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DOS

Editorial Universitaria
Cuarta Edición . Panamá,1995
AUTORIDADES DE LA
UNIVERSIDAD DE PANAMA

Dr . Gustavo García de Paredes


Rector

prof. Jorge Arosemena Román


Vicerrector Académico

Dr. Gustavo Arosemena Grimaldo


Vicerrector de Investigación y Post-GraDO

Dr . Justo Medrano V .
Vicerrector de Extensión

Lic. Egbert Wetherborne


Vicerrector de Asuntos Estudiantiles

Mgtr . Gloriela H . de Rengifo


Vicerrectora Administrativa

Mgtr. Miguel Montiel Guevara


Secretario General
GIL BLAS TEJEIRA

PUEBLOS PERDIDOS
Novela

Editorial Universitaria
Panamá, 7995
Pueblos Perdidos
(Novela)

© Editorial Universitaria, 1995 .


Estafeta Universitaria
Panamá, República de Panamá
Tel . 64-2087

© Gil Blas Tejira

Director: Dr . Pablo Armuelles


Editora: Mary Rosas Bader
Supervisora de Ediciones : Prof. Efigenia Cederlo G .

Cuarta Edición: 500 ejemplares.

Aprobado por el Consejo General Universitario .

Impreso en los Talleres de la Imprenta Universitaria .


PUEBLOS PERDIDOS
Novela
Escribí estas páginas al abrigo
del amor de Matilde, mi compañera,
y del de mis hijas Isis, Olimpia y Ber-
tilda. A ellas se las dedico con todo
fervor.
G. B. T.
PRIMERA PARTE
Capitulo

MARIA DE LOS ANGELES

Trece años tenía María de los Angeles cuando vino con sus
padres al Istmo . Había nacido en Antigua, la ciudad guatemalteca
que un volcán tricéfalo cubre con su sombra .
Francisco Vera, su padre, determinó un día trasladarse a Pa-
namá con su mujer, María, y su única hija . Todo indicaba que un
gran auge económico se dejaría sentir en breve en el Istmo, como
consecuencia de la apertura de un canal, por una compañía france-
sa .
Pocos eran los bienes de la familia Vera en Antigua : una casa
modesta y un huerto que no producía suficiente para el manteni-
miento de la familia . Remediaba tales limitaciones el modesto suel-
do de maestro de escuela que devengaba don Francisco .
Un día en el pedagogo prendió el espíritu de la aventura . Ha-
bía que salir en busca de fortuna y ésta parecía llamar desde la
tierra istmeña .
Vendió el señor Vera su casa y su huerto y emprendió viaje
con los suyos .
Traía el centroamericano un plan determinado : abrir una
fonda . Pensaba que en un lugar como Colón, donde habrían de
afluir por razón de los trabajos del Canal gente de todos los rin-
cones del mundo, un restaurante tenía que ser negocio pingüe . Su
mujer era fuerte y sana a más de conocedora de asuntos culina-
rios y su hija bien podría ayudarla .
No le costó trabajo a la familia guatemalteca encontrar donde
instalar su negocio . Fue en una barraca amplia, de las que abun-
daban entonces en Colón . Pronto afluyeron al restaurante traba-
jadores de distintas nacionalidades .
Eran pésimas las condiciones sanitarias que prevalecían en-
tonces en Colón, salvo en el barrio de Cristóbal, ocupado por los
franceses, donde la vigilancia médica y los servicios de la higiene
eran satisfactorios. El negocio de la familia Vera, naturalmente,

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estaba del lado abandonado, en el sector del que bien dijo un via-
jero de entonces que a su lado podían ganar premio de limpieza
las más sucias barriadas de Tolón, Génova, Nápoles y Estambul .
El agua lluvia formaba grandes charcas en las calles .Abun-
daban los mosquitos y las moscas y no eran raros los sapos y las
culebras . De una acera a otra había que pasar por tablas tendidas
sobre las charcas . El medio era bastante distinto al de Antigua,
donde los hontanares salían limpios del corazón de la montaña y
el agua se arrastraba por las calles sin enlodarse .
-Algún día- decía el señor Vera a su mujer y a su hija -
regresaremos a nuestra ciudad natal con dinero suficiente para
comprarnos una buena finca y vivir sin mayores preocupaciones .
Es cuestión de esperar pocos años . El negocio no va mal y ya te-
nemos una apreciable economía,
A veces el desánimo hincaba en el espíritu del guatemalteco
No había logrado él adquirir por compra el terreno donde se le-
vantaba su fonda . Todas sus gestiones con la firma Issac & Asch
habían fracasado, no porque ella se negara a vender sino porque
la Compañía del Ferrocarril alegaba ser dueña de toda el área de
la Isla de Manzanillo y desconocía los derechos de Isaac & Asch
sobre los lotes que ella misma habla rellenado y habilitado para
construcciones . La Compañía del Ferrocarril arrendaba por cinco
años, al cabo de los cuales podía negarse a rearrendar y obligar
al ocupante al desalojo.
La fonda de la familia Vera, a la que él dió el nombre de
La Antigua como culto afectivo a su pueblo natal, estaba situada
no muy lejos del Leviatán, enorme edificio de madera con apar-
tamientos y cuartos de alquiler, habitado casi totalmente por gen-
te colombiana muy distinguida, venida al Istmo atraída por las
posibilidades de lucro que ofrecería el Canal . Entre ella figuraban
también las autoridades políticas y militares .
No habían cumplido los Vera dos años de permanencia en
Aspinwall, como entonces llamaban también a Colón, cuando les
sobrevino el primer desastre : el 7 de septiembre de 1882 una te-
rrible conmoción sísmica sacudió el Istmo, colón fue la ciudad
más castigada, sin duda por la falta de consistencia de sus cons-
trucciones . Muchos edificios cayeron y otros tantos
quedaron
cuarteados e inhabitables, Puentes e instalaciones del ferrocarril
sufrieron fuertes daños y aunque sólo murieron cinco personas,
un terror pánico se apoderó de la población .
La fonda de los Vera no se escapó del desastre y don Fran-
cisco, con evidente amargura, comentaba-
-Me habían asegurado que el Canal se abrirla por Panamá
porque aquí no se producen terremotos y en un día he visto caer
más casas aquí que en Antigua en más de treinta años .

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Pero no era Francisco Vera hombre que se dejara arredrar
por un percance . Con sus economías levantó de nuevo su barraca
para reinstalar su fonda, con apartamientos contiguos para él, su
mujer y su hija .
Preocupaba al viejo maestro chapín la educación de María de
los Angeles . Le horrorizaba la idea de morir víctima de la fiebre
amarilla que por entonces se enseñoreaba de la ciudad-campa-
mento .
En las noches, cerrada la fonda a hora temprana, a la luz de
una linterna de querosín, se dedicaba a transmitir a su hija sus
conocimientos, lo que iniciaba siempre e invariablemente con la
misma frase :
-Aprende, hija, que cuando tus padres te falten sólo ha de
valerte lo que sepas .
María de los Angeles era quien llevaba las cuentas del nego-
cio y hacía la separación de las monedas, trabajo que requería
cierto adiestramiento, pues en el Colón de entonces, como en to-
da la Línea, circulaba toda clase de dinero y aun se permitía la
plata fraccionada .
Tres años llevaba la familia Vera de establecida en Colón
cuando la visitó la muerte . La fiebre amarilla hincó sus dientes
en don Francisco y doña María .
María de los Angeles quedó sola en el mundo . Se sintió des-
concertada y con todo fervor pidió a Dios que se la llevara con
sus padres .
Pero el Cielo quiso las cosas de otra manera y la joven inmi-
grante, serenado su dolor, dispuso enfrentarse a la vida y seguir
en la administración de La Antigua .
Tuvo a su favor la amistad de la familia Salazar, nativa de
Gatún, en cuya casa le dieron alojamiento para que no quedara
sola en los cuartos que antes ocupó con sus padres .
El tiempo iba moldeando a la muchacha en una mujer bella
y atractiva . El clima, que convertía a hombres y mujeres sanos en
seres macilentos y tristes, pareció respetar a la joven huérfana .
A los diez y siete años, María de los Angeles había desarro-
llado plenamente . De buena estatura, de formas perfectas, lucía
además un rostro bello alumbrado por sus ojos pardos . El luto
hacía resaltar el blanco mate de su piel . Sólo sus pómulos, ligera .
mente salientes, denunciaban en ella su remoto origen maya .
En el Colón de entonces, María de los Angeles lucía como
una piedra preciosa a orillas de un pantano .

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Capftufo
lo

LOS ASIDUOS

Pronto La Antigua se convirtió en centro de atracción para


jóvenes y maduros que creyeron que María de los Angeles, sola,
inexperta y bella, sería fácil presa de sus requerimientos .
No había tenido la muchacha guatemalteca tiempo ni ocasión
para desarrollar la coquetería que es ingénita en la mujer normal .
Levantada en el trabajo y bajo una prudente pero estricta vigi-
lancia paterna, desconocía los peligros de la belleza . Ella misma
no parecía darse cuenta de que era hermosa y no trataba de dar
relieve a su hermosura con prendas o adobos. Su cabellera bru-
na caía sobre sus espaldas como si ella instintivamente sintiera
que llevada así en su forma más natural, resultaba su mejor ador-
no.
--María de los Angeles- solfa decirle un abogado de nombre
José Argüello, a quien todos llamaban familiarmente Joselito -Tú
estás pasando trabajo porque quieres . Yo soy hombre pudiente y
de influencia . Vente conmigo y nada te faltará .
Hubiera dado algo María de los Angeles por que aquel tinteri-
llo miope no fuera más a su fonda . Vela que tras sus gruesos es-
pejuelos brillaba una chispa malsana, un deseo viscoso que ella no
podía definir, pero que le repugnaba como las charcas de la ciu-
dad que en sus aguas turbias reflejaban la luz del sol . Joselito
era el primero en presentarse en busca del desayuno y el último
en irse para regresar antes del medio día . Pagaba con moneda
grande y siempre insistía en que la muchacha se quedara con el
vuelto, cosa a la que ella se resistía sistemáticamente .
La guatemalteca sufría frecuentes pesadillas . Bajo la bó-
veda de su frente se instalaba durante el sueño la figura del legu-
leyo que trataba de abrazarla y besarla . Sentía cerca de su boca
la respiración anhelante de Joselito y la amenaza de la proximidad
de sus bigotes lacios de cosmético y despertaba en los momentos
en que asía con sus manos su pelambre rala y larga .
Un capitán centrano de nombre Alfredo Cadavid solía reque-
rirla también . Era guapo, pero no simpático. Le hablaba con suave

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entonación y la miraba con sus ojos verdes, llenos de deseos .
Aparentaba no más de treinta años . Tenía fama de mujeriego y pen-
denciero. A María de los Angeles le repugnaba aquel militar, pero
no de igual manera que Joselito . Era un temor físico, limpio de asco .
Pronto se puso de manifiesto una fuerte rivalidad entre el
leguleyo maduro y el militar joven . Este, cuando llegaba, siempre
después que Joselito, soltaba una puya :
-María de los Angeles, por la vidita suya, sírvame un buen
almuerzo, pero le ruego que me reserve siempre los mismos pla-
tos porque no quiero que la comida que usted me prepara con
esas lindas manos llegue a mí en los que ya han sido usados por
ciertos viejitos que todo lo ensucian .
La solicitada sonreía y guardaba silencio . El aludido se mor-
día el bigote y también callaba . Bien sabía que si aceptaba la pro-
vocación, llevaba todas las de perder con el musculado y mozo
militar .
No eran Argüello y Cadavid los únicos cortejantes de Marta
de los Angeles . Había un mulato, capataz de las excavaciones del
Canal, que no le ocultaba su inclinación y raro era el cliente que
no se creyera con derecho a decirle piropos, no pocas veces de
grosera lubricidad .
La chapina se sentía lastimada en su pudor por todo aquello,
pero mantenía seguridad en sí misma . Ya podrían cansarse de
decirle cosas, que ella sabría ponerlos en su puesto .
Un día llegó al mesón un extraño huésped . Era la hora del
almuerzo y el lugar estaba concurrido . A la entrada del recién
llegado se produjo un breve silencio que fue interrumpido por
un coro en el que todos tomaron parte :
Buenos días, don Pedro .
El llamado don Pedro esbozó una sonrisa y apenas contesta
el saludo . Era un hombre de estatura menos que mediana, de tez
oscura y cabello crespo cuidadosamente partido en el medio . A-
parentaba andar poco arriba de los treinta años . Llevaba una le-
vita oscura muy de moda entre la gente de foro de ese entonces,
pantalón gris con pliegues a los lados, una camisa blanca y alfor-
zada, alto cuello sin doblez y gruesa corbata de rayas blancas y
negras,
El recién llegado pidió que le sirvieran sin especificar prefe-
rencia alguna y una vez servido se dedicó a comer sin apartar los
ojos del plato . Los otros comensales parecían intimidados por la
presencia del extraño, Este terminó primero que los demás, cubrió
el precio de su almuerzo, y levantando ligeramente su bombín gris

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les . Usted está sin amparo ante la ley. Es subarrendataria de la
firma Isaac & Asch, en una forma que los abogados llamamos eneris,
.qsnri,pouenctraóoelfuspadrylecio
La Compañia del Ferrocarril es todopoderosa y usted ni siquiera
puede alegar ser colombiana, porque es harto sabido que nació en
Guatemala. Pero nada le pasará si acepta lo que yo le propongo .

-Oigame usted bien, señor Joselito o señor Argüello o como


usted quiera que lo llamen -contestó ella con ojos chispeantes de
cólera- . Yo prefiero perderlo todo, todo, y hasta buscar la vida
en el barrio de Boca Grande donde me entregaría a todos, menos
a usted, antes que aceptarle sus repugnantes proposiciones . Usted
me inspira asco, un asco invencible, más que las charcas inmundas
que llenan esta ciudad . Le ruego y aún más, le pido que nunca
más se presente ante mí y si usted es tan poderoso, haga que me
quiten mi negocio y me lancen a la desgracia, pero no espere
nunca, nunca, que yo sea suya .
Capítulo

11

EL PROTECTOR

No fue sino ya en la noche, en casa de la familia Salazar,


cuando en María de los Angeles hizo crisis el estado de nervios
que le creó el diálogo con Joselito Argüello . Sola en su cama, pro-
rrumpió en sollozos que no pudieron menos que llamar la aten-
ción de doña Dominga y de sus bijas Antonia y Catalina .
Fue inútil que las tres mujeres que le habían dado alero en
su casa trataran de arrancar de ella la revelación del origen de
su llanto.
-¡Nada! ¡Nada! No me pasa nada! Ustedes perdonen y dé-
jenme sola, se los ruego .
Las Salazar terminaron por achacar a su situación de mucha-
cha huérfana, en tierra extraña y sin deudo alguno, el angustioso
llanto de la guatemalteca .
No duró toda la noche el sollozar de María de los Angeles .
Como si hubiera hallado dentro de sí un remedio a su dolor, ter-
minó por dormirse en sosiego .
La joven dueña de La Antigua había encontrado o creído en-
contrar, en efecto, un remedio a sus mortificaciones .
Levantóse temprano como de costumbre, fué a abrir su me-
són a cuya puerta la esperaban los dos pinches que la auxiliaban
en sus menesteres y se dedicó a atender a sus clientes, el primero
de los cuales, como siempre, fue Joselito . Nada en ella revelaba
el desagrado que le produjo el diálogo del día anterior .
Pasó el desayuno . Al medio día el mesón comenzó a llenarse
como habitualmente . Entre los comensales se presentó, solo como
de costumbre, Pedro Prestán .
Cuando éste hubo terminado de almorzar, se acercó a María
de los Angeles para cubrir el precio de la comida . Ella aprovechó
la ocasión para deslizar en la mano del abogado liberal un papeli-
to . Prestán no se inmutó ni delató con un solo gesto sorpresa al-
guna . Se retiró y una vez fuera se enteró del mensaje :

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"Don Pedro : -decía la misiva- quiero hablar a solas con
usted . Venga más tarde, se lo ruego, cuando no haya comensales
María de los Angeles" .
Guardóse Prestán el papel y con pasos rápidos se dirigió a
la estación del ferrocarril . Allí anduvo diligenciando cosas y cuan-
do creyó que la guatemalteca estaba ya sola, regresó a La Antigua .
Su cálculo había sido correcto . Los comensales de María de
los Angeles se habían ido, sin duda ahuyentados por la ola de ca-
lor y por el presentimiento de lluvia torrencial,
-Estoy a su mandar - dijo Prestán ante el pequeño mostra-
dor que le servía de despacho a su bella amiga .
-Don Pedro -musitó la cuitada-, Yo le he pedido que ven-
ga a hablar conmigo porque he notado en usted un cariño respe-
tuoso y limpio por mí . Usted sabe cuál es mi situación . Soy muy
joven, mis padres murieron, estoy sola y desamparada y además,
soy extranjera . Vivo de mi trabajo y quiero mantenerme decente
-¿Alguien le ha faltado o ha tratado de injuriarla?- pregun-
tó Prestán con interés .
-Pues mire, don Pedro -,reanudó ella- aunque yo soy muy
moza, me explico que los hombres me digan cosas y traten de ga-
nar mi voluntad . De eso yo sé defenderme . Pero hay cosas ante
las que me siento indefensa . El señor José Argüello, a quien lla-
man Joselito, ha venido haciéndome proposiciones nada decentes
Yo las podría pasar por alto . La vida me ha enseñado muchas
cosas demasiado temprano . Pero ayer Joselito me ha amenazado
con hacerme desalojar de aquí si no me le entrego . Quiere conse-
guir por intimidación lo que no logrará nunca por amor . Yo me
siento en peligro, don Pedro, ¿Qué será de mí si me sacan de mi
mesón? El dice que la firma Isaac & Asch no puede conseguir que
la Compañía del Ferrocarril le reanude el contrato y yo soy re_
arrendataria de esa firma, La solución que me presenta Joselito
es la de que me vaya con él como su amante . . .
María de los Angeles habló con emoción de lágrimas, pero sin
exaltación . Prestán hizo un gesto como para tranquilizarla y luego
le dijo :
-No tiene usted nada que temer, María de los Angeles . Yo
no he tratado mucho a José Argüello, pero sí lo suficiente para
saber que es un cobarde . Ahora lo sé además miserable . Usted
deje esto al cuidado mío, que mañana mismo, aquí ante usted, él
desistirá de su sucio propósito .
El día transcurrió sin más incidente que un aguacero fuerte
y prolongado que hinchó las charcas de las calles . La mañana si-
guiente Joselito, como siempre, fue el primero en llegar a La An-
tigua al tiempo del desayuno . María de los Angeles esquivó sus
miradas .
Al medio día llegó nuevamente el tinterillo . Tras él se presen-
taron los clientes regulares y por último, Pedro Prestán .
Sin alterar en nada su rutina, Prestán se hizo servir, comió
y pagó . Mas antes de retirarse y con voz estentórea, se dirigió a
Joselito :
-Oígame usted bien, señor Argüello, porque lo que le voy
a decir tiene mucha importancia para usted y en la forma que m~
entienda y obedezca le va la vida . Usted ha amenazado a María
de los Angeles con un desahucio de este lugar que ocupa su me-
són . Yo sé que usted está al servicio de la Compañía del Ferrocarril
no como, abogado porque usted no lo es, sino como espía y tinte-
rillo . Sé que usted tiene suficiente fuerza para hacer el mal y que
si usted se lo pide así a sus amos, María de los Angeles será
desahuciada . Pero si tal cosa llega a ocurrir, óigame bien, Joselito
le repito, no habrá rincón donde usted se esconda donde yo no lo
encuentre para agujerearle con cuatro tiros su piel de lacayo . Us-
ted sabe y todo el que me conoce sabe, que yo jamás he amena-
zado a nadie en vano y que fundo mi nombre y mi honra en cum-
plir siempre mis amenazas.
Todos los concurrentes tenían los ojos fijos . en Prestán . Nin-
guno de ellos ignoraba que era hombre peligroso, que más de una
vez había hecho uso del revólver para solucionar diferencias .
Pálido y trémulo, el aludido trató de excusarse .
-Doctor Prestán ; usted está mal informado . Yo le he dicho
cosas a María de los Angeles sin ánimo de hacerle daño . ¿Qué de
malo hay en galantear a una mujer, sobre todo si es tan hermosa
como ella? Ayer le advertí con toda honradez que había una po-
sibilidad de que la Compañía del Ferrocarril no reanude el con-
trato de arrendamiento de lotes con la firma Isaac & Asch, porque
de eso me enteré circunstancialmente, pero yo no soy el hombre
con fuerza para determinar la reanudación y la cancelación de
un contrato entre dos entidades tan grandes .
-Yo no tengo tiempo ni temperamento para entrar en deta-
lles -concluyó Prestán .- Sólo le reitero que si a la señorita Vera
le ocurre algo, yo lo mato a usted sin vacilaciones y métase donde
se meta, aunque usted no haya intervenido en su daño . Y esto le
digo para que no haya omisión de su parte en la obligación que
le impongo de impedir que la desahucien o la mortifiquen en
cualquier otra forma .
Pedro Prestán no dijo más y dejando a Joselito con una frase
sin cuajar en los labios, se ausentó del mesón, no sin antes des-
cubrirse ante María de los Angeles y dar las buenas tardes a los
comensales .
Capítulo
IV

CAMILE ROSTAND

Rabia sido una tarde lluviosa en exceso . Las calles estaban


inundadas y nubes de mosquitos, moscas y coleópteros poblaban el
aire . María de los Angeles, sentada tras el mostrador de su mesón,
no esperaba huéspedes . Era sábado, cuando sus clientes habitua-
les, hombres de distintas ocupaciones, preferían el ambiente de las
cantinas, garitos y lupanares a la rutina de La Antigua .
Se disponía Marta de los Angeles a cerrar su negocio para
retirarse con la tranquilidad que le daba la espera del domingo,
su único día de descanso, cuando hizo su entrada Pedro Prestán
Esta vez no venta solo . Lo acompañaba un joven esbelto, blanco,
de fino bigote castaño . Vestía pantalones kaki, altas botas color
chocolate, chaqueta de seda cruda y camisa clara . Al cuello lle-
vaba una ancha corbata a rayas que caía con elegancia sobre la
camisa alforzada .
Pedro Prestán saludó a la joven levantando su bombín sobre
la cabeza, Imitólo su acompañante zafándose su sombrero de fiel-
tro color gris y de muy amplias alas, que dejó al descubierto sus
cabellos casi rubios .
El abogado hizo la presentación :
- María de los Angeles : le presento a mi amigo, el ingeniero
francés Camile Rostand . Amigo Rostand : ésta es la señorita Vera,
de quien le venía hablando .
El francés fijó sus ojos azules en la joven e hizo ante ella tina
gentil reverencia .
-Mucho gusto-- dijo la joven, un tanto impresionada por la
prestancia del extranjero .
-No queremos serle muy molestos, María de los Angeles
-manifestó Prestán .- Nos conformamos con una buena taza de
café . Sabemos que en día sábado y a esta hora venir en solicitud
de comida es casi una impertinencia,
-Mi obligación es servir, don Pedro, y tratándose de usted y
suave
un amigo suyo, tengo además sumo gusto- dijo ello con
sonrisa que puso de relieve su perfecta dentadura .
.
-De todos modos, María de los Angeles, no queremos sino café
Mientras María preparaba lo pedido, Prestán y el forastero,
. Una
ya sentados a una mesa, entablaron un diálogo en francés
vez servidos, el abogado dijo al ingeniero en español :
-Le ruego que sigamos hablando en mi idioma . Usted, coma
buen francés, sabe que no sería cortés de nuestra parte seguir
hablando en lengua que nuestra amiga ignora, máxime cuando
usted posee el español mejor que yo la lengua de usted .
El diálogo versó sobre los asuntos que eran sin duda los de
mayor preocupación del momento .
-Creo haber dicho a usted más de una vez, amigo Rostand
-dijo Prestán con marcado énfasis- que en mi opinión lo que
más dificulta la vigencia de un orden y de seguridad e higiene
aquí es la presencia de tres fuerzas que no han logrado conciliarse
para trabajar de consuno . La Compañía del Ferrocarril ejerce en
toda la Línea y aun aquí en Colón derechos irrestrictos, lo que es
un evidente e irritante abuso . La Compañía Francesa, por su par-
te, por el mero hecho de su fuerza económica que se manifiesta
en un desbordamiento de dinero que acabará por arruinar al Pue-
blo francés que financia la obra del Canal, no está sometida a
normas legales . La tercera fuerza es Colombia . Franceses y norte-
americanos nos miran con no disimulado desprecio . Somos un
pueblo revoltoso, pendenciero e inestable inmaturo para garan-
tizar un gobierno serio, que asegure una sana convivencia . Con
muy pocas excepciones, entre las cuales cuento a usted, franceses
y norteamericanos ven en nosotros sobre todo en los que llevamos
sangre negra o india, a seres inferiores, subhombres recién salidos de
la selva, Por su parte, el nativo parece aceptar tal postura extran-
jera como hija de una realidad .
Yo creo que usted exagera, amigo Prestán -dijo el joven
forastero en castellano correcto, apenas matizado por un ligero
acento galo- Desde luego, yo admito y usted sin duda no podrá
desacordar conmigo, que los norteamericanos y los europeos, por
haber alcanzado un nivel de cultura más alto, somos inclinados a
mirarlos a ustedes por encima del hombro . Sin duda esta actitud
ha de pasar cuando ustedes hayan logrado gobiernos estables y
suprimido la tendencia revolucionaria que se manifiesta en fre- cuentes guer as civiles,

-¿Pero,
cómo quiere usted que no hagamos revoluciones cuan-
do el gobierno es ejercido por grupos arbitrarios, impuestos por
la maña y la violencia y sin preocupación alguna por mejorar las
condiciones del pueblo?- interrogó Prestán- Colombia ha sido
víctima de dictaduras, desde Bolívar hasta nuestro días . Los con-
servadores, en convivencia con las fuerzas regresivas del clero,
pretenden imponerse sobre las mayorías liberales . Y si ellos se
imponen por la violencia ¿qué camino nos queda a los liberales .
sino el de buscar solución en la fuerza?
-Lo que usted dice, amigo Prestán -arguyó el francés- tal
vez explique las continuas revoluciones, pero no niega mi afirma-
ción de que no han logrado ustedes establecer una convivencia
pacífica y libre que les permita desarrollar sus inagotables e inex-
plotados recursos y alcanzar, como lo están alcanzando los Estados
Unidos, bajo el amparo de sabias leyes y con el concurso de fuer-
tes corrientes inmigratorias, riqueza y prosperidad .
Una sonrisa entre amarga y sarcástica se dibujó en los labios
del abogado liberal .
-¡Riqueza! ¡Prosperidad! ¡Paz! -dijo Prestán con tono zum-
bón- Ustedes quieren que de la noche a la mañana nosotros ten-
gamos lo que ustedes, los europeos más cultos, no lograron alcan-
zar sino tras muchos siglos de luchas y sin haber logrado librarse
totalmente del azote de la guerra . ¿La franco-prusiana no fue
acaso más cara en dinero y sangre que nuestras revoluciones y ro
ha dejado la simiente de una guerra futura que sin duda iniciará
Francia cuando se considere suficientemente fuerte para recon-
quistar Alsacia y Lorena?
-Amigo Prestán, amigo Prestán -reconvino el francés tra-
tando de serenar con la suavidad de la voz lo que de recriminato-
río habla en sus palabras- usted está llevando la discusión a un
terreno en el que los dos vamos a quedar empantanados . Yo per-
sonalmente no tengo prejuicios nacionales ni raciales, usted lo sa-
be, ni sostengo que Europa ha alcanzado normas de vida ideales .
En cierto modo, soy un decepcionado del Viejo Mundo y vine al
nuevo, no como un aventurero de fortuna, sino como un ingeniero
interesado en ayudar a mejorar el olvido de Dios al hacer una
América sin canal de intercomunicación de los dos océanos . Pero
discrepo de usted en lo de que las revoluciones son necesarias, que
ellas deben cubrir una etapa de la historia de los paises hispano .
americanos y que las llamadas guerras civiles van a traer las solu-
ciones que necesitan estos pueblos .
-Es porque usted no puede entendernos, amiga Rostand -a-
firmó el abogado .- Yo seré un revolucionario mientras en mi
patria no haya un gobierno que nos dignifique a todos : blancos,
negros, indios, mulatos, zambos . A mí me acusan de que odio a
los extranjeros y muy especialmente a los norteamericanos Eso
es falso, y usted lo sabe . Pero no puedo negar que soy un resen-
tido . Culturalmente, me siento a la altura de los hombres cultos
de Europa y los Estado> Unidos . Hablo mi lengua Y con bastante
perfección el francés y el inglés . Mi ejercicio es la abogacía, 11
que me obliga al estudio continuo, Mas para el magnate y aun
para el subalterno blanco de la Compañía del Ferrocarril, soy Un
despreciable mulato de nacionalidad indeterminada, pues hasta.
han hecho circular la especie falsa del todo de que soy haitiano
Yo no me he parado a desmentir este embuste porque me parece
que de hacerlo, demostraría tener en mengua haber nacido en
Haití y yo no quiero hacer a los haitianos tal ofensa .
-Yo lo entiendo a usted, Prestán -aceptó el francés- Y si
de mí dependiera, las cosas estarían arregladas de manera que los
hombres de la cultura y de la hidalguía de usted no tuvieran que
sentirse menospreciados por una circunstancia tan ajena a su pro'
pía determinación como es el color de la piel . Y me angustia su
resentimiento, porque en un hombre de su impulso, puede llevar«
lo algún día a extremos trágicos,
-También yo me lo temo amigo Rostand -convino el abo-
gado _ Yo siento en ml una fuerte pasión que me lleva a en.
frentarme a dificultades superiores a mí . Cuando pienso en el
desprecio que los blancos sienten por los negros y los mulatos y
veo que éstos les rinden honores a aquéllos como si aceptaran ser
inferiores a ellos, me dan ganas de gritar y actuar en forma TIC
los blancos comprendan que hay entre los míos un hombre, que
soy yo, que no les teme y que los mira de igual a igual, como amigos
o como enemigos, según ellos escojan .
Habla oscurecido . Prestán propuso a María de los Angeles que
cerrara y que aceptara la escolta de él y del francés hasta su casa .
Capítulo
V

EL AMOR

El joven ingeniero francés, después de su primera visita al


mesón La Antigua . se hizo asiduo concurrente . En la tarde, ya
cubierta su jornada de trabajo, llegaba casi siempre solo . Cuando
lo acompañaba Pedro Prestan, se sentaba a dialogar con éste en
francés, ignorando exprofeso a los otros comensales, desconocedo-
res de ese idioma . Eran los últimos en irse y lo hacían siempre
sirviendo de escolta a María de los Angeles . Cuando iba solo, sa-
ludaba con un gesto a los concurrentes, se sentaba en completo
aislamiento y esperaba a que la joven terminara su tarea para a-
compañarla .
Pronto para los clientes de La Antigua se evidenció que Ca-
mile Rostand hacía la corte a María de los Angeles y que ésta no
era indiferente a sus requerimientos .
No era necesaria una gran capacidad de percepción para notar
que un afecto grande había nacido en el pecho de la muchacha
centroamericana . El aire de tristeza y alejamiento de su rastro,
desapareció . Su sonrisa . antes infrecuente y melancólica, se hizo
suave y habitual . Por las tardes cuando se acercaba la hora en que
el francés solía presentarse, María de los Angeles no podía ocultar
su inquieta alegría .
Camile Rostand comenzó por ganar la confianza de la mu-
chacha . Su cultura y su experiencia de francés le habían enseñado
a buscar suavemente, sin violencias, los caminos del corazón .
Sabía que el amor no debe revelarse nunca con declaraciones
y que una mujer nota que es amada antes de que se le diga .
Cuando acompañaba a María de los Angeles a su casa, el fran-
cés le hablaba de su patria lejana . Rabia nacido en una pequeña
ciudad del valle del Ródano, Bellegarde, entre la frontera suiza p
Lyon . Se deleitaba describiéndole los campos cubiertos de mieses,
los rebaños vacunos y lanares, los extensos viñedos, los castillos
que se levantaban magníficos sobre las alturas, la primavera exu-
berante, los veranos que maduraban las frutas de los huertos, los
otoños de las vendimias realizadas entre bailes y cantos, los in-
viernos moderados en esa región defendida de los grandes fríos
del norte y el Ródano serpenteante y solemne que busca los cami-
nos hacia el Mediterráneo llevando consigo las imágenes de los im-
presionantes panoramas .
Allá en ese valle prestigiado de historia, bajo el tuteláje de
sus padres, dueños de unos viñedos que les proporcionaban re-
cursos suficientes para sus necesidades de franceses sobrios, habla
transcurrido su infancia . Hizo su liceo en un gimnasio de su ciudad
y luego pasó a Lyon a estudiar ingeniería . Más tarde en París co-
noció a Phillip Bunau Varilla, a quien debía su actual aventura de
Panamá .

María de los Angeles se sintió más de una vez mordida por


la curiosidad de preguntar a Camile sobre otros aspectos de su
vida . ¿Era casado o había dejado en su tierra alguna novia en
espera de su regreso? ¿No eran las francesas las mujeres más be-
llas y amorosas del mundo? ¿Podría él, hombre tan culto y ex-
perimentado, fijarse seriamente en una muchacha centroamerica-
na, sin padres ni familia, recogida por benevolencia en una casa
panameña, de escasa cultura y dedicada a un negocio tan falto de
categoría como el de su mesón?

Pero la joven no lograba superar sus temores . Recordaba un


cuento que le refería su madre, de la niña bella y humilde que
mereció el amor de un príncipe metamorfoseado en lagarto por
una perversa hechicera y que puso en peligro su felicidad por
haber tratado de escudriñar el misterio que envolvía el encanta-
miento de su amante .

Ella tenía poco que contar al francés . Los episodios sobresa-


lientes de su vida eran todos trágicos . El panorama centroameri-
cano donde nació y vivió sus primeros años era imponente al par
que triste . Antigua era un pueblo asido a la falda de un volcán de
tres cabezas que parecía amenazar siempre con escupir fuego . El
terremoto de 1882, la muerte de sus padres, su lucha frente a la
vida a una edad en que las muchachas se preparan para el estudio
o para alternar en sociedad .

Ni siquiera osó referir a Camile las bajas proposiciones de


Joselito . Un pudor insuperable se lo impedía . Por lo demás, era
evidente que el francés estaba enterado por Prestán, pues él no
podía disimular un gesto de repugnancia cada vez que clavaba sus
ojos en el tinterillo frecuentador de La Antigua .

Una noche, ya ante la puerta de la familia Salazar y aprove-


chando la soledad, Camile tomó entre sus brazos a María de los
Angeles y buscó con sus labios su boca . La muchacha no se
resistió . Antes, abrazó con pasión al francés, como si estuviera
esperando aquel momento para la entrega. Y entonces él por pri-
mera vez le dijo : "Te quiero", mientras le cubría la cara de besos .
Fueron breves aquellos momentos de reciprocidad amorosa .
Ella sintió de pronto que estaba libre de la presión de los brazos
de Camile y que los labios de éste se apartaban de su rostro .

-María de los Angeles : yo quiero que seas mía -dijo él tras


una breve pausa- Yo tengo hambre de tí, de tu amor . Quisiera
sacarte de este mundo sórdido en que vives, darte mi nombre y
una vida digna de tu candor y tu belleza . Hay algo que me impide
hacerte mi esposa . Pero no quiero, no me atrevo renunciar a tí .
Ella guardó silencio. Jamás, en las largas horas que había de-
dicado a pensar en el francés se le pasó por la mente la posibili-
dad de que él se uniera a ella en matrimonio . Tampoco había con-
siderado conscientemente ser su amante, pero sabía con certeza
que ella no podría resistírsele cuando estuviera a solas con él . Pa-
ra ella Camile era como un sueño maravilloso, algo completamente
fuera del mundo de su realidad . Ahora que había sentido sus ca-
ricias, comprendía que acababa de revelarse en ella un sentimiento
hasta entonces soterrado en su mundo de trabajo, sórdido : el de la
especie .
Instintivamente María de los Angeles tomó en sus manos las
del francés, más suaves que las suyas endurecidas en el diario trajín
del mesón .
-¡Señor Rostand! ¡Qué feliz me ha hecho usted!

-No, María de los Angeles, no me trates de usted-, protes-


tó, -Estoy seguro de que si se nos pudiera medir en lo que vale-
mos tú y yo, el balance te sería favorable . No aspiro a que me quie-
ras como si yo fuera un ser superior, sólo porque vengo de Europa .
Tu candor, tu pureza y hasta el peso de tus desgracias valen más
que todo lo que yo poseo . Tratémonos de igual a igual y en ello
yo salgo ganando .
Mas, ¿qué le importaba a María de los Angeles todo lo que le
decía el francés? Lo que la arrobaba era sentir su voz acariciadora,
saberlo cerca de ella, mirándola con sus ojos que ella veía azules
y llenos de dulzura .

-Hay que llevar adelante lo que esta noche hemos comenza-


do, María de los Angeles -dijo él tras un silencio de minutos .-
Yo asumiré la responsabilidad de ti . No quiero que continúes en
ese negocio que te pone en contacto con gentes que te ensucian
con sus pensamientos . Tengo toda esta noche para pensar . Maña_
ña te diré lo que debemos hacer .
Camíle Rostand cubrió de besos las manos de la joven y una
vez que ésta hubo franqueado las puertas de la familia Salazar,
se metió en las tinieblas, camino del sector francés .
Capitulo
Vi

PLENITUD

Para Camile Rostand el encuentro con María de los Angeles


no significó una ocasión de saciar urgentes deseos carnales, Tenía
suficiente mundo para encontrar satisfacciones animales inmedia-
tas . Desde su arribo al Istmo se había mantenido alejado de las
mujeres porque le repugnaban las que hacían negocio de su cuer-
po en los lupanares de Aspinwall, saturados de aventureras de
distintas procedencias que habían invadido la plaza en busca de
lucro . La dedicación a su trabajo, por otra parte, no le dejaba es-
pacio para buscar compañía femenina más escogida .
La muchacha centroamericana lo atraía, no tan sólo por sus
encantos físicos, sino por la pureza que emanaba de ella . Poseerlo
ocasionalmente y abandonarla luego le parecía, a más de villanía,
torpeza impropia de un hombre de su clase . Quería hacerla su
compañera por todo el tiempo que le fuera dable . Los trabajos del
Canal estaban todavía muy lejos de su cabo . Tenía por delante
largos años de labores con generosa remuneración . Después
¿para qué anticiparse? El sabía que la vida daba adecuadas solu-
ciones a la trayectoria del hombre.
Una mala experiencia en su patria, el amor y el matrimonio
con una mujer a quien sorprendió en infidelidad, era ya apenas
un recuerdo indoloro . Sólo que, indiferente a los convencionalis-
mos, no se preocupó por deshacer legalmente el vínculo . Limitóse
a alejarse de ella y a seguir su camino sin mayor preocupación .
Al dejar en su casa a María de los Angeles se encaminó al apar-
tamiento que ocupaba en el sector francés de la ciudad, mien-
tras su cerebro buscaba la forma de llevar a la muchacha a su
lado y libertarla de su negocio impropio de sus años y de su in-
nata delicadeza . Disponía de suficientes recursos para tomar una
casita aislada y acondicionarla para instalar en ella a la joven, Te-
nía que hablar de ello a Pedro Prestán, quien era propietario de
varias casas . Prestán podría ayudarle . Además, no le parecía bien
llevarse a María de los Angeles con la ignorancia de quien había
ejercido protección sobre ella y lo había introducido a su conoci-
miento . Se hizo el propósito de buscar al día siguiente temprano al
inquieto abogado . No hacía mucho había salido de la cárcel, ab-
suelto de un sonado caso de homicidio después de haber probado
.
que mató en defensa propia . ¡Ah, Prestán! -pensó el francés
Siempre andaba metido en conspiraciones y en líos . ¡Lástima que
la pasión política nublara una inteligencia tan clara y endureciera
un corazón capaz de los más nobles impulsos!
El estado de ánimo de María de los Angeles cuando quedó sola
después de su escena amorosa con Rostand, era diferente al de éste .
Jamás había sentido amor, ni siquiera la menor atracción por hom-
bre alguno . Los que se le habían insinuado le eran tan repugnantes,
que llegó a pensar en el amor como en una cosa inasible que jamás
entraría en sus experiencias . Ahora le parecía distinto . Se sentía
amada por un hombre superior, de una exquisitez ajena al ambiente
que la había rodeado en el rincón miserable de la ciudad-muladar
que era entonces Colón . Sentía que el francés iba a traer un cam-
bio benéfico en su vida . Que él la libertaria de la coyunda de un
trabajo duro, sin porvenir ; de la presencia de Argüello, de Cadavid
y de muchos otros que esperaban hacer de ella fácil presa . Sabía
que nada podría negarle a aquel hombre extraño y maravilloso que
solía decir dulces palabras y prodigar suaves e irresistibles caricias .
El sueño tardó horas en posarse sobre sus párpados . Pero su
insomnio era bien distinto al que se apoderaba de ella cuando la ob-
sesionaba el peligro de las Intrigas de Joselito o el recuerdo de los
ojos lúbricos de Cadavid . Su desvelo era inquieto y arrobador, lleno
de anticipaciones subconscientes,
Despertóse a los toques de las musicales campanas del templo
protestante que se levantaba no muy lejos de la casa de las Salazar
y sintió el deseo de ir a la iglesia católica, la del culto de sus padres
que no frecuentaba desde hacia tiempos, o por abandono de su cre-
do sino porque los domingos el mucho cansancio la obligaba a per-
manecer en cama hasta tarde . Impulsada por tal deseo, se arregló
para asistir a misa .
No sentía remordimiento por estar resuelta a unirse al francés
sin el vínculo matrimonial . Dios sabia, pensaba ella, que su amor
era puro y que renunciar a él sólo por la circunstancia de que el
matrimonio fuera imposible, era absurdo .
De regreso a casa, se sorprendió al ver cerca de la puerta a
Camile Rostand . Este se le acercó gentilmente .
-Ven conmigo, María de los Angeles -le dijo .- Demos un
paseo por la orilla del mar, No te importe lo que digan o piensen
los que te vean conmigo . Muy en breve todos sabrán que eres mi
mujer .
El francés tomó a la joven del brazo y la condujo hacia la playa,
donde unos cocoteros abanicaban el rostro cálido de la mañana,

-22-
-María de los Angeles -le dijo mientras andaban- mucho
realza la ropa negra el color de tu piel, pero creo que la vida que
vas a comenzar conmigo, de amor y felicidad, exige que cubras tu
cuerpo de trajes más alegres . Mañana mismo te llevaré a que com-
pres nuevas ropas, un bonito sombrero, una sombrilla parisina, en
fin, cuanto se requiera para darle a tu belleza todo el realce que
se merece .
-Sí, es verdad -convino ella .- Ya hace varios años de la
muerte de mis padres, pero no me había quitado el luto porque nada
asomaba en mi vida que justificara usar ropas de color . Ahora ha
venido usted . . .
-Tú, -interrumpió el francés .- No sentiré que me amas
mientras no rompas ese insufrible tratamiento .
-Tú, pues -dijo élla riente .- Tú, que has venido a dar a mi
vida un cambio tan grato .
-Escucha bien, María de los Angeles -advirtió el francés .-
Mañana mismo vendes tu negocio de La Antigua . Tú no puedes
ocuparte de esos menesteres ni yo tampoco . Pero yo sé quién puede
arreglar eso . No sería difícil porque Colón está lleno de chinos
ansiosos de abrir mesones y . . . pero todo esto me parece muy sór-
dido. Lo que interesa es que te deshagas de ese negocio a cualquier
precio y aun regalado si no hay quien compre . Yo veré hoy mismo
a Prestán, si es que se encuentra aquí, y él se encargará de todo .
Además, él nos conseguirá casa . No te sonrojes . Hay que pensar
en todo lo que nos conduzca a la culminación de nuestra felicidad .
Los jóvenes se sentaron en la grama a contemplar la inquieta
bahía, donde se bamboleaban algunas unidades de guerra norteame-
ricanas, numerosos barcos de vela de todos los tamaños y unos grises
paquebotes europeos .
Emprendieron el camino de regreso, indiferentes a las miradas
de los curiosos .
Camile condujo a la muchacha a su casa y besó al despedirse la
punta de sus dedos .
-Voy en busca de Prestán -le dijo .- Me urge arreglarlo to-
do hoy mismo .
Capítulo
vil

EN CASA DE PRESTAN

Ocupaba Prestán una casa de madera con piso alto, sita en el


sector más descuidado de la ciudad . Allí vivía con María Félix su
esposa, una mujer nativa de Gorgona, de quien era muy dévoto .
Rostand lo encontró en una espaciosa y destartalada sala de la
planta baja, rodeado de una veintena de individuos de muy hetero-
génea apariencia, mas con el denominador común de la pobreza
manifiesta en sus ropas .
-Muy complacido de verlo en esta su casa -dijo en español el
abogado .- ¿ A qué debo el honor de su visita ?
El visitante contestó en francés y manifestó sin rodeos que
prefería hablar con él a solas . Prestán pidió a sus hombres que lo
esperaran mientras él conversaba con el extranjero, a quien hizo
subir a su despacho de escritorio de roble y anaqueles llenos de libros .
-Estos hombres que ahora aguardan ahí abajo -explicó- son
todos de absoluta lealtad a mí . Si los juzga usted por su apariencia,
acaso saque conclusiones desfavorables pero en verdad son buenos
y están dispuestos a todos los sacrificios por conseguir que aquí im-
pere la justicia y el orden que las autoridades de la altiplanicie han
sido incapaces de darnos .
-Usted perdone, amigo Prestán -replicó el francés- pero no
vengo a hablar de sus planes revolucionarios que respeto pero que
con toda franqueza le he dicho que Impruebo . Me trae algo muy
personal.
-Hable usted sin reservas- pidió el abogado, imprimiendo a
su fisonomía un sello austero .
-Necesito su ayuda, Prestán -comenzó el ingeniero.- He re-
suelto formar hogar con María de los Angeles .
-¿Querrá usted decirme que va a casarse con ella? -pre-
guntó el revolucionario .
-A este respecto no puede haber equívocos -contestó el fran-
cés. - Usted sabe, porque yo le he hecho confidente de muchas

-25-
cosas mías, que yo no puedo casarme mientras no haya roto el vinculo
que me une a la esposa que quedó en Francia . Quiero llevarme a
María de los Angeles conmigo con su plena voluntad . Desde luego,
no le vengo a pedir permiso a usted. Por delicadeza, ya que usted
la ha protegido y fue quien me la presentó, y porque necesito su
ayuda, vengo a darle cuenta de mi proyecto .
-Usted sabe cuánto lo estimo, Rostand . Usted es uno de los
pocos extranjeros que han ganado mi aprecio, -dijo Prestán con
voz serena -pero quiero hacerle constar que mi aversión por los
blancos que muchos califican de odio, no es sino hija del resenti-
miento por la forma con que ustedes tratan a la gente que no es
de su raza. María de los Angeles es blanca de color, pero evidente-
mente mestiza de español con maya, Es joven y bella y no tiene
padres ni parientes en nuestro país . Yo he intervenido en su vida
sólo para protegerla . Y ahora viene usted a decirme bonitamente
que piensa hacer de ella su querida . ¿No es eso? .
-Pedro Prestán -respondió el francés con severidad . -Usted
es un hombre inteligente y tenido con justicia por revolucionario
extremo. Usted vive en rebeldía contra el orden existente . Los
gólgotas colombianos le resultan retardatarios y se ha hecho radical .
Aquí los que no lo quieren, le temen . Yo conozco bastante bien su
biografía . Lo sé de orígenes muy modestos . De simple carretero,
por el estudio y la voluntad, ha llegado a ser una figura nacional .
Los gobiernos tiemblan cuando usted llama a rebeldía y los más po-
derosos han buscado su alianza . Y ahora, cuando yo vengo a ha-
blarle de un problema eminentemente humano cual es el de la unión
de dos jóvenes que se aman, usted me sale con argumentos con-
vencionales y manidos . No era eso lo que esperaba de usted .
-Amigo Rostand -suavizó Prestán- no hay en mi actitud,
como usted mal ha entendido, sumisión alguna a manidos conven-
cionalismos . Si usted fuera un hombre de mi país, de mi misma
extracción étnica, yo no vería daño alguno en lo que se propone
hacer . Pero usted es francés, un ejemplar refinado de la cultura
europea. Siente la atracción carnal de María de los Angeles y
quiere tenerla para usted sin pensar en las consecuencias, ¿ Qué
ocurrirá cuando usted haya satisfecho su deseo en la muchacha
centroamericana? Ella apenas sabe leer y escribir, lo poco que le
enseñó su padre, quien no tuvo tiempo de educarla mejor, Usted
sabe que la unión de dos seres, dentro o fuera de la Iglesia y la Ley,
es una larga conversación . ¿Cree usted poder sostenerla con María
de los Angeles, desconocedora de los valores espirituales y estéticos
que lleva usted como una segunda naturaleza ?
-Ya yo he pensado largas horas en eso, amiga Prestán -acep-
tó el francés .--. María de los Angeles es ignorante pero posee una
viva inteligencia
. Su juventud y capacidad mental permiten esperar

- 26 -
mucho de ella, Yo me propongo convertirla en una dama culta .
Pero vamos a razonar un poco más . María de los Angeles me ama .
Sé que soy su primer amor y el único hombre de los que la han cor-
tejado por quien no siente repugnancia . Suponga usted que yo apro-
vechara la voluntad que me tiene y que anula totalmente la suya, para
seducirla . ¿Qué seria de ella? O contemple usted otra alternativa :
que yo, por escrúpulos de caballero no la vea de nuevo . Ella seguirá
asediada por pretendientes, todos del ambiente inferior que la rodea .
Esclavizada a un trabajo que agota y mediocriza, o se marchitará
en él sin gozar la vida o se entregará a un amante menos escrupuloso
que yo o, lo que es peor y no me tome por cínico, se lo ruego, so
casará con un hombre inferior que hará de ella una esclava . No creo
que haya más alternativas en este muladar físico y moral que es esta
ciudad.
-Sin duda hay miga en cuanto usted dice -convino Prestán
con rostro sonriente .- En verdad, nada como los franceses para lle-
gar a donde quieren por el camino de la más convincente lógica . Y
ahora, ¿cuál es mi papel en esta unión libre que usted se propone
perfeccionar con mi joven amiga ?
-Es muy sencillo para usted- explicó Rostand . -Yo quiero,
antes que todo, que María de los Angeles se deshaga de La Antigua .
No me interesa el dinero que de la venta se saque . Puede quedar
por la molestia de la gestión . Usted sabe que si de algo estoy yo
apurado no es de dinero .
-Aquí sobran chinos moñones ansiosos de abandonar sus tra .
bajos en la excavación para establecerse en esa clase de negocios,
-dijo Prestán, -Yo tengo el hombre para este asunto y se arreglará
mañana mismo. Las escrituras serán firmadas por nuestra amiga
sin que tenga ella que sufrir ninguna otra molestia . ¿Eso es todo? .
-No! . Eso no es todo, -dijo el francés .- Necesitamos un ho-
gar . Usted tiene tres o cuatro casas en Colón y si en ninguna de
ellas puede darnos acomodo, le sobran a usted relaciones que le
hagan fácil complacerme . Ruégole, sí, que me arregle ésto a la
mayor brevedad posible,
-Yo no soy hombre que demora el cumplimiento de sus pro-
yectos, sea para servir a un amigo o a una causa, sea para levantar-
me contra un régimen opresivo . Usted dice que conoce bastante
de mi biografía y me lo ha probado en su discurso . Quede tran-
quilo, que todo será arreglado con prontitud .
-Le anticipo las gracias y cuente con mi eterna gratitud -cum-
plimentó el francés,
Pedro Prestán soltó una sarcástica carcajada .
-¿Qué es lo que le ha hecho gracia? -preguntó su visitante .

- 27 -
No haga caso . He reído al pensar que yo, Pedro Prestán, el
mulato resentido de los blancos, el que encamina todas sus luchas
hacia la dignificación de los mestizos de mi América, me encuentre
ahora comprometido en la empresa de favorecer la unióextralg
de un europeo con una muchacha indoamericana a quien hasta ahora
había logrado proteger de los asedios de un Joselito Argüello y de
otros paisanos míos . ¿Qué pensarían de mí mis seguidores y qué
no dirían de mí mis muchos y poderosos enemigos si lo supieran?
-Yo no lo sé -dijo sonriente el francés- pero le aseguro que
jamás le daré motivo para arrepentirse de su ayuda .
Prestán acompañé al ingeniero hasta la puerta para reintegrarse
en seguida al grupo pintoresco que lo aguardaba .
Capítulo
VIII

PRESTAN SE PREPARA

La hidra revolucionaria irguió cabezas en varios estados de Co-


lombia a fines de 1884 y principios de 1885 . Rafael Núñez había
fracasado en sus tentativas de unificar el Partido Liberal . Los libe-
rales desconfiaban de ciertas maniobras del taciturno político y éste
terminó buscando apoyo en los conservadores y declarando la inexis-
tencia de la Constitución de Río Negro .
Pero la guerra civil, prendida ya en Boyacá, donde se había
pronunciado el general Daniel Hernández, y en Cundinamarca, Boli-
var, Atlántico, Antioquía, Tolima y el Cauca, no parecía encontrar
clima propicio en el Istmo,
El primero de enero de 1885 se reunía en Panamá una Con-
vención Constituyente que tenía por misión principal declarar nulas
las elecciones que, bajo la presión del doctor Dámaso Cervera, ha-
bían dado el triunfo a la candidatura de don Juan Manuel Lambert
sobre la más popular del doctor Pablo Arosemena . La imposición
fue improbada por Núñez. Reunida la Constituyente, ésta escogió
casi por unanimidad como presidente del Estado al general Ramón
Santodomingo Vila, quien se posesionó el 7 de enero . Todo indicaba
que esta vez el Istmo iba a ser zona neutral en la contienda .
El gobierno central ordenó al general Santodomingo Vila que
marchara a proteger a Cartagena . asediada por el general Gaitán .
Aquel obedeció y frente a los destinos istmeños quedó el liberal Pa-
blo Arosemena, cuya política de moderación poco o nada sirvió para
conservar el orden y la paz .
La revolución contra Rafael Núñez, pujante en casi toda Co-
lombia, contaba con muchos y muy decididos simpatizadores en Pa-
namá . Eran hombres radicales que no perdonaban a Núñez su vio-
lento viraje hacia los conservadores y la decapitación de la Constitu-
ción de Río Negro .
Era el más prestante de los revolucionarios istmeños el general
Rafael Aizpuru, hombre de clara inteligencia, de indómito valor y
de sorprendente flexibilidad política . El 16 de marzo, aprovechando

- 29 -
que el general Gónima, jefe de las fuerzas militares de Panamá, se
encontraba en Colón, Aizpuru inició en la madrugada un movimiento
revolucionario. El cuartel de policía cayó en sus manos sin mayores
dificultades, pero el militar ofreció una resistencia no esperada por
Aizpuru y los suyos . Gónima corrió de Colón a Panamá a sofocar
la rebelión. Aizpuru, ante la resistencia del cuartel militar y la proxi-
midad de Gónima, se retiró a Farfán y al desamparar Gónima a Co-
lón para asistir a Panamá, Pedro Prestán, con doscientos hombres
mal armados, se pronunció en la ciudad atlántica el 17 de marzo .
El plan de Prestán no era tan disparatado como podría colegirse
de las fuerzas con que se alzó contra el gobierno . El contaba con
un armamento que -por hábiles contactos- había adquirido en los
Estados Unidos, el que llegó a Colón en barco del mismo nombre el
23 de marzo. Con ese armamento se proponía dotar debidamente a
los doscientos hombres que con él se levantaron, y a muchos otros
que, según sus optimistas expectativas, se agregarían a la rebelión .
Sabía que el gobierno era débil . El doctor Pablo Arosemena, des-
confiado del general Gónima, había renunciado el mando que venia
ejerciendo como sustituto del general Santodomingo Vila . Aizpuru
se hacía fuerte en Farfán . Los del gobierno estaban en un angustio-
so aprieto : si atacaban a Prestán en Colón, debilitaban la defensa
en Panamá, amenazada por Aizpuru, Si retenían las fuerzas en la
capital para hacerle frente a Aizpuru o atacarlo, Colón quedaba en
manos de los rebeldes.
Por otra parte, preocupaciones personales obsedían al mulato
revolucionario . Su mujer y su hija estaban en Colón justamente en
el corazón de la ciudad, punto el más expuesto en caso de que ésta
se convirtiera en un campo de batalla .
Aprovechó Prestán la tregua relativa que le daba la indecisión
del gobierno para tomar providencia por los suyos . Quería desalo-
jar a su familia hacia Portobelo para librarla del riesgo, mas se en-
contraba con la inflexible oposición de su mujer.
Pensó entonces en su amigo francés Camile Rostand y fué en
su busca a la casa de su propiedad donde se le encontraba habitual-
mente por la noche en compañía de María de los Angeles, Un niño
había nacido como fruto del amor del galo y la guatemalteca . Esta
pidió a Prestán que fuera su padrino . El niñito, que ahora andaba
por los seis meses, recibió el nombre de Camilo y fue registrado con
el apellido materno : Vera
. Rostand no se habla opuesto .
consulado o reconociera a este niño como mío y lo inscribiera en el
dijo- él sería francé s, expuesto a servir a una patria
que no amaría por desconocerla . Q ue sea colombiano, aunque con
ello herede todas las dificultades imperantes en este país convulso
de revoluciones y anarquizado por gobiernos ineptos, Acaso cuando
él sea grande las cosas hayan cambiado favorablemente,

- 30 -
María de los Angeles se sentía tranquila y feliz con Camile
Rostand . El tiempo pasado a su lado había operado en ella una
halagüeña transformación . Aprendió a vestir con elegancia, a usar
perfumes, a lucir modales mesurados y cultivó su inteligencia con
la buena conversación y la lectura .
Prestán, escoltado por cuatro hombres armados de machetes,
se presentó apenas entrada la noche a casa de María de los Angeles .
Camile Rostand, quien en ese momento tenía en los brazos a su hijo,
se mostró sorprendido al ver a su visitante con tan extraña guardia .
Repuesto de su sorpresa, lo invitó a entrar, lo cual hizo Prestán de-
jando a la puerta a sus cuatro hombres . El ingeniero entregó el
niño a la madre . Esta dio las buenas noches al compadre cariñosa-
mente y se llevó el hijo al cuarto .
-Le extrañará mi visita, compadre -comenzó Prestán- pero
ha llegado el momento en que yo lo necesito y no he dudado en tocar
a sus puertas porque tengo razones para considerarlo mi amigo .
-Yo nunca olvido los servicios recibidos -contestó el francés-
y en cuanto pueda servirle en lo personal, estoy a su mandar .
-Personal es lo que vengo a pedirle, compadre -aseguró Pres-
tán con leve sonrisa . -Yo estoy en estos momentos metido en la
aventura más peligrosa de mi vida . Me estoy jugando el todo por
el todo . Mis posibilidades de triunfo son remotas . De frente tengo
al gobierno, a todas las poderosas empresas extranjeras que sólo ve-
lan por su lucro sin importarles un ardite con que Núñez burle nues-
tras instituciones democráticas y tengo también de frente al gobier-
no de los Estados Unidos, a quien premune un tratado para garan-
tizar la paz y la tranquilidad en Colón y en toda la Línea . Siento
que la tragedia aletea sobre mí . Casi todas las posibilidades están
en mi contra, mas no temo por mi seguridad personal . Lo que me
preocupa es mi mujer y mi hija, No he podido lograr sacar a María
Félix de Colón . Como una espartana, quiere participar de mis difi-
cultades . Yo vengo a pedirle, Camile Rostand, que vele por ellas .
Que cuando yo esté acorralado, incapaz de atenderlas, usted me las
saque a lugar seguro . Eso es todo .
-Mi estimado compadre -contestó el francés- descanse usted
en la seguridad de que cuanto yo pueda hacer por su mujer y su hija,
lo haré con sumo gusto . Yo creo que todavía no es tarde para que
usted, a través de Aizpuru, busque una fórmula de transacción con
el gobierno . Aizpuru, usted lo conoce, no pelea causa perdida y
hasta ahora ha sido un maestro en eso de buscar arreglos . Pero no
quiero que usted tome este consejo como deseo mío de esquivar la
misión que me pide que asuma . María Félix y América serán pro-
tegidas por mí, pase lo que pase .
-Nada menos que eso esperaba yo de un caballero francés . Y
ahora, permítame que le dé yo a mi vez un consejo que ojalá usted
siga, por más que yo, por motivos que no pueden siquiera discutirse,
no siga el suyo . Saque de esta casa a María de Los Angeles y a mi
ahijado. Lléveselos a Cristóbal, donde tendrán la protección fran-
cesa, Aquí, en este sector, no habrá garantías ni seguridad para
nadie tan pronto comience la batalla, porque aquí vamos a vencer o
a morir.
-Ya yo había pensado en eso, caro amigo -replicó el francés- .
-No creo que en mis superiores encontraré objeción alguna a poner
a María de los Angeles y a mi hijo bajo la seguridad de la Compañía .
Usted bien sabe que los franceses no tenemos entre nuestros de-
fectos ser puritanos .
Prestán estrechó con sus dos manos la derecha de Camile Ros-
tand y se volvió a sus hombres, camino de su cuartel .
Capitulo
IX

LOS BALUARTES DE PRESTAN .

La ciudad de Colón, levantada sobre la isla de Manzanillo, era


plana como un tablero de ajedrez. No había una sola hondanada, una
zanja, ni la menor protuberancia que sirviera de defensa natural .
De ahí que Prestán se preparara a formar trincheras desde donde
sus hombres pudieran oponerse a las fuerzas del gobierno que venían
a desalojarlo .
De Portobelo hizo traer el revolucionario tres cañones herrum-
brosos, dormidos desde los días heroicos de la colonia sobre las cu-
reñas de los castillos . Con aquellos cañones que habían olvidado
disparar y dos centenares de hombres de mucho coraje, pero arma-
dos tan sólo de machetes, revólveres y tercerolas tomados al comer-
cio de la plaza, se proponía el audaz revolucionario oponerse a las
aguerridas y disciplinadas tropas del Gobierno que se preparaban,
bien armadas, a marchar en tren hasta Mindí, a pocas millas de la
ciudad, para avanzar luego hacia la nada fuerte fortaleza .
Para remediar tantas limitaciones, Prestán creía contar con el
armamento que, en el barco Colón, le venía de los Estados Unidos .
Conseguir esas armas era para el abogado radical cuestión de vida o
muerte .
Cuando el agente de la compañía de vapores a que pertenecía
el Colón, el capitán John M . Dow, en cumplimiento de órdenes re-
cibidas del general Gónima desde Panamá, se negó a entregar el ar-
mamento a Prestán éste no dudó un segundo en hacerlo arrestar
por cuatro de sus hombres, juntamente con otro empleado de la mis-
ma empresa, el cónsul de los Estados Unidos y dos oficiales del
buque de guerra norteamericano Galena . Evidentemente su propó-
sito era mantenerlos a manera de rehenes mientras las armas no le
fueran entregadas . Para reforzar tal medida, Prestán ofreció dis-
parar contra los hombres de los barcos de guerra norteamericanos
que trataran de desembarcar .
Sus palabras para el comandante estadounidense fueron termi-
nantes .

