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EL MATADERO - ANÁLISIS

Este relato, considerado por la crítica como el que inaugura la narrativa argentina, fue
concebido como una metáfora del régimen rosista, por lo que cada elemento del texto
está cargado de un hondo simbolismo.

La elección de un matadero como ámbito para esta narración es interesante por distintos
motivos: en primer lugar, se encuentra en una zona limítrofe entre el campo y la ciudad.
En realidad, es la presencia del campo con sus leyes, dentro de la ciudad. Y esta
presencia está robustecida por la temática de la carne. Entre ambos términos se
despliega la federación rosista. Por lo tanto, El Matadero representa una crítica a un
sistema basado en el campo y en la carne, es decir, un ataque al sector ganadero del cual
Rosas es la figura principal (fuente: Literatura argentina y latinoamericana. Editorial
Santillana Polimodal. 1998) .Género Literario: Narrativo (está escrito en prosa).

SIMBOLOGÍA

Especie narrativa: es un cuento largo o relato costumbrista al estilo de los Artículos de


costumbres del español Mariano José de Larra. Posee elementos realistas (como nota
Noé Jitrik, Echeverría se anticipa al Realismo, aún antes que en Europa), pero incluidos
en un planteo más englobador que es romántico: la discripción del matadero encuadra en
los dos extremos de una mentalidad romántica: civilización/barbarie, unitarios/federales,
campo/ciudad.

El Matadero inaugura también la ficción para representar el mundo de "los otros": el de los
federales, de los indios, de la "chusma". Para hablar de sí mismos, los escritores del
Romanticismo en el Río de la Plata utilizan la autobiografía: "La clase se cuenta a sí
misma con la autobiografía y cuenta al otro con la ficción". Igual que en el Facundo de D.
F. Sarmiento, en este relato se habla de la violencia ejercida desde el poder.

"Alegoría de la situación argentina, El matadero es por esta razón un relato cuya estética
es funcional a su política...Se hablan lenguajes intraducibles, sus redes de sentido son
también intraducibles, sus símbolos se excluyen mutuamente...más que al cuadro de
costumbes, pertenece al ensayo narrativo que se propone representar el conflicto
político." (Altamirano, Carlos y Sarlo, Beatriz. "Esteban Echeverría, el poeta pensador" en
Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia. Buenos Aires, Ed. Ariel, 1997)

El narrador: según Noé Jitrik, es uno de los dos ejes alrededor de los cuales se articula el
relato (el otro eje es el ambiente). Este narrador testigo busca permanentemente la
complicidad ideológica del lector por medio de la utilización de la ironía. "¡Qué nobleza de
almas...!", etc. (Jitrik, Noé. El fuego de la especie. Forma y significación en "El matadero",
Buenos Aires, Siglo XXI, 1971)

La Cuaresma: la elección de una época litúrgico-religiosa anticipa que nos adentramos


en un tiempo sagrado y que al final del relato habrá (igual que en la Cuaresma) un
sacrificio al dios.
La lluvia: en la simbología, el agua representa mezcla, el tiempo anterior al Cosmos, es
decir, el Caos. El agua es promiscuidad (mezcla, mixtura) en donde hay indeterminación.
Por otro lado, podemos relacionar a la lluvia con el castigo divino (el diluvio).

La inundación: metáfora de cómo se encontraba la nación (hundida en el barro). No hay


que olvidar que esto siempre desde la ideología de Esteban Echeverría y su intención de
hacer una denuncia contra el gobierno de Rosas, no tiene que ser nuestra opinión.
Debemos distiguir entre la opinión de un autor, su ideología, su compromiso político y
nuestra capacidad como lectores para tomar distancia.

Los novillos: Representan a la masa, al pueblo que se sometía a la voluntad del


gobierno sin presentar oposición. Van al matadero sin rebelarse. Son cincuenta, (Borges
habla de los múltiplos de diez como de cifras que representan lo indeterminado).

