisional era inútil ya que el gobernador de Santo Domingo tenía
siempre la facultad de recurrir a la nueva Inglaterra para suplir cualquier
escasez de harinas, ya que esta facultad tenía el mismo efecto que la
demanda provisional solicitada por los diputados de Santo Domingo; que
en los mismos términos del fallo del consejo que había rescindido la
ordenanza de De ChiIleau, esta ordenanza debía ser ejecutada tres
meses también después de su registro en Santo Domingo, lo que
extendía el término hasta finales de año”.
En consecuencia Nairac declaraba sin interés la demanda de los colonos y
opinaba que no había lugar a deliberar.
Finalmente la asamblea decidió nombrar una comisión para examinar, o lo que
es lo mismo, para enterrar el asunto.
Como se echa a ver, el debate es insignificante y al mismo tiempo importante
pues, en su género es único. Nunca más volvería a ser abordada en el seno de
la asamblea la gran cuestión del pacto colonial. ¿Qué decir si no que la gran
burguesía colonial se revelaba incapaz de plantear el problema colonial en
toda su amplitud? ¿Qué decir si no que después de esta jeremiada se rendiría
antes de haber combatido?
¿Cómo explicar esta capitulación? No hay más que una explicación: el miedo.
El miedo de la revolución cuya lógica, después de la noche del cuatro de
agosto, después de la proclamación de los Derechos del Hombre, se
presentaba en lo adelante al desnudo, teniendo como perspectiva cosas
terribles, la igualdad y la libertad para todos los hombres sin preferencia de
rango o de color.
Los diputados de los colonos, que no habían previsto esta situación, no
tuvieron más que un modo de salir de ella: poner la cuestión colonial bajo carta
privada, hacer de la misma el lote de algunos especialistas, de un corto
número de técnicos, fáciles de engañar. Pidieron por tanto la formación de un
comité colonial. Pero ni siquiera eso bastaba. Habían llegado a la asamblea
con una mentalidad altamente reivindicativa y como grandes matamoros del

38
TOUSSAINT LOUVERTURE

“despotismo ministerial”. Cuando cayeron en cuenta de que eran privilegiados


y que la guerra encendida por la revolución era la guerra no contra tal o más
cual privilegio particular, sino contra el privilegio, hicieron lo que habían hecho
los privilegiados, se refugiaron bajo las alas del privilegio supremo: la
monarquía.
Fue en estas condiciones totalmente nuevas que el gobierno se atrevió a dar
un paso de los más insólitos.
Poniéndose en el lugar de! poder constituyente, ganándole la delantera a la
asamblea, la reprendió de poner en pie una constitución colonial y para estar
más seguro del resultado, sin que por otra parte, digámoslo de paso, la
asamblea por lo demás tan suspicaz se soliviantara, le dictó las grandes
líneas.
¿Qué proponían los ministros?
“Los ministros del rey han expuesto a la Asamblea Nacional, el catorce de
octubre, sus dudas sobre algunos artículos por ella decretados, el mismo
motivo les impone de nuevo la necesidad de recurrir a ella y pedirle
aclaraciones sobre lo concerniente a las colonias.”
“Numerosas islas florecientes y de vastas posesiones continentales
pertenecen a Francia en las otras tres partes del universo. Su clima, su
producción, el estado civil y hasta la especie física del mayor número de
hombres que pueblan y cultivan nuestras colonias las hacen absolutamente
de semejantes de la metrópoli. Su organización interior, las leyes que les
rigen, el género de sus necesidades, sus relaciones comerciales, sea con
las naciones extranjeras, sea con los negociantes del régimen, la
administración de su policía, la de sus finanzas, el modo y la naturaleza
de las imposiciones que soportan siguen estableciendo acusadas
disparidades entre ellas y las provincias europeas de Francia. La mayoría
de esas diferencias está en la naturaleza misma y en la esencia de las
cosas, nada puede cambiarlas. Todas las naciones europeas lo han
sentido; todas consideran sus lejanas posesiones como estados distintos y
dependientes de la metrópoli. Todas se han visto en la necesidad de
darles otras leyes que las de la madre patria, incluso tratando de
asimilarlas tanto como seria posible por las formas de gobierno y por las
formas de la analogía. Estas consideraciones han hecho presumir al rey
que la Asamblea Nacional se ocuparía separadamente de una porción de
la monarquía tan importante y tan diferente de sus otras partes. Creemos
necesario hacer observar a la Asamblea Nacional que muchas de esas
decisiones que tienden a asegurar la felicidad y la libertad de los
franceses no lo serían sin peligro, que acaso producirían una revolución
súbita y funesta en países donde las diez onzavas partes de los seres
humanos al dejar de ser esclavos seguirían estando huérfanos de toda
propiedad de todo medio de subsistencia... Hay otras muchas reflexiones
que se refieren por así decir a la localidad y que podrían igualmente ser
sometidas a la Asamblea Nacional. La exhortamos a que pese en su
sabiduría esta cuestión de la mayor importancia y dé a conocer cuales
son sus intenciones”.

39
Aimé Césaire

En suma el poder ejecutivo daba al legislativo un curso de relativismo jurídico y


lo ponía en guardia contra toda tentación de legislar para lo universal. Algunos
días más tarde, el 26 de noviembre, Curt, diputado de los colonos de
Guadalupe, volvía a la carga y animado del mismo espíritu. Reclamó una
constitución colonial conforme a los principios contenidos en la memoria
ministerial:
“Señores, el 27 de octubre último los ministros del rey os han pedido
aclaraciones sobre todo lo concerniente a las colonias, exponiéndoos que
las mismas difieren en todo de la metrópoli; que estas diferencias están
en la naturaleza misma y en la esencia de las cosas, os han recordado la
necesidad de dar a vuestras islas azucareras un régimen particular y
leyes que se avengan perfectamente con su posición física... Habéis
tomado en consideración dicha memoria tanto más interesante cuanto
que está fundada en principios reconocidos y respetados por todas las
naciones de Europa que poseen colonias en el archipiélago americano. El
comité de comercio ha sido encargado por vosotros de examinarla y
haceros el correspondiente informe... Hasta el momento los diputados de
las colonias se han creído en el deber de guardar silencio absoluto y
esperar que la Asamblea Nacional fije su atención sobre las posesiones
lejanas. Hoy día, su silencio sería tan peligroso como impolítico. Los
ministros han hablado, esperan vuestra respuesta pero nada de lo que
interesa a las colonias no ha sido todavía legalmente discutido”.
Para llenar esta laguna y para preparar la discusión, pedía la constitución de
un comité colonial:
“Si queréis organizar vuestras colonias de una manera que os asegure
para siempre las ventajas de esas preciadas regiones, debéis formar un
comité que se ocupe, sin dilación de perfeccionar los medios; tal es,
señores, la demanda que estoy autorizado a haceros en nombre de las
colonias reunidas. Desde hace años se han originado tantas cuestiones
capciosas sobre el régimen, tantas objeciones oratorias sobre su
importancia, tantas dudas ridículas sobre la necesidad de conservarlas,
que ha llegado el momento de callar la boca a los oradores de mala fe y a
los apóstoles de declamaciones académicas así como a los especulativos
que pretenden juzgar por comparación países absolutamente diferentes”.
¿Mas sobre qué base formar ese comité? La proposición de Curt es
interesante pues revela un hecho nuevo: que la vieja rivalidad entre los
colonos de las islas y los negociantes de Francia tiende a ceder el lugar a un
frente común, frente común desgraciadamente reaccionario, destinado a limitar
en Francia el curso de la revolución y a preservar de sus efectos las tierras de
ultramar. Cosa curiosa y que demuestra qué lejos iban los colonos en la vía de
las concesiones: su vocera aceptaba la definición reaccionaria de las colonias
y solicitaba una suerte de coloquio colono-negociantes:
“Porque las colonias están destinadas a consumir lo superfluo del reino y
a acrecentar la riqueza nacional, mediante intercambios, los negociantes
y los colonos son entre sí los únicos opositores legítimos. Diré más: sólo
ellos están en condiciones de instruir vuestra religión y presentaros los
mejores pareceres sobre todas las partes de ese gran conjunto”.
40
TOUSSAINT LOUVERTURE

En cuanto al contenido de la futura constitución colonial, es visible que Curt,


sin ocultar por ello su antipatía por lo prohibitivo, trata de dar a sus
reivindicaciones una expresión de las más moderadas:
“Este comité así compuesto produciría ante todo el beneficio inapreciable
de acercar el comercio y las colonias sobre sus reclamaciones
respectivas... Fijaría a fuerza de franqueza y de lealtad el término en que
debe detenerse el comercio prohibitivo. Determinaría de la manera menos
susceptible de errores todos los medios que pueden impedir que el
contrabando no arrebate al reino ninguno de los privilegios de que debe
gozar.”
Enseguida abordaba y muy tímidamente la cuestión, no digo de la autonomía,
sino de la desconcentración:
“Pasando en seguida a las leyes que pueden influirlo más sobre la
propiedad del comercio y de la agricultura, os indicaría la manera de
simplificarlas... Seguirla buscando hasta qué punto conviene confiar a los
delegados del poder ejecutivo el derecho de hacer reglamentos provisio-
nales sobre hechos que la prudencia humana no puede ni prever ni
impedir, hechos a los que constituiría un gran peligro no resolver sobre el
terreno y sin dilación”.
Curt terminaba por una protesta de fidelidad de los colonos a la metrópoli,
protesta de fidelidad algo singular, tan minucioso era el cuidado que se tomaba
de evaluar lo que hubiera traído una eventual secesión:
“Señores, si los colonos no quisiesen a todo precio seguir siendo
ciudadanos de una gran nación a la cual sólo faltaba una constitución
sabia para ser la primera del mundo, en vez de pediros leyes y un
régimen que los una para siempre, que los someta incluso a vuestra
felicidad, hubieran propagado ese principio impolítico y destructivo de
vuestros más grandes recursos, que las colonias son más perjudiciales
que útiles. Entonces, señores, si abandonadas a sí mismas, ellas
hubiesen reabierto sus puertos a las potencias comerciantes de Europa y
de América, un beneficio enorme se les presentaría en la concurrencia del
intercambio y, en efecto, en tal estado de cosas adquirirían con descuento
todos los objetos que consumen y venderían en subasta pública todos
sus productos de modo que en última instancia, la disminución sobre el
precio de su consumo y el crecimiento del valor de sus artículos habría
aumentado en más de un tercio la balanza de sus intercambios”.
Seguía una larga disertación sobre lo que las colonias aportaban a la
metrópoli:
“Podría sin duda a este respecto dar detalles que me parecían inverosímiles
antes de haberlos profundizado yo mismo. Prefiero presentaros los
cálculos de un negociante de Burdeos que después de haber recorrido las
islas como hombre de estado ha publicado a su vuelta excelentes
reflexiones sobre estas materias. Señores, él supone diez millones de
mercancías coloniales pagadas en mercancías de vuestro suelo y de la
industria de vuestras manufacturas. He aquí cómo divide los beneficios: al
comercio nacional el veinte por ciento; diez al suelo y las manufacturas; lo
41
Aimé Césaire

mismo para el flete de los barcos empleados en tal navegación. En fin


diez por ciento para los derechos, las comisiones, los salarios de los
obreros y jornaleros empleados en los armamentos. Resulta de este
cálculo que no puede ser sospechoso de exageración, que no considerando
esta transacción más que en relación con la industria interior del reino, se
comparte por mitad esta renta de las colonias. Pero si se consideran
estas posesiones desde el punto de vista de las grandes relaciones
políticas, si se calculan los recursos que se obtiene de sus riquezas
territoriales, si se pesa la influencia que ellas ejercen sobre todas las
naciones comerciantes se sentirá más que nunca la necesidad de
conservar dichas posesiones y acrecentarlas. Pues, señores, y no es
posible seguir disimulándolo, vuestras manufacturas ya casi no tienen
mercados más que en las colonias, con la excepción de algunas modas y
algunas joyas. Europa no os pide en cambio más que vuestro azúcar,
vuestro café, vuestro algodón y vuestro añil; y si os pidiera, vuestro trigo,
está más que probado que la libre exportación de granos puede a veces
reducir el reino a la más penosa extremidad.
Debéis también observar que sin las colonias no tendríais, sino poco o
ningún comercio marítimo, y en consecuencias ninguna marina, lo cual
dejaría expuesta vuestras costas a los insultos de la primera potencia
marítima que quisiera tomarse el trabajo de atacarlas, que las colonias
ocupan a ochocientos grandes navíos mercantes destinados al cabotaje y
que dando ocupación directa a más de cinco millones de hombres, un
gran movimiento a vuestras manufacturas, dichas colonias doblan el valor
de las tierras mediante ese número prodigioso de consumidores que ellas
emplean.
No es esto todo, señores: habéis puesto la deuda del estado baje la
salvaguarda de la lealtad francesa; en mi opinión las solas riquezas de las
colonias pueden garantizarla ejecución de este decreto honorable. En
efecto, de doscientos cincuenta y tres millones en mercancías que de
ellas recibís anualmente, consumís aproximadamente ochenta millones,
os queda el saldo de setenta y cinco millones que disminuyen en igual
proporción la exportación de numerario a la cual estaríais forzados para
hacer honor a los intereses de la deuda que habéis declarado nacional”.
El orador terminaba indicando el carácter específico que debía tener la
constitución colonial:
“Estamos necesitados de una legislación particular que no contraríe en
nada nuestros hábitos, nuestros usos, nuestras propiedades; sobre todo
es preciso que esa constitución asegure la tranquilidad de nuestros
hogares mientras trabajamos en procuraros esa especie de felicidad que
depende de todas las comodidades de la vida. Dejad pues a los colonos
reunidos, a los negociantes, el encargo de ilustraros sobre sus necesidades,
ordenad que ellos mismos trabajen en el código que estimen más
conveniente a su situación”.

42
TOUSSAINT LOUVERTURE

Así pues, se trata de un verdadero cambio de frente de los colonos, de una


alteración de su estrategia: frente, no ya contra la tiranía ministerial, contra lo
prohibitivo, contra el colonialismo económico y político, sino contra la
democracia, contra el espíritu universalista y humanitario de la revolución,
contra los colonialistas más decididos, los negociantes y los diputados de los
puertos, contra el poder ejecutivo, contra toda tentativa de establecer la
democracia allende los mares.
Sin embargo, la operación se reveló más difícil de realizar de lo que se había
imaginado. El primero de diciembre, Malouet aportó su concurso. Haciendo
suya una indicación de Curt, pidió la formación de un comité colonial:
“Un comité de las colonias compuesto por un tercio de diputados
coloniales, de diputados comerciantes, de diputados no comerciantes,
estaría encargado de preparar la discusión de todos los asuntos
coloniales y sus relaciones con la metrópoli”.
Moreau de Saint-Méry insistió en el mismo sentido:
“Señores, dudas razonables han dado lugar a un problema mantenido en
la memoria de los ministros del veintisiete de octubre último. Estas dudas
tienen como principio las patentes diferencias que la naturaleza ha puesto
entre lo físico de las diferentes partes del globo y la diferencia, que hay
entre el clima y los productos de las colonias y los de Francia... Creo que
se puede adelantar sin temeridad que la Asamblea Nacional al producir
los decretos destinados a asegurar la prosperidad de este vasto imperio y
la felicidad de sus habitantes no ha tenido la intención directa y precisa de
someter a los franceses que pueblan las diversas colonias. La prueba de
ello está en el silencio mismo que la asamblea ha observado a su
respecto”.
Y abordaba francamente el problema del fuero de las personas y de la
autonomía:
“Señores, pronunciaréis altamente que lejos de adoptar la idea de la
liberación de los negros, de la abolición de la trata y la del abandono de
las colonias, Francia, instruida, penetrada de todas las ventajas que de
aquéllas obtiene, anuda los lazos que las unen desde casi dos siglos,
pero que les deja el cuidado de redactar su constitución y ordenar su
régimen interior reservándose el justo derecho de sancionarla y regularla,
de concierto con las leyes comerciales que deben asegurar a la metrópoli
el precio de la protección que ella les da”.
Tan torpe precipitación olía a pánico. Hasta políticos menos finos que los
diputados del comercio se habrían dado cuenta. Y al punto tomó cuerpo: tanto
más el agrario de ultramar se muestra febril, ávido de un acercamiento, tanto
menos se activa el negocio; un modo de poner un preció muy alto a una
eventual reconciliación.
Es Nairac, el primero de diciembre quien viene a afirmar que:

43
Aimé Césaire

“Si las colonias pidieran una constitución, habría un comité establecido


para este objeto; que si se trataba del comercio y de la agricultura, habría
también un comité de ese género, en una palabra que él no veía la
utilidad que podía haber en crear un comité especial”.
Y sobre todo es Blin (de Nantes) cuyo excelente discurso habría dado que
pensar, abriendo, como lo hacía, las vías a una concepción federalista, de
seguro más progresista que la concepción asimilacionista por la cual parece
definirse lo que se ha convenido en llamar la concepción francesa de la
colonización:
“Si celosos de no apartarnos de nuestros principios; si incluso se une al
patriotismo de la justicia el que reclaman las pruebas de patriotismo y de
celo por la causa pública dados por los señores diputados de las colonias
en los tiempos más borrascosos de la revolución, no debemos titubear un
momento en convenir que sería por parte nuestra una usurpación de
poder, aspirar al derecho de dar una constitución a los plantadores de
nuestras islas. En efecto, señores, sólo es libre el gobierno en que el
pueblo hace él mismo sus leyes u otorga el poder de hacerlas a
representantes elegidos libremente por él y en número suficiente. Ahora
bien, desde el momento en que se ha reconocido que la constitución
colonial debe ser diferente de la nuestra; desde que los habitantes de
esas regiones situadas en otro hemisferio no nos han elegido, incluso no
han podido elegirnos por sus representantes, desde que en fin ellos
tienen un derecho tan imprescriptible como el nuestro a la libertad política,
está de sobra probado que no podemos ni representarlos ni por
consiguiente estipular por ellos de ningún modo”.
Seguía una notable definición de las colonias y de las condiciones de la
instauración de una verdadera democracia de ultramar:
“No nos engañemos, señores, las colonias no son ni pueden, en modo
alguno, ser alineadas en la clase de provincias de un mismo imperio,
unidas por los mismos intereses, por las mismas costumbres, por los
mismos hábitos, y dispuestas sobre un suelo de idéntica naturaleza. Las
colonias son, si es que puedo emplear términos, comparativos para
hacerme entender mejor, especies de potencias aliadas, de partes
federativas de la nación, que podrían ser asimiladas a nuestras antiguas
provincias de estado, con esta diferencia: que así como era indispensable,
por razones que sería superfluo volver a exponer, de llevar todas las
provincias de este reino a la misma forma de gobierno y a los mismos
derechos respectivos, así igualmente sería injusto y absurdo no mantener
las colonias, que no pueden estar sometidas más a leyes particulares, en
su independencia a este respecto. En dos palabras la ley es el resultado
de la voluntad general de los que deben estar sometidos a ella. Así pues
no debemos hacer leyes que no son establecidas para nosotros, y que no
nos encadenarían a su imperio”.
¿Qué pensar de tales premisas, sino que los colonos no habían tenido razón
en reclamar su admisión a los estados generales de la nación francesa y que
la Asamblea Nacional no había estado bien inspirada en admitirlos?

44
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Por tanto para hacer partícipes a nuestros conciudadanos de las colonias


de esta preciosa libertad para la cual trabajamos, es deber nuestro de
ponerlos a ellos mismos en posesión del derecho de expresar libremente
su voluntad, y de concurrir a la formación de las leyes destinadas a
regirlos. De otro modo no hubiéramos recuperado nuestra libertad más
que para desplegar la odiosa autoridad de los tiranos y no hubiéramos
favorecido el error que ha conducido a nuestros hermanos de las colonias
a venir a sesionar en medio de nosotros, más que despojarlos cobarde-
mente del beneficio que hubiera resultado de la liberalidad de una nación
generosa de ofrecérsela”.
Colonias y metrópoli estando en la adelante en un plano de igualdad, ¿dónde
está el órgano común? Sólo hay uno, y no puede haber más que uno: el
ejecutivo.
“He dicho que a ciertos respectos las colonias podrían ser consideradas
como provincias de estados; de igual modo podría compararlas a Irlanda
que posee su legislación particular y en donde un gobernador, bajo el
nombre de virrey, representa al jefe del poder ejecutivo, aunque Irlanda
obedezca al mismo rey que Inglaterra y Escocia. Esta comparación,
desarrollada, arrojaría una gran luz sobre la idea que debemos formarnos
de las relaciones de las colonias con la metrópoli”.
Ante esta toma de posición de los negociantes, reforzada por francotiradores
como Blin y de franco-reaccionarios como el abate Maury, los colonos se
sintieron desamparados. Tanto más cuanto que su aislamiento parlamentario
facilitaba el juego de los Amigos de los Negros en nombre de los cuales el
abate Grégoire tomó la palabra. Fue para oponerse a la demanda de los
colonos y para llamar la atención de la asamblea sobre la suerte de los
hombres de color:
“Si hay en las colonias ciudadanos que tienen quejas que exponer,
observaciones que hacer, una constitución que pedir, si esos ciudadanos
poseen todas las condiciones que exigís para ser activo, y que sin
embargo no están representados, de seguro tienen él derecho de esperar
de vuestra justicia que sean admitidos a la representación. Así pues,
señores, los ciudadanos de color están en ese caso. No podéis formar un
comité colonial sin haber antes decidido el asunto de las gentes de color.
Mi conclusión es que no ha lugar de deliberar sobre la formación de un
comité colonial hasta tanto no se haya procedido al asunto de las gentes
de color. En espera de ello me limito a gemir sobre su muerte”.
Como era de esperar, el resultado de tal coalición fue que los colonos se
vieron desestimados en sus demandas.
Los negociantes escogieron este momento de confusión para dictar su paz. El
primero de marzo de 1790, en un discurso hecho en nombre de los diputados
de todos los puertos, d’Elbechq, diputado de Lille, hizo el recuento de los
puntos en acuerdo, y de los puntos en desacuerdo que subsistían entre
colonos y negociantes. Comprobó con satisfacción que a decir verdad sólo
había uno: el prohibitivo, y que incluso sobre éste, el acuerdo podía hacerse a
condición de que los colonos diesen pruebas de moderación. Mediante lo cual

45
Aimé Césaire

d’Elbechq en nombre de los diputados de todas las ciudades (en particular de


los de Burdeos) reclamaba de la asamblea la garantía de que la trata no sería
suprimida y que la manumisión de los negros no sería encarada.
El discurso de d’Elbechq era un modo astuto de indicar a los colonos,
mediante un cínico regateo, el precio de la alianza que ellos deseaban: el
apoyo del negocio contra el abandono del único objetivo revolucionario de los
grandes blancos, la libertad comercial.
¿Qué iban a hacer los diputados colonos?
Separados de sus gobernantes, aterrados del acrecentamiento de los peligros
y de su propio aislamiento, aceptaron la transacción, traicionando así del modo
más evidente el despunte de movimiento nacional que se columbraba en las
islas.
Sus cartas de esta época son significativas. Se felicitan por haber obtenido los
buenos oficios de “los señores diputados del negocio”.
“Precisaba rectificar las ideas dominantes sobre la importancia de las
colonias, sobre el estado de los negros, sobre la necesidad de mantener
la esclavitud y la trata, sobre el grado de confianza que podría
concederse a los Amigos de los Negros: es a lo cual nos hemos dedicado,
hemos buscado los diputados preponderantes en las oficinas y en los
comités, en las sociedades particulares y en la misma asamblea; hemos
mostrado la verdad a los ojos de todos y hemos ganado un montón de
gente. Hemos difundido profusamente algunos escritos oportunos para
rectificar las ideas; los hemos hecho circular en las ciudades comerciales,
y hemos excitado su reclamación. Sus diputados a la Asamblea Nacional,
que en todo momento han sido nuestros adversarios sobre su interés
personal, el régimen exclusivo del comercio, han sentido que este interés
les forzaba a reunírsenos en todos los otros puntos y su influencia nos ha
felizmente servido”.
Por otra parte, en una carta del 11 de enero de 1790, los diputados de Santo
Domingo se envanecían de haberse ganado la asamblea con la mayor
circunspección.
“Esta circunspección, se alaban ellos, anuncia un espíritu muy diferente
del antiguo... después de las noticias alarmantes llegadas de las colonias
no han hecho más que confirmarlo y, propagarlo, y estamos desde luego
seguros de que nada hay que temer sobre la manumisión; pocas
inquietudes tenemos igualmente sobre la supresión de la trata. Los
mismos Amigos de los Negros han sido reducidos al primer objeto; el
señor de Condorcet lo ha declarado públicamente en el Diario de París”.
Se envanecían, pero olvidaban decir una cosa: a qué precio habían pagado
tener aliados, con qué concesiones habían pagado la circunspección de sus
colegas y perdidos en un mar tempestuoso más que navegar habían derivado.
Ese precio, una simple lectura del decreto de 8 de marzo de 1790 (el primer
decreto colonial de la Constituyente), lo indica suficientemente. Una asamblea
colonial, municipalidades, el derecho a hacer leyes provisionales, por lo demás
el derecho de emitir votos, sin duda nada de eso era despreciable, pero lo que
46
TOUSSAINT LOUVERTURE

la Constituyente rehusaba –la autonomía interna por una parte, y por otra la
libertad comercial– aparecía, y era cierto, más considerable aún.
Barnave, relator del decreto, había explicado con mucha claridad la filosofía en
él contenida:
“Sería el fruto de una gran ignorancia o de una extraña mala fe pretender
separar la prosperidad del comercio nacional de la posesión de nuestras
colonias.
Abandonad las colonias, y recibiréis con gran costo de los extranjeros lo
que hoy os compran a vosotros. Abandonad las colonias, en el momento
en que vuestros establecimientos están fundados sobre su posesión y el
desmayo sucede a la actividad, la miseria a la abundancia: una multitud
de obreros, de ciudadanos útiles y laboriosos pasan súbitamente de un
estado cómodo a la situación más deplorable; en fin, la agricultura y las
finanzas se verán muy pronto afectadas del desastre que experimentan el
comercio y las manufacturas”.
En lo que se refiere al régimen prohibitivo, Barnave lo proclamaba intangible:
“El régimen prohibitivo es, sin duda, una condición esencial de la unión de
la metrópoli y de las colonias: es el fundamento del interés que ella
encuentra en su conservación; es la indemnización de los gastos que está
obligada a sostener para protegerla”.
Siendo eso lo importante, la metrópoli lo conservaba y se encargaba de hacer
relumbrar lo accesorio:
“La Asamblea Nacional, deliberando sobre las instancias y peticiones de
las ciudades comerciales y manufactureras, sobre los escritos reciente-
mente llegados de Santo Domingo y la Martinica, a ella dirigidos por el
Ministerio de la Marina sobre las demandas y consideraciones los
diputados de las colonias: Declara que, considerando a las colonias como
una parte del imperio francés y deseando hacerlas disfrutar de la feliz
regeneración que se ha operado, no ha, sin embargo, entendido incluirlas
en la constitución que ha decretado para el reino y sujetarlas a leyes que
no podrían ser incompatibles con sus conveniencias locales y particulares.
En consecuencia, ha decretado y decreta lo que sigue:
Artículo primero. Cada colonia está autorizada a dar su opinión sobre la
constitución, sobre la legislación y sobre la administración que más
convienen a su prosperidad y al bienestar de sus habitantes, al encargo
de ajustarse a los principios generales que unen las colonias con la
metrópoli y que aseguran la conservación de sus intereses respectivos.
Artículo segundo. En las colonias donde haya asambleas coloniales
libremente elegidas por los ciudadanos y declaradas por ellos, serán
admitidas dichas asambleas a expresar la opinión de la colonia; en
aquéllas donde no haya asambleas semejantes, se formarán inmediata-
mente para llenar las mismas funciones.

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Aimé Césaire

Artículo tercero. El rey será instado a hacer llegar a cada colonia una
instrucción de la Asamblea Nacional que contenga: 1) los medios de
llegar a la formación de las asambleas coloniales, en las colonias donde
no las hubiere; 2) las bases generales a las cuales deberán ajustarse en
los planes de constitución que las mismas presentarán.
Artículo cuarto. Los planes preparados en dichas asambleas, coloniales
serán sometidos a la Asamblea Nacional para su examen, decretados por
ella y presentados a la aceptación y a la sanción del rey.
Artículo quinto. Los decretos de la Asamblea Nacional sobre la organi-
zación de las municipalidades y de las asambleas administrativas serán
enviados a dichas asambleas coloniales, con poder de poner en ejecución
la parte de dichos decretos que puede adaptarse a las conveniencias
locales bajo la decisión definitiva de la Asamblea Nacional y del rey, sobre
las modificaciones que podrían ser aportadas y la sanción provisional del
gobernador, para la ejecución de los acuerdos que serán tomados por las
asambleas administrativas.
Artículo seis. Las mismas asambleas coloniales enunciarán su opinión
sobre las modificaciones que podrían ser aportadas al régimen prohibitivo
del comercio entre las colonias y la metrópoli, para ser, sobre sus
peticiones, y después de haber oído las consideraciones del comercio
francés, estatuido por la asamblea colonial; según proceda en derecho.
Además de esto la Asamblea Nacional declara que no ha convenido
innovar nada en ninguna rama del comercio, sea directo o indirecto de
Francia con sus colonias; pone a los colonos y a sus propiedades bajo la
salvaguarda especial de la nación; declara criminal hacia la nación a
quienquiera trabajara para excitar levantamientos contra ellos.”
“Juzgando favorables los motivos que han animado a los ciudadanos de
dichas colonias, declara que no ha lugar contra ellos de ninguna
inculpación. Espera de su patriotismo el mantenimiento de la tranquilidad
y una inviolable fidelidad a la nación, a la ley, al rey”.
Algunas semanas más tarde, una “instrucción”, la del 28 de marzo de 1790
definía, para uso de las asambleas coloniales, el campo de autonomía que se
les concedía:
"Artículo diecisiete. Al organizar el poder legislativo, ellas reconocerán que
las leyes destinadas a regir las colonias, meditadas y preparadas en su
seno no podrían tener una existencia entera y definitiva antes de haber
sido decretadas por la Asamblea Nacional y sancionadas por el rey; que
si las leyes puramente interiores pueden, en los casos urgentes, ser
provisionalmente ejecutadas, con la sanción del gobernador pero
reservando la aprobación definitiva del rey y de la legislatura francesa, las
leyes propuestas que conciernan a las relaciones exteriores y que no
podrían, en modo alguno, cambiar o modificar las relaciones entre las
colonias y la metrópoli, no podrían recibir ninguna ejecución, incluso
provisional, antes do haber sido consagradas por la voluntad nacional,
entendiéndose que no se comprende bajo la denominación de leyes las
excepciones momentáneas relativas a la introducción de las subsistencias

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TOUSSAINT LOUVERTURE

que pueden tener lugar en razón de una necesidad urgente y con sanción
del gobernador”
El articulo dieciocho introducía un límite suplementario y recordaba que en
ningún caso habría un ejecutivo local:
“Al organizar el poder ejecutivo, reconocerán que el rey de los franceses
es, en la colonia como en todo el imperio, el jefe único y supremo del
poder público. Los tribunales, la administración, las fuerzas militares lo
reconocerán por jefe; estará representado en la colonia por un
gobernador nombrado por él y el que, en los casos urgentes, ejercerá
provisionalmente su autoridad, pero con la reserva siempre observada de
su aprobación definitiva”.
Todo esto era bello y bueno, y perfectamente tragado por los colonos
diputados. Quedaba por saber cómo los plantadores residentes en Santo
Domingo acogerían el decreto y si ellos no iban a encontrar la tajada algo
magra.

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Aimé Césaire

Capítulo IV
LA FRONDA DE LOS GRANDES BLANCOS

No hay que juzgar a la clase de los colonos por sus representantes en París.
Sus mejores cabezas estaban en las islas. No era una clase ni taciturna ni
acabada, por el contrario era una clase a la ofensiva. En tanto que en París
sus diputados no tenían otro desvelo que protegerse de la revolución, en las
islas, los colonos habían tomado la iniciativa de algo que mucho se asemejaba
a una revolución: al margen de la Revolución francesa, la revolución de ellos.
Santo Domingo y la Martinica son buenos ejemplos de lo que fue esta
revolución.
Santo Domingo en primer lugar.
El primer acto de la revolución dominicana fue, adelantándose a las órdenes
de París, la constitución de asambleas provinciales. La del Cap, la más
importante, tomó el nombre de asamblea provincial del Norte. Tan pronto
formada se sintió soberana. Y para significarlo a todos, empezó por hacer
detener a un magistrado, un cierto
Dubois, culpable de haber declarado que la esclavitud de los negros era
contraria a la libertad natural. Era un acto de intimidación pero la esperanza de
la empresa era nada menos que el embargo sobre el poder.
El gobernador era un obstáculo.
Aprovecharon la primera ocasión para liquidarlo. La que se presentaba era
mala. Pero se mantuvieron firmes. Sacando partido de que en agosto de 1789,
la Asamblea Nacional había impuesto a todos los agentes civiles y militares un
juramento de fidelidad a la nación, a la ley y al rey, el presidente de la
asamblea del Norte, Bacon de la Chevalrie, se atrevió a escribir a de Peynier,
que no lo reconocería como agente del poder ejecutivo en tanto no se
sometiera a la ley nacional del juramento.
El gobernador accedió, lo cual quería decir que volvía a entrar en la nada.
Quedaba otro enemigo duro de pelar: el consejo superior de Port-au-Prince.
Tribunal de apelación, creado o a los menos retocado por ordenanza de
primero de febrero de 1766, y provisto del derecho de registro –para tener
fuerza de ley las ordenanzas tenían que ser registradas– habilitado para hacer
amonestaciones a defecto de representaciones, estaba movido, como los
parlamentos de Francia, por una gran ambición: tener atribuciones políticas. El
choque del consejo superior y de la asamblea colonial animada de las mismas
ambiciones era fatal. No tardó en producirse.
Entre las atribuciones del consejo superior siempre se había contado la de
nombrar los empleos de contabilidad. Pero también era sabido que de antiguo
la administración financiera de Santo Domingo confinaba en el escándalo. La
asamblea provincial sabía por tanto que propinaba al consejo un golpe al cual
debía ser infinitivamente sensible y estaba segura del apoyo de la opinión
pública tomando la iniciativa de nombrar por sí misma un recaudador de
derecho municipal.

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TOUSSAINT LOUVERTURE

Era hacer estallar el escándalo.


El consejo superior reaccionó el veintisiete de diciembre de 1789. Declaró nulo
y sin ningún efecto el encarcelamiento de Dubois, así como la designación del
recaudador de derecho municipal. Ampliando el problema, le prohibía a la
asamblea conocida por “asamblea provincial del Norte” de inmiscuirse en “la
administración de los poderes civiles, judiciales y militares”.
La asamblea esperaba esta ocasión para dar un escándalo. Su respuesta fue
doble. Primero fue una decisión por la cual anulaba la reunión de los dos
consejos superiores pronunciada en 1787 y restauraba el del Cap, y esto para
debilitar en igual proporción el de Port-au-Prince. Después, produjo un
verdadero golpe de estado. El 4 de enero de 1790 deliberando sobre la
sentencia del consejo superior, la asamblea provincial del Norte declaró “que
siendo de derecho natural que en circunstancias penosas las naciones se
reúnan en asamblea para darse las leyes que parezcan necesarias”, ella tenía
el poder legislativo; “que no pudiendo hacer leyes sin hacerlas ejecutar, la
asamblea del Norte tenía el poder ejecutivo”, que así reunía todos los poderes
y podía ejercerlos en la extensión de la dependencia del norte”. Además
afirmaba insolentemente:
“que la requisitoria del sustituto del procurador general era falsa,
sediciosa, que tendía a privar a los ciudadanos de los trabajos tutelares
de la asamblea provincial para adscribirlos al yugo del despotismo
ministerial”.
Después de haber especificado que la sentencia del consejo era sediciosa,
atentatoria a la autoridad de la asamblea, declarado sin poder y nula, ordenaba
con mayor ahínco la ejecución de sus propias resoluciones, afirmaba tomar
bajo su amparo las milicias nacionales y los oficiales recaudadores, declaraba
a los jueces que habían concurrido a la sentencia del consejo autores del
despotismo, culpables de expoliación de los fondos públicos, criminales de
lesa nación y enemigos de la colonia. Se les prohibía para siempre la entrada
a la provincia del norte y se los entregaba al desprecio de los buenos
ciudadanos. Se le prohibía al carcelero libertar a Dubois y en fin se ordenaba
que la sentencia “del sedicente consejo” fuera conservada “en los registros de
la asamblea del Norte como un monumento de la ignominia de dicho tribunal”.
Al mismo tiempo la asamblea del Norte intrigaba cerca de las provincias del
sur y del oeste para apresurar la constitución y ¡a reunión de una asamblea
colonial que debía cubrir las tres asambleas provinciales y cuya autoridad se
extendería a toda ¡a colonia. Esta asamblea formada de ochenta diputados por
el norte, de sesenta y cuatro por el oeste, de cincuenta y ocho por el sur se
reunió en Saint-Marc el 25 de marzo de 1790.
Entonces se produjo un verdadero furor legislativo y como una embriaguez de
independencia.
En abril, la asamblea de Saint-Marc decidió que los correos de Francia les
fueran íntegramente remitidos, incluyendo en ellos las cartas y paquetes
destinados al gobernador siendo en lo adelante responsables los funcionarios
ante ella.

51
Aimé Césaire

En mayo, dando un nuevo paso adelante, situó en su dependencia el régimen


de la propiedad y el servicio de finanzas. El gobernador de Santo Domingo, de
Peynier, protestó en vano; la asamblea hizo oídos sordos, declaró su
intervención “dictada por pretextos vanos, frívolos y desprovistos de legalidad”.
El 14 de mayo cambió las formas de la justicia y del procedimiento. El 20
decidió la constitución de municipalidades a las que confiaba atribuciones tanto
civiles como militares, y de las cuales, por otra parte, despojaba al gobernador.
Fue en este momento que la asamblea conoció oficialmente el decreto de la
Asamblea Nacional. ¿Qué iba a hacer? Volviendo a hacer oídos sordos, dotó a
Santo Domingo de una constitución.
En término de ese nuevo estatuto, los colonos, si no osaban romper todo
contacto con Francia, al menos transformaban a Santo Domingo en una
especie de dominio. Y en primer lugar se apoderaron del poder legislativo:
“El poder legislativo, en lo que concierne al régimen interior de Santo
Domingo, reside en la asamblea de sus representantes, constituida en
asamblea general de la parte francesa de Santo Domingo”.
Difícilmente se podía evitar toda injerencia francesa. Al menos se excluía
radicalmente la de la Asamblea Nacional para contentarse con la sanción real:
“Ningún acto del cuerpo legislativo en lo que concierne al régimen interior
podrá ser considerado como ley definitiva, si no es hecho por los
representantes de la parte francesa de Santo Domingo, libremente y
legalmente elegidos, y si no es sancionado por el rey”.
Además se las arreglaban para que esta sanción se hiciera ilusoria. En efecto,
estaba previsto que en caso de urgencia sería remplazada por la del
gobernador; es eso lo que estipulaba el artículo 3:
“Todo acto legislativo hecho por la asamblea general en caso de
necesidad urgente, en lo que concierne al régimen interior, sera
considerado como ley provisional y en ese caso este decreto será
notificado al gobernador general”.
Se condescendió a reconocer a dicho funcionario el derecho de veto. En los
diez días siguientes a la notificación, estaba conminado a hacer promulgar el
decreto y cuidar de su ejecución, o remitir a la asamblea general sus
observaciones sobre el contenido del decreto. Pero el veto del gobernador no
tenía otro valor que el puramente suspensivo, y prácticamente, el único
recurso que se le dejaba era poder pedir a la asamblea general una segunda
lectura de la ley:
“Si el gobernador general remite observaciones, serán inscritas en el
registro de la asamblea general; entonces se procederá a la revisión del
decreto de acuerdo con estas observaciones; el decreto y las
observaciones serán sujetas a discusión en tres sesiones diferentes; los
votos serán emitidos por sí o por no, para mantener o anular el decreto; el
acta de la deliberación será filmada por todos los miembros presentes y
designará la cantidad de votos arrojados para una u otra opinión. Si los
dos tercios de votos mantienen el decreto, será promulgado por el
gobernador general y ejecutado en el acto”.
52
TOUSSAINT LOUVERTURE

Si la constitución otorgaba al representante de Francia un derecho de veto de


los más ilusorios; en revancha acordaba uno, muy real, a la asamblea de los
colonos con respecto a los decretos de la Asamblea Nacional francesa.
Es a lo que tendía el artículo 6 que preveía expresamente el caso de leyes
comerciales, llamadas de “relaciones comunes”:
“Debiendo ser la ley el resultado del consentimiento de todos aquéllos
para los que ella ha sido hecha, la parte francesa de Santo Domingo
propondrá sus planes concernientes a las relaciones comunes; y los
decretos promulgados a este respecto por la Asamblea Nacional sólo
serán ejecutados por la parte francesa de Santo Domingo cuando hayan
sido consentidos por la asamblea general de sus representantes”.
Y encima de esto se apresuraban a excluir de “la clase de las relaciones
comunes” la introducción de los objetos de subsistencia.
¿Qué era de la autoridad de la metrópoli en todo esto?
En verdad sólo le quedaba un derecho de mirada:
“Todo acto legislativo hecho por la asamblea general y ejecutado
provisionalmente en caso de necesidad urgente, no será por ello dejado
de enviar en el acto a la sanción real, y, si el rey niega su consentimiento
a dicho acto, su ejecución será suspendida tan pronto como esa negativa
sea legalmente manifestada a la asamblea general”.
¿Entraba en las intenciones de los colonos ir todavía más lejos? Se puede
suponer. Cuando el decreto nacional de 8 de marzo de 1790 fue trasmitido
oficialmente a la asamblea de Saint-Marc a los fines de su ejecución, Francia
se encontraba ante un hecho: Santo Domingo poseía su constitución. En esas
condiciones, era lícito a la asamblea de Saint-Marc decidir: “que ella se
adhería con conocimiento al decreto de 8 de marzo”, pero sólo “en todo lo que
no contrariara la constitución que ella acababa de otorgarse”.
Y desde ese momento se amplificó el ritmo de la secesión.
Fue una cascada de decretos tan atentatorios unos como los otros a la
soberanía francesa. De ese flujo legislativo emergen dos medidas: la del 20 de
julio, por la cual la asamblea decidió abrir los puertos de Santo Domingo a los
navios extranjeros con derecho para los capitanes de emplear para la compra
de artículos coloniales el monto de las subsistencias que habrían importado en
las islas; la del 27 de julio decretando el licenciamiento de las tropas francesas
y remplazándolas por guardias nacionales a sueldo de la asamblea.
La liquidación de la era colonial parecía haber empezado en el hemisferio
americano.
Tanto parecía así, que en la Martinica el ritmo y la naturaleza de los
acontecimientos no eran muy diferentes: Imaginad a partidarios de la
Revolución francesa racistas, a realistas poniendo sordina a sus prejuicios
raciales para mimar a los hombres de color, a los hombres de color entregados
en cuerpo y alma a los plantadores y a los negros aparentemente indiferentes
a su suerte, en suma todo extrañamente descarriado y extraviado a contrapelo,
y es esto lo que, del caso martiniqueño hace un caso marginal y de la
53
Aimé Césaire

revolución martiniqueña una revolución con la brújula alocada. Pero ahí está el
aspecto “variante”. El aspecto fundamental –que sólo permite comprender una
feroz lucha de clases y aún más feroz de clanes– no nos aleja tanto del
esquema del que los sucesos de Santo Domingo ofrecían la ilustración. En el
seno de la casta de los blancos dos partidos se oponían violentamente: de una
parte los “rurales” que sacaban sus recursos de la plantación de vastos
dominios y de la fabricación del azúcar; de otra parte los “negociantes”, es
decir, los capitalistas y banqueros cuya capital, Saint-Pierre, servía de depósito
a todas las islas del Viento. La oposición entre ellos era toda de intereses: el
plantador era el deudor; el negociante, el acreedor. No había cosecha que no
fuera financiada por adelantos. Y no había crédito consentido por el “negociante”
que no fuera usurario y a la larga denegado. De cualquier modo, desde el
inicio de la Revolución francesa, los dos grupos debían situarse de uno y otro
lado de la barricada.
De golpe y porrazo los “negociantes” se las dieron de revolucionarios.
Enarbolando la escarapela tricolor fueron “los patriotas”.
En cuanto a los plantadores no hicieron protestas de nada, pero dirigidos por
Dubuc, asiduamente el más político de ellos, se avinieron a un empirismo
inteligente que les permitió explotar los acontecimientos para el mayor bien de
sus intereses.
Mientras que los “patriotas” se enardecían con las manifestaciones especta-
culares, los plantadores se las arreglaban para obtener la formación de una
asamblea colonial cuya mayoría se aseguraron en definitiva.
Era perfectamente comprensible que tal política suscitara la cólera de los
patriotas.
Lo que lo es menos, es el punto de ruptura que eligieron: la cuestión de color.
¿Inculpaban al gobernador? No denunciaban en él a un “agente del despotismo
ministerial”, sino a un demagogo, amigo “del color”.
Fue organizado un gran banquete patriótico en octubre de 1789 en Fort-Royal
de donde los “notables” mulatos fueron excluidos. Furioso, el gobernador, M.
de Viomenil se presenta en el banquete con un grupo de hombres de color,
estigmatiza los prejuicios de otra época y da a un mulato el abrazo fraternal. El
escándalo fue enorme:
“Ha dictado, dice el acta de acusación de los patriotas, un bando y
proclamado él mismo espada en mano que había que mirar a los mulatos
como ciudadanos, como compadres y hacer sociedad con ellos; le ha
dado un abrazo a uno de ellos. El bando publicado en favor de los
mulatos, el acto violento de proclamarlos iguales a los blancos confirman
que él sustenta muy realmente las opiniones manifestadas en sus
protestas. Hay que temerlo todo de un hombre que envilece a aquellos
que manda y amotina a los que deben ser mantenidos en una clase
inferior.”15
Si ese día no hubo motín fue debido a la suerte.

15
Informe del Comité de Saint-Pierre. Archivos Nacionales.
54
TOUSSAINT LOUVERTURE

Seis meses más tarde se presentó la ocasión.


Exactamente, el 3 de junio de 1790, el día del Corpus.
Era costumbre que ese día la milicia acompañara la procesión religiosa. Ahora
bien, en la milicia había una compañía de mulatos, la cual fue admitida a
desfilar. Tal cosa era demasiado para los patriotas. Tocan a rebato. Llaman a
las armas. Y se produce la matanza de los mulatos. Un tribunal prebostal
instituido por la municipalidad se encargó de los sobrevivientes.
El gobernador tuvo que recurrir a los recursos desesperados: invadió la ciudad
con tropas formadas en su mayor parte... por gente de color.
Tomada Saint-Pierre, disuelta su municipalidad, abolidas sus cortes pre-
bostales, encarcelados sus principales instigadores, los partidarios de las
ciudades no respiraron más que venganza.
Por instancias inflamadas a las plazas de comercio de Francia, se dedicaron a
amotinar la opinión pública metropolitana.
Y todavía con mayor eficacia se dedicaron a desmoralizar a los soldados
europeos de guarnición en Fort-Royal. De este modo, el motín no tardó en
estallar. Las dos ciudades, Saint-Pierre y Fort-Royal echaron al gobernador y
se organizaron revolucionariamente. Días más tarde, los patriotas de las islas
vecinas, acudían llevando a la cabeza a Coquille Dugommier. Sus intenciones
eran edificantes, a juzgar por la proclamación de su jefe:
“Queridos conciudadanos: Los patriotas de Guadalupe, ciudadanos-
militares y militares-ciudadanos, se han reunido y han bajado a vuestras
riberas: fieles a su juramento vienen al altar que ha recibido la prenda de
su fraternidad a depositar en el seno del Dios de la Revolución el tributo
de sus acciones de gracias y de su reconocimiento por el acontecimiento
para siempre memorable que en esta colonia va a dar al patriotismo el
mismo brillo con que brilla en todas las provincias del imperio francés.
”Acudimos pues, generosos hermanos, a unir nuestros sentimientos y
nuestras fuerzas a las vuestras, a fin de proteger a todos los colonos de
vuestras islas contra todos los enemigos domésticos que podrían
aprovecharse de una disensión funesta para entregarse al desorden;
acudimos con la firme resolución de hacer entrar en el respeto y la
sumisión que debe a los blancos a una clase de hombres cuyas absurdas
y chocantes pretensiones desgraciadamente sostenidas por el error de
algunos de vuestros hermanos, han sido la fuente más fecunda de los
males que afligen a esta colonia”.
Por su parte, los plantadores, que en nada se sentían sacudidos por esta
proclama, se habían retirado al Gros-Morne y se preparaban para una larga
lucha.
Más todavía: la torpe empresa de los “patriotas” los beneficiaba: moralmente,
los plantadores podían presentarse como los paladines de una causa justa;
políticamente, con el gobernador y la asamblea colonial en sus bagajes, eran
los defensores del orden legítimo; económicamente, ocupaban las tierras
azucareras así como el puerto de Trinidad y podían pasar sus productos

55
Aimé Césaire

privando a Saint-Pierre de ellos; en fin, militarmente, el Gros-Morne se


presentaba como una posición muy fuerte a mitad de camino de dos ciudades
a las cuales podía permitirse amenazar y rendir por hambre. Ya no quedaba a
los patriotas, sino ventilar la querella por las armas. Mal les salió la cosa, pues
el 25 de Septiembre de 1790, Coquille Dugommier sufría una aplastante derrota
cerca de cerca de Lamentin. De ahora en adelante los plantadores eran los
dueños de la situación. Y henos aquí, más allá de la peripecia, vueltos de
nuevo a lo esencial: la proclamación de la autonomía martiniqueña.
La tentativa martiniqueña, aunque más prudente que la dominicana, menos
ruidosa, no por ello tendía menos al mismo fin. La asamblea colonial de
Martinica expurgada de toda influencia, por parte de los negociantes hizo dos
cosas igualmente reveladoras: por una parte, eliminaba al gobernador y, por
tanto, a Francia de los asuntos martiniquenses, confiándolos durante los
interregnos de la Asamblea a un directorio de veintiún miembros, cuyo jefe fue
Dubuc; por otra parte, daba a los diputados de las colonias a la Asamblea
Nacional, diputados que ella además revestía con carácter de cónsul oficial de
la colonia en la metrópoli, instrucciones muy precisas: En caso de que la
metrópoli pusiera dificultades para conceder a Martinica un poder legislativo
absoluto en todo lo que concernía a los esclavos y a los libertos, por el motivo
de que tenía diputados votando en la Asamblea Nacional, los diputados
estaban en el deber de renunciar inmediatamente al derecho a sesionar en la
Asamblea Nacional y declarar que Martinica renunciaba al beneficio de tomar
parte en la confección de las leyes generales del reino para limitarse a su
poder legislativo local. En lo que se refiere a las leyes de comercio, los
diputados martiniquenses tenían por misión protestar contra el código
prohibitivo “escrito bajo el dictado de los mercaderes” y que se parecía “más
bien a leyes impuestas por conquistadores bárbaros a países sometidos por
las armas, que a convenios para utilidad recíproca de ciudadanos y de
hermanos” y declarar que “el contrato a pasar entre las colonias y la metrópoli,
para ser obligatorio debería ser justo y consentido por las dos.”
Por lo demás el Monitor del 30 de octubre de 1790 incluye los artículos
principales de esta constitución martiniqueña que no estará de más leerlos.
Los primeros se refieren al modo de convocación y a la organización de la
asamblea colonial. Después viene lo esencial:
“Artículo 35. La asamblea así organizada, tendrá el poder legislativo
absoluto en lo que concierne a las gentes de color libres y a los esclavos,
bajo la sanción provisional del gobernador y definitiva del rey.”
“Artículo 36. La asamblea tendrá el derecho de meditar y de preparar en
su seno todas las leyes que le convengan... Podrán ser provisionalmente
ejecutadas con la sanción del gobernador, y definitivamente cuando
reciban la aprobación de la Asamblea Nacional y la sanción del rey.
“Artículo 37. La asamblea podrá hacer a los decretos de la Asamblea
Nacional, sancionados por el rey, que les sean dirigidos, las modificaciones
que juzgue convenientemente; tendrá bajo esta forma su plena y entera
ejecución con la sanción provisional del gobernador, salvo la decisión que
depende de la legislación francesa y del rey.”

56
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Artículo 38. Con respecto a las leyes que conciernen a las relaciones
entre la colonia y la metrópoli, la asamblea tendrá el derecho de
proponerlas, y las mismas no podrán recibir una ejecución incluso
provisional, antes de haber sido consagrada por la voluntad nacional y la
sanción del rey, a no ser en las excepciones momentáneas relativas a
necesidades urgentes.
“Artículo 39. Las leyes relativas al comercio, que hayan sido propuestas y
discutidas en el seno de la Asamblea Nacional, serán sometidas al
examen de la asamblea colonial, y no podrán ser definitivamente
decretadas, sino de acuerdo con el resultado de sus operaciones,
combinadas con las razones alegadas para el interés de la metrópoli.
“Artículo 40. La asamblea será administrativa y en esta calidad velará: 1)
en todo lo que concierna tanto a la percepción y entrega de fondos,
producto de las imposiciones, como al servicio y a las funciones de los
agentes que de ella estén encargados; 2) hará ejecutar el pago de los
gastos que sean asignados; 3) se encargará d: la administración de los
fondos que sean asignados para el servicio de la colonia; 4) y último, se
encargará generalmente de todas las partes que interesen a la
administración de la colonia.
“Artículo 41. Todas las funciones administrativas anunciadas en el articulo
precedente, serán ejecutadas por el Directorio que a este objeto será
establecido.
“Artículo 42. La asamblea nombrará un escrutinio individual y por mayoría
absoluta de los sufragios a los representantes a la Asamblea Nacional.
“Artículo 43. Los representantes de la colonia así elegidos tendrán
derecho de sesión en la Asamblea Nacional y tendrán voto consultivo.
“Articulo 44. La colonia deberá tratar directamente con el poder ejecutivo,
sus representantes también serán diputados cerca del rey.
“Artículo 45. Los diputados que sólo tengan voto consultivo podrán ser
convocados por la asamblea todas las veces que ésta lo juzgue
conveniente a los intereses de la colonia.
“Artículo 46. La asamblea reconocerá en el gobernador al representante
del rey, y en esta calidad, al jefe de los tribunales, de la administración y
de las fuerzas militares.
“Articulo 47. El gobernador tendrá el voto en suspenso en una primera y
segunda sesión periódica y, si la asamblea persiste en la tercera, ya no
podrá negar su sanción”.

57
Aimé Césaire

Capítulo V
UNA DOBLE LIQUIDACIÓN

Fue entonces que Francia se decidió a dar el batacazo. “Hasta aquí y no más
allá”. El gobernador de Santo Domingo recibió la orden de hacer un escarmiento.
La relación de fuerzas, a pesar de las apariencias, estaba a su favor.
A juzgar por la rapidez de las decisiones y la energía de los decretos de la
asamblea de Saint-Marc, se hubiera creído que la situación en Santo Domingo
había llegado a su punto de madurez revolucionaria y que el colono nacionalista
era dueño de la situación.
De hecho, su debilidad era real y cierto su engorro. La asamblea de Saint-Marc
legislaba, se aturdía, iba en picada pero se debilitaba con tanto más motivo
cuanto menos se sentía apoyada. Era mucho más que acción, agitación.
No sólo su racismo insolente había disgustado a los mulatos que nada bueno
esperaban de una independencia nacional que sólo beneficiaba a los blancos,
sino que se había enajenado la simpatía de toda una categoría de blancos;
funcionarios, abogados, negociantes y, particularmente, los habitantes de la
provincia más rica de Santo Domingo, la del Cap. Desde que la escisión se
instaló en el campo de los colonos; tan pronto como el gobierno francés
encontró en quien apoyarse; que frente a la asamblea de Saint-Marc se logró
oponer la asamblea provincial del Norte; que el representante de Francia hubo,
por ese medio, roto el aislamiento en que los pogromos de la revolución
anticolonialista lo habían sumido, los manejos secesionistas de Saint-Marc se
vieron condenados al fracasó.
En vano la asamblea se hizo de una fuerza militar: “los Pompones rojos”.
Frente a la asamblea de Saint-Marc cada vez más frenéticamente separatista,
se irguió la asamblea provincial del Norte cada vez más ostentosamente
legitimista y frente a los “Pompones rojos” se levantaron otras tropas que no
reconocían más autoridad que la del gobernador y que por gusto de la antítesis
esgrimieron el nombre de “Pompones blancos”.
Al fin y al cabo inútilmente, la asamblea de Saint- Marc, se jactaba, ante el
debilitamiento del ejecutivo, de poder “encontrar en ella misma los medios de
hacer ejecutar los decretos que le dictaran la prudencia, la cordura y el amor
del bien público”; encontraba frente a ella a otro arcópago igualmente
vehemente que proclamaba que:
“el sublime decreto nacional del 8 de marzo, llevando la calma y la alegría
a todos los corazones de los colonos, se ha vuelto para ellos el principio
absoluto de su conducta”.
A favor de la división ahora patente, el gobernador cobró nuevos bríos y
cuando el momento le pareció favorable, es decir, cuando tuvo ganada la
opinión pública, cuando logró oponer a la asamblea de Saint-Marc no sólo la
asamblea provincial del Norte, sino también la asamblea parroquial del Culde-
Sac, la cual reunida en la Croix-aux-Bouquets el 25 de julio, invitó a las
cincuenta y dos parroquias del oeste a proclamar su respeto a las decisiones
de la metrópoli, dio el golpe. El 29 de julio, basándose en “el peligro evidente
en que la asamblea que sesiona en Saint-Marc ponía a Francia y a la colonia”,
58
TOUSSAINT LOUVERTURE

declaró “dicha asamblea y sus adeptos traidores a la patria, criminales hacia el


rey”, y a todos notificó su decisión de ponerlo todo en ejecución para
dispersarla e “impedirle así a sus cómplices consumar sus horribles designios”.
De Peynier, sin pérdida de tiempo, unió los actos a las palabras: en la noche
del 29 al 30, hizo atacar por la tropa el sitio del comité del oeste, que
sesionaba en Port-au-Prince. El coronel de Mauduit dispersó a los miembros
del comité y, entrando en la sala de deliberación, se llevó las banderas de la
guardia cívica. El 30 avanzaba sobre Saint-Marc. La asamblea del Norte por su
parte daba la misma orden a Vincent, que comandaba las tropas del norte.
A principios de agosto la asamblea de Saint-Marc estaba constreñida a tomar
decisiones históricas: empeñar la batalla o capitular.
Impotente para seguir engañándose sobre sus fuerzas reales, eligió capitular.
Pero siempre más cuidadosa del gesto y del penacho que de la eficacia, trató
de disfrazar su capitulación con una última parodia de rebelión.
Rehusando rendirse a de Peynier, se embarcó con la guarnición de Saint-Marc
en el navío “El Leopardo” de ahí el nombre con que fueron designados sus
partidarios: los leopardinos), que había requisado un mes antes.
Disfrazando su retirada con frases grandilocuentes y decretando que sus
miembros “siguiesen en actividad a bordo de dicho buque ocupándose de los
trabajos de su misión”, este parlamento corrompido decidió, por una suprema
inconsecuencia hacer velas para Francia e ir a someter su conducta a la
Asamblea Nacional constituyente.
De hecho el movimiento separatista de los colonos estaba liquidado. Quedaba
su hermano enemigo: el autonomismo.
El gobierno francés se había apoyado en las autoridades de la asamblea
provincial del Norte para deshacerse del separatismo de Saint-Marc. No iba a
tardar en volverse contra el mismo autonomismo, enseñando así a sus
víctimas que no se desarma al colonialismo pactando con él. Los puntos de
encuentro entre la asamblea de Saint-Marc y la asamblea del Norte son
evidentes.
Pero es muy cierto que había de la asamblea de Saint- Marc a la asamblea del
Norte una diferencia esencial; la asamblea de Saint-Marc había creído que sus
cóleras infantiles bastarían para aterrorizar a la metrópoli mientras que la
asamblea del Norte estaba persuadida de que ella podría obtener por la
dulzura y a recompensa de servicios prestados lo que hubiera sido inútil
buscar por la fuerza. En fe de lo cual presentaba sus reivindicaciones:
1. Que en todo lo concerniente al régimen interior de las colonias y en todo lo
que tocaba al estado de las personas y de las diferentes clases de la sociedad
colonial, ningún decreto fuera promulgado más que por petición expresa,
directa y precisa de las asambleas coloniales;
2. Que con respecto a las relaciones entre la colonia y la metrópoli y a las
peticiones de la colonia no se interponga decreto, sino sobre las represen-
taciones del comercio francés, y que además las peticiones del comercio no
debían ser decretadas, sino después de haberlas comunicado a las asambleas
coloniales y sobre sus representaciones;
59
Aimé Césaire

3. Que las asambleas coloniales fuesen autorizadas a proveer la introducción


de subsistencias extranjeras en el caso de necesidad urgente, con la mayoría
de las tres cuartas partes de los votos de la asamblea, por llamada nominal
bajo la sanción del gobernador; que en caso de rechazo el gobernador sea
requerido de motivar dicho rechazo en los tres días siguientes a la presen-
tación del decreto; que en ese caso la asamblea colonial puede hacer caso
omiso y ordenar la ejecución del decreto con mayoría de las tres cuartas
partes de los votos.
Dicho en otras palabras, la asamblea de Saint-Marc liquidada, la asamblea del
Norte retomaba pura y simplemente su programa. Suprema desconfianza: la
asamblea provincial del Norte pedía para esos tres artículos la garantía
constitucional, a fin de que las legislaciones posteriores no pudiesen lesionarla
y, alzando el tono afirmaba que:
“la colonia no sacrificaría nunca un prejuicio indispensable. En lo que se
refiere a la gente de color las protegería y dulcificaría su suerte; pero ella
debía ser el único juez, el amo absoluto de los medios y de los tiempos.
En cuanto a los negros, la colonia nunca permitiría que esw género de
propiedad fuera comprometido ni en el presente ni en lo porvenir”.
Y terminaba por una amenaza apenas velada:
“En tanto que ella pueda abrigar inquietud sobre estos objetos, jamás
podrá haber pacto duradero entre la colonia y el reino. Es preciso que él
recurra a ella o que asegure invariablemente su tranquilidad antes que el
pacto se malogre”.
Fue entonces que la Asamblea Nacional constituyente indicó que no veía con
buenos ojos los matices que separaban el autonomismo del separatismo.
Pétion opinaba que debían liquidarse las dos asambleas y condenar tanto a la
una como a la otra. Barnave, seguido por la Asamblea Nacional, no quisó ir tan
lejos. Anulaba la asamblea de Saint- Marc; felicitaba por el contrario a la
asamblea nacional del Norte por su “conducta patriótica”, más todavía, hacia
justicia a una de sus reivindicaciones, la que concernía al estatuto de las
personas, comprometiéndose a no tomar la iniciativa en cuanto al estado de
los negros y mulatos más que por petición precisa y formal de la asamblea
colonia!. Mas para el resto, para la autonomía interna, para la reglamentación
comercial, dicho en otras palabras, para lo esencial, se negaba de manera
terminante a ir más allá de los términos del compromiso del 8 de marzo.
Ahí está el sentido profundo del decreto de 12 de octubre de 1790:
“La Asamblea Nacional considerando que los principios constitucionales
han sido violados, que la ejecución de sus decretos ha sido suspendida y
que la tranquilidad pública ha sido turbada por los actos de la asamblea
general que sesiona en Saint-Marc; que esta asamblea ha provocado y
justamente concurrido a su disolución.
Considerando que la Asamblea Nacional ha prometido a las colonias el
establecimiento venidero de las leyes, las más aptas para asegurar su
prosperidad; que para calmar sus inquietudes ha empezado por anunciar
la intención de escuchar sus deseos sobre todas las modificaciones que

60
TOUSSAINT LOUVERTURE

podrían ser propuestas a las leyes prohibitivas del comercio, y la firme


voluntad de establecer como artículo constitucional de su organización,
que no serán decretadas leyes algunas para las colonias sobre el estado
de las personas a no ser por petición expresa y formal de sus asambleas
coloniales.
Que es urgente realizar estas disposiciones para la colonia de Santo
Domingo, para la ejecución de los decretos del 8 y 28 de marzo tomando
para ello las medidas necesarias para mantener el orden y la tranquilidad.
Declara los pretendidos decretos y otros actos emanados de la asamblea
constituida en Saint-Marc bajo el título de asamblea general de la parte
francesa de Santo Domingo, atentatorios a la soberanía nacional y al
poder legislativo, nulos e incapaces de recibir ninguna ejecución.
Declara dicha asamblea privada de sus poderes, y a sus miembros
despojados del carácter de diputados a la asamblea colonial de Santo
Domingo.
Declara que la asamblea provincial del Norte, los ciudadanos de la ciudad
del Cap... las tropas patrióticas del Cap... han cumplido generosamente
todos los deberes implícitos en el titulo de ciudadanos franceses y la
Asamblea Nacional en nombre de la nación les expresará su
agradecimiento.
Decreta que se pida al rey dé órdenes para que los decretos, instrucción,
del 8.y 28 de marzo últimos reciban su ejecución en la colonia de Santo
Domingo; que en consecuencia, se proceda inmediatamente a la
formación de una nueva asamblea colonial a tenor de las reglas previstas
por dichos decretos e instrucción, a los cuales la mencionada asamblea
deberá conformarse puntualmente.
Decreta que todas las leyes establecidas seguirán siendo ejecutadas en
la colonia de Santo Domingo hasta su sustitución por otras, observando
la marcha presente por los citados decretos.
Decreta se le pida al rey, para asegurar la tranquilidad de la colonia,
expida órdenes de enviar dos navios de línea y un número proporcionado
de fragatas y que se completen los regimientos del Cap y de Port-au-
Prince”.
La asamblea provincial del Norte tenía de qué quejarse. Lo hizo en términos
moderados en noviembre de 1790 por intermedio de una delegación enviada a
ese efecto y en nombre de la cual habló un tal Auvray. Se felicitaban de ver a la
asamblea declararse lista a constitucionalizar el estado de las personas, pero
en lo tocante a lo “prohibitivo” dejaban ver. cierta acritud:
“Por poco que se quiera poner atención a la cadena de contragolpes que
experimentan estos intereses, se verá claramente que si el acrecenta-
miento de las riquezas aseguradas a Francia por las nuevas leyes que la
regeneran debe redundar en la prosperidad de sus colonias, de igual
modo el acrecentamiento de las riquezas coloniales debe influir sobre el
poderío nacional; lo que sería, por consiguiente, caer en una contradicción
manifiesta proponer a la metrópoli enriquecerse en detrimento de su
61
Aimé Césaire

colonia, o a la colonia enriquecerse en detrimento de la metrópoli; que el


error sería aún más funesto si se autoriza a algunos particulares a
enriquecerse en detrimento de la una o la otra, si, por un extraño abuso
de palabras, se confundiera al comercio y al comerciante, el interés del
comercio que es el interés de la nación y de la colonia, con el interés
personal de algunos individuos”.
Todo eso no era más que paparruchas.
La Asamblea Nacional felicitó una vez más a la asamblea provincial del Norte,
una vez más condenó a la asamblea de Saint-Marc. Pero los colonos no
pudieron obtener nada más. El pacto colonial seguía intacto.
Era un rudo golpe para los autonomistas. Habían creído obtener la autonomía
por la sumisión; el saldo, palabras muy lindas pero resultados irrisorios; el
mezquino resultado, tan contrario a los anhelos de la inmensa mayoría de los
colonos, no importa a qué partido pertenecieran, sumía en el abatimiento a la
asamblea del Norte, mientras se veía resurgir del abismo a los leopardinos.
Éstos, sintiendo llegada su hora, decidieron actuar. Acababa de entrar en la
rada de Port-au-Prince una escuadra francesa con tropas de refuerzo. Los
leopardinos hicieron circular el rumor de que les había llegado el texto de un
nuevo decreto de la Asamblea Constituyente. Ese falso decreto del 17 de
diciembre de 1790 (precisaban la fecha) era una glorificación de la asamblea
de Sain-Marc, rehabilitada en su honor y restablecida en sus derechos. Fue
inútil que Blanchelande el nuevo gobernador, lo desmintiera. Era un déspota,
un sostén de la tiranía, negándose a aplicar un decreto reparador. Sobre esta
base, fue fácil desmoralizar las tropas recientemente llegadas de Francia así,
como el regimiento de Port-au-Prince. Fue aún más fácil amotinar la población
de los pequeños blancos, siempre al acecho de desórdenes y los cuales se
organizaron militarmente bajo el mando de un energúmeno, un tal Praloto,
maltés, desertor de un barco de cabotaje.
En fin, el 4 de marzo de 1791, se produjo la rebelión. Mauduit, a quien los
leopardinos no habían perdonado el asunto de las banderas, fue linchado, se
le cortó la cabeza y se la paseó en la punta de una bayoneta. Blanchelande
huyó.
Entonces, la ciudad de Port-au-Prince, liberada por sí misma, se dio
autoridades según su leal saber y entender: un colono, Caradeux, llamado el
cruel, bajo el titulo de capitán general de la guardia nacional, usurpó, las
atribuciones del gobernador; una municipalidad reclutada entre los miembros
del antiguo comité del Oeste remplazó a los funcionarios reales, mientras que
a Praloto le tocó la inspección de las fortificaciones y el mando de la artillería.
Así pues Port-au-Prince se constituía en una suerte de república autónoma.
Pero todo eso no podía ir muy lejos.
Lo ocurrido tenía un carácter puramente local, sin prolongación posible y sin
porvenir. Por otra parte lo ocurrido iba a separar a los colonos –ello se iba a
ver en mayo de 1791 en la Constituyente– de una buena parte de la opinión
pública francesa.

