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AION

PRIMERA PARTE

HACIA UN NUEVO PARADIGMA


DE LA EXISTENCIA

No obstante, el misterio fundamental continúa. Todo el caminar de la


ciencia hacia la unificación del concepto – la reducción de la materia a
elementos y después a unos u otros tipos de partículas, la reducción de
estas “fuerzas” a un solo concepto de “energía”, y después la reducción
de materia y energía a una sola cantidad básica – va todavía hacia lo
desconocido. El gran número de cuestiones se fusiona convirtiéndose en
una, para la cual puede que nunca haya una respuesta: ¿cual es el
estrato subyacente de realidad física que busca explorar la ciencia?
Albert Einstein.

El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao.


Lao Tse.

ErebuS
I

EL CONOCIMIENTO DEL MUNDO

HEMISFERIO DERECHO / HEMISFERIO IZQUIERDO

Y me puse a delinear de cualquier manera un plano del alma, en el que dos poderes
presidían, uno varón y otro hembra; y en el cerebro del hombre, el varón predomina,
y en el de la mujer, la hembra... Hasta en un hombre, la parte femenina del cerebro
debe ejercer influencia; y tampoco la mujer debe rehuir contacto con el hombre que hay
en ella. Esa, tal vez, fue a intención de Coleridge cuando dijo que una gran inteligencia
es andrógina. Cuando se opera esa fusión, la mente queda fecundada plenamente y
dirige todas sus facultades.
Virginia Woolf1.

Durante los dos primeros millones de años de su existencia, tanto el cuerpo como el
cerebro de los homínidos fueron creciendo poco a poco. Luego, durante el siguiente
millón de años, se produjo un cambio significativo: mientras que la estatura se
incrementaba en una proporción mínima, su cerebro adquirió 500 gramos más de tejido
neuronal, principalmente en el neocórtex. Simultáneamente, las funciones cerebrales se
dividieron en dos: un hecho revolucionario necesario, porque la evolución tuvo que
renovar sus conexiones neuronales para hacer posible el lenguaje.
Para situar este acontecimiento en su contexto, conviene hacer un repaso del
funcionamiento del cerebro. Todos los vertebrados, incluidos los peces, tienen cerebro
bilobulado. En todos los casos, cada uno de estos lóbulos hemisféricos simétricos
desempeña el mismo tipo de funciones. Si bien los lóbulos del cerebro humano son
aparentemente simétricos, son funcionalmente diferentes. A esta especialización se la
llama lateralización hemisférica. Se ha comprobado la existencia de esta característica
en algunos otros vertebrados, pero sus manifestaciones en el comportamiento (el
lenguaje y la división en diestros y zurdos) son mucho más acosadas en los humanos
que en cualquier otra especie. Existe un puente de fibras neuronales llamado cuerpo
calloso que conecta y une los dos lóbulos corticales de manera que cada uno de los
lados sabe lo que piensa el otro.
La prensa ha difundido ampliamente las características fundamentales de la
asimetría entre el lado derecho y el lado izquierdo del cerebro. Casi todo el mundo sabe
que cada hemisferio del cerebro controla los músculos del lado opuesto del cuerpo. Casi
todos saben también que los dos hemisferios funcionan coordinadamente.
Sin embargo, no se han descubierto hasta hace bien poco los atributos distintivos de
cada hemisferio. Los poetas y los místicos se han referido desde hace mucho tiempo a
las profundas divisiones de nuestra psique, pero no fue hasta finales del siglo XIX
cuando los investigadores comenzaron a percibir estas diferencias. Donde con más
claridad se podía observar el fenómeno era en los pacientes con heridas traumáticas o
derrames cerebrales. En las últimas décadas, los neurólogos, mediante el estudio de
pacientes con las dos partes del cerebro separadas, y haciendo un mapa del cerebro de
las personas normales utilizando los escáneres más avanzados, han podido estudiar cada
uno de los hemisferios con relativa independencia.

1
Virginia Woolf, Un cuarto propio.
La disfunción que se produce en los diestros como consecuencia de los daños
producidos en la parte izquierda del cerebro es tan tremenda que los neurocientíficos
suelen llamar dominante al hemisferio cerebral izquierdo. Si bien hay quien ha puesto
objeciones a la excesiva simplificación que supone el esquema de lateralización del
cerebro, existen ciertos hechos incontrovertibles. Si un diestro sufre un importante
derrame en el hemisferio izquierdo (el lóbulo de control), con pocas excepciones se
producirá una radical deficiencia en el habla, una parálisis de los músculos del lado
derecho o una disfunción en su capacidad de pensamiento abstracto. Por el contrario,
los daños en la parte derecha del cerebro reducen la capacidad de la persona afectada
para resolver problemas espaciales, reconocer rostros, apreciar la música, además de
paralizársele el lado izquierdo del cuerpo.

De los dos hemisferios de los humanos, el lado derecho es el hermano mayor. En el


útero, el hemisferio derecho del cerebro del feto humano incluso está en proceso de
maduración antes de que el lado izquierdo comience a desarrollarse. El viejo y sabio
lado derecho: más relacionado con las necesidades e instintos derivados de las primeras
etapas la evolución, está más preparado para ocuparse de este tipo de cuestiones que el
lado izquierdo, más joven. En el hemisferio derecho tienen lugar los sentimientos, el
reconocimiento de imágenes y la apreciación de percepciones globales, como la música.
Su aportación al conocimiento es la conciencia del entorno que nos rodea, sintetizando
muchos factores determinantes para que la mente pueda percibir las sensaciones de
manera global y simultánea.
La parte derecha del cerebro es no verbal, y tiene más en común con los modos de
comunicación de los animales más primitivos: Se relaciona con el lenguaje de gritos,
gestos, muecas, abrazos, de los chupetones al mamar, de los contactos físicos y de las
posturas corporales. Sus estados emocionales poseen escaso control de la voluntad y
delatan los verdaderos sentimientos merced a los movimientos involuntarios, el sonrojo
o la sonrisa.
La parte derecha del cerebro, en mayor medida que la izquierda, es capaz de
expresar el modo de ser o estar, esa compleja red de emociones encontradas que
constituye nuestro estado existencial en un momento dado. En el lenguaje habitual
preguntamos «¿Cómo estás?» y la respuesta comienza por un «Estoy...» El verbo
«estar» forma parte tanto de la pregunta como de la respuesta. Ejemplos parecidos se
podrían poner con el verbo «ser».
La parte derecha del cerebro, con mayor frecuencia que la izquierda, genera
sentimientos, amor, humor o la experiencia estética, por ejemplo, que son no lógicos, y
que desafían las reglas del razonamiento convencional. Cuando Pascal escribió «El
corazón tiene razones de las que la razón nada sabe», se refería a este tipo de
conocimiento vinculado con la emocional parte derecha del cerebro, diferenciándola de
lo que ocurre en el lado izquierdo.
Los sentimientos del lado derecho del cerebro son auténticos. Cuando una persona
ha experimentado el amor o el éxtasis, lo sabe. Hay una voz interior que verifica sin
lugar a dudas la experiencia. Son los sentimientos los que nos permiten tener fe en Dios,
comprender un chiste, experimentar el fervor patriótico o sentir rechazo hacia un cuadro
que otra persona juzga bello. Son estados que poseen una cualidad no discursiva.
Apoyándose en las sombras de nuestros más lejanos orígenes, los sentimientos superan
en mucho la facultad verbal del cerebro, recientemente adquirida en el devenir de la
evolución. No existe una nomenclatura clara y distintiva para describirlos. Cuando a las
personas se les fuerza a explicar sus experiencias emocionales, exasperadas éstas suelen
recurrir a la tautología: «¡Porque sí!» Lo que uno ama, las cosas por las que se vive y
por las que se muere no son fáciles de expresar con palabras.
Los sentimientos no suelen progresar de forma lineal, sino que se experimentan de
forma global y simultánea. Cuando «se caza» un chiste, se produce una explosión de
risa. Las intuiciones llegan de forma súbita. Tanto Newton corno Einstein informaron
que les había sucedido lo que el poeta Rilke Ilamó «deflagraciones de claridad». El
amor a primera vista, como el que Dante experimenta en su encuentro con Beatriz,
sucede en un instante. Las conversiones religiosas, como la que sacudió a Pablo en el
camino de Damasco, golpean como un rayo.
Una característica de la comunicación no verbal es que no existe proceso simbólico
que interfiera con la apreciación directa de la realidad. La parte derecha del cerebro
percibe el mundo de manera concreta. Por ejemplo, una expresión facial «se lee» sin
hacer ningún intento de traducirla a palabras.
El hemisferio derecho es también la puerta que conduce al mundo de lo invisible. Es
el dominio de los estados alterados de conciencia, donde la fe y el misterio tienen
preponderancia sobre la lógica. Existen pruebas irrefutables de que los sueños tienen
lugar primordialmente en el lado derecho del cerebro2.
Cuando las personas creen necesario expresar en palabras una experiencia interior,
como un sueño, una emoción o un sentimiento complejo, echan mano de un tipo
especial de lenguaje llamado metáfora, que es la característica contribución del lado
derecho del cerebro a la capacidad comunicativa del lado izquierdo. La palabra
metáfora resulta de la combinación de dos palabras griegas, nieta, que significa «por
encima», y fe- rein, «llevar al otro lado». Las metáforas permiten saltar al otro lado del
abismo entre un pensamiento y el siguiente. Las metáforas tienen múltiples niveles de
significado que se perciben simultáneamente. Proporcionan una plasticidad al lenguaje
sin la cual, muchas veces, la comunicación sería menos interesante, más difícil o incluso
imposible. El mundo objetivo se puede describir, medir y catalogar con notable
precisión, pero para comunicar una emoción o un sentimiento empleamos metáforas.
Decir a alguien que nuestro corazón está «volando como un águila» o «frío como el
hielo» revela la sinergia entre las imágenes concretas del lado derecho del cerebro y las
palabras abstractas del izquierdo. Las metáforas engendran la poesía: el mito forma
parte esencial de las parábolas religiosas y de la sabiduría de los cuentos populares.
El lado derecho del cerebro se distingue también por su capacidad para poner las
imágenes en relación. Puede integrar de una sola vez los componentes del campo de
visión, sintetizando una serie de elementos incongruentes de forma global y simultánea.
La cara humana es la imagen con mayor cantidad de componentes que ha de descifrar el
lado derecho del cerebro. La modificación de las expresiones faciales y la infinita va-
riedad de caras humanas son factores que dan mayor complejidad aún a la tarea, así
como la posibilidad de que la persona que hay detrás de la cara esté intentando
engañarnos. El lado derecho del cerebro tiene en cuenta todos estos factores y
habitualmente realiza una interpretación perfecta.
Buena prueba de esta habilidad del lado derecho del cerebro es la facilidad con que
la gente reconoce las caras de otros. Las arrugas o la calvicie pueden haber cambiado
radicalmente la cara de un antiguo amigo; sin embargo, seguimos siendo capaces de
distinguir en medio de la multitud a ese amigo de la infancia, al que no hemos visto
durante decenas de años. Por otro lado, algunos individuos que han sufrido daños en su
hemisferio derecho no pueden reconocer ni a los miembros de su propia familia ni a sus
amigos; algunos incluso son incapaces de reconocer su propia cara en el espejo.
2
Joseph Bogen, «The Other Side of the Brain: An Appositional Mind».
El hemisferio derecho no habla, pero participa activamente en la comprensión de la
palabra hablada. Al escuchar con suma atención las formas del habla mientras el
hemisferio izquierdo descifra el contenido, el hemisferio derecho es experto en
descubrir mensajes ocultos, interpretando las inflexiones y los matices. Es consciente de
la postura, de la expresión facial y de los gestos del que habla. Por debajo del nivel de
conciencia, va registrando el tamaño de la pupila y los temblores de la mano. Esta
habilidad no es especialmente útil cuando la información que se transmite es objetiva,
como por ejemplo temas legales, científicos, económicos o académicos. Pero cuando la
conversación es personal, las configuraciones faciales y las inflexiones vocales pueden
dar al que escucha una comprensión sustancial de lo que sucede realmente a veces
mejor que con las palabras que han sido pronunciadas. Como es prácticamente
imposible describir la forma en que el hemisferio derecho descifra el lenguaje no verbal,
la mayoría de la gente se refiere a esta habilidad como «intuición».
Otro rasgo importante del lado derecho del cerebro es su capacidad para apreciar la
música: la percepción de sonidos, que el lóbulo derecho es capaz de integrar en un
sentimiento placentero global y simultáneo. Aunque es algo extremadamente difícil de
definir científicamente, todos nosotros tenemos la seguridad de poder distinguirla
música del ruido. Durante la primera guerra mundial, los médicos tuvieron oportunidad
de examinar a muchos soldados que habían sufrido importantes traumatismos en el
hemisferio izquierdo (dominante), y que cómo consecuencia no podían hablar en
absoluto. No obstante, sí podían cantar muchas canciones aprendidas antes de resultar
heridos. Alexander Luria, el neurólogo ruso, informó del caso de un compositor que
creó su mejor obra después de quedarse sin habla por un derrame masivo en el
hemisferio izquierdo3. Estos ejemplos reales dan verosimilitud a la leyenda según la
cual Mozart le pedía a su mujer que le leyera relatos mientras componía. Al distraer el
hemisferio izquierdo de su cerebro por medio del lenguaje hablado, es posible que la
lectura de los relatos liberase su lado derecho del cerebro, el que se ocupa de la música,
para componer.
El hemisferio derecho está más capacitado que el izquierdo para la percepción del
espacio y para emitir juicios sobre equilibrio, armonía y composición de las gestalts, a
partir de lo cual podemos realizar distinciones estéticas entre lo feo y lo bello. Como el
hemisferio derecho procesa sus datos de forma instantánea, es el más capacitado
también para apreciar dimensiones y distancias. En él residen facultades como conducir
un coche, esquiar o bailar. Los principales atributos de la parte derecha del cerebro están
relacionados con ser y estar, las imágenes, el holismo y la música.

