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TEMA DE DESCARTES

I CONTEXTO CULTURAL Y FILOSÓFICO

CONTEXTO CULTURAL
Descartes nace en Francia, inserto en el contexto europeo del siglo XVII, en el que
se consolida lo que se conoce como "mundo moderno" caracterizado por la
explicación científico-técnica del mundo y una nueva manera de concebir la filosofía.

El mundo moderno surgió de una crisis generalizada en los siguientes ámbitos:


A) La crisis científica
Dio origen al nacimiento de una la nueva ciencia. Copérnico, Kepler, Galileo y Newton
hicieron una revolución científica al cambiar la concepción geocéntrica del universo
por una heliocéntrica. Esta revolución en la que las matemáticas se convirtieron
en la nueva base para el pensamiento científico influyó en Descartes quien quiso
aplicar su método a la Filosofía para convertirla también en una ciencia universal
cuyos resultados fueran aceptados por todos, evitando la confusión que se
producía por la gran variedad de opiniones de que existían.

B) La crisis religiosa
Producida por el movimiento de Reforma iniciado en el siglo XVI por Lutero,
Calvino, etc. y la respuesta dada por la Iglesia Católica con la contrarreforma
elaborada en el Concilio de Trento, dividió al mundo cristiano y provocando el
fin de la primacía de la Iglesia sobre el Estado y estableciéndose la
separación entre ambos poderes. Fruto de esta crisis religiosa fueron las
guerras de religión, como la de los 30 años entre católicos y protestantes en
la que intervienen casi todos los estados europeos, en la que participó
Descartes, y que culminó con el Tratado de Westfalia (l648) en el que se asentó
el principio de tolerancia religiosa.

Se destaca la situación de Holanda, donde vivió Descartes una parte de su


vida, en la que tras conseguir su independencia surgió un ambiente tolerante
y liberal, siendo el refugio de muchos intelectuales de la época.

Esta crisis se reflejó también en la filosofía de Descartes quien quiso que la


razón, con independencia de la fe religiosa, fuera capaz de construir una ética
racional que guiara al hombre hacia la felicidad.

C) En la cultura se desarrolló el estilo Barroco caracterizado por la teatralidad


espectacular, la importancia del movimiento, la subordinación de la parte al todo,
y la profusión de detalles. Para los reyes, el barroco sirvió como un modelo
para exaltar el poder del monarca. Frente al equilibrio y la armonía
renacentistas, el Barroco exalta el exceso y la desmesura. Todo sucede como
si no hubiera orden ni necesidad. Todo es cambio, mutación; no hay nada
estable. La realidad se reduce a apariencia, no hay esencia; o esa esencia está
oculta, no se ve. La vida se representa como un sueño o como un teatro, pero
no como un sueño placentero, ni como un teatro alegre, sino como una
pesadilla o una gran farsa.

Todo esto influye en Descartes, haciéndole desconfiar del conocimiento


sensible, que es simple apariencia. Como los sentidos nos engañan con
frecuencia, es necesario construir un conocimiento basado en la razón y en las
leyes de la razón, que es la única capaz de penetrar en la estructura profunda
de la realidad, o sea, su esencia.

En la literatura, destacó España, donde se dio el conocido "Siglo de Oro", en


el que dominó la idea de la vida como algo irreal, como un sueño, en las
grandes obras de Cervantes, Lope de Vega, Góngora, etc.

En la pintura se representó la imagen negra y pesimista del ser humano o de


santos en éxtasis místico, en pintores como: Velázquez, Murillo, Rembrandt,
Rubens, etc.

CONTEXTO FILOSÓFICO
Se pasa de una filosofía realista y objetivista a una idealista y subjetivista:

La filosofía realista y objetivista desarrollada por los griegos y medievales aceptaba sin
discusión la existencia de "una realidad en sí", compuesta por un infinito número de
sustancias. Esta realidad que existía fuera del sujeto y que era totalmente
independiente de él, podía ser conocida mediante la razón. Por lo tanto, se aceptaba
que "El concepto o idea universal" que existe en la mente del sujeto procedía de
una realidad extramental.

La filosofía Idealista y subjetivista defendía que "el ser de las cosas" reside en la
conciencia del sujeto, la cual conoce directamente sus propias Ideas y no las cosas
externas. Por lo tanto, admitía que la existencia de un mundo extramental que se
corresponda con nuestras ideas es algo que debe ser demostrado. El problema ahora
se centra en saber de dónde proceden esas "ideas":

- Para el racionalismo, con Descartes, Leibniz y Spinoza, las ideas son construidas
por la razón a partir de ciertas ideas innatas.
- Para los empiristas, Locke, Berkeley y Hume, las ideas que existen en la mente del
sujeto tiene su origen en las sensaciones (la experiencia), de las cuales son sólo una
copia.
Con Descartes también se inicia "La filosofía moderna". Para él, "toda la sabiduría de
la época es un viejo edificio falto de unidad e inservible. Hay que derribarlo y construir
otro nuevo". Esta filosofía se caracterizó por el predominio de la "epistemología" ya
que su problema fundamental consistió en conocer el alcance y límite del conocimiento
humano.

Pero, aunque la filosofía de Descartes destaca por su originalidad, su pensamiento


registra diversas influencias del ámbito filosófico de la época. La primera influencia viene
de aquellas filosofías de la antigüedad griega que resurgieron en el Renacimiento, y más
concretamente, del escepticismo (Michael de Montaigne), que rechaza, y del estoicismo,
que admite en sus reglas provisionales de moral.

Por otra parte, conviene resaltar la postura de Descartes ante la filosofía escolástica.
Aunque la descalifica abiertamente, no es capaz de superar por completo algunos de
sus conceptos y planteamientos. El sistema filosófico que pretende es de carácter
metafísico, organizado deductivamente en torno a las tres nociones metafísicas
fundamentales, Alma, Dios y Mundo.
II DESCARTES

EL OBJETIVO DE DESCARTES

La Razón es, para Descartes, la única que puede llevarnos al conocimiento verdadero.
De ahí el nombre de esta corriente de pensamiento. Según esto, con las capacidades
naturales y operaciones propias de la razón nos bastaría para conocer todo aquello que
podemos conocer. Hay por lo tanto una fe absoluta en la razón como motor y guía del
conocimiento (y por contra, como veremos, casi un desprecio absoluto por los sentidos
como fuente del conocimiento). La divergencia de opiniones entre los hombres sólo se
explica por el mal uso que hacemos de la razón. Y esto pone de manifiesto, además, la
necesidad de un método para dirigir correctamente a la razón misma, y con ella a los
hombres.

