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ASOCIACION UNIVERSIDAD PRIVADA SAN JUAN BAUTISTA

FACULTAD DE COMUNICACIÓN Y CIENCIAS ADMINISTRATIVAS

ESCUELA PROFESIONAL DE ADMINISTRACION DE NEGOCIOS

 Peter T. Bauer, “Remembranza de estudios pasados: volviendo sobre los primeros pasos”, en
http://www.elcato.org/publicaciones/ensayos/ens-2003-02-14.html. Pags: 2-6

LECTURA Nº 01: REMEMBRANZA DE ESTUDIOS PASADOS: VOLVIENDO SOBRE


LOS PRIMEROS PASOS

Por Peter T. Bauer

Peter Bauer, pionero en la economía del desarrollo fue el primer ganador del Premio Milton
Friedman al Avance de la Libertad, otorgado por el Cato Institute. Esta es una traducción del
ensayo "Remembrance of Studies Past: Retracing First Steps", publicado en el libro Pioneers in
Development de Gerald M. Meir y Dudley Seers, 1984.

Lo siguiente es un resumen razonable de los principales componentes del florecimiento de la


literatura sobre el desarrollo en los primeros años de la posguerra 1 .

El comercio exterior en el mejor de los casos es ineficaz para el progreso económico de los países
menos desarrollados (PMD), y con frecuencia es dañoso. En lugar de ese comercio, el progreso
económico de los PMD depende de aportaciones amplias de capital a fin de habilitar recursos para
infraestructura, para el crecimiento rápido de la industria manufacturera y para la modernización de
sus industrias y sociedades. El capital que se precisa no se puede generar en los propios países
menos desarrollados debido a la limitación inflexible e inexorable de los ingresos bajos (el círculo
vicioso de pobreza y el estancamiento), reforzada por el efecto de demostración internacional y por
la falta de oportunidades de inversión privada rentable en los países pobres con mercados locales
limitados por su propia naturaleza... El atraso general, la apatía económica y la falta de iniciativa
son casi universales dentro del mundo menos desarrollado. Por lo tanto, si se desea lograr un
progreso económico significativo, los gobiernos tienen que desempeñar una función tanto
indispensable como integral en cuanto a llevar adelante los cambios críticos y en gran escala
necesarios para derribar los obstáculos formidables que se alzan al crecimiento e iniciar y sostener
el proceso de crecimiento.

Esas ideas se convirtieron en la esencia de la corriente principal de la literatura académica del


desarrollo, la que a su vez ha servido como base de las políticas nacionales e internacionales desde
entonces. Incluso cuando algunos elementos de esa esencia han desaparecido de los escritos más
académicos, han seguido dominando el discurso político y público, lo que constituye un ejemplo de
los efectos que aún subsisten de ideas descartadas.

Mis primeras investigaciones de cuestiones económicas en los países menos desarrollados no fueron
inspiradas por esos temas, en realidad estuvieron desconectadas por completo de ellos 2 . Llegué a
ese campo general a través de dos estudios: uno de la industria del caucho del Asia Sudoriental, y el
otro acerca de la organización del comercio en lo que fuera el Africa Occidental británica. Dediqué
más de diez años a esos estudios durante las décadas de 1940 y 1950, cuando permanecí durante
períodos sustanciales en cada una de esas regiones. Lo que vi estaba en desacuerdo por entero con
1
los componentes del consenso que comenzaba a apuntar de la corriente principal de la economía del
desarrollo anunciada arriba. Mis indagaciones y observación de la vida económica, social y política
en esas dos regiones principales provocaron en mí un interés perdurable por la economía del
desarrollo en general. Aunque mis ideas han evolucionado mucho desde la terminación de esos
estudios, no se han acercado más a las doctrinas de la ortodoxia del desarrollo de los años 1950, ni a
su subsiguiente modificación.

Incluso antes de poner pie en el Asia Sudoriental y en el Africa Occidental ya sabía que muchas de
sus economías habían avanzado con rapidez (¡aun cuando eran colonias!). Después de todo, no era
preciso haber recibido instrucción en economía del desarrollo para saber que antes de 1885 no había
un solo árbol del caucho en Malaya, ni un solo cacaotero en el Africa Occidental británica. Para la
década de 1930 había millones de acres sometidos a estos y otros cultivos de exportación en muy
gran parte propiedad de gentes no europeas y explotados por ellas. Pero si bien era conocedor de
esto y de bastantes otras cosas más acerca de las condiciones locales, de todos modos me sorprendió
mucho lo que vi, inclusive la extensa transformación económica que estaba teniendo lugar en
amplias zonas y el vigor de la vida económica que estaba teniendo lugar en amplias zonas y el vigor
de la vida económica de muchas de las poblaciones locales. En Malaya (hoy Malasia), por ejemplo,
la actividad económica de las numerosas municipalidades y grandes poblados, las excelentes
comunicaciones y la evidente prosperidad de grandes sectores de la población no europea reflejaban
un mundo totalmente diferente de la Malaya vacía en gran parte y económicamente atrasada del
siglo XIX. Los resultados de cambios un tanto similares, aunque menos extensos, también eran
manifiestos en el Africa Occidental, sobre todo en Nigeria Meridional y en la Costa de Oro (hoy
Ghana). ¿Cómo era posible todo esto si había algo de sustancia real en las ideas centrales de la
economía del desarrollo contemporánea?

