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Liliana Márquez Escoto

Asignatura Optativa: El Porfirismo I


Mtro. Rubén Ruiz Guerra
Ficha de Trabajo 10
Salmerón Castro, Alicia, “El porfiriato: una dictadura progresista (1888-1910)”, en Gran
Historia de México Ilustrada, México, Editorial Planeta de Agostini , 2002, pp. 101- 120.

Tema: El segundo tramo Subtema: Reelección de Subsubtema: Corrupción


Díaz (1888- 1910) del sistema político y
mecanismos de coerción.

El texto de la maestra en historia por el Colegio de México, especialista en práctica


política del siglo XIX mexicano, Alicia Salmerón Castro, resulta una excelente síntesis
crítica de temas tan diversos del segundo gobierno de Porfirio Díaz y sus consecuentes
reelecciones, como son la política, la economía, el poder coercitivo, la situación popular
y la prensa, en concreto, el ejercicio de poder y su oposición.

El título del apartado resulta una contradicción certera: dictadura y progreso.


Dictadura en el sentido de control autoritario por una sola persona -a diferencia de la
monarquía absolutista de carácter civil- de toda actividad político-administrativa,
considerando que en aquellos años pocas eran las situaciones sociales que carecían de
este carácter, que eran vigiladas por un estado centralista. La categoría “progreso” fue
moneda común de la época, hallada en textos de distinto orden, en México fue
exagerada respecto al progreso material, acompañada de una “necesidad” de orden en
sentido de oposición y lucha por el poder, sea este económico o político.

Se explica que en este periodo se buscó llegar a un consenso e incorporación entre


y de las diferentes fracciones que pugnaban por intereses con puntos de vista
particulares, esto es aquellos juaristas, lerdistas, iglesistas y los nuevos porfiristas, por
añadir nosotros esta última categoría. El consenso no llegaría simplemente sentándose a
la mesa a dialogar diplomáticamente toda vez que diferentes luchas se habían batido no
solo en el campo con armas, también en el terreno legislativo y el control económico.
Esta situación se trabajó con ahínco durante el primer gobierno de Díaz y el de Manuel
González pero una vez que culminó el segundo gobierno de Díaz y comenzado el
periodo de reelecciones, la situación buscó controlarse con otros mecanismos.

Al igual que el texto de Alicia Hernández, este nos propone un panorama en el


que la situación política estaba completamente fundamentada en el poder central, las
necesidades, opiniones y visiones de la capital del país eran las del gobierno federal y en
ese sentido debían serlo en todo el territorio y para lograrlo se establecieron cambios en
la constitución y en la praxis política de agentes de distintas jerarquías: diputados,
senadores, legisladores, gabinete de gobernación, jefes de zonas militares, gobernadores,
jefes políticos, caciques incluso, cada uno eslabón importante que debió estar
debidamente soldado para hacer cerrar el candado de la presidencia son suavidad pero
no carente de aceite.

Digamos que este aceite, esta motivación estaba fundamentada en una cadena de
favores en la que los actores políticos sustentaban sus acuerdos, diálogos y conciliaban
intereses. Así sectores sociales tan distintos como el clero y los industriales tejieron
alianzas con el gobierno en pro de sus propios intereses, apartados de la mano de obra
fabril o campesina.

A nivel capital se impulsaron cambios a la Constitución de 1857 y se atacó la


independencia de los poderes legislativo y judicial, colocando el poder del ejecutivo por
encima de estos dos. A nivel federal se controló a los personajes que ocuparían el cargo
de gobernadores estatales, herencia del gobierno juarista, alterando las listas y
votaciones.

El adelanto material fue impulsado por un grupo que tenía una visión elitista en
la toma de decisiones fundamentada en el conocimiento hacia la obtención de beneficios
económicos. La oposición a este principio y sus defensores fue amplia, desde
trabajadores y periodistas hasta gobernadores y personajes con presencia política y
económica en los estados, herederos de antiguos privilegios que no simpatizaban con las
ideas centrales y en ocasiones lo externaron pero no murieron, como sí lo hicieron
líderes de comunidades indígenas.

La prensa fue atacada no solo con tinta, se les retiraron las subvenciones y
algunos de sus directores fueron encarcelados, lo cual no mermó en la producción ya
que se imprimieron más páginas que durante los dos gobiernos previos de Díaz.

Finalmente, uno de los temas más brillantes de este texto, es el mecanismo de


coerción utilizado por el general. Aunado al control político, la policía o la creación de
policía rural y urbana fue lo que determinó un silencio de las voces en oposición.

Interesante pensar en este tipo de prácticas hoy día cuando el poder está
corrompido en todos los niveles del ejercicio, con intereses económicos al igual que hace
110 años y un ataque a los grupos indígenas por sus territorios y recursos por un
mecanismo que ha cambiado y ha preferido utilizar a bandoleros, antes controlados por
la policía, en favor del Estado. Baste contrastar con el texto de Gabriel Zaid “El poder
corrompe” publicado por Debate.

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