Las funciones primarias del hemisferio izquierdo son opuestas y complementarias


de las del derecho. Éste se ocupa del ser y estar, el izquierdo del hacer. El lóbulo
izquierdo controla la Volición. Su agente. la mano derecha, coge bayas, arroja lanzas y
fabrica útiles. El lóbulo izquierdo conoce el mundo-merced a su característico sistema
de simbolización, el lenguaje. En las personas diestras. el 90 por 100 de las facultades
para el lenguaje residen en el 'hemisferio izquierdo. El habla proporcionó al lado
izquierdo del cerebro la ventaja necesaria para derrocar a su gemelo mayor de la
soberanía de la mente.
El habla y la acción están estrechamente vinculadas. Las palabras son herramientas:
la propia esencia de la acción. Las utilizamos para hacer abstracciones, para discriminar,
analizar y diseccionar el mundo en fragmentos, objetos y categorías. Pero el habla no
sólo está dirigida hacia fuera; dentro de uno mismo, las palabras son- una herramienta
del pensamiento.
3
Roben E. Ornstein, The Nature of Human Consciousness. 104.
El análisis, al dividir las frases en los elementos que las forman, es esencial para
comprender el lenguaje hablado, sobre todo si el contenido del mensaje esta relacionado
con hechos objetivos. Esta función clave del hemisferio izquierdo se basa en una
progresión lineal, en contraste con la percepción holística del hemisferio derecho.
La propia facultad del habla es abstracta y depende de la facultad exclusiva que tiene el
hemisferio izquierdo de procesar la información sin utilizáis, imágenes. La mente
coloca las palabras como los niños montan su «lego», como sustitutos de las imágenes,
construyendo conceptos que nos permiten pensar sobre libertad, economía y destino sin
necesidad de evocar las imágenes de estas palabras. La capacidad de conceptuar que
palabras abstractas como crimen, virtud, castigo y justicia están relacionadas, es una de
las cualidades supremas de la humanidad. Ser capaz de dar el salto desde lo particular y
concreto a lo general y abstracto nos ha permitido crear el arte, la lógica, la ciencia y la
filosofía. Sin embargo, esta capacidad nos ha separado de la rica matriz de la naturaleza.
La parte que se separó se convirtió en el ego. El hemisferio izquierdo separó el sentido
integrado de globalidad que posee el hemisferio derecho en una dualidad que hizo que
los humanos creasen la distinción entre el yo interior y el mundo exterior. El ego
requiere de la dualidad para adquirir perspectiva. El dualismo también realzó la
tendencia humana al pensamiento objetivo —que a su vez aumentó nuestra capacidad
de raciocinio— y. con el tiempo, a la lógica.
La lógica no es holística, no está concebida como una percepción global. Va
traqueteando por la vía férrea lineal del hemisferio izquierdo. Las proposiciones Si
[sucede tal cosa]... entonces [sucede tal otra], que son la base de la lógica, se han
convertido en la forma más fiable de predicción de hechos futuros. Han reemplazado
casi por completo a los augurios, las visiones y la intuición. Las reglas de la lógica son
el fundamento de la ciencia, la educación, los negocios y la estrategia militar.
Junto con las cualidades de hacer, del habla y de la abstracción, la cuarta
característica exclusiva del hemisferio izquierdo es la aritmética- matemática. Aunque la
capacidad de contar comienza en el lado derecho del cerebro, que controla las
cualidades relacionadas con la espacialidad y la visión, la capacidad para manejar
números grandes le permite al hemisferio izquierdo la construcción de cálculos muy
complejos. En tanto que los otros animales son capaces de distinguir entre uno, dos y
muchos, sólo nosotros poseemos el concepto del álgebra y de la lógica booleana. La
estrecha relación entre el lenguaje abstracto y la abstracta capacidad matemática resulta
evidente entre los niños pequeños que aprenden el alfabeto y a contar en la misma etapa
de su desarrollo.
Todos los rasgos innovadores del hemisferio izquierdo—acción, lenguaje,
abstracción y matemática— son de tipo lineal. Para desarrollar una habilidad manual, la
lógica, la estrategia ola aritmética, la mente ha de recorrer la línea que forman el pasado,
el presente y el futuro, en un sentido y en otro. La supervivencia y luego el éxito de los
humanos como especie requirieron que la evolución reservase una zona en el cerebro
conforme iba aumentando de tamaño, en la que el concepto de tiempo pudiese ser
considerado sin las percepciones espaciales holísticas y gestálticas de los cerebros de
anteriores mamíferos y primates. La apreciación del tiempo lineal era un requisito
imprescindible para el lenguaje lineal.
Una conversación se puede entender sólo cuando las personas hablan de una en una.
Por el contrario, nuestro hemisferio derecho puede escuchar los sonidos de una orquesta
de setenta instrumentos y percibirlos de forma holística. Tiempo y secuencia son el
factor crucial del lenguaje y de la matemática: es imposible pensar en la aritmética fuera
de su marco de referencia. Mi propuesta es que el hemisferio izquierdo es en realidad un
nuevo órgano sensorial creado por la evolución para la percepción del tiempo.
Los investigadores han descubierto que, las mujeres poseen entre un 10 y un 33 por
100 más de fibras neuronales en la parte anterior de su cuerpo calloso que los hombres
4. Cuanto mayor es el número de neuronas de conexión, mayor ha de ser la integración
entre los dos hemisferios. Las mujeres y la mayoría de los hombres admiten que las
mujeres son más conscientes de sus sentimientos y los expresan mejor que los hombres.
El mayor número de neuronas de conexión parece reforzar la comunicación de las
emociones e incrementar la conciencia global, la percepción del entorno y la
comprensión del estado de ánimo de sus hijos. En general, las mujeres son capaces de
realizar tareas múltiples y simultáneas mejor que los hombres.
Aunque el macho pagó un precio por el aislamiento relativo con respecto a las
emociones de su hemisferio derecho, adquirió la capacidad de no dejarse influir por
sentimientos que en caso contrario le habrían distraído mientras estaba ocupado en la
peligrosa actividad de la caza. La capacidad de centrarse en una sola tarea y la supresión
de las emociones es un atributo más deseable para el cazador de lo que son la conciencia
de globalidad y la profundidad emocional. La independencia entre sujeto y objeto
también le permite al cazador distanciarse de las piezas que caza. La ausencia de pasión
inherente al dualismo, una forma de ver el mundo, indispensable para matar, es lo
opuesto del apego que una madre siente por su hijo.
Al igual que los miembros masculinos y femeninos de una sociedad de
recolectores/cuidadores y de cazadores/matadores, cada hemisferio cerebral ejecuta las
tareas para las que está más dotado. Con el propósito de garantizar la versatilidad en
caso de una afección, cada hemisferio posee cierta capacidad para realizar las funciones
del otro. Del mismo modo, puede cada uno de los sexos de la especie humana asumir las
tareas que pertenecen primordialmente al otro. Las mujeres que no tenían a su cargo
niños pequeños podían cazar, y de hecho cazaban: también ellas podían matar a sus
presas desapasionadamente. Los hombres también poseían recursos como recolectores:
también ellos podían amar. Sin embargo, en general, la mayoría de los hombres eran
mejores cazando y matando, y la mayoría de las mujeres eran mejores cuidando de las
crías y recolectando.
Hace aproximadamente cien mil años hizo su aparición el Homo sapiens sapiens, el
humano inteligente. A pesar de la distancia de nuestra civilización con las cuevas de
Lascaux, seguimos estando enormemente influidos por el diseño neurológico original
que dio lugar a unos cazadores-recolectores nómadas, que tuvieron gran éxito corno
especie. La dicotomía entre los hemisferios izquierdo y derecho es análoga a las dife-
rencias entre las estrategias del cazador/matador y - del- recolector/ cuidador.'
yetafóricamente. el tiempo es la referencia masculina y el espacio es la femenina. El
poeta William Blake escribió: «Tiempo y espacio son dos seres reales, masculino y
femenino. El tiempo es el hombre y el espacio es la mujer» 5:j
El nuevo y dual cerebro humano le proporcionó al primitivo Honró sapiens una
enorme ventaja en el proceso de la evolución. Los hemisferios derecho e izquierdo
pueden, llegado el caso, comportarse de forma casi independiente, resolviendo los
problemas de manera distinta, siendo cada uno capaz de sus propias decisiones,
recuerdos, juicios y acciones. La inteligencia se define como una respuesta flexible ante
estímulos variables. La división del cerebro en dos unidades funcionalmente separadas
no sólo duplicaba el número de respuestas potenciales que un humano podía dar ante
una situación. Debido a la constante relación entre los dos lóbulos, la lateralización
hemisférica originó una casi infinita variedad de respuestas, haciendo que nuestros
antepasados fuesen loo más inteligentes, con gran diferencia, entre los animales.
Muchos investigadores piensan que también provocó la aparición de dos subespecies de
Horno sapiens: la mujer y el hombre.
Del mismo modo que el cerebro, el ojo humano también desarrolló, a través de la
evolución, funciones opuestas y complementarias. Cada uno de los ojos humanos es una
perfecta imagen simétrica del otro, aun cuando en cada una de las retinas existan dos
tipos de células funcional-
William Blake. «Vision of the Last Judgement.. Norebook, sección c. edición Erdman,
pág. 563. mente diferentes. Con elegante simetría. las funciones contrapuestas de
bastones y conos se corresponden con la división de tareas entre los lados derecho e
izquierdo del cerebro.
Los bastones. así llamados por su forma cilíndrica. son extremadamente sensibles a la
luz. Como si de un cable trampa se tratara. detectan los menores movimientos que se
produzcan en el campo visual. Distribuidos de manera uniforme en la periferia de cada
retina. pueden ver en condiciones de poca luz y percibir la tótaliddad del campo visual,
viendo las imágenes como configuraciones globales (gestalts). Los bastones tienen de
común con el lado derecho del cerebro la capacidad para percibir la realidad de forma
global y simultanea.
Los conos. por el contrario, están muy concentrados en un pequeño punto de la parte
central de la-retina llamado mácula. La for ea cenrralis del centro de la mácula posee la
máxima concentración de estas células en forma de cono y, por consiguiente. es el punto
focal de la visión. Los conos poseen dos atributos. Pueden percibir el colore intensificar
la luminosidad. Como se concentrar en un solo aspecto de la realidad. los conos
perciben el campo visual como si lo hicieran a través de un túnel. Al igual que los
bastones, los conos transmiten la información a ambos hemisferios, pero el izquierdo
sería tal vez el más adecuado para procesar la información *..
El ojo divide el campo visual en dos elementos fundamentales: figura y fondo. La figura
se visualiza de forma clara y con detalle: el fondo es el contexto en el que se encuentra
la figura. Los conos ven mejor la figura: los bastones perciben mejor el fondo.
Como los bastones son los que proporcionan la imagen principal, son el componente
clave de un estado visual, físico y mental al que se conoce con\el nombre de
contemplación. Los bastones requieren la participación de todo el individuo para poder
realizar su función. Disminuye la tensión muscular. Desaparecen los surcos de la frente.
La pupila se dilata. Los músculos estriados de los ojos se relajan y la visión se
desenfoca. Estas acciones sirven para permitir la entrada de la máxima cantidad de luz
en el ojo. En este modo de actuación relacionado con el hemisferio derecho, el
individuo es capaz de ver mejor la totalidad del campo visual que cualquiera de sus
detalles específicos. Al no mirar nada en particular,
* No existen. o al menos no se han identificado. vías neuronales específicas que
conecten la periferia de la visión con el lado derecho del cerebro exclusivamente, o los
conos de forma dominante con el izquierdo.
el ojo, en este estado, es capaz de ver todo. Esta receptividad afecta a todo el cuerpo. La
conciencia se relaja y la persona se desliza hacia el estado mental integrado de ser o
estar.
Los bastones tienen un origen más antiguo que los conos: existen en todos los ojos de
los vertebrados. Pero tan sólo unos pocos animales poseen conos en abundancia. La
historia evolutiva de los bastones y los conos está comprimida en el desarrollo de los
niños. Los bebés pueden ver con los bastones pocos días después del nacimiento. La
visión con los conos (color \ detalle) no se desarrolla por completo hasta muchos meses
después. Como legado de nuestra herencia de primates, los humanos tenemos una de las
mayores proporciones entre conos y bastones de los mamíferos. y, debido al mayor
sentido del tiempo lineal del hemisferio izquierdo, los humanos han perfeccionado en
grado sumo esta cualidad. La necesidad de conos es particularmente vital en las aves de
presa, en los mamíferos predadores y en los únicos primates verdaderamente pre-
dadores, los humanos. Los herbívoros raramente los necesitan: las plantas no pueden
salir corriendo. Sin embargo, los depredadores han de ser capaces de observar el lugar
donde se encuentra su potencial comida, pero, también. hacia dónde se puede dirigir.
Los conos permiten a los animales la facultad de escrutar el campo de visión.
El escrutinio corresponde al estado mental de concentración. Se refuerza el sentido de
alerta del cuerpo. Los músculos estriados se tensan. Se frunce el ceño. La pupila se
contrae. Estas acciones reducen la cantidad de luz que entra en el ojo, desconectando la
función de los bastones, que son sensibles a la luz.l\lo es algo muy distinto a cuando los
técnicos de un teatro oscurecen la iluminación de la sala para que el público pueda ver
el escenario con mayor claridad. La concentración intensa—sobre los detalles y sus
colores, característica especial de los conos, son todo lo contrario a la contemplación
holística, la actividad relajada y con los ojos abiertos de los bastones.
La cualidad analítica y discriminatoria del lado izquierdo del cerebro es más adecuada
para la visión concentrada que la cualidad holística del derecho. Los conos aíslan zonas
del campo visual y a continuación las examinan de forma secuencial. Esta capacidad de
concentración de la fovea centrales crea la ilusión del paso del tiempo porque las
imágenes vistas en este estrecho círculo del ojo sólo se pueden procesar de forma se-
cuencial. Como la visión macular examinaba lo que era y luego pasaba a lo que es,
forzó al emergente cerebro humano a considerar la posibili dad de lo que sucedería
después. La visión de los conos, según pienso. creó los parámetros necesarios para que
el hemisferio izquierdo inventase la importantísima idea del después, que condujo
inexorablemente a la previsión ( o visión de lo que acontecerá después), es decir el
concepto de futuro.
Pongamos un ejemplo de lo que hemos explicado: imaginemos que entramos en un
teatro y que nuestros ojos aún no se han habituado a la oscuridad. El acomodador nos
guía por el pasillo, se para y enciende una linterna. A medida que el rayo de luz recorre
la fila, van apareciendo sucesivamente las personas dentro del campo circular de la luz.
Cuando la luz pasa a.la siguiente persona, la anterior desaparece, y mágicamente surge
la próxima. El reducido cono de la luz de la linterna se parece a la visión en túnel de la
mácula. Aunque todos los que están sentados en la fila del teatro se encuentran en el
espacio, la visión escrutadora los aísla. creando la ilusión de que existen solamente en
una secuencia temporal ordenada.
La especialización de las funciones visuales en cada ojo humano se corresponde con la
lateralización de los hemisferios cerebrales y con la bifurcación de los sexos humanos.
La visión holística de los bastones ayuda al hemisferio derecho en sus labores de
recolección y crianza de los hijos. La visión en túnel estaba en un principio subordinada
a las peculiares necesidades del hemisferio izquierdo para la caza. Las mujeres tienen
más bastones en sus retinas que los hombres y, como consecuencia, tienen mejor visión
periférica. Pueden ver mejor en la oscuridad y percibir más cosas de un solo vistazQque
los hombres. Los hombres tienen más conos que las mujeres, lo que les permite ver un
sector del campo visual con mayor detalle y con mayor percepción de la profundidad
que las mujeres 6.
[Pero no sólo los cerebros y los ojos de los humanos están especializados, también las
manos lo están. La mano izquierda, controlada por el hemisferio derecho, es más
protectora que la derecha. La mano izquierda es con la que se sostiene normalmente a
los bebés, independientemente de la especialización de las manos para realizar otras
tareas (zurdos o diestros). También el brazo izquierdo es el que utilizamos para
protegemos de los golpes'. Sus movimientos son más burdos, es decir me-
nos coordinados que los de la mano derecha. Los cazadores y los guerreros llevan sus
escudos con la mano izquierda. La especialización de cada una de las manos cobró
mayor importancia cuando los homínidos pasaron de ser buscadores de alimentos a
recolectores. En tanto que los buscadores consumen en el lugar lo que pueden coger con
facilidad, el homínido recolector posponía la comida para llevar lo que había recogido
de vuelta a su guarida. La mano derecha recogía y la izquierda transportaba.
Transportar, recolectar y defenderse se desarrollaron evolutivamente como tareas
vinculadas a las extremidades superiores izquierdas. Proteger. agarrar y transportar las
crías son funciones maternales imprescindibles debido al desvalimiento de los cachorros
humanos.
Muchas culturas utilizan la mano izquierda exclusivamente para ayudar a la eliminación
de heces y orina, y la consideran sucia. por lo que reservan la mano derecha para
comer*. Las pruebas de estos prejuicios todavía persisten en nuestro lenguaje: «¡Ese
niño no hace nada a derechas! o «Se ha levantado con el pie izquierdo», son expresiones
en las que queda de manifiesto la mayor jerarquía de lo «derecho» frente a lo «izquier-
do», como también «derecho», sinónimo de «ley». Consideremos también la palabra
«siniestro», que es sinónimo de izquierdo. pero también de lo malintencionado y
maligno en diversos idiomas, como el español, el inglés, el francés o el italiano.
La dominante mano derecha es agente de la acción. Con ella se arroja la lanza, se cogen
las frutas o se tallan los instrumentos de sílex. Sus movimientos son más precisos. La
mano derecha es la que sostiene el martillo; la mano izquierda sujeta el clavo, es pasiva.
La mano derecha es la que se extiende; la izquierda es la que sostiene.
El alto grado de especialización de las manos es un rasgo distintivo de los humanos.
Para ayudar al Horno sapiens a adaptarse en su tilcha por la supervivencia, por selección
natural se dividió la corteza del cerebro, se diferenciaron las dos funciones de la retina
del ojo y se especializaron las manos. La división entre izquierda y derecha refleja
también las diferencias entre los modos perceptivos primarios de los hombres y de las
mujeres
Todos los animales dependen de un modo de supervivencia dominante. La mayoría de
los ungulados (caballos, vacas, cebras) viven en rebaños y comen hierba. Algunos
depredadores (tiburones, águilas, tigres)
• Hasta hace bien poco, a les niños zurdos se les solía pegar en la escuela para forzarles
a escribir con la mano derecha. ya que la izquierda se creía que estaba bajo el control
del diablo. cazan en solitario. en tanto que otros. los predadores sociales ( leones. lobos.
perros salvajes). cazan en grupo y cooperan estrechamente unos con otros para abatir las
piezas grandes. Los humanos. cuando intentaban emular la precisión de los carnívoros.
no siempre tenían éxito: al contrario que otros predadores. nosotros teníamos que
aprender a hacerlo. Al alejarnos del modo de vida de los herbívoros, era necesario
conservar nuestras habilidades como recolectores. Así. nos convertimos en una de las
pocas especies que pueden sobrevivir de ambos modos.
¡Estas dos estrategias simétricas, recolectar/cuidar y cazar/matar. están combinadás en
cada uno de nosotros. En la sociedad en su conjunto. hay hembras que manifiestan
rasgos predominantemente masculinos y machos que muestran rasgos femeninos. La
lateralización del cerebro. del ojo y de la mano influye en el modo en que cada persona
percibe. manipula, simboliza y, en última instancia, concibe el mundo. Aquí radica el
secreto del éxito de nuestra especie. Todo hombre posee, un aspecto de re-
colector/cuidador en su personalidad, psique y mente, del mismo modo que toda mujer
posee un aspecto de cazador/matador. Los individuos tienen dentro de su cráneo un
cerebro femenino y uno masculino. Una sociedad determinada puede acentuar una u
otra de estas dos formas de relacionarse con el mundo, dependiendo de las exigencias
del medio o de la influencia conformadora de sus invenciones.