Descartes intentaba desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas en el que no


se diese por supuesto nada que no fuera evidente. Todo el edificio debía reposar sobre
un fundamento seguro, de forma que el sistema fuera impermeable a los ataques
corrosivos del escepticismo.

Su concepción de la filosofía: “Filosofía significa el estudio de la sabiduría, y por


sabiduría entiendo no solamente la prudencia en la acción, sino también un
conocimiento perfecto de todas las cosas que el hombre puede conocer, tanto para
orientar su vida y conservar su salud como para la invención de todas las artes”.

Filosofía incluía en Descartes no sólo la metafísica, sino también la física o filosofía


natural, de la que se derivan la medicina, la mecánica y la moral. Reconoce un gran
valor práctico a la filosofía. Cree que debe “abrir a cada uno el camino por el que pueda
encontrar en sí mismo, y sin tomarlo de otro, todo el conocimiento que le es esencial
para la dirección de su vida”. Pero nunca elaboró una ciencia moral sistemática, de
acuerdo con su propio plan.

Es indudable que, al menos en cierto sentido, rompió deliberadamente con el pasado.

1) Decidió comenzar desde el principio, sin confiar en la autoridad de ningún filósofo


anterior (el exceso de confianza en Aristóteles hasta ese momento había provocado
muchos retrasos en filosofía y en la ciencia en general, sobre todo en astronomía y en
física). Prefería confiar en su propia razón que en la autoridad.

2) Había resuelto evitar aquella confusión de lo claro y lo evidente con lo que es


solamente una conjetura más o menos probable, de lo que acusaba a los escolásticos.
Sólo admitiría el conocimiento cierto.

3) Pretendía alcanzar ideas claras y distintas, para trabajar sólo con aquellas y
rechazar las que no tenían un sentido claro (por ejemplo, los escolásticos no decían
nada claro al distinguir sustancia de extensión o cantidad de sustancia incorpórea).

Descartes concedió poco valor al saber histórico o libresco en general. Romper con el
pasado no significaba rechazar todo cuanto otros filósofos habían tenido por verdadero.
No pretendió ser nunca el primer hombre que descubriese proposiciones filosóficas
verdaderas. Sólo quería encontrar y aplicar el método adecuado para la búsqueda de la
verdad, un método que le capacitaría para demostrar verdades en un orden racional y
sistemático, independientemente de que antes hubieran sido conocidas o no. Así podría
construir una filosofía cierta y bien ordenada, con la que oponerse al escepticismo, más
que al escolasticismo.

Su ideal: un sistema orgánicamente conectado de verdades científicamente bien


establecidas, ordenadas de tal modo que la mente pase de verdades fundamentales
evidentes por sí mismas a otras verdades evidentes implicadas por las primeras. Se
trataba de hacer que las verdades se ajusten a un esquema racional, del mismo modo
que lo hacían las matemáticas.

RAZÓN Y MÉTODO

El modelo matemático de Descartes:

La reacción cartesiana contra el escepticismo sumada a su interés por la ciencia va a


significar en Descartes el afianzamiento en el rechazo del error y en la búsqueda de la
verdad.

Tanto en la primera meditación como en la primera parte del Discurso del Método,
Descartes insiste reiteradamente en la necesidad de rechazar el error, lo que va
asociado inevitablemente a la búsqueda de la verdad. Reacio a aceptar los argumentos
de los escépticos que afirman la imposibilidad de que haya algún conocimiento
verdadero. Descartes se dispone a investigar con el fin de determinar algo con certeza:
incluso si ese algo es que no puede haber conocimiento verdadero alguno.

Ya en su juventud, cuando abandona el colegio de la Flèche, se muestra descontento


con lo aprendido, excepto con las matemáticas. Frente a todas las demás enseñanzas
recibidas, Descartes sólo encuentra verdad en los conocimientos matemáticos. ¿Qué
es lo que hace que los matemáticos sean capaces de demostrar la validez de sus
proposiciones, que consigan un conocimiento cierto, mientras que los metafísicos se
pierden en vanas disquisiciones y disputas escolares? La razón se ha equivocado en
numerosas ocasiones hasta el punto de que Descartes considera necesario reconstruir
el edificio del saber sobre bases firmes y seguras, si es que esto es posible. Descartes
considera que lo que hace verdaderos los conocimientos matemáticos es el método
empleado para conseguirlos.

A la idea de que es necesario un método para alcanzar el conocimiento, Descartes


añade la precisión de que ese método tiene que elaborarse de acuerdo con el que
utilizan los matemáticos en sus investigaciones. Y ello, porque lo que hace verdaderos
los conocimientos matemáticos es el método utilizado. No es que las matemáticas sean
un tipo de saber distinto del resto de los saberes. Si la razón es única, el saber es único,
y debe haber un único método para alcanzar la sabiduría.

EL MÉTODO CARTESIANO

¿En qué obra se encuentra el método que nos propone Descartes? El método lo
encontramos en el "Discurso del Método", y en las "Reglas para la Dirección del
Espíritu". ¿Qué es el método? Por método entiendo, dice Descartes, "una serie de reglas
ciertas y fáciles, tales que todo aquel que las observe exactamente no tome nunca a
algo por verdadero, y, sin gasto alguno de esfuerzo mental, sino por incrementar su
conocimiento paso a paso, llegue a una verdadera comprensión de todas aquellas cosas
que no sobrepasen su capacidad".

¿Sobre qué se construye, o a qué se aplica el método? Deberá aplicarse, lógicamente,


al modo de funcionar de la razón. ¿Pero cuál es el modo de conocer de la razón?
Descartes nos propone aquí la intuición y la deducción como los dos únicos modos de
conocimiento y, por lo tanto, como aquellos elementos sobre los que se debe construir
el método, ofreciéndonos su definición en la Regla III: "Entiendo por intuición no la
creencia en el variable testimonio de los sentidos o en los juicios engañosos de la
imaginación -mala reguladora-, sino un concepto de la mente pura y atenta, tan fácil y
distinto que no queda duda ninguna sobre lo que pensamos; es decir, un concepto no
dudoso de la mente pura y atenta que nace de la sola luz de la razón, y es más cierto
que la deducción misma".

La intuición es pues el elemento básico del conocimiento; unas líneas más adelante
nos dice que no puede ser mal hecha por el hombre. Efectivamente se reclama como
característica de la intuición la sencillez que va asociada en Descartes a la claridad y
distinción de lo conocido. La intuición establece, necesariamente, una relación directa
con el objeto, de tal manera que debe destacarse su carácter de inmediatez.

