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MARÍA

Tan discreta es su presencia, que los evangelistas ni la nombran en este momento. Pero si
aparece en el calvario, es razonable pensar que esta siguiendo este camino con su hijo.
Ella va junto a El, sin hacer escandalo, sin protestar, aceptándolo todo aun sin comprender.
En la vida, eso es lo único que podemos hacer muchas veces: aceptar sin comprender bien
nuestro modelo debería ser esta madre nada exhibicionista de su dolor, silenciosa y
discreta, más unida a Jesús que nunca, porque muy acertadamente intuye que ahora esta su
Hijo en la máxima soledad.
Y, sin embargo, nada remedia María en esos momentos; el dolor de Jesús conserva toda su
intensidad, aun teniendo al lado a su madre, unida a Él. Él sabe que ella está en la oscuridad
de la fe; que no comprende exactamente el porqué de estas atrocidades… la siente al mismo
tiempo muy cerca y muy lejos. Él sabe perfectamente que, en definitiva, este dolor lo tiene
que sufrir en soledad, frente al Padre, único capaz de medir lo que está sucediendo.
Así debemos estar dispuestos a sufrir: como María y con María. Sabiendo que no
aliviaremos a Jesús, porque es indispensable que Él sufra sin ninguna clase de alivio. Todo
lo que podemos desear es que nos permita compartir su propio dolor. Como a María.
Si te sientes movido a ello, háblales.
O tal vez prefieran mirar los en silencio con todo afecto de tu corazón.

MUJER; TU HIJO (Jn. 19,26)


María se ha acercado a Jesús, desde el momento que quedo colgado de la cruz. Y como es
su Madre, nadie se ha atrevido a detenerla.
Ella pensaba que su misión quedaría terminada dentro de unos instantes, en cuanto Jesús
muriera.
Jesús le va a descubrir el verdadero alcance de su misión, en esta hora suprema; “su hora”,
como le dijo en Caná.
Y como queriendo indicarle que su relación con Jesús va mas allá de la maternidad
biológica, la llamada “mujer” otra vez, como en Caná, y le confía su testamento: “ahí tienes
a tu Hijo”.
“mujer; si me vez así, es para algo. Con mi muerte le estoy entregando a mi Padre una
familia innumerable, un numero e incontable de hijos; todos los hombres. Son parte de mí
mismo: viven de una propia vida. Son tus hijos, mujer”.

OIR LO QUE HABLAN O PODRIAN HABLAR


“De mi no tendrás que prepararte ya. Yo vuelvo al Padre. Todo tu cuidado maternal tendrá
que dirigirse ahora a ellos: eres su madre.
Como siempre, María acepta plenamente sin comprender todavía por completo. La luz de
pentecostés la iluminará, como a los apóstoles.
Pero entre tanto el testamento de Jesús está aceptado: aquí esta su Hijo…
Piensa que desde aquel momento quedaste confiado al amor maternal de María.

DESCENDIMIENTO Y SEPULTURA
SOLEDAD DE MARÍA-
La historia: Mt. 27, 57-61 (paralelos)
El lugar: la roca del calvario. A unos 50 metros de ella, un sepulcro excavado en la roca,
con jardín delante. A pocos metros hay otros sepulcros también excavados en la misma
roca.
Pide: compartir el dolor de María que te permita acompañarla en su soledad.

1. EL DESCENDIMIENTO
Lo dirige José de Arimatea.
VER LAS PERSONAS
Este hombre, “bueno y justo, que no había asentido a la decisión y proceder de los demás”
(Lc. 23, 51s), “discípulo de Jesús, aunque en secreto, por miedo a los judíos” (Jn. 19, 38),
ahora que Jesús ha sido ajusticiado como un delincuente, tiene el valor de aparecer como
amigo suyo, y solicitar su cadáver para sepultarlo.
Nicodemo, otro discípulo oculto que visitaba a Jesús de noche, para no comprometerse,
también da la cara ahora. Se presenta con cien libros de ungüentos, para ungir el cadáver de
Jesús (Jn. 19, 39).
Mientras los discípulos andan huidos, estos otros dos aparecen juntos a Jesús.