LAS CUATRO FUNCIONES PSIQUICAS JUNGUIANAS

Carl Gustav Jung fue un médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave
en la etapa inicial del psicoanálisis; posteriormente, fundador de
la escuela de Psicología analítica. Se le relaciona a menudo con
Sigmund Freud, de quien fuera colaborador en sus comienzos.
Carl Gustav Jung fue un pionero de la psicología profunda y uno
de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el
siglo XX. Su abordaje teórico y clínico enfatizó la conexión
funcional entre la estructura de la psique y la de sus productos
(es decir, sus manifestaciones culturales). Esto le impulsó a
incorporar en su metodología nociones procedentes de la
antropología, la alquimia, los sueños, el arte, la mitología, la
religión y la filosofía.
Le interesaba sobremanera la colaboración entre el Oriente y
el Occidente en relación a los caminos de crecimiento Carl Gustav Jung
personal ofrecido por ambos. Realmente, desempeñó un (1875-1961).
papel significativo en la introducción de las religiones
orientales en el público occidental. Su influencia, ciertamente, ha ayudado a que en
Occidente se aprecien la religión y el pensamiento oriental.
De todos los teóricos influyentes de la psicología moderna, Jung parece haber
tomado más seriamente la intuición. Para él, no se trataba “ni de percepción sensorial, ni
de sentimiento, ni de deducción intelectual, aunque puede también aparecer bajo esas
formas. En la intuición, un contenido se presenta a sí mismo como total y completo, sin
que podamos ser capaces de explicar o descubrir cómo surgió. La intuición es una
especie de aprehensión instintiva, cualquiera sea su contenido”.

Jung estableció que la base psíquica del ser humano tiene una estructura cuaternaria
y que se encuentra en una relación proyectiva simétricamente especular. La tensión de
opuestos es para Jung el fundamento de la actividad psíquica. Este concepto de simetría
y polaridad, ha sido del terreno de la física atómica y también de otras disciplinas, como
la biología.
Previamente a los descubrimientos de la neurología acerca de las características de
las funciones hemisféricas del cerebro, Jung ya había establecido un esquema en el cual
dividió la actividad psíquica del ser humano en cuatro funciones principales: sensación,
intuición, sentimiento y pensamiento4.

4
Debemos ser cuidadosos de no confundir la terminología de Jung con nuestro uso coloquial de estos
términos. Ordinariamente podríamos considerar la “intuición” y el “pensamiento” como una dicotomía y
asociar el “sentimiento” con alguno de los sentidos (tacto) o con la intuición, como en la expresión
“siento algo”. Para captar el modelo de Jung, es necesario respetar sus definiciones.
Ellas funcionan de a pares como en un balancín, una sube mientras la otra baja:
Sentimiento versus Pensamiento
Sensación versus Intuición

Al funcionar una de ellas, se inhibe su contraria. No se puede pensar y sentir al


mismo tiempo. Tampoco se puede intuir y percibir a la vez, la primera de estas
funciones está dirigida hacia el interior y la segunda, hacia el exterior. Al sentir, por
ejemplo, usamos el hemisferio derecho, que es instantáneo. Al pensar, en cambio,
usamos el hemisferio izquierdo, que es secuencial. Por eso no podemos pensar cuando
somos dominados por un sentimiento o emoción. Si usamos el hemisferio izquierdo la
emoción desaparece.

Jung resumió las cuatro funciones del siguiente modo: “En la sensación incluyo
todas las percepciones que llegan a través de los órganos de los sentidos; por
pensamiento me refiero a la función de la cognición intelectual y a la formación de
conclusiones lógicas; el sentimiento es una función de valoración subjetiva; tomo a la
intuición como una percepción por medio del inconsciente, o una percepción de
contenidos inconscientes”.
Jung concibe la sensación y la intuición como funciones perceptivas, y el
pensamiento y el sentimiento como funciones de juicio. La percepción determina qué
sabemos, y el juicio, qué hacemos con lo que sabemos. En el eje de la percepción, la
sensación nos da conocimiento de las cosas tal como aparecen; es un recopilador de
datos que nos da información acerca del mundo exterior. La intuición suministra
información del interior; ve, más allá de las apariencias, el significado interior, las
relaciones, las interpretaciones y las posibilidades.
Si bien las cuatro funciones son propias de todos los seres humanos, Jung postula
que cada persona nace con una predisposición natural hacia uno de las cuatro, que es
denominada función dominante. En el curso de la evolución de sus vidas, las personas
desarrollan más esta función, la que utilizan en forma predominante. También pueden
desarrollar una segunda y una tercera. Estas otras dos funciones (no predominantes ni
rechazadas) pueden colaborar con la función dominante como auxiliares a ella. La
cuarta función, descuidada por el sujeto, Jung la llamó función infravalorada o función
menospreciada. Lo que hacemos con esta función, es en gran medida incontrolado y cae
bajo la influencia lo inconsciente.

Así mismo, en su teoría de los tipos psicológicos, Jung dividió a las personas en dos
grandes grupos, según la dirección de la tendencia que motivaba su conducta. Algunos
individuos están más condicionados por los objetos que atraen su interés y otros lo están
por sus procesos internos. A los primeros los denominó extravertidos movimiento hacia
afuera, y a los segundos, introvertidos movimiento hacia adentro5. El predominio una
función psíquica unido a la tendencia a la motivación externa o interna (extraversión o
introversión) produce una “personalidad” o tipo psicológico especifico. De esta manera,
distinguió Jung ocho tipos psicológicos básicos.
«En cada niño - decía Jung - preexiste una disposición psíquica funcional adecuada,
anterior a la consciencia».

De acuerdo con Roben Hansori, un psicólogo jungiano, aquellos que prefieren la


sensación “llegan a ser expertos en la observación, tienden a ser muy prácticos,
realistas, buenos para recordar y trabajar con objetos y hechos, tales como maquinarias,
herramientas, datos, cantidades, lugares y acontecimientos”. El tipo sensorial está
interesado en el aquí y ahora. Por el contrario, la persona intuitiva, dice Hanson, “tiende
a percibir las cosas en términos de posibilidades, significados y relaciones. El intuitivo
tiene una imaginación activa, genera constantemente nuevas ideas, a menudo es
inspirado, y goza abordando problemas nuevos y no resueltos”. El tipo sensorial se
concentra en realidades prácticas, concretas

CONOCIMIENTO INTUITIVO: EL CAMINO DE ORIENTE

La palabra hemisferio, que significa “media esfera”, tiene sólo dos usos habituales:
denomina los hemisferios del cerebro y los hemisferios del planeta. En la Tierra existen
dos culturas dominantes principales aunque totalmente diferentes: la del Este (oriental)
y la del Oeste (occidental). Sus características diferenciadoras son un reflejo de las
funciones hemisféricas distintas del cerebro humano. Tradicionalmente, Occidente ha
sido más extrovertido y dualista; Oriente, introvertido y monista. Occidente considera
su historia como una secuencia de acontecimientos; Oriente tiende a percibir los
esquemas o modelos. La medicina occidental tiende a ser mecanicista; la medicina
oriental posee una metodología globalizadora. Los rasgos más representativos de
Occidente se corresponden fundamentalmente con el hemisferio izquierdo; los de
Oriente, con el derecho.

A lo largo de la historia, se ha considerado que la mente humana es capaz de dos


tipos de conocimiento, o dos formas de consciencia, a las que con frecuencia se ha
denominado como racional e intuitiva, y que tradicionalmente han sido asociadas
respectivamente con la ciencia y la religión. En Occidente, el tipo de conocimiento
intuitivo y religioso con frecuencia es devaluado para favorecer al conocimiento
racional y científico, mientras que la actitud tradicional oriental es justamente la
contraria. Las siguientes afirmaciones sobre el conocimiento, procedentes de dos
grandes mentes de Occidente y de Oriente pueden servir de ejemplo a ambas posiciones.
Sócrates, en Grecia, dijo su famosa frase: “Sólo sé que no sé nada”, mientras que Lao
Tse, en China, dijo: “Es mejor no saber que se sabe”. En Oriente, los valores atribuidos
a ambos tipos de conocimiento nos son claramente indicados por los nombres que se les
da: los Upanishads por ejemplo, hablan de un conocimiento superior y de un
conocimiento inferior y relacionan el conocimiento inferior con las diversas ciencias y
el superior con la consciencia religiosa. Los budistas hablan de conocimiento “relativo”
y conocimiento “absoluto” o de “verdad condicional” y “verdad trascendental”. La
filosofía china siempre ha señalado la naturaleza complementaria de lo intuitivo y lo
racional, representándolos con la pareja arquetípica ying y yang, que constituyen la base
5
Nuestro uso coloquial de estos términos proviene de Jung.
del pensamiento chino. Del mismo modo, se desarrollaron en la antigua China dos
tradiciones filosóficas complementarias (el taoísmo y el confucionismo), a fin de tratar
con ambos tipos de conocimiento.
El símbolo chino del yin y el yang representa la igualdad y la complementariedad de
las de los principios fundamentales del universo: lo masculino y lo femenino. Son como
dos lágrimas enlazadas de forma que la parte superior de una coincide con la parte
inferior de la otra y viceversa, adentrándose cada una considerablemente en el territorio
hemisférico de la otra. En la parte superior de cada mitad hay un pequeño círculo
formado por la esencia de su opuesto; cada lado contiene en su interior la semilla de su
recíproco.

Símbolo del yin y el yang.

El conocimiento racional se forma con las experiencias que tenemos con los objetos
y los sucesos de nuestro entorno diario. Pertenece al reino del intelecto, cuya función es
la de discriminar, medir, comparar, dividir y categorizar. De este modo, creamos un
mundo de distinciones intelectuales, de opuestos, que sólo pueden existir en relación
unos con otros, siendo esta la razón por la que los budistas llaman a este conocimiento
“relativo”. La abstracción es el rasgo crucial de este tipo de conocimiento, pues para
comparar y clasificar la inmensa variedad de formas, estructuras y fenómenos que nos
rodean, nos es imposible tomar en cuenta todos sus rasgos, por ello tenemos por fuerza
que seleccionar unos pocos de los más significativos. De este modo construimos un
mapa intelectual de la realidad, en el que las cosas están reducidas a sus rasgos más
generales. El conocimiento racional constituye así, un sistema de conceptos y símbolos
abstractos, caracterizado por una secuencia lineal y secuencial, típica de nuestro modo
de pensar y de nuestro hablar. En la mayoría de los idiomas esa estructura lineal se
evidencia en el uso de alfabetos que sirven para comunicar experiencias y pensamientos
mediante largas líneas de letras.
Por otro lado, el mundo natural es un mundo de
infinitas variedades y complejidades, un mundo
multidimensional que no contiene líneas rectas ni
formas absolutamente regulares, donde las cosas no
suceden en secuencias sino todas juntas, un mundo
(como nos dice la física moderna) donde incluso el
espacio vacío es curvo. Es evidente que nuestro
sistema abstracto de pensamiento conceptual nunca
podrá describir ni entender por completo esta
realidad. Al pensar en el mundo nos enfrentamos al
mismo tipo de problema que afronta el cartógrafo
que trata de cubrir la superficie curvada de la tierra
con una serie de mapas planos. Con tal
procedimiento podemos sólo esperar una
representación aproximada de la realidad, y por ello, todo el conocimiento racional
estará necesariamente limitado.

El reino del conocimiento racional es, por supuesto, el reino de la ciencia que mide,
cuantifica, clasifica y analiza. Las limitaciones de cualquier conocimiento obtenido con
estos métodos se han hecho cada vez más evidentes en la moderna ciencia y en
particular en la física moderna, la cual nos enseña, en palabras de Werner Heisenberg,
que, “toda palabra o concepto, por claro que pueda parecernos, tiene sólo un limitado
margen de aplicabilidad”6.
Para la mayoría de nosotros resulta muy difícil ser conscientes de las limitaciones y
de la relatividad del conocimiento conceptual. Dado que nuestra representación de la
realidad es mucho más fácil de captar que la realidad misma, tendemos a confundir una
con la otra y a tomar nuestros conceptos y nuestros símbolos como la realidad. Una de
las principales metas del misticismo oriental es liberarnos de esa confusión. Los
budistas Len dicen que para señalar a la luna es necesario un dedo, pero que una vez que
hemos ya reconocido a la luna, debemos dejar de preocuparnos por el dedo. El sabio
taoísta Chang Tzu escribió:
“Las cestas de pescar se emplean para
capturar peces pero una vez conseguido el pez, el
hombre se olvida de las cestas. Las trampas se
emplean para atrapar liebres, pero una vez atrapadas
las liebres, los hombres se olvidan de las trampas.
Las palabras se emplean para expresar ideas, pero
una vez transmitidas las ideas, los hombres olvidan
las palabras”7.

En Occidente, el especialista en semántica


Alfred Korzybski tocó exactamente el mismo punto
con su acertado eslogan: “el mapa no es el
territorio”.
Lo que interesa a los místicos orientales es tina experiencia directa de la realidad,
que trascienda no sólo al pensamiento intelectual, sino también a la percepción
sensorial. Según palabras de los Upanishads:

6
W. Heisenberg, Physics and Philosophy, pág. 125.
7
Chuang Tzu, trad. James Legge, adaptado por Clae Wallham, cap.26.
“Lo que es inaudible, impalpable, sin forma, perecedero, del mismo nodo que es
insípido, permanente, inodoro, sin principio ni fin, más alto que lo más grande, firme.
Al percibir eso, uno queda liberado de las fauces de la muerte ”8.

El conocimiento que se obtiene con una experiencia así es llamado


por los budistas “conocimiento absoluto”, porque no se basa
en las discriminaciones, en las abstracciones y clasificaciones
del intelecto, las cuales como ya hemos visto, son siempre
relativas y aproximadas. Es, según nos dicen los budistas, la
experiencia directa de la “seidad” indiferenciada, individida e
indeterminada. La completa asimilación de esa eseidad no sólo
constituye el centro del misticismo oriental, sino que es la
característica central de toda la experiencia mística.
Los místicos orientales insisten una y otra vez
sobre el hecho de que la realidad última nunca podrá
ser objeto de razonamiento ni de conocimiento demostrable. Nunca podrá ser
adecuadamente descrita en palabras, porque está más allá del reino de los sentidos y del
intelecto, del que se derivan todas nuestras palabras y conceptos. Acerca de esto dicen
los Upanishads:
“Allí no llega el ojo.
No va la palabra, ni la mente.
No lo conocemos, no lo entendemos.
¿Cómo podría unir enseñarlo? ”9

Lao Tse, quien llama a esta realidad “el Tao”, afirma exactamente lo mismo en la
línea inicial del Tao Te King: “El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao”.
El hecho (evidente si leemos los periódicos) de que la humanidad, a pesar del
prodigioso incremento experimentado por el conocimiento racional, no se ha hecho
mucho más sabia durante los últimos dos mil años, constituye una clara evidencia de la
imposibilidad de comunicar el conocimiento absoluto por medio de las palabras. Como
dijo Chuang Tzu: “Si fuera posible hablar de ello, todo el mundo se lo habría dicho a su
hermano”.10
De este modo, el conocimiento absoluto constituye una experiencia de la realidad
totalmente ajena al intelecto, una
experiencia que surge de un
estado no ordinario de
consciencia, al que podríamos
llamar estado "meditativo" o
místico. La existencia de tal
estado no sólo ha sido atestiguada
por numerosos místicos de
oriente y occidente, sino que
también la investigación
psicológica da cuenta de ella.
Estas son las palabras de William James al respecto:

8
Katha Upanishad, 3.15.
9
Kena Upanishad, 3.

10
Citado en el libro de J. Needham, Science and Civilisation in China, vol. 11, pág. 85.
“Nuestra conciencia normal de vigilia, que nosotros llamamos racional, no es más que
un tipo especial de consciencia, y a su alrededor, separadas de ella por la más transparente
de las películas, existen formas potenciales de consciencia totalmente diferentes”. 11

Aunque los físicos se interesan principalmente en el conocimiento racional y los


místicos en el conocimiento intuitivo, ambos tipos de conocimiento se dan en los dos
campos. Esto se hace evidente al examinar cómo se obtiene y cómo se expresa el
conocimiento, tanto en la física como en el misticismo oriental.
En física, el conocimiento se obtiene a través del proceso de la investigación
científica, que se realiza en tres etapas. La primera etapa consiste en reunir evidencias
experimentales acerca del fenómeno que se va a explicar. En la segunda etapa, los
hechos experimentales se correlacionan con símbolos matemáticos y se resuelve un
esquema matemático que interconecta estos símbolos de una manera precisa y
congruente. A este esquema se le suele llamar modelo matemático o, si es más amplio,
teoría. Esta teoría se emplea entonces para predecir los resultados de experimentos
posteriores, que se llevan a cabo a fin de comprobar todas las posibles implicaciones y
consecuencias. En esta etapa, los físicos, si han hallado un esquema matemático y saben
cómo emplearlo para predecir experimentos, pueden mostrarse satisfechos.