-33-
-Cualquier agresión por parte de los barcos norteamericanos
contra nosotros pondrá en peligro las vidas, no sólo de los rehenes,
sino las de todos los conciudadanos de usted residentes en Colón .
Quizás no estaba en el ánimo del revolucionario cumplir tan
terrible amenaza . Oportunidades tuvo de fusilar a los rehenes cuan-
do, después de haberles dado libertad, los apresó de nuevo porque
el capitán del Galena insistió en no entregar las armas que había
traído el Colón, lo que sin duda venía a crear una situación deses-
perada para Prestán y los suyos. El sabia que la resistencia, con las
escasas armas de que disponía, era empresa inútil y aun suicida .
-Yo he querido probarles a estos señores -explicó a los que
formaban su estado mayor,- que su nacionalidad y su raza no los
ponen a cubierto de mi autoridad revolucionaria . Sé que por pri-
mera vez en la historia de América un mulato se ha atrevido a poner
sus manos sobre ciudadanos blancos de los Estados Unidos y ello me
llena de orgullo porque he reivindicado con mi acto la dignidad del
negro, ultrajado por el blanco a través de muchos siglos .
Para prevenir a los habitantes de los terribles momentos que
se avecinaban para la ciudad, Prestán lanzó la siguiente proclama,
que fue impresa y leída por bando
"Connacionales y extranjeros :
"Mi mejor deseo en todo caso es evitar efusión de sangre entre
hermanos ; pero si desgraciadamente se me obliga a combatir, para
ello estoy resuelto con los valientes voluntarios que me acompañan ;
y para el caso de un conflicto, conjuro finalmente a los que puedan
temer algo, a la pronta evacuación de esta plaza que puede ser
teatro de combates más o menos sangrientos .
¡Conciudadanos todos! ¡Confiemos en la victoria! .
"Cuartel General en Colón, a 18 de marzo de 1885 .
"P. Prestán" .
No pocos fueron los que, ante tan clara advertencia, abando-
naron la ciudad para buscar protección en los pueblos de La Línea
y en Portobelo . Pero los más se quedaron . Tenían la esperanza de
que surgiera una forma de arreglo que impidiera la acción bélica .
Prestán tenía propiedades en Colón . Su mujer y su hija, a quienes
adoraba, vivían en el corazón de la ciudad . Además, él había sido
amigo y seguidor de Rafael Núñez . Fue prefecto de Colón y hasta
representó a la provincia en una asamblea del Estado de Panamá .
Antes que como guerrero, se le conocía como hombre de parla-
mento . Además, la defensa de Colón con los limitados elementos con
que contaba y sin las armas que esperaba recibir, era empresa de
locos . Prestán llegaría a acordar una capitulación honrosa, pensa-
ban los más,

- 34 -
El jefe insurgente estaba inquieto, pero aparentaba absoluta
serenidad . Tenía el abogado radical la virtud del dominio de sí mis-
mo en los momentos difíciles . De ahí que, en vez de fusilar a los
dos norteamericanos en su poder, lo que consideraba un acto cruento
que en nada mejoraba su posición, los hiciera trasladar a Monkey Hill,
otero inmediato a Colón donde él se había hecho fuerte para inter-
ceptar el forzado paso de las tropas que vendrían de Panamá .
Gónima tenía completo conocimiento de la situación de su ad-
versario . Sabía que éste no podría resistir un ataque formal, por
lo que creyó con acierto que bastaba el envío de ciento sesenta hom-
bres bien armados para hacer caer los baluartes de Prestán como
castillos de naipes. Despachó, pues, ese número de tropas al mando
del coronel Ramón Ulloa y del comandante Santiago Blum el día
30 de marzo . Un tren los transportó a Mindí, estación distante po-
cas millas de la ciudad atlántica, para proceder en la madrugada
del día siguiente a atacar a Monkey Hill . No fueron sorprendidos
los revolucionarios por el ataque, el que esperaban con precisión .
Pero sus revólveres y escopetas no pudieron oponerse a las armas
modernas que traían las tropas del gobierno .
Las descargas cerradas de los atacantes pusieron pronto en re-
tirada a los defensores de Monkey Hill. El capitán Dow y su com-
pañero aprovecharon la confusión que en los revolucionarios produjo
el severo impacto de los hombres de Ulloa y Brun, para emprender la
fuga hacia Colón, sin más consecuencias que el temor a ser alcanza-
dos por alguna bala perdida .
Amanecía cuando los atacantes llegaban a las puertas de Colón .
Era una mañana limpia y esplendorosa . La brisa del norte rizaba la
bahía y jugaba con los penachos enhiestos de los cocoteros .
Prestán recorría las trincheras animando a su gente . Los tres
cañones portobeleños fueron de ningún servicio . Mas la voluntad
de resistir, en las condiciones más desfavorables que jamás enfrentó
defensor alguno de una ciudad, hizo que la conquista de las esmi-
rriadas trincheras y la fuga de sus mal armados defensores se toma-
ra más de ocho horas . A las dos de la tarde el triunfo de las tropas
atacantes estaba del todo consumado .
Entonces ocurrió algo pavoroso . La ciudad comenzó a arder des-
de varios puntos de su sector norte . Las casas de madera, resecas
por el verano, se entregaron indefensas al furor del fuego . E , vien-
to apacentaba el rebaño bermejo de las llamas . Se oían por todas
partes gritos de terror y palabras de alarma pronunciadas, en todos
los idiomas concebibles . Chinos de multicolores túnicas, de largas y
trenzadas coletas, corrían despavoridos, seguidos a cortos pasos por
sus mujeres que andaban con la impedimenta de sus pies deforma-
dos en metálicos zapatos . Antillanos británicos, haitianos, hindúes,
europeos de diferentes nacionalidades, ancianos, niños y adultos,

- 35 -
corrían a buscar refugio en Cristóbal, o se precipitaban irreflexiva-
mente hacia el sur, perseguidos por el fuego .
Alguien lanzó un grito acusador, que circuló entre las multitu-
des aterrorizadas :
-¡Prestán, al verse perdido, ha incendiado la ciudad!
Veinticuatro horas duró el incendio . No había elementos con
qué combatirlo . Ni agua, ni bomberos, ni organización alguna para
volar las manzanas y localizar el siniestro .
Ya declinaba la tarde cuando Pedro Prestán, convencido de su
derrota, buscó salida por el mar . Sesenta y dos hombres lo acom-
pañaban. Con ellos abordó varios cayucos que había en la orilla de
la bahía, para tomar rumbo a Portobelo . Las aguas agitadas por el
viento del septentrión eran más seguras para él que la cólera de
sus enemigos, llevada a su máximo por la especie de que él, Prestán,
había incendiado la ciudad .
Cuando el revolucionario derrotado se embarcaba en uno de los
cayucos, dos norteamericanos : el cónsul Wright y el teniente de ma-
rina Dozen, lo vieron desde una distancia al alcance de tiro de rifle .
También lo vió el teniente Jud, que encabezaba un destacamento
que haba desembarcado como interventor .
A una orden del Teniente Jud los fusileros prepararon sus ar-
mas y ya se disponía el oficial a dar la orden de fuego, cuando
sintió una mano que se le posaba sobre su hombro derecho y oyó
unas palabras pronunciadas en inglés con acento galo :
-¡No haga eso, por Dios! Ese hombre es un fugitivo . Está in-
defenso y en extrema desgracia . Dispararle es un asesinato .
El teniente Jud volvió el rostro a la voz . No conocía al hom-
bre que le había congelado en los labios la orden de fuego . Pero im-
presionado por las palabras serenas del extraño, calló la orden fatal .
-¿De quién tengo el honor de recibir órdenes? -preguntó el
norteamericano con manifiesta ironía .
-No ha sido orden sino súplica -contestó el intruso .- Yo soy
su servidor Camile Rostand, ingeniero de la Compañía Francesa del
Canal .
Capítulo
X

LA FUGA

Eran insuficientes los cayucos de que disponía Prestán para em-


barcarse con los sesenta y dos compañeros de armas que con él em-
prendieron la fuga la tarde del 31 de marzo, pero apretujados con
extrema estrechez en ellos se instalaron todos . El jefe rebelde fue
el último en embarcar, lo cual hizo cuando se aseguró de que ningún
hombre quedaba en tierra .
Los canaletes comenzaron a romper el espejo del mar, enroje-
cido por los reflejos del ocaso y de las llamas que se alzaban rego-
cijadas sobre la ciudad .
-Vamos directamente a Portobelo, muchachos --ordenó Pres-
tán. -De allí marcharemos a unirnos a las fuerzas del general Gai-
tán Obeso, quien se ha hecho fuerte en el Cerro de la Popa . Hemos
perdido la batalla de la ciudad de Colón, mas no el movimiento re-
volucionario contra el dictador Núñez .
Prestán y sus hombres comenzaron pronto a sentir el cansancio
de las largas jornadas de brega . Habían sufrido varios días de in-
somnio y ayuno casi absolutos .
Dispuso el jefe rebelde que los canaletes con que contaban
para impulsar los cayucos fueran usados por turno, Los hombres,
para descansar, se reclinaban unos en otros, de espaldas .
Al amanecer del primero de abril, después de una noche de
angustia, esperando ser sorprendidos de un momento a otro por al-
guno de los barcos norteamericanos convertidos en sus perseguidores,
buscaron asilo y comida en la playa . Allí saciaron la sed y el ham-
bre con abundantes cocos.
Entre los compañeros de Prestán había costeños que conocían
palmo a palmo todo el litoral de la llamada Costa de Oro . A su pe-
ricia confió el revolucionario la conducción de las piraguas hasta
Portobelo . Descansando horas del día en la playa y remando tenaz-
mente la tarde y la noche, el dos de abril los fugitivos entraron en la
tranquila y protectora bahía de Portobelo .
En el corazón del revolucionario de vida azarosa y atormentada
no había muerto la fe católica recibida de su madre . De ahí que,

- 37 -
una vez en Portobelo, se apresurara a solicitar al reverendo padre
párroco Genaro Ayarza, de raizal familia portobeleña y viejo amigo
suyo, que celebra el día siguiente una misa solemne, a la que asistió
él con sus hombres .
Dos días después de su arribo a la antigua ciudad de las ferias,
Prestán se embarcó con sus hombres en dos balandras y un buque
que se encontraban surtos en la bahía y de los cuales se incautó en
nombre del sagrado derecho de vida . Previamente surtió sus bar-
cos con los comestibles que encontró en el pequeño comercio de ul-
tramarinos y con cuanta verdura consiguió en las sementeras inme-
diatas al poblado y bien provisto también de agua, dirigió su pe-
queña escuadra hacia el campamento del general Gaitán Obeso .
En la madrugada del 18 de abril fondeaban las tres embarca-
ciones de Prestán en la bahía de Barú .
-Muchachos -dijo el jefe a sus hombres,- esperemos que
amanezca para desembarcar, pues en la oscuridad los hombres del
general Gaitán pueden confundirnos con el enemigo y disparar sobre
nosotros .
Tan pronto hubo suficiente visibilidad, Prestán y sus seguidores
desembarcaron . Una vez puestos en formación y llevando a la ca-
beza una bandera roja, los rebeldes avanzaron hacia el campamento
del Cerro de la Popa .
Un centinela dió la voz convencional :
-¡Alto!, ¿Quién vive?
-Soldados de la causa revolucionaria -contestó el insurgente .
-Ruégole que me anuncie inmediatamente al general Gaitán Obeso .
Soy Prestán y él me conoce .
El centinela, desconfiado aún, llamó a grandes voces para que
acudieran a él otras unidades de su bandería . A poco aparecieron
varios hombres armados y prestos a disparar . Prestán parlamentó
con el que parecía ser jefe del grupo .
-Esténse quietos aquí -dijo el oficial- mientras yo aviso a
mii general.
Con cálido entusiasmo recibió en su campamento el general
Gaitán a Prestán y sus hombres, una vez fue enterado de su presen-
cia . Ordenó que prepararan desayuno para todos e invitó al derro-
tado de Colón a la ranchería que él había hecho construir a manera
de cuartel general .
Prestán refirió a Obeso su frustrada aventura .
-Todo ha estado contra mí -concluyó, Otra cosa habría ocu-
rrido de haber recibido yo el armamento del Colón .. . Más que los
hombres de Gónima, me derrotaron los norteamericanos . Pero la

- 38 -
revolución no está perdida y aquí me tiene usted a su mandar para
llevarla adelante .
-Es lamentable -comentó Gaitá n - que la ciudad de Colón
haya sido destruida por el fuego . Sin duda le achacarán la catástrofe
a usted y a sus hombres .
-No le quepa la menor duda -aceptó Prestán- . A mi sali-
da, ya mis enemigos, entre los que cuentan numerosos extranjeros,
habían regado la especie, del todo falsa, de que yo hice incendiar a
Colón al verme derrotado . Tropas norteamericanas, premunidas por
convenio que permite a los Estados Unidos mantener el orden a lo
largo de La Línea, desembarcaron en la ciudad creando así un prece-
dente que ha de tener hondas repercusiones en el futuro de la Re-
pública.
Al abrigo de la persecución de sus enemigos creía encontrarse
Prestán cuando llegaron, pocos días después de su arribo al campa-
mento de Cerro de la Popa, unos emisarios enviados desde Cartagena
por los generales revolucionarios Foción Soto y Daniel Hernández
y por el doctor Felipe Pérez este último de Barranquilla, para soli-
citarle al general Gaitán Obeso que no protegiera a Prestán, pues
ello significaría complicar la causa revolucionaria con el incendio de
Colón y concitaría contra ella la acción bélica de los Estados Unidos .
Dudaba Gaitán si aceptar la petición de sus distinguidos copar-
tidarios, cuando un nuevo factor vino a inclinar su voluntad contra
el refugiado . El 21 de abril fondeó en la bahía de Cartagena la fra-
gata estadounidense "Powhatan", la que venía en persecución de
Prestán y sus hombres . Allí se enteró el comandante Beardalay, a
cuyo mando venía el barco guerrero, del paradero de su perseguido,
por lo que se apresuró a enviarle un despacho escrito al general
Gaitán Obeso en el que le pedía, como un "amistoso servicio" a los
Estados Unidos, la entrega de Prestán y sus hombres . Acusaba el
oficial de marina norteamericano a su perseguido de haberle inferi-
do "gran insulto" a su gobierno y terminaba diciendo sin mayores ni
menores eufemismos, que de no ser entregado el rebelde, la estricta
neutralidad de su país, que ya había sufrido quebranto a causa de
Prestán, no podría continuar .
Fue aquel un trago amargo para el general Gaitán Obeso . Se-
guir protegiendo a Prestán era atraer sobre la revolución la acción
armada norteamericana .
Así se lo habían manifestado los jefes revolucionarios de Car-
tagena y Barranquilla . Resolvió, pues presentarle a su refugiado
el asunto, para lo cual se encerró con 11 a solas en su rancho.
-Amigo Prestán entérese de estos documentos- dijo, alargán-
dole las notas que habían recibido de los generales Hernández y Soto,
del doctor Felipe Pérez y del Comandante Beardalay .

- 39 -
Prestán, con frente fruncida, leyó todas las comunicaciones y
las devolvió al general Obeso mientras decía :
-Comprendo, mi general, que por causa mía no debe usted com-
prometer la suerte de la revolución, aunque entiendo claramente que
Washington está contra nosotros y que mi entrega no lo hará cam-
biar . No he de abogar siquiera por que usted me mantenga bajo su
protección . Estoy a sus órdenes y puede usted tomar las medidas
para mi entrega .
-No . No es tal mi propósito -replicó Gaitán Obeso .- De nin-
guna manera he de ser yo quien lo entregue . Es usted quien debe
ir al encuentro de sus perseguidores . Le hacen a usted el cargo de
haber incendiado a Colón y no podrán condenarlo sin celebrarle jui-
cio . Usted se va a presentar con su conciencia limpia a desvanecer
la terrible acusación.
-Está bien, mi general -dijo a poco Prestán . -Yo sé que no
seré juzgado en justicia sino en rencor, pero estoy presto a presen-
tarme ante quienes han de ser mis verdugos, no mis jueces . Sólo una
cosa le pido : que desobedezca la petición que le han hecho en esas
notas en lo que se refiere a los hombres que me siguieron hasta aquí .
Mis perseguidores no insistirán en su entrega una vez que me tengan
en su poder .
Apenas con un puñado de sus hombres Prestán abandonó casi
inmediatamente el campamento de Gaitán . Días después llegó a Car-
tagena donde los jefes revolucionarios, temerosos de la cólera yan-
qui, lo obligaron a seguir adelante . Se refugió en Barranquilla el
9 de mayo, de donde salió a instancias del general Camargo .
¡Prestáis llevaba la lepra del odio de Washington!
Penetró entonces en el Estado del Magdalena, y al tocar a un
pequeño puerto fue apresado por unos voluntarios conservadores,
quienes lo llevaron encadenado a Barranquilla . Allí pasó una sema-
na prisionero y luego por orden del general Antolines fue embarca-
do bajo custodia en el buque inglés "Bee" .
El 11 de agosto, arrastrando cadenas, Prestán hacía su entrada
en la ciudad en ruinas .
El rebelde fumaba un habano . Su mirada serena se paseó por
sobre la multitud, las ruinas y las tiendas de lona que cubrían parte
de Colón .
No hubo en la multitud un sólo grito de condena ni de simpatía,
El silencio fue completo, apenas alterado por el ruido de las cadenas
que arrastraba el prisionero .
Lleváronlo sus aprensores a una capilla protestante, uno de los
edificios que se salvaron del siniestro, convertida temporalmente en
cuartel y cárcel.
El destino de Prestán parecía llevarlo de la mano hacia la muerte .

- 40 -
Capítulo
XI

COMO UN VIEJO ROMANCE

Tan pronto Camile Rostand supo que Pedro Prestán estaba


preso en la capilla protestante convertida en cárcel y cuartel, se
apresuró a obtener permiso para visitarlo, lo que no le fue difí-
cil, pues grande era el ascendiente que los de la Compañía Fran-
cesa del Canal tenían ante las autoridades colombianas,
El revolucionario se sintió gratamente sorprendido al recibir la
visita del francés . Este, sin esperar ser preguntado, dijo al prisio-
nero :
-Amigo Prestán, su recomendación ha sido cumplida al pie de
la letra . Doña María Félix y América su hija, fueron llevadas por
mí personalmente a mi casa de Cristóbal antes del incendio y allí
se encuentran en compañía de María de los Angeles .
-Gracias, amigo Rostand . No esperaba menos de su gentileza
-contestó Prestán .- ¿Y cómo están María de los Angeles y mi ahi-
jado?
-Ambos muy bien, aunque ella muy preocupada por usted .
-He hecho algunas disposiciones testamentarias que deseo sean
cumplidas al pie de la letra -dijo Prestán . -No, no trate de dar-
me falsas esperanzas . Yo no me hago ilusiones. Sé que no seré
juzgado imparcialmente, Sobre mí caerá toda la responsabilidad del
incendio de Colón . Y no voy a pagar sólo por las muertes que oca-
sionó el Siniestro, sino por los daños que las llamas produjeron en
las propiedades xtranjeras . La Compañía Francesa del Canal, la
del Ferrocarril, la Mala Real, han perdido muelles, almacenes, carros,
archivos, libros . ., en fin, tantas cosas .
-Pero usted puede probar que no fue quien incendió a Colón
-protestó el francés .
-Yo veo mi asunto con absoluta claridad -afirmó Prestán,- Hoy
es doce de agosto . Pues bien, el 6 de mayo, es decir, hace tres
meses y días, fueron ahorcados aquí en Colón, tras un sumarísimo
consejo de guerra y a petición de personas influyentes, sobre todo
de la colonia extranjera, dos infelices seguidores míos : Pautrizelle
y George Davis, este último apodado Cocobolo . . . Se les condenó co-
mo instrumentos míos en el incendio de Colón : - Es decir, que antes
de haber sido yo juzgado, ya han subido al cadalso dos hombres, por
el delito que a mí se me achaca . ¿Qué justicia puede haber para
mí?
-Es muy distinto su caso -objetó Rostand . -Usted es hombre
de prestigio político, ha figurado conspicuamente en la vida del país
y sabrá defenderse .
Prestán hizo una mueca de desdén .
-Mi caso es perdido, mi querido Rostand- afirmó .- Pudo
salvarme la expedición de Benjamín Ruiz, quien quiso tomarse a
Colón con treinta hombres . Ruiz es tan loco como yo . Aizpuru, mi
amigo y aliado, fracasó también . Gaitán obeso me echó de su cam-
pamento, temeroso de desatar sobre sí y la revolución la cólera nor-
teamericana . Ahora acabo de recibir la negativa del doctor Pablo
Arosemena de asumir mi defensa . ¡El era mi última esperanza y
me ha cerrado las puertas con frases condenatorias!
-Pero usted fue amigo y partidario de Rafael Núñez . No pue-
de ser que él permita el sacrificio de usted por diferencias últimas
-apuntó Rostand .
-Amigo Camile, amigo Camile- dijo Prestán con sonrisa amar-
ga . -Usted no tiene idea de la clase de hombre que es Núñez . Yo
fui su seguidor y lo abandoné porque sólo encontré en él frialdad
y cálculo . Usted no ha leído las poesías de Núñez, ¿verdad? Pues
bien, por lo menos en dos de ellas revela él sus tenebrosidades .
Figúrese que en una declara que su pecho es como el Mar Muerto,
cerrado a la alegría y la vida, y en otra, que lleva título en francés
"Qui sais je?", declara su estado permanente de duda . Núñez es
sólo un oportunista y engañado va quien espere de él una reacción
afectiva . En mi caso mire lo que ha hecho : ha ordenado que se
me juzgue militarmente dentro del derecho de gentes . ¿Usted en-
tiende eso?
¿Y quién va a defenderlo a usted?- preguntó el galo .
-Me defenderé yo mismo . Y como se que será inútil cuanto
diga en mi defensa, aprovecharé la ocasión para acusar . Tengo mu-
chas cosas que echarles en cara a mis enemigos colombianos y ex-
tranjeros.
-¿Puedo yo serle útil en algo?- inquirió el francés .
-Sí, en mucho, mi buen amigo- aceptó Prestán.- Quiero
que usted se empeñe en que sean cumplidas las disposiciones que
yo dejo en mi testamento, Hay una especialmente en que tengo su-

- 42 -
mo interés . Yo no sé si a usted le ha de parecer ridículo . A través
de mi vida dura y accidentada, yo he mantenido un culto caballe-
resco por la mujer y muy especialmente por María Félix . Yo la
arranqué de la vida tranquila y segura que llevaba en el seno de
una familia sencilla de Gorgona . Debió haberse casado con un hom-
bre bueno, sin complicaciones, que le hubiese asegurado una exis-
tencia distinta a la de sobresaltos que a mi lado ha pasado . Yo he
estado recordando un romance anónimo de la literatura castellana .
El francés tiene cosas similares, pero el español supera a todos los
otros idiomas en esto de la poesía popular . Hablo del romance de
Durandalte . Se trata de un caballero que, herido de muerte, pide
a su primo que llega con oportunidad de recibir su último aliento, . . .
pero mejor es que se lo recite :
"-iOh, mi primo Montecinos!
Lo postrero que os rogaba,
Que cuando yo fuere muerto,
Y mi ánima arrancada,
Que llevéis mi corazón
A donde Belerma estaba,
Sacándomele del pecho
Con esta afilada daga" .
-Si amigo - continuó Prestán- yo quiero que después de mi
ejecución mi corazón sea arrancado de mi pecho, como lo quiso el
caballero del romance, y que sea entregado, ya embalsamado, a Ma-
rta Félix, mi Belerma, mi compañera y madre de mi hija, a quien
he hecho desgraciada . Y a ella le pido que reivindique mi memoria .
Usted perdone, amigo Rostand, mas cuando un hombre está espe-
rando la muerte como yo y tiene consigo a un amigo como usted,
parece lo más humano que abra el corazón . Yo voy a leerle la carta
que le he escrito a mi mujer y que quiero que llegue a sus manos
después de mi ejecución . Usted se encargará de ello, ¿verdad? Per-
mítame que se la lea :
Mary :
Dios ha querido al fin que la desgracia me confunda . ¡Bendita
sea su voluntad! Se me ha condenado a muerte ignominiosa e in-
fame, siendo, como tú sabes inocente, pero en absoluto. Dios los
perdone . Nunca, por nada de este mundo, dejes de trabajar en el
sentido de que la verdad se esclarezca . En eso, Dios mediante, es-
triba tu felicidad y tu nombre, y la felicidad y el nombre de nues-
tra hija infortunada .
Yo al fin voy a descansar del mundo con la conciencia serena
y tranquila . ¡Pobre de tí que quedas en él sin amparo ninguno!
Dios te ampare y te bendiga . Tú eres buena, eres desgraciada y
Dios no te olvidará . Cuida y educa a nuestra hija, no solamente en
lo intelectual sino en lo moral .

- 43 -
Sigue siendo virtuosa para que Dios te bendiga. No desampa-
res a mi pobre madre ; cuídamela hasta que se abra para ella el se-
pulcro, que creo será muy pronto ; a Trinidad tenla como hija y
procura cortarle el mal camino, que así puede ser menos desgra-
ciada que tú . No abandones a mis desgraciados hermanos ; si te lo
permiten, hazte cargo de mi cadáver y procura sacar mis restos, los
que depositarás en la iglesia de Panamá o de Cartagena, con esta
inscripción : "Pedro Prestán murió el . . . de Agosto de 1885" .
Lo que es el corazón, es tuyo, ve que me lo saquen y consérva-
lo para que vaya junto contigo a la tumba, cuando Dios quiera lle-
varte a su seno,
Creo que Dios me dará valor para morir perdonando a los que
me sacrifican ; perdónalos tú también . En fin, alma de mi alma,
adiós ; corazón de mi corazón, acuérdate de mi y sé buena para que
podamos vernos allá, en el cielo.
Recibe, hija mía, mi bendición de esposo y no olvides mi me-
moria . Mil besos de despedida eterna a Felipa, a Eulogia y a todas .
Adiós . Tuyo hasta la tumba ., .
La voz de Prestán pareció quebrarse al dar término a la lec-
tura de la carta,
-Sólo falta precisar la fecha - dijo .- Sé que habrá prisa en
condenarme y ejecutarme . Ya usted verá.
El francés sentía que la emoción le anudaba la garganta . La
carta que Prestán le acababa de leer le pareció el documento más
doloroso que jamás había oído . Ella encerraba el alma grande y
atormentada de ese hombrecito de apariencia insignificante, cuyas
facciones camiticas se acusaban más bajo el peso de la desgracia,
de ese Ayax mulato que había atraído sobre su cabeza el odio del
Olimpo moderno, donde Mercurio quitó el mando supremo a Júpi-
ter .

La visita había sido larga y Camile Rostand sintió que era la


hora de suspenderla .
Prestán, en mangas de camisa, suspendidos los pantalones por
negros tirantes, parecía tan poca cosa, que no era fácil asociar su
figura a la aplastante tragedia que estaba viviendo,
Capítulo
XII
PRESTAN ANTE SUS JUECES
El tribunal militar que dentro del "derecho de gentes" había
de juzgar por incendiarismo a Pedro Prestán se instaló a las tres
de la tarde del 17 de agosto de 1885 en una barraca improvisada .
Solemnemente ocuparon sus sillas los juzgadores, entre los que
contaban enemigos políticos y personales del reo . Presidía el Con-
sejo Ramón Ulloa, Comandante General de la Brigada Panamá y lo
integraban además José C, de Obaldía, Comandante de la cañonera
nacional Boyacá y Comandante General de las Milicias del Estado ;
Manuel Ospina, coronel jefe del Estado Mayor de la Brigada Pana-
má ; Santiago Brun, Jefe Militar del Departamento de Colón ; Carlos
Vélez N ., Teniente Coronel, Jefe del Batallón 4o. d e Reservas de
Cali ; Pedro Nel Ospina, Auditor de Guerra ad-hoc, coronel en co-
misión del Gobierno Nacional, enviado especialmente por Rafael
Núñez para cancelar el caso de Prestán y Leopoldo E . Pardo, Se-
cretario Capitán 2o . Ayudante del Estado Mayor .
Todos los juzgadores eran militares y del bando político opues-
to al de Prestán . Su acusador era el general Belisario Losada y la
defensa corría a cargo del mismo acusado, ya que no había encon-
trádo abogado que se encargara de ella .
Prestán, custodiado por dos soldados, hizo su entrada a la sala
del tribunal y ocupó la silla del acusado . Vestía sus ropas habitua-
les : pantalón gris, chaqueta oscura, cerrada apenas bajo el cuello,
corbata de lazo delgada y de largos cabos .
El aspecto de Prestán inspiraba lástima . Daba la impresión de
desnutrido e insomne . Sólo sus ojos parecían resplandecer, como si
toda su vida se hubiese recogido en ellos .
Los testigos que ya habían hecho sus deposiciones antes de que
Prestán fuera llevado ante el Tribunal Militar, se ratificaron en
ellas,
El primero, Giovanni Beltrame, era italiano y comerciante . Se
había establecido en Colón en enero del año anterior, 1884, y su
español era deficiente . Era un hombre de mediana edad, regordote,

- 45 -
con largos bigotes, sobresaliente papada y visible deseo de notorie-
dad. En español macarrónico dijo que 61 "sabia que Prestán ame-
nazó con incendiar la ciudad de Colón si era derrotado, y que en el
momento de su derrota dijo a sus compañeros : "estamos perdidos,
cumplamos lo que tenemos prometido" ; que inmediatamente co-
menzó el fuego de la ciudad, el cual se procuró por medio de pe-
tróleo que de antemano estaba preparado en torno de algunos edi-
ficios y al que vió prender por medio de una mecha ; que toda la
gente que acompañaba a Prestán y prendió la ciudad, obedecía a
Prestán y nada hacía sino por orden suya" .
Nadie preguntó a Beltrame cómo sabía él que se preparaba el
incendio de Colón "de antemano", ni qué hizo por evitarlo, como
tampoco a qué persona vió prender una mecha, ni si había oído él
personalmente la amenaza de Prestán de prender la ciudad .
El segundo testigo fue Clement Depuy, superintendente de la
Compañía del Ferrocarril, quien dijo que "con relación a la respon-
sabilidad que gravita sobre Pedro Prestán y sus compañeros por el
delito de incendio de la ciudad de Colón", sabía que "varios días
antes del fuego se presentó en la Oficina del Ferrocarril Pedro
Prestán, y dijo, con tono de amenaza que quemaría la ciudad de
Colón y mataría a todos los americanos que viven en ella si no te-
nía la suerte de ser victorioso en la campaña ; parte de la amenaza
se verificó el día treinta y uno de marzo del presente año y quedé
en mi alma y conciencia convencido de que él es el hombre sobre
el cual debe caer la responsabilidad de lo ocurrido en dicha ciudad
de Colón".
Dupuy era ciudadano norteamericano y hablaba un español te-
rriblemente anglicado . Aparentaba unos cincuenta años . Su estatu-
ra era aventajada, su rostro, rosado y rasurado totalmente . Tenía
los ojos azules y remediaba su avanzada miopía con lentes muy
gruesos .
Nadie objetó que su declaración encerraba opinión condenato-
ria contra el reo ni hubo quien tratara de aclarar su testimonio de
referencia .
Fue tercer testigo el súbdito alemán Hugo Diestrich, a quien
ni siquiera se le preguntó por su nacionalidad ni por su oficio . Era
comerciante de la plaza de Colón . De mediana estatura, pasados ya
los cuarenta años, lucía brillante calva, unos bigotes rubios y unos
ojos verdes un tanto saltones . Aunque con fuerte acento tudesco, su
español tenía buena sintaxis, Dijo el alemán que a él le constaba
que PEDRO PRESTAN, antes del treinta y uno de marzo pasado,
había manifestado enfáticamente que en caso de ser derrotado 0
tener que abandonar la ciudad prendería fuego , a ésta ; que entre
las personas de completa honorabilidad que oyeron ésto contaba el
doctor Therington y agregó que él juzgaba a Prestán capaz de cual-

- 46 -
quier crimen y que no tenía duda de que fuera él quien prendió
fuego a Colón en la fecha citada .
Nadie preguntó a Dietrich si él personalmente oyó de labios de
Prestán las amenazas, ni nadie objetó que en su declaración dictara
fallo condenatorio contra el acusado solitario .
Fue el cuarto y último testigo William Connor, empleado de la
Pacific Mail S .S . Co ., a quien ni siquiera se le tomaron las genera-
les, tal era la prisa que tenía el Tribunal de cancelar el caso . Con-
nor declaró en pésimo español y socorrido frecuentemente por un
intérprete, cosa que no se hizo constar en el acta de la audiencia .
Dijo que "el treinta del pasado mes de marzo fue hecho prisionero
por Pedro Prestán en esta ciudad y que pocos momentos después de
apresado, Prestán le dijo que si del buque de guerra "GALENA", se
disparaba a la costa un sólo tiro, presenciaríamos la mayor confla-
gración que haya asombrado al mundo civilizado . Que uno que pa-
recía oficial de Prestán porque lo acompañaba y obedecía armado
de espada y pistola, le dijo al declarante poco después, que en rea-
lidad ellos cumplirían la amenaza hecha por su jefe, que las tropas
del gobierno tenían más que perder que ellos . Que estando prisio-
nero en una colina que dista unos tres cuartos de milla de Monkey
Hill, el oficial que lo guardaba le dijo a las cuatro de la mañana del
día treinta y uno, que eran muchísimas las dificultades que tenía
que vencer el gobierno para llegar a Colón y que aunque llegaran
lo encontrarían en cenizas porque tenían orden de su jefe para que-
mar la ciudad en caso de derrota, Que estando a las doce del día 31
de marzo en un balcón alto de la casa oficina de la Compañía de la
"Malas del Pacífico", vió que en el espacio de menos de diez minu-
tos aparecieron ardiendo casi simultáneamente el muelle número 5
Y una casa frente al muelle de la "Mala Real", hecho que unido a
su convicción íntima no le deja duda de que Prestán con su cuerpo
de hombres a su servicio prendió fuego a la ciudad" .
Connor era un hombre de más de seis pies de estatura, cenceño
y de grandes huesos, quijada prognata, ojos grises y cabellos entre-
canos, Pronunciaba las erres muy fuertes, a fuer de escocés .
Nadie objetó a Connor que expresara su "convicción íntima"
de la culpabilidad de Prestán.
Sobre las declaraciones de cuatro extranjeros que apenas co-
nocían nuestro idioma y que miraban en Prestán a un tipo racial-
mente inferior, se adelantó el proceso . La quinta diligencia era la
indagatoria de Prestán, El Auditor de Guerra, Pedro Nel Ospi-
na, interrogó al acusado, quien contestó con calma y sobriedad . Des-
de las cuatro de la mañana hasta las dos de la tarde estuvo en el
recinto de la cuadra perteneciente a la Calle de Bolívar, en que se
encontraba edificada la casa de Gobierno, cuya cuadra estaba rodea-
da de trincheras . De allí no salió sino a las dos de la tarde poco
más o menos, apenas se apercibió del incendio ; que desde las cua-
tro de la mañana, cuando principió el combate entre las tropas del
Gobierno y las revolucionarias que él comandaba, no se ocupó en
otra cosa que en las operaciones bélicas . Que durante ese lapso,
naturalmente, habló de varios asuntos con su gente .
Cuando el Auditor de Guerra le preguntó qué personas o casa
comercial hicieron para él el pedido de las armas que llegaron en
el vapor "Colón", contestó con sencilla dignidad :
-No creo conducente al esclarecimiento del crimen de que se
me acusa que yo delate a las personas que por amistad a mí o sim-
patía a mi causa hicieron venir el armamento que trajo el vapor
"Colón" . Mi sentido del honor y de la dignidad me impide ser su
delator y ruego que se me exima de contestar esta pregunta .
Fue respetada la reserva solicitada por el acusado e inmedia-
tamente se le dió oportunidad al reo para que declarara .
Prestán limitó su primera intervención a refutar por falsas las
declaraciones de los cuatro extranjeros representantes de intereses
foráneos. Todos eran testimonios de referencia . Ninguno de los de-
clarantes había sido testigo de sus amenazas de incendiar a Colón,
ni nadie lo había visto a él, ni a persona determinada que estuviera
a sus órdenes, prendiendo fuego a la ciudad .
-He pedido - dijo- que se tomen declaraciones a los señores
Francisco Martínez Montero, Francisco Grave de Peralta, José Ma-
ría Vega y Avila, Manuel S . Navarro y Manuel Pernét, todos los
cuales pueden abonar mi inocencia . Martínez Montero fue precisa-
mente quien me llamó a grandes voces para que viera el incendio .
Pedí también los testimonios de Felipe Morales y de Demetrio Mu-
ñoz Morales, quien ha estado detenido bajo el cargo de homicidio, por
lo que resulta fácil hacerlo comparecer a la audiencia . También soli-
cité que se fijaran avisos para que todo el que tuviera conocimien-
to de los hechos se presentara a declarar, lo que sin duda arrojaría
plena luz sobre este asunto . Pero mis testigos, todos colombianos,
con apellidos raizales en mi país, no han sido encontrados, pero sí
loa cuatro extranjeros apasionados que falsamente han declarado en
mi contra sin aportar una sola referencia que los califique como
testigos oculares del delito que se me imputa . Tampoco se pusieron
los avisos solicitados por mí en mi carácter de defensor de mi
causa .
El señor Auditor de Guerra procedió seguidamente a dar la
palabra al acusador, quien, con renuncia de las dos horas de tregua
a que tenía derecho, procedió a darle lectura a su discurso .
Capitulo

XIII

ACUSACION

Solemne dentro de su uniforme militar que aprisionaba un


abultado abdomen, el general Belisario Losada se puso de pies pa-
ra dar lectura a la pieza acusatoria . Se caló unos espejuelos de
dorados aros y comenzó :
Señores Vocales :

Jamás sobre la superficie del planeta, en parte alguna del


mundo civilizado, se ha presentado ante sus jueces un reo de más
monstruosa talla que el que tenéis presente, ni nunca quizás la vin-
dicta pública ha mostrado más indignación contra el crimen ni pro-
curado con más interés que la justicia se abra paso a través de
todas las dificultades y venga a ejercer un ministerio con la seve-
ridad que crimen tan complejo y tan horroroso exige . A mi me ha
tocado, señores, el penoso encargo de representar el ministerio pú-
blico como fiscal acusador en este célebre juicio, y aunque carezco
de las dotes necesarias para desempeñar lucidamente esta misión,
no obstante procuraré cumplirla en la medida de mis fuerzas, que
es cuanto se puede exigir en el cumplimiento del deber .
Ni qué ha menester tampoco en el desempeño de su cometido
quien tiene la conciencia íntima de que obra en estricta justicia y
que su palabra es la voz de la sociedad ultrajada en sus más caros
intereses, que pide el castigo del criminal . SI, señores : la voz que
en estos momentos resuena en vuestros oídos y golpea en vuestros
corazones llamando a vuestras conciencias, no es la voz de Abel
contra Caín pidiendo el castigo del fratricida ; no es la de Noé con-
tra Cam maldiciendo al hijo desnaturalizado ; no es la de José con-
tra sus hermanos, acusándolos de perjurio y concusión ; no es si-
quiera la de cierta deidad pagana contra Eróstrato exigiendo que
se borre su nombre de la memoria de los vivos para que el incen-
diario del templo no logre el resultado que se propuso ; no es tam-
poco la voz de Roma ante las llamas contra el tirano Nerón, ni la
de Napoleón contra el regicida Orsini, ni la de Guillermo contra
Nebiling, ni la de Alejandro II contra el nihilismo, ni la de Thiers
contra los incendiarios de su casa, ni la del arzobispo Darbois contra
sus asesinos en Bicetre ; no es nada de esto, señores ; es algo más

-49-

que todo esto . Es la voz de todas las naciones civilizadas de la tierra


que tenían intereses y vínculos de todo linaje en la ciudad inter-
nacional de Colón destruida adrede por el fuego ; es Francia, Ale-
mania, Austria, Inglaterra, Rusia, Bélgica, Turquía, España, Portu-
gal, es la Europa toda ; es la China, es el Japón ; es toda la América
del Norte íntegra ; es la América del Sur ; es el mundo entero que
viene aquí, señores jueces, a pedir por mi conducto el castigo que
merece el fiero criminal que a sabiendas y con la premeditación de
muchos días puso fuego a esta ciudad llamada a ser la primera de
las marítimas ; mi voz, señores, es el grito de la conciencia universal
que se subleva contra el cobarde incendiario de Colón, contra Pedro
Prestán y sus cómplices .
Para mayor claridad y mejor ilustración de vuestro juicio, di-
vido este alegato en cinco partes .
Primera : Preparativos del crimen y amenazas de que se co-
metería .
Segunda : Ejecución.
Tercera: Consecuencias . Responsabilidad .
Cuarta : Resumen de las pruebas contra Prestán y algunos
otros .
Quinta : Conclusión .
He demostrado, señores vocales del Consejo, que Pedro Pres-
tán ayudado de sus gentes, puso fuego a la ciudad destinada a in-
mortalizar el nombre del ilustre genovés Colón, después de madura
premeditación para destruirla, insultando al mundo con la roja lla-
ma del incendio, con los ayes de las víctimas que pedían misericor-
dia y no la encontraban, con los cadáveres medio carbonizados de
los que quedando envueltos en la inmensa hoguera, no pudieron
escapar de ella ; con los náufragos que se arrojaron al mar y pere-
cieron en sus ondas por huir de las llamas, con los infelices que
siendo ricos el día anterior, quedaron reducidos a la miseria sin un
mendrugo para satisfacer el hambre ni un andrajo para cubrirse ;
con la pérdida de muchos millones de pesos representados en edi-
ficios, almacenes, muelles, máquinas e instrumentos de trabajo y
vehículos de traslación ; con el cuadro, en fin, más desolador, más
horrible y doloroso que las furias infernales han podido inventar .
¿Qué falta ahora por hacer? A vosotros os toca resolverlo . Es a
vosotros, señores jueces de esta respetable Corte Marcial, que os
corresponde calmar la inquietud y ansiedades con que mira el mun-
do la existencia de este monstruo enemigo de la humanidad y de la
civilización . ¿Qué digo? de esta fiera que no tuvo consideración ni
con su propia familia, cuyas propiedades redujo a cenizas y cuyos
seres dejó en el sucio monte de la miseria . ¿Y de qué manera se

-50-
puede hacer ésto? Inhabilitándosele para dañar en lo sucesivo a sus
semejantes, haciendo con él lo que se hace con el lobo que devora
los ganados de la dehesa ; lo que se hace con la pantera que sale
hambrienta de su cubil y viene en busca del viajero para satisfacer
su voraz apetito desgarrando sus pechos inermes y bebiendo su san-
gre inocente . Esto quiere decir, señores, que a este hombre hay que
quitarle la vida y que debéis condenarlo al último suplicio . Sólo así
habréis satisfecho al mundo y salvado a Colón de una gran respon-
sabilidad . De otro modo mereceremos los colombianos el dictado de
salvajes .
He dicho .
El general en función de acusador sacó de un bolsillo trasero
del pantalón un amplio pañuelo que pasó por su rubicunda cara .
Las barras no premiaron su elocuencia con un solo aplauso . Prestán
había permanecido atento a la perorata y con frecuencia apuntaba
con un lápiz en una hoja de papel .
A poco, el acusado fue autorizado para responder al acusador
y comenzó su . alegato de defensa sin otra referencia escrita que los
apuntes que había tomado a lápiz .
Fue impresionante ver a aquel hombre que no pesaba más de
ciento quince libras, con su rostro cetrino y enfermizo, metido en
ropas civiles que le venían anchas por lo mucho que había adelga-
zado en los últimos meses de desgaste, encierro y preocupaciones,
erguirse ante sus jueces con vistosos uniformes entorchados y no-
toriamente cargados en su contra .
Capítulo
XIV

DEFENSA DE PRESTAN

Señores miembros del Consejo de Guerra :


Sé que cuantas razones yo aduzca para llevar al criterio de us-
tedes la convicción de mi inocencia han de ser infructuosas . Estoy
condenado a priori y mi muerte ha de ser el holocausto de la Rege-
neración de Núñez a las divinidades airadas de los intereses extran-
jeros .
La voz de Prestán, que comenzó apenas perceptible, fue su-
biendo hasta adquirir la altura necesaria para llegar a las barras con
claras tonalidades de barítono,
-Es revelador --continuó- que toda la acusación contra mí esté
basada en las declaraciones de cuatro extranjeros desconocedores
casi todos ellos hasta de nuestro idioma . En la lista de testigos en
mi contra no aparece un solo nombre de nuestra gente raizal . Ni
un solo colombiano ha declarado en mi contra . Tampoco ha habido
testimonio de nacional alguno a mi favor, pero ello se debe a que
los testigos presentados por mi no han sido oídos . El Tribunal que
me juzga no ha logrado localizar siquiera a uno de ellos, de manera
que nos encontramos frente al caso insólito de que se va a juzgar
a un individuo sin que se haya efectuado una sola de las pruebas
solicitadas por él en su carácter de defensor de sí mismo .
Yo no espero, pues, justicia sino condena y bien podría aho-
rrarme mi defensa si no fuera porque yo tengo una conciencia his-
tórica que no puedo, ni quiero, ni debo acallar . Dejo en el mundo a
una madre, a varios hermanos, a una mujer y una hija y quiero que
después de mi inevitable y cecana muerte, mis palabras de hoy sir-
van de estímulo para la búsqueda de la verdad, que ha de ser mi
reivindicación y la dignidad del nombre que lego a mi esposa y a
mí hija . Y aún aliento la esperanza de que del seno de este mismo
tribunal militar en el que figuran personas que por delicadeza de-
bieron excusarse de juzgarme por ser mis enemigos políticos, surja
alguien deseoso de encontrar la verdad después de mi muerte y
aliviar su conciencia de haber intervenido en una intriga urdida en
mi contra .

-53-
¿Cómo he de esperar yo justicia de ustedes? El día 6 de mayo
de este año la justicia de Rafael Núñez representada en Rafael Re-
yes me ejecuto dos veces en las personas de dos compañeros de
armas míos : el haitiano Pautrizelle y el jamaicano George Davis, más
conocido por el apodo de Cocobolo . Los dos, desde luego, eran de
color . El haitiano subió al cadalso estoicamente y hasta ayudo a su
verdugo, quitándose el sombrero, a que le colocara el nudo estran-
gulador . El otro, Cocobolo, pidió aguardiente, mucho aguardiente,
para llegar al patiulo en estado de inconsciencia . Ambos proclama-
ron su inocencia hasta última hora . Todo fue inútil . Eran cómplices
de Prestán . Si a ellos los ahorcaron por cómplices míos, ¿qué puedo
esperar yo? Una justicia que condena por adelantado a los cómpli-
ces para después juzgar al autor principal, ¿es acaso justicia?
Para que se me juzgara con ecuanimidad tendría que, ocurrir
un imposible : que Patrizelle y George Davis regresaran de los pre-
dios de los muertos a los de los vivos para que su causa fuera con-
siderada aquí a mi lado, juntos, como sindicados por el mismo cri-
men, el más horrible que registra la historia, según mi ilustre acu-
sador. Pero muertos ellos por mano de verdugo como cómplices
míos, ¿qué puede aguardarme a mí, sindicado como autor principal
del hecho?
Los hombres que desde la altiplanicie cundinamarquesa han
fraguado esta forma sui-generis de juzgarme, un tribunal militar
dentro del derecho de gentes, esos hombres que han mandado al
Istmo sus enviados especiales a cancelar mi caso, no esperan que,
después de la condena de dos de mis compañeros de armas acusados
de cómplices míos, yo resulte absuelto . La Regeneración sufriría con
ello una terrible sacudida y las bases mismas de la nación acaso se
derrumbarían . ¡Prestán absuelto! (Imposible) ¿Y qué explicación da-
remos a los extranjeros, de esa absolución? ¿Qué dirían los gringos?
¿Qué la Compañía del Ferrocarril? ¿Qué la Mala Real?
Prestán, el mulato, concitó sobre él el odio de los hombres
blancos cuando puso sus manos en cuatro de ellos para retenerlos
en rehenes por las armas que vinieron en el vapor "Colón" y que
no se entregaban por orden del Cónsul de los Estados Unidos . Un
hijo del Caribe, surgido como si dijéramos del arroyo cartagenero,
cuyos padres fueron un marino antillano y una simple lavandera,
oso agarrar a cuatro exponentes de la Raza Maestra . Eso jamás ha-
bía ocurrido y para que no ocurra de nuevo, hay que hacer un es-
carmiento ante los ojos del mundo . Lo ideal sería que se pudiera
levantar una horca alta, muy alta, para que todos los blancos del
mundo vieran cómo muere el mulato que se atrevió a alzar la ma-
no contra algunos de ellos .
Mi ilustre acusador, el general Belisario Losada, ha dicho aquí
cosas que merecen ser comentadas . Mas antes quiero felicitarlo por
su buena memoria . Ha hilvanado aquí citas históricas que parecen

- 54 -
surgidas de la mente fresca de un recién graduado bachiller en
Humanidades . Nos ha hablado de Noé, de Caro, de Abel, de Caín, de
Eróstrato, de Nerón, de Napoleón, de Alejandro Segundo y de mu-
chos otros personajes de la historia y el mito, pero no nos ha dicho
por qué no se ha hecho comparecer uno solo de los testigos aduci-
dos por mí. En cambio, con un aplomo que ojalá lo acompañara en
los campos de batalla, ha dado por sentado que ha probado mi cul-
pabilidad como si ella pudiera deducirse de los cuatro testimonios
de extranjeros traídos aquí por la acusación a declarar sobre cosas
de referencia, sin que uno solo haya dicho que me vid quemando a
Colón o que me oyó ordenar su incendio .
Es más que evidente que la acusación ha querido cubrir la fa! .
ta de pruebas con una frondosidad verbal que no denuncia sino poca
convicción. Para el general Losada, yo soy el criminal más mons-
truoso que ha dado la especie humana . Francia, Alemania, Austria,
Inglaterra, Bélgica y hasta Rusia y Turquía piden ¡ni muerte . Hom-
bres que viven en zonas remotas, sin el menor conocimiento de la
vida colombiana, han llegado a convencerse de que yo incendié a
Colón, cuando ni siquiera los que me van a condenar han formado
de ello una convicción . No lo cree la gente sencilla que forma la
barra de esta audiencia, porque ella sabe que Prestán no es cobarde,
como osó decir el acusador, quien jamás se habría atrevido e decir-
melo frente a frente de no encontrarme yo en las circunstancias
que ahora me agobian .
-¡Silencio! ¡Silencio!- ordenó el presidente de la audiencia
ante los gritos de solidaridad con el acusado que se dejaron oír en
el público. -¡Silencio o hago despejar!
Los soldados que guardaban el orden se aprestaron para el
desalojo y el público volvió a la calma.
-Yo incendié a Colón -continuó Prestán-- porque dije que
si salía derrotado, lo incendiaría . En palabras que se me atribuyen
ha basado principalmente su cargo la acusación . Yo no recuerdo
haber dicho jamás tales palabras, pero aun si las hubiese dicho,
ello no podría aducirse como prueba concluyente en mi contra. Yo
amenacé, y eso si lo reconozco, con fusilar a los rehenes que tomé
para obligar a que se me entregaran las armas que trajo para mi
el vapor Colón . Púselos en libertad cuando se me dió palabra de
que las armas me serían entregadas. Tal palabra fue incumplida por
los blancos que me la dieron, entre ellos un agente consular de los
Estados Unidos. Yo volví a tomar a varios de los rehenes que ha-
bla puesto libres cuando la palabra de entregarme las armas fue
incumplida . Pero yo, pese a que estaba justificado, pues había sido
víctima de un engaño y en ello me iba la vida misma, como se ha
probado después, no fusilé a los rehenes . En tiempos de guerra, ba-
jo imperativos de vida o muerte, se hacen por razones de estrategia
amenazas que no se cumplen . Yo no cumplí la de fusilar a los re-

- 55 -
henes . Yo, el más abominable de los monstruos, según mi acusador,
no quise pasar por las armas a hombres indefensos, aunque estaba
seguro de que con uno sólo que hubiese fusilado, las armas habrían
caído en mis manos como fruta madura .
Yo confieso que de las amenazas que se me atribuyen hay una
que si proferí y que estuve dispuesto a cumplir . Dije repetidas
veces que si del buque de guerra norteamericano Galena se dis-
paraba a la costa un solo tiro o si se intentaba hacer un desembar-
que de hombres armados extranjeros en Colón, yo tomaría las más
extremas represalias contra los conciudadanos de las fuerzas inva-
soras y juro que estaba dispuesto a cumplir mi amenaza . Soy Co-
lombiano . Circunstancialmente, ejercía mando sobre parte del te-
rritorio nacional y era mi obligación preservar la tierra patria de
la intervención extranjera . He visto siempre en el tratado Mallari-
no-Bidlack que concede a los Estados Unidos el derecho a intervenir
para mantener el orden en un sector de nuestro territorio, una en-
trega virtual de parte de nuestra soberanía, una señal de debilidad
del gobierno de Colombia . Yo quise evitar el precedente de una
intervención armada de los Estados Unidos en nuestro territorio .
No lo logré y me temo que la intervención de fuerzas armadas nor-
teamericanas en el Istmo ponga en peligro la integridad de la Pa-
tria en el futuro . Quiera Dios que esté yo en un error y que el
mañana me desmienta, Pero he vivido largos años con la gente de
Panamá, a la que me siento muy afín y sé que en el istmeño hay
un germen secesionista que en lo porvenir puede fructificar con la
ayuda de una nueva intervención extranjera que ya tendría un pre-
cedente . El destino me evitó cumplir la amenaza que lancé para
preservar la integridad de la soberanía colombiana,
Mí mayor crimen es haber salido derrotado, Cuando vi a Colón
perdido para la causa revolucionaria, hice lo que todo capitán en
tales circunstancias, desde Aníbal y Pompeyo, hasta Napoleón, San
Martín y Bolívar : retirarme para rehacer la lucha por mi causa .
Fue así cómo al atardecer del 31 de marzo, con un puñado de
compañeros de armas, busqué escaparme en unos rústicos cayucos
que encontré en la playa . Se me ha informado que hombres arma-
dos de los Estados Unidos, desembarcados para asegurar el orden en
Colón, estuvieron a punto de disparar contra mi y contra mis com-
pañeros, La mano generosa de un caballero europeo detuvo la des-
carga criminal . No todos los blancos tienen la sed de mi sangre que
parece aquejar a otros, inclusive a muchos colombianos .
Fui a buscar refugio en las toldas de copartidarios míos alza-
dos contra la Regeneración de Núñez . Tras mi se lanzaron como
fieros lebreles unidades de guerra extranjeras . Mis compañeros de
armas, ante la coacción de un oficial norteamericano, me pidieron
que abandonara el campamento . Todos me cerraron las puertas y
me retiraron su protección, tal como ocurrió a Aníbal cuando fugi-

- 56 -
tivo de los romanos buscó refugio en la corte del Rey Prusias . Pero
yo no quise, como el capitán cartaginés, librar a mis enemigos de
sus terrores apurando un veneno. Acepté ser prisionero con la es-
peranza de que recibiría tratamiento de guerrero derrotado . Esa es-
peranza se desvaneció cuando me cargaron de cadenas y me trajeron
a Colón en un barco europeo y con custodia colombiana .
¿Qué puedo yo esperar de ustedes, mis juzgadores, enemigos
míos, cuando la fuerza coactiva extranjera obligó a mis amigos y
compañeros de causa a desampararme?
Quise ser defendido por uno de los mejores abogados libera-
les de Colombia: el doctor Pablo Arosemena . El varón que inició
su hombría acusando al dictador Mosquera no negaría su ayuda a
quien se levantó en armas contra un mandatario que por si y ante
sí decapitó una constitución y asumió la dictadura, Pero el doctor
Arosemena no sólo rehusó defenderme, sino que en su negativa me
condenó . Comprendí entonces que Ira inútil buscar abogado, Los
mejores no arriesgarían malquistarse con los poderosos intereses
económicos que las grandes empresas extranjeras y el gobierno
norteamericano tienen en el Istmo, asumiendo mi defensa . A la pos-
tre, pensarán todos, ¿quién es Pedro Prestán? Un mulato inquieto .
un revolucionario profesional que si ahora no va a la horca, morirá
cualquier día en la comisión de una nueva aventura descabellada,
impulsado por sus ideales utópicos de democracia y libertad .
Yo me anticipo a perdonar a mis verdugos, que no son precisa-
mente los que con sus manos pondrán el dogal que aquí se ha tejido
para mi cuello con fibra falsa . Y apelo ante la historia, seguro de
que ella me hará justicia, limpiará el baldón que hoy cae sobre mí
y los míos y pondrá su estigma sobre quienes me llevan al patíbulo
más por obedecer a consignas de lo alto y complacer a un poder
extranjero que por convicción de mi culpabilidad .
Dispongan ustedes de mi destino, señores miembros del tribu-
nal militar, que ya yo he dicho cuanto tenía que decir .
Las barras se agitaron inquietas cuando Prestán terminó su
discurso . Este, agotado por el esfuerzo oratorio, cayó casi desploma-
do sobre su silla . Estaba empapado en sudor, más por su estado de
nervios que por la temperatura tibia de la tarde .
Capítulo
XV

EL VEREDICTO

La audiencia se suspendió tan pronto Prestán terminó su de-


fensa . El sindicado fue retirado de la sala bajo escolta y el tribunal
pasó a deliberar . Los jueces no se tomaron mucho tiempo para lle-
gar a una conclusión y a las siete y media de la noche estaba re-
dactada y firmada la sentencia, Sólo el vocal istmeño, José C . de
Obaldia, se opuso a la condena a muerte, lo que no se hizo constar
en el acta .
El segundo y el más breve de los "considerandos" afirmaba
que "la opinión pública manifestada de diversos modos", condena-
ba unánimente a Prestán como inmediato y principal responsable
por el incendio de Colón .
En verdad, la masa colonense no se declaró un momento en
contra del sindicado . Prestán gozaba de una caudalosa popularidad
entre la gente sencilla, pero el estado de terror que prevalecía des-
de la ejecución de Cocobolo y Pautrizelle refrenaba toda manifesta-
ción a su favor . La horca montaba guardia de silencio frente a los
hechos .
LA ESTRELLA, el periódico más importante del Istmo enton-
ces, se había parcializado contra el hombre en desgracia . El mismo
día de la audiencia, 17 de agosto, este diario publicaba un suelto
lleno de implicaciones contra Prestán .
"Hoy será juzgado en consejo de Guerra de oficiales Genera-
les -decía la información- el reo Pedro Prestán, sobre quien pe-
san tremendas acusaciones . No será esta por cierto la primera vez
que PRESTAN comparece ante un tribunal de justicia acusado de
asesinato . Ya es conocido ante los tribunales ; pero si antes fueron
abogados sus jueces, hoy éstos son severos militares que van a juz-
garlo con todo el rigor de la ley militar .
"No queremos adelantar el fallo del Consejo, 61 sabrá mejor
que el mundo entero lo que deberá hacerse con Pedro Prestán, Lo
que él decida será justo.

-59-
"Lo preside un joven General, Ramón Ulloa, a quien el Istmo
estima y respeta por las nobles cualidades que lo adornan por sus
antecedentes puros y su conducta durante la actual campaña .
"Los vocales, el Juez Fiscal y el Auditor son todas personas de
reconocida competencia" .
LA ESTRELLA preparaba la opinión pública para un fallo con-
denatorio . Pero como ocurre siempre en casos como el que se ven-
tilaba, la manifiesta parcialidad periodistica envalentonó a los que
ya habían condenado en su corazón al sindicado, mas los que creían
en la inocencia del reo no cambiaron en un ápice su convicción, si
bien callaron su protesta por temor a caer en las garras de la auto-
ridad.
La parte resolutiva del fallo decía :
"Condenar al reo PEDRO PRESTAN como principal responsa-
ble del delito de incendio con circunstancias agravantes, a ser ahor-
cado mañana a las doce del día en esta ciudad, en el mismo sitio
en que lo fueron sus cómplices Cocobolo y Pautrizelle .
"Notifíquese al reo y dése cuenta con copia de esta sentencia
al señor Comandante de la plaza, quien queda encargado de la eje-
cutoria, al señor Jefe Civil y Militar del Estado y al señor Presiden-
te de la República".
Prestán fue notificado inmediatamente del fallo y se preparó a
afrontar la muerte con estoicismo y espíritu cristiano .
Ya Camile Rostand se había encargado de entregar a su mujer,
María Félix, la carta que con anticipación y seguro de su condena
le había él escrito .
-Morir -pensaba el reo- es cosa ineludible . Siempre he vi-
vido familiarizado con la muerte y jamás la he rehuído . Me duele,
sí, dejar a los míos en desamparo . Marta Félix, mi hija Mari, a quien
di el nombre de América por el que nunca la he llamado, mis her-
manos, unos pobres que no han logrado adquirir una cultura, Por
rara ironía, voy a morir a la misma edad que Cristo ; treinta y tres
años y como El, en un patíbulo . Si El, que fue santo y manso, sufrió
el ultraje del cadalso ¿qué mucho que yo, hombre de pasiones, de
lucha y de sangre, sea llevado también al cadalso?
En una pequeña mesa de roble encontró Prestán recado de es-
cribir. Se dedicó a hacer una carta para su amigo Bergman, por la
que le pedía que reivindicara su nombre . Le repugnaba la idea de
pasar a la historia como un criminal, como el incendiario de Colón
y no como el revolucionario opuesto a los que desde el mando vio-
laron el orden constitucional para asumir la dictadura, y el adalid
de los hombres de color que no habían logrado conquistar el res-

- 60 -
peto de los blancos y con el la dignidad humana, después de la abo-
lición de la esclavitud .
Terminada la carta, se echó sobre el estrecho camastro que le
habian deparado sus carceleros . Su memoria fue recorriendo su pre-
térito desde su más tierna niñez . Guardaba un recuerdo bastante
claro de su padre . Era un recio marino de tez oscura que la pasaba
casi siempre en viajes . Llegaba a Cartagena periódicamente, con re-
galos para su madre, para el y sus hermanos . A los pocos días, em-
prendía viaje nuevamente . Una vez se fue para no regresar más .
Jamás se supo de el . Probablemente pereció en un naufragio .
No recordaba días de prosperidad o siquiera de mediano pasar
al lado de su madre . Esta se dedicaba a lavar para familias acomo-
dadas, pero lo que por su trabajo recibía era insuficiente para el
sostenimiento de la casa .

A los seis años lo mandaron a una escuela donde aprendió a


leer, escribir y las cuatro operaciones e hizo amigos y adversarios
entre sus condiscipulos . A poco, se distinguió entre sus compañeros,
no sólo por su clara inteligencia sino por su carácter fuerte y auto-
ritario al par que generoso y resuelto. A los once años capitaneaba
una banda de muchachos que lo admiraban y seguían en sus juegos
y remedos de batallas . Con ellos recorría los viejos castillos y for-
talezas . Amaba, sobre todo, llevar a sus muchachos a fingidos com-
bates contra Vernon, el almirante ingles que trató inútilmente de
tomar a Cartagena a mediados del Siglo XVIII . Otro grupo, acaudi-
llado por un mozuelo de familia bien, representaba a Vernon en
esos contrahechos combates . Pedro, enardecido por la lucha, llevaba
a sus "hombres" al frente, lo que frecuentemente terminaba en
violentas riñas . Se sentía héroe y soñaba con llegar a hombre para
combatir "enemigos" .
Como en la casa apremiaban las necesidades, apenas apuntaba
la adolescencia de Prestán cuando este tuvo que buscar trabajo . El
capitán abandonó la escuela para hacerse carretero . La carreta no
era de el. La recibió en alquiler y tenía que pagar al fin de la jor-
nada lo que correspondía al amo. Pero Prestán era diligente . Tra-
bajó mucho, de sol a sol, en el transporte de mercancías y toda cla-
se de cargas del muelle a los almacenes y tiendas de la ciudad . Fue
de lento crecimiento . Era el más bajo y delgado de los mozos de su
edad, pero todos lo respetaban por su carácter .
Sólo gastaba en lo indispensable . Se hizo económico en ex-
tremo, pues deseaba seguir estudiando y hacerse medico o abogado .
Un día dispuso trabajar tan sólo en las más tempranas horas
de la mañana y en las últimas de la tarde asistir al Colegio Araujo .
Sus horas de sueño eran pocas y muchas las de trabajo y estudio . Se
decidió por la abogacía, ya porque era profesión que se podía ejercer
sin diploma, ya porque correspondía más a su temperamento apasio-
nado . Amaba las lenguas y aprendió con bastante corrección el fran-
cés y el inglés . Leía vorazmente los más variados géneros de lite-
ratura .
Habla entrado apenas a la mayoría de edad cuando dispuso
trasladarse al Istmo. En Colón logró medro como abogado . Adquirió
propiedades. Tuvo la desgracia de matar a un hombre a quien le
habla ganado un pleito, Fue frente a una carnicería . Su enemigo
disparó cinco veces contra él sin dar en el blanco . Entonces Prestán
disparó . Fue un solo tiro . El contrincante cayó muerto inmediata-
mente. Un jurado de abogados, de hombres de leyes, absolvió al
reo .