MIRAR LO QUE HACEN


Lo primero, lavarían el cuerpo según la costumbre judía.
Luego, a prisa le untarían los aromas.
Acompáñalos tú también en todas sus operaciones, como si te hallases presente: súbete a la
escalera, saca los clavos. Ayuda a bajar el cadáver, a tenderlo sobre una piedra para lavarlo
y ungirlo.
Observa como estos hombres lo hacen todo con mucho amor, pero con una fe todavía
inmadura: ninguno piensa en la resurrección. Lo hacen todo como si el cadáver se fuese a
quedar definitivamente en el sepulcro.
Por esa fe inmadura, sus sentimientos han de ser deprimentes por fuerza. Comparten el
fracaso de Jesús. Ante las gentes, ellos y las santas mujeres son los mas allegados a un
ajusticiado.
Jesús deja que sus amigos y su madre pasen por esa prueba.
¿tendría María en su regazo el cadáver de Jesús, como lo ha representado “la piedad”?
difícilmente. Pero esa representación es expresión de algo muy real: María tiene que afrontar,
en el dolor más intenso que podemos imaginar, la perdida de Jesús y su cuerpo martirizado.
Así ella comparte el dolor de su Hijo – “dolor con Cristo doloroso”-. Pero el suyo es un dolor
sin rencor. En todo aquello que ve el querer de Dios.
Con María contempla despacio las huellas que tus pecados han dejado en el cuerpo de Jesús.
Mira sus manos, sus pies, sus espaldas, su costado, su cabeza; un cuerpo triturado por
nuestros delitos (Is. 53,5).

2. LA SEPULTURA
Entra en el sepulcro. Mira esa mesa de piedra, donde va a ser depositado el cadáver. Bésala.
Extiende tus brazos sobre ella.
Observa como depositan allá el cuerpo de Jesús, envuelto en una sábana. Cómo salen del
sepulcro. Sal tu también. Observa la piedra redonda, que va a cerrar la entrada. Ayuda tu a
cerrarla. Vive el momento en los que estuvieron allí presentes. Luego retírate con todos.
Ninguno piensa que Jesús va a estar allí muy poco tiempo…

3. LA SOLEDAD DE MARÍA
A nadie le costó tanto como a ella, desprenderse del cuerpo de Jesús. Y ahora no como cuando
lo dió a luz, para sentirlo vivo en sus brazos, para darle su ternura de madre y recibir de Él
sonrisas, caricias y balbuceos. Ahora es un desprenderse cruel: ha dejado a Jesús con los ojos
cerrados, que ya no la miran; con los labios lívidos y fríos, que ya no le hablan.
A María no le han dejado ni la túnica de Jesús, la que ella misma le tejió, porque hasta sus
ropas se han repartido los soldados.
A María no le queda nada de Jesús: es un desprenderse totalmente de Él. Pero se lo dio para
que ella lo diera todo entero. Nosotros se lo arrebatamos y pusimos sobre Él nuestras manos,
que no saben de ternura, sino de brusquedad y de crueldad.
Tampoco la oscuridad de la fe le fue ahorcada a María. Ella no sabe qué cosa es “resucitar”,
aun después de haberle oído algo sobre eso a Jesús.
La resurrección iba a ser un hecho sin precedente. No iba a ser como cuando Lázaro revivió,
cuando volvió a la vida de antes.
¿Qué idea de “resurrección” podía tener María? ¿Qué idea concreta?
Como en otros puntos, podemos tener la certeza de que ella no sabia más que los discípulos,
acerca de esto. Su soledad es una soledad verdadera: un no saber realmente lo que va a pasar;
lo que Jesús quiso decir, cuando anunció que resucitaría al tercer dia. No pensemos que
semejante expresión fue un alivio para la soledad de María.
Recordar a Jesús sufriendo, pasando vergüenza, abandonado de quienes había elegido para
amigos íntimos.
Recordar en casa de Pilato, frente a una muchedumbre, que pide a gritos su muerte.
Recordar luego recorriendo la vía dolorosa, cargando con la cruz y clavado después en ella,
pasando sed y atormentado.
Recordar todo esto, y aceptarlo sin rencor: como querido todo por Dios. Por ese Dios que no
la puso sobre aviso de todas estas atrocidades, cuando le anunció que iba a concebir un Hijo,
sino que se los fue haciendo vivir poco a poco.
María no trama ninguna venganza, ningún desquite. No reúne a los discípulos, para
echarles en cara su cobardía, primero, y para azuzarlos (irritarlos) luego a que se hagan
zelotes (personas que pertenecen a un grupo religioso caracterizado por la vehemencia y
rigidez de su integrismo religioso), y colaboren para acabar con la tiranía de Roma, por la
violencia.
Su dolor es un dolor lleno de ternura maternal por aquellos hijos cobardes, que abandonaron
a Jesús, en el momento de la prueba; y por aquellos otros hijos desalmados, que crucificaron
a su primogénito.
María es la “pobre” israelita que espera de Dios el desquite a lo divino, como solo Dios es
capas de llevarlo a cabo.
Desquite que trasciende todas nuestras venganzas y todos nuestros rencores.
Dios mismo le hará justicia a María, la esclava del Señor, que sigue firme en su fe, mientras
los demás la han perdido.

