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República Aristocrática

1. La República Aristocrática entendida como una “oligarquía


competitiva”
En el presente capítulo presentaremos y discutiremos los elementos más importantes
que caracterizaron al sistema electoral durante la República Aristocrática. Debido a que
dicho período ha sido bastante trabajado desde la historia y las ciencias sociales no vamos
a detenernos en una narración de los hechos y procesos. Nos limitaremos a mencionar lo
que sea esencial para la contextualización de las instituciones, que es lo que nos interesa.
Prestaremos especial atención, sobre todo, al desarrollo normativo que se dio a través de
múltiples reformas, viendo en qué medida dichas reformas implicaron un cambio en la
manera cómo se desarrollaron los procesos electorales y en los resultados.

Como antesala del análisis, y a modo de hipótesis, seguimos la tesis de Víctor Peralta,
quien afirma que durante el período de la República Aristocrática los partidos políticos se
sirvieron del sistema electoral, entre otras instituciones políticas, para excluir al
adversario. Se pensó en generar “alternancias pactadas”, en lugar de ir constituyendo una
competencia política efectivamente democrática (Aljovín y López)

2005). En ese sentido, nos parece fundamental caracterizar de manera provisional, salvo
algunos momentos determinados, al régimen político de la República Aristocrática como
lo que Robert Dahl (Dahl 1997) denominó “Oligarquía competitiva”, es decir, un régimen
político donde existe cierta liberalización, pero con muy poca participación. Recordemos
las dos grandes dimensiones de democratización que menciona Dahl: “1. En el pasado y
en el presente los regímenes divergen grandemente por la amplitud con que conceden
abiertamente, aplican públicamente, y garantizan plenamente estas ocho oportunidades
institucionales, cuando menos a algunos miembros del sistema político que quieran
oponerse al gobierno” (Dahl 1989: 14); y “2. En el pasado y en el presente los regímenes
varían también según el número de personas facultadas para participar, en un plano de
mayor o menor igualdad, en el control y discusión de la política de gobierno: Participar, es
decir, tener voz en un sistema de debate público” (Dahl 1989: 15). Como veremos, de lo
que se va a tratar en este período de múltiples procesos electorales y sucesiones de
mando entre civiles (salvo las ya conocidas excepciones que se mencionarán más
adelante), lo cual implica cierta liberalización y posibilidad de debate público. Sin
embargo, la participación devendrá bastante restringida, con lo cual los niveles de
representación serán bastante bajos (y esta dimensión es fundamental para comprender y
evaluar a un sistema electoral, como se mencionó en el capítulo anterior). Se trata pues
de una oligarquía con cierto grado de competitividad. Un antecedente histórico análogo
sería el caso del régimen parlamentario inglés con los clubes de notables, tal y como lo
describe Manin al analizar los orígenes y principios del gobierno representativo (Manin
1998). De ahí que también pueda hablarse de una “república de notables”. Es en este
marco de discusión que podemos situar lo que dice Planas en torno a “lo aristocrático”,
pues resulta muy pertinente: “el factor principal para esa tipificación ‘aristocrática’ sería la
composición.
mayoritariamente indígena del país, excluida del sufragio mediante
la reforma constitucional de diciembre de 1895 y la ley electoral
correspondiente, expedida en noviembre de 18962
. A diferencia de
otras ‘repúblicas aristocráticas’ de Europa o de América Latina (como
Uruguay, Chile o Argentina), este grueso componente indígena relativiza
el escenario de pluralismo político y deliberación parlamentaria que
exhibió el régimen inaugurado en 1895. Como podrá apreciarse (…)
estos rasgos particularmente ‘aristocráticos’ –en el caso peruano- han sido
descritos con alguna severidad, al grado de considerar ese conjunto plural
de actores políticos como una verdadera casta social” (Planas 1994: 18).
Ahora que ya hemos dado unas coordenadas teóricas para
contextualizar el régimen político en el que vamos a estudiar el sistema
electoral es que podemos pasar a presentar y discutir el primer gran
tránsito que consideramos relevante en materia de reforma institucional.