Después . . . vino su matrimonio y su primera y única hija . Más


tarde, las conspiraciones, Su trato con los grandes liberales colom-
bianos, sus cargos públicos . Su elección para la Asamblea del Esta-
do de Panamá . Sus amigos. Y al fin, la aventura de Colón que ahora
lo llevaba al lazo fatal . Pautrizelle le había dejado una carta escri-
ta sin duda bajo presión de la autoridad, pero donde el inteligente
haitiano logró colar un breve párrafo que encerraba su pensamiento
real .

"Los colombianos no tienen la culpa -decía-. Los americanos


que me tomaron en las calles de Colón, son ellos que son mis ase-
sinos y no los colombianos" .

Sonrió amargamente Prestán en su soledad al pensar que ha-


cía poco su patria había adoptado un nuevo nombre : "Los Estados
Unidos de Colombia" . ¿No respondería más a la realidad "Colom-
bia de los Estados Unidos?"

Ya en la madrugada el condenado cayó en un sopor Inquieto .


Había pedido que temprano le llevaran un sacerdote . Quería morir
dentro de su religión, de la que nunca había renegado .

Con el alba entró a su celda el carcelero para llevarle café y


pan . El no probó siquiera el café
. Tenía varios días de tomar tan
sólo agua .

Poco después llegó el sacerdote y Prestán se dispuso a recibir


los sacramentos prescritos para el que va a morir .
Capitulo
XVI

EL CADALSO

Un sacerdote de nombre Federico Suárez, natural de Gatún,


asistió a Pedro Prestán en sus últimos momentos . El ministro reli-
gioso permaneció al lado del condenado casi hasta la hora en que
éste había de ser llevado al patíbulo, que era la del medio día .
Se había dispuesto que Prestán fuera ahorcado públicamente,
para que sirviera de escarmiento social. Se colocó un carro de ferro-
carril frente a la estación . Sobre la plataforma se puso un cajón .
Una fila doble de soldados protegía el cadalso contra cualquier ten-
tativa por parte del pueblo de rescatar al condenado, que bien sa-
bían las autoridades que era grande la simpatía de las masas por
el revolucionario en desgracia .
Prestán custodiado por fuerte guardia, pasó por entre la mul-
titud con rostro sereno . Los soldados mantenían al público alejado
del camino que recorría el condenado .
-¡Viva Pedro Prestán! ¡Abajo los verdugos extranjeros y na-
cionales!- gritó alguien de la multitud, mientras un sombrero de
paja ya harto usado recorrió en espiral el espacio para ir a caer a
los pies del reo .
Varios guardias trataron de echar mano al audaz que había
osado hacer aquella manifestación de repudio a la muerte del cau-
dillo liberal. Fue inútil . La multitud se encargó de ocultar en su
seno al joven campesino, soldado de Prestán en la última lucha,
oriundo de Chiriquí y de nombre Octavio Aguirre .
No hubo ninguna otra manifestación a favor del reo. Este su-
bió la empinada escalerilla que conducía a la plataforma fatal .
Una vez en el cadalso, Prestán se dirigió al pueblo .
-¡Soy inocente!- gritó con voz desgarrada .- La presión de
una potencia extranjera me trae a la horca . ¡Conciudadanos! Rei-
vindicad mi memoria y vigilad por la integridad de Colombia ame-
nazada por la intervención yanqui! ¡Muero perdonando a mis ene-
migos y rogando a Dios por el bien de la Patria!

-63-
El verdugo pasó de arriba abajo sobre la cabeza del condenado
un lazo que luego ciñó al cuello . La cuerda estaba a horcajadas
sobre una polea que se había fijado en una viga sobresaliente del
techo de la estación . Daba la impresión de que Prestán era sacrifi-
cado a la empresa que más había sufrido con el incendio de Colón
y contribuido como ninguna otra a su condena .
Ya asegurado Prestáis al lazo ejecutor, el carro fue movido . El
cajón resbaló de los pies de Prestán . Eran exactamente las 12 y 12
minutos . El cuerpo hizo una trágica pirueta en el vacío . Parecía
más un muñeco que un ser humano . Lo que por un momento pa-
reció un muñeco movió los brazos a los veinte segundos para llevar-
se las manos a la cara . Convulsionóse el cuerpo por más de un mi-
nuto antes de quedar inmóvil y laxo como un fruto macabralmente
madurado .
Cinco minutos después de haber sido Prestán lanzado al vacío,
los médicos lo declararon muerto .
La multitud miraba atónita aquel horroroso espectáculo . Acaso
para algunos hubo un goce morboso en la contemplación de las
convulsiones de las piernas, en aquel baile aquelárrico en el aire,
en la fuga de la vida de aquel hombre de indomable dinamismo,
Desde la baranda de una barraca inmediata, unos doce extran-
jeros, empleados de la Compañía del Ferrocarril, de la Mala Real
y de otras empresas, contemplaban la ejecución, acompañados de
altas autoridades civiles y militares de la Regeneración .
Camile Rostand se encontraba entre la multitud . Su fina sen-
sibilidad de francés culto y su simpatía por Pedro Prestán, su ami-
go desde su arribo al Istmo, el padrino de su hijo, de quien había
sido confidente hasta las puertas de la muerte, lo hacían sufrir
aquella escena con intensidad casi insoportable . Estaba presto a
reclamar el corazón del ajusticiado para hacerlo llegar a María Fé-
lix o llevarlo él personalmente, de ser necesario .
Habla dejado en su casa, al cuidado de María de los Angeles,
a la esposa del infortunado revolucionario y a América, su hija .
María Félix estaba desesperada, sacudida por continuas crisis ner-
viosas. América, muy niña, no parecía darse cuenta de la tragedia .
La soga que sostenía el cadáver fue suelta del poste que le
servia de sostén y resbaló con un ligero gruñido metálico de la ga-
rrucha . El cuerpo de Prestán cayó Inerme en la tierra blanda . Dos
soldados lo tomaron, el uno por los hombros y el otro por las pier-
nas, para conducirlo a un edificio particular, donde se le Iba a ha-
cer la autopsia .
Cuando se presentó Rostand a pedir el corazón de su amigo,
fue informado de que la autopsia no se practicaría sino a las 4 y 30
de la tarde y con toda cortesía se le pidió que regresara a csa hora .

- 64 -
Puntualmente volvió el ingeniero galo al improvisado anfitea-
tro.
Dos médicos de la Compañía del Ferrocarril, los doctores Qui-
jano Wallis y A . Bonilla, asistidos por dos facultativos más, de la
misma empresa, voluntariamente se ofrecieron a practicar la ope-
ración póstuma . Ninguna autoridad civil ni militar la presenció, si
bien dieron anuencia para la auscultación del ejecutado . Acudieron
voluntariamente al acto necrológico "varias personalidades notables
del Istmo", como reza el acta .
Los médicos hicieron constar sus observaciones en la siguiente
forma :
"RELACION de las lesiones anatomo-patológicas encontradas
en el cadáver del señor PEDRO PRESTAN :
"Habiendo practicado con las formalidades científicas, el exa-
men necrópsico del cadáver del señor Prestán, cuatro horas después
de la ejecución por la horca en Colón, el día 18 de Agosto de 1885,
resultó el siguiente :
"1.-CEREBRO.- Peso total del cerebro incluyendo el cerebe-
lo, 1 .443 gramos . Volumen considerable ; desarrollo notable de los
lóbulos anteriores de los hemisferios. cerebrales, especialmente del
izquierdo . Abundancia de la sustancia gris, diseminada en las cir-
cunvalaciones cerebrales . La masa cerebral izquierda mucho más
congestionada que la opuesta, y hemorragia producida en el cuerpo
calloso, todo originado por la naturaleza de la muerte que sufrió .
"2.-CORAZON .- Peso del órgano, 300 gramos . Aumento con-
siderable de volumen . Conformación normal de las válvulas y en-
grosamiento de las paredes del órgano. Aorta normal . Desarrollo
considerable de los vasos propios del órgano .
"3.-PULMONES .- No ofrecían lesión alguna particular .
"4 .-HIGADO .- Un poco aumentado de volumen y congestio-
nado,
"5 .-VASO.- Hipertrofia esplénica propia de los climas en
que habitó el individuo .
"6-ORGANOS digestivos, en bastante estado de vacuidad .
"7.-ORGANOS genitivo-urinarios, no ofrecían ninguna lesión
particular .
"8.-Enflaquecimiento general y una cicatriz de herida de ar-
ma de fuego, situada en la región superior del homoplato derecho .
"El corazón del señor Prestán, debidamente embalsamado y
preparado para su conservación, será consignado a su señora de
acuerdo con la última voluntad de Prestán" .

- 65 -
No le fue posible a Camile Rostand conseguir que le entrega-
ran allí mismo la vfcera cordial de su amigo . Se le dijo que el doc-
tor Quijano Wailis quedaría encargado de ello, una vez que lo hu-
biese embalsamado o preparado convenientemente .
El cadáver fue enterrado en Monkey Hill sin ceremonia alguna
y en tumba solapada .
Doña María Félix, en vista de que las gestiones de Rostand no
daban resultado, escribió al doctor Quijano Wallis en solicitud del
corazón de su marido . Días después, con fecha de 3 de octubre de
aquel año, el galeno dirigió a la desconsolada viuda la siguiente carta,
de su puño y letra
"Señora María P . de Prestán . Colón .
"Estimada Señora :
"Me refiero a su atenta carta de fecha 28 de septiembre último .
"Dispuesto como me hallaba para enviar a Ud . el frasco que
contenía el corazón de su difunto esposo, preparado en alcohol fe-
nicado, dispuso el General Montoya, Presidente del Estado, que no
se efectuara tal comisión y que se entregara a la autoridad para ser
inhumado. En efecto, fue tomado en mi Botica por el Comandante
de policía con el objeto expresado, el día 2 del presente mes .
"Como no me era dado contrariar la providencia del Gobierno,
siento que por esta circunstancia no me sea posible complacer a Ud .
en su justo deseo .
"Me suscribo de Ud, atto. S . S .,
"D. Quijano Wallis" .
¡El corazón del Durandalte cartagenero no llegó a manos de su
Belerma1
jEt odio implacable de los agentes de la Regeneración en el
Istmo burló la voluntad del revolucionario liberal!
Capítulo
XVII

DOS FRANCESES CONVERSAN

Desde el porche de un chalé del sector francés de Colón, pocos


días después de la ejecución de Pedro Prestán, dos franceses con-
templaban la ciudad .
El día había sido lluvioso . Era la tarde y el sol se mantenía
oculto por una gruesa capa de nubes grises.
-Lloverá de nuevo -dijo el galo que parecía más joven, mien-
tras recorría con sus ojos azules el panorama desolador que presen-
taba la ciudad ya limpia de ruinas, sobre la que se levantaban múl-
tiples tiendas de campaña para alojar provisionalmente a las quince
mil personas que el siniestro dejó sin techo, y los paramentos de las
nuevas edificaciones que se adelantaban con rapidez .
-Sí, sin duda volverá a llover- convino su interlocutor .- Co-
lón es muy lluvioso . A un prominente panameño tan hiperbólico
como un marsellés, le oí decir que cuando él recibía cartas de Colón,
para leerlas tenía que abrir un paraguas .
Los dos franceses estaban sentados en amplios sillones de bam-
bú . Por delante tenían una botella de Hennessey de la que se habían
servido sendas copas .
-¡Lástima de ciudad destruida! -comentó el más joven tras
un par de minutos en que ambos callaron .- ¡Oh!, ¡si hubiera llo-
vido el 31 de marzo como ha llovido hoy!
-Pero no llovió, amigo Rostand -comentó el mayor con una
leve sonrisa- y me parece académico especular sobre cómo habrían
pasado las cosas si hubiese llovido . Marzo es mes seco en estas lati-
tudes, hasta en el tórrido Colón .
-Sí, así es- dijo pensativo el joven . -Pero yo no puedo ale-
jar mi pensamiento totalmente de los hechos relacionados con el in-
cendio . Fui amigo de Pedro Prestán y presencié su ejecución, Yo
nunca había visto ejecutar a un hombre, . ¡Es terrible, señor Bunau-
Varilla !
-Sí, debe serlo- convino éste. -Yo he visto muchas cosas
horrorosas en la vida. Ya podrá usted imaginarse mis experiencias

- 67 -
en Suez y mi participación en la guerra franco-prusiana . Pero en
verdad, nunca he visto ahorcar a un hombre . No presencié la eje-
cución de Prestán . Tengo por principio evitarme preocupaciones
inútiles . Además, lo de Prestán era un asunto de la política colom-
biana que no me concernía a mí ni a la Compañía del Canal .
-En ello diferimos ún poco, señor Bunau-Varilla- dijo Ros-
tand con ligero acento agresivo . -El caso de Prestán era algo pro-
fundamente humano. Jamás he visto otro hombre sobre quien gol-
peara con tanta furia la aversión del destino . Un humilde mulato
colombiano que se empeñó en adquirir una cultura y en lograr para
Colombia un régimen de democracia y justicia como él lo concebía .
Se equivocó en sus métodos, indudablemente, pero no merecía la
tragedia que cayó sobre él para aplastarlo,
-Todo eso es cierto, mi querido Rostand, pero nosotros no es-
tamos aquí para juzgar sino para abrir un canal . Por eso se nos pa-
ga ; por eso hemos abandonado nuestra patria y venido a tierra insana
y no debe ser otra nuestra preocupación .
-Tiene usted razón -convino el joven- mas ello no impide
que discutamos el caso de Prestán como si se tratara de una tragedia
griega, Yo he pensado mucho sobre el parecido que hay entre el
ahorcado del 18 del pasado mes de agosto y los personajes de Eurí-
pides, Esquilo y Sófocles . Yo traté bastante a Prestán . Era un es-
píritu inquieto y atormentado, con una suerte de Atrida . Piense
usted en ese hombre de orígenes humildísimos a quien llegan a per-
seguir barcos de guerra de una nación joven y vigorosa, que busca
refugio entre sus compañeros de armas y éstos lo lanzan hacia sus
perseguidores que lo llevan hasta el patíbulo, tras un juicio grosero
y descaradamente arbitrario . Jamás se le probó que él incendió a
Colón.
Bunau-Varilla abrió una magnífica sonrisa bajo su bigote casta-
ño. Sus ojos grises brillaron un momento para clavarse luego en la
lejanía . Tras breve silencio dijo

-Amigo Rostand, yo seguí bastante de cerca el caso de su ami-


go porque no podía sustraerme a conocer . Es verdad, como le dije
hace poco, que nosotros vinimos aquí a abrir un canal, no a espe-
cializarnos en política colombiana . Pero ¿cómo evitar uriosear por
lo menos sobre ciertas cosas? Y mi convicción es que Prestán no
puso
yente fuego a Colón, o por lo menos, que no se adujo prueba conclu-
de ello
. Y si no fuera por lo que llaman razón de Estado, no
me explicaría su ejecución, ¿ Cómo puede achacarse a un hombre
el incendio de una ciudad de madera en plena estación seca y cuando
en ella se ha estado librando una batalla? Lo sorprendente hubiera
sido que Colón no hubiese ardido .

que -Sin
en 10 embargo -observó Rostand- Prestán murió creyendo
del incendio hubo mano criminal
. Su última carta para

- 68 -
su amigo Bergman es una excitativa a éste para que dé con los ver-
daderos responsables.
-Ofuscaciones, amigo Rostand y sobre todo, temperamento .
Prestán era demasiado exaltado para entender las cosas en términos
ecuánimes . Colón habla ardido . El no lo incendió, luego fueron sus
enemigos los que lo incendiaron . Pero de todas maneras lo habrían
condenado . Era la consigna de los políticos pérfidos de la altipla-
nicie. La verdad es que si ha habido culpable, ha sido el gobierno
colombiano por su incapacidad para mantener el orden en su terri-
torio y no haber hecho uso de tacto político para evitar la revolución .
Esto ha andado y sigue andando anarquizado . Hasta hace poco, nin-
guna persona con sentido de responsabilidad quería ser prefecto de
Colón . Y lo triste es que los gobernantes de Colombia han encon-
trado una solución en la aplicación, por parte de los norteamericanos,
del tratado Mallarino-Bidlack, que permite a éstos garantizar con sus
armas el orden en Panamá y Colón . Al desembarcar tropas yan-
quis en Aspinwall, Colombia perdió allí su soberanía . . .
-Prestán sabía que ésto sería así -interrumpió Rostand . -El
se opuso al desembarque y amenazó con disparar contra los hombres
de armas extranjeros si lo intentaban estando la plaza en sus manos .
-Sí . Y esa fue la causa principal de su muerte . Los gringos
nunca le perdonaron que él se atreviera contra ellos . Pero eso no
es problema nuestro, insisto . Antes, yo creo que la Compañía del
Canal sale favorecida en este negocio . Nosotros necesitamos que ha-
ya orden, y si Bogotá no puede garantizarlo, que lo garantice Washing-
ton . Además, el porvenir es muy incierto y nosotros no sabemos si
algún día nustros intereses serán salvados por los Estados Unidos
en contraposición a los políticos ineptos e incomprensivos de Bogotá .
Rostand se puso pensativo, como si tratara de penetrar en las
palabras un tanto sibilinas de su paisano y protector . Al cabo de un
rato preguntó :
-¿A qué se debe que usted me haya llamado? ¿Simplemente
para comentar conmigo lo de Prestán?
-Mi querido amigo, nada grave me ha hecho llamarlo -dijo
Bunau-Varilla, -Creo que ya la tormenta pasó, mas hubo un mo-
mento en que los gringos y los funcionarios colombianos lo miraban
a usted con harta desconfianza y hasta llegaron a insinuarme si no
seria prudente separarlo a usted del Istmo siquiera por un tiempo .
Pero yo vadeé la tormenta .
¿Y qué cargo me hacían, si se puede saber.?
-Pues de ser amigo de Prestán, de simpatizar con su causa, de
protegerle su familia y hasta de haber ayudado a que el barco Colón
trajera un armamento de los Estados Unidos, destinado a él.
Palideció visiblemente Camile Rostand al oir las últimas pala-
bras de su paisano,
-Fui amigo de Prestán -contestó con calor . -Yo no soy hom-
bre de prejuicios raciales . Vi en él a un hombre inteligente, de mu-

- 69 -
cho coraje, un idealista . Me pareció todavía joven para rectificar y
ascender por caminos menos violentos que los que él mismo escogió
y basta traté de disuadirlo de su prurito revolucionario . Jamás lo
impulsé a la lucha ni le ayudé en manera alguna, Todavía no sé
cómo hizo él para que le enviaran las armas, pues ni cuando lo visité
en la cárcel él quiso decírmelo . Sin duda estaba protegiendo a ami-
gos que sí le ayudaron,
-Yo le creo a usted, amigo Rostand, no se preocupe -tranqui-
lizó Bunau-Varilla- . No he pensado sacrificarlo a usted ante ningún
Moloch. Mas quiero que sepa que sus malquerientes se han metido
también en su vida íntima . Un puritano gringo vino a hablarme de
que usted tiene una unión ilegítima . Por poco le suelto la carcajada
en sus barbas . ¿Qué me va ni me viene a mí que un ingeniero de
la Compañía Francesa se acueste con la mujer que tenga a bien,
mientras ésta no sea la mía? Yo estoy seguro de que los jóvenes
franceses que han venido a trabajar en Panamá no hicieron voto de
castidad antes de atravesar el Atlántico .
Camile Rostand guardó silencio. Entendía la postura muy fran-
cesa de su superior, pero no le agradaba su cinismo .
-Sí, mi querido Camile -dijo el cabo Bunau-Varilla . -Yo sé
que usted tiene una querida y que la tiene bajo su mismo techo, en
la casa que le proporcionó la Compañía . Sé también que se la trajo
consigo por temor, justificado luego, de que Colón fuera incendiado .
Buen cálculo . Nuestro sector no ha perdido una sola casa. Pero
óigame un consejo . Le anticipo que si no lo sigue mi posición será
la misma : usted podrá retener su querida mientras quiera y donde
quiera. Pero si le es posible, sáquela de aquí . Alójela en Gatún o
en cualquier punto de la Línea, que facilidades para ir a vería le
sobrarán, o si se siente muy ligado a ella, cásese .
-Yo hubiera preferido no hablar de ésto -dijo Rostand- pero
ya que usted me obliga, hablaré . Yo amo a la mujer que llaman mi
querida . No me caso con élla, no porque no quiera, sino porque no
puedo legalmente hacerlo . Me ha dado un hijo que ahora tiene pocos
meses y a quien adoro, Si el puritano gringo que busca saciar sus
apetitos carnales en los prostíbulos de esta ciudad se ofende con eso
y exige mi salida de . . .
-No, no se precipite, querido Camile -manifestó Bunau-
Varilla. -Mi consejo es para su tranquilidad . Creo que una casita
en Gatún, a orillas del Chagres, es una buena atracción . Pero si lo
prefiere, quédese como está .
-Me parece bien a primera impresión -convino Rostand .-
Con todo, voy a pensarlo .
Había anochecido . Contra las predicciones de los ingenieros,
la lluvia no había vuelto . Sobre un cielo de cobre la luna nueva
apuntaba sus agudos cuernos, ya próxima al ocaso .

- 70 -
SEGUNDA PARTE
Capítulo
XVIII

GATUN

Contrario a la isla de Manzanillo, unida al continente por un


relleno para hacer posible el primer ferrocarril transcontinental del
mundo, el pueblo de Gatún fue separado de tierra firme por un canal
y convertido en una ínsula del Chagres . Una parte de la corriente
desviada recibió el nombre de Canal Francés y otra el de Legron en
homenaje al ingeniero galo que dirigió los trabajos de canalización .
El tren se detenía en la margen oriental del Chagres . Era el
segundo punto de parada de norte a sur. En el pueblo eran muy
populares unas décimas que en parte decían :
Saliendo el tren de Colón
Monkey Hill, que es el primero,
y por segunda razón,
de Gatún y un tercero .
Los pasajeros de Panamá o Colón con destino a Gatún, bajaban
al andén cementado, frente a un edificio con piso alto . La carga
con destino al pueblo era recibida allí por un empleado de la Compa-
ñía del Ferrocarril . Pasajeros y bultos se transportaban en cayucos
a través del canal hecho por los franceses .
Las casas de Gatún eran pequeñas, cubiertas de techos pajizos
y de zinc, sombreadas por árboles frutales y cocoteros .
Una iglesia de madera y zinc se erguía sobre una plataforma
de cemento con gradas . Acaso porque el campanario, también de
madera, no prestaba resistencia para soportar el peso de las cam-
panas, las dos con que contaba el pueblo habían sido colgadas de una
viga sostenida por dos recios pilares .
La economía de los gatuneros dependía primariamente del ba-
nano cultivado a orillas del Chagres y sus afluentes más inmediatos .
De las fincas se traían los racimos en largos cayucos y se vendían
allí a los intermediarios de Colón o a sus agentes . En trenes de car-
ga especiales se transportaba la fruta a la ciudad atlántica, distante
de la estación de Gatún quince minutos por ferrocarril .

-73-
Treinta centavos oro era el precio de un racimo de banano, lo
que se tenía por bueno dado el alto valor adquisitivo del dinero en
aquellos tiempos .
La gente era cordial y honrada . Había pocos blancos, abunda-
ban los mulatos y predominaban los negros, todos en ejemplar in-
tegración .
El escaso elemento extranjero estaba compuesto por algunas
unidades antillanas y un chino dueño de una tienda de ultramari-
nos adicionada por una cantina y un patio donde se reñían gallos
los domingos de la estación seca . José María, que era el nombre
cristiano del asiático, se había unido a mujer nativa y hablaba su
español limpio de erres.. . Se había adaptado del todo al ambiente
gatunero y se le tenía como miembro prominente de la colectividad .
A la sombra de la estación se formó lo que dieron en llamar el
corregimiento de Jamaiquilla, poblado de antillanos, ingleses y fran-
ceses.
La revolución que llevó a Pedro Prestán al cadalso tuvo sus re-
percusiones en Gatún. El cura del lugar, venezolano de nacimiento
y de nombre Rogelio María Ruiz, fue muerto a tiros en la cantina
del lugar, como secuela violenta de una discusión política . El padre
Rogelio . como era llamado por toda la comunidad, tenía sus ideas
liberales, en lo cual andaba muy identificado con su grey . Cuando
el doctor Rafael Núñez decapitó la Constitución de Río Negro y
llamó a colaborar con él a los conservadores, el padre Ruíz tomó el
asunto muy a pecho . En los momentos en que derrochaba denuestos
contra el gobierno frente a un nutrido grupo de parroquianos, entró
el agente del orden público del lugar, un centrano a quien apodaban
Grillo por su voz chillona, y autoritariamente lo mandó callar .
El sacerdote se consideró ofendido, increpó a Grillo y levantó
el bastón para castigarlo . El policía deenfundó su revólver y ul-
timó a tiros al párroco .
La población se sintió consternada ante el inusitado aconteci-
miento . Grillo estuvo a punto de ser linchado, pero la autoridad se
impuso y, protegido por el alcalde, fue detenido en la forma que
éste consideró más segura y enviado a Colón para su juzgamiento .
Gente sencilla y crédula era la gatunera y no tardó en arraigar
en ella el temor de que la muerte del padre Rogelio ocurrida en su
pueblo trajera sobre él la maldición del Cielo . Los vecinos de las
otras poblaciones de La Línea, llevados por esa tendencia muy de
aldeanos de hacer mofa y escarnio unos de otros, dieron en llamar
11
mata-curas" a los gatuneros, sin que pararan mientes en que el
matador del sacerdote no era de Gatún y ni siquiera istmeño .
A aquel medio fronterizo llegó, ya en las postrimerías de 1885 .
María de los Angeles con su hijo de meses .

- 74 -
Los gatuneros fueron prontos en demostrar a los recién llega-
dos su hospitalidad y no dejó de influir en ellos haberse dado cuenta
de que era ella la mujer de un ingeniero francés de la Compañía
del Canal . Los franceses eran bien vistos por los nativos de todas
las razas y mestizajes, sin duda por más cordiales que otros extran-
jeros y porque no manifestaban desprecio alguno por la gente de
color, muy al contrario de los gringos de la Compañía del Ferrocarril .
Instalóse María de los Angeles con su hijo en la casita que para
ella compró Camile Rostand a nombre de ella y seguidamente acu-
dieron varias vecinas a averiguar en qué podían servirles . Asistié-
ronla en todos los detalles de arreglar su nueva morada y le reco-
mendaron que tomara a su servicio una sirvienta que de mucho le
serviría en la atención del niño y en todos los quehaceres caseros .
Así, entró a .yacer parte de la familia una muchacha negra de
nombre Martina, poco mayor de diez y ocho años, falta de letras
pero muy despierta de entendimiento .
Cuando Camile Rostand dejó instalada su familia, regresó
tranquilo a su campamento, seguro de que ella quedaba en medio
cordial y al abrigo de todo peligro . Salvo los raros casos en que se
le enviaba a misión lejos de ciudad de Lesseps, el ingeniero cruzaba
todas las noches en bote .
No faltaban personas de cultura y buenas maneras con quienes
alternar en aquel pueblecito segregado de la tierra firme y dedicado
a labores rústicas . Vivían allí parientes cercanos de las Salazar, las
buenas mujeres bajo cuyo techo pasó María de los Angeles sus años
de orfandad anteriores a su unión con Camile Rostand . Los Cerezo,
los Puyol, los Ayarza, los González, los Rodríguez, eran ejemplares
representantes de la clase media istmeña y no pocos de ellos tenían
versación en asuntos de historia y de política .
No era raro que en la salita de la casa de Marta de los Angeles,
a la luz de unas lámparas de querosín de suaves reflejos de oro, se
reuniera periódicamente una media docena de contertulios a con-
versar con el ingeniero, siempre afable en sus maneras y generoso de
buenos vinos franceses .
La vida se deslizaba tranquila y segura para María de los Ánge-
les, cuya mente no parecía turbarse nunca por la preocupación del
mañana .
Capítulo
XIX

A ORILLAS DEL CHAGRES

Dos años habían transcurrido desde la ejecución de Prestan .


Colón, bajo el impulso económico de sus actividades portuarias y
por los dispendios de la Compañía Francesa del Canal, se había le-
vantado de sus cenizas . Nuevos hoteles y establecimientos comer-
ciales resurgieron sobre los muladares y charcos de la ciudad .

La plata corría a manos llenas . El sueldo de un jornalero era


de un dólar ochenta por día y el de un artesano o mecánico, de
cinco . El valor adquisitivo del dinero era varias veces superior al
de hoy y se derrochaba con inusitada despreocupación en las casas
de juego, tabernas y lupanares, al punto que se vivía al día .
Los ingenieros y altos dignatarios de la empresa gala disfruta-
ban de sueldos fantásticos y se hacían construir cómodas y caras
mansiones . También ellos arrojaban improvidentemente sus ganan-
cias en las ruletas que sangraban a todos los trabajadores del Canal .
los vinos y las mujeres tenían precios fantásticos. Se importaba el
hielo artificial de los Estados Unidos . De mil libras llegaban dos-
cientas, las que se vendían hasta a medio dólar la libra . Más tarde
alguien dispuso traerlo de Alaska, de condensación natural, y en-
tonces el precio bajó a un centavo .
De Europa se traían caballos de carreras . Ocasión hubo en que
se contaron cien . los establos y el mantenimiento corrían a cargo
de la compañía canalera .
El peligro de morir de paludismo, de fiebre amarilla o por la
puñalada artera de un desalmado, llevaba a los hombres al goce
desenfrenado de los más torpes placeres . No había mañana en que
no amanecieran varios cadáveres tirados sobre las charcas y depó-
sitos de basura de la renaciente ciudad de Aspinwall Ya alguien le
había advertido al conde Fernando de Lesseps : "Si así seguimos,
todos los árboles del valle del Chagres no alcanzarán para las cruces
que se llevarán las tumbas ."
Camile Rostand se sentía asqueado de aquel ambiente. De su
campamento en Ciudad de lasseps pasaba todas las noches el Canal
de Lebron en busca del calor de María de los Angeles y de su hijo .

-77-
Una noche Rostand llegó a la casa tiritante de fiebre .
-Es la malaria que has contraído en este lugar insano -le dijo
María de los Angeles . -Lo raro es que no te haya agarrado antes .
Rostand calló . A la verdad, tenía varias semanas de sentirse
mal, mas había desviado las preguntas de su amante cuando a ésta
le parecía sentir que su temperatura había subido .
Esta vez el disimulo era imposible . Rostand guardó cama . En
sus delirios hablaba mucho y angustiosamente . Marta de los Án-
geles entendía tan sólo los nombres propios . Chagres, el conde de
Lesseps, Bunau-Varilla, Prestán, Bellegarde y otros, sin duda de sus
compañeros de trabajo con los que ella no estaba familiarizada .
María de los Angeles mandó un expreso al campamento francés .
Vino un médico que hablaba español con acento gabacho .
-Menos mal, que no es fiebre amarilla -comentó después de
examinar al paciente . -No recomiendo llevarlo al hospital que te-
nemos en Colón. Allá sin duda tendría la asistencia de las Herma-
nas de San Vicente, pero los hospitalizados son tantos que no podría
ser atendido debidamente . ¿Tiene usted experiencia en atención de
enfermos? -preguntó luego a María de los Angeles .
Doctor : todas las mujeres que hemos vivido los cinco últi-
mos años en Colón hemos tenido que atender enfermos de paludismo .
Bajo sus instrucciones, yo creo que seré para Camile la mejor enfer-
mera,-- fue su sencilla respuesta .
El médico recetó dosis espaciadas de quinina, bolsas de hielo
en la cabeza ciando la fiebre era muy alta, estricta dieta de jugos
de frutas cítricas y el mayor reposo .
Poco a poco Camile Rostand fué recobrándose de su ramal . Las
fiebres comenzaron a ceder . De cotidianas se hicieron tercianas .
A los quince días estaba limpio de ellas . Pero se sentía débil en ex-
tremo. Su moral dió evidencias de quebranto . Se sentaba en una
butaca, en el porche del chalé, subía a su hijito sobre las piernas
y clavaba sus ojos en las aguas del Chagres . Frecuentemente aca-
riciaba con una mano la cabeza del chiquillo y murmuraba
-Pauvre non petit fils! Pauvre mon chére petit Camile!
Cuando María de los Angeles se acercaba a ellos, preocupada
todos sus momentos por la salud de su amante, éste callaba y sonreía .
-Te oí decir algo, Camile, ¿Qué quieres? ¿Te sientes mal?
-inquiría élla .

-No es nada, querida -contestaba él, -He sido tan feliz a


t¢ lado que mi mal es pago avaro por tanta dicha,

- 78 -
Pero la verdad era que el desánimo se habla abierto paso en
su pecho al abrigo de su debilitamiento físico.
El Chagres lo obsesionaba . Era un río tan distinto al Ródano, a
cuyas orillas él creció, una larga y fecunda corriente de agua dócil
a la voluntad del hombre, camino abierto hacia el Mediterráneo, fe-
cundador de valles, impulso de molinos, espejo de castillos y alque-
rías, jardín de orillas florecidas en ciudades y villas hermosas y
prósperas y ruta de barcos intercomunicantes de grupos humanos
unidos por una lengua, una tradición, muchas luchas y muchas glo-
rias comunes.
Frente a él estaba el Chagres, de orígenes inexplorados . El
había subido largo trecho de su corriente, en misión exploradora
con otros ingenieros franceses . Vió sus remansos poblados de cai-
manes alertas a la proximidad de la presa, se sobrecogió
de asombro ante sus orillas pobladas de intrincadas selvas y admiró
los helechos gigantescos que narciseaban en sus aguas misteriosas .
Sus pupilas reflejaron la entrega de los afluentes : Chagresito, Es-
peranza, Piedras, Limpio, Chico . . . Le pareció el Chagres una divi-
nidad salvaje, indomable y cruel . En la primera etapa del viaje en-
contraron plantaciones de bananos, cañaverales y huertos crecidos
casi sin la atención del hombre . En ellos pasaron noches durmiendo
bajo pajizos techos y sintiendo los rumores de la selva fecunda en
insectos, reptiles, batracios y fieras . Muy adelante el hombre pare-
cía cada vez más ausente . Se enrarecieron los bohíos habitados por
negros e indios de vida primitiva, separados unos de otros por va-
rias millas de ribera selvática . Apenas pasaron unos kilómetros
arriba de la confluencia de Río Chico . Llegaron algo más allá de
donde hasta entonces se habían aventurado los europeos y acaso los
mismos hijos de la tierra americana .
Sus recuerdos de aquella excursión eran coreados por los aulli-
dos de las tribus de monos que acrobateaban en los árboles orille-
ros, la risa desgarrada de las bandadas de pericos, el bullicio de los
glaucos loros y las rotas banderas de los guacamayas .
No ignoraba Rostand la historia del Chagres . Por sus aguas
había pasado más oro que por cualquier otro río del mundo . Fue
utilizado desde el arribo de los españoles al Istmo para cruzar de un
océano a otro . Sobre su superficie se escurrieron, cargadas de teso-
ros de América para España y de productos ultramarinos para las
colonias, piraguas impulsadas por hombres de ébano traídos en es-
clavitud desde Africa, y de indios sometidos a servidumbre por el
dominador blanco . Piratas ingleses, franceses y holandeses se intro-
dujeron por su desembocadura para arrancar parte de su presa
americana a los ibéricos . Y, como en todo punto donde los hombres
acuden impulsados por la codicia, la sangre fue derramada pródiga-
mente, sangre que el río recogió en sus linfas para llevarla como
tributo al mar.

- 79 -
Los franceses llegaron pocos años antes a corregir la omisión
de la Naturaleza de no haber dejado paso de un océano a otro a lo
largo de todo un continente . El había oído las palabras de Fernando
de Lesseps cuando vino a inaugurar los trabajos, Era imposible sus-
traerse al entusiasmo de aquel hombre que, sin ser ingeniero ni geó-
logo, logró llevar a feliz cabo la apertura del Canal de Suez para
comprometer más tarde su crédito con la empresa de la zanja ame-
ricana,
Pero Rostand, pasado el efecto de las embriagadoras palabras
del "Gran Francés", pudo analizar con su buen sentido de provin-
ciano galo las posibilidades de éxito . Se habla dado cuenta del de-
rroche Ingente de los dineros del pueblo francés, de cuya economía
una décima parte se invirtió en acciones de la compañía canalera ,
Los promotores del canal interoceánico estaban engañando a)
pueblo francés y al mundo . Habían recurrido al soborno de funcio-
narios, diputados y periodistas y propagado la falsa especie de que
el cerro de Culebra contenía oro suficiente para cubrir los gastos
del Canal y dejar un óptimo beneficio a los tenedores de acciones .
El sabía muy bien que aquello era fantástico y que la mole del cerro,
en gran parte movediza, era un obstáculo casi insuperable a la inge -
niería de entonces, para un canal a nivel, Los desprendimientos de
tierra reponían generosamente lo que las dragas a vapor restaban
a diario a costa de mucho dinero y de la salud y la vida de los tra-
bajadores.
El oyó a Tracy Robinson, ingeniero norteamericano de la Com-
pañía del Ferrocarril, cuando detuvo el entusiasmo contagioso del
"Gran Francés" en presencia de una terrible creciente del Chagres,
con una tajante observación :
-Una inundación como ésta -dijo- arruinarla vuestro canal .
Mas el conde de Lesseps contestó sin inmutarse :
-Es verdad . Tenemos que desviar este río hacia el Atlántico
muy sobre la línea del canal . Se podrá hacer a poco costo . El canal
será hecho.

Al rememorar aquella escena de varios años atrás, Camile Ros-


tand sonrió con amargura, El estaba persuadido de que sin un gran
depósito que retuviera les aguas del Chagres y sin unas esclusas en
el lado del Pacífico la empresa era imposible . En pleno goce de su
salud y trabajando a toda capacidad, no se detuvo a pensar en todo
lo que significaba el fracaso, Mas ahora con el pesimismo sólito en
los estados de convalecencia y mirando de frente el río indomable Y
traicionero, el alma se le llenaba de angustia .
-Menos mal -pensaba- que no he cometido la torpeza de in-
vertir mis economías en acciones y que he reservado mi dinero para

- 80 -
cubrir por varios años mis necesidades y las de María de los Ánge-
les y mi hijo. Pero, . . ¿qué nos deparará la vida más tarde?
Levantó con la mano izquierda la carita de Camilo y lo miró a
los ojos . Eran oscuros como los de su madre . De él tenía la am-
plitud de la frente, la nariz aquilina y los cabellos claros .
-Tú, hijo de América, -musitó- verás el Chagres encadenado
por el cerebro del hombre . Yo soy un derrotado del Viejo Mundo y
me angustia pensar que acaso no logre velar sobre tu porvenir.
Capítulo
XX

EL CANAL DE HIERRO.

-Pueden venir los amigos a conversar con nosotros esta no-


che- dijo Camile Rostand a María de los Angeles, -Me siento bas-
tante mejor y un buen diálogo me haría bien .
La requerida mandó a Martina a avisar al mayor Bethaneourt,
quien a su vez se encargó de citar al también mayor Gerardo Olivita,
a Mateo Guardia, bananero de Ahorca Lagarto que con frecuencia
visitaba a Gatún, a Rodolfo Ayarza y a Etelvino Cerezo .
No se hicieron esperar los invitados . A las ocho estaban todos
en casa de María de los Angeles, sentados con plena comodidad y
saboreando un excelente coñac francés . Camile Rostand presidía
aquel grupo de hombres tan disímiles a él, en cuyas opiniones pa-
recía muy interesado .
La conversación recayó sobre la situación económica del mo-
mento .
-Yo hallo que el único porvenir de nosotros los gatuneros -
manifestó el mayor Olivita- sigue siendo el negocio del banano .
El Ferrocarril Transístmico no ha traído a los panameños los bene-
ficios que profetizaban los ilusos . A nosotros, los bananeros del
Chagres, si nos ha favorecido porque nos ha facilitado el transporte
de la fruta a Colón . No nos enriquecemos, mas ganamos lo sufi-
ciente para vivir sin angustias . Pero entren ustedes a considerar
qué nos queda, además del honor de tener el primer camino de hierro
transcontinental del mundo, de las ganancias de la Compañía del
Ferrocarril.
-En realidad, nada -confirmó el mayor Bethancourt . -Yo era
de los optimistas, a pesar de lo que predijo el doctor Justo Arose-
mena en su ensayo sobre el Estado Federal de Panamá . El analizó
bien el asunto y afirmó que sólo el espíritu de ciertos visionarios
podía concebir tantas esperanzas de riquezas como consecuencia del
Ferrocarril Transístmico . La realidad ha destruido muchas ilusiones .
Antes, cuando se usaba el camino de Cruces, al menos ganaban los
peones, los muleros, los dueños de canoas, en fin, cuantos se ocupa-
ban de transportar pasajeros y cargas de un lado al otro del Istmo .

-83-
-Lo triste --comentó Mateo Guardia- es que el cuarto de mi-
llón de dólares que la Compañía del Ferrocarril paga al gobierno
colombiano se va íntegramente para Bogotá y a la administración de
Panamá no le queda ni para pagar los sueldos de los empleados pú-
blicos. A mí todavía no se me alcanza por qué nosotros hacemos
parte de Colombia, cuando nos independizamos por nuestra cuenta y
hemos venido siendo sacrificados por el gobierno central .
-Voy a mi cuenta -dijo Olivita . -La Compañía del Ferrocarril
está cobrando muy caros sus servicios . Nada menos que cincuenta
centavos de dólar por milla, para pasajeros adultos . De manera
que para recorrer las casi cincuenta millas de distancia entre Panamá
y Colón, hay que pagar veinticinco dólares . Para muchachos de seis
años hasta doce, cobra doce dólares y para menores de seis, ocho .
Por equipaje cobra cinco centavos de dólar por libra . El que no
puede pagar tan altos precios por pasaje, puede viajar en los trenes
de ganado por diez dólares y si quiere andar a pie de un terminal
a otro, se le permite mediante el pago de cinco,
-Llevas bien la cuenta, Olivita -observó el señor Ayarza .
-Y todavía me queda mucho por decir -replicó éste .- Una
res vacuna es transportada por la Compañía del Ferrocarril por siete
dólares y una caballar, por cuarenta, sin que la empresa asuma si-
quiera la responsabilidad por lo que pudiera suceder a los animales .
Por cada coco que transportan hay que pagar un, centavo de dólar y
por mercancía expresa exigen un dólar ochenta centavos por pie cú-
bico . El oro y las joyas las transportan de acuerdo con su valor :
veinticinco centavos por cada cien dólares . El carbón lo llevan de
un lado a otro a cinco dólares la tonelada, sin asumir riesgos y . . . .
en fin, que con tan elevados precios la Compañía está haciendo ga-
nancias inigualadas por ninguna otra en el mundo . Y a la orilla de
la vía férrea que lleva torrentes de oro a los accionistas de esta em-
presa, viven los llamados "pueblos de La Línea" miserablemente . Las
ganancias líquidas de la Compañía andan altísimas . Sólo al cerrarse
el primer año de operación, en 1859, marcaron más de ocho millones
de dólares y aquello ha ido creciendo en progresión geométrica .
Cuando estaba próximo a cancelarse el contrato y la empresa a pa-
sar a manos del Gobierno, el que por toda compensación tenía que
pagar a ésta cinco millones de dólares, lo que representaba menos
de la ganancia de un mes de operación del ferrocarril, la Compañía
mandó sus negociadores a Bogotá, de donde bajaron con una pró-
rroga por noventa y nueve años, ¿Qué dió la Compañía en compen-
sación? El cuarto de millón de dólares que viene recibiendo el go-
bierno central sobre el 3% que antes daba de sus ganancias, un
millón en efectivo y una cantidad de pasajes libres para los em-
pleados públicos. Eso es todo,
-Se te ha olvidado agregar, Olivita -apuntó Ayarza- que el
gobierno concedió a la Compañía del Ferrocarril gran cantidad de

- 84 -
tierras en las ciudades de Panamá y Colón . Colón particularmente,
pertenece casi todo a la Panama Rail Road .
-Ningún colombiano ni extranjero -dijo Cerezo- puede com-
prar un lote para edificar en Colón . La Compañía del Ferrocarril
no vende una pulgada . Sólo alquila periódicamente y cuando re-
nueva los contratos de alquiler, sube el precio a su capricho .
-Y somos tan estúpidos -comentó Guardia- que cuando se
inauguró el ferrocarril el gobierno declaró tres días de fiesta y hubo
fuegos artificiales, corridas de toros, carreras de caballos, cucañas,
trenes gratuitos para circular de un extremo a otro de la vía y ban-
quetes .
-Pero no negarán ustedes -apuntó Camile Rostand- que el
Ferrocarril ha traído muchas ventajas al Istmo . Se ha sustituido el
viejo, peligroso y lento camino de Cruces por una vía férrea bastante
rápida . Los ferrocarriles están impulsando el progreso en todo el
mundo y no puede ser Panamá una excepción .
-Eso suena muy bonito, señor Rostand -dijo el mayor Olivita-
pero en la práctica aquí el Ferrocarril Transístmico no nos ha de-
jado ventaja alguna, salvo que usted considere ventaja lo que recibe
el gobierno de Bogotá y que no se invierte en el Istmo . Yo quisiera
llevarlo a usted un día conmigo a lo largo de la vía férrea para que
vea los pueblos . Sale usted de Colón, que dicho sea de paso es una
ciudad desaseada y fea, y comienza a ver pueblos pequeños, chatos,
sin asomo de prosperidad . Monkey Hill, Gatún, este Gatún nuestro
que ya no es más que una islita llamada a desaparecer, Bohío, Frijo-
les, Invernilla, San Pablo, Mamey, Gorgona, Matachín, Bajo Obispo,
Alto Obispo, Las Cascadas, Emperador, Culebra, Paraíso, Pedro Mi-
guel, Miraflores, Corozal, ¿qué son sino lugares miserables, lodosos
en invierno, polvorientos en verano, pegados como perros recién
nacidos a la teta estéril de la vía férrea?
-Ahora -dijo Cerezo- hay mucha circulación de dinero, como
consecuencia de los trabajos del Canal Francés,
-Sí -dijo Olivita- pero el Canal terminará algún día y en-
tonces nosotros y nuestros hijos nos entretendremos en ver pasar por
sus aguas los barcos empenachados, cargados de riquezas para otros
paises. Aquí nos quedaremos pegados al Canal de Hierro .
-¿Qué entiende usted por el Canal de Hierro? -preguntó
Rostand .
-Yo llamo el Canal de Hierro al ferrocarril -explicó el pre-
guntado . -El viejo camino de Cruces fue el canal de tierra, porque
aunque usaba las aguas del Chagras, se hacía buena parte del cruce
por tierra . Ustedes, los franceses, están haciendo el canal de agua
y quiera Dios que lo terminen porque la empresa es difícil y me te-
mo que las cosas no anden muy bien .
Los contertulios nativos volvieron sus miradas hacia Olivita co-
mo para tratar de detener con ellas el comentario imprudente que
va había salido de sus labios . Rostand apenas se inmutó.
-Amigo Olivita -dijo- usted es de los pesimistas . Es lástima
que nunca haya hablado con nuestro conde de Lesseps . Su opti-
mismo contagioso lo habría llenado a usted de entusiasmo y no du-
daría de que el canal será hecho . Haga usted todos los reparos que
quiera, que no he de inmutarme por lo que le oiga . También yo
tengo mis ratos de escepticismo . La empresa es dura, el clima es
malo y muchas son las enfermedades que aquí diezman al europeo .
Yo mismo estoy reponiéndome de un terrible ataque de paludismo .
-Vea, señor Rostand -contestó Olivita- yo deseo firmemente
que ustedes acierten en lo del Canal, porque si ustedes no aciertan,
o nos quedaremos sin Canal o lo harán después los gringos . Y dé-
jeme decirle con franqueza, a mí los gringos no me gustan, primero
porque desprecian demasiado al que no es de su raza y segundo por-
que tienen unas maneras entre ellos mismos que yo no entiendo .
Ve, Etelvino, cuéntale al señor Rostand cómo fue escogido el actual
jefe de la estación de Frijoles,
-Bueno, ese cuento es viejo y muy conocido -dijo el solici-
tado- pero acaso no lo haya oído el señor Rostand . El superinten-
dente Totten estaba un día en la oficina de reclutamiento de emplea-
dos para el Ferrocarril y distinguió, entre una multitud que esperaba,
a un tipo joven, alto y fornido . Lo llamó y le preguntó por su nom-
bre . El tipo dijo llamarse Tom Sharp . había sido boxeador y de-
seaba un empleo .

-"Mira- le dijo el superintendente Totten- en Frijoles tene-


mos un jefe de vía de nombre Sean Donian que es un irlandés duro
de pelar. Lo he despedido varias veces pero no hace caso . He man-
dado a varios hombres a reemplazarlo y todos regresan golpeados .
Quedas empleado por cuatro dólares diarios, pero tienes que ver có-
mo te deshaces de Donlan ."

Se fue Sharp para Frijoles en el primer tren y en la estación


se encontró con Donlan. El residente miró con desconfianza al re-
cién llegado, como si intuyera que venía a reemplazarlo . Tras un
breve diálogo, convinieron en resolver el asunto a los puños . A poco,
los contrincantes estaban rodeados de la multitud más abigarrada
que puede reunirse en estación alguna del mundo . Chinos, hindúes,
hispano-americanos y españoles, antillanos de habla inglesa y "pa-
tois"yafricanosexpresabne su dialectoseidomas uentusia-
mo por el gratuito encuentro boxeril de que estaban disfrutando .

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Tras largos minutos de riña, los contrincantes fueron asistidos
por algunos espectadores que les llevaron baldes de agua para que
lavaran la mucha sangre que les manaba por las narices y por algu-
nas heridas que se habían hecho en el rostro. Laváronse los reñi-
dores echándose encima varios baldes de agua y entraron a reanu-
dar la pelea . Al fin, el irlandés cayó exánime junto al tronco de un
mango . Su contrario entonces le echó varias baldadas de agua en
la cara hasta volverlo en sí . La pelea había terminado a favor de
Sharp . Apoyado en su vencedor, Donlan se encaminó a la estación
donde ambos se lavaron generosamente con árnica . Cuando el su-
perintendente Totten, quien tomó el tren de carga para venir a ver
en Frijoles qué había pasado a su nuevo empleado llegó a la esta-
ción en la tarde, encontró a Sharp a Donlann juntos .
-Entre, coronel, -dijo Donlan- para que conozca al nuevo
jefe de la Estación de Frijoles ."
"-Le presento a mi auxiliar" -dijo Sharp después de extender
al superintendente su hinchada mano,
-Pero él está despedido -dijo Totten . - Justamente te man-
dé a que lo sacaras ."
"-Bueno, usted lo despidió, pero yo lo empleo ahora -dijo
Sharp . -¿No tengo yo acaso derecho a nombrar mi cuadrilla?"
Y así quedó resuelta la cosa .
Celebró el francés el cuento de Cerezo y a poco los contertulios
tomaron el camino de sus casas alumbrándose con sendas linternas
que reflejaban sus sombras vacilantes en las charcas de la calle .
Capítulo
XXI

PREVISION

-Lo he llamado, amigo Rostand, porque necesito hablarle de


cosas de extrema importancia -dijo Bunau-Varilla a su joven amigo,
después de haber chocado su mano y brindándole una silla .
Los dos franceses estaban en el chalé de Cristóbal donde se
habían entrevistado poco después de la ejecución de Prestán . Era
domingo y el sol de la mañana brillaba con todos sus prestigios sobre
la Bahía de Limón y la ciudad que parecía crecer bajo el cielo lím-
pido y azul .
-Estoy a su mandar, señor Bunau-Varilla -contestó Camile
Rostand con la mejor de sus sonrisas .
El joven ingeniero sentía gran respeto y cariño por Bunau-
Varilla . Lo atraía de la manera peculiar que atraen los cínicos . Le
encantaba oírlo disertar sobre el tema que escogiera, pues siempre lo
hacía con amenidad, por más que recargaba un tanto su plática con
la exaltación de su ego .
Por otra parte, le inquietaba cuando su amigo mayor lo manda-
ba llamar. Alguna razón tenía cuando citaba a un subalterno, que
justificara plenamente la llamada .
-Mi querido Camile -continuó Bunau-Varilla- debo advertirle
que lo que le voy a decir es absolutamente confidencial . Yo podría
perfectamente guardar silencio con usted, pues nada me obliga a la
clase de confidencias que voy a hacerle, pero siento por usted un
cariño especial y en cierta forma soy responsable de su porvenir,
pues fui yo quien lo indujo a venir a Panamá .
El introito de Bunau-Varilla no pudo menos que llenar de apren-
siones a Rostand .
-Por ello le estoy agradecido -dijo Camile a su superior.-
Ruégole que me diga de qué se trata, pues me siento inquieto .
-Mi querido Camile, lo he llamado para manifestarle con toda
reserva, óigalo bien, que la Compañía Francesa del Canal está al

-89-
borde del fracaso . Yo espero que de un momento a otro el Tribunal
Supremo de Francia ordene su liquidación .
Ocurre generalmente que un mal cuya proximidad está en nues-
tra conciencia no logra impresionarnos mientras no lo oigamos ex-
presado en palabras . Camile Rostand se sentía desde hacía largo
tiempo profundamente pesimista sobre el futuro del canal . Su buen
sentido le hacía mirar con prevenciones aquella empresa que de-
rrochaba a manos llenas las economías del pueblo francés . Había vis-
to florecer a la sombra de la Compañía el vicio, la corrupción, el dis-
pendio, y ya para su interior aguardaba el fracaso . Pero ahora, al
escuchar de labios de su amigo y protector el anuncio de que la liqui-
dación vendría pronto e indefectiblemente, medía la catástrofe en
toda su extensión .
Yo me lo temía, pero no lo creía tan inminente - dijo Ca-
milo con voz ahogada .
-Pues bien, mi caro amigo -continuó Bunau-Varilla- yo lo
quiero prevenir a usted para que se salve de la ruina y si es posible,
salga con ventajas de esta catástrofe .
Camile Rostand abrió sus ojos desmesuradamente y con ellos
urgió a su paisano a que se explicara .
-¿Cuánto tiene usted en acciones del Canal? - preguntó
Bunau-Varilla .
-No soy accionista de la empresa - dijo Rostand llanamente .
-Nunca tuve fe plena en ella y he preferido depositar mis economías
en bancos seguros .
Una burlona sonrisa se dibujó bajo el poblado bigote del ve-
terano ingeniero .
-Amigo Camile, usted es maravilloso -comentó . Jamás me
imaginé que un ingeniero con el puesto prominente que usted ocu-
pa en las excavaciones del Canal pudiera haberse mantenido sin in-
vertir un franco en acciones . ¡Oh! De haberlo sabido el conde de
Lesseps, sin duda usted no habría durado tanto tiempo al servicio de
la empresa .
-Franqueza por franqueza, mi buen amigo y protector señor
Bunau-Varilla --contestó Rostand,- yo perdí la fe en el éxito de
la compañía Francesa del Canal a los pocos días de mi arribo al
Istmo . Ni siquiera me la devolvió el conde de Lesseps cuando vino
a iniciar los trabajos . Todo aquello me impresionó mal . Mucha
champaña, muchas fiestas, muchos dispendios, esposa, hijos, criadas,
fausto oriental que me hizo pensar que el Gran Francés se orienta-
lizó en Egipto . Yo no dudé nunca de la competencia técnica de
nosotros los franceses para llevar a feliz cabo la obra . Nuestra in-

- 90 -
geniería está a la altura de las mejores del mundo . Ni siquiera pen-
sé que las enfermedades eran suficientes a detenernos . Pero la in-
competencia administrativa, la corrupción y la falta de sentido de
responsabilidad que noté desde mi arribo al Istmo me hicieron pe-
simista .
-Por desgracia sus prevenciones se han cumplido -dijo Bu-
nau-Varilla,- Yo me temo que los franceses no llevaremos a feliz
término, ni hoy, ni mañana, ni nunca, el Canal del Istmo . Sólo el
prestigio que nos dió el conde de Lesseps con su éxito en Suez pudo
poner en manos de franceses la construcción de la gran zanja . In-
glaterra ha venido soñando con hacerla ella y acaso pensó que de
terminarla nosotros, podría repetirse lo que con el canal afroorien-
tal : que el gobierno de Su Majestad Británica adquirió acciones su-
ficientes para dominar la empresa . Pero hay un pueblo nuevo y
vigoroso en América que algún día asumirá la misión de hacer el
canal . Los ingleses lo saben y tratan de atarlo con tratados limita-
dores pero a la larga tendrán que renunciar a ser ellos copartícipes
de la obra. Goethe, el Genial alemán, dijo hace ya muchos años que
el Canal sería hecho por el nuevo y vigoroso pueblo norteamericano .
Y así será .
-¿Y veremos nosotros eso?- inquirió Rostand .
-Claro que lo veremos y si yo no lo creyera, no lo habría Lla-
mado a usted . Sin embargo, ahora me pregunto si un hombre tan
cauto como usted, que no ha invertido un solo franco en acciones
de la Compañía Francesa, se atreverá a seguir mi consejo . Perdone,
pero no es mera curiosidad : ¿a cuánto ascienden sus economías?
-En los bancos he colocado sesenta mil francos- explicó Ros-
tand tras brevísima pausa .
-Es una bonita suma, amigo Rostand - comentó Bunau-Vari-
lla.- Pues yo le aconsejo que invierta parte de ella en tierras in-
mediatas al Chagres, hasta diez o quince kilómetros de su desembo-
cadura,
Camile Rostand saltó como picado por un tábano .
-¿Cómo explicarme -dijo- que cuando usted me anuncia la
ruina de la Compañía Francesa del Canal, lo que significa el aban-
dono de la empresa, me aconseje a la vez que adquiera propiedades
en lo que va a ser un cementerio de maquinarias y de esperanzas?
Mire, mi querido Camile -repuso Bunau-Varilla- en este
asunto yo tengo plena fe y ojalá pudiera contagiársela . Antes de
mucho los trabajos canaleros serán recomenzados con la interven-
ción del mismo gobierno norteamericano . Yo veré qué logro salvar
de las ruinas de la empresa, que no será mucho . Mas usted puede
salvarse . No gaste todo su dinero en lo que le he dicho . Resérvese
su seguridad, con lo quo procederá como buen francés . Pero lo que
yo le propongo no es un mero juego . Cuando venga el canal ameri- -
cano, que sin duda ha de venir, las tierras inmediatas al Chagres ten-
drán que ser expropiadas por el gobierno americano a muy buen
precio. Usted es joven y puede esperar.
-Acaso usted tenga razón —aceptó Rostand- pero yo me te-
mo que eso se tome demasiado tiempo . Colombia no da seguridad .
Esto es un hervidero de intrigas. Mire usted todas las dificultades
que nos han traído los malos gobiernos colombianos desde que co-
menzamos el Canal.
-Y las revoluciones también - comentó Bunau-Varilla son-
riente, sin duda recordando la amistad de su protegido con Pedro
Prestán. Pero no se ponga demasiado pesimista, amigo . Yo co-
nozco las circunstancias en que usted vive. Sé que tiene una aman-
te y un hijo a quienes quiere. Lo que usted invierta en propiedades
a orillas del Chagres será la seguridad del mañana para ellos . Usted
es un ingeniero de gran competencia que puede prosperar en cual-
quier país . No tiene sino que escoger adónde irse . Pero su amante y
su hijo necesitan algo que los respalde si usted se ve obligado a
ausentarse o si muere.
-Verdad es -convino Rostand .- Déjeme meditarlo un poco .
Afortunadamente cuento con buenos amigos gatuneros que podrían
ayudarme a adquirir las propiedades .
-Pues no le pesará, mi buen Camile -concluyó Bunau-Vari-
lla .- Ojalá yo pudiera hacer lo mismo, pero lo mío está todo in-
vertido en la Compañía .
-Tengo que tomar el tren para Gatún, el único que corre hoy
domingo - dijo Rostand consultando su reloj .- Usted me perdona
que me marche ¿verdad?
-Ya comprendo -contestó Bunau-Varilla .- Proceda con ra-
pidez pero sin precipitación . Y sobre todo, no olvide ser absoluta-
mente hermético sobre cuanto le he dicho .
Capitulo
XXI I

EL DERRUMBE

El 4 de febrero de 1889 el Tribunal Supremo de Francia de-


claró disuelta la Compañía Francesa del Canal y nombró su liqui-
dador al ex-ministro de Educación, M. Joseph Brunet . Todos los
esfuerzos del conde de Lesseps para detener la catástrofe, desde los
arreglos con la American Contracting and Dredging Company, con la
firma Jacob, la Artigue, Sorderegger et Compagnie y con Gustave
Eiffel, el más antiguo empresario galo de entonces, resultaron in-
fructuosos,
Los más atractivos señuelos inventados por la fértil imagina-
ción del Gran Francés no lograron ganar nuevos contribuidores pa-
ra la continuación del Canal . Ya el 13 de diciembre del año anterior
la Compañía Francesa había solicitado una moratoria de noventa
días para el cumplimiento de compromisos vencidos, la que fue ne-
gada por la Cámara .
Tardíamente trató Fernando de Lesseps de cambiar radical-
mente el proyecto canalero y admitió hacer esclusas provisionales
que permitieran la operación del Canal . Eiffel se encargarla de la
obra mediante la capitalización de veinticinco millones de dólares,
de los cuales cinco se reservarían como beneficio, antes de comple-
tar un sólo juego de esclusas .
Muchas cosas negativas se habían acumulado contra la Compa-
ñía . Enfermedades diezmadoras de trabajadores . El 60 por 1000 de
éstos perecían anualmente y muchos otros quedaban inhabilitados
para las duras labores que exigía la obra . Los malos manejos lle-
vaban al dispendio de las millonadas de francos aportadas por la
economía del pequeño francés . La corrupción, la incompetencia ad-
ministrativa y el desasosiego, corolario de la anarquía política y so-
cial, obraron de consuno para ocasionar el terrible derrumbe.
De nada valieron la técnica manifiesta de los ingenieros fran-
ceses, la experiencia del Canal de Suez y los equipos mecánicos
empleados en la obra, los mejores sin duda que podían adquirirse
a la sazón. Las excavaciones, como un insaciable dragón, se tra-
gaban millones y millones de francos y millares de vidas de tra-

-93-
bajadores . El pueblo francés sentía sangrar sus bolsillos hasta la
ruina.
Los gastos totales de la empresa, incluyendo lo invertido en el
Istmo, más los de administración en Francia, edificaciones en París,
compra de concesiones, pagos al gobierno colombiano y a comités
norteamericanos y compromisos por cubrir, ascendían, al momento
de la liquidación a la astronómica suma de 1 .434 .551 .378.97 de fran-
cos .
Otros proyectos en el mundo se hablan llevado a cabo contra
obstáculos similares . Pero el del Canal Francés tenía en su contra
uno mayor que todos los apuntados : el largo plazo que se tomaba
la terminación del canal a nivel . Sin duda otra habría sido la suerte
de la empresa si Fernando de Lesseps hubiese prestado oídos, desde
un principio, a ingenieros y economistas de más conocimientos que
él que le aconsejaron hacer el canal por esclusas transitoriamente
y continuar paralelamente la excavación a nivel .
Contribuyó también al descrédito de la empresa el haber Fer-
nando de Lesseps, llevado por la desesperación y en la creencia
de que el,éxito final lo absolvería, recurrido a medios reprobables
para dar nuevas inyecciones económicas a la Compañía del Canal .
Cuando se hizo público que altos funcionarios del gobierno francés
y periódicos de gran prestigio habían recibido dinero de la Compa-
ñía Francesa del Canal, el descrédito de ésta quedó sellado defini-
tivamente .
Una comisión de once prominentes ingenieros, nombrada por
el Gobierno Francés para estudiar el estado en que se encontraba
la empresa y las posibilidades de continuarla con buen suceso, in-
formó en mayo de 1890 que para la terminación técnica de la obra,
se necesitaba una inversión de 580 .000 .000 de francos y que los gas-
tos adicionales harían subir esta suma a 900 .000 .000 . El proyecto
original a nivel habría de ser abandonado por uno nuevo de cuatro
juegos de esclusas . Ocho años más se llevaría, según el estimado de
la comisión, dar cabo a la gran zanja . Se pensó que la empresa fue-
ra llevada adelante por un sindicato de naciones . Mas se había per-
dido la fe .
Las repercusiones que el fracaso de la Compañía Francesa tuvo
en el Istmo fueron aterradoras . Cuando los bancos istmeños se ne-
garon a honrar los cheques de la Compañía, las obras del Canal se
detuvieron automáticamente . Cuentas y nóminas quedaron en el ai-
re. El comercio canceló sus créditos y estallaron huelgas en todos
los puntos donde se venía trabajando .
Los obreros traídos de fuera para la excavación, los que de-
bían ser repatriados por la Compañía, quedaron ociosos, caminando
por ciudades y pueblos en espera de que se les reintegrara a sus pa-

- 94 -
trías, La presencia de tantos hombres sin oficio ni beneficio pronto
se dejó sentir en el alza vertiginosa del indice de criminalidad . Los
asesinatos y los robos menudearon, La policía colombiana era insu-
ficiente para imponer el más elemental principio de orden .
El gobierno de Su Majestad Británica envió inmediatamente
barcos a la Bahía de Limón para repatriar a los súbditos antillanos
que habían quedado sin ocupación y a cinco dólares por cabeza re-
integró a sus hogares diez mil personas. Por su parte . Washington
estuvo presto con sus transportes de marina a devolver a su patria a
varios millares de ciudadanos norteamericanos que habían quedado
abandonados a orillas de la iniciada zanja transístmica.
Chile ofreció recibir en su seno a los canaleros que desearan
acogerle a su hospitalidad, La nación araucana abría sus puertas a
los que quisieran aprovechar las oportunidades de establecerse en
una tierra nueva y promisoria . Centenares de trabajadores de dis-
tintas actividades aceptaron el ofrecimiento chileno y fueron a es-
tablecerse en las estribaciones andinas,
El mundo todo se consternó ante el desastre . Panamá adquirió
triste celebridad y su nombre se hizo sinónimo de malversación y
ruina y así fue consignado en todos los diccionarios de las lenguas
occidentales,
"¡El Escándalo de Panamá!" fue la frase que por largos días se
apoderó de la prensa mundial . Fernando de Lesseps, el varón
fuerte que a los sesenta años constituyó hogar con una bella mu-
chacha oriental de veinte años de la que tuvo nueve hijos, el que
había ganado el nombre de "Gran Francés" por su éxito en el canal
que unió el Mediterráneo con el Mar Rojo, el ennoblecido por Na-
poleón III, el enamorado de la pompa, el hombre de fe contagiosa,
cayó anonadado bajo el golpe . Retiróse a su castillo de Chesnaye,
donde habría de pasar los seis años que le restaban de vida en silla
de rueda y semi-inconsciente .
Investigaciones del Congreso, duelos, quiebras, suicidios, des-
honras, encarcelamientos, fueron el epilogo de la empresa que unos
años antes iniciara el propio Fernando de Lesseps con la primera
palada simbólica, en medio de una multitud delirante de entusiasmo .
Un poco de comprensión y competencia por parte del gobierno
colombiano acaso habría salvado algo del naufragio y aun ayudado
a hacer surgir el Canal de las ruinas de la Compañía . En mayo de
1890, el ingeniero Wyse fue a Cartagena a ver a Rafael Núñez,
quien desde su retiro de El Cabrero manejaba a Colombia . Núñez
no pudo resistir su inclinación a aprovechar políticamente los he-
chos y publicó una serie de artículos para dar a sus conciudadanos
la seguridad de que el nuevo arreglo traería a Colombia otras mi-
llonadas de francos. Al subir hasta Bogotá Wyse, en julio del mis-

- 95 -
mo año, encontró al presidente Carlos Holguín muy receptivo, pero
en cambio halló al Congreso Colombiano dispuesto a arrancar a la
Compañía en bancarrota millonadas de francos por compensaciones
y otros conceptos, lo que cerró las puertas a toda negociación .
Los istmeños, que velan en el fracaso del Canal Francés su
certera ruina, hicieron gestiones ante Bogotá para salvar la empresa
mediante una prórroga de la concesión original . Tal prórroga fue
concedida por diez años . Una nueva Compañía debía constituirse pa-
ra reanudar los trabajos a más tardar el 28 de febrero de 1893 . Co-
lombia recibirla en compensación diez millones de francos en diez
partidas, cinco millones en acciones de la nueva empresa y cuaren-
ta mil francos mensuales para pagar los sueldos de los doscientos
cincuenta soldados que debían proteger la línea del canal . Del pago
efectivo, habrían de deducirse los dos millones y medio de francos
más los intereses, del empréstito que la Compañía del Canal había
hecho a Colombia en 1883 .
Un incidente profundamente humano dió un destello de noble-
za a aquel derrumbe que atrapó a personas y gobiernos y que aplas-
tó inexorablemente al promotor del Canal, el conde Fernando de
Lesseps .
El diario parisiense Le Gaulois dió acogida a un artículo en el
que se decía, al hablar del "Gran Francés", que era lástima que
hubiese vivido para presenciar su ruina y la' de su empresa y que
mejor habría sido para él haber muerto en los momentos culminan-
tes de su gloria . La esposa de Lesseps todavía llena de juventud Y
bríos, replicó en carta al director :
"He leído unas breves líneas relativas al conde de Lesseps en
su periódico, En ellas se dice que él vivió algunas semanas de más .
No he de protestar contra frase tan anticristiana, porque acaso el
autor no pensó un momento en la esposa y los hijos que profunda-
mente aman y reverencian al anciano cuya vida, por muy frágil que
sea, es más preciosa para ellos que cualquier otra cosa en el mun-
do . No es un crimen envejecer . Sería imposible encontrar otro hom-
bre que habiendo realizado lo que él realizó en Suez, se hubiera re-
tirado de allí con las manos limpias, sin provisión futura alguna
para su numerosa familia, un sacrificio de que mis hijos y yo nos
sentimos orgullosos" .
Así se expresaba la mujer que, a la postre, venía a ser con sus
hijos, la primera víctima de la improvidencia de Fernando de Lesseps
y enfermera de quien había llegado a lamentable estado de invali-
dez.
La ola de acontecimientos afectó, como tenía que ser, a Camile
Rostand y a las dos personas que tan caras eran a su corazón .

