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4 CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
1.1 INTRODUCCIÓN.
2
Tenia un carácter mucho más conservador que en Francia. Los historiadores
liberales británicos compartían la idea de progreso con la escuela escocesa. Entre los
historiadores destacar a:
Thomas Babington Macaulay (1800-1859)
El pacto establecido entre el parlamento y la monarquía en la revolución de 1688
representa, en el análisis de Macaulay, la garantía del progreso británico que se concretó
en el gran desarrollo económico que comportó la revolución industrial y que, a
diferencia de lo que acontecía en el continente, sirvió para evitar los estallidos
revolucionarios.
El Romanticismo, amplio movimiento surgido a fines del siglo XVIII como reacción al
racionalismo de la Ilustración. Sus bases teórico-filosóficas se formularon en Alemania.
Tuvo su pionero en Johann Gottfried Von Herder (1744-1803). Observó como la
diversa evolución de cada sociedad y cada historia particular era producto del espíritu o
alma colectiva de cada pueblo. Según Herder, las naciones y su evolución histórica no
se diferencian tanto por las peculiaridades de su “alma colectiva”, cuyas
manifestaciones se concretan en el lenguaje, la literatura, la educación, las costumbres,
etc.
Las teorías de Herder incitaron a muchos historiadores románticos a buscar en el
pasado los rasgos de la identidad nacional colectiva. La historia se convirtió en un
instrumento cultural de exaltación nacionalista.
Al mismo tiempo surgieron nuevas filosofías de la historia, elaboradas por
filósofos, entre las cuales tuvo una enorme trascendencia las teorías de la historia de
Hegel (1770-1831).
Para Hegel, la historia universal es el progreso en la conciencia de la libertad. Al
adquirir conciencia de su libertad y al realizarla cada pueblo revela su espíritu y con ello
alcanza su fin. En esta visión espiritualista en la historia, el Estado juega un papel
importante. Entendiendo como Estado, “al individuo espiritual, al pueblo, por cuanto
está en sí articulado, por cuanto es un orgánico”.
El espiritualismo del romanticismo alemán, penetrará en la historiografía de la
mayor parte de países europeos, adoptará distintos contenidos y encontrará con el
positivismo que a nivel general definiera Auguste Comte (1798-1857) Romanticismo y
positivismo tendrán su expresión historiografía en el historicismo. La corriente
positivista-historicista tendrá una proyección tendrá una proyección europea que llegará
hasta bien entrado el siglo XX.
El positivismo aparece en los estudios históricos con la finalidad de dotar de un
método “científico-objetivo” a la historia.
El discurso histórico positivo, que pretende una objetividad de la ciencia
histórica, pretende también desvincularse de corrientes políticas e ideológicas, aunque
sus estrechas relaciones con el proyecto político e ideológico de la burguesía, a la que
va destinado el producto histórico, niegue el principio de la “neutralidad” de la historia.
Premisas teóricas en las que se sustenta el conocimiento histórico positivista:
1º No existe interdependencia alguna entre el sujeto cognoscente, o sea el
historiador, y el objeto de conocimiento, o sea la historia.
2º Relación cognoscitiva conforme al modelo mecanicista, es decir se acepta la
interpretación pasiva.
3º El historiador es imparcial no sólo en el sentido corriente, es decir, no sólo es
capaz de superar diferentes emociones, fobias o predilecciones al presentar los
acontecimientos históricos, sino también de rechazar y sobrepasar todo
condicionamiento social en su percepción de esos acontecimientos.
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Se presenta a Leopold Von Ranke (1795-1886) como el exponente máximo de
la corriente positivista de la historia. Aunque es un hombre comprometido con un
Estado, con unas clases dirigentes y con una determinada política. A partir de Ranke el
positivismo se incorpora a la tradición romántica y patriótica de la historia alemana.
A finales del siglo XIX y principios del XX, el positivismo seguía dominando el
panorama de la historiografía académica.
El Materialismo Histórico
En el siglo XIX, al margen de los círculos “profesionales” apareció una nueva
concepción de la historia, que presentó una ruptura respecto al pensamiento histórico
que el pensamiento liberal había elaborado hasta entonces.
El materialismo histórico fue concebido por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich
Engels(1820-1895).
El materialismo histórico aparece como una crítica radical al capitalismo y a la
nueva hegemonía de la burguesía, vinculado a la lucha social, económica y política de la
nueva clase obrera que surge.
