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ANEP-CFE

Centro Regional de Profesores


del Norte

Teoría del Conocimiento y


Epistemología

Año 2019

Profa. Graciela Guillermone

Relaciones entre ciencia y poder

Rocío Medina

Gabriela Alvarenga

Caroline Da Silva
“La filosofía de la ciencia sin la historia de la
ciencia es vacía; la historia de la ciencia sin la
filosofía de la ciencia es ciega.”

Imre Lakatos

El presente trabajo tiene por finalidad responder a la pregunta de qué relaciones existen entre
ciencia y poder. Se ha decidido abordar esta temática por el desafío que plantea al cuestionar
la concepción de ciencia como un saber desinteresado. Con esta finalidad, se partirá de la
base de que la ciencia es una construcción histórica haciendo mención de ejemplos de
relaciones entre ciencia y poder de diferentes épocas. Este trabajo se focaliza en las ciencias
fácticas, dejando de lado las ciencias formales cuyo objeto de estudio es ideal y de
demostración lógica, no empírica.

Esther Díaz plantea una justificación para el abordaje de esta temática:

La cuestión merece tratarse porque al deconstruir las relaciones entre verdad y


poder se revela que el conocimiento –muchas veces – está al servicio de la
dominación y no necesariamente de la apertura de espacios de libertad
comunitaria o del “bien común desinteresado”.

Para dar comienzo al desarrollo del trabajo, mencionaremos el poema “Credo de la Fe en la


Ciencia”, de autor anónimo, en el que se observa la concepción de la ciencia como un saber
que es fin en sí mismo y medio para un bien común (​por eso ella es nuestra única posibilidad
/ de un mundo mejor. Así es)​ . Sin embargo, esto no es así de sencillo ni puede decirse “Así
es” cual “Amén.”

En nuestro trabajo abordaremos por qué no es tan sencilla esta proposición. Nos parece
pertinente, antes que nada, definir lo que se entiende por poder y autoridad, son aquellas
“fuerzas represivas que un individuo o un grupo reducidos de personas, desde una posición
central, ejerce sobre otros.”(Nieto, 1995, p.8). Por lo tanto, el poder no queda restringido a
reyes, papas o ministros, sino que se extiende más allá de la esfera política y religiosa,
encontrándose relaciones de poder en términos de raza, género e imperialismo.

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La primera problemática que se observa es la definición ciencia y su relación con el saber y la
verdad. Estas definiciones y relaciones sólo pueden ser interpretadas de una manera
diacrónica, es decir, observando su evolución temporal.

Respecto a esto, Michel Foucault (1969: 215- 216) elabora el concepto de ​a priori histórico,​
el cual no es “condición de validez para unos juicios, sino condición de realidad para unos
enunciados”, el a priori histórico constituye “las condiciones de emergencia [...] la forma
específica de un modo de ser, los principios según los cuales ​los discursos científicos
subsisten, se transforman y desaparecen”, de este modo los discursos científicos “no tienen
únicamente un sentido o una verdad, sino una historia”. En función de este concepto elabora
otro, denominado positividad del discurso científico, el cual:

define un espacio limitado de comunicación. Espacio relativamente restringido ya


que está lejos de tener la amplitud de una ciencia considerada en todo su devenir
histórico, desde su más remoto origen hasta su punto actual de realización; pero
espacio más extendido, sin embargo, que el juego de influencias que ha podido
ejercerse de un autor a otro, o que el dominio de las polémicas explícitas. (p.214)

Sin embargo, las positividades, el tiempo y características en las que se enmarcan


determinados discursos científicos, no definen el balance entre lo que “hubiera podido ser
demostrado y tomar estatuto de saber definitivo” y lo que “se aceptaba sin prueba ni
demostración suficiente [...] lo que era admitido de creencia común o requerido por la fuerza
de la imaginación” (p. 304), sino que muestra con qué reglas juega la práctica discursiva
científica para crear proposiciones y desplegar teorías, forma “lo previo de lo que se revelará
y funcionará como un conocimiento o una ilusión, una verdad admitida o un error
denunciado, un saber definitivo o un obstáculo superado.” (p.305) Dentro de los elementos
que constituyen la positividad, que regulará en un marco histórico la práctica científica, se
encuentra el poder y el saber.

