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Un acto del entendimiento que expresa la correspondencia que se halla entre los objetos
Baltasar Gracián.
La verdad, cuanto más dificultosa, es más agradable, y el conocimiento que cuesta es más
estimado
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Esta rapidez es puramente cortesana; en la Corte importa no perder ni hacer perder el
tiempo: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno" y "más valen quintaesencias que fárragos",
en máximas extraídas de Gracián. La concisión, la elipsis y el zeugma son las piedras
angulares de su retórica. Más accesorios son los claroscuros tenebristas de la antítesis, la
paradoja y el contraste. Cuando la función del concepto es puramente ancilar y se subordina
a una intención mayor, casi siempre relacionada con el desengaño moral barroco, tiene
lugar el enigma, que es la arquitectura que se levanta con los ladrillos de los conceptos, casi
siempre es de naturaleza alegórica, y exige un desciframiento por parte del avispado
hombre de ingenio que debe subir a esas alturas para gozar de la expresión con el
descifrado de un estilo de gran complejidad; típicos géneros conceptistas son en este
sentido el emblema y el auto sacramental.
Adolfo Bonilla y San Martín afirmó que el conceptismo llegó a confluir al fin con el
Culteranismo y que:
Con los precedentes lejanos de don Juan Manuel en los tratos que siguen a los cuentos de
El Conde Lucanor o Libro de Patronio en el siglo XIV, y no tan lejanos en el siglo XV de
la lírica cancioneril y en la primera mitad del siglo XVI de fray Antonio de Guevara, un
personaje curiosamente tan cortesano como los mayores representantes del Conceptismo,
Quevedo y Gracián, inició y bautizó esta estética Alonso de Ledesma con sus celebérrimos
Conceptos espirituales (tres partes, 1600, 1608 y 1612), donde se desarrollan varios puntos
de doctrina cristiana de forma alegórica; el "concepto" es, de hecho, el centro de toda su
producción literaria, que prosiguió con Juegos de la Nochebuena en cien enigmas (1611),
El Romancero y monstruo imaginado (1615) y sus Epigramas y Hieroglíficos; Bonilla,
además, escribió que Miguel Toledano, poeta de Cuenca y autor de Minerva sacra (1616)
no le iba en zaga en esta primacía. Sin embargo, el principal teorizador del Conceptismo es
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el escritor jesuita Baltasar Gracián en su Agudeza y arte de ingenio, que es a la vez tratado
teórico de poética conceptista y antología de esta estética. Afirmaba Gracián que los
conceptos son
Vida del estilo, espíritu del decir, y tanto tienen de perfección cuanto de sutileza.
Hase de procurar que las proposiciones hermoseen el estilo, los misterios le hagan
preñado; las alusiones, disimulado; los empeños, picante; las ironías le den sal; las
crisis, hiel; las paronomasias, donaire; las sentencias, gravedad; las semejanzas lo
fecunden y las paridades lo realcen; pero todo esto con un grano de acierto: que
todo lo sazona la cordura
Esto es, el conceptismo no es jugar con el lenguaje por sólo jugar: todo está subordinado a
la precisión y exactitud de lo que se pretende expresar. Ramón Menéndez Pidal comenta los
afanes del conceptismo:
Antonio Machado se mostró muy crítico con la vaciedad sustancial del conceptismo:
"Culteranismo y conceptismo son, pues, para Mairena, dos expresiones de una misma
oquedad", si bien salva de esa estética las virtudes de nuestros autores clásicos Góngora,
Quevedo, Calderón y Gracián.
El estilo del conceptismo se funda a fin de cuentas en usar la panoplia retórica para
condensar significado. Karl Vossler citaba al respecto un pensamiento del hispanista
decimonónico Franz Grillparzer, quien observó que el recurso fundamental de esta estética
era el zeugma: un vocablo de no denotada importancia en la primera parte y que denota un
concepto accesorio, en la segunda es convertido repentinamente en sujeto u objeto sin
llamar la atención sobre él repitiendo la palabra. Por ejemplo: "Es el engaño muy
superficial, topan luego con él los que lo son" (Gracián). Se alude a la palabra marcada con
un pronombre. La elipsis de significado es un procedimiento esencial también para esta
retórica del zeugma.