A partir de 1830 se puso de manifiesto, que el capitalismo representaba un nuevo
sistema de explotación social, que las luchas entre las clases no habían acabado con el
triunfo de las revoluciones liberales y que el optimismo burgués según el cual el
capitalismo compartiría el bienestar general no se adecuaba a la realidad de las
condiciones de vida de los obreros.
Las revoluciones de 1848 pusieron de relieve el nuevo antagonismo de clases.
Fue durante este periodo cuando Marx y Engels sentaron las bases fundamentales del
materialismo histórico.
Según Lenin las tres fuentes ideológicas de las que partió el materialismo
histórico fueron: la economía política inglesa, el socialismo francés y la filosofía clásica
alemana.
Las nuevas formulaciones del materialismo histórico parten, de un proceso de
elaboración teórica que no puede comprenderse al margen de la realidad de los
conflictos sociales que se estaban produciendo en una sociedad burguesa en expansión.
Las Tesis sobre Feuerbach y La ideología alemana, representan la primera
formulación coherente y acabada de la nueva concepción de la historia. Hay que tener
siempre en cuenta que algunas de las formulaciones de Marx y Engels sólo adquieren
sentido en el marco histórico específico del que surgieron, y su aplicación a otras
realidades diferentes, en el espacio o en el tiempo, conducen a los planteamientos
metafísicos y ahistóricos tan frecuentes entre la escolástica del marxismo ortodoxo.
El hilo conductor de la concepción materialista de la historia quedaba enunciado,
cuando Marx y Engels destacaban la producción como elemento prioritario en la
historia de los hombres. La producción ocupa, un papel fundamental en la concepción
materialista de la historia, puesto que si los mismos individuos son lo que es la
producción de su vida material, la totalidad de sus manifestaciones sociales debe
vincularse a la producción. Para el Materialismo histórico la base real de todo tipo de
sociedad en su modo de producción, la forma en que los hombres producen sus medios
de subsistencia.
“En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones
determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción
corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura
económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura
jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia.
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El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política
e intelectual en general...”
Existe una abundante bibliografía sobre los conceptos fundamentales utilizados
en este párrafo, como son “modo de producción”, “estructura económica”, “relaciones
de producción” o “fuerzas productivas”, que en distintos casos se apartan de la letra y
del espíritu de Marx. Para Marx existen complejas relaciones de correspondencia entre
las fuerzas productivas y las relaciones de producción, correspondencia que “debe
entenderse en términos de interacción”.
Las fuerzas productivas son dinámicas, no paran de crecer y desarrollarse,
mientras que las relaciones de producción son estáticas y tienen a la conservación del
sistema productivo existente. En este sentido para Marx y para el materialismo histórico
las relaciones de producción constituyen la “estructura económica de la sociedad”.
La teoría de la correspondencia entre fuerzas productivas y relaciones de
producción representa el núcleo fundamental en la explicación del cambio social, del
paso de un modo de producción a otro. Los cambios históricos no se producen a partir
del desarrollo de las fuerzas de producción, sino cuando las relaciones de producción,
las relaciones sociales se transforman.
Las fuerzas productivas y las relaciones de producción abren una “era de
revolución social”, a partir de la cual se produce el cambio histórico en las sociedades.
No puede interpretarse el materialismo histórico como si fuese una teoría
economicista de la historia. Marx afirma que “el modo de producción de la vida
material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general”. Pero en
Marx este condicionamiento no se produce de una forma mecánica, lineal y directa,
como si todas las relaciones no económicas fuese un simple reflejo de la economía.
Engels tuvo que combatir en repetidas ocasiones el economicismo de muchos
marxistas que sobrevaloraban la determinación económica hasta tal punto que la historia
entera quedaba reducida a simples reflejos de la economía.
Asimilar el materialismo histórico como una interpretación economicista de la
historia, es, falsear completamente el pensamiento de Marx y Engels. En sus obras
“históricas”, cuando ambos abordan temas concretos y acontecimientos precisos,
reflejan en la práctica un quehacer historiográfico en el que combina todos los aspectos,
económico, social, político, de la vida de una sociedad.
Otro gran tema de la concepción materialista de la historia: las clases sociales.
Marx no dedicó ningún trabajo específico al estudio de las clases sociales. Elementos
fundamentales de la definición marxista de las clases: Las clases sociales sólo se
concibe en el contexto de un modo de producción determinado, constituyen
agrupaciones humanas que ocupan un lugar específico en la estructura de la producción
de una sociedad dada. Y esta situación específica viene determinada por la relación
existente entre los grupos humanos respecto a la propiedad o no de los medios de
producción. Las relaciones de propiedad determinan la pertenencia de los hombres a
una u otra case, si bien la clase social se vincula también a la existencia de una
determinada división social del trabajo y de una determinada situación en la evolución
de las fuerzas productivas. Las clases sociales, constituyen una estructura social que
depende siempre de la estructura económica de la sociedad.
