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PRIMERA PARTE
ErebuS
I
Y me puse a delinear de cualquier manera un plano del alma, en el que dos poderes
presidían, uno varón y otro hembra; y en el cerebro del hombre, el varón predomina,
y en el de la mujer, la hembra... Hasta en un hombre, la parte femenina del cerebro
debe ejercer influencia; y tampoco la mujer debe rehuir contacto con el hombre que hay
en ella. Esa, tal vez, fue a intención de Coleridge cuando dijo que una gran inteligencia
es andrógina. Cuando se opera esa fusión, la mente queda fecundada plenamente y
dirige todas sus facultades.
Virginia Woolf1.
Durante los dos primeros millones de años de su existencia, tanto el cuerpo como el
cerebro de los homínidos fueron creciendo poco a poco. Luego, durante el siguiente
millón de años, se produjo un cambio significativo: mientras que la estatura se
incrementaba en una proporción mínima, su cerebro adquirió 500 gramos más de tejido
neuronal, principalmente en el neocórtex. Simultáneamente, las funciones cerebrales se
dividieron en dos: un hecho revolucionario necesario, porque la evolución tuvo que
renovar sus conexiones neuronales para hacer posible el lenguaje.
Para situar este acontecimiento en su contexto, conviene hacer un repaso del
funcionamiento del cerebro. Todos los vertebrados, incluidos los peces, tienen cerebro
bilobulado. En todos los casos, cada uno de estos lóbulos hemisféricos simétricos
desempeña el mismo tipo de funciones. Si bien los lóbulos del cerebro humano son
aparentemente simétricos, son funcionalmente diferentes. A esta especialización se la
llama lateralización hemisférica. Se ha comprobado la existencia de esta característica
en algunos otros vertebrados, pero sus manifestaciones en el comportamiento (el
lenguaje y la división en diestros y zurdos) son mucho más acosadas en los humanos
que en cualquier otra especie. Existe un puente de fibras neuronales llamado cuerpo
calloso que conecta y une los dos lóbulos corticales de manera que cada uno de los
lados sabe lo que piensa el otro.
La prensa ha difundido ampliamente las características fundamentales de la
asimetría entre el lado derecho y el lado izquierdo del cerebro. Casi todo el mundo sabe
que cada hemisferio del cerebro controla los músculos del lado opuesto del cuerpo. Casi
todos saben también que los dos hemisferios funcionan coordinadamente.
Sin embargo, no se han descubierto hasta hace bien poco los atributos distintivos de
cada hemisferio. Los poetas y los místicos se han referido desde hace mucho tiempo a
las profundas divisiones de nuestra psique, pero no fue hasta finales del siglo XIX
cuando los investigadores comenzaron a percibir estas diferencias. Donde con más
claridad se podía observar el fenómeno era en los pacientes con heridas traumáticas o
derrames cerebrales. En las últimas décadas, los neurólogos, mediante el estudio de
pacientes con las dos partes del cerebro separadas, y haciendo un mapa del cerebro de
las personas normales utilizando los escáneres más avanzados, han podido estudiar cada
uno de los hemisferios con relativa independencia.
1
Virginia Woolf, Un cuarto propio.
La disfunción que se produce en los diestros como consecuencia de los daños
producidos en la parte izquierda del cerebro es tan tremenda que los neurocientíficos
suelen llamar dominante al hemisferio cerebral izquierdo. Si bien hay quien ha puesto
objeciones a la excesiva simplificación que supone el esquema de lateralización del
cerebro, existen ciertos hechos incontrovertibles. Si un diestro sufre un importante
derrame en el hemisferio izquierdo (el lóbulo de control), con pocas excepciones se
producirá una radical deficiencia en el habla, una parálisis de los músculos del lado
derecho o una disfunción en su capacidad de pensamiento abstracto. Por el contrario,
los daños en la parte derecha del cerebro reducen la capacidad de la persona afectada
para resolver problemas espaciales, reconocer rostros, apreciar la música, además de
paralizársele el lado izquierdo del cuerpo.
Carl Gustav Jung fue un médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave
en la etapa inicial del psicoanálisis; posteriormente, fundador de
la escuela de Psicología analítica. Se le relaciona a menudo con
Sigmund Freud, de quien fuera colaborador en sus comienzos.
Carl Gustav Jung fue un pionero de la psicología profunda y uno
de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el
siglo XX. Su abordaje teórico y clínico enfatizó la conexión
funcional entre la estructura de la psique y la de sus productos
(es decir, sus manifestaciones culturales). Esto le impulsó a
incorporar en su metodología nociones procedentes de la
antropología, la alquimia, los sueños, el arte, la mitología, la
religión y la filosofía.
Le interesaba sobremanera la colaboración entre el Oriente y
el Occidente en relación a los caminos de crecimiento Carl Gustav Jung
personal ofrecido por ambos. Realmente, desempeñó un (1875-1961).
papel significativo en la introducción de las religiones
orientales en el público occidental. Su influencia, ciertamente, ha ayudado a que en
Occidente se aprecien la religión y el pensamiento oriental.
De todos los teóricos influyentes de la psicología moderna, Jung parece haber
tomado más seriamente la intuición. Para él, no se trataba “ni de percepción sensorial, ni
de sentimiento, ni de deducción intelectual, aunque puede también aparecer bajo esas
formas. En la intuición, un contenido se presenta a sí mismo como total y completo, sin
que podamos ser capaces de explicar o descubrir cómo surgió. La intuición es una
especie de aprehensión instintiva, cualquiera sea su contenido”.
