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El Rostro Evangélico del Protestantismo Latinoamericano

Un protestantismo evangélico

Según el autor nos menciona los iniciadores del protestantismo criollo. Son misioneros

mayormente norteamericanos o británicos, que arribaron a América Latina en los años de

1840. Todos estas personas aun teniendo una diversidad confesional, ya sean metodistas,

presbiterianos y bautistas en su mayor parte, todos comparten un mismo horizonte teológico.

Su preocupación era por el mensaje de la muerte de Jesucristo.

A su vez podemos reconocer el pietismo y del Gran Despertar (o avivamiento) del siglo

XVIII que asociamos con nombres como Wesley y Whitefield en Gran Bretaña, así mismo de

Jonathan Edwards en Estados Unidos, que forma la mayor parte del protestantismo

anglosajón.

El trasfondo teológico de la misión en América Latina sus orígenes en la segunda mitad

del siglo XIX. Esa teología había sufrido desde mediados del siglo significativas influencias

que mencionaremos. más o menos en el año 1870, tendríamos que anotar por lo menos los

siguientes: El segundo despertar, en la década de 1850 (que podemos asociar con nombres

como los de Lyman Beecher, Timothy Dwight y sobre todo Charles Finney), que se continúa

con la gran cruzada evangelizadora y misionera de Moody, tiene características propias.

Responde al crecimiento de la población urbana, penetra en los colegios, universidades y

sectores comerciales de la clase media y tiene un prestigio religioso que no había alcanzado el

avivamiento rural o de frontera. Teológicamente supera lo que ya se advierte en el propio

Jonathan Edwards el conflicto entre la tradición calvinista y la arminiana.

La importancia que se da a la Biblia, a la que se exalta a la vez como arma en la lucha

contra el error, como un medio indispensable para la evangelización. En ambos sentidos, la

Escritura es concebida como teniendo un poder, una cierta eficacia que reprende, convence y

convierte.
Lo que caracteriza a la piedad evangélica en las últimas décadas del siglo XIX es el

movimiento de santidad, al que Marsden ha llamado la vida victoriosa. Se combinan aquí, la

tradición wesleyana de la santificación y perfección cristiana, y la calvinista de la permanente

lucha contra el pecado. Pero una y otra coinciden en afirmar un bautismo del Espíritu Santo

que permite al creyente liberarse del poder del pecado y vivir una vida cristiana victoriosa.

En el mundo de la tradición wesleyana, la insistencia en la experiencia de la segunda

bendición la plenitud de la santificación originó divisiones frente a lo que algunos

consideraban un abandono de la búsqueda de la santidad por parte de las iglesias metodistas:

nacen así, además del Ejército de Salvación (Inglaterra, 1880), La Iglesia de Dios (Anderson,

Ind., 1880), la Alianza Cristiana y Misionera (1887), la Iglesia del Nazareno (1908) y la

Iglesia de los Peregrinos (Pilgrim Holiness Church, 1897).

En el mundo evangélico de tradición reformada, el movimiento de santidad tiene el mismo

vigor y énfasis. Derivó, sin embargo, en una mayor preocupación doctrinal, como lo señala su

participación en la formación del grupo de las Conferencias de Keswick y las Prophecy

Conferences, antecedentes inmediatos del fundamentalismo.

La Gran Guerra (1914-1918) radicalizará las posiciones. Casi hasta el ingreso de los

Estados Unidos al conflicto, los sectores evangélicos fundamentalistas se mostraron reticentes

con respecto a esta guerra: el mundo marcha hacia su fin, las guerras nada pueden mejorar

Desde 1917 se opera un cambio.

Crecimiento y diversificación

Jean-Pierre Bastían llama atomización de los protestantismos al período que ubica entre

1949 -1959. La caracterización me parece inadecuada, porque presupone una identidad

protestante previa definida por la opción liberal. El error proviene, creo, de juzgar la identidad

sobre la base de las opciones del liderazgo misionero y local representado en las conferencias,
y de no prestar suficiente atención al desarrollo de la piedad evangélica como substrato real

del protestantismo misionero latinoamericano.

El autor menciona que Pablo Deiros se muestra más matizado y cuidadoso en el análisis

del período que llama Desarrollo y que ubica entre 1930 -1960, También él adopta una

clasificación del protestantismo latinoamericano en tres grupos principales: liberacionistas,

conservadores y fundamentalistas.

Creo que para abordar debidamente el tema es necesario partir del período anterior. Y aquí

mi tesis es que hacia 1916 el protestantismo misionero latinoamericano es básicamente

evangélico según el modelo del evangelicalismo estadounidense del segundo despertar:

individualista, cristológico soteriológico en clave básicamente subjetiva, con énfasis en la

santificación.

Después de la Gran Guerra y aceleradamente desde 1930, el protestantismo evangélico

engloba una serie de misiones que representan el movimiento de santidad y las líneas

milenaristas y fundamentalistas de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Damboriena, siempre

obsesionado por este tema, habla de 1,707 misioneros extranjeros en 1916 - 6.361 en 1,957.

Luego de la segunda Guerra Mundial se produce una nueva ola de ingresos misioneros.

Sombras y luces de lo evangélico

Menciona el autor la atomización y la crisis de identidad del protestantismo en América

Latina, de las que tanto se habla, están muy ligadas al desarrollo de este proceso del mundo

evangélico y a las respuestas y reacciones que ha despertado dentro del campo protestante.

Vinculando el movimiento evangélico que acabamos de bosquejar y el pentecostalismo,

Bastían habla de un protestantismo sectario y milenarista que, entre los años 1930 -1949,

irrumpió afuera e independientemente del protestantismo establecido de origen liberal.

Obviando por el momento la identificación del pentecostalismo con el proceso del

protestantismo evangélico en las décadas precedentes, me parece que es erróneo hablar de


desde afuera e independientemente. El parentesco de origen, de piedad y hasta de teología, la

interpenetración de las anteriores ondas misioneras las nuevas nos obligan a considerar el

fenómeno como interno al protestantismo evangélico misionero en América Latina. Lo que he

llamado el rostro evangélico del protestantismo latinoamericano define su identidad desde el

comienzo y hasta el presente.

A si mismo podemos mencionar la renovación evangélica que en América Latina ha estado

representada principalmente por la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), vinculada

con los nombres de Rene Padilla, Pedro Savage, Samuel Escobar, Pedro Arana, Emilio A.

Núñez y muchos otros, y que ha tenido una gravitación cada vez mayor en el mundo

evangélico desde sus orígenes en 1970.

Sin duda ha sido también estimulada y nutrida por movimientos en el exterior, Se rescata

y recupera una tradición evangélica, particularmente ligada al movimiento anabaptista de los

siglos XVI - XVII y al despertar evangélico del siglo XV en Inglaterra y los Estados Unidos,

tanto en la tradición reformada como en la wesleyana, pero también a los orígenes de nuestro

propio protestantismo misionero en América Latina.

No dejaremos de considerar de los elementos estructurales políticos, económicos, sociales

de la realidad latinoamericana. Samuel Escobar continúa subrayando los aspectos sociales: La

tentación de los evangélicos es reducir el evangelio, mutilarlo, eliminar la demanda de frutos

del arrepentimiento. Una espiritualidad sin discipulado en los cotidianos aspectos sociales,

económicos y políticos de la vida es religiosidad y no Cristianismo. La Asamblea de la FTL


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celebrada en Quito en 1990, conmemorando los veinte años de la fundación de la FTL,

resume y relanza trabajos realizados en una serie de consultas sobre economía, política y

sociedad, de los años anteriores.

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