Rubén Pardo (2000) explica que en todas las sociedades, sean de la época que sean, el saber,
la teoría y todo lo que esté relacionado con la idea de “verdad” han sido esenciales. En la vida
de los individuos, así como en las prácticas sociales de las comunidades, es muy importante
la forma en la que se constituye el conocimiento. A lo largo de la historia se ha tenido, según

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Pardo, una concepción del saber que está basada en lo que se considera conocimiento en ese
momento determinado. Cree imposible entender la realidad en la que vivimos sin tener en
cuenta el papel que juega el discurso científico en esta. La ciencia actual la define de la
siguiente manera:

lo que "hoy" entendemos por ciencia, a saber, un tipo de conocimiento que debe
cumplir con ciertos requisitos: capacidad descriptiva, explicativa y predictiva
mediante leyes, carácter crítico, fundamentación lógica y empírica, carácter
metódico, sistematicidad, comunicabilidad mediante un lenguaje preciso y
pretensión de objetividad (p.42).

Sin embargo, aclara que esta es una definición restringida de la ciencia, ya que refiere a un
concepto moderno. Afirma que la ciencia abarca un sentido mucho más amplio. Ese sentido
permite hablar de "ciencia antigua" o "ciencia medieval". Se refiere al saber que determinada
época considera sólido. El concepto de ciencia varía a lo largo del tiempo y de las épocas.
Eso se debe a que las comunidades científicas de cada época definen a la ciencia de acuerdo a
las prácticas sociales a las que están acostumbrados y el modo en que comprenden la
realidad.

Habiendo aclarado esto, hay que mencionar que, ante lo amplio de la temática y la diversidad
de vínculos en los que existen relaciones de poder que luego se extienden al ámbito
científico, hemos optado por hacer una breve mención del poder que se observa desde una
perspectiva de género y raza, para luego centrar el análisis en las esferas que históricamente
han demostrado tener más impacto: la política y la religiosa.

Desde una perspectiva de género, el feminismo ha mostrado interés por la ciencia debido a
que “la actividad científica ha sido, y en gran medida sigue siendo, patrimonio de hombres
que pertenecen a grupos sociales y raciales específicos.” (Nieto, 1995, p.10). Entendido de
otro modo, la actividad científica se ha visto ejercida mayoritariamente por el hombre blanco
europeo que se ha legitimado a sí mismo.

Históricamente se ha vinculado a la ciencia con lo masculino por su carácter objetivo y


racional, en oposición a lo femenino, emocional y pasional, encontrado en la naturaleza.
Mauricio Nieto (1995) menciona que para algunos filósofos “de enorme influencia como

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Francis Bacon, el papel de la ciencia es conquistas, dominar, controlar y penetrar los secretos
de la naturaleza”(p.10). Implícitamente se encuentra la dominación del hombre hacia la
mujer.

Más allá de esto, algunos trabajos de medicina, fisiología, genética y antropología, que se han
presentado como neutral y objetivos, han ayudado a mantener y validar una estructura social
jerárquica, no sólo en géneros sino racialmente. Un claro ejemplo de esto es el ​darwinismo
social q​ ue a través de estudios biológicos con base en la teoría evolucionista de Darwin
legitimó la superioridad del hombre blanco sobre los negros e indígenas mediante la
explicación de que el mismo está naturalmente mejor dotado para el liderazgo de la sociedad.
Otro ejemplo, para terminar con este punto, son los estudios en craneometría de George
Morton, Louis Agazzi y Paul Broca, quienes popularizaron la idea de que el tamaño del
cerebro era proporcional a la capacidad intelectual, por lo que el hombre blanco era superior a
los indígenas, mongoles y negros, mientras que la mujer en todas las etnias poseía un cráneo
de menor tamaño y en consecuencia, menor capacidad intelectual que el hombre.