Jung estableció que la base psíquica del ser humano tiene una estructura cuaternaria
y que se encuentra en una relación proyectiva simétricamente especular. La tensión de
opuestos es para Jung el fundamento de la actividad psíquica. Este concepto de simetría
y polaridad, ha sido del terreno de la física atómica y también de otras disciplinas, como
la biología.
Previamente a los descubrimientos de la neurología acerca de las características de
las funciones hemisféricas del cerebro, Jung ya había establecido un esquema en el cual
dividió la actividad psíquica del ser humano en cuatro funciones principales: sensación,
intuición, sentimiento y pensamiento4.
4
Debemos ser cuidadosos de no confundir la terminología de Jung con nuestro uso coloquial de estos
términos. Ordinariamente podríamos considerar la “intuición” y el “pensamiento” como una dicotomía y
asociar el “sentimiento” con alguno de los sentidos (tacto) o con la intuición, como en la expresión
“siento algo”. Para captar el modelo de Jung, es necesario respetar sus definiciones.
Ellas funcionan de a pares como en un balancín, una sube mientras la otra baja:
Sentimiento versus Pensamiento
Sensación versus Intuición
Jung resumió las cuatro funciones del siguiente modo: “En la sensación incluyo
todas las percepciones que llegan a través de los órganos de los sentidos; por
pensamiento me refiero a la función de la cognición intelectual y a la formación de
conclusiones lógicas; el sentimiento es una función de valoración subjetiva; tomo a la
intuición como una percepción por medio del inconsciente, o una percepción de
contenidos inconscientes”.
Jung concibe la sensación y la intuición como funciones perceptivas, y el
pensamiento y el sentimiento como funciones de juicio. La percepción determina qué
sabemos, y el juicio, qué hacemos con lo que sabemos. En el eje de la percepción, la
sensación nos da conocimiento de las cosas tal como aparecen; es un recopilador de
datos que nos da información acerca del mundo exterior. La intuición suministra
información del interior; ve, más allá de las apariencias, el significado interior, las
relaciones, las interpretaciones y las posibilidades.
Si bien las cuatro funciones son propias de todos los seres humanos, Jung postula
que cada persona nace con una predisposición natural hacia uno de las cuatro, que es
denominada función dominante. En el curso de la evolución de sus vidas, las personas
desarrollan más esta función, la que utilizan en forma predominante. También pueden
desarrollar una segunda y una tercera. Estas otras dos funciones (no predominantes ni
rechazadas) pueden colaborar con la función dominante como auxiliares a ella. La
cuarta función, descuidada por el sujeto, Jung la llamó función infravalorada o función
menospreciada. Lo que hacemos con esta función, es en gran medida incontrolado y cae
bajo la influencia lo inconsciente.
Así mismo, en su teoría de los tipos psicológicos, Jung dividió a las personas en dos
grandes grupos, según la dirección de la tendencia que motivaba su conducta. Algunos
individuos están más condicionados por los objetos que atraen su interés y otros lo están
por sus procesos internos. A los primeros los denominó extravertidos movimiento hacia
afuera, y a los segundos, introvertidos movimiento hacia adentro5. El predominio una
función psíquica unido a la tendencia a la motivación externa o interna (extraversión o
introversión) produce una “personalidad” o tipo psicológico especifico. De esta manera,
distinguió Jung ocho tipos psicológicos básicos.
«En cada niño - decía Jung - preexiste una disposición psíquica funcional adecuada,
anterior a la consciencia».
La palabra hemisferio, que significa “media esfera”, tiene sólo dos usos habituales:
denomina los hemisferios del cerebro y los hemisferios del planeta. En la Tierra existen
dos culturas dominantes principales aunque totalmente diferentes: la del Este (oriental)
y la del Oeste (occidental). Sus características diferenciadoras son un reflejo de las
funciones hemisféricas distintas del cerebro humano. Tradicionalmente, Occidente ha
sido más extrovertido y dualista; Oriente, introvertido y monista. Occidente considera
su historia como una secuencia de acontecimientos; Oriente tiende a percibir los
esquemas o modelos. La medicina occidental tiende a ser mecanicista; la medicina
oriental posee una metodología globalizadora. Los rasgos más representativos de
Occidente se corresponden fundamentalmente con el hemisferio izquierdo; los de
Oriente, con el derecho.
El conocimiento racional se forma con las experiencias que tenemos con los objetos
y los sucesos de nuestro entorno diario. Pertenece al reino del intelecto, cuya función es
la de discriminar, medir, comparar, dividir y categorizar. De este modo, creamos un
mundo de distinciones intelectuales, de opuestos, que sólo pueden existir en relación
unos con otros, siendo esta la razón por la que los budistas llaman a este conocimiento
“relativo”. La abstracción es el rasgo crucial de este tipo de conocimiento, pues para
comparar y clasificar la inmensa variedad de formas, estructuras y fenómenos que nos
rodean, nos es imposible tomar en cuenta todos sus rasgos, por ello tenemos por fuerza
que seleccionar unos pocos de los más significativos. De este modo construimos un
mapa intelectual de la realidad, en el que las cosas están reducidas a sus rasgos más
generales. El conocimiento racional constituye así, un sistema de conceptos y símbolos
abstractos, caracterizado por una secuencia lineal y secuencial, típica de nuestro modo
de pensar y de nuestro hablar. En la mayoría de los idiomas esa estructura lineal se
evidencia en el uso de alfabetos que sirven para comunicar experiencias y pensamientos
mediante largas líneas de letras.