En las primeras etapas las aportaciones locales de capital fueron mínimas. En el Asia Sudoriental,
sin embargo, el mercado de exportación de caucho (y en menor escala otros productos como el
estaño) atrajo la inversión de las empresas europeas, en particular para fines de explotación de
plantaciones caucheras en la selva vacía hasta entonces. En aquellos lugares donde el suministro de
mano de obra local era insuficiente, como en Malaya y Sumatra, las empresas occidentales
organizaron y financiaron la contratación e inmigración en gran escala de trabajadores analfabetos,
procedentes sobre todo de China y la India. Las actividades de las empresas occidentales
propiciaron secuencias que no se pretendía e inesperadas. Por ejemplo, el comercio de caucho atrajo
a los negociantes chinos, algunos de los cuales iniciaron sus propias plantaciones, en tanto que otros
llevaron semillas y bienes de consumo a la población indígena de Malaya y de las Indias
Holandesas (hoy Indonesia). Esos negociantes, en consecuencia, alentaron a la población local a
plantar árboles del caucho y a producir para el mercado. Para fines de la década de 1930, más de la
mitad de la superficie dedicada al cultivo del caucho en el Asia Sudoriental era propiedad de los
asiáticos. Esa superficie representaba los resultados de la inversión directa pese a los ingresos
inicialmente bajos 3 .

La historia fue un tanto diferente en el Africa Occidental. En esa región había (y hay) plantaciones
de propietarios no europeos. La amplia zona cultivada con cacao, maní, algodón y nuez de cola ha
sido ocupada por fincas establecidas y operadas por africanos y de su propiedad. El cuantioso
capital absorbido fue facilitado en parte por empresas mercantiles europeas que financiaron a
comerciantes locales, y en parte mediante la inversión directa de africanos, esta última en casos
importantes llevada a cabo por agricultores emigrantes en regiones muy alejadas de sus lugares de
origen.

2
En todo esto fue crucial la función que desempeñaron los comerciantes, Sir Keith Hancock ha
calificado con toda justeza al Africa Occidental «el campo sin explorar de los comerciantes». Estos
facilitaban bienes de consumo e insumos de producción y proporcionaban los establecimientos de
distribución para los cultivos comerciales. Sus actividades estimulaban la inversión y la producción.
La función desempeñada por los que se solía llamar bienes de inducción –expresión que era familiar
en otros tiempos pero que ahora rara vez se encuentra en la literatura moderna del desarrollo- fue
notable. La secuencia mostró que lo impropio del concepto del efecto de demostración
internacional, la idea de que el acceso a los bienes de consumo baratos, en especial de los
importados, retarda el desarrollo en los países menos desarrollados al aumentar la propensión a
consumir de las poblaciones locales.

El rápido progreso económico general en esas zonas, del cual la formación de capital en gran escala
en la agricultura por la gente local fue un componente principal, no se puede armonizar con la idea
del círculo vicioso de pobreza y estancamiento. Hubiera sido una casualidad extravagante que se
hubiera dado el caso de que yo me hubiera encontrado en las dos únicas regiones del mundo menos
desarrollado donde la gente se las hubiera arreglado para eludir los imperativos de una ley de
economía. En realidad, por supuesto, el concepto del círculo vicioso de la pobreza, de que la
pobreza se perpetúa a sí misma, la desmienten las pruebas de todo el mundo desarrollado y menos
desarrollado y, de hecho, la existencia misma de los países desarrollados.

Ese concepto no lo rescata la sugerencia, examinada con toda minuciosidad desde la década de
1950, de que la producción de bienes para exportación dio por resultado meramente la creación de
enclaves operados por los occidentales sin beneficio para la población local. Según ya he expuesto,
una gran parte de la producción, y en ocasiones toda ella, estuvo (y sigue estando) en manos de la
gente local. Lo mismo cabe decir de las actividades de comercio y transporte. De haber sido esto de
otro modo, el desarrollo de los cultivos de exportación no hubiera transformado las vidas de la
gente local como lo ha hecho. En esas regiones, al igual que en muchas otras, el avance económico
generalizado ha posibilitado que poblaciones muchos mayores vivan más años y con niveles de vida
más elevados.

El disponer de una infraestructura desarrollada no fue una condición previa para el surgimiento de
los principales cultivos comerciales en el Asia Sudoriental y en el Africa Occidental. Como también
ha ocurrido con frecuencia en otras partes, las instalaciones conocidas como infraestructura fueron
desarrolladas en el curso de la expansión de la economía. Es ajeno a la historia el prever y elaborar
una infraestructura costosa como el cimiento necesario para el avance económico. Un número
incontable de gentes desempeñó a menudo el comercio y el transporte los servicios asociados
usualmente con la infraestructura creada con intensidad de capital. Por ejemplo, el transporte
humano y animal, los contactos entre los numerosos comerciantes y las largas cadenas de
intermediarios fueron sustituidos parciales pero eficaces de las carreteras y los sistemas de
comunicación costosos.
2