62
TOUSSAINT LOUVERTURE

De todos modos, este episodio que se presenta en esa circunstancia como el


clásico episodio del último sobresalto, no podía disimular este hecho capital:
que los blancos en Santo Domingo ya no eran clase al ataque, sino clase a la
defensiva y que la iniciativa histórica había pasado a otras manos: las de la
clase media de los mulatos.
La derrota de los leopardinos así como de la asamblea provincial del Norte,
sancionaba un gran hecho: la incapacidad de la aristocracia de los “grandes
blancos” a llevar a bien el movimiento anticolonialista. A ejemplo de los colonos
ingleses de los Estados Unidos, los colonos franceses de Santo Domingo,
chocados en sus intereses comerciales por la metrópoli, habían, de manera
más o menos confusa, intentado libertar a su país.
Pero la diferencia de los resultados subraya suficientemente la diferencia de
los métodos.
Para resumirlo en una palabra: los colonos ingleses de las trece colonias
americanas habían sabido hacer de su causa, una causa popular y conducir
revolucionariamente una larga guerra de independencia, en tanto que los
colonos franceses de Santo Domingo, prisioneros de sus prejuicios de casta,
redujeron su causa, en modo alguno injusta en todos sus aspectos, a la de un
bando turbulento, superficial y tontamente reaccionario, perfectamente
impotente para sostener la guerra.
Más y mejor aún que una causa popular, los colonos ingleses de
Norteamérica, dando un alcance universal a sus reivindicaciones, habían
sabido hacer de su causa, la causa misma del hombre burlado en sus
derechos.
Por el contrario, los colonos franceses de Santo Domingo sólo lograron esa
lastimosa hazaña de lanzar un movimiento revolucionario a contrapelo de la
historia.
No es sorprendente que no arrastraran a nadie en su movimiento. Y la medida
de su ingenuidad está dada por haber tomado su impaciencia y sus
declaraciones imitadas de Jefferson y de John Adams por actitudes
revolucionarias.
Nadie podía engañarse en lo sucesivo: la aristocracia de los colonos, por su
naturaleza, por sus intereses del momento, no podía animar una lucha
anticolonialista consecuente; más todavía, no podía hacer otra cosa que
buscar la protección del poder colonialista.
Ello no significa el fin de la lucha anticolonialista. Significa que otra clase debía
levantarse y apoderarse de la bandera anticolonialista. Esta clase estaba
dispuesta: era la de los mulatos.
De hecho esta clase será la que a partir de 1791 estará al frente de la escena.
Cuando por su lado, se vea comprometida, desalentada por los
acontecimientos, ello no significará que la lucha anticolonialista ha terminado.
Significará tan sólo que otra clase ascenderá a relevar a los mulatos y a su vez
entrará en la cantera ardiente de la revolución: la de los esclavos, la de los
negros.
63
Aimé Césaire

Libro Segundo
LA REBELIÓN MULATA

Capítulo I
CRETINISMO PARLAMENTARIO

Hemos visto a una de las clases de la sociedad, la de los grandes plantadores,


ir al asalto del sistema colonial, ser la primera en esbozar un movimiento de
autonomía local, después rápidamente abandonar la lucha anticolonialista y
buscar el compromiso con las fuerzas más reaccionarias. Así, desde 1790, se
hizo visible que empezaba una segunda época: que la iniciativa pasaba a un
grupo social diferente. Es esto el segundo capítulo de la historia colonial bajo
la revolución: después de la fronda de los plantadores, la rebelión de los
hombres de color y de los mulatos.
Tampoco les faltaba a ellos organización. Si en París los colonos blancos se
agrupaban bajo la égida del Club Massiac, los hombres de color libres tenían
en la Sociedad de Amigos de los Negros, su oficina de pensamiento puesto
que (no nos dejemos engañar por el título), es ante todo la sociedad de los
mulatos. Constituida en principio para combatir la esclavitud, la sociedad
fundada en 1783 había, de hecho, circunscrito muy pronto su ambición. Su
programa, una vez edulcorado, se reducía a dos puntos: abolición inmediata
de la trata e igualdad cívica para los hombres de color libres. En cuanto a la
abolición de la esclavitud, permanecía en el estado de simple postulado, de
ideal lejano y los representantes de la sociedad se negaron siempre a quererla
en un tiempo determinado:
“la manumisión inmediata de los negros sería no sólo una operación fatal
para las colonias, sino que igualmente sería un presente funesto para los
negros en el estado de abyección y de nulidad a que la codicia los ha
reducido”. (Instancia presentada en la sesión del 21 de enero de 1790.) 16
Los mulatos, desde 1780,17 estaban en la brecha. Cosa extraña y que da una
idea precisa de su ingenuidad: empezaron por dirigirse a sus enemigos
naturales, a los privilegiados del color. El 26 de agosto de 1789, su líder,
Raymond, fue por sí mismo al Club Massiac a exponer sus reivindicaciones
que precisó de este modo:

16
La monarquía no se había mostrado sistemáticamente hostil a la actividad de la sociedad.
Brissot pretende que Gouy d’Arcy “antes de la apertura de los estados generales había
solicitado del rey una orden de prisión para amparar las sesiones de la Sociedad de Amigos
de los Negros”. “¿Así que esos pobres negros tienen amigos en Francia? había dicho Luis
XVI– Mejor, no quiero interrumpir sus trabajos”.
17
En realidad, lo eran desde 1785. Ese año habían querido aprovechar el centenario del
edicto de 1685, llamado Código Negro para reclamar al gobierno francés la aplicación efectiva
del artículo 59 de dicho código, así concebido: “Dispensamos a los manumitidos los mismos
derechos, privilegios e inmunidades de que gozan las personas nacidas libres. Queremos que
merezcan una libertad adquirida y que la misma produzca en ellos, tanto para sus personas
como para sus bienes, los mismos efectos que la felicidad de la libertad natural causa a
nuestros demás subditos”. A este efecto es que habían delegado en París a Julien Raymond,
hijo de un rico propietario de Aquin.
64
TOUSSAINT LOUVERTURE

“fijar un grado de legitimidad a las personas de color (por ejemplo el


segundo), después de lo cual serían declaradas ingenuas;18 otorgar las
prerrogativas civiles y políticas a la segunda generación, es decir a los
cuarterones”.
Dos días después volvía a la carga presentando una memoria en la que pedía
la libertad para el niño de una negra y de un blanco, los derechos cívicos para
los hombres de color actuales y la abolición de la trata. No hay que decir que
perdieron su tiempo: el Club Massiac opuso a tales insinuaciones la más
soberana altivez (el acta de una de las sesiones del Club, al hacer alusión a la
intervención de Raymond, señala que se hizo entrar al “tal Raymond hombre
de color” y que “todos los miembros estando sentados, el se acercó a la mesa
y habló de esta manera...”
Entonces, y solamente entonces, los mulatos se decidieron adherirse a la
Asamblea Nacional. El 22 de octubre de 1789, una “diputación de ciudadanos
de color, propietarios en las colonias francesas” fue introducida en el foro y
pidió el disfrute de todas las ventajas de los ciudadanos. De Joly, hablando en
nombre de la delegación, explicó:
“que aún existe, en una de las regiones de este imperio, una especie de
hombres envilecidos y degradados, condenados al desprecio, a todas las
humillaciones de la esclavitud, en una palabra, franceses, que gimen bajo
el yugo de la opresión. Tal es la suerte de los infortunados colonos
americanos conocidos en las islas bajo el nombre de mulatos, cuarterones,
etc. Nacidos ciudadanos y libres, viven como extranjeros en su propia
patria. Excluidos de todos los cargos, de todas las dignidades, de todas
las profesiones, se les prohíbe hasta el ejercicio de una parte de las artes
mecánicas; sometidos a las distinciones más envilecedoras, hallan la
esclavitud en el seno mismo de la libertad”.
En una palabra, los hombres de color libres reclamaban una representación en
la Asamblea Nacional, y, bien entendido; la igualdad de derechos:
“No piden ningún favor. Reclaman los derechos del hombre y del
ciudadano; esos derechos imprescriptibles fundados en la naturaleza y en
el contrato social, esos derechos que tan solemnemente habéis reconocido
y tan auténticamente consagrados cuando habéis establecido por base de
la constitución que todos los hombres nacen, viven y mueren libres e
iguales en derecho; que la ley es la expresión de la voluntad general que
todos los ciudadanos tienen el derecho de concurrir personalmente o por
sus representantes a su formación”.
A decir verdad, los hombres de color, ese día, recibieron una amplia provisión
de lindas palabras. Fréteau de Saint-Just, diputado de la nobleza de la bailía
de Melún, consejero de gran cámara en el parlamento de París, se encargó de
declarar que “ninguna parte de la nación” reclamaría “vanamente sus derechos
cerca de la asamblea y de sus representantes”, que “aquéllas que el intervalo
de los mares o los prejuicios relativos a la diferencia de origen” parecían
“colocar más lejos de sus miradas” serían “acercados por esos sentimientos de
humanidad que caracterizan todas sus deliberaciones y animan todos sus
18
Que nacieron libres y no han perdido su libertad.
65
Aimé Césaire

esfuerzos”. En consecuencia, invitaba a la delegación mulata a dejar sobre la


mesa de la Asamblea Nacional sus piezas y su instancia. Por supuesto, un
mes más tarde, seguían esperando los efectos de la benevolencia presidencial.
De modo que el 28 de noviembre volvieron a la carga. En una “carta de los
ciudadanos de color de las islas y colonias francesas, dirigida a los señores
miembros del comité de verificación a la Asamblea Nacional” manifestaban su
impaciencia:
“Os decimos, señores, que el fondo del asunto, el objeto más importante
para los ciudadanos de color, no es ya susceptible de reflexión; pues
independientemente del principio que reside en todos los corazones,
excepto acaso en el de los colonos blancos, el caso está juzgado; y no se
trata más que de aplicar la ley. La Asamblea Nacional ha decretado y el
rey solemnemente reconocido:
1) que todos los hombres nacen libres e iguales en derechos;
2) que la ley es la expresión de la voluntad general y que todos los
ciudadanos tienen el derecho de concurrir personalmente o por sus
representantes a su formación; y
3) en fin que cada ciudadano tiene el derecho por él, o por sus
representantes de comprobar la necesidad de la contribución y de
consentirla libremente.
“Antes de los tres decretos, los ciudadanos de color habrían invocado los
derechos imprescriptibles de la naturaleza, los de la razón y de la
humanidad. Hoy día, testifican vuestra justicia; reclaman la ejecución de
vuestros decretos”.
¡Ay, la asamblea, una vez más, permaneció insensible a esta bella lógica!
Entonces, los mulatos empezaron a comprender que su batalla por la igualdad
sería más dura de lo que se habían imaginado y que era por lo menos tan
difícil de conquistar la Sala del Picadero, como los tantos pies cuadrados del
gabinete del rey en Versalles”.
Todavía les esperaba un chasco mayor.
En efecto, el 2 de marzo de 1790 se levanta el telón sobre el primer gran
debate colonial de la historia parlamentaria francesa. ¡Pero, ay! fue
precisamente la ausencia de debate lo que caracterizó esa ratificación pura y
simple de los trabajos del comité colonial cuyo informe fue presentado
magistralmente por Barnave.19 Barnave precisaba que las colonias tendrían
sus leyes y su constitución particulares, pues él creía:
“que en una materia en que sus derechos más preciados estaban
interesados y en que la más exacta noción no podía venir sino de ellas,
era esencialmente sobre sus deseos que convenía determinarse”.

19
Fueron los Lameth quienes pusieron a Barnave al corriente de los asuntos coloniales.
Charles de Lameth se había casado con una mujer a quien los libelistas de aquella época
llamaban “Dondon” (*) Picot, y que era hija única de un tal señor Picot, gran propietario de
Santo Domingo, que vivía en Bayona.
(*) Dondon: mujer gorda. (N del T.)
66
TOUSSAINT LOUVERTURE

En consecuencia, y para obtener el deseo de las colonias, precisaba formar en


las mismas asambleas locales. ¿Sobre qué base? Es sobre este punto que el
problema interesaba a los hombres de color.
Cosa singular, el verboso documento conocido bajo el nombre de instrucción
del 23 de marzo de 1790 permanecía sorprendentemente discreto sobre un
punto esencial, y lo grave era que tal silencio no se debía al azar. A la pregunta:
“¿quién sería elector?”, Barnave respondía:
“todo hombre adulto propietario de inmueble, o a defecto de tal propiedad,
domiciliado en la parroquia desde dos años y pagando una contribución”.
¿Pero los hombres de color? ¿No eran hombres? ¿Eran por tanto electores?
¿Mas, por otra parte, como no eran nombrados, había que entender que este
artículo no les concernía?
Cocherel, cuyo celo reaccionario se expresaba con impudor, pidió formalmente
que los hombres de color fuesen especialmente excluidos de la clase de los
ciudadanos activos.
Una demanda de precisión en sentido contrario emano de Grégoire. Reclamó
que se insertara expresamente en el artículo IV, que los hombres de color que
reunieran las condiciones requeridas gozarían de los derechos políticos
concurrentemente con los colonos blancos. Entonces el diserto Barnave
recurrió a su gran astucia: el silencio.
Eligiendo no contestar, dejó entender a unos y a otros que los complacía.
Era prometer lo mismo a dos personas, o lo que es igual, desatar, a plazo fijo,
una guerra.
La cosa clara, en efecto, era que la interpretación del decreto iba a depender
esencialmente de la relación de fuerzas.
Dura lección para los mulatos. Se habían imaginado encontrar una Revolución
francesa audaz, aplicando imperturbablemente y con lógica su doctrina de los
derechos del hombre; en suma, se habían topado con una asamblea prudente,
calculadora, cautelosa incluso. Por vez primera, esos hombres nuevos
trababan conocimiento con las trampas de lobos y las mentiras de la vida
parlamentaria. Preciosa experiencia, que no irían a arrojar en saco roto... Pero,
todavía, les quedaba mucho por aprender. Apenas curados, y mal curados, de
sus ilusiones parlamentarias, cayeron en otro genero de ilusiones: las de la
violencia. Allí donde el discurso había fracasado, creyeron con completa
ingenuidad que el “putsch” podía prosperar. No se puede llamar de otro modo
la tentativa que hizo uno de los peticionarios de octubre de 1789. Tan pronto
como el decreto de marzo de 1790 fue dado a conocer, Vincent Ogé, mulato de
Santo Domingo, después de una breve estancia en Francia, resolvió regresar a
su país, a compartir con los hombres de color el disfrute de los derechos que
se felicitaba de haber contribuido a hacerles reconocer. Pasando por Inglaterra
y Estados Unidos, llegó a Santo Domingo el 23 de octubre de 1790 y halló la
manera de desembarcar en el Cap. Al día siguiente a su llegada fue con uno
de sus amigos, Chavannes, a su casa situada en la parroquia de Dondon
donde lo esperaban sus amigos previamente advertidos de su escapatoria. Sin
pérdida de tiempo hizo sus reclamaciones a Peynier, gobernador de la colonia,
67
Aimé Césaire

y al presidente de la asamblea provincial. En su carta a Peynier, testimoniaba


sus sorpresa de la no-promulgación en la colonia del decreto del 28 de marzo,
y se atrevía a amenazar:
“No, no, no, señor conde, no seguiremos bajo el yugo como lo hemos
estado desde hace dos siglos: se ha roto el látigo de hierro que nos
golpeaba. Reclamamos la ejecución de este decreto; evitad pues, por
vuestra prudencia, un mal que no podríais calmar. Mi profesión de fe es
hacer ejercitar el decreto que he cooperado a hacer obtener; rechazar la
fuerza por la fuerza y, en fin, liquidar un perjuicio tan injusto como
bárbaro”.
En su carta al presidente de la asamblea del Norte, se defendía de la
imputación que se le podía hacer de querer sublevar los esclavos:
“Aprended a apreciar el mérito de un hombre cuya intención es pura.
Cuando he solicitado de la Asamblea Nacional un decreto que he
obtenido en favor de los colonos americanos, de antiguo conocidos bajo
la etiqueta injuriosa de “mestizo”, no incluí en mis reclamaciones la suerte
de los negros que viven en esclavitud. Vosotros y nuestros adversarios
habéis envenenado las gestiones para hacerme caer en desmerito a los
ojos de las personas honradas. No, no, no, señores, no hemos reclamado
más que por una clase de hombres libres, que estaban desde hace dos
siglos bajo el yugo de la opresión. Exigimos la ejecución del decreto de 28
de marzo. Persistimos en su promulgación, no cesamos de repetir a
nuestros amigos que nuestros adversarios son injustos y que no saben
conciliar sus intereses con los nuestros”.
Como era de esperar, tales cartas nada arreglaron. La asamblea provincial del
Norte se reunió en sesión extraordinaria con la convocación de los jefes
militares. Con el pretexto de que Ogé había tomado la iniciativa de una
agrupación ilegal, puso a precio su cabeza. En suma, días más tarde, una
tropa de mil quinientos hombres dispersaba a los amigos del líder mulato, el
cual se refugió en territorio español. Enseguida la asamblea del Norte exigió su
extradición. Las cosas no se enfriaron: entregado, juzgado, condenado, dos
meses más tarde, Ogé era llevado al suplicio con considerandos, memorables:
la corte declaraba a Vincent Ogé convicto de haber premeditado el proyecto de
sublevar a las gentes de color con la complicidad de Chavannes, para
reparación de lo cual, condenaba a:
“los nombrados Vincent Ogé joven cuarterón libre de Dondon, y a Jean-
Baptiste Chavannes, cuarterón libre de la Grande Riviére, a ser conducidos
por el ejecutor de la alta justicia delante de la puerta principal de la iglesia
parroquial de esta ciudad y allí con la cabeza desnuda y en ropón, con la
cuerda al cuello, de rodillas y llevando cada uno en la mano una tea de
cera ardiente de un peso de dos libras, pedir perdón y declarar en voz alta
e inteligible que es malvada, temeraria e imprudentemente cómo come-
tieron los crímenes de los cuales están convictos, que se arrepienten y
piden perdón a Dios, al rey y a la justicia: hecho esto, serán conducidos a
la plaza de armas de esta ciudad, en el lado opuesto al sitio destinado a
la ejecución de los blancos, y allí se les romperán los brazos, piernas,
caderas y riñones, sobre un cadalso que será levantado a estos efectos, y

68
TOUSSAINT LOUVERTURE

allí expuestos por el ejecutor de la alta justicia todo el tiempo que a Dios
le plazca conservarles la vida; hecho esto, les serán cortadas las cabezas
y serán expuestas en postes: a saber, la del nombrado Vincent Ogé, el
joven, en el camino real que lleva a Dondon, y la de Jean-Baptiste
Chavannes, en el camino de la Grande Rivière, frente a la casa Poisson”.
Lo que fue hecho, con minucia infinita y escrupuloso respeto, del ritual, el 25
de febrero de 1791.

69
Aimé Césaire

Capítulo II
UN GRAN DEBATE

Fue sin embargo, del parlamento que tanto daño hiciera a los mulatos que les
llegó el primer vislumbre. Llevando demasiado lejos sus prerrogativas, los
colonos blancos acabaron por inquietar. El decreto del 28 de marzo había
puesto a los colonos y a sus bienes “bajo la salvaguarda de la nación”. La
fórmula era a la vez vaga y noble, pero convenía pasar de la literatura al
derecho. A petición de los colonos se dictó un decreto con fecha 12 de octubre
de 1790 para precisar las cosas. Allí se estipulaba que la asamblea tenia la
intención “de escuchar sus peticiones sobre todas las modificaciones que
podrían proponerse a las leyes prohibitivas del comercio y la firme voluntad de
establecer como artículo constitucional que ninguna ley sobre el estado de las
personas sería decretada para las colonias a no ser por petición expresa y
formal de sus asambleas coloniales”.
En mayo de 1791, los colonos blancos exigieron el cumplimiento de dicha
promesa. El ponente Delattre se mostró apremiante:
“Ya es hora, señores, de cumplir esta promesa importante; debéis hacerlo
para destruir las esperanzas culpables de autonomía, para llevar de
nuevo la calma a las regiones sacudidas y agitadas por los disturbios
políticos. Hay que tranquilizar a las colonias por un decreto positivo; en
fin, es preciso cumplir el compromiso que se hizo con ellas”.
¿Qué esperaban los colonialistas? Ni más. ni menos que reeditar los golpes de
marzo y octubre de 1790, en donde se había visto a una asamblea, manejada
por unos cuantos mañosos, ratificar dócilmente las decisiones de su comité
colonial. A no dudarlo era una ligereza y también era olvidar que se había
producido un nuevo hecho: la efusión de sangre en las colonias con la
consiguiente alarma de la opinión, pública. Además, que ya la asamblea no era
novicia, que quería ver claro y, en todo caso, oír apasionadamente. Delattre
había dicho el por. ¿Pero el contra? Y seguir a Delattre, contentarse con
ratificar las miras del comité nacional, era resignarse a nunca oírlo. Aunque
tardío, fue este deseo honesto de la asamblea lo que abrió la vía al éxito del
abate Grégoire:
“Se nos habla de convertir en acto constitucional el considerando del
decreto del mes de octubre. Observaré de pasada que no es este un
objeto de constitución; pues ese considerando se refiere a la Declaración
de los Derechos del Hombre y se nos propone nada menos que anularlo.
Se nos dice que hay que ser justo con prudencia, confieso que en el
proyecto de decreto que se nos propone, no veo más que un medio de
ser opresor con habilidad, de perpetuar incluso la opresión sobre una
clase de hombres que son libres por naturaleza y por ley y, a los que se
quiere reducir a la esclavitud, librándolos de la dominación de los otros.
Se nos dice que no debemos aplazar, pero después de haber esperado
cuatro meses para presentarnos ese proyecto, bien se puede esperar
cuatro días más para tener la impresión del informe”.

70
TOUSSAINT LOUVERTURE

La intervención de Grégoire era ya un signo de que el embrujo, que en marzo


de 1790 había acallado la discusión del problema colonial estaba roto,
definitivamente roto. A los que aún dudaban, un discurso incisivo de Pétion,
poniendo fin a los gritos de Moreau de Saint-Méry y de Malouet, disipó las
últimas ilusiones. ¿Quién quería sofocar la discusión? ¿Los Amigos de los
Negros? ¡No! ¡Los colonialistas! ¡Los que hablaban sin parar de la necesidad
de decir la verdad sobre las colonias y que se las habían ingeniado todo el
tiempo en “cerrar la boca a los que tenían algo que deciros!”
En cuanto al proyecto de decreto de los comités, proyecto en términos del
cual, para devolver la calma a las colonias, correspondería a los colonos
blancos decretar la suerte de los hombres de color libres, se podía, de creer a
Pétion, resumirlo en una palabra:
“desheredar a los hombres libres de color de sus derechos políticos.
Máxima funesta y deshonrosa:
“Se os propone hoy el acto más humillante, al cual ninguna nación de
Europa querría adherir: cuando dos clases de hombres están divididos
por sus intereses, se quiere hacer de unos jueces de los derechos de los
otros”.
Y una comparación sorprendente hacía sentir el carácter odioso de esta
extraña política:
“Cuando se trató de convocar a los municipios para los estados
generales, ¿creen que la revolución se habría hecho, si los municipios
hubieran consentido que la nobleza y el clero se agolparan sobre los
privilegios de la nobleza y del clero?”
Los aplausos que en ese momento estallaron las tribunas mostraban a Pétion
que había dado en el blanco. Triunfó:
“Pues bien, es la misma cosa que se nos propone para las colonias y pido
que antes de admitir el proyecto del comité, declaréis que no queréis más
libertad que la que os quieran ceder los antiguos privilegiados”.
Acordada la posposición, como la reclamaban Grégoire y Pétion, los blancos
sintieron que su crédito se desmoronaba.
Sobrevino lo peor cuando cuatro días más tarde, el 11 de mayo, comenzó el
verdadero debate. Fue Grégoire quien lo entabló; lo hizo en un discurso
amplio, minucioso y que llegaba lejos. Su análisis de los trastornos coloniales y
el proceso que intentó contra la mayoría colonialista de la asamblea son
verdaderamente vindicativos en su rigor y su pertinencia. Habían sustituido
una política fundada en la justicia y la lealtad por la socarronería y la astucia:
“Nadie se llame a engaño, esta política estrecha sólo tendrá un éxito
momentáneo; y a la postre, las bajezas se revelan y los mismos que
quieren seguir esa marcha oblicua y odiosa son desenmascarados,
descubiertos. Decían a los mulatos: Estáis comprendidos bajo la
denominación de todas las personas; y me acuerdo muy bien que en esta
tribuna, cuando insistía para que las gentes de color fuesen designadas
nominativamente en el artículo IV Barnave a quien interpelo y Charles de

71
Aimé Césaire

Lameth y muchos otros se apresuraron a gritar que se les había incluido


en dicho artículo, que designaba a todos los que eran propietarios. Así
pues se decía a las gentes de color: estáis comprendidos en esas
palabras todas las personas, pero se decía a los blancos: la Asamblea
Nacional no designa a las gentes de color, podéis aumentar ese silencio,
la Asamblea Nacional es dueña de no hablar... ¿Qué ocurrió con esta
doble marcha? Nada más que las querellas y los resentimientos por
ambas partes, las tramas y los opresores, coaligándose con el poder
ejecutivo mediante el cual se prosigue oprimiendo, seguir teniendo bajo el
yugo a los hombres de color, impedirles que se reúnan, interceptar sus
cartas, sofocar sus quejas, aterrar mediante amenazas, incluso por
suplicios a los que podrían reclamar”.
Grégoire terminaba haciendo de la causa mulata la causa misma de la
revolución:
“¡Qué extraña contradicción no sería que tras haber decretado la libertad
de Francia, fueseis por vuestros decretos los opresores de América! Exijo
la cuestión previa sobre el proyecto de decreto que os presenta vuestro
comité, y he aquí lo que propongo sustituir en él:
“La Asamblea Nacional decreta que los hombres de color y negros
libres, propietarios y contribuyentes, están comprendidos en el
artículo IV del decreto del 28 de marzo. Insta a los comisarios
encargados de restablecer la paz en las islas de emplear todos los
medios a su alcance para hacer disfrutar a ¡os hombres de color de
todos los derechos de ciudadanos activos”
Después de una interminable cháchara de Gouy d’Arcy, quien se esforzó por
demostrar que conceder a los mulatos el derecho de ciudad era empeñarse en
una senda peligrosa que no podía, sino llevar a la abolición de la trata y a la
emancipación de los esclavos, y una laboriosa disertación en que Malouet,
trató a fuerza de falsas sutilezas de oponer el interés particular de los hombres
de color al interés general de las colonias, el derecho de los hombres de color
al reconocimiento de sus derechos al derecho más importante de la sociedad
al aplazamiento del ejercicio de esos derechos, se escuchó de nuevo a Pétion.
Apegándose a otras máximas, osaba hacer esta cosa inaudita: la apología de
los hombres de color.
“No sólo la humanidad, la justicia, habla aquí en favor de los hombres de
color, sino incluso la más sana política. ¿Qué son en efecto los hombres
libres de color? Son el baluarte de la libertad en las colonias. Han sido
siempre los primeros en salir en defensa de las colonias; son ellos los
propietarios más interesantes de las colonias. Además de las excelentes
razones que se han dicho sobre este asunto, hay una mucho más
poderosa, y es que allá son ellos los propietarios indígenas. Son ellos los
que cultivan las propiedades que están abandonadas o descuidadas por
los colonos de paso que, para goces efímeros, amasan capitales
inmensos en las colonias; que, después de haber cultivado sus
plantaciones durante algún tiempo, se ven obligados a abandonarlas por
haber forzado la tierra y rendídola estéril”.

72
TOUSSAINT LOUVERTURE

El 12 de mayo, Lanjuináis, en términos de una causticidad implacable, vino a


aportar su contribución a la ofensiva antirracista. Que se sepa, fue el primero
en osar hacer la apología del mestizaje y en mofarse de las pretensiones de
los colonos a la pureza racial:
“Pero, dicen, se requiere una clase intermedia entre los ciudadanos libres
y los esclavos, hay que tener mucho cuidado de que el esclavo no esté
demasiado cerca de su amo. Podría haber efectivamente razones
políticas en presentar así el problema en general; ¿pero es pues posible
acercar más los esclavos a los amos de lo que lo han hecho la
naturaleza, la razón, la ley? ¿Pero los colonos blancos y las gentes de
color no son acaso hijos de la misma madre? ¿No son acaso vuestros
hermanos, vuestros sobrinos, vuestros primos? ¿Tenéis miedo de
acercarlos a vosotros; solicitáis leyes que os los alejen; y no querríais
dejarles compartir vuestros derechos porque no tienen la piel tan blanca
como la de vosotros? Podría decir a muchos de los que esgrimen esas
pretensiones ridículas: miraos en un espejo y decidid”.
Y condenaba por temeraria toda la política seguida hasta ese momento, la
política de defensa de los intereses de los colonos, pues en fin de cuentas si
se temía la rebelión de los blancos, ¿no era también el caso temer un
levantamiento de los hombres de color?
“Cuando ascendéis a los colonos blancos al rango supremo de ser
miembros de la soberanía, ¿rebajaréis a los otros al punto de no ser más
que los esclavos políticos de los colonos blancos? Cundo se está
obligado a confesar que los colonos de color han recibido las mismas
ventajas que los blancos para el cruce de las razas, por los felices efectos
de la naturaleza, que por ahí nos enseña profusamente a menospreciar
los prejuicios; cuando por el cruce de las razas, participan de la fuerza de
los americanos, del espíritu y de la inteligencia que distinguen a los
europeos; cuando poseen vigor, agilidad, industria y todas las cualidades
requeridas para ser ciudadanos activos, ¿los privaríais de esos derechos
que les han sido concedidos por la naturaleza, la ley y la práctica de los
países circunvecinos? Temed una explosión terrible si pronunciáis contra
ellos una exclusión eterna que haga de sus tiranos sus jueces...”
Sobre un camino ya tan preparado Robespierre avanzó. En su discurso hay
Grégoire, Pétion, Lanjuinais, pero todo dicho con una lógica más imperiosa y
con un acento como transfigurado por una fiebre de razón.
Oponiéndose al acostumbrado chantaje que los colonos hacían pesar sobre la
asamblea, señaló, y este parecer resultaría profético, que la política preconizada
por el comité colonial contribuiría, más que ninguna otra a la subversión de las
colonias ya que los mulatos se echarían en brazos de los negros; que por otra
parte poner la suerte de los hombres de color entre las manos de los colonos,
es decir, la suerte del oprimido entre las manos del opresor, era para la
revolución desautorizarse a sí misma y era también una manera de suicidio
moral: “Ante todo, es importante fijar el verdadero estado del problema: éste no
consiste en saber si concederéis los derechos políticos a los ciudadanos de
color, mas si se los conservaréis, pues ya disfrutan de ellos antes de vuestros
decretos. Yo digo, señores, que los hombres de color gozaban de los derechos

73
Aimé Césaire

que los blancos reclaman hoy exclusivamente para ellos, de los derechos
civiles, los únicos de que todos los ciudadanos gozaban antes de la revolución.
La revolución ha concedido los derechos políticos a todos los ciudadanos:
siendo los hombres de color por esta época iguales en derechos a los blancos,
se desprende de ello que han debido recibir los mismos derechos y que la
revolución los ha situado, por la misma naturaleza de las cosas, en el mismo
rango que los hombres blancos, es decir, en los derechos políticos.
”Vuestros precedentes decretos, ¿les fueron quitados? No, pues tendréis
que convenir que habéis dado uno que otorga la calidad de ciudadano
activo a toda persona propietaria en las colonias que pague una
contribución de tres jornadas de trabajo; y como el color nada tiene que
ver en esto, todas las gentes de color que paguen tres jornadas de trabajo
están comprendidas en dicho decreto y por él son reconocidos como
ciudadanos activos.
También observaréis que, después, ningún otro decreto ha derogado a
aquél; que el considerando del decreto del 12 de octubre, del que se ha
querido echar mano en esta discusión, nada dice de lo que se pretende
hacerle decir: lejos de ser favorable a las pretensiones aducidas, las
excluye. Indica que tenéis la intención de no innovar nada en lo que se
refiere al estado de las personas sin la iniciativa de las colonias, es decir,
sin duda de los ciudadanos de las colonias; así pues las gentes de color
siendo ciudadanos de las colonias, y teniendo por las leyes antiguas no
abrogadas por vuestros decretos sobre las cualidades de ciudadano
activo, los mismos derechos que los colonos blancos, deben compartir
esta iniciativa.
Vuestros decretos posteriores no han derogado los primeros”.
Planteado este fundamento, Robespierre pasó a abordar el aspecto político del
problema:
“Veamos ahora cuáles son las razones que os pueden forzar a violar a un
tiempo las leyes y vuestros decretos, y los principios de la justicia y de la
humanidad.
Se os dice que perderéis vuestras colonias si no despojáis a los
ciudadanos libres de color de sus derechos.
¿Y por qué perderíais vuestras colonias? Es porque una parte de los
ciudadanos, los que son llamados blancos, quieren exclusivamente
disfrutar de los derechos de ciudad. Y son esos mismos los que se
atreven a decir por la voz de sus diputados: si no nos atribuís
exclusivamente los derechos políticos, nos sentiremos descontentos;
vuestro decreto llevará el descontento y la turbación a las colonias; puede
tener funestas consecuencias; temed las consecuencias de dicho
descontento.
He aquí pues a un partido faccioso que os amenaza con incendiar
vuestras colonias, romper los lazos que las unen a la metrópoli, si no
confirmáis sus pretensiones.

74
TOUSSAINT LOUVERTURE

Pregunto ante todo a la Asamblea Nacional si es digno de legisladores


hacer transacciones de esta especie con el interés, la avaricia, el orgullo
de una clase de ciudadanos. Pregunto si es acierto político determinarse
por las amenazas de un partido a traficar con los derechos de los
hombres, de la justicia y de la humanidad.
“Seguidamente, señores, me parece que esta objeción amenazadora es
bien débil, ¿y no se podría retorcer contra los mismos que la hacen? Si
por un lado los blancos os hacen esta objeción, los hombres negros por
su lado podrían haceros una semejante y deciros: si nos despojáis de
nuestros derechos, nos sentiremos descontentos, y no pondremos menos
ánimo en defender los derechos sagrados e imprescriptibles que tenemos
de la naturaleza que la obstinación que ponen nuestros adversarios en
querernos despojar de ellos.
Ahora bien, creo que la justa indignación de los hombres libres, que el
ánimo con que defienden su libertad, no es ni menos poderoso, ni menos
formidable que el resentimiento, del orgullo de los que no han obtenido
las injustas ventajas a las cuales aspiraban”.
Argumento que, con el curso de los acontecimientos, debía demostrar el buen
fundamento.
Pero, se dirá, ¿qué se vuelve en todo eso el sistema servil? Robespierre
arriesgaba lo que parecía una paradoja; y por un razonamiento muy moderno,
en el cual sustituía la noción de lucha de razas por la noción de lucha de
clases, se atrevía a sostener que no sería el otorgamiento de los derechos
políticos a los mulatos lo que estremecería el sistema esclavista, sino muy
exactamente todo lo contrario:
“Sigamos en sus detalles las objeciones de este partido de los blancos.
¿En qué se basan para querer despojar a sus conciudadanos de sus
derechos? ¿Cuál es el motivo de esta extrema repugnancia a compartirlos
con sus hermanos? Es que, dicen ellos, si otorgáis la cualidad de
ciudadanos activos a los hombres libres de color, disminuiréis el respeto
de los esclavos por sus amos, lo cual es tanto más peligroso puesto que
sólo pueden conducirlos por el terror.
Objeción absurda. ¿Los derechos que antes ejercían los hombres de
color han tenido influencia sobre la obediencia de los negros? ¿Ellos han
disminuido el imperio de la fuerza que ejercen los amos sobre sus
esclavos?
Mas razonemos en vuestros propios principios.
A las razones victoriosas que han sido dadas contra esta objeción, añado
que la conservación de los derechos políticos que pronunciáis en favor de
las gentes de color propietarias no haría más que fortalecer el poder de
los amos sobre los esclavos.

75
Aimé Césaire

Cuando hayáis dado a todos los ciudadanos de color propietarios y amos


el mismo interés, si no hacéis con ellos más que un solo partido, que
tenga el mismo interés en mantener a los negros en la subordinación, es
evidente que la subordinación será consolidada de un modo todavía más
firme en las colonias.
Si, por el contrario, priváis a los hombres de color de sus derechos, haréis
una escisión entre ellos y los blancos, acercaréis naturalmente a todos los
hombres de color que no tendrán ni los mismos derechos ni los mismos
intereses a defender que los blancos; los acercaréis, digo, a la clase de
los negros; y entonces si se temiera alguna insurrección de parte de los
esclavos contra los amos, es evidente que sería mucho más terrible, ya
que se vería apoyada por los hombres libres de color que no tendrían el
mismo interés en reprimirla porque su causa sería casi común”.
En cuanto a la reunión de un congreso de colonos propuesto por el ponerte,
Robespierre mostraba el carácter chocante del mismo en un acercamiento
cuya sola enunciación aplicaba un hierro caliente en la espalda de! Legislador:
“¿Y de quienes estaría compuesto ese congreso? De colonos blancos, y
serían los blancos los que pedirían que los hombres de color no disfruten
de esos derechos. Entonces, señores, tal cosa sería remitir los hombres
de color a sus adversarios para obtener los derechos que ellos reclaman
y que pretenden que no les pueden arrancar. Así, señores, cuando por
primera vez en Francia se produjo la cuestión de saber si lo, que se
llamaba el tercer estado debía tener una representación igual a la de los
otros dos órdenes, no habría sido un método torpe reunir en una de las
ciudades de Francia un congreso compuesto, mitad por mitad de
eclesiásticos y de nobles, para proponer al gobierno su opinión sobre este
problema”.
Robespierre había dado en el blanco. Bien se echó a ver por el ajetreo de los
que trataron de taponar la brecha. Moreau de Saint-Méry, sin brillantez mas no
sin información articuló una triquiñuela de historiador:
“Se objeta continuamente –quien habla es Moreau de Saint-Méry– que no
se trata de conceder derechos políticos a los hombres de color, sino
mantenerlos en el ejercicio de esos derechos. Es hora, señores, de poner
fin a semejante error que podría desorientar a la asamblea. Cuando se
establecieron las colonias sólo había blancos en ellas. Poco a poco
fueron llegando los esclavos; un poco más tarde se vio nacer una tercera
clase, la de los libertos; hago observar a este respecto que dicha clase no
ha sido producida por el deseo nacional; es enteramente creación de los
colonos. Los hombres de color recibían la manumisión 20 sólo de sus
20
Concesión de la libertad a un esclavo. Manumisión de esclavos, en la antigua Roma, era el
nombre que recibía el proceso de liberar a un esclavo, tras lo cual se convertía en un liberto.
La manumisión fue una práctica común en Roma y sus dominios a lo largo de su historia. Un
esclavo, por afecto, favores prestados, méritos, cualidades personales, buena voluntad del
propietario, podía convertirse en liberto e incluso ser aceptado e incorporado a la alta
sociedad romana, como es caso de algunos libertos imperiales, que por el sistema de
promoción social, así como por su excepcional riqueza o experiencia, alcanzaron la cima de
la escala social llegando a desempeñar cargos políticos gracias al apoyo de la aristocracia
romana. Pero lo más habitual era que se les siguiera viendo como siervos, no permitiéndoles
76
TOUSSAINT LOUVERTURE

amos. Las cosas han existido en este estado hasta la época de 1682 y
1683 en que las colonia; de las islas del Viento se ocuparon de hacer
preparar la ley conocida después bajo el título de Código Negro. A este
efecto se enviaron memorías, y la ley de 1685. es la primera en que el
rey, entonces legislador, haya hablado de manumisión.
Este edicto de 1685 dice en uno de sus artículos que la libertad concedida
a los libertos debería producir sobre ellos los mismos efectos que la
libertad natural; y, sin embargo, en un artículo anterior, el edicto dice que
los libertos estarán obligados a conservar el respeto por sus antiguos
amos.
En 1705 otro edicto señala que todo liberto que haya ocultado a un
esclavo será él mismo vendido como esclavo. Así pues, pregunto si
después de eso se puede asimilar un blanco a un liberto…
He aquí un hecho más concluyente: existía en Santa Domingo desde la
época de 1613 hasta la de la revolución, una asamblea política. Tenía por
objeto regular, cada cinco años, la riqueza imponible. ¡Pues bien! esta
asamblea estaba compuesta en su totalidad por blancos; y nunca se oyó
decir a los hombres de color que ellos debieran ser llamadas a su seno.
En las islas de Sotavento era la misma cosa”.
Después el orador abordó la cuestión de principios.
La izquierda hablaba de los derechos del hombre y del ciudadano, y era afecta
a apoyarse en la filosofía natural. Moreau de Saint-Méry no resistió el fácil
placer de cogerla en flagrante delito de contradicción y en derogación perfecta
con la filosofía natural:
“Se dice que dejar la iniciativa a las asambleas coloniales, es dar a la
nobleza el derecho de deliberar sobre lo que concierne al tercer estado.
Se engañan evidentemente; también había en la colonia privilegiados,
nobles y sacerdotes, y con relación a esto, vuestros principios han sido
adoptados.
Oigo hablar mucho de los derechos naturales por los que quieren la
perfecta asimilación de los hombres de color con los blancos. Pregunto en
qué capítulo del libro de la naturaleza, se ha tratado de ciudadanos
activos”
Sobre esta trama es que Barnave bordó su acostumbrado tejemaneje:
“Diré, señores, que dado el calor con el cual se discute aquí la cuestión,
se creería que por lo menos es la causa de los principios contra la del
interés nacional. ¡Pues bien! señores, ni siquiera es la causa de los
principios, pues los que se niegan, a una medida de prudencia que me
atreveré a decir necesaria, indispensable en las circunstancias, alteran
ellos mismos los principios del modo más importante. Según ellos, no se
puede, sin herirlos, dejar en suspenso durante algún tiempo, con la
olvidar su pasado, y la mayor parte de los libertos simplemente subieron un peldaño en la
estratificación social romana, pasando a formar parte de la plebe y con ello la necesidad de
ganarse la vida con su trabajo, por lo que muchos de ellos siguieron trabajando para sus
anteriores propietarios, ahora patronos.
77
Aimé Césaire

certeza de resolver conforme a la razón, el ejercicio de los derechos


políticos de algunos hombres; pero bien se puede dejar suspender sin
término la libertad civil, individual de seiscientas mil personas (murmullos
prolongados, pasan vanos minutos en una viva agitación).
Es absurdo, cuando se consiente por razones de estado, por razones de
utilidad pública, en dejar a seiscientos mil hombres en la esclavitud, no
querer suspender por algún tiempo mediante una marcha prudente y
conforme a las promesas de la Asamblea Nacional el ejercicio de los
derechos políticos para un corto número de hombres que no estarán
privados de ellos más que momentáneamente”.
Y, cínico añadía: después de todo, ¡qué arriesgamos, los mulatos son los más
débiles!
“Digo que la proposición contraria parte de una profunda ignorancia de los
hechos; que es falso por la experiencia y por el estado de las cosas que
una suspensión relativa a los hombres de color pueda ofrecer alguna
especie de peligro; que, por el contrario, es real, profundamente
verdadero, que un pronunciamiento actual contra la iniciativa prometida a
las colonias causará peligros inmensos, peligros cuyos resultados serían
desastrosos; que es absolutamente falso que sea por el equilibrio de
fuerzas entre los hombres de color y los blancos que hayan existido
disturbios en las colonias, puesto que es sabido que los disturbios que
han existido se han producido sólo entre los blancos; que el único
movimiento de los hombres de color, la única guerra entre los blancos y
ellos es el triste suceso que condujo al trágico fin del infortunado Ogé;
que no habéis visto en ese suceso el supuesto equilibrio de fuerzas; que
ese equilibrio es absolutamente falso; que mi argumento no destruye
razones de justicia, sino que anula las reflexiones políticas que se
oponen, en tanto que es cierto que todas las razones políticas, todas las
razones de prudencia están de nuestro lado; que es un miserable
capricho, indigno de la Asamblea Nacional, exponerse a perder
posesiones que crean la prosperidad francesa”.
Así empezó este importante debate, que iba a durar muchos días más, debate
capital, irritante en sus rodeos, patético en sus titubeos y que en resumen iba
mucho más allá de su objeto. Con el motivo de la cuestión colonial, la
Revolución francesa había empezado a afrontarse a sí misma, y al
confrontarse con los principios que le habían dado nacimiento, a desbastarse,
es decir, a definirse.

78
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo III
UN DESTELLO

El 13 de Mayo, Bouchotte y Dupont de Nemours vinieron a estimular el


esfuerzo anticolonialista.
El discurso de Bouchotte, con su violencia, manifestaba un progreso inmenso y
mostraba que la cuestión colonial, por la conciencia creciente que adquiría la
asamblea en pleno, dejaba de ser el predio de un puñado de especialistas.
Bouchotte torcía y retorcía el hierro del remordimiento de la conciencia de esos
constituyentes que todavía la víspera lidiaban con la tiranía:
“Un honorable miembro, el señor Malouet, pretendía el otro día en esta
misma tribuna que nada se quitaba a los negros y a los mulatos libres,
puesto que no se les había concedido, de acuerdo con las leyes de Luis
XIV y de Luis XV, más que la libertad civil y en modo alguno la libertad
política, y si él no formulaba las conclusiones, al menos nos dejaba inferir
que la libertad política no les era debida.
Así pues, que se nos diga también si alguien ha encontrado en esas
mismas leyes de Luis XIV y de Luis XV una disposición que haya, dado a
vuestros mayores y a vosotros el menor derecho de reclamar esta libertad
política que habéis reconquistado, y que haya limitado vuestra libertad a
reclamaciones puramente civiles amalgamadas con la más completa
servidumbre.
”Si semejante argumento es bueno para remachar las cadenas de las
gentes de color, que se me diga cómo, cuándo se os ha hecho uno
semejante, en el momento en que Francia iba a desenmohecerse, sólo ha
servido para redoblar las fuerzas de los franceses de Europa, para
romper sus cadenas, y cómo podríamos creer que franceses libres en
otro hemisferio no posean un corazón tal como el nuestro, aunque la
envoltura que lo recubre sea de un color un tanto más oscuro”.
Dupont de Nemours, el amigo de La Fayette, dio una mano. Planteó el
problema con una fuerza estremecedora:
“¿Qué oponen a los derechos que tenéis de explicar el sentido de
vuestros decretos sobre el estado de las personas? Oponen las
repugnancias de una pueril vanidad, el deseo de conservar en las
colonias un grado de nobleza más alto, pues, hasta el presente, los
colonos han estado tan lejos de vuestros principios, que todavía poseen
siete órdenes de nobleza como los siete coros de ángeles y de
arcángeles. Poseen los blancos nobles que entre ellos siguen con sus
títulos, algunos de los cuales harían reír en Europa; poseen los grandes
blancos propietarios y los pequeños blancos. Ahora bien, sabed que no
son los que tienen tres pies y cuatro pulgadas de estatura, sino que es un
montón de gente sin patria, sin ley, sin costumbres, entregados a los
vicios más vergonzosos y a los oficios más viles. Esta ínfima clase de
pequeños blancos es la que, en la América, está mucho más orgullosa de
su nobleza blanca que no lo están los verdaderos colonos, los
propietarios más ricos, de igual modo que en Francia los hijos de
79
Aimé Césaire

secretarios del rey eran mucho más rudos señores que los Montmorency.
Por debajo se encuentran los cuarterones, los mestizos, los mulatos, los
negros libres y por último los negros esclavos que son el verdadero
pueblo del país, puesto que es ese pueblo el que cultiva la tierra y
adiestra sus brazos. Ya es bastante que esta profunda llaga hecha por la
esclavitud a la humanidad no pueda ser curada más que por grados. Al
menos no añadamos a esta desigualdad, los defensores de la libertad
humana instituyendo nuevas clases de nobleza cuando ellos han
destruido las que existían en su país”.
¿La extorsión del colono a la secesión? ¿Estaba en la dignidad de la asamblea
pensar en plegarse ante puras baladronadas?
“Se nos amenaza con el resentimiento de esos nobles de ultramar. Desde
que convivimos juntos, todos tenemos la experiencia de que a las
amenazas debamos oponer el desprecio y la intención enérgicamente
pronunciada de rechazar el ataque y castigar a los amenazadores”.
Y Dupont de Nemours se elevaba a una altura en que más tarde sólo debía
alcanzarlo Robespierre:
“No temamos, señores, la separación. Si debiera producirse. si os
encontráis en la apremiante necesidad de sacrificar la justicia o la
humanidad, os diré que vuestro único poder está en la equidad, que si
abandonáis esta base, entonces expondríais la salvación de tantos
trabajos meritorios que habéis hecho por la humanidad, y que así vuestro
interés, el de Europa, el del mundo exigiría que no titubeaseis en el
sacrificio de una colonia más bien que de un principio”.
Inmensa colisión política: de una parte principios muy fuertes por su reciente y
solemne enunciación, por otra parte el poder de los intereses, la fuerza de los
prejuicios, también en los tímidos el temor a aventurarse en una especie de
“térra incógnita” en donde cada paso fuera de la tradición corría el riesgo de
hacer surgir un nuevo peligro…
Esta vez los colonialistas sentirán pasar sobre ellos el viento de la derrota.
Barnave había hablado, pero Barnave, aunque hubiera hablado, seguía siendo
a pesar de todo el hombre del castillo de Vizille, lo cual significa en cierto modo
un hombre revolucionario, tanto que aun cuando negara los derechos de los
mulatos se hacía violencia –y por supuesto, su discurso se había resentido de
esa violencia.
Entonces mandaron a hablar al abate Maury.
El azar entró por muy poco en la designación del abate Maury, el reaccionario
más frenético, que hizo lo que se esperaba de él con un brío que no dificultó
escrúpulo humano alguno ni ninguna sombra de idealismo político. Y, en
efecto, el calor que faltaba a Barnave, el calor de la buena conciencia que
buscaban los colonialistas y la mayoría de la asamblea, un reaccionario franco
y declarado, al que ninguna duda lo había asaltado sobre la validez de los
privilegios, y por lo demás retórico de altura, podía aportarlo.

80
TOUSSAINT LOUVERTURE

Maury empezó por declarar lisa y llanamente que el verdadero problema no


era el de los hombres de color libres, sino el de la manumisión de los negros
por obra de los Amigos de los Negros a los que acusaba de prepararla bajo
cuerda.
¿Y los mulatos? En vano se sublevaban contra su condición: no había modo
de establecer un vínculo entre la libertad de que gozaban y la igualdad que
reclamaban:
“Pongamos como principio fundamental en esta deliberación, que, en
todos los gobiernos antiguos o modernos sabiamente organizados, la ley
ha distinguido los esclavos, los libertos, los hombres libres y los
ciudadanos. Todos estos intervalos políticos están cabalmente señalados
en la legislación, y por doquier encontramos clases intermedias entre la
esclavitud y el derecho de ciudad. Así pues sostengo que el derecho de
ciudad no es una consecuencia necesaria de la libertad”.
De paso, Maury insultaba como sacerdote y lo hacía vilmente:
“Los hombres de color son todos o casi todos el fruto vergonzoso del
libertinaje de sus amos y pido que al deliberar aquí sobre sus
pretensiones, los reduzcamos al menos a la muy poco numerosa clase de
los mulatos que pueden probar legalmente su emancipación y que son
nacidos del legítimo matrimonio de un padre y de una madre libres. Seria
totalmente absurdo que legisladores convencidos de la necesidad de
respetar las costumbres públicas, concediesen la más inmoral protección
al concubinaje por desgracia tan común en las Antillas”.
Y el orador agitaba complacido el espectro de la secesión:
“Se nos ha dicho que los colonos, de verse muy en breve bajo la
dependencia de los hombres de color, irían a solicitar una dominación
extranjera e Inglaterra, que acaso influya más de lo que se piensa sobre
esta deliberación, estaba dispuesta a abrirles los brazos. Debo esperar
que Francia nunca experimentará una desdicha tan grande que la haría
descender al rango de las potencias de segunda fila. Si, señores,
innovadores, si perdéis anualmente más de doscientos millones que
sacáis de vuestras colonias; si os veis obligados a buscar otros recursos
para compensar vuestros desastrosos tratados comerciales, para pagar
cada año cerca de ochenta millones de renta vitalicia que debéis a los
extranjeros, en virtud de vuestros empréstitos; si vuestros negociantes del
Havre, de Nantes, de Burdeos, de Marsella, aplastados de golpe por la
pérdida de más de cuatrocientos millones que vuestras colonias deben al
comercio francés, se viesen ellos mismos condenados a una bancarrota
universal; si no tuvieseis ya el comercio exclusivo de vuestras colonias
para alimentar vuestras manufacturas, conservar vuestra marina,
sostener vuestra agricultura, pagar vuestros canjes, subvenir a vuestras
necesidades suntuarias, tener a favor vuestro la balanza comercial con
Europa y Asia, lo digo sin ambages, y lo digo a vuestros economistas, ya
convictos de otras herejías políticas, el reino se perderá irremisiblemente”.
Así pues, los blancos constituían entre Francia y las colonias los únicos
vínculos válidos, los únicos sólidos:
81
Aimé Césaire

“Los blancos que se esfuerzan por hacérnoslos odiosos son sin embargo
los verdaderos, los únicos vínculos que unen nuestras colonias a la
metrópoli: el día en que vuestras islas no estén ya habitadas y
administradas por los blancos, la Francia dejará de tener colonias; sólo
estarán pobladas por una clase de negros y de mulatos que no son,
dígase lo que se diga, franceses puesto que ni siquiera han visto Francia.
Estos insulares, cuya patria verdadera es el África, acaso mueran de
hambre en el país más fértil del universo al entregarse a la incuria, a la
imprevisión, a la impericia y a la incurable pereza de su carácter”.
¿La conclusión?
La conclusión era que no se podía “investir del poder público” a “esos hombres
de color apenas maduros para la libertad”, y que por tanto lo más prudente era
de poner su suerte entre las manos de sus tiranos.
A la acogida frenética con que el discurso de Maury fue acogido por la
asamblea (fue decretada su impresión) se puede juzgar que los juegos
estaban lejos de ser hechos.
Después de Maury, Monneron, un diputado de las islas, fue útil a los liberales
no haciéndose solidario a los otros diputados coloniales y afirmó que sus
comitentes que eran colonos:
“nunca habían sido bastante insensatos de reservarse como jueces y
partes para dictaminar sobre lo que de hecho está decidido por la
naturaleza (a saber la igualdad de blancos y de mulatos) y que el honor
de la Asamblea Nacional estaba interesado en mantener”.
Su éxito, muy estimulable, no podía ocultar el hecho de que la asamblea nunca
había estado más peloteada, incapaz, bajo la avalancha de discursos
contradictorios, de encontrar un refugio estable. Una feliz torpeza de Moreau
de Saint-Méry permitió a Robespierre intervenir de nuevo.
El diputado de Martinica, fiel a la táctica de Maury, abandonaba por un
momento la cuestión demasiado aventurada de los derechos políticos de los
hombres de color, y planteando la cuestión negra, conminó a la Constituyente
a elegir entre la abolición o la constitucionalización de la esclavitud.
Maniobra singularmente osada, pues ponía precisamente a la asamblea ante
el dilema que había tenido tanto cuidado en evitar:
“El proyecto de los comités ya no puede colmar el deseo de !as colonias,
puesto que es preciso que se explique claramente sobre los esclavos”.
“Sabéis, señores, qué efectos han producido en esta asamblea y en las
colonias las dudas surgidas sobre la redacción del artículo 4 de las
instrucciones del 28 de marzo: ha llegado el momento en que es
indispensable explicarse claramente, y de un modo que ya no permita
dudas. Por tanto no hay que seguir hablando de personas no libres; que
se diga simplemente los esclavos; es la palabra técnica. (Murmullos.) Al
proponer este cambio de redacción, no tengo la debilidad de abdicar lo
que es relativo a los hombres de color; pido igualmente la iniciativa sobre
ellos.

82
TOUSSAINT LOUVERTURE

”He aquí pues mi enmienda: La Asamblea Nacional decreta como artículo


constitucional, que ninguna ley sobre el estado de los esclavos en las
colonias de América podrá ser hecha por el cuerpo legislativo más que
por petición formal y espontánea de sus asambleas coloniales”.
La ocasión era demasiado tentadora para no ser cogida al vuelo. La réplica de
Robespierre fue fulminante: merece ser citada en su totalidad:
“Desde el momento que en uno de vuestros decretos pronunciéis la
palabra esclavos, habréis pronunciado vuestro propio deshonor y el
derrumbamiento de vuestra constitución.
”Me quejo en nombre de la asamblea misma, de que no contento de
obtener de ella todo cuanto se desea, también se quiere forzarla a
concederlo de un modo deshonroso para ella y que desmiente todos sus
principios.
”Si pudiera sospechar que entre los adversarios de los hombres de color,
se encontrara algún enemigo secreto de la libertad y de la constitución,
creería que se ha tratado de procurarse un medio de atacar, siempre con
éxito, vuestros decretos para debilitar vuestros principios, para que un día
se os pueda decir, cuando se trate del interés directo de la metrópoli: nos
alegáis sin descanso la Declaración de los Derechos del Hombre, los
principios de la libertad y vosotros habéis creído tan poco en ellos, que
habéis decretado constitucionalmente la esclavitud. El interés supremo de
la nación y de las colonias es que permanezcáis libres y que no
derroquéis con vuestras propias manos las bases de la libertad. Perezcan
las colonias si debe costaros vuestra dicha, vuestra gloria, vuestra
libertad. Lo repito: Perezcan las colonias si los colonos quieren, mediante
amenazas, forzarnos a decretar lo que más conviene a sus intereses.
Declaro en nombre de la asamblea, en nombre de aquello; miembros de
esta asamblea que no quieren derrocar la constitución, en nombre de
toda la nación que quiere ser libre, que no sacrificaremos por los
diputados de las colonias ni a la nación ni a las colonias, ni a la
humanidad entera”.
Paso enorme: por primera vez el problema se planteaba en toda su amplitud y
en su verdadera dimensión. El problema colonial. Pero también el problema de
la revolución misma. Hasta ese momento la revolución se presentaba como un
bloque. El debate colonial introdujo en la revolución su propia contradicción,
por tanto una línea nodal: de un lado, los que quieren detener la revolución; del
otro los que quieren continuarla y extenderla. Por ahí la revolución se revela a
si misma: toma conciencia de que ella no es más que una, pero doble; es
decir, que ella está rica de un devenir y henchida de una historia.

83
Aimé Césaire

Capítulo IV
UN DESTELLO QUE SE APAGA

¿Dónde iba a detenerse el movimiento pendular de la Constituyente?


Los días pasaban; el informe, el apasionante debate continuaba...
El 14, los mulatos tomaron una audaz decisión.
Raymond, en nombre de ellos, pidió ser recibido por la Asamblea Nacional:
“Señor Presidente.
”En nombre de la justicia, de la humanidad y del interés mismo de Francia
y de sus colonias, os conjuramos tengáis a bien escucharnos antes de
producir una decisión sobre la suerte de nuestros desdichados hermanos.
”Hasta el presente no tenéis otras ideas sobre los particulares que los
expuestos en el informe de los colonos blancos; no nos será difícil probar
las inexactitudes que ellos han adelantado. ¿Seríamos juzgados sin ser
oídos? No podemos creerlo. Estamos dispuestos a aparecer ante la
asamblea, estamos a las puertas de esta sala y esperamos que los
diputados de esta asamblea tengan a bien hacérnoslas
Firmado: Raymond,
Por los cinco comisarios de color”.

Su discurso fue hábil.


Habló de la importancia numérica del elemento mulato, precisó que en Santo
Domingo detentaba la tercera parte de las tierras y la cuarta de los esclavos;
señaló su papel militar, papel que la guerra de América había puesto en
evidencia; hizo una interesante exposición histórica de sus propias
conversaciones con la corte antes de 1789…
Pasando a las reivindicaciones presentes, se apresuraba a tranquilizar a los
blancos, presentando, por cierto muy odiosamente, a los hombres de color
como los mejores garantes del orden esclavista:
“He tenido el honor de deciros, señores, que ellos poseen una cuarta
parte de los esclavos, una tercera de las tierras. Así pues, si tienen
posesiones, están interesados en conservarlas y en mantener los
esclavos que tienen.
”Ha parecido que se os hacía temer los esclavos; se ha dicho: si le
admitís a los hombres de color los derechos de los ciudadanos activos,
los esclavos querrán sacudir el yugo. ¿Por qué este temor? Si es espíritu
de imitación, el primer esclavo manumitido hubiera abierto la puerta a
todos los demás.
”Creo, señores, haber tenido el honor de probaros que la clase de las
gentes de color es infinitamente más considerable de lo que se os ha
dicho y que es infinitamente más útil de lo que pensáis, que incluso debe
ser interés de los colonos el conceder derechos a los hombres de color
por la sencilla razón de que concediéndoles más derechos, más bienestar,
84
TOUSSAINT LOUVERTURE

más se los atraerán; que aun cuando los negros quisieran rebelarse, no
podrían, porque las personas de color interesadas en mantenerlos en la
esclavitud, se unirían a los blancos formando entonces una sola clase.
”De acuerdo con esto pido a la asamblea que tenga a bien estatuir sobre
la suerte de los hombres libres propietarios, y que esté persuadida de que
encontrará en ellos a hijos que jamás olvidarán el servicio y el estado a
que los habrá llevado”.
Esta embestida se hacía en el momento oportuno.
Permitió a Grégoire refutar un argumento de Moreau de Saint-Méry quien, en
días precedentes, había hecho impresión:
“Uno de los preopinantes, se trata, creo de Moreau de Saint-Méry ha
hecho una objeción sacada de que en Francia tenemos ciudadanos que
no disfrutan de los derechos de los ciudadanos activos. Existe una gran
disparidad: en Francia, el estado de ciudadano activo es una desigualdad
pecuniaria que cada cual puede esperar salvar y, en cambio, en las
colonias, esta desigualdad resulta de la diferencia de color que es
insuperable. En Francia, la desigualdad marcada no es visible, no está
grabada en la frente, no crea, de una parte, la insolencia y la humillación
de la obra, en cambio, en las colonias, esta desigualdad está grabada en
la frente del hombre mismo y el hombre no puede escapar a la
humillación”.
Terminaba haciendo una advertencia patética:
“Se ha invocado la política: os podría decir, señores, que jamás se puede
ser político si no es por la justicia; que la justicia, tanto para los imperios
como para los individuos, es verdaderamente un punto fijo y que la
estabilidad de los estados sólo resultará del perfecto acuerdo entre los
principios del gobierno y los de la justicia”.
¡Acuerdo entre los principios de gobierno y el espíritu de justicia! ¿Qué no
podrá hacerse con las palabras?
Esto era a lo que, oyéndolos, tendía la política preconizada por los colonialistas
más acérrimos.
Es lo que afirmaron muy seriamente un Moreau de Saint-Méry (“sería hacer
una injuria gratuita a los colonos”, explicaba, suponerlos “incapaces de sentir
por sí mismos” lo que era razonable “hacer en favor de los hombres de color”)
y –decididamente Tartufo hacía escuela– un Malouet, cauteloso en extremo.
Hacía en el interior del prejuicio de color una distinción sutil entre un “prejuicio
de vanidad”, ese inadmisible del pequeño blanco con respecto a los hombres
de color y otro, un “prejuicio social”, legítimo ese de los grandes blancos
propietarios; de todo lo cual resultaba que había dos subordinaciones: una de
“servidumbre”, condenable y una de “diferencia” perfectamente normal.
Terminaba este ejercicio de casuística con una profesión de fe que iba lejos, y
un solemne repudio de la idea de igualdad:

85
Aimé Césaire

“Concluyo que se debe decidir este asunto con ventaja para la justicia.
Ahora bien, emplazo a la justicia en el principio de que los hombres de
color, como el resto de los ciudadanos, deben ser preservados de toda
opresión, emplazo a la justicia a convenir que ellos no deben ser privados
indefinidamente de los derechos de ciudadanos activos. Pero la justicia
no consiste, nunca ha consistido, en conceder el ejercicio de los derechos
políticos indistintamente a todos los hombres.
“Si la justicia consistiera en la igualdad política para todos los hombres sin
distinción, ya no habría gobierno en este momento, y ciertamente no
podéis discutir este nuevo principio... Señores, si la máxima que ayer oí
profesar en esta asamblea era verdaderamente el espíritu de la asamblea
–pero indudablemente no lo creo– si era cierto que fuera igual, que
incluso fuera conveniente sacrificar las colonias a un principo, pediría que
la discusión se cerrara y escucharía, en un silencio teñido de miedo, el
decreto que váis a lanzar”.
Ante lo contundente de la respuesta de Robespierre, Moreau de Saint-Méry se
batió prudentemente en retirada:
“No se trata de pelear por palabras persuadido de que las cosas han sido
bien comprendidas, que son tal como yo mismo las entiendo, retiro la
enmienda de la palabra esclavo”.
Tenía razón: poco importaba la palabra... Y de hecho, enmendado, el artículo
del comité colonial decía exactamente la misma cosa:
“La Asamblea Nacional decreta, como artículo constitucional que ninguna
ley sobre el estado de las personas no libres no podrá ser hecho por el
cuerpo legislativo, para las colonias, más que a petición formal y
espontánea de las asambleas coloniales”.
Después de tres días de debate, la asamblea ratificaba…
Era algo grave: una asamblea electa para constitucionalizar la libertad,
acababa por constitucionalizar la esclavitud más abominable…
En el horizonte de todos los hombres, acababa de extinguirse un gran destello.

