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A esas actitudes inapropiadas del ser humano es a lo que se conoce como pecado. Así lo
expresa el teólogo Luis Ladaria “El hombre es pecador, no solo porque personalmente peque, (…)
sino porque se encuentra inserto en una historia de pecado que, según los relatos bíblicos,
comienza al principio de la historia y que abraza a toda la humanidad”.1
Nos parece apropiado comenzar dando una definición breve y concreta de lo que es el
pecado: En pocas palabras podemos decir que el pecado es un mal moral, es decir, la pretensión
del ser humano de querer ser como Dios, de vivir sin necesidad de Dios, alejado de Él. Para San
Agustín, el pecado es un acto volitivo de un ser que está dotado de libertad. 2 El pecado llega
cuando ese ser, el ser humano, hace un uso inadecuado de su libertad. En nuestro tiempo,
asistimos a una realidad en la que la consciencia de pecado ha desaparecido casi totalmente del
pensamiento del ser humano.
La consciencia de pecado que antes se tenía, ha sido reemplazada por los matices de las
ciencias positivas, por ejemplo, desde las ciencias sociales se ve el pecado como insolidaridad, es
decir, como una simple indiferencia ante los problemas sociales y las realidades de injusticia y
desigualdad que vive la sociedad. Por su parte, desde el punto de vista de la psicología, el pecado
se ve únicamente como neurosis, como alienación; mientras que en el campo de la medicina solo
se ve el pecado como una enfermedad; y desde la pedagogía se percibe sólo como un
comportamiento mal visto para los demás.
Pero aún en una sociedad tan secularizada, se sigue teniendo resabios de una conciencia
de pecado; éste es visto como una mancha que contamina todo lo que entra en contacto con
ella; como un incumplimiento a las normas establecidas por el grupo, como una especie de exilio
y exclusión. Esas son las consecuencias que el pecado ocasiona en la consciencia del hombre,
además de un sentimiento de culpabilidad, un sentimiento de desánimo por haber sucumbido, y
una sensación de haber causado una ruptura con la caridad.3 Con ello descubrimos que
necesitamos de alguien sumamente bueno, que nos purifique; descubrimos que necesitamos de
Dios.
1
LADARIA, Luis Fernando; Introducción a la antropología teológica; Estella, Editorial Verbo Divino, 2004., P. 105.
2
S. Agustín., Civ. Dei., XIII, 21.
3
FLECHA JOSÉ ROMÁN, Andrés; Teología moral fundamental, BAC, Madrid, 2003, Pp., 305-307.
En este contexto, estudiemos ahora la necesidad de Dios y la idea de pecado que la
humanidad ha tenido a lo largo de la historia y que ha quedado plasmada en los libros de la
Sagrada Escritura. “Israel ha experimentado con impresionante realismo la miseria de una
existencia precaria, jalonada por el sufrimiento y presidida por la sombra ominosa del destino
mortal”.4
Comencemos pues, con la idea de pecado que el pueblo de Israel tenía, y que podemos
vislumbrar en el Primer Testamento. Lo primero que descubrimos es que lo que despierta en el
ser humano la consciencia de pecado, es la santidad y majestuosidad que descubre en Dios, la
certeza de la bondad de Dios que el ser humano tiene, es lo que hace surgir en él la consciencia
religiosa del pecado.5 El pueblo de Israel, en contraste con ello, experimenta su existencia como
una realidad de pecado y de muerte y se preguntan el porqué de esa situación. 6
Esta consciencia de pecado que surge en el ser humano, lo lleva a experimentar una
sensación de suciedad y de urgencia de que Dios le limpie todos sus pecados y delitos. (Sal. 50)
Aquí el pecado es visto como delito, como insensatez, como impiedad, como injusticia y como
caída.7 Cada pecado del ser humano es una ruptura de la alianza hecha con Yahvé. Pero se tiene
claridad de que el pecado no es la última palabra, porque Dios está decidido a mantener siempre
su alianza aún y con toda la experiencia de pecado que la tradición yahvista nos descubre en los
relatos del Génesis.8
4
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis, El don de Dios, antropología teológica especial, Sal Terrae, Santander, 1991, P., 48.
5
Ibidem., P. 310.
6
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis., Ibid, P. 49.
7
Ibidem., P. 63.
8
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis; Imagen de Dios, antropología teológica fundamental, Sal Terrae, Santander, 1991, P.,
47.
9
FLECHA JOSÉ ROMÁN; Ibid., P., 315.
10
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis, El don de Dios, P., 79.
es ya ser imagen de Dios sino imagen de Cristo”.11 Ese Jesús en el que Dios se hizo semejante a
nosotros en todo, menos en el pecado. Para lograr ser imagen de Cristo, contamos con la ayuda
del Espíritu Santo, quien guía y apoya con su fuerza a la moral cristiana y a cada ser humano para
hacer un uso adecuado de su libertad.12
En la reflexión actual sobre el pecado, nos hallamos frente a una realidad en la que el ser
humano, en tanto ser libre, no acepta sentir que alguien le limite o le domine, ello genera una
ausencia de la consciencia del pecado, en que las ciencias modernas lo maquillan cada una desde
su campo de estudio, como ya hemos mencionado. Los estudios que se hacen respecto al pecado
giran en torno a la concepción que hoy se tiene sobre el pecado original. 16 Todo ello mientras en
la sociedad se vive una realidad de rechazo a todo lo que sea religiosidad, moralidad y conciencia
de pecado.
11
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis; Imagen de Dios, p., 79.
12
VIDAL, Marciano. Nueva Moral fundamental, el hogar teológico de la ética. 2. edición. Desclée de Brouwer, Bilbao
2000. P., 168.
13
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis; El don de Dios, P. 86.
14
FLECHA JOSÉ ROMÁN; Ibid., P., 321.
15
Cfr., RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis; El don de Dios, P.p. 116-137.
16
LADARIA, Luis Fernando; Ibid., P. 113.