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NACE UNA MAESTRA

Quienes influyen en ti son personas que creen en ti.


Henry Drummond

Kelly despertó mojada de nuevo con su orina. Una familia diferente a la suya habría
mandado al baño a la niña, que tenía seis años, para asearse antes de ir a la escuela, pero
no la de ella.
-Vístete. Es hora de ir a la escuela.
Su madre apareció en la puerta de su recámara, tamborileando impacientemente el pie.
Un laxo cigarro sin encender prendía de sus rojos labios.
Kelly se hundió en el piso de su armario y encontró ropa que no se veía tan mal. Se la
puso, y después intentó alisar las arrugas con sus pequeñas manos. Con un trapo húmedo
eliminó casi todo el lodo de los dobleces de las piernas. Se peinó con el cepillo del gato y
desayunó las galletas saladas que su madre le dio al salir de casa.
En el rincón más apartado del patio de recreo, Kelly dibujaba hermosas figuras en el suelo
con una vara mientras los demás niños jugaban en los columpios. Éstos se quejaban a
menudo del olor cuando Kelly pasaba junto a ellos. En el salón, Kelly nunca terminaba sus
deberes. Sufría con su libro de lectura. La dureza crecía como una roca en su interior.
Todo parecía estar en su contra. Pero tenía a alguien de su lado: su maestra de primer
año. La señorita Dina quería a todos sus alumnos, y a diario les decía lo maravilloso que
eran. Cada día, en el pupitre de uno de ellos aparecía una pequeña nota adhesiva con un
mensaje agradable. Les sonreía durante la clase. Los escuchaba. Les hablaba con dulce voz
cuando corregía un problema. A la hora del recreo los hacía marchar por el pasillo,
derechitos como soldados.
-Sin salirse de la fila, niños.
La señorita Dina empezó a ocuparse de Kelly cada mañana antes de la clase. Rodeaba con
su brazo a la pequeña niña de sucias ropas, abrazaba el cuerpecito que olía a orines y
murmuraba:
-¡Estás mejorando!
Juntas las cabezas, miraban libros ilustrados. ¡Cuánto le gustaban a Kelly las figuras y los
colores! Después llegaba el momento de leer. A Kelly le espantaban las palabras difíciles
que saltaban en las páginas. Pero ni siquiera esas palabras podían robarle la dicha que
sentía de estar con su maestra. Era la primera vez en su vida que se sentía feliz. Era una
maravilla sentarse en ese salón con ventanas limpias y pinturas de flores colgando de las
paredes. La señorita Dina olía bien. Poco a poco, aquella dureza interna comenzó a
ablandarse.
Pero un día sucedió lo impensable: la mamá de Kelly la sacó de la escuela para siempre.
-Nos vamos a mudar – fue todo lo que dijo.
Kelly corrió junto a su maestra y la tomó de la mano. La señorita Dina se puso de rodillas y
con lágrimas en los ojos le dijo:
- Nunca olvides que eres muy inteligente. Cada vez que te sientas sola, piensa en
mí, porque yo estaré pensando en ti.

Los años siguientes no fueron gratos para la pequeña niña. Siempre de mudanza, creció en
un puñado de escuelas diferentes durante su educación primaria. Cuando llegó a la
secundaria, su madre ya la había abandonado, y fue entregada en adopción. Quién sabe
dónde encontró la fortaleza necesaria para seguir estudiando hasta convertirse en
maestra de artes plásticas.
Asignada como practicante a un sitio conocido, el primer día de clases se la pasó
rodeada de pinturas y niños inquietos. A la hora del recreo, filas muy rectas de niños
marcharon por el pasillo como soldados. Oyó entonces una dulce y memorable voz:
- Sin salirse de la fila, niños.

Ahí estaba la señorita Dina, con el cabello un poco más gris que como Kelly lo
recordaba, pero, en lo demás, prácticamente igual que antes. Sin pensarlo dos veces, Kelly
se acercó a ella.
- ¡Hola, señorita Dina! ¿Me recuerda?
La señorita Dina estudió un minuto el rostro de la joven hasta que su
acostumbrada sonrisa cruzó su semblante:
-¡Vaya, Kelly! ¡Qué gusto verte de nuevo!
-Me da mucha alegría tener por fin la oportunidad de darle las gracias.
- ¿Las gracias a mí? ¿De qué? ¡Si sólo fui tu maestra unos cuantos meses!
-Pues con eso bastó. Porque esos cuantos meses salvaron el resto de mi vida.

Robin Lee Shope

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