La experiencia histórica que he señalado (y que tuvo su contraparte en muchos países menos
desarrollados) no fue el resultado de la conscripción de la gente ni de la movilización forzada de
recursos. Tampoco fue el resultado de la modernización obligatoria de actitudes y comportamiento,
ni de la industrialización en gran escala patronizada por el estado, ni de ninguna otra forma de
empujón enérgico. Y no fuera originada por el logro de la independencia política, ni por la
inculcación en la mente de la gente local del concepto de la identidad nacional, ni por la
provocación del entusiasmo de la masa a favor del concepto abstracto del desarrollo económico, ni
por cualquier otra forma de revolución política o cultural. No fue el resultado de esfuerzos
conscientes dirigidos a crear una nación (como si las gentes fueran ladrillos sin vida, que se pueden
3
mover de un lado para otro por algún maestro de obras), ni tampoco de la adopción por los
gobiernos del desarrollo económico como una meta o dedicación formal de política. Lo que ocurrió
fue en gran medida el resultado de las reacciones voluntarias individuales de millones de personas
ante las oportunidades que surgían o se expandían creadas en su mayor parte por los contactos
externos y que se señaló a su atención de muy diversas maneras, principalmente a través de la
operación del mercado. Un gobierno firme pero limitado posibilitó el que se produjera esa serie de
circunstancias, sin grandes erogaciones de fondos públicos y sin recibir cuantiosas subvenciones
externas.

La índole de esas reacciones me descubrió, a su vez, lo hueco de varios estereotipos estándar. Fue
evidente que la gente común de los países menos desarrollados no era insensible, rígidamente
constreñida por la costumbre y el hábito, económicamente tímida, miope por su propia naturaleza y
deficiente en general en iniciativa. En una década o dos, el campesinado analfabeto del Asia
Sudoriental plantó millones de acres de cultivos comerciales desconocidos hasta entonces, caucho y
cacao, que habrían de ver transcurrir cinco años para llegar a ser productivos. Los cambios
voluntarios en la conducta, actitudes y motivaciones de numerosas personas, que en muchos casos
entrañaron sacrificar tiempo de recreo y la modificación de relaciones personales, posibilitaron el
que se aportaran cuantiosos volúmenes de inversión directa para lograr ese resultado. Sin embargo a
los malayos, indonesios y africanos figuraban precisamente entre los que se describía (y en
ocasiones todavía lo son) como incapaces de considerar perspectivas a largo plazo o de crear
capital, y de estar trabados por la costumbre y el hábito.

El establecimiento y explotación de terrenos que producen cultivos comerciales son actividades


empresariales. Como también lo son las actividades omnipresentes de comercio y transporte de la
gente local. Esto invalida el argumento de que los países menos desarrollados carecen de aptitudes y
actitudes empresariales. En realidad se hallan presentes a menudo, pero asumen formas que están en
armonía con los atributos e inclinaciones de la gente y con las condiciones y oportunidades locales.
En muchas partes del mundo menos desarrollado hay pruebas de mucha iniciativa y de aceptación
de riesgos, con frecuencia en pequeña escala individual, pero en manera alguna restringida a la
agricultura y el comercio.

La contribución al desarrollo económico aportada por los numerosos empresarios en escala pequeña
y grande (agricultores, comerciantes, industriales y otros) pone de relieve el historial triste en
general de los esfuerzos empresariales de los gobiernos de los países menos desarrollados,
financiados con demasiada frecuencia a gran costo de los ingresos fiscales obtenidos de la
imposición de gravámenes a los productores de cultivos comerciales. A menudo se sostiene en la
literatura sobre el desarrollo, en apoyo de la supuesta necesidad de un extenso control y dirección
estatales de la economía de muchos países menos desarrollados, que sus poblaciones carecen de
empresarios. Si la gente de un país determinado careciera en verdad de capacidad o inclinaciones
empresariales, es difícil ver cómo los políticos y los funcionarios públicos podrían compensar la
diferencia.

En el mundo menos desarrollado, la disposición a incitarse uno mismo a asumir riesgos en el


proceso no se limita a los empresarios en el sentido aceptado del término. Cientos de miles de gente
rural sin tierras, sumamente pobre, ha emigrado miles de kilómetros para mejorar su destino. Es
bien conocida la emigración en gran escala de la China Sudoriental y la India Meridional a Fiji,
Malaya y las Indias Holandesas. En mi trabajo pude mostrar que gentes analfabetas muy pobres
estaban bien informadas acerca de las condiciones económicas existentes en países lejanos y
extraños y que reaccionaron de manera inteligente a las oportunidades que percibieron 4.
1
En mi obra Dissent on Development (Londres: Wiedenfel and Nicolson, 1971, Cambridge, Mass.:
Harvard University Press, 1972), passim, en especial los capítulos 1 y 2, se presentan referencias
detalladas a la literatura sobre el desarrollo de los primeros tiempos.
4
2
Los resultados de mis estudios se encuentran en las siguientes publicaciones: P. T. Bauer,, The
Rubber Industry (Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1948; Report on a Visit to the
Rubber Growing Smallholdings of Malaya, July-September 1946 (Londres: Colonial Office, 1948);
West African Trade (Cambridge, Ing.: Cambridge University Press, 1954; Londres: Routledge and
Kegan Paul, 1963); Economic Analysis and Policy in Underdeveloped Countries (Durham, N. C.:
Duke University Press, 1957, y Cambridge, Ing.: Cambridge University Press. 1958) y en
colaboración con B. S. Yamey, The Economics of Under-developed Countries (Chicago: University
of Chicago Press, 1957), y algunos de los ensayos publicados en Markets, Market Control and
Marketing Reform (Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1968). Quiero dejar bien sentado que desde
1951 he trabajado de manera tan estrecha con Basil Yamey que las ideas que se exponen en este
documento son tanto suyas como mías. Es solo por comodidad de la exposición que no establezco
esa distinción en el texto de nuestro trabajo conjunto y el mío propio.
3
La industria de la plantación de caucho comprende pequeñas propiedades, es decir, terrenos de
menos de cien acres cada uno, y propiedades grandes de plantación de más de cien acres cada una.
Las pequeñas propiedades, que representan más de la mitad de la superficie total, son propiedad
asiática por entero. Para ahora bastante más de la mitad de las plantaciones también son de
propiedad asiática por entero. Para ahora bastante más de la mitad de las plantaciones también son
de propiedad asiática, china en su gran parte. En una comunicación privada de enero de 1983. W. G.
G. Kellet, quien por espacio de muchos años fue jefe de estadígrafo del International Rubber
Regulation Committee y ulteriormente del International Rubber Study Group, situó la actual
propiedad asiática en más del 90 por 100.
4
Véase The Rubber Industry, cap. 15 y append. D, y Economic Analysis and Economic Policy, cap.
1.