La intuición es una especie de luz o instinto natural que tiene por objeto las naturalezas
simples: por media de ellas captamos inmediatamente conceptos simples emanados
de la razón misma, sin posibilidad alguna de duda o error. Es la forma en que
entendemos las verdades más simples, como dos y dos son cuatro. La inmediatez de
tales verdades al entendimiento hace innecesaria toda abstracción intelectual.

Con esto quiere dejar Descartes bien clara su separación del aristotelismo y de la teoría
de la abstracción de la forma. De ahí que la intuición nos lleve de una manera inevitable
a la deducción, que consistirá en una serie sucesiva de intuiciones, apoyadas en la
memoria.

La deducción "consiste en una operación por la cual comprendemos todas las cosas
que son consecuencia necesaria de otras conocidas por nosotros con toda certeza". Y
más adelante nos dice que distinguimos la intuición de la deducción en que en ésta se
concibe un movimiento o cierta sucesión y en aquélla no, ya que la deducción no
necesita como la intuición una evidencia presente, sino que, en cierto modo, la pide
prestada a la memoria. En definitiva, la intuición nos ofrece el conocimiento de los
principios y la deducción el de las consecuencias lejanas, a las que no se puede llegar
de otro modo.

Reglas del método cartesiano:

Hemos visto que el método que propone Descartes ha de ser matemático y universal,
sea cual sea su aplicación o campo del saber a que se refiera. Su definición: "Así pues,
entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe
exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente
ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará
al conocimiento verdadero de todo aquello que es capaz".

La primera ventaja que nos proporciona el método es escabullirnos del error. Pero,
además de proporcionarnos un conjunto de reglas o procedimientos para deducir lo que
ya conocemos, puede aplicarse a cualquier nuevo campo del saber. El método permitirá
que aumentemos nuestros conocimientos y descubramos verdades nuevas.

Estas reglas del método pueden resumirse en cuatro fundamentales, enunciadas por
Descartes en su Discurso del Método: la evidencia, el análisis, la síntesis, y el recuento.

1. Regla de evidencia
<<no admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era:
es decir, evitar con todo cuidado la precipitación y la prevención, y no comprender en
mis juicios nada más que lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu
que no tuviese ocasión alguna para ponerlo en duda>>.

Descartes no acepta como verdadero sino lo que es evidente. Pero ¿Qué es lo


evidente? La evidencia se produce sólo en la intuición, es decir, en un acto puramente
racional por el que nuestra mente capta o "ve" de modo inmediato y simple una idea. La
intuición es la captación intelectual inmediata de una idea. Inmediato implica que no hay
una cadena deductiva de por medio y, por otra parte, que no hay mezcla con nada
sensible (no median los sentidos o la experiencia para captar esa idea). Si lo que es
evidente es lo que es intuido, ¿qué es lo que la mente intuye? Ideas claras y distintas.
Una idea es clara cuando podemos advertir todos sus elementos sin la menor duda (se
opone a oscura). La idea será distinta cuando aparezca claramente diferenciada,
separada y recortada de las demás, de tal manera que no podamos confundirla con
ninguna otra idea (se opone a idea confusa).

La intuición intelectual se caracteriza por su indubitabilidad y exclusión total del error. Lo


que no es claro y distinto (evidente) es confuso y oscuro debiendo ser rechazado como
posible fuente de conocimiento.

La evidencia, como criterio de verdad, exige también que el conocimiento se retraiga a


sus propios dominios y leyes, independientemente de lo que exista externamente a
nuestra mente y su proceder. No hay posibilidad de experimentar una intuición sensible.
Esto no existe, Las ideas que provienen de la sensación son siempre oscuras y
confusas.

Descartes llamó también naturalezas simples a las ideas que poseen las características
de claridad y distinción. Estas naturalezas simples son conocidas intuitivamente y
constituyen los pilares sobre los que se asientan las ideas o verdades complejas. Por
supuesto, Descartes sólo admite un reducido número de ideas simples (extensión,
sustancia, pensamiento, etc.).

La mayoría de nuestras ideas son complejas, por lo que hay que encontrar la manera
de reducirlas a ideas simples, por lo tanto, evidentes. Las naturalezas simples son,
además, ideas innatas.

Las ideas innatas son poseídas por todos los hombres por el hecho de ser racionales.
No son ideas que se adquieren a través de la experiencia o el aprendizaje y tampoco
dependen de la cultura o las condiciones históricas. Son verdades evidentes que se
hallan en nuestras mentes, independientemente del tiempo, el lugar y la persona que
las piense. Este postulado era necesario para poder garantizar un conocimiento
evidente o cierto. Las ideas innatas garantizan la veracidad de nuestros conocimientos
al convertirse en su verdadero y único sostén. Ellas mismas no necesitan (ni pueden)
ser demostradas ya que caen fuera de la cadena de deducciones.

2. Regla de análisis

La segunda regla del método se enuncia así: <<Dividir cada una de las dificultades que
examinase en tantas partes como fuera posible y como requiriese para resolverlas
mejor>>.

Cualquier problema que tengamos que estudiar no es más que un conjunto vertebrado
de ideas complejas. Analizar consiste en descomponer lo complejo en sus elementos
simples, elementos que podrán ser intuidos como ideas claras y distintas, esto es:
evidentes.

Reducimos lo complejo a lo simple y, en el mismo movimiento, accedemos desde lo


desconocido a lo conocido: las ideas innatas.

3. Regla de síntesis

<<El tercero, en conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más
simples y más fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta
el conocimiento de los más compuestos, suponiendo incluso un orden entre los que se
preceden naturalmente unos a otros>>.

Una vez que hemos llegado a los elementos simples de un problema hay que
reconstruirlo en toda su complejidad, deduciendo todas las ideas y consecuencias que
se derivan de aquellos principios primeros absolutamente ciertos. La síntesis es un
proceso ordenado de deducción, en el que unas ideas se encadenan a otras
necesariamente. En el proceso deductivo no sólo reconstruimos lo complejo a partir de
sus elementos simples y verdaderos, sino que ampliamos nuestros conocimientos con
nuevas verdades: de lo conocido (los elementos simples) accedemos a lo desconocido
mediante un proceso ordenado y riguroso de concatenación de ideas.

La síntesis complementa el análisis y nos permite avanzar en la búsqueda de nuevas


verdades.

4. Regla de comprobación

<<Y el último, en realizar en todo unos recuentos tan completos y unas revisiones tan
generales que pudiese estar seguro de no omitir nada>>.

Se trata de comprobar y revisar que no haya habido error alguno en todo el proceso
analítico-sintético. La comprobación intenta abarcar de un sólo golpe y de manera
intuitiva la globalidad del proceso que se está estudiando. Se parte de la intuición y a
ella se vuelve. Una vez comprobado todo el proceso, podremos estar seguros de su
certeza.