El conocimiento racional y las actividades racionales


conforman ciertamente la mayor parte de la
investigación científica, pero no son todo lo que hay
en ella. Esa parte racional de la investigación
sería, de hecho, inútil si no estuviera
complementada por la intuición, que es la que
da a los científicos nuevas ideas y los hace más
creativos. Estas ideas tienden a llegarles de
repente, y generalmente no cuando se hallan
sentados, en su mesa de trabajo resolviendo
ecuaciones, sino mientras están relajados en el
baño, durante un paseo por el bosque, por la playa,
etc. Durante esos períodos de relajación, después de una
actividad intelectual concentrada, la mente intuitiva parece hacerse
cargo de todo y es entonces cuando puede generar las repentinas y aclaradoras ideas que
tanto placer y deleite aportan a la investigación científica.
Las percepciones intuitivas, sin embargo, no son de utilidad a la física a menos que
puedan ser formuladas dentro de una estructura matemática congruente, complementada
con su interpretación en lenguaje sencillo. Dentro de esta estructura la abstracción es un
rasgo crucial. Consiste, como mencionaba antes, en un sistema de conceptos y símbolos
que conforman un mapa de la realidad. Este mapa representa sólo algunos rasgos de esa
realidad, sin que nosotros sepamos exactamente cuáles son, ya que comenzamos a
compilar nuestro mapa de una forma gradual y sin ningún análisis crítico durante la
niñez. De este modo, las palabras de nuestro lenguaje no están claramente definidas.
Tienen varios significados, muchos de los cuales, cuando oímos la palabra en cuestión,
nos pasan sólo de una manera muy vaga por la mente, permaneciendo en su mayor parte
en nuestro inconsciente.
Esta imprecisión y ambigüedad de nuestro lenguaje resulta algo esencial para los
poetas, quienes generalmente trabajan con las capas y las asociaciones subconscientes.
La ciencia, sin embargo, busca definiciones claras y conexiones libres de ambigüedades,
11
W. James, The Varieties of Religious Experience, pág, 374.
por ello hace al lenguaje todavía más abstracto, limitando el significado de sus palabras
y estandarizando su estructura, de acuerdo con las reglas de la lógica.
La mayor abstracción es la que se da en las matemáticas, donde las palabras son
sustituidas por símbolos y donde las operaciones de conexión entre dichos símbolos
están rigurosamente definidas. De este modo, los científicos pueden condensar en una
sola línea de símbolos, en una ecuación, información que necesitaría varias páginas de
escritura ordinaria para poder ser expresada en palabras.
La idea de que las matemáticas no son más que un lenguaje extremadamente
abstracto y comprimido afronta también sus retos. Muchos matemáticos creen que las
matemáticas no son sólo un lenguaje apto para describir la naturaleza, sino algo
inherente en la naturaleza misma. Fue Pitágoras quien inició esta creencia con su
famosa afirmación de que "todas las cosas son números", desarrollando un tipo muy
especial de misticismo matemático. Así, la filosofía pitagórica introdujo el razonamiento
lógico en el dominio de la religión, algo que, según Bertrand Russell, resultó decisivo
para la filosofía religiosa occidental:
La combinación de matemáticas y teología que comenzó con Pitágoras, caracterizó a la
filosofía religiosa de Grecia, de la Edad Media y de la época Moderna hasta llegar a Kant...
en Platón, San Agustín, Tomás de Aquino, Espinoza y Leibniz, se da una íntima
combinación de religión y razonamiento, de aspiración moral con admiración lógica de lo
eterno, que procede de Pitágoras y que distingue la teología intelectualizada europea del
más directo misticismo asiático12.

El método de abstracción científico es muy eficiente y poderoso, pero hemos de


pagar un precio por él. A medida que definimos nuestro sistema de conceptos con mayor
precisión, a medida que lo perfeccionamos y hacemos sus conexiones cada vez más
rigurosas, este sistema se va separando cada vez más del mundo real.
Usando de nuevo la analogía del mapa y del territorio de Korzybski, podríamos
decir que el lenguaje ordinario es un mapa que, debido a su intrínseca imprecisión, tiene
una cierta flexibilidad que hasta cierto punto le permite seguir el perfil curvado del
territorio. A medida que lo vamos haciendo más riguroso, esa flexibilidad va
desapareciendo gradualmente y con el lenguaje de las matemáticas hemos alcanzado un
punto en el que los lazos con la realidad son tan tenues que la relación de sus símbolos
con nuestra experiencia sensorial ha dejado ya de ser evidente. Este es el motivo por el
que hemos de complementar nuestros modelos y nuestras teorías matemáticas con
interpretaciones verbales, empleando de nuevo conceptos que puedan ser comprendidos
intuitivamente, pero que son ligeramente ambiguos e imprecisos.

Si existe un elemento intuitivo en la ciencia, también se da un elemento racional en


el misticismo oriental. Sin embargo, el grado en que razón y lógica se acentúan varía
enormemente de una escuela a otra. Las escuelas vedanta hindú o budista madhyamika,
por ejemplo, son altamente intelectuales, mientras que los taoístas siempre han sentido
una profunda desconfianza hacia todo lo que sea razón y lógica. El Zen, que nació del
budismo pero fue muy influenciado por el taoísmo, se enorgullece de ser “sin palabras,
sin explicaciones, sin instrucciones y sin conocimiento”. Se concentra casi por completo
en la experiencia de la iluminación y muestra un interés muy marginal en la
interpretación de dicha experiencia. Una conocida frase zen dice: “En el instante en que
se habla de una cosa, se yerra el blanco”.
Aunque dentro del misticismo oriental existen escuelas menos extremas, la
experiencia mística directa constituye el núcleo de todas ellas. Incluso los místicos que
12
B. Russell, History of Western Philosophy, pág. 56.
se dedican a la más sofisticada argumentación, nunca consideran que el intelecto es su
fuente de conocimiento sino que meramente lo utilizan para analizar e interpretar su
experiencia mística personal. Todo conocimiento está finalmente basado en esa
experiencia, lo cual confiere a las tradiciones orientales un fuerte carácter empírico, que
siempre es resaltado por sus proponentes. D.T. Suzuki, por ejemplo, escribe sobre el
budismo:
“La experiencia personal es... el fundamento de la filosofía budista. En este sentido el
budismo es el empirismo o experimentalismo más radical, cualquier dialéctica
posteriormente desarrollada lo será tan sólo para demostrar la experiencia de la
iluminación”13.

Joseph Needham señala repetidamente la empírica actitud de los taoístas en su obra


Science and Civilization in China y descubre que esta actitud ha convertido al taoísmo
en la base de la ciencia y la tecnología chinas. Los primitivos filósofos taoístas, en
palabras de Needham “se retiraron a la soledad, a los bosques y a las montañas, para
meditar allí sobre el orden de la naturaleza y observar sus innumerables
manifestaciones”14. Este mismo espíritu es el que se refleja en estos versos zen:
“Quien desee comprender el significado de la naturaleza de Buda deberá observar la estación y
las relaciones causales”15.

En el misticismo oriental, el conocimiento está firmemente basado en la experiencia,


lo cual sugiere un paralelismo con el conocimiento científico, que también está
firmemente basado en la experimentación. Este paralelismo se cumple además por la
propia naturaleza de la experiencia mística. En las tradiciones orientales se la describe
corno una percepción directa, que cae totalmente fuera del mundo del intelecto y que se
logra más que pensando mirando, mirando dentro de uno mismo, mediante la
observación.
En el taoísmo, esta idea de la observación está materializada en el nombre de los
templos taoístas kuan que originalmente significaba “mirar”. Así, los taoístas
consideraban a sus templos como lugares de observación. En el budismo Ch'an, versión
china del Zen, la iluminación es citada como “la visión del Tao” y en todas las escuelas
budistas se considera “la contemplación” como la base del saber. El primer punto del
óctuple camino (normas del Buda para lograr la autorrealización) es “bien ver”, seguido
de “bien saber”. D.T. Suzuki escribe sobre esto:
“En la epistemología budista el ver juega un papel muy importante, pues constituye la
base del saber. Sin ver es imposible saber; todo conocimiento tiene su origen en la visión.
Por ello saber y ver se suelen encontrar unidos en la enseñanza del Buda. Por consiguiente,
la filosofía budista indica ver la realidad tal como es. Ver, es experimentar la iluminación.” 16

Este pasaje recuerda al del místico yaqui Don Juan, quien dice: “Lo que yo prefiero
es ver... porque sólo viendo puede un hombre de conocimiento saber”17.

13
D. T. Suzuki, On Indian Mahayana Buddhism Ed. Edward Conze, pág. 237.
14
J. Needham, ob. cit., vol. 11, pág. 33.10.
15
Del Zenrin Kushu, en I. Muira & R, Fuller Sasaki, The Zen Koan, pág. 103.

16
D. T. Suzuki, Outlines of Mahayana Buddism, pág. 235.
17
Carlos Castaneda, Una Realidad Aparte, pág. 10.
Sin embargo, este énfasis sobre la visión que se observa en las diferentes tradiciones
místicas no debe ser tomado en un sentido demasiado literal, sino que más bien debería
entenderse en un sentido metafórico, puesto que la experiencia mística de la realidad es
esencialmente una experiencia asensorial. Cuando los místicos orientales hablan de
“ver” se refieren a un modo de percepción que tal vez incluya la captación visual, pero
que esencialmente siempre la trasciende, convirtiéndose en una experiencia no sensorial
de la realidad. Lo que ellos resaltan, sin embargó, al hablar de ver, mirar u observar, es
el carácter empírico de su conocimiento. Este enfoque empírico de la filosofía oriental
nos recuerda mucho al énfasis que la ciencia pone en la observación y nos sugiere un
esquema para nuestra comparación. La etapa experimental de la investigación científica
parece corresponderse con la percepción directa del místico oriental y los modelos y
teorías científicos se corresponderían con los diversos modos en que esa percepción es
interpretada.
Teniendo en cuenta la gran diferencia existente entre las naturalezas de estos dos
actos de observación, este paralelismo entre el experimento científico y la experiencia
mística puede parecer sorprendente. Los físicos realizan experimentos que implican un
elaborado trabajo de equipo y una tecnología altamente sofisticada, mientras que los
místicos obtienen su conocimiento simplemente a través de la introspección, sin
maquinaria de ningún tipo y en la privacidad de su meditación. Además, los
experimentos científicos son repetibles en cualquier momento y por cualquier persona,
mientras que las experiencias místicas parecen estar reservadas a unos pocos individuos
y a ocasiones muy especiales. Un examen más minucioso muestra, sin embargo, que la
diferencia entre ambos tipos de observación radica sólo en su enfoque y no en su
complejidad ni en su confiabilidad.
Quien desee repetir un experimento de física subatómica tendrá que pasar antes
muchos años de estudio, entrenamiento y preparación. Sólo entonces podrá hacer una
pregunta concreta a la naturaleza a través del experimento, y podrá comprender la
respuesta. De manera similar, la experiencia mística requiere generalmente muchos años
de entrenamiento bajo la dirección de un maestro experto y, al igual que ocurre en el
experimento científico, el tiempo dedicado no garantiza por sí solo el éxito. No
obstante, si el estudiante tiene éxito, podrá “repetir el experimento”. De hecho, la
repetición de la experiencia es básica en el entrenamiento místico y constituye la meta
de toda instrucción mística.
Una experiencia mística, por lo tanto, no es algo más único que un moderno
experimento de física. Por otro lado, tampoco es amenos sofisticada, aunque lo sea de
un modo diferente. La complejidad y la eficiencia de los aparatos técnicos del físico se
ve igualada, si no superada, por la consciencia del místico (tanto física como espiritual)
en la meditación profunda. Así, tanto científicos copio místicos han desarrollado
métodos de observación de la naturaleza altamente sofisticados, inaccesibles a los
profanos. Una página de una revista sobre física experimental será tan misteriosa para el
no iniciado como un mandala tibetano. Ambos son registros de investigaciones sobre la
naturaleza del universo.
Aunque en general, las experiencias místicas no ocurren sin una larga preparación.
todos experimentamos en nuestra vida diaria percepciones intuitivas directas. Todos
hemos vivido una situación en la que hemos olvidado el nombre de alguna persona o de
algún lugar o cualquier otra cosa, y no somos capaces de recordarlo pese a la más
absoluta concentración. Lo tenemos “en la punta de la lengua”, pero no nos sale, hasta
que abandonamos y llevamos nuestra atención a otra cosa, cuando de repente, de un
modo instantáneo, recordamos el nombre olvidado. En este proceso no interviene
ningún pensamiento. Es una percepción repentina, inmediata. Este ejemplo sobre el
recuerdo repentino está muy relacionado con el budismo, que mantiene que nuestra
naturaleza original es la del Buda iluminado y que simplemente, lo hemos olvidado. A
los estudiantes de budismo Zen se les pide que descubran “su rostro original”, siendo la
iluminación el recuerdo “súbito” de ese rostro.
En nuestra vida diaria, las percepciones intuitivas directas de la naturaleza de las
cosas están normalmente limitadas a momentos muy breves. No así en el misticismo
oriental, donde se extienden a largos períodos y finalmente, se convierten en una
consciencia permanente. La preparación de la mente para esa consciencia para una
consciencia inmediata y no conceptual de la realidad constituye la principal finalidad de
todas las escuelas de misticismo orientales, y en muchos aspectos, de la propia forma de
vida oriental. Durante la larga historia cultural de la India, de China y de Japón, se han
desarrollado una enorme variedad de técnicas, de rituales y de formas artísticas
tendientes a alcanzar dicha meta. A todos ellos se les puede llamar meditación, en el
más puro sentido de la palabra. La intención básica de todas estas técnicas parece ser la
de silenciar a la mente pensante y trasladar la consciencia desde el modo racional al
intuitivo. En muchas formas de meditación, ese silencio de la mente racional se logra
concentrando la atención en un solo detalle, como la respiración, el sonido de un mantra
o la imagen visual de un mandala. Otras escuelas enfocan su atención en los
movimientos del cuerpo, que deberán realizarse de un modo espontáneo, sin la
interferencia de ningún pensamiento. Esta es la manera del yoga hindú y del T'ai Chi
Ch' uan taoísta. Estos movimientos rítmicos pueden conducir a la misma sensación de
paz y serenidad que caracteriza a otras formas más estáticas de meditación.
Las formas de arte orientales son también modos de meditación. No son tanto
medios de expresión de las ideas del artista como posibilidades de autorrealización
mediante el desarrollo del modo de consciencia intuitivo. La música india no se aprende
leyendo notas, sino escuchando tocar al maestro y desarrollando así el sentido musical,
del mismo modo que los movimientos del T'ai Chi no se aprenden con instrucciones
verbales sino haciéndolos una vez y otra, al unísono con el maestro. Las ceremonias de
té japonesas están llenas de movimientos lentos y rituales. La caligrafía china requiere
de un movimiento de la mano desinhibido y espontáneo. Todas estas habilidades son
utilizadas en oriente para desarrollar el modo de consciencia meditativo.
Para la mayoría de las personas, especialmente para los intelectuales, este modo de
consciencia constituye una experiencia totalmente nueva. Los científicos conocen las
percepciones intuitivas directas de su investigación, pues todo nuevo descubrimiento se
origina en uno de esos flashes repentinos y no verbales. Pero éstos son momentos
extremadamente cortos, que surgen cuando la mente está llena de información, de
conceptos y de patrones de pensamiento. En la meditación, por el contrario, la mente se
ha vaciado de pensamientos y conceptos, preparándose así para funcionar durante largos
períodos de modo intuitivo.
Una vez la mente racional ha sido silenciada, el modo intuitivo genera una
consciencia extraordinaria. El entorno se experimenta de una forma directa, sin ser
filtrado por el pensamiento conceptual. En palabras de Chuang Tzu, “la mente calmada
del sabio es un espejo donde se reflejan el cielo y la tierra es el reflejo de todas las
cosas”18. Esta experiencia de unidad con el entorno constituye la característica principal
del estado meditativo. Es un estado de consciencia en el que toda forma de
fragmentación cesa, fundiéndose en una unidad indiferenciada.