Ahora bien, dejando estos aspectos de lado, continuaremos realizando una pequeña reseña
histórica con ejemplos puntuales donde el poder, ya sea político o religioso, ha influido en el
curso y la concepción de la ciencia. Para ello, tomaremos en consideración las edades de la
historia típicamente pautadas. Entiéndase: Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna y Edad
Contemporánea.

En la época de la Antigua Grecia se consideraba que la “opinión” (doxa) era el principal


obstáculo para el desarrollo del saber (episteme). Mientras “doxa” es un saber no
fundamentado, que no realiza críticas y se obtiene de manera espontánea, “episteme” es el
saber fundamentado, crítico y que requiere reflexión.

Pero, como ya hemos mencionado, el concepto de conocimiento científico ha variado a lo


largo del tiempo. Por eso, según Pardo, si a un griego del siglo V a.C. le dijéramos el
concepto actual de ciencia, lo más probable es que no lo relacionaría con el término
“episteme”, podría relacionarlo con “saber empírico”, por ejemplo, pero no con ciencia.

Por su parte, Esther Díaz plantea ciertos ejemplos de problemas entre ciencia y poder.
Recuerda cómo en la Antigüedad la teoría de Platón y la de Aristóteles fueron dominantes en

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momentos diferentes: Platón cuando la democracia comenzaba a mostrar sus primeras grietas,
Aristóteles cuando Alejandro acabó con la posibilidad de una igualdad legislativa en Grecia.

Además, plantea que la teoría atómica antigua fue soslayada o negada durante milenios, para
resurgir solamente a fines del siglo XIX. Según la autora, el motivo por el cual su teoría fue
olvidada durante tanto tiempo es que los atomistas introdujeron la libertad y la ética en la
explicación de la naturaleza, además de compartir sus discusiones teóricas con mujeres. Esas
transgresiones al orden político-social establecido fue quizás la razón de que sus teorías no
fueran incluidas en las “publicaciones oficiales”.

En cambio, las concepciones teóricas de Platón y Aristóteles, por ejemplo, responden mejor a
las expectativas de los poderes hegemónicos, porque defienden la idea de que el orden
jerárquico y la necesidad lógica están por encima de las diferencias y libertades individuales.

Díaz remarca que los saberes que cierta época histórica considera verdaderos se imponen a
los demás solamente si coinciden con los objetivos de los dispositivos de poder vigentes,
validando y apoyando las prácticas sociales que sustentan dichos dispositivos.

Platón construyó un Mundo de Ideas trascendentes que no se puede percibir a través de los
sentidos. Ese mundo se consideró verdadero, mientras que el mundo concreto y perceptible es
solo un simulacro. Los entes de este mundo son semejantes entre ellos porque replican, de
una manera imperfecta, la perfección pura. Esta doctrina reinó en la Grecia de fines del siglo
V y siglo IV a.C, cuando había mucha incertidumbre por una unidad política que se estaba
perdiendo y volvió a reinar durante el cristianismo (siglo V d.C.).

Durante la Edad Media, la Iglesia tenía el mayor poder sobre la sociedad occidental. Junto al
poder político se creó la Santa Inquisición, que funcionó como aparato represivo para castigar
y perseguir aquellas doctrinas y posturas que fuesen contra la doctrina cristiana. En este
marco fueron perseguidos y asesinados algunos científicos como Galileo Galilei, Giordano
Bruno, Pietro d’Abano o Johannes Kepler.

Como se ha mencionado anteriormente, en esta época la Iglesia retomó la teoría platónica y la


aristotélica, relacionándolas con sus propios dogmas, a la vez que las instrumentaba

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comunitariamente para instaurar un rígido control social, en nombre de la moral y el orden.
Esther Díaz considera esto un ejemplo histórico claro de un dispositivo de verdad-poder.