Conclusión: la verdad no depende de ninguna experiencia externa a nosotros mismos.


El verdadero entendimiento es un concebir en la mente y un percatarse ("ver") de ese
sometimiento a la ley de la propia mente. Esto es el método: una serie de reglas de
sometimiento de la mente a sus propias leyes.

Descartes intenta escapar al error regresando a lo más absoluto, que es aquello que el
espíritu, en tanto que “res cogitans” (cosa pensante), posee por sí mismo y no depende
de ningún factor externo. Todos los hombres podremos llegar a la verdad siguiendo las
reglas de nuestro propio pensar.

El método tiene una función propedéutica respecto a todo el conocimiento y es el punto


de partida de la nueva filosofía que inaugura Descartes.

Las dos primeras conforman lo que se ha dado en llamar la parte analítica del método;
y las dos segundas la parte sintética. El método estaría compuesto así por dos
operaciones básicas: el análisis y la síntesis. Por lo que respecta al análisis,
representaría una forma de conocimiento propia para el descubrimiento y la
investigación; nos permitiría separar lo accidental, afirmando la primacía de lo simple.
La síntesis sería una forma de conocimiento útil para exponer, explicar, o enseñar lo
que hemos conocido a través de la investigación o del descubrimiento, así como la
constitución del saber como sistema.

LA DUDA COMO MÉTODO

Descartes utiliza la duda tan sólo para buscar la verdad. Dudar de todo es sólo un
procedimiento metodológico para encontrar una verdad indubitable. Descartes no es
pues un escéptico. La duda no es para él la postura mental definitiva; ni siquiera la
postura inicial: parte de la confianza de alcanzar la verdad. Por eso su duda es sólo
metódica.

1º Desconfianza ante la información procedente de los sentidos.

Los sentidos se presentan como la principal fuente de nuestros conocimientos; ahora


bien, muchas veces he constatado que los sentidos me engañan, como cuando
introduzco un palo en el agua y parece quebrado, o cuando una torre me parece redonda
en la lejanía y al acercarme observo que era cuadrada, y situaciones semejantes. No es
prudente fiarse de quien nos ha engañado en alguna ocasión, por lo que será necesario
someter a duda y, por lo tanto, poner en suspenso (asimilar a lo falso) todos los
conocimientos que derivan de los sentidos. Puedo considerar, pues, que no hay certeza
alguna en esos conocimientos, y considerar falso todos los que se derivan de los
sentidos.

¿Nunca te han engañado tus sentidos? Si por ejemplo introduzco un lápiz en un vaso
de agua, éste parece que se dobla por efecto de la refracción, pero no es así.

2º Imposibilidad de distinguir cuándo soñamos o cuándo estamos despiertos.

Sin embargo, podría parecerme exagerado dudar de todo lo que percibo por los
sentidos, ya que me parece evidente que estoy aquí y cosas por el estilo; pero, dice
Descartes, esta seguridad en los datos sensibles inmediatos también puede ser puesta
en duda, dado que ni siquiera podemos distinguir con claridad la vigilia del sueño, (lo
que no ocurre cuando creemos estar despiertos o cuando estamos dormidos). ¿Cuántas
veces he soñado situaciones muy reales que, al despertarme, he comprendido que eran
un sueño? ¿No has tenido nunca un sueño que, al despertar, no tuvieras la certeza de
si había sido real o no, de si realmente lo habías soñado o vivido? ¿Cómo podemos
saber entonces que esto que estoy viviendo no es un sueño? Esta incapacidad de
distinguir el sueño de la vigilia, por exagerado que me parezca, ha de conducirme no
sólo a extender la duda a todo lo sensible, sino también al ámbito de mis pensamientos,
comprendiendo las operaciones más intelectuales, que en absoluto parecen derivar de
los sentidos. La indistinción entre el sueño y la vigilia me lleva a ampliar la duda de lo
sensible a lo inteligible, de modo que todos mis conocimientos me parecen ahora muy
inciertos, y no sirven para fundamentar una certeza absoluta.

3º Desconfianza de la razón.

Aun así, parece haber ciertos conocimientos de los que razonablemente no puedo
dudar, como los conocimientos matemáticos. Sin embargo, Descartes plantea la
posibilidad de que el mismo Dios que me ha creado me haya podido crear de tal manera
que cuando juzgo que 2+2 = 4 me esté equivocando; de hecho permite que a veces me
equivoque, por lo que podría permitir que me equivocara siempre, incluso cuando juzgo
de verdades tan "evidentes" como las verdades matemáticas. En ese caso todos mis
conocimientos serían dudosos y, por lo tanto, según el criterio establecido, deberían ser
considerados todos falsos.

4º Hipótesis de un genio maligno empeñado en confundirme o equivocarme.

Descartes plantea otra opción: la de que exista un genio malvado que esté interviniendo
siempre en mis operaciones mentales de tal forma que haga que tome constantemente
lo falso por verdadero, de modo que siempre me engañe. En este caso, dado que soy
incapaz de eliminar tal posibilidad, puesto que realmente me engaño a veces, he de
considerar que todos mis conocimientos son dudosos. Así, la duda ha de extenderse
también a todos los conocimientos que no parecen derivar de la experiencia. Esta
hipótesis equivale a suponer que tal vez mi entendimiento es de tal naturaleza que se
equivoca necesariamente y siempre, cuando cree haber captado la verdad. Parece
entonces que el ejercicio de la duda metódica me lleva a negar la realidad misma, o, al
menos, la posibilidad de conocerla.

LA PRIMERA CERTEZA: PIENSO LUEGO EXISTO

Como hemos visto, la duda ha puesto entre paréntesis incluso las certezas más
habituales: Descartes desconfía ahora de la existencia del mundo y de los objetos
externos a él; de la existencia de su propio cuerpo; duda, incluso, de las verdades
matemáticas. ¿Qué le queda entonces? ¿Dónde está esa verdad indudable sobre la
cual basar el sistema de la metafísica?

La duda no afecta, a pesar de su radicalidad, a una primera certeza absoluta: Yo soy.


Si no existiera, no podría ser engañado. Por tanto, aunque al pensar me equivoque, es
innegable que <<Pienso, luego existo>>.

Lo único que no se puede poner en duda es el propio sujeto que duda, el propio sujeto
que piensa en la existencia de las cosas. Esta certeza me descubre como una cosa que
piensa, distinta a la realidad exterior. Puedo dudar de todo, menos de que existe un ser
que duda. Por tanto, mi existencia está exenta de toda duda o error posible. Del acto
mismo de dudar surge una verdad indubitable: "cogito, ergo sum", es decir, pienso,
luego existo. Esta verdad es tomada por Descartes como el primer principio evidente de
la filosofía. Es una verdad clara y distinta de la que pueden deducirse todas las demás
verdades.