De ahí que no puedan comprenderse al margen de sus interrelaciones, o sea, de
las relaciones de subordinación y dependencia que existen entre ellas.
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Surgió en el pensamiento marxista una tendencia economicista que únicamente
valoraba en la caracterización de las clases el papel objetivo que cada una de ellas
jugaba en el proceso de producción y en la estructura económica. Plantear, la existencia
de las clases sociales como si se tratara de una “existencia objetiva” al margen de la
historia, tiene poco que ver con el marxismo. Marx afirmaba que la clase sólo existe
plenamente cuando, a través de la lucha, de la confrontación con las otras clases, crea su
conciencia y se constituye en “clase para sí”.
Marx y Engels elaboraron una concepción de la historia que no puede
comprenderse al margen del proyecto político marxista cuyo objetivo era la
transformación revolucionaria de la sociedad.
La historiografía realizada en base al marxismo siguió vinculada a las luchas
sociales y políticas. Los análisis, las teorizaciones que elaboraron autores marxistas
poseían un carácter eminentemente militante.
También algunas aportaciones representasen un claro retroceso y fosilización del
marxismo. Por ejemplo: los planteamientos economicistas de la social-democracia, a
finales del siglo XIX y principios del XX, o cuando el estalinismo consagró una
determinada concepción del materialismo histórico como doctrina oficial del Estado
soviético. En el primer caso, el materialismo histórico abandonó el objeto
revolucionario, en el segundo, pasó a convertirse en una doctrina fría, rígida y
dogmática, que pretendía la legitimación ideológica de una realidad y de un poder que
no tenía nada que ver con el socialismo que Marx y Engels habian concebido.
2.1 INTRODUCCIÓN.
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marxista” produzca sus avances más espectaculares. Despegue de una nueva
historiografía marxista, la nueva historia social.
Los Idealismos surgieron en las décadas finales del siglo XIX, apoyándose en las
teorías kantianas y hegelianas para reformular nuevas filosofías de la historia que
socavasen la asepsia y el empirismo metodológico del positivismo. Desarrollaron sus
teorías desde formulaciones filosóficas.
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credibilidad historiográfica el compromiso de cada historiador con los intereses del
presente.
Estas tesis alcanzaron una notable influencia entre los historiadores
norteamericanos durante los años 30 y 40.
Influencias:
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3. Influencias de la geografía y la sociología. Dentro de la sociología
encontramos a Durkheim sobre todo. Influencia de Vidal de la Blache y su interacción
entre el hombre y su medio.
Aportaciones:
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2.4 LOS AVANCES DE LA HISTORIA ECONÓMICA.
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Falta de una teoría coherente que sostenga sus concepciones de “historia total”.
La historia cuantitativa, que tiene su origen en Estados Unidos, está realizada por
economistas y surgió de una doble evolución:
- la “revolución marginalista”
- la crisis de la historia progresista norteamericana en los años de reacción que
siguieron a la segunda guerra mundial.
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3º “Los econometristas retrospectivos dependen del valor de la prueba
estadística” y los métodos especulativos que utilizan no siempre permiten
cuantificaciones verificables.
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Lenin (1870-1924) en 1899 publicó El desarrollo del capitalismo en Rusia.
Escribió una voluminosa obra destinada a ser un modelo metodológico de estudio
económico para los historiadores del futuro. Ejemplo de historia económico-social, que
analiza las interrelaciones que se establecen entre los diversos sectores de la economía.
En el mismo periodo aparecieron varias obras sobre temas similares que
representan modelos de la aplicación del análisis histórico marxista a los estudios
económicos.
En 1899, Karl Kautsky publicó La cuestión agraria; un año antes Rosa
Luxemburgo había publicado El desarrollo industrial en Polonia.
Aún en la coyuntura del cambio de siglo y de las polémicas entre los socialistas
europeos, Jean Jaurés publicó una Historia de la Revolución francesa que constituye un
modelo de análisis histórico. El estudio que realiza de las causas económicas que
provocaron el estallido de la revolución- partidario de la tesis según la cual la
revolución se produjo como consecuencia del auge económico experimentado por la
burguesía-, el análisis de las luchas sociales que se producen en el transcurso del
proceso revolucionario, sus relaciones con el trasfondo económico, convierten su
Historia en una obra más marxista de lo que él podía suponer.
