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BOLIVAR

I - MAL ENTENDIDOS.

Existe un gran equívoco (muy determinante por lo demás en la posterior


evolución política de Colombia y en la historiografía nacional) que consiste en
ver en Bolívar la virtual paternidad ideológica del conservatismo. La verdad es
que tan solo el “último” Bolívar se prestaría para ello; el Bolívar de 1825 en
adelante. El que regresó de Lima con su insólito proyecto de autocracia
hereditaria para Bolivia, modelo e una concepción del poder y del orden social
enteramente regresivo respecto del Bolívar revolucionario y republicano de
1815, de 1819 y de 1821, inspirador y garante de la Constitución de Cúcuta.
Pero el “otro”, el que volvió de Lima, el que en 1826 rompía abruptamente y en
forma unilateral y cesárea “toda” relación de amistad y correspondencia con
Santander –quien defendía y seguiría defendiendo con admirable consecuencia
democrática la carta del 21, que era un programa para edificar un Estado
moderno (todavía burgués, por supuesto)-: ese otoñal negador de sí mismo es el
que a su manera pueden reivindicar las “derechas”.

No es necesario, en forma alguna, negar la grandeza propia y bien documentada


de Bolívar, como para identificar y reconocer en él esta regresión a su
aristocratismo originario. Es algo que pertenece a su humana condición, a la
terrenalidad de su biografía. ¿Por qué no? En algún momento declaró que “no se
rebajaría” a ser un rey, un monarca. Pero el capricho de su constitución para
Bolivia instaura en el papel una monarquía bajo distinto nombre. He aquí la
cuestión. Déjense pues lo ditirambos incondicionales y patrioteros para esa mala
fe historiográfica ya más que secular en esta parte de la América del Sur.

Pues bien: ese retorno mental de Bolívar generó por sí solo antagonismos
sangrientos en la Colombia posterior a su muerte. Su célebre apotegma final: “Si
mi muerte contribuye a que cesen lo partidos y se consolide la unión, bajaré
tranquilo al sepulcro”, es una de las grandes frases de la Historia. Que
demuestra además cómo en un lampo de conciencia –casi póstumo-, Bolívar
presintió el legado de violencia y anarquía que ya se estaba desprendiendo de
aquel mal entendido, que fue doble: de los otros sobre él, y de él en relación
consigo mismo. ¿Quién es ese “sí mismo”? sin duda, lo es aquel revolucionario
universal que había merecido el título de “Libertador”. En cambio, el hombre
del delirio limeño sobre la futura Bolivia, ya no es más aquél. Esto es lo que
hace trágico el ocaso del Libertador, y no las condiciones externas de su muerte
en soledad, allá en San Pedro Alejandrino. Y, por supuesto, ese episodio
biográfico, que nos habla del sufrimiento y el desencanto del héroe, habría de
proyectarse de inmediato y por largísimo tiempo en la tragedia histórica de
Colombia.

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