En el ámbito de la medicina, durante mucho tiempo, hasta finales del siglo XV, tuvo gran
vigencia el modelo galénico, constituyéndose como el aparato doctrinal más extendido en la
medicina medieval. Galeno formuló sus teorías para intervenir en el debate en torno a la
recurrente crisis social del mundo romano. Este fundamento moral y ético, íntimamente
ligado con el poder político, fue el factor que permitió que se extendiera hacia la Edad Media,
época en la que el control moral por parte de la Iglesia fue muy fuerte, tal como se
ejemplificó anteriormente con al existencia de la Santa Inquisición:

La hipótesis básica es que la filosofía práctica de Galeno se sustenta en la idea de


que las actividades con significado moral (apetitos y emociones) tienen un
cometido en el mantenimiento del organismo. Así se justifica la introducción de
la medicina en el ámbito del comportamiento humano: si las emociones y las
pasiones tienen un papel fisiológico, su explicación incumbe a la medicina, la
cual también realiza el diagnóstico e indica en su caso el tratamiento, siguiendo el
procedimiento teórico propuesto para cualquier tipo de disfunción. Además, una
idea tradicional de enfermedad, que la entiende como desequilibrio entre las
partes, hace de la racionalidad una guía segura para la formación del carácter, ya
que permite explicar la conducta viciosa sin involucrarla. (R. Moreno; 2013)

Por otro lado, durante la Edad Moderna los conceptos físicos de Newton, a pesar que, como
dice Juan Arana (2016), fueran “dudosos desde el punto de vista de la fundamentación”,
triunfaron.

Uno de los motivos para el triunfo de las posturas newtonianas fue religioso: “Newton y sus
contemporáneos estaban convencidos de que Dios había edificado la fábrica del universo de
modo que fuera accesible al intelecto humano, incluso si este se guiara por ensayo y error.”
(Arana, J, 2016, p.5) De esta forma, los conceptos físicos no se establecieron como ideas
claras y diferenciadas, sino como magnitudes susceptibles de medida e incorporable como
variables en ecuaciones algebraicas.

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Paralelamente a esta postura física se establecía el modelo cartesiano, con el cual durante
cincuenta años hubo una lucha por constituirse como el paradigma hegemónico. Mientras la
postura de Descartes dominó el continente europeo, la de Newton dominó la de Inglaterra y
algunos otros países como Holanda. Menciona Arana que “el triunfo definitivo de Newton se
produjo en parte por el esfuerzo propagandístico de filósofos ilustrados como Voltaire”
(2016, p.5).

Posteriormente, surgió una teoría que se estableció como síntesis de estas: la teoría de
Leibniz. Sin embargo, esta no consiguió la aceptación de las anteriores. La explicación de
esto, según Arana, es que “mientras el honor nacional francés quedó empeñado en Descartes,
y el inglés en Newton, Leibniz tenía un perfil más cosmopolita y - como suele ser habitual -
quedó oscurecido por su falta de partidismo.” (p.6)

De esta manera, vemos que la aceptación de un modelo u otro no dependió tanto de su


rigurosidad conceptual y metodológica sino más bien de la aprobación de los diferentes
sectores de poder y su respectiva propaganda y validación. Es por falta de esta última que la
alternativa de Leibniz no logró la aceptación de los otros modelos disputados.

Por último, hablaremos de la Edad Contemporánea, donde realizaremos una distinción entre
modernidad y posmodernidad. Estos conceptos no se limitan a determinados períodos
históricos, sino que se constituyen como modelos de entender el mundo y, por extensión, la
ciencia. La modernidad da su puntapié inicial en el siglo XV y se constituye como una
“condición social con componentes sociales, culturales y económicos, un proyecto humano
occidental” (Ocaño; 2010, p.28) Se caracteriza por la búsqueda de modelos únicos de Verdad,
Bien y Belleza, desde una visión racional; en cuanto ciencia se busca un modelo perfecto y
objetivo de producción de conocimiento. No se debe confundir Edad Moderna, que terminó a
fines del siglo XVIII, con modernidad, ya que esta última se extiende hasta nuestros días.