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 Ludwig von Mises, “Reflexiones sobre el imperio socialistas de los Incas” en


http://www.biblioteca.cees.org.gt/topicos/web/topic-192.html, Año 11, Febrero 1969, No. 192.
Pags: 7-11

LECTURA Nº 02: REFLEXIONES SOBRE EL IMPERIO SOCIALISTA DE LOS INCAS


Por Ludwig von Mises

NOTA: El presente articulo es la introducción a la obra A SOCIALIST EMPIRE: The Incas of Peru,
by Louis Baudin (Princeton, N. J., D. Van Nostrand Co., Inc. 1961).

La desigualdad innata de los diversos individuos de la especie humana plantea el problema más
difícil en todas las relaciones interhumanas. El problema principal de cualquier sistema social es, en
efecto, el modo de promover la cooperación pacífica entre gentes marcadamente diferentes entre sí,
no solamente en cuanto a características físicas, sino también en cuanto a capacidad mental, fuerza
de voluntad y fortaleza moral.

Durante miles de años la gente conoció sólo un método de afrontar el problema de la desigualdad
innata: hacer prevalecer la superioridad del más fuerte sobre el más débil. El más fuerte sometió al
más débil. Se estableció un orden jerárquico de castas hereditarias, bajo las cuales los Reyes y
aristócratas administraron los asuntos para sus propios fines, mientras los estratos más bajos de la
población no tenían otra función que la de trabajar laboriosamente para sus amos y hacerles la vida
lo más grata posible.

El sistema moderno de la economía de mercado el capitalismo difiere radicalmente del sistema de


estamentos del «antiguo régimen». En el mercado el poder supremo corresponde a los
consumidores, o sea, a todos los miembros de la sociedad. Al comprar o abstenerse de comprar,
determinan lo que debe producirse, en qué cantidad y de qué calidad. Mediante el instrumento del
beneficio y de la pérdida los empresarios y capitalistas se ven forzados a atender los deseos de los
consumidores. Existe sólo un método para la adquisición y conservación de la riqueza, a saber,
suministrar a los consumidores de la manera mejor y más barata posible aquellos artículos y
servicios que ellos exigen con mayor urgencia Así, se induce a los miembros mejor dotados de la
sociedad a servir los intereses de todos, incluyendo a las multitudes menos eficientes y peor
dotadas. En la sociedad de «estamentos» la propiedad privada sirvió exclusivamente a sus dueños la
sociedad capitalista, la propiedad privada de los medios de producción sirve virtualmente a todos
aquellos que consumen los bienes producidos.

El plebiscito diario de los consumidores en el mercado determina quién ha de poseer y dirigir las
fábricas y las haciendas.

De esta manera la propiedad privada de los bienes de producción se convierte, por decirlo así, en un
mandato público que es revocado en cuanto los propietarios los mandatarios dejan de emplearla
para la mayor satisfacción posible de las necesidades de público.

6
La característica principal del sistema capitalista es precisamente que deja a los individuos más
calificados un solo camino abierto para lograr las mayores ventajas de su superioridad intelectual y
moral, el de atender lo mejor que permitan sus capacidades al bienestar de las masas menos dotadas
de sus semejantes Los capitanes de industria compiten entre sí en sus esfuerzos para suministrar al
tan discutido hombre común con bienes cada vez menores y más baratos. Una empresa puede
hacerse grande solamente sirviendo a muchos.

El capitalismo es esencialmente producción en masa para la satisfacción de los deseos de las masas.

En la esfera política el corolario de la economía de mercado es el gobierno por el pueblo. El


gobierno representativo asigna al ciudadano el mismo papel en la conducta de los asuntos públicos
que el capitalismo le asigna en los asuntos de la producción. La economía de mercado y el gobierno
popular están inseparablemente ligados entre sí Son producto de la misma evolución intelectual y
moral y se condicionan mutuamente El capitalismo puede prosperar solamente donde existe libertad
política y la libertad política puede conservarse solamente donde existe capitalismo Los intentos
encaminados a la abolición del capitalismo contribuyen a la abolición de las instituciones
democráticas y viceversa.
II

El capitalismo y su contrapartida política trajo a las masas libertades civiles y un bienestar sin
precedentes Dio prácticamente a todo el mundo la oportunidad de adquirir conocimientos y cultivar
su talento Más no pudo eliminar la inercia y letargia intelectual de las muchedumbres de gente
común En las oficinas y en las fábricas ellas están entregadas al desempeño de trabajos rutinarios,
sin que lleguen a comprender qué es lo que hace girar la rueda, cuál es la magia que premia la
ejecución invariable de algunas simples manipulaciones con el producto de los logros más refinados
de la tecnología científica. Su ignorancia, aunada a su resentimiento contra todo lo que les eclipsa
en cualquier respecto, hace de ellos una presa fácil a la propaganda inflamatoria de los profetas de
un paraíso terrenal que ha de realizarse mediante el establecimiento de un Estado Totalitario.