2. De Cáceres de Piérola: de la Ley de 1892 a la de 1896,


pasando por la de 1861

Andrés A. Cáceres, héroe de la Guerra del Pacífico y líder del Partido Constitucional
buscaba hacia fines del siglo XIX mantenerse, directa o indirectamente, en el poder.
Contaba a su favor con adeptos que simpatizaban con su gobierno pasado y con las
hazañas de la guerra (Pereyra 2006). Logra dejar en el mando a otro general: Remigio
Morales Bermúdez. Éste falleció el 19 de abril de 1894, poco antes de terminar su
mandato. Lo sucedió su segundo vicepresidente, Justiniano Borgoño. Al poco tiempo,
Borgoño eliminó inconstitucionalmente el Congreso y convocó a elecciones para renovar
la totalidad de éste. Asimismo, se 2 Estos temas serán presentados y desarrollados en las
siguientes secciones. Erich Daniel Luna Jacobs 52 derogó también la ley electoral de 1892
de “los cívicos” (Unión Cívica), grupo conformado por el Partido Civil y el antiguo Círculo
Parlamentario de Valcárcel. Se dejó de lado, pues, la ley electoral de 1892 que favorecía a
los intereses de las facciones anteriormente mencionadas y se regresó a la Ley Electoral
de 1861. Debido a la coyuntura particular de la situación, terminó participando
únicamente el Partido Constitucional y se abstuvo una gran mayoría ciudadana (Basadre
2005). Es en este contexto coyuntural que una junta provisional organiza nuevas
elecciones y sale elegido Cáceres como Presidente de la República (Guzmán 2009).

Ese resultado es objetado por Nicolás de Piérola, líder del Partido Demócrata. Esto generó
una breve, pero violenta, guerra civil que culminó con Piérola llegando a Lima en marzo de
1895 y sacando a Cáceres del poder, apenas un mes después de que éste lo había asumido
(Contreras y Cueto 2007: 190). Dicha guerra civil generó una miseria espantosa, con
insurrecciones y montoneras a lo largo del país. De ahí que pueda afirmarse, sobre todo,
que la guerra civil “trajo, entre otras consecuencias, la creación de nuevos impuestos y el
aumento de los existentes, contribuciones extraordinarias, clausura de puertos,
incomunicación entre la capital y el interior del país, restricción en las operaciones
mercantiles, dificultades
en los pagos, desconfianza general. El tráfico marítimo estaba dificultado
y algunos ferrocarriles habían interrumpido su tráfico. En las aduanas se
notaba una notable disminución de sus entradas” (Basadre 2005 T. 11:
21). Como puede apreciarse por el diagnóstico de Basadre, se trató de un
episodio bastantes consecuencias críticas para el momento que vivía el país.
Después de muchos disparos y cadáveres, Cáceres acordó un
armisticio el 19 de marzo de 1895. Se llegó al arreglo de acordar una
Junta de Gobierno compuesta por Luis Felipe Villarán y Ricardo
W. Espinoza, que estarían en representación de Cáceres; y Enrique
Bustamante y Salazar y Elías Mal partida, que estarían en representación
de Piérola. Los cuatro eligieron a Manuel Candamo para que presida
una nueva junta provisional. Dicha junta debía de convocar a elecciones
inmediatamente.
Lo que pareció surgir a través de la insurrección encabezada por
Piérola, y que terminará con la instauración de lo que Basadre denominó
“República Aristocrática”, puede sintetizarse (un poco optimista) de la
siguiente manera: “Del alzamiento de 1895 tendió a surgir, en primer
lugar, la armonía entre el país legal y el país real. Vino en seguida la
formación o los comienzos de la formación de un estado con mayores
rendimientos de eficiencia y de limpieza, de un Estado más jurídico y
administrativo y menos parasitario o extorsionista, a cuyo amparo se
desarrolló la riqueza nacional e individual. Es decir, el Perú comenzó a ser
un país, aunque fuese de modo imperfecto, ‘en forma’. Si el egoísmo de
las oligarquías y la ceguera de los políticos hizo, años más tarde, escollar
el experimento, ello no enerva su augural significación histórica” (Basadre
2005 T.11: pág. 38).
El Partido Constitucional (Millones 1998) de Cáceres había
contado con el apoyo del Partido Civil. Dicho Partido todavía cargaba
con las responsabilidades políticas de la Guerra del Pacífico (Mücke)