Por otro lado, el mundo natural es un mundo de
infinitas variedades y complejidades, un mundo
multidimensional que no contiene líneas rectas ni
formas absolutamente regulares, donde las cosas no
suceden en secuencias sino todas juntas, un mundo
(como nos dice la física moderna) donde incluso el
espacio vacío es curvo. Es evidente que nuestro
sistema abstracto de pensamiento conceptual nunca
podrá describir ni entender por completo esta
realidad. Al pensar en el mundo nos enfrentamos al
mismo tipo de problema que afronta el cartógrafo
que trata de cubrir la superficie curvada de la tierra
con una serie de mapas planos. Con tal
procedimiento podemos sólo esperar una
representación aproximada de la realidad, y por ello, todo el conocimiento racional
estará necesariamente limitado.
El reino del conocimiento racional es, por supuesto, el reino de la ciencia que mide,
cuantifica, clasifica y analiza. Las limitaciones de cualquier conocimiento obtenido con
estos métodos se han hecho cada vez más evidentes en la moderna ciencia y en
particular en la física moderna, la cual nos enseña, en palabras de Werner Heisenberg,
que, “toda palabra o concepto, por claro que pueda parecernos, tiene sólo un limitado
margen de aplicabilidad”6.
Para la mayoría de nosotros resulta muy difícil ser conscientes de las limitaciones y
de la relatividad del conocimiento conceptual. Dado que nuestra representación de la
realidad es mucho más fácil de captar que la realidad misma, tendemos a confundir una
con la otra y a tomar nuestros conceptos y nuestros símbolos como la realidad. Una de
las principales metas del misticismo oriental es liberarnos de esa confusión. Los
budistas Len dicen que para señalar a la luna es necesario un dedo, pero que una vez que
hemos ya reconocido a la luna, debemos dejar de preocuparnos por el dedo. El sabio
taoísta Chang Tzu escribió:
“Las cestas de pescar se emplean para
capturar peces pero una vez conseguido el pez, el
hombre se olvida de las cestas. Las trampas se
emplean para atrapar liebres, pero una vez atrapadas
las liebres, los hombres se olvidan de las trampas.
Las palabras se emplean para expresar ideas, pero
una vez transmitidas las ideas, los hombres olvidan
las palabras”7.
6
W. Heisenberg, Physics and Philosophy, pág. 125.
7
Chuang Tzu, trad. James Legge, adaptado por Clae Wallham, cap.26.
“Lo que es inaudible, impalpable, sin forma, perecedero, del mismo nodo que es
insípido, permanente, inodoro, sin principio ni fin, más alto que lo más grande, firme.
Al percibir eso, uno queda liberado de las fauces de la muerte ”8.
Lao Tse, quien llama a esta realidad “el Tao”, afirma exactamente lo mismo en la
línea inicial del Tao Te King: “El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao”.
El hecho (evidente si leemos los periódicos) de que la humanidad, a pesar del
prodigioso incremento experimentado por el conocimiento racional, no se ha hecho
mucho más sabia durante los últimos dos mil años, constituye una clara evidencia de la
imposibilidad de comunicar el conocimiento absoluto por medio de las palabras. Como
dijo Chuang Tzu: “Si fuera posible hablar de ello, todo el mundo se lo habría dicho a su
hermano”.10
De este modo, el conocimiento absoluto constituye una experiencia de la realidad
totalmente ajena al intelecto, una
experiencia que surge de un
estado no ordinario de
consciencia, al que podríamos
llamar estado "meditativo" o
místico. La existencia de tal
estado no sólo ha sido atestiguada
por numerosos místicos de
oriente y occidente, sino que
también la investigación
psicológica da cuenta de ella.
Estas son las palabras de William James al respecto:
8
Katha Upanishad, 3.15.
9
Kena Upanishad, 3.
10
Citado en el libro de J. Needham, Science and Civilisation in China, vol. 11, pág. 85.
“Nuestra conciencia normal de vigilia, que nosotros llamamos racional, no es más que
un tipo especial de consciencia, y a su alrededor, separadas de ella por la más transparente
de las películas, existen formas potenciales de consciencia totalmente diferentes”. 11
Este pasaje recuerda al del místico yaqui Don Juan, quien dice: “Lo que yo prefiero
es ver... porque sólo viendo puede un hombre de conocimiento saber”17.
13
D. T. Suzuki, On Indian Mahayana Buddhism Ed. Edward Conze, pág. 237.
14
J. Needham, ob. cit., vol. 11, pág. 33.10.
15
Del Zenrin Kushu, en I. Muira & R, Fuller Sasaki, The Zen Koan, pág. 103.
16
D. T. Suzuki, Outlines of Mahayana Buddism, pág. 235.
17
Carlos Castaneda, Una Realidad Aparte, pág. 10.
Sin embargo, este énfasis sobre la visión que se observa en las diferentes tradiciones
místicas no debe ser tomado en un sentido demasiado literal, sino que más bien debería
entenderse en un sentido metafórico, puesto que la experiencia mística de la realidad es
esencialmente una experiencia asensorial. Cuando los místicos orientales hablan de
“ver” se refieren a un modo de percepción que tal vez incluya la captación visual, pero
que esencialmente siempre la trasciende, convirtiéndose en una experiencia no sensorial
de la realidad. Lo que ellos resaltan, sin embargó, al hablar de ver, mirar u observar, es
el carácter empírico de su conocimiento. Este enfoque empírico de la filosofía oriental
nos recuerda mucho al énfasis que la ciencia pone en la observación y nos sugiere un
esquema para nuestra comparación. La etapa experimental de la investigación científica
parece corresponderse con la percepción directa del místico oriental y los modelos y
teorías científicos se corresponderían con los diversos modos en que esa percepción es
interpretada.