86
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulos V
UNA ENMIENDA POR CANSANCIO

Los “derechos del hombre” duramente mellados, los principios mismos de la


revolución conculcados, el pseudo-realismo político victorioso vieron, en los
días venideros, a los hombres de color y a sus partidarios agitarse entre los
escombros para tratar al menos de salvar algo.
En una nueva carta a la asamblea, Raymond, cansado de suplicar, amenazaba:
“Señor presidente:
”Después de haber permanecido, hasta el presente día bajo la opresión
de los colonos blancos, nos atreveremos a esperar que no reclamaremos
en vano cerca de la Asamblea Nacional los derechos que ésta ha
declarado que pertenecen a todos los hombres.
”Si nuestras justas reclamaciones, si los infortunios, si las calumnias que
hasta el presente hemos experimentado bajo la legislación de los colonos
blancos, si en fin las verdades que hemos tenido el honor de presentar
ayer al estrado de la asamblea no pueden pesar sobre las pretensiones
injustas de los colonos blancos, es decir, pretender ser sin nuestra
participación nuestros legisladores, suplicamos a la asamblea que no
acabe de despojarnos del poco de libertad que nos queda, es decir, poder
abandonar una tierra regada con la sangre de nuestros hermanos y
permitirnos huir del cuchillo afilado de leyes que se disponen a preparar
contra nosotros.
”Si la asamblea se decide a producir una ley que haga defender nuestra
suerte de veintinueve blancos, enemigos decididos nuestros, pedimos
que se añada, como enmienda al decreto que sería dado en esta
hipótesis, que los hombres de color libres puedan emigrar con su fortuna
sin que puedan ser molestados ni impedidos por los blancos, (Murmullos
y aplausos.)
”He ahí, señor presidente, el último atrincheramiento que nos quedará
para escapar a la venganza de los colonos blancos de quienes estamos
amenazados, por no haber cesado de reclamar cerca de la asamblea los
derechos que la misma había declarado que pertenecen a todos los
hombres. (Aplausos de la izquierda y en las tribunas.)
Firmado: Raymond’”.

Este debate tan movido hubiera podido proseguir aún por largo tiempo si la
irresolución de la mayor parte de la asamblea y el cansancio general no
hubieran preparado las vías del compromiso.
Por el cauce que tomaban los asuntos, Rewbell, diputado de Colmar, creyó
que lo mejor era transigir. Propuso una enmienda:
“La Asamblea Nacional decreta que el cuerpo legislativo no deliberará
nunca sobre el estado político de las gentes de color nacidas de padre y
madre libres, sin el voto previo, libre y espontáneo de los colonos; que las
87
Aimé Césaire

asambleas coloniales actualmente existentes subsistirán, pero que las


gentes de color nacidas de padre y madre libres serán admitidas en todas
las asambleas parroquiales y coloniales futuras, si es que poseen los
requisitos requeridos”.
Era poco. Vale decir mucho para unos y muy poco para otros. Para Barnave,
mucho sin duda.
Experto cínico en sabotaje, Barnave osó proclamar que si la enmienda de
Rewbell era votada, no sería ejecutada:
“Digo que si la Asamblea Nacional, a pesar de estas consideraciones,
produce hoy un decreto conforme a la enmienda que le ha sido
propuesta, es de temer grandemente que no sea ejecutado; que en el
término de seis meses, incluso antes, los gobernadores de las colonias os
anuncien que en la situación en que ellas están, en la fermentación que
vuestro decreto habrá causado, ellos ni siquiera se atreverán a promulgarlo.
(Murmullos de la izquierda.)
”Vuestro decreto sublevaría, enconaría aún más los celos y los odios que
pueden existir entre las dos clases que hubierais querido asimilar. Con tal
proceder anuláis el bien esencial, la base fundamental del régimen
colonial que es el espíritu de reconocimiento de parte de una clase hacia
la otra”.
Por su parte el abate Maury se acordó de su estado y encontró escandaloso
que no se precisara en el texto que los hombres de color en cuestión deberían
ser nacidos de padre y madre libres y de legítimo nacimiento:
“Las precauciones que debe tomar el legislador para asegurar la justicia y
las buenas costumbres me impulsan a proponeros por subenmienda dos
disposiciones. Pido que la Asamblea Nacional no se limite a indicar en su
decreto las gentes de color nacidas de padre y madre libres, sino que
para probar el gran respeto del que ella está penetrada por todas las
grandes ideas morales sobre las cuales se funda la dicha de la sociedad,
añada: nacidos de padre y de madre libres en legítimo matrimonio. Pido,
señores, dos condiciones: la primera es que las gentes de color sean
nacidos de legítimo matrimonio; la segunda es que estén en condiciones
de probar el estado de libertad de su padre y madre”.
Otra oposición, y ésta perfectamente legítima y fundada en muy diferentes
principios, procedía de Robespierre:
“Es imposible sacrificar a tales terrores, a semejantes sofismas, los
derechos más sagrados de la humanidad y los principios más preciados
de nuestra constitución. Así pues estoy lejos de apoyar desde ese punto
de vista la enmienda de Rewbell. Por el contrario siento que no puedo
adoptar dicha enmienda. Siento que estoy aquí para defender los
derechos de los hombres de color en América, y en toda su extensión;
que no me es permitido, que no puedo sin exponerme a un cruel
remordimiento, sacrificar una parte de esos hombres a una porción de
esos mismos hombres.

88
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Ahora bien reconozco los mismos derechos a todos los hombres libres
nacidos de cualquier padre y concluyo que hay que admitir el principio en
su totalidad. Creo que cada miembro de esta asamblea se da cuenta de
que ya ha hecho demasiado consagrando constitucionalmente la esclavitud
en las colonias”.
Todo esto era perfectamente cierto... Pero también era cierto que de una
asamblea reticente, la izquierda podía difícilmente sacar algo más. Tanto que,
en definitiva, en el voto de esta enmienda tan moderada, terminó por ver una
victoria…
Y por cierto, era una victoria... Una victoria truncada, mutilada, pero en fin una
victoria: por vez primera el legislador europeo osaba poner en tela de juicio el
buen fundamento y el carácter sacrosanto del privilegio de la piel; por vez
primera el muro de un privilegio hasta ese momento indiscutido, el privilegio
racial, se descascaraba. La cosa considerable, a pesar de las reservas
justificadas de Robespierre, era eso, y estaba henchida de infinitas
prolongaciones. En la ley votada había a la vez simiente y residuo. Lo más
importante era la simiente.

89
Aimé Césaire

Capítulo VI
LA REVANCHA DE BARNAVE

Por una vez pues, la primera, los ensoberbecidos colonos eran discutidos,
ridiculizados, llevados al banco de la razón. Por una vez la bruma mágica con
la cual se habían envuelto hasta el presente, se disipaba.
En todo caso, con su exasperación, con su rabia, muy sinceras, representaron
como actores consumados.
Para forzar la voluntad nacional, gritos, vociferaciones, amenazas, todo eso
fue magistralmente orquestado por un lobby activo, en cuya primera fila se
mostraba Barnave.
Fue una verdadera conspiración: pontífices indignados a los cuales no se
habría secundado, grandes colonos sofocados por una indignación tal que se
hubiera pedido poner en duda la legitimidad de sus privilegios, negociantes
enloquecidos ante la idea de perder sus capitales, también algunos sabios
deslizados en escena.
El estreno fue la muy espectacular salida de los diputados coloniales.
“Señor Presidente:
“Vamos a dirigir a nuestros comitentes el decreto que la Asamblea
Nacional dictó en la mañana de ayer y el cual concierne a las gentes de
color y negros libres. En el actual estado de cosas, estimamos nuestro
deber abstenernos de las sesiones de la asamblea y os rogamos le
comuniquéis nuestra decisión”.
En estos términos cogidos con pinzas es que los señores Gouy d’Arsy,
Reynaud de Perigny y algunas otras celebridades de Santo Domingo
significaban al legislador que en lo adelante la asamblea se privaría de sus
talentos.
"Los señores Nadal, Gualbert, Curt, diputados por Guadalupe, no
quisieron ser menos:
“Señor Presidente,
”El decreto que la asamblea dictó en la mañana de ayer, concerniente a
los hombres de color libres, nos obliga a abstenernos de sus sesiones.
“Firmado: Nadal, Gualbert, De Curt”.
A Moreau de Saint-Méry y Arthur Dillon sólo les quedaba ajustar su conducta a
la de ellos. Segunda puesta en escena: el noble furor de Santo Domingo.
Para darle tiempo a desenrollar sus volutas, ministros y diputados se las
habían arreglado para obstaculizar la expedición del decreto. Debía ir
acompañado de una instrucción. Pasaron los meses. La instrucción nunca
estaba lista. Entonces, como por azar, de Santo Domingo llegaron noticias
trágicas, supertrágicas. Todo el mundo protestaba. El gobernador Blanchelande
protestaba jurando que no había que contar con él para derramar la sangre de
los blancos.

90
TOUSSAINT LOUVERTURE

La asamblea provincial del Norte suplicaba:


“Solicitamos de vosotros la revocación de vuestro decreto de mayo 15,
porque afecta la subordinación de los esclavos... De tener jugar, el primer
cumplimiento del decreto sería desastroso; todos los corazones están
heridos; las agitaciones de que somos testigos pueden ser causa de una
explosión general... en ese caso nos tendremos que enfrentar con una
resistencia desesperada y la colonia se convertirá en un vasto sepulcro”.
La asamblea parroquial del Gros-Morne amenazaba y expresaba su indignación
con alaridos histéricos:
”Considerando que los decretos de los días 13 y 15 de mayo de 1791
constituyen una infracción de los decretos de los días 8 y 12 de octubre
del pasado año, es un perjurio nacional y un nuevo crimen a añadir a
tantos otros;
”Considerando que la colonia, indignamente engañada, no puede en lo
sucesivo seguir acordando su confianza a los actos de una asamblea que
se degrada al punto de convertirse ella misma en la violación de sus
propias leyes decretadas; considerando que tal exceso no permite
presumir que ningún freno político, ningún pudor, puedan detener su
marcha criminal y que las colonias deben temerlo todo de las delibera-
ciones ulteriores de una asamblea que es el complemento de todas las
destrucciones posibles;
”Considerando que la colonia se ha dado a la Francia de antaño; y no a la
de hoy, o actual, que habiendo cambiado las condiciones del tratado el
pacto está anulado;
”Considerando que los principios constitucionales del gobierno de Francia
son destructivos de todos los que convienen a la constitución de las
colonias, la cual es violada por adelantado por la Declaración de los
Derechos del Hombre; considerando en fin que la conservación de la
colonia depende de la unión de todos los colonos y de su resistencia por
la fuerza contra los enemigos de su tranquilidad;
”Los habitantes aquí reunidos protestan contra todo cuanto ha sido hecho
y decretado por la Asamblea Nacional contra las colonias y particular-
mente contra la de Santo Domingo y contra todo cuanto ella hará o
decretará en lo sucesivo, protestan contra los decretos de los días 13 y 15
de mayo último y contra la admisión en la colonia de comisarios que la
Asamblea Nacional pretende enviar, juran todos por su honor, en
presencia del Dios de los ejércitos, que invocan al pie de su santuario y
hacia el cual están prosternados, de rechazar por la fuerza y perecer
sobre las ruinas amontonadas de sus propiedades antes que sufrir tal
menoscabo de sus deberes, de los cuales depende el mantenimiento
político de la colonia;

91
Aimé Césaire

”Ordenamos a aquéllos que se pretenden sus diputados en la Asamblea


Nacional que se retiren; invitamos a todos los colonos residentes en
Francia que vuelvan a la colonia para sostener y defender sus derechos y
cooperen en la magna obra de las leyes que deben regirla de ahora en lo
adelante con independencia de las de Francia”.
Entonces por la asamblea pasó un soplo de pánico y Barnave lo aprovechó.
Dándoselas de maestro que condesciende a exponer a sus alumnos cómo se
explica la regla de la sana política colonial, Barnave (23 de setiembre de
1791), con una evidente complacencia, describió los disturbios de Santo
Domingo en los cuales pretendía ver una consecuencia de los decretos de
mayo:
“La llegada del decreto a Santo Domingo ha producido allí los efectos que
paso a describir: Santo Domingo estaba dividido en dos partidos, uno de
los cuales había adoptado y defendido los decretos de la nación y, el otro
los había trasgredido y hasta había, a este respecto, merecido una
represión severa de parte de la asamblea. Los dos partidos se han
reunido en el espíritu de oposición al decreto: el mismo espíritu ha
reinado en todas partes de la colonia, las medidas han llegado al punto de
hacer prestar juramento a las tropas francesas que se encontraban en los
diferentes cuarteles de Santo Domingo, no sólo de no obrar en lo que se
refiere a la ejecución del decreto, sino proceder directamente contra su
ejecución; las medidas han sido llevadas hasta forzar a los diferentes
comandantes a dar las mismas promesas y han sido redactadas
diferentes instancias en diferentes cuarteles. La del Norte ha sido
respetuosa, aunque extremadamente firme en su oposición, las otras son
de naturaleza tal que no podrían ser leídas en esta asamblea; en fin tal ha
sido el efecto del decreto, la impresión que ha causado en los hombres de
color ha sido tan fuerte en razón quizás del enojo que inspiraba a los
blancos o del interés que algunos hombres de color propietarios podían
ver en ese decreto para la conservación de sus esclavos, que en muchos
lugares de la colonia, particularmente, en el de la Grande-Rivière y los
cercanos a Port-au-Prince, los hombres de color han tomado acuerdos
por los cuales renuncian por ellos mismos al efecto, a los beneficios del
decreto y hasta parecen oponerle una especie de resistencia”.
Era esa la situación existente. El futuro, de creer a Barnave, era todavía más
amenazador: irritados contra las decisiones de la Asamblea Nacional, los
colonos pensaban –¡horror!– en volverse atrás en el compromiso de marzo, es
decir, a replantear el pacto colonial. Barnave, para extraviar más a la
asamblea, la llevaba por un laborioso dédalo de deducciones:
“Según los decretos promulgados, las colonias o al menos Santo
Domingo está persuadido, por una parte, que el régimen interior ha sido
trastrocado, que los medios de conservación están abolidos y, por
consiguiente, no hay obstáculos que no esté decidido a oponerles; por
otra parte, están persuadidos, porque habían creído anteriormente que la
Asamblea Nacional había prometido no tocar a este objeto, están
persuadidos, digo, que ha faltado a lo que se les había anunciado; en
consecuencia, si el decreto, subversivo a sus ojos, les desespera, la falta

92
TOUSSAINT LOUVERTURE

de fe que ellos creen ver en él, no les inspira menos terror para el futuro;
creen percibir en este acto no sólo los peligros indirectos que resultan de
los derechos de los ciudadanos activos concedidos a los hombres de
color, sino el peligro próximo de una gestión del cuerpo legislativo, que
habiendo faltado ya a sus promesas, puede llegar a atacar directamente e
inmediatamente el régimen colonial por la manumisión de los esclavos.
Sea lo que fuere de estas ideas, he aquí naturalmente donde ellas deben
llevarlos a pedir que el cuerpo legislativo no tome ninguna parte en sus
leyes del régimen interior, visto que hoy día está demostrado que él no
puede inmiscuirse sin gravísimos peligros para la colonia; es que
habiendo una vez establecido en su espíritu que el cuerpo legislativo no
puede tomar parte en su régimen interior, sacan de ello una primera
consecuencia y es que las colonias no deben estar representadas en el
cuerpo legislativo, puesto que él no hace sus leyes; y del hecho de que
las colonias no estén representadas en el cuerpo legislativo, sacan esta
segunda consecuencia de que el cuerpo legislativo no puede hacer sus
leyes de comercio, visto que ningún francés no está obligado más que a
la ejecución de las leyes que ha hecho por él o por sus representantes.
“No hay que estimar este razonamiento extraordinario e imposible puesto
que ya lo habían hecho y, no es otra cosa que el sistema de los decretos
del 28 de mayo presentado por la asamblea colonial de Santo Domingo,
la cual se daba todas las leyes del régimen interior, sin someterse a la
sanción para la ejecución provisional y quería que las leyes del régimen
exterior, es decir, las leyes de comercio, fuesen respectivamente consen-
tidas entre la colonia y la metrópoli”.
Ante estos peligros sólo había un partido a seguir: volver a la solución que
siempre había sido la de Barnave, es decir, dejar a los colonos la legislación
interior de las colonias, para conservar más seguro entre las manos de la
metrópoli la legislación exterior y las leyes del comercio:
“Hay en todos los sistemas coloniales posibles dos puntos invariables por
su esencia, porque encerrando el interés nacional y el de las colonias,
son ellos necesariamente la base de las relaciones que las naciones
europeas y las colonias pueden tener entre sí: hemos estimado que si nos
pronunciamos hoy sobre estos puntos, haríamos justicia a cada uno,
haríamos cesar de una vez por todas las esperanzas ilegítimas sobre el
régimen exterior y los temores legítimos sobre el régimen interior. Así
pues os propondremos decretar dos bases fundamentales: una, que las
leyes del régimen exterior de las colonias estarán continuamente en la
competencia del cuerpo legislativo, bajo la sanción real y que a este
respecto las colonias no pueden hacer más que peticiones que, en ningún
caso, podrán ser convertidas en reglamentos provisionales en las
colonias; otra, que las leyes sobre el estado de las personas serán
hechas por las asambleas coloniales y ejecutadas provisionalmente de
acuerdo con la sanción del gobernador y directamente llevadas a la
sanción real”.
El orador consagraba todo el resto de su discurso a legitimar este segundo
punto.

93
Aimé Césaire

Jamás el cinismo había ido tan lejos. Se habla del siglo XVIII como de un siglo
enamorado de las ideas abstractas, pero a menudo se olvida que junto a este
siglo hay otro, ése que por Montesquieu remonta hasta Maquiavelo.
Así pues, abordando el problema del régimen interior de las colonias, a
Barnave le parece que dicho régimen descansa por entero sobre un cúmulo
armonioso de prejuicios necesarios:
“El régimen interior de las colonias, su existencia, la tranquilidad que reina
en ellas, no pueden ser consideradas sino como un edificio ficticio o
sobrenatural, pues la suficiencia de los medios materiales y mecánicos
falta allí en lo absoluto.”
“Santo Domingo, al mismo tiempo que es la primera colonia del mundo, la
más rica y más productiva, es también aquélla en que la población de los
hombres libres está en menor proporción con los que están privados de
su libertad. En Santo Domingo cerca de cuatrocientos cincuenta mil
esclavos están frenados por cerca de treinta mil blancos y los esclavos no
pueden ser considerados como desarmados, pues son hombres que
trabajan en el cultivo de la tierra, que tienen siempre instrumentos en sus
manos, siempre poseen armas; es pues físicamente imposible que el
pequeño número de blancos pueda contener a una tan considerable
población de esclavos, si el medio moral no viniera a apoyar los medios
físicos”.
Pero, se dirá, ¿en qué consiste ese medio moral? Es el inmoral prejuicio del
color:
“Este medio moral está en la opinión, que pone una distancia inmensa
entre el hombre negro y el hombre de color, entre el hombre de color y el
hombre blanco, en la opinión que separa absolutamente la raza de los
ingenuos de los descendientes de esclavos, a cualquier distancia que se
encuentren.
”Es en ésta opinión que está el sostén del régimen de las colonias y la
base de su tranquilidad. Desde el momento en que el negro, que no
siendo ilustrado sólo puede ser conducido por prejuicios palpables, por
razones que impresionan sus sentidos o que están mezcladas a sus
hábitos; desde el momento en que pueda creer que es el igual del blanco,
al menos que el que está en el medio es el igual del blanco, desde
entonces se hace imposible calcular el efecto de ese cambio de opinión.
“Hay pues que convencerse bien que ya no habrá tranquilidad ni
existencia en las colonias, si se atenta a esos medios de opinión, a los
prejuicios que son las únicas salvaguardas de esta existencia. Este
régimen es absurdo, pero está establecido y no se le puede tocar
bruscamente sin desencadenar los más grandes desastres. Este régimen
es opresivo, pero logra que en Francia permanezcan millones de
hombres. Este régimen es bárbaro, pero seria mayor barbarie querer
ponerle encima la mano sin poseer los conocimientos necesarios”.

94
TOUSSAINT LOUVERTURE

Para ser cínica, la argumentación no carecía de habilidad. La abolición de la


esclavitud... la Constituyente, es un hecho, había retrocedido ante ella de
manera unánime. Barnave se consagraba con esta injusticia primera:
“Pregunto si, cuando la Asamblea Nacional llevada por un gran interés
nacional y por la imposibilidad de hacer tales cambios sin un
desquiciamiento absoluto, estimó que podía consagrar, por un decreto
constitucional, la esclavitud de más de seiscientas mil personas, puede
ahora titubear en sacrificar a ese mismo interés nacional, a esa misma
tranquilidad de que el estado de los hombres de color es la causa
intermediaria, pero necesaria, pregunto si la Asamblea Nacional puede
titubear en sacrificar a tan grandes intereses, no la privación perpetua, sin
duda, sino la privación progresiva en un pequeñísimo número de
individuos de los derechos políticos, de los que muchos millones de
hombres están privados en Francia”.
Para terminar, Barnave proponía el siguiente proyecto de decreto:
“La Asamblea Nacional constituyente queriendo, antes de terminar sus
trabajos, asegurar de un modo invariable la tranquilidad interior de las
colonias y las ventajas que Francia obtiene de esas importantes
posesiones, decreta como artículos constitucionales para las colonias lo
que sigue:
Artículo primero. La Asamblea Nacional legislativa estatuirá, exclusiva-
mente, con la sanción del rey sobre el régimen exterior de las colonias.
En consecuencia hará:
1) las leyes que regulan las relaciones comerciales de las colonias
2) las leyes que conciernen a la defensa de las colonias.
Artículo segundo. Las asambleas coloniales podrán hacer, sobre los
mismos objetos, todas las peticiones de representaciones pero sólo serán
consideradas como simples peticiones.
Artículo tercero. (Y era el único verdaderamente importante ’ése para el
cual únicamente parecía hecho el decreto’ debía decir de Tracy). Las
leyes que conciernan el estado de las personas no libres y el estado
político de los hombres de color y negros libres, así como los reglamentos
relativos a la ejecución de esas mismas leyes, serán hechas por las
asambleas coloniales, se ejecutarán provisoriamente con la aprobación
de los gobernadores de las colonias y serán llevadas directamente a la
sanción del rey, sin que ningún decreto anterior pueda obstaculizar el
pleno ejercicio del derecho conferido por el presente artículo a las
asambleas coloniales”,
Destutt de Tracy esbozó una contraofensiva. Sostuvo que ante la arrogancia
de los colonos sólo valdría una política de firmeza:
“Los señores colonos blancas de Santo Domingo quieren a todo trance
ser los amo; de la isla... Digo que las gentes de color, sacadas por
nosotros de la opresión, serán nuestros aliados naturales y que no es
justo ni político abandonarlos.

95
Aimé Césaire

¿Es serio que veinticuatro mil blancos establecidos en Santo Domingo,


odiados por veinte mil mulatos a los que oprimen, embarazados con
cuatrocientos mil esclavos de los que están condenados a temer
eternamente el menor movimiento; es serio, repito, que hablen de oponer
sus propias fuerzas a las de Francia, de Francia que con una palabra
podría aplastarlos?
Si algo sostienen las oposiciones en Santo Domingo, es la especie de
vacilación y la ambigüedad de algunos de vuestros decretos. No
perderéis a Santo, Domingo, pues Santo Domingo es imperdible.
Mantened vuestros decretos del 28 de marzo de 1790 y 15 dé mayo de
1791, él honor, la justicia y la política os lo ordenan. Vigilad y seréis
obedecidos”. Era la sensatez misma.”
Pero el asunto se presentaba mal para la izquierda. Fue así como algunos
trataron de eludirlo. Entre ellos se contó Dupont de Nemours. Recordó que a la
asamblea sólo le quedaban siete días de sesión y que muchos asuntos
importantes estaban por ventilar:
“Señores, os quedan siete días; creo que sería culpable consumir tres o
cuatro en una discusión en la cual el comité ni siquiera ha encarado los
primeros elementos que tenía que tratar... Lo digo por la instrucción
pública, la mendicidad, los trabajos de los comités, las contribuciones
públicas y los jurados... No os podéis marchar como los gorriones
después de haber comido”.
Por su parte, Rewbell, retomando una indicación de De Tracy, intentó parar el
golpe. Arguyó que estando terminada la constitución y aprobada por el rey, la
asamblea no disponía de más poder “constituyente” y por tanto no podía
admitir, en cualquier materia que fuese, un decreto... “constitucional”.
Pero fue a Robespierre a quien le tocó, una vez más, el honor de defender el
fondo. Con mano maestra desmontó, uno tras otro, los resortes complicados
del sofisma de Barnave:
“Empiezo por examinar en pocas palabras los razonamientos morales y
políticos, alegados por el relator del comité colonial. Os ha expuesto su
teoría sobre el único medio, según él, de conservar la tranquilidad y la
subordinación de los esclavos en las colonias. Ahora bien, nos ha dicho
que este orden de cosas consistía esencial y exclusivamente en la
extrema distancia que estos esclavos apercibían entre los blancos y ellos;
que esta distancia desaparecería a sus ojos, si los hombres de color
disfrutasen de los mismos derechos que los blancos.
He aquí un razonamiento que está absolutamente desmentido por los
hechos y por razones de analogía.
No se debe perder de vista que antes de vuestro decreto los hombres
libres de color disfrutaban de los derechos de ciudadanos, que no
disfrutaban de los derechos políticos, porque entonces ningún ciudadano
tenía derechos políticos; pero ellos estaban en la clase de blancos bajo el
aspecto de los derechos civiles que entonces sólo disfrutaban los
ciudadanos; así, entonces, los esclavos veían a los hombres de color a
96
TOUSSAINT LOUVERTURE

una distancia infinita de ellos y esta distancia era la de la esclavitud a la


libertad, de la nada a la existencia civil; ahora bien, yo pregunto si estos
nuevos derechos que habéis concedido a los hombres libres de color
pondrían entre ellos y los otros una mayor distancia que no pondría entre
ellos y los esclavos, la adquisición de la libertad y de la existencia civil”.
En cuanto a los terrores, a las “alarmas” excitadas de mano sabia por los
reaccionarios para presionar a la asamblea y disipar sus escrúpulos, era
mixtificación pura y simple, maquinación laboriosa a la cual era fácil oponer los
hechos:
“Se os ha dicho que jamás los blancos podrían someterse a ella por dos
razones: la primera es que habéis violado la promesa solemne hecha a
los colonos por un decreto precedente. La segunda, que esta promesa
una vez violada, los blancos jamás podrían creer que vuestros principios
no os arrastrarían un día a decretar la libertad de los esclavos. ¡Pues
bien! Señores, he aquí aún un aserto del que cada miembro de la
asamblea puede advertir la falsedad”.
Pues jamás el decreto del 28 de Marzo había excluido, al menos formalmente,
a los mulatos y hombres de color libres:
“Pongo por testigo la memoria y la conciencia de los que me escuchan,
que cuando se trató de ese decreto que concedía la proposición inicial a
los habitantes de las colonias, sobre el estado de las personas, jamás se
explicó, jamás se pretendió que por esa palabra personas la proposición
no era dada a los hombres libres de color, como a los colonos blancos,
sin ninguna distinción de color; en segundo término, que esa palabra
personas incluía a los hombres libres de color... Sea como fuere, el señor
relator sigue dando como uno de los motivos de disturbio que vuestros
justos y sabios decretos deben excitar entre los colonos blancos, el temor
que los principios de la Asamblea Nacional no la lleven un día a decretar
la libertad de los esclavos. Es prever las desgracias desde muy lejos, hay
que convenir en ello, pues aún no estamos reducidos al resultado de ver
los principios de la justicia y de la humanidad hacer tan rápidos progresos
como para ocasionar alarmas tales que los amigos de la libertad tengan
lugar de arrepentirse”.
¿Qué quedaba?
Esta idea, tan complacientemente cogida con alfileres por Barnave, que el
origen de los disturbios de Santo Domingo, estaba en los decretos de mayo.
Ahora bien, ¡era un hecho innegable que jamás habían sido aplicados! ¿Quién
osaría aquí invocar la experiencia? ¿Se ha hecho alguna tentativa para
ejecutar vuestros decretos? ¿Se ha exigido la obediencia como debía haberse
hecho? ¿Se ha manifestado que se quería absolutamente que ese decreto
fuera ejecutado? ¡Ni siquiera fue enviado! Pero en su lugar se enviaron libelos
sediciosos y se emplearon culpables maniobras para excitar a la rebelión.
Se habla de cartas de Santo Domingo:

97
Aimé Césaire

“¿Y qué son esas cartas si no el fruto de la intriga? ¡Ved cómo la mayor
parte han sido dictadas por el mismo espíritu, formadas de algún modo
sobre el mismo modelo!”
¿Qué probaba todo eso, esas noticias falsas, esos decretos inaplicados, ese
frenesí en aterrorizar, esa constante aplicación en sorprender para engañar
mejor? ¿Qué probaba eso, si no que había un pequeño número de hombres
resueltos a torcer la marcha de la democracia y a imponer sus designios por
todos los medios? Esos hombres eran los del triunvirato, Barnave, Dupont,
Lameth:
“Séame permitido poner ante vuestros ojos qué espectáculos nos ha
presentado el asunto de las colonias desde que se puso sobre el tapete.
Recordad las disposiciones particulares siempre presentadas a lo
imprevisto: jamás ningún plan general que os permitiera abarcar de una
ojeada el fin adonde os querían llevar y los caminos por los cuales os
querían hacer marchar. Recordad todas esas deliberaciones que,
después de haber obtenido la ventaja a la cual parecían, en principio,
limitar todos los deseos, se hacían instrumento de ella, para obtener
nuevas ventajas; en que llevándoos siempre de reseñas en reseñas, de
episodios en episodios, de terrores en terrores, siempre ganaban algo
sobre vuestros principios y sobre él interés nacional, hasta que en fin,
chocando contra un escollo, se prometían cumplidamente reparar su
naufragio”.
Para concluir, a los “realistas”, a los “astutos”, en una palabra a los intrigantes,
Robespierre lanzaba una vez más a la cara los principios, los grandes
principios, en cuya exposición era invencible:
“Reivindico este interés de la justicia y de la humanidad, que jamás se
logrará ridiculizar ni en esta asamblea ni fuera de ella, cuyo destino es
triunfar siempre del maquiavelismo y de la intriga; lo reivindico y no lo
reivindicaré sin éxito.
Pero, os han dicho, esto es asunto de poca monta, de una cosa de
escasa importancia para esos hombres de color; sólo se trata de
derechos políticos; les dejamos los derechos civiles. ¿Pero qué son en fin
de cuenta los derechos civiles que les dejan sin los derechos políticos?
¿Que es un hombre privado de los derechos de ciudadano activo en las
colonias, bajo el dominio de los blancos? Es un hombre que no puede
deliberar en modo alguno, que no puede influir ni directa ni indirectamente
sobre los intereses más sagrados de la sociedad de la que forma parte.
Es un hombre exiliado, cuyo destino está librado de los caprichos, las
pasiones, los intereses de una casta superior. ¡He ahí los bienes a los
cuales se da tan mediocre importancia! Que así se piense, cuando se
contempla la libertad, el bien más sacrosanto del hombre, el bien
soberano de todo hombre que no está embrutecido; que así se piense,
digo, cuando se contempla la libertad como lo superfluo de que el pueblo
francés puede prescindir, con tal que se le deje la tranquilidad y el pan;
que así se razone con tales principios, no me sorprende. Pero yo, para
quien la libertad será el ídolo, yo no conozco ni felicidad, ni prosperidad,
ni moralidad para los horneras ni para las naciones sin libertad, yo declaro

98
TOUSSAINT LOUVERTURE

que reniego de tales sistemas, y que reclamo vuestra justicia, la


humanidad, la justicia y el interés nacional en favor de los hombres libres
de color”.
Todo fue en vano. La asamblea se había pronunciara. El proyecto de Barnave
había sido ratificado. Se había consagrado el diminutio capitis de los mulatos y
constitucionalizado la esclavitud de los negros.
Después de tal “hazaña” sólo quedaba a la Constituyente separarse... Así lo
hizo días más tarde.

99
Aimé Césaire

Capítulo VII
LA REBELIÓN MULATA

Nosotros somos hombres como tú


Tus miembros son todos uno
También gran corazón tenemos
Y otro tanto sufrir podemos
Ninguno puede curarse solo
(Wace –Roman du Rou)

Entonces se operó una verdadera revolución en el espíritu de los mulatos. No


esperando nada en lo sucesivo de una asamblea que cambiaba con el viento,
comprendieron que sólo obtendrían, lo que obtuvieran por la fuerza.
Se presentó una ocasión única que colocaba a los colonos en desventaja
frente a los mulatos. Una formidable rebelión negra estalló en agosto de 1791:
hordas innumerables, con rabia en el corazón y cuchillo al cinto, inundaron la
llanura del norte.
Los mulatos decidieron utilizar este acontecimiento. En esta coyuntura decisiva
su conducta fue un modelo de estrategia revolucionaria.
Por lo tanto supieron elegir su momento: aquél en que los blancos, más aún
que debilitados, estaban enloquecidos.
De igual modo eligieron su teatro de operaciones: con preferencia a toda otra
provincia, eligieron la del oeste, en donde eran más numerosos.
En fin, comprendiendo que, solos serían a despecho de victorias pasajeras,
vencidos, supieron coordinar sus esfuerzos, de una parte con los negros
insurreccionados; de otra parte, con los demócratas de Francia, constituyendo
así reservas con las cuales maniobraron con habilidad consumada. A decir
verdad, cuando en el norte, en el Cabo se les vio, ante la rebelión servil,
abandonarse al reflejo del propietario y hacer a la asamblea colonial el
ofrecimiento de Combatir a los sublevados dejando por rehenes sus mujeres,
sus hijos y sus propiedades como prueba de la rectitud de sus intenciones, los
blancos respiraron y la asamblea colonial creyó poder adormecer sus reivindi-
caciones con buenas palabras. En efecto, declaró el 5 de setiembre que los
hombres de color que desplegaban su valor, coincidiendo con los blancos en la
defensa común, debían hacerlo con confianza y que estaba en el deber de
“seguir concediéndoles la benevolencia a la cual ellos debían ya la
manumisión y la propiedad”.
Pero esos señores tuvieron que bajar los humos cuando les llegaron noticias
del oeste: los hombres de color habían ideado la organización de un consejo
político encargado de coordinar su acción para obtener la igualdad de
derechos.

100
TOUSSAINT LOUVERTURE

El 7 de agosto, reunidos en la iglesia de Mirebalais, habían nombrado a los


miembros del consejo y votado un acta por la cual juraban permanecer unidos
hasta la victoria total.
En fin, el 21 de agosto, en la Charbonniere, cerca de Port-au-Prince, se
constituían en fuerza armada, cuyos jefes Beauvais y Rigaud debían en lo
adelante hacer una brillante carrera.
El “consejo” no se echó a dormir. Su primer acto fue dirigir a Blanchelande,
gobernador de Santo Domingo, una copia del acta de su constitución con una
carta enérgica donde se recordaban las principales reivindicaciones de los
hombres de color.
El 22, Blanchelande les hizo saber que desaprobaba su iniciativa, declaraba
ilícita su asamblea, los conjuraba a separarse y a esperar resignadamente
todas las leyes que podrían concernirles y sobre todo no olvidar las
consideraciones, el respeto y la veneración que ellos debían a los blancos,
autores de su libertad y de su fortuna. El tono de la respuesta mulata fue
tirante:
“Es cuando reclamamos la protección del gobierno y de las leyes antiguas
y nuevas, que nos prescribís a esperar apaciblemente y con resignación
la promulgación de leyes que pueden concernirnos, como si, desde el
establecimiento de las colonias y sobre todo desde la revolución, las leyes
antiguas y nuevas autorizaran a los ciudadanos blancos a perseguirnos y
a degollarnos. Es cuando nos quejamos amargamente de nuestros
tiranos y de nuestros perseguidores, que nos ordenáis no olvidar nunca
las consideraciones, el respeto y la veneración que debemos a los
ciudadanos blancos”.
Terminaban anunciando que se iban a armar para subvenir su seguridad,
abandonando “el cuidado del resto en manos de la Providencia”. Así arrojaban
el guante.
Los mulatos franquearon la primera línea de resistencia en la Croix des
Bouquets cerca de Port-au-Prince. Un jefe regional blanco, Humus de
Jumécourt, se vio desautorizado por Port-au-Prince por haber dado oídos a las
reivindicaciones de los hombres de color.
Los blancos habían razonado de mantea simplista: los hombres de color
habían roto sus cadenas; una demostración militar pondría de nuevo las cosas
en orden.
Pero una vez más la arrogancia y la subestimación sistemática del adversario
salieron mal. Los mulatos conocieron allí su Valmy. A través de los campos de
caña incendiados para la ocasión, y con el humo que se echaba sobre los
asaltantes, la puntería de los mulatos hizo maravillas. Resultado: que los
mulatos, más concientes de su fuerza, impusieron a los blancos del llano un
verdadero tratado sobre la base del respeto del artículo 4 de la instrucción del
8 de marzo de 1790. Tal es el documento conocido bajo el nombre de primer
concordato y que terminaba con estas palabras preñadas de amenazas: “De lo
contrario, la guerra civil”. (7 de setiembre de 1791.)

101
Aimé Césaire

Este tono, muy nuevo, merecía que se le prestase atención. En ello


reflexionaron los más políticos de entre los colonos blancos, abriendo los ojos
a esta verdad, ya no eran los tiempos de Ogé. En fin, se habló una segunda
vez.
Pero cuando los negociantes, los comisarios de la guardia nacional volvieron a
Port-au-Prince con el texto de un segundo concordato, se dieron cuenta que el
nuevo texto contenía nuevas cláusulas: no sólo se exigía el cumplimiento del
artículo 4 del decreto del 8 de marzo, sino que se anulaban las municipalidades
existentes. Además, se rehabilitaba la memoria de Ogé y de Chavannes. Y se
consagraba la reconciliación de las razas por un solemne Te Deum (segundo
concordato de 11 de setiembre de 1791.)
No hay ni que decir que este segundo documento tuvo la misma suerte que el
primero.
La guardia nacional había desautorizado a Jumécourt. A la municipalidad de
Port-au-Prince le tocó desautorizar a los guardias nacionales.
Así pues denunció el segundo concordato, mientras que, instado por ella, el
gobernador reprendía a los mulatos conminándolos a renunciar a sus
pretensiones y a dispersarse. No hay que decir que tal amonestación estaba
fuera de lugar y que traicionaba en su autor una apreciación singularmente
superficial de los acontecimientos. Ya no eran los tiempos en que los mulatos
tenían miedo de un gobernador... Su respuesta fue adoptar una nueva divisa
que indicaba muy a las claras a qué nivel de conciencia revolucionaria habían
llegado: “Vivir libres o morir”. Y tranquilamente, en modo alguno conmovidos
por las iras gubernamentales, pusieron sitio a Port-au-Prince.
Cuando los rigores del asedio bajaron los humos a la fogosidad militar
permitiendo a los blancos una visión más clara de la situación, pensaron en
parlamentar una vez más.
Se produjo el tercer concordato (19 de octubre de 1791), aún más draconiano
que el segundo. Esta vez, no sólo la acometieron contra las municipalidades,
sino también contra la asamblea colonial de la que exigían la renovación sobre
la base de la elegibilidad para todos los hombres libres y añadían la formación
de un ejército de mulatos al cual la guardia de Port-au-Prince sería confiada,
conjuntamente con las tropas blancas y, por supuesto, conservaban la cláusula
del Te Deum.
Tuvo lugar el Te Deum y la entrada en Port-au-Prince de mil quinientos mulatos
a tambor batiente y el solemne abrazo de reconciliación del mulato Beauvais y
de Caradeux, el jefe de los colonos.
Pero, según un esquema conocido en lo adelante, se manifestó una nueva
instancia que, a punto fijo, trajo el desacuerdo.
Para ello la asamblea colonial tenía un magnífico pretexto: acababa de recibir
el decreto del 24 de setiembre de la Asamblea Nacional francesa...
Entonces los mulatos decidieron aumentar la fuerza con la diplomacia. Había
que aislar a la asamblea colonial y minar la homogeneidad de la resistencia
blanca. Y la experiencia demostraba que podía hacerse: la campaña militar, las

102
TOUSSAINT LOUVERTURE

ruinas que se acumulaban, demostraban, por las reacciones que ellas


provocaban, que no había ya, erigida contra “el color”, la “blancura”, cualidad
abstracta, sino blancos pasablemente diferentes entre ellos y a veces
animados de un espíritu todo contrario; singularmente, que había los grandes
blancos, cuyos intereses divergían cada vez más, en general gente de campo,
propietarios de plantaciones, que tenían todo que perder de la prolongación de
la guerra; y, de otra parte, los pequeños blancos, que veían en ella la ocasión
de desempeñar un papel y de enriquecerse. En suma, manejando conveniente-
mente esa considerable palanca –el interés de clase– los mulatos tenían la
posibilidad de hacer estallar el bloque de los blancos. Se vio muy claro cuando,
bajo la presión de los blancos conciliadores, la municipalidad de Port-au-Prince
se vio obligada a someter a referéndum la cuestión de la ratificación del tercer
concordato. Y aún se vio más claro cuando, en la tarde del 21 de noviembre,
se conocieron los resultados de las tres primeras secciones de votación: sólo
quedaba una sección por votar, y ya una aplastante mayoría se había
pronunciado por la paz con los mulatos.
Los días iban a traer un acontecimiento aún más extraordinario. Una mañana
Port-au-Prince se despertó y comprobó que no sólo estaba invadido por los
mulatos sino también por un ejército de nuevo cuño que llevaba el significativo
nombre de “ejército combinado” (combinado de mulatos y blancos), bajo la
doble jefatura del mulato Beaouvais y del blanco Humus de Jumécourt. ¿Qué
había ocurrido? Esto, que la noche del 21, y cuando se iba a pasar al
escrutinio de los votos de la cuarta sección que todo hacía prever que sería
favorable a los mulatos, los pequeños blancos, al mando del aventurero
Maltés, Proloto, habían decidido jugar el todo por el todo. Desencadenaron la
rebelión, esperando poder imputar los disturbios a los mulatos y así excitar a
los blancos contra ellos. En realidad, incendiando Port-au-Prince y rubricando
torpemente su crimen por el vergonzoso pillaje de “los barrios ricos”, habían
obtenido justamente el efecto inverso y acabado de precipitar la masa de los
grandes colonos en los brazos de los hombres de color.
¡Increíble reagrupamiento de fuerzas!
¿Que iba a hacer Port-au-Prince? Fue inútil que la municipalidad se reuniera.
Había perdido las esperanzas de vencer. ¿Tratar? Más para ello hubiera
habido que abandonar a la justa venganza de los mulatos a los responsables
del incendio de Port-au-Prince, es decir, a los negociantes mismos. Es lo que
se desprendía de los contactos que en nombre de la ciudad, Grimouard,
comandante de la estación naval, había establecido con el ejército combinado.
Y sin embargo, asediada de muy cerca, privada de agua, la ciudad no podía
seguir combatiendo...
Creyó encontrar salida proponiendo a los mulatos de remitirse a la mediación
de los comisarios nacionales que, proveídos de todos los poderes, acababan
de desembarcar en Santo Domingo. Confiados, los mulatos aceptaron.
¡Ay! Quinta intimación, quinta negativa.
En una carta del 21 de diciembre de 1791, los comisarios nacionales
advirtieron a las “personas reunidas en la Croix des Bouquets” que la sola
apelación “del ejército combinado” significaba desorden y la anarquía; que el

103
Aimé Césaire

hecho de que un grupo armado por la minoría de parroquias entendiera dictar


su voluntad al país era inadmisible; que la Declaración de los Derechos del
Hombre era una cosa y otra cosa eran el uso y la ley; que la primera se
inscribía en lo absoluto, los segundos regían lo relativo; que precisamente la
única ley que definía la relación entre las razas en Santo Domingo era el
decreto constitucional del 24 de setiembre, en una palabra, que la reunión de
los mulatos en armas constituía un acto de rebelión que había que reparar
mediante una pronta sumisión.
En todo caso, los hombres de color, alternando la acción legal y la acción
ilegal, la amenaza y la persuasión, habían tomado sus disposiciones para una
lucha larga y dura, una lucha de usura, cuando los blancos trepados en la
cumbre de la desesperación, precipitaron la decisión tratando de arreglar el
asunto en caliente: un ataque de frente practicado por las tropas de Port-au-
Prince, un ataque de flanco sostenido en el Artibonite por un tal Borel, el más
excitado de los plantadores, los llevaron á todos hasta la Croix des Bouquets.
Pero fue para ir a buscar e introducir entre el estrépito de las armas sus
propios enterradores, actores bisoños, cuya aparición frenética iba en lo
adelante a acaparar la escena: los negros, los negros esclavos que, con el
cuchillo en el puño, le volvieron a tomar a los blancos después de una
espantosa matanza, el asiento del cuartel general del ejército combinado y
que, no bien aparecidos, rechazaban entre bastidores tanto a los vencidos
como a los vencedores mulatos.
Ese día se lanzaron con salvaje intrepidez sobre las piezas de artillería, metían
sus brazos en la garganta de los cañones para sacarles las balas, en tanto que
invulnerable, agitando en su mano una cola de caballo, Hyacinthe, su jefe,
recorría minucioso, el campo de batalla para llevar a cada uno de los
combatientes la certeza de que una vez muerto en combate renacería en
África.
Momento histórico, personajes históricos, esos primeros esclavos que osaban
vencer a sus amos: eran los mismos que años más tarde, desafiaban a las
mejores tropas de Bonaparte. De golpe todo se simplificó: lo ilegal se hizo
legal, lo insoluble soluble.
Primeros convertidos: los comisarios nacionales, que a la luz del desastre
blanco comprendieron... Y cuando el 21 de abril de 1792 rápidas negociaciones
hubieron sellado la unión entre los blancos y los hombres de color por un
nuevo acuerdo llamado “Unión de Saint-Marc”, Roume, el único comisario
restante, aprobó solícitamente y dio su aprobación con una gran publicidad.
En cuanto a la Asamblea Nacional, a siete mil kilómetros de allí, y afectada por
los mismos acontecimientos, entraba en los mismos sentimientos.
Esta vez el debate no sé empantanó. Ni camouflage, ni circunlocuciones, ni
temores, ni tabús.
Por lo demás la opinión estaba preparada... Dos hombres habían contribuido a
prepararla: Brissot y Camille Desmoulins...
Desde la aparición del decreto del 24 de setiembre, Camille Desmoulins se
había enardecido:
104
TOUSSAINT LOUVERTURE

“¡Anatema sobre los intrigantes, sobre los hipócritas demagogos, sobre


los traidores, sobre los monos feroces vestidos con piel de hombre!
¡Anatema! ¡Anatema...! ¡La humanidad ha sido degollada por los que se
habían enviado para ser sus vengadores y sus sostenes! La esclavitud, la
tiranía, la opresión han sido consagradas, erigidas en ley por los
mandatarios de un pueblo libre... El decreto del 15 de mayo sobre las
colonias, ese decreto que inmortalizaba el cuerpo constituyente, que
hubiera llevado el comercio a su más alto grado de esplendor, que se lo
debía mirar como una justicia lenta que Francia hacía por fin a los
hombres, a hermanos encorvados desde muchísimo tiempo bajo el yugo
más envilecedor, mas bárbaro, ese decreto tan sabio, tan razonable, tan
beneficioso, ha sido revocado. Anatema sobre los monstruos atroces que
han hecho de la Asamblea Nacional el teatro de la iniquidad y que han
ejercido sobre ella el monstruoso imperio de forzarla a producir una ley
sangrienta; que será la señal de la pérdida de nuestras colonias, de los
atentados más execrables y de la matanza de los hombres.
”Leed, sensibles patriotas, leed ese decreto que un senado gangrenado
ha substituido con fecha 24 de setiembre al del 15 de mayo, y llorad por la
suerte atroz que se prepara a los infortunados colonos, que la naturaleza
no ha dotado de una piel tan blanca como la del caníbal Barnave y de sus
dignos consortes.
”Leyendo ese fatal decreto uno está tentado de creer que sobre la
Asamblea Nacional ha soplado un viento diabólico y ha dirigido sus
últimos momentos hacia el crimen y la infamia: ¡Cómo se debe execrar
todavía más esa coalición formidable de individuos, sin embargo, tan
nulos que ha arrancado ese nuevo atentado al cansancio de una vieja
asamblea que en su ocaso no es más que decrepitud, lepra y
putrefacción en todas sus partes. Creo ver una antigua prostituida,
recubierta de las vergonzantes libreas del vicio los Lameth, los Barnave,
los Dupont, los Dandré, los Coupil son los chancros podridos que la roen,
la devoran e imprimen sobre ella, de modo imborrable, las marcas
infamantes que atestiguarán ante todos los ojos su corrupción, su
perversidad y su deshonor”.21
Cuando llegó a París la noticia de los disturbios de Santo Domingo,
Desmoulins había vuelto a la carga fustigando a Barnave y denunciando la
política de la Constituyente:
“¿Cuáles son pues las causas de tantas escenas desgarradoras? la
corrupción de la Asamblea Constituyente, las maniobras de los ministros,
el orgullo de los colonos y la perfidia de los españoles. Si, inmediata-
mente después del decreto del 15 de mayo, el cuerpo constituyente
hubiera puesto cuidado en la partida de los comisarios, partida que los
ministros demoraban día a día con diversos pretextos; si el envío de esos
comisarios hubiera estado acompañado por un número imponente de
tropas, para apoyar el decreto y hacerlo ejecutar las maquinaciones de
los ministros habrían sido inútiles, así como el intrigar bajo cuerda de los
colonos y los españoles, todo estaría en paz en la colonia, floreciente, el
21
“Las revoluciones de Francia y del Brabante”,N° 95.
105
Aimé Césaire

hombre de color libre se sentiría feliz y útil y el negro no habría soñado en


rebelarse; todos los partidos, todos los colores descansarían a la sombra
de un decreto sabio que no ataca ninguna propiedad y pone, a cada cual
en su lugar. Pero la Asamblea Constituyente, convertida en decrépita, se
dejaba dominar por ministros facinerosos, por bribones que la deshonraban;
ellos la han adormecido sobre la suerte que amenazaba a Santo Domingo
y ellos han llevado al colmo sus crímenes arrancándole con su último
suspiro el decreto del 24 de setiembre”.
Sin embargo, Desmoulins se consolaba con la idea de que la Asamblea
Nacional iba a ser renovada, y que entre los nuevos diputados, los Amigos de
los Negros iban a estar representados y bien representados:
“Esperemos, queridos patriotas, esperemos, Brissot estará allí... A los
penosos trabajos de ese esforzado filántropo, por iluminar la opinión, a su
celo infatigable por la humanidad, es que los hombres de color deben el
decreto del 15 de mayo. Puede él todavía lograr rehabilitarlos.
“Habrá sido, por partida doble, el benefactor de las colonias”.
Y de hecho, en octubre de 1791, en la apertura de la nueva asamblea Brissot
estaba allí.
“Veíase, por así decir, elevarse sobre el océano una ominosa columna de
llamas. Santo Domingo ardía”. Así habla Michelet. En la asamblea todas
las miradas se volvieron hacia Brissot. Él no se ocultó.
El 1 de diciembre de 1791, devolviendo la acusación que escuchaba proferir
contra los Amigos de los Negros, lanzó una violenta requisitoria contra los
blancos y contra la política de la difunta Constituyente:
“La causa de los disturbios está en la flaqueza que ha envalentonado a
los facciosos, en la corrupción que les ha asegurado la impunidad, en la
ignorancia que favorecía sus tramas odiosas... en fin ese tozudo sistema
de misterio con el cual se ha envuelto constantemente los asuntos
coloniales.
La causa de esos disturbios está en los equívocos deslizados en todos
los decretos y en las variantes de dichos decretos: en la flaqueza de no
querer nombrar ante todo las gentes de color en el artículo 4 del 28 de
marzo; mientras que se declaraba por todo lo alto que era esa la intención
de todos; mientras que no se advertía que los facciosos, los independientes
aprovecharían el silencio para descartar una vez más a las gentes de
color.
La causa de esos disturbios está en la parcialidad con la cual han tratado
a las asambleas generales de Saint-Marc y del Cap, cuando el decreto
del 12 de octubre; en el castigo infligido a una y en las recompensas
concedidas a la otra, siendo así que ambas eran culpables del mismo
crimen de independencia; en la parcialidad que se mostró después hacia
esa misma asamblea de Saint-Marc, cuando una reconciliación calmó el
odio personal.

106
TOUSSAINT LOUVERTURE

La causa de esos disturbios está en el considerando del decreto de


octubre 16, considerando que ha presentado la Asamblea Nacional a los
ojos de las colonias como prestándose a una, impostura y qué,
consecuentemente, debía desacreditarla a los ojos de los hombres de
color, puesto que eran sacrificados a sus enemigos.
La causa de esos trastornos está en las persecuciones que los blancos
déspotas creyeron poder ejercer, en virtud de esos decretos o, más bien,
enmascarándolos en los insultos, los ultrajes que se acumularon sobre
sus cabezas; en el juramento que se les imponía, juramento infame,
juramento que era el sello de la servidumbre; "de exigir respeto al color
blanco"; en los asesinatos de los que no cumplían esta exigencia; en la
resolución pregonada por doquier de no ejecutar el decreto del 28 de
marzo y, en fin, en la cruel ejecución de Ogé.
La causa de esos disturbios está en la no ejecución del decreto del 15 de
mayo, en la falta de envío oficial de dicho decreto, de envío de instrucciones
y de comisarios, de envío de tropas y de guardias nacionales para apoyar
el decreto, puesto que se había previsto que se producirían trastornos”.
Pero, excelente en el análisis de los hechos, Brissot fue decepcionante en las
conclusiones:
¿Qué proponía?
¿Renunciar a la política seguida por la Constituyente?
Eso hubiera sido lo lógico. Brissot anduvo con rodeos.
Aconsejaba simplemente ratificar el concordato celebrado entre los blancos y
los mulatos del Mirebalais y ello sin perjudicar los decretos en vigor.
Sorprendente contradicción. Y, en verdad, el énfasis de la forma no hacía más
que subrayar la pobreza de la proposición, a saber, ratificar:
“ese sublime concordato con el cual se honrarían Locke y Montesquieu,
ese concordato que por sí solo ha devuelto la paz a blancos y a mulatos,
que sólo él puede mantenerla, que sólo él puede preservar a los blancos
de las insurrecciones de los negros;... si la buena fe está desterrada de
las islas, no lo está en el seno de la Francia, es pura en el corazón de
todos los franceses y la política ordenaría respetar este compromiso”.
El engorro de Brissot en decidir era significativo del engorro de la burguesía en
elegir. Pues era evidente que la falta de claridad de la conclusión de Brissot no
le era imputable, sino que en lo esencial era la manifestación objetiva de los
titubeos de la burguesía revolucionaria, que había venido a parar a dar rodeos
entre dos políticas: una que había hecho de modo retumbante la prueba de su
fracaso; la otra, de contornos aún mal dibujados que acaso representaba la
salvación, pero a tiro hecho sobre lo desconocido y lo audaz.
Todo eso explica el discurso que Brissot, picado por el juego, pronunció el 3 de
diciembre, discurso curioso y que no se comprende, si no nos percatamos de
que Brissot se dirige en él más a sus amigos políticos, que a sus adversarios.
Todo el laborioso esfuerzo de Brissot era convencer a la gran burguesía que su
interés bien entendido era cambiar de política, de abandonar la que había sido

107
Aimé Césaire

la suya hasta allí, de sostén incondicional de los colonos blancos, por otra,
más realista y toda nueva, de sostén de todas las burguesías –blanca o de
color– contra la subversión negra:
“Señores, los artículos del proyecto de decreto que os voy a presentar
pueden reducirse a cuatro disposiciones principales, las que derivan
todas de las causas principales de los disturbios de Santo Domingo. Os
he probado que la cansa de los disturbios estaba en el partido de los
facciosos que han querido separarse, de la metrópoli: por tanto hay que
perseguirlos y castigarlos.
Os he probado que la causa de la matanza de los blancos estaba en ese
inmenso rebaño de esclavos que inunda a Santo Domingo, que para
mantenerlos en el. deber hacía falta rodearlos de una guardia numerosa,
poco costosa que se reclutaría fácilmente y, resistiera a las fatigas, de
una guardia aclimatada tal como las de los hombres de color; por tanto, si
queréis conservar el orden público en vuestras vastas posesiones, debéis
atraer esos ciudadanos al nuevo régimen devolviéndoles todos sus
derechos.
Os he probado que la causa de los disturbios estaba en la destrucción de
los tribunales y de todos los poderes legítimos, en el desprecio y la
desconfianza que se tenía de los agentes del poder ejecutivo; hay pues
que apresurarse y organizar el nuevo régimen y enviar agentes cuyo
carácter pueda inspirar confianza y respirar paz. En fin os he probado,
señores, que el desorden de las islas estaba en la gran cantidad de
colonos disipadores y endeudados, a los que la ley asegura la impunidad;
por tanto, hay que sustituir esta ley que santifica la bancarrota, por una
ley que, proscribiéndola, traiga de nuevo el crédito y la prosperidad a las
islas”.
A decir verdad era ese el tema mayor de Brissot:
“Cualquiera sea el partido que toméis, lo más urgente sin duda es inspirar
la confianza a los comerciantes y a los armadores, que comunican
directamente con las colonias y que pueden hacerles saludables
adelantos. Así, no podréis inspirar esta confianza si no es destruyendo un
vicio radical en el régimen de las colonias, vicio que necesariamente
entraña mucho desorden y desconfianza entre los capitalistas y detiene la
rapidez de la roturación de las tierras. Para ser roturadas todas las
plantaciones han exigido adelantos de la metrópoli y, sin embargo, las
plantaciones no pueden ser embargadas por el negociante para el pago
de sus adelantos, cuando éste exige su rembolso a un plantador moroso
o de mala voluntad. El acreedor está actualmente a su merced; el temor
del despotismo de su deudor lo lleva a hacerle nuevos adelantos para no
perder los ya hechos y éste, seguro de hacer la ley, no pone límites a sus
exigencias siempre acompañadas de la amenaza de arruinar a su
acreedor... Los capitalistas le tenían menos miedo a la pérdida del
comercio y a la pérdida de las colonias que a una bancarrota que, al
mismo tiempo, haría desaparecer considerables capitales y suspendería
por un largo tiempo sus habituales relaciones. Y he aquí, señores, el
secreto de la coalición que ha existido por tanto tiempo entre los colonos

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TOUSSAINT LOUVERTURE

y los negociantes. Los primeros le imponían la ley a los otros. Decían al


comercio: préstanos tu crédito en Francia para aplastar a nuestros
enemigos, adular nuestro orgullo, etc. Tal es la coalición que se ha
producido favor de las colonias, contra la filantropía, las instancias
mendigadas en que el acreedor maltratado todavía proseguía defendiendo
y exaltando al deudor al que detestaba interiormente. Tal es la coalición,
que la ciudad de Burdeos fue la primera en poder glorificarse de haber
roto sus cadenas, oponiéndose a las injustas pretensiones de los colonos.
En las actuales circunstancias, venir en socorro de los armadores de la
metrópoli, es venir en socorro de los colonos: abriréis indefectiblemente a
éstos una nueva fuente de crédito, que muy pronto reparará sus pérdidas.
La ley que haréis para dar a los acreedores el derecho del embargo real
sobre las propiedades de sus deudores les asegurará socorros
infinitamente más considerables y más fecundos que todo el dinero que
os sería posible sacar del tesoro de la nación para hacerles un donativo o
un préstamo. ¿Y por qué, señores, se opondrían los colonos a una ley
que reúne tantos caracteres de justicia?”
Este discurso es revelador de los pensamientos secretos de la Gironda, ella
misma, cabeza pensante de la burguesía mercante. Acerca de lo que valía la
política, seguida hasta aquí del apoyo incondicional de los colonos blancos, la
ruina de los negocios, la anarquía instalada en las islas, la guerra - intensiva
daban en qué pensar. ¿Y qué posible renovación sino apoyar la reivindicación
mulata? La mejor prueba de que Brissot no consiguió convencer a sus amigos
es que, días más tarde daba marcha atrás y que sus lugartenientes se
contentaban con conclusiones mucho más modestas.
Por ejemplo, Gensonné, se daba por satisfecho si la metrópoli no tomaba las
armas para destruir un concordato que ya no le pedían aprobar:
“Propongo a la asamblea un proyecto de decreto que conciliará todos los
espíritus y que apoyo por una simple reflexión.
En la asamblea se han manifestado dos opiniones sobre las medidas
provisionales a tomar en relación con los recursos a enviar a las colonias.
Se ha propuesto el mantenimiento provisional del concordato acordado
entre las gentes de color libres y los colonos blancos. Una parte de la
asamblea se opone a esta medida, porque teme que dicho mantenimiento
provisional no prejuzgue la cuestión sobre el fondo; otra parte de la
asamblea ve con pena partir a las colonias agentes del poder ejecutivo,
en medio de leyes que se contradicen; temen que ellos sirvan a los
enemigos de la patria.
Estimo que esas dos opiniones pueden conciliarse mediante un proyecto
de decreto que, no prejuzgando nada sobre el fondo, asegure sin
embargo a la Asamblea Nacional que no podrá dirigir las tropas que se
envía a las colonias Contra las gentes de color libres y contra la
constitución”.

109
Aimé Césaire

Pero eso era diferir singularmente el caso. En Santo Domingo no sólo los
mulatos defendían el campo, sino que cada día que pasaba veía aumentarse
la fuerza de la sedición negra; si todo el oeste estaba entre las manos de los
hombres de color, toda la parte oriental de la provincia norte estaba expuesta a
los hombres de Jean-François y de Biassiou. Más aún, las dos insurrecciones,
la negra y la mulata, se apoyaban y se daban la mano; y para los blancos los
asuntos eran sin salida. Había que terminar de una vez por todas. Esta vez,
Brissot atacó de frente la dificultad. El único modo de liquidar la insurrección en
Santo Domingo era disociar las dos sediciones.
El 21 de marzo de 1792 explicó su plan:
“Señores, la guerra civil ha sucedido en Santo Domingo a la guerra de los
esclavos o, más bien, tres especies de guerra desgarran actualmente a
esa desdichada isla, la guerra de los negros contra los blancos, la guerra
de los mulatos contra los blancos y la guerra de los blancos entre sí.
Estas tres guerras no tienen más que una sola causa, en el presente bien
conocida, aunque se haya tratado de oscurecerla, y es la injusticia
cometida con la gente de color.
De acuerdo con los hechos que acabo de exponer, podéis, señores,
haceros una justa idea del estado actual de Santo Domingo. La guerra
civil y la guerra de los esclavos despliegan en el país todos sus furores;
los negros están armados contra los blancos que los hombres de color
atacan por otro lado y los blancos están divididos entre sí; los blancos de
las ciudades pelean contra los blancos de los campos”.
Esta vez Brissot no transigía sobre la solución a implantar la única, la
indispensable:
“Ahora bien, señores, ¿qué debe hacer la Francia para apagar todas las
guerras? Devolver sus derechos a los hombres de color; he ahí el único
remedio para todos los males; es el que la política perdona, y una vez
más, no hablo aquí de la justicia ni de los principios, sólo me apoyo en
vuestro interés y en el de las colonias”.
¿Y la ratificación de los concordatos de la que se había hablado en diciembre?
Todo eso, aseguraba Brissot, quedaba atrás:
“¿Podéis en el presente titubear en conceder este derecho a los hombres
de color? Pero os lo he dicho, hay que concederlo plenamente,
francamente, de manera a extirpar para siempre el odio y las discusiones.
A hora bien, no encuentro esta plenitud de justicia sino en la revocación
del decreto del 24 de setiembre.
En efecto, limitaros a resucitar el decreto del 15 de mayo sólo sería una
justicia a medias; pues dicho decreto privaba a los hombres de color de
una parte de sus derechos. Ese decreto abría la puerta a mil triquiñuelas
que el orgullo y la injusticia no dejarían de aprovechar para embrollarlo
todo.