Es verdaderamente paradójico que el orden económico que obliga a los individuos más calificados a
servir al bienestar de las masas, sea vituperado como el sistema en el cual el hombre común es
«explotado» y «empeora cada vez más». Mientras que el trabajador manual común goza en los
países capitalistas de satisfacciones que las personas acomodadas de otras épocas ni siquiera
soñaron, la ideología que ha tenido más éxito y es más popular en nuestra época, el marxismo, está
basado en la doctrina de que las masas trabajadoras están siendo empobrecidas más y más Las
masas, que en su capacidad de clientes « tienen siempre razón» y en su capacidad de electores
determinan todas las cuestiones políticas, abogan apasionadamente por un sistema en el cual deben
contentarse con lo que el dictador se digne darles y toda oposición es una ofensa capital.

III

La teoría económica ha refutado todo lo que los precursores del socialismo han dicho para
desacreditar la economía de mercado y ha demostrado claramente por qué el sistema socialista. al
ser incapaz de establecer un sistema de cálculo económico, no puede funcionar adecuadamente. Sin
embargo la popularidad de los gritos de combate anticapitalistas y de los slogan prosocialistas no
han cesado.

La reciente propaganda socialista no conoce ningún otro método de contestar la devastadora critica
que sus planes encuentran por parte de la economía, que recurrir al vacío subterfugio de que son
«meramente teóricos» Pretenden que la experiencia prueba la excelencia del método socialista.

7
Para hacer frente a estas objeciones veamos las enseñanzas de la experiencia. Es un hecho
indiscutible que el nivel de vida medio del hombre común es incomparablemente más elevado en el
sector capitalista del mundo que en el sector socialista o comunista. Todos los socialistas reconocen
implícitamente este hecho en sus esfuerzos para «explicarlo». Se refieren a varios hechos que,
según declaran, son las razones por las cuales el programa socialista no ha traído ni a Rusia ni a los
países satélites aquellos beneficios que, según la doctrina socialista, se esperaba que trajeran. En
vista de que el estado insatisfactorio de cosas en Rusia debe ser atribuido a estos meros hechos
accidentales, es plenamente justificable suponer que el experimento soviético ha probado la solidez
de la doctrina socialista.

Esta manera de argumentar está en sí misma, completamente basada en «teorías» y significa en la


realidad el rechazo radical del experimentalismo. El método experimental dice: Ya que A ha sido
probado y resultó B, inferimos que A produce a B. Pero nunca debe decir: apesar de que A ha sido
probado y ha resultado C, nosotros todavía inferimos que A produce B porque creemos que el
resultado C fue causado por la interferencia de algunos factores que impidieron la aparición de B.

Los preconizadores de este pretendido método empírico de razonamiento no se dan cuenta que
cualquier experiencia en el campo de los hechos sociales es una experiencia de fenómenos
complejos, esto es, de los efectos conjuntos de una multiplicidad de vínculos de causalidad. Es una
experiencia específicamente histórica, en contraste con la experiencia de los ensayos de laboratorio,
en los cuales estamos en posición de observar los efectos de los cambios operados en un sólo factor,
mientras que todos los demás factores que pudieran influir el resultado permanecen sin alterarse. La
experiencia histórica no puede por consiguiente ni verificar ni refutar ningún teorema en el sentido
en el cual la verificación o refutación de una hipótesis pueda lograrse mediante los procedimientos
experimentales de las ciencias naturales. Para poder aprender algo de la historia necesitamos una
base teórica. Podemos comprender los acontecimientos del pasado solamente si los estudiamos
equipados con conocimiento doctrinales adquiridos en fuentes diferentes al estudio de la historia.

Ningún defensor del socialismo con capacidad de discernir debe poner en duda lo correcto de estas
afirmaciones, por cuanto el propio programa socialista no se deriva de la experiencia histórica. Lo
que la historia nos muestra es la mejoría sin precedentes del nivel medio de vida bajo un sistema
económico basado en la propiedad privada de los medios de producción, en la iniciativa privada y
en la libre actividad empresarial. Contra esta indiscutible realidad los socialistas doctrinarios han
propuesto el programa de una sociedad autoritaria en la cual todos los asuntos económicos son
administrados por un poder supremo que despoja a todos los individuos de su autonomía y
autodeterminación, y cuyo plan maestro impide todo planeamiento por parte de cualquier otra
persona que no sea este poder supremo. El diseño de esta utopía es ciertamente una construcción a
priori. Sus proponentes no deben indignarse si sus críticos también recurren a un razonamiento a
priori.