A pesar de ello, siguió siendo una organización política estratégica para gobernar. Cuando
se dio esta disputa entre Cáceres y Píerola, los civilistas terminaron abandonando al
primero para buscar pactar un acuerdo con el segundo. Esto resulta interesante e
importante como hecho político, en la medida en que Piérola y los civilistas fueron
acérrimos adversarios décadas antes, durante el gobierno del fundador del Partido Civil,
Manuel Pardo (Paniagua 2009; McEvoy: 1994) y con ocasión del contrato Dreyfus. Esto
Basadre lo había expresado también diciendo que en el Perú los enemigos políticos
terminan muchas veces deviniendo aliados de uno (Basadre 2000). Para poder
comprender los cambios normativos en lo que respecta a las leyes electorales es
necesario primero empezar viendo los aspectos más relevantes y fundamentales sobre las
elecciones que la Constitución vigente (la de 1860) establecía en dicha época. Luego se
pasará a exponer ambas leyes, la de 1861 y la de 1892, con el fin de poder constatar sus
semejanzas y diferencias principales. Solamente de esa forma podrá comprenderse mejor
el interés de los demócratas por cambiar la ley electoral que estaba vigente en el
momento de la insurrección de Piérola.
2.1. La Constitución Política del Perú del 10 de
Noviembre de 1860

En lo que respecta a los aspectos jurídicos de nuestro trabajo, empezaremos


realizando una presentación de los rasgos esenciales de la Constitución que estuvo
vigente durante nuestro período de estudio (1895-
1919). Si bien los aspectos jurídicos no son lo único a lo que debe prestar
atención la ciencia política (como lo hizo en su momento el primer
institucionalismo), si debe constituir un aspecto a ser tomado en consideración,
como nos lo ha enseñado el neo-institucionalismo (Peters 2003).
Veamos pues, cuál es la constitución a la que tenemos que hacer referencia

Se trata de la Constitución política de 1860, “con algunas


modificaciones hechas por los sucesivos Congresos, puesta otra vez
en vigencia al asumir el poder, en Lima, el general Manuel Iglesias”
(García Belaunde 1993: 13). La vigencia de esta Constitución va del
23 de octubre de 1883 hasta el 18 de enero de 1920. Lo que nos
proponemos es hacer una tematización del texto constitucional, pero
siempre enmarcado en el aspecto que buscamos estudiar: lo relativo
al sistema electoral, y dentro de éste, lo relativo a la elección del poder
legislativo y del Presidente de la República.
a. Sufragio activo
Consideramos como pertinente empezar abordando cuáles eran
los rasgos y características constitutivas de la ciudadanía, de acuerdo a
dicha Constitución. Es decir, se trata de ver las condiciones que uno
de cumplir para ser tenido por ciudadano. Para esto, nos dedicaremos
a prestar atención a los elementos fundamentales que aludan aquí al
derecho electoral.
Primero vamos a considerar la parte del derecho electoral referida
al sufragio activo. Según Manuel Aragón podemos “definir el derecho de
sufragio activo como el derecho individual de voto de cada uno de los
ciudadanos que tienen capacidad para participar en una elección, o más
exactamente, en cualquiera de las votaciones públicas que se celebren”
(Aragón). Debemos, pues, empezar remitiéndonos al Título IV “De la
ciudadanía” donde se señala lo siguiente en los artículos que conforman
dicha sección de la Constitución:
“Art. 37. Son ciudadanos en ejercicio, los peruanos mayores de
veintiun años: y los casados, aunque no hayan llegado á dicha edad”
(García Belaunde 1993: 294).