110
TOUSSAINT LOUVERTURE

Ratificar el concordato sería igualmente una medida a medias,


insuficiente, una medida que dejaría gérmenes de discordia; un día se
sostendría que fueron arrancadas por la fuerza, que sólo fueron parciales.
Después, ¿quién presentará esos decretos a la ratificación de la
Asamblea Nacional y del rey? ¿Sería la actual asamblea colonial? Ella; es
incompetente; e ilegal. ¿Habrá que integrar una nueva? ¿Entrarán o no
hombres dé color en ella? En ese último caso, la ilegalidad reaparece; en
el otro, la cuestión de los concordatos desaparece; son ratificados de
hecho.
En fin, señores, estos dos últimos métodos entrañan demoras y dificultades
que es necesario evitar si es que se quiere hacer desaparecer los
disturbios en Santo Domingo”.
Reclama el envío de tropas y el castigo de los miembros de la asamblea
colonial de Santo Domingo.
“Señores, revocando el decreto del 24 de setiembre, debéis tomar
medidas rigurosas que hagan respetar vuestras decisiones: nuevos
comisarios civiles, investidos con toda la autoridad que los representantes
de la nación pueden confiarles, secundados por buenas tropas de línea,
alcanzarán perfectamente el fin propuesto, sometiendo a los facciosos, a
los independientes, en una palabra, a los autores de los disturbios en
Santo Domingo y de la rebelión de los negros”. El 22 de marzo se
escuchó a Gensonné tomar por su cuenta la gran idea de Brissot:
Tal es para nosotros el fruto de una muy desdichada experiencia, entre
las opiniones más opuestas existe un punto de acercamiento que me
parece debe esclarecer la marcha de nuestra discusión y dirigirla hacia el
fin al cual todos nos esforzamos por llegar.
Es que la salvación de las colonias depende de la reunión sincera de los
colonos blancos con los hombres de color libres; es que esta unión no
puede operarse, en tanto que ellos disfruten todos sin excepción de la
igualdad de los derechos políticos; es que, hágase como se haga, no es
sólo ventajoso y soberanamente justo, sino absolutamente necesario para
la paz de las colonias, que el disfrute de dichos derechos les sean
asegurados a los hombres dé color libres, y que su opresión no os pueda
ser imputada”.
Pero entonces, se dirá, subsiste una dificultad, una dificultad jurídica el decreto
“constitucional” del 24 de setiembre. Muy bien. ¿Pero era verdaderamente
constitucional ese decreto? Es esto lo que objetaba Gensonné.
La Constituyente había reconocido a las colonias el derecho de iniciativa.
Ahora bien:
“por eso mismo que se ha reconocido que el interés respectivo de las
colonias y de la metrópoli exigía una constitución particular para las
colonias, por lo mismo que se ha concedido a los colonos la iniciativa
sobre esa constitución, es evidente, está demostrado que no puede haber
artículos constitucionales en las leyes que les conciernen, hasta que esta
iniciativa haya sido ejercida”.

111
Aimé Césaire

Vayamos más lejos: admitamos que el decreto de setiembre sea constitucional.


Por encima de la Constituyente está la soberanía de la nación:
“Lo que hay de más deplorable es que se despoja a la nación en este
artículo de una porción de la soberanía para investir con ella, no a la
mayoría del pueblo de las colonias, sino a los representantes de los
colonos blancos, es decir, a una casta de privilegiados”.
Y entonces fue una sátira vehemente de los medios puestos en marcha para
arrancar a la Constituyente el decreto de setiembre:
“Señores, puesto que esta cuestión se agita en medio de vosotros, habrá
en fin que desgarrar el velo. Os denuncio la disposición de ese decreto
que viola la soberanía del pueblo francés. Os denuncio la infame
superchería por la cual se ha querido garantizar contra el poder de la
nación misma, la usurpación que se ha hecho de sus derechos... Os
conjuro, en nombre de la patria, de la majestad nacional, de la justicia, de
la humanidad y de la razón ultrajadas, de no dejar subsistir ese fruto de
las más detestables intrigas y de la más odiosa maquinación”.
Después del gran éxito del discurso de Gensonné, cuya impresión fue
decretado por la asamblea, sólo quedaba por enterrar solemnemente la
política de la Constituyente...
Barnave acababa precisamente de entrar en liza haciendo imprimir y
distribuyendo su gran informe del 24 de setiembre de 1791.
La ambición de Guadet no fue otra que conjurar el espectro:
“No os engañéis, exclamaba el relator del comité colonial, 22 el rechazo del
derecho que os proponemos conceder a las asambleas coloniales
significaría la subversión de las colonias, su separación inmediata y la
certidumbre de que los más grandes desastres se abatirían sobre el reino.
Sí, señores, si rehusáis concederle ese derecho, que por otra parte nada
tiene de perjudicial a la propiedad y al poder nacional, legaréis a vuestros
sucesores una guerra eterna contra las colonias y disturbios interminables
en el interior”.
Guadet tenía oportunidad de burlarse y no se privaba de hacerlo:
“No examinaré si ese cuadro de movimientos excitados en Santo
Domingo por la noticia del decreto del 15 de mayo era o no era
exagerado. No examinaré si, suponiéndolo fidedigno, podría alguna vez
excusar los nuevos principios del comité colonial. Me sería fácil probar
que esos grandes movimientos que amenazaban: conmover a Francia
con sus contragolpes, y esa reunión de todos los partidos a los que la
fuerza armada se había venido a juntar por juramentos, se reducían a la
coalición de algunos colonos orgullosos cuyos esfuerzos insolentes
quizás hasta tenían por finalidad; mucho más la independencia de la
colonia y la extinción de sus deudas enormes, que la humillación y la
dependencia de los hombres de color. Me sería fácil, probar que esta
insurrección general de Santo Domingo contra el decreto del 15 de mayo,

22
Barnave
112
TOUSSAINT LOUVERTURE

no era más que un fantasma, puesto por delante por el relator del comité
colonial, para asustar a la Asamblea Nacional, extraviar su razón y
forzarla a hacer el sacrificio de los principios que le habían guiado hasta
entonces…
Sobre todo me sería fácil probar que suponiendo al señor Barnave
convencido de la verdad de los hechos sobre los cuales fundaba la
necesidad de admitir su proposición, suponiendo que de buena fe había
tomado los furores del hotel Massiac por los de Santo Domingo, y aun
perdonándole es :e error muy natural en un hombre que sólo había visto
las colonias allí, me sería, digo, fácil probar que ni esos hechos ni otros
más graves aún eran capaces de justificar sus bárbaros e inconstitucionales
principios. ¡Y he ahí todo ese andamiaje echado por tierra!
Por lo demás, señores, el tiempo ha juzgado este gran proceso entre la
filosofía y el interés de la Francia. La fuerza se ha encontrado del lado de
la razón y hoy día sería cometer dos crímenes en vez de uno, si
reclamáramos el mantenimiento del decreto del 24 de setiembre, puesto
que es evidente que dicho decreto, que viola ya todas las leyes de la
justicia, entrañaría, además, la pérdida de las colonias y la ruina de
nuestras principales ciudades Comerciales.
Los tiranos han sido los más débiles y han sido vencidos; qué digo,
¿vencidos? Ni siquiera han osado resistir: no han osado prevalecer de
ese decreto, al cual los facciosos de su partido tendrían el coraje de
pretender que la salvación de las colonias estaba atada; lo han anulado
de antemano; y es en esta medida que han encontrado la salvación de
sus propiedades, de su vida, dé la colonia entera... ¿Qué motivo os
seguiría deteniendo? Oh, vosotros que rendísteis ese bárbaro decreto,
pero necesario en vuestro pensamiento, ¿por qué os demoráis en
revocarlo? Me habéis dado un remedio para curarme y se ha demostrado
que me va a matar, ¿permitiréis que lo tome y no me arrebataréis de las
manos la copa fatal?” (Aplausos reiterados.)
Otro argumento de Barnave se fundaba en el buen uso del prejuicio de color,
justificado como garante del orden colonial. Se recuerda la frase famosa:
“Si atentáis a ese medio de opinión y a ese prejuicio que es la única
salvaguarda de la colonia, habrá que renunciar a poseer esclavos, pues
desde el momento en que el negro, que sólo puede ser manejado por
prejuicios palpables, por razones que golpean sus sentidos y están
mezcladas a sus hábitos, se dé cuenta de que él es el igual del blanco o
al menos aquel que está entre ambos es el igual del blanco, ya no será
posible contenerlo. Tal prejuicio es absurdo, pero está establecido; es
opresivo, pero hace existir en Francia a millones de hombres; es bárbaro,
pero sería mayor barbarie querer poner las manos en dicho prejuicio sin
poseer los conocimientos necesarios”.
Este argumento, por ingenioso que fuese, no resistía al examen: “Es algo difícil
de comprender la ’necesidad del sometimiento de los hombres de color libres
para contener a los negros esclavos. ¿Qué se entiende, en efecto, por eso?-
¿Que el negro adquiera una idea, más alta del poder del blanco? ¿Pero existe

113
Aimé Césaire

un poder más fuerte en el mundo que el de retener a un hombre, en esclavitud


y él desdichado, al cual hago, con sólo un gesto, dar cien latigazos sobre una
escalera, concibe un poder por encima del mío? Le debo parecer más
poderoso que Dios.
“No; señores, este sometimiento de los hombres de color, no; es
necesario para mantener la esclavitud, más bien tiende a destruirlas.
¿Qué fue lo que detuvo la rebelión de los esclavos en Santo Domingo? La
reunión de los hombres libres y de los colonos blancos. ¿Qué fue lo que
la previno en la Martinica? La reunión de los hombres de color, libres y de
los colonos.
Observad además, señores, que si el interés de los colonos blancos les
ordena no unirse nunca a los hombres de color libres y no hacer causa
común con ellos, es sobre todo hoy en que la palabra libertad ha sido tan
imprudentemente pronunciada en las Antillas por esos mismos que tenían
interés en callarla, hoy en que una rebelión feliz ha dado a los negros
esclavos de Santo Domingo el secreto de su fuerza, hoy día en fin en que
a las medidas de terror y de miedo empleadas hasta el presente, la
política, de acuerdo. con la razón y la humanidad, ordena acaso las de la
benignidad y del sentimiento.
Pero no, no soy yo quien quiere destruir violentamente la esclavitud de los
negros en nuestras islas. ¡Ah! si mi conciencia pudiera reprocharme algo,
sería más bien asegurar su duración por la misma medida que propongo.
En efecto, dad al esclavo la esperanza de un día obtener su libertad;
dadle la certidumbre de que el momento en que sea devuelto al estado de
hombre libre, gozará de todos los derechos de los demás ciudadanos, y
habréis hecho más por perpetuar la esclavitud que juntando ejércitos y
forjando cadenas. El hombre es el mismo en todas partes. ¿Ve un término
a sus males? Los soporta con paciencia; ¿no lo ve? Se desespera y
desafía a la muerte misma”.
Principios aparte, era evidente, que si la causa de los colonos blancos era
solidaria de la causa de los nobles de Francia, la causa de los hombres de
color era la del tercer estado, principal actor y principal beneficiario de la
Revolución francesa. ¿Y renegaría sus orígenes la Legislativa?
“Pues en fin, si los colonos blancos de Santo: Domingo, que eran los
nobles de esta isla, deben poseer una superioridad manifiesta sobre los
hombres de color, que era el estado llano, ¿por qué los nobles de Francia
no poseerían también esta superioridad sobre nosotros, y qué razón
habría para negar a los caballeros de Coblentz el derecho de estatuir el
estado político del antiguo estado llano de Francia, después de haber
dado a los colonos blancos el de estatuir el estado político de los hombres
de color? El estado llano era siervo, os decían, nosotros lo hemos
manumitido, como los colonos blancos manumitieron a sus esclavos; es,
por tanto, a nosotros a quien incumbe decidir, en virtud de nuestro antiguo
poder, sobre esas mezquinas formas de otra sangre que la nuestra... Os
subleva. la comparación me responderéis que tal lenguaje es imposible.
Lo acepto, pero lo que no sería imposible, es que estos hombres
soberbios os opusiera vuestro decreto, como una prueba de qué hay

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TOUSSAINT LOUVERTURE

prejuicios, que se deben respetar y que ellos sostengan que de ese


número es el que dividía en Francia a los hombres en dos clases, los
nobles y los que no lo eran”.
Todo eso era dicho agradablemente, pero no nuevo. Grégoire y Robespierre
no habían hablado de otro modo cuándo el debate de mayo de 1791. Lo nuevo
era que Guadet revelaba un hecho político importante: la adhesión dada por
los puertos de comercio a la nueva política, esa adhesión tan vanamente
buscada por Brissot los meses precedentes.
Barnave, para negar los derechos políticos a los hombres de color, se había
apoyado en la opinión de los puertos. Pero, preguntaba Guadet, ¿de qué
puertos?
“Se me opondrá, acaso, el voto contrario que han expresado muchas
ciudades comerciales y se me repetirá lo que decía el señor Barnave el
24 de setiembre, a saber, que el interés de los comerciantes es aquí el
interés de la misma Francia. Pero entre esas ciudades comerciales, se
tendrá a bien no incluir la más importante de todas, la de Burdeos, que no
ha cesado de reclamar en favor de los hombres de color libres el ejercicio
de los derechos de ciudadano y que, orgullosa de esta conducta tanto
como de las injurias que le ha merecido de parte del señor Martín de
Gouy, no la ha desmentido y nunca la desmentirá. Entre las ciudades
comerciales cuyo voto es contrario a la resolución del 24 de setiembre, se
tendrá a bien no incluir además la de Nantes, que instruida al fin sobre los
verdaderos disturbios de Santo Domingo y sobre los medios de
detenerlos, acaba, por una petición firmada, por seiscientos ciudadanos,
de indicar como uno de esos medios, la revocación del decreto del 24 de
setiembre”.
¿Qué quedaba? Un solo argumento, puramente formal por otra parte, fundado
en el respeto fetichista de la constitución, el mismo que ya Genssoné había
tratado de refutar. Guadet presionó por ese lado. Precisamente, el decreto del
24 de setiembre, ¿era constitucional? No –y era ésa acaso la parte más
brillante del informe– cuando había sido tomado, la constitución estaba
terminada y, por tanto, la constitución no era ya... constituyente:
“Que esos señores calmen sus alarmas. Respetaremos la constitución; la
respetaremos por entero y no por ello dejaremos de revocar el decreto del
24 de setiembre. Es incluso por respeto a la constitución que revocaremos
ese decreto pues va contra todos los principios y la macularía si formara
parte de ella.
”Abro la constitución y leo allí: que las colonias, aun cuando forman parte
del imperio francés, no están comprendidas en la constitución: de donde
saco la consecuencia de que el decreto del 24 de setiembre es revocable
puesto que los únicos irrevocables son los contenidos en la constitución.
”La constitución fue terminada el 3 de setiembre; el cuerpo constituyente
declaró desde ese día que ya no se podía cambiar nada: así, pues, el
decreto sobre las colonias que vino a ser decretado el 24 de setiembre,
no es un decreto constitucional”.

115
Aimé Césaire

Para coronar su obra, Guadet hallaba una comparación que produjo gran
entusiasmo:
“No insistiré, señores; sobre lo que tiene de ofensivo para la soberanía del
pueblo el principio que aquí combato; me limitaré a observar que, si es de
buen ciudadano hacer resaltar su amor y su respeto por la constitución,
no es de hombre pregonar la idolatría por el cuerpo constituyente y
pretender que, semejante a Dios, ha conservado todo su poder después
de haber finalizado su obra”.
No hay que sorprenderse del resultado. En una palabra, la Asamblea Nacional
reconocía que les hombres de color y negros libres debían gozar de la
igualdad de derechos políticos; declaraba que, sobre esta base, se procedería
en cada una de las colonias francesas a la renovación de las asambleas
coloniales y de las municipalidades y, para hacerse más explícito, precisaba
que “los hombres de color y negros libres serían admitidos a votar en todas las
asambleas primarias y electorales y serían elegibles en todas las plazas” con
tal de reunir “las condiciones prescritas por el artículo 4 de la instrucción del 2
de marzo. (1790). A los colonos sólo les quedaba una última esperanza: el rey.
Por la asamblea colonial de Santo Domingo se enviaron instrucciones a sus
comisarios en Francia:
“reiterar al rey de los franceses el homenaje del profundo respeto y la
inviolable adhesión de los habitantes de Santo Domingo por Su Majestad,
suplicarle mantenga, con toda la fuerza y la autoridad que le confería la
constitución de la que era supremo guardián, la ley constitucional para las
colonias francesas del 28 de setiembre, suplicarle, en nombre de sus
colonias y además por su conservación y para bien mismo de la
metrópoli, no tolerar nunca que se atentara en el grado más mínimo
contra esta ley tutelar”.
Los comisarios de la asamblea colonial apelaron del voto nacional ante el rey.
Durante algún tiempo contaron con que el rey se negaría a sancionarlo.
Estaban apoyados en esta esperanza por Lacoste, el ministro de la Marina,
cuya opinión contra los hombres de color era tanto más arrogante cuanto que
antes de su ministerio, había sido diputado de comercio de Santo Domingo e
intendente de la Martinica. Pero la mayoría del nuevo ministerio, cuya
nominación habían decidido los patriotas, le sacó ventaja en el consejo. Se
hizo sentir al rey el mal efecto que produciría en la Francia colonial la negativa
de sanción de un decreto tan popular y las consecuencias funestas que tendría
para las colonias mismas, que correrían el riesgo de falta de auxilios e incluso
de los artículos más necesarios que ellas obtenían de la madre patria, si el rey
rechazaba las condiciones a las cuales la Asamblea Nacional había adscrito de
algún modo estos auxilios.
El rey ratificó. El decreto se convirtió en el decreto del 4 de abril de 1792... La
victoria de los mulatos era definitiva. ¿Pero no se ha visto a la constituyente
cambiar de parecer sobre un decreto? Los colonos de Santo Domingo se
entregaron a todas las convulsiones de la rabia:

116
TOUSSAINT LOUVERTURE

“¡Así que nuestros verdugos, nuestros asesinos, los monstruos que han
fertilizado la tierra con los huesos de nuestros hermanos, triunfan! El
decreto del 24 de marzo es un horror, una ignominia... No más colonias,
no más esclavos. El decreto del 24 de marzo es una patente de libertad
para seiscientos mil sublevados. Ese decreto es una monstruosidad a los
ojos de la política, y es un crimen a los ojos de la sana filosofía”.
Los mismos, en otros momentos, se entregaban a sanguinarias ensoñaciones:
“La salvación de Santo Domingo es imposible si no se toma el partido de
ser justo y severo con los mulatos, exterminándolos o al menos
deportándolos a la isla de la Ascensión cerca de las islas del Príncipe en
Guinea, dándoles víveres para un año e instrumentos de labranza;
dándoles por arzobispo a ese canalla de Grégoire y por alcalde a ese
cobarde de Brissot, que defendía en 1789 los intereses de Santo
Domingo y que hoy entona la palinodia por los siete millones prometidos
por Raymond”.
En tal clima de pasión frenética se comprenderán las dificultades de la tarea
que esperaba a los nuevos comisarios qué la Legislativa acababa de nombrar.
Sonthonax, Polverel y Ailháud llegaron al Cap el 19 de julio de 1792, para
encontrar una situación tanto más inquietante por cuanto los colonos tenían
ahora en los realistas el apoyo de un nuevo grupo de descontentos. La
revolución del 10 de agosto, en Francia, acababa de derrocar al rey. Así pues
en Santo Domingo se había hecho del modo más natural la conjunción entre
leopardinos partidarios de la independencia y realistas devotos de Luis XVI.
Pero los comisarios no se dejaron intimidar. En el Cap, reembarcaron por
fuerza al nuevo gobernador, el general d’Esparbes, realista notorio, al que
sustituyeron por un hombre devoto a su política: el general Rochambeau.
En Port-au-Prince hubo que llevar las cosas con mayor severidad. Caradeux el
cruel, habiéndose fugado, su sucesión a la cabeza de la guardia nacional
había sido recogida por su rival en fanatismo, el marqués de Borel. Apenas
nombrado, Borel la emprendió contra Lasalle que había sustituido a
Rochambeau, a quien habían nombrado jefe militar en la Martinica. Borel
expulsó a Lasalle de Port-au-Prince, y “como medida de salud pública” se
apoderó de todos los poderes, civiles y militares.
Fue una audacia de marca mayor. Pero quiso hacer más: los comisarios
habían disuelto la asamblea colonial.
Borel, por su propia autoridad, decidió reconstituir una que sería él instrumento
de su dominación sobre todo el país. Era demasiado. Los comisarios juzgaron
que había llegado el momento de dar un golpe de mano. El 21 de marzo de
1793, Sonthonax, en una proclama retumbante, hizo saber que se había
resuelto lo que sigue:
“Ciudadanos, los intereses de Francia en la colonia corren un grandísimo
peligro, ya no se puede disimular por más tiempo el estado alarmante en
que se encuentra la cosa pública, en vísperas de una guerra extranjera...

117
Aimé Césaire

“La Constitución de Francia en república ofrecía nuevas oportunidades a


las perversas maquinaciones de los facciosos de Santo Domingo. Los
realistas y los independientes creyeron que había llegado el momento
favorable para unirse; los jefes de ambos partidos han unido sus fuerzas
coaligándose y el precio de tan monstruosa asociación ha sido la sangre
de los hombres del 4 de abril y el incendio de todas sus posesiones... Es
en la ciudad de Port-au-Prince que se encuentra el bastión de esos
audaces criminales, allí es donde domina con furor esta insolente facción
tantas veces proscrita por los representantes del pueblo francés, aún
cubierto de la sangre que sus pretensiones insensatas han hecho
derramar... Es en Port-au-Prince que reina ese desorden de hombres
llenos de deudas y de crímenes, cuyas propiedades entrampadas sólo
podrían ser liberadas mediante la bancarrota y la independencia; que
califican de extranjeros a los franceses nacidos en Europa, que en su
correspondencia pública tratan al espíritu que anima a la Convención
Nacional, de espíritu dominante y aterrador, que predican continuamente
el desprecio por la metrópoli y por sus mandatarios...
”Autores de todos los males que han asolado a Santo Domingo, la
severidad de la comisión nacional los perseguirá por doquier”.
A esta proclamación enérgica, Chanlatte, uno de los líderes mulatos, añadió un
mensaje invitando a todos los hombres de color del oeste a secundar al
comisario civil:
“Hermanos y amigos... Reunámonos, probémosle a la República de
Francia que nuestros corazones son indignos de ingratitud. Acudid de
todos los puntos de la colonia, ciudadanos regenerados, protejamos a los
órganos de la ley y que nuestros cuerpos caigan mil veces bajo los golpes
de nuestros miserables enemigos antes que dejar que se envilezcan las
leyes de la República... Basta de tregua, basta de miramientos,
aplastemos a esa carroña infecta que lleva la desolación hasta nuestros
cerros más apartados... Purifiquemos por la muerte esta tierra todavía
humeante por sus crímenes”.
El 13 de abril de 1793, Port-au-Prince era tomada por asalto por las tropas
blancas fieles a los comisarios y las tropas mulatas mandadas por Beauvais.
Los grandes blancos habían sido vencidos. Se cerraba una era histórica.
Quedaba por saber en favor de quién.
Es un hecho que de una pequeña casta menospreciada, de un grupo social
amarrado corto, los hombres de color en poco tiempo –la revolución es la
locomotora de la historia– habían logrado integrar una clase tal que,
prevaleciendo contra toda otra, era imposible en lo adelante gobernar sin ella.
Era esa realidad, tal como la había hecho dos años de revolución. Pero la
conciencia es lenta en registrar tales cambios y ya es sabido el singular retardo
que muy a menudo toman sobre la historia las asambleas deliberantes. Y es
eso lo que ocurrió a la constituyente. Hay que convenir en ello: pese a su
buena voluntad, a la Legislativa le ocurrió igual contratiempo.

118
TOUSSAINT LOUVERTURE

La constituyente se había agotado en arreglar el problema blanco, cuando ya


era el problema mulato lo más importante. La Legislativa creía arreglar el
problema de las colonias arreglando la suerte de los mulatos. Al hacerlo no
cayó en cuenta que ya el problema mulato sólo era secundario y que lo
esencial ahora era lo que ninguna asamblea deliberante, había osado mirar
cara a cara hasta ese momento: el aterrador problema negro.

119
Aimé Césaire

Libro Tercero
LA REBELIÓN NEGRA

Capítulo I
LOS LÍMITES DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Esperar la abolición de la esclavitud por un gesto espontáneo de la burguesía


francesa, so pretexto de que esta abolición entraba en la lógica de la
revolución y más precisamente en la Declaración de los Derechos del Hombre,
era, bien considerado todo, desconocer que su propia tarea histórica, la
revolución burguesa misma, sólo le había dado cumplimiento hostigada por el
pueblo y como si le hubieran pinchado los riñones con la espada.
Lo sorprendente es que las masas negras hayan comprendido al punto que
nada había que esperar de París y que, en definitiva, sólo tendrían lo que
conquistaran por su mano.
Es un hecho probado que las asambleas francesas charlaron mucho sobre los
negros y obraron muy poco en su favor. La tradición se instauró desde los
estados generales.
El 5 de mayo de 1789 en su discurso de apertura, Nécker pronunció palabras
grandilocuentes:
“Un día llegará acaso, señores, en que llevaréis más lejos vuestro interés;
un día vendrá acaso en que, asociando a vuestras deliberaciones los
diputados de las colonias, echaréis una mirada compasiva sobre ese
desdichado pueblo del cual se ha hecho tranquilamente un bárbaro objeto
tráfico; sobre esos hombres semejantes a nosotros por el pensamiento y
sobre todo por la triste facultad de sufrir; sobre esos hombres empero que
–sin piedad por su queja dolorosa–, acumulamos, amontonamos en la
cala de un navío, para ir en seguida a velas desplegadas a entregarlos a
las cadenas que los esperan. ¿Qué pueblo tendría más derechos que el
francés para mitigar una esclavitud considerada como necesaria, y
sustituir los males inseparables de la trata de África, los males que asolan
dos mundos por esos desvelos fecundos y prósperos que multiplicarían
en las colonias mismas los hombres destinados a secundarnos en
nuestros útiles trabajos? Ya una nación distinguida ha dado la señal de
una compasión ilustrada, ya la humanidad es defendida en nombre del
interés personal y de los cálculos políticos y esta causa soberbia no
tardará en comparecer ante el tribunal de las naciones”.
Durante toda su existencia, la Constituyente haría oídos sordos. Y tal fue la
atmósfera que nadie se atrevió a abordar de frente el problema. No veo más
que un solo abolicionista, al menos un solo hombre que osó proclamarlo. Era
un oscuro diputado del Vermandois, el señor Viefville des Essarts, cuyo
proyecto fue publicado en anexo al informe de la sesión del 11 de mayo de
1791.
Viefville des Essarts tenía un corazón dentro del pecho y no dejaba de tener
“filosofía”:

120
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Señores,
”La libertad es el primer derecho que el hombre posee de la naturaleza,
ese derecho es sagrado e inalienable, nadie debe despojarlo de él.
”La esclavitud no es otra cosa que el abuso de la fuerza.
”Francia ha tenido la dicha de verla desaparecer de su continente; pero,
injusta, ha tenido la crueldad de establecerla en sus colonias. Es una
violación de todas las leyes sociales y humanas.
”Si hay una ocasión de proscribir del suelo francés éste bárbaro abuso, si
nunca antes se presentó en este suelo una que rompiera las cadenas de
la servidumbre, es sin duda en un momento en que los hombres
penetrados más que nunca dé esta verdad de ser iguales ante el Ser que
los creara y ante la ley eterna, que una mano invisible grabara en sus
corazones, reúnen todos sus esfuerzos para abolir y borrar hasta las
últimas huellas de su antigua servidumbre.
”Así pues, señores, me parece que ha llegado el momento de presentaros
el proyecto más grande, el más noble, el más digno acaso de la
posteridad, que sólo puede inmortalizar esta augusta asamblea: la
abolición dé la esclavitud.
”Rescatar la naturaleza del hombre degradado y envilecido, devolver su
dignidad al hombre, restablecerlo en sus derechos primitivos es acción
digna de la generosidad francesa. Reparar los ultrajes hechos a la
humanidad desde hace siglos, borrar, si ello es posible, todos los
crímenes de la avaricia es un acto digno de la justicia. Ya una nación rival
con tantos derechos a nuestra estimación se ha ocupado de ello;
prevengamos tan generosos designios. Es a Francia, es a vosotros,
señores, que toca dar tan gran ejemplo que os merecerá el homenaje y la
veneración del universo entero. Confieso que el corazón se ve seducido y
arrastrado por empresa tan noble y bella. Es tan dulce ejercer la
beneficencia, derramar consuelo en el seno de los desdichados y allí
verter la dicha, que uno no puede defenderse, no ya de un sentimiento de
piedad y de compasión, sino de enternecimiento, del más poderoso
interés por esos seres infortunados, víctimas desdichadas de nuestras
inmoderaciones y de nuestra insaciable y cruel avaricia.
”No hay género de crueldad y de barbarie al cual no estén ellos expuestos
ni fechorías de las cuales no nos sintamos culpables ante ellos. Se echa
mano a los medios más atroces para hacer una buena trata, se suscita la
guerra y la carnicería en su país, y mediante la seducción de algunos
objetos fútiles, se compra el atroz derecho de encadenarlos y de tratarlos
como viles rebaños de ganado. La pluma se resiste a describir tales
horrores. (Seguía una descripción muy precisa de los horrores de la trata
y de la vida de los esclavos en las colonias de América.)
”Señores, bajo semejante régimen, bajo el imperio de una ley que sería el
horror del pueblo más salvaje, viven en nuestras colonias los desdichados
africanos. En ellas perecen por millares, anonadados bajo el peso de
todos los males. Condenados a romper la tierra, apenas se les concede

121
Aimé Césaire

unas horas de descanso. Si sus fuerzas agotadas no bastan para cumplir


la tarca que se les ha asignado, manos bárbaras hieren sus cuerpos, ríos
de sangre corren y riegan esas tierra; proscritas, que ya sepultan a
millares de africanos y que pronto sepultarán a les ella alberga,
igualmente consumidos, extenuados por la crueldad y la desdicha.
”No hay día halagüeño para ellos. Con su último suspiro termina su
trabajo. La muerte llega lentamente, es el primer instante de reposo,
termina con sus penas.
”¡Y son hombres civilizados los que así tratan a otros hombres por la sola
razón de que la piel de éstos es negra y que la de ellos es blanca!
“La naturaleza tiembla de indignación, el alma. se desgarra, urgida y
seducida por los movimientos de su corazón, de cierto que no se podía
dudar si se debe o no acudir en socorro de esos desdichados, cumplir
respecto a ellos los sacrosantos deberes de la humanidad, en una
palabra devolverles su libertad”.
Dicho esto, des Essarts no disimulaba las dificultades y reconocía “que el bien
es difícil de hacer”.
¿Pero eran insuperables esas dificultades?
“Se anuncia que de abolir la trata y la esclavitud de los negros, hay que
renunciar a las colonias y abandonar los cultivos, porque les europeos no
sirven para ello, que esos climas muy cálidos los agotan, que ellos no
resistirían el trabajo.
No se debe temer este abandono, a ello se opone un gran interés. No se
creerá la idea de que los propietarios descuidan ninguno de los medios
propios para conservar sus posesiones. La abolición de la trata, lejos de
necesitar ese abandono, no será sino un vehículo más para empeñar a
los colonos en favorecer la población de los negros, con el objeto de
poder prescindir del recurso de la trata, como la isla de Guadalupe nos ha
dado el ejemplo.
Además, es un error pensar que los europeos no estén preparados para
el cultivo de nuestras colonias, convendremos –y es incuestionable– que
el hombre negro nacido bajo un cielo ardiente tiene más fuerza física;
pero los blancos aclimatados pueden bastar y son capaces de hacer la
mayor parte del trabajo de los negros. En la creación de los primeros
establecimientos, bajo Luis XIV, sólo había europeas a los que se llamaba
’temporeros’, porque se empleaban por un término de tres, cuatro y cinco
años, cultivaban esas tierras y lo hacían con mayor actividad, inteligencia
y logros que los negros. Es cierto que sólo cultivaban tabaco, pero
igualmente hubieran cultivado café, azúcar, añil y todas las demás plantas
indígenas. Así pues podrían hacerlo hoy. Para ello bastaría cambiar las
horas de trabajo, aprovechar la mañana y la noche. Y después que se
destruya en esos climas bárbaros el detestable prejuicio que degrada al
hombre dedicado al cultivo de la tierra, que se le honre, que en lo
venidero sean manos libres las que la exploten: entonces el europeo que
posea tierras no vacilará en cultivarlas. Nuestras colonias (las de

122
TOUSSAINT LOUVERTURE

América) tienen hoy por lo general una población de africanos que se


puede establecer en la proporción de diez a uno, no incluidas las tropas,
es decir, que hay diez negros por un blanco. Cada cual sabe que estos
últimos son poseedores y no hacen nada, que los otros ejecutan, dirigen
la obra, lo hacen todo y nada poseen.
Ahora bien a esta desproporción de situación y de población se objeta:
preguntan cómo vivirá esta masa de esclavos que no tiene una propiedad
si de pronto se le da la libertad. Vivirá de su trabajo y de sus servicios,
como viven nuestros peones, jornaleros o domésticos. La penuria y la
miseria los forzarán a hacerlo. Pero no se trata de darles, de una vez por
todas, la libertad: se les irá dando sucesivamente, tomando precauciones
para ayudar la suerte de cada esclavo, ya dándole tierras a cultivar o a
roturar, ya sea de otro modo.
Se dice que la. mano de obra al hacerse ahora más cara aumentará
proporcionalmente el precio de las mercancías; que la consecuencia de
todo esto será que ya no podremos abastecer el comercio, en los
mercados extranjeros, con las otras naciones propietarias; que vamos a
estar limitados a nuestro solo consumo; que nuestros vecinos introducirán
en nuestro país los productos -de sus colonias, ya que el interés es
siempre más fuerte que la ley; que si quinientos mil negros recibieran la
libertad al mismo tiempo, podrían desconocer el agradecimiento, y abusar
en el primer entusiasmo de una revolución tan inesperada de sus fuerzas
para oprimir a sus amos; en fin, si se quiere ser justo, que el negro siendo
una propiedad fundada sobre la ley, bajo la fe de la cual el colono ha
adquirido, su capital debe serle reembolsado, que todavía tendrá que
correr el peligro del abandono de una parte de sus cultivos.
¿Estas razones bien pesadas pueden contrarrestar los motivos tan
poderosos y tan imperiosos que se elevan en favor de la manumisión?
¿Son lo bastante fuertes para seguir sacrificándoles la vida y la libertad
de millares de hombres? Una nación justa, humana y bienhechora no
puede hacer tales sacrificios a su lujo, a su vanidad o al interés de
algunos miles de personas. A todo esto es fácil contestar.
1. El negro nunca podrá ser considerado como propiedad, es
detenido por fuerza y la fuerza no otorga ningún derecho. ’El derecho
de libertad inherente a la naturaleza del hombre es inalienable e
imprescriptible, no se puede renunciar a él. Su renuncia sería un
acto ilegítimo y nulo y, aun cuando cada cual podría alienarse a sí
mismo, no podría alienar a sus hijos, estos nacen hombres libres. La
libertad les pertenece, nadie sino ellos tienen el derecho de disponer
de la misma. Ningún ser humano tiene autoridad sobre su prójimo’.
(Contrato Social, libro 1, capítulo IV.)
El fuerte que esclaviza al débil comete por tanto una injusticia, un acto de
violencia contra el cual la imprescriptibilidad del derecho del hombre
protesta eternamente y no se debe indemnización alguna por la evicción
de una posesión furtiva.

123
Aimé Césaire

2. Si por efecto de la manumisión, los colonos asalarian a los negros,


les pagan soldadas o jornales, cesará el infame tráfico; y al perder
sobre ellos el inhumano derecho de vida y muerte, ganarán el precio
de su compra y todo cuanto costaba a su crueldad.
3. Las pérdidas y peligros civiles que presentan para la balanza
comercial, no se encuentran más que en el cálculo de su interés, aun
así es fácil prevenirlos o repararlos. La mayoría de los grandes
propietarios no se dignan residir en las colonias, por la razón de que
siendo inmensa su fortuna, quieren dilatar el campo de sus placeres,
fijando su residencia en la metrópoli; entonces nombran a un
económico que administre sus tierras, el cual no tarda en imitarlos
volviendo a Europa por las mismas causas. Pero en vez de un
beneficio de un ciento por ciento y más deben contentarse con dos
terceras partes y aún así tendrán una ganancia muy honrada y la
competencia seguirá siendo la misma, el único inconveniente será el
estar en las colonias nueve años en vez de seis para hacer su
fortuna.
4. Siendo el suelo de nuestras colonias singularmente propicio para
variar la producción, en el supuesto caso de que manos libres
produzcan en el precio de las mercaderías, un aumento que fuera
imposible sostener la competencia en el extranjero y que estuviera
obligado a limitarse al consumo de la metrópoli, es de creer que
entonces los propietarios no dejarían, como lo hicieran en los
tiempos en que el café había bajado a 8 y a 10 centavos la libra, de
disminuir sus cafetales y fábricas de azúcar para dedicarse, con todo
el celo y la inteligencia que es de esperar de un pueblo industrioso,
al cultivo del añil y de otros productos que proporcionarían ventajas
seguras.
Se debe también creer que las demás naciones propietarias, cuyas islas
están cercanas a las nuestras, seguirían el ejemplo de Francia o de no
hacerlo pronto se verían forzadas a ello por la deserción de sus esclavos
que no dejarían de acudir a nuestro suelo en busca de su libertad.
5. En lo que se refiere al temor de revueltas y de opresión en el
primer momento de la revolución y todas las demás consideraciones
que puedan presentarse, cesan y se apagan en la forma lenta y
progresiva de la abolición de la esclavitud.
Ejecútese el proyecto de manumisión parcialmente, dése la libertad cada
año sólo a un cierto número de negros y se prevendrán los efectos de una
revolución súbita, los peligros de una libertad general dada de golpe a
quinientas mil almas. Los cambios requeridos por las circunstancias al
hacerse sucesivamente, el nuevo orden de cosas se verá establecido sin
ninguno de esos trastornos tempestuosos que un proyecto de tan gran
importancia puede hacer temer, si su ejecución se hiciera de modo
precipitado. De todo esto resultará además una ventaja muy sensible de
la manumisión parcial y sucesiva.

124
TOUSSAINT LOUVERTURE

Una pequeña porción de individuos que reciba anualmente la libertad,


hallará más medios de subsistencia.
Los negros son humanos y caritativos, es el carácter distintivo de los
desgraciados; ellos se ayudarán mutuamente.
Ya, desde el momento de la publicación del decreto de libertad, se verán
libres del tormento de sus dolores y darán término a los mismos, se
estimarán felices y lo serán ante la esperanza de un futuro más plácido,
pues el pensamiento se anticipa al tiempo y, en realidad, sus penas serán
aliviadas. El amo que estará interesado en ganarse su esclavo, para que
cuando éste obtenga su libertad, se quede en su hacienda, lo tratará con
miramientos. Este desdichado bendecirá desde ese momento a la nación
generosa que ha fijado un término a sus sufrimientos. No lo dudemos, los
sentimientos de gratitud resonarán en todos los rincones del mundo,
pasarán a la posteridad que nunca olvidará a la generación que tanto
hiciera por ella.
En fin, se puede presumir que con una administración tranquila y
benéfica, la población se conservará de manera (abstracción hecha de los
esclavos de las islas cercanas que podrán venir a respirar la libertad en
nuestra posesiones) que no sufra disminución en el momento en que la
libertad se generalice, para no jactarse de que aumente. Se puede ir más
lejos: presumir igualmente que en menos de un siglo, la mayor parte de
las propiedades de nuestras colonias pertenecerá a esa clase de
hombres, habituados a trabajar mucho y a gastar poco. Pero entonces
dicha clase estará incorporada y apegada a la tierra por sus posesiones y
en la suposición de una revolución que la llevaría a una entera
independencia, como ésta sería general, al extenderse por igual sobre
nuestros vecinos, vuestra situación se haría mejor.
Libres de los gastos inmensos de administración, nuestras relaciones,
seguirían siendo las mismas por mutua necesidad, con la ventaja, por una
parte, de poder rigurosamente prescindir de ellos, mientras que ellos
necesitarían de nosotros para subsistir; por otra parte, con la ventaja
sobre nuestros vecinos de poseer exclusivamente los productos de
primera necesidad, ventajas que nos asegurarían incuestionablemente la
preferencia.
Por todos estos motivos, he aquí pues el proyecto de decreto que someto
al examen y a las luces de la Asamblea Nacional:
”La Asamblea Nacional, compenetrada con esta verdad eterna, de
que el hombre nace libre, que su libertad es inalienable, que la
fuerza no engendra ningún derecho;
Considerando que devolver su dignidad al hombre, dilatar su
felicidad, restablecerlo en sus derechos primitivos, es un deber del
cual nadie puede prescindir.
Queriendo que en lo porvenir no haya, en toda la extensión del
imperio francés, más que hombres libres y abolir en el mismo la
horrible palabra esclavitud, decide y decreta lo que sigue:

125
Aimé Césaire

Artículo primero. La esclavitud será y permanecerá abolida, en lo


adelante, en todos los países del dominio francés, del modo y asi
como será expresado más abajo. Los hombres comprendidos en esa
abolición serán libres y gozarán de todos sus derechos.
Artículo segundo. La trata de negros es y permanecerá abolida a
partir del día de la promulgación del presente decreto. Todos los
negros que se introduzcan en las colonias francesas o en cualquier
otra parte del reino, del modo que fuere o por quien fuere, serán
puestos en libertad seis meses después de dicha promulgación.
Artículo tercero. Todos los esclavos existentes actualmente en las
colonias francesas serán sucesivamente manumitidos y puestos en
libertad en el término de diez y seis años, a razón de un dieciseisavo
por cada año, empezando el primero el día de la publicación del
presente decreto.
Artículo ocho. Los esclavos puestos en libertad gozarán en el acto
de todo el favor de la ley para contratar, vender, comprar y comerciar
y, de todos los demás derechos del ciudadano.
Articulo nueve. El Código Negro es y permanecerá abolido y
suprimido desde ese día, como inhumano y bárbaro, se prohíbe a los
jefes de barracones, amos y conductores de esclavos, castigarlos,
azotar o hacer azotar arbitrariamente y por su autoridad, sin ningún
motivo o pretexto y a cualquier persona de arrogarse el derecho de
infligirles ningún castigo, poniéndolo desde ahora bajo la protección
de la ley.
Artículo diez. En cada barrio se establecerá una jurisdicción
disciplinaria, compuesta por ocho notables, que conocerá exclusiva y
gratuitamente de las faltas cometidas por los negros, conforme al
reglamento que será hecho y los notables no podrán ser menos de
cinco para poder emitir un juicio.
Artículo once. El amo que se crea con derecho a quejarse de un
esclavo no podrá hacerse justicia so pena de ser castigado, según la
exigencia del caso. Se le citará ante la jurisdicción establecida.
Articulo doce. Se permitirá a los negros casarse entre sí, sin que
puedan oponerse a ello sus amos, a saber los que profesan la
religión católica, según las formas prescritas por la Iglesia y las leyes
del reino; los demás según las formas establecidas por lo no-
católico. El amo a quien pertenezca el hombre estará obligado a
comprar la mujer, si ésta pertenece a otro amo o, si lo prefiere,
puede ceder a éste su negro, al precio que sea fijado, para que
ambos puedan vivir, juntos; se les dará una cabaña separada.
Artículo trece. Se prohíbe terminantemente obligar a la mujer al
trabajo durante las diez últimas semanas de su embarazo y durante
las seis primeras después del parto.

126
TOUSSAINT LOUVERTURE

Artículo quince. Toda persona de color, que posea alojamiento,


fallecida sin descendencia y sin haber dispuesto del mismo, dicho
alojamiento le será dado a la familia negra más cargada de hijos,
que no tenga propiedad ni medios de subsistencia. Si el alojamiento
es considerable será dividido en tantas partes como se juzgue
necesario para cada familia, las más pobres y las más. cargadas de
hijos serán las preferidas.
Artículo dieciséis. Si hay tierras incultas o abandonadas, susceptibles
de rendimiento, serán divididas y distribuidas, así como se ha
expresado en el precedente artículo y se adelantará, a esos nuevos
colonos, en caso de necesidad, todo cuanto se estime necesario
para el primer año de roturación.
Articulo diecisiete. Se elegirán y nombrarán tres comisarios para
velar por la ejecución del presente decreto, los cuales se ocuparán
de asegurar la subsistencia de los nuevos libertos, de apegarlos a la
tierra mediante posesiones y de conciliar los principios de humanidad
y de justicia, con todo cuanto pueda contribuir a la seguridad y
prosperidad de las colonias”.
Este proyecto, pese a sus límites, merece ser alabado. Es el primero, que
sepamos, que osó encarar la abolición de la esclavitud. Pero, muy adelantado
a su . época, debió parecer como las quimeras de un visionario más qué como
un documento digno de las meditaciones de una asamblea seria. Fue
publicado, distribuido y, sin ser discutido, volvió de nuevo a los archivos.
Entonces llegó la Asamblea Legislativa. A decir verdad el progreso fue mínimo.
Se observó la misma regla de prudencia y hasta podría decirse que de timidez.
Es justo señalar la decisión qué contenía la prohibición de la trata (abril de
1792) pero, como temerosa de su acto, la asamblea había tenido tal cuidado
de ponerse a cubierto del precedente inglés, que no se pudo ver en dicha
prohibición más que el efecto de un vasto pensamiento político, una simple
medida de circunstancia. Pastoret explicó que no debían quedarse a la zaga
del vecino:
“Todos los miembros de la Asamblea Nacional conocen del éxito que ha
tenido en la Cámara de los Comunes de Inglaterra la moción del señor
Wilberforce sobre la abolición gradual de la trata de negros. Era digno del
pueblo inglés dar este ejemplo a todos los amigos de la humanidad. Es
digno del pueblo francés, puesto que no hemos sido lo bastante
afortunados en ser los primeros en dar este ejemplo, de apresurarnos en
imitarlo. En lo adelante no debe existir entre ambas naciones otra
rivalidad que la de trabajar de concierto en la felicidad del género
humano. La Cámara de los Comunes ha pensado que la abolición de la
trata de negros debía ser sucesiva y gradual y ha tomado una medida que
me parece dictada por el interés del comercio y el de los negros mismos.
Pido la devolución de la moción que hago, de la abolición de la trata, a los
comités reunidos de legislación y comercio, que serán los encargados de
presentarnos los medios sucesivos y graduales para operarla”.
Vaublanc fue de la misma opinión:
127
Aimé Césaire

“Aplaudo como toda la asamblea los principios que han dictado la


resolución de la Cámara de los Comunes de Inglaterra y la moción que
acaba de hacer el señor Pastoret. Ciertamente, un solo motivo ha podido
impedir a la Asamblea Nacional dar este ejemplo y también se lo ha
impedido a la Asamblea Constituyente; ese motivo era la necesidad de
que todas las potencias europeas marchasen más o menos al mismo
paso en esta gran resolución, tan importante para el comercio. Fue
Dinamarca la primera en dar el ejemplo, seguidamente, Inglaterra.
Ciertamente, nosotros no debemos quedarnos atrás. Pero suplico a la
asamblea que considere que es de sana política no hacer más que las
otras naciones. Sin pedir que la moción del señor Pastoret sea devuelta a
los dos comités reunidos, pido que la asamblea decrete hoy el principio,
en los mismos términos que la Cámara de los Comunes... Os ruego
considerar que lo que adelanto está fundado en la prerrogativa nacional
que no permite adelantarse a la determinación de las demás potencias
sobre este objeto. El partido que os propongo seria una advertencia a
todas las potencias europeas de que ha llegado el momento en que ellas
deben entenderse para abolir, con prudencia y comedimiento, una cosa
detestable a la verdad, pero que no debe ser abolida más que de un
modo, por asi decir, general en toda Europa y de acuerdo con
determinaciones tomadas por todas las potencias que se interesan en
dicho comercio”.
De parte de Merlet se presentó una oposición más definida:
“Sin duda no hay un miembro de esta asamblea que no aplauda la
moción que ha sido hecha para suprimir la trata de los negros y estoy
convencido que todos coincidimos en ella, cuando pueda enlazarse con
los principios de una sabia política de la que nunca debemos apartarnos.
Pero creo que en el estado en que se encuentran nuestras colonias, con
la necesidad en que están de sustituir los brazos que servían al cultivo,
esta medida sería imprudente y peligrosa.
Sería muy impolítico, en las circunstancias en que carecemos de brazos
para el cultivo, decretar incontinenti el principio. Pido pues la devolución a
los comités colonial y de comercio reunidos, como ha sido propuesto por
el señor Pastoret. Allí se examinará el problema y se esperará la
determinación de la Cámara de los Pares de Inglaterra”.
Felizmente, la asamblea pasó a otro asunto.
En cuanto a la esclavitud misma, la Legislativa se negó siempre a inmiscuirse
en el asunto.
Fue esto lo que repitieron hasta la saciedad los comisarios enviados a Santo
Domingo, jurando que no entraba en sus intenciones ni en sus instrucciones
innovar en la materia.
En ocasión de su llegada al Cap en setiembre de 1792, Polverel había sido
categórico:

128
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Os declaro, en nombre de mis colegas, sin temor a ser desautorizado, os


declaro digo, que si, por imposible la Asamblea Nacional cambiara algo
en vuestras propiedades mobiliarias, renunciaría en el acto a toda misión
y pondría en las manos de la nación todos los poderes que me ha
confiado, antes que hacerme cómplice de un error tan funesto a la
colonia”.
Días más tarde repetía los mismos pareceres:
“Ciudadanos,
”Los comisarios nacionales civiles, a su desembarco én Santo Domingo,
se han visto rodeados de desconfianza por los enemigos del estado.
Calumniados en sus sentimientos, os deben una explicación solemne
sobre sus verdaderos principios, así como sobre la naturaleza y la
extensión de los derechos que la Asamblea Nacional y el rey les han
confiado.
”Que los hombres débiles y crédulos dejen de escandalizarse, que los
perversos cesen en sus maquinaciones. He ahí el símbolo de nuestra
religión política; nunca cambiaremos.
”Invariablemente apegados a las leyes que acabamos de hacer ejecutar,
declaramos en nombre de la metrópoli, de la Asamblea Nacional y del rey,
que en lo adelante sólo reconoceremos dos clases de hombres en la
colonia de Santo Domingo, los libres sin ninguna distinción de color y los
esclavos.
”Declaramos que a las asambleas coloniales únicamente, constitucional-
mente formadas, pertenece el derecho de decidir sobre la suerte de los
esclavos.
“Declaramos que la esclavitud es necesaria al cultivo y a la prosperidad
de las colonias y que no entra en los principios ni en la voluntad de la
Asamblea Nacional ni del rey lesionar a este respecto las prerrogativas de
los colonos”.
Se hubiera esperado más osadía de parte de la Convención. La verdad es que
ni la Girondina ni la Montañesa osaron ir más lejos.
Sin embargo, la oportunidad se había dado: se les había metido en la cabeza
redactar una nueva constitución y una nueva Declaración de los Derechos del
Hombre. ¿Cómo eludir el problema colonial, el problema de los derechos del
hombre de ultramar planteado con tanta fuerza por tan sangrientos
acontecimientos? Fue, sin embargo, lo que hicieron tranquilamente, no sólo
Condorcet y la Gironda, sino también Robespierre y la Montaña.
¿Se sabe que hubo una manera de Código Negro republicano? Fue publicado
en Port-au-Prince el 5 de marzo de 1793 en edición bilingüe, francés y créole.
¡Muy interesante lectura!
El artículo 22 prohíbe a los esclavos portar armas, ni siquiera garrotes, y los
contraventores serán azotados.

129
Aimé Césaire

El artículo 25 prescribe la pena de muerte contra todo esclavo que agreda a su


amo.
El artículo 27 castigo severo, incluyendo la muerte, para todo esclavo que
hubiera robado caballos, mulas, bueyes o vacas.
El artículo 30 ordena cortar las corvas a todo esclavo que intente abandonar la
isla.
El artículo 32 prevé el estampado o marca de la letra L (ladrón) en el hombro
derecho, para los hurtos, mientras que el artículo 34 ordena cortar las orejas y
marcar en el hombro izquierdo la letra C (cimarrón) a todo esclavo fugitivo,
“cimarrón” con un mes de evadido.
El legislador imaginaba al negro bien penetrado de virtudes cívicas para
apreciar el magnífico privilegio con el que se le gratificaba de llevar, grabada
en su carne, una inscripción de inspiración republicana, más bien que los
vergonzosos símbolos de la monarquía.
A esto se limitó por el momento el celo humanitario de los comisarios.
Queda el caso Robespierre.
Recordamos sus bellas palabras en la Constituyente.
Desgraciadamente no vemos que en la época de su poderío haya actuado y
hasta se puede suponer que haya esquivado actuar.
En todo caso es esto lo que afirma Dufay al explicar (discurso del 24 pluvioso,
año II, 2 de febrero de 1795) que Barére, miembro del Comité de Salud
Pública que tenía las colonias entre sus atribuciones, le había afirmado haber
querido, en numerosas ocasiones, agitar el problema en la asamblea, pero que
“Roberpierre se había opuesto siempre fuertemente y con humor”. Hay que
desconfiar de Barére y de sus revelaciones postermidorianas. Sin embargo,
subsiste un hecho: Robespierre no actuó.
Mas, en su informe del 17 de noviembre de 1793 sobre la situación de la
República, trataba por las claras a los girondinos de baratilleros de imperio,
acusándolos de haber querido: “en un momento dado manumitir y armar a
todos los negros para destruir nuestras colonias”. 23
Y es que su genio no estaba exento de una cierta estrechez de nacionalismo.
Se añáde a ello su natural prudencia. Esto se ve bien cuando le ofrece al
mundo la seguridad de que los franceses no tienen la pretensión “de ir a
plantar el estandarte tricolor en los confines del mundo” y que, después de
todo, los reyes hubieran podido morir o vegetar en paz sobre sus tronos sí no
se hubieran atrevido a atacar a Francia.
Es de creer que este pensamiento es del mismo género que lo inspiraba
cuando pedía a Barére acallar el problema colonial dando él mismo el ejemplo.

23
“Geneat... enviado por Lebrun y por Brissot a Filadelfia... se esforzó por hacer nuestros
principios sospechosos y terribles. En Filadelfia, Genest se hizo jefe del Club... Fue asi como
la misma facción que en Francia quería reducir a todos los pobres a la condición de ilotas...
quería en un instante libertar y armar a todos los negros para destruir nuestras colonias”.
130
TOUSSAINT LOUVERTURE

Robespierre buscaba el apaciguamiento con Inglaterra. Pitt se obstinaba con


una exigencia: que Francia desautorizara “las máximas sanguinarias que
llevan a la subversión de todo gobierno”. Inglaterra tenía entre manos el
problema de Jamaica y una revuelta de siervos. ¿Creyó Robespierre en una
iniciativa revolucionaria en las colonias contraria al espíritu de apaciguamiento?
Es presumirlo: así jugaba la lógica de la coexistencia pacífica.
La Constituyente había sacrificado los negros a los colonos.
La Legislativa a los puertos de comercio.
La Convención los sacrificaba a la paz.
Grégoire fue uno de los que no se desanimó.
Para impresionar la imaginación de sus colegas, organizó en plena asamblea
un “cuadro vivo” que se creería inventado conforme a la estética del Dorval y
yo de Diderot. Si vamos a darle crédito a la memoria oficial de la sesión del 4
de junio de 1793, todo aquello fue un gran éxito teatral:
“Se presenta en la barandilla del tribunal una delegación de los americanos
libres compuesta en gran parte de gentes de color. El orador de la
delegación, después de haber solicitado para sus camaradas y para él el
favor de desfilar ante la asamblea, recuerda a los representantes que
ellos han sido elegidos para hacer la felicidad de una gran nación, para
echar los cimientos de la libertad del mundo y para hacer que de todos los
pueblos sólo haya uno. Ofrece en nombre de sus conciudadanos una
bandera tricolor cuya divisa expresa el horror que ellos han sentido por la
tiranía y la anarquía y deposita sobre la mesa una instancia presentada
en nombre de los negros esclavizados en las colonias francesas de
América. El Presidente acepta la bandera y concede a los peticionarios el
favor de desfilar ante la Convención. (Atraviesan la sala al son de una
música militar. El estandarte tricolor es llevado delante de ellos: en él
están pintados un blanco, un mulato y un negro, armados con una pica
rematada en un bonete de la libertad. Sobre el estandarte se lee esta
inscripción: ‘Nuestra unión será nuestra fuerza’. Entre los peticionarios se
encuentra una mujer de color de ciento catorce años de edad, camina
apoyada en el brazo de dos peticionarios. A su llegada ante la mesa, el
orador de la delegación declara que ella se llama Jeanne Odo y que ha
nacido en Port-au-Prince. La asamblea rinde respetuoso homenaje a la
vejez poniéndose en pleno de pie y el Presidente, en signo de veneración,
le da el beso fraternal.)”
Entonces Grégoire habló:
“Cuando en la Asamblea Constituyente un viejo de ciento veinte años vino
desde el Jura a la barandilla del tribunal para agradecerle a la asamblea
haber roto el yugo feudal bajo el cual se había, por siglos, inclinado la
cabeza de sus hermanos, la asamblea por respeto hacia ese ciudadano
venerable se puso en pleno de pie: Vosotros habéis imitado ese bello
movimiento: el respeto por la vejez es una virtud que, madre de todas las
demás, os es familiar. Pido que en el informe oficial se mencione ese
movimiento. No tengo otra petición que someter a vuestra humanidad y a

131
Aimé Césaire

vuestra filosofía. Todavía existe una aristocracia, la de la piel: más grande


que vuestros predecesores cuyos decretos, por así decir, la han
consagrado, vosotros la haréis desaparecer. Espero que la Convención
Nacional aplicará los principios de igualdad a nuestros hermanos de las
colonias, que sólo se diferencian de nosotros por el color; espero que esta
petición depositada en vuestra mesa, cuya lectura sería demasiado larga
a esta hora, no se quedará sumida, como tantas otras, en un comité y que
inmediatamente os se hará un informe sobre el cual pronunciaréis la
libertad de los negros”.
¡Ay! Los temores de Grégoire eran más que fundados. Pasaron los meses.
Una cosa desplazó a la otra. Se olvidó a los negros y la petición de
“americanos libres”.
En una palabra, si era necesario hacer un juicio de conjunto sobre el
comportamiento del personal político de la Revolución francesa respecto al
problema colonial acaso habría que decir que nada le fue más ajeno que el
anticolonialismo, que se quedó en su aproximación sentimental: la filantropía,
que tiene su antecámara: el antiracismo.
A decir verdad, no veo más que un hombre que haya planteado el problema
con algún rigor. Y este hombre no es Grégoire ni Robespierre, es Marat. Fuera
de él, se enfrentan dos clases de hombres: los que toman partido por los
colonos contra los negros y los mulatos, y en eso son colonialistas; y aquéllos
que, por el contrario toman partido contra los colonos y por los hombres de
color, incluso por los negros mismos, y en eso son progresistas; colonialistas,
sin embargo de algún modo, más exactamente en la medida en que se oponen
a la reivindicación colonial de independencia. Repito que no veo más que a un
hombre de la época que haya asumido el anticolonialismo en todas sus
exigencias, teniendo bajo una sola mirada el doble aspecto del problema
colonial, su aspecto social tanto como su aspecto nacional. Y es Marat. Un
solo hombre que proclamó el derecho de las colonias a la secesión. Y es
Marat.
Más exactamente, así como puede leerse en el número 624 del Amigo del
Pueblo, “el derecho que tienen las colonias de sacudir el yugo tiránico de la
metrópoli”24:
“El fundamento de todo gobierno libre es que ningún pueblo sea sometido
de derecho a otro pueblo, que no debe tener otras leyes que las que él
mismo se ha dado, que es soberano en su casa y soberano independiente
de todo poder humano. Mientras que el simple sentido común, admitiendo
estos principios, añade que es absurdo e insensato que un pueblo se
gobierne por leyes que emanan de un legislador que reside a dos mil
leguas de distancia. La única tontería cometida por los residentes de
nuestras colonias es haber consentido en enviar diputados a la Asamblea
Nacional de Francia. Pero esta tontería sólo fue cometida por los colonos
blancos. Ahora bien, todos tienen el derecho de sacudir el yugo de la
metrópoli, de elegir otro soberano o erigirse en República: y ¿por qué no?
puesto que la supremacía que la metrópoli pretende tener sobre ellos es
usurpadora, descansa en las máximas del despotismo y no se ejerce más
24
El Amigo del Pueblo, 12 de diciembre de 1791
132
TOUSSAINT LOUVERTURE

que en virtud del derecho del más fuerte. Voy más lejos, y supongo que
los habitantes de nuestras colonias se han declarado libres, ¿con qué
cara, osaríamos encontrar mal, que hayan imitado el ejemplo de las
colonias inglesas? ¿y por qué absurda inconsecuencia condenaríamos en
ellos lo que hemos aprobado enérgicamente con los insurgentes? De que
nuestras colonias están en su pleno derecho de liberarse de la metrópoli,
no vayáis a concluir que pienso dar la razón a los colonos blancos; sí, sin
duda, ellos son inexcusables a mis ojos por haber querido erigirse en
amos tiránicos de los negros, Si las leyes de la naturaleza son anteriores
a las de las sociedades y los derechos del hombre son imprescriptibles, lo
que tienen los colonos blancos respecto a la nación francesa, los mulatos
y los negros lo tienen respecto de los colonos blancos. Para sacudir el
yugo cruel y vergonzoso bajo él cual gimen, están autorizados a emplear
todos los medios posibles, incluso la muerte, aun cuando se vieran
obligados a exterminar hasta el último de sus opresores. Tales son los
principios conforme a los cuales un legislador equitativo se habría
pronunciado en el asunto de Santo Domingo: basta decir que el último
decreto sobre los hombres de color es equitativo y que dado sobre los
negros es atroz.
“Pero, ¿cómo podríamos tratar como hombres libres a hombres que
tienen la piel negra, en tanto que no hemos tratado como ciudadanos a
hombres que no pagan al Estado una contribución directa de un escudo?
Alabamos nuestra filosofía y nuestra libertad, pero no somos menos
esclavos hoy día de nuestros prejuicios y de nuestros mandatarios de lo
que lo éramos hace diez siglos. ¡Preguntadle a los parientes y a los
amigos esclarecidos de las víctimas degolladas en el Campo de Marte!”
Texto importante y único en su género.