Es necesario señalar incidentalmente el hecho de que la doctrina marxista, según la interpretan sus
más distinguidos adeptos, afirma que los supuestos resultados benéficos de la administración
socialista, que se supone transformará la tierra en un país de Jauja, se lograrán solamente cuando el
mundo entero esté bajo la dominación del socialismo. El socialismo en uno o en unos pocos países
no es todavía ante sus ojos verdadero socialismo. Este dogma trata de resguardar la concepción
socialista contra cualquier crítica adversa basada en los efectos satisfactorios de los diversos
«experimentos» socialistas. Los socialistas y comunistas contestan a todos aquellos que se refieren a
los fracasos de estos experimentos: Esperen a que toda la humanidad esté bajo el dominio socialista;
nada de lo que suceda antes de que esta gloriosa meta haya sido lograda puede desmentir nuestra
afirmación de que el socialismo es el mejor de todos los métodos concebibles de organización
social y ha de establecer un paraíso terrenal.

8
Es muy importante tener presente estos hechos epistemológicos para poder apreciar adecuadamente
el libro del profesor Baudin «El Imperio Socialista de los Incas» que, muy tardíamente por cierto,
está disponible por primera vez en una traducción en lengua inglesa. No es el objetivo del autor
probar o desaprobar tesis alguna. Participa totalmente del famoso principio de Ranke y relata las
cosas tal como en realidad fueron.

El señor Louis Baudin, Profesor de la Facultad de Derecho de Paris y miembro de la Academia de


Ciencias Morales y Políticas es el representante más eminente de la ciencia económica francesa
contemporánea. Ha hecho en sus escritos una brillante labor al analizar los problemas
fundamentales de la economía de mercado y al refutar los errores básicos de muchas doctrinas muy
generalizadas. Su libro «Le mécanisme des prix » es, en efecto, una de las mejores descripciones del
proceso del mercado. En otro libro, «L Aube d un nouveau liberalisme», desarrolló las ideas que
inspiran los intentos de preservar la iniciativa y libertad del individuo y detener la marea del
totalitarismo. El Profesor Baudín no es solamente un gran estudioso y maestro, sino también uno de
los más destacados dirigentes intelectuales de nuestro tiempo.

El análisis que hace el Profesor Baudin de los conocimientos desgraciadamente escasos sobre los
asuntos sociales y las condiciones del régimen incaico en el Perú es un clásico de la Historia, así
como de la Etnología, Economía, Sociología y Psicología Social.

El autor no se enfrenta al tema de sus estudios con ideas preconcebidas sino que procede, como los
grandes historiadores han tratado siempre de hacer, sine ira et studio.

Sus estudios nos ponen en contacto con un mundo extraño. Citemos su propio resumen:

Se puede ver cuán difícil es caracterizar las condiciones sociales en el Imperio de los Incas.
Extremadamente atrasados en algunos aspectos, muy avanzados en otros, los peruanos eluden
cualquier clasificación. Su tecnología fue a la vez primitiva y altamente perfeccionada; trataron al
hombre como ganado, pero supieron recompensar el mérito, hicieron tambores con la piel de los
que se sublevaron contra ellos, pero cargaron con regalos a los Jefes de sus enemigos conquistados
y les permitieron retener su posición; desconocieron la rueda, pero representaron piezas de teatro;
no supieron escribir pero llevaron perfectas estadísticas. ¿Cómo puede decirse que el espíritu
humano sigue en todas partes el mismo curso de desarrollo y debe inevitablemente evolucionar en
la misma forma? El Imperio de los Incas no puede compararse con ninguna de las grandes
civilizaciones del mundo antiguo.

No hay duda alguna de que este libro, Un Imperio Socialista: Los Incas del Perú, es de la mayor
importancia para el historiador, para el etnólogo y para el economista. Pero al establecer este hecho
uno todavía no aprecia completamente el valor de esta obra maestra única.

Los libros innumerables que tratan el tema principal de nuestro tiempo, el conflicto entre el
individualismo y el colectivismo, nos suministran una descripción y análisis de los problemas
económicos, políticos, legales y constitucionales implicados en él. Los mejores de ellos nos han
dado todo lo que necesitamos para formarnos una opinión bien documentada sobre la posibilidad o
imposibilidad del socialismo como sistema de cooperación social y de civilización humana. Han
tratado sus temas exhaustivamente desde el punto de vista científico y en este sentido puede decirse
que han cumplido su deber.

Pero la obra del Profesor Baudin proporciona al lector reflexivo algo que esos volúmenes
praxeológicos e históricos no incluyeron y no pudieron incluir. De las páginas de su tratado
emergen los sombríos contornos de la vida bajo un régimen colectivista, el espectro del animal
humano privado de la cualidad esencialmente humana, el poder de elegir y de actuar Los pupilos de
9
los Incas eran solamente en un sentido zoológico seres humanos. Eran efectivamente mantenidos
como el ganado en el corral Al igual que el ganado, no tenían preocupación alguna porque su
destino personal no dependía de su propia conducta, sino que era determinado por el aparato del
sistema En este sentido podría llamárseles felices. Pero su felicidad era de un tipo particular «Una
grey de animales humanos felices», es el título del capítulo en el cual el Profesor Baudin analiza las
condiciones de este extraño mundo de uniformidad y rigidez.

El brillante examen del aspecto humano del sistema incaico es el mérito principal de este magnífico
libro. Marx y sus discípulos deliran sobre la libertad que el socialismo debe traer a la Humanidad y
los comunistas nos dicen una y otra vez que la verdadera libertad se encuentra solamente en el
sistema soviético. El Profesor Baudin muestra en qué consiste realmente esta libertad Es la libertad
que el pastor otorga a su rebaño.