- 96 -
Capítulo

XXIII

EN BUSCA DE ORIENTACION

Camile Rostand no echó en saco roto el consejo de Bunau-Va-


rilla . Metódico en grado sumo, dividió en tres partes iguales los se-
senta mil francos que había logrado ahorrar en sus años de trabajo
para la Compañía Francesa del Canal . Depositó en un banco veinte
mil francos a nombre de María de los Angeles Vera, reservó para
si igual suma y el resto lo invirtió, con el consejo y diligencia del
mayor Bethancourt, de Gerardo Olivita y de Mateo Guardia, en tie-
rras cultivables y cultivadas de banano a orillas del Chagres . Las
tramitaciones de las escrituras de compra las diligenció con más
buena voluntad que propio medro, el joven Rodolfo Ayarza, bas-
tante versado en asuntos abogadiles .

Cuando se suspendieron los trabajos del Canal, a principios de


1890, Rostaud abandonó su campamento definitivamente y se fué
al lado de su amante y su hijo . Era él apenas uno de los catorce mil
hombres que quedaron sin ocupación, pues no fue incluido entre
los mil ochocientos que la empresa mantuvo con sus exhaustos re-
cursos para reducirlos al año, a ochocientos .

No sentía el joven ingeniero urgencias económicas, pero su in-


capacidad de someterse a la inacción lo torturaba . Podía, como le
aconsejaban sus amigos nativos, dedicarse al cultivo del banano en
las tierras que había adquirido a nombre de María de los Angeles,
mas no se sentía con ánimo para ello . Lo agobiaba de pena ver
cómo la herrumbre se comía el acero de las maquinarias abandona-
das frente a los tramos excavados .
Se entretuvo unos días jugando con Camilo, quien ya abría su
espíritu lleno de curiosidad al mundo exterior .
Buscaba Rostand una orientación a sus actividades . No deseaba
regresar a Francia, mas por otra parte no se resignaba a permane-
cer en el Istmo en espera de que se agotaran sus economías o de que
se recomenzaran los trabajos canaleros mediante la formación de
una nueva compañía . La posibilidad de que los norteamericanos se
encargaran de la obra parecía muy remota . De todos modos, los
gringos traerían sus propios ingenieros . Verdad era que el proyecto

- 97 -
de esclusas a que los estadounidenses se inclinaban habría de dar
valor a las tierras que él había comprado para María de los Angeles .
Pero ¿cómo esperar mano sobre mano que tal proyecto comenzara a
realizarse?
Hizo un viaje a Colón para entrevistarse con Bunau-Varilla,
quien se preparaba para marchar a Europa .
Encontró a su protector preocupado pero enérgico y dispuesto
a la acción .
-Yo no me doy por vencido -le dijo el veterano ingeniero .-
Voy a Europa dispuesto a hacer cuanto sea posible para salvar el
proyecto del Canal . Olvidaré, si es necesario, que soy francés y ac-
tuaré como europeo y aun como ciudadano del mundo . Veré a lo$
alemanes . Si ellos no me escuchan, visitaré al Zar Alejandro III .
-¿Ha cambiado usted acaso la opinión que me expresó en
nuestra pasada entrevista? -le preguntó Rostand:- Usted me dijo
entonces que la hazaña de comunicar los dos océanos por el Istmo
centroamericano estaba reservada a los Estados Unidos y hasta me
citó en su abono a Goethe .
-No se contradice tal opinión con lo que intento gestionar en
Europa - explicó con cierto aire de misterio el veterano .- Se tra-
ta de una audaz finta . Usted ha oído hablar de la Doctrina Monroe
¿verdad? Pues voy a ponerla a prueba . Cuando los Estados Unidos
vean la posibilidad de que Alemania o Rusia, dos potencias del todo
extrañas a este hemisferio, se inclinen a emprender la obra del Ca-
nal, se apresurarán a aplicar su doctrina : "América para los ameri-
canos" . A nosotros no nos la aplicaron porque nuestra compañía no
era el gobierno francés y ellos veían la posibilidad de adquirir en
cualquier momento suficientes acciones para dominarla . Pero otra
sería su reacción al vieran el peligro de que un estado autócrata
como Rusia o expansionista como Alemania, llevaría a cabo la haza-
ña canalera .
-¿Y qué beneficio derivaríamos nosotros los franceses de cual-
quiera de esas soluciones? - indagó Rostand .
-Todo depende de nuestra habilidad para negociar -explicó
Bunau Varilla .- Nuestra política debe ser conseguir sucesivas pró-
rrogas del gobierno colombiano . Cualquiera que sea la potencia que
asuma la continuación del Canal, y yo me siento inclinado a creer
que será la gran nación americana, nosotros debemos tener dere-
chos vigentes a largo plazo en la zona canalera que no puedan ser
pretermitidos . Salvaríamos siquiera una parte de lo mucho que el
pueblo francés ha gastado en la hasta ahora fracasada empresa .
-Pero se corre el riesgo de que los norteamericanos escojan
otra garganta centroamericana para cavar el Canal . La ruta por Ni-

- 98 -
caragua tiene entusiastas en ciertos políticos, industriales y periodis-
tas de los Estados Unidos - objetó Rostand .
-No haga usted caso de eso, mi buen Camile -aconsejó con
sonrisa despectiva su interlocutor .- El fracaso momentáneo de
nosotros ha demostrado plenamente que la ruta nicaragüense es
mucho más impracticable . Hasta la presencia de volcanes activos en
aquella región desaconseja la obra allí . Usted sabe que nuestra ma-
yor dificultad ha sido excavar . Pues bien, la tierra que habría que
remover en Nicaragua es muchas veces más de la que hay que
arrancar aquí. Quienquiera que asuma la empresa tendrá que seguir
nuestro proyecto con algunas variaciones,
-Me parece que está usted muy puesto en razón -aceptó
Rostand.- Mas no he venido yo a verlo únicamente para saber lo
que usted piensa sobre el futuro del Canal . Ruégole que me perdo-
ne por mi egoísmo, porque en realidad lo que deseo es su consejo
personal.
-En usted he estado pensando, mi buen Camile -dijo su ami-
go con simpatía .- ¿Ha contemplado usted la posibilidad de que-
darse en el istmo?
-Definitivamente, no -manifestó Rostand .- Yo seguí su con-
sejo e invertí buena parte de mis economías en tierras a orillas del
Chagres, pero no me siento con ánimo de dedicarme a la agricultu-
ra tropical . Soy ingeniero y amo mi profesión .
-Ya yo lo presumía -dijo Bunau-Varilla .- ¿Y en cuanto a
volver a Francia?
-No me tienta regresar a mi patria -manifestó con cierta tris-
teza el joven ingeniero .--, Me temo que allá seamos mal vistos los
hombres que hemos trabajado en el Canal . Acaso se nos considere
responsables de la ruina de tantos compatriotas .
-Está usted equivocado, amigo -afirmó el veterano .- Noso-
tros somos considerados como víctimas de las circunstancias . Ni si-
quiera la condena de Lesseps ha sido popular en nuestro pueblo, a
tal punto que no se ha cumplido su encarcelamiento .
-De todas maneras -manifestó Rostand- no quiero volver a
Francia . Yo tengo mis razones que usted no ignora . Si me guiara
por el corazón, me quedaría en Panamá . Tengo aquí una mujer y
un hijo que son todo para mí, Pero me horroriza la inacción y estoy
seguro de que les sería más útil a ellos probando fortuna en otra
parte.
-Pues entonces quédese en América -aconsejó Bunau-Varilla .
-Chile ha ofrecido trabajo a los ingenieros franceses que deseen ra-
dicarse allá . Diríjase al consulado chileno y allí le darán todas las
- 99 -
informaciones y facilidades para el viaje. Chile es un buen país . No
se suscitan allí las revoluciones que tanto convulsionan a otros paí-
ses hispano-americanos . Sus comunicaciones con Panamá son fre-
cuentes y regulares . Usted podrá mantenerse en contacto con su
amante y su hijo hasta que las cosas mejoren y usted vuelva, o hasta
que pueda llamarlos a su lado .
Se separaron los ingenieros galos tras este diálogo. Poco des-
pués de su conversación con Bunau-Varilla, Rostand había resuelto
irse al sur .
Tenía por delante la tarea más dura : comunicarle su proyecto
a María de los Angeles y lograr que se allanara a él sin mayores
angustias .
Capítulo
XXIV

DESOLACION

-María de los Angeles, tengo algo muy importante que decirte.


Así inició Camile Rostand el diálogo más embarazoso que ja-
más había sostenido cpn su amante Estaban solos en la salita alum-
brada por una lámpara de reflejo posada en una tablilla fija en la
pared . Eran las nueve de la noche . El niño y Martina hacía rato
dormían profundamente .
Sobresaltóse un tanto la chapina . Mucho le preocupaba el es-
tado de ánimo de Rostand . Parecía imbuido en profundas meditacio-
nes, hablaba sólo cuándo ella le dirigía la palabra y por lo general
con monosílabos .
-Te escucho, Camile -contestó ella .- Por grave que sea . lo
que te mantiene tan preocupado, ya te sentirás más aliviado cuando
me lo hayas dicho .
-María de los Angeles- dijo el ingeniero con suave entona-
ción- he resuelto marcharme.
Ella quedó silenciosa un largo rato, anonadada por las palabras
de su compañero . Al fin, preguntó:
-¿Piensas marcharte solo, sin mí y sin el niño?
-Sí, querida -afirmó él .- Es preciso que marche sin vosotros .
Voy en busca de trabajo y aunque tengo la seguridad de que lo he
de obtener, no puedo llevaros conmigo mientras no esté firmemen-
te establecido y pueda daros las comodidades indispensables .
-¿Regresas acaso a Francia? -inquirió élla.
-No, querida -replicó Rostand .- No regreso a Francia . Chi-
le ha abierto sus puertas a los ingenieros y trabajadores del Canal
que han quedado sin ocupación y yo he hecho ya las gestiones pa-
ra establecerme allá . Chile es un país estable, sin revoluciones, con
un gobierno progresista que intenta hacer grandes obras de ingenie-
ría . Yo estoy seguro de que allá, antes de un par de años, habré
ganado lo suficiente para adquirir una buena propiedad . Entonces
mandaré por tí y por el niño, si es que no vengo personalmente a
buscaros .
María de los Angeles comenzó a llorar . Las lágrimas se desli-
zaban copiosamente por sus mejillas, sin que de sus labios se es-
capara un solo gemido .
-Camile -dijo ella al fin- tú has dispuesto las cosas sin con-
sultarme, como dueño de tus propios destinos . Todo lo has planeado
como a tí te ha parecido, sin tener en cuenta lo que yo podría pen-
sar o sentir . Yo nada puedo reclamarte . Soy tu amante desde hace
ya cinco años y sé que no tengo derechos de esposa . Pero te he
querido y te quiero como a nauie en el mundo y juntos hemos traído
a la vida un hijo . Tú y él sois mis únicos afectos . ¿Has pensado
acaso que nosotros sin tí no tendremos amparo alguno?
-Mujer : -replicó Rostand .- Grande es sin duda tu dolor
cuando por primera vez en nuestros años de vida común aludes a
la ilegitimidad de nuestra unión . Tú sabes muy bien que si no te
he hecho mi esposa es porque legalmente no puedo, pero que siem-
pre te he tenido como a tal, Yo no te estoy proponiendo que nos
separemos para siempre. Se trata tan sólo de una ausencia tempo-
ral . ¿Qué haría yo en el mundo sin tí y sin nuestro hijo? Si voy a
Chile es en busca de estabilidad para teneros a mi lado .
-Pero es que tú no entiendes -sollozó María de los Ange-
les- que yo no puedo resignarme a estar por ningún tiempo sin tí .
Que si vivo en este pueblecito aislado y miserable es porque te
tengo cerca, Que cuando tú estás conmigo me siento amada, prote-
gida, cubierta de todo peligro y que cuando estás ausente me alien-
ta la seguridad de tu pronto regreso .
-Pues soporta mi ausencia en la seguridad de que volveré o
de que te llamaré a mi lado -arguyó él .- El tiempo corre rápida-
mente .
-Rápidamente cuando somos felices, Camile, pero lento Y
desesperante cuando lo que más queremos está lejos - objetó ella .
-Yo entiendo eso perfectamente -afirmó el francés- pero
la vida exige sacrificios que hay que aceptar con estoicismo . ¿Tú
crees que yo seré feliz lejos de tí y de nuestro hijo? Tú al menos
tendrás consuelo en tener a Camilo a tu lado, en sus mimos, en
verlo crecer. Yo viviré algún tiempo sin el halago de tu amor, sin
Las sonrisas de nuestro hijo, sufriendo mucho más que tú .
-Sí, Camile, -replicó ella Pero tú eres hombre y eres fuer-
te. Yo, mujer y débil, no sé cómo.-voy a resistir tu partida .
-Nada te hará falta, querida -afirmó Rostand, Todo lo he
arreglado en forma que no peligre un momento tu seguridad . En el

-102-
Banco dejo un depósito de veinte mil francos a tus órdenes . Esta
casa es tuya . De las tierras que adquirí para tí, hay buena parte en
producción . Nuestros amigos Olivita y Bethancourt se encargarán
de la venta del banano y te entregarán la ganancia . Si la vida en
este pueblo te resulta demasiado monótona, vete a Colón o a Pana-
má . Dinero tendrás suficiente para hacerlo .
-Mucho he admirado desde que estoy a tu lado, Camile -dijo
ella- la precisión con que trabaja tu cerebro. Eres un perfecto
calculador . Tú llamas a eso el buen sentido provinciano francés .
Hasta ahora he tenido tal sentido como una virtud . Pero acabo de
descubrir que tu cerebro se impone sobre tu corazón . Todo lo ra-
zonas, todo lo allanas con lógica . Pero hay cosas que no pueden
aceptarse lógicamente . ¿Tú te has detenido un momento a pensar
cuántos años tengo?
-Sé que cumpliste hace poco veinte y tres, Un bello prendedor
te regalé con tal motivo .
-Pues considera un momento lo que significa para una mujer
de veinte y tres años y ya madre -observó ella bañada en lágri-
mas- estar sola . Sé que mi amor por tí será un escudo contra toda
tentación, pero sé también que mi dignidad sufrirá cuando los
hombres, viéndome sin amparo de marido, intenten ganar mi cariño .
Yo no soy vanidosa ni tiempo he tenido para cultivar vanidades . Tú
has llenado toda mi vida . Pero tú me has dicho y repetido sin can-
sarte que soy hermosa . Dirás que aquí en Gatún nadie osará reque-
rirme . Pero no ocurrirla lo mismo si, siguiendo tu consejo, me voy
a Panamá o a Colón .
-Mucho te amo, María de los Angeles- dijo con voz trémula
Camile- y jamás se me ha pasado por la mente la posibilidad de
que tú dejes de amarme . Tengo plena fe en tí . Te conocí cuando
eras casi una niña y sé cómo te defendiste entonces de los que te
deseaban. Eres aún muy joven, mas hoy te defienden tu amor por
mí y por nuestro hijo .
-Sin embargo, Camile -replicó ella- sucumbí a tu amor .
Acepté irme contigo sin matrimonio ni más prenda que mi amor y
mi fé en tu bondad. Dios quiso que tú fueras bueno, pero bien pu-
diste no serlo . Tú fuiste una vez víctima de la infidelidad de una
mujer y te agradezco que tras esa experiencia tengas en mí con-
fianza suficiente para dejarme sola, expuesta a sucumbir hasta por
huir de la soledad .
Sonrió Camile ante el argumento de su amada .
-De buen recurso femenino haces uso, querido -afirmó .-
Quieres tocarme la fibra de los celos, tan sensible casi en todos
los seres humanos . Pero es inútil ; siempre tendré confianza en tí.

-103-
Tú eres la única persona en el mundo que puede engañarme, por-
que eres la única en quien tengo plena confianza y yo he aprendido
que sólo nos puede engañar aquel en quien creemos .
María de los Angeles sintió que no tenía nada más que argumen-
tar . Su dolor, manifestado hasta entonces tan sólo en lágrimas, es-
talló en fuertes sollozos. Su amante se le acercó, la tomó entre sus
brazos y comenzó a besar sus lágrimas con ternura .
Mi querida, mi adorada María de los Angeles -le dijo- no
llores, no te desesperes . Tú has enriquecido mi vida por cinco años .
Tú no eres ya la muchacha solitaria y esclavizada que yo conocí en
La Antigua . A mi lado te has hecho una mujer y me ufano de haber
hecho de tí lo que hoy eres . Sé fuerte. Ayúdame . Sí tú te desespe-
ras, ¿qué será de mí? Sé valiente, que la vida nos depara muchas
compensaciones .
Ella se dejó acariciar mansamente . Bajo los halagos de su
amante cesaron sus sollozos . Una calma lánguida se apoderó de ella,
Rostand, al verla apaciguada, la alzó en sus brazos y la llevó
a la alcoba.
Durmióse a poco la cuitada y su amante permaneció en vela
largas horas, pensando en el porvenir .
Capítulo
XXV

DESPEDIDA

-Es la primera vez que voy a Panamá - dijo María de los


Angeles interrumpiendo el silencio de los primeros minutos de via-
je en tren .
-Descuido de mi parte, por el que te ruego perdón -contestó
con tono cálido Rostand .- En verdad, no he sido yo muy frecuen-
tador de Panamá, a donde he ido pocas veces, en asuntos relaciona .
dos con mi trabajo . Mis ratos libres los he ddicado siempre a tí y
a nuestro hijo, sin duda porque eso es lo que me ha sido siempre
más placentero, Pero debí haber pensado que tú necesitabas dis-
tracciones. ¡Has vivido tanto tiempo metida en la reducida isla de
Gatún!
-Te juro, Camile, que mi observación no encierra reproche
alguno -afirmó ella.- Nada me ha hecho falta mientras te he
tenido a mi lado . Mas ahora miro con espanto mi próxima soledad .
Era una mañana de mediados de septiembre de 1989 . Camile
Rostand y María de los Angeles con su hijo hacían el viaje de Ga-
tún a Panamá, donde el francés tomaría el Lautaro, barco de la lí-
nea de servicios de pasajeros y carga entre Valparaíso y Panamá,
con altos en varios puertos de la costa pacífica suramericana .
Sin duda a los otros pasajeros que ese día viajaban en el tren
de la ciudad atlántica hacia la capital del istmo debió llamar la aten-
ción aquel grupo que bien podía tomarse por una de las familias
formadas por franceses y criollas que provocó la aventura del canal .
El, alto, de cabello castaño claro, bien cuidado bigote, rostro rasu-
rado y ojos azules, trajeado de viajero distinguido . Ella, esbelta, li-
geramente trigueña, de negra cabellera recogida sobre la nuca, to-
cada la cabeza con un sombrero lila del que pendía un tenue velo
que apenas sombreaba su bello rostro, Lila era también su traje de
amplia falda, esponjado busto, ceñido cuello alto y cintura estrecha-
da por el corsé . A diferencia de las mujeres de entonces que querían
pasar por de última moda, no llevaba polizón, ni guantes, ni mito-
nes. El ingeniero, como un moderno Pigrñaleón, había convertido a

-1 0 5-
la modesta muchacha de La Antigua en una elegante dama que bien
podía lucir en los más refinados salones de sociedad .
El niño, iba trajeado de marino francés . Rostand había tenido
el cuidado ue encargar a Francia ropa para su hijo y su amante .
El trío había ocupado un asiento de la fila derecha . María de
los Angeles tomó el puesto de la ventanilla y el niño iba acomodado
entre ella y Camile.
Rostand parecía magnetizado por el panorama que presentaba
el Chagres con sus aguas hinchadas y turbias por las recientes y
torrenciales lluvias, Una expresión sombría asomó a su rostro cuan-
do el tren pasó cerca de unas maquinarias que el clima tropical y
el abandono habían cubierto de herrumbre y que le parecieron co-
mo un epitafio sobre la tumba del proyecto francés .
Pocos minutos llevaba el tren de rodar, cuando un empleado
de la Compañía del Ferrocarril se acercó a Rostand y sus acompa-
ñantes para invitarlos con toda gentileza a que pasaran a un vagón
trasero. Aceptó el francés y con María de los Angeles y Camilo si-
guió al muy cortés invitante .
El vagón a que fueron llevados los tres viajeros ofrecía más
comodidades que los corrientes de primera . A través de las amplias
ventanas Rostand y los suyos podían contemplar el agreste panora-
ma ligeramente velado por una tenue lluvia .
Dialogaron el ingeniero y su amante con dos matrimonios pa-
nameños que se insinuaron haciendo caricias al niño, ponderando su
belleza y señalando los parecidos con sus padres .
Uno de los viajeros se mostró locuaz . Hizo una larga historia
de la hazaña de la construcción del ferrocarril transistmico y de la
diversidad de hombres que trabajaron en su realización . Antillanos,
europeos, chinos, hindúes y hasta africanos .
-Más de seiscientos negros liberianos fueron traídos por la
Compañía -informó el bien enterado panameño- sin duda en la
confianza de que podrían resistir el trabajo rudo y el clima ener-
vante del Istmo . Vestían largas túnicas sin ceñir, verdes unas,
azules otras y llevaban pañuelos multicolores a manera de turban-
te . Los esfuerzos que se hicieron para que usaran pantalones resul-
taron fallidos, Mas eran todos laboriosos, sobrios y pacíficos . No
pocos de ellos trajeron familias . Unos fueron repatriados al termi-
narse los trabajos y otros se quedaron y adaptaron a su nuevo am-
biente .

Cuando el tren se detenía en una estación el panameño daba


detalles del lugar y de la forma de vida que allí prevalecía . No era
muy optimista el informante vernáculo sobre las ventajas que los
pueblos de la Línea derivaran del Ferrocarril,

-106 -
Llegados a Panamá después de tres horas, el trío abandonó el
vagón y Rostand fue a buscar un coche que los llevara a un hotel
donde esperar hasta la tarde, cuando el ingeniero había de tomar
su barco hacia Valparaíso . Un gigantesco cochero jamaicano vino en
su ayuda y se encargó de llevar el baúl y la maleta del francés hasta
su coche tirado por un jamelgo y protegido contra la lluvia y el sol
por un descomunal paraguas rojo .
Contaba la capital istmeña en aquel entonces con una pobla-
ción fija de 25 .000 almas, en lo que superaba a Colón en sólo un
quinto . Atravesaba la ciuad cuando llegaron a ella los viajeros de
esta historia, por un estado de crisis económica y decaimiento mo-
ral como consecuencia del reciente fracaso de la empresa canalera .
Se extendía de sur a norte desde la pequeña península amurallada
donde comenzó, hasta el barrio de Calidonia, y de este a oeste, des-
de la orilla de la bahía hasta los entonces llamados cuarteles de
Bayain que había ocupado el hospital de la Compañía del Canal,
entre el Cerro Ancón y la boca del Río Grande .
No notaron los viajeros mucha animación en el trecho empe-
drado que recorrieron, de la estación al Hotel Central, pasando por
la plaza de Santana .
Luego de instalados en el Hotel, donde hicieron reservar una
habitación para que pernoctaran María de los Angeles y Camilo,
pues no había ese día tren que partiera hacia el Atlántico después
de embarcado Rostand, se dieron los tres a recorrer el viejo sector
de la ciudad hasta el Cuartel de Chiriquí, justamente al extremo .
Ya en la tarde fueron al embarcadero en compañía de un
hombre que en una carretilla llevó el equipaje . Allí un panguero
se encargó de él . El paquebote en que había de viajar el francés
estaba a buen trecho de la orilla y había que abordarlo en panga,
Llegó el momento de la separación . Rostand levantó a su hijo
hasta unir su cara a la de él lo besó con ternura y luego abrazó
estrechamente a María de los Angeles cuyo rostro estaba inundado
de lágrimas .
-Por Dios, mujer -dijo él .- Enjuga tu llanto . Sé valiente y
así me ayudarás a mí a serlo . Piensa que mi ausencia será breve y
que nos esperan muchos años de vida común .
Ella permaneció silenciosa . Al fin cambiaron el último beso y
Rostand saltó a la panga, la que se alejó al impulso de los remos .
María de los Angeles permaneció inmóvil, con el niño de la
mano y los ojos fijos en el esquife . Cuando éste alcanzó el barco la
figura de su amante parecía diluida en la lejanía .
Pocos minutos después el Lautaro rompió el silencio de la tarde
con sus prolongados gritos anunciadores de su partida, con gran
alarma para las bandadas de gaviotas y pelícanos .

-107-
Tomó María de los Angeles a su hijo en los brazos y emprendió
el camino de regreso al hotel, donde se encerró en el cuarto a llorar
desconsoladamente.
El niño la miraba en silencio, con sus ojos llenos de un asom-
bro que no podía expresar en palabras . Sin duda su costumbre de
ver ausentarse a su padre con frecuencia le hacía tomar su ida con
naturalidad .
-Mamá: &para dónde se fué papá?- preguntó a la cuitada .
-Esta vez se ha ido muy lejos, hijo mío - contestó ella se-
renando su lloro. Después, dijo para sí misma más que para Camilo :
-No sé cuándo regresará Camíle. Pero vuelva o no vuelva, pa-
se lo que pase, a ti nada te faltará .
Madre e hijo se dedicaron al descanso para levantarse tempra-
no a tomar el primer tren que habla de reintegrarlos a Gatún .
El viaje de regreso fue silencioso . María de los Angeles pen-
saba en el futuro . Una nueva vida comenzaba para ella y había que
afrontarla con coraje .
Capitulo
XXVI

MARTINA LA CASTELLANA

Para María de los Angeles, Martina, la negra que entró a su


servicio el mismo día de su instalación en Gatún, resultó un regalo
del cielo.
Martina era moza no mayor de veinte años cuando inició sus
servicios en casa de la guatemalteca . Como las más de las mujeres
de su raza y condición social, miraba con naturalidad las cosas del
amor y jamás presumió de doncella, aunque era muy recatada en
su conducta .
Hablaba el idioma pintoresco de los hijos de la llamada Costa
de Oro, cuya principal característica es el cambio de la d por la r
suave entre dos vocales o inicial . Así decía marera por madera,
Nombrererió por Nombre de Dios, carera por cadera, romingo por
domingo, y buenoria por buenos días .
Era oriunda de Santa Isabel, pueblo costeño, y se había arrai-
gado en Gatún desde niña, dada por sus padres, que eran muy pobres
Y prolíficos, a sus padrinos, el mayor Bethancourt y la señora Ru-
fina su esposa . Estos no tuvieron Inconveniente en cederla a María
de los Angeles .
Si alguien le preguntaba por su nombre, Martina contestaba
con mucha cortesía :
-Martina Góndola, pa servirle arió y a usté .
Si se le interrogaba por su origen, contestaba :
-Yo soy castellana.
En igual forma hubiera respondido cualquier negro de arraigo
costeño, Ser castellano era y sigue siendo para los camíticos de la
Costa, timbre de orgullo y diferenciación de los de su misma raza
descendientes de antillanos de habla inglesa .
En casa de sus padrinos había aprendido Martina a leer y a
escribir rudimentariamente . Pero sus pocas letras estaban compen .
sadas por un gran conocimiento de las cosas del campo .

-109-
Ella sabía a ciencia cierta que al niño Camilo no se le debía
sacar a la calle antes de los cuatro años sin un ají pico-e-pájaro
fijo en la camisita para preservarlo del ojeo, porque en Gatún había
algunas personas con el ojo muy fuerte que podían dañar a la cria-
tura sin quererlo .
Vez hubo en que a casa de María de los Angeles llegó una se-
ñora que tenía fama de ojeadora . El niño no estaba protegido por el
ají cuando ella lo v16, lo que llevó a Martina, para conjurar el mal,
a exigirle a la visitante que le diera un pellizco al párvulo en una
nalguita hasta hacerlo llorar, pues sólo así podía conjurarse el pe-
ligro de que quedara ojiao.
También sabía ella que Camilo mientras fuera niño no debía
jamás ir solo al "monte" . El Río Chagres ocultaba entre los árboles
y matas de sus orillas a los diabólicos duendes, por lo general ino-
fensivos para 105 niños negros pero que no podían ver un blanquito
sin querer llevárselo. Y si alguien le preguntaba si alguna vez ella
había visto duendes, contestaba :
-Pues sí los he visto, perore lejos cuando taba chiquita . Co-
mo yo soy negra, ellos no querían nara conmigo, pero toro er mundo
sabe que son maritísimos y que una vej se llevaron a un niño
blanco hijo de unos españoles que tuvieron por aquí un tiempo Y
querespués que loruendes les robaron la criatura que apareció
respué con el pescuicito enrerao entre unos bejucos, se fueron re
por aquí. Niño blanco no reberir onde haigaruendes .
También sabia Martina con precisión dónde y a qué horas sa-
lían los fantasmas del lugar, Distinguía la tuli-vieja de la viejera-
monte y el silbido de una bruja voladora de una de tierra .

Sabia Martina que cuando cantaba la pavita-e tierra alguien


acababa de morir en el pueblo y que el graznido de la lechuza anun-
ciaba enfermedad grave para alguien de la casa sobre la que ella
grazné.
Atestiguaba que el padre Rogelio recorría todas las noches al
filo de las ocho, el camino del lugar donde cayó, hasta la iglesia, e n*
la que penetraba sin duda para rezar, pues el que tuviera coraje
para seguirlo podía escuchar desde la puerta los murmullos .
Yo no soy gatunera -
pueblo ta marditorerió, no vesolía decir- y me alegro porque este
que aquí mataron al pae liogelio Y
lugar onde matan a un cura tá perdio .
Era conocedora del origen de toda la gente de Gatún . De una
familia apellidada Morales explicaba :
-Aquí vino hace tiempo un negro de Santiagore Cuba parece
que fugaore allá porque allá tenían toavía esclavitú, Se ñamaba Ca-
yetano . Se ajuntó con una mujer de Viento Frío y tuvieron sus hijos .
El primero, que es ese negro simpático y fino que compra guineos
pa los blancos de Colón, lo nombraron Luca . Resre chiquillo era muy
político y cá vez que pasaba relanterer cura, se quitaba el sombre-
rito y raba los buenorlas . Y si se topaba con gente con familia,
respuérerecir buenorla preguntaba : ¿Y la familita? A lo que el
curarijo : Este muchachito tiene morales, Y con el tiempo el mucha-
chito y toala familia, como el negro Cayetano no les trajo apellirore
Cuba, rispusieron ponerse Morales .
Los Morales no hacían caso de aquella versión y Lucas, cuando
le hablaban de eso, soltaba la carcajada y explicaba :
-Esas fueron cosas rer pae Rogerio, que era muy trujano .
En casa de María de los Angeles la negra Martina llegó a ha-
cerse imprescindible. Ella se encargaba de comprar las cosas para
la comida y disponer, Era de una honradez nítida . Se daba por bien
pagada con los seis pesos que recibía mensualmente . Si sus patrones
no se los hubieran podido pagar, le habría dado igual . Se sentía
dueña de la casa donde ejercía evidentemente el matriarcado . La
servidumbre negra difiere de la india o de la de cualquier otra raza
en la rapidez y el desembarazo con que asume el mando en todo lo
relativo al manejo de la casa y el trato de los niños .
La presencia de Camile Rostand jamás arredró en un ápice a
Martina . La sola diferencia estribaba en que mientras allí estuvo
el patrón ella jamás entró al dormitorio sin que fuera llamada por
la niña, como decía ella a María de los Angeles .
Era Martina pulcra en extremo . Siempre tenla a la entraba ae
la casa un balde con agua y jamás entraba a ella sin lavarse los
pies descalzos que continuamente se le enlodaban en la fangosa
calle gatunera . Vestía ropa de tela de algodón barata y se sentía fe-
liz cuando ostentaba alguna remonta que le regalaba la niña y que
le venía bastante bien, pues la sirvienta era casi tan alta como su
patrona y apenas más gruesa .
Cuando salía vestida con traje cedido por su ama, no faltaban
las burlas de los gatuneros :
-Arfó roña Mariare los Angeles- le gritaba con sorna Deme-
trio Macre, un pescador muy suelto de lengua .- Como me la vea
el francés tan quemárel só, no le va a gustá.
-Aunque la mona se vistare sera, mona siempre se quera- le
soltaba un muchacho de nombre Toribio, a quien apodaban Mono-
con-pulgas.
-Gatunero mata-cura, -contestaba ella a cada uno de los
que trababan de hacer burla de sus trajes .- En vez de tar mores-
tando a la genterebién, máj les valría rezar pa querió les
perdone la sangre rel pae Rogerio, que algún ría se las va a cobró .
Yo por suerte soire Santa Isabel, onde la virare un cura siempre ha
sío sagrá y antere que este puelo se junda, yo me voy con la niña
María y el niño Camilo pa otra parte que no té mardita .
-Deslenguá y atrevía -le replicaba Toribio- pero te perdono
porque tas muy buena y argún ría me has de pagar en trabajo
personá.
Martina, que nunca dejó de sentir el halago de una alusión a
su femineidad, contestaba con una estruendosa carcajada que llena.
ba toda la isla .
-Trabajo personárebieras jacer tú, que erej er haragán rer
pueblo -replicaba ella, Trabaja y gana pa que entonce tengáre-
recho a solicitá mujé .
Y con estas palabras y moviendo voluptuosamente las caderas
firmes y anchas, Martina seguía su camino sin pagar más atención
a las frases que le soltaban los gatuneros a su paso .
Su adoración por Camilo era lo más manifiesto en ella . No lo
habría querido tanto de haberlo gestado en sus entrañas . Atenta al
menor síntoma de enfermedad o mal, pendiente siempre de su me-
nores gestos, no tenía sosiego ni reposo mientras el niño no estu-
viera en su concepto plenamente seguro . Lo cuidaba del sol porque
daba tabardillo y de la lluvia porque resfriaba .
Camilo, como todo niño, enfermó de los males corrientes en el
clima en que crecía, aunque era sano y robusto . Martina se sentía
profundamente halagada por el amor con que el párvulo reciproca-
ba su afecto, porque en verdad el hijo de María de los Angeles de-
mostraba por su niñera tanto apego y devoción como por su misma
madre .
Capítulo
XXVII

UN NIÑO CRECE A ORILLAS DEL CHAGRES

Muy de tarde en tarde llegaban a María de los Angeles cartas


de Camile Rostand que ella leía y releía hasta aprenderlas de me .
moria y contestaba inmediatamente, Su amante se mostraba confia-
do en el futuro, aunque no concretaba sus proyectos . Lo seguro era
que el gobierno chileno lo tenia a sueldo y que lo había mandado
a inspeccionar unos trabajos de represa que se estaban haciendo en
el sur. Así decían sus primeras cartas, que llegaron a manos de su
destinataria con intervalos de cuatro meses . Estaban fechadas estas
epístolas en Santiago . Después llegaron otras con más retardo, de
puntos distintos de Chile, con nombres desconocidos hasta entonces
para la destinataria .
Nada fijo decía Camile de su regreso, aunque en todas sus car-
tas afirmaba que sería pronto . María de los Angeles, por su parte,
lo urgía a volver, Ella lo necesitaba, aunque económicamente las co-
sas iban bien, y más que ella, requería su presencia su hijo, que
crecía voluntarioso en aquel medio nada apropiado para la forma-
ción de un niño .
Muchas cosas de su hijo preocupaban profundamente a la ma-
dre . Era respetuoso y tierno con ella, pero a medida que crecía
se escapaba de la órbita de su vigilancia para buscar la compañía
de los muchachos de su edad y mayores de quienes aprendió todas
las habilidades propias del ambiente gatunero . A los ocho años,
sabía nadar y manejar canalete con sorprendente habilidad . Se
inició en la práctica de la pesca y no era raro que regresara a casa
al medio día, después de cuatro o cinco horas de ausencia, llevando
ensartados en un gancho de madera dos o tres robalos .
Sabía que estos peces eran sobrados de mañas y que para que
mordieran el anzuelo había que tiznar con carbón la cuerda, Loren-
cito, un muchacho de color, tres años mayor que él, lo adiestró en
el uso del arpón . Con mano firme y ojo penetrante ensartaba desde
el borde del cayuco a los peces resbaladizos que levantaba al aire con
gritos de emoción y alegría .
-Un día de éstos te vas ahogar -le decía María de los Angeles
cuando lo vela llegar chorreando agua y con el botín de la pesca
colgante de la mano derecha . -¿Qué cuenta le voy a dar a tu pa-
dre? ¿Qué sería de mí, hijo mío, si llegara a perderte?
-Mamá, pero si yo sé narar -contestaba él. -Toros los mucha-
chos de aquí pescan y se bañan en el río sin que nara res pase .
Y aquí era donde la chapina se exaltaba :
-Mira, Camilo, por Dios -le decía . -¿Por qué hablas como
Martina y la gente sin cultura? Narar, nara . . . ¿Cuándo me has
oído tú decir así? Ahora sí que me lucí yo con mi hijo blanco con
vocabulario de costeño .
Camilo no parecía preocuparse mucho por esas reprimendas .
Quien sí mostraba con murmullos su disgusto era Martina .
-Reje a mi niño que hable como la gente probe, que ya él ten-
drá ocasión re mejorá en las escuelas re Colón y Panamá .

Un día Camilo salió de casa muy temprano sin avisar a su madre .


No regresó al medio día, contra su costumbre Ya era bien entrada
la tarde y aún el rapaz no aparecía.
La angustia de María de los Angeles rayaba en la desesperación .
Ninguno de los muchachos que habitualmente andaban con él se
había ausentado esa mañana de Gatún ni podía dar cuenta del pa-
radero de Camilo .
No era menor la preocupación de Martina . No hubo casa del
poblado donde no tocara ni persona a quien no preguntara por el
niño perdido . Supersticiosa, no calló la posibilidad de que Camilo
hubiera sido raptado por los duendes y se lamentaba a lágrima viva
de que la madrina, una de las Salazar amiga de María de los Ánge-
les, se encontrara en Colón porque bien sabía ella, Martina, que sólo
la mujer que ha sacado de pila a una criatura tiene facultad para res-
catarla de los rubios diablillos .
Ni ama ni criada tenían sosiego para esperar en casa el ya du-
doso regreso del perdido, ni atinaban a hacer cosa alguna .
Ya caían las sombras de la noche cuando divisaron con miradas
alongadas por el ansia un cayuco que se deslizaba por las aguas del
Chagres al doble impulso de la corriente y de un canalete .
-¡Camilo! ¡Camilo! -gritó María de los Angeles esperanzada .
-Aquí lo traigo, sano y salvo -contestó una voz varonil .
El tupido grupo que se había acercado a la orilla donde se en-
caminaba el cayuco reconoció en el que acababa de decir las palabras
tranquilizadoras a Juan Reyes Herrera, conocido familiarmente por

-U.4-
Juan Chía, el cantor y decimero del lugar, muy apreciado además por
ser el más diestro cortador de bananos de todo el Chagres.
Juan Chía remó hasta alcanzar la orilla, saltó a tierra y empujó
el cayuco hasta sacarlo más de la mitad del agua .
Camilo abandonó de un salto el rústico bote para caer en brazos
de su madre que sollozaba de alegría y anhelo .
-¡Ay, hijo mío!- le dijo con voz ahogada por el lloro .- ¿Por
dónde andabas? ¿Cómo has podido darme semejante sufrimiento?
-Me fui con el pae Cuevas, mamá- contestó él . --¿Tú no re-
cuerdas al pae Cuevas? Reza mucho y es muy rivertiro, Me llevó
lejos y me mostró unos lagartones que hay allá arriba .
María de los Angeles oyó muy alarmada aquella información .
En Gatún todo el mundo sabía quién era el padre Cuevas. Un hom-
bre todavía joven que había servido de acólito al padre Rogelio María
Rufz, de quien aprendió de memoria todo el latín de la misa . Cuan-
do su amo fue asesinado, perdió el juicio y abandonó Gatún para
establecerse en Bohío, de donde era oriundo . Unos le llamaban "el
Loco de Bohío", otros le decían "el Padre Cuevas" . De vez en cuan-
do, se presentaba a la isla, donde era muy mal visto por su propen-
sión a insultar a los hijos del lugar.
-¡Gatuneros mata-curas! --griábales con voz de predicador .-
Ustedes asesinaron al padre Rogelio y Dios los ha de castigar . Algún
día he de ver esta isla tragada por el Chagres, ¡Malditos sean us-
tedes y sus descendientes hasta la quinta generación!
Las palabras del loco sobrecogían de temor a los supersticiosos.
Bien sabían ellos que el padre Rogelio no fue asesinado por gatunero
alguno, que ellos todos eran ajenos a aquel crimen, peto lo cierto era
que el destino había escogido aquella comunidad de gente buena
para que en ella muriera a tiros un ministro del Señor .
No faltaban hombres de juicio y madurez que se rieran de las
maldiciones y condenas del loco . Juan Chía era uno de ellos. Cuando
el "Loco de Bohío" demoraba en el pueblo, Chía lo invitaba a la can-
tina, sabedor de las proclividades dipsómanas del Jeremías vernáculo .
-Venga, Pae Cuevas -le decía insinuante . -Tómese un buen
seco con nosotros y riganos una misa .
El loco no esperaba que le repitieran la invitación . Se acercaba
al rústico mostrador de la cantina y una vez con un vaso suavo lle-
no de seco por delante, comenzaba a desgranar su latín, diciendo al-
ternativamente lo que correspondía al sacerdote oficiarte y al sacris-
tán . Para cada caso, cambiaba la entonación de la voz .
Los concurrentes miraban entre burlones e intrigados la figura
del profano oficiante, Era de baja estatura, seco de carnes, pálido
de rostro, frente alongada hacia una prematura calvicie, labios finos
y ojos saltones . Vestía pantalón de diablo-fuerte y camisa de tela
basta y cruda . Iba calzado de alpargatas y sólo se deshacía de su
viejo sombrero de castor de alta copa para "oficiar" .
El generoso vaso de seco que le mandaba servir Juan Chía era
agotado a poco de comenzada la "misa" y no faltaba nunca quien se
lo hiciera repetir.
Algunos testigos improbaban aquella profanación . ¡No había
que jugar con las cosas de Dios! No estaba bien que pusieran a aquel
loco irresponsable a mofarse de la sagrada misa, en la que se repite
en forma incruenta el sublime sacrificio que hizo posible la Repara-
ción Humana .
Pero otros, menos aprensivos, decían :
-Déjalo hacer, que no está en lugar sagrado ni un vaso de
cantina es cáliz de consagrar .
Terminada la contrahecha ceremonia religiosa, el "Padre Cue-
vas", de muy poca resistencia al alcohol, daba muestras inequívocas
de avanzada embriaguez. Los ojos se le llenaban de lágrimas Y
los labios de lamentos por la muerte del Padre Rogelio, y de impre-
caciones contra Gatún y los gatuneros .
-Bueno, bueno : ya se va largando ustéreaquí, pae loco, que
bastante aguardiente se ha jartao- le decía Juan Chía .
-Sí, me voy, me voy- contestaba el largado- y que esta misa
sacrílega que les he dicho sirva para acabar de hundir a Gatún con
toda su gente .
Entonces tomaba su cayuco y se perdía en la noche hacia puntos
desconocidos.
En sus visitas a Gatún el "Padre Cuevas" había amistado con
Martina, quien sentía simpatía por él sin duda por su prurito de mal-
decir a los gatuneros, en lo cual ella no era muy avara . Por Martina
conoció el loco a María de los Angeles y ganó la confianza de Camilo,
a quien halagaba trayéndole frutas de todas las que se producían a
orillas del Chagres . Nunca faltaba un plato bien repleto de comida
para el loco cuando éste llegaba a casa de la chapina .
Estuvo, pues, dentro del orden natural de las cosas que en la
mañana de aquel día, cuando Camilo encontró al padre Cuevas a
orillas del río, dormido aún el pueblo, el niño aceptara la invita-
ción que le hizo el orate para ir a ver unos grandes caimanes que
pereceaban en un recodo del Chagres .
-Yo encontré al niño -explicó Juan Chía- muy entreteniro
con el Loco. Taba lo más tranquilo, lerigo . Yo me supuse que usté
no sabia nararel pararerorer muchacho, así fue que con mucha maña
lerije ar Pae Cuevas que lo mejor era que el niño se viniera con-
migo, que ya venía pa Gatún y que sin rura usté tarta muy priocupá .
A lo que ér convino y entonce eché canalete que eso fue un gusto,
no ve que quería llegar antes ré que nos atropellera la noche y aquí
tamo .
-Dios se lo pague, Juan Chía, y venga a la casa con nosotros
para que se tome un buen plato de sopa y una taza de café- dijo
obligada María de los Angeles . Y luego, volviéndose a su hijo, le
preguntó :
-¿Y tú qué has comido, criatura de Dios?
-El Pae Cuevas asó unos plátanos maruros que encontró en la
casita de Sotero y noj lo comimo- respondió el niño con toda natu-
ralidad.
—Pues esto no va a pasar más -replicó la madre, -Tengo que
buscar manera de sujetarte . Bastante desgracia es que tu padre esté
lejos. ¡Ay, hijo de mi alma! Si tú me llegaras a faltar! . . . - y la
voz de María de los Angeles se quebró en un sollozo .
Capítulo
XXVIII

PRECEPTOR PARA CAMILO.

-Buenoría, pae Manué .


-Buenos días Martina. ¿Qué te trae tan temprano a la casa
cural? ¿Es que quieres confesarte y pedir perdón por todas las ma-
licias que les sueltas a los gatuneros?
La Castellana se encontraba en presencia del padre Manuel
Villanueva, español, recién encargado de la parroquia de Gatún, la
que habla estado vacante desde la muerte del padre Ruiz .
Pasaba apenas el sacerdote de los cuarenta años . Era de me-
diana estatura, magro de carnes, cabello castaño oscuro con calva
incipiente, rostro blanco sombreado por tupida barba rasurada, de
ingeniosa locuacidad y de buen natural .
-No, pae Manué -contestó Martina-- no vengo a confesarme .
Eso lorejo pa la fiesta de nuestra patrona Santa Rita, que toravia
ta lejo, no ve que es er veintiróre mayo .
-Buena la haces, muchacha -replicó el cura .- Dejas la con-
fesión para las fiestas, cuando viene gente de todos los puntos de
La Línea a bailar, a beer y a holgar . Ya sé que eres una gran bai-
ladora,
-Se hace lo que se puere, pae -contestó Martina . -Y yo no
sé qu e haiga mandamiento queriga: "No bailá" .
-No, Martina, no lo hay -convino el cura- pero tú sabes muy
bien que tras el baile vienen otras cosas que sí están prohibidas por
la Iglesia . Pero no vamos ahora a discutir mandamientos . Dime
qué te trae aquí .
Pae, re voy areci qué me trae- insinuó La Castellana .- Es
Por er niño Camilo . La niña Maríare los Angeles viene muy preocupó
con la criatura. Le gusta mucho vagabunriá . Ayer se peno too er
ría y era que taba allá arribarer río que se lo llevó dizque a pasiá
er mentao Locore Bohío . listé hubiera visto, pae, cómo taba de
mortificá la niña .
-¿Y qué crees tú, Martina, que puedo hacer yo para remediar
las angustias de tu patrona?- preguntó el cura .
-Réjeme usté acabá rerecisle, pae Manué- continuó La Cas-
tellana con un ligero tono de impaciencia .-Er muchacho ya va pa
los nueve años y apenas ha aprendío a leé malamente y re escribí,
ni la jota . Ná sabe re suma nireresta y si reza es porque la Niña
no loreja acostó sin que antes haigaricho con ella siquiera una salve .
Ta bien que los negros nos quédemo irnorante, pero el niño Camilo
es re sangre fina y tiene que aprenré . Y lo que yo vengo arecile,
pae Manué, es que usté se haga caggo de enseñarle a mi patroncito
argo de lo que esté sabe, que la Niña se lo pagará respuére Rió .
-¿Y tu patrona te ha mandado a que me propongas que me
haga maestro del niño?-- preguntó el cura .
-No, pae- contestó ella con viveza . -Si la Niña hubiera pen-
sao en eso, habría venío ella misma a jablá con esté . Ella ni si-
quiera sabere estareligencia, que es toa iréare esta pobre negra que
ta muy priocupá por er niño y quiere verlo en buenas manos . Y si
lerigo que ella le pagará, respuére Rió, es pocque yo sé que una ve]
que yo haiga apalabriaa esto con usté, ella no merejará mal, cuantimá
si se tratare la suerterer niño.
-Yo no he venido aquí de maestro de escuela -contestó el pa-
dre Villa nueva- pero tampoco he venido a no enseñar . Varias veces
me he sentido tentado a recibir muchachos para iniciarlos en el co-
nocimiento de las cosas humanas y divinas y he sentido dolor de que
los niños gatuneros no tengan otra escuela que la de la señora Her-
menegilda, donde malamente aprenden el alfabeto y un poco de de-
letreo . Quizás Camilo sea un buen comienzo para atraer a otros,
porque la verdad es que basta ahora no he encontrado mucha volun-
tad en los padres de familia para que yo les instruya a sus hijos .
-Es porque usté no se ha empeñao, pae- dijo audazmente La
Castellana.,. -Usted verá cómo con er niño Camilo va a resurtá la
cosa .
-Pues dile a tu patrona que venga a hablar conmigo y que
traiga al niño a ver qué puedo hacer por él- ordenó el cura .
-Bueno, pae, muchas gracias y hasta luego-, cortó Martina
mientras volvía las espaldas para dirigirse a casa de su patrona con-
toneando por media calle sus caderas de ánfora de ébano .
Martina dio cumplida cuenta de su gestión a María de los Án-
geles, la que, acostumbrada a las iniciativas de su sirvienta, no le hizo
el menor reproche y antes se mostró agradecida y satisfecha .
El trato de la chapina con el sacerdote había sido siempre cor-
tés, pero superficial . Levantada en la fe católica y conocedora de
que la Iglesia improbaba la unión de una pareja fuera del matrimo-

-120-
nio, reprimió sus impulsos de confesarse, ya que sabía que no logra-
ría la absolución si no renunciaba a su amor por Camile Rostand .
Además, no podía, sin ser insincera, confesar que estaba arrepentida
del amor que llevaba arraigado profundamente en su alma y la com-
pensaba de vivir en tierra extraña sin más familia que su amante y
su hijo.
Iba a misa María de los Angeles . Para ello no se sentía cohibida
por su calidad de amante del francés, ya que varias mujeres gatu-
neras vivían en amancebamiento y no por ello se alejaban del tem-
plo . Más de una vez quiso hablar con el padre Villanueva, no para
confesarse y conseguir la absolución de su único y vital pecado, sino
para encontrar comprensión y simpatía en un ministro del Señor
suficientemente humano para entender que de no haberse unido al
francés, ella habría estado expuesta a mayores peligros .
Ahora, ante la perspectiva de entregar su hijo a los cuidados de
un sacerdote virtuoso e instruido, sentía que su pecado era menos
pecado y que a través del fruto de su vientre retornaba a los caminos
de su Dios y de su fé .
Vistióse María de los Angeles con las ropas que consideró más
sencillas y adecuadas para visitar a un sacerdote, arregló con su me-
jor traje a Camilo y, con éste de la mano, se encaminó a la muy sobria
casita que servía de alojamiento al padre Villanueva, quien recibió
a madre e hijo con gentileza inspiradora de confianza . Pareció el
cura más interesado en dialogar con el niño que con la madre y no
pudo menos que reír cuando en las palabras de Camilo la d era sus-
tituida por la r suave .
-Padre, por lo que más quiera- dijo María de los Angeles
haciendo un gran esfuerzo por no contagiarse de la risa del cura-
corríjamele a Camilo la manera de hablar que ha aprendido de la
gente de aquí . Sólo con que usted logre ésto, yo me daré por sa-
tisfecha . No sabe usted cuánto me vengo esforzando por hacer que
Camilo hable siquiera como yo . Pero el muchacho parece más incli-
nado a seguir los modos de Martina y de la gente que trata fuera
de casa,
-No se preocupe, señora -tranquilizó el cura- que ya su hijo
aprenderá a hablar debidamente . Ojalá fuera su habla incorrecta
la más arraigada de sus malas mañas .
-Padre -dijo María de los Angeles- ¿cuántas horas va a
dedicar a mi hijo y cuánto me va a cobrar? Yo no soy rica, pero
no ha de faltarme para pagarle .
-Ya hablaremos de eso después, señora -replicó el cura con
despreocupación. -Lo que interesa es que el pifio venga aquí todos
los días, salvo los sábados y domingos, a las ocho de la mañana . Irá
a su casa a las once para regresar a las dos . Quedará libre a las cuatro .
Después, si muestra disposición por las cosas de la Iglesia, acaso me
sirva de monaguillo . No te asustes, hijito- dijo el sacerdote di-
rigiéndose a Camilo . -Ya verás lo mucho que te vas a divertir apren-
diendo. Vamos a ser muy buenos amigos tú y yo ¿verdad? .
El niño asintió con un gesto. Interiormente, no le resultaba
satisfactorio el horario que se le habla fijado, pero se consoló al con- sideraqul bnvarisholbenatrd,oelsá-

bado y lo que la misa dejaba del domingo . El sacerdote ganó su


simpatía, aunque su encogimiento de niño le vedó evidenciarlo cla-
ramente.
Madre e hijo abandonaron la casa cural, previo convenio de
que el niño comenzaría sus clases el día siguiente, jueves .
No era el padre Villanueva varón de muchas pedagogías, pero
la limitación de métodos educativos estaba en él ampliamente com-
pensada por su clarísima inteligencia y por su sólida cultura huma-
nística . Pronto Camilo mejoró sus conocimientos de las letras Y
aprendió las cuatro operaciones . Otros muchachos gatuneros entra-
ron también a la improvisada escuela del padre Manuel, quien, para
asombro de los viejos, jamás usó palmeta ni instrumento alguno de
castigo físico,
Creía el buen cura, y la práctica confirmó su acierto, que le era
más fácil conseguir disciplina por el consejo y la confesión que por
amenazas, palabras fuertes y golpes .
Un raro fenómeno se operó en el habla de Camilo . Aprendió
a dirigirse a su madre y a su preceptor en el lenguaje usual en ellos,
mas cuando dialogaba con Martina, sus amigos y la gente del pueblo
no letrada, usaba sus mismas deformaciones idiomáticas .
Pronto arraigó en el niño un amor de hijo por el buen sacerdote,
de cuyos labios jamás salió una frase que no fuera amable, aun cuan-
do se tratara de reprenderlo por travesuras a las que era muy Pro -
penso en incurrir Camilo .
La madre no cesaba de dar gracias a Dios y a La Castellana Por
haber encontrado para su hijo la solución feliz de la rectoría del
Padre Villanueva .
Capítulo
XXIX

SANTA RITA

El 22 de mayo, día de Santa Rita, era fiesta grande para los


gatuneros . Las celebraciones comenzaban desde el 19 y se pro-
longaban hasta el 24 y aun el 25 si éste caía en domingo .
El pueblecito se llenaba de peregrinos de todos los puntos de
La Línea, de Colón y de la Costa, atraídos por una equilibrada mez-
cla de religiosidad y deseos de diversiones profanas . Las funciones
devotas consistían en novenas, misas y una procesión el 22 en la
noche . Las profanas eran las acostumbradas en las comunidades
istmeñas de tradición : riñas de gallos, juego de bolos, cucañas y
baile . A falta de orquesta, el acordeón de Vicente Bracho derramaba
sus angustiadas notas en el patio del chino José María . Era Bracho
todo un virtuoso de su instrumento y no había contra-danza, danzón,
mazurka o polka que él no captara en el laberíntico teclado de su
acordeón alemán, regalo de su patrón Stilson, el comerciante inglés
radicado en Colón para quien él compraba bananos a los cultivadores
del Chagres.
Aquel año de 1895 los gatuneros se propusieron echar la casa
por la ventana . El padre Villanueva, liberal y comprensivo, sabía
que las fiestas patronales, además de su finalidad religiosa, tenían
la de promover el intercambio personal y comercial entre las gentes
de las distintas comunidades de una región y que era una necesidad
gregaria dedicar algunos días del año a sacudir el aburrimiento de
las largas jornadas ordinarias .
Se hablaba de que los liberales preparaban una revolución que
debía estallar de un momento a otro . El régimen establecido por
Rafael Núñez con el respaldo de los conservadores convirtió a los
antiguos conmilitones del sombrío gobernante en poco menos que
parias, La Regeneración, nombre con el que cubrió el desertor del
Liberalismo su gobierno de concomitancia conservadora, apenas per-
mitió durante su vigencia dos representantes "rojos" al Congreso, en
dos períodos distintos, También eran obstaculizados los liberales
para llevar voceros suyos a las asambleas de los departamentos .
Los gatuneros esperaban que la insurgencia liberal iba a emer-
ger de un momento a otro y de ahí su deseo de celebrar con pompa

-123-
máxima su fiesta patronal, temerosos de que no tuvieran oportunidad
para hacerlo en los años sucesivos .
Ya se había producido un brote revolucionario en la provincia de
Bocas del Toro, donde en la madrugada del 2 de marzo Francisco
Pereira Castro y el mejicano Catalino Erasmo Garza, al frente de
treinta hombres, se tomaron la policía para ser derrotados luego por
el capitán Alejandro Ortiz, quien los atacó con cincuenta soldados .
Pereira Castro y su compañero azteca pagaron con la vida su insur-
gencia.
Pero Bocas del Toro estaba muy lejos y la gente de Gatún y
de La Línea miraba los acontecimientos que allí se desarrollaron
con rapaz de relámpago, como acaecidos al otro lado de la tierra .
Liberales y conservadores de todas las edades y sexos comen-
zaron a invadir la pequeña isla del Río Chagres donde se sentaba
Gatún, desde el 19 de mayo . Había que madrugar para encontrar
acomodo en las reducidas viviendas gatuneras . Los más tardos en
llegar se acomodaron en Jamaiquilla, el campamento-pueblo separa-
do de Gatún por el canal que dejaron los franceses .
Desde tempranas horas los romeros de Santa Rita circulaban
por la calle enlodada del pueblo . La falta de aceras, pues las casas
de Gatún eran casi todas con tambo, obligaba a los peregrinos a
andar sobre el lodo que se hacía pegajoso y grueso por las muchas
pisadas .
Amaba Camilo aquel bullicio y todos los momentos que le de-
jaban libres sus ocupaciones de monaguillo los empleaba en mez-
clarse entre la multitud y detenerse doquiera topaba grupos de can-
tores y mejoraneros . Un asistente de Bajo Obispo, de nombre Se-
ráfico Barrero, cantaba coplas alusivas a los acontecimientos de los
últimos diez años y aun de más atrás. Al calor de las libaciones
de seco arrugaba la frente, entornaba los ojos y soltaba sus cuartetos ;
Ya ta la comarca alegre,
la Francia y la Inglaterra,
porque tan haciendo un canal
por entre el medio de la tierra .
Luego su voz se hacía triste, casi sollozante, para continuar
Se acabó el Canal Francés,
los guantes y los mitones
Y solamente han quedao
los mentaos polizones .
Variaba enseguida el tono, sonreía con malicia y cantaba
Se acabó el Canal Francés,
cada uno tomó su maleta,
Pedro Sánchez quedó armao
con Tomasa Chupaprieta,

-124 -
Se contaba de Barrero que en muchos años jamás había fal-
tado a las fiestas de Santa Rita . Era el primero en llegar y el último
en irse . Cuando el pueblo volvía a la normalidad, él era el único
peregrino . Con la ropa enlodada, sin sombrero y bajo el peso de
una borrachera de días, soltaba sus coplas solitarias, a veces incon-
gruentes, pero llenas de una primitiva tristeza
Quién fuera el tren de Colón
aunque sea, por un momento . . .
aunque sea por un momento
yo te diera explicación.
Y si algún vecino compasivo quería llevárselo a su casa para
que "la refrescara", él lo miraba con ojos atónitos, sonreía torpe-
mente y soltaba dos líneas con voz fatigada
Si la luna no me sale, no me voy .
Si un amigo me detiene, aquí me toy .
Pero Camilo amaba más oír a Juan Chía el decimero y llegó a
aprender de memoria las décimas que éste había compuesto para
marcar el itinerario del tren transístmico
Voy a dar explicación
al que no alga ido a la Línea .
Aonde el pasajero arrima
hay veintiuna estación.
Saliendo el tren de Colón
Monquijil que ea el primero
Por segunda doy razón
de Gatún y un tercero
en Ahorca-lagarto pruebo
que arrima sin dilación
y sale con precisión,
llega a Bohío Soldado,
punto de suiche y poblado
voy a dar explicación .
Sexto punto es Buena-Vista,
Séptimo punto, Prijoles,
Tabernilla y sus primores
punto de suiche y bonita .
Al momento llega y pita
y luego en San Pedro arrima,
en Mamey es que opina
de aguardar el panameño
y este camino lo enseño
al que no alga ido a la Línea .
Salió de Mamey y para
en Gorgona, el gran distrito,

-125 -
Matachín y vas a Obispo
y divisas la Cascada,
y en su pito declara
que sale a recorrer su línea
y el camino determina
el punto de Emperador,
estación de lo mejor
aonde el pasajero arrima .
Salió del Emperador .
En Culebra ha de arrimar,
también suele de parar
en Río Grande, el superior,
Paraíso con honor
se arrima de obligación,
Pedro Miguel en Unión
y Río Grande natural,
el último es Corozal
que es veintiuna estación .
A las gentes sencillas de La Línea les hacía gracia las décimas
de Juan Reyes Herrera, conocido por Juan Chía, orgullo de los ga-
tuneros que lo presentaban siempre en regata a los decimeros de
otras comunidades que acudían a las fiestas de Santa Rita .
Otras décimas tenían sobre la muerte de Pedro Prestán, pero
pocas veces Juan Chía se arriesgaba a cantarlas ante grandes con-
currencias por miedo a desagradar a las autoridades de la Regene-
ción .
Capítulo
XXX

LOS CULEBREROS

Aquel año acudieron a las fiestas de la Patrona de Gatún dos


extraños visitantes . Venía el uno de Chepo y respondía al nombre
de Doroteo León . Era de raza negra, ya pasado de los cincuenta
años, de robusta contextura y de hablar exuberante . Se preciaba de
tener "contras" para las mordeduras de las culebras más venenosas
y de ser él quien habla curado unos años antes a un doctor francés
de apellido Le Bretón, quien se había hecho morder por una viudita,
culebra negra tenida entre las más venenosas de la selva panameña .
Le Bretón aseguraba que tenía contraveneno contra los rep-
tiles más enconosos . Había hecho exhibiciones públicas maravillo-
sas, pero esa vez el guaco, que era la planta con que, según se de-
cía, él contrarrestaba la ponzoña de las culebras, no surtió ningún
efecto.
Al principio el francés se mostró despreocupado, pero el veneno
de la viudita comenzó a manifestar su mortífera calidad . Hincha-
zón . dolor de cabeza, vómitos, palidez del rostro y manchas lívidas
en las manos fueron los síntomas de muerte que se notaron en el
galeno .
Llamáronse a varios médicos de Panamá y a un alemán de gran
prestigio. Se aplicaron los remedios corrientes, desde amoníaco lí-
quido hasta cáustico de Viena y, ya transcurridas veinticuatro horas,
se iba a proceder a amputar el brazo izquierdo donde el áspid había
mordido, a lo que se resistió con todas sus veras el paciente .
Así las cosas, se presentó Doroteo León y ofreció curar al
doctor a condición de que éste guardara secreto sobre los procedi-
mientos y medicinas que aplicara el "faculto" vernáculo . Se allanó
el envenenado, encerróse León con él y la curación comenzó como
por milagro, si bien fue lenta la convalecencia pues el doctor Le
Bretón no vino a reintegrarse a la vida normal sino tres semanas
después de haberse puesto en manos del "mestro" Doroteo, como
era llamado el prestigioso moreno .
No hubo ofrecimiento de dinero ni halago personal que indu-
jeran a León a revelar cómo había logrado la curación del galo que

-127-
ya tocaba a las puertas de la muerte . A todas las insinuaciones Y
tentativas de soborno, sonreía enigmáticamente mientras decía ;
-Lo que es secreto, se pierde si se dice .
El otro extraño concurrente a las festividades de Santa Rita era
un cholo venido de Río Indio . Grandes eran también sus prestigios
de culebrero. Mayor que el chepano si se le juzgaba por las arrugas
que surcaban su cara, lucía una hirsuta pelambre lacia que cubría
en parte con un sombrero de beyota muy usado y que le iba chico .
Sus ojos circunflejos reflejaban malicia . Vestía no muy diferente
a su rival : pantalón de diablo-fuerte y camisa que antes fue saco
de harina . Iba descalzo al igual que León y, en antítesis a éste, era
avaro de sus palabras . Tenía por gracia Escolástico Alveo .
Encontráronse el cholo y el negro en la cantina del chino José
María, El bayanero comenzó el diálogo :
-¿Con que tú eres el mentao Escolástico Alveo, que dizque jue-
gas con las culebras más venenosas y tienes cura para todas las mor-
deduras? -interrogó Doroteo .
El cholo contestó con un gruño de asentimiento .
-Yo quisiera que hiciéramo una prueba -propuso León . Yo
traje ahí en unos coquitos dos mapanás . Vaina a hacer que nos
muerdan a tí y a mí . No creo que haiga necesidá de apuostá pocque
el que piedda es el que se quede muetto y si los dos vivimos hay
empate.
Los numerosos concurrentes los rodearon llenos de malsana
curiosidad . Jamás había ocurrido hasta entonces que en la fiesta de
Santa Rita se celebrara un duelo semejante .
Iba Doroteo a abandonar la cantina en busca de los coquitos
con los ofidios cuando Escolástico lo detuvo con un gruñido que
completó con estas palabras :
-No . Tú traes tu coquito con tu culebra, yo traigo mi coquito
con mi culebra . La culebra tuya me pica a mi, la culabra mía te
pica a tí.
-Convenido -dijo el negro desafiante . -Vé tú por la tuya
que yo voy por la mía,
Los peregrinos duelistas salieron de la cantina, cada uno a sus
respectivas posadas . Los concurrentes esperaron con ansia. La ta-
berna que transpiraba promiscuos olores de aguardiente barato, siro-
pe de rosa y axilas sudadas, quedó en silencio, Nadie osaba decir
una palabra ni siquiera para ordenar un trago . Sudaban copiosa -
mente los parroquianos, más por nerviosidad que por el calor sofo-
cante del medio día .