133
Aimé Césaire

Capítulo II
APRENDIZAJE

“En la mayoría de los casos, el motín surge de un hecho


general, la insurrección es siempre un fenómeno moral.
Bravia, aunque con derecho, violenta aunque fuerte, ella
ha golpeado al azar; ha marchado ciega como el elefante,
aplastando: ha dejado tras sí cadáveres de viejos, de
mujeres y de niños; ha vertido sin saber por què la sangre
de los inofensivos y de los inocentes... Antes de que el
derecho se desprenda hay tumulto y espuma. En sus
comienzos la insurrección es motìn, igual que el rìo es
torrente. Por lo común desemboca en este ocèano:
revolución".
Víctor Hugo

Se puede estar seguro de que las salpicaduras de la elocuencia parlamentaria


no tocaron a los esclavos, pero maduros por el sufrimiento, los negros estaban
prestos, siempre prestos; se puede incluso afirmar que en la sociedad colonial,
eran ellos los únicos verdaderamente prestos y los únicos aptos para
comprender la revolución en profundidad. Al anuncio de la toma de la Bastilla,
los esclavos de la Martinica, en una carta insolente dirigida al comandante en
jefe de la ciudad de Saint-Pierre, situaron sus reivindicaciones al nivel más
alto: la libertad, e inmediata, o en su defecto “brotarían en breve torrentes de
sangre que correrán tan potentes como los arroyos que corren a lo largo de
vuestras calles”.
En lo que se refiere a los de Santo Domingo, después de una espera, actuaron
con una instantaneidad y una cohesión impresionantes. Una gran ceremonia
vodú reunió el 22 de agosto de 1791 en el Bois Caiman a millares de negros
bajo la presidencia de un “papáley” reputado, el esclavo Bukman.
La escena fue grandiosa: en medio de bosques espesos, en la tiniebla surcada
de relámpagos y el retumbar del trueno, fueron invocados los dioses de África:
¡Eh! ¡Eh! ¡Bomba! ¡Hen! ¡Hen!
Canga, bafio té
Canga moun de lé.
Canga, do Ki la
Canga, do Ki la
Canga li.
Se han hecho muchas versiones de este canto, que Moreau de Saint-Méry ya
conocía, signo habitual en las ceremonias vodú.
Para Monseñor G. Cuvelier, el sentido sería25

25
Monseñor G. Curviliers: El antiguo reino del Congo, Desclee de Brower, Bruselas, 1946. La
traducción de Monseñor Curvilier es la más verosímil. Este canto en honor de la serpiente
Mbumba (Bomba) sería un canto congolés. Transcrito de acuerdo con la ortografía actual,
134
TOUSSAINT LOUVERTURE

Eh, serpiente Mbumba


Detén a los negros
Detén a los blancos
Detén a los ndoki26
Deténlos.
Ortiz le da un sentido totalmente diferente:
¡Eh! Eh! ¡Bomba! ¡Eh! ¡Eh!
¡Conjuro a los negros!
¡Conjuro a los blancos!
¡Conjuro a los espíritus! Allá
Conjúralos.
Sea como fuere, terminada la ceremonia, los negros, con Bukman a la cabeza,
se pusieron en pie de guerra. En la mañana del 23, la insurrección era general.
Ocho días más tarde, el balance: doscientos ingenios y seiscientos cafetales
destruidos, centenares de blancos muertos, la llanura del norte –la parte más
rica de la isla– reducida al estado de desierto surcado de ruinas, humeantes. A
los colonos sólo les quedaba el Cap, apresuradamente transformado en
campo atrincherado.
Al asaltar la ciudad, la insurrección sufrió su primera derrota. Peor aún, en el
curso del combate, el intrépido Bukman cayó acribillado por las balas.
“Jamás cabeza de un muerto, comentaba un cronista, conservó tamaña
expresión; los ojos abiertos y todavía brillantes parecían dar a sus tropas
la señal de la matanza”.
Por su parte, los colonos dieron curso a su odio feroz, el mismo odio de que
habían dado muestra cuando el caso Ogé.
El cadáver fue decapitado, el cuerpo quemado; la cabeza clavada en una pica
y expuesta en la Plaza de Armas del Cap con esta inscripción: “Cabeza de
Bukman, jefe de los insurrectos”.
Entonces bajo los golpes de la represión, la insurrección tuvo un momento de
irresolución. Y cuando al terror se añadió la división (se vio a Jean-François,
uno de los jefes negros, dar muerte a uno de sus colegas, Jeannot) los blancos
tuvieron ganada la partida.
Si no llegaron a sofocar la rebelión, al menos lograron localizarla, gracias a un
sistema de puestos fortificados estratégicamente calculados que aisló la
frontera de la provincia del norte por el lado oeste y que, por dicha razón, tomó
el nombre de “cordón del oeste”. El incendio no estaba apagado, pero ya no
podía propagarse. Podía esperarse un descenso progresivo. En ese momento
de estancamiento emergió a primer rango Toussaint-Louverture.
Era el cochero de un plantador, Bayón de Libertas, apoderado de la plantación
Breda, perteneciente al conde de Noé, de ahí el nombre bajo el cual Toussaint
fue designado por un tiempo: Toussaint de Breda, llamado Louverture.

seria así: “Eh eh Mbumba | Kanga bafioti | Kanga mundele | Kanga ndoki (la) | Kanga (li)
26
Los brujos
135
Aimé Césaire

Con cuarenta y ocho años de edad, sabiendo leer y escribir, gozaba entre los
suyos de un gran prestigio, debido tanto a la firmeza de su carácter como a su
superioridad intelectual.
Era un aporte precioso a la rebelión. Más precioso ya que la misma no estaba
aún en estado de estimarlo.
Al acoger al “viejo Toussaint”, creía acoger a una especie de Néstor. En
resumidas cuentas era un jefe, un jefe que la rebelión se daba...
Toussaint era hombre de tacto. Supo infiltrarse en la plaza y tomar posesión de
ella sin alarmar a nadie.
Después de la muerte de Bukman, el comando supremo había recaído en
Jean-François. A sus órdenes estaba Biassou quien, a su título de general,
había añadido el pomposo de “virrey de los países conquistados”. Toussaint
reflexionó que Jean-François era altivo, presuntuoso, susceptible, de trato
difícil; por el contrario, Biassou era débil e influenciable. Toussaint se fue al
campamento de Biassou.
Tenía suma confianza en sí mismo para persuadirse que muy pronto Biassout
no sería en sus manos más que un instrumento.
Fue así que se hizo consejero íntimo del “virrey de los países conquistados”
con el título de “médico”.
En resumen, y pese a la modestia relativa de su grado, su hora había llegado y
él lo sabía.
Después del “momento” Bukman, era el “momento” Toussaint Louverture el
que comenzaba.
Dos momentos de un mismo movimiento, pero diferentes.
El momento Bukman es el momento en que la insurrección negra, llevada de
un solo impulso, habría podido vencer de golpe. El momento de la inspiración
febril y del profetismo.
El momento de Toussaint Louverture, es el momento de los mañanas inspirados,
el momento del examen de conciencia, el momento de la reflexión fría que
corrige los errores y perfecciona los métodos.
En fin, desde que el motín, por su persistencia, tuvo visos de transformarse en
insurrección, Toussaint se le unió.
Pero tan pronto como Toussaint entró en el motín, no paró hasta extenderse en
revolución.
Y eso significaba esencialmente disciplinar la insurrección y superarla. Por
supuesto, superar su nivel militar, pero aún más su nivel político. Y ante todo,
hacerla consciente de una cosa: que, más allá de los hombres, había que
destruir un sistema. El fin, el único válido, no podía ser otro que la libertad, la
libertad general. Ahora se comprende la carta, que los esclavos escribieron al
gobernador Blanchelande, en respuesta a una de las proclamas de éste:

136
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Señor, nunca hemos pretendido apartarnos del deber y del respeto que
debemos al representante de la persona del rey... pero hombre justo,
bajad hasta nosotros, ved esta tierra que hemos regado con nuestro
sudor, o más bien con nuestra sangre, esas edificaciones que hemos
levantado. ¿Hemos obtenido alguna recompensa? Los que debieron
habernos servido de padres cerca de Dios eran tiranos, monstruos
indignos del fruto de nuestros esfuerzos. ¿Y usted pretende, bravo general,
que nos asemejemos a ovejas, que vayamos a meternos en las fauces
del lobo? No, es demasiado tarde ya. Dios, que combate por el ¡nocente
es nuestro guía, nunca nos abandonará.
¡Vencer o morir! He ahí nuestra divisa, que sostendremos hasta la
última gota de sangre. No nos faltan ni pólvora ni cañones. Así, pues, la
muerte o la libertad. Dios quiera hacérnosla obtener sin efusión de
sangre. En ese caso se habrán cumplido todos nuestros deseos. Creed
que ha costado mucho a nuestros corazones haber tomado esta senda,
pero no os vayáis a engañar y a estimar que esto es flaqueza nuestra.
Jamás tendremos otra divisa que vencer o morir por la libertad. Vuestros
muy humildes y obedientes servidores”.
Firmado: “Todos los generales y jefes de nuestro ejército”.

En general, algo faltaba, algo que era perjudicial para una acción de gran
envergadura: la falta de una ideología.
Los esclavos, como por instinto, se habían alzado confiándose a la providencia
y dándose como instrumentos de un Dios vengador, irritado de los crímenes y
de la injusticia de los blancos. La ceremonia del Bois-Caiman más arriba
descrita es célebre y la noche tropical ha pasado a la historia donde, a la luz
de los relámpagos y en el fragor de la tempestad, millares de esclavos negros
juraron vencer o morir.
Toussaint Louverture poseía en su espíritu suficiente claridad para captarlo.
Había leído al abate Raynal. Además, había seguido apasionadamente las
peripecias de la Revolución francesa y estaba perfectamente informado de los
acontecimientos: tensión entre el rey y la asamblea, fuga del rey a Varennes,
etc.
Toussaint imaginó el mito, ya más político, de un rey padre de sus pueblos,
prisionero de los blancos por haber decidido hacer justicia a las
reivindicaciones de su pueblo negro y concederle la libertad.
Raynal había escrito:
“Para echar abajo el edificio de la esclavitud, apuntalado por pasiones tan
universales, por leyes tan auténticas, por la rivalidad de naciones tan
poderosas, por prejuicios aún más poderosos, ¿a qué tribunal llevaremos
la causa de la humanidad, que tantos hombres traicionan de concierto?
Reyes de la tierra, sólo vosotros podéis hacer esta revolución. Si no
hacéis caso omiso del resto de los humanos, si no contempláis el poder
de los soberanos como el derecho de un bandidaje feliz y la obediencia
de los súbditos como una sorpresa hecha a la ignorancia, pensad en

137
Aimé Césaire

vuestros deberes. Negad el sello de vuestra autoridad al tráfico infame y


criminal de hombres convertidos en viles rebaños y ese comercio
desaparecerá. Por una vez, para dicha del mundo entero, reunid vuestras
fuerzas y vuestros proyectos tan a menudo concertados para su ruina,
que si alguno de entre vosotros osara fundar sobre la generosidad de
todos los demás la esperanza de su riqueza y de su grandeza, es un
enemigo del género humano que hay que destruir; llevad a su morada el
hierro y el fuego; vuestros ejércitos se llenarán del santo entusiasmo de la
humanidad; veréis entonces qué diferencia pone la virtud entre hombres
que socorren a los oprimidos y mercenarios que sirven a los tiranos”. 27
Toussaint fingía creer realizada la hipótesis: el rey había liberado... Los colonos
resistían. Por tanto, los insurgentes eran los colonos. Sublevados contra el rey,
contra el derecho, contra la ley.
Por otra parte, y en la perspectiva negra, el mito estaba hábilmente elegido,
pues con un tacto sicológico muy seguro Toussaint instalaba la palabra clave,
la palabra- simiente, la palabra libertad, en un complejo de relaciones
familiares, la basaba en un complejo de ideas comunes ampliamente
compartidas por todas las opiniones de Santo Domingo, fuesen negros o
mulatos. Después de todo, cuando los mulatos enviaron diputados a la
Constituyente, ¿no se había visto a Raymond apoyarse en... los edictos de
Luis XIV?
Graves historiadores han hablado del realismo de Toussaint. En efecto, por la
época de la reunión de Toussaint con la insurrección se asiste a ciertas
gestiones un tanto extravagantes.
Por noticias llegadas al Cap, resultaba que el jefe de los insurrectos, Jean-
François, ostentaba el titulo de Gran Almirante de Francia, que Biassou era
virrey de las regiones conquistadas y Toussaint Breca, convertido en
Louverture, médico de los ejércitos del rey de Francia.
Por la misma época, el Port-Margot vio presentarse a un parlamentario de los
insurgentes precedido de una bandera blanca sobre la cual estaba escrito, de
un lado “Viva el Rey” y del otro “Antiguo Régimen”. Por lo demás era portador
de un mensaje explícito, a saber que los negros:
“habían tomado las armas para la defensa del rey, que los blancos
retenían prisionero en París por haber querido libertar a sus fieles
súbditos los negros; que ellos querían esa manumisión y el restablecimiento
del Antiguo Régimen, mediante lo cual los blancos tendrían la vida a salvo
y podrían retornar tranquilamente a sus hogares, aunque serían previa-
mente desarmados”.
La historia tradicional zahiere a esos negros que, en el umbral de una
revolución, se adornan con cordones de San Luis y hablan el lenguaje
convencional de la reacción y del clericalismo. No ha faltado mucho más para
que historiadores progresistas hicieran a título póstumo el proceso de
Toussaint. ¡Cuidado!: la fraseología es reaccionaria, la mitología sin duda, pero
la acción es revolucionaria. En realidad, el lenguaje que empleaban los jefes

27
Raynal, t. 7, pp. 108-109. Edición 1821
138
TOUSSAINT LOUVERTURE

negros era el que consideraban más apropiado, en ese momento de la historia,


para electrizar a sus tropas, para exaltarlas a sus propios ojos y magnificar su
empresa.
A este respecto, es Marx quien pronuncia la frase decisiva y, precisamente,
con motivo de la Revolución francesa:
“La tradición de todas las generaciones muertas pesa con un peso muy
grande sobre el cerebro de los vivos. Y aun cuando parecen ocupados en
transformarse, ellos y las cosas, en crear algo enteramente nuevo, es
precisamente en esas épocas de crisis revolucionaria que evocan
medrosamente los espíritus del pasado, que les piden prestados sus
nombres, sus consignas, sus trajes, para aparecer sobre la nueva escena
de la historia bajo ese disfraz respetable y con ese lenguaje prestado”.
La verdad es que los jefes negros tuvieron que ocuparse de algo más
sustancial que superar el ridículo que hicieron adornándose con los despojos
monárquicos. Más bien nos inquieta el riesgo que corrieron, no bien
empeñados en la acción revolucionaria, de dejarse dividir y de estar muy cerca
de imaginarse que cediendo a las tentaciones del reformismo, y por las
virtudes del conciliábulo, podían blandamente abrirse las puertas del
descanso.
En efecto, la victoria había cambiado de campamento.
Bukman, alma de la insurrección, su inspirador, acababa de ser muerto en
combate. Además, un movimiento combinado de la guarnición de Port-de-Paix
y de las tropas del cordón del oeste había hecho a los blancos dueños de la
principal fortaleza negra, el campamento Lecoq, mientras que Cambefort se
apoderaba del Acul y Touzard desembarcaba en Port-Margot..
Como de costumbre, la derrota militar iba acompañada del disensiones
políticas.
Fue entonces que vaciló la fe de los negros y los jefes se inclinaron por la
sumisión.
A Santo Domingo acababan de llegar tres comisarios nacionales nombrados
por la Constituyente.
Los negros, aprovechando este acontecimiento, enviaron al Cap al mulato
Raynal y al negro Duplessis, antiguos libertos, portadores de un mensaje a la
asamblea colonial:
“La proclamación del rey del 28 de setiembre es una aceptación formal de
la constitución francesa. En esta proclama se ve su paternal solicitud...
Pero los sentimientos de clemencia y de bondad que no son leyes, sino
afecciones del corazón, deben franquear los mares y debemos ser
incluidos en la amnistía general que para todos el rey ha pronunciado
indistintamente.
Grandes infortunios han afligido a esta rica e importante colonia; nos
hemos visto envueltos en ellos y nada nos queda por decir en nuestro
descargo. La instancia, que nos hemos tomado la libertad de haceros
llegar, nada deja que desear a este respecto, pero en el momento en que
139
Aimé Césaire

la redactamos, no teníamos conocimiento alguno de esas diversas


proclamaciones. Hoy, que estamos instruidos de las nuevas leyes, hoy,
que no podemos dudar de la aprobación de la madre patria para todos los
actos legislativos que decretaréis concernientes al régimen interior de las
colonias y al estado de las personas, no nos mostraremos refractarios”.
Tras esas seguridades venían las sugerencias:
“Las leyes a ponen en vigor para el estado de las personas libres y no
libres deben ser las mismas en toda la colonia; incluso sería interesante
que declararais mediante un decreto sancionado por el general, que
vuestra intención es ocuparos de la suerte de los esclavos; sabiendo que
ellos son el objeto de vuestra solicitud y sabiéndolo de parte de sus jefes,
a los que haréis llegar este trabajo, se sentirán satisfechos y ello facilitaría
las cosas para restaurar el equilibrio, perdido, sin pérdida de tiempo... En
fin, señores, nuestras disposiciones pacíficas no son equívocas ni nunca
lo han sido; circunstancias infortunadas parecen hacerlas dudosas, pero
un día nos haréis toda la justicia que merece nuestra posición y os
convenceréis de nuestra sumisión a las leyes y de nuestra respetuosa
devoción al rey. Esperamos impacientemente las condiciones que queráis
poner a esta tan deseada paz.
En lo que a nosotros se refiere, señores, animados del más puro
patriotismo, estamos unidos de corazón y de intenciones con nuestros
hermanos del oeste y del sur; el mismo juramento que les unió a los
blancos, nuestros hermanos,28 ya ha sido pronunciado por cada uno de
nosotros y grabado en el fondo de nuestros corazones en caracteres
imborrables; como ellos, defendemos vuestras propiedades, las nuestras;
como ellos, llevaremos con orgullo el nombre de franceses regenerados y
seremos los firmes sostenes de una constitución por largo tiempo
ignorada y el pacto que habéis concertado con nuestros hermanos del
oeste y del sur se vuelve de seguro el nuestro”.
Los signatarios eran tres negros: Jean-François, Biassou y Toussaint, y tres
mulatos: Desprez, Manzeau y Aubert.
Raynal y Duplessis comparecieron ante la asamblea y sufrieron un
interrogatorio desdeñoso.
Diez días más tarde volvían al Cap a buscar la respuesta.
En este intervalo, ios jefes negros habían deliberado sobre el punto de saber
cuál sería el número a fijar dé las libertades a reclamar.
Jean-François quería trescientas, Biassou fue del mismo parecer, no incluidos
los miembros de su familia.
Toussaint optó por cincuenta, cifra a la cual, en definitiva, se acogió Jean-
François.

28
Los negros creían que el concordato blancos-hombre; de color había sido sancionado por la
asamblea colonial.
140
TOUSSAINT LOUVERTURE

En esta circunstancia, los negros no debieron su salvación más que a una


triple costra de prejuicios que acorazaba de estupidez a los colonos. Cuando,
al cabo de diez días, Duplessis y Raynal regresaron al Cap, fue para oírse dar
por el presidente de la asamblea colonial una respuesta insultante:
“Emisarios de los negros sublevados, vais a escuchar las intenciones de
la asamblea colonial. La asamblea, fundada en la ley y por la ley, no
puede corresponderse con gentes armadas contra la ley, contra todas las
leyes. La asamblea podría favorecer a culpables arrepentidos y devueltos
a sus deberes. No pediría nada mejor que estar en situación de reconocer
a los que han sido arrastrados contra su voluntad. La asamblea sabe
siempre medir sus bondades y su justicia. Retiraos”.
A su vuelta, y sobre el informe que hicieron de esta respuesta, Biassou, de
temperamento arrebatado, se puso furioso y sin la influyente intervención de
Toussaint Louverture, hubiera hecho fusilar a los blancos prisioneros en el
campamento de los insurgentes. Sin embargo, los negros no estaban al cabo
de sus humillaciones.
Raynal y Duplessis habían traído una carta de los comisarios civiles invitando
a los jefes negros a una entrevista en la hacienda San Miguel, en la Petite
Anse, cerca del Cap.
El día señalado, Biassou, desconfiado y descontento de la asamblea colonial,
se abstuvo. Sólo acudió Jean-François.
Los comisarios estaban acompañados de colonos y de miembros de la
asamblea colonial.
Irritado, uno de los colonos se dispuso a golpear a Jean-François. Éste,
indignado, ya se retiraba de la conferencia, cuando el comisario Saint-Léger
fue solo y sin armas a buscarlo junto a su tropa.
Este acto de confianza y las corteses palabras de Saint-Léger causaron su
efecto.
Jean-François se arrodilló ante los comisarios renovando de viva voz las
demandas formuladas en las instancias precitadas.
Los comisarios le exhortaron a dar pruebas de su buena fe, libertando a los
blancos que tenía en rehenes. Jean-François consintió, pidiendo a cambio de
ello la devolución de su mujer que había sido condenada a muerte por la
comisión prebostal y que no había sido ejecutada.
Al siguiente día por la mañana –y sin que los blancos se creyesen obligados a
respetar su promesa concerniente a su mujer– Jean François devolvía los
prisioneros, acompañados de ciento cincuenta dragones a las ordenes de
Toussaint Louverture. Cuando los jefes de la escolta se presentaron ante la
asamblea colonial, de golpe y porrazo empezaron los reproches.
“Proseguid dando pruebas de vuestro arrepentimiento y decid a los que
os envían de encaminarlos a los señores comisarios civiles que sólo por
su intercesión la asamblea podrá discutir sobre vuestra suerte”.

141
Aimé Césaire

De vuelta entre los suyos, Toussaint Louverture, cuya perspicacia había


descubierto la insuficiencia de los poderes de los comisarios civiles, se lo dijo a
Jean-François y a Biassou, el cual decidió renunciar a una entrevista que
debía tener con los comisarios.
“Los comisarios civiles, dice Garran de Coulon, aseguran, en una carta al
ministro de Marina, que instigadores que no van a nombrar impidieron el
éxito de estas negociaciones.
Hombres, dicen ellos, más criminales y bárbaros aún que los negros a los
cuales pusieron las armas en la mano, impidieron los felices esfuerzos de
nuestra mediación. Pérfidos consejos vinieron a fortificar entre los
esclavos sublevados la desconfianza que inspira naturalmente el crimen.
La más atroz perfidia envenenó nuestras benéficas intenciones. Se
persuadió a esos esclavos que nuestro designio era desarmarlos para
exterminarlos más fácilmente. Tales son los tenebrosos manejos
empleados para impedirles que se rindan”.
La verdad es que los negros no tenían necesidad de consejos para
comprender que las negociaciones eran inútiles. Admitiendo que hubieran
dudado de ello, los ataques de que al mismo tiempo eran objeto se hubieran
encargado de ilustrarlos, sobre todo los llevados a cabo por De Touzard y los
“señores de la Marmelade” 29 que después de haber matado a cien de ellos, en
diversos encuentros, proclamaban que les concederían la paz a punta de
lanza... Por otra parte, un hecho nuevo vino a atravesarse en la política de
pacificación de los espíritus, inaugurada por los comisarios civiles.
Éstos preconizaban una amnistía. El ministro de la Marina la decretó. Enviando
el texto de la misma al gobernador Blanchelande, el ministro lo invitaba a
ponerse de acuerdo con la asamblea, “tanto para hacerlo publicar si procede,
como para arreglar las condiciones del perdón”. La asamblea se molestó.
Léaumont, un diputado, declaró que la proclamación del rey era “viciosa”,
“peligrosa” e “inconstitucional”. Inconstitucional porque la iniciativa pertenecía
sobre este objeto a la asamblea colonial; peligrosa porque era apta para
apartar a los negros en su deseo de sumisión; viciosa, en fin:
“en que nada puede liberar al esclavo de la autoridad inmediata y
absoluta de su amo, que él no debe conocer ni la nación ni la ley ni el rey
ni, en fin, todo lo que se refiere a la constitución, todos esos atributo; se
deben fundir exclusiva y totalmente en la persona del amo, que jamás ha
sido privilegiado del reino ni de ninguna otra autoridad, ya antes, ya
después de la revolución, agraciar a los esclavos por crimen de rebelión
acompañada de asesinatos, porque una tal autoridad sería atentatoria a
una propiedad que los colonos han adquirido por adelantado de sus
fondos, por sus sudores y bajo la ley de los tratados”. 30
Urgida por la necesidad, la asamblea colonial terminó promulgando la amnistía,
pero en términos tales que nadie entre los negros podía tomarla en serio; la
asamblea consideraba que la amnistía era contraria al decreto del 24 de
septiembre y que hubiera podido rechazarla, que la asamblea quería precisar
29
Sin duda Boulley, alcalde de una parte de esa parroquia
30
Monitor de Santo Domingo, del 9 y 10 de febrero de 1792
142
TOUSSAINT LOUVERTURE

que era ella la que “perdonaba” en nombre de los amos a los esclavos
sublevados, que sus jefes:
“tendrían, para obtener el perdón, que remitir a la asamblea colonial todos
los papeles que tenían en su poder y dar todos los informes apropiados
para esclarecer las causas de la actual revuelta”.
En suma, los colonos le hacían un señalado servicio a los jefes negros,
descorazonándolos de aventurarse en el desplomado callejón sin salida de
trampa de lobos, de negociaciones desmoralizadoras.
Entonces Toussaint terminó por estar convencido de tres cosas, tres cosas que
precisamente hicieron de Toussaint Breda: es decir “Toussaint Louverture”; el
primer gran líder anticolonialista que la historia haya conocido:
Primero, que la conquista de la libertad general sería obra de gran aliento;
después, que seria asunto del pueblo, del pueblo negro, que es su cabeza y no
en la de los colonos que debía hacerse madurar la idea; que, en fin para llevar
a vías de hecho el largo combate comenzado, arrojo y bravura no bastarían;
que se requería lo que ni Bukman ni Makendal habían tenido: una cabeza
política.
Toussaint no tenía otra opción: era preciso que él fuera esa cabeza.

143
Aimé Césaire

Capítulo III
COMPROMISO Y COMPROMISO

Lenin ha dicho lo que debe pensarse de la nación de compromiso, que si a


revolucionarios bisoños les parece peligroso e incomprensible, el revolucionario
auténtico se percata de que el compromiso es inseparable de la acción. El
compromiso, es en definitiva, el arte:
“de utilizar del modo más minucioso, más circunspecto, más inteligente, la
menor fisura entre los enemigos, así como la menor posibilidad de
asegurarse un aliado numéricamente fuerte, aun cuando fuese un aliado
temporal, vacilante, condicional, poco sólido y poco seguro”.
Acababa de estallar la guerra entre Francia y España y Su Majestad Católica
no tenía reparo en poner su mano en la mano de los “bandidos”.
Era esto precisamente lo que, el 22 de febrero de 1793, Pedro Acuña, ministro
del rey de España, hacía saber en nombre de su señor a don Joaquín García,
gobernador y capitán general en Santo Domingo:
“Como la nación francesa, olvidando los más sacrosantos deberes y
abandonada con furor a sus caprichos y a sus pasiones, ha pisoteado de
golpe no sólo el respeto debido a esta corona, sino también a todas las
coronas de Europa, ejecutando en la augusta persona de su legítimo
soberano un atentado tan atroz como horrendo y del que todo el mundo
tiene conocimiento, S.M. quiere que al mismo tiempo que al recibo del
presente despacho, la guerra será probablemente declarada a esta
nación. V.S. emplee con la mayor prontitud, eficacia y disimulo, los
medios necesarios y adecuados para ganar y aliar a nuestro partido, el de
los bandidos, negros y mulatos, así como el de los realistas descontentos
del nuevo gobernador nombrado por la nación francesa... A este efecto,
será conveniente ganarse a Jean-François, a Hyacinthe y a los demás
jefes aliados de los negros, para combatir contra las tropas y los
habitantes de la parte francesa sumados a la nueva constitución, hasta
obtener su cabal conquista y reunión a nuestra corona: a este efecto, les
concederéis los recursos necesarios, permitiéndoles la real protección de
S.M. y les aseguraréis a unos y a otros, tanto a negros como a mulatos,
en nombre de su S.M. desde este momento y para siempre libertad,
exenciones, disfrutes y prerrogativas”.
Evidentemente era una alianza paradójica, con toda probabilidad provisional,
pero alianza en todo caso. Así lo calcularon los negros. Y sabiamente.
De cualquier modo, la alianza española se reveló al instante pagadera.
Toussaint, tratando por su cuenta, se deshacía de la tutela de Biassou y
conseguía organizar un ejército para él: un ejército que ya no era una banda,
un ejército al que Toussaint insuflaba un ideal preciso: la libertad general.
Ahí reside la grandeza de Toussaint.

144
TOUSSAINT LOUVERTURE

Mientras que Biassou y Jean-François se meten hasta el cuello en el


compromiso español (Jean-François morirá Grande de España), Toussaint, a
través de todas las etapas intermedias y los compromisos impuestos por el
desarrollo histórico, nunca pierde de vista la meta final: la liberación de los
negros.
Es significativo que por la misma época en que es aliado de los españoles, por
la época en qué habla el lenguaje formal de la contrarrevolución y del realismo,
emprende entre los esclavos la acción que en su grado más alto está en
desacuerdo con su actitud, realista, una ruidosa propaganda en favor de la
libertad general:
“Hermanos y amigos,
Yo soy Toussaint Louverture, acaso mi nombre haya llegado a vuestros
oídos. He emprendido la venganza. Quiero que reinen en Santo Domingo
la libertad, la igualdad. Trabajo por hacerlas existir. Unios a nosotros...”
Iba firmado: “Toussaint Louverture, General de los ejércitos del rey, por el bien
público”.
No menos significativo es un segundo documento. Es una carta del 4 de abril
de 1794 dirigida por un colono francés emigrado en la parte española de-Santo
Domingo, un tal Laplace, al gobernador de dicha colonia:
“El general Biassou, queriendo echarlos a un mismo lugar para obligarlos
a que se rindan o simplemente exterminarlos de una vez por todas, había
propuesto apoderarse primero de todas las alturas del Borgne, Plaisance,
La Marmelade, Dondon y Grand-Boucan. Logrado, su objetivo, su
proyecto era proponer iguales medidas para todas las partes del este
ocupadas por tropas de su amigo François. La colonia abrigaba la
esperanza de un porvenir feliz y cercano, ya que la toma del Cap sería la
consecuencia infalible de esta maniobra. Es, pues, bajo los auspicios de
esos bravos generales que los nuevos súbditos del rey de España habían
abierto su corazón a la esperanza. Ya el fiel Biassou estaba acampado
sobre la hacienda La Rivière, cabeza de distrito de Ennery; había hecho
replegar a ese campo muchos pequeños puestos inútiles que Toussaint
había instalado con el pretexto de proteger a los viajeros, mientras que
sus agentes que los ocupaban, cometían a diario robos y asesinatos; de
ahí las quejas y las murmuraciones de todos los habitantes plantadores.
Toussaint aprovecha estas protestas de los habitantes para denunciarlos
como sospechosos, se lleva y arma a todos los esclavos de su hacienda.
Predica la desobediencia, la insubordinación a su general; él mismo se
declara jefe de sedición; dirige un manifiesto a Biassou, su genera), y
termina por intentar un asesinato contra su persona. Pedimos que caiga
la cabeza del culpable. Lo es por haber seducido a las tropas auxiliares
para asesinar a su jefe. Y lo es aún más por haber, contra las promesas
sagradas del rey, prometido la libertad general a todos los esclavos de
nuevo entrados en el orden y el deber”.

145
Aimé Césaire

Toussaint pensaba tan fuertemente en la libertad general que terminó por


confiar sus pensamientos a sus aliados españoles. Propuso a su jefe directo,
el marqués de Hormona, un plan de conquista de la colonia francesa, que
garantizaba la libertad a todos los negros.
Por supuesto, el español lo rechazó.
Pero aun ese mismo rechazo era precioso. Iluminaba a Toussaint. Esc rechazo
era una señal. ¿La señal de qué?
Que el tiempo del compromiso español había pasado.
Esta perspectiva no tomaba desprevenido a Toussaint.
Y firmado el compromiso, ¿qué podía hacer, sino probar las otras posibilidades?
Corno siempre ocurre, esta otra posibilidad pareció proporcionarla a punto fijo
la ocasión. Una circunstancia excepcional, inesperada para todos menos para
Toussaint, quien acababa en efecto de empeñar a los franceses en la vía que
conducía a la “libertad general”.
¿De qué se trataba?
El 20 de junio de 1793 desembarcaba en el Cap el antiguo colono Galbaud,
ahora nuevo gobernador de Santo Domingo. Por el caluroso recibimiento que
le hicieron los aristócratas blancos, los comisarios se dieron cuenta del peligro
que la presencia de tal jefe hacía correr a su política de apaciguamiento de la
querella de castas. De modo que no titubearon un instante. Alegando el
carácter de excepción de un decreto que prohibía todo puesto de mando en la
isla a los ciudadanos en ella nacidos, conjuraron a Galbaud a ofrecer su
dimisión y regresar a Francia. Fortalecido por el apoyo de los blancos de la
isla, seguro de la ayuda de la flota y de la tropa, Galbaud se negó a obedecer.
Después de una encarnizada batalla, los comisarios, vencidos y en una ciudad
incendiada, no les quedó otra salida que llamar a los esclavos que sostenían la
campaña en torno al Cap. Galbaud, a su vez vencido, tuvo que reembarcar,
acompañado de todas las familias blancas que pudieron encontrar sitio en el
barco.
Pero para obtener el concurso decisivo de los negros, los comisarios tuvieron
que pagar un precio: la libertad. La libertad para todo negro que tomara las
armas para la defensa de la República. Por cierto, Toussaint juzgó muy tímido
el paso dado, aunque siempre bien encaminado.
De todo ello concluyó que, al mismo tiempo que estaba dispuesto, había que
dejar madurar la situación; más aún, ayudarla a madurar.
De modo que puso toda su coquetería en rechazar los ofrecimientos que
invariablemente harían en lo adelante los comisarios a los negros.
Cuando los comisarios, el 22 dé junio, dieron los primeros pasos, se atrajeron
una respuesta de un altivo realismo:
“El comandante en jefe y los oficiales del estado mayor del ejército,
acampado en el Bassin Caiman, en nombre de dicho ejército, responden...
que el mencionado ejército está bajo la protección y a las órdenes de Su
Majestad Católica; que en consecuencia, no tratarán nunca con los
146
TOUSSAINT LOUVERTURE

comisarios civiles cuya autoridad y poderes desconocen; declaran además,


que habiendo, hasta el presente, combatido conjuntamente con sus otros
hermanos por sostener la causa del rey, todos derramarán hasta la última
gota de su sangre en la defensa de los Borbones, a los cueles han
prometido inviolable fidelidad hasta la muerte.
”En el campamento del Bassin Caiman, el 25 de junio de 1793.
“Firmado: Toussaint, General del ejército del rey; Moises, brigadier
del ejército del rey; Tomás, comandante de la Gréte-Rouge; Biassou,
gobernador general por el rey; Grabard, coronel...”
Nueva carta del 6 de julio y nuevo rechazo:
“No podemos conformarnos a la voluntad de la nación, considerando que
desde que el mundo reina, sólo hemos ejecutado la voluntad de un rey.
Hemos perdido al de Francia, pero somos queridos del de España, que
nos asegura recompensas y no cesa de socorrernos. Como no podemos
reconoceros comisarios hasta tanto no hayáis entronizado a un rey”.
Macaya, uno de los jefes de la rebelión, añadía:
“Soy súbdito de tres reyes, del rey del Congo, amo de todos los negros,
del rey de Francia que representa mi padre y del rey de España, quienes
guiados por una estrella, han ido a adorar al hombre-Dios. Si pasara al
servicio de la República, sería acaso arrastrado a hacer la guerra contra
mis hermanos, los súbditos de esos tres reyes, a quienes he prometido
fidelidad”.
Entonces Sonthonax, anonadado, se decidió a dar el paso. Sin recursos, sin
aliados, expuesto a la guerra con el extranjero así como a la guerra civil, tomó
la iniciativa que Toussaint esperaba de él: el 29 de agosto de 1793, en una
proclama retumbante, declaraba la abolición de la esclavitud.
“Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho. He ahí,
ciudadanos, el evangelio de la Francia. Ya es hora de que sea proclamado
en todos los departamentos de la República. Enviados por la nación, en
calidad de comisarios civiles a Santo Domingo, nuestra misión era hacer
ejecutar la ley del 4 de abril, hacerla cumplir en toda su fuerza y preparar
gradualmente, sin violencia ni conmoción, la emancipación de los
esclavos... Nuestros poderes no se extendían hasta el punto de poder
pronunciarnos sobre la suerte de los africanos, y hubiésemos sido
perjuros y criminales si hubiéramos violado la ley.
Hoy las circunstancias han cambiado grandemente, ya no existen ni los
negreros ni los antropófagos. Unos han perecido víctimas de su rabia
impotente, otros han buscado su salvación en la fuga y en la inmigración.
El resto de los blancos es amigo de la ley y de los principios franceses. La
mayor parte de la población está formada por hombres del 4 de abril, de
esos ciudadanos a quienes debéis, vuestra libertad y que han sido los
primeros en daros ejemplo de temple en defender los derechos de la
naturaleza y de la humanidad; de esos hombres que, orgullosos de su
independencia, prefirieron la pérdida de sus propiedades a la vergüenza
de volver a usar sus antiguos hierros. Nunca olvidéis, ciudadanos, que de
147
Aimé Césaire

ellos tenéis las armas que os han conquistado la libertad. Jamás olvidéis
que habéis combatido por la República Francesa; que, de todos los
blancos del universo, los únicos que son vuestros amigos, son los
franceses de Europa.
La República Francesa quiere la libertad y la igualdad entre todos los
hombres, sin distinción de color. Sólo son los reyes los que se complacen
en medio de sus esclavos. Son ellos los que, en las costas de África os
vendieron a los blancos; son los tiranos de Europa los que quisieran
perpetuar tan infame tráfico. La República os adopta en nombre de sus
hijos; los reyes no aspiran más que a cubriros de cadenas o a
aniquilaros”.
En fe de lo cual el decreto estipulaba:
Artículo 1. La Declaración de los Derechos de Hombre y del Ciudadano
será impresa, publicada y expuesta en donde sea necesario, a la
diligencia de las municipalidades, y burgos y de los comandos militares
en los campamentos y puestos.
Artículo 2. Todos los negros y mestizos actualmente en estado de
esclavitud son declarados libres y gozarán de todos los derechos
adscritos a la cualidad de ciudadanos franceses.

148
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo IV
UNA ESCENA ENTERNECEDORA

Toussaint había tenido razón de esperar.


Y no obstante, de momento, no hizo movimiento alguno. Uno de sus biógrafos
más entusiasta, Víctor Shoelcher se sorprende de esta inmovilidad. El texto
que cita es la carta que Chanlatte escribía a su jefe el 10 de agosto de 1793:
“El seis de los corrientes fuimos atacados por los insurgentes. Les envié a
tres personas con una carta en la cual les confirmaba la protección de la
República si se integraban a nuestro pabellón. La respuesta de Toussaint
Breda, jefe de los sediciosos, fue: ’Que ellos querían un rey y que no
rendirían las armas hasta que éste fuese reconocido’”. 31
Y Schoelcher dice:
“Así pues no se entiende que Toussaint fuese entonces tan realista y que
prosiguiera hasta el mes de mayo de 1794, haciéndonos la guerra en
beneficio de los españoles, que seguían siendo esclavistas. Quisiéramos
poder justificarlo”.
“No se puede entender su actitud”, declara Schoelcher.
Toussaint la entendía a maravilla. Era desconfiado por naturaleza. Desconfiado
y perspicaz. ¿Qué entendía? Pues esta cosa esencial: que la emancipación de
agosto de 1793 era una decisión local; más aún, una decisión de circunstancia.
En una palabra, que no tendría valor real, hasta tanto no fuese sancionada por
la Convención y erigida en un principio general, válido para todas las colonias.
¿Estaba mal pensado? Toussaint decidió esperar por esta ratificación que
estimaba indispensable.
Sin duda, la abolición de la esclavitud entraba en la lógica de la revolución,
pero hubo que tratar con dureza al actor histórico para que consintiese en
desempeñar su papel hasta el final.
Cosa curiosa y significativa: no fue altivamente, a banderas desplegadas, sino
casi a hurtadillas y como excusándose, que la Revolución francesa llevó a
cabo uno de los actos más grandes de que pueda honrarse.
Era el 16 pluvioso del año II (4 de febrero de 1794).
De Santo Domingo habían llegado dos diputados.
Uno de ellos, un blanco de apellido Dufay, hizo un informe sobre los
acontecimientos sobrevenidos en la isla. Declaró que la causa de las
desventuras coloniales residía en las intrigas reunidas de Inglaterra y de
España. Pero los negros armados por la causa de Francia habían frustrado
sus “pérfidos proyectos” y pedían, como premio a sus servicios, la libertad. Los
comisarios civiles se la habían prometido. El orador conjuraba a la Convención
a cumplir el compromiso hecho en nombre de Francia.

31
(Papeles de Santo Domingo, vol. I.)
149
Aimé Césaire

Lo que llama la atención en este discurso, es la preocupación que se


manifiesta de excusar los actos de abolición dictados por Sonthonax y
presentarlos como casos de fuerza mayor.
El orador se remontaba a Galbaud y al incendio del Cap:
“Los esclavos, sublevados desde hacia dos años, instruidos por las
llamas y los cañonazos de que el Cap era atacado, creyeron a ojos
cerrados que la ocasión era favorable para obtener gracia y vinieron en
masa a ofrecer sus servicios; se presentaron con armas ante vuestros
delegados: Somos negros, franceses, les dijeron; vamos a pelear por
Francia, mas por recompensa pedimos la libertad. Hablaron incluso de los
Derechos del Hombre.
“De habérseles negado esta libertad, habrían podido aceptar las propo-
siciones de los españoles hechas desde mucho tiempo antes y con el
agravante de haberse ya ganado algunos de sus jefes principales. Los
comisarios civiles prefirieron ponerlos de parte de la República, tanto más
cuanto que se habían avezado en el arte de la guerra desde hacía dos
años. Estábamos en la confusión, los negros conocían su fuerza, incluso
hubieran podido dirigirla contra nosotros de habérseles indispuesto. En la
posición en que se hallaban vuestros delegados no cabían titubeos; así
pues declararon que sería concedida la libertad, pero sólo a los guerreros
que combatieran por la República contra los españoles o contra el
enemigo interno... Estaréis convencidos, así lo espero, de que es la
fuerza de los acontecimientos la que ha traído como resultado, la que ha
entrañado la gran medida de libertad en la parte del norte, como el único
puerto de salvación para conservar la población blanca e incluso los
ciudadanos del 4 de abril”. (Los hombres de color.)
Era la misma explicación y las mismas excusas en lo referente al acta de
liberación general del 29 de agosto:
“Entonces la colonia se vio sumergida en un nuevo caos del que nadie
podía sacarla y la soberanía nacional aniquilada para siempre. ¿No era
prudente evitar tal peligro? Españoles e ingleses, con el concurso de un
gran número de contrarrevolucionarios, estaban preparados y llamaban a
los negros y les tendían los brazos.
”Los españoles les ofrecían dinero y libertad, y hasta grados superiores;
precisaba no dejar escapar el instante favorable, de lo contrario todo se
perdería. ¿No era política sana e ilustrada la de crear nuevos ciudadanos
para la República para oponerlos a nuestros enemigos...?
“En tan urgente extremidad, vuestro comisario con residencia en el Cap
dictó la proclamación del 29 de agosto. Por este hecho los negros de la
parte norte ya eran libres y eran ¡os amos. No obstante, la proclamación
que los declaraba libres, los constreñía a residencia en sus haciendas
respectivas y los sometía al mismo tiempo a una severa disciplina, a un
trabajo diario mediante el pago de un salario determinado; están, en
cierto modo, atados a la gleba”.
Todo eso carecía de grandeza.

150
TOUSSAINT LOUVERTURE

Levasseur (de la Sarthe) lo sintió y se las arregló para traer, mal que bien, al
terreno de los principios, un problema rebajado de modo muy burdo al nivel del
oportunismo político:
“Pido que la Convención, no ceda a un movimiento de entusiasmo, sino a
los principios de la justicia, fiel a la Declaración de los Derechos del
Hombre, decrete que la esclavitud sea abolida en todo el territorio de la
República. Santo Domingo forma parte de dicho territorio y, sin embargo,
poseemos esclavos en Santo Domingo. Pido pues que todos los hombres
sean libres sin distinción de color”.
En cuanto a Lacroix (d’Eure-e-Loir), hechura de Danton, en un discurso que
olía a fariseo, hizo una manera de autocrítica:
“Trabajando en la constitución del pueblo francés, no hemos puesto
nuestras miradas en los desventurados hombres de color. La posteridad
nos dirigirá un gran reproche por nuestro comportamiento. Pero debemos
reparar ese error.
Hemos decretado inútilmente que ningún derecho feudal sería percibido en la
República Francesa. Acabáis de escuchar a uno de nuestros colegas proferir
que aún hay esclavos en nuestras colonias. Es ya tiempo que nos pongamos a
la altura de los principios de la libertad y de la igualdad.
“Sería inútil decir que no reconocemos que haya esclavos en Francia, ¿y
no es cierto que los hombres de color son esclavos en nuestras colonias?
Proclamemos la libertad de los hombres de color. Al hacer tal acto de
justicia, daréis un gran ejemplo a los hombres de color esclavos en las
colonias inglesas y españolas. Los hombres de color han querido, como
nosotros, romper sus cadenas; nosotros hemos roto las nuestras, no
hemos querido someternos al yugo de ningún amo; concedámosles igual
beneficio”.
Inmediatamente habló Levasseur:
“Si fuera posible poner bajo los ojos de la Convención el cuadro
desgarrador de los males de la esclavitud, la haría temblar ante la
aristocracia ejercida en nuestras colonias por algunos blancos”.
Lacroix apresuró la decisión:
“Presidente, no toleréis que la Convención se deshonre alargando la
discusión”.
La asamblea gritando repetidas veces “¡Viva la República! ¡Viva la Convención!
¡Viva la Montaña!” votó. Y Cambon dio la nota “sensible”:
“Una ciudadana de color, que asiste regularmente a las sesiones de la
Convención y que ha compartido todos los movimientos revolucionarios,
acaba de experimentar una alegría tan viva, al ver que se concedía la
libertad a sus hermanos, que se ha desmayado. (Aplausos.) Pido que el
hecho sea consignado en el acta y que esta ciudadana, admitida en la
sesión, reciba al menos este reconocimiento a sus virtudes cívicas”.
Aquí la prosa del grave Monitor rivaliza con el pincel de Greuze:

151
Aimé Césaire

“Vese sobre el primer banco del anfiteatro, a la izquierda del presidente, a


esa ciudadana enjugar las lágrimas que esa escena tan enternecedora
hace brotar de sus ojos...”
Todo estaba arreglado cuando Danton dejó escuchar su voz. Total, para un
discurso vacío. En sustancia lo que dijo fue que todo se había sacrificado a los
principios, pero que convenía limitar los estragos:
“Representantes del pueblo francés, hasta aquí no hemos decretado la
libertad más que como egoístas y para nosotros solos. Pero hoy procla-
mamos a la faz del universo y las generaciones futuras hallarán su gloria
en este decreto, proclamamos, digo, la libertad universal. Ayer cuando el
presidente dio el beso fraternal a los diputados de color, vi el momento en
que la Convención debía decretar la libertad de nuestros hermanos. La
sesión era poco numerosa. La Convención acaba de cumplir con su
deber. Mas después de haber otorgado el beneficio de la libertad, es
preciso que nosotros seamos, por así decir los moderadores. Remitámonos
a los comités de salvación pública y de las colonias para combinar los
medios de hacer que ese decreto sea útil a la humanidad sin peligro
alguno para la misma. Hemos deshonrado nuestra gloria truncando
nuestros trabajos. Los grandes principios expuestos por Las Casas fueron
ignorados. Trabajamos para las generaciones futuras, lancemos la
libertad a las colonias; hoy día el inglés está muerto (aplausos).
Sembremos la libertad en el nuevo mundo, que dará frutos abundantes,
echará raíces profundas. En vano, Pitt y sus cómplices querrán por
consideraciones políticas alejar el disfrute de ese beneficio, serán
sumidos en la nada; Francia va a ocupar de nuevo el rango y la influencia
que le aseguran su energía, su suelo y su población. Nosotros mismos
disfrutaremos de nuestra generosidad, pero no la extenderemos más allá
de los límites de la prudencia. Abatiremos a los tiranos como hemos
aplastado a los hombres pérfidos que querían hacer retrograda la
revolución. No perdamos nuestra energía; lancemos nuestras fragatas,
estemos seguros de las bendiciones de universo y de la posteridad y
decretemos la expedición ce las medidas tomadas al examen de los
comités”.
Danton había hablado. La Convención había votado.
Días más tarde, en una prosa vigorosamente entreverada con palabrotas,
Hébert proclamaba a Francia la gran alegría del Père Duchesne: (Número
347).32
“La grandísima alegría del Père Duchesne con motivo de la fiesta que los
Sans-Culottes celebraron en el Templo de la Razón (ex Notre-Dame) en
regocijo de la abolición de la esclavitud de los negros. Sus buenos avisos
a todos los republicanos para que sigan sin reconocer otro culto que el de
la libertad y la igualdad, a despecho de los santurrones, de la clericalla y
de los intrigantes que tratan de colgarse de las ramas para engañar al
pueblo y desorientarlo”.

32
El Père Dúchesne no tenía fecha; el n.° 347 se coloca en la primera década de ventoso, por
lo tanto, entre el 19 y el 28 de Febrero de 1794.
152
TOUSSAINT LOUVERTURE

Bajo este título, un tanto extenso, se podía leer esto:


“Si no he hablado todavía del famoso decreto que abolió la esclavitud de
los negros, que no se imaginen, carajo, que el Père Duchesne haya sido
de los últimos en aprobarlo y en bendecir a la Convención por haber
cortado el nudo gordiano, al devolverle la libertad a tantos millones de
hombres. ¿Había que dar tantas vueltas a la noria para saber si pueden
existir esclavos en un país libre? ¡Así que, carajo, la nación francesa ha
declarado en su constitución que ofrecería su ayuda a todos los pueblos
oprimidos e iba a permitir que allende los mares se pudiera ejercer en su
nombre la más odiosa tiranía! Sé que charlatanes que se las traen,
pretendían que, sin la esclavitud de los negros, no podrían existir las
colonias. ¡Ira de Dios! ¿Cuál es la tierra maldita que nada puede producir
si no es regada con sangre y cuáles son los frutos amargos emponzoñados
que salen de su seno?
”¿Cómo nuestras islas serían estériles si las cultivasen hombres libres?
Sí, carajo, lo serían. Más ¿para quién? Para los comerciantes, los
acaparadores, los ricos egoístas; para esos aventureros, esos vagabundos,
la escoria de Europa; para esos tigres blancos que engordan con la
sangre de los negros. Pero, carajo, ¿puestos en libertad, serian esos
negros menos industriosos? ¿Serán impotentes para trabajar para ellos?
¿Se estima que la libertad sea menos potente para dar ánimo al trabajo
que los látigos y los garrotes bajo los cuales se les hace expirar? No,
carajo, el negro libre y propietario se volverá más industrioso y activo. En
lo sucesivo no regará la tierra con su sudor y sus lágrimas para un amo
bárbaro. Sus hijos le pertenecerán y le harán amar la vida: a cambio de
azúcar y de otros artículos por ellos cultivados les daremos nuestras telas
y los productos de nuestro suelo. Entonces haremos con ellos tratados de
alianza y de comercio. ¡Feliz, carajo, si el blanco republicano puede un
día por su buena fe y su justicia hacer olvidar al hombre negro todos los
males que sus hermanos le hicieron padecer!
”¡Ah! ¡Qué bello día, carajo, ese en que se vio en la Convención sesionar
a un bravo africano y a un mulato!
”Un día llegará, así lo espero, en que todos los pueblos de la tierra, tras
haber exterminado a sus tiranos, no formarán más que una sola familia de
hermanos. Acaso se verá un día a los turcos, a los rusos, a los franceses,
a los ingleses, a los alemanes, reunidos en un mismo senado, componer
una gran convención de todas las naciones de Europa. Es un bello sueño
que, sin embargo, puede realizarse. No creo, empero, como el profeta
Anacarsis, que debemos hacer los Don Quijote e ir a emprender una
cruzada universal para convertir a la libertad a los que aún no son dignos
de conocerla. Es al tiempo y a la razón a quienes corresponde hacer tal
milagro. ¡Empecemos por establecerla entre nosotros! Cuando las demás
naciones vean los frutos que ha producido, cuando, bajo sabias leyes,
todos seamos felices, entonces los hombres que tengan un poco de
sangre en las venas tratarán de imitarnos y les daremos una mano a los
que quieran salir de la esclavitud.

153
Aimé Césaire

”Un acontecimiento tan venturoso como el que ha aniquilado hasta el


último signo de la esclavitud en Francia debía ser celebrado por los Sans-
Culottes. La Comuna de París, primera en levantar el estandarte de la
libertad, acaba de rendir homenaje a la Razón por este nuevo triunfo.
Hubiera querido, carajo, que la Francia entera asistiera a la fiesta
republicana que ha tenido lugar el último decadi, en celebración de la
abolición de la esclavitud de los negros. Nunca, carajo, las bóvedas de la
ex catedral resonaron con un Te Deum semejante. Todos los buenos
Sans-Culottes, las sociedades populares, las autoridades constituidas, se
congregaban en torno al altar de la Razón. También se presentó una
delegación de la Convención a ofrecerle el incienso de los representantes
del pueblo. Todas las miradas estaban puestas en los tres montañeses
americanos. Entonces me acordé de la historia o la novela del Sans-
Culotte Jesús al contemplar junto a la estatua de la libertad, a esos tres
felicianos que vienen del fin del mundo a rendir homenaje a la divinidad
de los hombres libres. He creído ver a los tres magos que visitaban en su
cuna al pretendido hijo del patrón de los cornudos. Pero, carajo, no es
una estrella la que les ha servido de farol es la antorcha de la verdad la
que les ha guiado. No vienen a adorar a un Dios que come carne del
cocido, sino a la divinidad eterna, a la Razón. Los pastores y los
pastorcitos, al celebrar el nacimiento del hijo de María, se regocijaban de
que acababa de nacerles un nuevo rey. Pero, carajo, los Sans-Culottes,
en su canto de victoria, han anunciado la caída de todos los reyes.
Chaumette, agente nacional, en un discurso lleno de Patriotismo, celebró
la libertad de los negros, y todos los buenos Sans-Culottes le perdonaron
la jirimiquiada cuya pública retractación ya hace su buen rato que hizo.
”Todos los buenos republicanos se apresurarán de fijo a imitar a sus
hermanos de París.
“Al igual que nosotros, carajo, se alegrarán de la abolición de la esclavitud
de los negros. De uno a otro confín de la República las sociedades
populares establecen el culto de la Razón. Como prueba al canto, copio el
juramento que los Sans-Culottes de Moulins acaban de prestar; espero
que muy en breve sea el de todos los franceses:
Juro mantener con todas, mis fuerzas la unidad y la indivisibilidad de
la República. Juro además reconocer como hermano a todo hombre
justo y verdaderamente amigo de la humanidad, cualquiera sea su
color, su estatura y su país. Juro en fin no tener nunca otra religión
que la de la Naturaleza ni otro templo que el de la Razón ni otros
altares que los de la patria ni otros sacerdotes que nuestros
legisladores ni otro culto que el de la Libertad, la Igualdad y la
Fraternidad”.

154
TOUSSAINT LOUVERTURE

Si en París el acontecimiento desencadenó “la inmensa alegría del Père


Duchesne”, en Santo Domingo tuvo un efecto de otro modo importante: el 25
de junio de 1794, después de haber comulgado en el burgo de Marmelade
donde mandaba el marqués de Almonas, Toussaint Louverture se encaminó a
Petite-Rivière, después a Dondon, después al Gros-Morne. Por todas partes
hizo degollar concienzudamente las guarniciones españolas, a excepción de
las Gonaïves, donde los soldados españoles de Su Majestad Católica tuvieron
tiempo de retirarse al puente del Ester.
Y por todas partes hizo tremolar la bandera tricolor.
Toussaint Louverture se había pasado a los franceses.

155
Aimé Césaire

Capítulo V
IMPERIALISMO E IMPERIALISMO

Es fácil de ver todo lo que reportaba a Toussaint su incorporación a Francia.


Para empezar, la “libertad general”. En segundo término, haberse desemba-
razado de la competencia engreída de Jean-François y de la imbécil tutela de
Biassou.
Y más aún, una base territorial sólida, punto de partida estratégico para toda
acción futura. Al mismo tiempo que se unía a los franceses, Toussaint era lo
suficientemente listo para tomar, desconfiando en la eventualidad de un nuevo
viraje de la política francesa, medidas de seguridad. Ahora bien, dichas
medidas, ese bastión de la libertad, ¿dónde hallarlas sino en una base
territorial sólida?
Mao Tse-tung poseyó el Yenan. Toussaint Louverture, el “cordón del oeste".
“No creí poder recompensar mejor, declara Laveaux, 33 el servicio que
prestaba a la República un valeroso hombre, largo tiempo descarriado por
pérfidos consejos que contándole el mando general de esas parroquias y
de todas cuantas pudiera conquistar, ya por persuasión, ya por la fuerza
de las armas”.
Nos sorprende la ingenuidad de Laveaux. Creyó hacer una generosidad. En
realidad, no hacía más que suscribir lo que probablemente Toussaint
consideraba como una condición sine qua non de su incorporación y la
garantía de sus inmunidades.
Sea como fuere, un elemento vino a pesar fuertemente en la decisión de
Toussaint: la intervención del imperialismo inglés en Santo Domingo. Un
imperialismo, cuyo triunfo hubiera significado el mantenimiento, y por largo
tiempo; del tradicional régimen colonial. Es bastante para comprender el ardor
que Toussaint puso en la lucha.
Además, si hubiera titubeado, su deber de clase le habría sido indicado
luminosamente por la actitud de la burguesía mulata. Los mulatos se habían
adherido a la Revolución francesa mientras esperaron de la misma el fin del
privilegio blanco. Pero desde que Francia hubo de abolir la esclavitud, fue su
enemigo. Entre la Francia abolicionista y la Inglaterra esclavista, el interés de
casta suprimía todo partidismo.
Entrando, en octubre de 1793, en Jérémi y en el Môle Saint-Nicolas, el
teniente-coronel Whitelocke insistió en el punto importante:
“Hombres de color, ¿habéis podido dejaros confundir por las
declaraciones de esos traidores? Al ensalzaros la libertad y la igualdad,
¿no os han envilecido, ya que os las hacen compartir con vuestros
esclavos despojándolos de vuestra propiedad? Escoged entre el disfrute
de los derechos que nuestra constitución concede a los hombres de color
en nuestras colonias y el castigo de todos vuestros crímenes”.

33
Memoria por el general Laveaux, citada por V. Schoelcher.
156
TOUSSAINT LOUVERTURE

Después de ese trato memorable, cada día había traído una nueva rendición.
Primero fue la parroquia de Saint-Marc:
“Los ciudadanos de las parroquias de Saint-Marc, de las Verrettes y de la
Petite-Rivière, congregados en la plaza pública de la ciudad de Saint-
Marc; justamente alarmados de los progresos que hace a diario, en la
colonia, el sistema devastador traído por esos ávidos y sanguinarios... 34
”Considerando que uno de los derechos del hombre es la resistencia a la
opresión, que los actos de los comisarios civiles Polverel y Sonthonax
siempre han tenido un fin... reavivar entre los hombres libres odios y
divisiones ya apagados...
”Considerando que es a los éxitos de esta odiosa política que se debe la
ruina de la provincia del norte...
“Considerando que la emancipación general de los esclavos jamás fue
deseo de Francia; que el poder de pronunciarlo nunca formó parte de los
acordados de los comisarios enviados a las colonias...”
En resumen, tranquilizados por esos considerandos, los mulatos de Saint-Marc
se entregaron a los ingleses.
Después le tocó el turno a la Arcahaye, entregada por el hombre de color
Lapointe, el cual llegó a ser brigadier general en las tropas inglesas y
restableció lisa y llanamente la esclavitud en el sector a su mando.
Después Leogane, donde el mulato Labuissonière, propio cuñado de
Raymond, desplegó el pabellón británico.
Después Fort-Dauphin, entregado por un protegido de Villatte, el mulato
Caridy.
En fin, en junio de 1794, era el turno de Port-au-Prince (Port-Républicain), a
propósito del cual uno de los comisarios nacionales, Polverel, no vacilaba en
proferir una gravísima acusación:
“Por lo sonado del hecho hasta vosotros ha llegado que el Port-
Républicain fue entregado a los ingleses: esta maniobra es la obra de los
“antiguos libres” de todos los colores. Todas las sospechas recaen sobre
Montbrun; es de temer que entregue a los ingleses todos los cuarteles
donde se deja sentir su influencia y que intrigue entre los otros para
propagar en ellos el mismo plan de traición”.
En cambio es justo señalar que Rigaud en el sur y Villatte en el norte se batían
valientemente contra el invasor. Pero no es menos cierto que en conjunto, y en
tanto que clase, los mulatos, desdeñosos de una ciudadanía francesa que ya
no tenía a sus ojos ningún atractivo por tener que compartirla con los negros,
habían elegido la tutela inglesa.
Todo esto inflamaba el celo de Toussaint.

34
Los comisarios nacionales
157
Aimé Césaire

Si algo hay de notable es el modo con que condujo esta campaña. Supo
magistralmente, hacer de esta guerra, una guerra revolucionaria; una guerra
en la que en todo momento los medios específicamente militares fueron
resituados en el contexto político. Y es que, para Toussaint, no se trataba sólo
de poner a un país a cubierto de las correrías del enemigo, sino más aún, de
educar a un pueblo y forjar, en el crisol de la lucha, una nación.
“¿Es que creen que gano mis batallas a puñetazos?” preguntaba Napoléon.
Esto se puede decir con mayor verdad de Toussaint.
Para él, junto a la guerra y sus despliegues, de violencia, hay, subyacente,
orquestándola, otra guerra en la educación de los espíritus. Guerra, propagación
de una fe y popularización de una doctrina:
“Toussaint Louverture a todos sus hermanos y hermanas actualmente en
las Verrettes (22 de marzo de 1795):
Hermanos y hermanas,
Ha llegado el momento en que el velo espeso que oscurecía la luz debe
caer. No pueden seguirse olvidando los decretos de la Convención
Nacional. Sus principios, su amor por la libertad son invariables, y ahora
no puede existir esperanza del derrumbamiento de este edificio sagrado...
He sabido con alegría infinita el retorno de los ciudadanos del alto de las
Verrettes al seno de la República; hallarán la felicidad de la que huían a
instigación de los soldados de la tiranía y de la realeza...
Proporcionarles auxilios, consolarlos por las pasadas faltas y hacerles
abjurar los errores en los cuales fueron insidiosamente nutridos, es para
todos los republicanos un deber absoluto y la máxima sagrada de los
franceses.
Es por lo que, no sólo en virtud de los poderes a mí confiados por el
genera en jefe Laveaux, sino también animado de los sentimientos de
humanidad y de fraternidad de los cuales estoy penetrado, que debo
recordar a los ciudadanos del alto de las Verrettes sus extravíos; pero si
tan perjudiciales han sido a los intereses de la República, tanto más
siento que su retorno, si es sincero, puede resultar ventajoso al incremento
de nuestros logros...
Los franceses son hermanos; los ingleses, los españoles y los realistas
son bestias feroces que sólo los acarician para chuparles holgadamente,
hasta la saciedad, su sangre, la de sus mujeres y sus hijos.
Ciudadanos, no trato de hacer aquí la exhibición de vuestras culpas,
siempre las consideré como errores... Habéis vuelto al seno de la
República: ¡pues bien! desde ahora mismo olvidemos el pasado; en el
presente, vuestro deber será cooperar con todos vuestros medios físicos
y morales a vivificar vuestra parroquia y a hacer fructificar en ella los
principios de la santa libertad. De lo contrario, no esperéis más señales
de nuestra fraternidad. Reflexionad bien sobre esto. Es en tales
circunstancias que he ordenado y ordeno lo que sigue:

158
TOUSSAINT LOUVERTURE

Artículo primero. Todos los ciudadanos que se han alistado y se


alistarán bajo el estandarte de la nación francesa, sea en la
parroquia de las Verrettes, sea en los campamentos de la República
en el cordón del oeste, son y serán puestos bajo la salvaguardia y la
protección de la ley. Prohibámosles detractar ni cometer malas
acciones.
Artículo segundo. La conservación de las propiedades de los
ciudadanos está asegurada por la constitución; en consecuencia, se
ordena a todos los mandos de parroquias, campamentos y puestos
del cordón, de hacerlas respetar y conservar, y ello, bajo su
responsabilidad personal.
Artículo cuarto. El mando de las Verrettes, veinticuatro horas
después de la publicación de la presente proclamación, organizará
en compañía de guardias nacionales a los ciudadanos que
recientemente se han acogido a la República, para que presten
servicio y designar entre ellos los capitanes y oficiales. En el plazo
más breve se me comunicarán los nombres de los capitanes y
oficiales.
Articulo quinto. Todos los cultivadores, veinticuatro horas después de
la publicación de la presente proclamación, volverán para entregarse
a los trabajos del cultivo en las haciendas de las que dependen,
exceptuando las contiguas al territorio enemigo. Los cultivadores de
estas haciendas vecinas del enemigo, si es que no han entrado en el
ejército, se asimilarán a las otras haciendas para ayudar en los
cultivos.
Artículo sexto. El trabajo es necesario, es- una virtud; es el bien
general del Estado. Todo hombre errante y ocioso será detenido y
castigado por la ley. Pero el servicio también es condicional y sólo es
mediante una recompensa, un salario justamente pagado, que se le
puede estimular y llevarlo a un grado supremo”. 35
Llegado el caso no desdeñaba la controversia ideológica con sus antiguos
compañeros y vemos cómo explica a Jean-François los principios del perfecto
republicano:
1. Parecería, por vuestro primer artículo, que los republicanos os han
hecho el ofrecimiento de rendirse a vos. Si existe entre nosotros hombres,
lo bastante cobardes para encadenarse de nuevo, os los cedemos de
todo corazón; son indignos de ser nuestros hermanos.
2. Pretendéis en vuestro segundo artículo demostrarnos que se nos
engaña y nosotros pretendemos probaros que todo cuanto es súbdito o
vasallo de reyes no es más que un vil esclavo, y que sólo un republicano
es verdaderamente un hombre.

35
Papeles de Santo Domingo, vol. II, p. 95
159
Aimé Césaire

3. Decís que es falsa la libertad que nos ofrecen los republicanos. Somos
republicanos y, por consiguiente, libres de derecho natural; no pueden ser
sino los reyes cuyo solo nombre expresa lo que hay de más vil y de más
infame, los que osarían arrogarse el derecho de reducir a la esclavitud a
hambres como ellos y que la naturaleza había hecho libres.(...)
8. Poseéis títulos y tenéis garantías. Guardad vuestras libreas y vuestros
pergaminos; un día, os servirán lo mismo que a nuestros ex aristócratas
les sirvieron sus títulos fastuosos.
9. Como viles esclavos que sois, termináis ofreciéndonos la protección del
rey, vuestro amo. Sabed y decid a Casa-Calvo que los republicanos no
pueden tratar con un rey; que venga, y vosotros con él, estamos
preparados para recibiros a la manera de los republicanos.(…)
“Hecho en Dondon el 25 prairial (18 de junio de 1795) de la
República Francesa una e indivisible”.