La situación de la historiografía marxista se modificó con el triunfo de la
revolución rusa de 1917.
Se evidenció su faceta negativa: la historia no sólo se colocó al servicio del
Estado, sino que se vio afectada por todas las polémicas políticas que surgieron en la
Rusia soviética durante los años 20 y primeros de los 30. El resultado: “simplificación
catequística y función conservadora al servicio del orden establecido”. Mijail N.
Pokrovski, fue el único historiador de talla de que dispuso el nuevo régimen. La
regresión se agudizaría aún más con la estalinización de la historia que acaba
imponiéndose al inicio de los años 30.
En la interpretación de la historia se agudizó la tendencia economicista, que
reducía todas las manifestaciones históricas a simples reflejos de la vida económica y
magnificaba las fuerzas productivas como elemento fundamental de la evolución
histórica.
Durante el mismo periodo aparecen autores que realizarán valiosísimas
aportaciones a la historiografía marxista: Georg Lukacs (1885-1971). Karl Korsch
(1886-1961) y Antonio Gramsci (1891-1937). Representaron tanto una superación de
las concepciones revisionistas como del economicismo stalinista.
Antonio Gramsci ocupa un destacadísimo lugar por la transcendencia teórica y
metodológica de sus Cuadernos de la Cárcel. Realiza numerosas aportaciones a la
interpretación materialista de la historia y al marxismo en general.
Destaca su combate contra el economicismo. Una de las tareas de la producción
teórica de Gramsci: devolver el protagonismo de la historia al hombre, significando su
capacidad creadora y transformadora de la realidad.
Estos tres autores estarán dentro de lo que se denominó humanismo socialista.
En el mismo periodo de hegemonía de las concepciones estalinistas, aparecieron
dentro del marxismo, trabajos propiamente historiográficos que desempeñaron un
importante papel en la renovación metodológica del marxismo unas décadas más tarde.
Destacar: Ernest Labrousse, Vere Gordon Childe y Maurice Dobb.
Labrousse, heredero de la tradición historiográfica del socialismo francés y
discípulo de Jaurés, publicó en 1933 su contribución fundamental en Esquisse du
mouvement des prix et des revenus en France au XVIII siecle.
Gordon Childe, creador de una escuela arqueológica cuya aportación
fundamental consiste en el hecho de haber sabido incorporar a los métodos asépticos y
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positivistas del arqueólogo la imprescindible interpretación teórico-metodológica sobre
la realidad estudiada.
Maurice Dobb, sus aportaciones se sitúan en el terreno de la economía y de la historia
económica. En 1946 publicó sus Studies in the Development of Capitalism, obra
fundamental centrada en los problemas de la transición histórica del feudalismo al
capitalismo y que, a causa de la polémica que suscitó, abrió nuevas vías metodológicas
en la investigación histórica del periodo que se inicia con la crisis del feudalismo y se
cierra con la plena consolidación del capitalismo.
La historia marxista de la segunda mitad de siglo experimentó una profunda
transformación tanto en el terreno de la teoría como de la metodología. Dentro de las
innovaciones teóricas y metodológicas que se han producido en el campo de la
historiografía marxista durante las dos últimas décadas, hay que destacar: Pierre Vilar,
Georges Lefebvre, Albert Soboul, Michelle Vovelle, Guy Bois, Pierre Goubert, Jacques
Droz, Jean Chesneaux... Todos ellos participaron y fueron protagonistas de la
renovación de la historiografía gala desde los años sesenta (Nouvelle Histoire).
La mayor contribución a la renovación de la historiografía europea
contemporánea la ha realizado el marxismo inglés, dentro del Grupo de Historiadores
del partido Comunista: Christopher Hill, John Saville, Eric J. Hobsbawm, Raphael
Samuel, Edward P. Thompson, Rodney Hilton, Raymond Williams...
Revistas: New Left Review, Past and Present, History Workshop, Oral History o
Social History.
Elemento fundamental de la nueva historia: su permanente preocupación por los
problemas surgidos de las relaciones entre estructura y superestructura; lo social
sintetiza el conjunto de manifestaciones humanas incluidas las económicas.
“el materialismo histórico se propone estudiar el proceso social en su totalidad,
no como una historia “sectorial”, sino como una historia total de la sociedad...”
El enorme impulso alcanzado por la “historia social” en Gran Bretaña representa
un paso cualitativo en la superación de viejos esquematismos y dogmatismos.
La variedad temática estudiada por los historiadores marxistas británicos pone
de relieve que los problemas de teoría y método planteados se han vinculado siempre a
investigaciones precisas.