El toro: Si ya habían sido faenados los cincuenta novillos (el narrador dice que el primero
va de regalo al Restaurador y los otro 49 ya habían sido faenados) entonces hay un error
de cálculo del autor (¿eran 50 o 51?). Pero no lo es tal. Significa que este animal no
formaba parte de los novillos, es decir, de ese pueblo sin voluntad, sino que era otra cosa.
El toro representa al Romanticismo como movimiento cultural: era negro (color elegido por
los escritores románticos), por la descripción se da a entender que era una raza de origen
francés, probablemente Charolaise (tal como el Romanticismo rioplatense, introducido por
Echeverría desde Francia), demuestra pasión y rebeldía (como el escritor romántico). La
duda sobre sus atributos sexuales (y su posterior aclaración) es también una alusión a la
fuerza de esta joven generación de escritores del Romanticismo. Por otro lado, todo el
episodio del toro está para anticipar el episodio con el unitario (le hicieron esto al animal,
le hacen lo mismo a sus adversarios políticos).

La ciudad: representa al país sumido en el caos.

El matadero: simboliza a Buenos Aires, como sede del autoritarismo y la violencia del
poder.

La casilla del juez: la sede del gobierno.

Rosas: su presencia es ubicua como la de un dios. El primer novillo le es regalado por los
carniceros, así como en la antiguedad las primicias iban como ofrenda a los dioses.

Los carniceros: Representan a la Mazorca, el brazo armado de Rosas.

Matasiete: responde a la estructura de círculos concéntricos que tiene el relato que va


siempre de lo general a lo particular. Así como habla de toda la ciudad y luego de un
sector de la ciudad (el matadero), de todos los animales que están en el matadero y luego
de un animal en particular (el toro), de la misma manera presenta a los carniceros y
después "al carnicero". Matasiete es el sacerdote que llevará a cabo el sacrificio (estos
elementos son siempre solidarios: tiempo sagrado - ofrenda a los dioses - sacrificio -
víctima - sacerdote). Su nombre también es simbólico. En la simbología el número 7 es el
número de Dios, la perfección. O sea, el nombre significa por un lado "el que mata lo
perfecto" (el Romanticismo es lo perfecto para Echeverría) también "el perfecto asesino",
"el que tiene licencia para matar" (¿007?). Los que tienen licencia para matar son los
sacerdotes (en la antigüedad por supuesto) y los verdugos.

El joven unitario: representa a la Joven Generación del Romanticismo, a los intelectuales


de la Asociación de Mayo que se reunían en la librería de Marcos Sastre y que fueron
perseguidos por Rosas. También conocidos como "Los proscriptos" cuando debieron
exiliarse en los países limítrofes.

El degüello del niño: puede significar las ejecuciones públicas que realizaba la Mazorca
por medio del degüello y exhibición en lugares públicos a modo de advertencia, y por otro
lado el derrocamiento de gobernadores de provincia y la relación con la expresión
"rodarán cabezas".

El episodio del inglés: referencia a la xenofobia propia del gobierno de Rosas y sus
seguidores y al conflicto que mantuvo con Francia e Inglaterra y el bloqueo económico
que le impusieron estos países.

Problemática política

Hacia 1840 Esteban Echeverría (1805-1851) escribió el relato El matadero, que buscaba
ser un retrato cuestionador de la vida porteña en los años de formación de la Argentina.
La situación social era complicada porque las peleas intestinas luego del proceso de la
emancipación habían consagrado la división interna entre federales y unitarios, dos
bandos políticos que se enfrentaban encarnizadamente por implantar visiones distintas de
país. La nación estaba en un serio peligro de desestructuración ante las luchas fratricidas.
El líder absoluto de los federales era el dictador Juan Manuel de Rosas, que gobernaba
con mano durísima y simpatía de muchos.

Rosas, cuyo título era restaurador de las Leyes, preconizaba un nacionalismo criollo y
populista, más reaccionario que conservador, opuesto al liberalismo ilustrado, y exigía de
los suyos adhesiones incondicionales como que la gente debía usar los colores
emblemáticos de su partido en las prendas de vestir como muestra de su credibilidad
hacia el régimen. Por esos años había formado una policía política conocida por el pueblo
como La Mazorca, en cuya siniestra presencia resonaba el apelativo de ‘más horca’, ya
que resolvía las contradicciones con sus adversarios acallándolos y eliminándolos
físicamente. Era un gobierno autoritario y represivo.