Al mismo tiempo, la magnitud de los acontecimientos acababa de construir y


hacer de él, Toussaint Louverture: La actividad incansable, la firmeza, el
espíritu de decisión, el tacto, el golpe de vista, el conocimiento de los hombres,
el sentido de conjunto, la diligencia del detalle, todo eso subía espontáneamente
de un fondo, se diría, inagotable y que florecía a voluntad de lo emprendido.
Desde octubre de 1794 le comunica a Laveaux, el éxito de su expedición sobre
Saint-Raphaël y Saint-Michel. En enero de 1795, después de haber defendido
con éxito las Verrettes contra el coronel inglés Brisbane, 36 toma la cuenca de la
Grande-Rivière.
“He tomado al enemigo la Grande-Rivière, el Bayou, el Pic, el Fond-Bleu,
la Montagne-Noire, el Bois-Pin, el Bois, Blanc, el Giromon, Caracol y una
parte de Sainte-Suzanne. En todos esos lugares, el enemigo tenía cinco
grandes puestos situados en eminencias casi inaccesibles, pero nada
pudo resistir al valor de los Sans-Culottes... Toda la cuenca de la Grande-
Rivière está en nuestras manos”.37
En agosto de 1795, ocupa el Mirebalais y las Cahobas (Carta del 6 de agosto
de 1795):
“Para satisfacer el deseo que me manifestáis sobre las circunstancias que
han acompañado y operado la rendición de la bella e inmensa parroquia
del Mirebalais a la República, sabréis que, hace más de tres meses, me
hube de procurar relaciones secretas en dicha parroquia.
A fuerza de procurarle a los habitantes del Mirebalais, la ocasión de
conversaciones con los ciudadanos de las Verrettes y de la Petite-Rivière,
logré sumarlos al estandarte nacional. Para mi gran contento he llevado a
buen término una empresa tan espinosa sin derramar una sola gota de
sangre. Las gentes del Mirebalais, ya vuelta de sus antiguos errores, han
conminado a los españoles a evacuar su parroquia, y un pequeño ejército
de seiscientos hombres, al mando de Valleray y de Christoper Mornet,
36
Un antepasado de Winston Churchill
37
Carta del 7 de enero de 1795, Papeles de Santo Domingo. vol. II, p. 2.
160
TOUSSAINT LOUVERTURE

que yo había apostado a propósito para socorrer a las gentes del


Mirebalais en caso de resistencia de parte de los españoles, tomó
posesión de la ciudad y de los fuertes en nombre de la República sin
experimentar el menor obstáculo. Los españoles se retiraron a las
Cahobas en la parte fronteriza... Las fértiles montañas de los Grands-
Bois: del Trou-d’Eau se han sometido y rendido también a la República
sin efusión de sangre. Me dispongo a visitar el lugar para asegurar la
tranquilidad tanto interior como exterior, y ponerlos en disposición de no
temer las incursiones del enemigo.
Era importante hacer retroceder los límites españoles del lado del
Mirebalais. Dista de las Cahobas no más de seis leguas y ya el número
de enemigos se había aumentado en más de cuatrocientos hombres de
tropas de línea.
Naturalmente debía esperar ataques de su parte por ese lado; también
debía temer que el resto del partido realista, no intentara aprovechar su
vecindad para favorecer estos ataques.
Así pues me decidí a atacar en persona la plaza de las Cahobas. La tomé
por asalto y ahora flota en ella, majestuosamente, el pabellón tricolor. Los
españoles, a los cuales había intimado la rendición, se defendieron
vigorosamente durante cinco horas. Jamás hubo negocio más venturoso
para nosotros y más sangriento para ellos.
Hicimos ciento cincuenta prisioneros de diversos regimientos, entre los
cuales se encuentran seis oficiales. Más de cien hombres, entre los
cuales había siete oficiales, quedaron muertos sobre el terreno”. 38
En septiembre, a partir de las Cahobas, Toussaint amenaza la Arcahaye (Carta
del 14 de setiembre de 1795)
“Encontré en las Cahobas once cajones de pertrechos. Dejé cuatro y
tomé cinco que me hacían falta para una expedición contra una numerosa
guardia española que estaba al pie de las montañas de los Grands-Bois,
lugar desde el que podrían haber realizado incursiones. Quiero alejar a
esta nación de las fronteras republicanas. El Mirebalais las montañas de
Tour-d’Eau y de los Grands-Bois son tres cantones muy florecientes, pero
están necesitados de un embarcadero; así pues he dirigido mis
operaciones sobre la Arpahaye que es el puerto más próximos en él ya
tengo inteligencias que atiendo cuidadosamente. Espero óptimos
resultados. No pensaré en Saint-Marc sino cuando la Arcahaye sea
nuestra.39
“Trabajo en el proyecto de ataque contra el Mirebalais. Tomo todas las
medidas posibles para no fracasar cuando lo efectuemos. A esos efectos
he subido hasta los Grands-Cahots, y he dado los pasos necesarios en
dicha parroquia para trabajar los espíritus y prepararlos a sacudir el yugo
de los ingleses, así como para asegurarme de la posición de los
campamentos y puesto, del número de hombres que hay en cada puesto,
del número de cañones, de la disposición de los habitantes, de la
38
Papeles de Santo Domingo, vol. II, p. 183.
39
Papeles de Santo Domingo, vol. 11, p 318, citado por Schoelcher, pp. 146-147.
161
Aimé Césaire

distancia entre los puestos, de los caminos que llevan a ellos, de la


posición del burgo, de sus fuerzas, de los fortines, etc. Pese a todas las
disposiciones que hago para el ataque, no me será posible efectuarlo en
este momento. He aquí las razones: mis tropas están en la mayor miseria,
no tienen absolutamente nada de que vivir”.
1796 sólo fue un año defensivo. No fue sino en 1797 que pudo realizar su
proyecto:
“Os hago saber el feliz éxito de mis últimas empresas sobre los cuarteles
del Mirebalais, de la Montagne, de los Grands-Bois, de las Cahobas, de
Banica, Saint-Jean y Niebel que están enteramente en nuestro poder. Los
ingleses, al abandonar esos puntos tan importantes, pudieron escapar
sólo con una mínima parte de su artillería, la otra cayó en nuestras
manos. Reducidas en débiles partes de la colonia, no tardarán en sentir la
insuficiencia de su oposición a la causa justa que defienden los republicanos
franceses”. (23 de mayo de 1797, Carta a Laveaux.)
Sólo les quedaba a los ingleses Saint-Marc, Jérémie, Port-au-Prince, la
Arcahaye y el Môle Saint-Nicolas, ¡cinco ciudades! ¡E Inglaterra había perdido
millares de hombres!40
En resumen, al pueblo negro de Santo Domingo le había nacido un jefe: un
jefe revolucionario, es decir, un hombre integrado con las masas, en que se
descubrían nuevas dimensiones a medida que los acontecimientos lo investían
de nuevas responsabilidades; hombre de pensamiento, hombre de ejecución,
diplomático, administrador y todas esas cualidades afirmándose a medida que
se revelan necesarias –todo eso, es Toussaint Louverture y del que temblamos
de sólo pensar que su genio hubiera podido, ignorado por los hombres e inútil,
marchitarse en la esclavitud.

40
Balance de las pérdidas inglesas, Cf. James, p. 148: “Fortescue reconoce que el año de
1795 es el más desastroso en la historia militar inglesa”. Cf. James, p. 197: citando a
Fortescue (History of the British Army, vol. VI, parte 1a, p. 565): “Después de haber estudiado
larga y minuciosamente el caso, he llegado a la conclusión de que las campanas de las Indias
occidentales tanto sobre el viento como bajo el viento, que fueron la esencia de la política de
Pitt, cuestan al ejército y la flota inglesa cerca de 100.000 hombres, de los cuales la mitad ha
muerto y el resto ha quedado inutilizado”.
162
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo VI
SALVADOR DE LAS AUTORIDADES CONSTITUIDAS

Vencidos los españoles y rechazados los ingleses, en esta sociedad colonial


restituida al movimiento y a la fluidez por la revolución, no podía dejar de
manifestarse públicamente una tensión latente durante mucho tiempo. ¿Cómo
asombrarse de ello? Con la partida de los blancos y su eliminación política
después del asunto Galbaud, lo que se había vuelto a poner sobre el tapete
era el equilibrio social de Santo Domingo. Se había producido un vacío, creado
por la desaparición de la clase dominante y ese vacío, como todo vacío social,
clamaba por ser llenado. El problema era saber cómo lo sería y por quién. No
era una revolución, era una doble revolución provocada por la derrota de
Galbaud.
Primer resultado: los negros accedían a la libertad y salían de la nada. Pero
asimismo, por vez primera, los hombres de color, desembarazados de una
tutela humillante, se sentían no ya como raza, como raza oprimida, sino como
clase, como clase conquistadora.
En tanto que los mulatos hubieron de combatir a los blancos, verlos luchar
codo a codo con los negros, se hubiera dicho que era una sola masa de color
asestando sus golpes al privilegio blanco.
Pero desde que el enemigo blanco fue aniquilado, la reivindicación mulata de
la igualdad se transformaba por sí misma en reivindicación de dominación y
desde el momento en que el movimiento mulato encontraba su expresión
política, suscitaba, al punto, su contrario y el antagonismo de otra expresión
política: el movimiento negro.
Se habla de manera anecdótica de la ascensión de Toussaint. Pero la
ascensión de Toussaint no es sólo la ascensión de un hombre. Era la
ascensión de una clase.
Y esta clase, la de los campesinos negros, maduros por los acontecimientos,
en adelante “clase por si”, para hablar el lenguaje de Engels, y no ya “clase en
sí”, bien decidida a acabar con un orden social agotado, no podía admitir que
se perpetuara este orden bajo forma de privilegio de raza o de casta.
Por un cierto tiempo la lucha fue encubierta, atemperada por la presencia
francesa; Santo Domingo, con Toussaint en el cordón del oeste y Rigaud en el
sur, ofreció el espectáculo de una manera de condominium negro-mulato bajo
la presidencia nominal del representante del gobierno francés.
Pero Toussaint sabia del choque fatal y se preparaba.
Y sólo había buen modo de prepararse: aumentar sus fuerzas militares y
eliminar toda influencia extranjera del territorio puesto bajo su control.
Sobre este punto Toussaint dio a entender a todos que no transigiría.

163
Aimé Césaire

Blanc Casenave, uno de sus oficiales mulatos, era un viejo compañero de


armas.41 Su crimen no era ser mulato; era haber trabado amistad con Villatte y
haberse dejado ganar por su política.
Toussaint, como para dar un ejemplo, decidió castigarlo. Hizo detener a
Casenave en febrero de 1795, acusándolo ante Laveaux de haber concebido
el proyecto de:
“retirarse a las montañas de los Cahots cercanos del Mirebalais, para allí
vivir en la independencia; de no haber cultivado una pulgada de tierra y
de haber trabajado en la ruina de la República”.
Suplementariamente acusaba a Casenave de racismo, pretextando que:
“cuando fueron heridos soldados negros, Blanc Casenave les había
negado la asistencia que ordenaba la humanidad, so pretexto de que ya
había muchos negros...”
Días más tarde el teniente-coronel Vernet, que mandaba en las Gonaïves,
anunció a Toussaint, que se encontraba en el Artibonite, que Casenave había
muerto en su calabozo de un ataque de rabia. El 6 de junio de 1795, Toussaint
informaba a Laveaux:
“Durante su detención Blanc Casenave sufrió un ataque de ira biliosa que
tenía todos los síntomas de un ataque de rabia, muriendo sofocado;
requiescat in pace. Desapareció de este mundo, a Dios le debemos una
acción de gracia.
“Esta muerte de Blanc Casenave ha anulado toda especie de proceso
contra él, ya que de su crimen, no hay ni cómplices ni partícipes”.
Poco faltó para que otro mulato, el coronel Joseph Flavílle, no corriera la
misma suerte.
Se salvó gracias a una pronta retirada al Cap, donde mandaba Villatte.
Lo esencial era esto: que el “cordón del oeste”, ahora homogéneo, se erigía en
lo adelante en bastión negro.
Pero Toussaint no se limitó a defenderse.
El año de 1796 le proporcionó la oportunidad de hacer desbordar su influencia
del Artibonite y penetrar en el oeste mulato.
Un nuevo liberto, Pierre Dieudonné, había organizado en los cerros de la
Charbonnierie, una banda de cerca de tres mil hombres. Guerreando por su
cuenta contra los ingleses, se negaba a reconocer pese a las órdenes
expresas del gobernador, la autoridad de los generales mulatos Rigaud y
Beauvais.
En este asunto Toussaint dio un golpe maestro.
“Verrettes, 23 pluvioso del año IV de la República Francesa (12 de febrero
de 1796):

41
Había tomado parte en la campaña contra Saint-Marc en 1794. Cf. Carta de Toussaint a
Laveaux del 4 de octubre de 1794. Citado por Schoelcher.
164
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Mi querido hermano y amigo,


”Os envío a tres de mis oficiales que os llevan un encargo que el general
y el gobernador de Santo Domingo me encarga de haceros llegar. Aunque
no tengo el placer de conoceros, sé que, como yo, portáis las armas para
la defensa de nuestros derechos, por la libertad general; que nuestros
amigos, los comisarios civiles Polverel y Sonthonax, os profesan la más
absoluta confianza porque sois un buen republicano. No puedo dar
crédito a los rumores injuriosos que corren sobre vos: que habéis
abandonado vuestra patria para coaligaros con los ingleses, enemigos
jurados de nuestra libertad y de la igualdad. ¿Sería posible, mi querido
amigo, que en el momento en que Francia vence a todos los realistas y
nos reconoce como hijos suyos, por su benéfico decreto del 9 termidor,
que nos concede todos nuestros derechos, por los cuales nos batimos
que os dejéis engañar por nuestros antiguos tiranos, que se sirven de una
parte de nuestros desdichados hermanos para cargar de cadenas a los
otros? Durante un tiempo los españoles también a mí me alucinaron, pero
no tardé en reconocer su perfidia; los abandoné y los he batido en toda la
línea; regresé a mi patria que me recibió con los brazos abiertos y tuvo a
bien recompensar mis servicios. Os conjuro, querido hermano, a seguir mi
ejemplo. Si razones privadas os impiden depositar vuestra confianza en
los generales de brigada Rigaud y Beauvais, el gobernador Laveaux que
es nuestro padre común, y en quien nuestra patria ha depositado su
confianza, debe igualmente merecer la vuestra. Pienso que asimismo no
me la negaréis a mí que, como vos, soy un negro, y que os asegura que
nada desea de mejor en el mundo que veros feliz, a vos y a todos
nuestros hermanos. En mi sentir, no creo que podamos serio si no nos
adherimos a la República Francesa; es bajo sus banderas que somos
verdaderamente libres e iguales.
”Si es posible que los ingleses hayan conseguido engañaros, creedme, mi
querido hermano, abandonadlos y reunios con los buenos republicanos, y
todos juntos expulsemos a estos realistas de nuestro país; son
facinerosos que persisten en ponernos esos vergonzantes grilletes que
tanto trabajo nos costó romper”.42
El éxito de esta carta fue total, si no sobre el jefe, al menos sobre sus
tropas. Oyendo los argumentos de Toussaint se extienden en invectivas
contra Dieudonné; uno de sus lugartenientes, Laplume, lo detiene, lo
mete en la cárcel –en ella moriría muy pronto– y se pasa a Toussaint con
todos sus hombres…
Las fuerzas negras de la República acababan de asimilarse un regimiento
más, y Toussaint empezaba sonadamente su misión de juntar las tierras
haitianas.
A decir verdad todo esto no eran más que escaramuzas previas al gran
combate. La ocasión de una explicación definitiva no podía tardar. Le fue dada
por el atolondramiento de sus adversarios.

42
Papeles de Santo Domingo, vol. III, p. 63.
165
Aimé Césaire

El tratado de Basilea que aseguraba la paz entre Francia y España sólo había
satisfecho a los mulatos. Es cierto que los dos líderes de la casta, Rigaud y
Villate, habían sido hechos generales de brigada. Perú Toussaint Louverture
había sido recompensado en igual medida. Y Laveaux, nombrado general de
división, era mantenido en sus funciones de gobernador. Para colmo de
audacia se obstinaba en gobernar efectivamente. El solo hecho de haberse
reinstalado en el Cap, a la cabeza de su administración, impedía a los mulatos
el tranquilo disfrute de sus privilegios; a éste la casa del blanco emigrado que
ocupaba gratuitamente; al otro, la sinecura en las oficinas con que lo había
gratificado Villatte; a todos, la preeminencia social en cuya posesión estaban a
favor de los acontecimientos.
Fue un golpe que sintieron duramente.
Heridos en su amor propio, perjudicados en sus intereses, aún más inquietos
por el futuro que se dibujaba, los mulatos perdieron toda sangre fría y se
cerraron a la banda. Consideraban a Laveaux como el protector de Toussaint y
por tanto que la política de la metrópoli se había inclinado progresivamente a
favor de los negros. Pensaron que había llegado el momento de debilitar a
Toussaint quebrantando a Laveaux. De modo que el 30 ventoso (26 de marzo
de 1796) tuvo lugar el “putsch”. El asunto, preparado por Pinchinat durante dos
meses, tenía visos de éxito. Y en efecto, fue un juego entrar en el palacio,
arrestar a Laveaux y meterlo en la cárcel.
Villatte fue, por el término de un día, en el lugar y cargo de Laveaux, gobernador
de la colonia.
Pero en el mismo momento en que su plan tenía éxito, la vigilancia negra lo
echó todo por tierra.
Tan pronto como tuvo conocimiento de los sucesos, el coronel negro Pierre
Michel, que mandaba el batallón de Fort-Liberté, amotinó a los campesinos y
su tropa aumentada con ese refuerzo, cayó sobre el Cap…
Por su lado, Toussaint desde las Gonaïves, lanzó a su lugarteniente Dessalines.
Días más tarde llegaba él mismo a la cabeza de su caballería.
Villatte no lo esperó y se dio a la fuga.
Tal fue la tentativa mulata y tal fue el resultado: el golpe no se liquidaba ni por
la reinstalación de un gobierno mulato ni, y ni siquiera, lo que hubiera sido un
mal menor, por la reinstalación de un gobernador blanco, sino por un hecho
totalmente nuevo: la instalación de un poder negro.
Es cierto que Laveaux conservaba el título de gobernador, pero hacía de
Toussaint su adjunto para todos los asuntos y de hecho se convertía en
protegido de éste.
El primero de abril, ante el ejército y el pueblo congregados en el Campo de
Marte, le dio las gracias a Toussaint, llamándole enfáticamente “el Espartaco
negro”, “el negro augurado por Raynal para vengar las injurias hechas a su
raza” y lo que es más sustancial, juró que no tomaría ninguna decisión sin
consultar antes con Toussaint.

166
TOUSSAINT LOUVERTURE

Además, Toussaint se apresuró a hablar como jefe. Fue él quien se encargó de


informar de los acontecimientos al gobierno francés.
“El más horrible atentado y el complot más infame acaban de estallar en
la ciudad del Cap; la soberanía nacional ha sido ultrajada, en el momento
actual, en las personas del gobernador general de Santo Domingo y del
ordenador civil; el golpe más funesto ha sido dirigido contra los principios
de la Convención Nacional, contra la libertad, la igualdad... Pero el Ser
Supremo que vela sin descanso por los buenos, no ha permitido que el
crimen fuera consumado, ha querido conservarme, haciéndome evitar sus
trampas; actualmente me ocupo en poner en práctica todos los medios
que me han sido confiados y asegurar a Francia, con peligro de mi vida,
los restos preciados de esta colonia”. 43
Un mes más tarde la derrota mulata adquiría proporciones de desastre.
El 11 de mayo de 1796 los nuevos comisarios civiles nombrados por el
Directorio llegaban al Cap. Sus nombres eran Roume, Sonthonax, Raymond y
Giraud.
Y esta llegada no traía nada bueno a los mulatos: uno de los primeros gestos
de Sonthonax fue hacer detener a Villatte y enviarlo a Francia. A Toussaint lo
nombró general de división.
¿Salvador de las autoridades constituidas? Más bien acababa de constituirse
en Santo Domingo una nueva autoridad: la de Toussaint Louverture.

43
Informe de 1 germinal, año IV, 20 de marzo de 1796
167
Aimé Césaire

Capítulo VII
ESTRATEGIA Y TÁCTICA

“La guerra, ha dicho Clausewitz, es la continuación de la política, pero por


otros medios”.
No se podría más claramente erigir como principio lo contrario, a saber que la
política es ya la guerra, el boceto de la guerra.
Para Toussaint Louverture, esto es cierto al pie de la letra, y desde finales de
1796 su política es ya la guerra. Se ha hablado de la ambición de Toussaint.
No es de psicología lo que aquí se trata, es de algo diametralmente opuesto,
de la fuerza de los acontecimientos y del avance de la historia. Y sobre este
avance, Toussaint asestaba la vista. Y era él, con sus borrascas, sus torbellinos,
sus ras de mar, sus zarpazos seguidos de calmas lo que inquietaba a
Toussaint. ¿Francia no mudaría de parecer sobre el decreto de abolición de la
esclavitud? Ahí estaba el temor de Toussaint. Y cada día que pasaba se
reforzaba la verosimilitud de la hipótesis.
Defermont, en su informe del 28 de julio de 1795, ya había tocado ese punto:
“¿Queréis consolidar la felicidad de esos hombres asociados a la patria?
Alejad de ellos toda inquietud sobre su suerte. Que el africano que
defiende su libertad con coraje reciba una nueva garantía de que
mantendréis vuestros decretos…
“Pensaréis que ese africano que tan valientemente combate bajo los
estandartes de la República, que soporta sin murmurar el hambre y la
carencia de las cosas más necesarias, atormentado por los designios
pérfidos de los enemigos ocultos o de los hombres malintencionados
puede pedir con los acentos del más vivo dolor a los franceses que ve
llegar de Europa, si será cierto que la nación querrá sinceramente su
libertad y si estará dispuesta a mantenerla por siempre”.
Pero Defermont se engañaba. No eran las habladurías lo que ponía en guardia
a Toussaint. Eran, desdichadamente los mismos acontecimientos. Y se
agravaban a diario.
En agosto, era Boissy d’Anglas, presentando a la Convención su gran informe
sobre la organización colonial. ¿Y a qué conclusiones llegaba? Negarle a las
colonias toda perspectiva, no ya de independencia, sino incluso de autonomía.
Nunca como ahora el asimilacionismo francés se había dado rienda suelta tan
libremente:
“Para que un pueblo pueda ser independiente es necesario que sepa
bastarse a sí mismo: es preciso que esté compuesto de modo que pueda,
por sus propias fuerzas resistir a los manejos de los que intentaran
subyugarlo; es preciso que encuentre en su producción los medios de
alimentarse, y en su energía y su valor los de rechazar al enemigo.
Todo pueblo que no es esencialmente agrícola y guerrero no puede
conservar su independencia. Ahora bien, si se considera el benigno clima
y los ricos productos de nuestras colonias, se estimará que los hombres

168
TOUSSAINT LOUVERTURE

que las habitan no pueden ser ni lo uno ni lo otro... Recogen casi sin
cultivo los más ricos dones de la tierra y lejos de aspirar a una libertad
cuya conservación como su conquista les costaría ingentes esfuerzos, se
adormecen en el seno de la opulencia y de los placeres que ella les
procura... Así pues no pueden ser ni navegantes ni guerreros y el hierro
del arado no herirá más sus manos que el de los combates.
”Tal pueblo debe pues limitar sus deseos a ser sabia y apaciblemente
gobernado por hombres humanos y justos, enemigos de la tiranía.
”Liguemos las colonias a nosotros mediante un gobierno sabio y firme,
por los lazos de un interés común y por el poderoso atractivo de la
libertad. Que siempre sean francesas las colonias en vez de ser
solamente americanas; libres aunque no independientes; que formen
parte de nuestra República indivisible, y que sean vigiladas y regidas por
las mismas leyes y el mismo gobierno. Que sus diputados, llamados a
este recinto, se confundan con los de todo el pueblo, el que ellos estarán
encargados de representar; aquí deliberarán sobre todos los intereses de
su patria común, inseparables de los suyos propios, al mismo tiempo que
propondrán a sus colegas y decretarán con ellos todas las leyes que
puedan hacer más floreciente el lejano paìs que los habrá enviado. Al
ocuparos de la administración interior de esas porciones del imperio
francés, estableceréis leyes particulares, susceptibles de atraerlos cada
vez más al centro común. Mientras más alejado está un gobierno de
aquéllos sobre los cuales debe extenderse, más poderoso y firme deberá
ser. La distancia y los mares que los separan, al’ tornar difíciles y alejadas
las relaciones, también hacen inactiva toda vigilancia. La acción del
gobierno ya no debe ser directa; requiere que sea delegada, y debe serlo
por hombres de los que el gobierno pueda responder. Si la admisión a la
legislatura de los diputados de nuestras colonias fuera el único vínculo
que debiera ligarlos a Francia, sería fácil romperlo. Si, como se os ha
propuesto, existieran en. las colonias asambleas deliberantes, investidas
del derecho de pronunciarse sobre todo cuanto pudiera referirse a la
legislación interior, Francia, ya no ejercería sobre ellas más que una
especie de soberanía feudal, y la admisión al cuerpo legislativo ya no
sería considerada más que como un honor al cual se estaría dispuesto a
renunciar, cuando contrariara el sistema político adoptado por la
asamblea local. Admitir tal orden de cosas, sería organizar, de otro modo,
la independencia de la que habéis hablado, la cual no sabríais consentir.
”Así pues, querréis, incluso para vuestras colonias, que la totalidad del
poder legislativo no resida más que en un solo cuerpo y que no se ejerza,
sino en este recinto. Sus diputados tendrán a no dudarlo suma influencia
sobre las deliberaciones que tengan por objeto sus intereses particulares,
para que no puedan temer la inexperiencia de los legisladores. Las
colonias estarán sometidas a las mismas formas de administración que
Francia. Sólo puede haber una correcta manera de administrar y si la
hemos encontrado para las regiones europeas, ¿por qué desheredar de
ella a las colonias de América? En vez de asambleas coloniales de las
que la libertad podría alarmarse, y de ’as que la autoridad nacional podría
temer la influencia, os propondríamos dividir las colonias en diferentes

169
Aimé Césaire

departamentos; situar en los mismos, como lo hacemos en los que nos


rodean, una administración de cinco miembros investidos de las mismas
funciones y sujetos a las mismas leyes. Pero, como esta parte de Francia
está todavía en un movimiento revolucionario que el hábito de la libertad y
las energías de vuestras leyes sólo pueden calmar, pensamos que debéis
decretar que, –provisoriamente y hasta que vuestros sucesores hayan
ordenado otra cosa– estos administradores serán nombrados por el
Directorio ejecutivo. También pensamos que el Directorio debe ser
autorizado por la legislatura a enviar a las colonias, en caso de
necesidad, comisarios civiles, depositarios de su autoridad y superiores a
las administraciones. Es el único modo de impedir que puedan rivalizar
entre sí o desconocer el espíritu de su institución. Así daréis al gobierno la
acción necesaria para pacificar esas regiones y utilizarlas a la vez para la
República y para ellas mismas; así daréis a esas porciones del imperio
francés la certeza, que jamás han tenido, de estar esencialmente
asimiladas en todo a las otras partes de la República…
“Municipalidades en cada cantón, tribunales judiciales en cada departa-
mento, también provisoriamente nombrados por el poder ejecutivo,
acabarán de completar el sistema de la organización de las colonias”.
Toussaint era harto inteligente, harto intuitivo para no sentir lo que se ocultaba
tras el liberalismo de la forma, era la dependencia, la despersonalización, el
sofocamiento de las libertades locales. Como ocurre siempre en la historia, la
asimilación no era más (y él lo captaba correctamente) que el disfraz del
sometimiento. Después de esto, y de modo aún más catastrófico, las
elecciones de noviembre de 1795: los resultados habían sido tales que al
comentarlos, un observador, Mallet du Pan, había podido escribir: “Es otro
mundo; se ha retrocedido cinco, años en un mes”. ¡Cinco años! Y ello era
cierto muy en particular para los asuntos coloniales. Vaublanc, realista
carcomido de odio, Villaret-Joyeuse, militarote de cortos alcances; Barbé-
Marbois, antiguo funcionario en Santo Domingo y pillo de altura, eran los
espectros de Barnave y del abate Maury que reaparecían sobre el escenario
político, más sumarios y menos prestigiosos. Barnavus redivivus. ¿Qué hacer?
Pleitear, explicar, alertar la opinión pública, poner en pie la opinión
parlamentaria. Se requería un abogado. Toussaint tomó la decisión de enviar a
Francia a Laveaux. Lo hizo nombrar diputado. Hay que tomar al pie de la letra
lo que Toussaint dijo en esa ocasión. Laveaux sería su “vocero” o su “testigo”
en una asamblea de reaccionarios; algo así como el antídoto de Vaublanc. En
lo adelante inutilizable en Santo Domingo, en donde su prestigio se había
gastado, podía ser útil en Francia:
“Mi general, mi padre, mi buen amigo, como preveo con dolor que
tendréis disgustos en este desdichado país, por el cual, y por los que lo
habitan habéis sacrificado vuestra vida, vuestra mujer, vuestros hijos, y
como por mi parte no querría tener el pesar de presenciarlos, desearía
que fueseis nombrado diputado para que podáis tener la satisfacción de
volver a ver vuestra patria y estar al abrigo de las facciones que se
engendran en Santo Domingo.

170
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Tendré la certeza para mí y para todos mis hermanos de tener el más


ardiente defensor de nuestra causa. Si, general, mi padre, mi bienhechor,
Francia posee muchos hombres; ¿pero cuál de ellos seria, como vos lo
sois, el verdadero y eterno amigo de los negros? Nunca lo habrá”.
Y el 31 de agosto de 1796:
“Sí, mi general, mi bienhechor, mi consolador sólo vos podéis ser el
inquebrantable sostén de la libertad general. Sólo vos haréis que ella
venza a todos los enemigos”.
Así pues Laveaux partió… Sin embargo, en París el “lobby” colono se agitaba.
Ya en las primeras sesiones de la nueva asamblea –como el encuentro de los
Quinientos– se produjo un gran escándalo.
Vituperaron a los comisarios, y el lirismo colonialista de Vaublanc embadurnó a
Sonthonax, que era un contento.
“Está inundado de sangre de blancos; ha hecho leyes atroces que no
harían los tigres de Libia, si los tigres tuvieran la desgracia de necesitar
leyes”.
Laveaux las oyó de todos los colores sobre los negros y debió juzgar cuánta
razón tenía Toussaint de sentirse amenazado. Como siempre, el odio político
se encarnizó sobre los intelectuales.
¡La “filosofía”, ese era el enemigo!
“No encontraréis nada parecido entre los negros, y sin presentaros
búsquedas filosóficas, fuera de lugar en esta tribuna, sobre su carácter,
su espíritu, me limitaré a decir que la empresa más difícil de llevar a cabo
es la de hacer ciudadanos de ellos; nunca emplearíais bastante prudencia,
bastantes precauciones para conducirlos a un estado de civilización que
los haga dignos de la vuestra y capaces de cumplir sus deberes. Les
debéis protección y benevolencia, les debéis los desvelos de la
humanidad, pero no debéis hacer de ellos lo que no pueden ser desde
hace largo tiempo, lo que no son por sí mismos”.
Después del lirismo paternalista, fue el lirismo del “garrotazo”. El inepto Villaret-
Joyeuse no quiso ser menos y su estrecho cerebro no descubría como
remedio a la situación más que una solución, a la cual prestaba toda virtud: el
establecimiento de un régimen militar.
Es esto lo que trataba de hacer comprender a la Asamblea. El Chatterton de
Vigny compara a Inglaterra con un barco. El almirante Villaret-Joyeuse
comparaba a Santo Domingo con una galera y se valía de esta analogía para
reservar a los negros la suerte de los galeotes:
“Lo que con tanto éxito habéis hecho por la Vendée, ¿por qué no lo
intentaríais con Santo Domingo? También es Santo Domingo una Vendée
a reconquistar; está devastado por el doble azote de la guerra civil y de la
guerra extranjera; sólo por la fuerza de las armas y por la energía
mezcladas a la suavidad lograréis someterla... Me atreveré a decirlo...
hasta la paz general, sólo hay un régimen que puede convenir a Santo
Domingo... y es el régimen militar. Santo Domingo es una plaza sitiada;
171
Aimé Césaire

hay pues que declararla en estado de sitio durante la guerra y poner así
todo el poder en manos de los jefes militares. Si un general tan prudente y
firme como Rochambeau no hubiera tenido las manos atadas por los
comisarios; si como premio de sus consejos y de su celo, no hubiera sido
destituido arbitrariamente por ellos, quizás hoy estaría restablecida la paz
en Santo Domingo... Ya creo oír las objeciones; quizás aleguen las
constitución... Pero la constitución no se opone a la medida que yo
reclamo... En nuestra política moderna las colonias son manufacturas
empleadas en provecho de la metrópoli; sin duda exigirán por un tiempo
largo todavía un régimen particular para sus talleres. Pero ese régimen
nada puede tener de contrario a la constitución: ¿acaso no tenemos
nosotros también un régimen particular sobre nuestras flotas, en nuestros
ejércitos? ¿No existe en las unas y en los otros una policía mil veces más
severa que la de nuestras ciudades? ¿No son allí las penalidades más
fuertes en razón de las consecuencias terribles que podría entrañar la
impunidad del menor delito? Pues lo mismo sería para un país en donde
treinta o cuarenta mil blancos tienen que dirigir a cuatrocientos o
quinientos mil negros”.
¿Qué conclusiones, en su lejana isla, sacó Toussaint de todo esto?
De seguro ésta: que la partida estaba perdida en Francia. ¿Desesperar
entonces? No. Ser lúcido y proceder de modo que la partida decisiva se jugara
no en París, sino en Santo Domingo. No sería Laveaux quien defendería la
libertad general en una asamblea parlamentaria. Era. Toussaint, con su ejército
negro y recursos locales, quien la pondría fuera de discusión. En suma,
acababa de finalizar una época y otra iba a comenzar. Toussaint había sabido
de eso por la época de la denuncia del compromiso español, pero había sido
menos doloroso. La experiencia española había sido un compromiso que
Toussaint sabía por adelantado que era precario, lo que podría ser llamado un
puro arreglo de circunstancia. Y he ahí que la experiencia francesa, en la cual
Toussaint había creído, a la cual se había dado por entero, en la que había
puesto toda su inteligencia, toda su actividad, toda su fe, se revelaba también,
y por culpa de Francia, de esa Francia que Toussaint amaba y con la que
había compartido la gloria, como un compromiso provisional y nada más que
eso. El dolor de Toussaint fue inmenso, pero con su habitual penetración
determinó lo que había que hacer.
Reconvertir su política una vez más, lo haría resueltamente, también prudente-
mente: hasta ese entonces Toussaint había centrado el golpe principal contra
los colonos blancos de la isla y los mulatos y, en su lucha, se había apoyado
en los negros así como en los representantes de Francia. Salvador de las
autoridades constituidas, se había podido decir de él. Ahora se trataba de
centrar el golpe principal contra la autoridad de Francia.
¿Con algunas reservas? No tenía la opción: precisamente los enemigos de
ayer y particularmente los mulatos.
Era hacer bascular todo el frente de batalla... Toussaint era hombre que llevara
a buen término esta reconversión estratégica. Pero se requería que Toussaint
siguiera siendo dueño del juego, el único dueño del juego.

172
TOUSSAINT LOUVERTURE

Para poner a Santo Domingo en estado de defensa, la autonomía interna


ofrecía medios no despreciables. Al menos, había que utilizarlos sin
compartirlos…
No hay que buscar en otra parte las razones de la sorprendente decisión que
tomó Toussaint de mandar de vuelta a Francia a Sonthonax, a su amigo
Sonthonax.
El 20 de agosto de 1797, (3 fructidor, año IV), conminaba –es la palabra– al
comisario a ir en busca de su puesto:
“Nombrado diputado de la colonia en el cuerpo legislativo, circunstancias
imperiosas os impusieron el deber de permanecer algún tiempo más entre
nosotros, entonces vuestra presencia era necesaria, las revueltas nos
habían agitado y había que calmarlas.
“Hoy que el orden, la paz, el celo por el restablecimiento de los cultivos,
nuestros éxitos sobre nuestros enemigos exteriores y su impotencia nos
permiten devolveros a vuestras funciones, id a decir a la Francia lo que
habéis visto, los prodigios de que habéis sido testigo y sed siempre el
defensor de la causa sagrada que hemos abrazado y de la que somos
eternos soldados”.
Tres días después Sonthonax se embarcaba para Francia.
Sobre los motivos de Toussaint se han abierto muchas interrogantes:
“¿Por qué –se pregunta Schoelcher– sigue siendo un enigma?”
Y James retoma la idea:
“¿Qué ocultaba ese episodio extraordinario, único en la historia hasta
nuestros días?”
De hecho no hay enigma alguno.
Hay esto simplemente, que Toussaint sabe que es fatal, más todavía,
inminente, la ruptura con Francia. Y se prepara para ella.
Por mi parte, un hecho me sorprende: que los mulatos acogieron con alegría la
noticia de la expulsión y que Rigaud tuvo muy presente expresarle a Toussaint
la satisfacción que experimentaba.
Me parece que es por ese lado que hay que buscar.
Impresionado por los progresos de la reacción en Francia, inquieto por los
manejos de Vaublanc, a Toussaint le parecía bruscamente indispensable, la
reconciliación con los mulatos, incentivo de un “frente común” haitiano. La
destitución de Sonthonax amansaba a los mulatos. Sin contar que Toussaint
tenía todas las razones para creer que Sonthonax iba a ser llamado.
Destituirlo, era por tanto suplementariamente una manera excelente de
transformar un llamado, que constituía una denegación de su propia política,
en una victoria de prestigio y de política interna. ¿Hipótesis? Sin duda, pero
menos conjeturable de lo que parece. Poseernos la carta que Toussaint
escribió a Laveaux el 1º de junio de 1798:

173
Aimé Césaire

“He sabido con la mayor sorpresa que habéis sido uno de los representantes
del pueblo de Santo Domingo que se ha apresurado más que nadie en
acoger favorablemente a Sonthonax, el monstruo que, lo sabéis, no se
ocupó, durante su segunda misión, más que en reavivar las pasiones y
las venganzas, en dividir, en trastornar, en revolucionar”.
Más lejos añade una frase la cual sería un error cuestionar:
“Sonthonax me ha propuesto hacer la colonia independiente de la
metrópoli... Lo he destituido porque me había propuesto la independencia
y también la matanza de los europeos”.
La acusación es manifiestamente falsa, inventada por las necesidades de la
causa, pero retengamos la palabra esencial: dividir. Y es un hecho, Sonthonax,
empeñado como lo estaba en la lucha de las facciones, era en Santo Domingo,
un factor de división en un momento en que nada parecía más necesario a
Toussaint que la unión.
Es a este problema que sacrificaba su viejo compañero de combate. Al mismo
tiempo escribía al Directorio. Sin embrollarse en circunloquios, Toussaint
disparaba desde lejos. Amarga y solemne, incluso altiva, su carta merece ser
saludada como una obra maestra:
“El discurso impolítico e incendiario de Vaublanc no ha afectado tanto a
los negros como la certeza de los planes que proyectan los propietarios
de Santo Domingo: declaraciones insidiosas no debieran tener ningún
efecto a los ojos de los sabios legisladores que han decretado la libertad
de las naciones.
”Pero los atentados contra esta libertad que proponen los colonos son
tanto más de temer cuanto que ocultan su detestable proyecto con el velo
del patriotismo. Sabemos que tratan de imponer algunos mediante
promesas ilusorias y especiosas, a fin de ver renovarse en esta colonia
las escenas de horror de antaño. Ya pérfidos emisarios se han infiltrado
entre nosotros para poner en ebullición el fermento destructor preparado
por las manos de los liberticidas. Pero no lo lograrán, lo juro por todo
cuanto la libertad tiene de más sagrado. Mi devoción a Francia, mi
conocimiento de los negros me imponen el deber de no dejaros en la
ignorancia ni de los crímenes que meditan ni del juramento que
renovamos de ser enterrados bajo las ruinas de un país que ha
resucitado la libertad, antes que soportar el retorno a la esclavitud.
”De vosotros depende, ciudadanos, directores, apartar de encima de
nuestras cabezas la tempestad que los eternos enemigos de nuestra
libertad preparan a la sombra del silencio.
”Pero no, la mano que rompió nuestras cadenas no nos esclavizará de
nuevo.
”Francia no renegará de sus principios...; no permitirá que sea pervertida
su moral sublime... y que su decreto del 16 pluvioso sea revocado.

174
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Mas si, para restablecer la esclavitud en Santo Domingo, se hiciera eso,


eso os lo declaro, sería intentar lo imposible; hemos sabido afrontar los
peligros para obtener nuestra libertad, sabremos afrontar la muerte para
mantenerla”.
Así trataba Toussaint de conjurar la tormenta.

175
Aimé Césaire

Capítulo VIII
UNA MISIÓN DE ZAPA

En el Monitor del 23 messidor, año IV, se puede leer la carta siguiente:


“El general de división, ejército de las costas del océano, jefe del Estado
Mayor del ejército, al Directorio ejecutivo. En el Cuartel General, en
Rennes, el 14 messidor, año IV.
”Ciudadanos directores,
”Os remito las copias de las dos cartas que acabo de recibir: una del
general Quantin, que manda en el Morbihan y la otra del general Dégouet,
que manda en los distritos de Avranches, Vire, Mortain y Domfront. Estas
partes del distrito del ejército, que eran las más infectadas de chuanes,
disfrutarán muy en breve de la tranquilidad que desde hace mucho tiempo
se les escapaba. Decididamente, los habitantes de las campiñas no
quieren seguir peleando; han fusilado a cinco emigrados que intentaron
impedirles someterse y entregar las armas y no queda salida más segura
para éstos que evacuar el territorio de la República. Es por la captura del
ganado y por multas pecuniarias, unidas a la buena disposición de las
tropas, a su constante movilidad y su intrepidez sin igual, que el general
Hoche pone fin a la más infernal de las guerras: muy pronto sólo se
ocupará de los medios para mantener la tranquilidad. Está persuadido
que no la logrará con la severidad sin indulgencia o con la indulgencia sin
severidad; sólo la perfecta alianza de la una y la otra puede asegurar la
paz en estos departamentos, donde el régimen constitucional hará la
felicidad de todos.
”Salud y respeto.
“Firmado: T. Hédouville”.

El firmante de esta carta es quien, el 8 de marzo de 1798, desembarcaba en el


Cap, con plenos poderes, civiles y militares.
Así pues no había sido en vano el consejo que Villaret-Joyeuse había dado al
gobierno francés de aplicar a Santo Domingo el sistema que tanto éxito tuviera
en la Vendée.44Y esto no podía escapar a Toussaint: en el nombramiento de
Hédouville no podía dejar de ver el triunfo de la política colonial de Vaublanc y
de su camarilla.
Con su olfato ordinario. Toussaint comprendió muy bien que, si su nombramiento
por el Directorio no significaba obligatoriamente la guerra, su acción no podía
sin embargo tender, sino a una cosa: minar lentamente su autoridad, disminuir
su prestigio, debilitar sus fuerzas, aislarlo poco a poco hasta el gesto final que
lo alejaría de la escena política. En suma, una misión de zapa y de disgregación.

44
No se trata de poner sobre un mismo plano la revuelta reaccionaria de la Vendée y de la
revolución progresista de Santo Domingo. El autor quiere simplemente señalar que Hédouville
no era en modo alguno un hombre de segunda fila; que no estaba falto ni de experiencia ni de
habilidad. Signo de importancia que el Directorio adscribía a su misión.
176
TOUSSAINT LOUVERTURE

Y efectivamente, apenas desembarcado Hédouville empezó su trabajo


subterráneo. El acercamiento negro-mulato era de fecha reciente. Antes de
que se consolidara, Hédouville empezó a demolerlo.
El general Rigaud, al mando de las fuerzas del Sur, y después de la
eliminación de Villatte, jefe del partido mulato, era un carácter débil. Hédouville
lo vio, lo embaucó, lo separó de Toussaint. Éste no perdió la cabeza. Dejaba
madurar el tiempo y acechaba.45
Cuando Hédouville llegó a la isla, Toussaint estaba enfrascado en una
maniobra diplomática de gran estilo. Vencidos ya los ingleses tras una ardua
campaña en el Mirebalais, Toussaint se preocupaba ahora de obtener del
general de ellos, Maitland, la evacuación total de las fuerzas invasoras. El
acuerdo se concluyó muy rápidamente y Toussaint, con gran desilusión por
parte de Hédouville, hizo su entrada triunfal en Port-au-Prince.
Quedaban dos ciudades, Jérémie y el Mole Saint-Nicolas. En lo que respecta a
Jérémie, Maitland cedió y Toussaint tomó posesión de esta ciudad. En cuanto
al Môle, cuyas defensas eran de las más sólidas, los ingleses se hacían de
rogar. Fue el momento que Hédouville eligió para intervenir. Bajo cuerda, y
mientras Toussaint negociaba, hizo proposiciones por su lado. Maitland se
apresuró a hacerlas públicas y rechazarlas. Toussaint estaba advertido:
“Mi franqueza me impide, ciudadano representante, disimularos que tal
falta de confianza me ha afectado terriblemente.
”En contradicción directa con vuestra autorización, sin consideración
alguna para mi posición de comandante en jefe del ejército de Santo
Domingo sin reflexión sin siquiera juzgar necesario informarme, enviáis
oficiales subalternos para negociar... y les otorgáis poderes que superan
los míos. Sin embargo parece que, de acuerdo con la jerarquía militar, soy
yo, en mi calidad de primer jefe del ejército, quien hubiera debido trasmitir
vuestras órdenes a vuestros oficiales subalternos... Hubiera preferido que
me declaráseis abiertamente que me juzgáis incapaz de tratar con los
ingleses”.
Toussaint explotó a fondo su ventaja: ofreció su dimisión. Como era de esperar
Hédouville se apresuró a denegarla. ¿Pero qué significaba un rechazo en esa
circunstancia? Era dar carta blanca a Toussaint. Con libertad de movimiento,
éste reabrió las negociaciones y el 31 de agosto firmaba con Maitland un
documento de una importancia excepcional.
45
De hecho, los conflictos con Hédouville eran constantes y renacían por cualquier motivo:
administración, política exterior, política interior. En este último aspecto existía un punto de
divergencia esencial: la actitud respecto a los emigrados blancos. Hédouville apreciando la
situación de acuerdo con el contexto francés, aspiraba a poder velar por una aplicación muy
estricta de la ley francesa sobre los emigrados. Toussaint, con su óptica “haitiana” juzgaba por
el contrario útil la reintroducción de los colonos blancos, a la vez sobre el plano económico y
sobre el político, por tanto el sectarismo de Hédouville era improcedente. Es lo que ha sido
llamado la política pro-blanca de Toussaint. Por otra parte término muy mal aplicado, pues
Toussaint i tenia entendido que él seguiría siendo dueño del juego, sirviéndose de los colonos
blancos pero no sirviéndoles. Desde el punto de vista político, reintroducir a los blancos en la
escena política, era, en lo inmediato, dar un contrapeso los mulatos, y en presencia de los
dos grupos rivales –mulatos y blancos– asegurar al grupo negro y a Toussaint un poder
arbitral decisivo.
177
Aimé Césaire

Preguntarse si Toussaint es o no el fundador de la independencia haitiana


entra en el mismo tipo de los falsos problemas históricos. Las bases de esta
independencia ya están contenidas en esta convención de Pointe-Bourgeoise,
firmada el 31 de agosto de 1798 a una legua del Môle Saint-Nicolas:
“Artículo primero. El general Maitland se compromete solemnemente a
que ninguna (sic) tropa inglesa de ninguna clase, atacará bajo ningún
pretexto la isla de Santo Domingo, mientras dure la presente guerra.
”Artículo segundo. El general Toussaint Louverture promete del modo más
solemne y positivo que ninguna tropa colonial de cualquier naturaleza que
sea, atacará la isla de Jamaica de modo alguno, mientras dure la
presente guerra.
”Artículo tercero. El general Maitland promete que su gobierno no se
mezclará en ningún caso en lo que concierne a los arreglos interiores y
políticos de la isla de Santo Domingo, mientras dure la presente guerra.
”Artículo cuarto. El general Toussaint Louverture promete solemne y
positivamente que no intervendrá ni en los arreglos interiores y políticos ni
en el gobierno de la isla de Jamaica, mientras dure la presente guerra.
”Artículo quinto. El general Maitland, como consecuencia de los artículos
arriba citados, instará a su gobierno que permita arribar a los puertos de
Santo Domingo que serán determinados más tarde, la cantidad de
provisiones que serán determinadas más tarde, sin riesgo para los
cruceros de Su Majestad; y el precio de dichas provisiones será pagado
en productos coloniales que gozarán del privilegio de dejar dichos puertos
sin riesgos por parte de los cruceros ingleses.
”Esta convención seguirá en vigor en toda su fuerza hasta que una
declaración en contrario sea hecha por una de las partes, dándose en
este caso con un mes de anticipación: la estipulación arriba mencionada
será anulada por esta declaración”.
Así pues, una colonia francesa, Santo Domingo, firmaba con Inglaterra, siempre
en guerra contra Francia, un tratado de paz por separado.
El tratado de la Pointe-Bourgeoise es el primer acto de la independencia
haitiana.
Los ingleses intentaron ir todavía más lejos. Ofrecieron a Toussaint proclamar
francamente la independencia de la isla y le propusieron la corona de Haití.
Toussaint, con gran dignidad, la rechazó.
Pero, puesto que Hédouville había hecho tontamente de estas negociaciones,
una suerte de batalla por el prestigio, Toussaint encontró en su feliz conclusión,
la oportunidad de realzar su victoria por una especie de triunfo romano. Al
menos este alarde y este desafío tenían un sentido político.
Se saben los detalles por Pamphille de Lacroix:
“Las tropas situaron a los lados de la calle, el cura fue en procesión a
recibir a Toussaint bajo palio, llevando a su encuentro el Santo
Sacramento. En la plaza de armas se levantó una tienda magnífica,

178
TOUSSAINT LOUVERTURE

donde el general Maitland le ofreció un gran banquete, al término del cual


le hizo un presente, en nombre del rey de Inglaterra, con la espléndida
vajilla que había adornado la mesa. En seguida Toussaint pasó revista a
las tropas inglesas que desfilaron ante él. Después de esta revista, el
general Maitland le hizo públicamente otro regalo, siempre en nombre del
rey de Inglaterra, consistente en dos culebrinas de bronce y además la
casa de gobierno que los ingleses habían construido y amueblado del
modo más elegante”.
Mientras tanto, Hédouville, desairado por los ingleses, se carcomía los hígados
en el Cap.
El contraste no permitía a las masas ignorar –y ello importaba– donde estaba
en Santo Domingo la verdadera fuerza, el verdadero poder.
¿Comprendería Hédouville la lección? Acaso la comprendió, pero no era
dueño de su política. El Directorio lo había enviado a Santo Domingo para
disminuir a Toussaint, antes de abatirlo. No podía renunciar a ello. Entonces
decidió atacar a Toussaint en lo que constituía su fuerza: el ejército. Primero
desmovilizó y repatrió a un buen número de hombres. Toussaint podía
difícilmente oponerse. Pero, cuando al ir más lejos, trató de decapitar el
ejército (en lo adelante la consigna fue: “no más generales negros”), fue otro
cantar.
Al primer general negro que amenazó, Toussaint saltó; para colmo, el azar
quiso que ese general fuese un sobrino de Toussaint, Moisés, el cual mandaba
la guarnición de Fort-Liberté cerca del Cap. Hédouville, pretextando algunos
desórdenes de menor cuantía, le relevó de sus funciones y ordenó el desarme
de sus tropas. Entonces Toussaint se jugó el todo por el todo y marchó sobre el
Cap. Cuando llegó, el 22 de octubre de 1798, un navío desaparecía en el
horizonte. Con Hédouville se iba algo más que un procónsul francés, se iba
mucho de la “presencia francesa” en Santo Domingo.
Toussaint había expedido a Laveaux con un espíritu de defensa y para una
misión de intercesión. A Sonthonax con un espíritu de prudencia y como una
advertencia a Francia. A Hédouville lo reembarcaba con un espíritu de desafío
y para significar a todo buen entendedor que estaba bien decidido a seguir
siendo el único amo de la isla.

179
Aimé Césaire

Capítulo IX
TOMAR SUS PRECAUCIONES

Al menos, así lo entendía él. Para Toussaint, un país unido, un territorio


homogéneo era más que nunca la exigencia fundamental para hacer frente a
un peligro ahora cierto.
Pasión unificadora, no; sino justa inteligencia de la situación y sentimiento
exacto de la magnitud del peligro.
Ahora bien, al dejar Santo Domingo, Hédouville había dejado una bomba de la
que esperaba el estallido sin gran retraso. Había relevado a Rigaud de todo
deber de obediencia hacia Toussaint, proclamado por él, traidor a Francia.
Roume, el nuevo agente del Directorio, trató de arreglar lo mejor posible las
cosas, pero Rigaud se había lanzado por un camino en el que era muy difícil
detenerlo. De hecho, fue él quien, por un ataque inesperado contra Petit-
Goave, tomó la iniciativa de las operaciones y desencadeno la guerra racista.
Después de esa calavereada, una suerte de estupor se apoderó del Pompeyo
de Santo Domingo. Toussaint pudo asediar durante cuatro meses a Jacmel,
heroicamente defendido por Pétion, sin que Rigaud, acampado en Aquin y
como aniquilado, se moviera. Tomado Jacmel, Toussaint lanzó a Dessalines
contra Miragoane. Los sucesos se repitieron. La ciudad cayó sin que Rigaud
interviniera. Él, tan bravo de ordinario y emprendedor, parecía privado de sus
recursos. Sólo cuando le quedó los Cayes, inmediatamente sitiado por
Toussaint (el 29 de julio de 1800) se embarcó en un navío danés e,
inaugurando una tradición muy haitiana, se dirigió a Saint-Thomas.
El triunfo militar de Toussant era total. Pero una victoria que no es más que
militar es una victoria imperfecta. Toussaint se dedicó a preparar el porvenir. A
lo largo de la guerra no había dejado de hacer esfuerzos muy meritorios para
“despigmentar” la guerra.
Testigo de ello, su proclama del 20 de abril de 1800:
“A los ciudadanos del departamento del sur:
”Ciudadanos... Os lo digo por tercera; y última vez, nada tengo en contra
de los ciudadanos del sur, sino sólo contra Rigaud, como desobediente e
insubordinado, al que quiero obligar que de nuevo se acoja a sus
deberes”.
Una vez obtenida la victoria, redobló su moderación:
“Ciudadanos,
”Es importante para la prosperidad de la colonia y para la felicidad de sus
moradores echar un manto sobre el pasado a fin de sólo ocuparse en
reparar los males que han sido el resultado de la guerra intestina
engendrada por el orgullo y la ambición de uno solo.

180
TOUSSAINT LOUVERTURE

”En mi calidad de vencedor, hablando y deseando muy ardientemente


hacer la felicidad de mi país, compenetrado de lo que dice la Oración
Dominical: “Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos
a nuestros ofensores” publiqué, el 20 de junio, una proclama por la cual
acuerdo una amnistía general. Consideremos hoy como a hermanos a los
que osaron volver sus armas contra el pabellón de la República”.
Por primera vez en su vida, Toussaint regañó a Dessalines, en su opinión
demasiado represivo: “Dije podar el árbol no desarraigarlo”.
Apenas terminada la campaña del sur una grave nueva vino a convencerlo de
que no había un minuto que perder: el golpe de estado del 18 brumario,
Bonaparte acababa de barrer el Directorio.
Apenas si Toussaint se sorprendió. Simplemente juzgó que el conflicto con
Francia acababa justamente de aproximarse. Había tomado sus recaudos en
el sur. Decidió hacer lo mismo, en el este. En tal designio lo animaba un
recuerdo. Durante la campaña contra los ingleses, Toussaint había tenido
tiempo de sobra para apreciar el valor estratégico de la parte española de
Santo Domingo. Recuérdense sus advertencias a Laveaux:
“Mi general, actuáis con demasiada lealtad con los españoles, al no
querer apartaros del tratado de paz. Ellos no quieren oír hablar de la
libertad general. Son muy capaces de entregar su país a los ingleses, y si
ello ocurriera nos encontraríamos copados por todas partes como en un
corral”.
Cosa sorprendente: esta parte española había sido cedida a Francia el 22 de
julio de 1795, ¡y en 1800 todavía Francia no había tomado posesión!
Esto acababa por intrigar a Toussaint. Al no ocupar la provincia española, ¿no
trataría Francia de mantenerla hasta nuevo aviso, fuera de la autoridad de
Toussaint, como una base de agresión permanente? ¿Y contra quién, sino
contra Toussaint?
En Diciembre de 1799, Toussaint decidió acabar de una vez por todas.
Pidió a Roume la autorización para ocupar Santo Domingo. Roume resistió,
después cedió tras una escena de violencia inaudita. Pero entonces la
resistencia vino del lado español. El gobierno español pidió plazos para
esperar las órdenes de Madrid. Roume estimó que debía consentirse en ello.
Tal cosa no convenía a Toussaint. Así como no había tenido miramientos ni con
Sonthonax ni con Hédouville, tampoco los tuvo esta vez con Roume. Lo hizo
detener, lo intentó en Dondon y se dirigió hacia Santo Domingo, en el que
entró el 4 de enero de 1801. Zanjada así la dificultad, no faltó a su costumbre
de hacer llegar al gobierno francés un informe detallado:
“La malevolencia, alarmada por una resolución que iba a hacer pasar la
parte española de Santo Domingo bajo la dominación de la República,
puso en juego todos los resortes de la intriga para poner un obstáculo a
ese designio. El obstáculo que mejor les pareció fue el hacer volver en su
acuerdo al ciudadano Roume, agente del gobierno, sobre su decreto del 7
floreal e inclinarlo a todas las gestiones que ha hecho a fin de aplazar la
toma de posesión que él mismo había decretado.
181
Aimé Césaire

“Decidido a obtenerla por la fuerza de las armas, me creí obligado, antes


de ponerme en marcha, a invitar al ciudadano Roume a cesar en sus
funciones y retirarse a Dondon hasta nueva orden, porque la intriga y la
malevolencia no tuvieran igual facilidad para que no se alocara. Está a
vuestra disposición; cuando me lo pidáis os lo enviaré”.

182
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo X
MOVILIZACIÓN

Cuando una sociedad está en vísperas de un gran combate, es necesario para


el arranque de energía poco común que está en el momento de aportar,
fortalecer su tejido y fortificar su esqueleto.
La ley es general y todos los conductores de hombres lo han sentido. En tal
necesidad se vio Toussaint en 1798. La circunstancia imponía la movilización
del pueblo negro.
Y la movilización del pueblo negro, amenazado en su libertad, no tenía sentido
si no era total, general, omnilateral.
Sin duda, movilización general. Pero asimismo movilización moral y movilización
diplomática, pues si un día habría que enfrentarse a Francia, era necesario
movilizar a los amigos o a los posibles aliados. Pero aún más y ante todo, por
condicionar todo el resto, movilización económica.
Y por ahí empezó Toussaint, no sin audacia. El Directorio había restablecido el
pacto colonial y prefigurado contra Inglaterra la política del bloqueo continental.
A través de esta política es que Toussaint se lanzó. El beneficio era doble. Por
aquí deshacía a la vez el pacto colonial y el aislamiento diplomático.
El 6 de noviembre de 1798 escribía a John Adams, presidente de los Estados
Unidos, para expresarle su sorpresa de ver interrumpidas las relaciones
comerciales entre los Estados Unidos y Santo Domingo y rogarle que las
restableciera:
“Si las intenciones del Congreso o las vuestras es cambiar algo en las
disposiciones que hubieran podido ser tomadas a este respecto y que yo
ignoro;46 si se trata de hacer respetar la neutralidad y mantener la buena
armonía que siempre ha existido entre la República Francesa y los
Estados Unidos, si se trata de hacer ejecutar los tratados entre ambas
repúblicas, podéis estar tranquile, señor, de que los norteamericanos
encontrarán en los puertos de la República, en Santo Domingo,
protección y seguridad; que el pabellón de los Estados Unidos será
respetado en ellos como el de una potencia amiga y aliada de Francia;
que serán dadas las órdenes para que lo sea por nuestros corsarios en
crucero; que facilitaré por todos los medios que estén a mi alcance su
pronto retorno a su patria y que serán exactamente pagados por los
cargamentos que nos traigan.
“Si la promesa que os hago, señor, de proteger los navíos de vuestra
nación que se dirijan a los puertos de la República-Francesa en esta
colonia, puede decidirlos a venir de nuevo, me felicitaré de haber
contribuido a ello y haber restablecido entre el continente y la colonia de
Santo Domingo esas relaciones que, para interés de ambas repúblicas,
jamás debieron haber sido suspendidas, un solo instante”.
El 9 de febrero lograba su propósito: una ley norteamericana restablecía las
relaciones comerciales con Santo Domingo. Más, el 4 de marzo, el gobernador
46
Sospechaba de Francia
183
Aimé Césaire

norteamericano nombraba un Cónsul General en Santo Domingo; el doctor


Edward Stevens. Al mismo tiempo, Estados Unidos aceptaba servir de
intermediario para la negociación de un acuerdo comercial con los ingleses.
Así nació el acuerdo tripartito negociado bajo la supervisión de Stevens entre:
“el honorable brigadier general Maitland y el general Toussaint Louverture,
comandante en jefe de las fuerzas de la República Francesa”.
Así quedaba solventada una cuestión importante: ni armas ni víveres le
faltarían a Santo Domingo. Quedaba lo esencial: pagarlos. Una sola moneda:
el trabajo.
Víveres, telas, fusiles, cañones todo dependía del trabajo campesino y de los
cargamentos de productos coloniales que los barcos ingleses y estadounidenses
debían estar seguros de encontrar en los puertos de la isla. Así pues una
consigna única: el trabajo.
Puesto que Toussaint estaba consciente de la inminencia de la guerra y de la
magnitud del peligro, le resultó enemigo todo cuanto era de naturaleza a
disminuir o paralizar la producción local. Enemigo, al ausentismo de los
propietarios. Enemigo, la influencia a las ciudades de la población rural.
Enemigo en fin, ese parcelamiento de las tierras, que algunos propugnaban,
pero que, por justificado que fuese, se traducía en lo inmediato en una caída
vertiginosa de la producción y en el abandono del cultivo de los productos de
exportación.
Allí Toussaint navegaba contra la corriente y lo sabía. Todos los campesinados
del mundo conocen “el hambre de la tierra”, pero Toussaint resistía:
“Toussaint Louverture, general en jefe del ejército de Santo Domingo:
”Habiéndose propuesto numerosos ciudadanos adquirir tierras, es deber
mío regular las disposiciones a las cuales deberán sujetarse.
”La agricultura de esta colonia, muy diferente a las de los demás países,
exige una reunión de medios considerables en hombres y en dinero sin
los cuales es imposible que un plantador pueda obtener las ventajas que
debe naturalmente proponerse... Sería imprudente e impolítico permitir
nuevos establecimientos en tanto que los antiguos languidecen y querer
aumentar el número antes que la población aumente.
”Es necesario al mismo tiempo fijar el número de las parcelas de tierra
que es conveniente permitir adquirir. En la parte francesa se han cometido
errores que urge detener. Uno, dos o tres cultivadores se asocian,
compran algunas parcelas de tierra y abandonan haciendas ya con valor,
para ir a instalarse en nuevos terrenos incultos.
”De este modo, pronto estarían arruinados los antiguos establecimientos,
sin utilidad para los contratistas de nuevos desmontes y sin compensación
para el estado de las pérdidas ocasionadas por dichos abandonos.

184
TOUSSAINT LOUVERTURE

“La prudencia aconseja impedir semejante desorganización. Por consi-


guiente, no podrá hacerse ninguna venta de tierra si los que desean hacer
adquisiciones no han obtenido previamente, de la administración de su
cantón, la autorización de comprar, tras haber probado que poseen los
medios necesarios para formar nuevos establecimientos; dicha autori-
zación será sometida a mi aprobación”.
Para obtener esta autorización había que mostrarse arrendatario de un mínimo
de cincuenta parcelas; declarar el género de cultivo que se quería emprender y
el número de cultivadores que se pensaba emplear. Y se comprende –teniendo
en cuenta la coyuntura– la preocupación louverturiana de la gran propiedad
territorial.
Exportar para vivir. Cultivar para exportar: café, cacao, azúcar. Es conocida su
proclama a los habitantes de la parte española:
“Está en el interés de los habitantes salir de la indolencia a la cual se
habían entregado: por todas partes la tierra está esperando el socorro de
los brazos para abrir sus tesoros, para recompensar a los que se
entreguen al cultivo de sus ricas producciones, mientras que dejaría en la
miseria a los que cultivan plátanos, papas, ñames, productos sin valor en
esta colonia...”
Más para renovar la economía, hacía falta algo más que la tierra: trabajo, un
trabajo encarnizado de especialistas.
¿Dónde encontrarlos? Todos eran blancos, antiguos colonos propietarios o
antiguos administradores. Exactamente como, en la Rusia de 1918, todos eran
burgueses. AsÍ como Lenin no vaciló en servirse de los especialistas
burgueses, Toussaint no vaciló en hacer volver y utilizar a los especialistas
colonos: ahí está todo el sentido de lo que se ha llamado la política pro-blanca
de Toussaint. En cuanto al trabajo, de igual modo que Lenin, más tarde,
impuso a todos la más estricta disciplina, única condición para la salvación de
la Revolución Soviética, Toussaint decretó un reglamento draconiano:
“Lleva cuidadosa y conscientemente tus cuentas, no dilapides el dinero,
no te dejes ganar por la pereza, no robes, observa la más estricta
disciplina en el trabajo... son justamente esas consignas... que se
convierten... en las principales consignas de la hora. En este país, queda
un buen pico de anarquismo espontáneo, agravado por la bestialidad y el
salvajismo que acompañan a toda guerra larga y reaccionaria... Se
comprenderá fácilmente qué esfuerzos perseverantes y tenaces deben
desplegarse... para obtener una mudanza completa en el estado de
espíritu de las masas y ayudarlas a pasar a un trabajo regular, ordenado y
disciplinado. Sólo esta mudanza de la masa pobre hará definitiva la
victoria.”
Así hablaba Lenin. Así pensaba Toussaint. Desdichadamente, si las ideas de
Toussaint eran buenas, su método lo era mucho menos. El problema más
delicado para un revolucionario es el de la unión con las masas, para ello hace
falta flexibilidad, inventiva, un sentido de lo humano siempre vigilante. Y es por
ahí por donde Toussaint fallaba.