Teniendo en cuenta la gran diferencia existente entre las naturalezas de estos dos
actos de observación, este paralelismo entre el experimento científico y la experiencia
mística puede parecer sorprendente. Los físicos realizan experimentos que implican un
elaborado trabajo de equipo y una tecnología altamente sofisticada, mientras que los
místicos obtienen su conocimiento simplemente a través de la introspección, sin
maquinaria de ningún tipo y en la privacidad de su meditación. Además, los
experimentos científicos son repetibles en cualquier momento y por cualquier persona,
mientras que las experiencias místicas parecen estar reservadas a unos pocos individuos
y a ocasiones muy especiales. Un examen más minucioso muestra, sin embargo, que la
diferencia entre ambos tipos de observación radica sólo en su enfoque y no en su
complejidad ni en su confiabilidad.
Quien desee repetir un experimento de física subatómica tendrá que pasar antes
muchos años de estudio, entrenamiento y preparación. Sólo entonces podrá hacer una
pregunta concreta a la naturaleza a través del experimento, y podrá comprender la
respuesta. De manera similar, la experiencia mística requiere generalmente muchos años
de entrenamiento bajo la dirección de un maestro experto y, al igual que ocurre en el
experimento científico, el tiempo dedicado no garantiza por sí solo el éxito. No
obstante, si el estudiante tiene éxito, podrá “repetir el experimento”. De hecho, la
repetición de la experiencia es básica en el entrenamiento místico y constituye la meta
de toda instrucción mística.
Una experiencia mística, por lo tanto, no es algo más único que un moderno
experimento de física. Por otro lado, tampoco es amenos sofisticada, aunque lo sea de
un modo diferente. La complejidad y la eficiencia de los aparatos técnicos del físico se
ve igualada, si no superada, por la consciencia del místico (tanto física como espiritual)
en la meditación profunda. Así, tanto científicos copio místicos han desarrollado
métodos de observación de la naturaleza altamente sofisticados, inaccesibles a los
profanos. Una página de una revista sobre física experimental será tan misteriosa para el
no iniciado como un mandala tibetano. Ambos son registros de investigaciones sobre la
naturaleza del universo.
Aunque en general, las experiencias místicas no ocurren sin una larga preparación.
todos experimentamos en nuestra vida diaria percepciones intuitivas directas. Todos
hemos vivido una situación en la que hemos olvidado el nombre de alguna persona o de
algún lugar o cualquier otra cosa, y no somos capaces de recordarlo pese a la más
absoluta concentración. Lo tenemos “en la punta de la lengua”, pero no nos sale, hasta
que abandonamos y llevamos nuestra atención a otra cosa, cuando de repente, de un
modo instantáneo, recordamos el nombre olvidado. En este proceso no interviene
ningún pensamiento. Es una percepción repentina, inmediata. Este ejemplo sobre el
recuerdo repentino está muy relacionado con el budismo, que mantiene que nuestra
naturaleza original es la del Buda iluminado y que simplemente, lo hemos olvidado. A
los estudiantes de budismo Zen se les pide que descubran “su rostro original”, siendo la
iluminación el recuerdo “súbito” de ese rostro.
En nuestra vida diaria, las percepciones intuitivas directas de la naturaleza de las
cosas están normalmente limitadas a momentos muy breves. No así en el misticismo
oriental, donde se extienden a largos períodos y finalmente, se convierten en una
consciencia permanente. La preparación de la mente para esa consciencia para una
consciencia inmediata y no conceptual de la realidad constituye la principal finalidad de
todas las escuelas de misticismo orientales, y en muchos aspectos, de la propia forma de
vida oriental. Durante la larga historia cultural de la India, de China y de Japón, se han
desarrollado una enorme variedad de técnicas, de rituales y de formas artísticas
tendientes a alcanzar dicha meta. A todos ellos se les puede llamar meditación, en el
más puro sentido de la palabra. La intención básica de todas estas técnicas parece ser la
de silenciar a la mente pensante y trasladar la consciencia desde el modo racional al
intuitivo. En muchas formas de meditación, ese silencio de la mente racional se logra
concentrando la atención en un solo detalle, como la respiración, el sonido de un mantra
o la imagen visual de un mandala. Otras escuelas enfocan su atención en los
movimientos del cuerpo, que deberán realizarse de un modo espontáneo, sin la
interferencia de ningún pensamiento. Esta es la manera del yoga hindú y del T'ai Chi
Ch' uan taoísta. Estos movimientos rítmicos pueden conducir a la misma sensación de
paz y serenidad que caracteriza a otras formas más estáticas de meditación.
Las formas de arte orientales son también modos de meditación. No son tanto
medios de expresión de las ideas del artista como posibilidades de autorrealización
mediante el desarrollo del modo de consciencia intuitivo. La música india no se aprende
leyendo notas, sino escuchando tocar al maestro y desarrollando así el sentido musical,
del mismo modo que los movimientos del T'ai Chi no se aprenden con instrucciones
verbales sino haciéndolos una vez y otra, al unísono con el maestro. Las ceremonias de
té japonesas están llenas de movimientos lentos y rituales. La caligrafía china requiere
de un movimiento de la mano desinhibido y espontáneo. Todas estas habilidades son
utilizadas en oriente para desarrollar el modo de consciencia meditativo.
Para la mayoría de las personas, especialmente para los intelectuales, este modo de
consciencia constituye una experiencia totalmente nueva. Los científicos conocen las
percepciones intuitivas directas de su investigación, pues todo nuevo descubrimiento se
origina en uno de esos flashes repentinos y no verbales. Pero éstos son momentos
extremadamente cortos, que surgen cuando la mente está llena de información, de
conceptos y de patrones de pensamiento. En la meditación, por el contrario, la mente se
ha vaciado de pensamientos y conceptos, preparándose así para funcionar durante largos
períodos de modo intuitivo.