Edward Palmer Thompson, aborda en el estudio de la clase obrera y, en un
sentido más genérico, de las clases populares, no sólo a partir de sus determinaciones
económicas sino sobre todo a partir de los componentes culturales que definen su
conciencia de clase y determinan sus formas de vida y sus luchas.
La historia sólo puede comprenderse como producto de la compleja actividad de
los hombres, que en ningún caso está subordinada al imperio absoluto de la economía.
La característica más importante de la actual renovación del marxismo en la
historiografía es el carácter abierto, problemático, antidogmático.
En los últimos años, como consecuencia del hundimiento político y económico
de los países del este europeo y de la Unión Soviética, se ha producido una oleada
“revisionista” de la historiografía y una vuelta hacia posturas conservadoras o apuntarse
a las últimas modas metodológicas. Incluso hay historiadores que han proclamado al fin
de la historia (Fukuyama) o acaso de la ciencia histórica (debate de los noventa hoy ya
superado).
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En plena autarquía, los temas se van a centrar obsesivamente en la época de los
siglos XVI y XVII, glosándose el destino imperial del país: Menéndez Pidad, La Idea
imperial de Carlos V, 1940; Perez Bustamante, Historia de la Cruzada Española;
Ballesteros, Cristobal Colón y el descubrimiento de América.
En 1940 se había comenzado a publicar Hispania que será la revista “oficial”
por excelencia de la historiografía española.
En este período se soslayan los temas conflictivos, como son la Inquisición, el
estudio de las minorías y el de las revueltas. La historia contemporánea en esta década
fue considerada como peligrosa. En el tratamiento de los siglos XIX y XX la
historiografía adoptaba una aptitud reaccionaria: Calvo Serer, Suárez Verdaguer, Díez
del Corral, etc. Arbor (nacida en 1945) y la Revista de Estudios políticos, son los
principales órganos de las respectivas posturas de las dos principales opciones de la
clase política franquista:
- La tecnocracia opusdeísta.
- El falangismo progresivamente aguado.
Maravall, Garcia Escudero, Fernández Almagro, Areilza, etc.
La década de los 50 supone el fin del aislamiento internacional, el relevo de las
generaciones y la aceleración de determinados cambios, lo cual incide directamente en
la historiografía española. Relevo temático con progresiva tendencia a proyectarse sobre
el antes prohibido siglo XIX: Artola, Sánchez Agesta; recuperación de los temas
conflictivos en las décadas anteriores. Se cambia de óptica ideológica y nacional:
estudio de minorías marginadas con cierto talante comprensivo y liberal a cargo de
Reglá, Cabezudo Carrasco, García Sanz y Caro Baroja; crisis del XVIII por Palacio
Atard, Braudel, Marañón y otros. Van a surgir los trabajos pioneros sobre demografía e
historia económica de Nadal, Vázquez de Prada, etc.
Producción catalana con Vicens Vives a la cabeza, quien marque las pautas
historiográficas. Los años sesenta producen un giro radical paralelo a la transformación
general del país (Plan de estabilización, comienzo de las conversaciones con la CEE,
inversiones extranjeras, turismo...) con la subsiguiente liberalización intelectual
(aumento de la población universitaria, traducciones, ediciones de bolsillo, nueva ley de
prensa). En esta década abundan los estudios sobre el siglo XVIII, así como sobre las
transmisiones (del XVII al XVIII y del XVIII al XIX).
La historiografía extranjera se proyectó hacia la historia española, tanto la francesa
(Vilar) como la anglosajona (Eliott, Lynch, Herr). Superación del “complejo imperial”,
recuperándose temas que habían sido desprestigiados por su conversión en tópicos,
sobre todo la figura de Carlos V: Carande, Maravall, Domínguez Ortiz, Jover Zamora,
Fernández Alvarez.
Destaca en el contexto aperturista general, la preocupación por la temática de las
relaciones internacionales, junto con el despegue de la historia contemporánea, con
obras sobre el movimiento obrero y los fracasos de las revoluciones burguesas. La
historia social contemporánea experimentará gran desarrollo, mereciendo especial
mención el papel pionero de José María Jover Zamora, el llamado “grupo catalán”,
formado entre otros por Termes, Balcells, Verges, Jutglar, etc, y el que se creará más o
menos alrededor de Manuel Tuñón de Lara y los coloquios de PAU.
En los años setenta se observa una progresiva tendencia hacia la historia social y
económica y una receptividad especial hacia los dos desafíos metodológicos de nuestro
tiempo: cuantitativismo y marxismo.