-128 -
Los diez minutos de espera parecieron horas a los que iban a
ser testigos del inusitado duelo . El negro entró primero a la cantina
y casi pisándole los talones venía el cholo .
La noticia del desafío había cundido con rapidez por el peque-
ño poblado . Romeros y vecinos, hombres, mujeres y niños, inva-
dieron la cantina .
-¡Rueda! -gritó con voz potente Doroteo . -Que naiden se
acecque pocque yo no respondo de que mi culebra no satte y pique
a quien ná tiene que hacé con ésto . Ustede vean na má .
Y uniendo la acción a la palabra, el negro extendió sus brazos .
No tuvo necesidad de violentar a los espectadores que se replegaron
huyendo el contacto del calabazo que León llevaba colgante de un
cordel en la mano derecha .
Camilo había logrado escurrirse entre la multitud y situarse en
la primera fila del ruedo . Martina, que lo había seguido, lo llamaba
inútilmente a grandes Voces para que abandonara aquel lugar de
peligro o para que no fuera testigo del salvaje duelo .
-Abre tú tu coco, cholo, que yo voy a abrí el mío -dijo León
mientras destapaba su calabazo .
Obedeció Alveo . La multitud vió con ojos desorbitados cómo
asomaron sus cabezas los dos ofidios . Los contendores se apresura-
ron a acercar sus brazos hasta las fauces de los reptiles que simul-
táneamente y con rapidez de relámpago clavaron sus colmillos en
los respectivos brazos izquierdos del negro y el cholo . Dos pares
de gotas de sangre asomaron a las mordeduras,
Las facciones de Doroteo se contrajeron de dolor . Sus labios se
apretaron, mas no lanzó la menor queja . El cholo ni siquiera varió
la expresión de su rostro . Parecía un ídolo indio .
-El negro trajo una mapaná -explicó un romero que parecía
conocedor de los reptiles istmeños- pero el cholo se vino con una
bocaracá, Ahora sabremos cuál es la más mortal .
Los desafiantes tomaron por el cuello sus respectivas culebras
antes de que éstas buscaran escape hacia la multitud y las reinte-
graron a sus cárceles .
León pidió un trago . Alveo ordenó un vaso de sirope .
A la media hora el negro comenzó a presentar síntomas de que
la ponzoña estaba minando su organismo. Empezó a escupir san-
gre y a quejarse de fuerte dolor de cabeza . Trajéronle una silla
para que se sentara . El protestó :
-No se preocupen . Esto pasa -dijo.

-129-
El cholo miraba a su rival con sus ojos guiñados, sin revelar
la menor emoción .
La voz fuerte de Mateo Guardia rompió el silencio agónico del
momento .
-Escolástico Alveo -dijo .- Yo te conozco y sé de lo que
eres capaz . Este hombre se va a morir si tú no lo remedias y tú
irás a la cárcel .
-El lo quiso -contestó el cholo impasible . -No hemos apos-
tado plata sino la vida,
-Pero esto es un crimen, Escolástico -replicó Mateo con el
asentimiento manifiesto de todos los presentes . -Tú irás a podrirte
a la cárcel porque 'aquí todos declararemos contra ti .
Camilo, impresionado hasta las lágrimas por lo que había pre-
senciado, se escurrió entre la multitud y a toda carrera se encaminó
a la casa cural.
-¡Padre! ¡Padre! -gritó cuando creyó que sus palabras po-
dían llegar hasta el sacerdote, -¡Venga ligero, que en la cantina
hay un hombre muriéndose!
No hizo pregunta alguna el sacerdote y con pasos precipitados
siguió a su discípulo, Cuando llegó encontró a la gente rodeando
a los duelistas : el indio, impasible mirando de soslayo a su rival Y
éste sudando sangre y con el rostro desfigurado, Brevemente le in-
formaron de lo que había sucedido.
-Escolástico Alveo -dijo al cura- si tienes poder para curar
a este hombre, hazlo . No te hagas criminal dejándolo morir .
Alveo movió la cabeza casi imperceptiblemente .
-Yo no lo busqué padre -contestó . -Aquí toos son testigos
de que él me desafió y que la apuesta era la vida .
-Tú la ganaste, Alveo, y eso debe bastarte -insistió el cura'
-DI : ¿qué te trajo a Gatún?
-Vine a pagar una manda a Santa Rita -contestó el pregun-
tado- y traje una bicha porque Doroteo me había mandao razón
de que él quería medírselas conmigo,
-Pues yo te ordeno, Escolástico Alveo -manifestó el cura con
voz solemne- que por la devoción que tienes por Santa Rita salves
a este hombre, si está en tu facultad.
Indio tras quecortalepausa .
voy a buscá mis aremedi s. Mientras
tanto, pongan ao este
hombre mi sombrero onde lo picó la culebra, que ahorita güervo Y

-130-
eso si, que no encuentre a naiden ná má que a Doroteo porque no
puedo curá con testigo .
Se quitó Alveo su viejo sombrero y el padre Villanueva, no sin
escepticismo, lo colocó sobre la parte del brazo donde la culebra ha-
bla mordido . Alveo se retiró de la cantina .
Para asombro de todos, Doroteo León comenzó a reaccionar a
poco de tener el sombrero del brujo de Río Indio sobre su brazo .
Dejó de sudar sangre, su rostro cobró serenidad y entró enseguida
en un apacible sopor . El padre ordenó despejar para que a su re-
greso Alveo no pudiera pretextar desobediencia y negarse a seguir
la curación .
Volvió el cholo a los pocos minutos . Sólo el cura estaba en
la sala, además del paciente .
-Váyase padre, que ésto no es pa ser visto ni por usté -orde-
nó Escolástico Alveo con voz pausada .
-¿Y crees que sanará? -preguntó el cura, ya próximo a aban-
donar el recinto .
-Si, padre, él sanará -contestó Alveo- y hasta le digo a es-
té como en confesión que Doroteo es muy hombre y sabe mucho,
pero lo han perjudicao dos cosas : creer que naiden sabía más que
él y orvidar que ni el más facurto puede resistir . picá de bocaracá
por más yerba que halga tomao y lleve, si después de picao toma
aguardiente,
En Gatún jamás nadie supo qué remedios usó Alveo para curar
a su rival, ni éste tuvo oportunidad de contar lo que con él hizo el
cholo para limpiarlo del tósigo del reptil, si es que de ello se dio
cuenta, pues tan pronto se sintió aliviado abandonó el pueblo para
no volver nunca a él .
Capitulo
XXXI

ESPERANZAS Y DESESPERANZAS

María de los Angeles se sentía desfallecer de angustia por la


falta de noticias de Camile Rostand . Durante los dos primeros años
de ausencia recibía cartas de él llenas de optimismo, en las que la
animaba a aguardar su próximo regreso . Veía perspectivas mag-
níficas en Chile, decía . Muy pronto vendría por ella y Camilo. Le
suplicaba un poco de paciencia y nada más . Ella, por su parte, le
daba cuenta de su vida rutinaria en Gatún y de su anhelo creciente
por estar de nuevo a su lado . Mas las cartas de Camile comenzaron
a hacerse cada vez más espaciadas hasta que cesaron de llegar . Pa-
saban las semanas, los meses y los años sin que ella recibiera noti-
cia alguna de él .
A fines de 1894 una leve esperanza vino a animarla : se había
establecido la Nueva Compañía del Canal con un capital de sesenta
y cinco millones de francos . Bunau-Varilla daba muestras de acti-
vidad . Los amigos de María de los Angeles le contaban de las ges-
tiones de éste para revivir la obra del Canal y de su empeño frus-
trado por ganar una representación en la Cámara de Diputados de
su país para tener una tribuna desde la cual alentar sus proyectos .
Ella sabía que Bunau-Varilla sentía por Rostand un afecto de padre
Y que, de reanudarse los trabajos, sin duda lo llamaría a su lado,
Pero ¿sabría acaso el audaz ingeniero dónde se encontraba Camile?
Más de una vez pensó ella ir a ver personalmente al amigo de
su amante para pedirle que él, dueño de un nombre prestigioso y
de una personalidad influyente, averiguara por los canales oficiales
dónde se encontraba Rostand y lo llamara a su lado . Pero Bunau-
Varilla parecía no dar señas de venir al Istmo a la sazón . Por otro
lado, la desalentaba la perspectiva de enfrentarse al protector de su
amante sin más credencial que la de ser querida de éste y haber con-
cebido un hijo suyo . Acaso pensaría Bunau-Varilla, de ser el hom-
bre cínico de que le habló su amante, que más que el amor por éste,
la llevaba un interés mezquino . Podría también figurarse el vete-
rano ingeniero que el silencio de Camile Rostand obedeciera al deseo
de romper con ella, de cancelar unas relaciones que nacieron de cir-
cunstancias especiales . ¿No era lo más corriente en casos como el

-138-
suyo, que el hombre se desvinculara de la mujer y buscara nueva
querencia una vez separado de ella ?
También la tentó repetidas veces el impulso de ir a ver al cón-
sul de Francia en Colón . Quizás él podría averiguar el paradero de
Camilo. Pero la contuvieron los mismos temores que la asaltaban
cuando pensaba en entrevistarse con Bunau-Varilla .
La mujer estaba firmemente convencida del amor de Camile y
ello la hacía sentirse más angustiada por su silencio, Algo grave
debía ocurrirle cuando no le escribía .
Sólo salvaba a María de los Angeles de la desesperación su amor
por su hijo . Camilo crecía rápidamente . Iba a ser alto como su pa-
dre, cuyos rasgos fisonómicos ella veía marcarse cada vez más en
el muchacho .
La influencia del padre Villanueva se dejaba sentir benéfica-
mente en él.
No había abandonado Camilo sus hábitos de muchacho que cre-
cía a orillas de un río . Amaba subir la corriente del Chagres en ca ,
yuco, acompañado por los muchachos de su edad y se sentía feliz
cuando con ellos cruzaba a nado el canal que por mano del hombre
había convertido al pueblo en una isla, Mas empleaba también lar-
gas horas en estudiar y leer .
La biblioteca del padre Villanueva era pequeña y no muy mo-
derna, pero contaba con una excelente cantidad de clásicos griegos,
latinos, españoles, italianos y franceses, Camilo se aficionó sin vio-
leuelas a aquellos libros que excitaban su imaginación y lo hacían
fugarse por largos ratos de la agreste realidad de su ambiente.
Participaba él de la inquietud de su madre por la ausencia de
Camile llostand, de quien guardaba una memoria imprecisa al par
que plácida . María de los Angeles le hablaba siempre del ausente
con adoración . No había hombre que lo igualara en bondad y sbn •
pacía . Camilo debía sentirse orgulloso de ser su hijo.
De los libros de la biblioteca del padre Víllanueva, tomó el mu-
chacho afición especial por Telémaco, de Fenelón . Era una bella
edición española de pasta verde, ilustrada con grabados que daban
al muchacho una cabal idea de las armas y vestuarios de la Grecia
heroica,

;,Por qué atraían especialmente a Camilo las aventuras del hijo


de Ulises? En verdad, veía en el joven protegido de Minerva algo
de sí mismo . Su padre, como el rey de Itaca, se había ausentado
de su mujer y su hijo llamado por la aventura . María de los An-
.Ygeéls,oñcabmPnpesrablgeodausnt
con irse un día en busca de su progenitor, tal como fue en busca del
suyo Telémaco .
Su fértil imaginación lo llevaba a figurarse que viajaba hacia
el sur para encontrar a su padre y que en su aventura le servia de
Mentor el sacerdote maestro suyo .
No le era difícil figurarse a Minerva, la diosa de los ojos ver-
des, metamorfoseada en el padre Villanueva para proteger su pe-
regrinaje por mares y archipiélagos misteriosos tras las huellas
del ingeniero cuya sangre llevaba .
La economía de la familia marchaba normalmente . Muy de
tarde en tarde María de los Angeles restaba algo del dinero que
Rostand consignó para ella en un banco extranjero establecido en
Colón . El mayor Bethancourt entregaba a fin de cada semana el
producto de la venta del banano cosechado en dos de las fincas que
el ausente había comprado a su nombre .
Las posibilidades de que Rostand regresara atraído o llamado
por la nueva empresa canalera se esfumaron cuando a fines de
1898 sus directores hicieron propuesta al presidente McKinley de
traspasar a los Estados Unidos sus derechos a la construcción del
Canal y comenzó a vislumbrarse que los intereses canaleros iban
a desplazarse de París a Washington,
Ya para entonces Camilo empezó a sentir preocupación por las
propiedades de su madre .
-Mamá -le dijo un día- nosotros no sabemos si papá ha de
volver . Yo lo deseo tanto como tú y todos los días pido a Dios
en mis oraciones que regrese a nuestro lado . Pero tenemos que
actuar sin contar con él . Yo acabo de cumplir catorce años y me
siento capaz de atender por mí mismo lo que tenemos a orillas del
Chagres. Apenas estamos sacando ganancias de las dos finquitas
cultivadas y nada se ha hecho para sembrar las tierras sin cultivo
que son nuestras . El mayor Bethancourt nos ha ayudado con hon-
radez y buena voluntad, pero él tiene que atender sus propios
asuntos . Déjame, mamá, que yo me encargue de llevar las cosas
adelante .
María de los Angeles se sintió alarmada . ¡Era su hijo todavía
tan niño para asumir las responsabilidades del trabajo duro y pe-
ligroso que significaba la cultura de la rica fruta tropical a orillas
de un río de pérfidas corrientes y de márgenes pobladas por ser-
pientes venenosas! .
-No es eso lo que yo quiero para tí, Camilo -replicó élla,
-Tú no estás en edad de trabajar sino de aprender . Estoy pen-
sando seriamente en enviarte a estudiar . Más de una vez me has
dicho que quieres ser abogado . Tenemos suficiente dinero en el
banco para pagar tus estudios en Bogotá o siquiera en Cartagena,
donde según me ha dicho el señor Ayarza, hay buenas escuelas
de derecho .
-Ni hablar de eso, mamá -contestó Camilo .- Mucho es mi
deseo de estudiar. Al lado del Padre Vinanueva se me han des .
pertado ambiciones que acaso hubiera sido mejor que nunca sin •
tiera . Pero por nada del mundo, te lo juro, aceptaré marcharme
de tu lado, dejarte sola y muerta de tristeza en este lugar, llorando
la ausencia de mi padre y la mía .
Inútiles fueron los argumentos de María de los Angeles para
disuadir a Camilo de sus propósitos y llevarlo a aceptar sus pro-
yectos de mandarlo a estudiar.
-De todos modos -dijo ella al fin- yo no puedo obligarte
a lo que no quieres y mi corazón me inclina a retenerte a mi lado
contra toda conveniencia tuya . Pero espera siquiera un par de
años para que asumas las responsabilidades que quieres poner sobre
tus hombros desde ahora .
Convino Camilo en lo propuesto por su madre, pero consiguió
de ésta que le permitiera atender personalmente el corte del gui-
neo e inspeccionar las tierras sin cultivo . El había amistado con
el señor negro y muy decente de nombre Lucas Morales, compra ,
dor de banano para el inglés Stilsen, de Colón, quien se había
prestado para acompañarlo en una primera excursión a las tierras
incultas de su propiedad .
Poco después de esta conversación, Gatún fue conmovida por
una terrible nueva : en todo el territrio colombiano había surgi-
do una revolución con tanta violencia, que las bases mismas de la
nación parecían deshacerse al terrible impacto de la lucha .
Capítulo
XXXII

AL AMPARO DE LA LINEA

Los liberales, cansados de ser considerados peor que extran-


jeros en su propia patria, exceptuados de las representaciones
a los congresos nacionales y asambleas departamentales, de los
puestos administrativos y aun de los más insignificantes empleos
oficiales, se lanzaron a una titánica lucha contra los conservadores,
dueños absolutos del país desde el día en que Núñez, el Regenerador,
abjuró de su credo para mandar con sus viejos adversarios .
Las hogueras de la rebelión ardieron más férvidas en el Istmo
que en el resto de Colombia, ya porque las mayorías panameñas eran
liberales desde los tiempos de Tomás Herrera, ya porque en la
insurgencia veía el istmeño una ocasión para luchar contra el cen-
tralismo de la Altiplanicie, siempre más absoluto bajo los regímenes
conservadores que bajo los de sus adversarios .
A fines de 1899 en Gatún comenzaron a sentirse los efectos de
la contienda . Los mozos del lugar, algunos de-ellos aún adoles-
centes, se fueron furtivamente de sus hogares para buscar los cam-
pamentos liberales . Auxibio Puyol, Etelvino Cerezo, Demetrio Ma-
cre, Gerardo Olivita, Rito Gordón, penonomeño avecindado en Ga-
tún que había de ser con el tiempo uno de los secretarios de Vic .
toriano Lorenzo, los Bracho, los Rodríguez, se marcharon a los viva-
ques acaso más por espíritu de aventura que por convicciones ideo-
lógicas .
No faltaron algunos conservadores que también fueron volun-
tarios a luchar por su causa . José María González, a quien apoda .
han Pepe Gatún, era uno de ellos y el más conspicuo, el mayor Be .
thancourt, que se presentó a las filas godas llevando como creden-
cial su grado, adquirido en la represión revolucionaria de 1894 .
Había la creencia de que los pueblos de La Línea no podían ser
afectados directamente por la Revolución . Los Estados Unidos ha-
bían asumido, por el Tratado Mallarino-Bidlack, la obligación de ga-
rantizar el orden a lo largo de la vía férrea transístmica . Pero más
de una vez las operaciones bélicas se dejaron sentir en los pueblos
"protegidos" . Los revolucionarios incursionaban en ellos en busca

-137-
de municiones de boca y artículos de distinta índole. Bohío fue to-
talmente saqueado por los liberales . Sus tiendecitas de ultrama-
rinos quedaron vacías,
El 21 de julio de 1900 el general Carlos Albán fue derrotado por
los liberales en Corozal .
Algunos pueblos de La Línea se vieron invadidos por familias
de Panamá y Colón que no querían verse envueltas en la lucha fra-
tricida . La de don Porfirio Meléndez sentó sus reales en Bohío,
donde permaneció en espera de la paz . Contra lo que esperaba don
Partirlo, la Revolución no respetó el lugar .
Gatún era sin duda el pueblo más protegido . Su calidad de
isla lo hacía menos accesible a las fuerzas del Gobierno y de la Re-
volución . Pero la guerra civil lo afectó sensiblemente, Las acti-
vidades agrícolas quedaron casi del todo suspendidas . No se con-
seguían brazos para el corte del guineo, pues los cosecheros se ha-
bían ido a engrosar las filas rebeldes . El intercambio comercial
con Colón bajó vertiginosamente . Languidecían los gatuneros en su
aislamiento, pero, más afortunados que otros istmeños, jamás vieron
el espectro del hambre . El río daba peces abundantes y sus márge-
nes estaban más llenas de frutas que nunca porque poco era el
plátano que se vendía y mucho el que quedaba para consumo .
En la placita que enfrentaba a la Iglesia y en la única calle
regular del poblado, los muchachos jugaban a la guerra . La mayo-
ría era liberal . Estaba compuesta por los hermanos y sobrinos de
los que habían ido a alistarse con los Porras, los Herrera y los Lo-
renzo.
Los sencillos cayucos de pesca adquirieron los nombres de los
barcos que gobiernistas y revolucionarios habían improvisado en
unidades de guerra . Boyacá, Momotorrnbo, Padilla, Cisterna, Chu-
culto, Lautaro, fueron los pomposos nombres con que bautizaron
sus piraguas los muchachos de Gatún, Todos los días se daban ba-
tallas acuáticas en el Chagres . sin más consecuencias que los cha-
puzones continuos de los contrahechos marinos .
Camilo era comandante del Lautaro, ágil cayuco de corotú que
le había comprado su madre tras insistentes ruegos de su parte . Se
había parcializado por la causa conservadora, quizás por reacción
generosa ante la decisión de los más de los muchachos del poblado
a favor del liberalismo, acaso porque el buque tomado por Albán a
la compañía chilena era el mismo en el que su padre viajó a Chile .
El padre Villanueva no parecía aprobar aquella pugna . El
creía que con las emociones políticas era peligroso jugar. Desde
el púlpito había lamentado la lucha entre hijos de la misma nación,
¿No eran todos colombianos? Y sobre todo : ¿no eran todos cris-

-13 8-
tianos? Protestaba contra los que querían convertir la causa del
gobierno en una bandería religiosa . Cristo no podía hacer diferencia
entre liberales y conservadores .
Pero Camilo gozaba con los fingidos combates . Se sentía un
Carlos Albán en su Lautaro,
No llegaba prensa a Gatún, si bien las noticias corrían en
alas del viento . Se hicieron populares los nombres de los lugares
donde se habían dado las batallas más notables de la pugna civil :
Peralonso, Palonegro, Aguadulce, San Pablo, Puerto Gago, La
Negra Vieja, Tres Picachos, eran nombres repetidos y discutidos en
todas las reuniones .
Un día se supo lo de la muerte de Albán con el hundimiento del
Lautaro. Aquello fue motivo de honda tristeza para Camilo . Sus
adversarios liberales aumentaron su disgusto con sus burlas :
-Tu buque está hundido -le gritaba Lorencito, uno de los
guerreros liberales . -Ya no puedes pelear más en él . Se murió
Albán, pa que sepas .
Pensando estaban todos que aquella guerra civil ya tenía trazas
de ser una pesadilla sin despertar, cuando llegó la noticia de la ca-
pitulación del Wisconsin, Pronto comenzaron a retornar los mozos
que fueron a la lucha . Auxilio Puyol, con un grado de capitán . Uno
de los Bracho regresó sin su hermano . Rito Cordón y Eliseo Sán-
chez presumían el prestigio de haber secretariado a Victoriano . To-
dos los regresados tenían su historia que contar . Ninguno estaba
resignado con el desenlace,
-Nosotros ganamos la revolución en el Istmo -aseguraba Pu-
yol,- pero no podíamos ganarles también a los gringos . Estas in-
tervinieron por solicitud de los conservadores y nos cerraron el paso
hacia la capital y la victoria .
Pronto hubieran olvidado los vencidos su derrota con la reanu-
dación de sus viejas tareas de paz, de no haberse suscitado la eje-
cución de Victoriano Lorenzo . Gordón y Sánchez vivieron días pen-
dientes de la suerte del cholo y sus ojos acostumbrados a los crueles
espectáculos de la guerra lloraron copiosamente cuando se supo el
final del rebelde de La Negrita .
-El general Victoriano Lorenzo no se merecía eso -se lamen-
taba Rito . -Yo fui su secretario . Yo estuve con él cuando se adue-
ñó de Penonomé . ¿Qué mujer fue violada por 61 o sus hombres?
¿A quién asesinó? ¿Por qué lo mataron si se rindió con la garantía
de la vida que le daba el tratado de paz?
Puyol, más mozo que Rito pero de más viva inteligencia, le
decía :
-Los grandes se entendieron, Rito, y los chicos han sido sa-
criticados . Yo también he llorado el fusilamiento de Victoriano Lo-
renzo. Es un crimen sin duda, pero con muy pocas excepciones,
los liberales lo abandonaron a su propia suerte . Si . Es una infamia
lo que se ha hecho con él . ¡Cómo me duele pensarlo solo y aban-
donado frente a sus verdugos, mientras que los hombres que lo in-
dujeron a la guerra no se han ocupado sino de buscar acomodo en
la nueva situación creada por la paz! Yo oí a un alto e instruido
jefe liberal decirle al valiente guerrillero : "-!General Victoriano!
Lorenzo! ¡La historia de su vida no cabe en noventa páginas!" Y
sentí que era indiscreto hincharle la cabeza al pobre cholo con tan
desmesurado elogio . Mas el que así habló nada hizo por salvar del
patíbulo al infeliz general Lorenzo .
Los días pasaban y nuevas preocupaciones vinieron a embargar
los espíritus . Llegó el 3 de noviembre de 1903 y Gatún se llenó de
inquietud y de júbilo cuando hasta el lugar vino la noticia de la se
cesión del Istmo .
Muchos fueron los gatuneros que se trasladaron a Colón para
ser testigos de los hechos finales . Encontraron la ciudad atlántica
en angustias . Surto en la bahía estaban el crucero Cartagena y un
viejo vapor mercante . Los generales Juan B . Tovar y Ramón G .
Amaya habían desembarcado con quinientos hombres que pusieron
al mando del coronel Eliseo Torres . Eran los hombres del Batallón
Tiradores que venían a reemplazar a la guarnición istmeña y a hacer
abortar el movimiento separatista . Los soldados se alinearon en la
Calle del Frente, donde estaba la estación de ferrocarril . Tovar Y
Amaya aceptaron trasladarse a la capital sin sus tropas . Los pa-
nameños desplegaron su tradicional espíritu de compromiso y todo
se consumó sin derramamiento de sangre . El coronel Shaler, de la
Compañía del Ferrocarril, esquivó trasladar al coronel Torres con
sus tropas a Panamá . Porfirio Meléndez encabezó el movimiento
separatista en Colón y el cinco de noviembre las fuerzas colombia-
nas se embarcaron en el vapor Orinoco, de regreso a Cartagena .
Panamá se separaba por quinta vez de Colombia, ésta, defini-
tivamente, para asumir personería de nación libre y soberana . Los
pueblos istmeños se regocijaron y entre ellos Gatún, que vela en la
nueva situación esperanzas de mejora,
Capitulo
XXXIII

LOS ESTABLOS DE AUGIAS

Una mezcla de alegría y zozobra imperó en los panameños du-


rante las tres semanas siguientes a la proclamación de la indepen-
dencia . Había el temor de que el gobierno de Colombia lograra de
los Estados Unidos el retiro de su apoyo a la nueva república, a
cambio de concesiones mucho más extensas que las consignadas en
el Tratado del Canal que fue bautizado con los nombres de sus dos
signatarios : Phillip Bunau-Varilla por Panamá y John Hay por
Washington,
Se sabia que el general Rafael Reyes, apodado Cocobolo por la
participación decidida que tuvo en la ejecución de éste después del
incendio de Colón, había ido a tocar a las puertas de la Casa Blanca
para lograr la reincorporación del istmo a Colombia, a cualquier
precio . Bajo tal urgencia, a Panamá no le quedaba sino firmar el
tratado que comprometía a los Estados Unidos a garantizar la sobe-
ranía de la nueva República, sin parar mientes en que éste era mu-
cho más desventajoso que el llamado Herrán -Hay, cuyo repudio por
el congreso colombiano condenaba a ]a inanición al departamento
istmeño, arruinado por la llamada "Guerra de los mil días" .
En los pueblos de La Línea la gente arrebataba de manos de
los pasajeros y vendedores de periódicos las ediciones de LA ES-
TRELLA para informarse del curso de los hechos . Cada reconoci-
miento de la nueva nación por un gobierno extranjero era motivo
de desbordantes regocijos, Los Estados Unidos fueron los primeros .
El 13 de noviembre diez días después de proclamada la Indepen-
dencia, Washington hacía suya públicamente la causa panameña .
A poc, Perú se hizo popular en Panamá al ser la primera nación
hispanoamericana que reconoció la nueva república, Francia,
China, Austria-Hungría y Alemania habían declarado su reconoci-
miento a la República de Panamá antes de que terminara noviem-
bre, y en diciembre del mismo año y en enero del siguiente, casi
todas las naciones del mundo habían aceptado la independencia
istmeña .
En la bahía de Colón, el Nashville y el Dixie, barcos de guerra
norteamericanos presentes allí desde el 3 de noviembre, habían
sido reforzados por el Atlanta, el Maine y el Mayflower, mientras
el Boston, el Marbiehead, el Concord y el Wyoming se balanceaban
taciturnos en la tranquila bahía de Panamá .
La presencia de esos barcos y el fracaso de Reyes tanto en
Washington como en París, a donde viajó después de haberse ne -
gado a aceptar la solución plebiscitaria que le propuso el gobierno
de Roosevelt, limpiaron de zozobra a los istmeños . Se hablaba de
que los colombianos preparaban una invasión por tierra al Istmo,
pero sólo los muy ingenuos podían darle importancia a la aventura
imposible de llegar al corazón de Panamá a través de las intrinca-
das e impenetrables selvas darieñitas .
Una comisión encabezada por el mismo general Rafael Reyes
e integrada además por los generales Pedro Nel Ospina, otro de
los "jueces" de Prestán, y el liberal muy querido en el Istmo, Lu-
cas Caballero, llegó a Colón el 19 de noviembre . El gobierno de la
recién nacida república exigió a Reyes para permitirle su desembar-
co credenciales de ministro de Colombia ante Panamá, lo que obvia-
mente le cerraba el paso .
El día 20 una delegación panameña que presidió Tomás Arias
abordaba el vapor Colón para entrevistarse con Reyes y sus com-
pañeros . Con toda cortesía, pero con igual firmeza, los panameños
manifestaron a los colombianos su propósito de no reincorporarse
a Colombia . Los misioneros de Bogotá siguieron viaje a Washing-
ton.
Pronto comenzaron a llegar los norteamericanos que habían
de preparar el terreno para llevar adelante la obra del Canal . Los
ingenieros sanitarios fueron de los primeros . Era el jefe supremo
de éstos el coronel William Crawford Gorgas, quien tenía entre sus
credenciales el haber limpiado a La Habana después de la guerra
de España con los Estados Unidos, hazaña considerada como la más
grande de las realizadas hasta entonces en sanidad pública . Gorgas
había derrotado la fiebre amarilla y la malaria en la capital de Cuba
y venía a combatir estas dos terribles plagas en sus fuertes reduc .
tos istmeños . Para ello había de luchar, no sólo con las dos diez-
madoras epidemias sino también con los obstáculos que habrían
de oponerle sus celosos superiores .

Era el coronel Gorgas hombre providencialmente equipado pa-


ra la descomunal tarea que se le había encomendado : convertir
una de las regiones más insalubres del mundo en ambiente sano pa-
ra los blancos, tanto técnicos como operarios y obreros, que vinieran
a la excavación de la Gran Zanja .
Gorgas fue, si así puede decirse . un hijo de la fiebre amarilla .
Su padre, el general Josiah Gorgas, de Alabama, había conocido a la
que fue su esposa y madre de William Crawford, cuando abandonó

-142-
a Mobile, Alabama, huyendo de la fiebre amarilla, para refugiarse
en un campamento militar del que ella era vecina .
Allí nació William Crawford en 1854, con la asistencia médica
del doctor J . C. Nott, quien había avanzado treinta años antes de
los experimentos e investigaciones del cubano Carlos Finlay, la teoría
de que el "vómito negro" era producido por un insecto .
El joven Gorgas siguió la carrera médica y se dedicó a combatir
la malaria y la fiebre amarilla . En 1882, mientras luchaba contra una
epidemia en la frontera tejana, se enamoró de una paciente a quien
él curó, y la hizo su esposa . Cayó también él en cama víctima de la
fiebre amarilla . Curado de su mal, quedó inmunizado de por vida,
presto para combatir al implacable dragón que cobraba un tributo
más gravoso a los habitantes del trópico que los minotauros y esfin-
ges de las mitologías,
Llegó Gorgas a Panamá en abril de 1904, en el mismo barco que
trajo al general George Davis, el primer gobernador de la Zona del
Canal. A sus órdenes venía todo un ejército de médicos castrenses
y de la Armada, médicos privados, enfermeras y expertos sanitarios .
Pronto reveló Gorgas sus relevantes condiciones de hombre de
mando, organizador y luchador incansable . Sabía que el Tratado del
Canal daba manos libres a los Estados Unidos para adoptar todas las
medidas que creyeran necesarias para la sanidad, dentro y fuera de
la Zona del Canal, Inspeccionó las ciudades de Panamá y Colón y
pidió a Washington los aperos y medicinas que juzgó indispensables
para llevar adelante su tarea . Los siete sabios que constituían la
comisión del Canal a orillas del Potomac dijeron al ver la gruesa
orden del zar de la Sanidad en el Istmo :
-Este hombre se ha vuelto loco . Tiene delirio de grandeza .
La orden fue escrutinizada cuidadosamente por la comisión
washingtoniana, lo que demoró el envío que tanto le urgía a Gorgas
Para comenzar a trabajar en firme . Pero el hombre, en vez de des-
corazonarse, adelante su labor preliminar . Sus médicos ins-
peccionaron cada casa y rompieron cuanto cacharro cóncavo encon-
traron que pudiera ser depósito de agua favorable a la reproducción
de los mosquitos . Regaron insecticidas, fumigaron, ampliaron puer-
tas y ventanas, despanzurraron toneles y tanques de recoger agua
lluvia y rodearon con tela metálica las casas de los empleados de la
Zona .
Por todas partes se veían hombres que llevaban pendientes de
correas suspendidas sobre sus espaldas, tanques de aceite que era
regado en charcas, donde se extendía en película delgadas y multi-
colores,
En el primer año de labores, Gorgas empleó trescientos treinta
toneladas de azufre, ciento veinte de piretro en polvo y dos millones
seiscientos mil galones de querosin .
"-Todo el Istmo huele a fumigación" -escribió un correspon-
sal británico .
Los panameños, inmunes a la fiebre amarilla casi en su tota-
lidad, reían del prurito sanitario norteamericano y hacían tonadas y
poesías humorísticas sobre la persecución a los mosquitos.
Pero Gorgas no reía . Las dificultades que le ponían los siete
sabios de Washington dieron como consecuencia un brote de fiebre
amarilla a orillas del Chagres . El coronel alzó el grito al cielo . Pe-
día más tela metálica para proteger las casas y la misión canalera
consideraba aquello un lijo.
-La sombra de Monkey Hill oscurece el Istmo .-escribió Gor-
gas en su diario .
El brote de fiebre amarilla impresionó al gobierno norteameri-
cano . La prensa alarmó y de Washington vino una comisión enca-
bezada por el almirante John G . Walker a ver qué se podía hacer .
Gorgas no llegó a hacerse entender de los comisionados, quienes
consideraron un dispendio la cantidad de tela metálica solicitada por
el experto sanitario .
-Yo no quiero esas telas para comodidad -arguyó Gorgas .
-Ellas son absolutamente necesarias para proteger del vómito ne-
gro a los trabajadores,
Los comisionados rieron . Gorgas los increpó : su incomprensión
y cicatería, dijo i ban a llevar al fracaso a los Estados Unidos en su
aventura canalera . Al almirante Walker lo trató de estúpido viejo
de mar,
A su regreso a Washington la comisión pidió el despido de Gor-
gas, pero Taft, el secretario de guerra a la sazón envió al doctor Char-
les A. L . Reed, presidente de la Asociación Médica de Cincinnati, a
investigar el caso . Después de varias semanas en el Istmo, el doctor
Reed regresó a Washington e informó que Gorgas era "la más alta
autoridad mundial en problemas de sanidad tropical" y que sin em-
bargo, se le tenía subordinado a otros subordinados ostensiblemente
ignorantes de tales problemas . En su concienzudo informe condenó
a todo el grupo de comisionados .
Tras haber presentado ejemplos palpables del estorboso papeleo
a que había de someterse la adquisición de lo más indispensable,
Gorgas cargó la mayor responsabilidad al comisionado Grunsky . La
reacción del presidente Roosevelt fue destituir la Comisión .
Una nueva, más comprensiva, reemplazó a la destituida, mas
no sin que antes se presentara un nuevo brote de fiebre amarilla en
la Zona, como consecuencia de la falta de cooperación de la que pre-
sidió el almirante Waiker .
Competentes médicos sanitarios se establecieron en todas las co-
munidades de La Línea .
A Gatún fue designado el doctor Waldo Simpson .

- 144 -
Capitulo
XXXIV

EL DOCTOR SIMPSON .

-Joven : ¿es usted de aquí?


-Si, señor, para servirle -contestó Camilo inclinando levemen-
te la cabeza ante el extraño que le formuló tal pregunta .
-Yo soy el doctor Waldo Simpson, del Servicio Sanitario de los
Estados Unidos- se presentó el forastero .
-Mi nombre es Camilo Vera, servidor suyo -reciprocó el joven .

El norteamericano se acercó al nativo y le extendió la mano . El


diálogo pronto se hizo cordial .
-Es usted el primer norteamericano de los que acaban de venir
que me habla en español -observó Camilo.
-Lo aprendí en Cuba -explicó el doctor Simpson- donde es-
tuve tres años con el coronel Gorgas . Y usted ¿habla inglés?
Camilo esbozó una sonrisa y luego contestó en el idioma de su
nuevo amigo :

-Lo suficiente para entender y hacerme entender . Lo he


aprendido con los antillanos que viven aquí y sobre todo con un ne-
gro bocatoreño muy culto que me lo hizo estudiar . Puedo leerlo bas-
tante bien y lo escribo un poco .

-¿Y a qué se dedica usted? -interrogó en español el doctor .


-Soy agricultor -le informó Camilo . -Cultivo, compro y
vendo bananos. Tengo unas siembras a orillas del Chagres, allá arriba .
Vivo con mi madre . Si usted quisiera venir conmigo a casa, tendré
mucho gusto en hacer que ella le prepare una taza de café .
Accedió el foráneo a la invitación del joven, a quien siguió hasta
el chalé de María de los Angeles,
-¿Qué edad tiene usted? -indagó el doctor mientras andaban .
-Diez y nueve años cumplidos. Ando en los veinte -respon-
dió el interrogado .

- 14 5 -
-Yo acabo de cumplir cuarenta y cinco -dijo el doctor Simp-
son . -Espero que la diferencia de edades no impida que seamos
buenos amigos .
-Ese es mi mayor deseo -contestó Camilo, a quien la espon-
taneidad del norteño iba ganándole la voluntad .

Alborotóse Martina cuando vió aproximarse a Camilo con el


extranjero y a grandes voces llamó :

-Niña: ahí viene el niño Camilo con un gringo .


-Diles que esperen en la sala mientras yo me arreglo -ordenó
María de los Angeles . -Estoy muy mangaja y no debo dejarme ver
así por un extraño .

Camilo y el doctor Simpson se sentaron en sendas sillas de la


sala y continuarca el diálogo . El extranjero le hizo preguntas sobre
la vida de la región, el estado de salud de la gente y sus Condiciones
económicas .

A poco salió María de los Angeles . Camilo hizo la presentación .

-Señora -manifestó con afabilidad el recién llegado . -Usted


está muy joven para tener un hijo tan grande,
Sonrió la halagada y explicó :

-Tuve a Camilo a los diez y nueve años, pero no debo parecer


muy joven . Este clima envejece, le aseguro .

El doctor Simpson movió la cabeza negativamente .


-No, señora : usted se conserva muy bien . Su hijo me ha di-
cho que el tiene diez y nueve años, cuando usted lo díó al mundo
andaba por los diez y nueve . . . Perdone señora : Ya sé que sa-
carle la cuenta de su edad a una dama no es cosa de gente cortés .
- ;Oh! No se preocupe -tranquilizó ella . -Estoy próxima a
los treinta y ocho,

-¿Es usted de aquí? -inquirió el doctor .

-No, doctor, pero como si lo fuera -dijo ella .- Soy guate-


malteca . Vine al Istmo siendo niña . Me trajeron mis padres .
Sin duda no creyó prudente el sanitario hacer más preguntas a
la dama y condujo la conversación por cosas relativas al trabajo de
saneamiento a que estaba plenamente entregado .
Pronto los nuevos amigos se dedicaron a saborear el buen café
que les sirvió María de los Angeles .
Aparentaba el doctor Simpson menos edad de la que había re-
velado, pese a su incipiente calvicie . Era de mediana estatura y un

- 1 46 -
tanto cenceño . Llevaba el rostro perfectamente afeitado y remediaba
su miopía con lentes de gruesos vidrios y aros dorados . Hablaba el
español con soltura y leve acento peregrino . Era de maneras sen-
cillas y de encantador magnetismo personal .
-Espero que no sea muy molesto para ustedes que los visite
cuando venga por aquí, que ha de ser dos o tres veces por semana
-insinuó .- Me ha tocado trabajar en esta área, una de las más di-
fíciles porque según informes que tenemos, es la que tiene un más
alarmante record de fiebre amarilla y paludismo .
-Esta casa es suya, doctor -contestó María de los Angeles con
evidente sinceridad .
Para sorpresa de María de los Angeles y su hijo, el sanitario,
después de chocar sus manos al despedirse, acarició con su derecha
el rostro de Martina, mientras le decía sonriente :
-Tú también serás mi amiga, ¿verdad?
No pudo resistir la Castellana el halago del gringo y con espon-
taneidad tomó la mano que le había acariciado y la besó .
-¿Cómo te llamas? -preguntó el doctor, un tanto emocionado
por la devoción de la negra.
-Martina, servidora de usté y re Rió -contestó ella- pero
usté puere llamarme como lo hace toro el mundo : la Castellana .
Rió el doctor del apodo que a él le pareció extraño .
Acompañado por Camilo, el doctor Simpson se encaminé al
muellecito donde lo esperaba una lancha motorizada que llevaba una
bandera norteamericana en la proa y una flámula amarilla en la popa,
distintiva del servicio sanitario .
Las visitas del doctor Simpson a Gatún se hicieron frecuentes
y en todas ellas paraba en casa de María de los Angeles .
Pronto ganó la confianza de todos . Parecía tener una gran in-
clinación por Camilo y en sus conversaciones con él trataba de in-
dágar su preparación y sus proyectos futuros .
No parecía el sanitario norteamericano indiferente a los en-
cantos de María de los Angeles . Esta ostentaba los prestigios de su
iniciada madurez . Sus trajes sencillos hacían resaltar sus naturales
gracias. Nada en ella traslucía desenvoltura . Se mostraba siempre
discreta y agradable.
Un día el doctor Simpson dijo a Camilo :
-Quiero hacerle a usted una sana proposición . Yo necesito
incorporar a mi equipo de hombres algunas unidades de aquí . Us-

-147-
ted está dedicado a sus cultivos, pero le aseguro que en eso no hay
porvenir. Gatún está llamado a desaparecer . Las aguas del Chagres
serán detenidas para producir la inundación de este enorme valle .
Sus tierras serán expropiadas, lo mismo que la casa . Acepte trabajar
con mi equipo . Le ofrezco un buen sueldo y todas las ventajas que
dá mi gobierno a sus trabajadores . Será algo estable, que le per-
mita a usted atender a sus necesidades y las de su casa por largos
años. Ya más tarde usted verá cómo orientarse en la forma que le
convenga .
Camilo ofreció a su amigo consultar con su madre . Esta se
mostró perpleja . No sabía qué decidir, mas después de reflexionar
cuidadosamente, dijo a su hijo :
-Me parece bien lo que te ofrece el doctor Simpson, pero eres
tú y no yo quien ha de decidir . Ya tú estás próximo a los veinte
años y debes resolver por tí mismo tu porvenir .
En su próxima visita a Gatún, el doctor Simpson oyó de su joven
amigo la aceptación de su propuesta . Presentóle un formulario pa-
ra que llenara,
-Es mera rutina -dijo .- El coronel Gorgas me ha dado fa-
cultades amplias para enrolar trabajadores .
Un momento de perplejidad tuvo Camilo al llenar una línea del
formulario . Fue donde debía expresar su nacionalidad .
-Doctor Simpson -balbuceó .- Yo . . . usted no sabe . . . Mi
madre es guatemalteca . Mi padre es francés . Yo nací en Colón bajo
la dominación colombiana . Amo a Panamá y la considero mi patria .
Pero no sé dónde localizarme .
-Usted es panameño -opinó el norteamericano- y debe sen-
tirse feliz de ser ciudadano de una república nueva que tiene un
gran porvenir.
Camilo no tuvo más vacilaciones . Por primera vez le tocaba
declarar su nacionalidad, Hasta entonces no se había detenido a
pensar en ello .
Ocho días después, Camilo Vera estaba integrado al grupo de
hombres que, bajo la dirección del doctor Waldo Simpson, velaba
por la sanidad en las orillas del Chagres .
Capitulo
XXXV

EL DOCTOR SIMPSON PROPONE

Pronto se familiarizó Camilo con sus labores cerca del doctor


Simpson, quien lo colocó frente a una cuadrilla de trabajadores na-
tivos . Conocedor de su gente y de natural bondadoso, el joven no
tuvo dificultades en hacerse querer y obedecer de sus subordinados .
Bethancourt se encargó de atender el reanudado negocio del
banano, del que daba cuenta minuciosa a Maria de los Angeles .
Se produjo a la sazón el traslado del padre Villanueva a un pue-
blo interiorano para congoja de Camilo, acostumbrado a su trato
paternal .
El doctor Simpson se mantuvo asiduo visitante de Gatún . Un
día llegó inusitadamente temprano y se encaminó en seguida a casa
de Maria de los Angeles . Camilo estaba fuera atendiendo su trabajo
y Martina se dedicaba a lavar a orillas del Chagres .
-María de los Angeles- dijo el doctor Simpson después del
saludo de rigor. -He sido todo lo asiduo posible en venir a verla y
creo que ya nos conocemos lo suficiente para que yo le hable con
toda franqueza .
Palideció la requerida y movióse Inquieta en la silla que ocupa-
ba . Ya ella había leído desde hacia días en las miradas y atencio-
nes del sanitario que un interés mayor que la amistad atraía a su
visitante .
No encontró qué responder al introito del doctor y esperó a
que éste continuara .
-María de los Angeles --reanudó el norteamericano,- yo no
puedo mantener por más tiempo en silencio mis sentimientos por
usted . No soy un niño, he meditado serenamente y hoy he venido a
decirle que la amo a usted .
-Doctor Simpson -contestó ella tras un breve silencio -yo le
agradezco profundamente sus sentimientos . Usted no sabe cuánto
me halaga que un hombre de su posición e importancia haya puesto

-149-
sus ojos en mi, una mujer sin fortuna, con poca cultura y arrincona-
da en este pueblecito sin más afecto que el de mi hijo y con un hon-
do dolor en mi alma . Mas yo le ruego que continuemos como hasta
ahora, buenos amigos . No quiero que en manera alguna se desvanez-
ca el agradecimiento que le guardo por lo que está haciendo por Ca-
.
milo
No prosiga, por Dios, Maria de los Angeles -dijo el médico
con calor . -Yo no he venido sólo a decirle que la amo, sino a so .-citarlequsmpoa

-Doctor -replicó ella con emoción . -Yo me temo que usted


ignore mi pasado . Fui la amante, no la esposa, de Camile Rostand .
-Lo sé, Maria de los Angeles -se apresuró a decir él . -Rué-
gole que me perdone que me hubiera metido a investigar su pasado,
pero no pude evitarlo . Usted me inspiró desde el primer día un
vivo interés . Observé que Camilo llevaba el apellido de usted y no
el de su padre y, naturalmente, me sentí intrigado . Pero le aseguro
que mis informaciones todas las obtuve del mismo Camilo, con quien
conversé sobre usted con toda naturalidad y confianza .
-Doctor ; usted sabe mi pasado y eso me evita la pena de re-
ferírselo -explicó élla .- Pero hay algo más que debo decirle leal-
mente . Yo no estoy arrepentida de haber sido la amante de Camile
Rostand . Estoy segura de que si él hubiera podido casarse conmigo,
lo habría hecho . Pero no lo hizo y yo fui su amante . Aún lo amo,
doctor, y si mañana él regresara, yo quisiera estar libre para volver
a su lado . Usted me inspira tanta simpatía y aprecio, que no me
atrevería a engañarlo, Yo me uní a Camile Rostand cuando era
casi una niña y lo poco que usted nota en mí de culta es obra de él,
que se empeñó a enseñarme hasta cómo vestir . Yo lo sigo amando,
doctor, y en mi corazón no cabe otro amor .
-Lo comprendo, María de los Angeles -convino el doctor- Y
le aseguro que esperaba de usted tal confesión . Pero no me parece
razonable que usted continúe atada a un recuerdo . Perdone que
sea del todo franco, pero pienso que usted está unida a un fantasma .
Camile Rostand tiene muchos años de desaparecido y las posibilida-
des de que vuelva a usted son muy remotas .
-¿Y si volviera, doctor? -interrogó élla,- Yo me alegraría
pero usted se sentirla infeliz sabiendo de mi amor por otro aun ca-
sada con usted .
Sonrió escéptico el norteamericano .
-¿Ha oído usted hablar de Enoch Arden? -preguntó . -Pues si
no sabe de él, yo le voy a relatar brevemente . Hay un poema del
inglés Alfred Tennyson que voy a resumirle, Enoch Arden, un ma-
rino, se casa con una muchacha de su pueblo y más tarde emprende
un viaje . Pasan los años y Enoch Arden no regresa . La ley lo de-
clara muerto y su supuesta viuda se casa con un panadero a quien
ella había desdeñado por el marino . Un día regresa éste . Nadie lo
conoce . ¡Había pasado tanto tiempo ausente! Se acerca sigilosa-
mente a la morada que fue su hogar y ve a su esposa junto a la chi-
menea, rodeada de sus hijos y con su nuevo marido . Todos le pare-
cen felices, comprende que su presencia destruiría aquella felicidad
y se embarca de nuevo hacia remotas tierras .
-Muy dolorosa historia, doctor -convino ella- y yo no quiero
que se repita con nosotros .
-Pero es apenas una historia para un poema, María de los An-
geles -afirmó el doctor Simpson . -En la vida real, Enoch Arden
no regresa .
-Acaso sea así doctor -aceptó ella- pero posiblemente la mu-
jer del poema dejó de amar al ausente y por eso se casó con otro . Yo
no. Sigo amando a Camile Rostand y no veo cómo podría unirme a
usted o a hombre alguno .
-Esta bien, María de los Angeles -convino él . -Ahora permí-
tamequyoldigaquempronghace,siutdnolbjea,
por supuesto . No es un compromiso lo que le pido . Simplemente,
autoríceme para averiguar por el paradero de Camile Rostand, No
me será muy difícil . Tengo suficiente ascendiente para conseguir
que mi gobierno lo localice a través de los canales diplomáticos . Si
él esta vivo y proyecta volver a su lado, le doy mi palabra de honor
no sólo de no volver a tratarle a usted de amor, sino de ayudar a que
él regrese al Istmo . Mas si esta vivo y no quiere volver o si ha
muerto, usted me permitirá reiterarle la petición de matrimonio que
hoy le he hecho. Entonces usted será libre de aceptarme o no . ¿Con-
venido?
-¡Ay, doctor! ¡Por Dios! Yo no tendré con qué pagarle lo que
usted haga por averiguar el paradero de Camile --dijo ella con los
ojos nublados de lagrimas . -Usted no sabe cuanto me ha torturado
y me tortura no saber de él. A veces he deseado investigar por mi
misma . Pero mi posición me ha refrenado . Yo no tengo autoridad
legal ni moral alguna para hacer investigaciones sobre Camile Ros-
tand . He sido apenas su amante y ante el mundo nada cuenta nues-
tro amor ni el hijo que es el fruto de nuestra unión .
-Serénese, María de los Angeles -aconsejó el doctor Simpson-
y confíe en mi . Hoy mismo haré las solicitudes pertinentes . Le pro-
meto que mientras no tengamos noticia de Camile Rostand no le diré
una palabra de amor . Mas permítame que siga visitándola como
hasta ahora.
-Venga, doctor, siempre que quiera y pueda, que aquí será re-
cibido con sumo agrado -invitó ella con simpatía .
-Otra cosa, señora, para concluir -dijo el doctor Simpson .
-Yo no quiero llevarle la ventaja de conocer su pasado y que usted
ignore el mío. Yo soy viudo. Amé mucho a mi esposa y de ella ten-
go una hija que hoy estudia en una escuela de Tennessee, donde yo
nací . Tengo, pues, una vinculación afectiva que usted no debe ig-
norar,
María de los Angeles, que ya había cesado de llorar, recibió con
una sonrisa la confidencia del norteamericano . Este se despidió con
un apretón de manos y fue en busca de la lancha que lo aguardaba
en las aguas del Chagres.
Capitulo
XXXVI

EXPECTATIVAS

Fiel a su promesa, el doctor Waldo Simpson tocó los resortes


que le parecieron más eficaces para dar con el paradero de Camile
Rostand . En la legación de los Estados Unidos en Chile servia de
secretario, un viejo amigo suyo de universidad : Charles Collins, a
quien se dirigió pidiéndole que se encargara de localizar al ingeniero
francés.
El doctor se mantenía asiduo en sus visitas a Gatún, punto obli-
gado para los trabajos de saneamiento en la región del Chagres .
Desde su propuesta a María de los Angeles evitaba estar a solas con
ella y se hacía acompañar por Camilo, de quien había hecho una
especie de auxiliar personal suyo .
No ignoraba el joven lo ocurrido entre el médico sanitario y su
madre. Ella se lo había contado sin reservas,
-Mamá -comentó él cuando María de los Angeles le terminó
su relato- yo creo que lo más sabio que se puede hacer es averi-
guar, como ha propuesto el doctor Simpson, qué ha sido de mi papá .
Para un hijo no es siempre placentero ver a su madre casada con
un hombre que no es su padre, pero yo sería un egoísta si me opu-
siera a que tú aceptaras la proposición de un hombre como el doc-
tor. Yo lo he tratado de cerca y dificulto que se pueda encontrar
fácilmente otro como él . Si mi papá no vuelve, mamá, ya porque
haya muerto, ya porque no quiere volver, harías bien en aceptar al
doctor Simpson .
-¿No te parece extraño, Camilo, que una madre discuta tan
serenamente con su hijo las posibilidades de que ella se case con
un hombre que no es su padre? - preguntó ella .
-No, mamá - replicó él .- La vida nos ha puesto a nosotros
en una situación muy especial . Somos solos en el mundo tú y yo. . .
Y Martina - añadió sonriente .- Yo te adoro con toda mi alma . Sé
todo lo que has hecho por mí y de lo que eres capaz de hacer . En
el fondo, guardo resentimiento por mi padre, que en vez de afron-
tar la vida aquí, se fué a buscar aventuras a una tierra lejana . ¿Qué

-153-
hubiera sido de mi ausente él, sin tu dedicación completa? Lo na-
tural, siendo como somos nosotros dos tan unidos, tan pendientes el
uno del otro, es que entre nosotros no haya secreto .
-Tienes razón, hijo mío -convino ella .- Ahora te diré que
mis sentimientos por el doctor Simpson están muy lejos de ser una
pasión, Camilo, ya que yo no he dejado un momento de amar y
extrañar a tu padre .
-Esperemos que el tiempo nos traiga las soluciones, mamá
-aconsejó Camilo, Dios ha de querer lo que más convenga a to-
dos.
En la comunidad gatunera, la vida seguía su curso ordinario .
Las últimas celebraciones de Santa Rita se habían distinguido por
la concurrencia del elemento antillano británico, en cantidad inusi-
tada . Los gatuneros estaban familiarizados con los que ellos gené-
ricamente llamaban jamaicanos . Al otro lado del Canal que, por
obra de los franceses, separaba a Gatún de la tierra firme, había
un campamento de ellos desde hacía años . Pero ahora su numero
había aumentado . Venían a las celebraciones, no atraídos por la fe,
ya que ellos eran en su totalidad protestantes, sino en busca de es-
parcimiento.
Vicente Bracho, el acordionero animador de todas las fiestas de
La Línea, trajo esta vez a Gatún las nuevas piezas musicales y las
tonadas que surgieron con la llegada de los gringos y de los traba-
jadores antillanos . Pronto los gatuneros las aprendieron y corearon
con obsesionante frecuencia . Bracho tocaba el acordeón mientras
los concurrentes cantaban . La canción favorita decía ;
Llegaron aquí los yanquis
que para hacer el Canal
llenaron de jamaicanos
las calles de Panamá .
Por todas partes se escuchan
gritando ¡por Belcebú!
Los grupos de jamaicanos
que cantan el Holling-you .
Holling-you, holling-you,
holling-you, holling-you .
My donkey like wats, holling-you .
My donkey like wats, holllng-you,
Vamonós rodando, holling-you .
Por el acueducto, holling-you .
Holling-you, holling-you,
holling-you- holling-you,
Bracho parecía incansable, Su rostro broncíneo se llenaba de
sudor que de vez en cuando enjugaba con una toalla que llevaba a

-154-
horcajadas sobre los hombros. Entornaba los ojos e inclinaba la ca-
beza mientras sus dedos recorrían el teclado del acordeón que pare-
cía reír y llorar a su contacto .
En las ruedas de tambor se hizo popular una tonada que las
autoridades acabaron por prohibir por considerarla lesiva a la dig-
nidad patria . Decía así :
Panameños en la yaya,
los gringos son los que mandan .
Los que mandan son los gringos,
los gringos son los que mandan .
Los gringos son los que mandan,
los gringos no mandan nada .
Era aquella tonada el primer brote de protesta nacional, sin
duda balbuceante, como salido de las entrañas mismas del pueblo .
Aprendieron también los gatuneros, como todos los panameños,
un motivo breve y sencillo :
La teta, la teta, la teta e'Panamá,
la llora, la llora, la llora Bogotá .
Había en aquella copla sin adjetivos ni estridencias, certera
síntesis de cómo el istmeño veía y juzgaba la actitud de Colombia
por nuestra separación .
Toda aquella música invadió la casa de María de los Angeles,
gracias a La Castellana, que tomó por ella un gran gusto y no ha-
cía diligencia ni oficio que no fueran coreados por los nuevos can-
tos populares .
Pero no todo era fiesta y alegría en Gatún . Ya se había exten-
dido en el pueblo la noticia de que el proyecto norteamericano del
Canal significaba la desaparición de varios, si no todos, los poblados
de La Línea . La isla artificial que era Gatún, sería cubierta con
tierra pues se iba a hacer un relleno alto que marginara el inmen-
so lago artificial que formaría el Chagres cuando se construyeran
las compuertas que iban a detener su curso hacia el mar,
Algunos vecinos nada sentimentales esperaban con ansia el mo-
mento en que el gobierno de los Estados Unidos los compensara
económicamente por las pérdidas de sus propiedades . Ellos estaban
seguros de que la reparación sería generosa y de que con lo que reci-
bieran podrían trasladarse a vivir a otra parte sin angustias de pan
llevar. Pero no eran pocos los que tenían un arraigo afectivo en sus
querencias . Contaban entre ellos los dueños de fincas a orillas del
Chagres. Arrancarse de las tierras que heredaron, donde tenían sus
ranchos, sus arboles frutales, sus crías de animales domésticos y sus
plantíos, para buscar sitios nuevos y extraños, era para ellos dolo-

-155-
roa pespectiva. El dinero, decían, no podía pagar la pena del
Los trabajos canaleros avanzaban visiblemente . La mano enér-
gica del coronel Goethals, el "capataz de esclavos" o "claves-drlver",
como dieron en llamar al incansable cavador, se hacía sentir a 10
largo de toda la zona.
Poco mío de tres meses después de la conversación del doctor
Simpson con María de los Angeles, que terminó con la promesa del
médico de averiguar por el paradero de Camile Rostand, presentóse
el médico a la casa de la dama a darle cuenta del resultado de las
investigaciones .
Capítulo
XXXVII

SANDRA SIMPSON

Los documentos conseguidos por las gestiones del doctor Wal-


do Simpson comprobaron, sin lugar a dudas, que el ingeniero fran-
cés Camile Rostand había muerto a consecuencia de un derrumbe
ocurrido en una mina de cobre cerca del puerto de Iquique, el norte
de Chile, el 18 de diciembre de 1903 .
Del trágico deceso se habla dado cuenta a la casa diplomática
francesa en Santiago de Chile, la que a su vez envió informes y las
pertenencias personales de Camile Rostand a la Cancillería France-
sa . Esta se limitó a remitirlo todo a la viuda del ingeniero en Be-
llegarde . Los deudos efectivos, que eran en realidad María de los
Angeles y su hijo, no fueron informados de nada .
Lloró desconsoladamente María de los Angeles la muerte de su
amante, ante el silencio respetuoso y simpático del doctor Simpson,
quien creyó innecesario exteriorizar frases de consuelo . Despidióse
de ella con muy breves palabras y la dejó entregada a su dolor .
-Ya sabes, Camilo, que tu padre murió -dijo la madre a su
hijo cuando éste llegó a casa la tarde del mismo día en que ella
fue informada del hecho por el doctor Simpson .
-Si, mamá, ya lo se . El doctor me lo dijo hace poco, cuando
lo encontré después de la visita que te hizo esta mañana - contestó
Camilo.
-¡Qué desgracia, hijo mío! -sollozó la cuitada.- Lo que más
me duele es el aislamiento en que murió Camile, lejos de todo ser
querido, sin que nadie recogiera sus-restos con cariño . Fue enterra-
do en grupo, en un cementerio remoto, mezclado con los mineros
que con él encontraron la muerte en las entrañas de la tierra .
-Todo eso lo sé, mamá -dijo Camilo abrazando a su madre Y
cubriéndole el rostro de besos .- Pero no te exasperes hurgando en
tu dolor . Mi padre murió para nosotros desde que comenzó su si-
lencio, mucho antes del accidente que' Puso fin a su vida . Yo en-
tiendo tu dolor y lo único que puedo decirte para consolarte es que
me tienes a mí como yo te tengo a tí . Tú has sido mi madre y mi

- 157--
padre y también mi amiga . Juntos hemos hecho frente a la lucha
por la existencia y mientras estemos unidos a nada debemos temer .
María de los Angeles correspondió con besos las palabras y
caricias de su hijo . Luego, ambos guardaron silencio . Ella al cabo
se fue a su cama a llorar a solas y él a poco fue también a reco-
gerse .
Los días pasaron y María de los Angeles se iba acostumbrando
a la pérdida definitiva del hombre a quien había amado, el que ha-
bía hermoseado su vida y modelado su inteligencia, Recordaba los
años a su lado como un sueño maravilloso que interrumpió el viaje .
La desconcertaba pensar que él hubiera descontinuado sus cartas
para ella desde mucho antes de su muerte .
El doctor Simpson se mantuvo alejado del hogar de los Vera
varias semanas . Sin duda quería darle a María de los Angeles opor-
tunidad para llorar a solas, sin que su presencia le hiciera pensar
que él la apremiara para decidir si lo aceptaba como esposo .
En el ánimo de la mujer la delicadeza del médico iba ganando
terreno . Se daba cuenta de que no podía amar al norteamericano
con la pasión que al francés, pero una profunda amistad y aprecio
por él arraigaban en su pecho .
-María de los Angeles -le dijo un día al doctor Simpson- .
He dejado transcurrir suficiente tiempo desde que le comuniqué la
muerte de Camile Rostand, respetando su dolor y en espera de que
usted apreciara con serenidad mi proposición, mas creo que esta
situación no puede prolongarse indefinidamente . Usted y yo tene-
mos la suficiente madurez para comprender que ha llegado el mo-
mento de tomar una decisión .
Estaban solos en la sala de la casita de los Vera el médico y
ella . El se habla acercado a María de los Angeles y tomado entre
sus manos la derecha que la dama le abandonó sin resistencia.
-Doctor -dijo ella luego, mientras sus ojos esquivaban los de
él, fijos en su rostro .- Yo le mentiría si le dijera que ardo en
amor por usted, pero aprecio con toda mi alma su proposición y
espero poder darle todo el afecto que usted se merece .
-Entonces . . . -anheló él.
-Sí, doctor -convino ella .- Usted es tan bueno y tan noble . .
Además, Camilo, que es el único que podría oponerse con derecho
de hijo, mira bien nuestra unión y lo aprecia a usted como a un
padre .
El doctor Simpson llevó a sus labios la mano de María de los
Angeles que mantenía entre las suyas,
-Te ruego -dijo- que en lo sucesivo me llames por mi nom-
bre, Ya yo te he dado el ejemplo . Desde hoy soy Waldo para tí,
Sonrió en señal de asentimiento la dama .
-Sé que tú eres católica -observó él tras un breve silencio .--
Yo me levanté en el culto unionista, aunque no he sido lo que lla-
man un practicante . Estoy informado de lo que tu religión prescri-
be cuando se trata de unión de un fiel de la Iglesia con un protes-
tante. Yo no voy a incurrir en la insinceridad de hacerme católico .
Nuestro matrimonio será mixto y lo celebraremos en Colón, salvo
mejor parecer tuyo, después de la visita del Presidente Roosevelt
al Istmo, que será el próximo noviembre . Voy a escribir a Sandra,
mi hija, para que esté aquí . Iremos a residir en Cristobal, donde se
me ha dado una casa cómoda .
-Me preocupa, doctor ., .
-Waldo, por Dios, María de los Angeles - replicó él con vi-
veza .
-Waldo, sí -rectificó ella ruborizada .- Me preocupa, digo,
mí hijo . Yo jamás me he separado de él .
-Camilo vivirá cerca de nosotros, si quiere -contestó el doc-
tor .- Ya él tiene edad suficiente para tomar sus propias decisiones .
Hoy gana para cubrir sus necesidades y es bien posible que pronto
encuentre mujer con quien casarse . Yo preferiría que esperara,
pues proyecto ayudarle a que vaya a una escuela de mi país, si es
de su agrado, a que se perfeccione en asuntos de Sanidad y en in-
glés. En Panamá la mera posesión de los dos idiomas habilitará a
cualquiera para ganarse la vida sin dificultades .
Desde ese día las visitas del doctor Simpson se hicieron más
frecuentes . El pueblo no tardó en enterarse del compromiso de
María de los Angeles con el médico, para lo cual fue eficiente agen-
te de publicidad Martina, que no cabía en sí de alegría cuando su
ama le dijo que se alistara para ir a servirle en su nuevo hogar de
Cristóbal,

Camilo parecía satisfecho con el matrimonio de su madre . Es-


taba seguro de que el doctor Simpson le daría la seguridad, el afec-
to y los cuidados que ella necesitaba . La figura de su padre se diluía
cada vez más en su memoria y su cariño para el norteamericano iba
creciendo con el trato diario .
Mientras el doctor Simpson y María de los Angeles esperaban
el día de su matrimonio, el Istmo todo se preparaba para recibir la
visita del Presidente de los Estados Unidos, Theodore Rooseveit . Por
primera vez un mandatario norteamericano en ejercicio abandona-
ría la sede de su gobierno para visitar tierra extraña .