Por otro lado, la posmodernidad surge a finales del siglo XX. Se caracteriza por la caída de
los ideales de conocimiento de la modernidad, una fuerte crítica y rechazo a los valores
modernos. (Pardo, R. , 2000). En la posmodernidad se acepta la inestabilidad y el azar, el
científico es re-ubicado en el cosmos, ya no como observador, sino que se adopta una postura

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de intersubjetividad, de modo que el científico dialoga con el cosmos. Se rompe con la lógica
moderna bivalente de verdadera o falso, aceptando la pluralidad de lógicas divergentes.

Esta distinción no es menor, ya que dependiendo si la humanidad se encuentra en un modelo


u otro la ciencia y la epistemología tendrá determinado sentido.

Durante el siglo XIX, en la modernidad, surge el positivismo, término creado por Augusto
Comte, sin embargo, sus precursores, Bacon, Locke, Hume y Berkeley, se remontan a siglos
anteriores. La creencia de estos filósofos es que el estudio de la metafísica es inútil, de modo
que lo único digno de ser pensado es el estudio científico observable: el saber positivo. Bacon
y sus contemporáneos compartían la idea de que “si queremos entender la naturaleza
debemos consultar a la naturaleza y no a los escritos de Aristóteles”.

En la década de los años 20 se consolida el positivismo lógico, o neopositivismo, con la


creación del Círculo de Viena. Este tipo de positivismo fue una forma extrema de empirismo
según la cual las teorías se justifican en su verificabilidad con los hechos observables y solo
tienen significado en tanto se puedan derivar de este modo. .

Las características del positivismo son:

1. Énfasis en el análisis de los lenguajes simbólicos que utiliza la ciencia.


2. Gran importancia de la lógica matemática.
3. Rechazo a la metafísica.
4. Los enunciados tienen sentido o significación cuando se puede concebir un
método para verificarlos empíricamente.
5. La experiencia funda los conocimientos. (Método inductivo)

El principio de inducción puede expresarse así: “Si en una amplia variedad de condiciones se
observa una gran cantidad de A y si todos los A observados poseen sin excepción la
propiedad B, entonces todos los A tienen la propiedad B.”

La ciencia moderna y positiva plantea dominación del hombre hacia la naturaleza, a la cual,
según Díaz, “le corresponde una concepción análoga en el terreno ético”:

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En el dominio de la naturaleza todo está condicionado según leyes causales. El
dominio de la moral, en cambio, se rige por la libertad. Pero sus leyes también
son universales. Así como en la naturaleza las leyes se cumplen con el acontecer
de los fenómenos, en la moral, las leyes se cumplen cuando las conductas
responden al deber.

De modo que las concepciones de la ciencia moderna y positiva se extienden a la ética y la


política, justificando la explotación de los proletarios por parte de los burgueses, siendo
análogamente los primeros la naturaleza y los segundos los científicos, como parte natural de
las leyes que rigen en el mundo. Es parte de la objetividad positivista.

Sin embargo, en el siglo XX, gestándose la posmodernidad, sucede una ruptura con la
concepción de ciencia. Anteriormente, la mayoría de los trabajos en historia y filosofía de la
ciencia legitimaban y enaltecían el método y los logros de la ciencia, viéndola como un factor
fundamental de progreso y desarrollo. Pero cuando la ciencia creó las bombas nucleares y
Harry S. Truman bombardeó Hiroshima y Nagasaki, demostró que no todo conocimiento
científico es bueno ​per se​ y que aquello que pudiera servir para el progreso también puede
destruir. Hay que recordar que con anterioridad el mundo se vio afectado por las dos guerras
mundiales, que fueron un factor fermental para que este clima se terminase de gestar en los
‘70 con otros factores socio-históricos:

Las innovaciones culturales de los años sesenta, que no podemos desligar de la


guerra de Vietnam, la cultura hippie, la revolución estudiantil y un creciente
temor de una vida dominada por la tecnología y las leyes deterministas, generaron
profundas preguntas sobre la entonces actual autoridad de la ciencia y el poder de
las instituciones con respaldo científico. El éxito y el progreso de la ciencia se
convirtieron en temas candentes que incluían una actitud desconfiada en los
ideales ilustrados de esta fuente incuestionable de poder y progreso. (Nieto, M;
1995, p.4)