La colaboración interdisciplinar se va a ir imponiendo, resultando innegable el
concurso prestado por otras facultades como la de Ciencias Políticas y Económicas,
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Nadal, Fontana, Carande, Martínez Cuadrado; la de Derecho, Sevilla Andrés, Ferrando,
Tomás y Valiente; y la Medicina, López Piñero, García Ballester.
En la década de los ochenta se van a dar una serie de condicionantes que van a
propiciar replanteamientos en la investigación. Estos condicionantes se reducen a la
crisis de la escuela de Annales y a la explosión de los nacionalismos. Verdadero “boom”
de la historia local.
Deficiencias en los estudios sobre relaciones internacionales y política exterior de
España.
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que tiene una de sus representantes más caracterizados en Carlo Ginzburg. Esta
modalidad ha alcanzado éxitos literarios tan resonantes como el de El queso y los
gusanos de Ginzburg o El retorno de Martin Guerre de N.Z. Davis.
La microhistoria pretende identificar estos ensayos sobre acontecimientos que no
pasan de anécdotas, con investigaciones de más fuste, que exploran casos individuales,
pero que los sitúan en un contexto, y cuya pretensión es la de prevenirnos contra la falsa
universalidad de las reglas. Género histórico-literario. Parece conducir a “El nombre de
la rosa” de Umberto Eco, y no siempre con la misma garra narrativa.
Otros historiadores han definido el retorno a la narración como una posible
solución a la compartimentación de la investigación histórica en segmentos
especializados, que ha llevado a una situación en que nos va faltando la visión de
conjunto.
La narración podría ser una solución del problema tan sólo en casos elementales,
en que la sucesión de unos acontecimientos más o menos homogéneos pueda servir de
hilo conductor; pero sólo en ellos. La solución a este problema no reside en limitarnos a
volver a una explicación lineal y ordenada, sino que requiere la elaboración de un nuevo
tipo de síntesis que integre de manera coherente los datos de la historia política, social y
cultural, sin olvidar que sus protagonistas son siempre seres humanos. El mero regreso a
la forma narrativa tradicional resulta ser una falsa solución a un problema al que hay
que enfrentarse: el de la necesidad de recuperar una visión global.
Lo que tendríamos con ese tipo de retorno a la narrativa sería una historia que
vuelve a ser, un simple cuanto a narrar.
Hay otras modalidades de huida y es: la que lleva a buscar el auxilio de otras
ciencias sociales, para suplir con sus métodos la pérdida del viejo instrumental analítico.
Esta huida hacia la ciencia no es nueva.
La “Cliometría” es un ejemplo de este cientifismo. Los historiadores intentan
constituir una disciplina independiente, que tomaría de la teoría económica
convencional todo el aparato metodológico y sólo acudiría a las técnicas propiamente
históricas para recoger los datos que somete a análisis.
Otras versiones cientifistas: La Sociología histórica.
A este respecto Julián Casanova, ha escrito un libro llamado La historia social y
los historiadores, Barcelona, Crítica, 1991.
El estudio de la antropología, que van desde lo mejor de una determinada
etnohistoria, hasta los excesos de quienes acaban abandonando el estudio de la realidad
social y reemplazándolo por el de los símbolos.
Los fenómenos sociales son demasiado complejos como para esperar que
puedan ser analizados satisfactoriamente, ni con el instrumental relativamente simple,
aunque preciso, de la econometría, ni con el más amplio y vago de la historia
tradicional. Rechazar el “cientifismo” no significa rechazar la “ciencia”. La exigencia
de definir explícitamente los supuestos en que se basan nuestros razonamientos no es
propia tan sólo de la historia econométrica, sino de cualquier forma de historia, y el uso
de métodos estadísticos y econométricos avanzados, sin caer en simplificaciones
desnaturalizadoras de la realidad no sólo es lícito sino recomendable, y puede resultar
especialmente provechoso para el estudio de determinados problemas históricos o para
poner a prueba la validez de explicaciones que contienen razonamientos económicos.
En un libro reciente, titulado Entre la historia y la economía, Carlo M. Cipolla
ha querido contribuir a devolver a la historia económica el equilibrio perdido,
recordando que la historia, en cualquiera de sus ramas y modalidades, se refiere siempre
al hombre y que al ser humano no se le puede llegar a comprender si no se ponen en
juego todas las dimensiones que lo constituyen.