El rasgo característico de los federales, según el cuento de Echeverría, era su


prepotencia: abusaban del poder porque controlaban la administración de justicia; por eso
tenían aterrorizada a la población. El matadero describe los hilos grotescos que mueven
el camal de Buenos Aires: el degüello de los novillos, los matarifes que parecen
verdaderos asesinos, la sangre mezclada con la tierra y el lodo, los olores nauseabundos
que inundan la ciudad. En un momento, el escritor compara este ambiente de
descomposición y putrefacción en que funciona el matadero con la forma en que los
federales abusivos ejercen el poder.

¿Es posible que, casi doscientos años después de escrito este cuento, pueda revivir la
política del matadero? ¿Cómo es que por algún tiempo se pudo vivir bajo un régimen que,
bajo la forma de una dictadura, eliminaba, silenciándolos, a sus contradictores? La lección
del cuento es que es inaceptable la existencia de un solo único jefe para todos los
poderes del Estado, porque esa es una manera perversa de entender el ejercicio de la
política. En el episodio final de la corta narración, los carniceros acosan a un educado
joven unitario y pretenden someterlo al castigo físico únicamente por no simpatizar con el
partido de gobierno.

En una de las escenas más enigmáticas de las letras hispanoamericanas, para evitar ser
vejado por los federales, este joven reacciona en forma inusitada: “Un torrente de sangre
brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a
chorros por entrambos lados de la mesa” en la que lo tenían atado. Dice Echeverría que
los federales despreciaban “a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni
ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado amigo
de las luces y de la libertad”. No es legítima una autoridad que, con el sistema de justicia
torcido, todo lo resuelva a punta de cuchillo, como en un matadero.

El registro religioso

Es éste tal vez, el código que de manera más fuerte y evidente se infiltra en el relato y
proporciona el pretexto para construirlo. En efecto, la matanza de animales descrita tiene
lugar durante la Cuaresma (probablemente, según los críticos2, la del 1839) con el objeto
de proporcionar alimento vacuno para viejos, enfermos y niños, dispensados de la
interdicción alimentaria prevista por la Iglesia Católica para estas fechas. Pero el esquema
cuaresmal enlázase aquí con dos tópicos bíblicos: el diluvio y el Apocalipsis.

La referencia al diluvio aparece (aunque negada) ya en las primeras líneas: «A pesar de


que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus
ascendientes como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de
América, que deben ser nuestros prototipos».

La ironía del «prototipo» sugerido no oblitera la afirmación posterior de que se ha


producido «el amago de un nuevo diluvio». Pero esta vez no habrá «arca de Noé». La
inundación elimina o dispersa a los animales: los que se consumen en sustitución de la
carne vacuna (gallinas, bueyes), los que desaparecen o emigran por la falta de restos de
reses para devorar (ratas, ratones, caranchos, gaviotas, perros). Por otra parte, como
contrafigura de la ausente arca de Noé comienza a delinearse el Matadero, lugar
inundado (aunque esté en el «alto») donde los animales se sacrifican, no se salvan. Cabe
señalar, además, la nota paródica en el hecho de que el nuevo Diluvio no mata a los
hombres sino a los ratones:

«No quedó en el Matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares que allí tenían
albergue. Todos murieron o de hambre, o ahogados en sus cuevas por la incesante
lluvia».

La inundación es interpretada por los sacerdotes y predicadores federales como réplica


del Diluvio pasado y anuncio cierto del Juicio Final: «Es el día del Juicio -decían- el fin del
mundo está por venir. La cólera divina rebosando se derrama en inundación». La
coyuntura se atribuye a las herejías, crímenes y blasfemias que el narrador irónicamente
corporiza en «el demonio unitario de la inundación» (p. 151). A esto se une el tópico de
las plagas («plagas del Señor») traídas por la impiedad de los unitarios.