En estas circunstancias surgen pensadores tales como Thomas Kuhn, Impre Lakatos y Paul
Feyerabend, quienes “persuadieron con cierto éxito a la filosofía de reconocer la urgencia de
una revisión histórica, tanto de las teorías, instituciones científicas como de su entorno”. (p.5)

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De esta manera, la historia de la ciencia también cambió de paradigma, convirtiendo aquellos
logros individuales y ahistóricos en “descripciones de los mecanismos e intereses sociales
sobre los que se legitima el conocimiento.” (p.5)

Anteriormente Karl Popper, influenciado por la incidencia que tuvo la teoría de la relatividad,
planteó un criterio metodológico conocido como falsacionismo. La teoría de la relatividad
produjo muchas dudas acerca del estatuto que tenía la verdad en las ciencias. Eso llevó a
Popper a considerar la posibilidad de que todo conocimiento está provisto de conjeturas e
hipótesis, pero no cualquier hipótesis, deben ser hipótesis que puedan ser criticadas a través
de ciertos procedimientos planteados por el autor.

Según él, nunca se puede establecer la verdad de una teoría, pero sí su falsedad. De modo que
una teoría, para ser corroborada o aceptada, debe pasar por una serie de contrastaciones, de
falseadores potenciales que tratan de refutarla; y así, si ninguno tiene éxito, está corroborada.

Desde el punto de vista de Popper, el progreso es muy importante en la ciencia, se debería


avanzar y lograr teorías cada vez más satisfactorias y verosímiles. Pero, al contrario de los
inductistas, los falsacionistas no creen que una teoría se va haciendo más “invencible” a
medida de que va sobreviviendo a los intentos de falsearla, simplemente creen que se
mantiene firme, lo que no significa que no puede falsearse.

Thomas​ ​Kuhn, por su parte, concibe a la filosofía de la ciencia como una investigación
histórica, que debería mostrar cómo algunas teorías se han desarrollado y otras no, porque
algunas se han aceptado y otras no. Esta investigación histórica lo llevó a transformar la
imagen de la ciencia y, a partir de lo que consideramos como historia, si podemos
considerarla como algo más que simplemente un depósito de hechos con determinada
cronología. También le proporcionó ciertas bases que le permitieron dudar del proceso
acumulativo de la ciencia.

Kuhn distingue entre ciencia normal y ciencia extraordinaria. En la ciencia normal, hay una
investigación que está basada en ciertas realizaciones científicas pasadas, esas realizaciones
son “avaladas” por una comunidad científica como fundamentos que pueden servir a una
práctica posterior; generalmente este tipo de ciencia es elaborada en un período de estabilidad
del conocimiento científico. La ciencia normal es una actividad por la cual determinada

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comunidad científica trata de resolver enigmas, basada en un paradigma, dentro del que se
van desarrollando los conocimientos.

Se considera paradigma a las concepciones de una comunidad científicas, en un momento


dado. Por un lado, refiere a todas las creencias, valores, etc. que son compartidos por los
miembros de la comunidad. Por otro lado, denota soluciones a problemas que son típicamente
usadas como base o ejemplo para solucionar problemas de la ciencia normal. Los paradigmas
son considerados mejores cuanto más éxito tienen al resolver problemas que son
considerados agudos.

Por otro lado, Kuhn llama ciencia extraordinaria a los momentos en que hay una crisis que
genera un cambio de paradigma. En la ciencia normal, cuando se descubren anomalías se las
trata de dejar de lado para mantener el paradigma. Cuando eso ya no es posible, se produce
una crisis en el paradigma y este acaba siendo sustituido por otro.

