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Autores pioneros en los libros

infantiles ilustrados
Luis Daniel González Follow
Sep 30, 2015 · 4 min read

Para los interesados en los orígenes de los libros infantiles ilustrados, indico a
continuación diez autores decimonónicos que conviene conocer. De todos ellos
se pueden consultar los libros que digo, y otros, en internet. En las biografías de
mi página, a las que remito desde aquí, hay algunos enlaces a ellos.

Al principio de los libros ilustrados infantiles se suele colocar en primer lugar al


checo Johann Amos Komensky (1592–1670), conocido como Comenius. A él se
debe el primer libro pedagógico con ilustraciones: el Orbis Sensualium Pictus
(1658). Comenius, que juzgaba las escuelas en las que estudió como una
«cámara de tortura de la inteligencia», no sólo formuló teorías pedagógicas de
gran peso, sino que, convencido de que a los niños había que mostrarles lo que
se nombraba, concibió y ejecutó un libro culto pero legible que fue muy pronto
traducido a todas las lenguas y tomado como modelo de futuras enciclopedias.

Otro autor importante fue el inglés Thomas Bewick (1753–1828). Por un lado
descubrió un nuevo tratamiento para el grabado en madera que supuso un
abaratamiento de la impresión, y mayor comodidad y flexibilidad para
componer las planchas. Pero, además de su contribución técnica, Bewick fue
también el primer ilustrador popular de animales, pues realizó unos libros de
gran éxito entre los niños ingleses: A General History of Quadrupeds (1790), con
su hermano John (1760–1795); y, después de su muerte, A History of British
Birds, en dos partes, Land Birds (1797) y Water Birds (1804).

Luego, en los orígenes de los libros que cuentan relatos en los que palabras e
imágenes son inseparables, se ha de mencionar al profesor suizo Rodolphe
Töpffer (1799–1846). Crítico de arte, gran admirador del pintor William
Hogarth (1697–1764), a Töpffer se le considera el primer teórico de la
«literatura en imágenes»: señaló el valor de las expresiones elípticas en las
narraciones con imágenes, destacó el carácter convencional de los signos
artísticos, hizo hincapié en que la esencia de ese arte no es la imitación sino la
expresión.

Podemos considerar como primeros antepasados directos de los álbumes, entre


los libros ilustrados que se publican en el siglo XIX, dos libros alemanes: es
curioso que, en el teórico país del orden y la disciplina, es donde nacen los
primeros niños rebeldes y maleducados, unos verdaderos revolucionarios en la
literatura infantil. El primero fue el Struwwelpeter (1845) de Heinrich
Hoffmann (1809–1894), un libro de láminas de contenido sarcástico y
rompedor.

El segundo fue Max y Moritz (1865) de Wilhelm Busch (1832–1908), en cierto


modo el primer libro ilustrado con el estilo de los futuros cómic con unos
protagonistas que componen la primera de tantas parejas de niños revoltosos de
la LIJ. Ambos tuvieron muchos imitadores luego, tanto en sus contenidos, típicos
de los cuentos de advertencia, como en el tipo tosco de ilustración.

Walter Crane (1845–1915) fue quien primero transformó muchos cuentos


clásicos en verdaderos álbumes: desde 1865 a 1876, con el impulso del editor
Edmund Evans, publicó dos o tres toy books por año. Era el suyo un estilo
decorativista, de líneas claras y bien definidas, con influencias de la pintura
japonesa y de las decoraciones de los vasos griegos, y alejado del dibujo más
fresco y suelto de su contemporáneo Caldecott.
Kate Greenaway (1846–1901) fue quien confeccionó por primera vez, con A
Apple Pie (1886), un abecedario con formato de álbum pensado con una inédita
continuidad gráfica. Publicó también álbumes con unos característicos niños
formales y elegantísimos. Merecen destacarse sus imágenes para el poema de
Robert Browning (1812–1889) El flautista de Hamelin (1888) pues consiguió un
álbum extraordinario: aparte de que funciona muy bien la combinación entre
unas ilustraciones dulces con un argumento un poco desasosegante, Greenaway
logró ilustrar con gran brillantez… la música.

Randolph Caldecott (1846–1886) inició el camino de transformar viejas


canciones populares infantiles en álbumes, como se puede ver en The House that
Jack built (1878) y otros. Rompió con el estilo decorativista de Crane y
Greenaway y, como sus dibujos tenían calidad y eran muy divertidos, alcanzó
una mayor popularidad. Sabía jugar bien con la tensión entre lo que afirma el
texto y lo que muestran las imágenes, y componer armoniosamente, sobre la
superficie de las páginas, las palabras y las ilustraciones.

A estos tres ilustradores ingleses, los que primero desarrollaron estrategias


dirigidas a construir álbumes ilustrados tal como los conocemos hoy, aunque
todos a partir de un texto ajeno previo, se les ha de unir el francés Louis-
Maurice Boutet de Monvel (1851–1913), perteneciente a la misma escuela,
pues está influido por Greenaway y el Art Nouveau, pero distinto a ellos tanto en
su estilo como en sus temas: publicó un importante álbum biográfico, Juana de
Arco (1896); puso imágenes a relatos de Anatole France sobre niños de clases
populares en Nuestros niños (1887).

Además, entre los ilustradores de la época que tendrían gran influencia en


ilustradores posteriores hay que citar a Carl Larsson (1853–1931), un gran
pintor sueco, que ilustró los Cuentos de Andersen y publicó libros propios que
alcanzaron gran popularidad como Una casa (Ett Hem), veinte acuarelas que se
expusieron por primera vez en Estocolmo el año 1897. Después publicó cuatro
libros más con cuadros intimistas sobre vida familiar y sobre comportamiento de
niños que serán modelos para muchos ilustradores posteriores.

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