Es curioso que no se diga "dudo, luego...", sino "pienso, luego...". Para Descartes
pensamiento es todo aquello que ocurre en nosotros: dudar, entender, afirmar, negar,
querer, imaginar, sentir; es decir, todo consciente del espíritu. Todo pensamiento goza,
pues, del carácter evidente de la duda. Ello implica una postura subjetivista: la evidencia
se da sólo en el interior del sujeto.

Esta evidencia, "pienso, luego existo", no es el resultado de una deducción; es, por el
contrario, una intuición, es decir, una evidencia inmediata, una idea clara y distinta
gracias a la cual me experimento a mí mismo directamente como una cosa que piensa
(como una res cogitans). Es un principio inmutable, del que no se puede dudar,
absolutamente verdadero.

Descartes parte de su propia interioridad, y a partir de ahí llega a la existencia: el yo


como un pensamiento que existe. De este modo se echa un puente entre el puro
pensamiento, encerrado en sí mismo y la realidad del mundo de las existencias. En el
pienso luego existo se intuye que yo existe como una sustancia cuya total esencia o
naturaleza es pensar. De este modo se empieza a construir la filosofía cartesiana a partir
de esa primera verdad evidente, y utilizando un concepto fundamental: el concepto de
sustancia.

IDEAS

La primera certeza es modelo de toda verdad porque la capto con total claridad y
distinción (intuitivamente). Aquí tenemos una referencia al primer modo de
conocimiento: por intuición captamos las ideas, las más fáciles de captar y sin
posibilidad de error, sin necesidad de demostración, inmediatamente. Es el que nos
muestra las verdades de la matemática, aritmética y geometría.

Las ideas complejas, sin embargo, las conocemos por demostración, lo que supone
posibilidad de dar paso si no utilizamos el método adecuado. Por tanto, tenemos ya el
criterio de certeza: será verdadero todo lo que perciba con igual claridad y distinción.
Esto valdrá como regla general.

Antes de seguir adelante con la deducción veamos qué elementos tenemos para llevarla
a cabo. Contamos con dos: el pensamiento como actividad y las ideas que piensa. En
"yo pienso que el mundo existe" aparecen tres factores: el yo que piensa, el hecho de
pensar y las ideas de mundo y existencia.

De aquí Descartes concluye que el pensamiento siempre piensa ideas. Para la filosofía
anterior, el pensamiento no recae sobre las ideas, sino directamente sobre las cosas. Si
yo pienso que el mundo existe, estoy pensando en el mundo y no en mi idea de mundo.
Para Descartes el pensamiento no recae directamente sobre las cosas sino sobre las
ideas.

CLASES DE IDEAS

Hay, pues, que partir de las ideas. Hay que analizarlas para ver si alguna de ellas nos
sirve para salir del pensamiento y saltar a la realidad extramental. Al realizar este
análisis, distingue tres tipos de ideas:

Ideas adventicias: proceden de la experiencia externa, como por ejemplo, la idea de


"mariposa".

Ideas facticias: son las construidas a partir de otras ideas adventicias con la intervención
de la imaginación, como la idea de "un caballo con alas" o de un "marciano".

Ideas innatas: no proceden de la experiencia externa, ni son elaboradas por la


imaginación. Las ideas innatas son las que el entendimiento posee por naturaleza. Son
aquellas ideas que encuentro en mí mismo. Una de estas ideas innatas es la idea de
Dios.

Hasta ahora Descartes ha demostrado que existe algo que piensa (esto es, dice, una
mente, un espíritu, un entendimiento o una razón). Pero todavía queda por demostrar la
existencia del mundo mismo (que ha sido puesto previamente en duda, no lo olvidemos).

Para resolver este problema Descartes tiene que recurrir previamente a la demostración
de la existencia de Dios en su sistema. Luego, una vez que ha conseguido demostrar
su existencia, entonces, a través del principio de veracidad divina (puesto que Dios es
bueno y bondadoso no puede querer que yo viva en el engaño) conseguirá demostrar
la existencia del mundo mismo.

Puede ser que a nuestros oídos suene extraño esta forma de proceder del autor, pero
hay que tener en cuenta el momento histórico concreto en el que vive (durante toda la
Edad Media la cuestión de la demostración de la existencia de Dios ha sido fundamental
en la filosofía).

La sustancia infinita:

La demostración de la existencia de Dios la plantea Descartes de tres formas distintas:

La primera de ellas requiere previamente aclarar la teoría de las ideas innatas. Según
Descartes existen tres tipos de ideas: las ideas innatas, que están en nosotros desde el
momento mismo del nacimiento, al menos como potencialidad, las ideas adventicias, o
derivadas de los sentidos, y finalmente, las ideas facticias, o construcciones de nuestra
imaginación. Hecha esta distinción, la cuestión está clara. Si en nosotros habita la idea
de Dios como lo perfecto e infinito, ¿de qué tipo de idea se trata? Evidentemente, de
una idea innata; pero, ¿cómo está presente en nosotros esa idea de infinitud y
perfección, siendo nosotros seres finitos e imperfectos? La respuesta supone aceptar
que es Dios mismo quien ha introducido en nosotros esas ideas innatas.

El segundo argumento se basa en mi propia existencia. ¿A qué se debe? No se puede


deber a mí mismo, ni a que haya existido siempre, ni, por supuesto, a una causa menos
perfecta. Luego he de buscar la respuesta definitiva en Dios.

El tercer argumento, no menos importante, es una variación del argumento ontológico


de San Anselmo de Canterbury: si mi mente es capaz de pensar en un ser infinito y
perfecto, ha de pensarlo también como existente, pues de lo contrario le restaría
perfección. Luego, a partir de la idea de perfección se deduce la existencia misma del
ser divino.

Queda demostrada, así, la existencia del sujeto que la piensa y la existencia de Dios. A
continuación, Descartes considera que Dios, perfecto y sumamente bueno, no puede
engañarnos con respecto a la existencia del mundo exterior o a la certeza de los
conocimientos matemáticos.

Una vez demostrada la existencia de Dios, siendo éste bueno y perfecto, no puedo
pensar que permita que nos engañemos en todo caso, por lo que aquellas proposiciones
que veo muy clara y distintamente deben ser verdaderas y por tanto la idea de existencia
de la realidad corpórea no puede ser una mera fantasía.

