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El aceite de palma, la soja –el oro rojo–, la caña de azúcar o el maíz son algunos
ejemplos de estos productos recogidos en el libro Los monocultivos que
conquistaron el mundo (Akal) de las periodistas Nazaret Castro, Aurora Moreno
y Laura Villadiego. Se trata, en cualquier caso, de materias primas que han
cambiado de manera radical la vida de las sociedades campesinas y han derivado
en multitud de problemas medioambientales, fruto de la deforestación que se
requiere para su siembra intensiva.
“El aceite de palma es el caso paradigmático. Está en la mitad de los productos que
encontramos en el supermercado, no es sólo en los ultraprocesados comestibles,
sino también en cosméticos, pinturas, shampoo y inciensos y otros productos. Por
supuesto, también los conocidos agrocombustibles”, enfatiza Castro. Todo ello en
un mercado que, según añade Aurora Moreno, está “muy concentrado en pocas
empresas” que poseen prácticamente todo el control de la producción, “desde la
plantación hasta el supermercado” .
El 90% de las calorías que se consumen en el mundo proceden de tan solo una
treintena de variedades de especies de alimentos
“La visión más clara para entender la pérdida de biodiversidad es en una zona llena
de vegetación, de selva, en la que se ve multitud de tipos de vegetación, aves y
otros animales. Pues, justo al lado de ello, se encuentra un terreno grande en el
que sólo se siembra un tipo de planta, perfectamente alineada y a siete metros una
de otra. Esto visualmente se aprecia más, pero también se percibe con la subida de
temperatura, ya que hay menos sombras”, narra Moreno.
Estas plantaciones son, quizá, como un cáncer en los bosques que acaban con la
vida en todas sus formas. Tanto, que las especies de animales y plantas no son las
únicas damnificadas. La agroindustria que se extiende por el cono sur asiático,
americano y africano supone también una amenaza para las tradiciones de los
pueblos campesinos que a menudo se ven desposeídos de sus territorios y de sus
modos de supervivencia. A fin de cuentas, es un proceso de proletarización del
campesinado, que deja de tener autonomía y se ve obligado a trabajar en
condiciones análogas a la esclavitud en estas plantaciones”.
Soberanía alimentaria
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/monocultivos-planta-dinero-lugar-
alimentos.html
Rebelión
Los registros históricos atestiguan que el dióxido de carbono estaba por debajo de
300 ppm en los inicios de la Revolución Industrial. Insensiblemente, año a año ha
ido corriéndose esa presencia que se suponía hasta entonces estable y ligada a las
condiciones bióticas del planeta. Ha sobrepasado, tras un siglo largo de constante
avance, más de 400 ppm. Sabemos que eso significa alteraciones de las
condiciones de vida en el planeta, pero no sabemos cuáles.
Hasta el siglo XV, Europa había coexistido con África y Asia, constituyendo lo que
con el tiempo se llamará el Viejo Mundo, en una suerte de globalización que tenía
como eje el mar Mediterráneo, sobre todo oriental.
Los aborígenes resisten hacerse esclavos. Para extraer de África millones de seres
humanos y convertirlos en esclavos, hubo que matar a otros tantos, a veces
muchos más todavía. Y en el Nuevo Mundo, los europeos ante la resistencia de las
sociedades aborígenes, también se valieron de las armas, el terror, la tortura, para
someter a estos otros otros.
Pero esa configuración de el otro implica romper con toda idea de común-unión. De
comunión. Significa elaborar una estrategia de enfrentamiento. A muerte. Significa
la instauración de el enemigo, un poco por doquier.
Es el american way of life el que encarna con mayor vigor ese “nuevo mundo”.
Con orgullo, los americans, en rigor los White, Anglo, Saxon, Protestants,
los WASP, se deslastran de tradiciones europeas, de pasados europeos, para ellos,
precisamente, “pasados de moda”.
Con estos deslastres, empero, se llevaron todo atisbo de comunidad que “el mundo
viejo” todavía tuviera.
Y ese empuje hacia un mundo nuevo, se lleva a cabo desde una coyuntura histórica
excepcional: con el fin de la llamada 2GM, 1945, EE.UU. quedó dueño virtual del
mundo entero, al disponer de los tres complejos industriales mayores del planeta
que eran, precisamente, los que llevaban adelante la construcción de la nueva
era. [5] Será apenas un momento el del unicato norteamericano, porque la década
del ’50 comienza con la bomba H soviética y el establecimiento, al menos
convencional, de dos superpotencias planetarias.
Por eso, como bien explicita Denis Rancourt [6] y explica Naomi Klein [7], se
siguen desmantelando estados, sociedades y países mediante guerras y agresiones
en el mundo árabe. Política de shock.
Volviendo a nuestro momento cultural, vemos que la guerra está presente en los
más diversos aspectos de nuestras sociedades. Y que la guerra es la pretensión de
borrar a el otro. Y nuestra convicción es que, por el contrario, sólo multiplicándonos
con los otros podremos construir un mundo vivible. ¿Pero podemos
compartir algo con quienes pretenden quedarse con todo?
Notas
[1] Una suscriptora de una revista que editara hace años me preguntó si
fitomejoradores y agrotóxicos no se referían a lo mismo, a las mismas sustancias.
Le contesté que por cierto era así y que el doble bautismo revelaba las muy
distintas significaciones que le dábamos a lo mismo.
[2] A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, se registra década a década,
ininterrumpidamente una pérdida de capacidad espermática en varones humanos
estadounidenses. La misma investigación ha verificado, también marcada
disminución de fertilidad en aves marinas, por ejemplo, y en cocodrilos de la
península de Florida (Myer, Dumanoski y Peterson, Nuestro futuro robado, 1996).
[3] Aunque no se trata de resultados de sencilla lectura, unívocos. Junto con tales
deterioros existen a veces formidables avances en el conocimiento humano, que
permite sortear algunos obstáculos como nunca antes. Como único ejemplo;
progresos quirúrgicos.
[4] Lynn White en “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica” [1968] reseña
el papel de los cristianos, particularmente sacerdotes, acabando con el paganismo
característico de los indígenas, para implantar un mundo moderno ajeno a todo
pathos panteísta, a toda identificación con, por ejemplo, la naturaleza. Al romper
con el paganismo se rompía con un nosotros que abarcaba todo y se introduce así,
la cuestión de el otro, no ya entre humanos (donde por cierto ya estaba bien
consolidada por el colonialismo y el racismo consiguiente) sino respecto del resto
del mundo.
[5] 1. La franja atlántica de EE.UU.; 2. La cuenca del Ruhr, casi toda asentada en
territorio alemán, ahora ocupado por Los Aliados (es decir, primordialmente, por
EE.UU.) y 3. El cordón industrial dentro del archipiélago japonés (Kyoto, Yokohama,
Tokyo) también bajo ocupación de EE.UU. Fuera de tales centros industriales había
algunos otros como el soviético, el sueco o el norte italiano, pero todos de muy
secundaria significación, entonces (v. James Burnham, La revolución de los
directores, 1941).
[6] Cit. p. Jonas Alexis y Michael Cangemi, “Alfred Lilienthal y otros lucharon contra
la mafia jázara”, Veterans Today, publicado en castellano, rebelión.org, 6 oct.
2019.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.