El misticismo oriental está basado en la percepción directa de la naturaleza de la


realidad y la física se basa en la observación de los fenómenos naturales que tienen
18
Chuang Tzu, ob. cit., cap. 13.
lugar en los experimentos científicos. En ambos campos, las observaciones son después
interpretadas y esa interpretación, con frecuencia es comunicada por medio de palabras.
Dado que las palabras son siempre un mapa abstracto y aproximado de la realidad, las
interpretaciones verbales de un experimento científico o de una percepción mística
serán necesariamente imprecisas e incompletas. Tanto los físicos modernos como los
místicos orientales son conscientes de este hecho.
En física, a esas interpretaciones de los experimentos se les llama modelos o teorías
y la aceptación de que todos los modelos y teorías son aproximados es algo básico en la
investigación científica moderna. De ahí la frase de Einstein: “En lo que las leyes
matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas; y en lo que son ciertas, no se
refieren a la realidad”. Los físicos son conscientes de que sus métodos de análisis y de
razonamiento lógico nunca podrán explicar la totalidad de los fenómenos naturales en
su conjunto, por eso eligen un cierto grupo de fenómenos y tratan de construir un
modelo que les permita describir a ese grupo. Al hacer esto, descuidan otros fenómenos
y por ello su modelo no proporcionará una descripción completa de la situación real.
Los fenómenos que no han sido tomados en cuenta pueden tener un efecto tan pequeño
que su inclusión no alteraría significativamente la teoría, o tal vez se los omite
simplemente por que en el momento de establecer la teoría no son conocidos.
Los místicos orientales, a su vez, son también conscientes del hecho de que toda
descripción verbal de la realidad es imprecisa e incompleta. La experiencia directa de la
realidad trasciende los reinos del pensamiento y del lenguaje y dado que todo el
misticismo se basa en dicha experiencia directa, cualquier cosa que pueda decirse sobre
la misma será sólo parcialmente cierta. En física la naturaleza aproximada de todas las
afirmaciones es cuantificada y el progreso se realiza aumentando la aproximación en
muchos pasos sucesivos. ¿Cómo abordan entonces las tradiciones orientales el problema
de la comunicación verbal?
En primer lugar, el interés principal de los místicos lo constituye la experiencia de la
realidad y no la descripción de esa experiencia. Por ello, en general no existe un
marcado interés en el análisis de dicha descripción y así, el concepto de una
aproximación bien definida nunca surgió en el pensamiento oriental. Por otro lado,
cuando estos místicos orientales desean comunicar su experiencia se enfrentan a serias
limitaciones de lenguaje. En Oriente, se han desarrollado diferentes modos de abordar
este problema.
El misticismo hindú y en particular el hinduismo, revisten sus descripciones bajo la
forma de mitos, empleando metáforas y símbolos, imágenes poéticas, símiles y
alegorías. El lenguaje mítico se ve menos restringido por la lógica y el sentido común.
Se muestra lleno de magia y de situaciones paradójicas, ricas en imágenes sugestivas,
nunca precisas, que permiten transmitir el modo en que los místicos experimentan la
realidad mucho mejor que el lenguaje de los hechos concretos. Según Ananda
Coomaraswamy, “el mito encarna el más aproximado enfoque de la verdad absoluta que
pueda darse con palabras19”. La rica imaginación hindú ha creado un gran número de
dioses y diosas, cuyas encarnaciones y hazañas son relatadas en fantásticas historias,
recopiladas en epopeyas de enormes dimensiones. El hindú de percepción profunda sabe
que todos esos dioses son creaciones de la mente, imágenes míticas que representan las
muchas caras de la realidad. Por otro lado, también sabe que no fueron creados
meramente para hacer las historias más atractivas, sino que son vehículos esenciales
para la transmisión de las doctrinas de una filosofía basada en la experiencia mística.
Los místicos chinos y japoneses encontraron una forma diferente de abordar el
problema del lenguaje. En lugar de aderezar la naturaleza paradójica de la realidad
19
A. K. Coomaraswamy, Hinduismo y Budismo, pág. 33.
mediante símbolos e imágenes mitológicas, generalmente prefieren acentuarla,
utilizando un lenguaje objetivo. Así, los taoístas hacen frecuente uso de afirmaciones
absurdas, a fin de exponer las incongruencias que surgen de la comunicación verbal y al
mismo tiempo mostrar sus límites. Pasaron esta técnica a los budistas chinos y
japoneses quienes todavía la desarrollaron más. Su punto más alto ha sido alcanzado en
el budismo Zen, con los koans, absurdas adivinanzas que muchos maestros Zen utilizan
para transmitir las enseñanzas. Los koanes son acertijos absurdos, cuidadosamente
compuestos a fin de que el estudiante se dé cuenta de las limitaciones de la lógica y del
razonamiento del modo más directo. Lo absurdo e irracional de estos acertijos hace que
su resolución pensando sea imposible. Están precisamente diseñados para detener el
proceso del pensamiento y de este modo, preparar al estudiante para la experiencia no
verbal de la realidad. El maestro Zen contemporáneo Yasutani presentó a un estudiante
occidental uno de los koanes más famosos con las siguientes palabras:
“Uno de los mejores koanes, porque es el más simple de todos ellos es Mu. Esta es su
historia: Un monje fue hasta Joshu, famoso maestro Zen que vivió hace cientos de años en
China, y le preguntó: "¿Tiene un perro la naturaleza del Buda o no?", Joshu replicó
solamente: “Mu”. Literalmente la expresión significa "no", pero el significado ele la
respuesta de Joshu no es ese. Mu es la expresión de la naturaleza viva, activa y dinámica ele
Buda. Lo que debes hacer es descubrir la esencia o el espíritu de este Mu, no a través del
análisis intelectual, sino indagando en lo más profundo de tu ser. Entonces deberás
demostrar ante mí, de un nodo concreto y vívido, que comprendes Mu como una verdad
viva, sin recurrir a conceptos, a teorías ni a explicaciones abstractas. Recuerda, no puedes
entender Mu con el entendimiento ordinario, deberás captarlo directamente con todo tu
ser”20.

A un principiante, el maestro Zen normalmente le presentará este koan Mu o alguno


de los dos siguientes:
“¿Cuál era tu rostro original?, ¿el que tenías antes de nacer de tus padres?”
“Aplaudiendo con las dos manos produces un sonido. ¿Qué sonido haces al aplaudir
con una sola mano?”.

Todos estos koanes tienen más o menos soluciones únicas, que un maestro
competente reconocerá inmediatamente. Una vez se ha hallado la solución, el koan deja
de ser algo absurdo y se convierte en una afirmación profundamente significativa,
surgida de un estado de consciencia que el propio koan ayudó a despertar.
En la escuela Rinzai, el estudiante tiene que resolver una larga serie de koanes, cada
uno de ellos relacionado con un aspecto particular del Zen. Este es el único modo en
que esta escuela transmite sus enseñanzas. No utiliza ningún tipo de afirmaciones
positivas, sino que deja que el estudiante capte por sí mismo la verdad a través de los
koanes.
La solución de un koan exige un supremo esfuerzo de concentración y un
involucramiento total por parte del estudiante. En los libros sobre Zen leemos que el
koan capta el corazón y la mente del estudiante, creando un callejón sin salida, un
estado sostenido de tensión en el que la totalidad del mundo se convierte en una enorme
masa de dudas y preguntas.
En Japón existe todavía otro medio de expresar los conceptos filosóficos que debe
también ser mencionado. Es una forma especial de poesía extremadamente concisa,
usada frecuentemente por los maestros Zen para señalar directamente hacia la esencia

20
P. Kapleau. Three Pillars of 7, pág. 135.
de la “realidad”. Cuando un monje preguntó a Fuketsu Ensho: "Cuando no puede
utilizarse la palabra ni el silencio, ¿cómo evitarnos el error?", el maestro respondió:
“Siempre recuerdo a Kiangsu en marzo.
El canto de la perdiz,
la abundancia de flores olorosas”21.

Esta forma de poesía espiritual alcanzó su perfección en el haiku (versos clásicos


japoneses de tan sólo diecisiete sílabas), que se vieron profundamente influenciados por
el Zen. La profunda percepción de la naturaleza de la vida, alcanzada por estos poetas
de haikusse hace evidente incluso en su traducción al castellano:
“Hojas cayendo,
una yace junto a la otra.
La lluvia rocía a la lluvia”22.

Cuando los místicos orientales expresan su conocimiento mediante palabras -ya sea
sirviéndose de mitos, de imágenes poéticas o de afirmaciones absurdas- son siempre
conscientes de las limitaciones impuestas por el lenguaje y por el pensamiento "lineal".
Los físicos modernos han llegado a adoptar exactamente la misma actitud en relación
con sus modelos verbales y sus teorías, las cuales son también sólo aproximadas y
forzosamente inexactas. Constituyen el equivalente de los mitos orientales, de los
símbolos y de las imágenes poéticas, y es en ese nivel donde voy a examinar los
paralelismos. Una misma idea sobre la materia es transmitida, por ejemplo, a un hindú
mediante la danza cósmica del dios Shiva y a los físicos a través de ciertos aspectos de
la teoría del campo cuántico. Ambos, el dios danzante y la teoría física, son creaciones
de la mente: modelos que describen la intuición de sus autores sobre la realidad.

CONOCIMIENTO RACIONAL: EL CAMINO DE OCCIDENTE

“El alma de todos los hombres posee el poder de conocer la verdad,


y el órgano con el cual verla... Asi como uno tendría que girar
completamente todo el cuerpo para que los ojos pudieran ver la luz en
vez de la oscuridad, del mismo modo el alma completa debe apartarse
de este mundo cambiante hasta que su ojo pueda ser capaz de
contemplar la realidad.”
Platón.

En la primera civilización que conocemos, la antigua Sumeria (3800 a.C.), la


búsqueda del conocimiento del mundo que nos rodea y la búsqueda del conocimiento
del mundo de lo espiritual se contemplaban como una misma cosa. Tenían un dios de la
astrología, un dios de la horticultura y un dios de la irrigación. Los sacerdotes del
templo eran escribas y tecnólogos que investigaban esos campos del conocimiento. Los
sumerios conocían el ciclo de 26.000 años, la precisión de los equinoccios, la mutación
de las plantas para producir frutos y vegetales y el sistema de irrigación que alimentaba
todo el Creciente Fértil (la cuenca de los ríos Tigris y Éufrates).
21
A. W. Watts, El Camino del Zen, pág. 183.
22
lbid., pág. 187.
Avancemos 3.000 años, hasta la antigua Grecia. Los filósofos hacían grandes
preguntas como «¿Por qué estamos aquí? ¿Qué debemos hacer con nuestras vidas?».
También inventaron la teoría del átomo, estudiaron los movimientos celestes y buscaron
principios universales de conducta ética. Durante miles de años, la astrología era el
único estudio de los cielos; de la astrología deriva la astronomía moderna, y de la
astronomía, las matemáticas y la física. La alquimia, la disciplina ancestral de la
búsqueda de la transmutación y la inmortalidad, originó la ciencia de la química que,
posteriormente, se especializaría en física de partículas y biología molecular. Hoy, la
búsqueda de la inmortalidad la llevan a cabo los bioquímicos que estudian el ADN.

Las raíces de la física, corno las de toda la ciencia occidental, se hallan en el primer
período de la filosofía griega, en el siglo VI antes de Cristo, en una cultura en la que no
existía separación alguna entre ciencia, filosofía y
religión. Los sabios de la escuela de Mileto no se
preocupaban de tales distinciones. Su finalidad era
descubrir la naturaleza esencial, la constitución real de las
cosas, que ellos llamaron "físis". El término "física" se
deriva de esta palabra griega, y por lo tanto, inicialmente
significaba el empeño por conocer la naturaleza esencial
de todas las cosas. Esta, desde luego, es también la
finalidad central de todos los místicos y la filosofía de la
escuela de Mileto tenía ciertamente un fuerte aroma
místico. Los de Mileto fueron llamados "hylozoístas" -los
que creen que la materia está viva- por los griegos más
molemos, porque no veían diferencia alguna entre lo animado y lo inanimado, entre
espíritu y materia. De hecho, ni siquiera tenían una palabra para designar a la materia,
pues consideraban que todas las formas de existencia eran manifestaciones de la "físis"
dotadas de vida y de espiritualidad. Así, Tales declaró que todas las cosas están llenas de
dioses y Anaximandro vio el universo como una especie de organismo sostenido por el
"neuma" o aliento cósmico, del mismo modo que el cuerpo humano está sustentado por
el aire.
La visión monista y orgánica de los filósofos de Mileto estaba muy cercana a las
antiguas filosofías de China e India, cuya concepción del mundo era como la de un
juego dinámico entre fuerzas energéticas que cambian constantemente: nada es fijo o
estático, todo fluye, cambia y nace sin cesar.
Estos paralelismos con el pensamiento oriental se acentúan todavía más en
Heráclito de Efeso. Heráclito creía en un mundo en perpetuo cambio, en un eterno
"devenir". Para él todo ser estático estaba basado en un error de apreciación y su
principio universal era el fuego, símbolo del flujo continuo y del cambio de todas las
cosas. Heráclito enseñó que todos los cambios que se producen en el mundo ocurren por
la interacción dinámica y cíclica de los opuestos, y consideraba que todo par de
opuestos formaba una unidad. A esa unidad, que contiene y trasciende a todas las
fuerzas opuestas, la llamó el Logos. Unidad que comenzó a resquebrajarse con la
escuela de Elea, la cual asumió la existencia de un principio divino que prevalecía sobre
todos los dioses y los hombres. Inicialmente se identificó a este principio con la unidad
del universo, pero luego se consideró que era un dios inteligente y personal que
gobierna y dirige al mundo. Así comenzó una tendencia de pensamiento que llevó
finalmente a la separación entre espíritu y materia, y a un dualismo que se convirtió en
la característica de la filosofía occidental.
Parménides de Elea, cuyo pensamiento era totalmente opuesto al de Heráclito, dio
un paso decisivo en esa dirección. Llamó a su principio básico el Ser y sostuvo que era
único e invariable. Consideró que el cambio era imposible y anunció que los cambios
que creemos percibir en el mundo son meras ilusiones de los sentidos. A partir de esa
filosofía, el concepto de una substancia indestructible que presenta propiedades
variables fue creciendo, hasta llegar a convertirse en uno de los conceptos
fundamentales del pensamiento occidental. En el siglo V antes de Cristo, los filósofos
griegos intentaron superar el agudo contraste que existía entre las visiones de
Parménides y Heráclito. A fin de reconciliar la idea del Ser inmutable (de Parménides)
con el eterno Devenir (de Heráclito) asumieron que el Ser se manifiesta en ciertas
substancias invariables y que la mezcla o separación de las mismas origina los cambios
que tienen lugar en el mundo. Esto los llevó al concepto del átomo, la unidad más
pequeña de materia indivisible, cuya más clara expresión se halla en la filosofía de
Leucipo y Demócrito. Los atomistas griegos trazaron una clara línea divisoria entre
espíritu y materia, representando a la materia como constituida por diversos "ladrillos
básicos". Estos eran partículas puramente pasivas e intrínsecamente muertas que se
movían en el vacío. No se explicaba la causa de su movimiento, pero se solía relacionar
con fuerzas externas que se suponían de origen espiritual y que eran fundamentalmente
diferentes de la materia. En siglos posteriores esta imagen se convirtió en un elemento
esencial del pensamiento occidental, del dualismo entre mente y materia, entre cuerpo y
alma.
Una vez que la idea de la separación entre espíritu y materia hubo arraigado, los
filósofos, en lugar de hacia el mundo material, volcaron su atención hacia el mundo
espiritual, hacia el alma humana y hacia los asuntos de la ética y la moralidad. Estas
cuestiones ocuparon el pensamiento occidental durante más de dos mil años, a partir de
la culminación de la ciencia y la cultura griegas que tuvo lugar en los siglos V y IV
antes de Cristo. El conocimiento científico de la antigüedad fue sistematizado y
organizado por Aristóteles, quien creó el esquema que serviría de base durante dos mil
años a la concepción occidental del universo. Aristóteles creía que las cuestiones
relativas a la perfección del alma humana y a la contemplación de Dios eran mucho más
importantes que las investigaciones sobre el mundo material. La razón por la que el
modelo aristotélico del universo permaneció incontestado durante tanto tiempo fue
precisamente esa falta de interés en el mundo material, y también la gran influencia de
la Iglesia Cristiana que apoyó las doctrinas de Aristóteles durante toda la Edad Media.
Todo esto cambió radicalmente a mediados del siglo XVI.