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La reflexión más adecuada para combatir los excesos “cientifistas” sea la que ha
hecho McCloskey al advertir que si la teoría económica (y la historia económica) no
sirven para mejorar la suerte de los pobres y para empujar a los políticos a que se
preocupen por hacer la Tierra habitable, sirven para muy poco.
La creciente preocupación por los recursos naturales de nuestro planeta ha dado
lugar a un interés renovado por los estudios sobre el medio, que ha conducido a
adaptaciones lógicas y razonables de la temática tradicional, en la línea de los trabajos
de J. Martínez Alier y Juan Carlos Garavaglia, pero también a rápidas y superficiales
tentativas de aprovechamiento de la moda para vender vieja mercancía con
denominaciones más atractivas y sugeridoras de novedad, como “ECOHISTORIA”.
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científico aficionado, cultivador de extrañas “historia inmóviles” en que el hombre
apenas desempeña papel alguno.
Lo que debe hacer el historiador es mejorar el utillaje con que sus predecesores
han trabajado hasta hoy en el estudio de las relaciones entre el hombre y su entorno,
entroncar con una tradición más que secular en la que hay mucho que puede aprovechar,
orientar su estudio de acuerdo con las necesidades y los problemas actuales de la
humanidad – no con las modas intelectuales vigentes – y esforzarse en aportar
elementos que “sirvan” para hacer más rica y más lúcida la conciencia que los hombres
tienen de su situación.
Las circunstancias en que vivimos nos advierten de la necesidad de tomar en
cuenta, con mayor atención que en el pasado, el medio natural, pero ello no significa
que nuestra función sea estudiar el suelo, el clima o la vegetación, sino la de mejorar y
enriquecer nuestro conocimiento de la relación entre los hombres, entre las diversas
sociedades humanas, y el medio en que viven y trabajan.
En esta revisión de los problemas que nos plantea el “cientifismo” hay varias
consideraciones de conjunto que conviene hacer. La primera es la que nos invita a evitar
la trampa denunciada por E.P. Thompson, de reemplazar una vieja terminología que el
“revisionismo” ha sometido a ataque – alegando que su imprecisión la hace inútil para
sus propósitos analíticos – para reemplazar por otra que no es mejor, sino simplemente
“nueva”.
Thompson nos previene contra la tentación de abandonar términos como “clase”,
“burguesía”, “feudal” o “capitalista”, para reemplazarlos por otros como “preindustrial”,
“tradicional”, “paternalismo” o “modernización”, que son igualmente imprecisos y que
no es verdad que, a diferencia de los primeros, estén limpios de carga ideológica, sino
que tienen otra distinta: mientras los que se nos propone abandonar, forjados en los
conflictos reales entre los hombres, traducen una dinámica de enfrentamiento, los
segundos apuntan a un orden social “autorregulado”, inventado por una “sociología
histórica” libresca.
Una cosa es que rechacemos las interpretaciones basadas en el empleo abusivo,
cosificado, de los viejos términos, y otra que llevemos nuestro abandonismo a aceptar
una operación de escamoteo intelectual que nos obliga a renunciar a conceptos forjados
por los hombres del pasado, que expresan sus experiencias, sus percepciones y sus
luchas, y que están cargados, por ello, de un contenido “histórico” real.
Uno de los problemas más graves que nos plantea ese cambio de
fundamentación, ese sometimiento al vasallaje de otras disciplinas sociales, es el de la
fragmentación de nuestro objeto de estudio. Cada una de estas “ciencias tiene un objeto
distinto al de la historia, que es el de abarcar la totalidad del cuadro social. Esto da
como resultado lo que se ha denominado como la “HISTORIA EN MIGAJAS”.
Así por ejemplo nos encontramos la historia demográfica, dentro de la cual hay
estudios sobre la sexualidad y el matrimonio, con un subcampo que se ocupa de la
familia, otro de la infancia, la situación del niño en la familia y su primera educación,
etc. Uno de los campos de más rápido crecimiento en los últimos años ha sido el de la
historia de las mujeres. La de la pobreza y el trato dispensado a los pobres, la de la
marginación, el vestido, la comida, etc. La lista de tales “especializaciones” es
inacabable.
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estudio global de la sociedad, y a convertirse en territorio acotado de una práctica
científica que se pretende autónoma.
Esta falsa emancipación empobrece los resultados que pueden obtenerse en los
nuevos campos o con las nuevas herramientas. Al desmenuzarse el análisis en historias
microsectoriales pierde de vista, ese objeto central de estudio que es el hombre en
sociedad, inabarcable desde cualquiera de estas pequeñas visiones, que se proponen
como alternativas más “científicas”.