Solamente nos queda, para concluir la metafísica cartesiana, el paso de lo ideal a lo


corpóreo. El yo o alma pensante es entera y absolutamente distinta de mi cuerpo, y
puede existir sin él. En el sistema cartesiano es necesario el recurso a Dios, a través del
principio de veracidad divina, para llegar al auténtico conocimiento, no sólo de mi propio
cuerpo, sino de todo lo material, del mundo físico y sus leyes. Puedo pasar entonces al
orden de la Física.

Recupera de esta forma todo lo que había puesto en duda sobre la base de un Dios que
se erige en el garante de la veracidad del conocimiento. ¿Por qué nos equivocamos,
entonces?
Nuestros errores se deben a la "precipitación" con la que llevamos a cabo nuestros
razonamientos y nuestras deducciones.

SUSTANCIA INFINITA Y SUSTANCIAS FINITAS

Descartes definió la sustancia como "una cosa existente que no requiere más que de sí
misma para existir". Si pensamos en esta definición veremos que solamente es aplicable
a Dios. De esta forma se hace necesaria la distinción entre sustancia infinita y sustancias
finitas.

Al contrario que los escolásticos, Descartes aplica el término sustancia primeramente a


Dios, y luego, por analogía, a las cosas naturales. Las sustancias finitas serían la Res
cogitans, el pensamiento, y la Res extensa, la materia definida por la cualidad de la
extensión.

Lo que nosotros percibimos son sólo atributos de las sustancias, y gracias a ellos
obtenemos el conocimiento de éstas. Descartes dice que a cada sustancia le
corresponde un atributo. El atributo constituye la esencia de la sustancia y se identifica
con ella. Cada tipo de sustancia posee un sólo atributo: el alma es pensamiento, y los
cuerpos son extensión. Es decir, existen el pensamiento y la extensión como realidades
distintas, y puedo captarlas de una manera diferente. Los modos o modificaciones
particulares de cada sustancia son los diversos pensamientos, en el primer caso, y la
figura y el movimiento, en el caso de la sustancia extensa.

Sustancia, atributo y modo son, pues, los tres conceptos fundamentales de la metafísica
cartesiana.

El dualismo cartesiano: Alma y cuerpo.

Lo que define al ser humano es su capacidad de pensar. Descartes tiene una noción
bastante amplia de lo que es pensar: no solamente razonar, sino también sentir o soñar
forman parte de lo que él llama pensamiento.

Soy una cosa que piensa, dice en su famoso texto del Discurso del Método. El yo o
alma, la res cogitans, es entera y absolutamente distinta de mi cuerpo (res extensa);
incluso puede existir sin éste.

Pero si son tan diferentes, entonces se plantea el problema de la relación entre ambos.
¿Cómo interaccionan alma y cuerpo? ¿Qué relación guardan una y otro? Sabemos que
hay movimientos que son estrictamente físicos, mecánicos, similares a los del resto de
los animales (comparables a los movimientos de las máquinas, tan de modo por
entonces). Por otro lado, hay movimiento voluntarios, en los que se ejercita el alma (la
capacidad de decisión, la voluntad, y la capacidad de pensar están relacionadas).

Descartes sabía que esto planteaba un problema en su sistema: ¿cómo entran en


contacto una realidad inmaterial y otra material, tan distintas? Descartes intentó
solucionar este problema apelando a un centro fisiológico: la glándula pineal, "una
pequeña glándula situada hacia la mitad de la sustancia del cerebro", que, a través de
la sangre y de los nervios, relaciona la res cogitans con la res extensa, orienta el
movimiento e influye sobre el alma. Pero, con ello, el problema simplemente se traslada,
ya que seguía sin solucionar cómo era posible la interacción en dicha glándula.

El objetivo último de Descartes al afirmar que pensamiento y extensión constituyen


sustancias distintas es salvaguardar la autonomía del alma con respecto a la materia.
La ciencia clásica imponía una concepción mecanicista y determinista del mundo
material en el que no queda lugar alguno para la libertad. La libertad sólo podía
salvaguardarse substrayendo el alma de la necesidad mecanicista, lo que exigía situarla
como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia.

La autonomía del alma con respecto al cuerpo, se justifica en la claridad y distinción con
que el entendimiento recibe la independencia de ambas. Puesto que poseo una idea
clara y distinta de mí mismo en cuanto que soy una cosa que piensa e inextensa; y por
otra parte poseo una idea distinta del cuerpo en tanto que es sólo una cosa extensa y
que no piensa, es evidente que yo soy distinto de mi cuerpo y que puedo existir sin él.

III. DESCARTES: Discurso del Método, II. Fragmentos seleccionados y


vocabulario (Trad. Guillermo Quintas Alonso).

Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 14-18:

En la segunda parte Descartes ve conveniente abandonar todas las opiniones que hasta
entonces había aceptado, porque tenían muy diverso origen y aquellas que proceden
de uno solo son más perfectas porque tienden al mismo fin. Toma como norma no
aceptar más que aquellas opiniones que han sido sometidas al juicio de la razón y
establece cuatro reglas para dirigir bien nuestro pensamiento. Inmediatamente postula
el modelo matemático (“esas largas cadenas de trabadas razones simples y fáciles” de
los geómetras) y está admitiendo un presupuesto no demostrado: acepta que la razón
es un instrumento infalible y que si se la usa bien puede alcanzar cualquier verdad. El
método matemático incluye unas verdades generales intuidas y no demostradas
(axiomas) y tiene la ventaja de poder utilizar en las demostraciones posteriores todas
las verdades ya descubiertas (teoremas). Lo que más le gusta del método es que usa
la razón de la manera más eficaz posible y la acostumbra a estudiar los objetos muy
clara y distintamente, es decir, con evidencia. El método vale para todas las ciencias,
pero como las demás ciencias toman sus principios de la filosofía, lo que hay que hacer
es usar el método para fundamentar los principios de la filosofía.

No tenemos que abordar toda la segunda parte del Discurso, sino sólo su parte final. En
ella podemos distinguir las siguientes pautas:

- [1]: Independencia del pensador solitario, cautela, búsqueda de seguridad en el


conocimiento: hacia el método infalible.

- [2]: Inspiración y apoyo en la lógica, la geometría y el álgebra.

- [3]: Los cuatro preceptos del método: criterio de certeza, análisis, síntesis y
enumeración.

- [4]: La influencia de las matemáticas en el método cartesiano: intuición y


deducción como pilares del método.

- [5]: Elogio del método propuesto en función de su racionalidad y éxito


cognoscitivo.

DESCARTES: Discurso del Método, IV. (Trad. Guillermo Quintas Alonso).

Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 24-30.:


En la cuarta parte, Descartes establece la duda metódica como instrumento para
alcanzar la seguridad en nuestros pensamientos y detalla los motivos de duda. De esta
manera nos hace ver que no podemos estar seguros de nada y parece caer en el
escepticismo. Pero inmediatamente encuentra la primera verdad (“pienso, luego soy”),
que le sirve como primer principio (primer axioma) de la filosofía que buscaba, su
mathesis universalis. Deduce a partir del cogito la noción del yo, como sustancia cuya
naturaleza entera consiste en pensar. Analizando después la proposición “pienso, luego
soy” encuentra la evidencia como criterio de verdad. Demuestra después la existencia
de Dios y lo utiliza como un Deus ex machina para garantizar que las ideas evidentes
son verdaderas.

En esta podemos distinguir las pautas siguientes:

- [1]: La duda metódica y la búsqueda de la primera verdad: negación de la validez


de los sentidos y de las matemáticas para el conocimiento, hipótesis del sueño y
hallazgo del “yo”.

- [2]: El “yo” como sustancia pensante.

- [3]: Constatación de que la primera verdad cumple con los requisitos de la


primera regla del método: claridad y distinción.

- [4]: Hacia la existencia de Dios: prueba gnoseológica.

- [5]: La verdad de la geometría y la adaptación


del argumento ontológico.

- [6]: Crítica al vulgarismo empirista: el entendimiento como facultad superior a la


imaginación y a los sentidos.

- [7]: El salto hacia el mundo: Dios como garantía de su existencia.

Textos: DESCARTES: Discurso del Método, II. Fragmentos seleccionados (Trad.


Guillermo Quintas Alonso).

Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 14-18:

“Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de
avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque
avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise
comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido
deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en
la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar
el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el
conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.

Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía;
de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que
debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que
en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para
explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio,
para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien
la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo,
mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de
modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque
de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el
álgebra de los modernos, además de que no se refieren sino a muy abstractas materias
que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la consideración de
las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la
imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido
en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia
que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso
indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus
defectos.

Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que
un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son
minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos
del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes
con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su
observancia.

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había


conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la
precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se
presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para
ponerlo en duda.

El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas
parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.

El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más
simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente,
hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre
aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.

Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y


revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.

Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente
los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían
proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del
conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de
admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario
para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro
conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos
llegar a descubrir.

No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el
estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente
cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la
verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas
demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía
comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna
unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad
y a no contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de
conocer todas las ciencias particulares que comúnmente se conocen como
matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no
dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y
posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor
interés que examinase solamente las proporciones en general y en relación con aquellos
sujetos que servirían para hacer más cómodo el conocimiento. Es más, sin vincularlas
en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que
conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones
tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras
ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi
memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban
entre líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con
mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias
conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más
breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis
geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los
procedimientos de la otra.

Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había


escogido, me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por
estas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en su examen, habiendo
comenzado por las más simples y más generales, siendo, a la vez, cada verdad que
encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a
concluir el análisis de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad,
sino que también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en
tales cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo que
ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si se considera que no
habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce
cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma
según las reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de
que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el
método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente
todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a
las reglas de la Aritmética.

Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro
de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la
mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del
mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta
sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía
aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había
realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas
aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido
contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus
principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto,
pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo
más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la
prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal
tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años,
que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en
prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando
un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos,
como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de
afianzarme en su uso cada vez más.”

DESCARTES: Discurso del Método, IV. (Trad. Guillermo Quintas Alonso).


Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 24-30.:

“No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan
metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con
el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido,
me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había
advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones
opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido
anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la
verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como
absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin
de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese
enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas
ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal
como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar
en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que
incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error,
rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como
demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos
cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en
tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces
habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo
que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna
cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan
segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de
hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de
la filosofía que yo indagaba.

Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que
carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me
encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario,
sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy
evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de
pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía
razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que
era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal
sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna
material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy,
es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo
no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.

Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para
afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar
una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste
esta certeza. Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me
asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es
necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas que
concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay
solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que
concebimos distintamente.

A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no


era omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer
que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa
más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna
naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que
poseía de seres que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y
otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no
constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí,
podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto
que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los
tenía porque había defecto en mí. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de
un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo
manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más
perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la
existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí
mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida
en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y,
también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna
idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto
que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que
existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era
necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del
que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con
independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mi mismo todo lo poco
que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mi mismo
cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable,
omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía
comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de
realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía,
solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna
idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas
ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me
percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden
estar en Dios, puesto que a mi mismo me hubiese complacido en alto grado el verme
libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues,
aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin
embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi
pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza
inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica
dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía
ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por
consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo
o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su
ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir
sin él ni un solo momento.

Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los


geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente
extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que
podían poner diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en
todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas
de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que
todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia,
siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que
me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que,
suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a
dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el
mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto,
encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la
del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o
en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor
evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es
o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.

Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran
dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás
elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados
a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar
propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es
imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los
mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en
el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las
ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que
desean emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran
servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia:
que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo
hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos
podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia


de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que
todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo,
de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues,
aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a
no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo,
a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no
se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber
constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene
otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres.
Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos
que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque
los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar
razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia
de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una
regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es válido más
que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De
donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de
Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas.
De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto
no puede provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto
participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos
totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender
que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en
defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que
todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito,
por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos
asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.

Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la
certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando
dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos
que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que
se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse
alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con
el error más común de nuestros sueños, consistente en representamos diversos objetos
de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el
que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos
a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de
ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado
alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien,
estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino
por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón
y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy
claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos
y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo
de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la
razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por
el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún
fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y
veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros
razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante
la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la
razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos
verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe
encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que
en los que tenemos mientras soñamos.”

IV ACTUALIDAD

EL MÉTODO:

Actualidad científica: no se concibe el desarrollo de una ciencia determinada sin la


aplicación de un método. Si clasificamos las ciencias en dos grandes grupos, ciencias
de la naturaleza y ciencias humanas, es posible distinguir dos grandes métodos: el
método experimental o explicativo y el método comprensivo o o "histórico" Dado el grado
creciente de formalización de las ciencias humanas, el método experimental es cada
vez más aplicado en ellas.

Actualidad filosófica: desde Descartes la cuestión del método ha sido uno de los temas
centrales, aunque hay filósofos y corrientes que lo rechazan, pero son minoría. No existe
acuerdo en la aplicación de un solo método. Entre los más usados cabe destacar el
método dialéctico, el método fenomenológico y el método analítico.

LA DUDA METÓDICA:

Actualidad científica: toda investigación científica rigurosa necesita, cono paso previo,
realizar una revisión crítica de las investigaciones anteriores.