“Art. 38. Ejercen el derecho de sufragio, todos los ciudadanos que


saben leer y escribir ó son jefes de taller, ó tienen alguna propiedad raíz, ó
pagan al Tesoro Público alguna contribución
El ejercicio de este derecho será arreglado por una ley” (García
Belaunde 1993: 295, las cursivas son del propio texto).
Este último artículo fue modificado por una Ley del 12 de noviembre
de 1895. En una nota a pie se indica lo siguiente:
“Artículo único.- El artículo 38 de la Constitución queda reformado
en los siguientes términos ‘Gozan del derecho de sufragio los ciudadanos
en ejercicio que saben leer y escribir’” (García Belaunde 1993: 295, véase
la nota 2).
“Art. 39. Todo ciudadano puede obtener cualquier cargo público,
con tal que reúna las calidades que exija la ley”
“Art. 40. El ejercicio de la ciudadanía se suspende:
• Por incapacidad, conforme á la ley.
• Por hallarse sometido á juicio de quiebra.
• Por hallarse procesado criminalmente, y con mandamiento de
prisión.
• Por ser notoriamente vago, jugador, ébrio, ó estar divorciado
por culpa suya” (García Belaunde 1993: 295).
“Art. 41. El derecho de ciudadanía se pierde:
• Por sentencia judicial que así lo disponga.
• Por quiebra fraudulenta, judicialmente declarada
• Por obtener ó ejercer la ciudadanía en otro Estado.
• Por aceptar de un gobierno extranjero, cualquier empleo título
ó condecoración, sin permiso del Congreso (Las cursivas son del
propio texto).
• Por la profesión monástica; pudiendo volver á adquirirse
mediante la exclaustración
• Por el tráfico de esclavos, cualquiera que sea el lugar donde se
haga” (García Belaunde 1993: 295).
Podemos ver ciertos rasgos importantes de esta consideración
sobre lo que otorga y quita la ciudadanía. Se puede empezar viendo cómo
es que dentro de lo que se conoce como sufragio activo, el poder elegir a
representantes requiere de varias condiciones. De acuerdo a los artículos
37 y 38 solamente los hombres mayores de veintiún años, o casados,
alfabetos, que tienen cierta propiedad, o tienen el rango de jefes de taller, y
tributan. Como puede verse, dicho estatuto para ser ciudadano no es muy
diferente al que en su momento poseían los notables, allá en los albores
de la modernidad y del gobierno representativo, y que mencionamos al
inicio de este capítulo.
Por su parte, el artículo 40 considera que los ciudadanos dejan de
ser tales si padecen de incapacidad, si son sometidos a procesos judiciales
por quiebra y si son procesados penalmente y se les manda a ir a prisión.
Lo que obviamente rompe radicalmente con nuestro sentido común es
que el hecho de ser “vago”, “jugado”, “ebrio” y ser el causante del divorcio
de uno tengan como consecuencia la suspensión de la ciudadanía.
Finalmente, el artículo 41 afirma que se perderá la ciudadanía por
sentencia judicial, quiebra fraudulenta, ejercer la ciudadanía de otro
Estado, aceptar empleos y condecoraciones de otros Estados sin permiso
del congreso, así como por ser sacerdote y traficar esclavos.

Vemos pues, que de acuerdo a los requisitos contemporáneos de


nuestro sufragio activo, la capacidad para poder elegir representantes,
durante la República Aristocrática, era muy diferente. Consideramos que
el rasgo más importante sobre la ciudadanía en este período va a tener que
ver con exigir el saber leer y escribir a los peruanos para poder ser tenidos
como ciudadanos. En un país con una mayoría abrumadora de peruanos
indígenas, cuya lengua materna no era el español, y sin acceso a una
buena educación, el resultado era una gran masa mayoritaria analfabeta
que terminaba siendo excluida de la posibilidad de poder tener voz y voto
en los asuntos públicos.
b. El sufragio pasivo
Ahora que hemos visto las condiciones que se tenían que
cumplir para participar del sufragio activo, es decir, para poder elegir
representantes, es que podemos pasar a ver lo concerniente al sufragio
pasivo. Dicho sufragio comprende a los requisitos que todo ciudadano
tiene que cumplir para tener la posibilidad de ser elegido como
representante. Sobre el sufragio pasivo, Aragón sostiene que se podría
definir el derecho de sufragio pasivo “como el derecho individual a
ser elegible para los cargos públicos. Sin embargo, dado que para ser
elegido primero hay que ser proclamado candidato, tal definición resulta
incompleta y, por lo mismo, engañosa, dado que, en principio podría
darse (y de hecho se da) la circunstancia de ser perfectamente elegible
(por reunir los requisitos y no estar incurso en inelegibilidades) y, sin
embargo, no poder usar del derecho por no reconocérsele al individuo
(sino a los partidos, por ejemplo) la facultad de presentar candidaturas.
De ahí que debiera acudirse a una definición más completa, entendiendo
que el derecho de sufragio pasivo es el derecho individual a ser elegible,
y a presentarse como candidato en las elecciones, para cargos públicos”
(Aragón).