Una vez la mente racional ha sido silenciada, el modo intuitivo genera una
consciencia extraordinaria. El entorno se experimenta de una forma directa, sin ser
filtrado por el pensamiento conceptual. En palabras de Chuang Tzu, “la mente calmada
del sabio es un espejo donde se reflejan el cielo y la tierra es el reflejo de todas las
cosas”18. Esta experiencia de unidad con el entorno constituye la característica principal
del estado meditativo. Es un estado de consciencia en el que toda forma de
fragmentación cesa, fundiéndose en una unidad indiferenciada.
Todos estos koanes tienen más o menos soluciones únicas, que un maestro
competente reconocerá inmediatamente. Una vez se ha hallado la solución, el koan deja
de ser algo absurdo y se convierte en una afirmación profundamente significativa,
surgida de un estado de consciencia que el propio koan ayudó a despertar.
En la escuela Rinzai, el estudiante tiene que resolver una larga serie de koanes, cada
uno de ellos relacionado con un aspecto particular del Zen. Este es el único modo en
que esta escuela transmite sus enseñanzas. No utiliza ningún tipo de afirmaciones
positivas, sino que deja que el estudiante capte por sí mismo la verdad a través de los
koanes.
La solución de un koan exige un supremo esfuerzo de concentración y un
involucramiento total por parte del estudiante. En los libros sobre Zen leemos que el
koan capta el corazón y la mente del estudiante, creando un callejón sin salida, un
estado sostenido de tensión en el que la totalidad del mundo se convierte en una enorme
masa de dudas y preguntas.
En Japón existe todavía otro medio de expresar los conceptos filosóficos que debe
también ser mencionado. Es una forma especial de poesía extremadamente concisa,
usada frecuentemente por los maestros Zen para señalar directamente hacia la esencia
20
P. Kapleau. Three Pillars of 7, pág. 135.
de la “realidad”. Cuando un monje preguntó a Fuketsu Ensho: "Cuando no puede
utilizarse la palabra ni el silencio, ¿cómo evitarnos el error?", el maestro respondió:
“Siempre recuerdo a Kiangsu en marzo.
El canto de la perdiz,
la abundancia de flores olorosas”21.
Cuando los místicos orientales expresan su conocimiento mediante palabras -ya sea
sirviéndose de mitos, de imágenes poéticas o de afirmaciones absurdas- son siempre
conscientes de las limitaciones impuestas por el lenguaje y por el pensamiento "lineal".
Los físicos modernos han llegado a adoptar exactamente la misma actitud en relación
con sus modelos verbales y sus teorías, las cuales son también sólo aproximadas y
forzosamente inexactas. Constituyen el equivalente de los mitos orientales, de los
símbolos y de las imágenes poéticas, y es en ese nivel donde voy a examinar los
paralelismos. Una misma idea sobre la materia es transmitida, por ejemplo, a un hindú
mediante la danza cósmica del dios Shiva y a los físicos a través de ciertos aspectos de
la teoría del campo cuántico. Ambos, el dios danzante y la teoría física, son creaciones
de la mente: modelos que describen la intuición de sus autores sobre la realidad.
Las raíces de la física, corno las de toda la ciencia occidental, se hallan en el primer
período de la filosofía griega, en el siglo VI antes de Cristo, en una cultura en la que no
existía separación alguna entre ciencia, filosofía y
religión. Los sabios de la escuela de Mileto no se
preocupaban de tales distinciones. Su finalidad era
descubrir la naturaleza esencial, la constitución real de las
cosas, que ellos llamaron "físis". El término "física" se
deriva de esta palabra griega, y por lo tanto, inicialmente
significaba el empeño por conocer la naturaleza esencial
de todas las cosas. Esta, desde luego, es también la
finalidad central de todos los místicos y la filosofía de la
escuela de Mileto tenía ciertamente un fuerte aroma
místico. Los de Mileto fueron llamados "hylozoístas" -los
que creen que la materia está viva- por los griegos más
molemos, porque no veían diferencia alguna entre lo animado y lo inanimado, entre
espíritu y materia. De hecho, ni siquiera tenían una palabra para designar a la materia,
pues consideraban que todas las formas de existencia eran manifestaciones de la "físis"
dotadas de vida y de espiritualidad. Así, Tales declaró que todas las cosas están llenas de
dioses y Anaximandro vio el universo como una especie de organismo sostenido por el
"neuma" o aliento cósmico, del mismo modo que el cuerpo humano está sustentado por
el aire.
La visión monista y orgánica de los filósofos de Mileto estaba muy cercana a las
antiguas filosofías de China e India, cuya concepción del mundo era como la de un
juego dinámico entre fuerzas energéticas que cambian constantemente: nada es fijo o
estático, todo fluye, cambia y nace sin cesar.
Estos paralelismos con el pensamiento oriental se acentúan todavía más en
Heráclito de Efeso. Heráclito creía en un mundo en perpetuo cambio, en un eterno
"devenir". Para él todo ser estático estaba basado en un error de apreciación y su
principio universal era el fuego, símbolo del flujo continuo y del cambio de todas las
cosas. Heráclito enseñó que todos los cambios que se producen en el mundo ocurren por
la interacción dinámica y cíclica de los opuestos, y consideraba que todo par de
opuestos formaba una unidad. A esa unidad, que contiene y trasciende a todas las
fuerzas opuestas, la llamó el Logos. Unidad que comenzó a resquebrajarse con la
escuela de Elea, la cual asumió la existencia de un principio divino que prevalecía sobre
todos los dioses y los hombres. Inicialmente se identificó a este principio con la unidad
del universo, pero luego se consideró que era un dios inteligente y personal que
gobierna y dirige al mundo. Así comenzó una tendencia de pensamiento que llevó
finalmente a la separación entre espíritu y materia, y a un dualismo que se convirtió en
la característica de la filosofía occidental.