El fracaso del “socialismo real” en los países del Este, ha provocado que muchos
historiadores que en su tiempo fueron más o menos influidos por el marxismo, se hayan
dejado arrastrar por una oscilación del péndulo hacia EL ESTUDIO DE LAS IDEAS,
reivindicado ahora poco menos que como un territorio inexplorado. Olvidándose de
historiadores como Gramsci, Walter Benjamin, Lukács, Raymond Williams, Christopher
Hill, E.P. Thompson.
Lo que resulta inaceptable es que ese movimiento que se esfuerza por recuperar
para la ciencia histórica el campo de las ideas y la cultura, conduzca a algunos a
sostener que lo que conviene hacer ahora es invertir la vieja explicación: hacer de las
representaciones mentales el motor fundamental de la historia, lo que equivale a repetir
los mismos errores de enfoque mecanicista del pasado.
Con esa vuelta a la “historia de las mentalidades” concebida como una necesidad
de búsqueda de un nuevo catecismo, existe el riesgo de perderse en una fragmentación.
El riesgo viene agravado por la propia definición de esta corriente. Entre sus
cultivadores: Jacques revel, Le Goff, Chaunu, Chartier, entre otros.
La crítica más dura y consecuente de esta corriente tal vez sea la que ha
formulado G.E.R. Lloyd, quien denuncia su imprecisión y su fragmentación. Por
ejemplo, si estamos estudiando historia romana puede darse el caso que estudie la
“cultura popular” y el de la “patricia”, convirtiéndolos en dos territorios separados que
se explican cada uno por sí mismo y no por su confrontación.
La labor del historiador es dedicarse a trabajar- en colaboración con otros
cultivadores de las ciencias de la sociedad y la cultura, si conviene- en todo aquello que
pueda servir para entender mejor, desde sus mentes y sus sentimientos, la trayectoria
histórica de los hombres, y para ayudarles a comprender su presente y a resolver sus
problemas.
4 CONCLUSIONES
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2. Una de las primeras cosas que hemos de eliminar de nuestra teoría de la
historia es, la “vía única”: hemos de aprender a pensar el pasado en términos de
encrucijadas, a partir de las cuales eran posibles diversas opciones, evitando admitir sin
discusión que la fórmula que se impuso fuese la única posible (o la mejor), o
resignarnos a aceptar como inevitable el futuro. Necesitamos repensar la historia para
analizar mejor el presente y plantearnos un nuevo futuro. Un método que procedería
arrancando sus objetos de estudio de la continuidad histórica y que tendría como
objetivo central “colocar el presente en una situación crítica”.
3. Nuestra obligación es ayudar a que se mantenga viva la capacidad de las
nuevas generaciones para razonar, preguntar y criticar.
4. Necesitamos renovar por completo nuestros “métodos” y enriquecer nuestro
bagaje “teórico”, lo cual no lograremos sin mucho trabajo colectivo. A la vez que
aprendemos a asomarnos a la calle: a aproximar nuestro trabajo al estudio de lo sucede a
nuestro alrededor.
5. Que la historia sea importante para comprender el mundo. No pienso en
términos de prestigio y carrera académica, sino de utilidad social. De entre las ciencias
sociales, la historia tiene el privilegio de ser la que mayores servicios puede rendir,
porque es la más próxima a la vida cotidiana y la única que abarca lo humano en su
totalidad. Sin olvidar que, cuando se lo propone, resulta ser la más inteligible para un
mayor número de receptores de su mensaje.
6. Se impone LA CRÍTICA PRAGMATISTA, que enuncia y explica Gérard
Noiriel en artículo adjunto (editado en 2002, procedente de un Congreso celebrado en
Valencia en 2000). En realidad, en vez de formular grandes reflexiones de carácter
epistemológico, se trata de profundizar en el estudio empírico de las práctica sociales
que se valen de la “ciencia” en su infinita e inabarcable diversidad y que se dirigen a la
búsqueda de la “verdad objetiva”, que aunque inalcanzable no deja de ser una praxis
derivada de la independencia en que se mueven los historiadores profesionales.
BIBLIOGRAFÍA
FONTANA, J.: Historia, análisis del pasado y proyecto social. Ed. Crítica, Barcelona,
1982.
FONTANA, J.: La Historia después del fin de la Historia. Ed. Crítica. Barcelona, 1992.
Reflexiones acerca de la situación actual de la ciencia histórica.
PELAI PAGES: Introducción a la Historia. Epistemología, teoría y problemas de
método en los estudios históricos. Ed. Barcanova, Temas Universitarios, Barcelona,
1983.
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