LA IGLESIA CONTRA EL CONOCIMIENTO

En la Europa medieval, la Iglesia tenía el poder supremo. La Iglesia era


terrateniente, tenía una gran influencia y era la proveedora de la verdad; además, se
arrogaba el papel de ser la única que lo sabía todo. Su dogma era ley y su poder,
absoluto. No sólo legislaba la forma en que funcionaba el mundo espiritual, en términos
de cielo, infierno y purgatorio, sino que también decía cómo tenía que comportarse el
universo físico.
En 1543, Nicolas Copérnico tuvo la audacia de contradecir a la Iglesia y a la Biblia.
Publicó un libro en el que sugería que el Sol, y no la Tierra, era el centro del universo.
La Iglesia, al enfrentarse con la idea de que Copérnico podría estar en lo cierto, prohibió
a sus seguidores leer el libro. Lo puso en el Índice de libros prohibidos y, cosa increíble,
no lo quitó ¡hasta 1835! Afortunadamente para él, Copérnico murió por causas naturales
antes de que la Iglesia pudiera capturarlo. Dos científicos que apoyaron su obra no
consiguieron escapar tan fácilmente. Giordano Bruno confirmó los cálculos de
Copérnico y planteó que nuestro Sol y sus planetas podrían no ser sino un sistema solar
entre otros muchos en un universo infinito. Por esa terrible blasfemia, fue llevado ante
la Inquisición (que todavía hoy sigue siendo un departamento dentro de la Iglesia),
condenado por hereje y quemado en la hoguera.
Galileo Galilei también apoyó el modelo de Copérnico. También él fue llamado
ante la Inquisición, pero, como era amigo personal del Papa, solamente le condenaron a
permanecer encerrado en su casa (a la edad de 70 anos) hasta su muerte. A menudo se
conoce a Galileo como el «padre de la ciencia moderna», porque fue el primero que
basó su trabajo en los dos pilares que han caracterizado la actividad científica desde en-
tonces: la observación empírica y el uso de las matemáticas.
A comienzos del siglo XVII, gracias a los descubrimientos de Galileo, el
conocimiento dejó de ser propiedad de los sacerdotes. Su validez en adelante ya no se
basaría en las fuentes autorizadas de la Antigüedad o en las jerarquías eclesiásticas. En
adelante, el conocimiento se iba a adquirir a través de la investigación y de la
observación directa y a validar mediante principios convenidos, que pronto se conocería
como el método científico. Los científicos no buscaban enfrentarse a la Iglesia; sabían
que era inútil y peligroso. En vez de intentar formular leyes matemáticas sobre Dios o el
alma, o siquiera sobre la sociedad y la naturaleza humana, se limitaron a investigar los
misterios de la materia. La Iglesia, por su parte, hizo todo lo que estaba en sus manos
para impedir que se propagaran ideas que podrían poner en peligro su autoridad. Pero lo
que pasó fue precisamente lo que la Iglesia temía. Cuando los científicos perseveraron
en la aventura del descubrimiento, utilizaron el conjunto creciente de conocimientos
para crear tecnologías cada vez más poderosas; el atractivo de la actividad científica
incrementó el apoyo que recibía.

EL UNIVERSO MECANICO

El nacimiento de la ciencia moderna fue precedido y acompañado por una evolución


del pensamiento filosófico que llevó a una formulación extrema del dualismo espíritu-
materia. Esta formulación apareció en el siglo XVII en la filosofía de René Descartes,
quien basó su visión de la naturaleza en una división fundamental, en dos reinos
separados e independientes: el de la mente (res cogitans) y el de la materia (res extensa).
«En el concepto de cuerpo – afirmó Descartes - nada hay que corresponda a la mente, y
nada hay en el concepto de mente que corresponda al cuerpo». Y así cayó el hacha y
partió por la mitad una misma moneda (la realidad). Si la
ciencia y el espíritu estaban divorciándose, Descartes fue
el abogado que lo hizo aceptable. Aunque él creía que
Dios había creado tanto el espíritu como la materia,
pensaba que eran cosas completamente distintas e
independientes. La mente humana era un centro de
inteligencia y razón, diseñado para analizar y entender. El
campo propio de la ciencia era el universo material (la
naturaleza), una máquina, según él, que actuaba de
acuerdo con leyes que podían ser formuladas
matemáticamente. Para Descartes, gran aficionado a los
relojes y a los juguetes mecánicos, en la naturaleza todo compartía esa esencia
mecánica, y no únicamente las cosas inanimadas como los planetas y las montañas.
Asimismo, todas las operaciones del cuerpo podían explicarse de acuerdo con el modelo
mecánico: «Considero que el cuerpo humano es como una máquina».

Esta visión mecanicista del mundo la mantuvo también


Isaac Newton, quien construyó su mecánica sobre esta base
y la convirtió en los cimientos de la física clásica. Sir Isaac
Newton es la persona que más frecuente e íntimamente
asociamos con la formulación de la concepción científica
del mundo; y por «física newtoniana» o «modelo
newtoniano» nos referimos con frecuencia al modelo
mecanicista del mundo. Estos términos están justificados,
porque Newton dio pasos de gigante con respecto a sus
antecesores: sintetizó sus ideas y métodos y los hizo
avanzar enormemente. Las conclusiones a las que llegó
fueron tan convincentes que, durante casi trescientos años,
los científicos estuvieron persuadidos de que describían de forma precisa el
funcionamiento de la naturaleza. Desde la segunda mitad del siglo XVII hasta finales
del siglo XIX, el modelo mecanicista newtoniano del universo dominó todo el
pensamiento científico.
Para Newton, como para Descartes, el mundo era como una máquina que
funcionaba en un espacio tridimensional, con acontecimientos que tenían lugar en el
tiempo, como los movimientos de las estrellas o la caída de las manzanas. Según él, la
materia era sólida y tenía partículas diminutas en el núcleo. Esas partículas, al igual que
objetos gigantes como los planetas, se movían de acuerdo con leyes de la naturaleza,
como la fuerza de la gravedad, y esas leyes podían ser descritas con tal precisión
matemática que, si conociéramos las condiciones iniciales de cualquier objeto, como
por ejemplo la localización de un planeta y la velocidad y la trayectoria de su órbita,
podríamos predecir su futuro con certeza absoluta. La conexión de dos acontecimientos
tan dispares como la caída de una manzana y el movimiento de un planeta fue un hecho
completamente revolucionario. La conexión era una «fuerza», en este caso, la fuerza de
la gravedad.
El enfoque mecanicista no tardó en ser aplicado a todas las ciencias, a la astronomía,
a la química, a la biología, etc.

Francis Bacon, filósofo y científico británico, contribuyó también a establecer el


método científico. Podemos explicarlo con el siguiente diagrama:
Hipótesis > investigación y experimentación > sacar conclusiones generales
—> probar esas conclusiones con más investigación
Es indudable que el método científico ha producido avances enormes para la
humanidad, desde un mayor entendimiento de la naturaleza, a mejoras en la salud, en la
ingeniería, en la agricultura, etcétera, o a los primeros pasos en la exploración espacial.
Pero esto es sólo la mitad de la historia.
Como ha señalado Fritjof Capra, Bacon veía la empresa científica en términos «a
menudo francamente perversos». Había que «perseguir sin tregua los desvaríos de la
naturaleza», «obligarla a servir» y «esclavizarla». La labor del científico era
«atormentar a la naturaleza para arrancarle sus secretos». Desgraciadamente, esa actitud
que perseguía obtener conocimientos para controlar y dominar la naturaleza se ha
convertido en principio rector de la ciencia occidental. Bacon lo resumía así: «El
conocimiento es poder».
Fue la división cartesiana entre “mente” y “materia” lo que permitiría a los
científicos tratar a la materia como algo muerto y totalmente separado de ellos mismos,
considerando al mundo material corno una multitud de objetos diferentes, ensamblados
entre sí para formar una máquina enorme. Desde la segunda mitad del siglo XVII hasta
finales del siglo XIX, el modelo mecanicista newtoniano del universo dominó todo el
pensamiento científico. Fue paralelo a la imagen de un dios monárquico, que gobernaba
el mundo desde arriba, imponiendo en él su divina ley. Así, las leyes de la naturaleza
investigadas por los científicos fueron consideradas como las leyes de Dios, invariables
y eternas, a las que el mundo se hallaba sometido.

UN DIVORCIO AMARGO

Por muy revolucionarios que fueran Newton y sus colegas en su trabajo, no


cuestionaron la visión dominante en su época en lo relativo a la religión. Estaban
inmersos en ella. Aunque se les debe a ellos la creación de un paradigma nuevo y
radical que iba a cuestionar y a invalidar acuerdos que habían durado siglos, vivían sus
vidas personales en el mundo medieval en el que habían nacido.
Como otras personas, ellos creían que Dios era el maestro arquitecto y constructor
del mundo. Newton escribió en su principal obra científica, Principia Mathematica:

“Este bellísimo sistema solar con los planetas y los cometas únicamente puede proceder del
consejo y dominio de un ser inteligente y poderoso... Ese ser gobierna todas las cosas, no
como alma del mundo, sino como Señor de todo... Es eterno e infinito, omnipotente y
omnisciente. Gobierna todas las cosas y conoce todo lo que es o puede ser...
Desconozco la razón de que, en nuestro sistema solar, haya un cuerpo cualificado para dar
luz y calor a todo el resto, salvo que el Autor pensara que era conveniente.”

Como si quisiera preparar a los tiempos venideros en contra de la filosofía


materialista que dominaría el pensamiento occidental en nombre de la mecánica
newtoniana, sir Isaac Newton escribió: «El ateísmo es tan insensato y tan odioso para la
humanidad que nunca tuvo muchos seguidores».

Pero quienes descubrieron que no tenían necesidad de Dios ni de espiritualidad


fueron las generaciones posteriores de científicos, centrados enteramente en la maquina
del mundo. Los científicos, una vez liberados de las constricciones impuestas por el
dogma religioso, reaccionaron con venganza y proclamaron que todo lo que no se ve y
no se puede medir es fantasía y engaño. Muchos se volvieron tan dogmáticos como las
autoridades eclesiásticas y afirmaron farisaicamente que somos estrictamente pequeñas
máquinas que se mueven en un universo máquina predecible, gobernado por leyes
inmutables.
Los seguidores de Darwin dieron la última pincelada al triunfo materialista. No sólo
no hay Dios y, por tanto, no existe una inteligencia creadora que guíe la evolución de la
vida intergaláctica, sino que nosotros mismos, que una vez fuimos el centro del mundo,
no somos más que mutaciones al azar, portadores de ADN en una búsqueda inexorable
de algo más, dentro de un universo sin sentido.

PARADIGMAS Y SISTEMAS DE CREENCIAS


Un paradigma se parece a una teoría, pero es un poco diferente. Una teoría es una
idea que pretende explicar el funcionamiento de algo, como por ejemplo la teoría de la
evolución de Darwin. Se supone que deber ser comprobada, demostrada o rebatida,
apoyada o desafiada a través de los experimentos y de la reflexión. El paradigma, por el
contrario, es un conjunto de suposiciones implícitas que no tienen que ser confirmadas;
de hecho, son esencialmente inconscientes. Forman parte de nuestro modus operandi
como individuos, como científicos o como sociedad, un paradigma nunca se pone en
duda puesto que nadie piensa en el. Es como si llevamos puestas todo el tiempo las
típicas gafas con cristales rosas y todo lo vemos de color rosa. Así es la realidad en que
vivimos. Nuestras percepciones nos llegan a través de ese marco que encuadra todas las
cosas que damos por supuestas. Nunca nos las cuestionamos y ni siquiera nos damos
cuenta de que existen, hasta que nos damos de narices contra una pared y las gafas de
color de rosa se hacen añicos y, de repente, el mundo parece diferente.

Otra forma de entender el paradigma es verlo como un sistema de creencias. Si


alguna ver has intentado definir tu sistema de creencias, lo que valoras y crees, sabrás lo
difícil que es. Puede que algunos de los puntos en los que hayas pensado
conscientemente no sean tan difíciles; puedes creer en la importancia de la familia, de la
amistad, del ejercicio, de una dieta sana; puedes tener razones para pensar que tu
afiliación política es la sensata, etc. Pero existen docenas, quizá centenares, de creencias
inconscientes que no has examinado y que rigen tu vida desde el nivel subterráneo de la
consciencia imprecisa, creencias sobre tu valía y competencia por ejemplo, o sobre si
puedes confiar en la gente o no, creencias que fueron depositadas durante la niñez y
continúan determinando tu relación con el mundo.
Un paradigma es como el sistema de creencias inconscientes de una cultura.
Vivimos y respiramos esas creencias y pensamos e interactuamos de acuerdo con ellas.

EL ANTIGUO PARADIGMA CIENTIFICO YA NO FUNCIONA

El modelo materialista de la realidad pasó hace tiempo desde las filas de la «teoría»
a quedarse establecido como base implícita de todo pensamiento e investigación.
Durante 400 años ha gobernado la búsqueda científica y la apertura del mundo
científico a lo que es posible o imposible. Dice que el universo es un sistema mecánico
compuesto por «sillares» elementales, materiales y sólidos. Afirma que es real lo que es
medible y que lo medible es sólo aquello que podemos percibir con los cinco sentidos y
cualquier extensión mecánica de los mismos. Presupone también que la única manera
válida de adquirir conocimiento es desterrar los sentimientos y la subjetividad y llegar a
ser completamente racional y objetivo.
Esta manera de relacionarse con el mundo divide la totalidad de la vida humana en
mente y cuerpo. Declara que son impropios los sentimientos, las pasiones, las
intuiciones y la imaginación. Cosifica la naturaleza y nos aparta de ella. Bajo ese
prisma, la naturaleza se convierte en «recursos» que controlar y explotar en vez de en un
sistema orgánico vivo que hay que cuidar y mantener.
Según el paradigma científico actual, vivimos en un universo mecánico que es un
universo muerto. Es el mundo de la máquina. Puede que una inteligencia viva lo creara
y pusiera en marcha (tal y como Newton y los primeros científicos creían firmemente),
pero, ahora, el universo es completamente mecánico y predecible. Dado un conjunto de
condiciones iniciales, el resultado está determinado en su totalidad. Los efectos son
inevitables.
Ahora bien, aunque el movimiento de los planetas sea predecible al igual que la
caída de rocas o de manzanas, y aunque el funcionamiento de los objetos y su relación
con el mundo material sea cuantificable (y veremos más tarde que la física cuántica
contradice estos postulados), afirmar que todo ello es cierto con respecto a la vida
humana es degradante y sofocante. ¿Adónde nos lleva esa clase de vida? Si no existe la
libertad, si el camino que tenemos delante está totalmente determinado de antemano,
¿en qué consiste la vida, entonces? En ese modelo no hay lugar para el conocimiento ni
para el espíritu, la libertad y la elección.
La filosofía del dualismo cartesiano ejerció una influencia tremenda sobre el modo
de pensar occidental, hasta nuestros días. La famosa frase de Descartes "Cogito ergo
sum" -pienso, luego existo-, llevó al hombre occidental a considerarse identificado con
su mente, en lugar de hacerlo con todo su organismo. Como consecuencia de esta
división cartesiana, la mayoría de los individuos son conscientes de sí mismos como
egos aislados, que existen "dentro" de sus cuerpos. La mente fue separada del cuerpo y
se le asignó la fútil tarea de controlarlo, causando así un aparente conflicto entre la
voluntad consciente y los instintos involuntarios. Cada individuo fue además dividido
en un gran número de compartimentos separados, de acuerdo a sus actividades, sus
talentos, sus sentimientos, sus creencias y así sucesivamente, generándose de este modo
conflictos sin fin, una gran confusión metafísica y una continua frustración.
Esta fragmentación interna es un reflejo del "mundo exterior", percibido como una
multitud de objetos y acontecimientos separados. El entorno natural es tratado como si
consistiera en partes separadas, que existen para ser explotadas por diferentes grupos de
interés. Esta visión fragmentada es acentuada todavía por la sociedad, dividida en
diferentes naciones, razas y grupos religiosos y políticos. La creencia de que todos esos
fragmentos en nosotros mismos, en nuestro entorno y en nuestra sociedad están
realmente separados, puede considerarse como la razón esencial de la presente serie de
crisis sociales, ecológicas y culturales. Nos ha separado de la naturaleza y de nuestros
congéneres humanos. Ha generado una distribución enormemente injusta de los
recursos naturales creando el desorden político y económico, una creciente ola de
violencia, tanto espontánea como institucionalizada y un feo y contaminado medio
ambiente, en el que la vida se ha hecho a veces malsana, tanto física como mentalmente.
El contemplar el mundo exterior como materia sin vida y nada más, que funciona
con arreglo a leyes mecánicas predecibles y carece de toda cualidad espiritual o
animada, nos separa de la naturaleza viviente que nos sostiene, proporcionando a la
humanidad una excusa perfecta para explotar todos los «recursos naturales» para fines
inmediatos y egoístas, sin preocuparse por otros seres vivientes ni por el futuro del
planeta. Y el planeta ha sufrido. Saqueados sus recursos y despojado de su pureza,
nuestro hogar contaminado entró en barrena hasta llegar al borde de la extinción.
No se trata sólo de que el modelo antiguo no sea suficiente para responder las
cuestiones que plantea la nueva búsqueda. Un problema aún más serio es que el viejo
modelo no ha hecho lo suficiente para liberar al ser humano del sufrimiento, de la po-
breza, de la injusticia y de las miserias de la guerra. De hecho, podríamos decir incluso
que muchos de estos problemas han ido a peor por causa del modelo mecánico que ha
dominado tanto tiempo nuestro modo de experimentar el mundo.