Parménides de Elea, cuyo pensamiento era totalmente opuesto al de Heráclito, dio
un paso decisivo en esa dirección. Llamó a su principio básico el Ser y sostuvo que era
único e invariable. Consideró que el cambio era imposible y anunció que los cambios
que creemos percibir en el mundo son meras ilusiones de los sentidos. A partir de esa
filosofía, el concepto de una substancia indestructible que presenta propiedades
variables fue creciendo, hasta llegar a convertirse en uno de los conceptos
fundamentales del pensamiento occidental. En el siglo V antes de Cristo, los filósofos
griegos intentaron superar el agudo contraste que existía entre las visiones de
Parménides y Heráclito. A fin de reconciliar la idea del Ser inmutable (de Parménides)
con el eterno Devenir (de Heráclito) asumieron que el Ser se manifiesta en ciertas
substancias invariables y que la mezcla o separación de las mismas origina los cambios
que tienen lugar en el mundo. Esto los llevó al concepto del átomo, la unidad más
pequeña de materia indivisible, cuya más clara expresión se halla en la filosofía de
Leucipo y Demócrito. Los atomistas griegos trazaron una clara línea divisoria entre
espíritu y materia, representando a la materia como constituida por diversos "ladrillos
básicos". Estos eran partículas puramente pasivas e intrínsecamente muertas que se
movían en el vacío. No se explicaba la causa de su movimiento, pero se solía relacionar
con fuerzas externas que se suponían de origen espiritual y que eran fundamentalmente
diferentes de la materia. En siglos posteriores esta imagen se convirtió en un elemento
esencial del pensamiento occidental, del dualismo entre mente y materia, entre cuerpo y
alma.
Una vez que la idea de la separación entre espíritu y materia hubo arraigado, los
filósofos, en lugar de hacia el mundo material, volcaron su atención hacia el mundo
espiritual, hacia el alma humana y hacia los asuntos de la ética y la moralidad. Estas
cuestiones ocuparon el pensamiento occidental durante más de dos mil años, a partir de
la culminación de la ciencia y la cultura griegas que tuvo lugar en los siglos V y IV
antes de Cristo. El conocimiento científico de la antigüedad fue sistematizado y
organizado por Aristóteles, quien creó el esquema que serviría de base durante dos mil
años a la concepción occidental del universo. Aristóteles creía que las cuestiones
relativas a la perfección del alma humana y a la contemplación de Dios eran mucho más
importantes que las investigaciones sobre el mundo material. La razón por la que el
modelo aristotélico del universo permaneció incontestado durante tanto tiempo fue
precisamente esa falta de interés en el mundo material, y también la gran influencia de
la Iglesia Cristiana que apoyó las doctrinas de Aristóteles durante toda la Edad Media.
Todo esto cambió radicalmente a mediados del siglo XVI.
EL UNIVERSO MECANICO
UN DIVORCIO AMARGO
“Este bellísimo sistema solar con los planetas y los cometas únicamente puede proceder del
consejo y dominio de un ser inteligente y poderoso... Ese ser gobierna todas las cosas, no
como alma del mundo, sino como Señor de todo... Es eterno e infinito, omnipotente y
omnisciente. Gobierna todas las cosas y conoce todo lo que es o puede ser...
Desconozco la razón de que, en nuestro sistema solar, haya un cuerpo cualificado para dar
luz y calor a todo el resto, salvo que el Autor pensara que era conveniente.”
El modelo materialista de la realidad pasó hace tiempo desde las filas de la «teoría»
a quedarse establecido como base implícita de todo pensamiento e investigación.
Durante 400 años ha gobernado la búsqueda científica y la apertura del mundo
científico a lo que es posible o imposible. Dice que el universo es un sistema mecánico
compuesto por «sillares» elementales, materiales y sólidos. Afirma que es real lo que es
medible y que lo medible es sólo aquello que podemos percibir con los cinco sentidos y
cualquier extensión mecánica de los mismos. Presupone también que la única manera
válida de adquirir conocimiento es desterrar los sentimientos y la subjetividad y llegar a
ser completamente racional y objetivo.
Esta manera de relacionarse con el mundo divide la totalidad de la vida humana en
mente y cuerpo. Declara que son impropios los sentimientos, las pasiones, las
intuiciones y la imaginación. Cosifica la naturaleza y nos aparta de ella. Bajo ese
prisma, la naturaleza se convierte en «recursos» que controlar y explotar en vez de en un
sistema orgánico vivo que hay que cuidar y mantener.
Según el paradigma científico actual, vivimos en un universo mecánico que es un
universo muerto. Es el mundo de la máquina. Puede que una inteligencia viva lo creara
y pusiera en marcha (tal y como Newton y los primeros científicos creían firmemente),
pero, ahora, el universo es completamente mecánico y predecible. Dado un conjunto de
condiciones iniciales, el resultado está determinado en su totalidad. Los efectos son
inevitables.
Ahora bien, aunque el movimiento de los planetas sea predecible al igual que la
caída de rocas o de manzanas, y aunque el funcionamiento de los objetos y su relación
con el mundo material sea cuantificable (y veremos más tarde que la física cuántica
contradice estos postulados), afirmar que todo ello es cierto con respecto a la vida
humana es degradante y sofocante. ¿Adónde nos lleva esa clase de vida? Si no existe la
libertad, si el camino que tenemos delante está totalmente determinado de antemano,
¿en qué consiste la vida, entonces? En ese modelo no hay lugar para el conocimiento ni
para el espíritu, la libertad y la elección.