En ocasiones, un problema normal que aparentemente se podría resolver opone resistencia o


una pieza del equipo no cumple con las expectativas. Una acumulación de estas anomalías
hace que se empiecen a mirar las cosas de otra manera, lo que va haciendo que surjan otros
problemas, eso acaba generando una revolución científica: una crisis de los fundamentos y
cambios en la manera de ver el mundo y en el paradigma. Es, para Kuhn, un episodio de
desarrollo no acumulativo, ya que se reemplaza el paradigma.

En el siglo XX nacieron tres invenciones que cambiaron la historia de la humanidad: la fisión


del átomo, la informática y la biotecnología. Díaz cree que una de las características más
importante de estos tres “inventos” es la capacidad de reproducirse al infinito. La autora
afirma que esto también pasa con la economía actual y el sistema político hegemónico: el
neoliberalismo.

La biotecnología plantea la posibilidad de una nueva manera de segregación basada en el


genotipo. Según Díaz estas investigaciones indudablemente desembocan en una nueva
eugenesia que, como todas, se produce únicamente para beneficio de los poderosos.

Por otro lado, llevando la temática abordada al ámbito educativo, vemos la evolución de la
ciencia en las prácticas en los laboratorios. Para realizar cualquier trabajo práctico debíamos

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encontrarnos en un laboratorio, con los instrumentos indicados y con una serie de pasos a
seguir a modo “receta de cocina”, lo cual se adecua al paradigma de la escuela tradicional: el
alumno tenía todo en sus manos, no existía necesidad de cuestionar, reflexionar o concluir
nada.

Al pasar el tiempo, lo que se conocía como ciencia ya no coincidía con la realidad. Es aquí
donde surge la necesidad de sacar a la luz posibles deformaciones que la enseñanza de las
ciencias podría estar transmitiendo por acción u omisión. Hoy día dichas prácticas
cambiaron: pasaron de ser memorísticas y metódicas a constructivas, encontrándose en el
paradigma constructivista y de enseñanza para la comprensión: los alumnos son guiados por
el docente, pero son ellos los que deben edificar.

En conclusión, aunque la ciencia ha tenido pretensiones de objetividad siempre se ha


vinculado con el poder. En ocasiones la ciencia ha legitimado el poder de determinados
grupos sobre otros, presentando la jerarquización y opresión como cuestiones naturales y
biológicas. En otras circunstancias, diversas teorías han tenido mayor aceptación que otras,
no por su rigurosidad metodológica y conceptual, sino por la propaganda y aprobación que
poseían por parte de grupos poderosos, políticos o religiosos; o en casos contrarios, la censura
total y persecución de científicos se ha ejercido por los mismos grupos de poder.

Aunque la idea de que la ciencia es objetiva y sirve para el beneficio de la humanidad fue
compartida por muchos años, especialmente durante la modernidad, a partir de los ‘70 se
cuestionó fuertemente, debido a hechos que habían ocurrido desde comienzos del siglo XX
que mostraron la capacidad destructiva de la ciencia y la utilización de esta capacidad por
determinados grupos o países para demostrar su poder a otros.

Nieto (1995) afirma que “el conocimiento científico es una construcción social. [...] No hay
nada extraordinario ni sagrado al respecto, como toda actividad social, la ciencia está sujeta y
depende de convenciones y negociaciones, de los intereses de los individuos y comunidades
específicas.” (p.5).

Ante este problema, Paul Karl Feyerabend se mostró firme ante el racionalismo, que predica
la objetividad, y planteó una teoría de ​anarquismo epistemológico,​ cuyo procedimiento es
contrainductivo, de modo que se basa en “la contradicción sistemática de teorías y resultados

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experimentales bien establecidos. [...] Para Feyerabend hay que proponer ideas distintas,
recurriendo como fuente de inspiración para ello incluso a teorías antiguas y desechadas, [...]
oponiéndose a lo plausible en cada momento histórico dado.” (Echeverría, J. ; 1989, p. 214)

De esta manera, podemos decir, al igual que lo planteó Feyerabend, que el éxito de una teoría
dentro de determinada comunidad y período histórico no significa que sea verdadera, sino
que incluso deja traslucir una ideología y una cosmovisión, a la cual sirven o a la cual
validan.

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Bibliografía:

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