La ironía, en fin -procedimiento intratextual que a veces se alía como hemos visto supra
con la intertextualidad de la parodia de las Sagradas Escrituras3- es el tono constante de
la introducción toda. Sus objetivos fundamentales son: 1) Denunciar el abuso de poder y
el autoritarismo fanático, irracional, de la Iglesia («Y como la Iglesia tiene, ab initio y por
delegación directa de Dios, el imperio inmaterial sobre las conciencias y estómagos, que
en manera alguna pertenecen al individuo…»). El carácter brutal y retrógrado del
mandamiento («oscurantista») se destaca aún más por la contraposición con el criterio
científico («Algunos médicos opinaron que, si la carencia de carne continuaba, medio
pueblo caería en síncope por estar los estómagos acostumbrados a su corroborante jugo;
y era de notar el contraste entre estos tristes pronósticos de la ciencia y los anatemas
lanzados desde el púlpito por los reverendos padres contra toda clase de nutrición animal
y de promiscuación en aquellos días destinados por la Iglesia al ayuno y la penitencia. Se
originó aquí una especie de guerra intestina entre los estómagos y las conciencias...», p.
152; «el caso es reducir el hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad
sino la de la Iglesia y el gobierno», p. 153). 2) Mostrar la utilización de la Iglesia al servicio
y la conveniencia de Rosas («la justicia y el Dios de la Federación os declararán
malditos», p. 149) y la hipocresía de las exigencias impuestas por los preceptos que los
federales, tan «buenos católicos» son los primeros en transgredir. Así, el Restaurador
manda carnear hacienda pese a las dificultades para arrearla, temiendo disturbios
populares y sabiendo que la carne no pasará sólo al sustento de niños y enfermos. La
tercera parte de la población gozará del fuero eclesiástico de alimentarse de carne:
«¡Cosa extraña que haya estómagos privilegiados y estómagos sujetos a leyes
inviolables, y que la Iglesia tenga la llave de los estómagos!» (p. 153). A Rosas se le
ofrenda, incluso, el primer animal: «Es de creer que el Restaurador tuviese permiso
especial de su Ilustrísima para no abstenerse de carne...» (p. 154). 3) Por fin, el discurso
irónico apunta hacia la «herejía»: herejía política de los unitarios, herejía de los gringos
que violan los «mandamientos carnificinos» de la Iglesia y que reciben un castigo
grotesco: «pero lo más notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos
cuantos gringos herejes que cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de
Extremadura, jamón y bacalao, se fueron al otro mundo a pagar el pecado cometido por
tan abominable promiscuación»

La ironía descuella en el ridículo al que es sometido el ritual y los medios -mágicos,


supersticiosos para una «mentalidad progresista»- que la Iglesia utiliza para manejar la
realidad. Así, el narrador se refiere a las rogativas ordenadas por el «muy católico»
Restaurador y al proyecto de una procesión que iría «descalza a cráneo descubierto,
acompañando al Altísimo, llevado bajo palio por el Obispo hasta la barranca de Balcarce,
donde millares de voces, conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar
la misericordia divina» (p. 150). Todo este aparato suplicante se declara absurdo e inútil,
pues «la inundación se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho sin necesidad
de conjuro ni de plegarias».
Por otra parte, se insiste en la identificación del Restaurador y de su familia con las
jerarquías de la santidad y de la divinidad: «no había fiesta sin su Restaurador, como no
hay sermón sin San Agustín».

La fe política y la fe religiosa se amalgaman en los letreros que ornan la casilla del Juez.
Uno de los homenajeados en ellos es la «heroína doña Encarnación Ezcurra», «patrona
muy querida de los carniceros quienes, ya muerta, la veneraban como viva por sus
virtudes cristianas y su federal heroísmo en la revolución contra Balcarce» (p. 157).

Ya bien entrado el relato y comenzada la acción de la matanza se abandona la ironía para


reemplazarla por una seriedad hiperbólica pero condenatoria.

«Infierno» e «infernal» describen reiteradamente el gran espectáculo (volveré luego sobre


la importancia de este término) del Matadero. Lo demoníaco alcanza incluso al gringo que
cae en el pantano, arrastrado por los carniceros que van en persecución del toro: «Salió el
gringo, como pudo, después, a la orilla, más con la apariencia de un demonio tostado por
las llamas del infierno que de un hombre blanco pelirrubio» (p. 165). Aquí, todavía, la
calificación es jocosa, pero, hacia la culminación del relato, el joven unitario que va a ser
sacrificado se convierte -y ello sin burla alguna- en figura de Cristo, cuyos tormentos son
paralelos al suyo: «Y, atándole codo con codo, entre moquetes y tirones, entre
vociferaciones e injurias, arrastraron al infeliz joven al banco del tormento, como los
sayones al Cristo» (p. 171). La palabra «sayones» sigue ciertamente en boca del
narrador: «los sayones federales» (p. 171), «un sayón» (p. 176), y también del unitario
mismo, quien, con culto y grandilocuente léxico, se dirige a sus captores: «¡Infames
sayones! ¿Qué intentan hacer de mí?» (p. 173).