Fuente: CEES (Guatemala)

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 Jorge A. Badani Souza, “Reflexiones de un joven empresario peruano” en


http://www.biblioteca.cees.org.gt/topicos/web/topic-124.html, año 8, Abril 1966, No. 124. Pags.
12-17

LECTURA Nº 03: REFLEXIONES DE UN JOVEN EMPRESARIO PERUANO

N.del D.-En forma muy clara, un joven empresario peruano presenta una serie de reflexiones sobre
el papel de los empresarios. Empresarios como él han logrado, por ejemplo, hacer llegar a Perú al
primer lugar en la producción mundial de pesca, sobrepasando a los Estados Unidos, Japón,
Noruega, etc.En Guatemala hay muchos empresarios jóvenes y de empuje, pero también es
necesaria una política económica que les permita desarrollarse a toda capacidad.

Empiezo estas líneas declarando que soy un joven empresario. Frente al ya gastado epíteto de
oligarca que los trasnochados economistas adjudican al empresario, situándolo como un explotador
del hombre y un enemigo del bienestar público, quiero demostrar cómo, sin la libre empresa, no hay
posibilidad alguna de que la humanidad se salve de la crisis que está cirniéndose trágicamente sobre
ella por obra exclusiva de una demagogia, llevada a cabo con tanta perversidad como ignorancia, en
una época en la que todos los dirigentes políticos creen necesario declararse hombres de izquierda y
achacar sistemáticamente al capital los males que, conforme a la moderna economía, sólo el capital
está en aptitud de remediar.

Lo grave es que se ha hecho caer en la trampa a instituciones espiritualistas y, por ende,


eminentemente individualistas como las religiosas, a las que, so pretexto de una justicia social
basada en la fraternidad y el amor, se les está llevando a todo lo contrario; a servir, sin querer, a una
enconada lucha en la que, como toda lucha, no es el amor el que campea, sino el odio, y a realizar
una apología del colectivismo, sin darse cuenta que en todo colectivismo hay una negación del
espíritu que es necesariamente individual. Se les hace concebir que los problemas económicos se
resuelven únicamente con buena voluntad y que es sólo cuestión de conjugar el verbo «querer», sin
observar que, en materia económica, es el verbo «poder» el que hay que aprender a conjugar
primero.

La economía no versa sobre el último fin del hombre ni sobre sus más altos ideales religiosos y
morales; versa sobre los medios que el hombre escoge para alcanzar sus fines y se esfuerza en
demostrar si tales medios son aptos o no para lograr los fines apetecidos. Versa, pues, sobre hechos
y éstos demuestran que el capitalismo es un sistema económico que por sí solo puede beneficiar de
la mejor manera a toda la humanidad, que es uno de los ideales cristianos.

Precisamente, cuando se restringe indebidamente la libertad y la iniciativa privada y, por otra parte,
no se ataca al mal en debida forma, es entonces cuando se abren de par en par las puertas que
conducen a la pobreza espiritual y material y al sufrimiento de todos los hombres.

Desde mi ingreso de la Escuela Nacional de Ingenieros, en 1949, he luchado intensamente para


abrirme paso. He ejercido múltiples actividades que me han llevado a recorrer mi país casi en su

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totalidad. He viajado, utilizando toda clase de medios de transporte y me jacto de haber hecho estos
viajes estudiando las posibilidades económicas de cada zona o rincón con el objeto de establecer en
ella alguna empresa. Recorrí, pues, el país con espíritu empresarial y no con espíritu altruista, ni con
el criterio del político o del turista, porque así no se llega a conocer la realidad geoeconómica del
país. Conozco así mi país en su verdadera dimensión, como sólo pueden conocerlo los hombres de
empresa que han luchado y pasado sinsabores por las dificultades encontradas, pero que también, en
compensación, han logrado saborear el éxito después de arduo trabajo y tesonero afán. Creo, pues,
tener suficiente conocimiento y experiencia para hablar con autoridad y propiedad sobre el hombre
de empresa.

Lograr y promover una pujante y moderna empresa, cualquiera que ella sea, que ha tenido y tiene
éxito es una labor que requiere siempre muchos años de desvelos, titánicos esfuerzos, disgustos y,
sobre todo, enfrentar considerables riesgos. Los promotores y empresarios de todas partes del
mundo y, en especial, de países subdesarrollados como el Perú, deben arriesgar todo su patrimonio
y el de los suyos y contraer peligrosas deudas para llevar adelante sus anhelados proyectos.

Sólo los hombres de empresa conocen los sacrificios y momentos de amargura que es preciso vivir
cuando la empresa se está gestando. Porque sobre toda empresa en gestación pende la interrogante
de su éxito o fracaso; es decir, el factor riesgo común a toda actividad industrial o comercial.
Durante el tiempo de iniciación, los fracasos corren paralelos con los éxitos y, sólo después de
varios años, es que la balanza se inclina a uno u otro lado.

Desde el punto de vista del hombre de negocios, la empresa es siempre azarosa. De hecho, la
proporción de los fracasos es tan alta que, de saberlo, serían pocos los que expusieran su
patrimonio, renta o trabajo por una ganancia aleatoria, si el hombre de empresa como Adam Smith
lo señaló ya, no se hubiera formado una idea demasiado elevada de sí mismo, de su clarividencia, su
habilidad, energía creadora y hasta de su suerte, además de contar con una férrea voluntad con la
que espera convertir sus deseos en realidades y olvidar e ignorar las amargas lecciones de otros
empresarios en el pasado.