Teniendo en cuenta la definición de Aragon es que pasaremos a ver


los requisitos para poder ser un representante del poder legislativo. Para
hacer esto nos remitiremos al Título VIII (“Del poder legislativo”) de la
ya citada Constitución. Pero antes es necesario hacer unas precisiones
básicas y complementarias, en relación a unos artículos previos.
Lo primero que debe mencionarse es que el poder legislativo se
ejerce por el congreso y que éste se compone de dos cámaras: la cámara
de Senadores y la cámara de Diputados (artículo 44). Es interesante, sin
embargo, citar el artículo pues echa luces sobre cuestiones relativas a la
representación y a la relación entre representantes y relación:
“Art. 46. Se elegirá un Diputado propietario y un suplente por
cada treinta mil habitantes, ó por cada fracción que pase de quince mil, y
por cada provincia, aunque su población llegue á ese número.
Se Fijará por una ley el número de Diputados que, según este
artículo, corresponda á cada provincia; y no podrá aumentarse sino por
disposición previa del Congreso” (García Belaunde 1993: 296).
Al respecto de los requisitos para ser diputado y senador, los
artículos 47 y 49 dice lo siguiente:
“Art. 47. Para ser Diputado se requiere:
° Ser peruano de nacimiento.
° Ciudadano en ejercicio.
° Tener veinticinco años de edad.
° Ser natural del Departamento á que la provincia pertenezca, ó
tener en él tres años de residencia.

3. De López de Romaña a Leguía: Apogeo del Partido


Civil y crisis del Partido Demócrata
En esta sección de nuestro trabajo veremos cómo es que progresivamente puede
constatarse que el Partido Civil fue cooptando la Junta
Electoral Nacional, además de otros espacios ampliamente estudiados,
ganando hegemonía y predominio político en la República Aristocrática. Esto va de
la mano con un declive en los resultados electorales del
Partido Demócrata. Y es que, las instituciones y organismos electorales
que Piérola buscó generar con el fin de mostrar al país la “verdad electoral”
tuvieron como desenlace el que su Partido pierda peso político.

Consideramos que son dos razones las que pueden ayudar a explicar y comprender esto:
la primera tiene que ver con el centralismo y con el poder que concentraba la Junta
Electoral Nacional (tesis que ha sido reiterada innumerables veces por Basadre). La
segunda razón se desprende de la primera: el diseño institucional de la Junta “premiaba”
a los partidos que fuesen grandes y que no tuviesen facciones que dispersaran sus votos.
El Partido Civil pudo mantener mucho más esta disciplina que el Partido Demócrata. Y,
como veremos, más adelante el propio Partido Civil tendrá ese mismo problema cuando
empiece a fraccionarse en torno al apoyo a Leguía.

3.1. Elecciones de 1899


En estas elecciones correspondía elegir al Presidente de la República, a los
Vicepresidentes y a un tercio de ambas cámaras. Piérola no quiso
la re-elección. Según Basadre, Piérola no habría estado de acuerdo con
que el personalismo se impregnara en la política o gobierno de un país.
El ejemplo que tenía en mente era el caso de Porfirio Díaz en México
(Basadre 2005).
Nicolás de Piérola no auspiciaría, pues, ninguna candidatura. Sin
embargo, sí estuvo de acuerdo con mantener una alianza entre el Partido Civil y el
Partido Demócrata. Esta alianza posibilitaría el que ambos
uniesen fuerzas y apoyasen a una única candidatura presidencial (Aguilar
2002: 23). Por eso, poco antes de la elección de 1899, los civilistas y los
demócratas firmaron un pacto conocido como “el concierto electoral”. La
idea básica de este acuerdo consistía en que los demócratas designarían al
candidato presidencial, mientras que los civilistas nombrarían al candidato de la
primera vicepresidencia.