Actualidad filosófica: todo movimiento o postura filosófica nueva parte y se constituye


en cierta manera como una crítica de los anteriores.

EL COGITO:

La importancia concedida por Descartes al yo pensante, en cuanto e constitutivo y


sustentador del conocimiento, se ha ido acrecentando. Es posible establecer una línea
de avance entre Descartes, Kant y Husserl, el fundador de la fenomenología. Si para
Descartes el yo pienso es algo sustancial, una cosa pensante (res cogitans), para Kant
ese carácter sustancial desparece y se sustituye por la conciencia trascendental, que
es la que hace posible que el conjunto de los fenómenos que se nos muestran en la
experiencia se conviertan en objeto de conocimiento. Husserl da un paso más y
establece el carácter intencional de la conciencia (noesis). Toda conciencia es
conciencia de, en toda conciencia hay una referencia intencional al objeto. Del cogito,
ergo sum (pienso, luego existo) cartesiano se pasa al cogitans sum (pensando existo)
kantiano, para terminar en el ego cogito cogitatun (yo pienso lo pensado) husserliano.

EL DUALISMO ANTROPOLÓGICO:

El dualismo radical cartesiano, que entiende al hombre compuesto de dos sustancias


esencialmente distintas, no existe en la actualidad. En la psicología más humanista se
tiende a considerar al hombre como una unidad psicofísica, distinguiendo entre
funciones biológicas y funciones mentales, y considerando las influencias mutuas. Por
otra parte, el desarrollo de las investigaciones sobre el cerebro ha dado lugar al
nacimiento de la neurociencia, para la cual entre cerebro y mente hay una relación
esencial. Hay que abandonar el burdo materialismo mecanicista, para el que la materia
es algo inerte. La mente es función del cerebro, de tal manera que toda actividad mental
se manifiesta en una particular organización y funcionamiento de las redes neurales; y
a su vez, la organización de las redes neurales influye decisivamente en actividades
mentales como las emociones, los sentimientos o el pensamiento.

EL CRITERIO DE VERDAD Y CERTEZA:

En las ciencias no empíricas (lógica y matemáticas) se considera que una proposición


es verdadera (axioma o teorema), cuando, aplicadas las tablas de verdad, el resultado
es siempre verdadero. En las ciencias empíricas el criterio de verdad consiste en la
contrastación experimental. Una hipótesis es verdadera, cuando puede comprobarse en
la experiencia, pero ésta no nos da una seguridad absoluta, sino una mayor o menor
probabilidad. En filosofía existen diversos criterios. Los más importantes son e[ criterio
de la adecuación, el criterio de la verificación, el criterio de la coherencia o consistencia,
el criterio de la utilidad, el criterio de la ejecución o performativo. Todos estos criterios
se relacionan con las correspondientes teorías de la verdad.

LA EXISTENCIA DE DIOS:

Las demostraciones de la existencia de Dios han caído en desuso. Normalmente se


considera que no es posible demostrar la existencia de. Dios ni desde la ciencia ni desde
la filosofía. La ciencia no puede demostrar la existencia de Dios, porque su propio
método se lo impide. Dios no es ni un fenómeno empírico, que podamos observar en la
experiencia, ni una hipótesis contrastable en la experiencia. En filosofía tampoco existe
un argumento válido para demostrar la existencia de Dios. Los argumentos tradicionales
se consideran inválidos. Lo que sí cabe es justificar la creencia en Dios, no desde la
teoría sino desde la praxis. Recientemente, en EE.UU., ha vuelto a resurgir la teoría
creacionista, que interpreta la Biblia de forma tradicional, niega la teoría de la evolución
de Darwin y está enfrentada al Vaticano. De carácter más moderado y como algo
intermedio entre el creacionismo y el evolucionismo ha aparecido la teoría del Diseño
Inteligente, según la cual ciertos elementos del Universo y de los seres vivos se
comprenden mejor admitiendo una causa creadora inteligente.

V COMPARACIÓN CON NIETZSCHE

Descartes es el padre del racionalismo. La razón es autónoma, universal, fuente de


conocimiento, la única vía posible para luchar contra la autoridad y para conocer la
realidad. Es el único instrumento capaz de guiarnos en el conocimiento fiable. La
sustancia pensante (yo, alma) posee la razón, que si está guiada por un método
adecuado, la conducirá al conocimiento de todas las verdades que se proponga.
También desprecia los sentidos, y por tanto el cuerpo que los alberga, al considerarlos
incapaces de llevarnos a la verdad.

Nietzsche, al contrario, realiza una defensa de los sentidos y de los instintos de vida.
Estos no nos engañan nunca, mostrándonos la multiplicidad, el cambio, el movimiento,
es decir, el devenir nos muestra tal cual es la realidad. Quien nos engaña con su
prejuicio es la razón.

Descartes, identifica al hombre con el alma. El cuerpo no es más que una máquina que
funciona como un engranaje, mientras que el alma posee el instrumento de la razón
capaz de llegar al conocimiento de lo real.

Nietzsche establecerá una nueva antropología, eliminando esta concepción dualista que
ya inició Platón, que continuó vigente durante la filosofía medieval y que culmina en
Descartes. Nietzsche propone la transvaloración de todos los valores y afirma que hay
que recuperar la inocencia primitiva y estar más allá del bien y del mal. La
transvaloración de los valores debe preparar el mundo para el advenimiento de la
superación del hombre actual. Esta superación se simboliza en Nietzsche en el término
superhombre. Sólo el superhombre es capaz de esa infinita afirmación de la vida y por
eso Nietzsche plantea que es un ser que todavía no existe, pero que indica la meta de
su existencia.

Desde el punto de vista epistemológico, para Descartes existe un método inspirado en


las matemáticas que nos conducirá la verdad. Este método guiado por la razón nos
proporcionará el conocimiento riguroso de la realidad y está inspirado en las dos formas
de conocer que tiene el ser humano: la intuición (captamos ideas claras y distintas de
forma inmediata) y la deducción (construimos ideas complejas en una cadena de
intuiciones).

Para Nietzsche el conocimiento de los sentidos es el único válido. La razón es dogmática


y transforma el testimonio de los sentidos convirtiéndolo en conceptos que nos hacen
concebir las cosas como dotadas de unidad, duración, esencia, etc. Los conceptos
suplantan, y nos hacen olvidar la vida. La razón momifica la realidad. El lenguaje es el
mayor aliado de la razón en este fraude, pues propaga incesantemente los conceptos.
Para evitar este engaño del lenguaje propone Nietzsche la metáfora. La verdad absoluta
en que creían Platón y Descartes es imposible para Nietzsche.

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