-159-
Había escogido el dinámico mandatario uno de los meses más
lluviosos para su visita . La lluvia lo acompañó a lo largo de sus tres
días de permanencia en el Istmo . Pero el presidente-cazador no se
detuvo ante nada . Pasó lodazales, se enfrentó a las aguas del Cha-
gres revueltas e hinchadas, habló a multitudes de trabajadores pro-
tegidos por paraguas y levantó el espíritu de sus oyentes con sus
palabras encendidas de optimismo .
El doctor Simpson llevó a Camilo a escuchar al profesor de
energía . El joven entendió sin dificultad su inglés y rió con todos
los oyentes cuando alguien, señalando una línea de piedras blancas
de tamaño uniforme que se divisaba al otro lado del Chagres, dijo :
"Miren la boca de Roosevelt" .
El mismo objeto del chiste rió como un héroe homérico, po-
niendo de relieve sus grandes dientes . Desde entonces, el lugar don-
de se levantaban las piedras blancas fue incorporado a la geografía
con el nombre de "Boca de Roosevelt" .
Quiso el doctor Simpson que María de los Angeles y Camilo
conocieran a su hija, quien había llegado en vísperas de la visita
del Presidente Roosevelt . Madre e hijo se trasladaron a Colón Y
fueron llevados por el médico a su residencia en Cristóbal .
Vivía el doctor Simpson en una casa de madera protegida por
tela metálica, de modesta apariencia, aunque con todas las comodi-
dades regulares de entonces . Cuando él llegó con los Vera, su hija
estaba en la sala.
-Sandra -le dijo el doctor- te presento a María de los Án-
geles y a su hijo Camilo . Espero que sean buenos amigos .
La muchacha se inclinó sonriente . Miró apenas a la dama para
fijar sus ojos con insistente curiosidad en el joven .
Camilo era hombre para impresionar -bien a la mujer más exi-
gente. Era de buena estatura, de color blanco, ojos pardos, suaves
facciones y cabello oscuro y lacio . Un ligerísimo pronunciamiento de
los pómulos denunciaba su remoto origen maya . La boca fina, de
dientes sanos y parejos, estaba sombreada por un incipiente bigote ,
Sin duda agradó a Sandra el joven que iba a ser su hermano .
El, por su parte, se sintió maravillado ante la muchacha . Jamás ha-
bla visto mujer tan bella. Era de mediano porte, formas magníficas,
rostro sonrosado, ojos verdes sombreados por cejas separadas y ca-
bellos castaños que caían en cascadas sobre sus espaldas ebúrneas .
Sandra se mostró afable con los Vera . Se echaba de ver que su
padre le habla preparado convenientemente para la ocasión .
Capítulo
XXXVIII

EL SARAMPION

María de los Angeles y Camilo se trasladaron a Colón, ya pró-


ximo el matrimonio de ella con el doctor Simpson .

La ciudad atlántica había experimentado radicales transforma-


ciones los últimos años . Los muladares y charcas, criaderos de mos-
quitos y de toda clase de insectos, infestados de sapos y culebras, ha-
bían sido eliminados. Las principales calles estaban pavimentadas ;
un acueducto proporcionaba agua potable a sus habitantes y se ha-
bla instalado un sistema de desagüe que si bien no era lo suficiente-
mente bueno para impedir que las lluvias torrenciales inundaran por
horas las vías públicas, servía para mantenerlas transitables . Cris-
tóbal, el sector de la ciudad que hicieron los franceses, se encontra-
ba ocupado por funcionarios norteamericanos . Nuevo Cristóbal, bajo
la jurisdicción panameña, nacía y crecía cerca del mar, Pueblos
nuevos con grandes casas de madera, de apartamientos, surgían de
la noche a la mañana en el limite zoneíta, para los empleados del
llamado rol de plata, antillanos de habla inglesa y piel de ébano
que excavaban el Canal .

Centros de diversión proliferaron pronto al amparo de la pros-


peridad económica, sometidos a las exigencias de las autoridades
sanitarias norteamericanas . Boca Grande mantenía abiertas sus tien-
das de caricias que se anunciaban en varios idiomas con prevale-
cencia del francés .

El alumbrado de gas sustituyó a los viejos y penumbrosos fa-


roles de querosín y el comercio regular prosperaba a ojos vistas .

El muchacho levantado a orillas del Chagres con esporádicos


asomos a las urbes terminales de la cintura istmeña se sentía enco-
gido en aquel medio . Pasaba asustadizo frente a los lugares del vicio
Y apresuraba el paso cuando alguna vendedora de caricias lo invitaba
a entrar a su cuarto, Sus experiencias eróticas, adquiridas con algu-
nas muchachas gatuneras que practicaban el amor con naturalidad y
desinterés, jamás le hicieron sentir la sensación de pecado o de
aventura que le inspiraban las bellas europeas de caricias tarifadas .
Frecuentaba Camilo la casa del doctor Simpson, atraído incons-
cientemente por la presencia de Sandra . La hija de su protector
ejercía sobre él poderosa fascinación. Ella pronto tuvo conciencia
de su ascendiente sobre el mozo tímido y asustadizo . Sabia y expe-
rimentada, lograba insinuarse perversamente .
Ella le hablaba en inglés, el único idioma que conocía . El se
sentía al principio apenado de su falta de desembarazo en el uso de
ese idioma, falta que se hacía más pronunciada por la turbación que
la presencia de Sandra le producía .
Desde el primer día que se encontraron a solas ella tomó la
iniciativa . Con aparente naturalidad se le acercó para arreglarle el
nudo de la corbata . Mientras tal hacía, clavé sus glaucos ojos en los
de Camilo en tanto que sonreía con fingida inocencia . El joven sin-
tió el estímulo erótico de la proximidad de la carne moza y bien
oliente, sonrojóse y clavé sus miradas en el suelo .
El diálogo con aquella extraña, la primera mujer limpia y her-
mosa que surgía en su vida, fue difícil para él . Las palabras en
inglés que quería decirle se escapaban de su memoria . Por fortuna
para Camilo, el doctor Simpson se presentó poco después que él .
-Veo que se hacen ustedes buenos amigos - dijo el doctor, en
inglés .
-Es un hermano que tú me has dado - observó Sandra con
un mohín .
A Camilo no se le ocurrió hacer observación alguna .
Bebieron cerveza que sirvió Simpson y tras un diálogo trivial
el joven se despidió para reintegrarse al lado de su madre .
Aquel encuentro llenó de inquietud al hijo de María de los
Angeles . La figura de Sandra se hizo obsesionante en su mente .
Evocaba el brillo magnífico de sus ojos, vela su sonrisa, sentía el
perfume inefable que de ella emanaba y oía su voz de suaves tona-
lidades.
Llegó a su casa y abrazó y besó con ternura a su madre, ya
acostada en su lecho pero todavía despierta .
-¿Qué te ocurre, que vienes más cariñoso que de costumbre?
¿Dónde has estado? - le preguntó ella .
-Nada me ocurre, mamá -contestó el joven .- He estado en
casa del doctor Simpson y he hablado con Sandra y con él .
Al instinto certero de madre no pasó inadvertida la emoción
que traía el hijo, mas no creyó ella prudente hacer comentario al-
guno .

-162-
Esa noche el sueño fue esquivo para el joven . Hasta entonces
él no había experimentado el amor . ¿Estaría enamorado de la hija
del que pronto iba a ser su padre? Y de ser así, ¿adónde había de
conducirlo aquella pasión? Sandra era el producto de un medio cul-
to, tan distinto al suyo . A su lado éi era un campesino sin padre,
crecido a orillas de un río tropical, entre agricultores mestizos y
negros, sin más cultura que la que había abrevado en los libros y
en las palabras del padre Villanueva . Hasta el idioma lo separaba
de aquella mujer exótica . Pero todas sus reflexiones se opacaban
ante el deseo que en él despertaba la joven norteamericana .
Tan pronto Camilo terminaba su trabajo regresaba a casa, don-
de se acicalaban cuanto le era posible para ir a casa del doctor
Simpson, seguro de encontrar sola a Sandra .
Ella lo recibía con complacencia y aún con mimos . Se daba
cuenta la muchacha de la atracción que ejercía en Camilo y a la vez
parecía gozar en su extrema timidez .
-My brother Camilo- solía decirle con entonación nada fra-
ternal, frunciendo la boca con irresistible coquetería .
Por lo general el doctor Simpson llegaba una hora más tarde
que Camilo . Había estado donde María de los Angeles o paseado
con ella por la ciudad en uno de los coches de grandes paraguas que
poblaban entonces las calles de Colón .
Un fin de semana, por insinuación del doctor Simpson, los cua-
tro fueron a pasarlo a Gatún . Martina se encargó de prepararlo todo
para que nada faltara en la casita que había servido por tantos años
a María de los Angeles y a su hijo .
Disponía el norteamericano de la lancha motorizada en que él
hacía sus recorridos de funcionario de sanidad y bien temprano re-
montaron las aguas del Chagres en busca de los agrestes parajes de
la orilla .
Camilo se sentía feliz al lado de Sandra . Esta extremaba con éI
sus mimos, parando apenas mientes en la presencia de su padre y
de María de los Angeles . El joven le explicaba en su limitado inglés
los detalles de cada lugar, qué clases de cultivos había en las fincas,
los animales que poblaban la selva y la fuerza destructiva del río
cuando se hinchaba con la lluvia . Ella aparentaba atenderlo, pero
en sus ojos había tal brillo provocador, que el novel cicerone perdía
el hilo de la narración bajo el embrujo de las miradas de la Circe .
No parecieron pasar inadvertidos al doctor Simpson los coque-
teos de su hija con Camilo y, sin dejar de ser asiduo con María de
los Angeles, procuró que en ningún momento los jóvenes estuvieran
solos. También la madre del joven se percató de la atracción que

-163-
Sandra provocaba insinuantemente en su hijo y guardó para cuando
estuviera a solas con éste advertirle del peligro que entrañaba para
él entusiasmarse por una mujer que, por muchas razones, no había
de ser la compañera de su vida .
Regresaron los excursionistas a Gatún al medio día y después
de almorzar y reposar volvieron por tren a Colón .
-Camilo -dijo María de los Angeles, ya a solas en casa .-
Me temo que te estás entusiasmando demasiado con Sandra, lo que
me parece muy natural . Ella es una muchacha atractiva, la primera
mujer distinguida que tú has tratado . Tú eres joven y lleno de vida .
Pero reflexiona antes de que sea tarde . Ella pertenece a un mundo
distinto al tuyo y regresará a él inmediatamente después de mi ma-
trimonio . No te hagas ilusiones y procura verla lo menos posible
¿Qué esperas de ella? Yo estoy segura de que si tú, en el supuesto
de que te creyeras en condiciones de contraer compromiso, le pro-
pusieras casarte con ella, ella te contestaría con la más encantadora
y negativa de sus risas .. Y yo me sentiría muy desgraciada si mi
compromiso con Waldo te trajera sufrimiento .
-Yo lo comprendo, mamá, -aceptó él .- Sé que Sandra no
es la mujer para mí . Lo que tú me aconsejas, de que deje de verla
con frecuencia, me lo he aconsejado yo mismo más de una vez . Es
una locura mi pasión por ella . Pero me atrae y cuando siento el
desea de estar a su lado, olvido, toda reflexión de cordura . Sólo te
ruego que no me hables más de ésto y que dejes que las cosas se
solucionen sin violencia .
-Está bien, Camilo -convino ella .- Mas deja que te diga mis
últimas palabras sobre este asunto. Cuando yo acepté a Waldo, no
lo hice impulsada por una pasión . El me despertaba simpatía, no
amor, pero vi en mi matrimonio con él, no sólo mi seguridad sino
la tuya . El día que tu padre se fue de nuestro lado juré que nunca,
nunca, tú pasarías trabajos por su ausencia, Te alarmaría si te di-
jera de todo lo que yo me sentía capaz de hacer para que tú cre-
cieras sin angustias y fueras un hombre de provecho . Dios ha per-
mitido que la solución haya venido por caminos dignos y no quiero
que tú, al servir los caprichos de Sandra, que ve en tí un hermoso
salvaje del trópico, dañes tu dicha y hagas la desgracia de todos .
Ya habrás notado que Waldo mira con aprensión el coqueteo de su
hija contigo .
Camilo guardó silencio y ambos se acostaron para dedicarse a
sus cavilaciones .
Capitulo
XXXIX

CRISIS

El propósito de Camilo de abstenerse de ir a casa del doctor


Simpson cuando creía a Sandra sola era firme a lo largo del día,
pero no podía él alejar de su mente el recuerdo de la joven norte-
americana y, por la tarde, ya terminado su trabajo, regresaba al lado
de su madre para a poco terminar por acicalarse y buscar maqui-
nalmente el camino hacia el objeto de sus pensamientos y desvelos .

-¿Vas a ver a Sandra? - le decía Maria de los Angeles en


tono de reproche .
El contestaba con una frase vaga y abandonaba la habitación,
evasivo de dar una respuesta terminante .
Sandra lo recibía cada vez con mayores mimos y coqueterías .
Estudiadamente descuidaba su atuendo para poner de manifiesto
parte de sus encantos corporales . Camilo sentía cerca de ella una
inefable embriaguez . Sus ojos eran magnetizados por los senos tur-
gentes, cuyas bases alabastrinas él entreveía por los pliegues de la
kimona roja de grandes dragones dorados con que ella malcubría su
cuerpo.
-My dear brother - solía decirle ella al verlo entrar .
Frecuentemente le pedía a Camilo que le dijera en español las
palabras amorosas que sus labios pronunciaban en inglés con inequí-
voca intención .
Camilo adoptó la táctica de despedirse de Sandra cuando cal-
culaba que el doctor estaba próximo a retornar .
Una noche el joven perdió la noción del tiempo . Sandra había
sido más insinuante que nunca . Estaban sentados los dos en el sofá
cuando ella inclinó su cara hacia la de él, so pretexto de indagar de
qué color tenía los ojos su "dear brother" . Camilo no resistió a la
provocación ; buscó con sus labios los de Sandra mientras sus brazos
ceñían estrechamente su busto . Sintió el joven una sensación nunca
experimentada antes, de placer y de lágrimas, de sublimidad y de

-165-
deseos. Ella simuló defenderse para o poco entregarse a la caricia
del mancebo .
Unos golpes dados a la puerta hicieron volver a los jóvenes de
su arrobamiento . El doctor Simpson acababa de entrar y, al sor-
prenderlos, optó por anunciar su presencia golpeando la puerta con
el puño .
Hasta entonces, jamás Camilo se había enfrentado a situación
tan embarazosa . Separóse de Sandra y maquinalmente se llevó las
manos a la corbata . Hubiera tenido en ese instante por buena solu-
ción que la tierra se hubiese abierto para tragárselo . Sandra, más
dueña de sí misma, se puso en pié, cerróse el kimono y se acercó a
su padre para darle un beso en la mejilla, con la naturalidad de
quien es consciente de que no ha caído en falta .
Disimuló el doctor Simpson su sorpresa o disgusto y se limitó
a dar las buenas noches a Camilo, quien después de inútiles esfuer-
zos por anudar un diálogo, optó por despedirse .
El joven se dió a deambular por las calles más bulliciosas de
Colón antes de regresar al lado de su madre . Pasó indiferente frente
a los cabarets y por las aceras de Boca Grande donde algunas pro-
fesionales del amor venal trataron inútilmente de atraerlo .
Ideas confusas se agitaban en su cerebro . Temía que el doctor
Simpson desagradado por lo que acababa de presenciar rompiera su
compromiso con María de los Angeles. En verdad, él, Camilo, no se
sentía culpable . Amaba a Sandra con todas las fuerzas de su ju-
ventud y se creía amado por ella . Pero sin duda el doctor juzgaría
que él había abusado de su confianza y lo pensaría un vil seductor .
¿Cómo explicar a su madre lo ocurrido? Su matrimonio con el nor-
teamericano era, pensaba el joven, una solución feliz y digna para
ella, que tendría un nombre honorable y un marido que significaba
seguridad y afecto .
Tras más de una hora de andar y cavilar, Camilo se encaminó
a su casa. Estaba dispuesto a contárselo todo a su madre, pero al
encontrarla dormida procedió a desvestirse y acostarse, en espera
de que el día siguiente trajera la solución de su insólito caso .
El sueño vino tardío e intranquilo. En la mañana se despertó
temprano, como de costumbre, y se fue a recibir órdenes del doctor
Simpson, quien lo acogió en su despacho con toda naturalidad .
-Mañana sábado en la noche - le dijo el médico- tendré una
fiestecita en mi residencia . Es mi despedida de mi viudez y vendrán
algunos amigos a acompañarnos . Te espero con María de los Án-
geles.
Sorprendió a Camilo la actitud del doctor Simpson y se limitó
a darle las gracias y aceptar .

-166-
Cumplida su jornada, el joven se dedicó a andar por las calles
Y asomarse a un cabaret . No se sentía con ánimo para ir a ver a
Sandra, A su regreso a casa habló a su madre de la invitación, de
la que ella estaba ya enterada .
Atavióse María de los Angeles la noche del sábado con todo el
gusto que le inculcó Camilo Rostand, para lo cual había visitado con
anticipación la mejor casa de modas colonese . También vistió Ca-
milo su mejor ropa y, a la hora conveniente, tomaron un coche que
los llevó a casa del norteamericano.
Una sorpresa aguardaba a María de los Angeles y a su hijo . El
anfitrión había llevado, para alegrar la fiesta, un fonógrafo, invento
que a la sazón comenzaba apenas a llegar al istmo, Era un aparato
de enorme bocina color vino de cuya operación se encargó un joven
en uniforme militar . Entre las invitadas contaban tres damas y me-
dia docena de norteamericanos . Después de las presentaciones se
brindó una copa de champaña y luego refrescos . El doctor Simpson
pronunció unas breves palabras en su idioma para explicar los des
motivos de la fiesta, que él calificó de íntima : su próximo matrimo-
nio con María de los Angeles y la despedida de su hija, que embar-
caría de regreso a los Estados Unidos el día siguiente .
Camilo sintió una extraña desazón al enterarse del viaje de
Sandra . Comprendió que su futuro padre habla llegado a la solución
sin duda más conveniente, pero que lo lastimaba hasta lo más hondo .
El fonógrafo comenzó a hacer música y damas y caballeros se
dedicaron a bailar, Un joven norteamericano danzó con Sandra, Ca-
milo se sintió en desventaja : él no sabía bailar aquellas piezas .
Apenas había ensayado en Gatún lo que tocaba Bracho en su acor-
deón, con las mujeres humildes y sencillas del pueblo .
Además, Sandra parecía ignorar la presencia del mozo paname-
ño. Aparentemente, estaba deleitada con el paisano con quien for-
maba pareja . Camilo vela en sus miradas para el gringo la misma
expresión acariciadora e insinuante con que solía enloquecer a su
"dear brother" cuando estaban a solas, Bailaba y dialogaba la mu-
chacha con el norteamericano y reía complacida .
Esa noche experimentó Camilo por primera vez el torcedor de
los celos . Sandra demostraba descaradamente preferencia por el jo-
ven con quien bailaba . Lo llamaba "Dan" y aparentemente para
ella no había en la sala más persona que él .
Sentía el hijo de María de los Angeles desesperación por que
aquella fiesta terminara . Más de una vez pensó fingirse atacado de
súbito malestar para salir huyendo hacia su casa . Pero lo detenía
una curiosidad morbosa por seguir mirando los devaneos de Sandra
con Dan, mezclado al temor de dañarle a su madre la visible com-
placencia que le producía aquella fiesta .

- 1 67-
Poco después de las doce de la noche, los invitados comenzaron
a despedirse . María de los Angeles y su hijo fueron de los últimos,
Camilo se acercó a Sandra para decirle adiós . Esta extendiéndo-
le la mano en forma que él apenas logró tomar las puntas de los
dedos y, mirándolo con expresión casi burlesca, le dijo :
-Good bye, my dear brother . Behave yourself .
El sintió que en ese momento odiaba a aquella muchacha, que
el sarampión del primer amor había pasado .
Un coche esperaba a los Vera a la puerta de la casa del doctor .
Ya a solas madre e hijo, ella comentó :
-Me pareció que poco te divertiste, hijo mío .
-Mamá -contestó ,é1 .- El doctor Simpson ha hecho las cosas
admirablemente bien, Me alegro de que su hija se vaya . Pero te
juro que cuando me encuentre de nuevo con una mujer que me
atraiga tanto como me ha atraído Sandra he de estar en condiciones
de hacerla mía,
Capitulo

XL

LOS VERA SE SEPARAN

El lunes siguiente al de la marcha de Sandra el doctor Simpson


se llevó consigo a Camilo a una excursión de rutina por el Chagres .
Ya acomodados los dos en la lancha, el médico dijo a su protegido :
-Camilo : sin duda habrás juzgado extraño y drástico mi pro-
ceder en el caso de Sandra. Ella había venido para estar con nosotros
el día de mi boda, mas yo resolví enviarla a los Estados Unidos in-
mediatamente me di cuenta del peligro que ella entrañaba para ti,
para María de los Angeles y para mí .
-Usted es dueño de sus actos, doctor, y no soy yo el llamado
a juzgarlos - replicó serenamente Camilo.
-Ya lo sé -afirmó el médico .-- Pero yo te aprecio lo sufi-
ciente para darte la explicación que quite de ti todo resentimiento .
Me di cuenta desde un principio de la atracción que Sandra ejercía
sobre ti, a la cual ella, te lo afirma su padre que la conoce bien, no
era recíproca. Sandra es una muchacha formada en un ambiente de
libertad, de vida social muy distinta a la que tú conoces . Yo sé que
no es mala en el fondo, pero es voluntariosa y muy dada a jugar
con los hombres . Algún día se casará con uno que la arranque de la
superficialidad en que ha vivido y la haga una mujer responsable .
Tú no eres el hombre para ella . No me refiero a cuestiones sociales .
Yo voy a casarme con tu madre . ¿Qué podría objetar a que tú te
casaras con mi hija si sólo miráramos el asunto social? Pero yo
tengo la seguridad de que si tú le hubieras propuesto matrimonio,
se habría reído de tí .
-Lo mismo me dijo mi madre - observó Vera .
-María de los Angeles es muy inteligente -comentó el doc-
tor.- Pero supongamos por un momento que Sandra te hubiera di-
cho que sí . ¿Qué podrías tú ofrecerle a una muchacha criada en es-
cuelas y colegios norteamericanos y con personas de mi familia y
de la de su madre que jamás han intervenido en su conducta? Yo
tengo el remordimiento de haber contribuido, por omisión, a hacer
de Sandra lo que es : una muchacha caprichosa y coqueta que toma

-169 -
a los hombres por juguetes. Su madre murió cuando ella apanas
tenía ocho años . Mi profesión me ha mantenido casi siempre lejos
de ella . Ahora está muy grande para traerla a mi lado . De haber la
posibilidad de casarte con ella ¿qué medio escogerían para vivir?
-Comprendo muy bien, doctor -convino Camilo .- Yo sé cuál
ha da ser mi medio . Seré agricultor . Yo no concibo la vida da las
ciudades . Tan pronto haya sido inundado al valle del Chagres y ha-
yamos recibido compensación por nuestras propiedades, me iré a
cultivar bananos, a criar ganado, en fin, a hacer la vida para la que
estoy preparado . Ya estoy informado da que cuando se termina al
lago artificial, a sus orillas habrá magníficas tierras da cultivo . Yo
soy un hijo del río . A sus orillas he crecido e iré hasta donde paran
sus aguas, cuando todo esto haya sido inundado .
Sonrió comprensivo al norteamericano y continuó :
-Sandra no está educada para ser la compañera da un cultiva .
dor da bananos o criador de ganado a orillas da un río o de un lago .
Ya encontrarás una muchacha da tu medio que te acompaña y que
te quiera como mi hija no podría quererte nunca . Tú has sido para
ella un juguete raro, un muchacho inexperto, cándido, como ella
jamás había conocido ninguno . Hasta tu calidad da latino ha sido
un incentivo al coqueteo . Pronto la olvidarás . Raro es el hombre
que no haya tenido una experiencia igual en sus mocedades . Es
como el sarampión por al que hay que pasar para quedar luego in-
munizado . ¿Quedamos entendidos? - concluyó el doctor extendien-
do la mano a su joven amigo .
-Entendidos - aceptó Camilo .
Guardaron un largo silencio los dialogadores en tanto que mi-
raban las selváticas orillas del río,
-Algo más quería decirte - reanudó al fin al doctor .- Me
dijiste que tu propósito as dedicarte a la tierra . Creo que piensas
bien . Sin embargo, si cambias da parecer, avísamelo a tiempo, Yo ha
venido acariciando al proyecto da ayudarte, de ser asa tu inclina-
ción, a que pasas algunos años en los Estados Unidos para que ad-
quieras al dominio del inglés y tomas un curso de Sanidad, Ello ta
garantizaría trabajo permanente y bien remunerado en la Zona del
Canal cuando terminen los trabajos da excavación .
-La agradezco mucho, doctor -dijo conmovido al joven .- Pe-
ro no es aso lo que yo tengo planeado . Algún día iré a los Estados
Unidos, paro cuando ya haya creado algo por mí mismo . Soy un
agricultor del Chagras y seguiré siéndolo .
-Respeto y aun aplaudo tu decisión -afirmó al norteamerica-
no- Comprendo que es difícil para tí apartarte da este panorama
después da haber vivido tu infancia y tu adolescencia frente a él .

-170-
La jornada terminó normalmente y el médico con su protegido
se reintegraron ya tarde a Colón .
El sábado se realizó el enlace del doctor Simpson con María de
los Angeles . Fue una ceremonia sencilla. No hubo más asistentes que
Camilo y dos parejas de amigos del médico .
Por primera vez Camilo Vera iba a estar separado de su ma-
dre. Ella le había ofrecido verlo con la mayor frecuencia, pero bien
entendía el joven que las cosas iban a cambiar radicalmente . Sabía
que el doctor proyectaba pasar la Navidad, ya inmediata, en el Nor-
te y que hacía los preparativos para viajar con su esposa .
Quédese Camilo provisionalmente en el apartamiento que había
alquilado su madre . Cuando tenía oportunidad, prefería pernoctar
en la casita de Gatún, en compañía de Martina . Amaba aquel lugar
tan unido a su pasado y sentía pesar profundo cuando consideraba
que muy en breve sería sepultado, sin que quedara de él la menor
huella .
Dos semanas después del matrimonio, María de los Angeles em-
prendió viaje con su marido . Camilo fue a despedirlos al muelle .
-No te quedes triste, hijo -díjole su madre .- Dentro de dos
meses estaremos de regreso . Entonces tú estarás conmigo como an-
tes .
Camilo sonrió con amargura. Sabía que había entrado en una
nueva etapa de su vida, que ya no buscaría como antes todas las
soluciones en el regazo materno,
Martina lloraba como si la ausencia de su patrona fuera para
siempre. Esta trataba de tranquilizarla : dos meses de separación no
eran gran cosa . Ellos regresarían mientras La Castellana los espe-
raba en la casa de Gatún, donde vería frecuentemente a Camilo .
Una vez solo el joven Vera, trató de distraerse buscando ami-
gos . Colón estaba entonces, como el resto de la República, en plena
agitación política. Se especulaba con mucha anticipación sobre las
elecciones que iban a celebrarse para escoger el sucesor del primer
Presidente . Se hablaba de don Ricardo Arias y de don José Domin-
go de Obaldía .
Vera fué introducido por algunos gatuneros que se habían
trasladado a la dudad atlántica en busca de mejor medro, a los más
prominentes políticos colonenses . Don Porfiro Meléndez, don Rubén
Arcia, don Ñeque Grimaldo . . . Pero la política no pareció entusias-
mar al joven.
Entre los colonenses que conoció, llegó a simpatizar con un jo-
ven de origen italiano de nombre Italo Alfieri a quien todos llama-
ban Italito . Tenía la ingenuidad y tersura de los hombres que nun-
ca han trabajado . Amaba la buena vida y aseguraba que los norte-
americanos tenían que reparar a su familia en más de cincuenta
millones de dólares, valor de las tierras de Mindí y Coco Solo que
habían quedado dentro de la Zona y que eran de pertenencia de
sus padres . Se comentaba que una prominente firma de abogados
norteamericana les había sacado ya sus buenos reales a Italo y su
familia a cuenta de la gestión. Y con la seguridad de quien espera
inminentemente repletar su bolsa, el ítalo-panameño iba derrochan-
do lo que positivamente tenía, en la alegre vida colonense .
Camilo aceptó más de una vez invitaciones a los lugares de di-
versión, pero su buen sentido pronto lo llevó a la conclusión de que
lo que ganaba, más lo que le producían las fincas de banano que le
administraba Bethancourt no eran suficientes fuentes de entrada
para reponer el drenaje que significaba en su bolsillo el trato con
las "artistas" .
Joven y guapo como era Vera a la sazón, los favores de las
mujeres les eran fáciles y nada costosos . Pero en los cabarets los
clientes eran explotados sin compasión .
Al principio lo sedujo el cosmopolitismo de los cafés nocturnos .
Trató muchachas de casi todas las zonas hispano-americanas y una
neoyorkina de origen italiano se aficionó a él . Aprendió a bailar
con desenvoltura y perdió mucho de su timidez . Fue un curso in-
tensivo de mundanidad la vida de Camilo aquellos días, mas el so-
naba enriquecerse por el trabajo y convertirse en una fuerza . El
cabaret no era ayuda para tal fin .
Capitulo

XLI

EL CAPATAZ DE ESCLAVOS

Fastidiado estaba el Presidente Roosevelt de las dificultades


que se presentaban en los trabajos del Canal por las continuas re-
nuncias de funcionarios e ingenieros que comprometían seriamente
el éxito de la empresa . De su viaje al Istmo regresó dispuesto a
buscar una solución, si bien en público manifestó que todo iba sa-
tisfactoriamente . El gobernador Stevens había estructurado una or-
ganización perfecta, pero faltaba el hombre que la utilizara con efi-
cacia, con la energía, el dinamismo y la arbitrariedad que requerían
las circunstancias . Stevens, cumplida su misión y fiel a su propósito
manifestado a Roosevelt. cuando éste lo envió al Istmo, presentó
renuncia de su cargo para que surtiera efecto a partir del primero
de abril de 1907 .
La Casa Blanca entonces solicitó y obtuvo de la secretaría de
guerra una nómina de ingenieros . Roosevelt escogió de ella al Te-
niente Coronel George Washington Goethals, de Brooklyn quien ha-
bla ganado reputación como ingeniero en la construcción de una
esclusa en Muscle Shoals, y de hombre resuelto hasta la arbitra-
riedad en la guerra hispano-americana, cuando sin consultar a las
autoridades navales, se apoderó en San Juan de Puerto Rico de dos
gabarras tomadas a los españoles, para hacer un muelle de emer-
gencia . Los almirantes pidieron que se sometiera al voluntarioso in-
geniero a una corte marcial, pero el asunto fue visto con benignidad
y aun con complacencia por el Departamento de Guerra y se le dió
largo hasta que fuera olvidado.
Nuevos contingentes de trabajadores, de la órbita del Caribe
los más, comenzaron a afluir a la cintura istmeña, contratados por
Goethals, quien vino investido con los cargos de presidente de la
Comisión del Canal, de la Compañía del Ferrocarril con su línea de
barcos subsidiaria, e ingeniero jefe de toda la obra .
Se construyeron a la mayor rapidez posible nuevas viviendas
cómodas para los ciudadanos norteamericanos que llegaron a engro-
sar los cuadros de técnicos, expertos y funcionarios de distinta in-
dole, y barracas multifamiliares para los jornaleros que no fueran
"American citizens".

-173-
Como bien lo definió Joseph B . Bishop, secretario de la Comi-
sión del Canal, Goethals resultó "una combinación de Padre confesor
y magistrado del Juicio Final, raras veces vista desde los tiempos
de Sálomón" .
-No habrá en el futuro más militarismo que el que ha habido
en el pasado . He dejado de ser comandante del Ejército de los Es-
tados Unidos . Ahora lo soy del Ejército de Panamá y los enemigos
que tenemos que vencer son el Corte de Culebra, las esclusas y las
represas . El que cumpla con su deber jamás tendrá motivo de queja
contra el militarismo, -fue la declaración pública que hizo Goethals
al ponerse frente a la gigantesca empresa .
Despójese de su uniforme militar y jamás se le volvió a ver
sino vestido de blanco y tocada la cabeza con un chato sombrero de
paja .
Pronto surgieron desajustes entre el nuevo zar y Gorgas, el sa-
neador . El primero no le encontraba sentido a ciertas medidas toma-
das por el segundo . Sentía que la estricta cuarentena que el higie-
nista había establecido en el terminal pacífico de la Zona restaba
días de labor a los obreros recién llegados y se mostró colérico
cuando Gorgas prácticamente paralizó los trabajos por varias sema-
nas al sur de Culebra por un sólo caso de peste bubónica surgido en
La Boca . Además, el zar consideraba un despilfarro el uso de cuatro
mil hombres de que disponía Gorgas en su campaña contra el palu-
dismo y la fiebre amarilla .
-¿Sabe usted acaso, Gorgas -dijo un día el ingeniero al sa-
nitario- que cada mosquito que mata le cuesta al gobierno de los
Estados Unidos nada menos que diez dólares?
-Sí - replicó el preguntado mientras paseaba su mirada bur-
lona por los rostros de los funcionarios que con él y Goethals discu-
tían alrededor de una mesa los problemas de la construcción . -Pero
suponga que uno de esos mosquitos de diez dólares lo picara a usted
y piense cuán grande sería entonces la pérdida para nuestro gobier-
no' .
Nada replicó el ingeniero, aunque evidenció muy poco compla-
cencia por la observación del sanitario .
En lo sucesivo las relaciones entre los dos hombres sobre cuyas
espaldas pesaba la responsabilidad de llevar adelante la obra cana-
lera fueron "estrictamente correctas" y no ha quedado evidencia de
que fuera cierta la acusación que más tarde hizo la esposa de Gor-
gas, de que Goethals tratara de hacer sacar a su rival, cuyo ascen-
diente en Washington fue siempre mayor que el suyo .
Goethals instaló su cuartel general en Culebra, cerca del cerro
que había vencido a los franceses y que amenazaba vencer también

-174-
a los norteamericanos . Allí recibía todos los domingos a quienes
querían verlo sin distinción de nacionalidades ni clases, desde al-
tos funcionarios y técnicos hasta obreros y mujeres de oficios do-
mésticos. Todo lo escuchaba y a todos los casos que tenla que juz-
gar les aplicaba justicia sin auxilio de leyes ni códigos.
Atendía primero a los querellantes y solicitantes de habla in-
glesa . Después, con auxilio de Garibaldi, nieto del gran revolucio-
nario italiano y hombre de muchas lenguas, escuchaba a los que no
sabían inglés .
Como su autoridad era ¡límite, despedía y repatriaba en la for-
ma más expedita y sin que de ello quedara constancia escrita algu-
na, á cualquier trabajador que creara una situación enojosa . Pronto
se hizo temer y respetar del uno al otro lado de la cintura istmeña .
Un rico anecdotario relatado ea-varios idiomas surgió alrededor de
su persona .
Un día se presentó al cuartel de Goethais una negra jamaicana
con su esposo, llevado éste ante el gran juez con auxilio de un guar-
día . La querellante acusó a su marido de que le confiscaba los suel-
dos que ella devengaba como doméstica de una familia norteameri-
cana .
-Bajo la ley inglesa -arguyó el acusado- un hombre tiene
derecho a disponer de lo que gana su mujer.
-Pero usted está actualmente bajo la ley de los Estados Uni-
dos -sentenció Goethals-. 0 usted le devuelve el dinero a su mujer
o yo lo voy a mandar a usted para Jamaica, donde tendrá la ley in-
glesa que quiera .
Era incansable y metódico aquel norteamericano descendiente
de holandeses. Los días laborables los empleaba en recorrer todos
los sitios donde había trabajadores. Viajaba en un coche motoriza-
do descubierto y pintado de amarillo que rodaba incesante sobre
los carriles, al que los trabajadores no tardaron en llamar "El Peli-
gro Amarillo" y "El Vagón Cerebro" . Llevaba siempre consigo una
gran cantidad de cigarros que fumaba en cadena y un cuadro com-
pleto de los contratos con las fechas en que debían ser terminados .
-Este trabajo va atrasado -dijo una vez a un capataz . -Debe
terminar al cabo de la próxima semana y todo indica que no estará .
-Lo sé, coronel -replicó el reprendido- pero estamos hacien-
do cuanto podemos .
-Yo no espero de ustedes que hagan lo que puedan- elijo
con severidad el ingeniero .- Yo lo único que espero es que usted
complete su trabajo dentro del término que se le ha dado .
Es fama que la tarea fue terminada en la fecha tope .

- 1 75-
Goethals imprimió su dinamismo a cuanto hombre e Instrumento
de trabajo se empleaban en la obra del Canal . Era aquello una enor-
me colmena sin zánganos ni reina . A Colón llegaban trabajadores
diariamente ; negros de Jamaica, Martinica, Barbados y Guadalupe ;
blancos de España, Italia y Grecia . Todos eran sometidos a cuaren-
tena y vacuna por las brigadas de Gorgas, quien actuaba por su cuen-
ta, La cifra máxima llegó a 58,654 unidades, de las cuales sólo una
de cada diez era un ciudadano de los Estados Unidos .
No faltaban panameños entre los trabajadores . En desventaja
con los antillanos británicos por su desconocimiento del inglés y sin
convenio específico que los favoreciera, no sacaban mayor medro de
de los trabajos, aunque los más confomes se sentían compensados
por el derecho a comprar en los comisariatos y porque, al fin y al
cabo, el gobierno de los Estados Unidos pagaba mejores salarios que
el de Panamá y las empresas panameñas.
Mil seiscientas libras de oro acuñado y veinticuatro toneladas
de plata se distribuían mensualmente entre los trabajadores . El oro
era para pagar a los ciudadanos norteamericanos . Con la plata se
cubrían los sueldos y jornales de los demás, de donde surgieron las
denominaciones de los roles .
La segregación esa completa, pues se extendía de las ventanillas
de pago a los lugares de diversión, restaurantes, estaciones y hoteles .
Camilo era pagado en plata por su calidad de "extranjero", mas
su apariencia caucásica le abría las puertas de los lugares más ex-
clusivos.
Un día Vera fue llamado a la oficina administrativa de Cristóbal,
lo que le sorprendió notablemente, pues por ser él de la sección de
Sanidad, había dependido siempre de los auxiliares de Gorgas .
Acudió a la citación con puntualidad y fue recibido inmediata-
mente por un funcionario hasta entonces desconocido por él .
El extraño, con una tarjeta blanca en la mano, le leyó su "re-
cord", no sin estropearle el apellido al pronunciárselo Vira .
-Buen record el suyo, mister Vira -le dijo .- Vamos a cam-
biarlo de departamento y a mejorar su salario, pues aquí aparece que
usted habla inglés . Vamos a utilizarlo como intérprete para que
auxilie a los encargados de hacer desalojar de las orillas del cha-
gres a los moradores retrasados . Es un trabajo que requiere rapidez,
pues vamos a comenzar la inundación del valle de Gatún .
No hizo feliz el ascenso a Vera . Tenía conocimiento de la dras-
ticidad con que Goethals actuaba . Pero no replicó . El doctor Simp-s.onestabu yndapoíhcer

-17 6 -
Capitulo
XLII

EL SARGENTO JURU-JURO

Obedeciendo instrucciones que le dio el funcionario que lo alistó


para que sirviera de intérprete en el Chagres, Camilo Vera esperó
temprano en Gatún la lancha en la que remontaría las aguas del río .
El joven estaba inquieto, no por las dificultades que para él re-
presentaba traducir las órdenes que sin duda daría el gringo encar-
gado de lograr el desalojo inmediato de los agricultores riberenos .
Su inglés era suficiente para ello . Lo que lo mortificaba era la fama
que tenía de despótico y drástico el sargento Alfred Sogg, conocido
en toda la región por el apodo de Juru-Juru, descomposición desma-
fiada de la frase que él usaba para urgir a los labriegos a que aban-
donaran sus fincas y viviendas,
-!Hurry! ¡Hurry!- ordenaba el sargento .
Los campesinos adivinaban, que no entendían, el apremio . Sa-
bían que todo el valle iba a ser inundado, pero personas de Colón y
Panamá a quienes habían ido a consultar, les aseguraban que, de
acuerdo con la Convención del Canal, ningún ocupante de las tierras
que habían de ser cubiertas por las aguas podía ser desalojado sin
que antes se constituyera una Comisión Mixta compuesta por norte-
americanos y panameños, la que había de determinar la compensa-
ción económica a que tenían derecho los desposeídos de sus fincas.
Goethals ignoró totalmente aquello. Procedía con criterio es-
trictamente militar y técnico y exigía a cada trabajador del Canal,
cualquiera que fuese su tarea, que fuera tan déspota e infatigable
como él.
Escogió para sacar a las gentes de las orillas del Chagres y sus
afluentes que habían de ser afectados por la formación del lago ar-
tificial, al sargento Sogg, cuya reputación de hombre enérgico y atro-
pellador le era bien conocida por su actuación en la guerra hispano-
americana . Sogg se había enganchado en el cuerpo de Rough-riders
de Theodore Roosevelt . Alcanzó el grado de sargento y no uno ma-
yor por no ser militar de carrera, y fue condecorado por su arrojo
en los combates,

-177-
Ante la resistencia de los agricultores, se buscó el medio per-
suasivo de alguien que poseyera los dos idiomas y que fuera además
conocido por los ribereños . Fue así como Camilo Vera resultó es-
cogido para lengua del sargento JuruJuru .
Los labriegos del Chagres se aterrorizaban ante el sólo nom-
bre del terrible sargento . Cuando veían subir por el río la lancha
blanca con "el caramelo", como ellos llamaban la bandera de las
barras y las estrellas, corrían a esconderse en la maleza .
Todo esto lo sabia Camilo . Su tarea ahora era inducir a sus
amigos a abandonar en volandas sus fincas .
No era fácil la misión que el joven Vera iba a desempeñar. Los
agricultores no querían salir, unos porque no veían en perspectiva
compensación alguna y otros porque estaban arraigados a sus fincas
por varias generaciones y sencillamente no concebían la vida lejos
del Chagres,
Sabía Camilo que hablarles de deshaucio era provocar su resen-
timiento contra él .
¿Cómo iba él a decirles a los Pineda, a los Macre, a los Rodrí-
guez, a los Triana, a los Atencio y a tantos otros, que abandonaran
sus sementeras, sus árboles frutales, sus cerdos, sus aves de corral
y las cabezas de ganado porque ast lo ordenaba el Sargento Juru-
Juru, sin saber para dónde se iban ni qué recibirían en compensa-
ción?
En estas reflexiones estaba Camilo cuando llegó la lancha . En
ella venían el sargento Sogg y cuatro antillanos . Ni Sogg ni sus
hombres saltaron a tierra . Camilo se arrimó a la lancha y se presentó
al que iba a ser su superior, quien lo invitó a entrar. Hízolo así el
joven y la lancha arrancó aguas arriba con la bandera de las barras
y las estrellas a popa, flotando a impulsos de la brisa, bajo el sol es-
plendoroso de la mañana .
El sargento comenzó el diálogo sin preámbulo de cortesía .
-Soy el sargento Sogg- dijo .
-Yo soy Camilo Vera .
-Ya lo sabía . Vamos a ver si usted induce a esta gente de las
orillas a que salga de sus fincas sin necesidad de violencia .
-Ya veremos, señor.
Don't sir me- dijo en frase intraductible y con visible enojo
el norteamericano .
Camilo no entendió de golpe lo que el sargento Juru-Juro le
quería decir y pidió explicación :
-I beg your pardon, sir?
-Que no me diga señor .- replicó el rough-rider,- porque yo
no soy ningún señor, sino el sargento Sogg . Llámeme sargento y nada
más .
-Está muy bien, señor- dijo inadvertidamente Camilo .
El gringo pareció violentarse . Alzó los brazos en un gesto que
el joven no supo si era de desesperación o de amenaza, mientras
decía :
-¿Es que usted no entiende? No quiero que me diga señor .
Esta vez el joven Vera guardó silencio . Ya tenía una buena
demostración de la clase de hombre a quien estaba sirviendo .
Hicieron el primer alto en una finquita de propiedad de una
familia de apellido Martínez : un hombre y su mujer, con cinco hijos,
el mayor de catorce años y el menor, de cinco . Camilo conocía per-
fectamente a los Martinez ; eran cultivadores de bananos que los
agentes de Stilson compraban . Tenían, además, una pequeña cría
de cerdos y aves de corral, La casa pajiza que les servía de alber-
gue estaba metida en un "asiento" de árboles frutales ; casi en su
totalidad mangos, aguacates, naranjos y palmeras .
El sargento Sogg fue el primero en saltar a la orilla .
Siguiéronlo los jamaicanos, quienes se encargaron de asegurar
la lancha atándola a unos árboles orilleros con sogas de que iba pro-
vista, y por último salió Camilo .
-Llame al dueño, usted que lo conoce- ordenó el sargento .
Vera combó las manos a manera de bocina y gritó :
-!Isidro Martínez! ¡Venga a hablar con nosotros que nada le
va a pasar l
No tardó en aproximarse al grupo de recién llegados un cam-
pesino que aparentaba unos cincuenta años, evidentemente mestizo
de indio y español pero con más de lo primero, descalzo, y vestido de
basta ropa azul.
-Pasen, pasen adelante- invitó cortésmente . -¿Y usted qué
hace con esta gente, Camilo?- dijo dirigiéndose a Vera .
-Soy intérprete del sargento -explicó- y me toca decirles a
todos los agricultores que están en esta parte de la Zona que se sal-
gan antes de que detengan el curso del río hacia el mar y a todo esto
se lo trague el agua .
-¡Hurry! ¡Hurry! -dijo con impaciencia el gringo .

-1 79-
-Sargento :- increpó Camilo .- Mi misión aquí, según se me
explicó, es convencer a esta gente, con buenas maneras, de que de-
salojen . Don't hurry me, please .
Se dio cuenta Juru-Juru de que Camilo se la había devuelto Y
pareció serenarse .
-Bueno, Camilo, dígale al gringo que yo no me voy -contestó
Isidro Martínez .- Hoy me he quedao aquí solo . Mandé a la compa-
ñera y a los muchachos a Colón a unas diligencias y yo me he queda-
do para esperarlos, digo, al gringo y a los morenos esos, porque a
usté no lo esperaba. ¿Y cómo ta la niña María de los Angeles? ¿Ver-
dá que se casó con un gringo de los que vinieron a matar mosquitos?
-Ella está bien, gracias- respondió Camilo .- Si . Se casó con
el doctor Simpson .
-Y usté ahora trabaja pa los gringos, ¿verdá?- apuntó Mar-
tínez con malicia .
-Oigame bien, Isidro, lo que le voy a decir- pidió Camilo .- A
mí no me gusta para nada este trabajo que he comenzado hoy . Pero
si yo no lo cojo, se lo dan a otro que le importe menos con ustedes
Yo no vengo a desalojar a nadie, sino a decirles a los agricultres del
Chagres que esto lo van a Inundar y que deben salirse de aquí cuanto
antes.
-tY en qué quedó lo que se nos ha dicho en Colón, de que tie-
nen que pagarnos por nuestras tierras? Por mí no lo digo, Camilo .
Yo sé lo que voy a hacer. Esta tierra la heredé yo de mis padres Y
en ella y de ella he vivido. A mí de aquí no me sacan vivo . Pero
hay otros y hay mi mujer y mis hijos . ¿Qué les van a dar a ellos?
Camilo le explicó al sargento Sogg lo que le acababa de decir
Isidro Martínez . Sogg le pidió a Vera que explicara al campesino
que el coronel Goethals le pagaría razonablemente el valor de su pro-
piedad y que él, el sargento, iba a darle un papel con el que se pop
presentar a la administración de Balboa, donde le entregarían 10 que
en ese papel decía que costaba su propiedad . ¿Quería Martínez
ochocientos dólares por ella?
El campesino se negó rotundamente a aceptar el avalúo capri-c hos de Jur -Jur y éste le dijo finalmente a Camilo :

-Dígale a este hombre que nosotros vamos para adelante ; que


regresaremos a la tarde y que si para entonces no ha hecho los pre-
parativos para desalojar, mis hombres le prenderán fuego a todo
esto.

Tradujo Camilo las palabras del gringo y Martínez las oyó sin
inmutarse .

-180-
Luego el sargento y sus hombres siguieron su viaje río arriba .
Pararon en varias fincas : las de los Triana, los Atencio, los Pineda,
los Rodríguez y algunas otras . En todas el sargento Sogg hizo re-
petir lo que había hecho decir a Martínez . El fuego iba a abrirle
paso al agua . Camilo trató en todos los casos de no ganar el odio de
sus viejos amigos del Chagres, quienes no podían disimular el dis-
gusto que les causaba verlo sirviendo al terrible Juru-Juru .
Por la tarde, de regreso, Sogg ordenó que la lancha parara de
nuevo en la finca de Isidro Martínez . Quería ver qué resultado ha-
bla producido su amenaza de quemar .
Lo que Sogg y sus hombre vieron, los llenó de terror : colgado
de un árbol de mango que se levantaba frente a la choza, encon-
traron el cuerpo de Isidro Martínez . La cabeza, inclinada hacia el
lado izquierdo, parecía buscar el apoyo del nudo que ceñía su cuello
y, como gesto de burla macabra la lengua del ahorcado aparecía
salida varias pulgadas de la boca . Los pies descalzos, de dedos muy
abiertos, se mantenían a medio metro del suelo .
Palideció visiblemente el sargento Sogg, se llenaron de terror
los jamaicanos y se sobrecogió de espanto y de dolor Camilo .
-Este se desalojó de la manera más rápida- dijo al fin el sar-
gento Sogg .- Descuélguenlo y entiérrenlo . Yo le contaré al coronel
el caso .
Obedecieron los jamaicanos . Isidro Martínez fue enterrado allí
mismo, para que se cumpliera su voluntad de no abandonar jamás
el Chagres .
Regresaron a Gatún los expedicionarios . Camilo fue a su casa,
donde lo atendió Martina, mas en toda la noche no pudo pegar los
ojos . Lo perseguía la figura de Isidro Martínez pendiente del árbol .
Por la mañana se levantó con el propósito de no servir más como
intérprete de Juru-Juru,
Capítulo
XLIII

EL INTERDICTO DE JACKSON .

Camilo Vera tomó el primer tren de la mañana para llegar a


Colón . Se sentía casi culpable de la muerte de Isidro Martínez . Bus-
caba buenas razones en su mente para tranquilizar su conciencia, pero
lo obsesionaba la figura del ahorcado y el cuadro de su mujer y sus
hijos, víctimas del desamparo . El los había visto a todos felices, en-
tregados a su medio frugal y ahora había muerto el jefe de la fa-
milia dejándola en desamparo .
Tan pronto llegó a la ciudad atlánticá fue a ver a don Rodolfo
Ayarza, viejo amigo de su casa . El señor Ayarza gozaba de prestigio
en los tribunales colonenses, ante los que gestionaba con honradez y
dedicación .
Recibiólo el abogado en su despacho sito en los bajos de una
casa de madera de Avenida Bolívar . Sin esperar a ser preguntado,
Camilo le refirió lo ocurrido . El hombre de leyes se mostró preocu-
pado .
-Isidro Martínez fue mi amigo -dijo- y yo le apadriné el
primero de sus hijos . Me duele profundamente que se haya ahorcado .
No creo que podamos hacer nada denunciando criminalmente al sar-
gento Sogg . Hay un conflicto de jurisdicción en la Zona . Cuando
nuestros jueces fueron reemplazados por norteamericanos en los pue-
blos de La Línea, perdimos de hecho la autoridad judicial allí . Pero
la muerte de mi compadre Isidro va a servir para salvar del atro-
pello a los otros agricultores del Chagres y para que a su familia
se le haga una reparación . Es preferible que tú no hables de esto a
nadie. Déjalo todo a mi cuidado .
Pronto cundió por toda La Línea y alcanzó a las dos ciudades
terminales la noticia del suicidio de Isidro Martínez . Se habló de que
otro agricultor se había matado también, disparándose en la cabeza
con una escopeta, para lo que impulsó el gatillo con el dedo gordo
del pie derecho,
El nombre del sargento Juru-Juru se pronunciaba en todos los
círculos con rencor . Cada día se le achacaba un nuevo incendio de
fincas y un nuevo suicidio .

-183-
Por iniciativa del señor Ayarza, varios abogados enviaron un
memorial al juez William H . Jackson, de la Corte de Balboa . Jack-
son era culto caballero, de muy relevantes prendas morales e inte-
lectuales que logró ganar el respeto y cariño de nacionales y ex-
tranjeros .
Le tocaba al magistrado enfrentarse al hombre más poderoso
del Istmo a la sazón : el coronel Goethals, para quien la terminación
de la obra encomendada a su pericia y energía estaba por encima de
todo . Para él la muerte de Isidro Martínez, de la que fue enterado
por el mismo sargento Sogg, era un hecho sin importancia . Liban
acaso a detenerse las obras canaleras porque un labriego desesperado
dispusiera colgarse de un árbol a orillas del Chagres?
Jackson expidió un interdicto contra el coronel Goethals como
suprema autoridad de la Zona . Expuso con muy bien puestas ra-
zones la situación de los agricultores que debían ser desplazados por
el Canal, para concluir que no procedía desalojarlos sin que, dentro
de lo estipulado por el Tratado Hay-Bunau Varilla, la Comisión Mix-
ta que debía señalar las indemnizaciones que el Gobierno de los Es-
tados Unidos estaba obligado a pagar, se hubiera reunido y determi-
nado la cuantía de éstas .
"Esos hombres -decía el fallo- no pueden ser arrojados de sus
hogares como hojas secas al viento" .
Goethals, el capataz de esclavos, se sintió como fiera enlazada .
Pero no le quedó otro recurso que iclinarse ante la majestad de la
justicia .
La Comisión Mixta fue creada y le tocó atender, antes de su diso-
lución en 1920, millares de casos de reclamaciones de panameños y
extranjeros desalojados de la Zona .
Muchos fueron los que recibieron compensaciones directas por el
expedito sistema implantado por Goethals y luego la diferencia entre
lo que los agentes de éste fijaron como reparación, y el precio real,
según la Comisión Mixta .
Camilo Vera había quedado momentáneamente sin ocupación, lo
que no parecía afectarle mucho . Tanto el señor Ayarza como otros
amigos suyos conocedores de la Ley le aseguraban que los terrenos
del Chagres y la casa de Gatún, comprados por su padre y registrados
a nombre de María de los Angeles, serían pagados justa, si no gene-
rosamente . El esperaba que su madre le cediera parte de ese dinero
para llevar adelante su proyecto de hacerse una hacienda a orillas
del lago artificial que había de formarse con la detención de las aguas
del río .

No demoró mucho, sin embargo, la ociosidad de Camilo . Su


madre y el doctor Simpson, completados los dos meses de ausencia,
regresaron a Colón . Avisado él previamente, fue a recibirlos .