185
Aimé Césaire

Haciendo la guerra día y noche, lo acechaba la deformación militar, que es


mecanismo y automatismo. Y cayó en ella. Dejó de inventar, limitándose a
aplicar a toda situación nueva, el esquema militar que había terminado por
perfeccionar.
¿Era la situación social inquietante? ¿Grave la situación económica? Creyó
resolverlo todo militarizándolo todo. Y fue esa su perdición. Si la unión con las
masas es el tejido conjuntivo de la revolución, el suyo se esclerosaba. Ya no
persuadía. Decretaba:
“Ciudadanos,
”Os convencéis fácilmente, ciudadanos, de que la agricultura es el sostén
de los gobiernos, porque ella procura el comercio, la comodidad, la
abundancia; porque hace nacer las artes y la industria; porque ocupa
todos los brazos, siendo el mecanismo de todos los estados…
”Autoridades civiles y militares, he ahí el plan a adoptar; he ahí la meta a
alcanzar; es este el plan que voy a prescribiros y prometo poner la mano
en su ejecución. Mi país exige esta medida saludable, los deberes de mi
cargo me imponen la obligación y la seguridad de la libertad lo exige
imperiosamente.
”Pero, considerando que, para asegurar la libertad sin la cual el hombre
no puede ser feliz, es preciso que todos se ocupen útilmente para
cooperar al bien público y a la tranquilidad general;
”Considerando que el militar que tiene deberes sagrados de cumplir,
puesto que es el centinela del pueblo, puesto que está perpetuamente en
actividad para ejecutar ¡as órdenes que recibe de su jefe, sea para
mantener la tranquilidad interior, sea para combatir a los enemigos de la
República en el exterior, es esencialmente obediente a sus jefes; importa
que los administradores, capataces y cultivadores que igualmente tienen
sus jefes, se comporten como los oficiales, suboficiales y soldados en
todo lo que se refiere a sus deberes;
”Considerando que, cuando un oficial, suboficial o soldado se aparta de
sus deberes, es llevado ante un consejo de guerra, para ser allí juzgado y
castigado conforme a las leyes de la República, ya que, en el servicio, no
se puede pasar por alto la falta en el grado que sea; los administradores,
capataces y cultivadores debiendo estar igualmente subordinados a sus
jefes y asiduamente apegados a su trabajo, serán igualmente castigados,
si faltaren a sus deberes;
”Considerando que un soldado, sin exponerse al más severo castigo, no
puede abandonar su batallón o su media-brigada para pasarse a otro, sin
un permiso en debida regla de sus jefes; igualmente le debe ser prohibido
a los cultivadores dejar su hacienda para ir a residir a otra, sin un permiso
legal, lo cual no se vigila, ya que cambian de hacienda a voluntad, van y
vienen y no se ocupan para nada del cultivo, único medio sin embargo de
socorrer a los militares, su sostén…

186
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Considerando que, después de la revolución, cultivadores y cultivadoras


que, entonces eran jóvenes, aún no se ocupaban del cultivo, no quieren
hoy día dedicarse a él, porque, dicen que, ellos son libres y se pasan los
días corriendo y vagabundeando, mientras que día a día los generales,
los oficiales, los suboficiales y los soldados están en actividad permanente
para asegurar los sagrados derechos de todos;
”Considerando en fin, que mi proclama del 25 brumario año VII (15 de
noviembre de 1798) al pueblo de Santo Domingo hubiera debido
inclinarlos a un trabajo activo y asiduo, al mismo tiempo que en la misma
se decía a todos los ciudadanos indistintamente que, para lograr la
restauración de Santo Domingo, el concurso de agricultor, del militar y
todas las autoridades civiles era indispensable;
”Por consiguiente, queriendo absolutamente que mi proclama arriba
relatada tenga su plena ejecución y que todos los errores que se han
insinuado entre los cultivadores cesen desde la publicación del presente
reglamento;
” Ordeno categóricamente lo que sigue:
”Artículo primero. Todos los administradores, capataces y cultivadores
estarán obligados a cumplir con exactitud, sumisión y obediencia sus
deberes, como lo hacen los militares.
”Artículo segundo. Todos los administradores, capataces y cultivadores
que no cumplan con asiduidad los deberes que les impone el cultivo,
serán detenidos y castigados con la misma severidad que los militares
que se apartan de los suyos; y tras el castigo sufrido, si se trata de un
administrador, será enrolado en uno de los cuerpos que componen el
ejército de Santo Domingo; si es un capataz, será despedido de su
empleo, empleado como simple cultivador para trabajar en el cultivo y no
podrá en lo sucesivo aspirar al empleo de capataz; si es un cultivador o
una cultivadora, será castigado con la misma severidad que un simple
soldado y de acuerdo con la exigencia del caso.
”Artículo tercero. Todos los cultivadores y cultivadoras que están en la
ociosidad, retirados en las ciudades, burgos o en otras haciendas que no
sean las suyas para sustraerse al trabajo del cultivo, incluso aquéllos o
aquéllas que después de la revolución no se hubieran empleado, se les
intima a que vuelvan a sus haciendas respectivas. Si en ocho días, a
contar de la promulgación del presente reglamento, no han justificado a
los comandantes de las plazas militares de los lugares en que residen,
que profesan un estado útil que les permite existir (por supuesto, el
estado de domesticidad no es considerado como estado útil), por
consiguiente, aquéllos de los cultivadores o cultivadoras que abandonen
el cultivo para alquilar sus servicios, estarán obligados a volver a sus
haciendas, bajo la responsabilidad personal de las personas a quienes
sirven.
”Se entiende por estado útil, aquél que paga o podría pagar una
contribución cualquiera a la República.

187
Aimé Césaire

”Artículo cuarto. Esta medida, necesaria para el bien general, prescribe


categóricamente a todo individuo, que no es ni cultivador ni cultivadora,
justificar incontinenti que profesa un estado útil que le permite subsistir y
que es susceptible de pagar una retribución cualquiera a la República; de
lo contrario, y a falta de ello, serán inmediatamente detenidos para ser
incorporados en uno de los regimientos del ejército si son estimados
culpables; en caso contrario, enviados al cultivo, donde serán obligados a
trabajar.
”Artículo siete. Los conductores y capataces de cada hacienda estarán
obligados a dar cuenta al comandante militar de su vecindad, y al
comandante militar de su distrito de la conducta de los cultivadores y
cultivadoras a sus órdenes, y lo mismo para aquéllos que se ausenten de
su hacienda sin permiso, como igualmente de los cultivadores y
cultivadoras que, aunque residiendo en sus haciendas, no quisieran
trabajar en el cultivo, serán inmediatamente llamados y obligados a
trabajar; de lo contrario, serán detenidos y llevados ante el comandante
militar para ser castigados según la exigencia del caso. Los comandantes
militares que no rindan sus cuentas a los comandantes de distrito y estos
últimos a los generales a cuyas órdenes están, serán severamente
castigados a la diligencia de dichos generales.
”Artículo ocho. Los generales que manden en los departamentos me
responderán de ahora en lo adelante de las negligencias que sean
cometidas en los cultivos y cuando, recorriendo las diversas comunas y
departamentos me aperciba de ello, sólo los castigaré a ellos por haberlas
tolerado.
”Artículo trece. Encarguemos a los generales que mandan en los
departamentos, a los generales y oficiales superiores que mandan en los
distritos, que velen por la ejecución del presente reglamento y de cuya
ejecución los hago personalmente responsables. Quiero persuadirme de
que su devoción en secundarme en pro de la prosperidad pública no será
momentánea, ya que ellos están convencidos de que la libertad no puede
subsistir sin el trabajo.47 20 vendimiario, año IX.”
Hubiera sido inútil decirle a Toussaint:
“Es el retorno a las antiguas formas de trabajo. De hecho, es el retorno a
la esclavitud”.
Exactamente, como más tarde los Bujarin y los Ossinski debían gritar en los
oídos de Lenin que al reclamar la disciplina en los talleres y en las fábricas,
introduciendo el taylorismo y los métodos de producción intensiva, se
regresaba al orden burgués.
Pero a Toussaint y a Lenin no les importaba olvidar, el uno que había
previamente sustituido el capitalismo por el socialismo; el otro que había
sustituido el feudalismo y la esclavitud por un capitalismo estrictamente
controlado por el estado.

47
Citado por Vìctor Schoelcher, Vida de Toussaint Louverture.
188
TOUSSAINT LOUVERTURE

Vencido el capitalismo, hecha la paz, la isla independiente, ¿cuál habría sido la


política social de Toussaint? No tenemos la menor idea, pero en lo inmediato y
para hacer frente al peligro que se dibujaba en el horizonte, Toussaint creyó
que debía recurrir a esta movilización del trabajo.
Al menos quería que el trabajador se interesara por el trabajo.
Ya en 1795, en una proclama a los habitantes de los Verrettes, había lanzado
la fórmula:
“El trabajo es necesario, es una virtud; es el bien general del estado. Todo
hombre ocioso y errante será detenido para ser castigado por la ley. Pero
el servicio también es condicional, pero sólo mediante una recompensa,
un salario justamente pagado se le puede estimular y llevarlo a un grado
supremo”.
Los resultados respondieron al esfuerzo: con 7 millones de libras de madera
(campeche y gayac); 650 000 libras de cacao; 16.000 libras de azúcar; 99.000
libras de mieles, Santo Domingo había vuelto a su antigua prosperidad.
Por supuesto, ciertas cifras habían disminuido, por ejemplo la del azúcar
blanco; pero otras se habían duplicado, por ejemplo la de las mieles y
melazas. Es que a la nueva corriente comercial –orientada no ya hacia Francia
sino hacia Estados Unidos– debió corresponder una nueva orientación de la
producción. Pero más allá de los detalles había un hecho consumado: Santo
Domingo había, por sí sola, sin ayuda de la metrópoli, encontrado de nuevo su
pujanza económica.
Sin embargo, en este frente económico-social, Toussaint sufrió un quebranto
de importancia.
No basta que una consigna sea justa. Y sin duda la preocupación de Toussaint
por el restablecimiento económico de Santo Domingo era justa. Pero hay que
saber lograr algo más que una consigna. Hay que lograr hacer vivir la consigna
en la conciencia de las masas. En una palabra, la caporalización compromete
la movilización.
Y es ahí que Toussaint fracasó. El signo más evidente de este fracaso es
haberse visto compelido a la represión. En Plaisance, en Marmelade, en el
Limbé, en Dondon, en las cercanías del Cap, un poco en todas partes, se
sublevaron los campesinos.
Se sabía que el general Moisés, sobrino de Toussaint y que en su calidad de
inspector de los cultivos estaba en estrecho contacta con la masa campesina,
criticaba la nueva política de Toussaint. Hostil a los blancos, se le creía
partidario de una reforma agraria inmediata y del parcelamiento de las grandes
posesiones. No faltó mucho para que la rebelión aclamara su nombre.
Tampoco faltó más para que Tousaint hiciera un castigo ejemplar.
La rebelión fue sofocada; Moisés, aunque había participado en la represión,
fue detenido, llevado ante el consejo de guerra y fusilado. En pocos días todo
volvió a entrar en el orden.
Pero la advertencia era grave para Toussaint.

189
Aimé Césaire

En vísperas de un acontecimiento decisivo, se había manifestado una evidente


rajadura en el sistema.
Para anunciar la ejecución de Moisés, Toussaint publicó una extraña proclama
impregnada de deísmo y que citamos por la luz que arroja sobre su filosofía:
“En muchas ocasiones traté de explicarle las santas máximas de nuestra
religión, para probarle que el hombre no es nada sin el poder y la voluntad
de Dios, y que cuando un hombre desafía a la Providencia debe esperar
un fin terrible. ¿Qué no hice por atraerlo de nuevo a la virtud, a la
equidad, a la honradez para cambiar sus inclinaciones viciosas, para
impedirle precipitarse en el abismo? Sólo Dios lo sabe. Tal es la suerte
reservada a todos los que quieran imitarlo. La justicia del cielo es lenta,
pero es infalible y tarde o temprano castiga a los malvados y los fulmina
como el rayo.”48

48
4 frimario, año X, 25 de noviembre de 1802. En Ardouin, t. IV, p. 428 y ss.
190
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo XI
LA RUPTURA

Bonaparte sabía que la opinión negra estaba alerta.


Trataba de amansarla, no sin cierta torpeza:
“Ciudadanos, una constitución que no ha podido sostenerse contra
repetidas violaciones ha sido sustituida por un nuevo pacto destinado a
afianzar la libertad.
”El artículo 91 contiene que las colonias francesas serán regidas por leyes
especiales.
”Esta disposición se deriva de la naturaleza de las cosas y de la diferencia
de climas.
”Los habitantes de las colonias francesas situadas en América, en Asia,
África, no pueden ser gobernados por la misma ley.
”La diferencia de hábitos, de costumbres, de intereses, la diversidad del
suelo, de los cultivos, de los productos exigen modificaciones diversas.
“Uno de los primeros actos de la nueva legislatura será la redacción de
leyes destinadas a regiros”.
La proclama proseguía:
“Lejos de ser para vosotros un motivó de alarma, sabréis por ellas la
sabiduría y la alteza de miras que animan a los legisladores de Francia.
“Los cónsules de la República, al anunciaros el nuevo pacto social, os
declaran que los principios sagrados de la libertad y de la igualdad de los
negros no sufrirán jamás entre vosotros ni menoscabo ni modificaciones”.
El mismo día –el 25 de diciembre– Bonaparte dictaba un decreto, uno de
cuyos artículos contenía las siguientes palabras:
“Valientes negros, acordaos de que sólo el pueblo francés reconoce
vuestra libertad y que la igualdad de vuestros derechos, serán escritos en
letras de oro sobre todas las banderas de los batallones de la guardia
nacional de la colonia de Santo Domingo”.
Toussaint no se dejó engañar por tal verborrea. Con dignidad, se negó a poner
sobre las banderas la inscripción ordenada, así como se negó a entrar en las
miras filosóficas de los cónsules. Su protesta no está carente de
majestuosidad:
“Lo que queremos no es una libertad de circunstancia concedida a
nosotros solos, lo que queremos es la adopción absoluta del principio de
que todo hombre nacido rojo, negro o blanco no puede ser la propiedad
de su prójimo. Hoy somos libres porque somos los más fuertes. El cónsul
mantiene la esclavitud en la Martinica y en la isla Bourbon; por tanto
seremos esclavos cuando él sea el más fuerte”.
Sólo quedaba pues no ser el más débil.

191
Aimé Césaire

Todos los adeptos de Toussaint eran del mismo sentir: un día, después de la
campaña del Sur, Desalines había arengado a sus soldados:
“La guerra que acabáis de hacer no es más que una guerrita, pero
quedan dos por hacer, dos grandes. Una contra los españoles, que no
quieren abandonar su territorio y que han insultado a nuestro bravo
comandante en jefe; la otra contra Francia, que tratará de sumiros de
nuevo en la esclavitud no bien haya terminado con sus enemigos.
Ganaremos esas guerras”.
Animado al más alto grado del espíritu de ofensiva, Toussaint nunca esperaba
los acontecimientos. Les salía al paso. Y lo demostró fehacientemente en la
presente circunstancia.
En su proclama del 4 nivoso, año VIII a los habitantes de Santo Domingo,
Bonaparte había dicho:
“El artículo 91 (de la nueva constitución) contiene que las colonias
francesas serán reguladas por leyes especiales. Uno de los primeros
actos de la nueva legislatura será la redacción de las leyes destinadas a
regiros”.
Así pues Francia proyectaba imponer, desde fuera, un estatuto político a Santo
Domingo. Toussaint cortó por lo sano la jugarreta. Para evitarle a Santo
Domingo el otorgamiento de la carta francesa, sólo había un medio: inutilizarla
al obtener de Santo Domingo que votase su propia constitución. Toussaint
convocó a una asamblea.
Sería gigantesco el esfuerzo que se iba a pedir al país. La guerra estaba a la
vista, una guerra implacable, como todas las guerras coloniales. Para impulsar
el esfuerzo, para coordinar las actividades, se requería un gobierno todo-
poderoso. No se trata de no sé qué gusto negro por la dictadura. Lo que la
imponía es, como lo era, la situación excepcional, revolucionaria.
Fue a esta dictadura, a la de Toussaint, que la constitución confirió su
armadura jurídica. Obra pues de circunstancia. Pero, al mismo tiempo,
Toussaint, de paso, aportaba una preciosa contribución a la ciencia política al
ser el primero en dar forma a la teoría del “dominion”:
“Artículo primero. Santo Domingo y sus islas adyacentes forman el
territorio de una sola colonia que forma parte del imperio, pero sometida a
leyes particulares.
”Artículo tercero. No puede existir esclavitud sobre este territorio; en el
mismo la servidumbre ha sido abolida para siempre. Todos los hombres
nacen, viven y mueren en nuestro territorio, libres y franceses.
”Artículo cuarto. Todo hombre, cualquiera que sea su color, será admitido
en todos los empleos. La ley es la misma para todos, ya Castigue ya
proteja.
”Artículo seis. La religión católica, apostólica y romana será la única
públicamente profesada.

192
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Artículo dieciocho. El régimen de la colonia está determinado por leyes


propuestas por el mandatario y proclamada por una asamblea de
habitantes.
”Artículo veinte. La promulgación de la ley tiene lugar así como sigue: En
nombre de la colonia francesa de Santo Domingo, el gobernador ordena…
”Artículo veintidós. La asamblea central se compone de dos diputados por
departamento.
”Artículo veintitrés. Será renovable por mitad cada dos años... En caso de
deceso, dimisión o en hechos similares de uno o varios miembros, el
gobernador proveerá a su sustitución. Igualmente designará a los
miembros de la actual asamblea, quienes en el momento de la primera
renovación seguirán siendo miembros otros dos años.
”Artículo veinticuatro. La asamblea central vota la adopción o el rechazo
de las leyes que le son propuestas por el gobernador; ella emite su voto
sobre los reglamentos hechos y sobre la aplicación de las leyes ya
hechas, sobre los errores a corregir, sobre las mejoras a emprender, en
todas las partes del servicio de la colonia.
”Artículo veintisiete. Las riendas administrativas de la colonia serán
confiadas a un gobernador que responderá directamente al gobierno de la
metrópoli, para todo cuanto se relaciona con los intereses de la colonia.
”Artículo veintiocho. La constitución nombra gobernador al ciudadano
Toussaint Louverture, general en jefe del ejército de Santo Domingo, y en
consideración a los importantes servicios que dicho general ha prestado a
la colonia, en las circunstancias más críticas de la revolución, y por el
deseo de los habitantes reconocidos, sus riendas le son confiadas por el
resto de su gloriosa vida.
”Articulo veintinueve. En el futuro, cada gobernador será nombrado por
cinco años, y podrá ser confirmado cada cinco años, en razón de su
buena administración.
”Artículo treinta. Para afianzar la tranquilidad que la colonia debe a la
firmeza, a la actividad, al celo infatigable y a las excepcionales virtudes
del general Toussaint Louverture, y en signo de la confianza ilimitada de
los habitantes de Santo Domingo, la constitución atribuye exclusivamente
a este general el derecho a elegir, quién, en la desdichada circunstancia
de su muerte, deberá remplazado inmediatamente. Esta elección será
secreta.
“Artículo treinta y cuatro. El gobernador nombrará todos los empleos
civiles y militares. Comandará la fuerza armada”.
El septuagésimo-séptimo y último artículo de la constitución ordenaba:
“El general en jefe Toussaint Louverture es y permanece encargado de
enviar la presente constitución a la sanción del gobierno francés. No
obstante, y en vista de la ausencia absoluta de leyes, la urgencia de salir
de este estado de peligro, la necesidad de restablecer pronto la agri-
cultura y el deseo unánime bien expresado de los habitantes de Santo
193
Aimé Césaire

Domingo, el general en jefe es y permanece invitado, en nombre del bien


público, a ponerla en ejecución en toda la extensión del territorio de la
colonia”.
El 3 de julio, la constitución recibió la aprobación de Toussaint:
“Después de haber conocido la constitución, le doy mi aprobación. La
invitación de la asamblea central es una orden para mí. Por consiguiente,
la haré llegar al gobierno francés para obtener su sanción. En cuanto a lo
que se refiere a su ejecución en la colonia, el deseo expresado por la
asamblea central será igualmente cumplido y ejecutado”.
Es estúpido, como lo hace el historiador haitiano Ardouin, apoyarse en los
términos voluntariamente diplomáticos del preámbulo para negar el contenido
revolucionario de la constitución louverturiana. El hecho es que, por vez
primera, Santo Domingo tomaba conciencia de sí mismo y lo proclamaba:
“Desde largo tiempo, Santo Domingo aspiraba a la dicha inapreciable de
poseer una constitución local. Facciones que se han sustituido
sucesivamente en el gobierno de la metrópoli, propagando sus principios
subversivos en esta isla lejana, habían sofocado las justas reclamaciones
de sus infortunados habitantes, los habían degradado de la dignidad de
hombres libres, les habían arrebatado hasta los preciados impulsos de
sus nobles sentimientos que elevan y engrandecen las almas, y los
habían forzado a recibir la ley que ellos no habían hecho ni consentido.
”Las colonias francesas, decía la constitución del año III, son parte
integrante de la República y están sometidas a la misma ley
constitucional. Así, por la más terrible de las fatalidades, los destinos de
Santo Domingo han estado asociados a los de la metrópoli que ha
extendido sus ramificaciones a través de la inmensidad de los mares y ha
hecho inclinarse a Santo Domingo bajo el enorme peso de su influencia.
Este estado atroz, este estado de disolución, ¿podía perdurar? No...
Estaba asignado a un genio reedificador fijar pronto la suerte de la
República. En efecto, Bonaparte vuela desde los confines de Egipto hasta
el corazón de Francia... Una nueva constitución es expuesta…
”¿Pero esta nueva constitución ha sido hecha para vosotros insulares,
que habitáis una región tan alejada y tan diferente de la metrópoli?
¿Vuestros representantes, así como los de otros departamentos,
concurrieron o participaron a su redacción?. No.
”La sabiduría y las virtudes, sus compañeras que han presidido la
redacción de esta acta constitucional han consagrado vuestros derechos,
estipulado vuestros intereses, proclamando que no estaba hecha para
vosotros, que estaríais sometidos al imperio de leyes particulares. Desde
este momento, en fin, la justicia ha brillado para vosotros, la nación
poderosa y generosa... de la que formáis parte... ha reconocido los
derechos que tenéis de la naturaleza.

194
TOUSSAINT LOUVERTURE

“En lo adelante, ya no estaréis expuestos a esas conmociones terribles, a


esas sacudidas violentas, a esas tempestades políticas que nacen de la
ejecución de leyes hechas sin interés, lejos de vosotros, y que no pueden
convenir ni a vuestras costumbres ni a vuestros usos ni al clima que
habitáis...”
¿Las relaciones con Francia? La anécdota siguiente indica cómo Toussaint las
concebía: las Memorias de Pamphile de Lacroix aportan extractos de un
informe remitido al ministro de la Marina por el coronel Vincent, sobre lo que
pasó entre él y Toussaint con motivo de la constitución colonial. Habiéndole
hecho Vincent vivas protestas a Toussaint por la publicación de esta acta antes
de ser sometido al gobierno francés:
“Me escuchó con atención, dice Vincent, sobre todo cuando le pregunté
qué podría hacer el gobierno francés, hoy que de acuerdo con los
términos de la constitución no podría en lo sucesivo nombrar ni enviar a
nadie a la colonia. Me contestó que el gobierno enviaría comisarios para
hablar con él. Más bien encargados de negocios, embajadores....”
Intuición genial. La idea de un Commonwealth francés estaba allí en germen.
Pero la desventaja de Toussaint era haber nacido adelantado a su época en
siglo y medio.
Su ofrecimiento era a Europa, a Francia, “ofrecimiento del destino”; la
oportunidad que no se da dos veces y que ninguna nación rechaza
impunemente. Y, en efecto, era para Francia una oportunidad excepcional
liquidar en buenos términos, sin pérdidas y con aumento de prestigio, el
contratiempo colonial. Ya sabemos cómo se respondió a todo esto.
Votada y proclamada la constitución, Vincent fue encargado de llevarla a
Bonaparte, al mismo tiempo que una carta personal de Toussaint.
“Tengo hoy la satisfacción de anunciaros que la última mano acaba de ser
dada a esta obra, y que de ello resulta una constitución que promete
hacer la felicidad de los habitantes de esta colonia por tato tiempo
infortunada.
Me apresuro a enviárosla para vuestra aprobación y la sanción de mi
gobierno. Habiéndome requerido la asamblea central, en la ausencia de
leyes y vista la necesidad de hacer suceder su reinado al de la anarquía,
hacer ejecutar provisoriamente esta constitución, que deberá encaminarla
más rápidamente hacia su prosperidad futura, me he plegado a sus
deseos; y esta constitución ha sido acogida por todos los ciudadanos con
manifestaciones de alegría que no dejarán de producirse de nuevo,
cuando les sea devuelta revestida de la sanción del gobierno.”
Vincent llegó a Francia en los primeros días de octubre.
A mediados de diciembre una flota francesa formidable, compuestas de
cincuenta y cuatro barcos que trasportaban a veintitrés mil hombres ponía proa
hacia Santo Domingo, llevando a Toussaint la respuesta de Bonaparte. Un
hombre había tenido el valor de tratar de disuadir a Bonaparte. Era Vincent. Su
discurso cayó mal y Bonaparte lo envió... a la isla de Elba.

195
Aimé Césaire

Otro –más eminente– tuvo bastante clarividencia para predecir el desastre y lo


describió por adelantado: fue Volney. Su argumentación era sorprendente, y
otro menos orgulloso que el Primer Cónsul le hubiera prestado atención:
“Admitamos, decía Volney, que los negros, libres desde hace diez años,
quieran volver a la servidumbre, que Toussaint Louverture os tiende los
brazos, que vuestro ejército se aclimata sin peligro, que vuestra colonia
reanuda su antigua actividad; ¡pues bien! aún en esas suposiciones, que
me parecen contrarias a las nociones del más simple buen sentido,
cometeréis la más grave de las faltas.
”¿Pensáis que los ingleses, hoy día únicos dueños de los mares, no os
harán muy pronto una nueva guerra para apoderarse de esta colonia?
¿Es pues para ellos que queréis hacer tantos sacrificios? ¿Qué significa
una posesión que no ofrece a sus amos comunicación directa para
explotarla y menos aún para defenderla?”49
Sin contar que la expedición no podía dejar de indisponer a los americanos y
que era de seguro “enemistarse con un tercero, amigo o neutral, ocupando una
de las salidas naturales de su casa”.
El importuno consejero cayó, para emplear el diccionario de la época, en el
“desfavor”. La suerte estaba echada

49
Citada por Jean Gaulmier, Volney, 1959.
196
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo XII
LA LÓGICA DEL SISTEMA

Es pueril asombrarse de que un hombre de la inteligencia de Bonaparte haya


tomado la iniciativa de una medida tan perfectamente antihistórica como el
restablecimiento de la esclavitud colonial; pueril al buscar los consejeros que
pudieron influir sobre él, Josefina, su mujer o Malouet, su ministro; más pueril
aún incriminar a Toussaint, el cual, torpemente por el otorgamiento de una
constitución a Santo Domingo, habría empujado al Primer Cónsul a medidas
extremas.
La verdad es que todo el orden napoleónico –-un orden burgués– postulaba el
restablecimiento de la esclavitud en las islas azucareras; se trata aquí, no tanto
de influencias personales o Circunstanciales como, y de modo más profundo,
de la lógica de un sistema.
Uno que se engañó con el problema fue el general Kervesan, de vuelta de
Santo Domingo. En su informe de septiembre de 1801, imaginaba un
compromiso: no se restablecería la esclavitud, considerando que el africano es
hombre, y por serlo, no puede “dejar de ser libre”. Por el contrario había que
estar firme en dos puntos: el primero, que debía ser la rehabilitación de los
blancos y su reintroducción en la escena política de Santo Domingo; el
segundo, que seria la expulsión de la colonia de “aquellos que han usurpado
todos los poderes”. Se adivina que esta perífrasis designaba a los jefes
negros.
No faltaban los argumentos, y Kervesau los sacaba revueltos en el tesoro
pacientemente amasado por los colonialistas, de Barnave o del abate Maury a
Vaublanc o Villaret-Joyeuse:
“Santo Domingo pertenece al pueblo francés y no a un pueblo de África...
Es la República a quien le toca examinar si, después de haber dictado
leyes a todos los monarcas de Europa, si conviene a su dignidad
recibirlas, de una de sus colonias, de un negro sublevado... ¿Qué medios
puede encontrar allí la metrópoli para establecer su autoridad sobre jefes
que, no estando unidos a ella ni por los lazos de la sangre ni por la
educación ni por los principios, sólo verán en ella una potencia siempre
dispuesta a subyugarlos y en los europeos una raza secretamente
enemiga...? ¿Se creerá que una inmensa multitud, de una raza
absolutamente diferente de la nuestra por sus costumbres, su carácter,
sus prejuicios y su constitución física y moral, se identificará plenamente
con una metrópoli alejada de ella por dos mil leguas y la que sólo
conocerá por las tormentas que querrá imponerle? Es necesario ante todo
que los jefes actuales salgan de la colonia; pues, mientras permanezcan
en ella, su voluntad será más poderosa que la ley. Habrá soldados de
Toussaint, de Rigaud, de Moisés, de Dessalines y de Christophe y habrá
muy pocos de la República”.
Y Kervesau lanzaba la frase altisonante que por sí sola resumía su doctrina:

197
Aimé Césaire

“El ostracismo está aquí ordenado por la ley imperiosa de la salvación de


la colonia”.50
Es claro que Bonaparte no era hombre que se contentara con los
comedimientos que tranquilizaban la conciencia todavía atascada de retórica
humanitaria de Kervesau.
Se ha hablado con harta razón del estado napoleónico como de:
“un centinela encargado de velar por la defensa de la parcela nuevamente
constituida que engordaba con laureles”. 51
Por tanto, también era “garantizar la parcela”, nuevamente constituida, dar a
los antiguos señores feudales franceses, despojados por la Revolución
francesa, carta blanca en las islas.
Perjudicados en Francia en beneficio de los campesinos y de los adquirientes
de bienes nacionales, se les indemnizaría en las islas y a costilla de los
negros. Thiers, en su Historia del consulado y del imperio, ha tenido el mérito
de decir:
“Una parte considerable de los nobles franceses, ya privados de sus
bienes en Francia por la revolución, eran al mismo tiempo colonos de
Santo Domingo y despojados de las ricas haciendas que habían poseído
antaño en esa isla. No se quería devolverles sus bienes en Francia,
convertidos en bienes nacionales, pero se les podía devolver sus
ingenios, sus cafetales en Santo Domingo, y era esa una indemnización
que parecía poder satisfacerlos”.
Que entre los nobles todos tal extremo pudiera agradar, en particular a los de
la Bretaña, y que la perspectiva de una reconquista de Santo Domingo fuera
de naturaleza a facilitar la integración de una provincia mal ganada al nuevo
poder, era más que suficiente para acabar de confirmar la decisión de
Bonaparte. Se le ha hecho demasiado honor en creer que vaciló en tomar esta
decisión.
La frase trasmitida por Lepelletier de Saint-Remy tiene su fuerza:
“Habiendo preguntado al tomar el poder, bajo qué régimen las colonias
habían prosperado más, se le contestó que había sido bajo el que estaba
en vigor en el momento del estallido revolucionario”.
Y se conoce la respuesta:
“Entonces, que se lo apliquen de nuevo y sin pérdida de tiempo”. 52
Un Grégoire podía hablar de principios. Bonaparte pensaba en términos de
azúcar, café, eficacia. En sus Memorias, Fouché lo dice lisa y llanamente:

50
Citado por Ardouin, Estudios sobre la historia de Haití, t. IV p. 452.
51
Marx.
52
Citado por Ardouin.
198
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Se decidió que después de la conquista, se mantendría la esclavitud,


conforme a las leyes y reglamentos anteriores a 1789, y que la trata de
negros y su importación tendrían lugar de acuerdo con las leyes
existentes en esa época”.
Decidido el principio, la resolución tomada, Bonaparte regateó. El 27 brumario,
año X, le escribió extensamente a Toussaint, disimulando sus miras secretas
detrás de una cortina de palabras falaces:
“Ciudadano general, la paz con Inglaterra y con todas las potencias de
Europa, que viene a elevar la República al primer grado de poder y de
grandeza, pone al gobierno en condiciones de ocuparse de la colonia de
Santo Domingo. Hemos enviado allí al ciudadano Leclerc, nuestro
cuñado, en calidad de capitán general, como primer magistrado de la
colonia. Va acompañado de fuerzas convenientes para hacer respetar la
soberanía del pueblo francés. Es en estas condiciones que nos
complacemos en esperar que vais a probarnos, y a toda Francia, la
sinceridad de los sentimientos que nos habéis expresado constantemente
en las diferentes cartas, que nos habéis escrito. Hemos concebido estima
por vos y nos complacemos en reconocer y proclamar los grandes
servicios que habéis hecho al pueblo francés. Si su pabellón flota sobre
Santo Domingo, es a vos y a vuestros bravíos negros que lo debe.
Llamado por vuestros talentos y por la fuerza de las circunstancias al
mando supremo, habéis liquidado la guerra civil, puesto un freno a la
persecución de algunos arrebatados, restablecido el culto religioso y de
Dios del que todo emana.
La constitución que habéis hecho, encerrando muchas cosas buenas,
contiene otras que son contrarias a la dignidad y a la soberanía del
pueblo francés, del que Santo Domingo no es más que una parte.
Las circunstancias en que os habéis encontrado, cercado por todos lados
de enemigos sin que la metrópoli pudiera socorreros ni alimentaros, han
hecho legítimos los artículos de ésta constitución que podrían no seguir
siéndolos. Pero hoy que las circunstancias tan felizmente han cambiado,
seréis el primero en rendir homenaje a la soberanía de la nación que os
ha contado en el número de sus más ilustres ciudadanos por los servicios
que le habéis prestado, y por los talentos y la fuerza de carácter con que
la naturaleza os ha dotado. Hemos dado a conocer a vuestros hijos y a su
preceptor los sentimientos que nos animan. Ayudad con vuestros
consejos, con vuestra influencia y con vuestros talentos al capitán
general.
¿Qué podéis desear?
¿La libertad de los negros? Sabéis que, en todos los países en que
hemos estado, se la hemos dado a los pueblos que no la tenían.
¿Consideración, honores, riquezas? No es tras los servicios que nos
habéis prestado, que todavía podéis prestarnos en esta ocasión, con los
sentimientos particulares que tenemos por vos, que debéis mostraros
inseguro sobre vuestra consideración, vuestra fortuna y los honores que
os esperan…
199
Aimé Césaire

Contad sin reserva con nuestra estimación y conducíos como debe


hacerlo uno de los principales ciudadanos de la más grande nación del
mundo”.
Esta carta iba acompañada de una proclama a los habitantes de Santo
Domingo:
“El Primer Cónsul a los habitantes de Santo Domingo,
Cualesquiera sean vuestros orígenes y vuestro color, sois todos
franceses, sois libres e iguales ante Dios y los hombres.
Francia ha estado, como Santo Domingo, expuesta a las facciones y
desgarrada por la guerra civil y por la guerra con el extranjero; pero todo
ha cambiado; todos los pueblos han abrazado a los franceses y les han
jurado paz y amistad; todos los franceses también se han abrazado y han
jurado ser amigos y hermanos; venid también a abrazar a los franceses y
a regocijaros de volver a ver vuestros amigos y hermanos de Europa.
El gobierno os envía al capitán general Leclerc; lleva consigo grandes
fuerzas para protegeros contra vuestros enemigos y contra los enemigos
de la República.
Si os dicen: esas fuerzas están destinadas a arrebataros la libertad,
contestad: la República no permitirá que os sea arrebatada.
Integraos al capitán general: él os trae la abundancia y la paz;
incorporaos a él. El que ose separarse del capitán general será un traidor
a la patria y la cólera de la República lo devorará como devora el fuego
vuestras cañas secas.
Dado en París en el Palacio del Gobierno, el 17 brumario, año X, de la
República Francesa (8 de noviembre de 1801)”.
Hay que decir para gloria de Toussaint que en ningún momento se dejó
engañar. Su convicción era inquebrantable, sus disposiciones estaban
tomadas, sus órdenes eran precisas:
“Si los blancos de Europa vienen como enemigos, incendiad las ciudades
en que no podáis hacerle resistencia y escondeos en los cerros”.
No hay que decir que cuando Leclerc apareció ante el Cap, el primero de
febrero de 1802, Christophe que mandaba la plaza no fue tomado por
sorpresa. Para no recibir a la escuadra, alegó la falta de instrucciones del
único jefe que él reconocía: el general Toussaint Louverture. Además, a la
amenaza respondía con la amenaza:
“Hasta que no llegue su respuesta, no puedo permitiros desembarcar. Si
tenéis la fuerza con que me amenazaís, os haré toda la resistencia que
caracteriza a un general y si la suerte de las armas os es favorable, no
entraréis en la ciudad del Cap, sino cuando esté reducida a cenizas, y
aún sobre esas cenizas os seguiré combatiendo”.
No era una vana fanfarronada.

200
TOUSSAINT LOUVERTURE

Cuando los franceses lograron entrar en el Cap, el 5 de febrero, el Cap ya no


era una ciudad, sino un montón de ruinas humeantes. Por doquier, en Saint-
Marc, en Port-de-Paix, las órdenes de Toussaint. Louverture, señales de una
resolución inquebrantable, habían sido igualmente respetadas: por doquier las
ciudades estaban derruidas, por doquier la nación haitiana en pie de guerra.
Entonces, después de una postrera tentativa de Leclerc para engañar a
Toussaint con algunas adulonerías (le envió sus hijos educados en Francia con
su preceptor y lo invitó a visitarlo como se hace con un “camarada”) la guerra
entró en su fase decisiva.

201
Aimé Césaire

Capítulo XIII
GUERRA HASTA PERDER EL ALIENTO 53

El General Pamphile de Lacroix, que tomó parte en la expedición de Santo


Domingo en las filas del ejército de Leclerc, critica lo que llama procedimientos
de Toussaint:
“Contemporizó, escribe, sus tropas no fueron reunidas y sus generales no
recibieron con la debida prontitud la orden de levantar abiertamente, y de
golpe, el estandarte de la rebelión.
“Se advertirá, por los esfuerzos y los sacrificios que hubo de hacer para
triunfar en esta resistencia, que si Toussaint Louverture hubiera reunido
sus tropas y las hubiera hecho pelear bajo sus ojos, ninguno de los jefes,
ninguno de los negros a su mando habría pensado en abandonarlo:
entonces, con el aumento de masa que hubieran tenido sus medios, no
hay duda de que la fortuna de las batallas habría estado de su parte...
pero, como ya lo he dicho, Toussaint Louverture aportaba a sus
concepciones militares los defectos de su edad y de su color”.
De creer a Pamphile Lacroix, dos cosas estaban por hacer: concentrar todas
las tropas en un sólo ejército y lanzarlas en una batalla decisiva.
Se reconocen ahí los nuevos métodos de combate puestos en práctica por
Carnot, el método revolucionario, y a ello hace alusión la frase de Pamphile
Lacroix sobre la edad del viejo Toussaint. La decisión de Toussaint, que tanto
sorprendió al general francés, prueba que en este terreno Toussaint seguía
estando adelantado a su época, y que a un método revolucionario siempre es
posible oponer un método aún más revolucionario. Más todavía: Toussaint se
percataba de que lo que era táctica revolucionaria en Europa, no lo era
necesariamente en Santo Domingo, en condiciones muy diferentes. En verdad
la flexibilidad que Toussaint había perdido en política, se encontraba intacta en
el terreno militar.
En resumen, inventó batirse de acuerdo con el principio de una combinación
absolutamente nueva de la batalla situada en guerrilla.
Es curioso comprobar que, contra Pamphile de Lacroix, hay un Clausewitz...
Curioso, a menos que entre las innumerables experiencias militares que
analizara, Clausewitz haya estudiado sin citarla la guerra de Santo Domingo.
De cualquier modo, sus enseñanzas se aplican al caso de Santo Domingo al
pie de la letra:
“Las condiciones que únicamente pueden dar eficacia a la guerra popular
(¿y no era una guerra popular la que hacía Toussaint?) son las siguientes:
1. La guerra debe ser desaguada hacia el interior del país.
2. Una catástrofe única no deberá bastar para decidir su suerte.

53
Sobre el capítulo de la guerra, véase Poyen: Historia militar de la revolución de Santo
Domingo, París, 1889.
202
TOUSSAINT LOUVERTURE

3. El teatro de la guerra debe abarcar una porción considerable del


territorio.
4. Las medidas tomadas deben corresponder al carácter nacional.
5. El país deberá ser montañoso o inaccesible”.
A veces los estrategas son poetas, y es lo que permite a Clausewitz proseguir:
“A juicio nuestro, la guerra popular, que tiene algo de vaporoso y fluido, no
debe condensarse en ninguna parte en un cuerpo sólido; si no, el
enemigo envía una fuerza adecuada contra ese medio, lo rompe y hace
numerosos prisioneros; entonces amengua el valor, cada cual piensa que
la cuestión ha sido zanjada, que sería vano todo esfuerzo ulterior y que
las armas ya no están en manos de la nación. Más por otra parte, es
preciso que esa niebla se condense en ciertos puntos, forme masas
compactas, nubes amenazadoras de donde pueda surgir por fin una
horrenda tempestad; esos puntos se situarán sobre todo en las alas del
teatro de guerra enemigo.
Si una tropa popular debe asumir la defensa de un obstáculo natural
cualquiera, nunca se llegará a él por un combate decisivo, radical; pues,
incluso si las circunstancias son favorables, el levantamiento popular será
batido. Puede y debe pues defender los pasos de montaña, los diques y
los pasos de un río tanto tiempo, como pueda hacerlo. Pero no bien
hayan sido rotos, debe dispersarse y proseguir la defensa mediante
ataques inesperados, más que concentrarse y correr el riesgo de ser
encerrado en un refugio estrecho sobre una posición defensiva regular”.
Sea como fuere, es bien gratuito que Pamphile de Lacroix pretenda que la
intención de Toussaint era librar la batalla decisiva en las Gonaïves. Lo que
Toussaint quería ante todo, era precisamente evitar una batalla que pudiera ser
calificada de decisiva.
Sobre la táctica de Toussaint encontramos, en una carta suya de Fort-de-Joux
a Bonaparte, una indicación en extremo valiosa y cuyo alcance no ha sido lo
bastante subrayado:
“En verdad, cuando el general Leclerc marchó contra mí, dije muchas
veces que no lo atacaría, que me limitaría a defenderme, hasta el mes de
julio o agosto; que entonces hubiera empezado a mi vez.” 54
¿Defensiva hasta agosto? ¿Qué decir? Es decir hasta la estación de las
lluvias. Esperando ese momento, Toussaint dio lo mejor de sí.
El 17 de Febrero, la División Desfourneaux tomó posición en Plaisance, la
División Hardy en Marmelade, la División Rochambeau en Saint-Miguel, la
División Humbert muy pronto reforzada por la División Debelle (el cuñado de
Hoche) en Port-de-Paix. El plan era claro: se trataba de atraer a todos los
ejércitos negros a la sabana de las Gonaïves donde sería fácil rodearlos y
después aniquilarlos.

54
En Saint-Rémy, Memorias del general Toussaint Louverture. p. 100.
203
Aimé Césaire

Pero los resultados fueron menos brillantes de lo que se esperaba. El 20,


Maurepas hacía sufrir a Humbert y a Debelle un grave quebranto en Trois
Riviéres, a dos leguas de Port-de-Paix. Por su lado, Christophe se replegaba
en buen orden sobre Ennery y después Bayonnet escapaba de Hardy. En
cuanto a Rochambeau creyó atinado –el 23– librar en la Ravine de las
Coulevres la famosa batalla decisiva con que soñaban los franceses –
Toussaint se había atrincherado allí fuertemente– pero, tras una lucha
encarnizada, Toussaint quedó dueño de la posición y Rochambeau en vez de
dirigirse al Pont del Ester como había sido su intención tuvo que desviarse
hacia las Gona(i..)ves donde lo esperaba Leclerc.
No hay que subestimar la importancia de esta victoria. La Ravine de las
Coulevres cierra el paso entre Gonaïves y Saint-Marc. Si Rochambeau lo
hubiera tomado, Toussaint se habría visto separado de Dessalines y de
Charles Belair, lo cual era tanto como dar por terminada la guerra. En
resumen, la batalla que Toussaint decidió librar en la Ravine de las Coulevres y
que ganó era la batalla contra el atrapamiento.
El único punto en verdad grave es que todas las fuerzas francesas pudieran
concentrarse contra Maurepas en las Trois-Riviéres. Éste, viendo cortada su
retirada, se rindió. Pero aún así la partida estaba lejos de se decidida. Era esa
la opinión de Toussaint:
“No hay que desesperar, ciudadano general, escribía a Dessalines el 19
pluvioso, año X (9 de febrero de 1802), si lográis arrebatar a las tropas de
desembarco los recursos que le ofrece el Port-Republicain. 55 Tratad por
todos los medios de fuerza y habilidad de incendiar la plaza, es toda de
madera, sólo se trata de introducir en ella algunos emisarios fieles. ¿No
se encontrarán entre los hombres a vuestro mando un buen número de
adictos que presten este servicio? ¡Ah! ¡Mi querido general! ¡Qué desgracia
que haya habido un traidor en esta ciudad y que no se hayan puesto en
ejecución vuestras órdenes y las mías! Acechad el momento en que la
guarnición disminuya por expediciones a las sabanas, tratad de sorprender
y tomar esta ciudad por detrás. No olvidéis que en espera de la estación
de las lluvias que debe desembarazarnos de nuestros enemigos, no
tenemos otro recurso que la destrucción y el fuego. Pensad que no
podemos permitir que la tierra regada con nuestro sudor ofrezca a
nuestros enemigos el menor alimento. Obstruid los caminos, haced echar
cadáveres y caballos en todas las fuentes, haced destruir y quemarlo todo
para que los que vienen a someternos de nuevo a la esclavitud
encuentren siempre ante sus ojos la imagen del infierno que se merecen”.
Al mismo tiempo meditaba golpear en el sur, como da fe de ello su carta del
día siguiente dirigida a Domage:
“Cuartel general de Saint-Marc, el 20 pluvioso, año X, Toussaint
Louverture, gobernador de Santo Domingo, al ciudadano Domage,
general de brigada, comandante en jefe del distrito de Jérémie. Le envío,
mi querido general, a mi edecán Chancy, portador de la presente; os dirá
de mi parte lo que le he encargado (sic).

55
Port-au-Prince
204
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Los blancos de Francia y de la colonia reunidos quieren despojarnos de


la libertad. Han llegado muchos barcos y tropas que se han apoderado
del Cap, de Port-Républicain y del Fort-Liberté. 56 El Cap ha sucumbido
después de una vigorosa resistencia, pero los enemigos sólo han
encontrado una ciudad llena de cenizas con sus fuertes asaltados y todo
incendiado. La ciudad de Port-Républicain les fue entregada por el traidor
general de brigada Age, así como el fuerte Bizoton que se rindió sin
disparar un tiro por la cobardía y la traición del jefe de batallón Bardet,
antiguo oficial del Sur.
”El general de división Dessalines mantiene en estos momentos un
cordón en la Croix-des-Bauquets y todas nuestras restantes plazas están
a la defensiva.
”Como la plaza de Jérémie es muy fuerte por las ventajas de la
naturaleza, os mantendréis en ella y la defenderéis con el valor que os
reconozco. Desconfiad de los blancos, os traicionarán si pueden hacerlo.
Su muy manifiesto deseo es el retorno a la esclavitud. Por consiguiente,
os doy carta blanca, todo cuanto hagáis estará bien hecho, levantad en
masa a los cultivadores y compenetradlos bien en esta verdad, que hay
que desconfiar de gentes mañosas que podrían haber recibido secreta-
mente proclamas de estos blancos de Francia haciéndolas circular
sordamente para seducir a los amigos de la libertad.
”Doy la orden al general de brigada Laplume de incendiar la ciudad de los
Cayes, las restantes ciudades y todas las sabanas en el caso que no
pudiera contener las fuerzas del enemigo y en ese caso todas las tropas
de las distintas guarniciones y todos los cultivadores irían a aumentar
vuestros efectivos en Jérémie; os entenderéis perfectamente con el
general Laplume para que las cosas salgan bien. Emplearéis a todas las
mujeres cultivadoras en las siembras. Tratad en todo cuanto esté a
vuestro alcance de hacerme saber vuestra posición.
”Cuento enteramente con vos y os dejo dueño absoluto de hacer lo
imposible para sustraeros al más odioso de los yugos”.
Si Domage permaneció inmovilizado, al menos Dessalines obró con su vigor
ordinario. Para hacerlo, se aprovechó de una imprudencia del Feneral Boudet.
Éste había decidido atacar a Saint-Marc por mar, dejando en Port-au- Prince
por toda defensa, una guarnición de seiscientos hombres.
Fue un juego cruzado: Boudet dirigiéndose a Saint-Marc y Dessalines a Port-
au-Prince. Pero mientras que la marcha del general francés tomaba el giro de
una vana parada militar, Dessalines señalaba su paso por el fuego y sus
paradas por la mortandad. Cuando Boudet llegó a los alrededores de Saint-
Marc, ya la ciudad había desaparecido. Cumpliendo órdenes de Dessalines, se
habían sacado de los almacenes del estado barriles de pólvora, de
aguardiente, de aceite y de chapapote para repartirlos en diferentes puntos: su
propia casa, cuya reciente construcción y moblaje habían costado muchos
millones había sido llenada de leña alquitranada y Dessalines había tenido el
honor de dar, del modo más solemne, el ejemplo del sacrificio y de la
56
Fort Dauphin
205
Aimé Césaire

resolución entregándola a las llamas y siendo el primero en darle fuego. El


resultado estaba a la vista: pese a la prontitud de su marcha, Boudet al llegar a
Saint-Marc no encontraba una casa en pie y para colmo ni un ser viviente. En
cuanto a Dessalines, una contramarcha rápida a través de los Matheux lo
llevaba hacia Port-au-Prince al que contaba sorprender. Pero la maniobra
fracasó. A decir verdad por un pelo. Dessalines estaba llegando a la ciudad
cuando se percató de que la guarnición se había reforzado con los marinos del
almirante Latouche Tréville y sobre todo por las bandas de dos jefes negros
independientes, Lamout de Rance y Lafortune. No insistió y se replegó sobre
la Crête-a-Pierrot, reducto que protege la entrada principal del Morne de los
Cahots. Fue allí que iba a escenificarse el episodio más espectacular de la
campaña.
Un primer asalto debido a la valentía del general Debelle que había acudido
desde las Gonaïves se liquidó por un fracaso inesperado. Tras lo cual, Leclerc
tomó la cosa en serio. Sin duda demasiado en serio, pues sobre el miserable
fortín negro, bruscamente promovido a la dignidad de símbolo, se vio
converger muy pronto lo esencial del ejército francés, la división Hardy, por la
Coupe-a-l’Inde, la división Rachambeau por los Cahots, la División Boudet por
el Mirebalais, mientras que el general Dugua a la cabeza de la reserva
ocupaba el burgo de la Petite-Rivière. En resumen, La Crête-a-Pierrot –1200
hombres bajo el mando de Magny, Lamartiniere y Dessalines– se vio invadida
por todos lados–.
El lujo de medios desplegados no hizo sino señalar más que la falta de éxito:
Alternativamente los tres generales de división franceses Boudet, Dugua,
Rochambeau se lanzaron al ataque. Fueron rechazados tres veces. A los
franceses sólo les quedaba una posibilidad, pero les pareció humillante: la de
un sitio en regla... Así pues durante tres días, y doce mil hombres asediando a
mil doscientos, el fuerte fue sometido a un continuado bombardeo. Al menos
Laclerc podía esperar legítimamente una rendición. Pero hasta ese consuelo le
fue denegado. El 3 germinal (24 de marzo) a las ocho de la noche, abriéndose
paso por la extrema izquierda de la división Rochambeau, las tropas indígenas
lograban escapar.
El comentario de Pamphile de Lacroix es elocuente:
“La retirada que osó concebir y ejecutar el comandante de La Crête-a-
Pierrot es un destacado hecho de armas. Rodeábamos su puesto en
número de más de doce mil hombres; él se fugó, no perdió ni la mitad de
su guarnición y sólo nos dejó sus muertos y heridos”. La guerra prosiguió.
En efecto Toussaint había pasado resueltamente a la ofensiva. Con notable
audacia llevó la guerra hacia el norte. A principios de marzo golpeó en
Plaisance. Gracias a Desfourneaux podemos seguir paso a paso esta
“campaña de Francia” de Toussaint Louverture. El 7 de marzo, Desfourneaux
le escribía a Dugua:
“Toussaint me atacaba el 5 y se apoderaba de viva fuerza de mi mejor
posición, el cerro de Bedouret”. El 14 de marzo, nueva derrota:
“Toussaint se ha plantado en Bayonnet y en Marmelade. Ocupa toda la
posición del cerro”.
206
TOUSSAINT LOUVERTURE

Los franceses tenían el tiempo justo para reaccionar. Fue entonces que
Leclerc, advertido de la marcha de Toussaint lanzó a Hardy en su persecución,
pero cuando éste llegó a Hinche, el inaprehensible Toussaint ya se largaba
hacia la Crête-a-Pierrot.
Llegado a los alrededores de la fortaleza, al siguiente día de su evacuación por
las tropas negras, se largaba de nuevo y se dirigía hacia el Cap. Estaba claro
que los franceses habían perdido la iniciativa. Uno que no engañaba con
vanas ilusiones era el prefecto colonial Benezech quien, el 2 de abril de 1802,
le informa al ministro de la Marina y de las colonias:
“Los rebeldes han llevado el grueso de sus fuerzas hacia el norte. Los
hemos tenido largo tiempo a las puertas del Cap. Han incendiado toda la
sabana y principalmente Limonade, el distrito Morin y la Petite-Anse; han
llevado el incendio hasta los cerros de la Grande-Rivière, de modo que
esta parte de la colonia es la que más ha sufrido”.
Para colmo de males, una ofensiva lanzada días más tarde por el general
Boyer –el cual acababa de recibir el refuerzo de una división holandesa
embarcada en Flessingue– fracasó, y de manera característica: ¡las tropas
supletorias negras, bajo el mando de Paul Louverture, se habían negado a
disparar contra sus hermanos de raza!
Al principio los franceses habían considerado la expedición como una
operación policíaca; descubrían una guerra, una verdadera guerra, y de las
más difíciles.
Pamphile de Lacroix anota el estupor de sus compañeros:
“Las marchas penosas, los combates brillantes sostenidos en el oeste y el
norte, y los éxitos parciales obtenidos casi en todas partes, no parecían
aún haber traído ningún resultado decisivo. El valor de las tropas había
triunfado sobre muchos obstáculos, pero la dislocación de los enemigos,
que ya no presentaban resistencia regular, no hacía más que aumentar la
dificultad de vencerlos. Como la hidra de cien cabezas, renacían de los
golpes que les administraban. Una orden de Toussaint bastaba para
hacerlos reaparecer y para cubrir con ellos la tierra.
”El capitán general Leclerc acababa de hacer la prueba: no habiendo
podido sus tropas conservar el terreno que habían recorrido, las sabanas
del Norte, acabadas de recorrer por ellos habían visto volver a negros
aislados, que paseaban a hierro y fuego hasta las mismas puertas del
Cap y de Fort-Dauphin”.
No podría ofrecerse mejor justificación de la táctica seguido por Toussaint. Las
mismas impresiones se encuentran en Moreau de Jonnes:57
“La campaña no fue menos extraña que desastrosa. El enemigo no se
sostuvo en parte alguna y, sin embargo, no dejó de ser dueño del país.
Vencedores por doquier, nada poseíamos más allá del alcance de
nuestros fusiles. Toda la guerra estaba en el ejercicio de las piernas; y por
eso sólo, bajo un clima ardiente, tenía fatigas aplastantes más asoladoras

57
Aventuras de guerra, t. II, p. 129.
207
Aimé Césaire

que el fuego de fusilería y de cañón. El mérito militar ya no residía en la


estrategia, en la intrepidez en desafiar el fuego de la artillería o las salvas
de los batallones; consistía en escalar una escarpadura, en pasar un
arroyo crecido cambiado en torrente impetuoso, en meterse hasta medio
cuerpo en el légamo infecto de los manglares, en soportar los dolorosos,
pinchazos de los cactus, de los campeches, de las grandes urticáceas y
de las mil plantas espinosas de las Antillas, en llevar sin tener fiebre ropa
constantemente mojada por el sudor, por la lluvia o por los ríos, en dormir
en la tierra anegada sin abrigo contra la frescura de las noches.
“El bravo General Debelle, el cuñado, el amigo de Hoche, me decía con
profunda emoción: Todos estamos desconcertados, es una guerra a
perder hasta perder el aliento. En efecto, ya no se trataba de esos bellos
fuegos de batallones desplegados que sacudían primero al enemigo,
después esas rápidas formaciones en columnas cerradas para abordarlo
a paso de carga, con la bayoneta por delante, al son de la Marsellesa o al
ruido del tambor repicando la tonada de los granaderos franceses. La
guerra no era otra cosa que un tiro a discreción, como el de los
cazadores, tirándole a las liebres ocultas en la maleza. Era raro que se
viera al enemigo y que se pudiera acercársele. Mas no por ello sus golpes
imprevistos, invisibles, estaban menos asegurados en las emboscadas
que nos tendían y en las que caíamos con la más tozuda imprudencia”.
Y en este momento se produjo un acontecimiento catastrófico: Christophe,
desmoralizado por la noticia de que acababan los franceses de recibir
importantes refuerzos, entró en conversaciones con Leclerc. Unos días más
tarde se rendía. Fue un rudo golpe para Toussaint. Al menos Christophe creía
salvar, no su posición personal, como se ha dicho, sino “la libertad general”.
Su correspondencia de la época nos informa de su estado de ánimo. A Vilton,
hombre de color adicto a Francia, que lo sondeaba por orden de Leclerc, le
contestaba:
“Centinela, colocad por mis conciudadanos en el puesto donde debo velar
por la seguridad de su libertad, más cara para ellos que su existencia, he
debido despertarlos al abocarse el golpe que iba a aniquilarlos... No hay
sacrificio que no haga por la paz y por la felicidad de mis conciudadanos,
si obtengo la convicción de que todos serán libres y felices”.
Desde ese momento Leclerc creyó poder ganárselo, atreviéndose a proponerle
con descarada granujería la entrega de Toussaint Louverture. La respuesta de
Christophe no estuvo carente de dignidad
“Recibí vuestra carta del 29 del mes pasado (germinal). Deseando dar fe
a lo que me escribió el ciudadano Vilton, sólo espero la prueba que me
convenza del mantenimiento de la libertad y de la igualdad en favor de la
población de esta colonia. Las leyes consagradas por estos principios, y
que la madre patria ha promulgado sin duda, llevarían a mi corazón esta
convicción, y os aseguro que en obteniendo esta prueba deseada, me
someteré inmediatamente.

208
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Me proponéis, ciudadano general, proporcionaros los medios para


aseguraros de la persona del General Toussaint Louverture. Sería de mi
parte una perfidia, una traición, y esta proposición para mí degradante, es
a mis ojos una señal de la invencible repugnancia que experimentáis de
creerme susceptible de los más ínfimos sentimientos de delicadeza y de
honor. Él es mi jefe y mi amigo. La amistad, ciudadano general, ¿es
compatible con una tan monstruosa cobardía?
”Las leyes de que acabo de hablaros, nos fueron prometidas por la madre
patria, por la proclamación que sus cónsules nos dirigieran al enviarnos la
constitución del año VII. Cumplid, ciudadano general, cumplid esta
promesa maternal abriendo a nuestros ojos el código que los cierra y
veréis acudir junto a esa madre bienhechora a todos sus hijos, y con ellos
al general Toussaint Louverture que, entonces como ellos esclarecido,
volverá del error en que puede estar. No será sino cuando ese error haya
sido borrado, que él podrá, si persiste, pese a la evidencia, ser
considerado como un criminal, y hacerse merecedor justamente del
anatema que lanzáis contra él y cuya ejecución me proponéis.
”Considerad, ciudadano general, los felices efectos que resultarán de la
más simple exposición de esas leyes a los ojos de un pueblo antaño
aplastado bajo el peso de sus grilletes, destruido por el látigo de una
esclavitud bárbara, excusable sin duda de temer los horrores de
semejante destino; en fin, de un pueblo que, tras haber probado las
dulzuras de la libertad y de la igualdad sólo ambiciona ser feliz por ellas, y
por la certeza de no tener que volver a temer las cadenas que rompiera...
”Pensad que sería perpetuar esos males hasta la total destrucción de
dicho pueblo, rehusarle la participación de esas leyes necesarias a la
salvación de esas regiones. En nombre de mi país, en nombre de la
madre patria reclamo esas leyes salvadoras, y Santo Domingo se
salvará”.
Leclerc contestó el 24 de abril asegurando a Christophe:
“los buenos propósitos del gobierno francés respecto de los habitantes de
Santo Domingo” –y precisaba– “que su gobierno trabajaba, en ese
momento, en un código que aseguraría para siempre la libertad a los
negros”.58
¿Estaba descorazonado Christophe? ¿Creyó en la palabra de Leclerc? Ambas
cosas sin duda. En resumen, aceptó pasarse con sus tropas bajo la autoridad
del general francés.
Para Toussaint la situación era grave, pero no perdida. ¿Qué hacer?, ¿Proseguir
la lucha? ¿Luchar contra la suerte? Tomó una decisión sorprendente. Leclerc
hacía proposiciones de un alto al fuego. Sus oficiales conservarían sus grados,
sus tropas no serían licenciadas y su guardia personal lo seguiría a aquélla de
sus propiedades que él aceptaría retirarse. Tras maduras reflexiones,
Toussaint decidió aceptar (3 de mayo de 1802). ¿A qué sentimiento obedecía?

58
Ardouin, Estudios sobre la historia de Haití, t. 5.
209
Aimé Césaire

Capítulo XIV
LA PAUSA

“La halte, c’ est la réparation des forces; c’ est le repas armé et


éveillé; c’ est le fait accompli qui pose des sentinelles et se i tient sur
ses gardes. La halte suppose le combat hier et le combat den ain”.
Víctor Hugo - Los Miserables59

Cuando Toussaint decidió negociar, no hay que dudarlo, para él sólo se trataba
de una pausa. Eso Leslerc lo repite diez veces:
“Este hombre ambicioso... no ha cesado de conspirar sordamente; si se
ha rendido es por que los generales Christophe y Dessalines le habían
significado que ellos estaban conscientes de que él le había engañado y
que estaban decididos a no continuar la guerra; pero, viéndose abandonado
por ellos, trataba de organizar entre los cultivadores una insurrección para
hacerlos levantarse en masa”.60
¿Pero por qué esta pausa? Sin duda por razones militares de orden estratégico.
La rendición de Christophe entregaba las posiciones del Acul del Biucan, del
Mornet, del Dondon, de la Grande-Rivière, de los Cardinaux, de Sainte-
Suzanne y del Camp el Sec, en una palabra todos los cerros que dominan la
rica llanura del norte. Además Toussaint tenía ahora el sentimiento de estar
librado de sí mismo.
¿Los ingleses? Acababan de hacer la paz con Francia. ¿Los norteamericanos?
Leclerc los vigilaba estrechamente. Sin embargo todo eso no era decisivo. El
mismo Leclerc lo confiesa en su carta al Ministro de la Marina del primero
floreal (21 de Abril de 1802):
“No podría terminar esta guerra, sin ocupar por la fuerza, después de
haberlas conquistado, las montañas del Norte, las del Oeste, y siempre
tendré, atacando esos puntos mencionados, que seguir ocupando todos
los que tengo en este momento, allí donde los cultivadores empiezan a
volver.
”Necesito veinticinco mil combatientes para terminar la conquista de
Santo Domingo y someterlo por entero a Francia”. 61
¿Entonces por qué la rendición de Toussaint? La verdad es que la derrota de
Toussaint no fue de orden militar, sino político. El fracaso de Toussaint es que
nunca logró desenmascarar por completo al enemigo a los ojos de las masas.
Por su parte, Leclerc, si no lograba vencer a Toussaint, al menos lograba
mistificar las masas.

59
“La tregua es la reparación de las fuerzas; es el descanso armado y en guardia; es el hecho
consumado que pone centinelas y se mantiene en guardia. La tregua supone el combate ayer
y el combate mañana”. Vìctor Hugo, Los Miserables. (N. del E.)
60
Carta del 22 prairial (11 de junio de 1802) al Ministro de la Marina. Pero hay un error.
Christophe se rindió con Toussaint, y después Dessalines y sólo por orden de su jefe.
61
Cartas del General Leclerc por Paul Roussin, París, 1937.
210
TOUSSAINT LOUVERTURE

Publicaba a los cuatro vientos que se engañaban sobre sus designios; que a
sus ojos la libertad de los negros y la igualdad eran sagradas. Cuando se vio
cómo trataba a los sometidos, que los generales negros –Maurepas, Clairvaux,
Paul Louverture mismo, conservaban sus grados– se empezó a creer que el
viejo Toussaint había exagerado, si no inventado el peligro de un retorno a la
esclavitud.
Y hay que confesar que la contrapropaganda de Toussaint era en efecto muy
pobre.
Hay una palabra mágica que Toussaint siempre se negó a pronunciar: la
palabra independencia.
Lo cual equivale a decir que le faltó una consigna. La noción de consigna no
tiene sentido si no va ligada a la noción de estructura. La consigna digna de
ese nombre es la que descubre a los ojos de las masas la estructura de una
situación dificultosa y estructura al mismo tiempo, la lucha que llevan las
masas para salir de esta situación. Cuando en 1794 Toussaint decía: “libertad
general” la palabra era excelente, perfectamente demistificadora y suficiente-
mente dinámica. Pero en 1801, volver a usar la misma palabra, ¿qué sentido
tenía"? Ninguno, a no ser negativo: no restablecimiento de la esclavitud. Pero
una consigna negativa es apenas una consigna. Lo que se necesitaba, y
Toussaint no lo hacía, era indicar el medio de salir del callejón sin salida. En
1794 había dicho “libertad general”. La única palabra a pronunciar y que
hubiera constituido el rebasamiento dialéctico de la noción de libertad
individual contenido en la consigna de 1794, era la que no pronunciaba, era la
palabra independencia.
¿La creyó prematura? En ese caso era él quien estaba en retraso sobre las
masas. En vez de lo cual se perdió en astucia de poca monta y en argucias.
Todo, si vamos a creerlo, provenía de una falta de consideración de Leclerc, el
cual, haciendo caso omiso de la jerarquía militar, se habría dirigido a los
subordinados de Toussaint sin avisarle a éste.
En resumen, prisionero de antiguos hábitos y de un estilo cuya esclerosis se
manifestaba por primera vez, trataba a Leclerc como antaño hiciera con
Hédouville, sin darse cuenta que la situación era fundamentalmente distinta. La
consecuencia era grave.
Protestar de su devoción a Francia, de su fidelidad a la República, en suma,
negar su reivindicación de la independencia, era sin duda, táctica de estilo
pero, en realidad, falta de táctica. ¿A quién podía engañar? ¿Al enemigo? ¿A
Leclerc? ¿A Bonaparte? Precisamente eran ellos los que no se llamaban a
engaño; los que no se dejarían engañar.
Y si él no engañaba al enemigo, al menos era su pueblo el que, víctima del
subterfugio, caía en la trampa inútilmente tendida al enemigo.
¿Conquistar la independencia de espaldas al pueblo, y casi sin que se diera
cuenta de esta conquista? Un acto que sólo podía hacerse abiertamente por la
fuerza, ¿podía avenirse con tal ambigüedad? Esa era la flaqueza de Toussaint.
¿Y cómo podía pedírsele al pueblo que peleara por una cuestión de
procedimiento? ¿Hasta de protocolo?
211
Aimé Césaire

La acción de Toussaint era clara, pero con una doctrina de andar por las
ramas. Le faltó saber proponer a su pueblo una meta, una gran meta, simple y
clara. El resultado fue que los franceses tuvieron un cierto éxito en la maniobra
que intentaron para separar al pueblo de Toussaint. De creerlos, sólo existía un
obstáculo, uno sólo, para la paz inmediata y la felicidad de todos: y era
Toussaint, repetía Leclerc en todos los tonos (véase su proclama del 28
pluvioso, año X, 17 de febrero de 1802):
“Habitantes de Santo Domingo, he venido aquí en nombre del gobierno
francés para traeros la paz y la felicidad; temí encontrar obstáculos en las
miras ambiciosas de los jefes de la colonia; no me engañé... Hoy sus
pérfidas intenciones han sido desenmascaradas. El general Toussaint me
había mandado sus hijos con una carta en la que aseguraba que nada
deseaba tanto como la felicidad de la colonia y que estaba dispuesto a
obedecer todas las órdenes que le diese. Le ordené venir junto a mí, le di
mi palabra de emplearlo como teniente general; y a esta orden sólo me ha
contestado con frases; trata de ganar tiempo... Entro en campaña... He
prometido la libertad a los habitantes de Santo Domingo... Sabré
hacérsela disfrutar”.
Es por ahí por donde Toussaint se empequeñecía… Entonces creyó poder
encontrar un aliado en el tiempo. Con el tiempo, el enemigo acumularía las
torpezas. Con el tiempo, se quitaría la careta, mostrando al pueblo su
verdadero rostro de enemigo.
Con el tiempo... Y llegaría la estación de las lluvias... Y la fiebre amarilla.
Entonces volvería a empezar la lucha, esta vez decisiva... Pero con una
condición: que el ejército pudiera ser preservado, intacto. Sobre esta base
Toussaint se decidió a negociar. Más todavía, pensaba conservar por lo menos
dos puntos estratégicos: Saint-Marc y la Arcahaye, que son dos puertos.
Así escribe en su Memoria al Primer Cónsul:
“Le hice observar a Leclerc que por el bien público... era necesario que el
general Dessalines fuera restablecido en su mando de Saint-Marc y el
general Charles en la Arcahaye, lo cual me prometió”.
Y más lejos, comentando el caso Dessalines:
“Invité al general Dessalines a encontrarse conmigo a mitad de la trocha
entre su hacienda y la mía, lo que hizo. Lo persuadí a someterse como yo
lo haría, que el interés público exigía que hiciera tal sacrificio, que yo
quería hacerlo, pero que en cuanto a él, conservaría su mando. Otro tanto
le expresé al general Charles, así como a todos los oficiales que estaban
con ellos, y logré persuadirlos”.
En conclusión, Toussaint aceptaba rendirse, pero no se comprometía con el
porvenir: el ejército estaría a salvo y permanecería en sus posiciones.
Gragnon-Lacoste cuenta que después de su rendición en el Cap, Toussaint
Louverture tomó el camino de Ennery, que había elegido como lugar de
residencia; que estando en lo alto del burgo, mirado por la multitud de los
negros, éstos se pusieron a gritar: “General, ¿nos habéis abandonado?” Y
Toussaint habría contestado con estas palabras significativas:
212
TOUSSAINT LOUVERTURE

“No, hijos míos, todos vuestros hermanos están bajo las armas y hemos
conservado los oficiales de todos los grados”.
Con esas palabras estaba entregando el fondo de su pensamiento.
¿Capitulación? No. A lo sumo un cese al fuego.