3.2. Dos leyes en torno a la Junta Electoral Nacional La primera ley que se dio durante el
gobierno de López de Romaña fue la Ley de 10 de Octubre de 1899. Dicha Ley terminó
promoviendo la restauración la Junta Electoral Nacional, junta que había sido El sistema
electoral durante la República Aristocrática (1895-1919) 87 recesada por decreto el 24 de
abril de ese año. Se convocaba a las dos Cámaras legislativas, al Poder Ejecutivo y a las
Cortes Superiores para que procediesen a designar a los ciudadanos que vayan a
conformar a la Junta Electoral Nacional. La segunda ley importante que se dio fue la Ley
de 23 de octubre de 1899. Dicha ley modificó el artículo 14 de la Ley electoral de 1896. El
artículo en cuestión exigía a los miembros de la Junta Electoral Nacional requisitos iguales
a que uno debía cumplir para pertenecer al Senado: Ser peruano de nacimiento, ser
ciudadano en ejercicio, tener treinta y cinco años de edad y tener una renta de mil pesos
anuales, o ser profesor de alguna ciencia. Frente a esto, la nueva ley que se dio en el
gobierno de López de Romaña reemplazó estos requisitos y decretó que ahora los
requisitos serían iguales a los que tienen que cumplir los diputados: Ser peruano de
nacimiento, ser ciudadano en ejercicio, tener veinticinco años de edad, ser natural del
departamento al que la provincia pertenezca (o tener en él tres años de residencia) y
tener una renta de quinientos pesos, o ser profesor de alguna ciencia. Como puede
apreciarse, estos cambios ampliaron la oferta de miembros para la Junta Electoral
Nacional, debido a que ahora la renta anual que se exigía era menor, al mismo tiempo que
se elegía una edad mínima menor a la anterior

4. Crisis en la República Aristocrática: El ascenso


de Billinghurst y la restauración de Benavides
4.1. Las elecciones de 1912
Ántero Aspíllaga estaba designado como el candidato del Partido
Civil. Aspíllaga contaba con la Junta Electoral Nacional a su favor. Sin
embargo, no contaba con todo el apoyo que se esperaba, debido a dos
cosas básicamente: (1) era el candidato de Leguía (y recordemos que ya
existía una facción anti-leguiísta al interior del Partido Civil) y (2) no
había aceptado la propuesta del Bloque Parlamentario de acordar un candidato
que pudiese ser aceptado por los distintos partidos. Sin embargo,
el propio Bloque no pudo proponer una candidatura alternativa, ya que
entre ellos no se ponían de acuerdo, salvo en no aceptar la insistente candidatura
de Piérola (Aljovín y López 2005: 93).
En este contexto donde parecía que la hegemonía civilista sería
inevitable (más por la dificultad de la oposición para ofrecer una candidatura que
pueda competir) sucedió un hecho externo relevante que caía
fuera de lo que la élite podía controlar: La crisis económica de 1908. Ella
movilizó a los obreros a hacer huelgas. Influenciados por el anarco-sindicalismo,
aumentaron sus demandas (como la de la jornada de 8 horas).
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En antagonismo con estos grupos y sus demandas, Aspíllaga representaba
el elitismo de la sociedad peruana a la que se oponían estos sectores obreros
movilizados.
Frente a la candidatura civilista, surge la figura de Guillermo Billinghurst que
representaba el “pierolismo sin Piérola”. Contaba con un
fuerte arraigo y apoyo popular. Había sido antes alcalde de Lima y con su
gestión había desarrollado proyectos y políticas beneficiosas para las clases
populares. Gonzales sintetiza lo esencial de su gestión municipal de la
siguiente manera: “Su administración estuvo caracterizada por un sentido
de firmeza, sensibilidad ante las necesidades populares, preocupación por
la higiene y cierta moral restrictiva” (Gonzales 2005: 194). Esto le dio
una buena experiencia que permitió que tuviese un efectivo contacto con
los sectores urbanos que estaban emergiendo en este período de cambios
económicos y urbanos.
En relación a esto, Peralta sostiene lo siguiente: “Sabedor de que
contaba con ‘el número en las calles, pero no en las urnas’, Billinghurst exigió a
Leguía suspender el proceso electoral y convocar a nuevos comicios.
Dicha decisión se fundamentaba en el hecho de que la población consideraba que
se estaban cometiendo una vez más las irregularidades propias del
proceso electoral y por eso se volvió a plantear la nulidad de las elecciones.
El gobierno, haciendo caso omiso del pedido, confirmó la fecha
de las elecciones, y redujo su duración de cuatro a dos días. Ante esta
decisión, las organizaciones obreras aliadas a Billinghurst reaccionaron
convocando a una huelga general que hicieron coincidir con la fecha de la
votación” (Aljovín y López 2005: 94). La sociedad hizo un paro del 19 de
mayo, además de hacer otro durante el 25 y 26 de mayo, es decir, durante
los días de las elecciones. Es en este contexto que la oposición, durante el
proceso, buscaba interrumpir el proceso a toda costa y, a veces, de manera
violenta.

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