-184-
Pasados los momentos culminantes de alegría por el reencuentro,
el joven refirió al doctor y a María de los Angeles su desconcertante
aventura .
-De haber estado yo aquí- le dijo el doctor Simpson- te ha-
bría economizado el disgusto . Fue una arbitrariedad haberte sacado
del puesto que tenías en mi equipo para llevarte a servir con el "ca-
pataz de esclavos" . Admiro mucho al coronel Goethals . No creo que
haya en el mundo otro tan indicado como él para el trabajo que se
le ha encomendado . Pero es despótico en extremo y cree que todo
derecho y todo sentimiento humano deben ser atropellados para ter-
minar a la mayor brevedad el Canal . Tú regresarás a tu trabajo
bajo mis órdenes mañana mismo . Yo cuento con el respaldo de un
hombre a quien Goethals no puede alcanzar.
Capitulo

XLIV

EN BOHIO

El doctor Simpson arregló sin dificultades la reincorporación de


Camilo a su ejército sanitario.
Esta vez tocó a Vera tener como centro de operaciones Bohío
Soldado, uno de los pueblos de La Línea más pintorescos, levantado
a la margen oriental del Chagres, a cosa de ocho o nueve millas de
Gatún, aguas arriba del río. Venia a ser el quinto punto de esta-
cionamiento del tren, después de Colón, Monkey Hill, Gatún y Ahorca-
Lagarto.
Como todos los otros pueblos de La Línea, Bohío Soldado, cuyo
nombre había quedado reducido por el uso a sólo Bohío, estaba lla-
mado a desaparecer . El desalojo era inminente . El Río Chagres era
a manera de un dragón próximo a engullirse las poblaciones ribe-
reñas .
Era Bohío Soldado algo más que Gatún, no tan sólo en extensión,
sino también por la calidad de sus habitantes . Para algunas familias
capitalinas y colonenses había sido sitio de veraneo y durante la gue-
rra de los mil días sirvió de refugio a personas que no quisieron com-
prometerse en la fratricida contienda .
Gran fuerza económica tuvo el lugar cuando los trabajos del
Canal Francés.
Camilo se instaló en una barraca acondicionada para los traba-
jadores de Gorgas . Diariamente remontaba el Chagres en una lancha
para llevar higiene a todos los rincones, o viajaba por tren a las po-
blaciones inmediatas de Buena Vista, Frijoles, Tabernilla, San Pablo
y Mamey.
Pronto Camilo amistó con las gentes del lugar. Se aficionó a ir
de noche a una especie de casino donde se jugaba billar, muy con-
currido por personas de diferentes esferas sociales .
Conoció allí Camilo a un recién llegado a quien todos llamaban
el doctor Castillo . Era un varón que aparentaba unos cincuenta y
cinco años, alto, blanco, de rostro rasurado y abundantes cabellos
grises.

-187-
-El doctor Fernando Castillo- le explicó un chorrerano de
nombre Melquisidec Ramos que tenía en Bohío un negocio de carni-
cería -es colombiano, creo que de La Costa . Está recién llegado y
de 61 dicen muchas cosas contradictorias . Unos aseguran que anda
por aquí porque dispuso de unos dineros de la tesorería de un mu-
nicipio del Departamento de Bolívar . Otros dicen que es un liberal
a quien desterré el general Rafael Reyes horque se opuso a su dic-
tadura, Lo que te puedo asegurar es que tiene un par de hijas, que
tú las ves y no sabes por cuál decidirte .
No dejó de picar la curiosidad de Camilo la información del cho-
rrerano . Unas muchachas bonitas en cualquier lugar son sin duda
un magnífico atractivo, pensó, y más en un pueblo tan monótono
como Bohío .
El domingo asistió Vera a misa, como era su costumbre, y se
sintió sorprendido en extremo cuando vió entrar a la iglesia a las
hijas del doctor Fernando Castillo . Una era alta, de cabellos negros .
La otra era de menor estatura y castaña . Ambas iban vestidas con
sencillez .
Le causó extrañeza a Camilo que las muchachas no fueran
acompañadas por su padre, paro más tarde supo que éste, si bien no
se oponía a que sus hijas fueran católicas practicantes, a fuer de libe -
ral de su tiempo, no iba a la iglesia salvo en las grandes ocasiones .
-Me gusta la más alta- dijo Camilo al chorrerano que estaba
a su lado cuando las muchachas entraron- pero reconozco que las
dos están muy bien .
De nuevo se situó Vera junto a la puerta para ver pasar a la
salida a las dos muchachas . Ellas no parecieron reparar en el joven .
Camilo pensó en la manera de hacerse presentar a las Castillo .
Tenía trato cortés y casi cordial con el padre, pero no se atrevía a
insinuarle siquiera que lo llevara a su casa .
Era costumbre de los habitantes de Bohío ir a la estación a las
horas en que allí tocaba el tren . Unos iban por el periódico, otros,
por recibir a algún amigo y los más por buscar entretenimiento en
un lugar donde no abundaba .
Camilo tuvo la suerte de encontrarse con don Fernando una tar-
de, cuando coincidió con éste en la estación, El joven saludó con to-
da cortesía al abogado . Este se mostró afable y pronto comenzaron
a dialogar . Una vez que el tren siguió su marcha, don Fernando
invitó a Camilo a que lo acompañara en su camino .
Al llegar a la puerta de la casa que ocupaba el abogado, éste in-
vitó a Vera a entrar. Débilmente se resistió Camilo a la ínvitacióón
y una vez reiterada, la aceptó .

- 188 -
La sala de recibo era amplia, adornada con discreción y como-
didad . Una lámpara de querosin de pantalla rosada y adornada con
"lágrimas", colgaba del cielo-raso . Era prima noche y la luz estaba
encendida .
Camiló buscó con sus miradas a las hijas de don Fernando, pero
éstas no estaban en la sala .
-Siéntese y conversemos -dijo el doctor Castillo . -Aquí en
Bohío pocas veces tengo oportunidad de un palique y yo, como buen
costeño, soy muy dado a conversar .
-Gracias, don Fernando -contestó el joven- aunque me temo
que mi inexperiencia en el diálogo con gente culta no me permita . . .
-Vamos, vamos, amigo Vera- replicó don Fernando . . . -Ya
tendrá usted cosas que contarme de sus experiencias en su trabajo
con los gringos. Pero creo que lo indicado es que yo le conteste lo
que usted sin duda se ha preguntado al verme aquí en este pueblo
próximo a ser engullido por el Canal, desterrado con mis hijas .
-En verdad, don Fernando, que me gustaría saber, aunque por
mi cuenta nunca se lo habría preguntado- manifestó Camilo .
-Pues le voy a contar- respondió don Fernando mientras acer-
caba un tanto su silla hacia la que ocupaba su visitante .
-Yo soy abogado y no exagero al decirle que en el Departa-
mento de Bolívar, de donde soy oriundo, tengo amplio prestigio . Por
herencia y por convicción, soy liberal . He ejercido la profesión en
Cartagena por largos años y mi situación económica era bastante hol-
gada antes de que estallara la pasada revolución. Respondí al lla-
mado del general Rafael Uribe Uribe y me alisté bajo sus banderas .
Usted sabe que perdimos .
Cuando regresé a los afanes de la paz, encontré a Clementina,
mi mujer, gravemente enferma . No duró mucho y yo quedé solo
con mis dos hijas, Consuelo y Ester . Quise rehacer mi vida, pero la
política a la que he dedicado tanto de ella me lo impidió . No sin
escrúpulos seguí a Uribe Uribe cuando éste apoyó la candidatura
presidencial del general Rafael Reyes . Triunfó Reyes ,y yo pensé
que la suerte había cambiado para mí y para todos los liberales.
-Pero Reyes, según entiendo, era conservador- observó Camilo .
-Sí, lo era y lo es -aceptó el doctor Castillo .- Yo se lo hice
observar así a Uribe Uribe cuando se perfiló su candidatura . Le re-
cordé su incondicionalidad a Rafael Núñez, el que traicionó nuestro
partido, y hasta una frase de éste que bien conocíamos en Cartage-
na: "¡Desgraciada Colombia si Rafael Reyes llega a ser su presi-
dente!" Pero Uribe Uribe me explicó que la única oportunidad que
teníamos los liberales de reincorporarnos a la vida normal de Colom-

- 1 89-
bia, era apoyarlo . Nosotros éramos tratados como si no tuviéramos
derechos civiles . En el Congreso nuestro único vocero era Uribe .
Reyes ofreció darnos participación en el gobierno y garantías para
llevar más tarde candidatos propios a los puestos de elección,
-¿Y lo cumplió?- preguntó con interés Camilo .

-Lo cumplió, sí- convino su interlocutor .- Es decir, lo de la


participación en el gobierno. Hasta trató de llevar una vez a los
puestos más altos del gabinete a dos de los más distinguidos libera-
les . Sin duda hubiera hecho buena su promesa de no haber inter-
venido, avisado por un conservador a ultranza, nada menos que el De-
legado Apostólico de Su Santidad, Monseñor Francisco Ragonasi . Co-
rrió en volandas el alto prelado a ver. al general Reyes para hacerlo
cancelar su promesa . ¡Dos liberales, uno de ellos masón grado 33,
eran un peligro para la Iglesia en puestos tan importantes del go-
bierno como el Ministerio de Guerra y la Gobernación de Cundina-
marca! Reyes se echó atrás, pues no ha habido mandatario conser-
vador colombiano capaz de resistir la presión eclesiástica . Pero per-
done, mi joven amigo . Acaso yo lo aburra con mi narración .
-Absolutamente, don Fernando- aseguró Vera .- Me interesa
lo que usted me refiere mucho más de lo que supone . Desde niño
la figura de Rafael Reyes me ha sido antipática . Ya le contaré, si
hay ocasión .

-Pues bien,- continuó el narrador-, yo fui de los primeros


liberales en desacordar con Reyes . Nosotros hicimos una revolución
para darle a Colombia democracia y legitimidad . Perdimos, es ver-
dad, pero capitulamos a base de recobrar nuestra calidad de colom-
bianos. Reyes ofreció cumplir lo que nosotros esperábamos y llamó
a muchos liberales a colaborar. Yo me negué a hacerlo cuando el
general disolvió el Congreso por consejo de Guillermo Valencia, quien
lo empujó recordándole que desde los tiempos de Cromwell a la
puerta de los parlamentos se puede escribir un "Se alquila" . Uribe
aconsejaba que siguiéramos aceptando puestos para que no nom-
braran en ellos a conservadores y el doctor Antonio José Restrepo,
desde la prisión donde lo encerró el déspota, seguía alabándolo y acon-
sejando a sus copartidarios que lo apoyáramos . Para no cansarle, le
diré que yo soy uno de los muchos colombianos que prefirieron el
destierro a la sumisión a la dictadura . Me vine a Panamá, donde te-
nía algunos amigos . Pienso abrir bufete en Colón y estoy aquí pro-
visionalmente, mientras consiga alojamiento y oficina allí, Entre
tanto permanezco en Bohío, ocupando esta casa que me ha sido pres-
tada por don Porfirio Meléndez, actual gobernador de Colón, para
quien traje de Cartagena buenas recomendaciones . El me ha aten-
dido con generosidad y gentileza y presiento que seguirá siéndome
muy útil.
Camilo no se sintió animado a hacer confidencias a su locuaz
huésped. Se hallaba un tanto sorprendido de que éste le refiriera
cosas de su vida la primera vez que con él dialogaba sin testigos, en
tanto que hurtaba a sus hijas de su presencia . El había oído decir
que los colombianos, y muy especialmente los de cierto rango social,
son esquivos de presentar a extraños las mujeres de su familia . Pe-
ro ¿por qué don Fernando le abría con tanto espontaneidad su casa?
-Don Fernando- dijo el joven en tanto que se levantaba de la
silla . -Ha sido un placer oírlo y me encantaría continuar conver-
sando con usted, pero tengo algo que arreglar en la barraca donde
estoy instalado. Buenas noches.
-Buenas noches, Vera- contestó el doctor Castillo mientras
extendía cordialmente la mano a su visitante . -Espero que pronto
nos encontremos de nuevo.
Camilo se retiró un tanto defraudado . Su esperanza de conocer
esa noche a Consuelo se había desvanecido .
Capitulo
XLV

CONSUELO

Volvió Camilo el siguiente día a la estación seguro de que de


nuevo se encontraría con el doctor Castillo y a poco de estar allí
llegó el abogado, esta vez en compañía de sus dos hijas . Don Fer-
nando se acercó al joven y después de estrechar su mano procedió
a hacer la presentación .
—Mis hijas Consuelo y Ester . El señor Camilo Vera.
El joven hizo una inclinación de cabeza y dió las gracias a don
Fernando . Las muchachas esbozaron una sonrisa, Don Fernando
divo algunas frases de rutina a las que asintió Camilo y cuando el
tren reanudó su marcha el abogado pidió a su joven amigo que lo
acompañara . Como el día anterior, el colombiano invitó al panameño
a entrar a su casa . El diálogo se reanudó . Don Fernando instó a
Camilo a hablar de sus cosas .
-¿Le gusta a usted su trabajo con los americanos? -preguntó .
-Es un poco rutinario -explicó el joven,- pero me ha ofrecido
oportunidad de aprender algo y observar mucho . Sin embargo, no
es mi propósito perpetuarme en él . Tengo otros proyectos para el
futuro . Soy agricultor y tan pronto se haya producido la inundación
del valle del Chagres buscaré tierras a su orilla para cultivar banano
y hacerme de una hacienda .
-Me parece muy bien -aprobó don Fernando .- El general
Uribe ha amonestado fuertemente a los colombianos por su prurito
de hacer versos, Según él, y en ello yo estoy de acuerdo casi total-
mente, la tendencia de nosotros a poetizar nos ha impedido la ac-
ción creadora . Cada colombiano se cree poeta con olvido de otras
ramas importantes de la literatura y de actividades mas productivas .
-Yo nunca he hecho versos -manifestó Camilo- pero no creo
que haya daño en hacerlos sobre todo si hay quien los inspire .
Al decir estas palabras, el joven posó sus miradas en Consuelo .
El rostro de la muchacha se cubrió de ligero rubor .

-193-
-Pues según Uribe Uribe -reanudó don Fernando- nuestra
mujer es culpable de nuestra manía por las líneas cortas, ya que en
vez de exigirle al pretendiente que le lleve de regalo una piel de
tigre cazado por él mismo, le solícita versos .
Rió Camilo y las muchachas corearon .
-Don Fernando -explicó el joven- yo le confieso que jamás
he cazado un tigre, pero soy tan falto de inspiración poética, que
me serla más fácil hacer lo que quiere el general Uribe Uribe de
un pretendiente para una dama, que versos .
-Me parece bien -dijo el doctor Castillo riendo .- Mas Uribe
no tan sólo echa pestes contra los poetas, sino que condena la ten-
dencia abogadil del colombiano . Para él, tumbar un monte y levantar
una sementera son afanes más provechosos que manosear códigos y
escribir en papel sellado, lo que no impidió que él se hiciera un buen
jurisconsulto .
-Pues creo que con el general Uriba Uribe yo me las enten-
dería muy bien -comentó Camilo .- Yo amo las labores agrícolas .
En verdad, soy un hijo del Chagres, a cuyas orillas he crecido y no
concibo la vida sino cerca de él, arrancándole a la tierra mi sustento .
Y en cuanto a cazar tigres, ya tendré oportunidad de hacerlo cuando
me establezca porque en nuestras selvas abundan y son dañinos . ¿Se
encuentran ustedes contentas en Bohío? -agregó dirigiéndose esta
vez a las muchachas.
-Nosotras estamos satisfechas mientras estemos con papá- res-
pondió Consuelo mirando con ternura a don Fernando .
-Ya lo sé, hija mía -respondió conmovido el padre .-- Soy más
afortunado que Milton, pues conservo la facultad de ver y en vez de
una Débora, Dios me ha permitido tener dos, Pero me inquieta el
porvenir. Ya voy para viejo y ustedes sólo me tienen a mi .
-No diga eso, papá -reprendió Ester .- Usted está fuerte Y
ha de vivir muchos años .
-Pero poco he de durar si ustedes no cuidan de mí -replicó
don Fernando .- Tú sabes, Ester, dónde está el Ron Jamaica que
me regaló mi amigo Campbridge . Sírvanos una copa .
Levantóse Ester para cumplir la orden de su padre .
-Me hubiera gustado invitarlo a comer -dijo don Fernando a
Camilo- pero aquí lo hacemos antes de que pase el tren . Es la cos-
tumbre de esta tierra, Mas no ha de faltar ocasión,
Saborearon los dos hombres el excelente ron que les sirvió Es-
ter y la conversación se posó caprichosa sobre distintos temas. Ca-

-194-
milo refirió a los Castillo su terrible experiencia con el sargento
Juru Juru . Sus oyentes se mostraron impresionados por el caso del
suicidio de Isidro Martínez . El joven sentía especial deleite en mirar
el rostro de Consuelo, cuyos ojos abiertos de terror le parecían mag-
níficos .
-Creo haber abusado de la hospitalidad de ustedes- dijo al
cabo el joven visitante, en tanto que se ponía de pies para despedirse .
-Espero que el recuerdo del ahorcado no turbe el sueño de las se-
ñoritas .
Camilo se fué a su barraca con la imagen de Consuelo fija en su
mente . Sentía por ella, no la pasión huracanada que le inspiró San-
dra, sino un amor suave y profundo. Se propuso ganar su corazón,
pero le preocupaba lo que don Fernando pudiera opinar cuando se
enterara de su origen ilegítimo . Los colombianos de cierto nivel
social, había oído decir él, eran muy exigentes en ciertas cosas, inclu-
sive los más liberales .
Se hizo rutina en Camilo sus visitas a la casa de don Fernando .
Trató de ser fino y amable con Consuelo y Ester, aunque era evidente
su preferencia por la primera .
Una tarde en que Vera, como de costumbre, fué a la estación,
encontró a las muchachas sin su padre . Preguntóles por éste y Con-
suelo le dio cuenta de que había ido de urgencia a Colón, de donde
lo llamó don Porfirlo sin duda para anunciarle que estaba resuelto
el problema de su instalación allí .
Acompañó Camilo a las muchachas a casa y aceptó la invitación
de ellas a entrar .
Ester, inadvertida o premeditadamente, entró al cuarto contiguo
a la sala dejando solo a Camilo con Consuelo . Guardó el joven silen-
cio por algunos minutos, uno de esos silencios que resultan embara-
zosos y fecundos en el amino del afecto cuando se produce entre
dos seres que sienten mutua inclinación y que aún no se lo han ma-
nifestado,
Los ojos de Camilo estaban fijos en el rostro de Consuelo . Es-
ta esquivaba sus miradas, visiblemente conturbada .
-Consuelo -dijo al fin Camilo- estoy tentado a marcharme
a las selvas del Chagres ahora mismo .
-¿Y qué tiene usted que ir a buscar a las selvas? -preguntó
ella mientras con un suspiro expresaba el descanso que le producía
haber salido del embarazoso silencio .
-Quiero ir a cazar un tigre para traerle la piel- respondió
sonriente Camilo .- Es así como, según su padre, Uribe Uribe con-
Gibe que un hombre debe expresarle su admiración a una dama, y
no con versos . Consuelo : yo la amo a usted con toda mi alma .
Guardó silencio la requerida . En su rostro era visible la emo-
ción. A la memoria de Camilo vino el recuerdo de Sandra . ¡Cuán
distinta era esta muchacha colombiana, sensible y casta, cuyos ojos
flavos, de limpia transparencia, eran antítesis de los verdes de la
gringa, turbadores de malicia y provocadores de pasión insana!
La reaparición de Ester en la sala, portadora de una copa de ron,
interrumpió la continuación del diálogo, Camilo hizo un enorme
esfuerzo de voluntad para aparentar sosiego y el rostro de Consuelo
se serenó con agilidad femenina,
Agradeció Vera a Ester su gentileza y lentamente apuró el ron
que ésta le sirvió.
-Pronto nos iremos a Colón -observó ella .- Sin duda usted
nos visitará allá, ¿verdad?
Asintió Camilo con gesto rotundo y a poco se despidió .
Esta vez Vera se retiró a su barraca entregado a las más dulces
esperanzas, apenas turbadas por la incógnita de la reacción que en
don Fernando podría producir el conocimiento de su amor .
Capitulo
XLVI

LA PIEL DEL TIGRE

-En el primer tren de mañana regresa papá de Colón- dijo


Consuelo a Camilo cuando encontró a éste en la estación de ferroca-
rril la tarde siguiente .
Vera se sintió animado por el tono de simpatía que vibraba en
las palabras de la joven .
-Lo celebro -respondió Camilo- pero me entristece pensar
que muy pronto ustedes se irán de aquí.
-Pero usted tampoco se ha de quedar en Bohío eternamente
-apuntó Ester .- Muy en breve este pueblo será desalojado . Ade-
más, quedamos anoche en que usted nos visitará en Colón .
-Así será sin duda -aceptó Vera- pero me he acostumbrado
tanto a ustedes que no concibo pasarla aquí un solo día sin verlas .
-Sé que es menos por mi que por mi hermana- dijo maliciosa
Ester .
Consuelo clavó en ella una mirada de reproche y Camilo guardó
silencio .
De nuevo acompañó Vera a las Castillo a su casa, Otra vez
Éster abandonó la sala para dejarlos solos .
-Consuelo- comenzó el joven- estoy en espera de que usted
me autorice para ir a buscar la piel del tigre .
-No será necesario ir a la selva a buscarla -contestó ella . -La
piel del tigre que usted ha de conseguir es el asentimiento de mi pa-
dre,
La voz de Consuelo se hizo dulce y cordial . Vera se sintió el
más feliz de los mortales .
-¿Me ama usted, pues?- preguntó emocionado .
Ella sonrió con inequívoca complacencia .

-197-
-Preferiría ir a cazar la fiera -dijo él .- Quizás eso me oca-
sionaría menos trabajo que convencer a don Fernando de que se des-
haga de su mejor tesoro .
Regresó Ester a la sala y la conversación versó sobre el género
de vida que habrían de llevar en Colón . Ella manifestó su preferen-
cia por Panamá, donde abundaban más los elementos afines a los
Castillo, pero se allanaba con gusto a la voluntad de su padre .
Fuése Camilo a su barraca como de costumbre . Le apenaba no
poder acompañar a las muchachas a recibir a don Fernando, pero
temprano tenía que partir con un grupo de trabajadores sanitarios,
Chagres arriba .
A su regreso por la tarde, fue como de costumbre a la estación .
Al no encontrar allí al doctor Castillo y sus hijas, se encaminó a la
casa de éstos. Don Fernando estaba solo en la sala leyendo un pe-
riódico .
Cruzados los saludos de cortesía, Camilo comenzó :
-Don Fernando : usted me ha contado algunas cosas de su vida
y yo le ruego que escuche ahora algo de la mía .
-Puede usted hablar, que lo escucho con interés- animó el
abogado.
Camilo refirió a don Fernando con naturalidad y sin sonrojos
todo lo relativo a su origen y formación, Habló con amor de María
de los Angeles y expresó lo muy orgulloso que se sentía de ser su
hijo, Al término de su confesión, que don Fernando escuchó Con
interés manifiesto, Vera soltó lo qe más anhelaba decir :
-Don Fernando : yo amo a su hija Consuelo . Si después de
lo que le acabo de referir, que es todo lo que concierne a mi origen
y vida, usted me autoriza, yo iré a la selva a buscar una piel de tigre
para ella .
Sin duda agradó al doctor Castillo el eufemismo de Camilo
calcado en la frase de Uribe Uribe, y contestó :
-Supongo que Consuelo sabe de los sentimientos de usted y 105
corresponde,
-De otra manera, yo no le habría hablado a usted como lo he
hecho, don Fernando-' afirmó el joven . -Y si le he relatado todo lo
que me concierne, es porque no quiero que medie engaño alguno
entre nosotros .
-Usted no sabe hasta dónde ha ganado mi voluntad su fran-
queza- dijo el doctor Castillo .- Yo no objeto la unión de usted
con mi hija . Sé que de efectuarse, como lo espero, podré vivir Y

-198 -
morir tranquilo sobre la suerte de ella . Sé que la espera una vida
de trabajo por el género de actividad a que usted piensa dedicarse,
pero confío en que el amor le hará ligera la carga y que en usted
tendrá un compañero noble y leal .
-En eso podrá confiar usted plenamente- dijo con énfasis
Vera .

-Sin duda a usted le preocupó mucho pensar en la reacción


mía al saber su origen- continuó el doctor Castillo .- Pues confiden-
cia por confidencia, he de decirle que yo soy hijo natural y que no
me averguenzo de ello . Mi padre era un magnate cartagenero y mi
madre una mujer de la clase media, maestra de profesión . Hubo gran
amor entre mis padres, pero las diferencias sociales prevalecieron .
Yo hubiera querido llevar el apellido de mi madre, como lo lleva
usted, pero mi padre no lo permitió y me dió el suyo del cual yo
segregué, porque me parecía que pesaba demasiado sobre un bas-
tardo, el del . Preferí ser Fernando Castillo a Fernando del Castillo .
Advenedizo de la peor especie seria yo si lo rechazara a usted como
yerno porque no tiene una legitimidad de nacimiento que yo tampoco
poseo .

-Gracias, don Fernando- dijo Vera con emoción de lágrimas .


-Le juro que usted jamás tendrá ocasión de arrepentirse de su noble
franqueza conmigo .
-Me gusta que mi hija se case con un hombre que no es polí-
tico, -comentó don Fernando .- Usted ha leído el Quijote, ¿verdad?
Pues, sin duda recuerda que éste prohibió en su testamento que su
sobrina casara con hombre que hubiese leído libros de caballerías .
En lo que se refiere a Consuelo, ya yo no tendré necesidad de dejar
disposición testamentaria igual sobre los políticos .
Rió de buenas ganas Camilo, y don Fernando continuó :

-Según me ha relatado, usted, Pedro Prestán fue su padrino .


Sin duda lo rezó bien porque usted no ha seguido sus huellas . La
figura de Prestan me ha apasionado y he dedicado horas a estudiar
su caso . Yo no sé cómo Uribe Uribe pudo llevarnos a apoyar al ge-
neral Reyes, cuando el apodo de Cocobolo que le pusieron sus ad-
versarios denunciaba una página sombría de su actuación política .
Pero eso no viene ahora al caso . Vamos a dejar arreglado lo de su
compromiso .
Don Fernando llamó a Consuelo y ésta hizo su aparición en la
sala .

-Hija mía- le dijo con ternura . -Sé que este es el hombre


que has elegido . Debiste habérmelo dicho tú antes que él, pero te
lo perdono . Estrecha su mano, que ha de velar por ti y ojalá sea
por muchos años .

-1 9 9 -
Camilo se puso de pies y estrechó con efusión la blanca y suave
mano de la que desde ese momento era su prometida .
Llamó don Fernando a Ester para hacerla partícipe del acon-
tecimiento. La más joven de las Castillo no se mostró sorprendida
y si muy contenta del compromiso de su hermana .
Don Fernando habló de sus proyectos futuros . Su viaje a Co-
lón ofrecía frutos óptimos. Don Porfirio le había conseguido casa
dónde alojarse y oficina para su bufete . Tenía el doctor castillo di-
nero suficiente para afrontar los gastos por más de un año y con-
fiaba en que a pocos meses él ganaría clientela que le permitiera
vivir con desembarazo . Le interesaban las reclamaciones de los de-
salojados de la Zona del Canal y se dedicaría a atender las más que
pudiera .
Camilo habló de abandonar su cargo en la Zona tan pronto se
abrieran al cultivo las márgenes del lago artificial próximo a for-
marse . Sabía que muchas firmas estaban dispuestas a negociar en
banano : el inglés Stilson entre los viejos; el italiano Perino, el espa-
ñol Juan Díaz y el norteamericano Hooper entre los nuevos . Lo que
a él le tocara del valor de las tierras de su madre sería sobrado para
comenzar .
-Mañana iré a Colón a darle cuenta a mi madre de mi felicidad
-concluyó rebozante de contento,
No le perdía una palabra Consuelo a su novio y su rostro estu-
vo en todos los momentos iluminado de admiración y alegría .
Capítulo
XLVII

HOJAS AL VIENTO .

El doctor Fernando Castillo abandonó, a los pocos días del com-


promiso de Consuelo con Camilo, la casa de Bohío para instalarse en
Colón, donde pronto abrió su bufete con halagüeñas perspectivas . La
nueva república no había organizado aún el ejercicio de la abogacía
ni expedido códigos propios . Las reclamaciones de los desalojados
de la Zona subían a millares y había medro para los abogados, entre
los que pronto ganó sana reputación de serio y competente el deste-
rrado de Reyes .
A Camilo Vera se le hicieron insufribles los días que pasaba en
Bohío . Aguardaba angustioso las tardes de los sábados para trasla-
darse a Colón en busca de Consuelo .
María de los Angeles y el doctor Simpson se mostraron contentos
con la elección de Camilo . Consuelo era bella, sencilla y discreta .
Además, demostraba una gran devoción por su futura suegra y su
marido.
Creyeron María de los Angeles y su hijo que lo más indicado
era confiar al doctor Fernando Castillo la misión de gestionar el pa-
go, por parte del gobierno norteamericano, de las propiedades suyas
a orillas del Chagres . El desalojo de Gatún se había realizado total-
mente y se anunciaba la próxima inundación del valle .
Afortunadamente los papeles de María de los Angeles estaban
todos en regla . En ellos constaba ser ella la dueña de la casa de
Gatún y de cuatrocientas hectáreas de terreno divididas en tres fin-
cas separadas, una cultivada totalmente y las otras dos, sólo en parte .
Fueron María de los Angeles y Camilo entre los mejor librados .
El gobierno de los Estados Unidos les reconoció veinticinco mil dó-
lares por sus propiedades . Además contaban con el remanente del
depósito bancario que Rostand les había dejado . Los ruegos de Ca-
milo para que su madre aceptara retener parte de la apreciable suma
de dinero que recibieron fueron inútiles .
-Tú lo vas a necesitar más que yo, hijo- afirmó la madre .-
Además, no sería digno que yo me quedara, estando casada con otro

-201-
hombre, con un sólo medio de lo que es el producto del trabajo de
tu padre y por otro lado Waldo no lo aceptaría . Guarda ese dinero
y cuando sea el momento oportuno, adquiere tierras a orillas del lago
artificial que se está formando en el Valle del Chagres . Por lo pron-
to tienes de qué vivir, sin contar tu trabajo .
Una vez en posesión del dinero, Camilo dispuso precipitar su
matrimonio. No quería, y así se lo manifestó a su suegro, el noviazgo
largo, acostumbrado por colombianos y panameños .
Casáronse, pues, Camilo y Consuelo, en ceremonia sencilla . El
doctor Simpson y María de los Angeles, el gobernador don Porfirio
Meléndez y su simpática hija Aminta, el doctor Castillo y Ester, apa-
drinaron el matrimonio.
Hubiera querido Camilo que no se hubiese tenido fiesta alguna,
pero el doctor Castillo creyó prudente invitar a casa a algunas per-
sonas prominentes del foro y el mundo oficial . Para él era una ne-
cesidad profesional relacionarse con los elementos más influyentes
de Colón.
Instalóse el nuevo matrimonio en un chalé de Calle Tercera,
no lejos de donde vivía el doctor Castillo . Camilo resolvió abandonar
su empleo, pues no se resignaba a andar alejado de su esposa .
Pasados los días de luna de miel, el doctor Castillo habló a Ca-
milo sobre su porvenir inmediato .
-Creo, hijo mío -le dijo- que tus proyectos de agricultura
están un poco remotos. Sé que no tienes apremios económicos Y
que puedes aguardar con calma mas me parece que bien harías en
aprovechar el tiempo, El saber no ocupa espacio . Nada perderías
con aprender un poco conmigo . Nunca está de más que un hombre
sepa derecho .
-Mi querido don Fernando- contestó Camilo- mi prepara-
ción no es la más adecuada para lo que usted me propone . Usted
bien sabe cuál es mi formación . Gracias a la influencia del padre
Villanueva aprendí lo que enseñan en cualquier escuela primaria Y
tomé afición a la lectura, pero jamás me he ejercitado en escribir
siquiera cosas corrientes ; no hablemos de memoriales y alegatos .
-Pues eso se aprende, hijo- afirmó el doctor Castillo .- Aquí
tienes libros de derecho que puedes leer . Yo te mostraré los casos
que tengo pendientes y te explicaré cómo atenderlos, Cuando tú
regreses al Chagres, llevarás un conocimiento que no te pesará haber
adquirido. Por lo menos, te servirá para que no te engañen tan
fácilmente .
Aceptó Camilo la propuesta de su suegro
por lo pronto . Aprendió algunas cosas con . Nada tenía que hacer
don Fernando, pero en

-202-
verdad jamás logró entusiasmarse por la literatura judici al, ni por
los códigos .

En cambio, se mostraba muy interesado en conversar con los


campesinos que venían al despacho de su suegro atraídos por él, a
quien conocían desde niño . Suegro y yerno atendían diligentes sus
casos ante la Comisión Mixta .

Pastor Garay, dueño de una finca a orillas del Chagres, con


quien le unía el compadrazgo, pues el joven era padrino de uno de
sus seis hijos, le dio cuenta de algunos viejos amigos por quienes él
le preguntó .
-Toos tan desorientaos, compadre- explicó Pastor . -Mu-
chos han recibío ya su platita y se la tan comiendo mientras bus-
can nuevas tierras donde afincarse . Otros, por cabanga o por vicio,
se tan chupando lo que recibieron . Demetrio Macre, que vivía de
la pesca, no tiene ni en qué caerse muerto porque su fortuna era el
río y la cosa lo cogió sin una cuarta de terreno . Toribio, aquel mu-
chacho de Gatún que le apodan mono-con-pulga, recibió unos riales
de un bananal que tenía por los laos de la desembocadura del
río Trinidad y anda perdío en el aguardiente y dice que lo que es él
no vuelve a coger machete en sus manos . Lorencito Santamaría ta
en espera de un pueblo nuevo que dizque van a fundar cuando haiga
terminao la inundación en un lugar que le ñaman Escobar . El pae
Cuevas ¿se acuerda, compadre? el mentao Loco de Bohío, se la
pasa de un lugar a otro y no ha perdío la costumbre de maldecir a
Gatún y de anunciar que lo van a enterrar por castigo de Dios, que
no puede perdonarlo de que ahí mataron al pae Rogelio .

-¿Y qué razón me da, compadre, de Vicente Bracho, e) del


acordeón?
-Lo vide la última vez pa las fiestas del Nazareno en Portobelo .
Usté sabe, compae, que a él ná le va ni le viene con la agricultura
y mientras tenga un acordeón, es el cristiano más feliz .
-¿Y Serafín Barrero? ¿Qué es de él, compadre?
-Como siempre, compa . No pierde fiesta . Llega de primero
y se va de último . Ta en espera también de que pare la inundación
pa ver aónde se acomoda . ¿Se acuerda usté, compadre, de Anastasio
Coronado?
—Si me acuerdo, compadre- convino Camilo .- Un hombre que
tenía una finca muy bonita con muchos aguacates, naranjos y man-
gos y un cañaveral con trapiche más una buena plantación de ba-
nano . Vivía con la mujer y dos hijas que lo acompañaban al traba-
jo como si fueran hombres de pelo en pecho . ¿Qué ha sido de él?

-Pues eso era lo que le quería contar, compadre . Parece que


a los gringos les conmovió echarlo de su propiedá, que era la más

-203 -
bonita del Chagres y le dieron buena plata . Pero las hijas que se
volvieron muy artificiosas cuando se vieron con plata, dispusieron
que se fueran a vivir a los Estados Unidos. A mí no me lo crean,
pero tienen un cuento muy gracioso que yo no sé si sea verdá o
embuste .
-Cuente, cuente, compadre- suplicó Camilo .
-Pues dicen que Anastasio y la vieja Isidora no querían por ná
del mundo irse pal Extranje, pero tanto dieron Tomasita y Toñita,
hasta que los convencieron . Empacaron toas sus cosas y se largaron .
Y cuentan que cuando llegaron a puerto americano, comenzó un
gringo de la Aduana a registrarles el equipaje y a hacer una lista
de lo que llevaban . De pronto el gringo se trompezó con un pilón
de curutú muy hermoso que se habían llevao los Coronado . No sabía
el fulo pa qué servía aquello ni menos cómo se ñamaba, ni podía
averiguarlo con Pastor ni con su mujer y sus hijas, pues de inglés
no sabían ni ésto . Se rascaba el gringo la cabeza, con una hoja d :;
papel en una mano y un lápiz en otro, hasta que e quedó viendo a
las muchachas, que como usté sin duda recuerda, son muy tapucas .
A lo que el gringo les vió las formas, se le iluminaron los ojos y es-
cribió en su papel : maniquí .
Rieron Camilo y don Fernando del cuento y el joven, por poner
en dificultades al compadre, le preguntó :
-Compadre Pastor : ¿Usted cómo pudo averiguar eso, si no
estaba con la familia Coronado cuando llegó a puerto norteamericano,
ni sabe inglés para enterarse de lo que el gringo escribió?
-Por eso le dije, compadre, que a mí no me lo crea- replicó
Pastor .- El cuento se ha hecho muy popular en toa La Línea Y
hasta yo creí que usté se lo sabía . Lo que sí le digo bajo mi palabra,
compadre, es que toa la plata que nos han dao no paga por el dolor
de haber abandonao uno lo suyo, lo que heredó y alevantó con el
sudor de su frente y que lu que es la gente que ha sío sacá de sus
tierras, jamás volverá a arreunirse junta . Nos hemos quedao, coin-
pa, como el Judío errante,
Una sombra de tristeza cubrió el rostro del agricultor y Camilo
sintió que, pese al interdicto del Juez Jackson, los hombres arran-
cados de sus querencias por el Canal, eran hojas al viento . . .
Capítulo

XLVIII

LA DOMA DEL RIO

Cuando los norteamericanos desecharon el proyecto del canal a


nivel de los franceses para adoptar el de esclusas, que a la sazón
era sin duda de mayor factibilidad, procedieron a aprisionar el río
Chagres para formar el lago artificial más grande del mundo, Había
que cubrir una extensión de más de ciento sesenta millas cuadradas .
Caso único en la historia : las aguas de un río serían bifurcadas
y llevadas a derramarse en los dos grandes océanos .
Era preciso cerrarle al Chagras todas las salidas . Detener su
curso hacia el Atlántico era lo primero, Ello se haría por un siste-
ma de grandes compuertas movidas por energía eléctrica a voluntad
del hombre, ya para darle un alto a las aguas en su camino hacia el
mar, ya para sangrar al río cuando, como consecuencia de las lluvias
torrenciales, la gran cuenca amenazara desbordarse .
Goethals y su Estado Mayor dispusieron darle la batalla al Cha-
gres, Había que rodearlo, obligarlo a replegarse, cazarlo, en fin,
como si fuera un jaguar, arrinconado por los lebreles de las maqui-
narias azuzadas por los ingenieros cazadores de ríos .
Siete años se tomó completar la hazaña . Durante ellos, la boca
del Chagres vio desfilar a todas horas, sin interrupción, los enjam-
bres incansables de la gran colmena canalera, Enormes barcazas
cargadas de piedras, arena y grava a la cola de poderosos remol-
cadores venían de continuo de distintos puntos de la Costa Atlán-
tica, para vaciarse íntegras en los portillos que pudieran servir de
escape al río que se intentaba aprisionar .
Goethals, el conductor máximo de la singular cacería, se había
opuesto a que aquello se realizara por contratos . Todo debla ser
estrictamente por administración, bajo sus órdenes directas . Para
eso estaba él allí, exclusivamente dedicado a la construcción del Ca-
nal . Para cubrir la parte festiva de su misión escogió al suriano
Blackburn político de voz argentina con un amor de latino por la
oratoria, quien nunca declinó pronunciar un discurso .
Ordenó el ingeniero que se trajese cascajo y arena de Nombre
de Dios . Las playas nombrediosenses quedaron roñosas para siem-

- 2 0 5-
pre, pues se les arañó hasta privarlas totalmente de los arenales acu-
mulados por el océano en el transcurso de milenios . Portobelo pagó
un tributo más caro, porque además de las piedras y arenas natu-
rales, fue arrancada de la vieja ciudad de las ferias gran parte del
material de sus castillos históricos, daño que mereció más tarde del
implacable Goethals una frase que expresaba casi un remordimiento .
En cadena continua pasaban los remolcadores con las barcazas
convertidas en colinas flotantes de material que había de reforzar
la hoya del lago de 163 .38 millas cuadradas de extensión y de ochenta
y cinco pies sobre el nivel del mar,
Las aguas detenidas comenzaron a replegarse perezosamente .
Pero el río no parecía dispuesto a dejarse aprisionar . En noviembre
de 1908 las crecientes ocasionadas por las torrenciales lluvias de las
cabeceras hincharon el Chagres y éste, distendiendo sus músculos,
rompió por un segmento de 250 pies de la represa de Gatún para
producir un hundimiento de veinte .
En Washington hubo mucha preocupación por aquel suceso . En
verdad, todo el mundo estaba pendiente de la descomunal hazaña de
ingeniería que se llevaba adelante y muchos eran los que descon-
fiaban de la factibilidad de ella . El mismo Bunau Varilla expresó
públicamente su opinión de que la represa debía ser alzada al sur de
Bohío, pues Gatún no ofrecía fondo resistente aun para impedir da-
ños en caso de un ligero temblor de tierra .
Una comisión especial fue enviada del Capitolio al Istmo, a
indagar los orígenes del hecho . Goethals, cuya fe en el buen éxito
de la obra fue inquebrantable en todos los momentos, llevó a los co-
misionados en una inspección por el valle del Chagres y paciente-
mentlsxpicóornsdefíicanquélfdmetabsu
convicción de que el daño ocasionado era insignificante . "tina vez
que la represa se haya asentado y las aguas estabilizado -explicó--
la fuerza lateral será tenue en proporción al gran espesor de la ba-
rrera. La presión de las aguas contra los lados de su continente
aumenta sólo en relación a la altura de la columna, sin tener ello
nada que hacer con el área de la superficie ."
Un congresista, sin duda más conocedor de cubileteos políticos
que de los invariables principios de la física, apuntó torpemente :
-Pero usted dice que va a hacer un lago artificial de más de
ciento sesenta millas cuadradas . Yo no veo cómo esta represa o
cualquiera otra represa, podría contener tan descomunal volumen
de agua .
-Calle usted -sugirió otro legislador menos ignorante- ¿Có-
mo supone usted que los diques de Holanda detienen el Océano
Atlántico?
Goethals confiaba en que la represa, de milla y media de largo
y ciento quince pies de altura, haría sin dificultad un trabajo menos
pesado que el que efectúan los diques de Holanda frente a las tur-
bulentas aguas del Mar Océano . Mas respetuoso de la investidura
de representante de su pueblo que ostentaba el senador que tan
torpemente objetó el proyecto, ni siquiera sonrió,
Los comisionados regresaron a la ciudad del Potomac y, en la
siguiente sesión del Congreso, uno de ellos se pronunció en contra
de la arbitrariedad de Goethals por haber levantado, sin ley que lo
autorizara, el Hotel Washington en la ciudad de Colón . Recordó que
cuando él le habló al ingeniero de tal irregularidad, éste se con-
cretó a decir :
-Eso no es asunto mío . Yo recibí orden de mi jefe supremo
de construir un hotel, y lo construí.
La dinamita tronaba huracanada a lo largo y lo ancho de la
zanja en construcción . En un sector una explosión abrió una grieta
por donde escaparon en abundancia agua hirviente y humo .
-Hemos excavado hasta las entrañas del infierno- fue la frase
de terror que surgió de labios de muchos supersticiosos antillanos
ante el inusitado fenómeno . Sin duda esperaban que de un mo-
mento a otro hiciera su aparición, trinchante en mano, astada frente
y pérfida sonrisa, el mismo Satanás .
Los norteamericanos que allí estaban buscaron una explicación
al hecho, ¿Sería inminente una erupción volcánica? se pregunta-
ron. Un tejano que operaba una draga a vapor, expresó su fe con
toda flema :
-Bien, muchachos -dijo .- Yo no sé de qué se trata, pero
apuesto que Miss Bertha (que era como él llamaba a su máquina de
noventa y cinco toneladas) y yo, podemos cavar eso hasta sus raíces .
La salida del tejano pareció tranquilizar a sus compañeros de
trabajo . De los Estados Unidos mandaron geólogos a examinar el
fenómeno y éstos explicaron que todo se debía a que las excava-
ciones habían expuesto al aire bolsas de varios compuestos metáli-
cos volátiles largo tiempo enterrados .
Los derrumbes de Culebra eran frecuentes . La arcilla in-
consistente y resbaladiza jugaba a los constructores bromas pesa-
das . Una vez los cavadores reportaron la aparición de una isla que
se movia lentamente sobre las aguas . Se buscaron geólogos que
investigaron para concluir que había en proceso un desplazamiento
lento que afectaba el mismo pueblo de Culebra, hundido ya varios
pies y que se estaban produciendo filtraciones rápidas a ambos lados
del Canal .

-207-
Las aguas tumultuosas del Atlántico convertían no pocas veces
en peligrosa aventura el transporte de material de Portobelo y Nom-
bre de Dios . El Chagres irrumpía por los puntos-débiles del enor-
me aro en que se le queria encerrar . El Cerro de Culebra, como
divinidad irritada por la intromisión del extranjero violador de sus
entrañas, escupía torrentes de lodo a la Zanja . Goethals había cal-
culado que de ese cerro tendria que remover ochenta y cinco mi-
llones de yardas cúbicas de tierra y piedra . Los derrumbes hicieron
exceder en un tercio la faena .
Los pueblos de La Línea fueron sacrificados a favor de la gran
vía ; entre los primeros, Gatún . No fue inundado por las aguas sino
enterrado bajo una fuerte capa de piedras, cascajo, arena y tierra .
La via férrea entre Panamá y Colón fue rectificada en muchos
puntos. Una nueva estación surgió con el nombre de Gatún, Ahorca
Lagarto desapareció del mapa, lo mismo que Bohío Soldado y Buena-
Vista . Frijoles fue inundado y en su lugar se levantó una nueva
comunidad al amparo de la vía férrea . Tabernilla, San Pedro, Mamey
quedaron como nombres históricos .
Matachin y obispo, Cascada y Emperador, Culebra, Paraíso Y
Río Grande, Pedro Miguel, Corozal, se desvanecieron para dar paso
a la via acuática que venía a unir los dos grandes océanos . Algunos
nombres se salvaron al ser adoptados por las nuevas comunidades .
Las familias abandonaron sus querencias y los restos de sus an-
tepasados fueron cubiertos, unos por montañas de tierra, piedra y
arena y otros por la lápida inconsútil de las aguas del Chagres y el
Rio Grande.
De las fincas orilleras huyeron los labriegos, los que no por
la acción draconiana del sargento Juru-Juru, por el desahucio de las
aguas replegadas por el atajo de la enorme represa . Surgieron sua-
ves oteros y prados artificiales que más tarde serian adaptados pa-
ra campos de golf .
La inundación convirtió en islas las colinas que antes refleja-
ron sus cimas piramidales en las corrientes y remansos del Chagres .
Se instalaron los juegos de esclusas que habían de llevar en li-
quida escala a los barcos de uno al otro lado de la cintura istmeña .
El 10 de octubre de 1913 el Presidente Wilson, desde su es-
critorio de la Casa Blanca presionó un botón conectado a la última
carga de dinamita para romper el dique que se había levantado en la
parte norte del Corte de Culebra . Las aguas del Chagres corrieron
torrentosas a través del continente dividido para derramarse, por
Pedro Miguel, en la hoya que, una vez repleta, sería el Lago de Mi-
raflores . Ya el lago mayor formado por las aguas del Chagres ha-
bía subido poco a poco hasta las rampas de la represa de Gatún Y

-208-
sobre su superficie asomaban las copas de los gigantescos cuipos,
panamás y barrigones cuyos cadáveres ostentaban la ofrenda floral
de las orquídeas alimentadas de sus savias .
No había sino que esperar a que el Chagres nutriera al lago de
agua suficiente para rebasar las más altas esclusas . Mientras, los
trabajadores concentraban en las vertientes resbaladizas, siempre pro-
clives a los derrumbes, grandes cantidades de concreto en la espe-
ranza de detener definitivamente los desmoronamientos .
Estaba próximo a cumplirse el sueño de muchas generaciones .
El olvido de la Naturaleza que ya quiso corregir Carlos V, que preocu-
pó a Simón Bolívar, iba a tener remedio .
La visual francesa, el cerebro, la energía y la técnica norteame-
ricanos, el músculo de los trabajadores venidos de todas partes del
mundo, el sufrimiento imponderable de los que perdieron sus pue-
blos y sus asientos, iban a encontrar compensación en la obra más
portentosa de ingeniería que hasta entonces había realizado el hom-
bre .
Nuevas comunidades surgian va a orillas del Chagres aprisio-
nado . Nuevas perspectivas de trabajo y medro se abrían para los
hombres de ambición y voluntad .
Capítulo
XLIX

POR LAS AGUAS DEL LAGO DE GATUN

El dia catorce de agosto de 1914 en la mañana, una lancha na-


vegaba por las aguas quietas del Lago de Gatún . Venía del fondo
de la gran bolsa artificial a cuyas orillas florecían nuevos pueblos,
caseríos y cultivos .
La lancha, de casco azul, ostentaba, grabado en la proa con letras
blancas, el nombre de CONSUELO . A manera de techo llevaba una
tolda de madera cubierta de lona encerada .
Avanzaba la lancha ametrallando con las explosiones de su mo-
tor el silencio de la mañana promisoria de lluvia, Zigzagueante era
su derrota, para evitar choques con los árboles cubiertos por las
aguas del Chagres encerradas por el esfuerzo del hombre . Había que
conocer cuidadosamente las rutas para llevar con seguridad una
embarcación a través del enorme lago artificial . Ayudaban a la orien-
tación unos postes-señales pintados llamativamente, fijados por las
autoridades zoneítas que asomaban varios pies sobre la superficie .
Para el manejo de embarcaciones por el Lago, se requería una
licencia expedida por una oficina de la Zona, previa prueba de des-
treza,
Al timón de la lancha iba un hombre joven, de breve estatura,
bien musculado rostro broncíneo y labios túmidos, Respondía al
nombre de Bernabé Rodríguez y era tenido por el más diestro pilo-
to de cuantos navegaban por las aguas gatuneras .
Los pasajeros eran Camilo Vera, Consuelo, dos niños : un varon-
cito de cinco años y una mujercita de tres, y Martina, la Castellana .
Sentados en la banca que formaba una herradura alrededor del
motor, los pasajeros miraban abstraidos el panorama que se desarro-
llaba ante sus ojos . Venían de Cirí Grande, pueblo que había nacido
no hacía mucho, en el fondo del Lago Gatún. Allí Camilo había ad-
quirido cuatrocientas hectáreas de terreno cubierto en gran parte
por espesa selva .
Los ecos se habían fatigado de repetir los golpes de las hachas
que de la mañana a la tarde faenaban sin cesar . Había que limpiar
de árboles y maleza una gran extensión de terreno para sembrar ba-
nanos, comenzar un potrero y levantar un huerto .
Camilo habia emprendido su tarea en firme Una casa de ma-
dera con alto tambo se levantaba en una loma frente al lago, a cuya
orilla se bajaba por medio de una resistente y amplia escalera de
níspero. La casa era todo lo cómoda que podía ser . Su dueño la
amuebló sin lujos, pero con amplitud .
Hacer un huerto de naranjos, limoneros, aguacates, mangos y
palmas de coco, de una extensión de cuatro hectáreas . Plantar un
cañaveral e instalar un trapiche, sembrar bananos, acondicionar un
potrero, criar cerdos y aves de corral era el programa que Vera es-
taba llevando adelante con indomable energía . Brazos para el des-
monte encontró en los desplazados de los pueblos que el Chagres
inundó, y en los cholos venidos a las márgenes del Lago, desde las
montañas de los distritos del norte de Coclé y de Capira . Para la
siembra de banano le habían proporcionado semillas los comprado-
res virtuales de su producción futura : Stilson, Perino, Ferrari,
Hooper, Juan Díaz . Todos lo animaban a seguir adelante y le ase-
guraban mercado y buen precio .
Acudieron a trabajar para Camilo hombres de los nuevos pue-
blos : de El Cuipo, Ciricito, Lagarterita y Escobal, comunidades
formadas por muchas de las familias que antes vivieron en Gatún,
Bohío Soldado, Frijoles y Buena Vista .
Camilo conocía a toda aquella gente levantada a orillas del Cha-
gres, y que parecía no quererse resignar a alejarse de sus aguas con-
vertidas en lago por la geografía artificial de la ingenieria .
Cuando Vera compró la lancha para tener transporte propio,
necesitó un piloto . El no tenia práctica en el manejo de embarca-
ciones por el lago solapador de árboles bajo sus aguas . Buena suerte
tuvo en encontrarse con un amigo de su infancia, el gatunero Ber-
nabé Rodríguez, quien se puso a sus órdenes . Más que un empleado,
Bernabé vino a ser para Camilo un auxiliar con derecho a constituirse
en socio.
Vera miraba sin temor el porvenir . Varios años pasó con su
suegro en el ejercicio de la abogacía, de lo que derivó buen provecho .
Después, don Fernando, ya bien atrás el quinquenio de Rafael Reyes,
regresó a Cartagena con su hija Ester, quien ya debería estar casada
con un joven cartagenero que la cortejaba antes de su venida al Ist-
mo y que esperó con calma su regreso .
Consuelo habia resentido la ausencia de su padre y su hermana,
pero halló amplia compensación en el hijo que ya tenía y sobre todo
en su amor y devoción por Camilo, quien adoraba en ella . Más tarde
vino la niña,
Fiel a su norma de prudencia, Camilo no puso todos los huevos
en una sola canasta. Parte del dinero que recibió de María de los
Angeles, lo invirtió en una casa en la ciudad de Colón, de la que de-
ducia buena renta . El resto lo habla metido totalmente en las tierras
de Cirí Grande . En caso de apuros, tenia bienes que hipotecar . Pe-
ro esperaba que eso no fuera necesario . El banano produciría a
corto plazo .
Ahora Camilo hacia viaje a Colón con su mujer, sus hijos y
Martina, Iba a ver a su madre, recién llegada de Tennessee con el
doctor Simpson . Habian venido para presenciar el paso del primer
barco por el Canal .
Desde hacía varios años María de los Angeles vivía en los Es-
tados Unidos . El doctor Simpson, terminada su misión en el Istmo,
regresó a su patria para encargarse de una cátedra en la universidad
de Tennessee. Ahora el viejo funcionario de Sanidad quiso darse la
satisfacción de venir a ver el estreno de la obra a cuya realización él
habia contribuido como teniente del doctor Gorgas y, naturalmente,
su mujer lo , acompañó gustosa .
Camilo, sentado al lado de Consuelo, la miraba con intimo ca-
riño, Martina llevaba a la niñita dormida en su regazo en tanto que
el niño ensayaba, bajo el cuidado de Bernabé, manejar el timón .
Camilo interrumpió el silencio que observaban él y su esposa
desde hacia un buen rato, para decirle :
-Ah, Consuelo : ¿sabes en qué estoy pensando?
Ella clavó en su rostro sus acariciadores ojos castaños y son-
riente le contestó :
-No lo sabré, Camilo, si tú no me lo dices .
-Pensaba, Consuelo -dijo él con mimo- en que soy el hom-
bre más feliz de la tierra porque te tengo a ti y tengo a mis hijos .
Tú eres tan dulce y buena, que has aceptado acompañarme en el
medio duro y salvaje que he escogido para trabajar .
-Pero si yo no me siento feliz sino a tu lado, Camilo -replicó
élla .- No hay desinterés ni bondad en eso . Es sólo egoísmo .
-¿Y quieres que te diga algo más?- reanudó él sin parecer pa-
rar mientes en las palabras de ella . -Que yo bendigo al general Ra-
fael Reyes, porque si él no hubiera desterrado a tu padre, jamás yo
te habria conocido .
Estalló cantarina la risa de Consuelo y sus dientes magníficos
mostraron su blancura de pulpa de coco .
-¡Cómo me gusta que me quieras, Camilo!- dijo ella halagada .
El niño se acercó a sus padres . Ella lo tomó en sus brazos y lo
besó.

-212-
-¡Tan lindo mi Camilito! ¡Y cómo se parece a su padre!
Contra el querer de Camilo y por voluntad inflexible de Con-
suelo, al niño se le impuso el nombre del padre . Cuando vino la
niña, Camilo quizá vengarse dándole el nombre de su mujer, pero
ésta protestó :
-¿Te has detenido a pensar -le dijo a su marido- en la tra-
gedia que seria para nuestra hija que por tener mi mismo nombre
la llamaran en diminutivo? ¡Consuelito! ¡Misericordia!
Y, como en el caso del hijo, Consuelo se impuso en el de la hija,
la que fue agraciada María de los Angeles, como su abuela y para
gran satisfacción de Camilo .
La Castellana había adoptado como suyos a los chiquillos Y en-
señado a Camilito su idioma pintoresco, con la protesta de la madre
y las carcajadas del padre .
-No te atormentes, Consuelo -le aconsejaba .- Así hablaba Yo
también. Tendremos que traer al padre Villanueva para que nos lo
corrija.
-Reje ar niño crecé, niña Consuelo, que é1 será-rotó como su
abuelo y hablará fino .
-Vamos a hacer escala en Escobal -dijo Camilo .- Quiero ver
alli a unos viejos amigos. Santana Salazar debe andar por ahí . Y
el Chino Santiago, que tiene una carnicería y una chola muy buena-
moza . Y Ramón Caxballo el cubano marido de Angela . Y Andrés.
Flores el colombiano . Y los Hall, y Triana, y el venezolano Atensio
¿Te acuerdas, Bernabé?
-Esas gentes no pueden vivir sino a orillas de las aguas del Cha-
gres -comentó Bernabé .- Las sacaron de los pueblos de La Linea
y aqui están orilleras, como nosotros .
-Si, como nosotros- asintió Camilo con convicción .
Y paró la lancha en Escobal donde Vera vió a sus viejos amigos
re -
para seguir luego a Gatún el nuevo, el advenedizo, crecido en el
ciente tramo del ferrocarril .
Camilo y los suyos tomaron el tren para Colón, donde llegaron
a prima tarde . En la estación los esperaban María' de los Angeles
y el doctor Simpson . Madre e hijo se unieron en un estrecho abra%° •
Ambos parecieron entender que, aunque separados, eran felices .
Alojáronse Camilo, Consuelo y sus hijos en el Washington °°m°
invitados del doctor Simpson y la Castellana fue recibida por la fa-
milla Salazar .
Había que estar listos para la gran aventura del día siguiente-

- 214-
Capítulo
L

UN BARCO CRUZA EL ISTMO

Bien comenzó el día sábado 15 de agosto de 1914, señalado para


que el vapor Ancón de la Compañia del Ferrocarril de Panamá, es-
trenara oficialmente el Canal . La temperatura era agradable y el
cielo, aunque opaco, no amenazaba lluvia .
Se había escogido el Ancón para el primer cruce de la nueva
vía canalera en gracia de haber sido este vapor el que más viajes
hiciera entre Nueva York y el Istmo durante los largos años de la
excavación de la Gran Zanja, para traer gente y materiales .
El barco, de 9,600 toneladas, amaneció acoderado a un muelle
de Cristóbal . Lucia recién pintado de blanco y su cobre brillaba
con pretensiones de oro,
Por algún tiempo el mundo esperó con ansia y optimismo aquel
acontecimiento . Tres meses antes, et presidente Wilson había autori-
zado un programa de celebraciones para la ocasión .
Mas el 28 del mes de junio de aquel año fue asesinado en Sara-
jevo el príncipe Francisco Fernando, por un joven nacionalista ser-
vio . Los disparos que ultimaron al heredero de la monarquía del
águila bicéfala repercutieron hasta en las todavía no estrenadas es-
clusas del Canal de Panamá . La primera conflagración mundial tuvo
comienzo en aquel crimen . Hizo crisis la civilización occidental y las
naciones cultas se dedicaron a destruir lo que la técnica y las artes
habían creado a lo largo de muchos siglos .
El acontecimiento que debió celebrarse con el regocijo de la
Humanidad el resumido felizmente en la frase : "La tierra dividida,
el mundo unido' iba a pasar soslayado de la atención de las nacio-
nes empeñadas en la gran matanza .
Las páginas de los periódicos de este Hemisferio dedicaban sus
grandes titulares a las noticias venidas de los frentes guerreros . Ha-
bía la conciencia de que la suerte de América y Europa se jugaban
conjuntamente en los campos de batalla del Viejo Mundo .
California preparaba una gran fiesta con motivo de la aper-
tura del Canal y Panamá se disponía a celebrar en 1915 una ex-

- 215-
posición . Ambos proyectos se llevaron adelante, pero los dos fue-
ron ruinosamente restados de importancia por la tormenta de sangre .
Pese al desánimo que trajo la guerra, Panamá se propuso a ce -
lebrar con regocijo, ya que no con pompa, la inauguración de la via
canalera .
A poco de haber abierto sus párpados la mañana sobre la bahía
de Limón, el Ancón soltó las amarras que lo unían a un muelle de
Cristóbal para deslizarse suavemente hacia el mar en busca de la
entrada a la Gran Zanja . El barco llevaba a bordo un grupo de gente
importante. El doctor Belisario Porras, a la sazón presidente de la
República de Panamá, iba con un lujoso séquito en el que figuraban
los miembros de su gabinete . El coronel Goethals, en su carácter de
gobernador de la Zona y de cerebro supremo del Canal, encabezaba
la representación norteamericana, compuesta de ingenieros, médicos,
diplomáticos, cónsules, periodistas, oficiales del ejército y la marina
y funcionarios y empleados de distintas actividades .
Belisario Porras vestia su imprescindible chaqué gris ; Goethals,
su traje blanco de blusa cerrada al cuello . V1 panameño tocaba su
cabeza con un sombrero de fieltro ; el norteamericano la suya con su
característico chato de paja que descansaba sobre sus cabellos enca-
recidos hasta el color de la nieve como consecuencia sin duda de su
dura brega canalera .
El barco se abrió hasta tres millas afuera . Allí lanzó por la
sirena un estridente grito que despertó los ecos dormidos en las sel-
vas y montes del litoral . Otros barcos de los muelles y la bahía re-
pitieron el grito y el espacio se pobló de alaridos .
Millares de curiosos se alinearon en los puntos por donde había
de pasar el barco . Gatún era uno de los más estratégicos . Las gen-
tes andaban, se atropellaban y comentaban . Todo el mundo quería
situarse con ventaja para ver pasar el Ancón .
Un grupo se mantenía sólidamente unido frente al juego de es-
clusas de Gatún . Lo formaban el doctor Waldo Simpson, María de
los Angeles, Camilo Vera, Consuelo con sus dos hijos, y Martina la
Castellana.
El doctor Simpson iba expresando algunas apreciaciones inte-
resantes .
-Estamos frente a una obra -dijo- que no tan sólo vale como
realización técnica, sino también por su contenido estético . Yo no
creo que haya maravilla en el mundo que la supere . Tiene como
telón de fondo este paisaje magnifico donde se pueden apreciar todas
las tonalidades del verde, con colinas que son verdaderos portentos
de belleza .
-El Canal te ha vuelto poeta, Waldo - observó María de los
Angeles con plácida sonrisa .
-Para encontrar esto-bello y decir que lo es no precisa ser
poeta -afirmó el doctor . -Aquí no se necesitan adornos de pala-
bras ni de arte . Cuando el coronel Goethals hizo venir una comisión
de expertos decoradores para que aconsejaran lo que había que hacer
para adornar el Canal, éstos dictaminaron que no era necesario agre-
garle cosa ornamental alguna . Que esta obra, como las Pirámides
de Egipto, tenía en sí una belleza imponente que perderia si se tra-
tara de adornársele,
Seis pequeñas locomotoras avanzaron por unos rieles dentados
al encuentro del Ancón que, después de navegar una hora con el
impulso de sus propias maquinarias, entraba en una de las primeras
esclusas . Las "mulas", como fueron llamadas aquella locomotoras,
se unieron al barco por medio de cables, en tres parejas que proce-
dieron a remolcarlo hacia la primera esclusa .
Todo trabajó con mecánica precisión . Los grandes portones
de acero se cerraron tras el barco, se abrieron las válvulas y las
aguas del Chagres se precipitaron para levantar el vapor a 340 pul-
gadas, al nivel de la próxima esclusa .
La multitud congregada se entusiasmó hasta el frenesi . Estaba
presenciando un milagro . La fuerza invisible y misteriosa de la elec-
tricidad movía como si fueran plumas los grandes portones de peso
descomunal .
Belisario Porras y George Washington Goethals, solemnes y hie-
ráticos, miraban hacia la multitud . El presidente de Panamá aban-
donó de pronto su postura enhiesta para saludar quitándose el som-
brero y agitando los brazos a impulsos del entusiasmo . El ingeniero
cuya técnica y tenacidad dieron cabo a la obra portentosa, se descu-
brió con mesura dejando a la brisa de la mañana jugar con sus cán-
didos cabellos .
El Ancón penetró en las aguas del lago artificial para seguir su
derrotero en busca de los otros juegos de esclusas por los que tenía
que ascender y descender hasta alcanzar las aguas del Pacífico .
Camilo Vera trató de penetrar con su mirada el laberinto de
islas y árboles ya deshojados que se le antojaron cruces caprichosas
sembradas sobre el enorme cementerio de pueblos y fincas sacrifi-
cados para formar el lago artificial . Allá al extremo de la gran bolsa
liquida estaba su casita con sus plantíos promisorios de prosperidad,
a donde regresaría bien pronto con su mujer y sus hijos, que llena-
ban toda su vida . Sus miradas regresaron de la lejanía para fijarse
con suave ternura en el grupo formado por Consuelo y los niños .