La filosofía del dualismo cartesiano ejerció una influencia tremenda sobre el modo
de pensar occidental, hasta nuestros días. La famosa frase de Descartes "Cogito ergo
sum" -pienso, luego existo-, llevó al hombre occidental a considerarse identificado con
su mente, en lugar de hacerlo con todo su organismo. Como consecuencia de esta
división cartesiana, la mayoría de los individuos son conscientes de sí mismos como
egos aislados, que existen "dentro" de sus cuerpos. La mente fue separada del cuerpo y
se le asignó la fútil tarea de controlarlo, causando así un aparente conflicto entre la
voluntad consciente y los instintos involuntarios. Cada individuo fue además dividido
en un gran número de compartimentos separados, de acuerdo a sus actividades, sus
talentos, sus sentimientos, sus creencias y así sucesivamente, generándose de este modo
conflictos sin fin, una gran confusión metafísica y una continua frustración.
Esta fragmentación interna es un reflejo del "mundo exterior", percibido como una
multitud de objetos y acontecimientos separados. El entorno natural es tratado como si
consistiera en partes separadas, que existen para ser explotadas por diferentes grupos de
interés. Esta visión fragmentada es acentuada todavía por la sociedad, dividida en
diferentes naciones, razas y grupos religiosos y políticos. La creencia de que todos esos
fragmentos en nosotros mismos, en nuestro entorno y en nuestra sociedad están
realmente separados, puede considerarse como la razón esencial de la presente serie de
crisis sociales, ecológicas y culturales. Nos ha separado de la naturaleza y de nuestros
congéneres humanos. Ha generado una distribución enormemente injusta de los
recursos naturales creando el desorden político y económico, una creciente ola de
violencia, tanto espontánea como institucionalizada y un feo y contaminado medio
ambiente, en el que la vida se ha hecho a veces malsana, tanto física como mentalmente.
El contemplar el mundo exterior como materia sin vida y nada más, que funciona
con arreglo a leyes mecánicas predecibles y carece de toda cualidad espiritual o
animada, nos separa de la naturaleza viviente que nos sostiene, proporcionando a la
humanidad una excusa perfecta para explotar todos los «recursos naturales» para fines
inmediatos y egoístas, sin preocuparse por otros seres vivientes ni por el futuro del
planeta. Y el planeta ha sufrido. Saqueados sus recursos y despojado de su pureza,
nuestro hogar contaminado entró en barrena hasta llegar al borde de la extinción.
No se trata sólo de que el modelo antiguo no sea suficiente para responder las
cuestiones que plantea la nueva búsqueda. Un problema aún más serio es que el viejo
modelo no ha hecho lo suficiente para liberar al ser humano del sufrimiento, de la po-
breza, de la injusticia y de las miserias de la guerra. De hecho, podríamos decir incluso
que muchos de estos problemas han ido a peor por causa del modelo mecánico que ha
dominado tanto tiempo nuestro modo de experimentar el mundo.
UN PARADIGMA NUEVO
Un conocido científico (algunos dicen que fue Bertrand Russell) daba una vez una
conferencia sobre astronomía. En ella describía cómo la Tierra giraba alrededor del Sol
y cómo éste, a su vez, giraba alrededor del centro de una vasta colección de estrellas
conocida como nuestra galaxia. Al final de la charla, una simpática señora ya de edad se
levantó y le dijo desde el fondo de la sala: «Lo que nos ha contado usted no son más que
tonterías. El mundo es en realidad una plataforma plana sustentada por el caparazón de
una tortuga gigante». El científico sonrió ampliamente antes de replicarle, « ¿y en qué
se apoya la tortuga?». «Usted es muy inteligente, joven, muy inteligente -dijo la señora-.
¡Pero hay infinitas tortugas una debajo de otra!».
La mayor parte de la gente encontraría bastante ridícula la imagen de nuestro
universo como una torre infinita de tortugas, pero, ¿en qué nos basamos para creer que
lo conocemos mejor? ¿Qué sabemos acerca del universo, y cómo hemos llegado a
saberlo. ¿De dónde surgió el universo, y a dónde va? ¿Tuvo el universo un principio, y,
si así fue, que sucedió con anterioridad a él? ¿Cuál es la naturaleza del tiempo? ¿Llegará
éste alguna vez a un final? Avances recientes de la física, posibles en parte gracias a
fantásticas nuevas tecnologías, sugieren respuestas a algunas de estas preguntas que
desde hace mucho tiempo nos preocupan. Algún día estas respuestas podrán parecernos
tan obvias como el que la Tierra gire alrededor del Sol, o, quizás, tan ridículas como una
torre de tortugas. Sólo el tiempo (cualquiera que sea su significado) lo dirá.
Extractado de:
Stephen Hawking – Una Breve Historia del Tiempo (1988).
CONTESTACIÓN A LA CIENCIA
SIMON H
Quisiera referirme brevemente a esa teoría, tan aceptada hoy en día, referente a la
creación del Universo. Me estoy refiriendo al llamado Big-Bang.
Si aceptamos que el Big-Bang fue tal, sin el concurso de un planteamiento
inteligente y determinante de una creación dirigida; lo lógico sería que de aquella
explosión saldrían los «trozos» en dispersión más o menos grandes e irregulares.
