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Por regla general, la gran mayoría de creyente ignoran de que se trata realmente
el don de Ciencia. sin embargo, antes antes de llegar a él necesitamos explicar un
poco sobre el "don de Profecía" y "el don Ministerial de Profeta" que suelen
confundirse, y juntamente con el de ciencia.
Ser profeta es más que profetizar. Algunos creen que sólo se trata de esto. En el
Antiguo Testamento, podemos apreciar que el profeta recibía la revelación de Dios
para ir a transmitirla a los maestros locales es decir los Sacerdotes, sólo entonces
ellos venían y la trasmitían, hablando en términos ideales. Caso contrario, el
mismo profeta se inspiraba de acuerdo al Espíritu le entregara un mensaje para el
pueblo.
Profetas Bíblicos son Samuel, Isaías, José, Moisés, Jeremías, David, Daniel, entre
otros. Cuando leemos los hechos de los profetas, o vemos a un verdadero profeta
del Señor en nuestros días podemos ver que su mensaje es totalmente sobre
Cristo, invita a la santidad y a la paz, comunión con el Espíritu Santo, también
puede apreciarse una ministración especial acompañada de los dones de Fe,
Señales y Milagros, Sanidades, Revelación, Sabiduría y Ciencia. Pero, ¿Cuál es el
Don de Ciencia?
*** Don de Ciencia: Se trata de aquel que por el Espíritu Santo conoce las cosas
antes de que se les enseñe o revele. No profetiza sino que reconoce el presente
sin explicación alguna.
Un pasaje hermoseador para explicar todo esto sobre la profecía, profeta y ciencia
se encuentra en el Libro de Juan:
Don de Piedad
La piedad es la amorosa aptitud del corazón que nos lleva a honrar y servir a
nuestros padres y allegados.
Dice San Agustin que el don de piedad da a los que lo poseen un respeto amoroso
hacia la Sagrada Escritura, entiendan o no su sentido. Nos da espíritu de hijo para
con los superiores, espíritu de padre para con los inferiores, espíritu de hermano
para con los iguales, entrañas de compasi6n para con los que tienen necesidades y
penas, y una tierna inclinación para socorrerlos.
Un alma que no puede llorar sus pecados, por lo menos con lágrimas del corazón,
tiene o mucha impiedad o mucha impureza, o de lo uno y lo otro, como
ordinariamente sucede a los que tienen el corazón endurecido. Es una desgracia
muy grande cuando en la religión se estiman más los talentos naturales adquiridos
que la piedad. Alguna vez veréis religiosos, y hasta superiores, que dicen que ellos
prefieren tener un espíritu capaz para los negocios, que no todas esas devociones
menudas, que Son -dicen ellos-- propias de mujeres, pero no de un espíritu fuerte;
llamando fortaleza de espíritu a a esta dureza de corazón tan contraria al don de
piedad. Deberían pensar que la devoción es un acto de religión o un fruto de la
religión y de la caridad, y por consecuencia, preferible a todas las otras virtudes
morales; ya que la religión sigue inmediatamente a las virtudes teologales en
orden de dignidad.
Cuando un Padre, respetable por su edad y por sus cargos, dice delante de Los
Hermanos jóvenes que estima los grandes talentos y los empleos brillantes, o que
prefiere a los que destacan en entendimiento y en ciencia más que a otros que se
distinguen por su virtud y piedad, perjudica mucho a esta pobre juventud. Es un
veneno que hace corroer el corazón y del que quizá no se cure, jamás. Una palabra
dicha a otro en confianza le puede perjudicar enormemente.
No se puede imaginar el daño, que hacen a las órdenes religiosas los primeros que
introducen en ellas el amor y la estimación a los talentos y a los empleos brillantes.
Es una leche envenenada que se ofrece a los jóvenes a la salida del noviciado y que
tiñe sus almas de un color que no se borra nunca.
2 un gran horror de todo lo que pueda ofender a Dios y una firme resolución de
evitarlo aun en las cosas más pequeñas ;
Es una gran ofuscación pensar - como algunos que después de hacer una confesión
general, no sea necesario tener tanto escrúpulo de evitar luego los pecados
pequeños, las imperfecciones insignificantes, los menores desórdenes del corazón
y sus primeros movimiento.
Los que por una secreta desesperanza de una mayor perfección hacen esto con
ellos mismos, generalmente inspiran a los demás iguales sentimientos y siguen la
misma pauta floja con las almas que dirigen: en lo cual se equivocan
Lamentablemente. Debemos tener tal delicadeza de conciencia, tan gran cuidado y
exactitud que no nos perdonemos la menor falta y combatamos y cercenemos
hasta los menores desarreglos de nuestro corazón. Dios merece que se le sirva con
esta perfecta fidelidad; para ello nos ofrece su gracia: a nosotros nos toca
cooperar.
No llegaremos nunca a una perfecta pureza de conciencia, si no vigilamos de tal
manera todos los movimientos de nuestro corazón y todos nuestros pensamientos,
que no se nos escape apenas nada de que no podamos dar cuenta a Dios y que no
tienda a conseguir su gloria; tanto que, tomando por ejemplo un plazo de ocho
días, no se nos escapen sino muy poquitas cosas exteriores o actos internos que no
tengan la gracia por principio. Y que si se nos cuelan algunos, sea sólo por sorpresa
y por breves momentos, estando nuestra voluntad tan íntimamente unida con Dios
que los reprima en el momento mismo en que se da cuenta.
Los frutos del Espíritu Santo que corresponden a esta don son los de modestia,
templanza y castidad. El primero, porque nada ayuda tanto a la modestia como el
temeroso respeto a Dios que el espíritu de temor filial inspira ; y los otros dos,
porque al quitar o moderar las comodidades de la vida y las placeres del cuerpo,
contribuyen con el don de temor a refrenar la concupiscencia.