El texto evangélico está presente, como fondo, aun en ciertas inversiones de contenido.
Por ejemplo, si a Cristo le niegan el agua, y le dan hiel y vinagre, al joven le dan un vaso
de agua que éste rechaza, contestando al juez, no muy cristianamente «-uno de hiel te
haría yo beber, infame» (p. 174).

Los paralelismos prosiguen, antes y después de la muerte: «Inmediatamente quedó


atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo».

«En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran los apóstoles que
propagaban a verga y puñal la federación rosina, y no es difícil imaginarse qué federación
saldría de sus cabezas y cuchillos. Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga
inventada por el Restaurador, patrón de la Cofradía, a todo el que no era degollador,
carnicero, ni salvaje, ni ladrón».

Lenguaje en la obra

El lenguaje que se utiliza en el caso del libro es culto, en cambio cuando habla el
federal es popular. En el caso de la historieta cuando utiliza letra cursiva habla el
letrado, el unitario y cuando utiliza letra imprenta, habla el federal, es un lenguaje
callejero, inculto. El lenguaje utilizado en El matadero muestra una alternancia entre
el lenguaje vulgar, con tintes soeces
Recursos estilísticos

El escritor emplea la lengua común, pero sujeta a una voluntad de forma. Quiere esto
decir que el escritor vigila atentamente su expresión para alcanzar la belleza. Para ello
emplea determinados medios o recursos,
denominados recursos estilísticos o literarios, pero que no son exclusivamente de este
lenguaje, puesto que se emplean también en el habla corriente.
Los recursos estilísticos se utilizan tanto en el verso como en la prosa y por sus
características

PLANO FÓNICO. Aliteración.- Repetición de uno o varios fonemas con frecuencia


perceptible. “Con el ala aleve del leve abanico”. Darío. Anadiplosis.- Cuando un verso
termina con lo mismo que comienza otro. "... pero también una mar una mar de añil y
grande". Anáfora.- Cuando una serie de palabras u oraciones comienzan del mismo
modo. “Érase un hombre a una nariz pegado érase una nariz superlativa. érase una nariz
sayón y escriba…” Quevedo

RECURSOS FÓNICOS - Aliteración: La aliteración consiste en la repetición de ciertos


sonidos a lo largo de un verso, estrofa o frase: Con el ala aleve del leve, abanico Rubén
Darío 2. - RECURSOSGRAMATICALES: - Epíteto: Consiste en emplear un adjetivo que
expresa una cualidad propia del sustantivo al que se une: Blanca nieve, frío invierno -
Sinonimia: Es una enumeración de términos que tienen un significado común: zángano de
colmena, inútil, cacaseno...

Figuras literarias

Hiperbole o exageracio, metonimia,paralelismo,polissindeton y puede que la la elipsis


Crane. Las figuras literarias son formas no convencionales de utilizar las palabras, de
manera que, aunque se emplean con sus acepciones hab De forma coloquial, reciben
también los nombres de recursos literarios, estilísticos, retóricos o expresivos y el
de figuras retóricas o del discurso, etc. Las figuras, junto con los tropos, constituyen
dentro del ámbito de la Retórica uno de los formantes básicos delornatus retórico, el
constituyente principal de la elocutio.

Las Figuras Literarias Para construir figuras literarias cuyo propósito es embellecer el
lenguaje, el poeta o escritor usa un lenguaje connotativo: irreal, figurado, lleno de
ilusionismo, de fantasía, subjetivo. Pero también puede usar un lenguaje denotativo, el
cual es real, nombra las cosas como son, objetivo, congruente del lirismo. Igualmente
recurre a un conjunto de elementos en que de una u otra manera, mezcla estos dos
lenguajes y así, construye las figuras literarias. ira y furor, que puso en soledad y en
profundo llanto. IMAGEN Epíteto Figura retórica de pensamiento que se produce por el
efecto de adición de un adjetivo, de significación más subjetiva que real, a un sustantivo,
con el propósito de ornamentar la expresión. La colocación de epítetos contiene valores
semánticos muy importantes para la comprensión del mensaje literario. Ejemplo: El género
humano; el paraíso terrenal

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