- 217-
María de los Angeles, muy junto al doctor Simpson, mientras mi-
raba el barco avanzar por la Gran Zanja, traía a su recuerdo su
pasado . Había llegado a admirar y querer a su marido y se sentía
protegida y segura a su lado . Pero no pudo evitar que una frase
añorante aflorara a sus labios :
-¡Oh! ¡Si Camile hubiera visto ésto !

FIN .

AUTOAPRECIACION

Pueblos Perdidos es el primer libro mío que tiene unidad .


El encierra el relato novelizado de la hazaña del canal . Empieza
con la llegada de los franceses al Istmo para darle comienzo a la
Gran Zanja y termina con la entrada del Ancón a las esclusas de
Gatún el 15 de agosto de 1914 . Por él desfilan personajes histó-
ricos : Pedro Prestán, Bunau-Varilla, Goethals, Gorgas y muchos
otros. Prestan es la figura cimera de la primera parte . Para traer-
lo a mi libro me he tomado las libertades amplias a que tiene
derecho un novelista, pero he respetado los hechos históricos
fundamentales, tomados de documentos auténticos . He puesto
empeño en rescatar la figura del mulato revolucionario sacrifica-
do a intereses de la política de su época y a los comerciales y
extranjeros que entonces tenían indeclinable vigencia .
La segunda parte tiene por escenario casi exclusivo el río
Chagres con los pueblos y fincas que crecieron al amparo de su
corriente . Las poblaciones desaparecidas para hacer posible el
Canal, los humildes labriegos que fueron desalojados de sus que-
rencias, son los héroes de mi obra .
Que no busque el lector en este libro problemas psicológi-
cos ni personajes inhibidos y depravados, ni casos freudianos,
pues no soy ni aspiro a ser psicoanalista . Presento una novela
histórica y he tratado de ceñirme al precepto de Stendhal : "Una
novela debe ser un espejo paseado por un camino" .
La trama de Pueblos Perdidos se desarrolla en el panorama
colonense casi totalmente . Yo me siento en deuda con la provin-
cia de Cotón y quiero cancelar siquiera parte de ella presentando
una novela colonense, sin perder de vista que a veces lo más
regional resulta lo más universal .
Pueblos Perdidos ha sido un libro de larga gestación . El
proyecto de escribirlo nació a mediados de 1937 . Viajaba yo de
Colón a Panamá en compañía de Rómulo Gallegos . Al orillar el
tren el Lago de Gatún, el máximo novelista y querido maestro
me hizo preguntas que yo le contesté con entusiasmo .
-Aquí está tu novela- me dijo- y espero que algún día la
escribas.
Pasaron muchos años . Ensayé unos primeros capítulos que
no me satisficieron . No fue sino en abril del año pasado (1961)
cuando di comienzo formal a la obra que hoy presento a mis
lectores. G.B .T.
Panamá, 6 de septiembre de 1962 .

-21 9-
-CRITICA LITERARIA-

"PUEBLOS PERDIDO", LA NOVELA DE UN PERIODISTA

Escribe ANDRES RUILOPE, Pbro .

Al finalizar la lectura del Libro de Gil Blas Tejeira "Pueblos


Perdidos" me vino a la memoria, después de analizar el artículo
crítico de Don Bonifacio Pereira, la lectura de otro libro debido
a la pluma de un Padre Jesuita y prologado por otro Padre de
la misma Compañía . En la Obra de dicho Padre intitulada "Fren-
te a la rebelión de los jóvenes", en la que el autor encara proble-
mas vitales de conciencia con admirable maestria y con audacia
extraordinaria, no supe qué admirar más si los conceptos verti-
dos en el prólogo o la misma obra de una realidad soberana en
la dirección de conciencias y en sus correspondientes fallas .
Al deleitarme en la Obra de Gil Blas Tejeíra, objeto de
estos comentarios, y al saborear la crítica del Ilustre Sr . Pereira
confieso que he sentido una sensación idéntica con la particulari-
dad de que ahora soy responsable de los pensamientos que he de ir
transcribiendo en este esbozo .
Con un sentido de admiración tengo que manifestar : Fachi-
to, Te adelantaste en mi camino .
Con lo cual quiero afirmar que la crítica del Sr . Pereira está
en todo de acuerdo con mi propio criterio personal y que es
digna de figurar como Prólogo en la Obra del Sr . Gil Blas "Pue-
blos Perdidos" .
Esto amén de la satisfacción que siento de que el Sr .
Pereira se me haya adelantado,
Al comulgar de lleno con su criterio no quiere ser ésto una
escapatoria, ni una argucia literaria, y menos un alarde estúpido
de erudición que se esconde en ropaje ajeno, sino porque si yo
hubiera estampado este criterio mío nunca lo hubiera podido
realizar ni con la galanura, ni con la profundidad y documenta-
ción de la que ha dado muestras el insigne crítico de la Obra
Pueblos Perdidos .

-22 1-
Porque "Pueblos Perdidos" es eso : un libro que encara los
problemas con entereza; un libro que no hiere al consignar la
verdad de hechos históricos ; un libro que enseña deleitando ; un
libro que viene a llenar un vacío de algo que quedaba en la
penumbra si no en el olvido; un libro que al narrar hechos acon-
tecidos tan frecuentemente sujetos a la frialdad del estilo propio
del historiador se desliza por cauces distintos .
Es elegante sin afectación, crudo sin atisbos de rudeza y
siempre limpio, impecable con verdadero conocimiento de la
sintaxis, impecable, ameno, Sus frases están cortadas a filo . Nada
sobra. Nada falta . Brotan la frase y la idea sin extorsiones .
Surge el diálogo histórico o amoroso con dignidad sin la
frialdad de lo meramente histórico y sin los remilgos de un
romanticismo histérico .
Aparecen y se suceden los capítulos con orden y precisión
para la perfecta unidad de la Obra y clara hilación de los hechos .
Los personajes entran y salen de escena movidos por la mente
del hábil escritor.

Alguien escribió en estos días que los personajes eran ficti-


cios . Pero lógicamente supongo que el que tal cosa afirmó no se
refería al papel que el autor ha querido asignarles en su libro .
Porque si algo hay en "Pueblos Perdidos" que relumbra
como el sol es la idea sin sombra del autor que hace que sus
personajes expresen lo que el criterio del mismo tiene bien ci-
mentado en su alma . Dicen lo que él quiere manifestar por su
medio y en todo momento obran conforme a la situación busca-
da . Nada más lejos de la leyenda y de la pura invención imagina-
tiva .

El montaje de la obra descansa sobre dos pilares y a su vez


la entraña de la misma sobre el tejido de unos amores .
Lo histórico descansa para deleite del lector sobre lo nove-
lesco y lo novelesco son trozos de vida que nacen a su vez de las
circunstancias históricas . Nada más verosímil que la historia de
los amores de María de los Angeles .
María de los Angeles, Rostand y el Doctor Simpson son los
personajes centrales de la novela en su puro concepto de novela .
En torno a ellos giran todos los demás personajes .
Si el autor me lo permite yo diría que "Pueblos Perdidos"
es la Novela de un Periodista .
Los cuadros que en ella se contemplan a través de la trama
romántica y como secuelas de la misma son de una variedad tal
que parecieran cuadros de un hábil periodista que con un senti-
do maravilloso de la síntesis y con una agilidad sencilla y clara
va pergeñando sus cuadros parciales para la belleza del conjunto .
Léanse con detenimiento : Martina la Castellana -Un niño
crece a orillas del Chagres, Santa Rita- Los culebreros y otros
como el episodio del sargento Juru-Juru y se sacará la conclu-
sión de que un buen periodista asoma en todos y cada uno de
los capítulos.
Hay tonalidades radiantes que destacan en el claro - oscuro
de los desastres de los egoísmos y de las ambiciones personales
inconfesables que hacen del conjunto de lo que la Obra tiene de
Novela una verdadera obra de arte.
El nervio de la Obra reside en lo que ella tiene de sentido
histórico. Don Gil Blas Tejeira ha querido poner el dedo en la
llaga . Y se puede asegurar que se tiñó de sangre . Lo que prueba
su acierto. Y ésto lo ha realizado, no por el mero gusto de
hurgar y de herir, sino con el propósito de curar . Lo que no
impide que llame al Pan, pan y al Vino, vino .
Y en este momento aparece el verdadero protagonista de la
Obra encarnado en el personaje histórico : el mulato Prestán . Es el
nervio de la misma y todos los acontecimientos históricos nacen
con esta vigorosa personalidad.
Y al hablar de la historia narrada en forma de novela por
Don Gil Blas Tejeira no tengo más remedio que decir: Después
de lo escrito por Don Bonifacio Pereira colgada quedas aquí,
péñola mía .
Tan sólo he de repetir que para mí que no profundicé en
ese capítulo de la historia de Panamá, Don Gil Blas me lo ha
presentado con una claridad tan meridiana que ahora sí me sien-
to capacitado para dar una conferencia acerca de los hechos
acontecidos en la obra canalera,
Esto equivale a decir que la Obra de Don Gil Blas Tejeira es
una Obra indiscutible y de un valor educativo tan interesante
que si mi voto significara algo en Panamá no dudo en suscribir la
sugestión del Sr . Pereira al Excmo . Sr. Ministro de Educación :
"libro de Educación complementaria en los programas de litera-
tura nacional . Y la usarán los profesores de historia . Y lo leerán
los panameños que buscan la verdad del pasado . Y le darán su
calor y cariño los literatos y los críticos" .
Como amante de esta Patria Panameña me siento orgulloso
de haber vertido en este artículo mis pobres conceptos y muy
agradecido Sr . Gil Blas Tejeira a su dedicatoria, por mí inmere-
cida, y sobre todo muy honrado al contarme entre sus incondi-
cionales amigos .
Natá, 4 de octubre de 1962 .

Me he adentrado de nuevo en la lectura de la OBRA de


Don Gil Blas Tejeira, "Pueblos Perdidos" .
Esta vez para estudiar con más ahínco y tratar de sorprender
el propósito del autor y la realización del mismo en la OBRA .
Este segundo artículo, que a sus páginas dedico, tiene su
origen en la diversidad de comentarios que he creído adivinar en
escritos y conversaciones habidas entre los "versados" .
No es, por lo tanto, ni pretende ser, una defensa del autor .
Jamás podría arrogarme tal facultad . El es ya mayorcito y asaz
versado en estas lides literarias y por añadidura conocedor de la
humana naturaleza y de las apetencias a ella inherentes .
Quiero ser una clara manifestación de mi modo de ver y de
mi modo de pensar acerca de la OBRA . Y ésta mi acertada o
desacertada opinión es la que quiero sostener y defender .
He de confesar que la OBRA ha sido recibida con aplauso
universal. Pero hay ciertos puntos en la apreciación con los que
estoy en desacuerdo.
Creo, y no sin fundamento, que Gil Blas, al escribir
"Pueblos Perdidos" no ha pretendido un exclusivismo histórico .
Gil Blas no es historiador "consagrado" aunque haga historia .
Gil Blas es un periodista por vocación ; un escritor pulcro, si
los hay, y un novelista por lo que deja demostrado .
No es su OBRA una mera historia ; ni siquiera una novela
costumbrista y, menos aún, un romance .
Es una pulcra selección de los tres elementos en perfecta
unidad de fondo y forma : una legítima novela histórica .
No se puede negar que para un "consagrado" historiador
interesa más la historia que la novela .
Pero aun el mismo historiador no puede mirar la OBRA de
Gil Blas con sólo el lente de la historia . Ni podrá, ni querrá
prescindir de lo novelado por estar íntimamente ligado con su
misma entraña .
Gil Blas nunca hubiera escrito una Obra de esta envergadura
si hubiera hecho dos novelas o mejor una novela y una historia .
Para probar mi aserto, pregunto :
¿Cómo es posible que puedan tener clara y total vigencia
histórica los períodos por los que atravesó la construcción del
Canal, si en ellos quedan silenciados esos elementos que, sin
tener una función expecífica en la obra canalera, esa preciosísi-
ma gama de detalles que nos adentran en la misma vivencia de
acontecimientos históricos de fondo y que son como la antesala
que nos ambienta y prepara para poder contemplar esos tres
tiempos de la trágica partitura de la OBRA?
Porque todos los personajes están arrancandos al Canal .
Para nuestro deleite y enseñanza son el maravilloso contrapunto
en el que concuerdan la unidad y la variedad de aquella singular
época.
En aquella babel humana se desenvolvieron tipos de toda
raza y condición : negros en arribada esperanzadora ; luchadores
en busca de mejores condiciones en afán de amasar un capital ;
criollos y mulatos, cultos e incultos, gente honrada y bandoleros
de profesión, dictadorzuelos a lo Juru-Juru, tímidos canallas y
desaprensivos a lo Argüello, adocenados al abrigo del sol que
más calienta, políticos capaces de vender a Cristo mismo, toda
una heterogénea mezcolanza de la que forzosamente tenían que
brotar: egoísmos, ambiciones, amores turbulentos, rebeliones, si-
tuaciones equívocas y heroísmos .
Todo nos lo da la novela de Gil Bias con mesura, sin abul-
tamientos, sin rodeos ; con inspiración de poeta, con elegancia de
escritor, con profundidad de historiador . Eso es una Novela his-
tórica .
No tuvo necesidad de crear un símbolo . El héroe estaba
hecho. Gil Blas lo supo colocar en su elemento y elevar hasta el
zénit.
Con sólo habernos hecho comulgar con los pasos heroicos
de la vida de Prestán ya legó un monumento a la historia .
Con estilo frío y cortante, terriblemente punzador y trágico
unas veces ; delicado y suavísimo otras y siempre saturado de una
nobleza prócer, nos describe Gil Blas la anotomía (perdonen la
paradoja) de un alma, que encierra valores eternos, nacida para
la gloria y el martirio .
Pedro Prestán, en la pluma de Gil Blas es : fe inquebrantable
en Dios con un alma sumergida en los abismos de los amores de
Patria, Justicia y Libertad ; voluntad de acero que no se doblega
a los halagos; garganta de gigante que hace brotar de su pecho
anhelos de días mejores, clamores de justa venganza con el per-
dón cristiano a flor de labios .
Y esa voz dulcísima de Prestán cuando perdona, es un pe-
queño remedio, una menuda participación de aquella otra subli-
me y magnánima de Jesús en el Calvario .
Esa voz, en fin, es un llamado al juicio de la historia con
una ilimitada confianza en el porvenir.
Llamado, justicia y perdón que rubrica con su muerte .
Medítese su testamento. No puede ser ni más cristiano, ni,
por lo tanto más justo.
Así muere Pedro Prestán, figura señera de la OBRA de Gil
Blas : "Muero perdonando a mis enemigos y rogando a Dios por
el bien de la Patria" .
La espantosa tragedia de Colón, magnífico aguafuerte de
Gil Blás, llevó a un inocente a la horca .
Las ciento sesenta y tres millas de tierra sepultadas por las
aguas en forzada represa al desbordarse en aterradora creciente
envolvieron en dolorosos espasmos a las almas sencillas y patriar-
cales de cientos de labriegos que vieron anegadas todas sus más
floridas esperanzas.
Estos son los capítulos culminantes de "Pueblos Perdidos"
que con pincelada genial brotaron del genio de un artista de la
forma y de la idea .
Y por esa difícil facilidad de todo buen periodista, todos
los capítulos son frescos y acuarelas en ese precioso mural en el
que se mueven todas esas heterogéneas criaturas que nacieron o
advinieron, fracasaron o triunfaron a orillas de las aguas en la
misma entraña del Canal .
Por eso me deleito en la OBRA de Gil Blas. No falta en
ella ni luz, ni sombra, ni perspectiva, ni radiante colorido .
Pretendió hacer una novela recogiendo lo que el Canal
arrancó . Y en forma episódica, apartándose un tanto de 10 fun-
damental en la intención, supo apañar los capítulos de su novela
con la sabrosa salsa de una premeditada ficción . Por eso me nace
apellidar la Obra de Gil Blás "La novela de un periodista" .
Pretendió hacer una buena novela en su género y lo con-
siguió . Este es el gran mérito del autor : resucitar en una vivencia
colectiva un pasado . Novelar los hechos que lejos de diluirse en
Personajes y lugares abstractos se estrechan con un fin : el de
llevar al conocimiento del lector las circunstancias que inter-
vinieron en los sucesos del Canal y el desarrollo y logros que
alcanzaron en la futura vida de la Patria.
¿Hay lagunas en la OBRA? No me atrevo a afirmar que no
las haya . Es muy difícil consumar la perfección de un libro .
Pero si algunas, no ciertamente de fondo y menos las co-
múnmente señaladas en los comentarios : personajes que se dilu-
yen o desaparecen, como Camile .
¿Y qué novelista no juega con sus hijos? Son fallos sin
extorsión, sin violencia, por una ley que yo llamaré de las
Camile . Nada violento ni en su explicable partida, ni en su muer-
te . Murió como tantos otros murieron . Era honrado . Hubiera
querido que fuese lo que no fue. Nadie puede tachar de incon-
gruente la creación de esta circunstancia fatal .
En compensación afirma un carácter : el de Rostand, y su-
blimiza un amor : el de María de los Angeles y crea vigorosas
personalidades en ambos .
Esto encaja a todas luces en el género literario . Y a mayor
abundamiento es perfectamente verosímil en un ambiente cosmo-
.
polita
No juega Gil Blas con sus personajes al estilo romancesco
de a cuatro ochavos . Los conduce por caminos limpios, creado-
res de caracteres.
¿Quién puede negar que en esa colectividad no se acusan
personalidades señeras como la de Prestán y otras?
En la mente y en la pluma y en el Libro del autor bullen
todas las esperanzas fallidas con anhelos de liberación y ardores
de rehabilitación de la nación francesa, con todas las realidades
que aplastan . Pero así es la historia y escrita queda ; mas no sin
el buen deseo de Gil Blás .
Una frase sintética y lapidaria ; epinicio que cierra con llave
de oro el poema del Canal, es un himno de alabanza que resume
todos los anhelos de una Nación que se siente solidaria y copar-
tícipe espiritual en el triunfo de los colosos del Norte . Frase
rotunda, de regodeo espiritual que el autor pone en boca de
María de los Angeles que tan bien conoció al francés :
¡Oh! ¡Si Camile hubiera visto esto! Y eso no es otra cosa
que el triunfo definitivo en la epopeya gloriosa del Canal .
Como un cisne colosal de inmaculada albura, el Ancón se
desliza por la vena del Canal .

_227-
Como simbólica ninfa enamorada, sobre sus blandas alas,
cabalga Francia . Hay algo en esa vena que es sangre de la sangre
francesa y carne de su carne . Eso es : ESO en la mente de Gil
Blás.
¿Qué más reparos? ¿Que se podían hacer muchas novelas?
Pero para crear muchas hay que crear una . Y eso es "Pueblos
Perdidos" Una novela histórica de Gil Blas concretada en un
determinado Libro como el que presenta a la luz de los lectores
y de la crítica.
Perdóneme el autor si he sido largo de visión y he apuntado
propósitos e intenciones que estuvieron muy lejos de su mente .
Así siento su Obra y así consignado queda en este mí retiro
de

Natá de los Caballeros a 25 de octubre de 1962 .

"PUEBLOS PERDIDOS" NOVELA ISTMEÑA


DEL ESCRITOR GIL BLAS TEJEIRA

-Un comentario de E. R. V.-

Un ilustre académico francés -no todos los académicos han


de ser despreciables- escribió no hace muchos que siente siem-
pre una alegría y una emoción, al reconocer la impronta del
talento, y ver presentarse ante el que lee, a un auténtico escritor .
Esto, para los que somos envidiosos, constituya casi un diploma .
En nuestra mesa de trabajo -ésta intima, que sabe de tantos
pensamientos nuestros que no han salido a la luz- está el libro,
con tanto otros que no nos atraen, que en el fondo nos intere-
san poco . . . pero está ése del escritor también cargado de esen-
cias, repleto de deliciosas sorpresas que son las que nos compen-
san de múltiples lecturas monótonas y a veces imprescindibles,
aunque ya, a mi edad, las vamos haciendo prescindibles, atentos
a estos años que nos restan de lector, quizá los más gratos y
aprovechable, en ocasiones de nuevas obras, en otras casos de
relecturas, que nos son deleitosas.
Este es el instante para mí de enfrentarme al libro de Gil
Blas Tejeira, con el que podré no estar de acuerdo con aquella
frase, con aquella palabra, con esa construcción, pero que siem-
pre me nutre de claridad, de exactitud, de limpieza en el caste-
llano, alejado de la chabacanería, más allá de toda impertinencia,
con la elegancia y la natural selección de un espíritu hermano
del nuestro, con ansia de hondura y de honestidad sin esfuerzo .
Me afirman que este libro, "Pueblos perdidos", fue a dar a
un concurso, y que en ese concurso no sólo no fue premiado
sino que apenas obtuvo un accesit, peor que haberlo olvidado, y
eso, merced a la insistencia de uno de los miembros de] jurado
que captó la bondad del trabajo . No he hecho por enterarme del
suceso literario concreto ; pero cuando he leído el libro sí me he
formado opinión . Las doscientas diecisiete páginas de "Pueblos
Perdidos" no se escapan así como así de la atención de un
devoto de la lectura de novelas . Tal vez sería aceptable el decir:
"Este no es el estilo de novela que yo prefiero". Porque sobre el
gusto no es que quepa declarar que no haya leyes : sí las hay .
Pero . ., influyen tantas circunstancias para decidirse a emitir un
juicio y de ahí puede venir algún conflicto que cabe sea erróneo
- conforme mi criterio-, más, que es honrado, que es lo adecua-
do y lo exigible al jugador! . Por ello justifico que "Pueblos
Perdidos" se escabullera de un premio . Los jurados, los miembros
del Jurado tienen su criterio, y justo es que pretendan imponer-
lo. Tal vez por esto yo no pediría en los concursos literarios
razones para exponer estas o aquellas preferencias . Se solicita
sinceridad, y si sinceridad es lo que triunfa, hay que aceptar el
juicio . Es la ventaja y el inconveniente del concurso . ¿Quién
sabe qué le hubiera ocurrido al Quijote si entra en un concurso?
O a una novela de Marcel Proust . La posteridad dirá la última
palabra, sin detestar el concurso . La vida literaria posee, entre
otros, estos resortes . Sería inútil discutirlo .
Pero volvamos a la novela de Gil Blas Tejeira, para mí digna
de ser premiada.
Y yo he de afirmar : es una novela briosamente nacional . Ya
es un motivo de atención, de primordial atención . Nos quejamos
de que no hay novelas nacionales . Yo lo discutiría . Las hay . Lo
que acontece es que anhelamos que surja un Galdós o un Pérez
de Ayala a cada paso, y eso es demasiado exigir . Se han publica-
do buenas novelas en Panamá, y no les hemos dado importancia,
o por lo menos la que yo creo que tienen . Y es el caso de
"Pueblos Perdidos" Se nos va a decir que mezcla argumentos de
por lo menos dos novelas en una . A la postre beneficio del
lector. La figura de Pedro Prestán, por ejemplo, necesitaba una
exágesis : como en otra bien conocida, la silueta de Victoriano
Lorenzo . Pues en "Pueblos Perdidos", en sus primeras setenta
páginas, está la vida de Prestán . ¿Con cariño por su persona? Yo
creo que sí . Y es más, me place . Tiene algo de un Cristo laico el
Prestán que pinta Tejeira, con una noble ansia y fe en su aventu-
; pero se
ra de liberación . La María de los Angeles será la novela
logra el enlace con realidades . Aquellos años del Istmo corres-

-229-
pondían a un segundo romanticismo, a un postromanticismo de
chaleco y sombrero hongo . Y todas las aventuras, las del mártir
y las de la enamorada, ahincan su sentimentalismo con hidalguía .
Hay que llegar a la humedad en las pupilas para leer a gusto
estas parrafadas . Lo que me subyuga . El sentimentalismo en la
vejez es un consuelo, a lo que no llega la sensiblería .
Añadamos que la ligazón de esa vida de Prestán es amable .
Como la de María de los Angeles, la chapina, por parte . Y ese
paisaje de los "Pueblos Perdidos", sugeridor . Todo eso es vida,
vida nuestra, vida istmeña, vida que es así, que obedece a sus
normas, aunque estas normas puedan sorprender a los que no
conocen el Istmo, como si a un pariciense se le cuentan ciertas
cosas de Nueva York, otra gran ciudad .
El paisaje de los ríos cercanos a Colón, sobre todo el de
Gatún, nos encanta, nos seduce . Así debió de ser aquéllo alrede-
dor de 1885 y la década siguiente, y luego al iniciarse la obra
del Canal, esfuerzo de Goethals. No cae muy simpático Goethals,
ni el Sargento Sogg, el temperamental "Juru-Juru", adaptación
del agringado "Hurry, hurry" . Pero sí es grato Castillo, y tan
cerca de nuestro sentir. Todo este mundo de "Pueblos Perdidos"
se nos ciñe, cual una mala al corazón y así lo seguimos en estas
páginas donde alegra y enternece la "castellana" Martina", con
su color retinto y su "castellano" del río que es una delicia,
aunque cuesta trabajo llegar a su médula .
Yo conocí los muñones, los restos de las ramas de la selva
de Gatún, hace casi cincuenta años . Y eso me alegra hoy el
ánimo en las soberbias páginas descriptivas de ciertos capítulos
de "Pueblos Perdidos" . Todo esto se queda en uno y con uno .
Por ello es magnífico el capítulo "La doma del río", y no menos
emocionante el que describe, en otro aspecto, "El interdicto de
Jackson", aquel Juez zoneíta que me honró con su amistad
cuando yo era un muchacho y él hablaba un español con acento
del norte, pleno de gracia . La cabellera blanca del Juez Jackson
no se me ha olvidado : ni su lealtad, ni su simpatía por lo pana-
meño . Ni su decidido amor a la Justicia . En la hora de sincerida -
des, ¿No podría yo añadir que el personaje que menos me llega es
el hijo de María de los Angeles, el Camilo Vera, para mí desteñi-
do, desvaído, si bien urgente en la novela? El ingeniero francés,
Camille Rostand, pasa cual una sombra . Y se pierde muy lejos .
Hombre buen vividor y de nobles sentimientos, incapaz de la
canallada, que ha sido repetida en los trópicos, del abando de la
pobre belleza confiada y entregada, en innegable poesía de amor .
Me place el capítulo final de la novela . No es estentóreo .
No es el aria del tenor en esta ópera . Pero sí es una emoción de
obra trascendental . Lo que es, ha sido y será el Canal de Pana-
má.
Alguna vez viajé yo en el "Ancón" y entraba yo en ese
barco con enorme respeto . Era un símbolo de una época . De mi
época, quiéralo yo o no. De algo inolvidable . La rectificación del
error de un hombre tan grande como el ilustre Ferdinand De
Lesseps .

Algo más como coda o rabillo indispensable . El castellano de


"Pueblos Perdidos" es un bello castellano . No un castellano hecho
a la fuerza. Un castellano claro, exacto, denso . Castellano que le
sujeta a una y le lleva a lo largo de una narración . No se recurre a
lo fácil de pedir soluciones a la jujuria porque un escritor de verdad
no necesita de tales argucias . Hasta la figura, totalmente aviesa y
cínica, como por tradición es la de Bunau Varilla, está tratada con
la dignidad de un patricio romano . No es noble derramar lodo
sobre el lodo . Ni se consigue nada.
Quede un abrazo cordial para el compañero y el amigo .
Felicita a Gil Blas Tejeira quien siempre encontró en él un culti-
vador distinguido de las letras panameñas y un caballero que
sueña con el Don Quijote inaccesible .
Panamá, 1962

MARIO AUGUSTO
OPINA
I
Hace algunos días, llegó a nuestra casa -que es también la
suya- el último libro de Gil Blas Tejeira, el buen y leal amigo
que es distinguidísimo colega en los duros ajetreos del cronismo
periodístico. Se trata de una novela, que él ha titulado "Pueblos
Perdidos", ahora editaba en los talleres de la Impresora Panamá,
a A Es el tercero de los libros de Gil Blas ; lo precedieron
"El retablo de los duendes', colección de crónicas y cuen-
tos, y "Campiña Interiorana", recopilación de algunas de las
amenas crónicas publicadas en las páginas de este periódico .
***
Son más de doscientas páginas de papel águila las que forman
esta edición cuidadosa, limpia y fresca, sin excesos ornamentales,
con discreto sentido estético. Se advierte inmediatamente la cuida-
dosa atención que el autor ha dispensado a la edición, para evitar
errores que empañen su cuidadoso uso del lenguaje y su acertado
cultivo de la forma .

Apenas hemos tenido tiempo de leer los primeros once ca-


pítulos de la novela . El autor presenta en ellos a los que supone-
mos serán sus personajes principales . María de los Angeles, la
hermosa joven guatemalteca, ha encontrado la felicidad en los
brazos del francés Camile Rostand, con el padrinazgo del dirigen-
te revolucionario Pedro Prestán . Este último, a su vez ha puesto
a su familia bajo la protección del ingeniero francés, mientras
cae en manos de las autoridades militares estadounidenses, des-
pués de un fallido intento revolucionario en Colón .

Hasta ahora, transcurre sabroso y ligero el desarrollo de la


trama que el autor ha logrado plantear sin artificios, sin comple-
jidades técnicas . El relato se desenvuelve, naturalmente, como
cabe esperar de una novela bien llevada, que recoja la vida de
seres con vida natural, para que la acción no sea de simples
muñecos, sino de personajes reales, espontáneos, moviéndose en
el ambiente en donde realmente existieron, pensaron y actuaron,
ya se trate de realidades históricas o imaginativas .

No sabemos todavía hacia donde se conduce la acción de la


novela. De ello nos ocuparemos en ocasión posterior, cuando
hayamos dado fin a la lectura de la obra . Pero hay desde el
principio la positiva satisfacción de leer una novela escrita en
magnífico español, en lenguaje sereno y sencillo, con personajes
que se definen rápidamente y con manifestaciones de conducta
que encierran gran interés . Elementos más que suficientes para
recomendar su lectura a nuestros amigos, en la seguiridad de que
harán una buena inversión tanto del dinero que gasten en adqui-
rirla como del tiempo que dediquen a saborearla.
PUEBLOS PERDIDOS
II

El Pensamiento de Hoy :

El escritor debe tomar la pluma como un instrumento sa-


grado que Dios puso en sus manos para ennoblecer la vida .

PALACIO VALDES

Hace muchos días, terminamos la lectura de la novela PUE-


BLOS PERDIDOS, de nuestro distinguido amigo y admirado co-
lega Don Gil Blás Tejeira . La obra es de fácil y amena lectura,
de trama atractiva y de sereno y cordial desarrollo . Es un libro
que se lee con placer, con interés, con la satisfacción de percibir
un diálogo vivo y ágil y de observar, con los ojos de la mente, el
desarrollo de relatos y la descripción de paisajes que complacen
el espíritu por la forma y por el fondo .

LA NOVELA DE GIL BLAS


Teníamos pendiente con el lector el compromiso de ofre-
cerle nuestra opinión final sobre la novela al terminar la lectura
de PUEBLOS PERDIDOS. Pero, aunque tal compromiso no hu-
biese existido, nos habríamos referido nuevamente al libro por-
que sentimos placer en compartir con el lector las cosas buenas
Y amables de nuestra existencia . No siempre ha de traerse a la
crónica diaria el problema político, la inquietud de los asuntos
nacionales, la preocupación por los problemas internacionales .
Los motivos culturales también merecen la atención de quienes
se asoman a las páginas de los periódicos.

En PUEBLOS PERDIDOS encontrará el lector una de las


obras mejor logradas de la literatura panameña en los últimos
años . No tiene la pasión violenta, el ambiente crudo, los cuadros
obsesionantes que parecen tipificar las creaciones literarias de la
era atómica . Es una novela escrita para que la pueda saborear
cualquier persona, no importa cuál sea su edad o su nivel cultu-
ral, una novela que nos dice cosas relacionadas con asuntos de
vital importancia para nuestra conciencia de panameños, sin re-
currir a la diatriba violenta ni a la acusación deletérea,
"PUEBLOS PERDIDOS" se parece mucho a las columnas
periodísticas del Caballero Esplandián . La serena fluidez de su
desarrollo, la seguridad en la exposición, la inteligente belleza de
la expresión, la dotan de una amabilidad cautivadora . Sin recu-
rrir a rebuscamientos estilísticos, sin caer en enojosos giros in-
trincados, sin apelar a situaciones enrojecedoras, la obra nos
cuenta interesantes episodios de una época fundamental para la
historia del Istmo, sin caer en la aridez del texto .

Es agradable para nosotros, muy especialmente, disfrutar de


la lectura de una novela escrita en magnífico español . Nos satis-
face, adicionalmente, que la obra, que por su tema y por su
calidad literaria, entrara a formar parte de las lecturas recomen-
dables en las escuelas y colegios, signifique también una bella
oportunidad de que nuestros niños, adolescentes y jóvenes dis-
fruten de la excelente prosa de Gil Blas Tejeira . Porque muchos
tememos que las grandes debilidades idiomáticas que se observa
en la nueva generación, tengan mucho que ver con algunas obras
literarias nacionales que son lectura frecuente en los planteles
educativos y que, por desgracia, están muy lejos de ser modelos
en su género .

"PUEBLOS PERDIDOS", NOVELA


CON ESTIRPE
M . F . Zárate

Más que una glosa o crítica, es esta una nota bibliográfica,


escrita con un impulso que es independiente de la amistad y la
admiración que siempre hemos sentido por Gil Blas Tejeira, el
feliz autor de "Pueblos Perdidos" . Esperábamos ha tiempo una
obra como ésta, hecha con largo aliento y reposo, por quien ha
dado pruebas de ser en nuestro medio una de los más perspica-
ces observadores del ser panameño y uno de los mejores maes-
tros del buen decir . Sabíamos anticipadamente que el marco del
"columnista" que ha enaltecido en nuestro país el género perio-
dístico es demasiado angosto para que su verbo y su pensamien-
to dieran de sí toda su riqueza . Pensábamos que sólo el libro
podía ofrecer a un escritor como éste la holgura necesaria y
adecuada para su talento . Hoy nos obsequia él la obra anhelada
por sus amigos . Y a fe que ella ha justificado nuestros anhelos .
Las notas que siguen han de tenerse más como una obliga-
ción de lector honesto que como un intento de crítica . Esto
último me lo veda mi insuficiencia para el análisis y las valora-
ciones que serían debidas, Cuanto a lo primero, me anticipo a la
sospecha de que serán parcas las voces de encomio que habrá de
prodigar la generación de pensadores mozos, o quien pertenece
hoy la cátedra de la crítica. Juzgamos así, por la experiencia
penosa que hace tiempo nos lastima . Los fondos y los ingredien-
tes culturales que vitalizan la promoción humana a que pertene-
ce un Gil Blas Tejeira y los que animan en fresca cosecha del
presente, nunca han sido más disímiles y excluyente entre sí, lo
cual no es sin duda un signo de bonanza patria y social . Jamás la
tolerancia y la acritud, la desconfianza y el malentendido, sepa-
raron tanto en el devenir cultural, a dos edades consecutivas,
como las que hoy distancian a hombres maduros y jóvenes im-
berbes . Cierto es que en todo pasado hubo fronteras entre las
edades del cerebro, mas no sin que quedasen en ellas porosidades
suficientes para mantener la ósmosis de los espíritus y la conti-
nuidad de la especie cultural . Hoy, en cambio, se pretende erigir
valla hermética entre cepas y troncos . Parecería que los nuevos
quisieran ignorar el pasado y aun negarle su trascendencia . Se
diría que todo lo que barrunte tradición no ha de merecer el
favor de los noveles pensadores . Error del que nos dolemos los
viejos, no tanto por lo que entraña de personal, sino por lo que
ello significa para el obligado desarrollo de la cultura nacional .
La cultura es fenómeno continuo y cohesivo, no obra de retazos
y aberraciones, y por lo tanto desaciertan fatalmente quienes
nieguen valores a una época, a un pueblo o a una forma de
pensar, por el solo hecho de no ser los últimos .

Decimos lo anterior porque el precio de "Pueblos Perdidos"


hay que buscarlo en monedas de oro añejo . Su contenido, su
técnica y estilo, no son de lo más favorecido por los noveles
catadores, En verdad, es obra que con todo y su carácter, se
resiste, por lo ecléctica, a fácil ubicación en escuela o forma
estereotipada, cosa no muy de moda hoy . Mas qué importa si en
donde quiera que se sitúe esta novela, le sobran a ella estirpe,
magnificencia, médula y dignidad . De una vez por todas, somos
de los que pronosticamos a "Pueblos Perdidos" permanencia en
las letras panameñas y significado creciente en la forma de nues-
tra nacionalidad . Lo primero, porque con un lenguaje impecable,
técnico, se anima fervorosamente una humanidad muy nuestra,
con movimientos que penetran de parte a parte, que nos conven-
cen de sus vidas, de sus urgencias, de sus ímpetus, de su peque-
ño cosmos . Lo segundo, porque en una armoniosa síntesis de
narración y de actuación vital, se hacen presentes trozos de la
geografía y de la historia panameñas que han permanecido bajo
sombras equívocas o alumbramientos falsos, y que por lo tanto
carecían para nosotros de auténtica corporeidad . Las convulsio-
nes post-bolivarianas de Colombia ; la gesta del Canal, con su
imprevisora pero heroica hazaña francesa, con la sabia y agresiva
pero impolítica empresa norteamericana ; la viciosa y torpisima
visual colombiana sobre el Istmo ; el consabio calvario del pueblo
panameño; el suelo patrio expiatorio, tendido siempre como un
paciente para la cirujía canalera : la variedad infinita de la especie
humana que nunca llegó a saciar al Moloc de la gran zanja ; el
paisaje, el agro, la fauna, la miasma y la peste ; la perpetua danza
de los intereses internacionales, cuervos fatídicos del Istmo ; la
ciencia al lado de la crápula, el crimen barato, lo vida sin valor
ni sentido ; y en medio de toda aquella vorágine, el destello,
aunque tenue, nunca ausente, del espíritu, del espécimen hones-
to y rebelde que siempre ha salvado a la humanidad de eterna
desaparición . Todo eso, en unas pocas páginas, ya de modo ex-
preso, ya sugerido, con orden y ritmo adecuado para cada movi-
miento . No puede exigirse más a una obra para que sea novela,
histórica y carne de patria .
Ya algunos lectores, con autoridad crítica, han delineado y
valorado los factores y los personajes de la obra . No haremos
repeticiones que sabemos deslucirían frente a lo que ya se a
dicho sobre el punto . Baste saber que es luenga la teoría de
figuras que desfilan por el movido escenario de la obra, cada
cual cargado de sino . Prestán, héroe y símbolo, con aureola de
resurrección ; Rafael Núñez, el político infiel ; Buneau-Varilla,
Shylock redivivo ; Rostand, el previsor ; María de los Angeles, la
extranjera milagrosamente virtuosa ; Camilo, el varón honrado pe-
ro sin genio ; los antes colectivos como el vulgo y los pueblos
que se inmolaron al progreso, bajo las aguas ; los Goethals, los
Gorgas, Simpson, rubios buenos, rubios cínicos, en fin, la rara,
dispar, babilónica humanidad de todos los tiempos, de todos los
trances ; la evidencia trágica o consoladora de que ningún país, ni
casta, ni régimen, ni época, son detentadores exclusivos, ni de la
virtud, ni de la maldad . ¿Puede pedirse más a una novela?
Reparos, los harán lectores y críticos, Que tal personaje
necesitaba más pronunciamiento ; que priva demasiado lo narrati-
vo sobre la vivencia novelesca ; que figura poco el reverso trágico
de la empresa canalera, etc ., etc . Pero debe pensarse que cuando
el lector cree que siendo él escritor, habría agregado esto, corta-
do lo otro o modificado aquello, es precisamente porque el
autor ha logrado interesarlo, suscitándole imágenes, induciéndolo
a la crítica, y tal autor debe ya considerarse satisfecho, Sin duda
Gil Blas Tejeira logrará ésto y mucho más . Por mi parte, no me
tienta aumentar ni cambiar nada . Me basta haber calmado una
vieja ansia : leer una obra bien escrita, con sentido panameño,
con savia espesa de historia propia pero injertada en el ámbito
universal ; una obra sin parti-pris, sin inhibiciones, pero valiente y
honesta ; y por lo demás, modelo de lenguaje y de gracia . Por
ello, vaya el abrazo cordial para el amigo y el aplauso para el
autor.

"PUEBLOS PERDIDOS", NOVELA DE


DON GIL GLAS TEJEIRA

Una joven guatemalteca, pronto huérfana ; un ingeniero


francés ; el hijo de ambos, y un norteamericano, que al final se
casa con la dama, son los personajes imaginarios de esta novela
de Don Gil Blas Tejeira que acaba de salir de las prensas en una
des esas ediciones que los autores nacionales se suelen ver en la
necesidad de disponer por cuenta propia para dar a conocer sus
producciones . Pero los personajes mencionados no son los únicos
de esta novela ni, tal vez, los principales, asomando su perfil en
las primeras páginas el espectro de Prestán ; las incidencias de su
fuga perseguido por las llamas del incendio de Colón ; la fría
recepción del general Obeso y su captura ulterior, proceso y
ejecución ahorcado en una plataforma de la vía ferroviaria . Los
protagonistas ideales de este relato novelesco se opacan y se
esfuman en la primera parte de la obra, donde campea la figura
de Prestán, que el autor destaca y ennoblece con una serie de
pinceladas anecdóticas y episodios históricos que cita, con docu-
mentada precisión . Y así vemos la sombra del Presidente Núñez,
de Uribe Uribe, del general Reyes y de tantos más, haciendo
también su aparición en primer plano el francés Buneau-Varilla .
Novela histórica o historia novelada, que, a veces, viene a
ser lo mismo, son los pueblos de la línea del ferrocarril, y espe-
cialmente los que estaban destinados a desaparecer, cubiertos por
las aguas del lago Gatún, los protagonistas principales de esta
obra, donde vemos a Gorgas organizar sus brigadas sanitarias y
sus campañas contra la fiebre amarilla y contra el paludismo ; a
Goethals, implacable en sus propósitos de apresurar el trabajo
que se le había encomendado ; al Juez Jackson con su noble
"interdicto' en favor de los campesinos acosados por el sargento
"Juru-Juru" ; al Gobernador Davis, y a otras figuras de menor

relieve histórico, pero de una calidad humana impresionante,


cómo los "culebreros" que se desafían con el arma mortal de las
serpientes que llevan encerradas en sus cocos . Por eso, cuando
vemos que Simpson se casa con la guatemalteca y el hijo de ésta
y del ingeniero francés perdido en Chile, con Consuelo Castillo,
llegamos a dudar si tales episodios serán sólo producto de la
imaginación del autor o registro de un hecho cómo el pasó del
vapor "Ancón" por el canal que inauguraba .
La abundante y variada documentación que ha tenido que
procurarse Don Gil Blas Tejeira para escribir "Pueblos perdidos"
y que utiliza con toda destreza, atribuye a esta novela un valor
didáctico evidente que es precisó sumar al literario . Agudo obser-
vador, narrador de muy ameno estiló y con un total dominio del
¡clima, que es el medio de expresión del escritor, ha logrado Don
Gil Blas Tejeira construir una novela de lectura fácil y agradable
que sujeta la atención y el interés del lector desde sus primeras
líneas. Por ello, y por la abundante información histórica que
ofrece, sería deseable que fuera utilizada cómo material de lectu-
ra en nuestros establecimientos de enseñanza, ya que cumple
plenamente la función de brindar un castellano terso y una serie
de noticias del pasado que nuestros estudiantes deben conocer
para interpretar bien el presente y contribuir con eficacia a elabo-
rar el porvenir. L. E .
"PUEBLOS PERDIDOS!"
Por Federico Tuñón
El escritor panameño, Gil Blas Tejeira, ha escrito un magni-
fico libró titulado PUEBLOS PERDIDOS . Era mi propósito co-
mentar su contenido . Mas, significativas peripecias fueron apla-
zando la agradable tarea . Viajaba el libro llevado a hurtadillas y
en turnos sucesivos, por esposa, hijos y nueras, y sólo cuando
terminó la regocijada ronda puse manos sobre él .
Comienzo por decir que "Mi personaje inolvidable" de este
Libró es, EL DESTINO HISTORICO DEL ISTMO DE PANA-
MA . Desde las primeras páginas se advierte la fuerza que tendrá
tan singular elemento : porque cuando comienza la acción ya el
ferrocarril de Panamá, con sus paralelas de aceró realizaba sueños
que agitaron los pensamientos de la Humanidad entera, y era tan
poderosa su influencia en la vida del país que hizo surgir ciuda-
des y amarró islas al Continente . Enseguida, explica el libró, el
Canal Francés deja caer sobre las ciudades terminales el dorado
benefició de sus despilfarros, para retirarse después en espantosa
quiebra ; los colombianos traen a nuestros pueblos y aldeas las
convulsiones de la Guerra de los Mil días ; El Istmo de Panamá
separa sus destinos de los de Colombia ; se negocia y firma con
los Estados Unidos un Tratado pan la construcción de un Canal
interoceánico, y se inician los trabajos de excavación, con su
secuela de inmigraciones, sanidad, dinamitas, desalojo, inundacio-
nes y PUEBLOS PERDIDOS.
Montó Gil Blas las acciones de su libro en tal escenario . La
grandiosidad del paisaje hace pequeño el dramático acontecer
vital de otras figuras humanas que se mueven arrastradas por el
torbellino de semejantes sucesos lanzados para uno u otro país ;
para uno u otro pueblo; empujados por fuerzas irresistibles .

Encima de la estructura así diseñada, se agitan con babélico


estruendo las razas llegadas de todos los confines del mundo en
barcos que envíaban desde los mástiles embanderados, sus polí-
glotas saludos .
Las figuras más destacadas : una mujer y un niño, han sufri-
do transfusiones de tan diferentes tipos, que sólo en los tubos de
prueba del laboratorio racial istmeño obtuvieron el tono emulsio-
nado que se advierte en la miradas cósmicas con que escrutan el
porvenir . Son gentes de pueblo que por circunstancias del am-
biente, aceptan, la mujer, zurdos connubios a primera vista ; que
viven en la tierra panameña en constante migración, protexto
feliz para visitar campos, ríos, lagos, iglesias, cantinas, trenes,
campos de batalla, ciudades terminales, Hoteles Centrales . Viaja
en tren, en coche, a caballo, asisten a ferias, viven casi familiar-
mente con sus sirvientes . Reciben la protección y consejo espiri-
tual e intelectual de curas . Dialogan con gringos o se casan con
ellos. Viven devaneos caprichosos . Crecen y aman ; presencian
inundaciones, y la desaparición de viviendas, sin que las iniquida-
des, que el progreso parece justificar, tengan compensación . Es-
peran las tardías Comisiones de Reclamaciones . Todo esto ocurre
en el paréntesis histórico que se abre con esta frase ..." Todo
indicaba que un gran auge económico se dejaría sentir en breve
en el Istmo, como consecuencia de la apertura de un canal, por
una compañía francesa" . Y se cierran con ésta otra, "Un barco
cruzó el Istmo" .
Dos hechos surgen de la lectura de "Pueblos Perdidos" : El
destino histórico del Istmo de Panamá lo hace escenario de la
instalación de "El Canal de Hierro", de un conato de Canal y
finalmente el Canal de Panamá .

-239-
Las figuras humanas son personas sencillas que dicen, a tra-
vés del autor cómo vio el hombre de la ciudad (Colón), y el
hombre del campo (Gatún), cómo vio digo, llegar esas fuerzas
arrolladoras, y cómo tales fuerzas los empujaban con manotazos,
bruscos por su apresuramiento, aunque sin malas intenciones .
PUEBLOS PERDIDOS es un magnífico libro escrito en esa
prosa gilblasiana con reminiscencia clásica . Prosa para gustar y
estudiar.
La primera parte de la obra "Pueblos Perdidos", que yo he
dejado de último, hace la relación novelada del proceso y ejecu-
ción de Pedro Prestan, episodio sombrío y controvertido de las
luchas civiles colombianas, que tuvieron por escenario el Istmo
de Panamá. Pero el tema tiene suficiente independencia para ser
tratado aparte . Además me sugiere algunas consideraciones sobre
la Historiografía panameña .

"PUEBLOS PERDIDOS"

-Un comentario de EDUARDO MORGAN,


para "La Estrella de Panamá"-
Bajo este título Gil Blas Tejeira ha publicado una novela
que es un libro de valor real y positivo para nuestro pueblo por
la tendencia educativa, de proyecciones superiores, que tan con-
sagrado escritor ha puesto en la obra . Los personajes que surgen
de la historia, en el escenario de la vida que expone el autor,
sugieren una evocación por la benéfica influencia que pudieran
tener si vivieran en el presente . El sacrificio en la horca de Pedro
Prestán, el abogado y político liberal colombiano, exilado en
Colón, se ofreció en holocuasto a la política partidarista de en-
tonces . La terrible proclividad de aquel acto sólo puede apreciar-
se en la carta dirigida a su esposa e hija . Aquel hombre valiente
y arrojado sabía que lo acusaban falsamente del incendio de la
ciudad, causado por el combate de la revolución que había ini-
ciado, y, bajo presiones extrañas muy poderosas, para evitar ma-
yores males a sus seguidores, dispuso entregarse a quienes debe-
rían juzgarlo . Tomada esa decisión y presintiendo que sería con-
denado sin ser juzgado, como ya lo habían sido dos de sus
compañeros de armas, redactó aquella epístola en la cual se ab-
solvió así mismo, postrado ante el altar del amor, que lo consti-
tuía aquéllos sus únicos seres queridos . Satisfizo, así, el ilustre
ejusticiado a ese juez único, que es la propia conciencia, cuando
ésta cree en Dios como la suprema causa del bien .
Prestán, liberal de verdad, no era ateo, sino católico practi-
cante . Seguramente declaró a su confesor, angustiado por la in-
justicia, la verdad que había transmitido a su esposa e hija, aun-
que esa confesión quedará en el secreto de la Iglesia por el mis-
terio que ésta impone para hacerla más libre y responsable . Ade-
más de aquella carta, plena de la devoción del esposo y el padre,
que hoy es como una voz profunda y elevada de ultratumba
para los que sufren hambre y sed de justicia, aparece en el libro,
en toda su integridad, la defensa que personalmente se hizo Pres-
tán ante los militares que expidieron su condena . No pidió
justicia, convencido de que no podía haberla, ya que no le per-
mitieron probar su inocencia, y menos imploró clemencia, por-
que habría sido un acto cobarde, incompatible con el valor que
le confería el honor de ser inocente . . El valor humano y ético
jurídico de ambos documentos podría inspirar a magistrados,
jueces, abogados, estudiantes, a todas las personas normales que
aman naturalmente la justicia, especialmente a los políticos, para
que se horroricen con actos, sólo imaginables por la pasión parti-
darista, como el de haber engañado al Ingeniero francés hacién-
dole ver que le entregarían el corazón, ya embalsamado del ajus-
ticiado, para que lo llevara a su viuda y a su huérfana, cum-
pliéndo la última voluntad de éste que aquél con tanta diligencia
y lealtad, trató de que fuera cumplida, rindiéndole culto a una
amistad que no destruyó la muerte .
Realza Gil Blas Tejeira la figura moral, austera y sobria de
Prestán, cuando éste fue comensal en la fonda muy modesta de
María de los Angeles Vera, la hija de inmigrantes guatemalcos,
que había quedado tan huérfana como hermosa y desvalida y a
quien el caudillo liberal, en momentos muy culminantes para
ella, ofreció su protección eficaz de hombre valeroso inspirado
únicamente en una leal y sincera simpatía . Aumenta el interés
del lector y cobra mayor prestancia la personalidad de Prestán
cuando conoce en la fonda al Ing . francés, Camilo Rostand,
venido al Istmo al servicio de la obra del Canal . La acendrada
amistad de estos dos hombres, a la que sirvió de eje la joven
María de los Angeles, apenas de diecisiete años, envuelve al lec-
tor en un ambiente espiritual vigoroso y dignificante que le obli-
ga a ponderar cómo una mujer inteligente y buena, aunque igno-
rante, pudo cautivar a los dos hombres en quienes había desper-
tado sentimientos distintos : la amistad de uno y el amor del
otro. Hay una elevación moral, sublimizada por la concepción y
expresión del escritor, cuando el ingeniero solicita al político su
licencia para unirse a María de los Angeles, con quien no podía
contraer matrimonio, por la preexistencia en Francia de un
vínculo legal, aunque ya inexistente en realidad, a causa de la
infidelidad de la esposa que lo había destruido .
Así, por la unión de Camilo Rostand con María de los
Angeles, nació Camilo Vera, el panameño que en aquellos tiem-
pos sólo pudo llevar el apellido de su madre . Y vino el siniestro
de la quiebra del Canal Francés, La emigración del Ing . hacia
Chile, en busca de trabajo, después de que, por los sabios conse-
jos de su Superior jerárquico, Bunau Varilla - quien aparece
magistralmente trazado en la escena - deja asegurados a su hijo
y a la madre de éste contra riesgos futuros . Aquí participa la
exultante negra costaña al servicio del hogar, que adoraba en el
niño Camilo, el panameñito que hablaba lo mismo que ella, para
preocupación de María de los Angeles que había adquirido cultu-
ra al lado del francés . La admirable costeña convenció al Párroco
de Gatún para que sirviera de preceptor al niño Camilo a fin de
que enmendara su vocabulario e iniciara su aprendizaje . En los
cuadros de la existencia en Gatún, que Gil Blas Tejeira pinta en
las páginas de su obra con la maestría de un Miguel Angel en los
íenzos, hay sucesos como el de los culebreros, quienes sometie-
ron a un duelo a muerte su pericia haciéndose morder cada uno
por una víbora de las más finas por la mortalidad del veneno
que inyectaban . La sagacidad del cholo nativo se impuso a su
foráneo competidor, a quien aquel tuvo que salvar la vida, gra-
cias al espíritu de Camilo Vera, que corrió hacia el Párroco, de
quien ya era sacristán, y logró su oportuna intervención para que
el cholo salvara a su contricante, ya al borde de la muerte .
Adviene la independencia del Istmo y con ella la reanuda-
ción de la magna obra del Canal de Panamá en virtud de la
concesión que hizo la República a los Estados Unidos . Un Médi-
co sanitario estadinense toma a su servicio al inteligente joven
Camilo Vera, a cuya madre conoce, ya en la plenitud lozana de
su vida. La admiración del norteamericano por las virtudes Y
belleza de María de los Angeles se convierte en un amor profun-
do y sereno . No es correspondido porque, pese a los años de
abandono, su amor por el ausente Ing . francés se mantiene vivo
en su corazón Entonces el Médico, con esa lealtad que caracteri-
za a los norteamericanos, inspirado por la noble confesión del
ser que ama, se vale de los oficios de su Gobierno para localizar
al ausente y obtiene la información oficial de que ha muerto en
un accidente trabajando en una mina.
Dentro de la felicidad que reina en el matrimonio de María
de los Angeles con el médico sanitario, quien quiere al hijo de
ella como si fuera de él, propiciada por el bienestar que propor-
ciona el trabajo de ambos, acaece la tragedia general . Ante el
empuje formidable de la civilización y el progreso, se hace nece-
saria la inundación de Gatún y otros poblados . Hay que formar
con las aguas dulces panameñas ese puente, que es el Canal, por
el cual las naves de todo el mundo transitan, en uno u otro
sentido, hacia los océanos Atlántico y Pacífico . Los moradores
sencillos y rudos, adheridos a su tierra como los árboles que
plantaron, son aventados de sus predios . No había ley cuya auto-
ridad los favoreciera porque prevalecía la ley de la Autoridad, a
su arbitrio, que los desalojaba sin más trámite que el impuesto
por la urgencia de terminar la obra . Uno de los poseedores, ante
la impotencia que le oprimía el corazón y le retorcía el cerebro,
hizo con su muerte, ahorcándose en uno de los árboles de su
huerto, una protesta que causó gran conmoción, la cual llegó
hasta el tribunal de un Juez norteamericano, que haciendo honor
a la tradición de la justicia de su Nación, pronunció una senten-
cia en la que declaró que aquellos poseedores no podían ser
arrojados como hojas al viento sin ser previamente indemnizados .
Fueron los poblados, sepultados por las inundaciones, los
"Pueblos Perdidos" que inspiraron la novela histórica de Gil Blas
Tejeira . Mas nosotros creemos que él ha querido reconocer y
exaltar el valor humano que hay en todos los personajes de su
obra . Sacar de la historia una enseñanza, como la política del
pasado, que sirva a la política, como la historia del presente . El
político definido y determinado, como liberal de verdad, que era
Pedro Prestán, sacrificado por la política de la dictadura de Nú-
ñez, fue voluntariamente a su holocausto, haciendo del cadalso
una tribuna donde pudo proclamar sus ideales y también incre-
par a sus jueces enrostrándoles que lo condenarían sin juzgarlo .
El amor a la tierra de nuestro campesino que prefirió ahorcarse,
antes de aceptar el derecho de la fuerza de que se le hacia
víctima, pero cuya muerte sirvió de semilla para que germinara
para los demás, la justicia por la cual se mató . La lealtad, la
nobleza, que hay en todos los seres, comprendiendo a los nietos
de María de los Angeles, con la cual comienza la obra en una
humilde fonda de Colón, todo convida al lector a leerla de un
solo tirón, como le ocurrió al que estas líneas escribe.
Ahora no se pierden los pueblos por imperativos de la civili-
zación y para dar al progreso como ocurrió con Gatún y tantos
otros. Ahora los corroe la política para la cual ya no hay ideales
que impongan sacrificios porque ella vive y propaga las apeten-
cias materialistas que ahogan el espíritu de los pueblos y los
convierten en masas sin levadura . Parece hacerlos más cínicos el
temor a ser arrasados, no por los ríos de un país para erigir un
"Puente del Mundo", como es el Canal de Panamá, sino por la
desintegración de la materia que ha permitido el poder infernal
de la bomba atómica y que podría causar una flamigerización no
para bien del mundo, "Pro Mundi Beneficio", creando civilización
y haciendo progreso, sin provecho para nadie . Este poder infernal
es más peligroso por el ateísmo que cree en la dialéctica del ma-
terialismo y niega a Dios como Creador de todo el Universo, de
Dios que es levadura en las almas con ideales como la del po-
lítico liberal, quien se hizo sacrificar por la causa de la libertad,
y la del campesino que se mató por su tierra sin la cual no con-
cebía gozar de esa libertad .

Y el libro que comentamos es un culto a los ideales a los


cuales tenemos que volver para no ser arrastrados por el fuego
sin provecho como fueron sumergidos para el bien del mundo
aquellos poblados que se perdieron bajo las aguas y que Gil Blas
Tejeira ha llamado "Pueblos Perdidos", aunque haya sacado de
ellos una obra repleta de humanidad y de civismo por la cual su
pueblo, que él no quiere ver perdido y que no habrá de perderse
porque ama su tierra y su libertad, habrá de premiarlo leyendo su
obra con el mismo interés patriótico que lo ha alentado al es-
cribirla.
INDICE

I N D I C E
Página
CAPITULO PRIMERO María de los Angeles 1
Capítulo II, Los asiduos 5
Capítulo III . El protector 9
Capítulo IV . Camilo Rnc'gnd 13
Capítulo V El amor 17
Capítulo VI. Plenitud 21
Capítulo VIII. En casa de Prestán 25
Capítulo VIII, Prestán se prepara 29
Capítulo IX . Los baluartes de Prestán 33
Capítulo X . La fuga 37
Capítulo XI . Como un viejo romance 41
Capítulo XII, Prestán ante sus jueces 45
Capitulo XIII . Acusación 49
Capítulo XIV. Defensa de Prestán 53
Capítulo XV. El veredicto 59
Capitulo XVI . La horca 63
Capítulo XVII . Dos franceses conversan 67

SEGUNDA PARTE

Capítulo XVIII . Gatún 73


Capítulo XIX, A orillas del Chagres 77
Capítulo XX, El Canal de Hierro 83
Capítulo XXI . Previsión 89
Capítulo XXII . El derrumbe 93
Capítulo XXIII . En busca de orientación 97
Capítulo XXIV, Desolación 101
Capítulo XXV . Despedida 105
Capítulo XXVI, Martina la castellana 109
Capítulo XXVII, Un niño crece a orillas del Chagres 113
Capítulo XXVIII. Preceptor Para Camilo 119
Capítulo XXIX . Santa Rita 123
Capítulo XXX, Loa culebreros 127
Capítulo XXXI, Esperanzas y desesperanzas 133
Capítulo XXXIII . Al amparo de La Línea 137
Capítulo XXXIII . Los establos de Augías 141
Capítulo XXXIV El doctor Simpson 145
Capítulo XXXV, El doctor Simpson propone 149
Página

Capítulo XXXVI . Expectativas 153


Capitulo XXXVII . Sandra Simpson 157
Capítulo XXXVIII- El sarampión 161
Capítulo XXXIX, Crisis 165
Capítulo XL, Los Vera se separan 169
Capítulo XLI, El capataz de esclavos 173
Capítulo XLII- El sargento Juru-Juru 171
Capítulo XLIII . El interdicto de Jackson 183
Capitulo XLIV. En Bohío 187
Capítulo XLV . Consuelo 193
Capítulo XLVI . La piel del tigre 197
Capítulo XLVII- Hojas al viento 201
Capítulo XLVIII . La doma del río 205
Capítulo XLIX . Por las aguas del Lago de Gatún 211
Capítulo L. Un barco cruzó el Istmo 215
Crítica Literaria 219
Este libro se terminó de imprimir
en los Talleres de la Imprenta
de la Universidad de Panamá en 1995
NOTA BIOGRAFICA

GIL BLAS TEJEIRA nació en Penonomé,


República de Panamá, a principios de este siglo, Inició
su vida pública como maestro rural y la culminó en el
ramo docente con la dirección de la Escuela de
Periodismo, de la Universidad de Panamá- Ha actuado
también en otras actividades ajenas a la docencia . Fue
miembro de la Asamblea Constituyente, embajador
ante los gobiernos de Costa Rica y Venezuela y
ministro de Estado . Su actividad preferente ha sido el
periodismo- Es miembro de número de la Academia
de la Lengua, de Panamá y correspondiente de las de
Venezuela y España . De devoción cervantista casi
obsesiva, es fundador y presidente de la Sociedad
Cervantina de Panamá y miembro honorario de la de
Madrid . Ha publicado hasta ahora 8 obras : El Retablo
de los Duendes, Campiña Interiorana, Pueblos Perdidos,
El Habla del Panameño, Venezolanos en Panamá,
Biografía del Presidente Ricardo Adolfo de la Guardia,
Lienzos Istmeños, Epigramas y Sonrisas . Esta es la
segunda edición de Pueblos Perdidos, tenida por la
crítica nacional y extranjera como su obra más
trascendental . Tiene Tejeira material inédito que
habrá de editarse en no menos de tres volúmenes. El
suele decir que no es el mejor escritor panameño, pero
que sí el panameño que más ha escrito . Su labor
periodística cubre más de medio siglo-

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