Suponiendo que hablásemos de materia y, sin cambiar de rumbo, se alejarían más y más
del punto central, pero siempre iguales en estructura y en densidad. Si hablamos
científica y lógicamente, eso tendría que ser así. Si admitimos cambios, ya estamos
diciendo otra cosa. Pero resulta que esos supuestos «trozos» son esféricos en su mayoría
y que, además, forman reuniones simétricas de galaxias distintas entre sí, enjambres o
complejos de supercúmulos inexplicables. Es más, cada planeta inmerso en una galaxia
tiene rotaciones, traslaciones, etc., con distintas formas en colores, radiaciones,
atmósferas, anillos, satélites, órbitas o elipses distintos totalmente y con distintos giro y
velocidad. Y por si esto fuera poco, resulta que en algún planeta nacen seres inteligentes
que se consideran capaces de interpretar todo este gran misterio.
Probablemente ya tengan sus teorías preparadas para explicar todos estos
fenómenos, dando por supuesto que entre tantos millones de planetas sólo en éste (tan
pequeño en comparación con otros bien cercanos) es donde apareció la vida en una
evolución progresiva y prodigiosa, de una manera... espontánea, debido a la casualidad.
Demos por cierto el Big-Bang, pero hay algo de lo que ningún físico se atrevió a dar
explicación; sólo encontramos contestaciones muy poco comprometidas cuando no se
puede eludir la respuesta.
¿Qué había antes de la explosión?
Y es que este es el mayor de los problemas, que nunca se podrán resolver. Y sin
embargo, ahí se centra todo. En este problema aún hay algo más «chocante». Parece ser
que en algunos medios religiosos creen que es bueno que la ciencia llegase a esa
conclusión del principio del Universo porque, según piensan, es ahí donde se enlaza con
la Teología.
Mi modesto parecer es que ese punto es tan precario como que es el inicio de dos
caminos distintos totalmente. Veamos: para los creyentes es el principio de la Creación
por Dios, por tanto, con esto ya se está diciendo que no fue el principio donde antes no
había nada; el principio fue Dios, y tratar de explicar a Dios no se le ocurriría a nadie,
así que, si todo nació de la voluntad divina, ya no hay más que explicar, ni antes ni
después.
En cambio, el principio científico vigente es otra cosa bien distinta:
Hay una supuesta explosión, sin un antes, donde suponen que se desencadenó un
calor de mil millones de grados centígrados y luego, al enfriarse, quedó en diez mil. A
partir de eso aparecen las primeras partículas subnucleares estables, para a continuación
dividirse en neutrones y protones. A partir de esa energía se compondrá la materia
estelar, dando como resultado el Universo en expansión. El Big-Bang ocurrió, según los
cálculos más recientes, hace quince mil millones de años. De la causa primera no hay
explicación, o se da una bien extraña y anticientífica, como que al no existir el espacio y
el tiempo, no había nada... Efecto sin causa, algo inconcebible.
Sea como sea, hay entre los científicos una alegría tremenda al dar como
confirmación lo que ellos esperaban, y con lo que queda resuelto el problema del
principio. «... Bien, —decía uno de estos señores en T.V.— ya sabemos de donde
venimos, ahora falta saber a donde vamos...»
Esto, dicho por un positivista, por un ateo, no tiene sentido alguno; es ciertamente
una incongruencia. Veamos: si no existió un Creador y se da por cierto que el Universo
nació de una explosión venida de ningún lado, empezó a existir lo que antes no existía.
Pero si la frase se refiere a de donde venimos los humanos («... de donde venimos...»),
pues según el positivismo está bien claro de donde venimos, y para ellos no hay duda
tampoco de donde terminamos, otra explicación que la que sigue será pura ilusión: Cada
hombre o mujer empezó como un pequeño embrión en el vientre de su madre, y acabará
convertido en tierra, y es ahí su fin.
Y eso es así de escueto; el hablar de otros principios o de otras terminaciones deja
de ser científico. Por lo tanto no tiene sentido tanta algarada, ni dar por hecho que
nacimos con el Big-Bang y que no sabemos donde vamos, porque eso no encaja en el
positivismo, sólo sería lógico en el que cree en la pervivencia más allá de la muerte del
cuerpo (si bien la ciencia no puede brindar la prueba de que no existe existencia
posterior o anterior a la vida corporal, todo el paradigma de la ciencia moderna se ha
sustentado sobre este supuesto incuestionable). No obstante, si se planteara «ya sabemos
donde empezó la materia» y se piensa que el Hombre sólo es materia, entonces esa sería
solamente la explicación. Como conjunto material, sí sabemos donde terminará nuestra
existencia como animales en la Tierra; pero, ¿dónde terminará la Tierra...? Esa es otra
cuestión.
Con lo cual, científicamente hablando, somos tan poca cosa que casi ni figuramos
más que como masa de materia perecedera que tiene un momento de vida en un
minúsculo rincón del Universo.
Pienso que con ese supuesto descubrimiento en la confirmación del Big-Bang es tan
poco lo conseguido que casi no es nada, mientras no se puedan responder las preguntas
que den solidez a esa verdad supuesta. Y las preguntas siguen siendo estas:
¿Una explosión, de qué cosa...?
¿De dónde salió esa cosa, energía o algo muy denso que después sería energía?
¿Y el espacio, el vacío, esa materia oscura y sin fin?
¿Cómo se formaron los códigos para que se diesen las distintas formas, densidades,
evoluciones, gamas atómicas, cuerpos siderales distintos entre sí, agujeros negros,
supernovas, galaxias diferentes unas de otras y... la Vida?
Y, ¿para qué todo eso...? ¿Para NADA?
Si sólo se dice «... de la nada», si se dice «... necesidad de evolución», si se habla de
que las condiciones se dieron simplemente favorables... Todo eso es tan anticientífico,
que es NADA.
Sólo cabe ya decir una cosa:
¡Cuánto trabajo, señor, para decir que no existes!
Extractado de:
Simon H – La Luz de la Alquimia.
EXTRACTADO DE:
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