APARICION A MARÍA
Ignacio abre a cuarta semana con una audaz y certera instrucción teológica.
Audaz porque la Escritura nada dice de una aparición de Jesús resucitado a su Madre
Santísima.
Certera porque no puedo menos de ser así.
Ignacio no se arredra (aparta) por el silencio de las Escrituras sobre esto, y empieza así la
cuarta semana:
EE 218 “la primera contemplación como Cristo nuestro Señor apareció a nuestra Señora”.
Y en EE 299: “Primero apareció la virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura,
se tiene por dicho, en decir que apareció a tantas otras; porque la Escritura supone que
tenemos entendimiento, como está escrito; (¿también vosotros estáis sin entendimiento?)”.
De modo que – parece razonar Ignacio – se apareció a los apóstoles, a las santas mujeres, a
mas de 500 hermanos, a Pablo… pero ¡a su madre no!
¡imposible!
“En decir que apareció a tantas otras” está dicho – si tenemos entendimiento – a que la
primera que se apareció fue a su Madre.
Otra cosa abría sido inconcebible en el Hijo que más ha amado a su Madre, y así como no le
ahorro sufrimientos, no pudo menos de alegrarla la primera de todos.
Reconstruir lo que debió ser aquel encuentro pascual de María con su Hijo resucitado, no es
cosa fácil.
Todo queda en conjeturas, y al hacer el intento, lo fácil es caer en lo trivial o en lo cursi o en
lo absolutamente fantástico.
Sin embargo, vale la pena afrontar ese riesgo, con el deseo de alcanzar una mejor
comprensión del misterio de pascua, viviendo por María con la máxima intensidad, pues a
parte de ser la Madre de Jesús, en ella se concentran Israel y la iglesia.
María es el símbolo viviente de la iglesia, que de algún modo se encuentra en ella.
Contempla, pues, cómo en María pasó la iglesia del dolor del viernes santo al gozo de la
pasión.
En María se encuentra también todo Israel: el Israel que ha sufrido sin perder su fe en las
promesas de Dios, aunque esa fe no haya estado exenta, a veces de la duda, de desconcierto
y aun de la protesta.
Y también ese Israel que ha sufrido sin perder su fe, que, en sus dudas y desconciertos, fue
consolado y confortado por Dios, con nuevas reafirmaciones de su amor y de sus promesas.
El camino para esta contemplación podría consistir en servirse de la misma ayuda. Escritura,
acomodada a la situación concreta de María, en aquella madrugada de pascua.
EL LUGAR
¿Dónde pasó María aquellas horas negras desde el viernes santo hasta el amanecer del
domingo?
¿tal vez en su casa de Juan…?
Hazte pues presente, allí, y contemplas a la Señora reposando sola.

VER LAS PERSONAS


Contempla el rostro grave y sombrío de María. Todavía se advierten en él las huellas de aquél
trágico viernes santo.
Acércate a ella con respeto infinito, con ternura de hijo, consciente de su derecho a tomar
parte de los dolores y en las alegrías de su Madre.
Siente sus pensamientos – “lo que podría pensar” -: oye sus palabras: lo que ella y Jesús
hablan o podrían hablar:
Sirviéndole de textos de las Sagradas Escrituras, podrían seguir el proceso que empieza en el
dolor a la tristeza de María, no sin mezcla de frustración. Es también el dolor de Israel y de
la iglesia, cuando no comprendían los caminos de Dios; cuando experimentan la perdida de
su Señor.
Proceso que se contenía en el consuelo ofrecido por Dios, al anunciar tiempos mejores, y que
termina en el descubrimiento de Jesús resucitado, realización plena de todas las promesas de
Dios.
Para terminar con un idilio (coloquio amoroso, algo que los une) entre Madre e Hijo; la
ternura de Jesús hacia su Madre y hacia su iglesia. Y con una promesa hecha a María a cerca
de sus hijos.
Trata, pues, de acomodar hacia María lo que sigue.
1. Soledad y frustración
- Cantar 3, 1s
- Is. 26, 18
2. Habla Dios Padre
- Is. 54, 7.8; 62, 2-5; 35, 3s; 26, 19; 25, 8s; 12, 1-6
3. Anuncio de Jesús
- Is. 40, 9-11
4. María presiente a Jesús
- Cantar 2, 8-14
5. Jesús anunciado a María
- Sofonías 3, 14-17
6. Idilio de Jesús con su Madre
- Cantar 4 1-7
7. Promesa a María
- Is. 54, 13-15

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