Soy un convencido, y los hechos lo demuestran, que sólo la empresa privada dentro del marco de
una economía libre y sana podrá llevar a cabo el desarrollo del país lo más rápidamente y con la
mayor eficacia posible. La transformación y crecimiento económico de nuestra patria y, por ende, el
progreso social en todas sus fases, incluyendo la educacional y política, sólo podrá lograrse dentro
de una economía del mercado, con la mínima interferencia estatal, en la que el consumidor, a través
de ese mercado, que traduce minuto a minuto la fiel expresión de sus deseos, de sus posibilidades y
alienta su libertad de elección, sea el monarca a quien rindan pleitesía todos los que algo producen y
a cuyo favor todas las empresas dedican sus esfuerzos para servirle lo mejor que puedan.

Sólo una economía donde desaparezca la actividad inútil y poco eficiente que no satisfaga
adecuadamente al individuo o consumidor y en la que necesariamente se respete la libertad
individual como un derecho inalienable, podrá satisfacer, más o menos pronto y con amplitud, las
esperanzas crecientes del pueblo. Me refiero, desde luego, al justo y equilibrado ejercicio de la
esperanza y no las falsas promesas de demagogos y extremistas.

El pueblo, gracias a los progresos científicos divulgados al instante por los medios de comunicación
masiva, tienen ya conciencia de las posibilidades y mejoras que puedan depararle la vida actual y la
futura. Alentar la esperanza de lograrlas es laudable. Pero hacer de la esperanza un alboroto es
tornar ésta en verdadero tormento que provoca la desdicha del hombre subdesarrollado. El aliento
de la esperanza lo hace la empresa. Su alboroto es siempre la obra del político.

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Es el hombre de empresa quien hace, con la mayor eficiencia y a costa de cualquier sacrificio, uso
de todos los medios lícitos y eficaces a su alcance para llevar adelante la obra que ha proyectado.
Porque el hombre de empresa, moviéndose dentro del fecundo y maravilloso campo de la libertad,
podrá multiplicar la utilidad y eficiencia de todas las facultades que posee y de las virtudes que ha
cultivado con singular esfuerzo. El hombre de empresa es el individuo que está lleno de ambiciones,
deseos de progreso y afán creador porque considera que cualquier mejora o progreso no sólo es un
derecho del individuo, sino también un deber para con él mismo, para con su familia y su patria.

Para el hombre de negocios, el progreso del país no es otra cosa que la suma de los progresos
individuales. Los hombres de empresa son en realidad los verdaderos agentes del progreso
económico. Junto a los hombres de estudio e invención, son los empresarios los únicos que asumen
los riesgos, sabiendo o creyendo saber, cómo evitarlos. Estos hombres son los que dan valor a los
nuevos descubrimientos; los que han creado en casi su totalidad los medios de producción con que
cuenta actualmente la humanidad para su bienestar.

Los extraordinarios adelantos científicos y descubrimientos hechos en los siglos XVIII y XIX no
hubieran significado nada para el mayor provecho de la humanidad, si no hubiera sido por la
aplicación práctica que de esos nuevos conocimientos hizo, con gran riesgo y visión, el hombre de
empresa, dentro de una atmósfera de entera libertad, como fue la que prevaleció en los años del
liberalismo o individualismo.

Los empresarios son guiados en su esfuerzo productivo por la necesidad de trabajar con la máxima
eficiencia y con el menor costo posible; son hombres que viven para un fin, para el futuro, en más
alto grado que cualquier otra persona. La vida para ellos es siempre crear, producir y jamás quedar
estáticos. Poseen, además, un arraigado sentimiento de responsabilidad social, que alcanza mayor
desarrollo que en cualquier otra actividad individual o social.

Uno de los mayores alicientes que tiene el hombre de empresa, seguramente el mayor, es la
retribución económica o utilidad que espera recibir en el caso de tener éxito su empresa. Por eso
arriesga muchas veces, con eminente peligro de perderlos, su patrimonio, su salud y hasta su vida.
La utilidad o ganancia que todo empresario agrícola, industrial o comercial obtiene es de enorme
beneficio para la colectividad.

De la mayor o menor utilidad de la empresa depende, en una sociedad de economía libre, la


satisfacción de bienes o servicios que con mayor o menor eficiencia está prestando aquélla a la
comunidad. La utilidad refleja la aceptación por el consumidor, de la calidad, cantidad y valor de
los productos o servicios que la empresa ofrece. Esta evidente acción humana que constituye la
oferta del productor, por una parte, y la aceptación del consumidor, por la otra, exclusivamente
puede ser justa y eficazmente canalizada a través del mercado libre.

La más eficiente, justa distribución y el verdadero control sólo pueden llevarse a cabo mediante la
acción impersonal del conjunto debido a la acción de muchos, que es la esencia del mercado dentro
de cuyo ámbito convergen las fuerzas de la oferta y la demanda. Es, pues, el sistema económico del
mercado el más racional y el que más de acuerdo opera con la realidad y moral.

La economía verdaderamente racional y planificada, para usar el término puesto en boga


actualmente, es la que se encuadra dentro de los marcos de la economía del mercado, ya que, en
este sistema, es toda la sociedad la que participa en esta planificación.

El hombre no es santo ni altruista; por lo general, es ambicioso y egoísta. Además, lo lógico y moral
es que el individuo aproveche lo que obtiene con

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