213
Aimé Césaire

Capítulo XV
EL SACRIFICIO

id bellum se suscepisse non suarum necessitatum,


sed communis libertatis causa demonstrat.
César.62

Dans les Révolutioms, les hommes n’ont de durée


que celle où ils peuvent être utiles.
Saint Georges de Bouhélier.63

A decir verdad, las cosas habían sido bien urdidas.


Leclerc había recargado de tropas la región de Ennery y la soldadesca se daba
gusto vejando al campesinado.
Inevitablemente, Toussaint debía quejarse. Y, al quejarse, se atraía la
respuesta de ponerse de acuerdo con el general Brunet;
“para la colocación de una parte de sus tropas a la zaga de las Gonaïves
y de un destacamento en Plaisance”.
Y para colmo Brunet le envió una carta de una inquietante cortesía:
Cuartel general de la hacienda Georges, el 18 prairial, año X (7 de junio
de 1802). Brunet, general de división, al general de división Toussaint
Louverture,
He aquí el momento, ciudadano general, de dar a conocer de modo
incontestable al general en jefe que aquéllos que pueden engañarlo sobre
vuestra buena fe no son más que desdichados calumniadores. Debéis
secundarme.
Tenemos, mi querido general, que tomar acuerdos juntos, imposibles de
tratar por carta, pero que despacharíamos en una hora de conferencia. Si
no fuera por estar abrumado de trabajo y de mil minucias, yo mismo
hubiera sido el portador de mi respuesta; pero no pudiendo salir en estos
días, hacedlo vos mismo: si estáis restablecido de vuestra indisposición,
hacedlo mañana; cuando se trata de hacer el bien, nunca debemos
demorarnos.
No encontraréis en mi casa de campo todas las comodidades que
hubiese deseado reunir para recibiros, pero en ella encontraréis la
franqueza de un hombre atento que no hace otros votos que por la
prosperidad de la colonia y por vuestra dicha personal. Si la señora
Toussaint, a la que me placería infinitamente conocer, deseara venir con
vos, me alegraría. Si necesita caballos, le enviaría los míos.
62
“Esta guerra no se emprenderá a causa de la necesidad sino por la libertad común.” Cesar.
( N . del E.)
63
“En las revoluciones, los hombres no tienen otra duración que aquélla en que pueden ser
útiles.” Saint Georges de Bouhélier. ( N . del E.)
214
TOUSSAINT LOUVERTURE

Os lo repito, general, nunca encontraréis amigo más sincero que yo.


Tened confianza en el capitán general, amistad para todo cuanto le está
subordinado y disfrutaréis de tranquilidad.
Os saluda cordialmente,
Brunet”

Ante esta carta, y después de una vida trágica, no hay duda que Toussaint,
estaba orgulloso del reconocimiento, por fin insinuado; y por otro lado,
contemporáneo de la Revolución Francesa, él veía, como tantos otros de sus
contemporáneos, en la política, la forma moderna del destino.
Morir como Brissot. Como Dantón. Como Robespierre. Durante mucho tiempo
se había estado preparando para esta eventualidad que él sabía ineluctable.
Pero tal vez sería mejor ir más allá de esta visión circunstancial y atenerse a la
meditación de Kierkegaard sobre el hombre de genio, porque es muy cierto
que lo profundo, lo inusual, lo desconcertante de Toussaint, es que fue un
hombre de genio:
“El genio es un importante, An Sich que como tal sacudiría el mundo
entero, sin embargo, al mismo tiempo, hay otra figura en su juego: el
destino, que no es nada; es él quien lo descubre y la profundidad misma
de su descubrimiento mide siempre, su propia profundidad”.
Sí, ciertamente pero a condición de añadir que Toussaint dispuso a su antojo
de ese mismo destino que descubría en signos para él evidentes. Es esto lo
que nos conduce a su obra, por tanto a la historia.
¿Y su obra? Pues bien, cada vez se compenetraba más con la idea de que
sólo su desaparición le daría el último toque.
Ahora que había llegado la estación de las lluvias, que la fiebre amarilla había
empezado a hacer estragos, que los franceses empezaban a quitarse la
careta, estaba seguro de la victoria de la causa que, por diez años, había
encarnado.
¿Entonces, huir? ¿Recomenzar la guerra? Hubiera sido muy prematuro.
Hubiera significado comprometer las oportunidades de una situación que
maduraba, aunque lentamente. Más valía que continuase la pausa. Por
supuesto, ello suponía su sacrificio, su aceptación de desaparecer... Lo haría…
Y el viaje fatal empezó, de Beaumont, cerca de Ennery, a Saint-Georges, cerca
de las Gonaïves. Tanto como decir hacia el exilio y la muerte...
Encuentro la confirmación de mi hipótesis en Gragnon-Lacoste:
“Toussaint Louverture... había sido advertido por muchas personas de las
Gonaïves, que dos fragatas francesas habían llegado a dicho puerto con
tropas de desembarco, y que corría el rumor de que dichas tropas
cooperarían en su arresto. Algunos oficiales franceses de la guarnición de
Enery le habían aseverado positivamente que sabían por un edecán del
general Leclerc, enviado en misión cerca del general Brunet, que este
último tenía orden de arrestarlo. Estas advertencias, llegadas de todas
partes, eran en la coyuntura, más que suficientes para decidir a Toussaint
215
Aimé Césaire

Louverture... a procurar su salvación. Habiéndoselo aconsejado alguien,


le contestó que exponerse por su patria cuando ésta estaba en peligro,
era un deber sagrado, pero que perturbarla para conservar su vida, era un
acto poco glorioso”.
Otra idea trabajaba en Toussaint.
Más que nunca la libertad general y su mantenimiento estaba condicionada por
la unión, por la unidad del pueblo haitiano. Y él no podía ocultarse que su
persona, mezclada como lo había estado a todos los sucesos, era un
obstáculo a la indispensable fusión.
Rigaud, el mulato, había desaparecido de la escena. También Toussaint mismo
debía desaparecer. Tras lo cual, la vía quedaría libre para el reagrupamiento.
Villaret-Joyeuse, en una carta a Decrès del 19 de Febrero de 1802, señala la
hostilidad mulata contra Toussaint:
“Por todas partes se elevaban voces acusadoras contra este hombre
profundamente perverso... Es detestado en la parte española; setecientos
mulatos refugiados en la isla de Cuba han pedido luchar contra él, son
hombres adictos al general Rigaud. He enviado, a petición del general en
jefe, las fragatas La Creóle y La Indienne para ir a buscarlos”.
Incluso entre los negros el recuerdo de las rivalidades personales no se había
aplacado. Es así que en el curso de la campaña, Port-au-Prince fue salvado de
la incursión de Dessalines gracias a dos jefes negros independientes: uno, el
vuduista Lafortune, comandante de los negros del Maniel; el otro Lamour
Derance, en las orillas del lago Henriquelle. Es decir, Toussaint estorbaba. En
ese caso, mejor desaparecer para unir. Desaparecer para volver a soldar.
Aquí Ardouin ha olfateado la verdad:
“Si se considera... que Rigaud y Toussaint Louverture habían provisto su
carrera, terminado su misión, se reconocerá que el sacrificio de estos dos
personajes era de una utilidad capital para la salvación de sus hermanos”.
Toussaint aceptó este papel de mártir, más aún fue a su encuentro por creerlo
en efecto indispensable.
No llegaré a decir que la rendición de Toussaint fue una manera de devotio a la
antigua: el abandono de una vida, la suya, la de un jefe, en un acto de fe, para
salvación de su pueblo. Yo veo algo más que un acto místico: un acto político.
Sí, ese viaje que lo llevaba al cautiverio y a la muerte, lo concibió como su
postrero acto político y, a no dudarlo, uno de los más fecundos.
Sobre lo que ocurrió en lo adelante, vale más dejarle la palabra:
“Después de esas dos cartas, aunque indispuesto, me deje convencer por
las instancias de mis hijos y de otras personas y partí aún cuando era ya
noche para ver al general Brunet, acompañado de dos oficiales
solamente. Llegué a casa del general a las ocho de la noche. Una vez en
su cuarto, le dije que había recibido su carta, así como la del general en
jefe que me invitaba a ponerme de acuerdo con él y que acudía para este
objeto; que no había podido llevar a mi esposa, como eran sus deseos,

216
TOUSSAINT LOUVERTURE

porque ella nunca salía, nunca veía a nadie y sólo se ocupaba de los
asuntos domésticos; que si, cuando estuviera de viaje, él quería hacerle
una visita, ella lo recibiría con gusto. Le hice ver que estando enferma le
rogaba en consecuencia terminar lo más pronto posible nuestros asuntos
a fin de regresar a mi casa. Le di parte de la carta del general Leclerc.
“Después de haberla leído, me dijo que aún no tenía orden alguna de
ponerse de acuerdo conmigo sobre el objeto de dicha carta; enseguida
me ofreció excusas por verse obligado a salir un momento; salió, en
efecto, después de haber llamado a un oficial para que me acompañase.
”No bien había salido, entró un edecán del general Leclerc, acompañado
de muchos granaderos que me rodearon, se apoderaron de mi persona y
me amarraron como un criminal para llevarme a bordo de la fragata La
créole.
“Reclamé la palabra del general Brunet, y las promesas que me había
hecho, pero todo fue en vano, no volví a verlo”.
En la noche del 7 al 8 de junio, en agua de la bahía del Cap, La Créole
abordaba al Héros, el cual enseguida puso proa hacia Francia.
Al subir al Héros, Toussaint Louverture se dirigió al jefe de división Savarí, que
lo mandaba y le expresó con calma y firmeza:
“Al destituirme no han hecho más que abatir en Santo Domingo el tronco
del árbol de la libertad de los negros; retoñará por sus raíces, porque son
profundas y numerosas”.
En messidor, el Héros abordaba las costas francesas.

217
Aimé Césaire

Capítulo XVI
QUITARSE LA CARETA

Ahora que Toussaint Louverture estaba en una mazmorra, que Santo Domingo
estaba bajo la bota militar, Bonaparte creyó posible quitarse la careta.
El 27 floreal, año X (17 de mayo de 1802), el Cuerpo Legislativo escuchó a un
tal Dupuy, consejero de estado.
Esta vez no se usaban astucias con las palabras. La constitución hablaba
púdicamente de las “personas no libres”. La ausencia de perífrasis indicaba
suficientemente el atroz progreso realizado. El proyecto de ley, presentado en
nombre del gobierno consular, por Dupuy, expresaba pura y simplemente el
restablecimiento de la esclavitud y de la trata en las colonias francesas.
La exposición de los motivos se hacía de modo análogo y atribuía todos los
males de las islas azucareras a los excesos del liberalismo.
“En el momento en que de nuevo vamos a entrar en posesión de la
Martinica, Santa Lucía, Tobago y de nuestros establecimientos de la India,
es urgente que tranquilicemos a los colonos de dichos lugares... Es
sabido cómo las ilusiones de libertad e igualdad han sido propagadas en
esas remotas regiones, donde la diferencia notable entre el hombre
civilizado y aquél que no lo es, la diferencia de climas, de colores, de
costumbres, y principalmente la seguridad de las familias europeas,
exigían imperiosamente grandes diferencias en el estado civil y político de
las personas. Si, en un asunto tan grave, fuera permitido emplear las
imágenes, diríamos que los acentos de una filantropía falsamente
aplicada han producido en nuestras colonias el efecto del canto de las
sirenas: con ellos han llegado males de toda índole, la desesperación de
la muerte”.
Males a los cuales, entiéndase bien, debía poner término un gobierno
reparador. El 29 floreal, Adet informó lo que sigue al Tribunal en un discurso
cauteloso donde hacia sonar contra los negros las cuerdas del racismo
tradicional y ésas más nuevas de la solidaridad europea:
“Con la esclavitud de los negros sucede lo que con la guerra. De antiguo
los filósofos se han quejado sobre el furor que excita la sed de sangre de
las naciones y les hace contar sus días de gloria por días de matanza. Sin
embargo, todos los pueblos se hacen la guerra y los gobiernos, al
deplorar tan cruel necesidad, están obligados a mantenerse en estado de
defensa. ¿Cuál sería la condición del pueblo que, abjurando la guerra,
renunciara a fabricar armas, a servirse de ellas y a mantener un ejército
listo a protegerlo. Lo que acabo de decir de la guerra puede aplicarse a la
esclavitud de los negros. Por más horror que cause a la filantropía, es útil
en la actual organización de las sociedades europeas, y ningún pueblo
puede renunciar a ella sin comprometer los intereses de otras naciones.
Se la puede considerar como una de esas instituciones que se deben
respetar, aun cuando quisiéramos librarnos de ella, porque interesan a la
seguridad de sus vecinos.

218
TOUSSAINT LOUVERTURE

”Europa es una gran familia, de la que cada parte está sujeta a leyes
adoptadas para la conservación de todas... ¿Podría un hombre tener... el
horrible derecho de inocularse la peste? Pues bien, una nación, a la que
se puede, con relación a las demás, comparar a un individuo, ¿puede
arrojar en medio de ellas un germen contagioso tan expansivo por su
naturaleza como rápido por su comunicación, como desastroso en sus
efectos?”
¡Vaya y pase si por un gesto filantrópico de Francia, los negros deberían sacar
alguna ventaja! ¡Ay! No había que alimentar falsas esperanzas sobre este
asunto y más que dar un buen ejemplo pero estéril, más valía seguir al rebaño:
”¿Qué bien sacarían los africanos de nuestra renuncia a la trata? ¿Sería
por ello abolida la esclavitud en su país? ¿Los prisioneros de guerra
dejarían de ser encadenados? ¿Los deudores insolventes perderían las
prerrogativas de hombres libres? ¿Los moros dejarían la trata de los
africanos? ¿El resto de las naciones de Europa seguirían nuestro
ejemplo? No. Sin mejorar bajo ningún concepto la suerte de los negros,
nos privaríamos de las ventajas que obtenemos con la trata, y haríamos
pasar a manos de los extranjeros los 39 millones, que el comercio de la
costa de África aportaba a nuestro comercio”.
“Del amor, de la predilección de los franceses por las metáforas militares. Aquí
toda metáfora lleva bigotes”, observa Baudelaire. ¿Qué hubiera dicho oyendo
a Adet?
Le bastaba una imagen heroica para contrarrestar los efectos de la piedad y
los esfuerzos de una negrofilia lacrimosa:
“Si un general, en el momento de librar una batalla en la que estaría
seguro del triunfo, perdiera de vista los intereses de su país, para pintarse
la muerte segando las filas enemigas y amontonando unas sobre las otras
millares de víctimas; si, a la vista de la sangre que corre a sus pies por
todas partes, cediera al movimiento de su alma y llevara a sus tiendas a
sus soldados en vez de llevarlos a! combate, excusable acaso a los ojos
del hombre privado, no lo sería a los ojos de los que gobiernan los
imperios... Y bien, mis colegas, ¿no imitaríais a ese general si... apartáis
vuestra vista de las colonias y de Francia para no posarla sino en África?
¿Si sacrificáis a sus habitantes los intereses y la prosperidad de vuestro
país, destruyendo un comercio necesario al progreso de las colonias,
ellas mismas llegadas a ser necesarias a nuestra existencia?”
El 30 floreal, en el cuerpo legislativo, un tal Jaubert se plantó a su vez como
estadista:
”En nuestras colonias los brazos lo son casi todo. La experiencia nos
enseña cuáles son los brazos que únicamente pueden ser empleados en
su agricultura. Nos dice cuáles son los seres para los cuales la libertad no
es más que un fruto envenenado... Obedezcamos a la necesidad, esa
gran ley de los imperios. No perturbemos al mundo con teorías”.

219
Aimé Césaire

Bruix, “orador gubernamental”, inculpaba a los legisladores ignorantes, culpables


de haber pensado un instante que la esclavitud pudiera ser abolida. Revivía
penosamente algunos recuerdos de colegio:
“Si ignoraban las bases de todo sistema de comercio marítimo y el grado
de disfrute que cada estado puede hallar en la prudencia del régimen de
sus colonias, instruidos en la escuela de los antiguos, en esa escuela que
antaño formó ciudadanos, y no cosmopolitas, hubiesen podido acordarse
de que Esparta, con sus ilotas; Roma, con sus esclavos, conocieron,
amaron tiernamente, adoraron la libertad. Los pueblos libres están celosos
de su noble prerrogativa; también tienen su egoísmo... La libertad en
Roma se rodeaba de esclavos. Menos severa entre nosotros, ella los
relega a lo lejos. La diferencia de color, de costumbres, de hábitos podría
al menos inculpar el dominio de los blancos; pero la política, el cuidado de
nuestra grandeza, acaso de nuestra conservación, nos prescriben no
romper la cadena de los negros”.
Habló después el antiguo convencional, Regnaud de Saint-Jean d’Angély.
Pleiteó contra su cédula y cantó la palinodia. El conjunto constituía un bello
himno al “superprovecho” colonial:
“Almacenes llenos de azúcar, de algodón, de café encerraban antes de la
guerra, y encerrarán muy pronto capitales que harán renacer el desahogo
en las plazas marítimas, y serán la caución de un crédito que decuplica las
riquezas de un pueblo. Pues, esos capitales hay que extraerlos del suelo
colonial; es allí que podrá recogerse ciento por uno los adelantos que se
hacen en la agricultura y que podrá abrírsele a la República una fuente de
reproducción fecunda y rápida, de reparación de sus pérdidas. Y no
pueden esperarse todas esas ventajas sino restableciendo o más bien
conservando en las colonias, designadas en la ley el régimen allí
establecido y que, ordenado por la política, el interés comercial de la
República, lo es también por la humanidad”.
Y en efecto, seguía una tirada sobre la humanidad y la evocación de la
Sociedad de los Amigos de los Negros, a la cual el orador había pertenecido.
Pero juraba por sus dioses que la Sociedad de los Amigos de los Negros hoy
sería... esclavista:
“Nadie como yo para hacer justicia a esta Sociedad de los Amigos de los
Negros, formada por hombres de principios tan opuestos, que la hoz
revolucionaria ha segado a casi todos, y entre los cuales se contaban mis
más honorables amigos, Dupont de Nemours, La Rochefoucauld y muchos
otros reputables”.
¡Y qué!
“Durante las revoluciones, se procede por impulsos, no se mide el camino
recorrido; se cede al entusiasmo que arrastra más que a la razón que
paraliza; se va más allá del fin que quiere alcanzarse”.

220
TOUSSAINT LOUVERTURE

“Pero cuando la revolución ha terminado, se juzga su posición, se mide el


camino recorrido: la sabiduría consiste en mirar entonces tras de sí, y en
volver al punto que ella nos marcara. Es entonces justo sin duda, es
honorable retrogradar”.
En Francia es un lugar común celebrar los méritos del Consulado y de su
política “reparadora”.
De hecho, el cónsul Bonaparte, con el corazón aligerado, y sin que nadie se
arriesgara a turbar la euforia de sus asambleas domesticadas o conmover una
opinión pública anestesiada, acababa de cometer una falta irremediable y
cuyas consecuencias serían fatales para Francia.
Se ha tratado de disculparle.
En Santa Elena, él mismo trató de echar las culpas a otros, pero ahí están los
documentos, y son acusadores.
Entre decenas de otros, sólo quiere recaudar uno; es el relato que en su.
Historia del consulado y del imperio, nos ofrece Thibaudeau de la sesión del
Consejo de Estado del 21 ventoso, año XI (12 de marzo de 1803). Picado por
la hostilidad manifestada por Truguet contra los colonos blancos de las islas
(hostilidad fundada en la “anglofilia” de los colonos que habían preferido sus
propiedades a la patria), Bonaparte perdió los estribos:
“Se supone que los colonos están de parte de los ingleses; pero yo puedo
asegurar que en la Martinica hay muy buenos ciudadanos. Allí son
conocidos los partidarios de los ingleses, y son poco numerosos... Sólo se
quiere ver partidarios de los ingleses en nuestras colonias, para así tener
un pretexto para oprimirlos. ¡Pues bien! Señor Truguet, si hubieséis ido a
Egipto a predicarnos la libertad de los negros o de los árabes os
hubiésemos colgado de lo alto de un mástil. Han entregado a todos los
blancos a la ferocidad de los negros y todavía pretenden que las víctimas
no estén descontentas: ¡pues bien! si hubiera estado en la Martinica,
habría estado por los ingleses, ya que ante todo hay que salvar la vida.
Estoy a favor de los blancos, por ser blanco; no tengo ningún otro
argumento y es el válido. ¿Cómo se ha podido dar la libertad a africanos,
a hombres sin ninguna civilización, que ni siquiera sabían lo que
significaba colonia, qué significa Francia? Es muy simple que los que han
querido la libertad de los negros, quieran también la esclavitud de los
blancos.
”Y aún más, ¿creéis que, si la mayoría de la Convención hubiera sabido
lo que hacía y conocido las colonias, habría dado la libertad a los negros?
“No, sin duda; pero pocas personas estaban en condiciones de prever los
resultados, y un sentimiento humanitario pesa siempre sobre la
imaginación. Pero en el presente, mantener aún esos principios, no es de
buena fe; sólo amor propio e hipocresía”.
Napoleón, exiliado en la isla de Elba, habría dicho en los primeros días de la
Restauración: “Los Borbones son sabios; dormirán en mis sábanas”.

221
Aimé Césaire

Al restablecer la esclavitud en las colonias, Napoleón el innovador, Napoleón,


el “aposentador de los tiempos modernos”, dormía, él también, en las sábanas
del Antiguo Régimen.
Creía saber lo que hacía. Ni por un minuto creyó en un fracaso. Y ello, tanto
menos cuanto que una experiencia hecha en la Guadalupe pareció salirle bien.
Según los términos de un decreto del 10 de abril de 1801, la Guadalupe debía
ser regida por tres magistrados: un capitán general asistido de un prefecto y de
un comisario de justicia. La elección del gobierno consular fue de las más
desdichadas. El nombramiento recayó en el contralmirante Lacrosse, antiguo
gobernador de la Guadalupe. No bien hubo de llegar (mayo de 1801),
Lacrosse no tuvo más que una preocupación: por sus maneras altivas, su
insolencia frente a los hombres de color, su autoritarismo, daba a entender a
todos que habían caducado los tiempos “de la ideología” y que se imponía
tomar distancia con su propio pasado revolucionario. No tardaron los guadalu-
panos de hartarse de Lacrosse, tanto, que en octubre de 1801 era detenido,
destituido y sustituido por un gobierno provisional presidido por un hombre de
color, el general Pelage.
Desde entonces existieron en la isla tres partidos, hostiles por igual a
Lacrosse, aunque no igualmente a la metrópoli. El primero, el de Pelage,
quería, con tal de que se apartara a Lacrosse, someterse a todo nuevo
enviado del Primer Cónsul. El segundo, el de Delgrés, condicionaba su
sumisión a un tratado en buena y debida forma. El tercero, en fin, dirigido por
el negro Ignacio, antiguo carpintero convertido en oficial, buscaba pura y
simplemente la independencia de la colonia.
Tres partidos en la Guadalupe, pero en Francia no había más que uno, y ése
era el de la represión. Con esta misión el general Richepanse llegó a Pointe-à-
Pitre en mayo de 1802 a la cabeza de una división.
Richepanse había ido a la Guadalupe con una misión muy precisa: sofocar una
revuelta. Ahora bien, esta revuelta la buscaba en vano. Pelage, el gobierno
provisional, las tropas negras, todo el mundo lo acogía con respeto y sumisión.
Eso no entraba en los planes del general. Desarma a las tropas negras, insulta
a sus oficiales, vejaba que era un contento a Pelage. Nada le quedó por hacer.
Pero quedaba Basse-Terre. Allí mandaba Delgrés, y allí se había refugiado el
inquieto Ignacio. Richepanse decidió ir al lugar. Al punto Delgrés, tomó
posiciones de combate. El 9 de mayo de 1802, reunió las tropas en el Champ-
d’Arbaud:
“Amigos míos, quieren nuestra libertad, sepamos defenderla como
valientes, y prefiramos la muerte a la esclavitud”.
Al día siguiente publicaba una patética proclama:
“A todo el Universo el postrer grito de la inocencia y de la desesperación.
“Es en los más bellos días de un siglo para siempre célebre por el triunfo
de las luces y de la filosofía, que una clase de infortunados a los que se
quiere aniquilar se Ve obligada a elevar su voz hacia la posteridad, para
darle a conocer, cuando haya desaparecido, su inocencia y sus
infortunios: Osemos decirio, las más atroces máximas de la tiranía han
222
TOUSSAINT LOUVERTURE

sido superadas hoy. Nuestros antiguos tiranos le permitían a un amo


manumitir a su esclavo, y todo nos anuncia que en el siglo de la filosofía
existen hombres que no quieren ver hombres negros o teniendo su origen
de este color sino bajo los grilletes de la esclavitud... La mismísima
divinidad no podría ofenderse porque defendamos nuestra causa; es la de
la justicia y la de la humanidad... ¡Y tú, posteridad, concedele una lágrima
a nuestras desdichas y moriremos satisfechos!”
Richepanse necesitó tres días y una batalla encarnizada para tomar la ciudad.
Y quince días para terminar la campaña amén de pérdidas severas. Ni
Delgrés, ni Ignacio se habían rendido. El primero, después de haber evacuado
el fuerte Saint-Charles por indefendible, se había hecho matar sobre el Morne
Matouba (el 28 de mayo de 1802). El segundo –el Dessalines de la
Guadalupe– había sido muerto con las armas en la mano en Baindridge, cerca
de Pointe-à-Pitre, en el curso de una incursión de diversión contra la ciudad.
Juzgando que el campo quedaba libre, Bonaparte aplicó su política. La ley del
30 floreal, año X (20 de mayo de 1802) Ordenaba:
Artículo primero. En las colonias restituidas a Francia en ejecución del
tratado de Amiens del 6 germinal, año X, la esclavitud será mantenida
conforme a las leyes y reglamentos anteriores a 1789.
Artículo segundo. Lo será asimismo para las colonias francesas más allá
del cabo de Buena Esperanza.
Artículo tercero. La trata de negros y su importación en las mencionadas
colonias se hará conforme a las leyes y reglamentos existentes antes de
la citada época de 1789.
Artículo cuarto.. No obstante todas las leyes anteriores, el régimen de las
colonias estará sometido durante diez años a los reglamentos que serán
hechos por el gobierno”.
Lo que significaba este último artículo, un decreto consular adoptado el 16 de
julio de 1802 y un decreto de Richepanse aparecido el 17 de julio en la
Guadalupe, se encargaron de precisarlo. Para no citar sino este último, los
considerandos eran explícitos a pedir de boca:
“Considerando que por el efecto de la revolución y de una guerra
extraordinaria, se ha introducido en los nombres y cosas de este país,
abusos subversivos de la seguridad y de la prosperidad de una colonia;
”Considerando que las colonias no son otra cosa que establecimientos
formados por los europeos, que han llevado allí a los negros como únicos
individuos aptos para la explotación de dichos países; que entre estas dos
clases fundamentales de los colonos y sus negros, se han formado razas
de mulatos siempre distintas de los blancos que han formado esos
establecimientos;
”Considerando que sólo éstos son los autóctonos de la nación francesa y
deben ejercer sus prerrogativas;

223
Aimé Césaire

”Considerando que los beneficios concedidos por la madre patria, al


atenuar los principios esenciales de dichos establecimientos, sólo han
servido para desnaturalizar todos los elementos de su existencia... de
modo que la justicia nacional y la humanidad ordenan tanto como la
política el retorno a los verdaderos principios sobre los cuales descansan
la seguridad y los logros de dichos establecimientos formados por los
franceses en esta colonia...”
Esos considerandos eran seguidos de una especie de código cuyo artículo
primero estaba concebido así:
“Hasta nueva orden, él título de ciudadano francés no será llevado en
toda la extensión de esta colonia y sus dependencias más que por los
blancos. Ningún otro individuo podrá adoptar este título ni ejercer las
funciones o empleos que al mismo se adscriben”.
En virtud de los artículos subsiguientes los hombres de color y los negros no
poseedores de un título legal de manumisión debían, en veinticuatro horas
para las ciudades y en cinco días para los burgos y campiñas, volver a las
propiedades en las cuales estaban establecidos antes de la guerra, bajo pena
de ser tomados por rebeldes y tratados como a tales.
Este texto, refrendado por un militarote y publicado en una islita lejana era, no
obstante, un acontecimiento, y un acontecimiento que daba en el blanco.
Por el ejemplo de la Guadalupe, Santo Domingo supo ahora que el viejo
Toussaint no había mentido; que pese a las protestas de Leclerc, entraba de
lleno en las intenciones del gobierno francés restablecer la esclavitud y si
había diferido la aplicación de la medida en Santo Domingo, era debido a la
lucha sostenida por Toussaint.
Por muchos meses Toussaint se había esforzado en vano por demistificar a los
ojos de las masas la política del gobierno francés. Hoy para esas mismas
masas los sucesos de la Guadalupe constituían la más clara y significativa
lección de cosas.
De esta lección el pueblo de Santo Domingo y no ya sólo algunos líderes no
tardaría en sacar las conclusiones que se imponían.

224
TOUSSAINT LOUVERTURE

Capítulo XVII
DE BRUMARIO A GERMINAL

Se está tentado a dar gracias a la conciencia profesional del carcelero del Fort-
de-Joux. Se llamaba Baille. Y es gracias a Baille, puesto que Baille existió que
podemos seguir, dìa a día el calvario de Toussaint Louverture.
“General ministro... para no dejaros ignorar nada de su posición, creo
deber informaros del local que ocupa. El castillo de Joux, donde se
encuentra Toussaint, está situado sobre una montaña de roca viva, cuyo
extremo forma el plan de azúcar sobre la cima del cual se asienta el
castillo.
Este castillo está dividido en cinco partes reunidas por fortificaciones y
muros que forman exteriormente el conjunto. El interior está dividido en
cuatro partes por fosos, tres puentes levadizos, incluyendo el de la puerta
de entrada, y un puente cubierto al que se sube por una escalera; se llega
a un torreón, del cual por medio de otra escalera se encuentra uno en el
quinto recinto donde está el local en el que se encuentra Toussaint
Louverture. Este local se compone de siete casamatas abovedadas en
piedra de cantería. La primera bóveda de entrada se cierra por dos
puertas con candados y cerrojos y sirve de cuerpo de guardia al oficial
jefe del puesto establecido para la vigilancia del prisionero de estado.
Esta puerta comunica por medio de dos puertas que se cierran con
cerrojos, candados y cadenas a una segunda bóveda cuya extremidad
está formada por la roca viva. A lo largo de esta bóveda hay dos puertas
que dan a dos casamatas abovedadas, en las cuales se encontraban
Toussaint y su criado el que después de tres semanas, ha partido para
Nantes.
Cada una de esas puertas cierra con cerrojo y candado; cada bóveda
tiene una ventana; cada ventana, cuyas paredes tienen unos doce pies de
espesor, tres filas de barrotes cruzados; entre las dos filas que se
encuentran en la parte exterior se han puesto ladrillos acostados hasta la
parte superior de la mencionada ventana, dejando diez pulgadas en línea
perpendicular y diez y ocho pulgadas de ancho, para procurarle aire y luz
al prisionero; sobre esta parte se ha colocado un enrejado de hierro para
quitar todo medio de poder pasar cartas, papeles, etc. Esta ventana se
cierra exactamente media hora antes de la noche por una contraventana,
provista de fuertes chapas de hierro colado y cerrado con candado en
presencia del oficial de guardia, al cual seguidamente se le da la llave; la
apertura de dicha contraventana se hace sólo media hora después del
día. El puesto de guardia no está más que a veintidós pies de distancia de
la ventana del prisionero. Hay además otros dos centinelas, amén del que
está ante las armas; uno ante la puerta de la primera bóveda y el otro
sobre el torreón, cuya puerta exterior que da al puente cubierto se cierra
de noche para mayor seguridad. Descripción impresionante que permite
al cancerbero discurrir válidamente:

225
Aimé Césaire

“Podréis juzgar, mi general, que la persona de ese prisionero que no tiene


ni armas, ni más prendas que su reloj ni dinero, al menos en lo que puedo
apreciar está en grandísima seguridad...”64
El 8 brumario (22 de octubre de 1802), Baille nos ofrece el relato de sus
proezas:
“Tiene que afeitarse en mi presencia... ya que la complexión de los negros
no se asemeja en nada a la de los europeos, me dispensa de darle ni
médico ni cirujano que le resultarían inútiles”.
Otro testigo es el general Caffarelli, que Bonaparte despachó cerca del
prisionero. Su misión tenía por objeto:
“permanecer junto a Toussaint para oír las revelaciones que éste
anunciara que haría al gobierno, saber por su boca qué tratados había
concertado con los agentes ingleses, averiguar sus miras políticas y
obtener informes sobre la existencia de sus tesoros”.
En su informe del 2 vendimiario, año XI (24 de setiembre de 1802), Caffarelli
declara que pese a siete conferencias sucesivas con el viejo negro, ha
fracasado:
“porque este hombre, profundamente cazurro y simulador, dueño de sí,
socarrón y ladino, poniendo en sus palabras una gran apariencia de
franqueza, tenía preparado lo que iba a decir, y no ha dicho más que lo
que quería decir”.
De paso, daba algunos retoques a la descripción de Toussaint, tal como Baille
había podido esbozarla, señalando dos circunstancias en que, dice él:
“Toussaint Louverture ha mostrado una “gran elevación de alma”: la
primera, cuando se le trajo, en su presencia, ropa que el prisionero juzgó
indigna de llevar, aun en la situación en que se encontraba; la segunda,
cuando se le pidió su navaja:
Debe ser, –dijo–, que los que ordenan quitarme este instrumento me
juzgan muy mal, ya que sospechan que me falta el valor requerido para
soportar mi desgracia. Tengo una familia y, además, mi religión me
prohíbe atentar contra mis días”.
El 15 brumario (5 de noviembre), Baille vuelve a tomar la pluma:
“Tengo el honor de haceros observar que Toussaint es de un carácter vivo
y colérico y que, cuando le hago observaciones sobre sus quejas de la
injusticia del que él pretende ser víctima, patea y se da puñetazos en la
cabeza... Cuando está en ese estado que se me antoja una especie de
delirio, dice las cosas más indecentes del general Leclerc, y como su
corazón rebosa de amargura y en su retiro tiene tiempo para animar sus
mentidas impertinencias con un cierto fondo de espíritu y falta de juicio
(es mi parecer), anima sus declaraciones con motivos insidiosos que
tienen una apariencia de verdad; pero cuando se le sigue y se le hacen
objeciones, se descubre la falsedad. Hace tres días, mi general, fue tan

64
Citado por Coyen, La historia militar de la revolución de Santo Domingo.
226
TOUSSAINT LOUVERTURE

imprudente como para decirme que en Francia sólo había hombres


malvados, injustos y calumniadores (son esos sus términos) de los que no
podía esperarse que le hicieran justicia”.
El 5 brumario, año XI (25 de octubre de 1802), el ministro se cree en el deber
de redoblar el celo del escrupuloso carcelero, al que estima en exceso
impresionable:
“Recibo, ciudadano comandante, vuestra carta del 26 vendimiario relativa
al prisionero de Estado, Toussaint Louverture, confiado a vuestra guardia
especial y sobre el cual el gobierno apela a vuestra más estricta vigilancia;
“Me ha encargado el Primer Cónsul que os diga que respondéis con
vuestra cabeza de su persona. Nada tengo que añadir a una orden tan
formal y tan positiva.
“Toussaint Louverture no tiene derecho a otros miramientos que a
aquellos que la humanidad ordena. La hipocresía es un vicio que le es tan
familiar como el honor y la lealtad lo son a vos mismos, ciudadano
comandante... No debéis limitaros a la exploración que habéis hecho para
aseguraros si no tiene ni plata ni joyas. Debéis registrar todos los rincones
para estar seguro de ello y examinar si no tiene plata o joyas enterradas
en su celda. Quitadle el reloj... presumo que habéis alejado de él todo
todo lo que tenga que ver con un uniforme. Su nombre es Toussaint; es la
única denominación que le debe ser dada... Por lo demás me remito a las
órdenes que habéis recibido sobre todos los detalles de su alimentación y
de la manera de comportaros con él.
”Cuando se alaba de haber sido general, no hace más que recordar sus
crímenes, su conducta odiosa y su tiranía sobre los europeos: sólo
merece entonces el más profundo desprecio por su ridículo orgullo”.
Del golpe, el ciudadano Baille se sintió tocado en el corazón:
“En cuanto a la orden que me notificáis del Primer Cónsul, haciendo
recaer la responsabilidad sobre mi cabeza, un antiguo militar de más de
cuarenta y seis años de grado de oficial, que sólo tiene tres hijos, que
sirven con honor a la patria, que ha hecho toda la guerra de la revolución,
conoce harto sus deberes para faltar a ellos, amén de un eterno
reconocimiento para el Primer Cónsul, cuyos motivos no ignora, estará
por siempre grabado en nuestros corazones.
”Antes de que Toussaint llegara al fuerte de Joux, de acuerdo, con lo
sabido por las noticias oficiales, estaba persuadido de que la única
clemencia a usar con él era nada más que por un motivo de humanidad
política. Me he conducido en consecuencia y su hipocresía no me coge
desprevenido... De acuerdo con mi manera de juzgar, es un conjunto de
monstruosidades en el cual se descubren algunos chispazos de luz que
se disipan como el relámpago para no dejar ver más que vicios, sobre
todo el de una ambición sin límites”.
El 19 brumario, carta del ministro que ordena a Baille confiscar todos los
papeles de Toussaint y no permitirle escribir en lo adelante. ¡Tomaba bien su
tiempo! Toussaint estaba enfermo. Baille lo anuncia el 23 brumario:
227
Aimé Césaire

“...Ha tomado el partido de declararse enfermo; y cada vez que voy a su


cuarto, lo encuentro en su cama; tan pronto me dice tener fiebre y dolor
de cabeza, como otro día me dice estar enfermo de los ríñones y con
dolores reumáticos que le quitan la facultad de levantarse y caminar; hoy
me ha hecho la enumeración de todas esas dolencias arriba mencionadas,
lo cual me obliga a dejarlo en cama y hacer poner a la entrada de su
cuarto, que tiene 20 pies de largo por 12 de ancho, lo que le es necesario:
Presumís bien, general ministro, que siempre me encuentro presente y
que tengo prohibido al mencionado Toussaint decir una sola palabra”.
La misma monserga el 27 brumario:
“Toussaint me sigue diciendo que está muy enfermo, que tiene dolores en
todo el cuerpo y fiebre casi de continuo”.
En nivoso, Baille, o ha muerto a causa de sus asiduos cuidados a Toussaint o
ha sido sustituido, pues es ahora el jefe de batallón Amiot, quien tiene la
pluma. ¡Con él terminan las atontadas efusiones de Baille!
Amiot es hombre preciso y apurado. Anota:
“8 pluvioso, año XI (27 de enero de 1803):
”Tengo el honor de informaros que, desde hace dos días, Toussaint se
queja de dolores en todo el cuerpo, lo cual le ha ocasionado dos
pequeños accesos de fiebre; he observado que tiene una tos muy seca”.
El 20 pluvioso (9 de febrero) señala trastornos estomacales.
El 30 pluvioso (19 de febrero), que el prisionero tiene inflamada la cara.
El 13 ventoso (3 de marzo), que tiene una fuerte tos.
El 28 ventoso (18 de marzo), que la tos es contínua; violentos los trastornos
estomacales; que el enfermo lleva el brazo izquierdo en cabestrillo... y que
nunca ha visto a un médico.
Y el 19 germinal, año XI (9 de abril de 1803), un lacónico parte de Amiot pone
un término a la serie de los boletines de salud:
“He tenido el honor de informaros por mi carta del 16 germinal de la
situación de Toussaint.
“El 17, a las 11 y media de la mañana, 65 al llevarle sus alimentos, lo
encontré muerto, sentado en su silla, cerca del fuego... Lo hice enterrar
por un sacerdote de la comuna en la bóveda de la antigua capilla, lado G,
en el fuerte de Joux, en el sitio donde se enterraba antaño a los militares
de la guarnición.
“Al tomar estas precauciones he creído cumplir con los deseos del
gobierno”
Muerto Toussaint, Francia creyó decapitada a Santo Domingo, librada a su
merced.

65
7 de abril de 1803
228
TOUSSAINT LOUVERTURE

Pero fue entonces que advirtieron las verdaderas dimensiones del hombre; la
importancia de su obra, que superaba infinitamente a su autor.
Cuando creían que la vía estaba libre, encontraban a está obra por todas
partes y chocaban con ella, y contra ella se estrelló en definitiva la empresa de
Bonaparte.
Más que el Môlé Saint-Nicolás, más que la Crête-à-Pierrot, más que las
fortificaciones con que estaba erizada la vieja isla de los filibusteros, lo que en
Santo Domingo resistió al poderío francés, al fuego de sus cañones y a la
carga de sus soldados, fue el espíritu de Toussaint Louverture, el espíritu
forjado por Toussaint Louverture.
Hoy está de moda entre los haitianos disminuir a Toussaint para exaltar la
figura de Dessalines.
No se trata de disminuir los méritos de Dessalines ni negar las lagunas de
Toussaint.
Pero el debate se puede cerrar con una palabra: en el principio es Toussiant
Louverture y sin Toussaint no hubiera habido Dessalines, esa continuación.
Por supuesto la situación histórica de Toussaint es desairada, como la de todos
los hombres de transición.
Pero es grande, insustituible: como ningùn otro, este hombre constituye una
articulación histórica.
En todo caso, hay buen medio de apreciar su papel y su valor. Consiste en
aplicarle el criterio caro a Péguy: medir con qué estiaje hizo ascender el nivel
de su país, el nivel de conciencia de su pueblo.
De bandas que le habían legado hizo un ejército. Le habían dejado un
levantamiento popular y con él hizo una revolución: y de una población hizo un
pueblo; de una colonia un estado, y más aún, una nación.
Quiérase o no, en ese país todo converge hacia Toussaint e irradia de nuevo
de él.Toussaint Louverture es todo un centro. El centro de la historia haitiana,
el centro sin duda alguna de la historia antillana.
Cuando por vez primera hizo irrupción en la escena histórica, había muchos
movimientos en formación, empezados por otros, pero detenidos a mitad de
camino, lánguidos, impotentes para estructurarse: el movimiento blanco hacia
la autonomía y la libertad de comercio; el movimiento mulato hacia la igualdad
social; el movimiento negro hacia la libertad.
Toussaint unió todos esos movimientos, los prosiguió y los profundizó.
Cuando se fue, estaba acabado el triple movimiento o a punto de serlo.
Para decir toda la verdad, con él se iba Santo Domingo. Pero nacía Haití, la
primera de todas las naciones negras.

229
Aimé Césaire

Capítulo XVIII
PUES SUS RAÍCES SON NUMEROSAS Y PROFUNDAS

Regnaud de Saint-Jean-d’Angély había acariciado la idea de que en política se


puede retroceder.
Una vez más la experiencia se encargó de probar que cuando se intenta hacer
girar en sentido inverso las ruedas de la historia se corren muchos riesgos.
Tan pronto como se supo en Santo Domingo la noticia del restablecimiento de
la esclavitud, el país se inflamó.
Dondon, Mármelade, Claisance, toda esa sabana del Norte cargada de
recuerdos louverturianos y en donde cada sendero recordaba un combate,
hizo explosión.
Nunca como ahora la conmoción fue tan fuerte y brutal. Todo ardía,
destruyendo en un día los resultados de muchos meses de pacificación.
El 5 de agosto de 1802 fue un gran día: Charles Belair, el general favorito de
Toussaint Louverture, su discípulo, que se estimaba que sería su sucesor,
oficializó, por así decir, el movimiento, enarbolando solemnemente la bandera
de la rebelión.
Por todos lados se despertaba, se afirmaba, se rebelaba una conciencia nueva
que hay que llamar la conciencia nacional.
Es lo que Leclerc, enfermo, confesaba a su ministro:
“La cordillera desde Vallière incluyendo hasta la Marmelade se ha
insurreccionado... tendré que hacer una guerra de exterminio... Ha
desertado una gran parte de mis tropas coloniales, pasándose al
enemigo. Durante esta cruel enfermedad sólo estoy sostenido por mi
fuerza moral, por los rumores que he hecho propalar de la llegada de
nuevas tropas, pero la nueva del restablecimiento de la esclavitud en la
Guadalupe me ha hecho perder una gran parte de mi influencia sobre los
negros, y las tropas ya llegadas son destruidas como las otras”.
En vano lanzó Leclerc a Dessalines contra los insurrectos. Dessalines
dispersa, desarma, ahorca; más todavía, hace detener y ejecutar a Belair, en
quien, sin duda, teme a un rival. Pero la insurrección es indominable y el
incendio sigue su curso. Cosa extraordinaria: en el oeste, los iniciadores eran
precisamente los antiguos colaboracionistas, Lamour Derance y La Fortune,
los mismos que antaño habían salvado a Port-au-Prince del asedio de
Dessalines, y que hoy, por cuenta propia, invadían la ciudad. Uno tras otro se
encendían nuevos focos de insurrección: en el sur, donde el negro Domage se
metió en el bolsillo los barrios de Jérémie; después en el Môle Saint-Nicolas;
después en Port-de-Paix, donde al fuerte le sacan su aprovisionamiento de
pólvora y matan a los blancos.
El 12 mesidor, Leclerc, obligado a rendirse ante la evidencia ordenaba el
estado de sitio en la colonia. Pero entonces se abatieron sobre él otros
infortunios en cascada: las defecciones de generales indígenas. Una acción
particularmente bárbara de las tropas francesas, que indignó las conciencias,
230
TOUSSAINT LOUVERTURE

dio el ejemplo al movimiento. El general Maurepas había sostenido con éxito el


asalto de los franceses en las Trois-Rivières. Aliado a los franceses no le
perdonarían este hecho de armas. Leclerc le escribió al Port-de Paix, adonde
se había retirado, y lo comprometió a venir al Cap cuyo mando le prometía. De
hecho Maurepas, como Toussaint, debía caer en una trampa. Una vez a bordo
del barco que lo llevaría al Cap, se apoderan de él, los marineros lo amarran al
palo mayor, le clavan sus charreteras en los hombros y el sombrero en la
cabeza; después, ante su vista echan al mar a su mujer y a sus hijos, y sólo
cuando sus verdugos se sacian con este suplicio, echan al agua al infortunado.
Este ejemplo acabó de obrar sobre los oficiales negros y mulatos. Uno tras
otro entraron en la clandestinidad.
Dio el ejemplo el mulato Clervaux que ocupaba el Haut du Cap, con el jefe de
brigada Pétion. Después fue Chrisophe y Paul Louverture. Leclerc se
consolaba conservando a Dessalines, pero poco tiempo después, éste, con la
mayor tranquilidad del mundo y después de una verdadera conferencia de
estado mayor con Pétion, se unió a las filas de la rebelión.
En adelante, todos los haitianos también se unían a la rebelión. Haitianos, la
palabra no es prematura: los habitantes de Santo Domingo estaban en plena
muda.
Habían esperado, quien, la libertad, quien, la igualdad, del triunfo de la
democracia en Francia. Ahora se daban cuenta de que sólo la independencia
de su país podía garantizárselas; que la independencia de la nación haitiana
era el camino de su libertad y el bastión de su dignidad de hombres.
Entonces las cosas se echaron a perder de modo decisivo para los franceses.
La rebelión golpeaba. Sobrevino la fiebre amarilla, que golpeó más duro aún.
A partir de mayo, la correspondencia del general Leclerc no es otra cosa que
un impresionante recordatorio de muertes:
El 18 floreal, año X (mayo de 1802):
“Las enfermedades hacen aterradores destrozos en el ejército a mi
mando... Este ejército que habéis calculado en veinte mil hombres se ve
reducido en estos momentos a doce mil... Desde hace unos quince días,
pierdo de treinta a cincuenta hombres por día”.
El 5 mesidor (24 de junio de 1802):
“Mis últimas cartas sólo pueden daros una idea muy imperfecta de los
estragos que la enfermedad sigue haciendo. Os daréis cuenta fácilmente,
si pasáis la vista sobre el estado de las pérdidas que ya la artillería había
sufrido en la época del primero de mesidor: la mitad de los oficiales de
esta arma han muerto; lo mismo ocurre con el cuerpo de ingenieros. Los
cuerpos del ejército sufren también enormes pérdidas en oficiales y
soldados”.
Pero fue todavía peor al mes siguiente: Carta del 17 mesidor (17 de julio de
1802):

231
Aimé Césaire

“Sigue la mortalidad y en la actualidad hace sus estragos en toda la


colonia; el mes de prairial puede haberme costado tres mil hombres: el
mes de mesidor me costará más. Me cuesta hasta el presente ciento
sesenta hombres diarios.
“En este momento no tengo más que ocho mil quinientos hombres
presentes a las armas, no incluidos los dos mil hombres que acabo de
recibir”.
Francia trataba de colmar los claros con refuerzos, pero Santo Domingo era un
tragadero de hombres:
“A medida que las tropas van llegando me veo obligado a ponerlas en
campaña... En los primeros días han combatido y obtenido éxito, pero la
epidemia ha hecho de las suyas y, con la excepción de la Legión polaca,
todos los refuerzos llegados han sido diezmados. La Legión llegó hace
dos días y tan violenta es la insurrección en el norte que me he visto
obligado a ponerla en acción sin pérdida de tiempo. La epidemia hace
estragos tan grandes como en la canícula. Me anuncian un cambio de
estación para el 15 vendimiario (comienzos de octubre), pero mucho me
temo que ya no disponga de soldados para esa época”.
Leclerc, enfermo él mismo, se sintió descorazonado por primera vez:
“No he vuelto a tener carta vuestra desde el 21 germinal. ¡He estado en
muy estrecha comunicación con vos y no contestáis ninguna de mis
cartas! El abandono en que me dejáis es cruel. Os he pedido dinero,
ropas, material de hospital y de artillería, obreros; nada me habéis
enviado y nada me anunciáis. Ni una de vuestras cartas me ha expresado
si el gobierno estaba satisfecho de mi conducta. En la posición en que me
encuentro, el estímulo es un factor muy importante”.
De hecho su posición era insostenible. 66 Tras haber hecho evacuar el Fort-
Dauphin, Port-de-Paix, el Borgne, Plaisance, las Gonaïves, la Crête-à-Pierrot,
Saint-Marc, no le quedaba más que el Cap y el Môle Saint-Nicolas en el norte,
Port-au-Prince en el oeste, Leogane y Jacmel en el sur.
Once días más tarde, en la noche del 10 al 11 brumario (2 de noviembre de
1802), moría, consciente de la vanidad, así como de la injusticia de su
empresa...
Leclerc no había encarado más que una guerra de exterminio. Rochambeau,
que le sucedió, se jactó de ponerla en práctica. Se adiestraron perros para
despedazar al negro; se les torturó, se les ahorcó, se les fusiló; se les ahogó
conforme a los métodos puestos en práctica por Carrier en Nantes.
Inútil barbarie, hace observar Pamphile de Lacroix:
“Las ejecuciones se renovaban a diario y esto traía la secuela de nuevas
deserciones. La prueba de que se abusaba de las ejecuciones, es que a
medida que se multiplicaban, impresionaban menos a los rebeldes. Los

66
Balance de las pérdidas francesas conforme a los datos de Pamphile de Lacroix: “20 de
nuestros generales habían mordido el polvo... Habían llegado sucesivamente 43.000 hombres
llevando fusil; habían muerto 24.000 y 7.000 gemían en los hospitales”.
232
TOUSSAINT LOUVERTURE

negros asumían ante el patíbulo el heroísmo con el cual afrontan la


muerte los mártires de una secta o de una opinión oprimida”.
Una novedad: los naturales del país ahora aceptaban la batalla en campo raso
o asediaban las ciudades.
El 12 de marzo de 1803, Geffard conquista el Petit-Goave. En abril, en el sur,
en las cercanías de los Cayes, la legión polaca sufre un serio revés. En una
palabra, en la primavera la situación de los franceses esta al borde del
desastre.
Y el que, el 25 floreal (13 de mayo de 1803) le escribe al Ministro, es el
almirante Latouche-Tréville:
“El número de los bandidos, que aumenta en todos los puntos, el
incremento de su audacia, sus recursos triplicados en víveres desde hace
tres meses, los antiguos cuadros de sus tropas casi llenos, mayor
cantidad de armas y de municiones de las que se les supone, sus
reductos y campos atrincherados muy extendidos, la cantidad de plazas
que poseemos que nos fuerzan a mantener en ellas a guarniciones
sedentarias, ofreciendo por ello un alimento más a la enfermedad y al
contagio, nuestra posición malsana en las ciudades casi todas en estado
de sitio, el éxito de los bandidos en la parte sur, única parte de la colonia
en que teníamos una apariencia de ejército activo...”
A finales de junio, por confesión del mismo Rochambeau, una noticia vino a
darle el golpe de gracia: ¡de nuevo empezaba la guerra con los ingleses!
“Hemos tenido la certidumbre de la guerra por la súbita aparición de las
escuadras inglesas frente a todos nuestros puertos, y por las hostilidades
que no han cesado de cometer; el Cap, el Môle, Port-au-Prince, Jérémie y
los Cayes han sido bloqueados al mismo tiempo... Las comunicaciones
siguen estando interceptadas por mar y tierra, y cada punto ocupado por
el ejército reducido a sus propias fuerzas y a sus propios medios se
encuentra, por dicho aislamiento, expuesto a los esfuerzos redoblados de
los ingleses y de los bandidos, y expuestos a sucumbir bajo los horrores
del hambre. Todavía los ingleses no han practicado ningún ataque en
ninguna parte de nuestras costas, e incluso es probable que, en la
presente guerra, no adoptarán ese sistema para Santo Domingo, pero
utilizan medios mucho más desastrosos y cuyas consecuencias pueden
ser mucho más funestas: se comunican con los bandoleros, los estimulan
en su sedición, les prometen su apoyo, les dan armas y municiones... Si
nuestros enemigos siguen, dando su apoyo a los negros, el ejército de
Santo Domingo que lucha con tanto tesón contra todas estas
calamidades, lejos de felicitarse de algunos progresos hacia el restable-
cimiento del orden, ya no podrá oponer sino esfuerzos impotentes a cien
mil bandoleros”.
De hecho era el principio del fin: El 15 brumario (5 de noviembre de 1803),
Rochambeau precisa:

233
Aimé Césaire

“Los temores que os manifestaba en mi despacho del 19 del pasado mes,


se han visto ampliamente confirmados. Después de esa fecha hemos
perdido los Cayes, Port-aur Prince y el Port-de-Paix... de modo que sólo
ocupamos en toda la parte francesa el Môle y el Cap”.
Más no por mucho tiempo: El 27 brumario, año XII (19 de noviembre de 1803),
Rochambeau, sitiado en el Cap por Dessalines, capitulaba. Al día siguiente los
restos del ejército francés salían para siempre de Santo Domingo.
El 28 de noviembre de 1803 se proclamaba la independencia haitiana en Fort-
Dauphin:
“En nombre de los negros y de los hombres de color, se proclama la
independencia de Santo Domingo. Restituidos a nuestra dignidad
primitiva, hemos asegurado nuestros derechos; juramos que nunca nos
doblegaremos ante ninguna potencia de la tierra...”

234
TOUSSAINT LOUVERTURE

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El libro de Hilliard d’Auberteuil Consideraciones sobre la colonia de Santo


Domingo, aparecido en 1776, es una violenta denuncia del régimen semi-
militar impuesto a las colonias en general y a Santo Domingo en particular:
“En todas las sociedades mal constituidas, el estado civil, el estado militar
son dos grandes cuerpos que chocan sin cesar. En la colonia francesa de
Santo Domingo, el estado civil comprende los magistrados, los juris-
consultos, los hombres encargados de hacer ejecutar las leyes civiles, los
cultivadores y los comerciantes exentos de la milicia. El estado militar
abarca, después del restablecimiento de las milicias, toda la masa del
pueblo; obedece a los comandantes, a los oficiales mayores que tienen a
sus órdenes regimientos siempre preparados a forzarlos a esta
obediencia. No siendo igual la balanza, el estado civil es vejado en todo
momento por el estado militar, y de hecho, éste constituye el gobierno.
Siendo violento en esencia no quiere que se le haga resistencia y el
estado civil ni siquiera tiene la libertad de una amonestación. Tan pronto
como eleva una voz temblorosa, se le acusa de disturbio, de sedición... Si
el ministerio, rechazando los deseos de los colonos, prosigue haciendo
pesar sobre ellos el yugo militar, no hará más que apresurar la pérdida de
la colonia”.
Contra este poder militar, de esos oficiales mayores que persiguen al
habitante, se atribuyen el derecho de juzgar y ponen su fantasía en lugar de
los reglamentos, se levanta por tanto un clamor general. Y sin embargo,
¿podía ser de otro modo? Para mantener en la esclavitud las nueve décimas
partes de los habitantes de la isla, hacía falta un poder fuerte. Y el poder sólo
podía ser fuerte al precio de una opresión general: la opresión de todas las
clases sociales, incluyendo en ella la clase de los privilegiados. Es esto lo que
los privilegiados comprendían cada vez menos.
De ahí sus ilusiones sobre la Revolución francesa. Cuando ésta estalló el
entusiasmo fue general entre los plantadores, los manumitidos, los esclavos.
Es que todos, todas las clases vislumbraron la ocasión de hacer triunfar su
particular reivindicación y obtener una libertad según los dictados de su
corazón: libertad política y de comercio para los plantadores, libertad política e
igualdad de oportunidades para los mulatos, libertad sin más para los negros.
De todo esto tenían que surgir grandes decepciones. De igual modo que el
poder real no podía oprimir a los negros sino oprimiendo en grados diferentes
a todas las clases, se demostró muy pronto que el poder surgido de la
Revolución francesa no podía hacer justicia a la reivindicación de libertad de
una de las clases de la sociedad colonial sin volver a poner sobre el tapete el
problema de la existencia misma de la sociedad colonial. Más exactamente, el
poder burgués surgido de la Revolución francesa comprobó que la libertad es
indivisible, que no se podía conceder la libertad política o económica, a los
plantadores blancos y mantener a los mulatos bajo la férula; que no se podía
reconocer la igualdad civil a los hombres de color libres y al mismo tiempo
mantener a los negros en la ergástula; en una palabra que para liberar a una
de las clases de la sociedad colonial había que liberarlas a todas y que para
235
Aimé Césaire

liberarlas había que liberar a Santo Domingo mismo; lo cual le pareció al


poder, contrario a los intereses de Francia.
Es ahí donde está el nudo del problema; de hecho, dos políticas coloniales se
enfrentaron bajo la revolución: la política de los principios y la política de los
intereses. En bloque y a pesar de veleidades, a pesar incluso de felices
accidentes, no es menos cierto que salió vencedora la política de los intereses:
intereses de los colonos e interés dé la metrópoli –los dos grupos de intereses
pareciendo identificarse– el todo culminando en la política de fuerza de
Napoleón.
¿Quiere decir que la Revolución francesa no tuvo ninguna trascendencia en la
historia colonial? Sería negar la evidencia.
El primer servicio –de orden temporal– que la revolución haya hecho a los
pueblos colonizados es haber existido, por lo pronto, porque la revolución,
desorganizando el poder y desarticulando el sistema que comprimía las clases
de la sociedad colonial, liberaba fu energía latente. Desde ese punto de vista la
revolución es menos un agente de transformación que el catalizador que
determina y acelera la reacción.
El segundo es que la Revolución francesa proclamó un principio de un alcance
incalculable. La declaración de los derechos de 1795, con todo lo termidoriana
que pueda ser, es formal:
“los pueblos son respectivamente independientes y soberanos, cualquiera
que sea el número de los individuos que lo componen y la extensión del
territorio que ocupan; esta soberanía es inalienable. Cada pueblo tiene el
derecho de organizar y de cambiar las formas, de su gobierno. Las
tentativas contra la libertad de un pueblo son un atentado contra los
demás pueblos”.
Pero entonces, ¿dónde está la parte de Toussaint Louverture en todo esto? Su
parte es todo el dominio que separa lo solamente pensado de la realidad
concreta; el derecho, de su actualización; la razón, de su propia verdad.
Contribución esencial: el paso al espíritu se hace a través de Toussaint
Louverture. Sin duda el derecho estaba decretado, pero faltaba aplicárselo a
los pueblos. Y a qué pueblo? ¿A los pueblos de Europa? ¿A todos los
pueblos? ¿A los pueblos coloniales? El falso universalismo nos ha acostumbrado
a tantos fuegos fatuos, los derechos del hombre se han reducido con
frecuencia a no ser más que los derechos del hombre europeo, que la
pregunta no es superflua. No hay viso alguno de que al proclamar el derecho
del hombre a la nación, el derecho de los pueblos a la patria, el legislador
francés haya pensado en las colonias. Ningún viso de que haya pensado en
los pueblos negros. Hasta se puede afirmar que no hay un revolucionario
francés que haya pensado que un día los negros formarían un estado. Los hay
incluso que arman gran alboroto de una supuesta decadencia negra. Testigo el
ilustre Raynal, aventurándose a escribir que en caso de emancipación del
esclavo negro:
“esos hombres estúpidos serían incapaces de gobernarse por sí mismos”.

236
TOUSSAINT LOUVERTURE

Cosa curiosa: hasta les llegan a negar las virtudes militares:


“En vano se esperaría rechazar una incursión del enemigo con negros
que nacidos en un clima en que la molicie sofoca todos los gérmenes de
la valentía, están para colmo envilecidos por la servidumbre y no pueden
poner ningún interés en la elección de sus tiranos. En tales manos las
mejores armas deben resultar impotentes”.
Cuando Toussaint entró en escena, fue para tomar al pie de la letra la
Declaración de los Derechos del Hombre, fue para demostrar que no existe
una raza de parias; que no hay país marginal; que no hay pueblo de
excepción. Vino para encarnar y particularizar un principio; que es como decir
vivificarlo. En la historia y en el dominio de los derechos del hombre, fue, por
cuenta de los negros, el operador y el intercesor. Eso le señaló su lugar, su
verdadero lugar.67 El combate de Toussaint Louverture fue el combate por la
transformación del derecho formal en derecho real, el combate por el
reconocimiento del hombre y es por ello que él se inscribe e inscribe la
rebelión de los esclavos negros de Santo Domingo en la historia de la
civilización universal. Si en el personaje hay un lado negativo –por lo demás
difícilmente inevitable en vista de la situación– es que justamente se origina en
ella: haberse dedicado más a inferir la existencia de su pueblo de un universal
abstracto que, a aprehender la singularidad de su pueblo para promoverla a la
universalidad.
Tesis insuficiente a no dudarlo, pero que daba el impulso decisivo a la historia
haitiana. Es por ello que el intercesor tiene bien merecido el nombre que le dan
sus compatriotas de hoy: el Precursor.

67
Es permisible pensar en la frase de Hegel: “Es derecho absoluto de la idea nacer en las
disposiciones legales y en instituciones objetivas... Este derecho es el derecho de los héroes
a fundar estados. La misma condición entraña que naciones civilizadas frente a otras que no
han alcanzado el mismo momento substancial del estado, las consideren como bárbaras, les
reconozcan en su conciencia un derecho desigual y traten su independencia como algo
formal. En las guerras que resultan de tales situaciones, hay combates por el reconocimiento
de una cierta civilización y es ese rasgo el que les da una significación para la historia
universal”.
237

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