UN PARADIGMA NUEVO

Cuando la ciencia profundizó aún más en el universo muerto, tropezó con un


misterio y lo desentrañó. A comienzos del siglo XX, científicos como Albert Einstein,
Niels Bohr, Werner Heisenberg, Erwin Schrodinger y otros fundadores de la teoría
cuántica hicieron que el materialismo dominante comenzara a temblar. Dijeron al
mundo: cuando la materia se analiza en profundidad, desaparece y se disuelve en una
energía insondable. Si seguimos a Galileo y lo describimos en términos matemáticos,
¡resulta que el universo no es material en absoluto! El universo físico no es físico en
esencia y puede surgir de un campo que es más sutil todavía que la energía misma, un
campo que, más que materia, parece información, inteligencia o consciencia.

Si tanto la ciencia como el espíritu investigan la naturaleza de la realidad ilimitada


(y, obviamente, cuanto más ilimitada sea, más se acercará a la realidad), sus caminos
deberían cruzarse al final. Las escrituras más antiguas conocidas, los Vedas, hablan de
que el mundo físico es una ilusión, maya, según el término hindú. Según la física
cuántica, la realidad no es tal y como la vemos: en el mejor de los casos, está casi vacía,
aunque realmente es más como ondas de una no-cosa insubstancial.
Los budistas tibetanos dicen que todo es una «creación interdependiente». En física
se habla de interconexión, según la cual todas las partículas están conectadas entre sí y
lo han estado desde el Big Bang. Más poética es la famosa paradoja zen «¿cuál es el
sonido de una sola mano aplaudiendo?», que recuerda la
pregunta de la física «¿cómo puede una partícula estar en
dos sitios a la vez?».
La historia del progreso humano muestra que la
evolución se produce cuando se incluyen y se integran
áreas de estudio cada vez
más amplias. ¿Cuál es el
sonido de un beso entre dos
adversarios?

Un conocido científico (algunos dicen que fue Bertrand Russell) daba una vez una
conferencia sobre astronomía. En ella describía cómo la Tierra giraba alrededor del Sol
y cómo éste, a su vez, giraba alrededor del centro de una vasta colección de estrellas
conocida como nuestra galaxia. Al final de la charla, una simpática señora ya de edad se
levantó y le dijo desde el fondo de la sala: «Lo que nos ha contado usted no son más que
tonterías. El mundo es en realidad una plataforma plana sustentada por el caparazón de
una tortuga gigante». El científico sonrió ampliamente antes de replicarle, « ¿y en qué
se apoya la tortuga?». «Usted es muy inteligente, joven, muy inteligente -dijo la señora-.
¡Pero hay infinitas tortugas una debajo de otra!».
La mayor parte de la gente encontraría bastante ridícula la imagen de nuestro
universo como una torre infinita de tortugas, pero, ¿en qué nos basamos para creer que
lo conocemos mejor? ¿Qué sabemos acerca del universo, y cómo hemos llegado a
saberlo. ¿De dónde surgió el universo, y a dónde va? ¿Tuvo el universo un principio, y,
si así fue, que sucedió con anterioridad a él? ¿Cuál es la naturaleza del tiempo? ¿Llegará
éste alguna vez a un final? Avances recientes de la física, posibles en parte gracias a
fantásticas nuevas tecnologías, sugieren respuestas a algunas de estas preguntas que
desde hace mucho tiempo nos preocupan. Algún día estas respuestas podrán parecernos
tan obvias como el que la Tierra gire alrededor del Sol, o, quizás, tan ridículas como una
torre de tortugas. Sólo el tiempo (cualquiera que sea su significado) lo dirá.

Ya en el año 340 a.C. el filósofo griego


Aristóteles, en su libro De los Cielos, fue capaz de
establecer dos buenos argumentos para creer que la
Tierra era una esfera redonda en vez de una
plataforma plana. En primer lugar, se dio cuenta que
los eclipses lunares eran debidos a que la Tierra se
situaba entre el Sol y la Luna. La sombra de la Tierra
sobre la Luna era siempre redonda. Si la Tierra
hubiera sido un disco plano, su sombra habría sido
alargada y elíptica a menos que el eclipse siempre
ocurriera en el momento en que el Sol estuviera
directamente debajo del centro del disco. En segundo
lugar, los griegos sabían, debido a sus viajes, que la
estrella Polar aparecía más baja en el cielo cuando se
observaba desde el sur que cuando se hacía desde regiones más al norte. (Como la
estrella Polar está sobre el polo norte, parecería estar justo encima de un observador
situado en dicho polo, mientras que para alguien que mirara desde el ecuador parecería
estar justo en el horizonte). A partir de la diferencia en la posición aparente de la estrella
Polar entre Egipto y Grecia, Aristóteles incluso estimó que la distancia alrededor de la
Tierra era de 400.000 estadios. No se conoce con exactitud cuál era la longitud de un
estadio, pero puede que fuese de unos 200 metros, lo que supondría que la estimación
de Aristóteles era aproximadamente el doble de la longitud hoy en día aceptada. Los
griegos tenían incluso un tercer argumento en favor que la Tierra debía de ser redonda,
¿por qué, si no, ve uno primero las velas de un barco que se acerca en el horizonte, y
sólo después se ve el casco?
Aristóteles creía que la Tierra era estacionaria y que el Sol, la luna, los planetas y las
estrellas se movían en órbitas circulares alrededor de ella. Creía eso porque estaba
convencido, por razones místicas, que la Tierra era el centro del universo y que el
movimiento circular era el más perfecto. Esta idea fue ampliada por Ptolomeo en el
siglo II d.C. hasta constituir un modelo cosmológico completo. La Tierra permaneció en
el centro, rodeada por ocho esferas que transportaban a la Luna, el Sol, las estrellas y los
cinco planetas conocidos en aquel tiempo, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno
(figura 1.1).
Figura 1.1

Los planetas se movían en círculos más pequeños engarzados en sus respectivas


esferas para que así se pudieran explicar sus relativamente complicadas trayectorias
celestes. La esfera más externa transportaba a las llamadas estrellas fijas, las cuales
siempre permanecían en las mismas posiciones relativas, las unas con respecto de las
otras, girando juntas a través del cielo. Lo que había detrás de la última esfera nunca fue
descrito con claridad, pero ciertamente no era parte del universo observable por el
hombre. El modelo de Ptolomeo proporcionaba un sistema razonablemente preciso para
predecir las posiciones de los cuerpos celestes en el firmamento. Pero, para poder
predecir dichas posiciones correctamente, Ptolomeo tenía que suponer que la Luna
seguía un camino que la situaba en algunos instantes dos veces más cerca de la Tierra
que en otros. ¡Y esto significaba que la Luna debería aparecer a veces con tamaño doble
del que usualmente tiene! Ptolomeo reconocía esta inconsistencia, a pesar de lo cual su
modelo fue amplio, aunque no universalmente, aceptado. Fue adoptado por la Iglesia
cristiana como la imagen del universo que estaba de acuerdo con las Escrituras, y que,
además, presentaba la gran ventaja de dejar, fuera de la esfera de las estrellas fijas, una
enorme cantidad de espacio para el Cielo y el Infierno.
Un modelo más simple, sin embargo, fue propuesto, en 1514, por un cura polaco,
Nicolás Copérnico. (Al principio, quizás por miedo a ser tildado de hereje por su propia
iglesia, Copérnico hizo circular su modelo de forma anónima). Su idea era que el Sol
estaba estacionario en el centro y que la Tierra y los planetas se movían en órbitas
circulares a su alrededor. Pasó casi un siglo antes que su idea fuera tomada
verdaderamente en serio. Entonces dos astrónomos, el alemán Johannes Kepler y el
italiano Galileo Galilei, empezaron a apoyar públicamente la teoría copernicana, a pesar
que las órbitas que predecía no se ajustaban fielmente a las observadas.
El golpe mortal a la teoría aristotélico/ptolemaica llegó en 1609. En ese año, Galileo
comenzó a observar el cielo nocturno con un telescopio, que acababa de inventar.
Cuando miró al planeta Júpiter, Galileo encontró que éste estaba acompañado por varios
pequeños satélites o lunas que giraban a su alrededor. Esto implicaba que no todo tenía
que girar directamente alrededor de la Tierra, como Aristóteles y Ptolomeo habían
supuesto. (Aún era posible, desde luego, creer que las lunas de Júpiter se movían en
caminos extremadamente complicados alrededor de la Tierra, aunque daban la
impresión de girar en torno a Júpiter. Sin embargo, la teoría de Copérnico era mucho
más simple). Al mismo tiempo, Johannes Kepler había modificado la teoría de
Copérnico, sugiriendo que los planetas no se movían en círculos, sino en elipses (una
elipse es un círculo alargado). Las predicciones se ajustaban ahora finalmente a las
observaciones.
Desde el punto de vista de Kepler, las órbitas elípticas constituían meramente una
hipótesis ad hoc, y, de hecho, una hipótesis bastante desagradable, ya que las elipses
eran claramente menos perfectas que los círculos. Kepler, al descubrir casi por accidente
que las órbitas elípticas se ajustaban bien a las observaciones, no pudo reconciliarlas
con su idea que los planetas estaban concebidos para girar alrededor del Sol atraídos por
fuerzas magnéticas. Una explicación coherente sólo fue proporcionada mucho más
tarde, en 1687, cuando sir Isaac Newton publicó su Philosophiae Naturalis Principia
Mathematica, probablemente la obra más importante publicada en las ciencias físicas en
todos los tiempos. En ella, Newton no sólo presentó una teoría de cómo se mueven los
cuerpos en el espacio y en el tiempo, sino que también desarrolló las complicadas
matemáticas necesarias para analizar esos movimientos. Además, Newton postuló una
ley de la gravitación universal, de acuerdo con la cual, cada cuerpo en el universo era
atraído por cualquier otro cuerpo con una fuerza que era tanto mayor cuanto más
masivos fueran los cuerpos y cuanto más cerca estuvieran el uno del otro. Era esta
misma fuerza la que hacía que los objetos cayeran al suelo. (La historia que Newton fue
inspirado por una manzana que cayó sobre su cabeza es casi seguro, apócrifa. Todo lo
que Newton mismo llegó a decir fue que la idea de la gravedad le vino cuando estaba
sentado «en disposición contemplativa», de la que «únicamente le distrajo la caída de
una manzana»). Newton pasó luego a mostrar que, de acuerdo con su ley, la gravedad es
la causa que la Luna se mueva en una órbita elíptica alrededor de la Tierra, y que la
Tierra y los planetas sigan caminos elípticos alrededor del Sol.
El modelo copernicano se despojó de las esferas celestiales de Ptolomeo y, con ellas,
de la idea que el universo tiene una frontera natural. Ya que las «estrellas fijas» no
parecían cambiar sus posiciones, aparte de una rotación a través del cielo causada por el
giro de la Tierra sobre su eje, llegó a ser natural suponer que las estrellas fijas eran
objetos como nuestro Sol, pero mucho más lejanos. Newton comprendió que, de
acuerdo con su teoría de la gravedad, las estrellas deberían atraerse unas a otras, de
forma que no parecía posible que pudieran permanecer esencialmente en reposo. ¿No
llegaría un determinado momento en el que todas ellas se aglutinarían?
En 1691, en una carta a Richard Bentley, otro destacado pensador de su época,
Newton argumentaba que esto verdaderamente sucedería si sólo hubiera un número
finito de estrellas distribuidas en una región finita del espacio. Pero razonaba que si, por
el contrario, hubiera un número infinito de estrellas, distribuidas más o menos
uniformemente sobre un espacio infinito, ello no sucedería, porque no habría ningún
punto central donde aglutinarse. Este argumento es un ejemplo del tipo de dificultad que
uno puede encontrar cuando se discute acerca del infinito. En un universo infinito, cada
punto puede ser considerado como el centro, ya que todo punto tiene un número infinito
de estrellas a cada lado. La aproximación correcta, que sólo fue descubierta mucho más
tarde, es considerar primero una situación finita, en la que las estrellas tenderían a
aglutinarse, y preguntarse después cómo cambia la situación cuando uno añade más
estrellas uniformemente distribuidas fuera de la región considerada. De acuerdo con la
ley de Newton, las estrellas extra no producirían, en general, ningún cambio sobre las
estrellas originales, que por lo tanto continuarían aglutinándose con la misma rapidez.
Podemos añadir tantas estrellas como queramos, que a pesar de ello, las estrellas
originales seguirán juntándose indefinidamente. Esto nos asegura que es imposible tener
un modelo estático e infinito del universo, en el que la gravedad sea siempre atractiva.
Un dato interesante sobre la corriente general del pensamiento anterior al siglo XX
es que nadie hubiera sugerido que el universo se estuviera expandiendo o contrayendo.
Era generalmente aceptado que el universo, o bien había existido por siempre en un
estado inmóvil, o bien había sido creado, más o menos como lo observamos hoy, en un
determinado tiempo pasado finito. En parte, esto puede deberse a la tendencia que
tenemos las personas a creer en verdades eternas, tanto como al consuelo que nos
proporciona la creencia que, aunque podamos envejecer y morir, el universo permanece
eterno e inmóvil. Incluso aquellos que comprendieron que la teoría de la gravedad de
Newton mostraba que el universo no podía ser estático, no pensaron en sugerir que
podría estar expandiéndose. Por el contrario, intentaron modificar la teoría suponiendo
que la fuerza gravitacional fuese repulsiva a distancias muy grandes. Ello no afectaba
significativamente a sus predicciones sobre el movimiento de los planetas, pero permitía
que una distribución infinita de estrellas pudiera permanecer en equilibrio, con las
fuerzas atractivas entre estrellas cercanas equilibradas por las fuerzas repulsivas entre
estrellas lejanas. Sin embargo, hoy en día creemos que tal equilibrio sería inestable: si
las estrellas en alguna región se acercaran sólo ligeramente unas a otras, las fuerzas
atractivas entre ellas se harían más fuertes y dominarían sobre las fuerzas repulsivas, de
forma que las estrellas, una vez que empezaran a aglutinarse, lo seguirían haciendo por
siempre. Por el contrario, si las estrellas empezaran a separarse un poco entre sí, las
fuerzas repulsivas dominarían alejando indefinidamente a unas estrellas de otras.
Otra objeción a un universo estático infinito es normalmente atribuida al filósofo
alemán Heinrich Olbers, quien escribió acerca de dicho modelo en 1823. En realidad,
varios contemporáneos de Newton habían considerado ya el problema, y el artículo de
Olbers no fue ni siquiera el primero en contener argumentos plausibles en contra del
anterior modelo. Fue, sin embargo, el primero en ser ampliamente conocido. La
dificultad a la que nos referíamos estriba en que, en un universo estático infinito,
prácticamente cada línea de visión acabaría en la superficie de una estrella. Así, sería de
esperar que todo el cielo fuera, incluso de noche, tan brillante como el Sol. El contra
argumento de Olbers era que la luz de las estrellas lejanas estaría oscurecida por la
absorción debida a la materia intermedia. Sin embargo, si eso sucediera, la materia
intermedia se calentaría, con el tiempo, hasta que iluminara de forma tan brillante como
las estrellas. La única manera de evitar la conclusión que todo el cielo nocturno debería
de ser tan brillante como la superficie del Sol sería suponer que las estrellas no han
estado iluminando desde siempre, sino que se encendieron en un determinado instante
pasado finito. En este caso, la materia absorbente podría no estar caliente todavía, o la
luz de las estrellas distantes podría no habernos alcanzado aún. Y esto nos conduciría a
la cuestión de qué podría haber causado el hecho que las estrellas se hubieran encendido
por primera vez.
El principio del universo había sido discutido, desde luego, mucho antes de esto. De
acuerdo con distintas cosmologías primitivas y con la tradición judeo-cristiana-
musulmana, el universo comenzó en cierto tiempo pasado finito, y no muy distante. Un
argumento en favor de un origen tal fue la sensación que era necesario tener una «Causa
Primera» para explicar la existencia del universo. (Dentro del universo, uno siempre
explica un acontecimiento como causado por algún otro acontecimiento anterior, pero la
existencia del universo en sí, sólo podría ser explicada de esta manera si tuviera un
origen). Otro argumento lo dio San Agustín en su libro La ciudad de Dios. Señalaba que
la civilización está progresando y que podemos recordar quién realizó esta hazaña o
desarrolló aquella técnica. Así, el hombre, y por lo tanto quizás también el universo, no
podía haber existido desde mucho tiempo atrás. San Agustín, de acuerdo con el libro del
Génesis, aceptaba una fecha de unos 5.000 años antes de Cristo para la creación del
universo. (Es interesante comprobar que esta fecha no está muy lejos del final del
último periodo glacial, sobre el 10.000 a.C., que es cuando los arqueólogos suponen que
realmente empezó la civilización).
Aristóteles, y la mayor parte del resto de los filósofos griegos, no era partidario, por
el contrario, de la idea de la creación, porque sonaba demasiado a intervención divina.
Ellos creían, por consiguiente, que la raza humana y el mundo que la rodea habían
existido, y existirían, por siempre. Los antiguos ya habían considerado el argumento
descrito arriba acerca del progreso, y lo habían resuelto diciendo que había habido
inundaciones periódicas u otros desastres que repetidamente situaban a la raza humana
en el principio de la civilización.
Las cuestiones de si el universo tiene un principio en el tiempo y de si está limitado
en el espacio fueron posteriormente examinadas de forma extensiva por el filósofo
Immanuel Kant en su monumental (y muy oscura) obra, Crítica de la Razón Pura,
publicada en 1781. Él llamó a estas cuestiones antinomias (es decir, contradicciones) de
la razón pura, porque le parecía que había argumentos igualmente convincentes para
creer tanto en la tesis, que el universo tiene un principio, como en la antítesis, que el
universo siempre había existido. Su argumento en favor de la tesis era que si el universo
no hubiera tenido un principio, habría habido un período de tiempo infinito anterior a
cualquier acontecimiento, lo que él consideraba absurdo. El argumento en pro de la
antítesis era que si el universo hubiera tenido un principio, habría habido un período de
tiempo infinito anterior a él, y de este modo, ¿por qué habría de empezar el universo en
un tiempo particular cualquiera? De hecho, sus razonamientos en favor de la tesis y de
la antítesis son realmente el mismo argumento. Ambos están basados en la suposición
implícita que el tiempo continúa hacia atrás indefinidamente, tanto si el universo ha
existido desde siempre como si no. Como veremos, el concepto de tiempo no tiene
significado antes del comienzo del universo. Esto ya había sido señalado en primer
lugar por San Agustín. Cuando se le preguntó: ¿Qué hacía Dios antes que creara el
universo?, Agustín no respondió: estaba preparando el infierno para aquellos que
preguntaran tales cuestiones. En su lugar, dijo que el tiempo era una propiedad del
universo que Dios había creado, y que el tiempo no existía con anterioridad al principio
del universo.
Cuando la mayor parte de la gente creía en un universo esencialmente estático e
inmóvil, la pregunta de si éste tenía, o no, un principio era realmente una cuestión de
carácter metafísico o teológico. Se podían explicar igualmente bien todas las
observaciones tanto con la teoría que el universo siempre había existido, como con la
teoría que había sido puesto en funcionamiento en un determinado tiempo finito, de tal
forma que pareciera como si hubiera existido desde siempre. Pero, en 1929, Edwin
Hubble hizo la observación crucial que, donde quiera que uno mire, las galaxias
distantes se están alejando de nosotros. O en otras palabras, el universo se está
expandiendo. Esto significa que en épocas anteriores los objetos deberían de haber
estado más juntos entre sí. De hecho, parece ser que hubo un tiempo, hace unos diez o
veinte mil millones de años, en que todos los objetos estaban en el mismo lugar
exactamente, y en el que, por lo tanto, la densidad del universo era infinita. Fue dicho
descubrimiento el que finalmente llevó la cuestión del principio del universo a los
dominios de la ciencia. Las observaciones de Hubble sugerían que hubo un tiempo,
llamado el big bang (gran explosión o explosión primordial), en que el universo era
infinitesimalmente pequeño e infinitamente denso. Bajo tales condiciones, todas las
leyes de la ciencia, y, por tanto, toda capacidad de predicción del futuro, se
desmoronarían. Si hubiera habido acontecimientos anteriores a este no podrían afectar
de ninguna manera a lo que ocurre en el presente. Su existencia podría ser ignorada, ya
que ello no extrañaría consecuencias observables. Uno podría decir que el tiempo tiene
su origen en el big bang, en el sentido que los tiempos anteriores simplemente no
estarían definidos.
Es señalar que este principio del tiempo es radicalmente diferente de aquellos
previamente considerados. En un universo inmóvil, un principio del tiempo es algo que
ha de ser impuesto por un ser externo al universo; no existe la necesidad de un
principio. Uno puede imaginarse que Dios creó el universo en, textualmente, cualquier
instante de tiempo. Por el contrario, si el universo se está expandiendo, pueden existir
poderosas razones físicas para que tenga que haber un principio. Uno aún se podría
imaginar que Dios creó el universo en el instante del big bang, pero no tendría sentido
suponer que el universo hubiese sido creado antes del big bang. ¡Un universo en
expansión no excluye la existencia de un creador, pero sí establece límites sobre cuándo
éste pudo haber llevado a cabo su misión!

El objetivo final de la ciencia es el proporcionar una teoría única que describa


correctamente todo el universo. Sin embargo, el método que la mayoría de los
científicos siguen en realidad es el de separar el problema en dos partes. Primero, están
las leyes que nos dicen cómo cambia el universo con el tiempo. (Si conocemos cómo es
el universo en un instante dado, estas leyes físicas nos dirán cómo será el universo en
cualquier otro posterior). Segundo, está la cuestión del estado inicial del universo.
Algunas personas creen que la ciencia se debería ocupar únicamente de la primera parte:
consideran el tema de la situación inicial del universo como objeto de la metafísica o la
religión. Ellos argumentarían que Dios, al ser omnipotente, podría haber iniciado el
universo de la manera que más le hubiera gustado. Puede ser que sí, pero en ese caso
también, el podría haberlo hecho evolucionar de un modo totalmente arbitrario. En
cambio, parece ser que eligió hacerlo evolucionar de una manera muy regular siguiendo
ciertas leyes. Resulta, así pues, igualmente razonable suponer que también hay leyes
que gobiernan el estado inicial.
Si se admite entonces que el universo no es arbitrario, sino que está gobernado por
ciertas leyes bien definidas, habrá que combinar al final las teorías parciales en una
teoría unificada completa que describirá todos los fenómenos del universo. Existe, no
obstante, una paradoja fundamental en nuestra búsqueda de esta teoría unificada
completa. Las ideas anteriormente perfiladas sobre las teorías científicas suponen que
somos seres racionales, libres para observar el universo como nos plazca y para extraer
deducciones lógicas de lo que veamos. En tal esquema parece razonable suponer que
podríamos continuar progresando indefinidamente, acercándonos cada vez más a las
leyes que gobiernan el universo. Pero si realmente existiera una teoría unificada
completa, ésta también determinaría presumiblemente nuestras acciones. ¡Así la teoría
misma determinaría el resultado de nuestra búsqueda de ella! ¿Y por qué razón debería
determinar que llegáramos a las verdaderas conclusiones a partir de la evidencia que nos
presenta? ¿Es que no podría determinar igualmente bien que extrajéramos conclusiones
erróneas? ¿O incluso que no extrajéramos ninguna conclusión en absoluto?
La única respuesta que puedo dar a este problema se basa en el principio de la
selección natural de Darwin. La idea estriba en que en cualquier población de
organismos autoreproductores, habrá variaciones tanto en el material genético como en
educación de los diferentes individuos. Estas diferencias supondrán que algunos
individuos sean más capaces que otros para extraer las conclusiones correctas acerca del
mundo que rodea, y para actuar de acuerdo con ellas. Dichos individuos tendrán más
posibilidades de sobrevivir y reproducirse, de forma que su esquema mental y de
conducta acabará imponiéndose. En el pasado ha sido cierto que lo que llamamos
inteligencia y descubrimiento científico han supuesto una ventaja en el aspecto de la
supervivencia. No es totalmente evidente que esto tenga que seguir siendo así: nuestros
descubrimientos científicos podrían destruirnos a todos perfectamente, e, incluso si no
lo hacen, una teoría unificada completa no tiene por qué suponer ningún cambio en lo
concerniente a nuestras posibilidades de supervivencia. Sin embargo, dado que el
universo ha evolucionado de un modo regular, podríamos esperar que las capacidades
de razonamiento que la selección natural nos ha dado sigan siendo válidas en nuestra
búsqueda de una teoría unificada completa, y no nos conduzcan a conclusiones
erróneas.
Dado que las teorías que ya poseemos son suficientes para realizar predicciones
exactas de todos los fenómenos naturales, excepto de los más extremos, nuestra
búsqueda de la teoría definitiva del universo parece difícil de justificar desde un punto
de vista práctico. (Es interesante señalar, sin embargo, que argumentos similares podrían
haberse usado en contra de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica, las
cuales nos han dado la energía nuclear y la revolución de la microelectrónica). Así pues,
el descubrimiento de una teoría unificada completa puede no ayudar a la supervivencia
de nuestra especie. Puede incluso no afectar a nuestro modo de vida. Pero siempre,
desde el origen de la civilización, la gente no se ha contentado con ver los
acontecimientos como desconectados e inexplicables. Ha buscado incesantemente un
conocimiento del orden subyacente del mundo. Hoy en día, aún seguimos anhelando
saber por qué estamos aquí y de dónde venimos. El profundo deseo de conocimiento de
la humanidad es justificación suficiente para continuar nuestra búsqueda. Y ésta no
cesará hasta que poseamos una descripción completa del universo en el que vivimos.

Extractado de:
Stephen Hawking – Una Breve Historia del Tiempo (1988).
CONTESTACIÓN A LA CIENCIA
SIMON H

Quisiera referirme brevemente a esa teoría, tan aceptada hoy en día, referente a la
creación del Universo. Me estoy refiriendo al llamado Big-Bang.
Si aceptamos que el Big-Bang fue tal, sin el concurso de un planteamiento
inteligente y determinante de una creación dirigida; lo lógico sería que de aquella
explosión saldrían los «trozos» en dispersión más o menos grandes e irregulares.
Suponiendo que hablásemos de materia y, sin cambiar de rumbo, se alejarían más y más
del punto central, pero siempre iguales en estructura y en densidad. Si hablamos
científica y lógicamente, eso tendría que ser así. Si admitimos cambios, ya estamos
diciendo otra cosa. Pero resulta que esos supuestos «trozos» son esféricos en su mayoría
y que, además, forman reuniones simétricas de galaxias distintas entre sí, enjambres o
complejos de supercúmulos inexplicables. Es más, cada planeta inmerso en una galaxia
tiene rotaciones, traslaciones, etc., con distintas formas en colores, radiaciones,
atmósferas, anillos, satélites, órbitas o elipses distintos totalmente y con distintos giro y
velocidad. Y por si esto fuera poco, resulta que en algún planeta nacen seres inteligentes
que se consideran capaces de interpretar todo este gran misterio.
Probablemente ya tengan sus teorías preparadas para explicar todos estos
fenómenos, dando por supuesto que entre tantos millones de planetas sólo en éste (tan
pequeño en comparación con otros bien cercanos) es donde apareció la vida en una
evolución progresiva y prodigiosa, de una manera... espontánea, debido a la casualidad.
Demos por cierto el Big-Bang, pero hay algo de lo que ningún físico se atrevió a dar
explicación; sólo encontramos contestaciones muy poco comprometidas cuando no se
puede eludir la respuesta.
¿Qué había antes de la explosión?
Y es que este es el mayor de los problemas, que nunca se podrán resolver. Y sin
embargo, ahí se centra todo. En este problema aún hay algo más «chocante». Parece ser
que en algunos medios religiosos creen que es bueno que la ciencia llegase a esa
conclusión del principio del Universo porque, según piensan, es ahí donde se enlaza con
la Teología.
Mi modesto parecer es que ese punto es tan precario como que es el inicio de dos
caminos distintos totalmente. Veamos: para los creyentes es el principio de la Creación
por Dios, por tanto, con esto ya se está diciendo que no fue el principio donde antes no
había nada; el principio fue Dios, y tratar de explicar a Dios no se le ocurriría a nadie,
así que, si todo nació de la voluntad divina, ya no hay más que explicar, ni antes ni
después.
En cambio, el principio científico vigente es otra cosa bien distinta:

Hay una supuesta explosión, sin un antes, donde suponen que se desencadenó un
calor de mil millones de grados centígrados y luego, al enfriarse, quedó en diez mil. A
partir de eso aparecen las primeras partículas subnucleares estables, para a continuación
dividirse en neutrones y protones. A partir de esa energía se compondrá la materia
estelar, dando como resultado el Universo en expansión. El Big-Bang ocurrió, según los
cálculos más recientes, hace quince mil millones de años. De la causa primera no hay
explicación, o se da una bien extraña y anticientífica, como que al no existir el espacio y
el tiempo, no había nada... Efecto sin causa, algo inconcebible.
Sea como sea, hay entre los científicos una alegría tremenda al dar como
confirmación lo que ellos esperaban, y con lo que queda resuelto el problema del
principio. «... Bien, —decía uno de estos señores en T.V.— ya sabemos de donde
venimos, ahora falta saber a donde vamos...»
Esto, dicho por un positivista, por un ateo, no tiene sentido alguno; es ciertamente
una incongruencia. Veamos: si no existió un Creador y se da por cierto que el Universo
nació de una explosión venida de ningún lado, empezó a existir lo que antes no existía.
Pero si la frase se refiere a de donde venimos los humanos («... de donde venimos...»),
pues según el positivismo está bien claro de donde venimos, y para ellos no hay duda
tampoco de donde terminamos, otra explicación que la que sigue será pura ilusión: Cada
hombre o mujer empezó como un pequeño embrión en el vientre de su madre, y acabará
convertido en tierra, y es ahí su fin.
Y eso es así de escueto; el hablar de otros principios o de otras terminaciones deja
de ser científico. Por lo tanto no tiene sentido tanta algarada, ni dar por hecho que
nacimos con el Big-Bang y que no sabemos donde vamos, porque eso no encaja en el
positivismo, sólo sería lógico en el que cree en la pervivencia más allá de la muerte del
cuerpo (si bien la ciencia no puede brindar la prueba de que no existe existencia
posterior o anterior a la vida corporal, todo el paradigma de la ciencia moderna se ha
sustentado sobre este supuesto incuestionable). No obstante, si se planteara «ya sabemos
donde empezó la materia» y se piensa que el Hombre sólo es materia, entonces esa sería
solamente la explicación. Como conjunto material, sí sabemos donde terminará nuestra
existencia como animales en la Tierra; pero, ¿dónde terminará la Tierra...? Esa es otra
cuestión.
Con lo cual, científicamente hablando, somos tan poca cosa que casi ni figuramos
más que como masa de materia perecedera que tiene un momento de vida en un
minúsculo rincón del Universo.

Pienso que con ese supuesto descubrimiento en la confirmación del Big-Bang es tan
poco lo conseguido que casi no es nada, mientras no se puedan responder las preguntas
que den solidez a esa verdad supuesta. Y las preguntas siguen siendo estas:
¿Una explosión, de qué cosa...?
¿De dónde salió esa cosa, energía o algo muy denso que después sería energía?
¿Y el espacio, el vacío, esa materia oscura y sin fin?
¿Cómo se formaron los códigos para que se diesen las distintas formas, densidades,
evoluciones, gamas atómicas, cuerpos siderales distintos entre sí, agujeros negros,
supernovas, galaxias diferentes unas de otras y... la Vida?
Y, ¿para qué todo eso...? ¿Para NADA?
Si sólo se dice «... de la nada», si se dice «... necesidad de evolución», si se habla de
que las condiciones se dieron simplemente favorables... Todo eso es tan anticientífico,
que es NADA.
Sólo cabe ya decir una cosa:
¡Cuánto trabajo, señor, para decir que no existes!

Extractado de:
Simon H – La Luz de la Alquimia.

EXTRACTADO DE:

Carl Gustav Jung – La interpretación de la naturaleza y la psique.

David Peat – Sincronicidad: Puente entre mente y materia.

Eduardo A. Azcuy – Asedios a la otra realidad.

Frijof Capra – El Tao de la física.

Leonard Shlain – El alfabeto contra la diosa.

Philip Goldberg – La dimensión intuitiva.


Stephen Hawking – Historia del tiempo.

William Arntz, Betsy Chasse, Mark Vicente – ¿Y tú que sabes?

Historia del tiempo.

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